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ADEMÁS Introducción a Poética y proféticapor tomás segovia

REVOLUCIÓN MEXICANA

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José Carreño Carlón Director general del fce

Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López, Socorro Venegas, Rafael Mercado, Karla López y Octavio Díaz Consejo editorial

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La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certifi cado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

Ilustración de portada © Ignacio Aguirre

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Revolución mexicana: semillero de diversidad historiográfi ca

Con este número, La Gaceta del fce conmemora el 106 aniversario de la Revolución mexicana, el hecho más importante en la formación del México moderno y respecto del cual tenemos hoy suficiente distancia para verlo como el hecho histórico que fue, sin apa-sionamiento ni sesgo político.

Comparemos el autocelebratorio 50 aniversario de 1960 (México: cincuenta años de Revolución, cuatro vols., fce, Méxi-co, 1960) con el de 2010, que refl ejó la gran diversidad de perspectivas, muchas de las cuales han sido publicadas por esta casa.

La renovación de los estudios de la Revolución mexicana empezó a fines de los años sesenta y principios de los setenta en un ambiente de politización y radicalización de los estudiosos. Funestos acontecimien-tos políticos de la época habrían puesto en evidencia la muerte de la Revolución y de la historiografía reverencial que la acompañaba.

El interés de aquella primera generación de historiadores renovado-res fue reivindicar a “los de abajo” y desmitificar la historia de bronce o de “los de arriba”. Surgió así una historiografía “de barro” que, no obstante el maniqueísmo de muchos estudios, matizó fuertemente los conceptos heredados de la historia oficial. En particular, la historia re-gional fue decisiva para demoler el mito de una historia unitaria que metía en un mismo saco teleológico a vencedores y vencidos.

Luego vino una segunda oleada de estudios que puso el foco en as-pectos desconocidos hasta entonces, en particular los relacionados con la identidad cultural de los actores. Esto dio relevancia a la identi-dad de individuos y comunidades, antes vistos como masas anónimas o carne de cañón de los acontecimientos. El cuadro se tornó vívido y he-terogéneo hasta el grado de generar la idea de que una historia general de la Revolución era imposible.

Esta diversidad muestra por sí misma el progreso de la historiogra-fía y la maduración política de las nuevas generaciones de historiado-res, que pueden ver el fenómeno con mayor objetividad y detalle que las anteriores. No obstante, debe decirse que esta eclosión no habría sido posible sin la creación de muchísimas escuelas de historiadores y centros de investigación, y la apertura y modernización de los archi-vos nacionales y locales, hechos que reflejan el compromiso del Estado con la educación, iniciado por la Revolución misma y continuado por los gobiernos subsecuentes, cualquiera que sea su filiación partidista.

Es digno de notar que la conmemoración del primer centenario de la revolución fue auspiciada por un gobierno emanado de un partido que nació precisamente para combatirla. La ironía de la situación, lejos de alimentar rencillas históricas, fue tomada con civilidad y los historia-dores pudieron expresar sus diferentes puntos de vista en un ambiente de cordialidad ante el gran interés del público lector.

A lo largo de estos años, el fce ha publicado títulos de las más diver-sas perspectivas de la Revolución mexicana, y lo sigue haciendo, hon-rando así una tradición editorial de más de ochenta años.�•

Jacarandastomás segovia

La Revolución mexicanadossier

La Revolución mexicana: qué hizo, qué hizo posibley qué no hizojohn womack, jr.

Francisco Villa en Canutilloignacio solares

Escritos sobre la Revolución y la dictadurabeatriz urías

Camino a La frontera nómadahéctor aguilar camín

Introducción a Poética y profética tomás segovia

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TrasfondoEl tiempo realluis tovar

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Revolución mexicanasemillero de diversidahistoriográfi ca

on este número La Gaceta del

© fernando castro pacheco

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la gaceta 3 noviembre de 2016

JacarandasTomás Segovia

Las dulces jacarandas se quedan en lo suyoTodos son verdes y ellas noNadie les quitará de la cabezaQue hay mil maneras de ser árbolMil maneras de ser lo mismoDe otra maneraQue se puede ser verde siendo azulTener flores por hojasTener por copa un fresco resplandorSer dichosas aparte y a su modoBien seguras están de que hacen bienQue nos da gusto que así seanQue no por eso las querremos menosQue siempre nos ha sido necesarioQue haya otra cosa.�•

La singularidad de los seres vivos no niega lo que les es común. Hay “mil maneras de ser lo mismo”: declaración simple y profunda que busca eco en la moral pluralista hoy predominante.

poema

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dossier 550

revolución mexicana

El contenido de este número es una muestra de la diversidad de enfoques historiográfi cos de la Revolución mexicana, desde el audaz ensayo contrafactual de John Womack, jr., hasta el estudio de Beatriz Urías Horcasitas sobre el pensador conservador Rodulfo Brito Foucher, el prólogo de Ignacio Solares al legendario reportaje de Regino Hernández Llergo sobre Francisco Villa y la rememoración crítica de Héctor Aguilar Camín sobre la escritura de La frontera nómada. Con enfoque provocador, reivindicatorio de la visión de los agentes de la III Internacional Comunista en el México de los años veinte y treinta, Womack nos hace pensar en “qué hubiera pasado si…”. Beatriz Urías Horcasitas explora las ideas de un pensador y activista conservador para encontrar en ellas atisbos de la naturaleza del régimen producto de la Revolución. Por su parte, Héctor Aguilar Camín reconstruye el ambiente intelectual en el que escribió su famoso libro y resume su tesis principal.

© erasto cortés juárez

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Agradezco al Centro Katz su invitación a dar esta confe-rencia en honor de Friedrich Katz. No puede ser por mérito mío. Soy humilde ante todo lo que él logró en su trabajo aca-démico y en su vida. Fue uno

de los grandes historiadores del México moder-no, el más grande respecto de las más poderosas circunstancias y factores externos actuantes en el México moderno; en una palabra, el imperialis-mo, la condición económica, geopolítica y cultu-ral de la historia moderna de México. No menos notable, como persona fue uno de los historiado-res más clarividentes, honestos y generosos en este amplio campo de estudios, quizá el historia-dor más amable de todos.

No intento repasar aquí toda la Revolución, es decir, todos los movimientos políticos y sociales nacionalmente importantes de México de 1910 a 1920; mucho menos intentar hacerlos comprensi-bles. Sólo presentaré un punto específico. Pero es un punto crítico que supone cierto conocimiento del viejo régimen y de los principales movimien-tos revolucionarios, que requiere algo de análisis de algunos de ellos, que justifica un juicio históri-co sobre ellos y que plantea interrogantes sobre el viejo régimen y su oposición, y sobre el régimen posterior a la Revolución, las luchas sobre su for-mación y sus objetivos. Retomo un argumento que dejé implícito en un ensayo publicado hace 30

años, en el que concluí: “La ‘revolución’ ha sido en la gobernanza”.1 No puedo hacer completamente explícito mi argumento aquí. Pero quiero clarifi-car su tesis principal. No es una tesis muy nueva; no difiere mucho de la conclusión principal de los agentes comunistas internacionales en México en la década de 1920.2 Pienso que lo nuevo puede ser

1�John Womack, Jr., “The Mexican Revolution, 1910-1920”, en Leslie Bethell, ed., The Cambridge History of Latin America, 11 vols. (Cambridge University Press, 1984-95), pp. 152-153.2�Edgar Woog, “Chiff res et Materiaux sur la Situation du Mexi-que: Rapport du camarade Stirner”, diciembre 18, 1927, Rossiikii Gosudarstvennii Arkhiv Sotscialno-Politicheskoi Istorii (rgaspi en adelante), Colección 495-Sección 108-Documentos 67-69, pp. (según su renumeración en el archivo) 5-8, 15, 24-25, 57, 126, 161-164, cuya copia agradezco a Miles V. Rodriguez; Presidium, Inter-nacional Comunista, “Mexic [sic] Resolution”, 18 de abril, 1928, rgaspi, 495-108-79, gracias a Miles V. Rodriguez; Trawin [Yakov Davidovitch Drabkin, alias Sergei Ivanovich Gusev: Lazar Jeifets, Victor Jeifets y Peter Huber, eds., La Internacional Comunista y América Latina, 1919-1943: Diccionario Biográfi co (Moscú: Ins-tituto de Latinoamérica de la Academia de Ciencias, 2004), 146-147], “Zur Mexikanischen Frage (Thesen)”, 27 de abril, 1928, rgaspi, 495-108-79, cuya copia agradezco a Miles V. Rodriguez; Stirner [Edgar Woog], “Rapport sur le Mexique,” 15 de septiem-bre, 1929, rgaspi, 495.108-96, pp. (según su renumeración en el archivo) 76-90, gracias a Miles V. Rodriguez; A Vol’skii [Stanis-lav S. Pestkovsky], Istoriia meksikanskikh revoliutsii (Moscow-Leningrad: Gosudarstvennoe Izdatel’stvo, 1928) 139-143, 173-174, 205-206; Diego Ortgea[Stanislav S. Pestkovsky], Agrarny vopros i krest’ianskoe dvizhenie v Meksike (Moscow_Leningrad: Gosudarstvennoe Izdatel’stvo, 1928), 63-76, 86-140; idem, Grazh-danskaya voina v Meksike,” Mirovoye Khoziaistvo Politika, No. 7 (julio, 1929), 45-61; Lazar Jeifets y Victor Jeifets, “Quién dia-

sólo el énfasis en ciertos acontecimientos que po-drían haber ocurrido pero que no ocurrieron du-rante la Revolución y en las preguntas que esto plantea en consecuencia sobre los regímenes pre y posrevolucionarios. Más breve, crudamente, la te-sis es que la Revolución tal y como ocurrió no llegó a poner en peligro el desarrollo del capitalismo en México; en ciertos momentos, en ciertos lugares, algunos movimientos pudieron volverse anarco-sindicalistas o socialistas, pero otros movimientos los aplastaron antes de que emprendieran delibera-damente el giro.3 Corolario: las luchas importantes por el socialismo ocurridas en el México moderno no empezaron sino después de la Revolución, en los 1920 (y entonces, argumentaré, principalmente debido a la Comintern). En otras palabras, la Revo-lución mexicana pertenece completamente al largo siglo xix, no al breve siglo xx (1914-1991).

Tres advertencias introductorias: (1) No solo no abordaré todos los principales movimientos revolucionarios de 1910-1920; tampoco conside-raré a la Revolución como si se hubiera prolon-

blos es Andréi [alias Vol’skii y Diego Ortega]? Stanislav Pestko-vsky, Camarada Andréi: Una tentativa de investigación histórica,” Memoria: Boletín de Cemos, No. 121 (marzo, 1999), 21-26; Viktor L. Kheifets [Jeifets], Komintern i evoliutsia levovo dvizheniia Meksi-ki (Saint-Peterburg, Nauk, 2006), 178-203.3� Sobre “conciente” y “deliberado”: Lars T. Lih, Lenin (Londres: Reaktion Books, 2011), 58.

© ignacio aguirre

La Revolución mexicana: qué hizo, qué hizo posible y qué no hizoEjercicio erudito de historiografía contrafactual, aquella que se pregunta “Qué hubiera ocurrido si…” Se desprende que la Revolución mexicana pudo haber sido socialista. Publicado por primera vez en español, incluye las numerosas y nutridas notas al pie porque refi eren la evidencia empírica en apoyo de esta interesante y provocadora conjetura.

john womack, jr.

A la memoria de James Connolly, Michael Mallin, Christopher Poole y Constance Markievicz

sta. vez

notas a apoyo

a.

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gado después de 1920, como si (históricamente) una gran, pero definida, conjunción de energías (digamos una guerra) contuviera en sí misma sus consecuencias y secuelas, las que por supuesto vinieron después, en nuevas condiciones exter-nas e internas, involucrando nuevas funciones y factores. (2) Por Revolución no quiero decir cualquier cosa que la gente haya hecho o experi-mentado en México en esa década, sino la acción que deliberadamente tomó por considerarla revo-lucionaria. (3) Mi interés recae en las luchas de clases deliberadas; mi análisis es como el de un oficial de inteligencia del Comintern, digamos en 1928 (anacrónico en mis propias palabras).

¿Qué hizo entonces la Revolución?(1) Rompió el largamente establecido trato im-

perialista sobre México, el conjunto informal de arreglos entre los bancos, las corporaciones y los gobiernos estadunidenses, británicos, alemanes y franceses (improvisados a lo largo de los 50 años previos) para realizar sus negocios e impul-sar sus políticas en México en términos civiles, si no exactamente pacíficos al menos sin gue-rras o sin apoderados belicosos, a diferencia de América Central o el Caribe. Esta ruptura ocu-rrió muy al principio de la Revolución, en 1910, cuando la Standard Oil, ardida por el favoritismo del gobierno mexicano hacia la Eagle Oil, apoyó la principal conspiración de entonces para derro-car al gobierno. A medida que la Revolución con-tinuó bajo su primer gobierno, la ruptura se tornó más aguda, más hostil, más fuerte, alentando y agravando los conflictos imperialistas. Esto se profundizó como beligerancia de apoderados con el pendenciero derrocamiento del gobierno revo-lucionario en 1913, cuando Washington perdió control del golpe a causa de un general apoyado por Londres y Berlín y apoyó entonces a los re-volucionarios hasta que tuvo éxito en 1914 (dada la intervención armada de los Estados Unidos en Veracruz). Pero Washington y Nueva York no ga-naron nada contra Londres, o Berlín, o México. Aun si los ejércitos revolucionarios al triunfar hubieran tratado de restaurar el viejo arreglo im-perialista, o negociar uno nuevo como mejor para México que las guerras imperialistas de apodera-dos, no podrían haberlo hecho, pues los poderes imperialistas habían empezado su propia Guerra de los Treinta Años moderna en Europa en 1914, cuyo primer round duró hasta que la interven-ción militar de los Estados Unidos obligó a firmar el armisticio de 1918. Durante la primera Gue-rra Mundial, los revolucionarios de México usa-ron los conflictos imperialistas para hacerse la guerra entre ellos, lo cual intensificó su uso por estadunidenses, británicos y alemanes como gue-rras de apoderados, provocó una segunda inter-vención armada de los Estados Unidos en México, prolongó la guerra civil, con lo cual, desprovisto de toda premeditación revolucionaria, mucho me-nos sin plan para ello, atizó más intensamente que nunca el nacionalismo mexicano antiestadu-nidense. En consecuencia, hacia 1920, en el nuevo imperialismo de posguerra, en circunstancias de predominio económico, geopolítico y cultural de los Estados Unidos sin precedentes en el hemisfe-rio occidental, la Revolución prácticamente había impuesto sobre las relaciones exteriores oficiales de México la obligación de realizar (al menos) ex-hibiciones ocasionales de antiimperialismo, espe-cíficamente nacionalismo “antiamericano”.4

(2) La Revolución demolió al viejo régimen de México y desintegró sus largamente reinantes je-rarquías políticas. Desde sus círculos sólidamen-te burgueses, semicoloniales, privados, la Revo-lución planteó al público mexicano, a la sociedad civil mexicana y entre las fuerzas armadas regu-lares e irregulares, durante diez años, la cuestión de quién debía gobernar México oficial y real-mente. (Éste fue mi punto sobre “gobernanza”

4� Vol’skii, op. cit., 75-80, 141-156, 167-177, 194-198, 205-206; Ortega, Agrarnyi vopros, 30-42, 49-52, 77-79, 110-110, 113-117; José C. Valadés, Historia general de la Revolución Mexicana, 10 vols. (Ciudad de México: M. Quesada Brandi, 1963-67), VI, 298-299, 303-304, 306-309, 311, VII, 43, 145-153, 157-194; Friedrich Katz, Deutchland, Diaz und die mexikanische Revolution: die deutsche Politik in Mexiko, 1870-1920 (Berlín: deutscher Verlag der Wissenschaften, 1964); Robert F. Smith, The United States and Revolutionary Nationalism in Mexico, 1916-1932 (Chicago: Univer-sity of Chicago, 1972), 23-228; Lorenzo Meyer, Mexico and the Uni-ted States in the Oil Controversy, 1917-1942 (Austin: University of Texas, 1977), 3-148; Emilio Zebadúa, Banqueros y revolucionarios: la soberanía fi nanciera de México (Ciudad de México: Colegio de México, 1994), 137-155, 168-222. The new “Thirthy Years War”: Arno Mayer, Why Did the Heavens Not Darken? The “Final Solu-tion” in History (Nueva York: Pantheon, 1988), 19-20, 30-33.

hace tiempo). El régimen porfiriano había entra-do en crisis años antes de 1910, sobre todo porque el ejército y las altas finanzas no podían ponerse de acuerdo sobre la sucesión del muy viejo presi-dente Díaz. Los conflictos armados disponibles en torno a su crisis probablemente no habrían sido mejores que un retiro y una sucesión presi-denciales para proteger el feo y profundamente inestable compromiso entre los imperialistas, los militares mexicanos y las facciones financie-ras mexicanas. Los líderes de la Revolución en 1910, tan burgueses como el régimen que iban a derrocar, conectados a los Estados Unidos, apo-yados por la Standard Oil, en el mejor de los ca-sos luchaban por establecer en México lo que en su ilusión liberal imaginaban una democracia de hombre blanco, la cual (razonaban) resolvería la crisis inmediata y garantizaría un futuro al orden democrático burgués para el progreso capitalista de México. De hecho, y sobre todo, su manejo de la crisis tenía el fin de proteger un feo y profun-damente inestable compromiso entre los Estados Unidos, el Reino Unido y las facciones militares-financieras mexicanas, 1911-1912. Pero su Revo-lución provocó también mucha agitación popular en torno a una gran expectativa de justicia; no un nuevo programa nacional, sólo justicia mediante un renovado respeto nacional a la vieja constitu-ción liberal. En términos populares, la reparación de incontables agravios judiciales y políticos par-ticulares que ciudadanos desfavorecidos, frustra-dos, despojados, maltratados o explotados habían sufrido, no como clases, sólo como individuos, fa-milias o comunidades.5 Aun así, la expectativa de justicia fue contagiosa en todas las clases.6

Dado que la Revolución no tenía entonces sufi-ciente organización política para hacer compro-misos firmes, menos para satisfacer las esperan-zas burguesas o populares, mucho menos para impartir justicia duradera a las quejas burguesas o populares, su primer gobierno no podía durar.

5� Valadés, op. cit., I, II; Alan Knight, The Mexican Revolution, 2 vols. (Cambridge: Cambridge University, 1986). I; Friedrich Katz, De Díaz a Madero: orígenes y estallido de la Revolución Mexicana (Ciudad de México: Editorial Era, 2008). Sobre la ilusión liberal: W.E.B. Dubois, The Souls of Black Folk (Chicago: A.C. McClurg & Co., 1903); idem, John Brown (Filadelfi a: G.W. Jacobs and Com-pany, 1909); Domenico Losurdo, Liberalism: a counterhistory (Londres: Verso, 2011).6� Ej., Mariano Azuela, Los de abajo: novela de la revolución meji-cana [1915] (Madrid: Espasa-Calpe, 1930); Álvaro Obregón, Ocho mil kilómetros en campaña [1917], 3ª. ed. (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1960), 4-32; Francisco Bulnes, El verdade-ro Díaz y la revolución [1920] (Ciudad de México: Editora Nacional Edinal, 1960), 335-430; Gabriel Gavira, Su actuación Político-Mili-tar Revolucionaria, 2ª. ed. (Ciudad de México: Talleres Tipográfi -cos de A. del Bosque, 1933), 5-69; José Vasconcelos, Ulises criollo: La vida del autor escrita por él mismo, 6ª. Ed. (Ciudad de México: Ediciones Botas, 1936); Alberto J. Pani, Apuntes autobiográfi cos, 2 vols. (Ciudad de México: Manuel Porrúa, 1951), I, 17-166; Porfi rio del Castillo, Puebla y Tlaxcala en los Días de la Revolución (Ciudad de México: Imprenta Zavala, 1953); Michael C. Meyer, Mexican Rebel: Pascual Orozco and the Mexican Revolution, 1910-1915 (Lincoln: University of Nebraska, 1967), 9-93; James D. Cockcroft, Intellec-tual Precursors of the Mexican Revolution (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1969), 3-158; Paul Friedrich, Agrarian Revolt in a Mexican Village (Englewood Cliff s: Prentice-Hall, 1970, 43-68; Héctor Agui-lar Camín, La frontera nómada: Sonora y la Revolución Mexicana (Ciudad de México: Siglo XXI, 1977), 19-273; Ian Jacobs, Ranchero Revolt: The Mexican Revolution in Guerrero (Austin: University of Texas, 1982), 3-97; Ángeles Mendieta Alatorre, Juana Belén Gutié-rrez de Mendoza (1875-1942): Extraordinaria precursora de la Revo-lución Mexicana (Cuernavaca: Impresores de Morelos, 1983), 15-26, 43-45-47, 63-65, 83-103, 123-153; Douglas W. Richmond, Venustia-no Carranza’s Nationalist Struggle, 1893-1920 (Lincoln: University of Nebraska, 1983), 1-42; Gonzalo N. Santos, Memorias, 5ª. ed. (Ciu-dad de México: Grijalbo, 1984), 13-65; Ricardo Corzo Ramírez et al., …nunca un desleal: Cándido Aguilar (1889-1960) (Ciudad de Méxi-co: Colegio de México, 1986), 136-137; David LaFrance, The Mexi-can Revolution in Puebla, 1908-1913: The Maderista Movement and the Failure of Liberal Reform (Wilmington: Scholarly Resources, 1989); Thomas Benjamin and Mark Wasserman, eds., Provinces of the Revolution: Essays on Mexican Regional History (Alburquerque: University of New Mexico, 1990); David W. Walker, “Homegrown Revolution: The Hacienda Santa Catalina del Álamo y Anexas and Agrarian Protest in Eastern Durango, México, 1897-1913”, Hispa-nic American Historical Review, LXXII, 2 (mayo, 1992), 239-273; Oscar Flores Torres, Burguesía, militares y movimiento obrero en Monterrey, 1909-1923: revolución y comuna empresarial (Monte-rrey: Universidad Autónoma de Nuevo León, 1993), 19-72; Ana Lau y Carmen Ramos, eds., Mujeres y Revolución, 1900-1917 (Ciudad de México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1993), 25, 30-34, 177-208; William K. Meyers, Forge of Progress, Crucible of Revolt: Origins of the Revolution in La Comar-ca Lagunera, 1880-1911 (Alburquerque: University of New Mexico, 1994); Alicia Villaneda, Justicia y Libertad: Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, 1875-1942 (Ciudad de México: Documentación y Estu-dios de Mujeres, 1994), 17-57: Mónica Blanco, Revolución y contien-da política en Guanajuato, 1908-1913 (Ciudad de México: Colegio de México, 1995); Friedrich Katz, The Life and Times of Pancho Villa (Stanford: Stanford University, 1998), 14-189; Francie R. Chassen de López, From Liberal to Revolutionary Oaxaca, The View from the South: Mexico, 1867-1911 (University Park: Pennsylvania State University, 2004) 351-537; Mario A. Aldana Rendón, Manuel M. Dié-guez y la revolución mexicana (Zapopan: Colegio de Jalisco, 2006), 23-92; Ana Lau Jaiven, “Las mujeres también fueron a la Revolu-ción”, en Patricia Galeana, ed., Impacto de la Revolución Mexicana (Ciudad de México: Siglo XXI, 2010), 91-112.

Los jefes revolucionarios locales rehusaron ha-cer justicia y rápidamente hicieron planes para sí mismos, algunos para su propia gente, y en las provincias del norte y el sur algunos se alzaron contra el gobierno revolucionario. Los imperia-listas, los generales y los banqueros sabían que el nuevo gobierno no podía durar y pronto formaron facciones para complotar tanto contra las otras como contra el gobierno, cada una abocada a dar el golpe decisivo en su propio beneficio. El derro-camiento del gobierno provino de una detestable e impugnada mezcla de varios movimientos y maniobras imperialistas, militares, financieras, políticas y populares.

En 1913-1914, la Revolución tuvo una contra-rrevolución contra la cual concentrar sus diver-sas fuerzas. Y desde sus varias bases y ángulos, todas estas fuerzas —militares, políticas y diplo-máticas— actuaron contra la contrarrevolución, su gobierno y su ejército —el viejo ejército regu-lar. Confiscaron propiedades, obtuvieron présta-mos forzosos, recaudaron sus propios impuestos, eventualmente suficientes para organizar verda-deros ejércitos revolucionarios. Importa crucial-mente que estas fuerzas permanecieran separa-das, agrupadas en facciones, no realmente unidas, ni siquiera en coaliciones duraderas militar, polí-tica o diplomáticamente. Una vez que la Fuerza Naval de los Estados Unidos tomó Veracruz para favorecer a la coalición revolucionaria que Wash-ington consideraba afín a los intereses estaduni-denses, la coalición de Carranza, militarmente organizada como Ejército Constitucionalista, la cual se robusteció por la adhesión de otras, y se fortaleció mucho más gracias al ingreso petrole-ro de Veracruz condonado por los Estados Uni-dos. Así que esta coalición obtuvo la enemistad de las otras dos grandes coaliciones revolucio-narias: la División del Norte (dn) comandada por Villa, y el Ejército de Liberación del Sur (els) con su jefe Zapata. Estas tres fuerzas continuaron sus campañas contra la contrarrevolución, todas más fuertes que antes, más separadas que antes, al menos en su mayor parte, hasta después de la capitulación de la contrarrevolución, cuya derro-ta final fue lograda por todas ellas a mediados de 1914. El Ejército Constitucionalista, siendo enton-ces el más rico, llegó primero a disolver el viejo ejército y ocupar la Ciudad de México. El intento de la coalición carrancista de imponer su autori-dad sobre las otras dos las impactó, las presionó hasta que juntas intentaron en 1914-1915 organi-zar la primera representación nacional de la Re-volución, una “Convención Soberana” para hacer una nueva constitución, normas para realizar los “ideales… de mejoramiento [democrático] social y político…” de la Revolución. La Convención se deshizo en la guerra civil revolucionaria de 1915-1916, los villistas y los zapatistas se volvieron a separar, y el Ejército Constitucionalista ganó su-ficiente terreno como para que la coalición de Ca-rranza clamara creíblemente autoridad nacional, obtuviera reconocimiento de los Estados Unidos y, pese a las resistencias villistas, zapatistas y algunas contrarrevolucionarias, pudo escenifi-car elecciones nacionales para tener su propia convención nacional y redactar las reglas de un nuevo Estado liberal más poderosamente aser-tivo.7 Esta convención fue mucho más allá de las expectativas de Carranza, mucho más allá que el viejo liberalismo mexicano, jurando, en febre-ro de 1917, una constitución con artículos sobre la propiedad productiva y el trabajo asalariado sociológicamente mediados (notablemente como las posiciones del Partido Progresista de los Es-tados Unidos).8 Ni la nueva constitución ni la

7� Valadés, op. cit., III, IV, V, VI, 1-61; Luis F. Amaya C., La Sobe-rana Convención Revolucionaria, 1914-1916 (Ciudad de México: F. Trillas, 1966); Meyer, Mexican Rebel, 94-175; Womack, Zapata, 159-266; Richmond, op. cit., 43-164; Linda B. Hall, Álvaro Obregón: Power and Revolution in Mexico, 1911-1920 (College Station: Texas A & M University, 1981), 38-162; Alicia Hernández Chávez, “Mili-tares y negocios en la Revolución Mexicana”, Historia mexicana, XXXIV, 2 (octubre 1984), 181-212; ídem, “El zapatismo: una gran coalición nacional popular democrática”, en Javier Garciadiego, ed., Zapatismo: origen e historia (Ciudad de México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2009), 17-51; Knight, op. cit., II, 1-469; Katz, Villa, 193-614; Aldana Rendón, op. cit., 92-274; Francisco Pineda Gómez, La revolución del sur, 1912-1914 (Ciudad de México: Ediciones Era, 2005), 469-529; ídem, Ejército Libertador, 1915 (Ciudad de México: Ediciones Era, 2013), 38-85, 132-151, 177-178, 201-216, 242-246, 250-255, 266-272, 288-291, 302-305, 317-321, 369-373, 379-382.8� Felipe Tena Ramírez, Leyes fundamentales de México, 1808-1967, 3ª. ed., rev. (Ciudad de México: Porrúa, 1967), 606-629, 745-881; H.N. Branch, “The Mexican Constitutionn of 1917 compared with the Constitution of 1857”, Annals of the American Academy of

revolución mexicana

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la revolución mexicana: qué hizo, qué hizo posible y qué no hizo

políticos revolucionarios pequeño-burgueses (en muchos casos inicialmente por las buenas o por las malas, mediante el saqueo, pero a menudo vueltos respetables después por parientes y abo-gados); la democratización del machismo, del lema agrarista la tierra es de quien la trabaja al engrei-miento de cualquier hombre de que la mujer es de quien la manda; más impresionante, la formación de un nuevo ejército nacional. Estos cambios pro-fundos, serios algunos de ellos, han sido sacados a la luz por los historiadores sociales en los últimos 40 años.

Pero éstos son cambios revolucionarios sólo en el sentido más general. Algunos historiadores los han confundido con la Revolución mexicana como tal. Pero no fueron cambios revoluciona-rios mexicanos específicos; son solo el tipo de cambios que cualquier fuerza poderosa desenca-denaría, cambios que, por ejemplo, cualquier gran innovación tecnoeconómica, digamos la máquina de vapor, la transmisión eléctrica a larga distan-cia, los combustibles derivados del petróleo, o cualquier gran innovación dietética de altas calo-rías (caña de azúcar, papas, maíz), cualquier gran invención médica (como los medicamentos contra la viruela o la fiebre amarilla), o cualquier racha de desastres naturales, o plagas, o hambrunas, desencadenarían; cualquier guerra civil grande desbandaría al ejército derrotado y haría que los victoriosos crearan un nuevo ejército. Cualquier guerra intensa por ferrocarril en México habría traído entonces todos estos cambios, incluyendo la creación de un nuevo ejército nacional.

Lo que está implicado aquí es lo que hizo la Re-volución mexicana a la Revolución mexicana, lo que la especificó, lo que la hizo especial, “la Re-volución Mexicana”. La clave es la conexión conti-nuamente cambiante, doblemente contradictoria siempre, entre las fuerzas burguesas y las fuer-zas populares del México de entonces, conexión de fuerzas impulsadas por tres clases en colabo-raciones y conflictos continuamente repetidos. Como en tandas de cooperación y contención naturalmente repetidas, en mutua obsesión, ac-cionadas por una Wechselwirkung [interacción] loca, por una “salvaje corriente alterna”, esto fue realmente la lucha de clases en México entonces, capitalistas, trabajadores propietarios y prole-tarios en una lucha doble, en ambas juntos y en contra de los otros, en una dialéctica imperialista continuamente trenzada, en la que ninguna fuer-za subsumía a la vieja dinámica, tomara control de la torsión, diera el giro hacia una nueva direc-ción definida y ascendiera para escribir una nue-va historia mexicana.11

En las luchas de poder y en las esperanzas re-surgentes, convergentes, divergentes, reconcilia-doras, antagónicas, la Revolución mexicana trans-currió la mayor parte de la década como si las fuerzas burguesas movieran a las fuerzas popula-res, extraídas de trabajadores propietarios y pro-letarios. En muchas situaciones diferentes, geo-gráficas, económicas y sociales, contemporáneas y sucesivas, la conexión fue mayormente directa, mutuamente reforzante y efectiva entre la fuerza revolucionaria explotadora de clase, la fuerza re-volucionaria autoexplotadora de clase y el liderato definitivamente superior, esto es, liderato burgués y seguidores propietarios. Aun así, estos seguido-res, subordinados, subalternos oficiales literales, fueron intermediarios socialmente estratégicos, líderes en sí mismos, quienes por sus propias ra-zones se habían vuelto voluntarios bajo un man-do general y se movilizaron entre sus vecinos propietarios y, proletarios urbanos, industriales y rurales.12 Esta fue la fuerza en movimiento de

11� Cfr. V.I. Lenin, “El slogan del ‘Desarme’ [octubre 1916]”, en sus Obras Completas, 45 vols. (Moscú: Editorial Progreso, 1960-70), XXIII, 94-104; ídem, “Lectura de la Revolución de 1905 [marzo 1917]”, ibid., XXIII, 236-253; ídem, “Cartas desde lejos: Primera Carta [marzo 1917]”, ibid, XXIII, 297-308; ídem, “Das Militärpro-gramm der proletarischen Revolution”, Jugend-Internationale, No. 9 y 10 (septiembre y octubre 1917), 4-6, 3-4, respectivamente; Leopold H, Haimson, The Russian Marxists and the Origins of Bol-shevism (Cambridge: Harvard University, 1955), 99-101; Georges Haupt, L’historien et le mouvement sociale (París: Maspero, 1980), 237-266; Stathis Kouvelakis, “Lenin as Reader of Hegel; Hypothe-ses for a Reading of Lenin’s Notebooks on Hegel’s The Science of Logic”, en Stanislav Budgen et al., eds., Lenin Reloaded: Toward a Politicos of Truth (Durham: Duke University, 2007), 164-205; Étienne Balibar, “The Philosophical Moment in Politics”, ibid, 207-221. Sobre corriente alterna salvaje: Wayne Kilcollins, Mainte-nance Fundamentals for Wind Technicians (Clifton Park: delmar, 2012), 7-8. 12� “Subalterno”, en Harry T. Peck, ed., New Websterian 1912 Dictionary, rev. (Nueva York: Syndicate Publishing Company, 1912), 801; “Subaltern”, en J.A. Simpson y E.S.C. Weiner, eds., The

elección del jefe de la coalición carrancista como presidente pacificó a los villistas, los zapatistas y los contrarrevolucionarios. Los carrancistas mismos rápidamente se dividieron en nuevas facciones, cada una tramando su propia sucesión presidencial en 1920. La que triunfó, en una nue-va coalición a favor de Obregón, lo hizo mediante rebelión, favorecida por los Estados Unidos y en alianza con sobrevivientes zapatistas y algunos contrarrevolucionarios.9 Aunque nadie podría ha-berlo dicho entonces, éste fue el arreglo final de la Revolución, después del cual la historia económi-ca, política y social sería nueva.

Había sido una gran, larga Revolución, cierta-mente una década de grandes, duras, violentas luchas por el poder. La lamentación de las quizá 250�000 muertes en acción militar, probablemen-te muchas más por enfermedades causadas por la guerra, más otras 400�000 por la epidemia global de influenza en 1918-1919, fue muy dolorosa para la mayoría de los mexicanos hacia 1920.10 De he-cho, hacia el tiempo del arreglo el imperialismo de los Estados Unidos era más fuerte que nunca en México; las fuerzas armadas dirigidas (ofi-cialmente o no) por grandes empresarios mexi-canos apoyados por los Estados Unidos seguían peleando entre ellas para decidir las elecciones nacionales a favor de sus propios intereses; con todo y los discursos y decretos revolucionarios y los nuevos artículos constitucionales desde 1910, la única reforma sustantiva para los desposeídos y explotados que una fuerza revolucionaria había hecho realmente en diez años, la restitución de las viejas tierras agrarias a las comunidades de la re-gión zapatista por el els, había sido desecha con perjuicio extremo por el nuevo ejército nacional constitucionalmente legitimado. Pero aun así, no menos significativo, las promesas que los revolu-cionarios habían hecho continuamente, así fuera sólo para superar a sus rivales, habían revivido las esperanzas burguesas de independencia na-cional respecto de los Estados Unidos, esperan-zas burguesas de una democracia como la de los Estados Unidos (liberal o progresista) para ellos mismos, y esperanzas populares de justicia para las clases explotadas.

Toda esta Revolución, Revolucionamiento, Re-volucionización, trajo algunos cambios notables en la sociedad mexicana. Ejemplos: la huida de al-gunas familias de la élite al exilio en los Estados Unidos o en Europa; la huida de los jerarcas cató-licos al exilio; la huida de muchas familias burgue-sas de la provincia a la Ciudad de México; la migra-ción de muchos proletarios a trabajar en las indus-trias del transporte, la manufactura y la agricultu-ra de los Estados Unidos, escasas de mano de obra, o en los nuevos campos petroleros mexicanos; la pesada nueva carga sobre las mujeres trabajado-ras migrantes sin vínculos consanguíneos, o de-jadas atrás para cuidar a los viejos y a los niños; muchos más hombres no blancos (algunos no sólo indios sino también con adn africano profundo); el enriquecimiento de los alguna vez generales y

Labor, held at Baltimore, Md., 13 a 25 de noviembre, 1916 (Washing-ton: Law Reporter Printing, 1916), 55-64, 385-389; John Murray, “Behind the Drums of Revolution”, The Survey, 2 de diciembre, 1916, 241, 243; Rosendo Salazar y José G. Escobedo, Las pugnas de la gleba, 1907-1922, dos partes en una (Ciudad de México: Editorial Avante, 1923), I, 193-200; Amos R. E. Pinchot, History of the Pro-gressive Party, 1912-1916 [1927-36] (Nueva York: New York Univer-sity, 1958) 7-71, 218-223; Lincoln Stephens, The Autobiography of Lincoln Stephens, 2 vols. en uno (Nueva York: Harcourt, Brace and Company, 1931), 715-740; Eugene M. Tobin, Organize or Perish: America´s Independent Progressives, 1913-1933 (Nueva York: Gre-enwood, 1986), 9-10, 67-73; Nancy P, Pinchot, “Amos Pinchot: Rebel Prince”, Pennsylvania History, LXVI, 2 (Primavera, 1999), 180-191. The best light now on Molina’s confusion: Antonio Azuela, “El pro-blema con las ideas que están detrás”, en Emilio Kouri, ed., En bus-ca de Molina Enríquez: Cien años de “Los grandes problemas nacio-nales” (Ciudad de México: Colegio de México, 2009), 79-125; y Alejandra Núñez Luna, “Las aportaciones del jurista sobre la pro-piedad de las aguas: Del rey a la nación”, ibid., 127-227. On Consti-tutionalism re Labor in 1916-17: William Suárez-Potts, The Making of Law: The Supreme Court and Labor Legislation in Mexico, 1875-1931 (Stanford: Stanford University, 2012), 110-180. 9� Valadés, op. cit., VI, 62-392, VII, 1-92; Womack, Zapata, 266-370; Meyer, Mexico and the United States, 75-148; Richmond, op. cit., 98-237; Alicia Hernández Chávez, “Militares y negocios en la Revolución Mexicana”, Historia Mexicana, XXXIV, 2 (octubre 1984), 181-212; ídem, “El zapatismo: una gran coalición nacional popular democrática”, en Javier Garciadiego, ed., Zapatismo: ori-gen e historia (Ciudad de México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2009), 17-51; Knight, op. cit., II, 469-516; Linda B. Hall, Oil, Banks and Politics: The United States and Post-Revolutionary Mexico, 1917-1924 (Austin: Univer-sity of Texas, 1995); Katz, Villa, 615-715. 10� Melvin Small y J. David Singer, Resort to Arms: International and Civil Wars, 1816-1980, 2ª ed. (Beverly Hills: Sage, 1982), 227, 238, 254, 278; Valadés, op, cit., VII, 81-83, 108-109; Womack, “The Mexican Revolution”, 138, 153.

Political and Social Science, Supplement LXXIII (mayo 1917), 1-116; Ignacio Marván Laborde, “Los constituyentes abogados en el Con-greso de 1916-1917”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, XXV (2013), 319-340; Duncan M. Kennedy, “Three Globalizations of Law and Legal Thought: 1850-2000”, en David Trubek y Álvaro Santos, ed., The New Law and Economic Development: A Critical Appraisal (Cambridge: Cambridge University, 2006), 19-46. Consti-tutionalist Sociology and law re property: Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales [1909] (Ciudad de México: Edi-torial Era, 1978); ídem, Esbozo de los primeros diez años de la revo-lución agraria de México (1910-1920), 5 vols. (Ciudad de México: Talleres Gráfi cos del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 1933-37), V, 112-120, 143-162, 167-192; Luis Cabrera, “Compañía Agrícola, Industrial, Colonizadora, Limitada del Tlahualilo, S.A., contra el Gobierno Federal de la República Mexi-cana” [1909], en sus Obras completas, 4 vols. (Ciudad de México: Ediciones Oasis, 1972-75, 347-361, 365-386, 394-395; ídem, “La reconstitución de los ejidos de los pueblos como medio de suprimir la esclavitud del jornalero mexicano [1912]”, Ibid., I, 137-165; Stan-ley F. Shadle, Andrés Molina Enríquez, Mexican Land Reformer of the Mexican Revolutionary Era (Tucson: University of Arizona, 1994), 21-75; Emilio H. Kouri, “Interpreting the Expropiation of Indian Pueblo Lands in Porfi rian Mexico: The Unexamined Legacies of Andrés Molina Enríquez”, Hispanic American Historical Review, LXXXII, 1 (febrero 2002), 90-104. The main antecedents the Cons-titutionalists mistook to justify their work on property, Article 27: “Fuero Juzgo [654/1241], en Esteban Pinel y Alberto Aguilera y Velasco, eds., Colección de códigos y leyes de España: Primera sec-ción, códigos antiguos, 4 vols. (Madrid: Francisco Roig, R. Labajos, 1865-66), I, 52; Castile, Laws, “Aquí comienza la Primera Partida [1256 ff ]”, Los códigos españoles, concordados y anotados, 12 vols., 2ª ed. (Madrid: Antonio de San Martín, 1872), II-1, xiv, 327-328, 489-490; Robert I. Burns, ed., Las Siete Partidas [1252-1284], 5 vols. (Filadelfi a: University of Pennsylvania, 2001-12), II, 273, 376-377; Frances G. Davenport, ed., European Treaties on the History of the United States and its Dependencies, 4 vols. (Washington: Carne-gie Institution, 1934), I, 9-26, 56-83, III, 223-231; Alfonso García Gallo, ed., Cedulario indiano, recopilado por Diego de Encinas [1596], 4 vols. (Madrid: Cultura Hispánica, 1945), I, 58-60; Francis-co Martínez Marina, Ensayo histórico-crítico sobre la Antigua legislación y principales cuerpos legales de los reynos de León y Castilla, especialmente sobre el código d D. Alonso el Sabio, conoci-do con el nombre de las Siete Partidas (Madrid: La Hija de D. Joa-quín Ibarra, 1808), 43-44, 52-53, 57-61, 122-123, 137-140, 317-320; “Bienes…”, en Joaquín Escriche, Diccionario razonado de legisla-ción y jurisprudencia [1831], 2ª ed., 3 vols. (Bogotá: Editorial Témis, 1998), I, 712, 727-731; “Dominio…”, ibid., II, 129-132; “Patri-monio…”, ibid., III, 395; “Propiedad”, ibid., III, 512-513; “Realengo”, ibid., III, 555; “República”, ibid., III, 601. Cf. Otto Gierke, Political Theories of the Middle Age (Cambridge: Cambridge University, 1900); Adhémar Esmein, “L’inaliénabilité du domaine de la Couron-ne devant les États Généraux du xvie siècle”, en Paul Oertmann et. al., Festschrift Otto Gierke, zum siebzigsten Geburstag, dargebracht von Schülern, Freunden un Verehren (Weimar: Hermann Böhlaus Nachfolger, 1911), 361-381; William W. Buckland, A Text-Book of Roman Law from Augustus to Justinian (Cambridge: Cambridge University, 1921), 107-111, 174-181, 183-191, 201-202, 206-213, 258-261, 275-277, 331-356, 504-512; Ernst H. Kantorowicz, “Inalienabi-lity: A Note on Cannonical Practice and the English Coronation Oath in the Thirteenth Century”, Speculum, XXIX, 3 (julio 1954), 488-502; J.P. Canning, “The corporation in the political thought of the Italian jurists of the thirteenth and fourteenth centuries”, His-tory of Political Thought, I, 1 (1980), 9-32; Daniel Lee, “Private Law Models for Public Law Concepts: The Roman Law Theory of Domi-nium in the Monarchomach Doctrine of Popular Soverignty”, Review of Politics, LXX (2008), 370-399. The jurisprudence they mostly followed, but did not cite: Jacinto Pallares (d. 1904, no Revo-lutionary, or revolutionary), ed., Legislación federal complementa-ria del derecho civil mexicano (Ciudad de México: Ramón F. Rive-roll, 1897); idem, Curso completo de derecho mexicano, o exposición fi losófi ca, histórica y doctrina de toda la legislación mexicana, 2 vols. (Ciudad de México: I. Paz, 1901). U.S. Progressivism then ideo-logically interesting in Mexico: e.g., Lester F. Ward, Dynamic Socio-logy; or Applied Social Science, as based upon Statical Sociology and the Less Complex Sciences, 2 vols. (Nueva York: D. Appleton and Company, 1883); idem, Applied Sociology: A Treatise on the Conscious Improvement of Society by Society (Boston: Ginn and Company, 1906; Richard T. Ely y George R. Wicker, Elementary Principles of Economics, together with A Short Sketch of Economic History (Nueva York, Macmillan, 1904); Richard T. Ely, “La division del trabajo”, La Iberia, Agosto 27, 1910; idem, “Las organizaciones obreras”, ibid., septiembre 6, 7, 8, 1910; “Lo que es el Sistema de las organizaciones”, ibid., septiembre 22, 1910; Roberto A. Esteva Ruiz, “El derecho público internacional en México”, Diario de Jurisprudencia, septiembre 11, 1911, 70; National Progressive Con-vention, A Contract with the People: Platform of the Progressive Party, adopted at its fi rst National Convention, Chicago, August 7, 1912 (Nueva York: Progressive National Committee, 1912); Wesley N. Hohfeld, Fundamental Legal Conceptions as applied in Judicial Reasoning [1913], and Other Legal Essays (New Haven: Yale Univer-sity, 1919), 23-64; “A New Frontier”, Mexican Herald, marzo 24, 1914; “The Socialization of the Common Law: Professor Pound’s Lowell Institute Lectures”, The Green Bag, abril 1914, 166-170; Ros-coe Pound, The Spirit of the Common Law (Boston: Marshall Jones Company, 1921); “Sociología económica”, El Correo Español, mayo 18, 1914; “Refl exiones: la civilización y el progreso social” y “Nota editorial: Después del desastre, el meliorismo”, ibid., mayo 22, 1914; “Por mayoría ayer se aprobó el artículo trece”, Mexican Herald, marzo 27, 1915; “Carranza Sends Commission to U.S. to Study the Laws Regulating the Oil Industry”, New York Call, mayo 14, 1915; “Mexican Oil Wealth Great Lure to Wealthy Interventio-nists”, ibid., junio 7, 1915; José Vázquez Schiaffi no, “Memoria rela-tive al viaje efectuado a los Estados Unidos de América, por una parte del personal de la Comisión Técnica del Petróleo [septiembre, 1915]”, Boletín del Petróleo, II, 6 (diciembre 1916), 505-534; “Sec-ción editorial: Lo que signifi ca para México la Reelección de Wil-son”, El Pueblo, (diciembre 1916). Why the congeniality of (some) U.S. Progressivism and Mexican Constitutionalist reformism: Charles A. Hale, The Transformation of Liberalism in Late Nine-teenth-Century Mexico (Princeton: Princeton University, 1989); Gillis J. Harp, Positivist Republic: Auguste Comte and the Recons-truction of American Liberalism, 1865-1920 (University Park: Penn-sylvania State University, 1995), 109-209; Barbara H. Fried, The Progressive Assault on Laissez Faire: Robert Hale and the First Law and Economic Movement (Cambridge: Harvard University, 2001). Direct U.S. Progressive-Mexican Constitutionalist political connec-tions, 1916: Crystal Eastman, The Mexican-American League (Nue-va York: n.p., 1916); “’La Unión Americana contra el Militarismo”’ Trabaja Activamente Para ver [sic] de Evitar Decorosamente la Guerra”, El Pueblo, 23 de junio, 1916; “Los Delegados se van direc-tamente a Washington”, ibid, 4 de julio, 1916; Atl a Luis R. 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Mucho más importante para las entonces tres coaliciones revolucionarias mayores fue la otra excepción secundaria, el movimiento laboral. En esta crisis importó poco que en la división eco-nómica del trabajo en México, vastamente rural todavía, mayormente agrícola, sólo una pequeña fracción fuera proletaria en servicios urbanos, minas, molinos, fábricas, transporte, plantas de electricidad, campos petroleros. Lo que impor-taba era su poder industrialmente estratégico, cuánto poder específico tenían en su trabajo para parar la producción en cuántos departamentos de la matriz de producción nacional y así desa-fiar (más o menos) el orden de seguridad nacio-nal existente (lo que hubiera de él). De todas es-tas organizaciones obreras en el país en 1914, en muchas ciudades y pueblos diferentes, en muchas industrias diferentes, en muchas situaciones po-líticas diferentes, sin organización nacional, los sindicatos tenían poder estratégico industrial en alrededor de 15 lugares militarmente críticos (es-tratégicos como puertos o talleres ferroviarios). Entre ellos, sin sorpresa, la plaza más importan-te era la Ciudad de México, el Distrito Federal, considerando sus suburbios. Ahí, a principios de 1915, bajo una rápida ocupación constituciona-lista con Obregón como comandante en jefe, los sindicatos sufrieron un cisma crítico. Muchos de-talles altamente reminiscentes de las traiciones excitadas por la guerra de 1914 en los movimien-tos laborales europeos son parte de la historia de este cisma en el movimiento obrero mexicano pero no son pertinentes aquí. Analíticamente es suficiente resumir: algunos sindicatos aceptaron de Obregón una oferta difícil de rehusar: servi-cio militar constitucionalista en sus propios “Ba-tallones Rojos”, con pago de salarios normales a sus miembros y derechos de veteranos al regre-sar a sus empleos al triunfo del constitucionalis-mo sobre las fuerzas villistas y zapatistas; otros sindicatos, políticamente independientes, recien-temente unidos en una federación del Distrito Federal, no aceptarían la oferta, y a lo largo de 1915 desafiaron sucesivos puestos de mando en la ciudad en medio de la guerra civil revolucionaria, gran inflación, comercios vacíos y tifoidea, reali-zando cuatro grandes huelgas por reconocimien-to contractual, salarios y condiciones de trabajo, la mayoría de las cuales ganaron.15 De estos sin-

parroquia de Tizayuca, México., Tlálpam, Santo Tomás la Palma y San Pablo, todas en el Distrito Federal, y desde 1896 notorio gua-dalupano: “El cumplimiento Pascual en la Cárcel de Tlálpam”, El tiempo, 19 de junio 1895; “Instalación de la Junta Guadalupana”, Voz de México, 17 de octubre, 1896; “Actualidades”, ibid., 14 de abril, 1897, “La gran peregrinación obrera al Santuario de Ntra. Sra. De Guadalupe”, El Tiempo, 2 de junio, 1900; “Misiones”, ibid., 6 de mayo, 1902; “El colmo de la mala fe”, El País, 5 de julio, 1902; Aviso religioso”, Voz de México, 21 de agosto, 1906; “Religioso”, El Tiempo, 21 de octubre, 1906; “Más de cincuenta mil almas han pre-senciado la entrada del nuevo arzobispo de México”, El Tiempo, 12 de febrero, 1909; “Las Bodas de Plata del señor Pbro. D. Modesto Basurto”, El Tiempo, 6 de octubre, 1909; “Los nuevos Canónigos en la Catedral”, Correo Español, 11 de febrero, 1910; “El señor Pbro. Aguilar celebra sus bodas de plata”, El Tiempo, 6 de abril, 1910; “Honras fúnebres por el eterno descanso del alma del señor Pbro. Don Modesto Basurto”, ibid., 11 de febrero, 1911; “Fue recibido con indescriptible entusiasmo la venerada imagen de Nuestra Señora de los Remedios en Catedral”, El País, 19 de abril, 1912; “No se ha nombrado nuevo srio. De la Sagrada Mitra”, ibid., 17 de marzo, 1915; “Notes of the Passing Day”, Mexican Herald, 5 de abril, 1914; El Canónigo Benavides Gob. De la Mitra”, ibid., 17 de marzo, 1915; “Está en Veracruz el Sr. Vicario Paredes”, ibid., 22 de marzo, 1915. 15� Para completar, según mis cuentas, diecisiete, ver Guay-mas, Guadalajara, Juárez, Monterrey, Tampico, San Luis Potosí, Torreón, Aguascalientes, Irapuato, Celaya, Veracruz, Orizaba, Puebla, Apizaco, Rincón Antonio, Salina Cruz y Ciudad de México: Departamento de Guerra de los Estados Unidos, Ofi cina del Jefe de Estado Mayor, División del Colegio de Guerra, Staff General, No. 21, Monograph on Mexico (Washington: Government Printing Offi ce, 1914), 97-121, 157-180; [George Marvin?] “What War with Mexico Means”, World’s Work, agosto 1916, 427-429; y War Map of Mexico (Garden City: World’s Work, n.d. [1916]. The Red Batta-lions: Dr. Atl al Primer Jefe, 1 de marzo, 1915, Archivo Histórico de la Defensa Nacional (en adelante AHDN), XI/481.5/97/627; John Murray, “Labor Unionism Sweeping Mexico”, New York Call, 2 de abril, 1915; ídem, “Mexico May be the First Socialist Republic…”; ídem, Murray in Trench as Bullets Sing”, ibid., 2 de mayo, 1915; idem, “When Diaz Ruled Mexico it was slavery and death for wor-kers. Under Carranza the workers strike and get the moral support of the Constitutionalists”, ibid., 19 de mayo, 1915; idem, “When We Take a City, You Organize Workers, Carranza Tells Unions”, ibid., 20 de mayo, 1915, agradezco a Jenny Kastner las copias de los seis últimos documentos; idem, “Behind the Drums”; Eliseo López Rabela e Ismael E. Sonoqui, “Informe que rinde la comi-sión nombrada para investigar las cuentas del compañero Jesús Torres Polo, ex tesorero de la Casa del Obrero Mundial”, 5 de abril, 1915, Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Secretaría de Gobernación (en adelante G), 99-35; Comité Revolucionario de la Casa del Obrero Mundial de México a Eliseo Arredondo, 10 de junio, 1915, AHDN, XI/481.5/316/240; Salazar y Escobedo, op. cit., I, 92-113, 119.125, 137-142, 153-162; Ramírez Plancarte, op. cit., 325, 355-362, 371-372; Cunningham, op. cit., 311-334, 341-365; Ali-cia Hernández Chávez, “Los Batallones Rojos y Obregón, un pac-to inestable”, manuscrito, Simposio Denominado Gral. Emiliano Zapata Salazar y el Problema Campesino, 30 de noviembre, 1979.

mente por mucho tiempo en escala nacional, no pudieron crear un poder nacional, y la alianza carrancista las destruyó por separado y una tras otra. El Ejército Constitucionalista de Operacio-nes comandado por Obregón destruyó a la dn en 1915. El Ejército Constitucionalista de Oriente comandado por González destruyó al els en 1916. Las fuerzas norteñas y sureñas sobrevivientes (en los años por venir) no pudieron poner en peli-gro por sí mismas al nuevo régimen de dirección burguesa de 1917.

Que en 1915-1916 fue cuando la Revolución dio su giro crítico contra un proyecto popular po-pulista, a favor de un proyecto burgués progre-sista, es una vieja observación. La observación es correcta respecto de que el giro fue entonces esencial para hacer de la Revolución lo que resul-tó ser. Pero no es correcta si significa que el giro no fue más que asunto de capacidades político-militares comparadas, pues en tal sentido signi-ficaría que el giro no fue realmente crítico, sino inevitable, ya inscrito en las cartas de clase, de modo que la Revolución terminaría inevitable-mente en el arreglo constitucional de 1917. Cier-tamente fue el giro crítico de la Revolución, pero en un sentido más profundo, de modo que tomó otros cuatro años para concluir en el acuerdo de liquidación de cuentas espurio de 1920. Para entender lo que fue realmente la distintiva, defi-nitiva crisis de 1915-1916 se requiere un análisis más allá de las fuerzas villistas, zapatistas y ca-rrancistas. Y aquí exigen consideración las otras dos excepciones revolucionarias porque, aunque ambas fueron secundarias en cuanto a compro-miso revolucionario en 1915-1916, pudieron haber hecho una diferencia crítica, histórica.

Ambas excepciones fueron movimientos socia-les inevitablemente metidos en política, uno de cierta laicidad católica; el otro, totalmente dife-rente, de un cierto movimiento obrero. Los oríge-nes de ambos son anteriores a la Revolución. Sus terríficas y entonces incomprensiblemente com-plejas historias, demasiado complejas, demasia-do diferentes para tratarlas aquí, involucraron tantas contradicciones que ni la Iglesia ni el mo-vimiento laboral, nacionalmente, habrían toma-do a estos movimientos como aproximadamente representativos de ellos durante la Revolución. El clero y los laicos tomaron diversas actitudes (a menudo en mutua discordia) hacia las diferentes facciones revolucionarias, aunque más acordes en su enemistad radical hacia la coalición cons-titucionalista, 1914-1917. Si solo por esta razón, para no entrar en otros asuntos como doctrina, conciencia y voluntad de Dios, los entonces bien organizados católicos sociales de la Ciudad de México, incluyendo a los fieles que doblaron las campanas por la ocupación de la ciudad por el els (el miércoles 25 de noviembre de 1915) y sus regimientos aprovisionados con el estandarte de Guadalupe y los medallones de la Virgen María que ostentaban, bien pudieron haber organizado en 1915 el Partido Popular de México y un mo-vimiento zapatista clandestino con poderosos, probablemente críticos efectos en 1916, de serias consecuencias mucho después.14

14� Jorge Prieto Laurens, Cincuenta años de política mexica-na: Memorias políticas (Ciudad de México: Editora Mexicana de Periódicos, Libros y Revistas, 1968), 10-30, 34, 37-41, 49-52; Jean Meyer, La cristiada, 3 vols. (Ciudad de México: Siglo XXI, 1973), II, 54-100; Manuel Ceballos Ramírez: El catolicismo social: un tercero en discordia: Rerum Novarum, la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911) (Ciudad de México: Colegio de México, 1991), 270-416; Javier Garciadiego Dantan, Rudos contra científi cos: La Universidad Nacional duran-te la Revolución mexicana (Ciudad de México: Colegio de México, 1996), 60, 141, 204, 218, 229, 300, 327, 331-332, 337-338; Katz, Villa, 45-47, 51-52, 233-234, 236-237, 266-267, 404-409, 426-428, 446-448. The ELS’s fi rst entrance into the city: “Han entrado ya a la capital las tropas surianas”, Mexican Herald, 25 de noviem-bre, 1914; “Capital Quiet under Rule of the Zapatistas”, ibid., 26 de noviembre, 1914; “Emiliano Zapata with His Staff Arrive in Capi-tal”, ibid., 28 de noviembre, 1914; Francisco Ramírez Plancarte, La ciudad de México durante la revolución constitucionalista, 2ª ed. (Ciudad de México: Ediciones Botas, 1941), 246-252; Gustavo Casasola, et., Historia gráfi ca de la Revolución Mexicana, 1900-1970, 2ª ed. 10 vols., (Ciudad de México: Trillas, 1973), III, 928. The DN-ELS parade into the city, the ELS against Guadalupan: “60,000 Troops to Make Entry into Capital Today”, Mexican Herald, 6 de diciembre 1914; “Troops from North and South Parade in Capital”, ibid., 7 de diciembre, 1914; Ramírez Plancarte, op. cit., 271-278; Casasola, op. cit., III, 942; Christopher G. Cunningham, “The Casa del Obrero Mundial and the Mexican Revolution: Radical Ideolo-gy and the Role of the Urban Worker in Mexico City, 1912-1916”, Disertación Ph.D. (Universidad de Toronto: Departamento de Historia, 1978), 274-447; Pineda Gómez, La revolución, 515. The individual likeliest most responsible for the Church’s welcome of the ELS and its Guadalupan entry, Fr. Pedro Benavides Lira, enton-ces canónigo y tesorero de la Catedral Metropolitana de la Arqui-diócesis de la Ciudad de México y secretario de la Sagrada Mitra ahí, en efecto el vicario diocesano general, antiguo párroco de la

la revolución maderista, como después la fuer-za en movimiento revolucionaria carrancista, 1910-1915. Entonces irrumpió la excepción sobre-saliente, la guerra civil Revolucionaria, 1914-16, cuando la Revolución burguesa-propietaria per-dió una parte crítica, cuando por su propia fuerza y contra el liderato burgués, algunos jefes subor-dinados fuertes, el jefe mayor Villa, alió a la dn con el els, y amenazó desde adentro con conver-tir a la Revolución en “revolución social” popular, populista. La alianza popular villista-zapatista, dn-els, fracasó en 1915-1916 —el mayor fracaso, el más significativo, de la Revolución—. Pero la nueva coalición revolucionaria burguesa propie-taria, aunque dominante sobre las viejas y nuevas facciones disidentes revolucionarias y las persis-tentes facciones contrarrevolucionarias, no vol-vió a recuperar el control burgués del liderato de la Revolución, 1916-1920. El arreglo de 1920 fue en consecuencia definitivo y espurio.

Debido a las contradicciones esenciales, mu-tuamente interferentes, dialécticas, mutuamente accionantes, entre las grandes luchas por el poder de la Revolución, las continuamente resurgentes esperanzas burguesas de democracia burguesa, y las incongruentes esperanzas populares de jus-ticia, justicia propietaria, justicia proletaria, a lo largo de toda la década, la crisis de 1915-1916 requiere especial reflexión. Reflexionar sobre esto no es negar la significación de otros sucesos, conflictos, momentos revolucionarios. Es tratar de entender cómo, en la coyuntura dinámica to-tal de la época, imperialismo, guerra mundial, grandes revoluciones en otras partes (ejemplos: Turquía, China, Rusia), la crisis de 1915-1916 fue la diferencia esencial de la Revolución mexicana.

El análisis reflexivo de esto considera espe-cialmente cuatro excepciones revolucionarias, dos grandes fuerzas, dos movimientos secunda-rios. Las dos excepciones principales, la fuerza villista y la fuerza zapatista, surgieron original-mente de la revolución maderista. Fueron excep-cionales no sólo por su sorprendente afirmación de independencia (para el escandaloso disgus-to de la burguesía), sino mucho más por luchar como fuerzas populares, no con propósitos bur-gueses, sino por la justicia propietaria y prole-taria, principalmente por el derecho a la tierra, los villistas idealmente en igualdad individual, los zapatistas idealmente en solidaridad comuni-taria. A fin de entender la importancia de estas fuerzas en la Revolución, la mayoría de los histo-riadores ha estudiado sobre todo sus programas, pero importa más cómo ellas se comportaron en la guerra civil. La mayor fuerza de ambas, mili-tarmente, en contingentes, logística, disciplina, armamento, movilidad, rango de operaciones y duración de la acción, fue la dn de Villa, pro-bablemente el ejército revolucionario regular más grande en la historia de América Latina. Gracias a Katz los historiadores conocen ahora mucho de esto, incluyendo, como Katz lo explicó brillantemente, la debilidad central de la dn: que para mantener unidas sus columnas, mantener su impulso revolucionario, no podía cumplir su reforma agraria.13 La otra fuerza —el Ejército Li-bertador del Sur dirigido por Zapata— era más pequeña, localizada, mucho menos móvil pero más coherente, consistente, intensiva, intensa y subversiva, siempre basada en Morelos, por eso no más extendida que replicada o adaptada en las provincias vecinas. Dada su lucha en las planta-ciones de azúcar en Morelos, los molinos en los campos ahí, y las villas de las que los hacenda-dos había tomado las tierras y obtenido fuerza de trabajo, las villas mismas aprovisionaban al els, sus cuarteles podían hacer justicia agraria colectiva a algunos trabajadores propietarios y proletarios, tenían todas las buenas razones para hacerlo y lo hicieron. Si estas dos excepcionales fuerzas hubieran cooperado en acciones serias en 1914-1915, probablemente hubieran dividido a la fuerza carrancista de dirección burguesa, dada la Convención Soberana, con un poco de tiempo para intentar realizar una mancomunidad agra-ria nacional. Pero precisamente debido a sus bases y organización diferentes, diferencias en las que fueron tan lejos como pudieron en 1915, fueron incapaces de cooperar política o militar-

Oxford English Dictionary, 2a ed., 20 vols. (Oxford: Clarendon, 1989), XVII, 13.13� Katz, Villa, 287-308, 358, 807. Sobre las contradicciones de Villa: ibid., 211, 236-238, 249, 403-414, 474-475, 541, 803, 808.

revolución mexicana

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mente, esta Comuna de la Ciudad de México hubiera fracasado, habría hecho una tremenda diferencia histórica en la Revolución y su memo-ria popular. Supongamos que fracasó. Considé-rense sus efectos en la convención constitucio-nal, programada para noviembre de 1916; y si la convención se hubiera realizado y emitido una constitución burguesa-propietaria en 1917, pién-sese en la remembranza de esa Comuna de 1916 en la crisis de sucesión de 1920. La Comuna de París fracasó. Igual la insurrección de Pascua en Irlanda en abril de 1916. Pero dejaron poderosas memorias, vívidas, indelebles a lo largo del siglo xx, de fuerza popular revolucionaria en acción, en combate, por la fundación de repúblicas na-cionales democráticas, socialmente comprome-tidas.20 Como una premonición menor, distan-te, de la fatal gran Entente del Euro-Armisticio de 1918-19 impuesto por los Estados Unidos, la coalición burguesa-propietaria de 1917-18 del Presidente Carranza dependía no solo del nue-vo Ejército Nacional, sino también de la milicia estratégica y de los sindicatos de transportistas, cuya memoria de la Comuna los habría vuelto aún más desleales de lo que realmente fueron en la crisis de 1920.

Que una Comuna de la Ciudad de México en 1916, incluso el potencial de constituir ahí el nú-cleo de una república mexicana nacional, demo-crática y social, es demasiado para tomarla en cuenta, irrazonable, fuera de la cuestión, algo que exuda fantasías izquierdistas juveniles, va direc-to a mi punto. Considerarlo es demasiado para cualquier propósito práctico. Pero sirve, no obs-tante, para hacer una reflexión histórica válida y plantear mi argumento.

Primero, suscita preguntas interesantes, cues-tiones guía, sobre la crisis de 1915-1916: ¿qué hubiera sido necesario para que esta clase de acción revolucionaria, acción revolucionaria ra-dical, ocurriera? No importan el pobre Ricardo Flores Magón, el pobre Juan Sarabia, o el verda-deramente heroico Lázaro Gutiérrez de Lara.21 No

zapatistas” y “Vendían parque a los zapatistas,” El Nacional, 8 de julio, 1916; “Fueron detenidos unos espías zapatistas,” ibid., 28 de julio, 1916. Cfr. La vieja anarco-confusión propugnada en México en 1915-16, ej., Miguel Mendoza L. Schwerdtfeger, ¡Tierra libre! (Ciudad de México: Secretaría de Fomento, 1915); Ricardo Flores Magón, “La barricada y la trinchera,” Regeneración (Los Ange-les), 20 de noviembre, 1915; idem, “La necesidad del momento”, ibid., 8 de enero, 1916; idem, “¡Venganza!” ibid., 26 de agosto, 1916; “Manifi esto al Pueblo Mexicano [Tlaltizapan, junio 1916], ibid., 26 de noviembre, 1916, todo en Armando Bartra, ed., Regeneración, 1900-1918: La corriente más radical de la Revolución de 1910 a tra-vés de su periódico de combate (Ciudad de México: HADISE, 1972), respectivamente 451-452, 462466, 485, 488-495; Comité Central, La Confederación del Trabajo de la Región Mexicana, “Declaración de Principios…, Pacto de Solidaridad [13-14 de marzo, 1916],” en Salazar y Escobedo, Las pugnas, 179-180; “Programa de reformas [18 de abril, 1916],” op. cit., 459-463; con V.I. Lenin, “Socialism and War: The Attitude of the R.S.D.L.P. towards the War [julio-agosto 1915],” Collected Works, XXI, 295-338; idem, “The Socialist Revolution and the Right of Nations to Self-Determination [ene-ro-febrero 1916],” ibid., XXII, 143-156; idem, “The Discussion on Self-Determination Summed Up [julio 1916],” ibid., XXII, 353-358; idem, “The Military Program of the Proletarian Revolution [sep-tiembre 1916],” ibid.., XXIII, 77-87; idem, “Letters from Afar: Fifth Letter, The Tasks Involved in the Building of the Revolutionary Proletarian State [26 de marzo/8 de abril, 1917],” ibid., XXIII, 340-342; idem, “The Tasks of the Proletariat in the Present Revolution [4-5/17-18 de abril, 1917],” ibid., XXIV, 19-26.20� Karl Marx, The Civil War in France [1871] (Nueva York: Inter-national Publishers, 1940), 58-64, 81-82, 85-86; Edward S. Mason, The Paris Commune: An Episode in the History of the Socialist Move-ment (Nueva York: Macmillan, 1930). Noticias mexicanas sobre la rebelión en Irlanda: “Sangrientos Motines Tienen Lugar en la Ciudad de Dublín, Donde Gran Número de Civiles Sostiene Nutrido Tiro-teo con las Fuerzas del Gobierno,” “Las Calles de Dublín continúan siendo teatro de acontecimientos trágicos,” “En la capital de Irlanda ondea el pabellón republicano” y “La Ciudad de Dublín Recobra su Perdida Calma,” El Pueblo, 26, 28 y 29 de abril y 2 de mayo, 1916. Cfr. Thomas Darragh [¿Roddy Connolly?], “Revolutionary Ireland and Communism,” Communist International, serie vieja No. 10-11 (junio-julio 1920), columnas 2281-2294. Memory, fi delity, and for-titude: V.I. Lenin, “Karl Marx: A Brief Biographical Sketch with an Exposition of Marxism [1913],” Collected Works, XXI, 78; Haupt, op. cit., 45-76; George Jackson, “Interview,” “P.S. On Discipline,” and “On Withdrawal,” The Black Panther, 28 de agosto, 1971, 6-8, 13-17, 19; Priscilla Metscher, Republicanism and Socialism in Ireland: A Study in the Relationship of Politics and Ideology from the United Irishmen to James Connolly, 2a ed. (Dublín: Connolly Books, para ser publicado en May 2016); Finbar Cullen, “Commemorating the 1916 Rising: Taking stock,” Socialist Voice, marzo 1916, http://www.communistpartyofi reland.ie/sv/07-rising.21� Lázaro Gutiérrez de Lara y Edgcumb Pinchon, The Mexi-can People: Their Struggle for Freedom (Nueva York: Doubleday, Page & Co., 1914); John L. Donnelly et al., Proceedings of the Sixth Annual Convention of the Arizona State Federation of Labor, held at Clift on, Arizona, 6 a 10 de agosto, 1917 (Miami [Ariz.]: Conven-tion City, 1918), 78, 11-13, 34, 36-38, 44-46, 48, 54-56, 58-59, 63-65; “Mexican Agitator Killed in Sonora,” Copper Era and Morenci Lea-der, 8 de febrero, 1918; “Freed in Gun Plot, Held in Draft Case,” Los Angeles Herald, 16 de febrero, 1918; “El leader socialista Gutiérrez de Lara, promotor de levantamientos entre los Yaquis, fue capturado y fusilado,” El Informador, 8 de marzo, 1918; Gail H. Stimson, The Rise of the Labor Movement in Los Angeles (Ber-keley: Universidad de California, 1955), 226-233, 305-310, 321-

Considérese lo que hubiera ocurrido en la Re-volución si un Batallón Rojo se hubiera amoti-nado y pasado a pelear como batallón zapatista, algo de lo cual ocurrió.18 Mucho más importante: considérese si el Sindicato Mexicano de Maqui-nistas del ferrocarril local del Distrito Federal, o mejor el sme, o mejor ambos, hubieran organiza-do células clandestinas de resistencia anticons-titucionalista en el distrito, coordinados con los cuarteles del els para acciones decisivas, si hubieran convertido una huelga económica ge-neral del distrito en huelga política de masas en demanda no sólo de un nuevo gobierno nacional popular sino de la nacionalización de la tierra, inhabilitado al mando constitucionalista de la capital y abierto la ciudad para ser retomada por el els, con el comité de huelga maquinistas-sme haciéndose cargo de la economía del distrito y los cuarteles del els decretando la nacionaliza-ción de la tierra en todo México, con comités de trabajadores agrícolas localmente electos que habilitaran a quienes tenían derecho, restitu-yeran a los desposeídos y distribuyeran tierra a quienes no la tenían.19 Aun si, más probable-

10 de agosto, 1916; “Fueron absueltos del delito de rebelión los obreros procesados,” ibid., 12 de agosto, 1916; “Queja de Emplea-dos Contra el Sindicato de Electricistas,” ibid., 15 de agosto, 1916; “Los Obreros Huelguistas Comparecerán Nuevamente ante el Con-sejo de Guerra,” ibid., 16 de agosto, 1916; “El Sindicato Mexicano de Electricistas rechaza varios cargos que se le hacen,” ibid., 21 de agosto, 1916; “Se efectuó el consejo de guerra de los obreros huelguistas,” ibid., 27 de agosto, 1916; “Ayer Fueron Restablecidos los Servicios Públicos que Quedaron en Suspenso al Estallar la Huelga” y “Durante el Movimiento Huelguísta, La Fábrica Nacio-nal de Armas no [sic] Interrumpió sus Labores,” El Demócrata, 3 de agosto, 1916; “Son muy graves las trascendencias de la huelga,” La Defensa, extra, 1 de agosto, 1916; “Hoy, a las cinco de la tarde, se promulgará la Ley Marcial en vista de que los obreros no cejan en su actitud,“ El Nacional, 1 de agosto, 1916; “A las doce y media se reanudaron todos los servicios públicos, entre ellos, los tran-viarios y eléctricos y el alumbrado,” ibid., 12 de agosto, 1916; “El Consejo de Guerra de los promotores de la última huelga se reunió hoy por la mañana,” ibid., 11 de agosto, 1916; “Ernesto H. Velasco fue sentenciado a sufrir la pena capital,” ibid., 28 de agosto, 1916; “Sección Telegráfi ca,” Periódico Ofi cial del Estado de Chihuahua, 5 de agosto, 1916; R.G. Cox, “A ‘Good’ Government in Action,” Regeneración, 28 de agosto, 1916; idem, “Benevolence on a Ram-page,” ibid., 16 de septiembre, 1916; idem, “The Real Carranza” y “Carranza Still at It,” Regeneración, 30 de septiembre, 1916; “Pro-medios de kilowatts-hora generados en la planta de Necaxa, en comparación con los acontecimientos políticos [febrero 1913-julio 1922],” Archivo de la Compañia de Luz y Fuerza Motriz de Méxi-co, cuya copia agradezco a Jonathan Schrag; Salazar y Escobedo, op. cit., I, 184-187, 200-208; Rosendo Salazar, Líderes y sindicatos (Ciudad de México: T.C. Modelo, 1953), 55-61; Valadés, op. cit., V, 364-381; Luis Araiza, Historia del movimiento obrero mexicano, 4 vols. (Ciudad de México: Editorial Cuauhtémoc, 1964-65), III, 138-177; Jacinto Huitrón, Orígenes e historia del movimiento obrero en México (Ciudad de México: Editores Mexicanos Unidos, 1974), 193-296; Cunningham, op. cit., 383-394; Berta Ulloa, Historia de la Revolución Mexicana, 1914-1917 (Ciudad de México: Colegio de México, 1983), 271-324; John Lear, Workers, Neighbors, and Citizens: The Revolution in Mexico City (Lincoln: Universidad de Nebraska, 2001), 320-340; Ariel Rodríguez Kuri, Historia del des-asosiego: La revolución en la ciudad de México, 1911-1922 (Ciudad de México: Colegio de México, 2010), 125-177.18� Antecedentes e instigación: “Coyoacán: le será aplicado el artículo 33 a Eloy Armenta,” El Diario, 31 de mayo, 1913; “Notes of the Passing Day,” Mexican Herald, 13 de junio, 1913; “Los que salen del país,” La Opinión, 2 de junio, 1913; “Se expulsarán a unos peli-grosos socialistas,” El Imparcial, 3 de junio, 1913; “Los que salen del país,” El Correo Español, 7 de junio, 1913; “El mitin socialis-ta,” Diario del Hogar, 7 de septiembre, 1914; “Notes of the Passing Day,” Mexican Herald, 31 de octubre, 1914; “Arrest of Director of Workingmen’s Society,” ibid., 1 de noviembre, 1914; “Los sindica-tos de Artes Gráfi cos y Sastres apoyan defi nitivamente la idea de la Casa del Obrero para ayudar a la Revolución,” El Pueblo, 8 de marzo, 1915; “Regocijo popular por los triunfos…Expulsión de un agitador,” ibid., 2 de octubre, 1915; “El movimiento obrero en Gua-najuato,” ibid., 10 de diciembre, 1915; [C.D. López] “Sociedades y sindicatos,” ibid., 15 de febrero, 1919; “Informe del Sr. J. Guilebal-do [sic] Nava al Director General de Consulados, Rafael Múzquiz, acerca de la fundación y actividades de la Casa Obrera Mundial, por el Sr. Eloy Armenta [15 de octubre, 1915], en Isidro Fabela, ed., Documentos Históricos de la Revolución Mexicana, 23 vols. en 10, más índice (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica/Editorial Jus, 1960-76), IV-1, 257-259; Ofi cial Mayor de Hacienda a Secretario de Gobernación, 4 de marzo, 1916, AGN, G, 5-67; y Lear, op. cit., 275-276.19� Este tipo de huelgas en: Karl Kautsky, Der Weg zur Macht: politische Betrachtungen über das hineinwachsen in die Revolu-tion, 2a ed., rev. (Berlin: Vorwärts, 1910). Reforma agraria: cfr. “Plan de Ayala [25 de noviembre, 1911],” en Josefi na E. de Fabe-la, ed., Documentos Históricos de la Revolución Mexicana (1970), XXI, 35-40; “Ley Agraria [26 de octubre, 1915],” ibid., XXI, 246-253; y “Programa de reformas político-sociales de la Revolución aprobado por la Soberana Convención Revolucionaria [18 de abril, 1916],” en Luis F. Amaya C., La Soberana Convención Revoluciona-ria, 1914-1916 (Ciudad de México: F. Trillas, 1966), 459-460; con V.I. Lenin, To the Rural Poor [1903], 2a ed., rev. (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1967); idem, The Agrarian Program-me of SocialDemocracy in the First Russian Revolution, 1905-1907 [1907] (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1954), 299-308; y D.A. Kolesnichenko, “Agrarnye proecty Trudovoi gruppy v I Gosudarstvennoi dume,” Istoricheskie zapiski, No. 82 (1968), 40-88. El ELS público y clandestino en la Ciudad de México, 1912-16: Ramírez Plancarte, op. cit., 333-334, 368-372; Mendieta Alato-rre, op. cit., 27-39, 65; Pineda Gómez, La revolución, 32, 268277, 292-293, 296-298, 518-522, 526-529; idem, Ejército, 105-110, 182-183, 187, 195-201, 204-205, 214, 276, 279288, 359; y ej., “Acúsan-las de enviar armas a los del Sur,” Mexican Herald, 6 de octubre, 1915; “Notas de México… Fueron aprehendidas las hijas de Paulino Martínez,” El Pueblo, 18 de octubre, 1915; “Aprehensión de espías

dicatos independientes, el más estratégico indus-trialmente fue el de Luz y Fuerza de la Ciudad de México, el Sindicato Mexicano de Electricistas (sme), organizado en diciembre de 1914 durante la ocupación de la capital por el els, bajo cierto entendimiento (secreto) con Zapata, el cual evi-dentemente se mantuvo bajo la ocupación consti-tucionalista después de agosto de 1915, sindicato técnicamente capaz, como lo demostró más de una vez, de cortar la fuerza motriz del transpor-te mecanizado, de servicios públicos vitales y de casi toda la industria moderna en el Distrito Fe-deral.16 Del 31 de julio al 2 de agosto de 1916, du-rante la Expedición Punitiva de los Estados Uni-dos contra Villa en Chihuahua, el sme golpeó de nuevo al poder, parando los servicios modernos y la producción del distrito, más ofensivamente (si bien brevemente) las fábricas de pólvora y muni-ciones del ejército nacional en la Ciudad de Méxi-co. El mando constitucionalista orilló al sindicato a terminar la huelga, significativamente median-te órdenes, amenazas horrendas, despliegue de fuerzas armadas y arrestos, no baño de sangre.17

16� Indicios de un entendimiento SME-ELS: Libros de Actas del Sindicato Mexicano de Electricistas, I, 14 de diciembre, 1914, 6 y 13 de febrero, 13, 16 y 21 de abril, 2 de junio, 11 y 13 de agosto, 1915, II, 17, 20 y 24 de noviembre, 1, 2, 6, 18, 21, 22 y 29 de diciembre, 1915, 8 de enero, 19 de febrero, 1 de marzo, 1916; L. Ochoa y E. Velasco a José Colado, 22 de diciembre, 1914, AGN, Departamento de Traba-jo (en adelante DT), 31/2/7/11; C.B. Vilchis, Informe confi dencial, 13 de marzo, 1914 [sic por 1915], AGN, G, 8-32; J. Guilibaldo Nava al Secretario de Gobernación, 5 de octubre, 1915, AGN, G, 177-89; “En las minas no se registraron daños”, Mexican Herald, 6 de mayo, 1915; “Durante dos horas toda la ciudad careció de luz”, ibid., 9 de julio, 1915; “Á última hora”, ibid., 20 de julio, 1915; “El servicio de los eléctricos se normaliza”, ibid., 21 de julio, 1915; “Tres poblacio-nes en poder del General Amado Azuara”, ibid., 8 de agosto, 1915; “Quedó arreglada la huelga gral. de electricistas” y “La huelga gral. paralizó ayer muchos servicios”, ibid., 14 de ahosto, 1915; “Las concesiones a los electricistas”, ibid., 12 de agosto, 1915; “Se inte-rrumpió el servicio de luz y fuerza”, ibid., 15 de septiembre, 1915; “Luz y energía de las plantas de la capital”, ibid., 16 de septiem-bre, 1915; “Fue recuperada Necaxa por el Gral. A. González” y “Se reanudaron los servicios de luz y agua”, ibid., 29 de septiembre, 1915; “Los últimos triunfos de las armas constitucionalistas”, El Pueblo, 30 de septiembre, 1915; “Regocijo popular por los triunfos obtenidos en Torreón, Necaxa y Viesca”, ibid., 2 de octubre, 1915; “Sindicato Mexicano de Electricistas”, ibid., 15 de diciembre, 1915; “Un agitador trató de provocar una huelga entre los empleados de la Compañía de Tranvías”, ibid., 29 de marzo, 1916; Pablo Gonzá-lez, “Parte ofi cial rendido por el General Pablo González, sobre los combates sostenidos contra fuerzas zapatistas, con motivo de la recuperación de la plaza de México, efectuada en el mes de Julio de 1915 [12 de julio, 1915]”, en Juan Barragán, Historia del Ejército y de la Revolución Constitucionalista, 2 vols. (Ciudad de México: Antigua Librería Robredo, 1946), II, 609; ídem, “Parte ofi cial de las operaciones militares llevadas a cabo por el Cuerpo de Ejército de Oriente desde el 17 de julio hasta la reocupación de la Ciudad de México, el 2 de agosto de 1915 [2 de agosto, 1915]”, ibid., II, 611-617; ídem, “Informe, que el General de División Pablo González, rinde al C. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Consti-tucionalista y Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación, sobre su gestión en la parte administrativa, como General en Jefe del Cuerpo de Ejército de Oriente y con motivo de la recuperación y ocupación de la Ciudad de México y poblaciones cercanas [diciem-bre 1915]”, en Pablo González [Jr.], El centinela fi el del constitu-cionalismo (Saltillo: Editorial Alfonso Reyes, 1971), 411-414, 426, 431, 433, 435-436; Graham Fulton al Secretario de Gobernación, 8 de julio, 1916, AGN, G, 205-54; ídem al Secretario de Gobernación, 14 de julio, 1916, AGN, G, 205-53; ídem al Secretario de Gober-nación, 26 de julio, AGN, G, 206-41; Subsecretario de Comunica-ciones al Secretario de Guerra, 28 de julio, 1916, ibid.; Fulton al Secretario de Gobernación, 4 de septiembre, 1916, AGN, G, 221-64; Hernández Chávez, “Los batallones rojos”, 3-4, 12-15, nn 5, 22, 24, 25, 27; ídem, “El zapatismo, 38-41; David G. LaFrance, “Lucas and the Mexican Revolution, 1910-1917”, en Guy P.C. Thomson con David G. LaFrance, Patriotism, Politics, and Popular Liberalism in Nineteenth-Century Mexico: Juan Francisco Lucas and the Puebla Sierra (Wilmington: Scholarly Resources, 1999), 294-300. 17� Entre fuentes abundantes, Secretario de Justicia a Secre-tario de Gobernación, 13 de junio 1916, AGN, G, 15753; Ignacio López Bancalari a Lugo, 24 de junio y 24 de julio, 1916, AGN, Departamento de Trabajo (en adelante DT), 31/2/11/14; Director del Departamento de Trabajo a Gerente General de la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz, 27 de junio, 1916, ibid.; B.G. Hill a Subsecretario de Fomento, 20 de julio, 1916, AGN, DT, 34/1/13/2; Graham Fulton a Secretario de Gobernación, 26 de julio, 1916; Libro de Actas del Sindicato Mexicano de Electricistas, II, 26 de julio, 16 de octubre, 1916; “La Confederación de sindicatos exige para los trabajadores a partir del día de hoy, el pago de salarios a base de oro,” El Pueblo, 22 de julio, 1916; “Sindicatos obreros,” ibid., 23 de julio, 1916; “Las clases laboriosas no deben divorciarse en su conducta económica, del gobierno de la revolución,” ibid., 25 de julio, 1916; “Obreros de la metrópoli: Volved sobre vuestros pasos,” “Los obreros de México no han tenido plena conciencia de su conducta legal,” y “Conceptos del ciudadano Primer Jefe que deben tener presentes los obreros,” ibid., extra, 1 de agosto, 1916; “Ayer, a Medio Día, Fueron Reanudados los Servicios Públicos que se Encontraban en Suspenso a Causa de la Huelga,” ibid., 13 de agosto, 1916; “Á propósito de la huelga,” “El noventa por ciento de los obreros declarados en huelga se ha presentado ya a reanudar sus labores,” y “Se Fija la Jornada de Ocho Horas de Trabajo para los Obreros de los Ferrocarriles Constitucionalsitas,” ibid., 4 de agosto, 1916; “La Opinión Pública y la Huelga” “Los Enemigos de la Patria Siempre Serán de los Obreros,” y “Está terminada la averi-guación judicial contra los obreros huelguistas,” ibid., 5 de agosto, 1916; “¿Huelga……[sic] Política?,” “La “Última Huelga,” “Nombra-ron defensor los obreros detenidos,” y “Con motivo de la huelga,” ibid., 6 de agosto, 1916; “Sobre el mismo tema,” “Una entrevista con los obreros de Puebla a propósito de la huelga,” “Terminó el proceso de Ernesto Velasco y Luis Harris,” y “Está Próximo el Con-sejo de Guerra de los Huelguistas,” ibid., 8 de agosto, 1916; “Hoy se efectuará el consejo de guerra de los obreros huelguistas,” ibid.,

la revolución mexicana: qué hizo, qué hizo posible y qué no hizo

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de la reforma pretérita, de modo que no pudieron siquiera ver el nuevo socialismo, mucho menos entenderlo, organizar para él, luchar por él.

Así que aquí está lo más significativo que la Revolución mexicana realmente hizo, sus po-sibilidades más significativas, la dinámica de su época, incluyendo sus propias luchas, lo que abrió, y las posibilidades más significativas que no realizó, que ni siquiera se encaminó a realizar. Destruyó el viejo arreglo imperialista sobre Mé-xico y el viejo régimen de México. En la dinámica global de su época, preponderantemente la Gran Guerra, abrió inmensas posibilidades revolucio-narias, despejó caminos para conducir hacia la nueva fase moderna de la lucha de clases a tra-vés del capitalismo. No entró verdaderamente en esos caminos, en ese tipo de lucha. Permaneció con mucho en el largo siglo xix. No entró al breve pero asombroso siglo xx.�•

John Womack, Jr.Widener 46Universidad de Harvard28 de octubre de 2015.Deo gratias. ©John Womack, Jr.

Traducción: Ramón Cota Meza

no de ellos o cualquiera otro con su experiencia, valor, inteligencia y compromiso popular, com-promiso “social” básicamente, fue más allá de la “revolución social” del siglo xix —viejo, buen anarquismo utópico (ni siquiera anarcosindica-lismo)—. En 1915-1916, mucho menos después, ninguno de ellos dio un paso firme o pronunció una palabra clara sobre un rompimiento decisi-vo, definitivo, con el capitalismo en México, por una revolución todavía proletaria y propietaria entonces ahí, pero clara, intencional, definitiva-mente enfilada hacia un nuevo socialismo del si-glo xx.25 ¿Qué tan diferentes debieron haber sido para preverla, organizarla y tratar de hacerla? ¿Qué habrían hecho diferente?

Estas cuestiones son interesantes porque ata-ñen a la historia de la que estos hombres sur-gieron, la historia que los formó y limitó. La reflexión suscita en este punto cuestiones apre-miantes sobre esta historia, México, 1870-1910: qué hubo en ella para impedir que estos hombres desarrollaran no sólo una alienación valerosa, de gran corazón, del capitalismo y su burguesía, sino una inteligencia clara, crítica, del capita-lismo, de modo que descartaran fantasías de re-formarlo y lucharan por una revolución, para ir deliberadamente más allá, hacia la creación del nuevo socialismo. Esta historia no estuvo escasa de héroes populares, campeones valerosos de la justicia popular. Pero no tuvo nada claro contra el capitalismo, por el socialismo pos capitalista.26 Yo argumentaría que los problemas esenciales de esta historia fueron entonces el liberalismo, su doblez, complacencia, mendacidad, hipocresía, engreimiento, y el catolicismo por su pusilánime adaptación al capitalismo, su franca avenencia con el capitalismo y el orgullo burgués.27 Esta historia inculcó en la generación de hombres que hicieron la revolución algún tipo de obediencia radicalmente extraviada a su pasado fatal, dema-siada confianza en él, una confianza irrevocable en la reforma, una incapacidad para asumir la gracia redentora de la alienación, para liberarse

México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2010), 520-529, 536-542; México, Secretaría de la Cámara de Senadores del Congreso de la Unión, 2a. Comisión de Guerra, XXXIV Legislatu-ra, “Hoja de Servicios del General de Brigada Manuel Palafox Yba-rrola,” 24 de noviembre, 1931, 1485/70; Araiza, op. cit., III, 21, 45, 65-66, 69, 72, 76-77, 100, 177, IV, 37-39, 42, 47-49, 95-98; Jeff rey K. Lucas, The Rightward Drift of Mexico’s Former Revolutionaries (Lewiston: Edwin Mellen, 2010), 57-239; Elisa Servín, “Reclaiming Revolution in Light of the ‘Mexican Miracle’: Celestino Gasca and the Federacionistas Leales Insurrection of 1961,” The Americas, LXVI, 4 (abril 2010), 527-557.25� Paul Zierold, “Die Revolution in Mexiko,” Die Neue Zeit, XXIX, 2 (1911), 396-402; idem [translator], “Suicides in the Army,” International Socialist Review, XV, 4 (octubre 1914), 254; “Progress in Mexico,” ibid., XV, 8 (febrero 1915), 508; Jacinto Huitrón Chavero y Luis Méndez al Congreso Anarquista de Lon-dres, 8 de julio, 1914, en Huitrón , op. cit., 242-246; idem, ibid., 299-304; Linn A.E. Gale, “Mex [sic] Socialists Join Commune [sic] Party,” Butte Daily Bulletin, 22 de septiembre, 1920; Andrei [Pestkovsky] a Dorogoi Druzhya, 8 de diciembre, 1924, RGASPI, 495-108-39, agradezco a Miles V. Rodriguez; Vol’skii [Pestkovsky], op. cit., 168-176, 187-206; Woog, “Chiff res et Materiaux,” 164-169, 212-220; Stirner [Woog], “Rapport Politique,” 15 de septiembre, 1929, pp. (renumeradas) 76-90; Kheifets, op. cit., 49-50, 112-121, 130-133, 139-162, 177-190, 338-358. Cfr. Pineda Gómez, La revolu-ción, 450; idem, Ejército, 261-288, 302-305, 316-321 y, por ejem-plo, V. I. Lenin, “Letters on Tactics [abril 1917],” Collected Works, XXIV, 44-51; idem, “From a Publicist’s Diary [14 de septiembre (1), 1917],” ibid., XXV, 294-304; idem, “The Proletarian Revolution and the Renegade Kautsky [octubre-noviembre 1918],” ibid., XXVIII, 294-304, 311-315; Alexander V. Chayanov, The Theory of Peasant Economy [1924-28] (Madison: University of Wisconsin, 1986), 1-28; Mancur Olson, The Logic of Collective Action: Public Goods and the Theory of Groups (Cambridge: Universidad de Harvard, 1965); Eric R. Wolf, Peasants (Englewood Cliff s: Prentice-Hall, 1965), 77-95; Harold Wolpe, “Capitalism and Cheap Labour-Power in South Africa: From Segregation to Apartheid,” Economy and Society, I, 4 (1972), 425-456; idem, “Introduction,” en idem, The Articulation of Modes of Production: Essays from Economy and Society (London: Routledge & Kegan Paul, 1980), 1-45.26� Cfr James Connolly, Labour in Irish History (Dublín: Maunsel and Co., 1910); Priscilla Metscher, James Connolly and the Recon-quest of Ireland (Minneapolis: MEP Publications, 2002); idem, “James Connolly and the Wider Class Politics of 1916,” Marxism-Leninism Today, marzo 1916, http://mltoday.com/article/2387.27� Liberalism: Judith N. Shklar, The Faces of Injustice (New Haven: Universidad de Yale, 1990); Walter B. Michaels, The Trou-ble with Diversity: How We Learned to Love Identity and Ignore Inequality (Nueva York, Henry Holt, 2006); Carole Pateman and Charles W. Mills, Contract & Domination (Cambridge: Polity, 2007); Losurdo, op. cit.; Karen E. Fields and Barbara J. Fields, Racecraft: The Soul of Inequality in American Life (London: Ver-so, 2012); Adolph Reed, Jr., “Marx, Race, and Neoliberalism,” New Labor Forum, XXII, 1 (Winter 2013), 49-57. Catholicism: Jean-Michel-Alfred Vacant, Études théologiques sur les constitutions du Concile du Vatican d’après les actes du Concile, 2 vols. (París: Delhomme et Briguet, 1895), I, 134-145, 298-303, II, 256-262; Gerald A. McCool, Catholic Theology in the Nineteenth Century: The Quest for a Unitary Method (Nueva York: Seabury, 1977); Hans U. von Balthasar, The Glory of the Lord: A Theological Aesthetics, 7 vols. (Edinburgh: T. and T. Clark, 1982), V, 21-29; Fergus Kerr, Aft er Aquinas: Versions of Thomism (Malden: Blackwell, 2002); idem, Twentieth-Century Catholic Theologians: From Neo-Scho-lasticism to Nuptial Mysticism (Malden: Blackwell, 2007).

importa Luis N. Morones, el Samuel Gompers de México.22 No importa el charlatán Dr. Atl.23 ¿Qué acerca de Antonio Villarreal (y sus hermanas), o Manuel Palafox, o Antonio Díaz Soto y Gama, o Jacinto Huitrón, o Celestino Gasca?24 Ningu-

323; Eugenio Martínez Núñez, Juan Sarabia: Apóstol y mártir de la Revolución Mexicana (Ciudad de México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1965); Cockcroft, op. cit., 180, 202, 224; Huitrón, op. cit., 74-75, 227; W. Dirk Raat, Revoltosos: Mexico’s Rebels in the United States, 1903-1923 (Colle-ge Station: Texas Universidad A & M, 1981), 17, 21, 25-27, 47-54, 58-59, 80-87, 106, 118-119, 121, 191, 193, 212; José C. Valadés, El joven Ricardo Flores Magón (Ciudad de México: Editora Extempo-ráneos, 1983);Juan L. Sariego Rodríguez, Enclaves y Minerales en el Norte de México: Historia social de los mineros de Cananea y Nueva Rosita, 1900-1970 (Ciudad de México: Centro de Investiga-ciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1988), 132-134, 152, 159-160; Carlos Macías Richard, Vida y temperamento: Plutarco Elías Calles, 1877-1920 (Hermosillo: Instituto Sonorense de Cultura, 1995), 231-232; Philip J. Mellinger, Race and Labor in Western Copper: The Fight for Equality, 1896-1918 (Tucson: Uni-versidad de Arizona, 1995), 89,142, 154173, 197; F. Arturo Rosales, ed., Testimonio: Documentary History of the Mexican-American Struggle for Civil Rights (Houston: Arte Público, 2000), 217; Clau-dio Lomnitz, The Return of Comrade Ricardo Flores Magón (New York: Zone Books, 2014).22� Araiza, op. cit., III, 59-60, 108-111, 114, 131, 187-189, IV 12-55; José Ortiz Petricioli, El compañero Morones: Biografía de un gran líder (Ciudad de México, Costa-Amic, 1968).23� Referencias sobre Atl, su cultura y el impostor: André Arn-yvelde [André Lévy], “La Courtisane,” L’Illustration théatrale: Journal d’actualités dramatiques, No. 41 (27 de octubre, 1906), 1-40; idem, “Les Arts: Un grand peintre mexicain, Atl,” Gil Blas, 19 de enero, 1912; idem, “À propos d’un livre récent: l’oeuvre écrite dans la chambre close--Chez M. Marcel Proust,” Le Miroir, 21 de diciembre, 1913, resumido en traducción parcial en Marcel Proust, Swann’s Way, ed. Susanna Lee (Nueva York: W.W. Norton, 2014), 409-411; Gaston Sorbets, “La Courtisane à la Comédie Française,” L’Illustration théatrale, No. 41 (27 de octubre, 1906), ii, contrapor-tada; “Exposition Atl,” Gil Blas, 1 de mayo, 1914; Jean Jaurès, “Au Mexique,” L’Humanité, 17 de julio, 1914; [Antonio] Fabra Ribas, “La démission du Général Huerta,” ibid., 17 de julio, 1914; “Le Géné-ral Huerta donne les Raisons de sa Démission,” ibid., 17 de julio, 1914; Marciano C. de Medina, “Los ferrocarrileros formarán una brigada,” El Pueblo, 25 de diciembre, 1914; Doctor Atl [Gerardo Murillo], “La Importancia de la Revolución Mexicana en el Con-fl icto Mundial,” ibid., 31 de diciembre, 1914; “Hoy habrá mitin en la Plaza de Armas,” ibid., 7 de enero 1915; M. 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revolución mexicana

© josé guadalupe posada

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El reportaje realizado por el periodista Regino Hernández Llergo en la hacienda del general Francisco Villa en Canutillo,

Durango, y que fue publicado con gran despliegue de texto e imágenes a lo largo de una semana —del 12 al 18 de junio de 1922— en las páginas de El Universal, es un documento histórico indispensable para enten-der la vida de un hombre fundamen-tal del movimiento revolucionario de principios del siglo xx en México, sobre todo si tenemos en cuenta que el Centauro del Norte sería asesinado apenas 13 meses después. ¿Cuánto contribuyó esta entrevista a su desenlace fatal?

Es probable que a ningún otro general revolucionario —salvo los que alcanzaron la Presidencia de la República— se le haya dado un tratamiento tan destacado en un diario tan importante como a Villa. Y no era para menos: para entonces era ya una leyenda viviente y se-guía siendo temido por sus compa-ñeros de armas en el poder. Aunque se había retirado a la vida privada para ejercer como un simple agri-cultor, Villa era visto como un fac-tor de poder real y de riesgo para el aún frágil equilibrio político que buscaba consolidar el grupo enca-bezado por Álvaro Obregón y Plu-tarco Elías Calles.

El reportaje de El Universal nos muestra un Francisco Villa casi irreconocible, alejado del imagina-rio popular en el que lo han situa-do tanto sus partidarios como sus detractores: ya no es el bandolero que se convierte en uno de los prin-cipales caudillos militares de la Re-volución; ya no es el guerrillero que realizó la única incursión militar que ha sufrido Estados Unidos en su propio territorio, luego de atacar Columbus, Nuevo México, y eludir la persecución de Pershing; tampo-co es ya Pancho Villa el asesino de curas y gachupines. Busca acercarse más bien a la imagen más apacible de amigo y bienhechor de los pobres, los campesinos y los desamparados.

Para entender la trascendencia del reportaje de Hernández Llergo

en El Universal hay que ubicarla en el contexto en el que se realizó di-cho trabajo periodístico.

Tan pronto como llegó a la presi-dencia provisional, en junio de 1920, el general Adolfo de la Huerta se dio a la tarea de establecer contacto con Villa para negociar la pacificación.

Villa, aún con recelo, extiende un pliego de peticiones a De la Huerta, quien no lo acepta en su totalidad, pero le plantea seguir negocian-do, en tanto Plutarco Elías Calles, con la venia de Obregón, entonces candidato presidencial, maniobra con sus generales en el norte para cercar y eliminar a Villa en cuanto hubiera oportunidad.

Ante tal situación, Villa y su ejército emprenden una travesía de 13 días recorriendo en línea recta 700 kilómetros desde Chihuahua hasta Coahuila, cabalgando día y noche, atravesando el desierto, la serranía, veredas y pasos de mon-taña, sin alimentos ni agua, en una de sus más sorprendentes hazañas bélicas, cruzando territorio enemi-go y sin librar un solo combate.

Luego de tomar Sabinas sin problema alguno, Villa establece comunicación telegráfica con De la Huerta hasta Palacio Nacional, como cuenta Paco Ignacio Taibo II en Pancho Villa. Una biografía narrativa:

—Me pongo a sus órdenes, se-ñor presidente, la intransigencia de uno de sus jefes me ha obligado a apoderarme de esta ciudad, pero en perfecto orden, ningún mal ha sufrido la población, no ha habido un solo muerto… estoy a sus ór-denes para continuar los arreglos interrumpidos.

Extrañamente, De la Huerta no se sorprendió de lo hecho por Vi-lla: había burlado a los hombres de Calles que supuestamente lo tenían “cercado” en Chihuahua.

—Quiero decir que estoy a sus órdenes y que con usted sí me rindo —dijo Villa.

—Usted no se rinde con nadie, véngase a hacer la paz conmigo —respondió el presidente.

—Sí, solamente quiero señalar las condiciones; no por mí, que es-toy incondicionalmente a sus órde-nes, por mis muchachos.

Luego de más negociaciones, finalmente, a las 11 de la mañana del 28 de julio de 1920 se firma el acta de rendición. Villa depone las armas para retirarse a la vida privada.

Cuidadosamente se evita la palabra rendición. Le entregan la hacienda de Canutillo, donde debe-rá tener su residencia, le permiten tener una escolta de 50 hombres armados con sueldos a cargo de la Secretaría de Guerra; a los comba-tientes que depongan las armas se les entregará un año de haberes y tierras en propiedad o se aceptará su incorporación al ejército. El texto terminaba con el compromi-so de Villa de “no tomar las armas contra el gobierno constituido”. Obregón trata de azuzar a algunos generales para que manifiesten su inconformidad ante el acuerdo con Villa, pero De la Huerta aplaca las quejas. Obregón apechuga ante los hechos consumados y Calles ni protesta, pues no estaba en el país en esas fechas.

Los oficiales villistas firmaron el llamado “Manifiesto de Tlahualilo” el 31 de agosto de 1920 en el que se explicaban las razones para dejar la lucha armada, ya que en el gobierno había “hombres de buena fe”. Se comprometían a nunca volver a to-mar las armas, salvo en caso de una intervención extranjera. Aceptaban retirarse “para siempre a una vida de trabajo”. Villa insistió en que había que “darles oportunidad a los señores del nuevo movimiento”, además de que no se estaban rin-diendo sino simplemente aceptando el Plan de Agua Prieta.

Tan pronto colgó las armas y se retiró a la vida privada en Canu-tillo, Francisco Villa dejó de ser material noticioso para los perió-dicos. Esporádicamente atendía a reporteros, sobre todo extranje-ros, a los que les presumía lo que estaba logrando en su hacienda: trabaja la tierra él mismo, atiende las necesidades de su gente, reúne a su familia, sus hijos y sus muje-res que andaban desperdigados, establece una escuela ejemplar a la que bautiza con el nombre de Feli-pe Ángeles, cultiva cordiales rela-ciones políticas con sus antiguos enemigos Obregón y Calles, pero

eso sí: se resiste a dar opiniones políticas, aunque de vez en cuando se le salga alguna.

Así, a los 10 años, diez de los cua-les había pasado en guerra, en los que recorrió 68�000 kilómetros, la mayoría de ellos a caballo, ganador de batallas decisivas en la lucha revolucionaria, Francisco Villa, el Centauro del Norte, se retiró a la vida del campo.

Durante los dos primeros años que pasó en Canutillo, no hay evi-dencias de que Villa participara abiertamente en la política nacio-nal, regional o local. Durante todo ese tiempo trató de llevar relacio-nes en buenos términos con el go-bierno, sobre todo con Obregón, a quien mandaba a felicitar en sus cumpleaños y le mandaba notas aclaratorias cuando algún periódico le atribuía que andaba metiendo la cuchara en asuntos políticos. Villa sabía que necesitaba cultivar a sus viejos enemigos para desarrollar el proyecto que quería hacer realidad en Canutillo. Desde luego, no falta-ron los rumores calumniosos de que Villa había recibido la hacienda y un millón de pesos por rendirse.

Con quien sí estableció una re-lación más cordial, y hasta podría decirse que cercana y muy abierta, fue con Adolfo de la Huerta, que terminó siendo ministro de Hacien-da en el gobierno de Obregón. Como lo testimonia la larga correspon-dencia entre ellos, de los sonoren-ses en el poder De la Huerta era el que le inspiraba más confianza, a grado tal que decidió regalarle nada más y nada menos que su yegua Siete Leguas, a la que le guardaba especial cariño y debió tener gran significado simbólico.

Esta cercanía con De la Huerta debió tener nervioso a Obregón, pero sobre todo a Calles. Por otro lado, hay que tener en cuenta que, a pesar de sus intenciones manifies-tas de no participar abiertamente en política, Villa seguía actuando como un evidente factor de poder, no solo local sino nacional, habida cuenta de su gran popularidad, como lo reveló luego una encuesta de El Universal sobre quién podría ser el sucesor de Obregón: Carlos B. Zetina tuvo 142 872 votos; De la

Francisco Villa en Canutillo

El fce se enorgullece de incluir en su catálogo el famoso y acaso fatídico reportaje de Regino Hernández Llergo sobre Francisco Villa en Canutillo, Durango, publicado originalmente en el diario El Universal, poco antes de que Villa muriera asesinado. Presentamos a continuación el prólogo de Ignacio Solares, que ubica el reportaje en su adecuado contexto político.

ignacio solares

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noviembre de 2016 la gaceta 13

posiblemente el primer paso para una decadencia en el gobierno de su muy digno cargo, y creo que tal mal bien vale la pena de ver de poner-le inmediato remedio”. Villa dijo que escribía esa carta para “salvar tanto a mi patria, así como también al gobierno que usted actualmente representa y al que soy verdade-ramente adicto como he venido y vengo demostrándolo”. Y apuntaba, con evidente intención amenazante: “Después de las unánimes protestas del pueblo chihuahuense se vendrán sin duda los balazos, y esto se dice que será antes de tres meses”. Villa mandó la carta al presidente con un mensajero especial y pidió que le respondiera inmediatamente.

Así fue. Obregón le contestó que coincidía por completo con él. Calles tampoco estaba muy de acuerdo con el contrato de McQuatters y lo había vetado, así que, finalmente, Obregón reculó y a los pocos días decretó la expropiación de las tierras de los Terrazas para que fueran repartidas entre los campesinos de Chihuahua. Obviamente, tanto los estaduniden-ses como Terrazas y Enríquez pu-sieron el grito en el cielo, pero ante los hechos consumados no tuvieron nada más que hacer que apechu-gar… aparentemente. Al gobierno de Obregón le interesaba saber qué se traía Villa entre manos. Lograr que se diera marcha atrás al contra-to de McQuatters fue una evidente demostración de fuerza. Había que hacer que Villa asomara la cabeza y mostrara sus cartas. Y lo lograron con la entrevista de Hernández Ller-go. Como bien señala Katz, una de las características del temperamen-to de Villa, que solía contribuir a sus derrotas, era el exceso de confian-za que le inspiraban sus victorias. Quizá por eso, ya encarrerado, Villa habló de más en la entrevista, y ése fue el principio del fin.

El Universal tenía fuertes víncu-los con el gobierno de Obregón y le facilitó los contactos para llegar a Villa, que seguía reticente a hablar con la prensa. El comandante de las fuerzas federales del norte, Gon-zalo Escobar, encomendó a Félix Lara, comandante de Parral, vecina a Canutillo, que apoyara a Hernán-dez Llergo para convencer a Villa.

Como Lara la llevaba bien con el ahora boyante agricultor, le presen-tó al periodista. Tardó una hora en convencer a Villa de que aceptara la entrevista, y dejó muy claro que “nada de política”, lo que evidente-mente no se cumplió.

Como señala Katz, el gobierno esperaba que Villa repitiera en su entrevista con Hernández Llergo lo que constantemente decía en sus cartas a Obregón: que lo único que le interesaba era su hacienda de Ca-nutillo, sus negocios y sus asuntos familiares, y que de ningún modo participaría en política.

Villa paseó a Hernández Llergo por toda la hacienda. Fungió como el perfecto anfitrión, y cautivó al periodista, que lo retrató en todo su esplendor: el general Francisco Villa “vive sin rastacuerismo de rico improvisado…, sin alardes y sin ostentaciones…, hospitalario, cordial…”

En especial presume la escuela Felipe Ángeles, cuyos salones “tie-nen el nivel de la mejor escuela de la república”: pizarras, ábacos, cua-dros explicativos, mapas, libreros, mesas, baños.

Era un viejo anhelo que Villa no pudo concretar cuando fue fugaz gobernador interino de Chihuahua —entre 1913 y 1914—, pues creía que con “tierra para el pueblo y escuelas para los niños” resolvería todos los problemas del país. En ese entonces estableció más de cincuen-ta escuelas en el breve lapso de su gobierno —veía a un grupo de niños pobres jugando en la calle y ahí mis-mo les mandaba abrir una escue-la—, repartió cuanta tierra pudo, estableció un decreto por el cual se expropiaban sin indemnización las haciendas más ricas, las cuales que-daron en manos de sus trabajado-res, y puso también a sus soldados a estudiar y a trabajar en el molino, en el rastro, en los tranvías o en la vigilancia policiaca, pues sólo el estudio y el trabajo justificaban los tiempos de paz. Tanto así que cuan-do Obregón le ofreció hacerse cargo de la educación de su hijo Agustín, Villa le contestó que la primaria de Canutillo era muy buena. Aunque confiesa luego en la entrevista que le gustaría que alguno estudiara en el extranjero, pero en Estados Unidos nunca: “Lo primero que les enseño es a odiar al enemigo de mi raza”. Y predice que llegará un día en que habrá un enfrentamiento inevitable con los gringos.

Villa deja muy claro que su pro-mesa de no participar en política es sólo mientras Obregón esté en la presidencia (“Muchos de esos políticos de petate han ido a decir-le a Álvaro Obregón que yo quiero rebelarme, y no es cierto. ¡Déjen-se de chismes!”), pero admite que luego bien podría lanzarse de can-didato a gobernador de Durango: “De muchas partes de la república, de muchos distritos de Durango me han enviado cartas y comisio-nes ofreciéndome mi candidatura, y pidiéndome autorización para trabajar en mi favor… Pero yo les he dicho que se esperen... que no muevan ese asunto por ahora. Les he manifestado que en los arreglos que hice cuando me arreglé con el gobierno, había dado mi palabra de que yo no me metería en asuntos de política durante el periodo del ge-neral Obregón... y estoy dispuesto a cumplir con mi palabra… A todos mis amigos les he dicho lo mismo: que esperen, que cuando menos lo piensen llegará la oportunidad... ¡entonces será otra cosa!”

Huerta, 139 965; Calles, 84�129, y Villa, 77�854.

Su gran influencia política la de-mostró aún más con el asunto de McQuatters y las tierras de los Te-rrazas en Chihuahua, que para Frie-drich Katz, el gran biógrafo de Villa, “pudo ser la causa de su muerte”.

A pesar de que la justicia agraria fue una de las banderas enarbo-ladas por los revolucionarios, en la tierra de Francisco Villa no fue posible aplicarla debido al poder de la familia Terrazas, grandes terratenientes a los que Villa había desafiado abiertamente. La pro-mesa de la expropiación de sus propiedades y el posterior reparto entre los campesinos había sido una de las banderas principales que le habían dado gran popularidad a Villa. En 1916 se ratificó el decreto expropiatorio, pero en 1920 Ca-rranza dio marcha atrás. Al llegar al poder Obregón, la demanda campesina de repartición de tierras en Chihuahua era cada vez más fuerte, pero políticamente no podía hacerlo. Estaba entre dos fuegos, así que se sacó de la manga una es-tratagema para usar, prácticamente como prestanombres, a un rico empresario minero estadunidense llamado A. J. McQuatters, quien compraría todas las propiedades de los Terrazas y se comprometería a firmar un contrato con el gobierno mexicano para venderles en abonos las tierras y las haciendas a los campesinos y trabajadores; eso en la letra, porque en la realidad, los beneficiarios resultarían empresa-rios y amigos ligados al gobernador Ignacio Enríquez, principal intere-sado en el proyecto.

Al saberse el proyecto, de in-mediato se levantó una oleada de descontento. Como cuenta Katz, Villa envió una carta a Obregón el 12 de marzo de 1922 en la que ma-nifestaba abiertamente su oposición al contrato de McQuatters, pues lo consideraba “una conspiración de sus tres mayores enemigos: el clan Terrazas, los estadunidenses y el gobernador Enríquez”. Le dijo que McQuatters “no es sino un fiel servidor de los altos funcionarios de Norte América, y ya compren-diéndolo el pueblo mexicano, es

Aclara que en realidad lo de la candidatura para gobernador de Durango no tiene mucha importan-cia para él en estos momentos, pero eso demostraría su gran populari-dad, “el gran partido que tengo... ¡tengo mucho pueblo, señor!... Mi raza me quiere mucho; yo tengo amigos en todas las capas sociales, ricos, pobres, cultos, ignorantes… ¡Uh, señor, si yo creo que nadie tie-ne ahora el partido que tiene Fran-cisco Villa!... Por eso me temen los políticos…, me tienen miedo, porque saben que el día que yo me lance a la lucha, ¡uh, señor!... ¡los aplastaría!” Y remata, contundente: “Yo, señores, soy un soldado de ver-dad. Yo puedo movilizar cuarenta mil hombres en cuarenta minutos”.

Rota ya la promesa de no hablar de política, Hernández Llergo le pregunta su opinión por los can-didatos punteros: de “Fito” —a tal grado era la confianza que le tenía a De la Huerta— dijo que era “un muy buen hombre” y que los defec-tos que tenía se debían a su excesi-va bondad. Fito era un político que quería conciliar los intereses de todos y cualquiera que lograra eso le haría un gran servicio a su pa-tria... “Fito es una buena persona, muy inteligente, y no sería un mal presidente de la república...” De Calles opina que “tiene muchas bue-nas cualidades, pero también, como todos los hombres, algunos defec-tos. Su punto de vista político, se-gún creo yo, es resolver el problema obrero a base de radicalismo”.

Entonces Hernández Llergo le dice que él tiene muchos votos. Vi-lla señala que podría tener más si no “hubiera partidarios míos que están silenciados”. No obstante, se descarta para ocupar la silla, pues “yo sé bien que soy inculto..., hay que dejar eso para los que están mejor preparados”.

Al parecer, Villa quedó muy sa-tisfecho con la entrevista. El propio Hernández Llergo contó años des-pués que Villa dijo que había sido “el único periodiquero que había dicho la verdad”.

Katz señala que no está claro lo que pretendía Villa en esa entre-vista; era posible que “simplemente dijera lo que le pasaba por la cabe-za, como hacía con frecuencia, y más desde que no tenía asesores políticos que lo frenaran”, o en efecto quería inclinar la balanza en favor de De la Huerta. No obstante, cuando éste, 11 meses después de la entrevista, le pidió que apoyara la candidatura de Calles, Villa se decepcionó de Fito y se inclinó por Raúl Madero. Se dice —como con-signa Friedrich Katz en su magna biografía— que el propio Calles se reunió con Villa y le pidió su apoyo, pero a la pregunta directa de Calles: “¿Puedo contar contigo?”, Villa res-pondió: “Eso depende... Ya sabes, si estás con la justicia y con la mayoría del pueblo, sí. Si no, ¡pos no!”

En alguna ocasión Villa le dijo a Felipe Ángeles: “Yo soy hombre que vino al mundo para atacar, general, no para atrincherarse y esperar, aunque no siempre mis ataques me deparen la victoria. Y si por atacar hoy me derrotan, tenga plena seguridad que atacaré mañana y ganaré”.

Ese 20 de julio de 1923, en la es-quina de Juárez y Barreda, en la ciu-dad de Parral, Chihuahua, no sólo lo derrotaron sino que lo mataron.�•

francisco villa en canutillo

© leopoldo méndez

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14 la gaceta noviembre de 2016

de la política anticlerical y de las relaciones Esta-do-Iglesia, muy recurridos por otros escritores, no aparecen en su reflexión.

La idea que atraviesa el conjunto de ensayos reproducidos en este libro es que, a partir de la Revolución, los niveles local, regional y nacional de gobierno funcionaban como un sistema dicta-torial donde la legalidad había sido anulada. Des-cribe de manera pormenorizada los mecanismos que hacían funcionar la maquinaria política —por ejemplo, el sistema electoral— y ofrece elementos para poner a prueba su interpretación. Los ensa-yos contienen percepciones lúcidas de los orígenes de algunos fenómenos que siguen presentes en el México actual, como la violencia, y afloran otros problemas de fondo que es necesario explicitar.

El primero de estos problemas está relaciona-do con los cambios ideológicos que marcaron la trayectoria del autor. Al igual que muchos otros intelectuales mexicanos de su época, Brito Fou-cher fue un conservador influido por la corrien-te hispanoamericanista en su juventud pero no formó parte de los grupos católicos que reaccio-naron con virulencia contra el laicismo y las po-líticas modernizadoras. En la década de 1930 se perfiló como un contrarrevolucionario que fusti-gaba la retórica oficialista, el corporativismo, las violaciones a la legalidad y la política de masas. En cambio, en los textos que publicó en 1938 hace una reflexión crítica e inteligente de las formas de funcionamiento del sistema político revolucio-nario, reflexión entrelazada por momentos con manifestaciones de admiración hacia los auto-ritarismos europeos de la época. Al inicio de la década de 1940 adoptó posturas cada vez más autoritarias y derechistas, reivindicó el régimen franquista y estableció vínculos con grupos cató-licos de choque en el medio universitario. Final-mente se retiró a la vida privada y a la filantropía, se afilió a asociaciones masónicas estaduniden-ses y se inclinó hacia el esoterismo.

Un segundo problema a señalar es que los go-biernos revolucionarios fueron intolerantes ha-cia cualquier forma de crítica y marginaron de la vida política a las elites opositoras cuyos miem-bros, entre ellos Brito Foucher, tenían una sólida formación universitaria, albergaban ambiciones y mostraban capacidad de gestión. Estos individuos fueron descalificados y marginados por no com-partir los principios y las prácticas de los grupos revolucionarios en el poder y muy rápidamente se les etiquetó de “antimexicanos”, “reaccionarios” y “enemigos del cambio”. En esta retórica, la críti-ca de raíz liberal-conservadora, como la de Brito Foucher, fue encerrada en la misma categoría del tradicionalismo católico. Con ello desaparecieron las diferencias de matiz entre los contrarrevolu-cionarios seculares descontentos por el giro que la Revolución estaba dando al país, y los conser-vadores recalcitrantes que buscaban un retorno al pasado, negando la posibilidad de una transfor-mación. Los primeros pertenecían a elites despla-zadas de la vida política, pero no pugnaban por el retorno al pasado. La marginación política de que fueron objeto dio lugar a la radicalización de sus posturas iniciales y a la deformación de sus argu-mentos, lo que parecía justificar la censura y el silencio que cayeron sobre ellos. Su giro radical a la derecha contribuyó a anular la posibilidad de que su argumentación crítica sobre la Revolución fuera discutida seriamente.

El tercer problema está relacionado con el hecho de que, en el marco de su crítica políti-ca, Brito Foucher sustentó doctrinas raciales que cuestionaban el tipo de mestizaje mexicano y la preeminencia de lo indio sobre lo español. En esta perspectiva, el mestizaje producido en la época colonial y en el periodo independiente habría determinado los�continúa en la página 16

Escritos sobre la Revolución y la dictaduraEl propósito de publicar Rodulfo Brito Foucher. Escritos sobre la Revolución y la dictadura (fce, 2016) es estimular la discusión sobre el clima intelectual opositor a la Revolución mexicana en los años treinta y cuarenta, separando las ideas rescatables de las aristas ideológicas y contradicciones del momento.

beatriz urías

La primera mitad del siglo xx fue un periodo marcado por contro-versias y polémicas entre los partidarios de la Revolución y sus críticos. Algunos de estos últimos son muy poco conoci-dos, no sólo porque fueron sata-

nizados por la historiografía oficial, sino también porque sus trayectorias políticas e intelectuales estuvieron plagadas de aristas y contradicciones. Este libro recupera los escritos de Rodulfo Brito Foucher, uno de los principales representantes de la vertiente de oposición contrarrevolucionaria de tendencia laica que adquirió presencia y visi-bilidad durante el cardenismo.

Los contrarrevolucionarios, como Brito Fou-cher, propusieron un modelo de sociedad con ma-yor participación de las elites que habían sido des-plazadas de la vida política; argumentaban a favor de fortalecer las libertades y los derechos de pro-piedad dentro del marco legal establecido; mini-mizaban la influencia del pasado prehispánico y el peso de lo indígena en la configuración del nue-vo proyecto de nación y de sociedad, y frecuen-temente adoptaron la doctrina de la hispanidad para sustentar que México debía recuperar su re-ferente original: España. Dentro de esta corriente se ubican individuos que habían aspirado a ocu-par posiciones en el nuevo aparato político como Luis Cabrera; filósofos cristianos como Antonio Caso, y escritores críticos de tendencia liberal como Jorge Cuesta. Caben también dentro de ella Miguel Alessio Robles, Eduardo Pallares, Diego Arenas Guzmán, Manuel Herrera y Lasso, Luis Lara Pardo, Alberto J. Pani, José Vasconcelos, Manuel Gómez Morin y Rodulfo Brito Foucher. Todos ellos difundieron sus ideas en periódicos de amplia circulación como Excélsior, El Universal, El Hombre Libre y Omega; en revistas importan-tes como Hoy, Lectura, Ábside y La Nación, y en libros publicados por casas editoriales reconoci-das como Polis, Jus y Cvltvra. Desde esos espa-cios sostuvieron que la Revolución había intro-ducido una nueva forma de autoritarismo bajo el modelo corporativo, y que el hombre modelado por este tipo de Estado no era un “hombre nuevo”, sino un ser amorfo y manipulable que se adapta-ba con facilidad a las directrices impuestas por la pirámide de complicidades en la cúspide de la cual se encontraba el Estado. La serie de ensayos de Rodulfo Brito Foucher, que apareció bajo el tí-tulo de “Mi expedición a Tabasco” en la revista Hoy entre abril y junio de 1938, se sitúa en este contexto político e intelectual.

Sus temas son la Revolución y la dictadura, los cuales habían sido objeto del pensamiento conser-vador años atrás, y constituyen una parte impor-tante del debate que se produjo en México entre partidarios y opositores de la revolución a finales de la década de 1930. En ellos, el análisis de aconte-cimientos políticos coyunturales se entrelaza con la denuncia de una Revolución que había instaura-

do una dictadura bajo el disfraz de un régimen de-mocrático. Brito Foucher explora una problemáti-ca de fondo a partir del examen pormenorizado de una coyuntura regional: la experiencia garridista. En su cometido retomó algunas de las grandes pre-guntas de la discusión política europea del perio-do de entreguerras: ¿bajo qué condiciones podía hablarse de la existencia de una dictadura? ¿En qué medida el liberalismo podía seguir ofreciendo soluciones a una situación política marcada por la irrupción de masas manipuladas por nuevas elites corruptas? ¿Era el corporativismo una opción de-seable para encuadrar a estas mayorías? ¿Cuáles eran los riesgos de concentrar mayor poder en un Estado asentado en el sistema corporativo? ¿Se estaban creando las bases de un nuevo despotismo con la expansión del estrato burocrático?

A partir del triunfo de la Revolución soviética y del ascenso del fascismo italiano, los críticos de la Revolución mexicana comenzaron a interro-garse sobre la capacidad de las elites para con-trolar las acciones de un nuevo actor social: las “masas”. Éstas fueron imaginadas como fuerzas amenazantes, violentas, fácilmente manipula-bles, incapaces de generar un pensamiento pro-pio y de llevar a cabo acciones independientes. Para un filósofo como José Ortega y Gasset, la participación de las multitudes en la vida política era el origen del caos que había aparecido en las sociedades de esa época.

Brito Foucher empezó a escribir sus ensayos a partir de que se convirtió en político activo. Él fue el líder del movimiento de protesta protago-nizado por un grupo de estudiantes tabasqueños radicados en la Ciudad de México contra el go-bierno de Tomás Garrido Canabal en Tabasco en julio de 1935 y que provocó una represión violen-ta por parte de ese gobierno. A partir del examen retrospectivo de lo ocurrido en Villahermosa en ese entonces, los ensayos abordan una segunda dimensión que resulta en una visión demoledora del cardenismo. En este nivel, el autor presenta argumentos para demostrar que Cárdenas dio continuidad a las alianzas y los equilibrios po-líticos instaurados durante el obregonismo y el callismo. Siguiendo esta línea de argumentación pasó a un tercer plano, donde hizo un cuestiona-miento más profundo de los mecanismos de fun-cionamiento y reproducción del sistema político posrevolucionario. En este plano puso a discu-sión cuestiones clave como la articulación y las ramificaciones del autoritarismo en los niveles local y regional, la construcción de un entramado piramidal de relaciones de dominación y de com-plicidad a través de las organizaciones obreras y del partido, la manipulación electoral, la viola-ción sistemática de la legalidad, la instauración del terror, el ejercicio de la violencia como motor de la vida política, la postulación de derechos fic-ticios, la amenaza constante de revoluciones y la ausencia de libertad de pensamiento y de acción para la mayor parte de los ciudadanos. Los temas

de la política anticlerical y de las relaciones Esta-do-Iglesia muy recurridos por otros escritores

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© alfredo zalce

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noviembre de 2016 la gaceta 15

adelanto de l ibr0

Camino a La frontera

nómadaPublicada por primera vez

en 1976 por Siglo XXI, La frontera nómada es un hito renovador en

los estudios historiográfi cos de la Revolución mexicana. Presentamos a continuación un fragmento de uno

de los textos que se incorporan en la nueva edición del fce,

de próxima publicación.

héctor aguilar camín

torio. El centro de aquel discurso era una curiosa idea de la historia patria, según la cual México había marchado de epopeya en epopeya, desde su Independencia, hacia la grandeza. El represen-tante de aquella grandeza era el gobierno priista en turno.

Cubetadas de agua fresca sobre ese discurso empolvado fueron en aquellos años la historia de Cosío Villegas sobre el Porfiriato, la de Womack sobre Zapata, la de James Cockroft sobre los her-manos Flores Magón, la de Jean Meyer sobre los cristeros y, desde luego, la de Luis González sobre San José de Gracia, su Pueblo en vilo. Antes de esta oleada historiográfica, las visiones críticas de México sólo podían encontrarse en sus escri-tores, Octavio Paz, José Revueltas, Carlos Fuen-tes o en los novelistas de la Revolución: José Vas-concelos, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán. Pero sus hallazgos no bastaban para explicar el 68. Hacía falta la historia de por qué el país ha-bía llegado a donde llegó. Había en mi generación hambre de historia que explicara el presente.

Para mí es claro ahora que estábamos atrapa-dos en una de las grandes mistificaciones de la historia de México, eso que llamé en alguna par-te “el fetiche de la Revolución mexicana”. Me re-fiero al hecho de que sucesivos gobiernos que se dedicaban a crear un país industrial capitalista llevaban del brazo un discurso oficial obrerista, campesino, indigenista, revolucionario.

Para legitimarse como revolucionario, el Es-tado creó un discurso popular y social. Sin em-bargo, a ese discurso le venían mejor las causas de los movimientos derrotados durante la Revo-lución —el agrarismo de Zapata, la justicia ple-beya de Villa, el anarquismo de los Flores Ma-gón— que la historia de las facciones ganadoras: el liberalismo de Carranza, la fiebre empresarial de Obregón, la corrupción de los caudillos revo-lucionarios como forma de movilidad social y de acumulación primitiva, valores y prácticas más consistentes que el zapatismo o el floresmagonis-mo con los procesos que siguieron: la industriali-zación, la urbanización, el desarrollo capitalista.

La contradicción entre el discurso y la realidad posrevolucionaria se condensaba para mí enton-

ces en una pregunta académica simple: ¿por qué no había estudios ni prestigio para los ganadores de la Revolución —los constitucionalistas: Ca-rranza, Obregón, Calles— y sí los había para los perdedores: Madero, los Flores Magón, Zapata.

La pregunta creció cuando hice una lista de los sonorenses que habían ocupado altos puestos en los gobiernos posrevolucionarios entre 1920 (año del ascenso de Obregón) y 1936 (año del exi-lio de Calles).

La lista mostraba algo más que un triunfo mi-litar: una verdadera ocupación del gobierno por políticos y militares nacidos en Sonora. Ellos no sólo habían sido el grupo militar triunfador de la revolución. En los siguientes 15 años se habían re-partido el gobierno del país y puesto los cimientos institucionales del siglo xx mexicano, empezando por la pacificación del ejército y terminando con la creación del banco central y del Partido Nacional Revolucionario (1929), el abuelo político del pri.

Me propuse entonces escribir la historia de aquel triunfo y de aquella ocupación. Con la en-jundia juvenil del caso —nací en 1946, entré a El Colegio en 1969, escogí el tema un año o año y me-dio después, por ahí de los 25 años—, me propuse hacer una historia que empezara en 1910 y termi-nara en 1936.

Escribí la primera versión de La frontera nómada, en forma de tesis doctoral, a marchas forzadas para cumplir el plazo de entrega. La promoción doctoral del año 69 del Centro de Es-tudios Históricos de El Colegio de México fue ex-travagante. Por insistencia de José Gaos, el gran maestro del centro, se abrió la posibilidad de ha-cer el doctorado en historia a no historiadores. Entre los 12 doctorantes de aquella promoción hubo una contadora, un ingeniero, un economis-ta, un ex seminarista y un renegado de la comuni-cación, yo mismo.

Nos dieron un año de clases de historia, metodo-logía y ciencias sociales y tres años de plazo para escoger y terminar una tesis. La mitad de esos tres años trabajé en el Departamento de Investi-gaciones Históricas del inah por invitación de mi maestro y, a partir de entonces, amigo de toda la vida, Enrique Florescano.�continúa en la página 16

L legué a La frontera nómada por el camino de una superstición académica según la cual las in-vestigaciones históricas debían ser monográficas sobre temas poco estudiados. Era una su-perstición vigente en El Cole-

gio de México cuando ingresé en 1969 a hacer el doctorado en el Centro de Estudios Históricos. Se hacía ahí poca historia del siglo xx y poca histo-ria política. La historia del siglo xx parecía de-masiado cercana para ser historia, y la historia política reciente era cosa de “politólogos”.

Lo más cercano al presente que se investiga-ba era el Porfiriato (1876-1910), cuya exploración monumental, dirigida por Daniel Cosío Villegas, había consumido las energías de los mejores his-toriadores de la institución, como Luis González y González y Moisés González Navarro.

A mí me interesaba la Revolución mexicana por razones generacionales. Me había marcado el 68, quería hacer historia crítica de los gobiernos que seguían llamándose “herederos de la Revolu-ción”, en particular el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), responsable de la matanza de Tlatelolco.

Buscando un tema poco estudiado de aquel pe-riodo di con los caudillos sonorenses. Habían gana-do la revolución pero nadie les había dedicado un estudio académico. La historia de los sonorenses coincidía poco o nada con la idea oficial de aque-lla revolución justiciera, popular, asociada a los nombres de Madero, Zapata, Villa o los hermanos Flores Magón. Lo que mi generación veía era un México injusto, desigual, autoritario, distante del discurso de la revolución social hecha gobierno.

Cuando digo “mi generación” hablo de los jóve-nes universitarios que vimos en el 68 la prueba de que el “régimen de la Revolución” había llegado a su extremo intolerable. En esos años y en esa franja generacional empezó a incubarse lo que sería con los años la demolición del legado de la Revolución mexicana.

Aquella sensibilidad urbana, hija de la nacien-te clase media del “milagro mexicano”, padecía el autoritarismo presidencial y su discurso celebra-

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© arturo garcía bustos

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16 la gaceta noviembre de 2016

escritos sobre la revolución y la dictadura camino a la frontera nómada

El hecho es que escribí una historia narrativa más que una historia analítica. Cuando empecé la investigación no tenía hipótesis en el sentido académico, sólo algunas preguntas. La principal era cómo había surgido la Revolución en Sonora. Conforme la fui respondiendo se fue desvanecien-do en mi horizonte la idea de la Revolución como alzamiento popular, espontáneo, incontenible.

En lugar de un “pueblo en armas” apareció ante mis ojos un gobierno estatal que organiza-ba la guerra a partir de la tradición de autode-fensa de pueblos acostumbrados a guerrear y a defenderse. En lugar de un ejército popular des-bordado apareció un ejército profesional cuyos soldados cobraban su “haber” y cuyos jefes eran nombrados por el gobierno rebelde. Se trataba de una “revolución administrada” por un gobierno mediante un ejército profesional que ese gobier-no pagaba con sus ingresos provenientes de las grandes empresas mineras y agrícolas del estado, en su mayor parte extranjeras. Para conservar sus ingresos y pagar su ejército, el gobierno local tenía que cuidar los intereses de esas compañías, mantenerlas trabajando.

No había nada muy revolucionario en todo eso, nada que correspondiera al lugar común según el cual una revolución supone la alteración radical de las relaciones de propiedad o el acceso de las clases proletarias al poder. En Sonora apenas se interrumpió el hilo constitucional del gobierno es-tablecido. Fue el gobierno local el que organizó la rebelión contra el centro, es decir, contra la dicta-dura militar de Victoriano Huerta cuyo golpe de Es-tado había derribado a Madero en febrero de 1913.

Fue una rebelión de rancheros, comerciantes, maestros de escuela, hacendados venidos a me-nos contra el intento del gobierno federal de so-meter al gobierno local.

La continuidad entre el viejo y el nuevo régimen era más evidente en Sonora que en el sur zapatista o en el norte villista. Por ejemplo, el gobierno es-tatal y sus huestes revolucionarias sostenían una guerra de tintes raciales contra las tribus yaqui y mayo, la cual se diferenciaba poco de la guerra porfiriana contra esas mismas tribus.

Desde el punto de vista del paradigma revo-lucionario, el de una Revolución con mayúscula —como la rusa o la cubana: sueño político, luego pesadilla de mi generación—, la revolución sono-rense era un anticlímax, todo lo contrario de la revolución popular que habíamos aprendido a de-sear ingenua y encendidamente. Mi molestia con esa realidad poco revolucionaria puede advertir-se en diversos pasajes del libro, en los que me de-diqué a reprochar a los sonorenses que hubieran hecho la revolución que ellos querían, no la que mi generación hubiera querido.

Escribí La frontera, pues, con los anteojos de mi generación, reprochando a los sonoren-ses que no fueran suficientemente revoluciona-rios, que no satisficieran el estereotipo de revo-lucionarios radicales determinados a cambiar el régimen de propiedad y a someter a las clases propietarias a las demandas del pueblo. La revo-lución que teníamos en la cabeza como digna de tal nombre era la revolución socialista, en parti-cular la Revolución cubana, pero también la so-viética y la china: la revolución que faltaba por hacer en México.

No sé con qué maestros, con qué autores, en qué ambiente de época adquirimos prejuicios tan funestos y desencaminados. No en El Colegio de México, ciertamente, donde el talante político era liberal y ponderado, incluso reaccionario para muchos. Quizá el ambiente fue el de la Universi-dad Nacional Autónoma de México, sacudida por el 68, donde el tono dominante en humanidades era de izquierda radical. La revuelta estudiantil de los sesenta fue antigubernamental, antilibe-ral, antiautoritaria y de izquierda. No la guiaba un espíritu democrático. Era rupturista y revolu-cionaria, aderezada con cierto vitalismo que aso-ciaba la revolución a la libertad de costumbres, la fiesta, el rechazo a las normas y a los límites: prohibido prohibir. Era el espíritu de los tiempos.

Ahora entiendo que la retórica de la revolución socialista era sólo un extremo de la retórica de la revolución nacionalista y estatista que dominaba el discurso público de México. Hasta los empre-sarios eran nacionalista y estatistas en el México de la Revolución mexicana.�•

viene de la página 15 Luego empaqué mis cosas, me fui a Sonora y trabajé siete meses en el archivo del gobierno del estado y en la Biblioteca y Mu-seo de Sonora.

Volví con gran cantidad de tarjetas y docu-mentos cuando me quedaban unos cuantos me-ses para escribir. Luego de ordenar las tarjetas en una secuencia narrativa razonable, escribí copiosamente, tratando de explicar los detalles de cada situación más que su sentido general. En-cerrado a piedra y lodo, tecleando, corrigiendo y volviendo a teclear, vi crecer el manuscrito de manera incontenible. Lo que pensé que sería un breve capítulo introductorio, el retrato de la So-nora porfiriana y de sus agravios locales, creció hasta volverse una tercera parte de la obra.

Encontré un mecanismo narrativo que hizo menos académica o menos árida esa reconstruc-ción. Fui siguiendo el itinerario de la gira de Ma-dero por el estado, contando morosamente las características de cada lugar a que llegaba, de manera que, cuando la narración de la gira ter-mina, de algún modo tenía una historia de la vida sonorense durante el Porfiriato.

Las siguientes partes del libro fueron ordena-das en una secuencia más lineal, propiamente cro-nológica, pasando de la insurrección maderista en 1911 a la rebelión de Orozco en 1912, a la rebe-lión de Sonora contra Huerta en 1913 y a la “revolu-ción administrada” que marchó del noroeste hacia el centro por la cuenca del Pacifico y el Bajío, has-ta la rendición del ejército federal en agosto de 1914.

La narración cronológica fue ordenada concep-tualmente por unos cuantos temas recurrentes: la persistente violencia indígena, la organización del ejército revolucionario desde el gobierno es-tatal, las pugnas políticas de jefes y dirigentes, la lógica financiera de la guerra, la frontera como gran proveedora de armas, dinero y negociación política con los Estados Unidos.

Escribí sin más pretensión que hacer fluido el texto, dejándome llevar en todo momento por los hechos que me sorprendían. Fue el primer libro que escribí con premeditación: trazando su es-tructura en un mapa preciso que luego llené. Fue mi primer libro profesional en el sentido gozoso de esa palabra. Al mismo tiempo, fue un libro completamente amateur, del todo inacabado res-pecto de su pretensión original que era narrar la historia hasta 1936. Como he dicho antes, termi-né cuando la narración iba en 1914.

Con La frontera nómada descubrí el placer de la microhistoria. Una entidad poco poblada, una sociedad alcanzable con la investigación de un ar-chivo como la sonorense, era como un Aleph donde podían leerse todas las trazas del comportamien-to humano, su variedad de pasiones, necesidades, esperanzas. La historia de Sonora era la de unas 80 familias extensas y sus etnias principales: los yaquis y los mayos. Lo demás eran las etnias pe-queñas y los fuereños, ricos y pobres, que llegaron a aquella remota sociedad atraídos por un venda-val de cambios que, en una década, hizo aparecer y desaparecer ciudades, fortunas, destinos.

Uno de los grandes retos de escribir La fronte-ra nómada fue reconstruir la Sonora porfiriana con ayuda de unos cuantos libros y miles de tele-gramas que dejaban traslucir la vida local a tra-vés de los más diversos incidentes: la presencia de unos abigeos, un escándalo en el pueblo, los in-formes políticos de los presidentes municipales y los prefectos, las cartas de solicitantes al gobier-no explicando sus problemas, etc. Aprendí en qué consiste el bordado a mano y por qué puede llegar a ser una actividad absorbente y maravillosa.

La abundancia y significación de los pequeños detalles satisfizo otra de mis grandes tentacio-nes: la del gusano novelístico. Olí en la historia de la Revolución en Sonora una versión real de las aventuras del lejano oeste que veía en el cine y de las que aún soy irredento aficionado. Fui a la his-toria de Sonora como quien acude a un western de la vida real: guerra contra los indios, vaqueros libres, gente de caballo y carabina, pueblos remo-tos, abigeos, minas incendiarias, ranchos próspe-ros y una revolución. Encontré todo eso, y encon-trarlo fue una fiesta aparte.

Quise escribir una historia narrativa que pu-diera leerse como novela. Mi amigo de la vida, José María Pérez Gay, leyó la primera versión y me escribió que era una “novela desangelada”. Tenía razón, entre otras cosas porque el libro termina cuando los personajes apenas empiezan a tomar fuerza y contornos propios.

viene de la página 14�rasgos negativos de los gober-nantes mexicanos y el desarrollo de una cultura política marcada por la barbarie. La amplia cir-culación de explicaciones racialistas de la reali-dad política y social mexicana en el siglo xx no se entiende sólo como prolongación de ideas formu-ladas en la última parte del siglo xix sino como elemento del contexto más amplio de la reacción contra las transformaciones radicales que la Re-volución estaba generando. En particular, la for-mación de una sociedad de masas en cuyo seno diferentes segmentos de la clase media y de los estratos populares comenzaron a interactuar al amparo de un nuevo marco legal e institucional. En suma, la irrupción de una sociedad de masas —receptora de la propaganda oficial y potencial productora y consumidora— fue percibida por las elites conservadoras como un fenómeno amena-zante frente al cual articularon una retórica ra-cialista de orientación hispanófila, en oposición a la mestizofilia oficial. Tanto los intelectuales ligados a los regímenes revolucionarios como sus opositores mantuvieron la interconexión entre lo político y lo racial hasta mediados del siglo xx.

La idea subyacente en los ensayos de Brito Fou-cher apunta hacia la instauración de un régimen autoritario con perfil legalista que, sin embargo, no clama por un regreso al autoritarismo porfi-rista. En vez de eso planteó que la única manera de terminar con la decadencia y la corrupción im-perantes era remplazar la “dictadura de partido” con una “dictadura necesaria” de orientación éti-ca. Define la dictadura de partido como aquella “en la que exclusivamente los hombres del régi-men [tenían] el derecho de jugar como candidatos en las elecciones, pero en la cual todos los sec-tores populares, sin excepción, [conservaban] el derecho del voto”.1 En contra de ese sistema que se perpetuaba indefinidamente a través de diver-sos mecanismos (clientelares, electorales, repre-sivos) que reforzaban los rasgos antidemocráti-cos de la sociedad, proponía instaurar otra forma de autoritarismo que asumiría la totalidad de las funciones del gobierno durante un tiempo limi-tado con el propósito de preparar a la sociedad para ejercer sus derechos ciudadanos. De acuer-do con esta idea, una minoría selecta trabajaría activamente a favor de la estabilidad y el respe-to a la ley, combatiría los poderes personalistas e impediría la formación de cacicazgos como el que Garrido Canabal había impuesto en Tabasco durante más de una década.

Sabemos muy poco sobre la fascinación que los autoritarismos europeos ejercieron sobre una par-te de la intelectualidad mexicana de mediados del siglo xx y sobre la manera en que las ideas extran-jeras se entrelazaron con las formas de conserva-durismo entonces vigentes en México. Hasta muy recientemente, este tema y los indicios de vínculos de algunos intelectuales con la España franquista y la Alemania nazi fueron silenciados. El ocaso de la doctrina nazi al término de la segunda Guerra Mundial y el repliegue del franquismo en América Latina al comienzo de la década de 1950 termina-ron por erosionar la reputación de algunos de esos intelectuales, mientras que otros negaron haber mantenido filiaciones semejantes.

La ausencia de un debate en torno a esta proble-mática puede explicar el predominio de la ideolo-gía de la Revolución mexicana durante esos años. Hasta final de la década de 1960, a excepción del Partido Acción Nacional y de individuos aislados, algunos de izquierda y otros liberales, la ideología oficial no fue objeto de una crítica consistente en el ámbito intelectual. La argumentación en contra de un aparato burocrático, corrupto, ineficiente y revestido de nacionalismo, quedó en manos de grupos minoritarios que fueron fácilmente repri-midos o censurados. Individuos que, como Brito Foucher, habían esgrimido una crítica sistemática a final de la década de 1930, se retiraron a la vida privada, dejaron de escribir y quedaron en el ol-vido. Una relectura de esta crítica a la Revolución permite comprender mejor los giros de la historia intelectual del siglo xx mexicano, los argumentos que estuvieron en juego y las cambiantes filiacio-nes ideológicas de sus actores.�•

1�Rodulfo Brito Foucher, Mi expedición a Tabasco. IV, “El siste-ma electoral mexicano”, Hoy, núm. 64, 14 de mayo de 1938.

noviembre de 2016

tas en el Méxicona. •

© alfredo zalce

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noviembre de 2016 la gaceta 17

además

Escribir una introducción para un libro es intentar de una manera o de otra justificar su existencia. A veces los auto-res se sienten tan seguros de sí mismos, o más bien de ser tan poco ellos mismos, o sea

de cumplir tan minuciosamente con las reglas o las convenciones de su profesión, que esa ansia de justificación se confunde con un autoritaris-mo satisfecho o con la buena conciencia de quien, protegido por su adhesión a la norma instituida, no sólo tiende a verla como sustraída a la duda y a la interrogación sobre su fundamento, sino que desconfía de toda actividad fuera de sus carriles y tiene incluso la tentación inquisitorial o policia-ca de pedir la exclusión y el baldón para esos ex-travíos. El lector perspicaz ha adivinado ya, tan sólo por el estilo del párrafo que precede, que tal no es el caso del libro que tiene entre las manos.

Le aconsejaremos sin embargo no pasarse de perspicaz, porque si este libro siente en efecto la necesidad, y más bien angustiosa, de justificar-se, no es porque sienta la seguridad en sí mismo, de por sí precaria, amenazada sólo por ese lado. Cuando se deja uno ir ocasionalmente a la ilu-sión de que podría uno ver su época como si no perteneciera a ella, imagina uno que esta mane-ra nuestra de pensar, vista a siglos de distancia, aparecerá sobre todo como un curioso episodio histórico donde el pensamiento dio en la manía de querer estar siempre, como dicen en París (to-davía un poco capital de la moda en este rutina-rio siglo), “desmarcado”. Nada más típico ni más exclusivo de nuestros tiempos que ese universal concierto de los antiautoritarismos, cuyo discur-so reclama a todas luces la autoridad más prísti-na cuando no recurre simplistamente al clamor a la vez denunciatorio y autoritario. Hacer de la di-sidencia un academismo, de la protesta un estilo aclamado, de la ruptura una tradición (como dice Octavio Paz), de la revolución una institución (como proclama el partido dominante mexicano), de la singularidad un gregarismo (como propone la publicidad), de la originalidad una norma nive-ladora, de la agresión al espectador un éxito ar-tístico, de las declaraciones subversivas la mejor manera de hacer una brillante carrera oficial y hasta del socialismo un burocratismo son para nosotros hábitos cotidianos que sin embargo en cualquier época pasada (o también, esperémoslo, futura) hubieran provocado insuperable asom-bro. Todas las épocas se ignoran, por supuesto, pero cada una a su manera: la nuestra no parece notar que nos hemos vuelto todos ovejas negras, y cada cual sigue juzgándose diferente por ser oveja negra como todo el mundo. Hablo, por su-puesto, de la civilización occidental; en ella casi puede definirse hoy el ámbito intelectual como aquel donde la marginalidad puede ser dificilísi-ma de alcanzar.

De este vertiginoso juego de ganar lo que se de-clara perder es claro que resulta casi imposible escapar. Intentaré sin embargo no utilizar mi di-sidencia frente a la buena conciencia académica e institucional para fabricarme a mi vez una buena conciencia más inexpugnable de rebelde agasaja-do o de disidente aplaudido. Este libro no ha sido nunca de los que sueñan ser una Biblia, o tan si-quiera un catecismo, de la contracultura o del con-trapoder. Para él la contracultura es cultura y el contrapoder poder, aunque en sentidos divergen-tes: la primera porque la cultura, por su diversi-dad misma, por la imposibilidad de clausurarla y centrarla, porque todo lo humano cae dentro de ella sin que nada la rebase, es en su indefinición y su inacabamiento una y la misma, y por eso siem-pre tradición. La unidad indefinida e inacabada del sentido describe simultáneamente a la cultu-ra y a la tradición. Precisamente una de las obse-siones de este libro es que no se puede dividir lo indefinido e inacabado: verdad general que nues-tro academismo, por supuesto, no ignora, puesto que de ella saca sus conminaciones pedagógicas al definir y clausurar para poder dividir a gusto, pero de la que podría sacarse también el conse-jo inverso, el de no dividir ni clasificar para po-der nadar a gusto en lo no clausurado, o sea en la cultura. Creo pues (es una creencia, como su opuesta) que una contracultura no podría de ve-ras ser contra sin dejar de ser cultura, y que esta última seguiría siendo la misma en su diversidad sin centro. Así por ejemplo (porque en este mun-do del sentido inacabado todo puede tener valor de ejemplo y todo detalle puede ser significativo),

esa creencia mía se volvía casi evidencia cuando hace años leí en México algunos textos clave de la contracultura en un… suplemento cultural.

Se me ocurre incluso que tal vez la contracul-tura no podría salirse de la cultura para ponérse-le en contra sino en la medida en que se apoye o se funde en un contrapoder. Porque al contrapo-der le sucede en cambio lo contrario: por muy en contra que se ponga nunca dejará de ser poder. Si la cultura es un espacio sin bordes, sin verdade-ras divisiones fijas y sin partes separadas, has-ta el punto de que puede pasarse insensiblemen-te, sin transición disruptiva, de “una” cultura a “otra”, el poder en cambio es cosa demarcada y dividida, y un poder no sólo se distingue de otro, sino que se opone a él. Es otra manera de decir que el poder está dentro de la cultura (de la so-ciedad) mientras que la cultura no está dentro del poder. Una contracultura sólo podría oponerse a la cultura desde dentro, puesto que no hay un fue-

ra: siendo, en su interior, su negación, o sea como un hueco en un sólido. Pero así como los aguje-ros del gruyer sólo están incrustados allí por no ser de gruyer sino de aire, la contracultura sólo puede ser contra estando hecha de otra cosa que de cultura, o sea de otra cosa que tradición. La cultura, como el gruyer, sigue siendo una unidad continua a pesar de contener agujeros, mientras que los agujeros sólo existen por estar rodeados de queso y son discontinuos. Esa discontinuidad es la ruptura con el caldo de la tradición buscada por la contracultura. Pero esa disrupción no pue-de hacerla una cultura, aunque quiera ser contra; sólo la puede hacer un contrapoder, que tiene los tres rasgos necesarios para ello: no ser cultura, estar dentro, y estar contra. La cultura quiere ser cultura otra, o sea cultura a su vez, pero otra por ser sin tradición, cosa imposible. En cambio otro poder es perfectamente posible, incluso es la úni-ca manera de oponerse al poder, y por eso lo lla-

Ejercicio de signifi cación sobre literatura y lenguaje, Poética y profética es una divagación deliberada cuyo desafío es pensar lo que al autor le viene en gana sin que eso paralice el lenguaje sobre el que está pensando. Nada de conclusiones, sólo apertura de brechas; nada de academismos, sólo rigor intelectual y felicidad expresiva. El fce se honra en publicar la tercera edición de este libro en el quinto aniversario de la muerte de su autor.

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introducción a poética y profética

mamos oposición. Lo que esté frente al poder sin ser otro poder podrá resistirle, pero no oponér-sele: será cultura, y sólo podría oponérsele con-virtiéndose en ese ideal utópico y contradictorio que es un poder popular, cosa imposible. Es pues de esperarse que una contracultura, para tener alguna consistencia, se funde en un contrapoder.

Tal vez pueda ahora pasar a lo concreto y decir cuáles son los rasgos de este libro que me hacen temer tanto como para llevar al lector tan lejos en busca de su posible justificación. El más fá-cil de ver es un detalle superficial, pero que no por eso me hace temblar menos ante la probable iracundia de mis autorizados colegas: se trata de un libro sin una sola nota y sin la más exigua página de bibliografía. Confesaré que este deta-lle aparentemente nimio me produjo más dudas y aprensivas vacilaciones que otros dilemas qui-zá más serios. Varias veces estuve convencido de que no valía la pena provocar la pelea por esa tontería y era preferible aceptar la aburrida pero rudimentaria tarea de montar lo que llaman apa-rato crítico, a pesar de la irritación que ese solo término me produce. Otras pocas veces me incli-né por una solución intermedia: un comentario final, al que llamaría por ejemplo “Andamiaje” o “Bambalinas”, donde se hablaría, con una redac-ción corrida y humanamente articulada, de las fuentes librescas, las alusiones inocentes y ma-liciosas, las nociones implicadas o complementa-rias, los ejemplos a veces que pudieran ser útiles. Estas vacilaciones significan tal vez que mi deci-sión final no carecía de gravedad.

La cuestión es que acabé por pensar que este libro sería más fiel a sí mismo sin notas y sin bi-bliografía. Cierto que no puedo, por desgracia, en alguna medida, en algún terreno y en algún sen-tido, dejar de ser del todo un especialista. Por lo menos no subrayaré deliberadamente esa mal-dición. Por poco que recupere uno la mirada es-pontánea o que comparta uno la mirada del lec-tor no especialista, los complicados hábitos de la moderna redacción académica resultan cosa de lunáticos. Sugieren un temor paranoico al robo intelectual, una enfermiza obsesión de honesti-dad proclamada con sospechosa insistencia, un hieratismo estereotipado que en la horrible jer-ga de los psicólogos se llamaría securizante. Sólo quien tenga muy pocas ideas puede temer tanto que se las roben y sólo quien no se tenga mucha confianza en el fondo en materia de honestidad puede ser tan puntilloso con los signos visibles de esa fanática virtud. Por lo demás, nadie veri-fica nunca la exactitud de las referencias de citas salvo por maldad y animadversión, y las tergi-versaciones y dolos intelectuales se hacen siem-pre, por supuesto, a cubierto bajo todo el “apara-to” imaginable. Mientras que no recuerdo haber encontrado muchas fichas bibliográficas en Pla-tón o en Aristóteles, ni tampoco, para no ir tan lejos, en la Crítica de la razón pura o en Más allá del bien y del mal. Con lo cual no quiero compa-rarme imprudentemente con esos modelos, sino sacar la lección.

Pero no negaré que estoy exagerando. Aparte de que no puedo evitar sentir respeto por lo que esos hábitos académicos tienen de artesanal, y aun por lo que tienen de ritual, tengo que reco-nocer también que hay temas, terrenos y hasta estilos donde son muy útiles y a veces necesa-rios. Una investigación histórica no podría dejar de citar sus fuentes ni un estudio sociológico sus datos estadísticos. Tan lejos estoy de negar es-tas cosas, que hasta tengo un poco la manía (que cuidaré de no hacer pasar por un argumento), así como desconfío de un poeta que pasa al “verso” li-bre sin dominar el oficio (el del verso tradicional, se entiende: no hay otro), de desconfiar de un uni-versitario que pasa al estilo liberado sin dominar su oficio académico. Pero es precisamente porque he tratado de meditar un poco sobre la diferencia entre el oficio y la técnica por lo que creo que las “reglas del arte” pierden su sentido no sólo si se empieza a hacerlas valer por sí mismas, sino in-cluso si se empieza a dejar de confrontarlas con su propio contenido, o sea de transgredirlas en su propio nombre, diluyendo un poco sus límites para que vuelvan a bañarse en el sentido que ori-ginalmente las justificaba. Es la diferencia, seña-lada en los últimos párrafos de este libro, entre fidelidad y literalidad.

No se trata pues de borrar dogmáticamente los dogmas académicos, ni mucho menos de fin-gir que estoy pensando a partir de la nada impo-luta o de hacer pasar por mi propiedad privada

ideas que son de la época y que otros han traba-jado concretamente. El lector interesado en los mismos temas que yo reconocerá fácilmente de qué lecturas estoy alimentado y a qué corrientes o episodios aludo, porque además no están disi-mulados, sino que he mencionado todos los nom-bres y todas las pistas que he juzgado pertinen-tes. El lector en cambio para el que estas cosas sean nuevas no ganará nada con que esas pistas se le den en un estilo tecnicista y más autoritario que autorizado. Me temo que ese estilo se usa so-bre todo, y casi siempre con éxito, para provocar en el lego un temor sagrado que lo disuadirá de toda tentación de intervenir en el debate y dejará bien clara la frontera infranqueable entre la au-toridad y la falta de autoridad, cuya forma canó-nica es la frontera, institucionalmente vigilada y celosamente defendida por sus beneficiarios, de los grados académicos por coopción ritualizada.

Yo por lo menos no podía hacerle eso al lector, puesto que a mi vez me estaba tomando la liber-tad de saltarme alguna que otra frontera, conven-cido de que lo que se piense en cualquier terreno se piensa para mí, como yo pienso en cualquier terreno para el lector (o también a veces para el paciente auditor). Porque este libro es de cabo a rabo divagación, o sea vagar fuera de casa. Y pre-fiero avisar desde la introducción a su lector to-davía potencial que le conviene más no perder su precioso tiempo en esa lectura si la aborda con la esperanza de llegar finalmente a un capítulo de “Conclusiones” que pueda embolsarse como re-tribución por su paciencia y su aburrimiento. Al contrario: esta divagación no sólo no se preocupa de concluir alguna vez, sino que intenta siempre abrir brechas en todas las esferas conclusas por donde le toca pasar en su excursión.

Pero conviene puntualizar que una cosa es di-vagación y otra cosa es vagabundeo errático u ociosos paseos de esparcimiento. Este libro, por desgracia, no está escrito para divertir, aunque tampoco creo que haya que aburrir necesaria-mente al lector hasta las lágrimas para conven-cerlo de que no está uno diciendo tonterías. Pero el tono que alguno podría encontrar desenvuelto (o deshilachado), la ingenuidad con que prefiero ver si hay lectores con esa misma anormalidad que a mí, ante otros libros, me hace enfrascar-me deliciosamente en el despliegue de un pen-samiento y gozar de todas sus evoluciones, sus astucias y sus malicias que alguno podría encon-trar desplazadas (o estúpidas) —todo eso no es aquí ni una meta ni un adorno o una prima con que compensar lo desabrido del meollo, sino, val-ga lo que valga, parte del pensamiento mismo. Es

que esas fronteras que me salto alegremente no podrían saltarse de otra manera. Es que en me-dio de tantas lamentaciones y denuncias, a la vez viejas como el hombre y típicas de nuestra época, frente a los poderes de ocultación, enajenación y dominación de los lenguajes, intento decidida-mente una salvación por el lenguaje, y el lenguaje salvador, como bien vieron los románticos, tiene una alianza irrenunciable con la ironía.

Sucede pues que, como tantos otros escritores, he sentido a menudo que me incumben en gran parte las ideas más básicas, más difundidas o más características de mi época; que, como mu-chos de ellos, me he preguntado qué significan para mi actividad y mi experiencia, y qué signifi-can estas últimas para ellas; y que, como algunos de ellos, he acabado por emprender una reflexión continuada aunque inevitablemente no exhausti-va. No sólo porque en su vastedad y su vaguedad esos problemas no tienen ninguna probabilidad de agotarse, sino además y sobre todo porque aquí están abordados deliberadamente, como ya dije, sin ninguna erudición, sin ninguna califica-ción especial y aun sin ninguna autoridad. Y esto me pone en el riesgo de despertar, además de las iras del académico y del purista, las del conoce-dor, las del especialista, las del catequista, las del militante. Confieso en efecto que en estas pági-nas piso a menudo con temeridad terrenos que tienen dueño, o sea que tienen sus especialistas. Aclaro que no discuto sus títulos de propiedad, sino únicamente la pretensión de que esos títulos dan el derecho de prohibir a otros el libre tránsito por esas tierras. Aspectos del pensamiento actual tan importantes como el marxismo o el evolucio-nismo, el freudismo o el estructuralismo, la física relativista o la genética molecular, y tantos otros, no pueden ser hoy coto exclusivo de los especialis-tas. El no especialista se mostraría bien ingenuo en aceptar esas barreras cuando es precisamen-te en él, en su actividad y en su vida, donde esas grandes ideas tienen más probabilidades de ejer-cer alguna influencia autoritaria, alguna tiranía o algún chantaje. Hay que atreverse a afirmar sin ambages que si hoy en día es preciso tener cono-cimientos especializados para opinar sobre nu-mismática o sobre polinología, no es preciso en cambio tenerlos para opinar sobre el marxismo o sobre la tecnología, sobre ingeniería genética o sobre los límites de la ciencia, incluso sobre una verdadera profesión como el psicoanálisis: no es cierto en absoluto (puede demostrarse que no lo es) que del freudismo un psicoanalista tenga una noción más clara que la que pueda tener un hom-bre culto y reflexivo de profesión muy diferente. Así, no ha sido nunca legítimo exigir conocimien-tos especializados para opinar no sólo sobre po-lítica, sino también sobre poesía o pintura. Nada más obviamente manipulador y falaz que esa interesada pretensión de exclusividad, porque, aunque tienen visiblemente sus especialistas, sus militantes y sus mártires, tanto la poesía como la política pertenecen indisimulablemente al es-pacio público. Lo que digo es que los grandes de-bates de ideas de una época pertenecen también a ese espacio.

Confío en que esté claro que no abogo por una garrulería irresponsable y caprichosa en estos grandes debates de ideas, todo lo contrario: lo mismo que en la poesía o en la política, el no es-pecialista está obligado aquí a un mayor esfuerzo de comprensión y a una reflexión más cautelosa; pero quien emprenda una meditación un poco proseguida sobre algún tema de historia o de hu-manidades podrá evitar quizá toparse con esos grandes modos de pensamiento bajo su forma de doctrinas exhaustivas o de teorías desarrolla-das, pero no bajo su forma de estilos de pensar, de sesgos de la mirada, de lugares comunes más o menos vulgarizados y deformados, incluso de tics formularios o de recetas en boga. Es en reali-dad con esos lugares comunes, con esos modos de ver y hablar característicos, convertidos a veces en automatismos, con los que un libro como éste tiene que enfrentarse, más que con las doctrinas o teorías específicas en las que se basan o con las que se justifican.

Pero tranquilicemos al lector: todo esto no significa que las páginas que siguen sean de las que toman como su asunto la literatura o el len-guaje sólo para lanzarse a hablar exclusivamen-te de sociología, economía y política, o de libido, censura y edipo. Si lo más característico, en mi opinión, del pensamiento actual no es ni siquiera el pensamiento científico, que a pesar de su evi-

El desafío era pues tratar de escribir un libro donde pueda uno pensar todo lo

que le dé la gana sin que eso paralice el lenguaje sobre el que está uno pensando.

La vida, como estaba diciendo, le enseña a uno el camino. Porque en la vida se piensa

escribiendo y hablando, y siempre en el lenguaje de

todos los días, incluso cuando a la vez (pero no siempre)

se “escriban” o se “hablen” lenguajes artifi cialmente

construidos. Se puede entonces intentar pensar

con un lenguaje que sabe todo el tiempo que es lenguaje y

que piensa por ser lenguaje, no por otra cosa que estaría

en otro sitio y para la que el lenguaje sería vehículo

o traducción.

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noviembre de 2016 la gaceta 19

además

eso, en nuestra civilización, redunda siempre en reforzar el prestigio y el exclusivismo de lo teó-rico y lo técnico, concederle todo el saber, o sea toda la luz sobre el sentido, y hacerlo al mismo tiempo cada vez más incapaz de entender otro sa-ber. En mi experiencia cotidiana estoy tan acos-tumbrado a encontrar lingüistas que no saben es-cribir como escritores que tienen sobre la lengua las ideas menos lúcidas del mundo.

El desafío era pues tratar de escribir un libro donde pueda uno pensar todo lo que le dé la gana sin que eso paralice el lenguaje sobre el que está uno pensando. La vida, como estaba diciendo, le enseña a uno el camino. Porque en la vida se piensa escribiendo y hablando, y siempre en el lenguaje de todos los días, incluso cuando a la vez (pero no siempre) se “escriban” o se “hablen” len-guajes artificialmente construidos. Se puede en-tonces intentar pensar con un lenguaje que sabe todo el tiempo que es lenguaje y que piensa por ser lenguaje, no por otra cosa que estaría en otro sitio y para la que el lenguaje sería vehículo o tra-ducción. Pero esto no es tan fácil como parece. Quiero decir que corre el peligro de caer en al-gunas facilidades. Una de ellas, muy de nuestros tiempos, es no distinguir entre la afirmación de que el pensamiento no está en otro lugar que el lenguaje, y la afirmación que los identifica al uno con el otro. Decir que todo pensamiento es pala-brería (o en el otro extremo, pero da igual, codi-ficación lingüística), o que todo lenguaje es auto-máticamente pensamiento me parece que es su-primir el problema en lugar de enfrentarlo. Otra de ellas, no menos frecuente, es tener una verdad escondida en otro sitio, y mientras se está procla-mando que hay que dejar a los lenguajes manifes-tarse por sí mismos, estar manipulando en reali-dad ese espontaneísmo contra las otras verdades teóricas para imponer sobre sus ruinas la propia. Es como esos partidos que “se ponen a la cabeza” de los movimientos populares: al final siempre habla el partido, no el pueblo. Es lo que le pasaría a este libro si desembocara en unas “Conclusio-nes”: las conclusiones habrían estado en realidad desde el principio instigando a la divagación en espera de su oportunidad. Una facilidad más se-ría identificar a nuestra vez el pensamiento con los signos, pero secretamente concebidos como signos artificialmente construidos, y sólo ver un pensamiento en el lenguaje de todos los días en la medida en que veamos en él ocultos los signos artificiales más o menos deformados o atenua-dos. Con lo cual en realidad seguiríamos viendo el pensamiento en otro sitio, aunque ese otro sitio fuera otro lenguaje.

Por todo esto este libro tenía que ser enor-memente digresivo. Tenía que mantener todo el tiempo el punto de vista menos especializado que le fuera posible, que era, entre los posibles, el punto de vista del poeta. Pero incluso ése hu-biera podido ser demasiado especializadamente poético. Contra eso, por un lado, se introduce a veces el punto de vista menos prestigioso y au-torizado que existe: el del traductor, que nunca podrá permitirse la ridiculez de parangonarse con los guías de este mundo, como a veces los es-critores y poetas se la permiten. Y por otro lado, se autoriza a la mirada a indagar en todos los te-mas que despierten su curiosidad, y esa mirada, aunque no deja de mirar desde la poesía, no mira por eso, mira por la curiosidad. Porque además, aunque intente ser una mirada no especializada, tiene que mirar algunas zonas especializadas, puesto que sigue siendo siempre una mirada po-lémica que no puede permitirse la trampa mal-vada de fingir que el enemigo no existe. La más cercana de estas zonas era naturalmente la lin-güística: hay así algunos pasajes (que no está pro-hibido saltarse) que abordan cuestiones lingüís-ticas bastante técnicas, pero siempre desde una posición rigurosamente no militante.�•

empieza por estar ya separada de ella, sino de otra manera que la observación no puede obser-var; pero justamente esa otra manera de saber es la que más valdría la pena de tratar por fin de en-tender un poco. Que esa significación de primer grado es efectivamente circular es algo que se re-pite a menudo en este libro. Pero se señala tam-bién que eso se debe a que es nuestro horizonte, y todos los horizontes son circulares, incluyen-do el del espacio físico (por lo menos según Eins-tein); pero en el sentido de que no se puede estar más allá de un horizonte, y no en el sentido literal de un círculo geométrico. Hay otras circularida-des y hay otras maneras de delimitar un espacio de manera que no toque el horizonte, pero eso no quita que haya mil señales para sugerirnos que un lenguaje podría saber que es un lenguaje sin dejar de ejercerse —o para empezar a decirlo con un término más característico: en su uso mismo. En cuanto a mí, ese es claramente el tema de la siguiente etapa de la reflexión, para la que este libro no hace más que barrer un poco el camino.

Pero volvamos a los rasgos de este libro, sa-cando un poco de los párrafos anteriores con qué seguir situándolo, y hasta poniéndolo en su sitio. Esta tercera zona no repugna únicamente a la mi-rada teórica que, como el búho de Arreola, sólo reflexiona digiriendo. Como en la historia po-lítica, la represión de un tercer mundo proviene siempre simultáneamente de los dos primeros. En nuestro caso, la que proviene del otro lado usará naturalmente un lenguaje menos refinado, pero, por ejemplo, ¿no nos reprime también, o más exactamente no nos reprimimos también so-litos con la oscura convicción de que un poeta no debe reflexionar demasiado sobre estas cosas? Aparte de que a los que no piensan les irrita siem-pre que alguien piense, hay además aquí un mito más profundo y confuso. Creer que la lucidez o incluso el conocimiento pueden hacer tanto daño es sin duda desconfiar de esas cosas, pero tam-bién quizá atribuirles demasiados poderes. Por lo menos atribuirles demasiado terreno: implica que todo lo que no esté en el terreno de la expresión ciega cae necesariamente en el petrificado terre-no que hiela la letal mirada de Medusa: la mira-da que mira la acción. Si ya Perseo supo mandar a Medusa a petrificarse sola, no se ve qué sigue persuadiéndonos de esa fatalidad. En el fondo de ese miedo hay este otro: si pienso demasiado no podré hacer el amor. Ninguna convicción menos explícita y confesada ni más difundida que la que podría resumirse en la consigna: o conciencia u orgasmo (hasta el freudismo vulgar la perpetúa).

Pero seamos justos con la vida, que no sólo no es, afortunadamente, tan simple, sino que ni si-quiera nos deja casarnos del todo y para siem-pre con nuestras simplezas. Si es cierto que to-davía hoy las mujeres, puesto que los hombres siguen viéndolas como “naturales” (quiero decir como más “naturales” que ellos), corren el ries-go cuando dejan ver demasiado su inteligencia de provocar las dudas masculinas sobre su sexuali-dad, también es cierto que esas mismas mujeres suelen despertar, por esa misma inteligencia, y a menudo en los mismos hombres, exaltadas fan-tasías de superación sexual. Las dos reacciones se superponen con frecuencia, y cuál de las dos vencerá en un momento dado depende sobre todo de cuál vencerá entre el miedo y el deseo. Pero de estas cosas no sacamos nunca la consecuencia, como si, una vez más, pensáramos en un lugar y viviéramos en otro que no se tocan. Todavía hoy, entre los datos hace mucho divulgados por los estudios de Masters y Johnson, el que sigue pro-duciendo infaliblemente sorpresa es el de las es-tadísticas que muestran cómo el orgasmo es in-comparablemente más frecuente en las mujeres citadinas, modernas y con alto grado de educa-ción que en las mujeres sencillas, campesinas y supuestamente espontáneas (como también, na-turalmente, en las maduras que en las jóvenes). Y sin embargo los lectores de esos estudios son mujeres citadinas y cultas, y hombres del mismo tipo y que hacen sobre todo el amor, estadística-mente, con esas mujeres, y que por consiguiente deberían saberlo.

Esta comparación sexual puede todavía ense-ñarnos algo. Saber hacer el amor no es lo mis-mo que tener conocimientos teóricos o técnicos sobre eso. Pero tampoco es lo mismo que hacer-lo ciegamente, mal hecho, o para ser más exac-tos, estúpidamente. Confundir ese saber con un conocimiento teórico o una técnica no hace sino agrandar la brecha entre esos dos extremos, y

dente madurez me parece haber seguido desde comienzos de siglo una dirección general cons-tante, sino más bien el comienzo de una reflexión enriquecedora sobre la naturaleza de la signifi-cación, yo no podía dejar de preguntarme cómo significa la literatura y, más concretamente aún, qué sentido toman las nociones o las teorías ela-boradas por mi época en torno a esos problemas al confrontarlas con mi experiencia de escritor y de lector, o incluso, por extensión, de comenta-dor de la literatura.

Esta experiencia nos coloca en efecto, para es-tas cuestiones, en una posición privilegiada. No por el valor superior que la literatura como tal tenga o deje de tener, sino porque ella, como ejer-cicio de significación deliberadamente asumi-do, puede situarse a la vez más allá de los actos significativos indeliberados o involuntarios que no pueden verse a sí mismos como tales, y más acá de las miradas exteriores que ven la signifi-cación sin ejercerla —o más exactamente que no pueden ejercerla en el mismo lugar o el mismo ni-vel o el mismo momento en que la ven. Siempre que he reflexionado sobre la significación, lite-raria o no, me ha parecido terminar en un pun-to desde donde se vislumbra en el horizonte un nivel de esta naturaleza. Todo me inclina a pen-sar que entre los lenguajes invisibles para sí y los metalenguajes que los fijan en una luz glacial hay otra cosa. Para empezar, es claro que un lengua-je nunca es igual al lenguaje-objeto en que lo pe-trifica la mirada de un metalenguaje que lo hace su tema, sin que ese excedente de significación pueda recuperarse tampoco en el nivel segun-do que cree digerirlo. Para ese nivel, como para todo digeridor, ese excedente son heces; pero no seamos zoocentristas y pensemos en todo lo que eso que llamamos heces puede ser en el metabo-lismo ecológico general. No hagamos pues ascos a la comparación y no seamos por ejemplo menos atrevidos que uno de esos metalenguajes, el freu-dismo, que se ha atrevido a mostrarnos toda la historia de activa represión que ha sido necesa-ria para llegar psicológicamente a ese asco físi-co. Pero entonces atrevámonos también a ver la represión teórica que nos elabora un asco inte-lectual hacia el sentido cultural de ese asco mis-mo, en el que nos repugna cada vez más meter las narices. Pues entre el asco irreflexivo que se juz-ga “invencible” y no puede verse a sí mismo por no poder vencerse a sí mismo, y la impasibilidad objetiva que tiene primero que haber vencido su asco, aplastándolo y borrándolo, para poder ver-lo y desarticularlo, y que por consiguiente no se las huele, hay una zona donde el asco es senti-do humano del mundo y por lo tanto no es con-secuencia de unos mecanismos de la cultura, ni parte de los mecanismos cuya consecuencia es la cultura, sino contemporáneo de esa cultura mis-ma, y por eso ni automático en el sentido en que lo son los fenómenos extraculturales, sometidos (por lo menos para nosotros) a la causalidad, ni mudo en el sentido en que lo son los fenómenos significativos acostados en el quirófano analí-tico: todo metalenguaje desarticula el lenguaje del que hace, justamente, su objeto, y así el asco desarticulado por una teoría del asco deja de ser significancia, o sea perspectiva donde unos as-pectos del mundo toman sentido asqueroso, para presentarse únicamente como lugar vacío consti-tuido por su pura posición en un orden de lugares que la determina. Tal es el famoso “desinterés” de la ciencia (y de la “ciencia”), o sea la actitud para la cual el valor no valora sino que acontece.

En esa tercera zona, en cambio, el asco para empezar nos distingue de los animales: es pues parte de lo que nos hace humanos —pero “hace” en el sentido lógico (o metafísico), que es como decir que es “lo mismo” que lo humano y no una cosa que “produce” lo humano y por lo tanto no lo es. Y si lo es “para empezar”, quiere decir que, si nos colocamos en esa perspectiva, fuera a la vez de la mirada que no sabe que mira y cree que el mundo se mira solo, y de la que ve el error de ésa pero no como un modo de ver sino como un no ver, entonces esa mirada, nos coloquemos donde nos coloquemos, está siempre ya empezada y no es posible colocarse antes de su comienzo para derivarla de un antecedente. Pero esa zona don-de la significación está siempre ya empezada (y por supuesto nunca ya concluida) no es la zona en que la significación es incapaz en su circularidad de separarse de sí misma, es decir de saber que es significación. No podrá saberlo como lo sabe la otra significación, la que observa a ésta y que

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Teatro completo

elena garro

El presente volumen reúne las 16 piezas dramáticas de esta escritora, entre ellas Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca, Felipe Ángeles, La dama boba, Parada San Ángel y Sócrates y los gatos, en las que impera el lenguaje poético y simbólico expresado en atmósferas inesperadas, ámbitos reales y fantásticos y una singular visión de la vida, la historia y la condición humana. Esta edición ordena cronológicamente las piezas y enmienda los errores editoriales de versiones anteriores. El prólogo de Jesús Garro y de Guillermo Schmidhuber de la Mora, otorga una visión íntima de la autora. En el marco del centenario de su nacimiento, el fce se propone contribuir al redescubrimiento del fascinante universo imaginario de una de las voces más originales de las letras mexicanas.

letras mexicanas

1ª ed. 2016, 408 pp.

Novelas escogidas (1981-1998)

elena garro

La deslumbrante irrupción literaria de Elena Garro (1916-1998) se dio en tres géneros: dramaturgia (Un hogar sólido), novela (Los recuerdos del porvenir) y cuento (La semana de colores). Esto ocurrió entre 1958 y 1964. Luego de este triple debut, señalado por la madurez técnica y la imaginación osada, Garro no volvió a los estantes de las librerías sino hasta 1980. En el marco del centenario del nacimiento de esta escritora fundamental de las letras mexicanas del siglo xx, el presente volumen reúne seis novelas y seis nouvelles: Reencuentro de personajes, Mi hermanita Magdalena, Testimonios sobre Mariana, La casa junto al río, Y Matarazo no llamó… y Busca mi esquela. Todas ellas forman parte de la última etapa literaria de la autora, la mayoría textos de poca circulación editorial, difíciles de conseguir. Por todo lo anterior, este volumen pone a disposición del lector diversas aristas de la novelística de Garro, desde lo testimonial hasta el suspenso, pasando por la política.

letras mexicanas

1ª ed. 2016, 928 pp.

Una vida en resilienciaEl arte de vivir en peligro

brad evans y julian reid

Enmarcado en los debates post-estructurales que animan buena parte de la sociología actual, este libro es ante todo una lúcida crítica política del concepto de resiliencia, definida como la habilidad de los sistemas para anticipar, absorber, acomodarse o recuperarse eficientemente de los efectos adversos de acontecimientos azarosos. Los autores analizan la conversión del concepto en una especie de mantra del liberalismo y las implicaciones políticas de tal manipulación. Se trata de un trabajo pionero, pues inaugura la crítica de tal concepto desde la biopolítica.

sociología

1ª ed. 2016, 269 pp.

En defensa de los derechos de los animales

tom regan

El movimiento a favor de los derechos animales ha argumentado que la caza y captura de seres vivos, así como su uso para realizar experimentos, son actividades injustificables y reprobables. Para defender estos argumentos generalmente se apela a principios morales, pero casi nunca con una base teórica sólida. A fin de superar esta deficiencia, Tom Regan busca establecer cimientos filosóficos para dicho movimiento. Contra las afirmaciones de que los animales carecen de conciencia, deseos, memoria, creencias o percepción, y por lo tanto, de derechos, Regan argumenta que estos seres tienen más elementos en común con la humanidad de lo que se admite. De esto se desprende la necesidad de un cambio radical en la forma de tratarlos. El autor aborda cuestiones como el bienestar, las capacidades sensoriales, la justicia, el deber indirecto y directo, los derechos y la igualdad. Gracias a ello, la obra va más allá de su objetivo principal y da pie a la discusión sobre los derechos básicos de los miembros más vulnerables de la sociedad.

filosofía

1ª ed. (fce, instituto de investigaciones

filosóficas-unam, programa universitario

de bioética), 2016, 504 pp.

551NOVEDADESFOND O DE CULTURA ECONÓMICA

NOVIEMBRE DE 2016

20 la gaceta noviembre de 2016

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noviembre de 2016 la gaceta 21

La marca indeleble

alicia molina, ilustrado

por carlos vélez

Los primeros en darse cuenta de que Inés no estaba fueron los pájaros. Daban vueltas piando y reclamando alrededor de la banca del bosque donde, cada tarde, la princesita se sentaba a ponerles trigo, arroz y alpiste. Los últimos que la vieron recordaron que iba entre las garras de un dragón. Después vino el llanto y la desesperación, hasta que su hermano Esteban y su primo Rulo decidieron emprender un viaje para rescatarla, acompañados por Li, un astuto colibrí. La desaparición de la princesa Inés es el punto de partida de este breve relato que describe la sagacidad de un paje, un aprendiz de escudero y un colibrí para traerla de vuelta al castillo. La travesía estará llena de peligros y retos, así que los tres valientes amigos tendrán que recurrir una y otra vez a su imaginación para enfrentar al temible dragón; sin embargo, pronto se darán cuenta de que éste es más astuto de lo que suponen y que la única manera de vencerlo es si consiguen hacerle las preguntas precisas. Una historia conmovedora y llena de aventuras que fomenta el pensamiento crítico de los niños a través de las situaciones que enfrentan y las decisiones que deben tomar los protagonistas. Las ilustraciones de Carlos Vélez están llenas de detalles y expresividad, y logran transmitir con eficacia las emociones del texto.

a la orilla del viento

1ª ed. en español, 2016, 56 pp.

Romeo y Julieta

william shakespeare,

ilustrado por mercè lópez

Para conmemorar los 400 años de la muerte de Shakespeare, publicamos esta versión ilustrada del clásico Romeo y Julieta, obra que se publicó por primera vez en 1597 y que el paso del tiempo ha consagrado. La intensidad de los sentimientos en ella representados la ha convertido en una de las obras más divulgadas del autor inglés, la cual sigue siendo recreada con frecuencia en la música, la danza, el teatro y la literatura; sin embargo, las ediciones ilustradas disponibles son pocas. Esta propuesta completamente gráfica, ilustrada de manera espléndida por Mercè López, narra de manera fresca esta historia de amor juvenil que, desde el comienzo, predice su trágico desenlace. “Al placer violento sigue un final violento”, dice Fray Lorenzo. Este presagio está presente también en la propuesta de Mercè, quien incluye en sus composiciones elementos que simbolizan los peligros de este amor imposible debido al odio imperante en sus familias. En medio de este odio, el amor de Romeo y Julieta persiste, así lo representa la ilustradora, quien envuelve a los personajes entre corales y otros elementos marinos que, conforme avanza la historia, se van transformando en espinos. El odio, la pasión llevada a la locura, los celos, la fidelidad a los suyos y al amor que los protagonistas se han jurado son algunos de los sentimientos que William Shakespeare expone en Romeo y Julieta y que Mercè captura y transforma en imágenes que conquistarán a todo tipo de lectores por su potente fuerza y expresividad.

clásicos

1ª ed. en español, 2016, 56 pp.

Cazadores de especies

richard conniff

Richard Conniff, escritor y periodista estadunidense especializado en el comportamiento animal y el comportamiento humano, narra en esta obra los descubrimientos de los viajeros y exploradores de los siglos xviii y xix, pioneros del estudio de la biodiversidad. El libro es idóneo para quienes estudian temas de ecología y, debido a su estilo sencillo y directo, dotado de un claro impulso literario que atrapa al lector, también para los interesados en conocer las relaciones históricas y biográficas de importantes personajes de la biología como Buffon, Say, Wallace, Bates, Owen o Daubenton. La obra se complementa con ilustraciones, bibliografía y un índice analítico que enriquecen la de por sí muy amena narración.

ciencia y tecnología

1ª ed. 2016, 449 pp.

Entre noches y fantasmas

francisco tario, ilustrado

por isidro r. esquivel

Francisco Tario ha sido considera-do durante mucho tiempo un autor de culto pero en los últimos años su obra ha ganado muchos nuevos lec-tores. En 2012 la editorial española Atalanta publicó La noche; en 2013 Conaculta, ahora Secretaría de Cul-tura, y Lectorum coeditaron La se-mana escarlata y otros relatos; en 2015 el fce publicó el primer tomo de sus obras completas y este año publicó el segundo. En este resur-gimiento se publica Entre noches y fantasmas, breve selección de cuentos ilustrados por Isidro R. Es-quivel, quien ha logrado capturar la voz del autor y propone, desde una mirada personal, su interpretación de la historia que narra un féretro que se sabe destinado al matrimo-nio o, como lo designan comúnmen-te, al entierro, y que sueña con el encuentro de su cónyuge; la de un perro tísico que relata la muerte de su amo, un joven y triste poeta, y la desesperación que siente al no poder hacer otra cosa que verlo mo-rir; la de un traje gris que, cansado de su espantosa monotonía, decide salir y experimentar la vida de los hombres; la de una extraña enfer-medad que llega a un pueblo en la forma de una polka ininterrumpida que, después de que el paciente la escucha durante diez días, desa-parece; la de una mujer que no le cumple a su esposo la promesa de ser enterrado con su vieja pata de palo y por ello es atormentada. És-tos son algunos de los personajes y tramas de esta selección de cuentos donde lo impredecible, lo fantástico y lo fantasmal siempre están pre-sentes. Entre noches y fantasmas, libro coeditado con la Secretaría de Cultura, es un pequeño homenaje a uno de los mejores cuentistas mexi-canos, quien ha sido comparado con autores como Jorge Luis Borges, Juan José Arreola y Juan Rulfo; pero sobre todo un autor que siem-pre ha sido reconocido y recomen-dado por sus lectores. Por su parte, Isidro R. Esquivel hace evidente su madurez y rigor como ilustrador.

clásicos

1ª ed. en español, 2016, 120 pp.

El MacheteEdición facsimilar luciano concheiro (coordinador). autores varios

En 1980, el antropólogo Roger Bartra fundó la revista El Machete, publicación financiada por el Partido Comunista Mexicano que, pese a su breve vida —tan sólo 15 números— llegó a convertir-se en punto de referencia del análisis social y la cultura política del país. La revista fue nombrada así en homenaje a la revista del mismo nombre vinculada también al PCM en la década de 1920. En retrospectiva, El Machete representa un punto de inflexión en el pensamiento de izquierda, particularmente el de raigambre marxista, al introducir temas de identidad cultural que hoy son parte de la agenda política e institucional: derechos de los homosexuales, legalización de la ma-rihuana, guadalupanismo, todo ello en un lenguaje escrito y gráfico irreverente. Irónica, lúdica y siempre crítica, su búsqueda podía oscilar entre una visita al teatro Blanquita, un examen de La familia Burrón o el análisis polivalente del rock y la trova. Su discurso plástico presentó innova-ciones radicales gracias a los reconocidos artistas Rafael López Castro y Alberto Castro Leñero, encargados del diseño y el arte, respectivamente. Esta edición facsimilar reproduce las caracte-rísticas originales de la revista en cuanto a papel, portadas, color y formación.

letras mexicanas

1ª ed. 2016, 1110 pp.

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22 la gaceta noviembre de 2016

trasfondo

4 de mayo de 2001, 8:31 de la mañanaSólo ha transcurrido un minuto desde que llegó a la estación Po-lanco del Metro. Tiene sueño, pues prácticamente no durmió anoche, y no podría decidir qué parte del cuerpo le duele más. Hasta ahora le había funcionado la estratagema de sumir la tensión nerviosa en un charco de cansancio, pero esta vez cada músculo le dice que todo el día sentirá el cuerpo tan tieso como un palo reseco, y al mismo tiempo un agotamiento como el que producen los insomnios largos y reiterados.

Como si eso no bastara fumará más que nunca, más que siempre, con lo que se acarreará todos los males posibles que nunca dejan de mencionar aquellos que no fu-man y consideran una obligación, casi una cruzada, decirle al que fuma que no debe hacerlo porque daña mucho no sólo su salud sino la de medio mundo, que si los fu-madores pasivos, que si la falta de concentración, el aniquilamiento neuronal, incluso a la larga la im-potencia, pero antes y paulatina-mente los problemas de erección y el desinterés sexual, y más y más, tal como si el tabaco fuera y siempre hubiera sido poco menos o de plano tan letal como la más eficiente de las armas bacteriológi-cas —o una de destrucción masiva, ironiza—, todo lo cual, en caso de ser cierto, daría mucho que pen-sar respecto de la creciente pero siempre hipócrita prohibición fu-madora pues, en todo caso, lo que deberían prohibir es su producción y comercialización, no su consu-mo, y entonces habría que replan-tearse decenas de consideraciones —meros sobreentendidos, a cual más difuso— respecto de los estu-pefacientes en general, sobre todo teniendo en cuenta que dentro de unos doce o trece años comenza-rá a legalizarse el consumo de la mariguana, después de lo cual será ridículo, por decir lo menos, que nadie pueda fumarse un cigarro en un restaurante, pero sí pueda pren-derle fuego a un buen churro gallo carrujo porro chubi toquecito son.

Por eso, congruente consigo mismo, Mario celebra el día mun-dial de no fumar encendiendo muy temprano su enésimo Lucky Strike —y una mañana cualquiera de 2016 hará lo mismo con su Marlboro 100, cuando apenas esté abriendo

los ojos—, recordando el cuento de Ribeyro y haciéndole honores a la cortazariana vaga equívoca fragancia pero también al humo que tapiza las gargantas, al insigne puro entre los labios de Groucho, a Cabrera Infante de puro humo y a otros notables fumadores.

Aunque más tarde, al otro día, el sueño sea mucho, no hace nada por pelear contra el insomnio. La ma-drugada lo pesca en vela todas las noches, y cada una de ellas Mario se repite que tal como hace con su cajetilla de cigarros diaria, así es él y así está bien. Lleva demasiados años acostándose a las dos o tres de la mañana como para aceptar al menos la posibilidad de que lo suyo es un problema de sueño. Lo tiene bien mecanizado: dormir has-ta bien tarde le permite levantarse cuando todos los demás ya están en movimiento, han desayunado, salieron a la calle y se dirigen o ya llegaron al sitio adonde van. Pero si le preguntaran, aseguraría que no es por eso que se desvela y se levanta tarde. Diría que no lo hace por ninguna razón particular, sino sencillamente porque así está acostumbrado. No reconocería, por mucho que explicarlo le regala-ra un breve placer, que después de tantas noches de sueño incompleto sabe bien que el premio consiste en ver, a la mañana siguiente, la rea-lidad como de a golpes. En fotones, diría él.

*

Así como si nada llegarán los días por venir. Mario detiene la vista en la palma de su mano izquierda, sa-biendo que su futuro no está escrito ahí. Lo ignora todo respecto de la quiromancia, y además no cree en esas suertes. Se mira la palma por-que sí, para distraerse. También, un poco, porque sin darse cuenta está rememorando la única vez que alguien pretendió encontrar ahí su destino. Hace tantos años de eso, que no podría recordar exactamen-te lo que le dijeron. A su memoria sólo viene la imagen de sí mismo caminando por avenida Insurgen-tes, distraído. Antes de llegar a una esquina una mujer lo interpeló y ofreció leerle las líneas de la mano. A pesar de su escepticismo, él acep-tó perder diez minutos y quince pesos colaborando en el sustento de aquella falsísima gitana.

Recuerda cuántas veces ha pen-sado en no ser, como los que a sus espaldas siguen saliendo del Metro, más que uno de tantos transeúntes, que se dirige a un sitio sólo cono-cido por él mismo, movido por un propósito igualmente ignorado por el resto de las personas que, como él, andan por la calle. Se dice a sí mismo que el anonimato es el más claro signo de la vida urbana con-temporánea, y que a nadie le impor-tan los propósitos del otro, salvo que sus respectivas trayectorias se intersecten, pero sabe también que, cuando eso sucede, por lo regular es de manera conflictiva.

Piensa en los desplazamientos, en ir de un sitio a otro. Nadie pue-de concentrar la totalidad de sus actividades en un solo lugar. Sólo renunciando, sólo evitando delibe-radamente el movimiento. Y sólo, claro está, a partir de condiciones materiales específicas. Entre más pobre más tiene uno que moverse, pero es menos posible llegar lejos.

**

El túnel Ogarrio en Real de Cator-ce no tiene una inscripción donde se lea “abandonad toda esperanza” pero no hace falta, porque cada quien ve lo que quiere ver y por eso Mario sí puede leerla o, más preci-samente, sí podrá verla o, todavía más precisamente, del domingo seis de mayo en adelante dirá que ahí estaba, que vio esa leyenda advir-tiéndole que, una vez habiendo pa-sado por ahí, ya no había ni salva-ción ni regreso ni nada; que cuando traspasara ese túnel, única vía para entrar a Real de Catorce, lo que ha-bría de venir era la nada, el tiempo sin asideros, el reloj inmóvil.

Antes que todo eso, una cuen-ta atrás. Verá cumplido —ya está cumpliéndose, mejor dicho— algo que le gusta mucho decir: que el tiempo no debería medirse por los minutos que pasan sino por lo que pasa en los minutos, pero dejará de decirlo en voz alta luego de que un menos que mediocre cantautor gua-temalteco perpetre una canción en la que incluirá una frase demasiado parecida. Lo que sí seguirá pensan-do y diciendo es que a cada quien le toca su Aleph, que cada quien vive su concierto y su desconcierto y, si no tiene otro remedio ni logra evi-tarlo, su simultaneidad, ese todo indeseado, ingobernable, necesa-

riamente múltiple, agolpado siem-pre a las puertas del entendimien-to y dándose codazos para entrar primero.

La memoria es el vestíbulo de la razón, se dice, pero si no se le asig-nan turnos al infinito de posibles evocaciones, la combinación será irremediablemente caótica. ¿Y qué combinación no lo es? Sólo un enga-ño amable, eso de creer que la ruta causal es algo más que la residencia provisional del desorden.

El presente. Aute cantando “aho-ra es un instante dentro de un re-loj”. La no-metáfora de un reloj de arena traído de Zacatecas que un día, un instante cualquiera, dejó de permitir el paso de los granos de un lado al otro. Cuando Mario se dio cuenta de que ahí, en el interior de esa clepsidra seca, para nadie y al mismo tiempo para cualquier persona que lo descubriera y qui-siera creerlo, el tiempo no andaba; cuando entró a casa, encendió la luz del pasillo y, como si hubiera escuchado que alguien se lo orde-nara, lo primero que hizo fue mirar el reloj de arena detenido a medio camino; cuando lo descubrió tuvo un atisbo, así fuera humilde, de intemporalidad.

Pero nada de esto ha ocurrido todavía; sucederá más de tres años después, aunque Mario no lo sabe. Como con tantos otros aconteci-mientos, no tiene modo de saberlo y, no obstante, su ignorancia no al-terará ni un ápice la configuración del futuro. Un ápice. Como todos, Mario emplea la palabra “ápice” para significar “poco”. Lo que por ahora tampoco sabe es que dentro de seis años leerá en un libro de Ro-bert Kaplan la historia del número cero y comprenderá que, en rigor, un ápice es una porción de infinito, y que en sí mismo es infinito tam-bién. Lo que Mario sí sabe desde hace mucho es que basta un ápice para caer en la tentación de forjar los eternos universos del hubiera, palabra útil para tocar, aunque sea sólo con el pensamiento, el que aca-so sea el único infinito de verdad accesible para el género humano.

Cualquier hubiera es bueno, to-dos valen lo mismo, y debería ser fácil darse cuenta de que los hechos cotidianos también son un hubiera, que eso que tan confiadamente lla-mamos realidad es apenas el tal vez que alzó primero la mano, algo así como el primer caramelo que sale

trasfondo

fragmento

El tiempo realLuis Tovar

El solipsismo no es la forma de pensamiento más prestigiada pero puede ser una veta muy rica para la exploración literaria, como lo demuestra el presente texto —fragmento de la novela inédita El tiempo real— hecho de sensaciones y refl exiones contenidas en la interioridad pura, no obstante reveladoras de la condición humana moderna.

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noviembre de 2016 la gaceta 23

del paquete. Un puede ser que a fin rde cuentas fue, como pudo tocarle a otro cualquiera.

Aunque la frase suena bien bonitay ya ves cuántos la usan para deciralgo quesque muy profundo, o cuan-do menos que suene medio culto, la pura verdad es que arquitecto de su propio destino, bien visto, no es na-die. Más bien, como es claro si unosabe escuchar lo que los ciegos can-tan, cada quien ha hecho lo que ha podido y Fortuna lo que ha querido.

Es verdad, piensa, que los ac-tos tienen consecuencias, pero el campo donde gobierna la causali-dad pura es en realidad muy res-tringido. La causalidad como yo laentiendo, es decir, una en la que no intervenga ninguna contingencia. Pero para eso habría que vivir en un laboratorio, e incluso en un ace-lerador de partículas, con absoluta-mente todas las condiciones contro-ladas, también absolutamente.

“Despacio”, piensa, catorce mi-nutos antes de que todo comience a suceder. Piensa despacio. No siem-pre la mejor vía es la más corta, y se puede llegar más pronto siguien-do una ruta que no sea ni recta ni la que aparentemente tomaría menos tiempo. La memoria y el pensa-miento también tienen sus agujeros de gusano a modo de atajos, pordonde puede cortarse camino. Pero no. No se trata de llegar más pron-to. Aquí hay una trampa. Hay que evitar los pasadizos, no propiciar-los, para ya no hablar de seguirlos.

De nueva cuenta mira la calle,y el desorden sonoro que sale delMetro le recuerda la nieve de untelevisor sin señal, esa lluvia in-terminable de puntos blancogrises que en otros tiempos remataba, yaentradísima la noche, una jornadade transmisiones, lluvia hertziana hoy inexistente a consecuencia de la todavía más interminable pro-gramación televisiva. Cuando supo que una porción de ese ruido sin concierto en realidad es un rema-nente del Big Bang; cuando asimiló la paradoja tremenda de que resul-tara tan fácil, incluso involuntario, acceder a un testimonio directo delorigen de todo, y que como le pasó a millones y millones en todo elmundo, atestiguó la maravilla in-contables veces sin siquiera poder imaginarla, Mario tuvo un estre-mecimiento, y tuvo otro cuando le explicó el asunto a Bruno y descu-brió que ni siquiera un auténtico

prodigio era capaz de concitar la unanimidad absoluta, puesto que su amigo lo escuchó, dijo algo así como “ah, mira”, y volvió a lo suyo, va-riando apenas el gesto y la actitud.

***

Como bien sabe cualquiera, el viaje consiste en el trayecto y no en la es-tadía, forzosamente fugaz, en el si-tio adonde conducen los movimien-tos. Lo mismo habría que hacer con el lugar de donde se ha salido, como bien sabía Kazantzakis que sabía Odiseo.

¡Pero qué ganas de hacerme un gran favor! ¿Qué clase de Odiseo puedo ser aquí, hoy, una mañana de viernes afuera de una estación del Metro? ¿Me alcanza la soberbia para romantizar —en todos los sentidos posibles, incluyendo el de confeccio-nar con todo esto una romain— un viaje que en este momento ni siquie-ra sé si de veras voy a hacer?

Como tantos otros, y si me apu-ran como casi todos, no soy sino un puñado de trivialidades a las que puede otorgársele orden, sentido, significado. Por sí mismo nada tie-ne importancia, ya se sabe. Es per-fectamente posible vivir dándole la espalda al mundo, mirándose el ombligo. El centro del mundo está en todas partes, tantas como habi-tantes hay en él.

Lo mío es el simple y puro egoís-mo de esa mónada consciente que, a final de cuentas, venimos a ser todos y cada uno de los seres humanos. Mi viaje, mi angustia, mi historia, ¿son importantes para alguien que no sea yo? ¿Lo serán para el yo que seré después, cuando todas estas pala-bras que ahora me digo hayan sido sustituidas por otras que en reali-dad vendrán a valer exactamente lo mismo? ¿Por qué debo creer que la representación del mundo que hoy ocupa mi cabeza es la más válida o la mejor si sólo, si apenas, es la única de la que soy capaz? Ya no estamos en el mejor de los mundos posibles, sino con dificultades, pobremente, en la menos incompleta de las re-presentaciones posibles, y todas son individuales, lo cual significa que le sirven a uno nada más, aunque a veces ni siquiera eso.

Se supone que todo esto tendría que estar diciéndoselo a alguien. A Beatriz, por ejemplo. Se supone que debo armar el artificio del diálogo, la quimera reiterada de la comuni-

cación. Sí, claro, como si de verdad fuera posible comunicarse con los demás. Ni en sueños. Ni en un mi-llón de años.

Pero como estoy solo y eso es algo que muy probablemente no va a cambiar, en este aquí y este aho-ra soy el único que decide si algo es importante, y mi dictamen es que todo lo es. Digamos que aplicaré la teoría del mínimo cambio nece-sario, pero de tal manera que no resulten eventos catastróficos ni notorios ni relevantes, ni siquiera memorables. No todos los aleteos de mariposa tienen que terminar en tifones, como pretende cierta mala literatura y como medio mundo se muere de ganas de que sean sus viditas para no sentir que no están vivos, ignoro si por deformación literaria o quizá cinera o más bien televisiva o por supuesto que todas juntas.

El mundo está lleno de nosotros, los que sólo somos importantes para nosotros y quizá ni siquiera eso, cuyosnuestros actos no tienen más consecuencias que una nueva organización en los impulsos y los flujos eléctricos dentro de nuestros cerebros. Estamos en todas partes y aunque nuestra ausencia indivi-dual tampoco sería notable, si de repente nos borráramos colectiva-mente del mapa y del tiempo, en-tonces sí que alguien, algún alguien igual de anónimo que los recién desaparecidos levantaría las cejas y se preguntaría si acaso antes no había ahí diez o veinte millones de seres, ¿qué pasaría con ellos?

Pasa que estamos un poco enfer-mos. Un poco enfermos y también cansados. Encima de nuestras es-paldas medra el peso inmenso del prestigio de los que no son como nosotros, ésos que nos necesitan muchísimo más de lo que nosotros podemos necesitarlos jamás a ellos, aunque hayan conseguido hacernos creer que es al contrario. Nosotros, los enfermos de anonimato cróni-co, no hacemos, ni tenemos, ni de-cimos, ni pensamos ni nos sucede nada de todo aquello que parece re-quisito insoslayable para que algún otro nos mencione: huérfanos, au-sentes, ayunos, carentes de singu-laridad, o mejor dicho de cierto tipo de singularidad, ésa que sale en las películas y en las series de televi-sión y de la que se habla en las nove-las. No vemos fantasmas, no hace-mos estallar aviones, no atentamos

contra nadie, no tenemos millones de pesos y por lo tanto no estamos en posibilidades de perderlos, no pertenecemos a ninguna organiza-ción secreta ni pública, no manifes-tamos preferencia política definida, no se nos reprime en una manifes-tación porque no vamos a ninguna, no se nos censura porque no hace-mos nada por expresar nuestra opi-nión, con dificultad votamos cada que hay elecciones, no conocemos a ningún famoso, no vivimos roman-ces dignos del fanzín, no deseamos asesinar a nadie, no somos ladrones ni grandes ni pequeños, no nos sa-camos la lotería, no aparecemos en pantalla alguna, no tenemos nada que ver con el narco ni con la poli-cía judicial ni con la piratería ni con la política ni con ninguna de todas las cosas de las que se habla en los medios, que se escriben en la lite-ratura, que se publican en diarios y revistas o se performancean en la calle.

Y después de todo, sólo somos hombres ordinarios, como bien dijo Waters aquella vez que anduvo del otro lado de la luna. Ordinarios, comunes y corrientes, semejantes al resto. Iguales a nosotros mis-mos, si se nos compara con los que fuimos hace tres, seis, diez años, e idénticos a los que seremos dentro de otros doce y otros quince, da lo mismo el número. Solamente unas cuantas canas, una barriga más prominente, una próstata más gas-tada, más poros en los huesos, otra vestimenta porque la que teníamos se fue estropeando

como nosotros, ni más ni menos que como nosotros, cada día más hechos del sedimento de aquello que quisi-mos ser y jamás acabó de cuajar/

pero por fin, entonces, ¿lo mismo o no? ¿Iguales o casi? Por ahí asoma su purulencia nuestro personalísi-mo retrato doriangreyesco, no para recordarnos quién somos ni quién fuimos ni quién seremos, sino quién vamos siendo/

porque sólo somos un gerundio/

al dejar de ser y convertirnos en unos nosotros diferentes a todo, pero sobre todo diferentes a los que nunca llegaremos a ser/

y otra vez el verbo llegar, de nuevo la idea de trayecto debajo de toda conceptualización acerca de uno y su contexto/

pero qué derrotismo, dios mío/

en una tierra sin dioses, precisamen-te, porque ellos también fueron po-niéndose viejos, les vinieron los acha-ques, perdieron elasticidad… ¿Y qué es un héroe, ya que un dios a fin de cuentas no es más que un ídolo al que se le habla de tú a la hora de los mie-dos grandes? ¿Qué es un héroe cuan-do está vencido, cuando no fue capaz de las proezas en prenda de las cuales lo instalamos muy bonito en su pedes-tal? ¡A quitarlo entonces! Que se vaya mucho a la chingada, si para fracasar cada quien se basta solo.�•

El tiempo real fue escrito gracias al apoyo del Sistema Nacional de Crea-dores de Arte.

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¿Cómo participo? Bases

A. La convocatoria estará abierta a participantes de 9 a 15 años de edad. De-

berán presentar un video en idioma español, sin importar el territorio geográfico

en el que residan. La participación en este concurso implica la total aceptación

de las bases de esta convocatoria.

B. El premio del Concurso Internacional de Booktubers 2016 consistirá en un

reconocimiento, una tableta, un paquete de libros del FCE y un taller en el

Centro de Cultura Digital.

C. El video deberá ser de 1 a 3 minutos de duración, de no ser así, será desca-

lificado. Se valorarán las opiniones personales de los participantes más que

los resúmenes de los textos.

D. Se descalificarán aquellos videos que se limiten a contar el libro, específica-

mente el final, o que sólo respondan las preguntas que sugerimos en el punto 5.

E. Cada participante deberá ser registrado en nuestra página:

www.fondodeculturaeconomica.com por un adulto responsable.

F. Los videos se recibirán desde el 19 de octubre de 2016 hasta el 10 de febrero de 2017. No se aceptarán videos extemporáneos bajo ninguna circunstancia.

G. El Fondo de Cultura Económica designará un jurado compuesto por cinco pres-

tigiosos autores y booktubers que elegirán dos videos ganadores, uno por

cada categoría, y otorgarán menciones si así lo consideran.

H. El fallo del jurado será inapelable y se dará a conocer el 10 de marzo de 2017 por correo electrónico a los ganadores, en la página del FCE y en nuestras

redes sociales. Ese mismo día se dará a conocer el lugar de la ceremonia de

premiación, la cual se llevará a cabo el 1° de abril de 2017.

I. Cualquier caso no previsto en esta convocatoria será resuelto por el Fondo de

Cultura Económica.

J. Los datos personales de los participantes son de carácter confidencial, y así

serán tratados de conformidad con las disposiciones jurídicas aplicables.

K. En caso de dudas, pueden comunicarse a las oficinas del Fondo de Cultura

Económica en el teléfono 5554491800 o a los correos cperez@fondodecultu-

raeconomica.com y [email protected]

¡Listo! Lee, graba y comparte

1. Si tienes entre 9 y 11 años de edad participa en la categoría A.

2. Si tienes entre 12 y 15 años de edad participa en la categoría B.

3. Elige uno de los siguientes libros de la colección A la Orilla del

Viento del FCE:

Categoría AConcierto No. 7 para violín y brujas, de Joel Franz Rosell

Travesuritis aguda, de Rafael Barajas, El Fisgón

La decisión de Ricardo, de Vivian Mansour

El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, de Juan Villoro

Categoría BUn viejo gato gris mirando por la ventana, de Antonio Malpica

Los osos hibernan soñando que son lagartijas, de Juan Carlos Quezadas

En la oscuridad, de Júlio Emílio Braz

Odisea por el espacio inexistente, de M. B. Brozon

4. Ve a tu librería más cercana o cómpralo en nuestra librería virtual

www.fondodeculturaeconomica.com

5. Cuando hayas terminado tu lectura, te invitamos a pensar ¿qué te pareció?,

¿te gustó?, ¿le cambiarías algo?, ¿te recuerda a alguien?, ¿quién fue tu per-

sonaje favorito?, ¿le añadirías algo?, ¿qué te hizo sentir?

6. Cuéntanos tus opiniones grabando un video de 3 minutos máximo en un ce-

lular, tableta o computadora. El nombre de tu video debe contener el hashtag

#LeoyCompartoFCE + el título del libro que hayas elegido:

#LeoyCompartoFCETravesuritisAguda

7. Listo, ahora ¡súbelo a YouTube! www.youtube.com

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· Mientras el video se sube, puedes agregar información, título, hashtag

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8. Regístrate en nuestra página www.fondodeculturaeconomica.com y sube el

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¡Si tienes entre 9 y 15 años esta convocatoria es para ti!

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