Formacion de Los Contratos Internacionales Scribd
-
Upload
rafael-arenas-garcia -
Category
Documents
-
view
47 -
download
0
Transcript of Formacion de Los Contratos Internacionales Scribd
1
LA FORMACIÓN DE LOS CONTRATOS INTERNACIONALES
Dr. Rafael Arenas García
Catedrático de Derecho internacional privado
Universitat Autònoma de Barcelona
I. Introducción
1. Contrato interno y contrato internacional
Un contrato es internacional cuando se encuentra vinculado con más de un
ordenamiento. La conexión con una pluralidad de Derechos es lo que le diferencia del
contrato interno, aquel que no presenta relaciones más que con un solo ordenamiento1.
Estas conexiones con diferentes Derechos pueden derivarse tanto de las circunstancias
personales de las partes en el contrato como de sus elementos objetivos. Así, la
internacionalidad del contrato puede ser consecuencia de que, estando el resto de
elementos vinculados al ordenamiento de un estado determinado, alguna de las partes
sea nacional de un estado diferente, o tenga su domicilio o residencia en un país distinto
de aquél en el que se ubican el resto de elementos del contrato.
En la mayoría de los supuestos, los contratos internacionales involucran a partes
situadas en diferentes estados (sociedades establecidas en países diferentes, por
ejemplo); pero sería un error pensar que en aquellos casos en los que las partes tienen
todas ellas la misma nacionalidad, residencia y domicilio el contrato es interno.
También en estos casos nos encontraríamos ante un contrato internacional si cualquier
elemento relevante del contrato se localiza en un estado diferente del de la nacionalidad
de las partes. Así, por ejemplo, un contrato entre dos empresas españolas pero que
implica la entrega de mercancías en un país extranjero será un contrato internacional,
como también lo será aquél que celebrado entre empresas españolas y debiendo
ejecutarse en España se haya concluido en el extranjero. La circunstancia de que el
contrato haya sido celebrado en un país diferente de España, pese a que todos los demás
elementos del contracto se encuentren vinculados con nuestro país, convertiría el
contrato en internacional. Conviene hacer la advertencia porque en algunos casos se ha
1 Vid. FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCHEZ LORENZO, S., Derecho internacional privado, Civitas/Thomson Reuters, 7ª ed., Cizur Menor (Navarra), 2013, pp. 23-24.
2
mantenido que solamente la internacionalidad subjetiva (de las partes) es relevante, y no
la objetiva, lo que podría conducir a tratar como contratos internos auténticos contratos
internacionales.
En los contratos internacionales el problema fundamental que se plantea es de la
identificación del Derecho que les será de aplicación. En los contratos internos esta
duda no surge, ya que resulta evidente que tal Derecho será precisamente el del país con
el que el contrato presenta todos sus vínculos. En los contratos internacionales, en
cambio, la existir conexiones con más de un ordenamiento se hace necesario identificar
cuál o cuáles de ellos deberán aplicarse para determinar el régimen del contrato.
Esta operación de identificación tiene cierta complejidad, como veremos, y, además,
conduce en la práctica totalidad de los supuestos a la necesidad de utilizar normas de
diferentes ordenamientos para la regulación del contrato; esto es, no nos podremos
limitar a concretar cuál de los diferentes Derechos conectados con el caso será el que
rija el contrato, sino que se hará necesario concretar qué partes del contrato son regidas
por cada Derecho o, visto desde otra perspectiva, cómo se articulan las normas de los
diferentes ordenamientos llamados a regir el contrato. Lo habitual será que en un
contrato internacional determinados aspectos del mismo se rijan por un Derecho y otros
por otro u otros Derechos diferentes. Esto es así también, por supuesto, en lo que se
refiere a la formación del contrato.
El problema que se acaba de presentar, la identificación del Derecho (Derechos)
rectores del contrato se suele identificar como una cuestión de “derecho aplicable” o
“conflictual”; ahora bien, para dar respuesta a la misma es necesario identificar
previamente qué autoridad conocerá sobre el litigio o conflicto para el que sea necesario
concretar el régimen del contrato. Esto es así porque la forma en que se concreta el
régimen de los contratos internacionales varía de país en país, de tal forma que en
relación al mismo contrato puede resultar diferente el régimen que configuraría un juez
español que uno de Estados Unidos, por ejemplo, lo que conduciría a que según dónde
se plantee el litigio las obligaciones y derechos de las partes en relación al mismo
contrato pueden variar.
Esta variación que, evidentemente, supone un riesgo y una dificultad en el tráfico
internacional, es consecuencia de que cada autoridad aplica su propio sistema de
Derecho internacional privado (DIPr), lo que implica que cada autoridad utilizará reglas
3
diferentes para configurar el régimen jurídico de un contrato internacional. Así, por
ejemplo, podría ser que para un determinado tribunal las obligaciones y derechos de las
partes en el contrato deberían ser las previstas por el Derecho del lugar en el que el
contrato se había celebrado, mientras que para tribunales de otro Estado debería ser la
ley personal de alguna de las partes (el vendedor, por ejemplo) la que debería
considerarse para determinar el régimen del contrato. Cada autoridad aplicaría sus
propios mecanismos de determinación del Derecho rector del contrato [su propio
sistema de DIPr (DIPr)] con lo que la determinación de tal tribunal condiciona el
régimen substantivo de la relación.
Esta incidencia de las cuestiones jurisdiccionales en las substanciales es específica de
los supuestos internacionales. En los casos puramente internos la determinación del
tribunal o de las autoridades competentes carece de consecuencias para el régimen del
contrato ya que sea quien sea el órgano jurisdiccional que conozca las reglas de Derecho
que se aplicarán serán siempre las mismas. En los contratos conectados con más de un
ordenamiento no es así, y es por ello que la identificación de los tribunales que resultan
competentes tiene una relevancia de la que carece en los casos puramente internos. Es
por ello que en este capítulo deberemos examinar tanto el régimen aplicable a la
formación de los contratos internacionales, entendido tal régimen como el que aplicaría
una autoridad española que tuviera que pronunciarse sobre un litigio vinculado a la
formación del contrato, como los criterios de competencia de los tribunales españoles en
relación a los contratos internacionales y su formación, ya que tales criterios de
competencia son presupuesto para la aplicación de las reglas de DIPr en materia de
formación de los contratos.
De lo que hemos visto hasta ahora se deriva que en relación al mismo contrato son
posibles distintas soluciones en función de qué autoridades conozcan; lo que implica
que no existe un régimen universalmente válido en lo que se refiere a la formación de
contratos internacionales y, por tanto, las soluciones que se aporten serán únicamente
correctas si tenemos en cuenta el sistema de DIPr para el que se predican. Aquí nos
centraremos en el sistema español de DIPr; esto es, el sistema de identificación del
régimen de los contratos internacionales que aplicarán las autoridades y tribunales
españoles. Ahora bien, tal como veremos, este régimen será sustancialmente idéntico al
de otros países de nuestro entorno, por lo que las afirmaciones que aquí se hagan podrán
ser trasladadas en buena medida a otros sistemas de DIPr. De la misma forma, lo que se
exponga sobre los criterios que harán que los tribunales españoles sean competentes en
4
materias vinculadas a la formación del contrato será también trasladable a otros sistemas
jurisdiccionales, por lo que la presentación, aunque se haga desde el Derecho español no
tendrá una eficacia estrictamente local.
La estrecha vinculación entre jurisdicción y determinación del régimen sustantivo del
contrato en los supuestos internacionales, hasta el punto que sin la concreción del
órgano jurisdiccional competente no será posible precisar el régimen del contrato
plantea algunos problemas en la dinámica contractual derivados de que en este sector el
acercamiento tanto de los operadores económicos como de los jurídicos no es
estrictamente litigioso; esto es, los contratos se diseñan, redactan y aplican sin calcular
necesariamente que será preciso llegar a litigar sobre ellos. Se configuran como
instrumentos de facilitación de las transacciones, no como presupuestos de una
demanda judicial. En los supuestos internos esta lógica contractual puede desarrollarse
sin problemas porque no existen dudas sobre cuál es el régimen del contrato y, por
tanto, sobre cuáles son los derechos y obligaciones de las partes; y tales derechos y
obligaciones no varían en función de que se litigue o no o de dónde se plantee el litigio.
Como hemos visto, en los contratos internacionales esto no es así, ya que la
determinación de la jurisdicción condiciona el régimen de la relación. Se trata de una
dificultad que no puede ser resuelta de una forma definitiva, aunque, como veremos,
existen algunos mecanismos que permiten paliar sus efectos. Los examinaremos en los
epígrafes que seguirán.
2. Contrato y formación del contrato
En el epígrafe anterior hemos visto cómo el régimen de un contrato internacional
depende de la autoridad (judicial o no judicial) que haya de pronunciarse sobre el
mismo; lo que implica que la perspectiva procesal y substantiva deberán ser
consideradas de manera conjunta y articulada. Esta ha de ser la opción también en lo
que se refiere al régimen de formación del contrato, teniendo en cuenta las diferentes
dimensiones del mismo.
La formación del contrato ha de ser analizada desde dos puntos de vista diferentes y
complementarios. Por una parte, la formación es relevante desde la perspectiva del
contrato ya celebrado, ya que el contenido del contrato se prefigura en esa etapa de
formación, la eficacia del contrato comienza precisamente cuando concluye la etapa de
5
formación y, además, esta etapa de formación es relevante para determinar si el contrato
concluido es perfecto o contiene vicios que pueden conducir a su ineficacia
(anulabilidad, nulidad o, incluso, inexistencia)2. Desde esta perspectiva, la formación
del contrato ha de ser considerada desde una óptica propiamente contractual.
La formación del contrato puede ser considerada también, sin embargo, de forma
autónoma, esto es, separada del contrato que se haya celebrado. Esto resultará obligado
en aquellos supuestos en los que el contrato no llega a perfeccionarse, por lo que las
actuaciones desarrolladas durante la formación infructuosa no podrán proyectarse sobre
un contrato ya realizado; pero también es posible en supuestos en los que el contrato se
ha perfeccionado; pero en el que aún sea preciso valorar jurídicamente actuaciones
desarrolladas durante la formación del mismo pero que no pueden ser calificadas
estrictamente como contractuales. El régimen de la responsabilidad por culpa in
contrahendo es un ejemplo de esta dimensión no contractual en sentido estricto de la
formación del contrato3.
Esta distinción puede parecer trivial, pero en el caso de los contratos internacionales es
preciso insistir en ella ya que, como veremos, la correcta calificación del supuesto es
paso previo imprescindible para la concreción del régimen jurídico del mismo4 y es
necesario, por tanto determinar que aspectos de la formación del contrato han de ser
calificados como no contractuales. La delimitación entre lo contractual y lo no
contractual es básico en el estudio del régimen de la formación de los contratos
internacionales.
2 Vid. QUICIOS MOLINA, S., “La ineficacia contractual”, en R. Bercovitz Rodríguez-Cano (dir.), Tratado de Contratos, t. I, Tirant lo Blanch, Valencia, 2009, pp. 1213-1405, p. 1215. 3 Para una presentación de conjunto de la problemática que presenta la responsabilidad precontractual y las relaciones que tiene tanto con lo contractual como con lo extracontractual puede consultarse GARCÍA
RUBIO, M.P./OTERO CRESPO, M., “La responsabilidad precontractual en el Derecho contractual europeo”, InDret, 2010, núm. 2; GARCÍA RUBIO, M.P., La responsabilidad precontractual en el Derecho español, Tecnos, Madrid, 1991; CARRASCO PEREA, A., “Art. 1101” en M. Albaladejo/S. Díaz Alabart (dirs.), Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, t. XV, vol. 1º, EDERSA, Madrid, 1989, pp. 374-444, pp. 428-435; ASÚA GONZÁLEZ, C.I., La culpa in contrahendo (Tratamiento en el Derecho alemán y presencia en otros ordenamientos), Servicio de Publicaciones de la Universidad del País Vasco, Bilbao, 1989. Para una perspectiva comparada de los Derechos alemán y francés junto con los sistemas del Common Law vid. VON MEHREN, A.T., “The Formation of Contracts”, Int.Enc.Comp.L, vol. VII; cap. 9, pp. 17-24. Vid. también MOURA V ICENTE, D., Da responsabilidade pré-contratual em direito internacional privado, Almedina, Coimbra, 2001. 4 A través de la calificación se identifica la norma de conflicto que determinará el Derecho aplicable al caso. Sobre esta operación de calificación vid. en la doctrina española VIRGÓS SORIANO, M., Lugar de celebración y de ejecución en la contratación internacional, Tecnos, Madrid, 1989 y ÁLVAREZ
GONZÁLEZ, S., “Artículo 12, ap. 1”, en M. Albaladejo/S. Díaz Alabart (dirs.), op. cit., 2ª ed. t. I, vol. 2, Edersa, Madrid, 1995, pp. 842-880.
6
3. Plan de exposición
En los siguientes epígrafes abordaremos los problemas relativos a la determinación de
los tribunales o autoridades competentes para la resolución de los litigios que puedan
plantearse en relación a la formación del contrato y los relacionados con la
determinación del régimen aplicable al contrato. La consideración de lo primero, los
aspectos procesales, tal como se ha indicado, no desconoce que en el ámbito contractual
es frecuente que la relación jurídica se desarrolle en su totalidad al margen de los
tribunales u otros órganos de resolución de conflictos, pero su estudio resulta
imprescindible para poder determinar el régimen substantivo del contrato.
Además de la perspectiva procesal deberemos abordar también el tratamiento del
régimen substantivo de la formación de los contratos internacionales, lo que se
concretará en la determinación del Derecho o Derechos que serán de aplicación a dicho
régimen teniendo en cuenta las dos perspectivas a las que nos referíamos en el epígrafe
anterior: tanto la específicamente contractual como aquella que no puede ser
reconducida de una forma directa al estatuto contractual.
Tanto en lo que se refiere a la dimensión procesal como a la substantiva la parte nuclear
del trabajo se centrará en instrumentos elaborados en la UE, por lo que las conclusiones
que se alcancen, si bien basadas en el sistema español de DIPr serán trasladables en
buena medida (tal como ya hemos adelantado) a otros Estados de nuestro entorno, ya
que todos los integrantes de la Unión (con la excepción parcial de Dinamarca) aplicarán
estos mismos instrumentos. Es por esto que lo que aquí se diga no será únicamente
válido para el DIPr español, sino que tendrá cierto valor comparado.
Pese a que el análisis se realice a partir del Derecho español en algún punto se incluirán
referencias a soluciones de otros ordenamientos, aunque tales referencias tendrán
solamente vocación ejemplificativa, sin pretender ofrecer una visión ni siquiera
aproximada del régimen de formación de los contratos internacionales en sistemas de
DIPr diferentes del español (y del de aquellos países de la UE con los que se compartan
los mismos instrumentos reguladores).
Usualmente, en los trabajos de DIPr se comienza por el análisis procesal para continuar
con el substantivo, pero en este caso lo haremos al revés ya que resultará más claro a
efectos expositivos. Aunque no lo hagamos expreso en cada momento, el análisis
7
substantivo se hace desde la perspectiva del DIPr español, esto es, describiendo las
soluciones a las que llegaría una autoridad española en el caso que tuviera que
pronunciarse sobre el régimen de formación de un contrato internacional. Tras este
análisis substantivo abordaremos el procesal, es decir, la determinación de en qué
supuestos los tribunales y autoridades españolas conocerán de un conflicto vinculado a
la formación del contrato.
II. Determinación del Derecho aplicable a la formación del contrato internacional
1. Formación del contrato y derecho rector del contrato.
a. Dimensiones de la formación del contrato y fuentes de regulación
Cronológicamente, el primer elemento de la dinámica contractual es precisamente la
formación del contrato, el conjunto de actuaciones y circunstancias que preceden a la
conclusión del mismo y determinan su existencia. Desde esta perspectiva, pocas dudas
plantea que el régimen de la formación del contrato ha de ser calificado como
contractual, lo que en DIPr no es una mera tautología, sino que resulta
extraordinariamente relevante pues nos indicará qué normas de DIPr deberemos
considerar para la identificación del Derecho o Derechos que han de regular dicha
formación. La calificación contractual nos conduce necesariamente a las normas de
conflicto en materia de obligaciones contractuales, o lo que es lo mismo, serán las
normas de DIPr que regulan el contrato las que determinarán de qué manera ha de
formarse éste y las condiciones necesarias para que dicha fase de formación conduzca a
un contrato plenamente eficaz5.
Así pues, la concreción del régimen aplicable a la formación de los contratos
internacionales nos obliga a considerar las normas que regulan en DIPr las obligaciones
contractuales. Esta regulación, a su vez, no es única, sino que tenemos que distinguir
tres ámbitos diferentes: por una parte está la normativa que regula la capacidad de las
partes, por otra la forma del contrato y en tercer lugar el contenido del contrato. En el
5 Cf. FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCEZ LORENZO, S., op. cit., p. 571: “La lex contractus rige en primer lugar la propia formación del contrato, su existencia y validez”.
8
DIPr español (y en otros muchos) son normas diferentes las que se ocupan de estas
cuestiones.
En el caso del DIPr español hemos de tener en cuenta, además, que junto a las normas
elaboradas por el legislador interno español (DIPr autónomo) hemos de considerar
también las que ha producido el legislador europeo (DIPr institucional) y las contenidas
en convenios internacionales (DIPr convencional). La necesidad de combinar normas de
diferente fuente y que regulan ámbitos diferentes del contrato nos traslada a un
escenario que presenta una cierta complejidad que intentaremos reducir en los
siguientes apartados.
El instrumento básico en materia de obligaciones contractuales para el sector del
Derecho aplicable es, desde la perspectiva española, el Reglamento 593/2008 (Roma I)6,
que se aplicará en todos los supuestos que entren en su ámbito de aplicación material y
temporal. En lo que se refiere a este último, el ámbito de aplicación temporal, el art. 28
del Reglamento establece que se aplicará a los contratos celebrados después del 17 de
diciembre de 2009 y en lo que se refiere al ámbito de aplicación material, el art. 1 del
Reglamento determina qué cuestiones y obligaciones quedan excluidos del ámbito de
aplicación del Reglamento7. En lo que se refiere al ámbito de aplicación temporal, dado
que la fecha relevante es la de celebración del contrato, resultará que en el caso de los 6 Reglamento (CE) nº 593/2008 del Parlamento Europeo y del Consejo de 17 de junio de 2008 sobre la ley aplicable a las obligaciones contractuales (Roma I), DO, núm. L 177, de 4 de julio de 2008. 7 Art. 1.2 del Reglamento Roma I: “Se excluirán del ámbito de aplicación del presente Reglamento: a) el estado civil y la capacidad de las personas físicas, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 13, b) las obligaciones que se deriven de relaciones familiares y de relaciones que la legislación aplicable a las mismas considere que tienen efectos comparables, incluida la obligación de alimentos; c) las obligaciones que se deriven de regímenes económicos matrimoniales, de regímenes económicos resultantes de relaciones que la legislación aplicable a las mismas considere que tienen efectos comparables al matrimonio y de testamentos y sucesiones; d) las obligaciones que se deriven de letras de cambio, cheques y pagarés, así como de otros instrumentos negociables en la medida en que las obligaciones nacidas de estos últimos instrumentos se deriven de su carácter negociable; e) los convenios de arbitraje y de elección de tribunal competente; f) las cuestiones pertenecientes al Derecho de sociedades, asociaciones y otras personas jurídicas relativas a cuestiones como la constitución, mediante registro o de otro modo, la capacidad jurídica, el funcionamiento interno y la disolución de sociedades, asociaciones y otras personas jurídicas, así como la responsabilidad personal de los socios y administradores como tales con respecto a las obligaciones de la sociedad u otras personas jurídicas; g) la posibilidad para un intermediario de obligar frente a terceros a la persona por cuya cuenta pretende actuar, o para un órgano de obligar a una sociedad, asociación o persona jurídica; h) la constitución de trusts, las relaciones entre los fundadores, administradores y beneficiarios; i) las obligaciones que se derivan de los tratos previos a la celebración de un contrato; j) los contratos de seguros que se derivan de operaciones realizadas por organizaciones que no sean las empresas a las que se hace referencia en el artículo 2 de la Directiva 2002/83/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 5 de noviembre de 2002, sobre el seguro de vida, y que tengan como objetivo la concesión de prestaciones a favor de trabajadores por cuenta ajena o por cuenta propia que sean parte de una empresa o grupo de empresas, actividad profesional o conjunto de actividades profesionales, en caso de fallecimiento, supervivencia, cesación o reducción de actividades, enfermedad relacionada con el trabajo o accidentes laborales.”
9
celebrados después del 17 de diciembre de 2009 también la fase de formación, aunque
se haya desarrollado con anterioridad a dicha fecha, estará sujeta a los establecido en el
Reglamento. En el caso de que el contrato se hubiera celebrado antes del 17 de
diciembre de 2009 será aplicable el Convenio de Roma de 1980 sobre ley aplicable a las
obligaciones contractuales8, siempre que la fecha de conclusión del contrato sea
posterior al 1 de septiembre de 1993, que es cuando comienza a aplicarse el Convenio
de Roma en España. Para contratos anteriores a esa fecha deberemos aplicar el CC, tal
como veremos un poco más adelante.
Por lo que se refiere al ámbito de aplicación material del Reglamento Roma I, las
exclusiones que pueden ser más relevantes a nuestros fines son las relativas al estado y
capacidad de las personas (por lo que veremos enseguida) y la de las obligaciones
derivadas de los tratos previos a la celebración del contrato. Esta última exclusión es
relevante para el régimen de la responsabilidad por culpa in contrahendo, tal como
veremos en un epígrafe posterior, pero no ha de interpretarse como la exclusión de la
formación del contrato del régimen del Reglamento. Éste incluye expresamente este
régimen e formación cuando en su art. 10 indica que la existencia y validez del contrato
se rigen por la ley que sería aplicable si el contrato fuese válido9.
En los supuestos que entren en su ámbito de aplicación material y temporal (la mayoría
de los que puedan plantearse ante los Tribunales españoles) se aplicará, por tanto, el
Reglamento Roma I. Hemos de tener en cuenta, sin embargo, que tal aplicación cederá
cuando exista un instrumento internacional más específico. En el caso español el
instrumento que con más probabilidad excluirá la aplicación del Reglamento Roma I
será el Convenio de Viena de 1980 sobre compraventa internacional de mercancías10.
Ciertamente, cualquier otro Convenio internacional en materia específica deberá ser
considerado, tal como reconoce el art. 25 del Reglamento Roma I11.
8 BOE, 19-VII-1993. 9 Art. 10 del Reglamento: “1. La existencia y la validez del contrato, o de cualquiera de sus disposiciones, estarán sometidas a la ley que sería aplicable en virtud del presente Reglamento si el contrato o disposición fueran válidos.//2. Sin embargo, para establecer que no ha dado su consentimiento, cualquiera de las partes podrá referirse a la ley del país en que tenga su residencia habitual si de las circunstancias resulta que no sería razonable determinar el efecto del comportamiento de tal parte según la ley prevista en el apartado 1.” 10 BOE, 30-I-1991. 11 Art. 25 del Reglamento Roma I: “1. El presente Reglamento no afectará a la aplicación de los convenios internacionales en que sean parte uno o más Estados miembros en el momento de la adopción del presente Reglamento y que regulen los conflictos de leyes en materia de obligaciones contractuales.//2. No obstante, por lo que respecta a las relaciones entre Estados miembros, el presente
10
El Reglamento Roma I (al igual que el Convenio de Roma de 1980 sobre ley aplicable a
las obligaciones contractuales) no regula, sin embargo, todos los aspectos relativos a la
formación del contrato. Este instrumento (instrumentos) se ocupa del fondo del contrato
y de la forma del mismo; pero deja fuera de su ámbito de aplicación las cuestiones de
capacidad, excepción hecha de la denominada “excepción del interés nacional”, de la
que se ocupa el art. 13 de Reglamento Roma I y el art. 11 del Convenio de Roma; así
pues, en lo que se refiere a la capacidad de los contratantes, incluso aplicándose
cualquiera de estos instrumentos deberemos considerar el DIPr autónomo, en concreto
los arts. 9 y 10 del CC. A continuación nos ocuparemos del Reglamento Roma I y al
hilo de su consideración haremos alguna referencia al Convenio de Roma, cuya
aplicación tendrá que ser forzosamente decreciente. A continuación nos ocuparemos de
la regulación contenida en el CC. El tratamiento del Convenio de Viena se realizará en
otro capítulo de esta obra12
b. El Reglamento Roma I
i. El proceso de formación del contrato
Tal como se ha indicado, el instrumento más relevante en el DIPr español en materia de
ley aplicable a las obligaciones contractuales es el Reglamento Roma I. Este
instrumento nos permitirá identificar la ley aplicable a la formación del contrato en
todos aquellos supuestos en los que el contrato se haya celebrado a partir del 17 de
diciembre de 2009 y siempre que el caso entre en el ámbito de aplicación material del
Reglamento. De acuerdo con lo que ya se ha dicho, este instrumento no se ocupará, sin
embargo de la capacidad de las partes.
La ley que regirá la formación del contrato será la misma que rige el contrato una vez
concluido, excepción hecha de la consideración de la ley de la residencia habitual de las
Reglamento primará frente a los convenios celebrados exclusivamente entre dos o más Estados miembros en la medida en que dichos convenios versen sobre las materias reguladas por el mismo.”. De acuerdo con el art. 26 del mismo Reglamento, los Estados deben notificar a la Comisión la existencia de los convenios previstos en el art. 25. Curiosamente, España no ha notificado ningún convenio en esta lista (http://eur-lex.europa.eu/LexUriServ/LexUriServ.do?uri=OJ:C:2010:343:0003:01:ES:HTML), aunque, curiosamente, España sí es parte de algunos de los convenios notificados por otros Estados [Convenio internacional sobre Transporte de Mercancías por Ferrocarril (CIM), hecho en Berna el 25 de febrero de 1961; Convenio internacional sobre Transporte de Viajeros y Equipajes por Ferrocarril (CIV), hecho en Berna el 25 de febrero de 1961, Convenio sobre Concesión de Patentes Europeas, hecho en Múnich el 5 de octubre de 1973 (todos ellos notificados por Rumanía)]. 12 “Especialidades de la contratación mercantil”, capítulo elaborado por MªJ. Morillas XXX.
11
partes que prevé el art. 10.2 del Reglamento. La aplicación de la ley rectora del contrato
también para lo relativo a la formación se deriva de la previsión del art. 10.1 del
Reglamento a la que ya nos hemos referido13.
De acuerdo con esto, por tanto, será el Derecho que regirá el contrato ya concluido el
que determine cuál ha de ser el procedimiento de formación del mismo, incluyendo aquí
la prestación del consentimiento por las partes. Será este Derecho, por tanto, el que
determine las condiciones que deben reunir la oferta y la aceptación del contrato, la
posibilidad de revocar la oferta o la aceptación y, en su caso, las condiciones para tal
revocación. La dificultad que plantea esta regla es que antes de la conclusión del
contrato no podrá determinarse con absoluta certeza cuál será el Derecho rector del
mismo, tal como comprobaremos a continuación al examinar los criterios de
identificación del Derecho rector de las obligaciones contractuales en el Reglamento.
La primera conexión en materia de obligaciones contractuales es la autonomía de la
voluntad de las partes. El art. 3 del Reglamento lo establece con claridad14. De esta
forma, si las partes han ejercido la posibilidad de elegir el Derecho rector del contrato
será ese Derecho el que determine el régimen también de la formación del mismo; ahora
bien, podría ser que la elección fuera posterior al inicio de la fase de formación del
contrato (solamente sería simultánea a dicha fase si en el propia oferta se incluyera ya la
elección del Derecho rector como una cláusula contractual más). Además resulta posible
variar el Derecho rector del contrato no solamente durante la fase de formación del
mismo sino tras su conclusión (art. 3.2 del Reglamento) pudiendo tal cambio suponer la
ineficacia del contrato ya que el Reglamento solamente impide que tan cambio
conduzca a la ineficacia formal del contrato, sin que exista inconveniente alguno para
que del cambio de ley aplicable se derive una ineficacia substancial del contrato, aunque
siempre quedarán amparados los derechos de terceros15.
13 Vid. supra n. núm. 9. 14 Art. 3.1 del Reglamento Roma I: “El contrato se regirá por la ley elegida por las partes. Esta elección deberá manifestarse expresamente o resultar de manera inequívoca de los términos del contrato o de las circunstancias del caso. Por esta elección, las partes podrán designar la ley aplicable a la totalidad o solamente a una parte del contrato.” 15 Art. 3.2 del Reglamento: “Las partes podrán, en cualquier momento, convenir que el contrato se rija por una ley distinta de la que lo regía con anterioridad, bien sea en virtud de una elección anterior efectuada con arreglo al presente artículo o de otras disposiciones del presente Reglamento. Toda modificación relativa a la determinación de la ley aplicable, posterior a la celebración del contrato, no obstará a la validez formal del contrato a efectos del artículo 11 y no afectará a los derechos de terceros”.
12
En el supuesto de que las partes no hayan elegido el Derecho rector del contrato, éste
será el que se establece en el art. 4 del Reglamento, que utiliza como criterio básico para
tal determinación la residencia habitual de la parte que ha de realizar la prestación
característica del contrato16, tal como hacía ya el Convenio de Roma de 1980 sobre ley
aplicable a las obligaciones contractuales. Esta regla está presente en el apartado 4.2 del
Reglamento, que opera cuando no exista una previsión específica en el art. 4.1; pero
también está presente en muchas de las previsiones de este apartado 1 del art. 4, que
incluyen reglas concretas para determinados contratos, entre ellos los más comunes en
el tráfico internacional. Ahora bien, no todas las previsiones de este apartado 1
descansan en esta regla teniendo siempre preferencia la conexión recogida en este
apartado sobre la previsión del art. 4.217.
Si el contrato no es de los regulados en el art. 4.1 ni resulta posible identificar qué parte
realiza la prestación característica18 entonces deberá aplicarse el Derecho del país con el
que el contrato presente los vínculos más estrechos (art. 4.4). Se trata de una cláusula
abierta que permite a la autoridad de que se trate valorar el conjunto de circunstancias
que rodean al contrato para identificar cuál de los ordenamientos conectados al contrato
se encuentra más estrechamente relacionado con éste. También prevé el art. 4 que,
incluso pudiendo operar los apartados 1 o 2 del art. 4 puede aplicarse una ley diferente a
la designada en esos apartados si del conjunto de circunstancias se desprende que hay 16 La prestación característica del contrato es aquella que lo identifica. En el caso de contratos en los que una de las partes ha de realizar una prestación dineraria y la otra no dineraria la prestación característica será la no dineraria, ya que la dineraria es común a varios contratos. Así, en el supuesto más común, el contrato de compraventa, la prestación característica será la del vendedor, que es quien realiza la prestación no dineraria (entrega de la cosa). En los supuestos en los que las dos prestaciones son dinerarias es más compleja la identificación de la prestación característica, aunque se han propuesta reglas para ello (vid. sobre el origen y concreción de la prestación característica, CALVO CARAVACA , A.-L./CARRASCOSA GONZÁLEZ, J., “Contratos internacionales I” en A.-L. Calvo Caravaca/J. Carrascosa González (dirs.), Derecho internacional privado. Volumen II, 14ª ed. Comares, Granada, 2013, pp. 651-845, pp. 788-790 ). Si ninguna de las prestaciones es dineraria no resultará posible por lo general identificar la prestación característica del contrato. 17 Art. 4.1 del Reglamento Roma I: “A falta de elección realizada de conformidad con lo dispuesto en el artículo 3, y sin perjuicio de lo dispuesto en los artículos 5 a 8, la ley aplicable al contrato se determinará de este modo: a) el contrato de compraventa de mercaderías se regirá por la ley del país donde el vendedor tenga su residencia habitual; el contrato de prestación de servicios se regirá por la ley del país donde el prestador del servicio tenga su residencia habitual; c) el contrato que tenga por objeto un derecho real inmobiliario o el arrendamiento de un bien inmueble se regirá por la ley del país donde esté sito el bien inmueble; d) no obstante lo dispuesto en la letra c), el arrendamiento de un bien inmueble celebrado con fines de uso personal temporal para un período máximo de seis meses consecutivos se regirá por la ley del país donde el propietario tenga su residencia habitual, siempre que el arrendatario sea una persona física y tenga su residencia habitual en ese mismo país; e) el contrato de franquicia se regirá por la ley del país donde el franquiciado tenga su residencia habitual; f) el contrato de distribución se regirá por la ley del país donde el distribuidor tenga su residencia habitual; g) el contrato de venta de bienes mediante subasta se regirá por la ley del país donde tenga lugar la subasta, si dicho lugar puede determinarse; h) el contrato celebrado 18 Así, por ejemplo, en un contrato de permuta, vid. supra n. núm. 16.
13
otro Derecho que presenta vínculos más estrechos con el caso (art. 4.3)19. Esta
inaplicación de la ley designada por los apartados 1 o 2 del art. 4 solamente podrá
operar de forma excepcional; pero hemos de llamar la atención sobre ella porque podría
conducir a una aplicación “sorpresiva” de un ordenamiento distinto del que
expresamente resultaría de las reglas contenidas en los dos primeros apartados del art. 4.
Es cierto que la lógica del art. 4.3 es, precisamente, que el Derecho aplicable sea aquél
que por estar más estrechamente conectado al supuesto debería resultar, a la vez, el más
previsible20; ahora bien, no puede desconocerse que existiendo una previsión legal de
aplicación directa deberá ser absolutamente excepcional el recurso a este mecanismo
excepcional.
Como puede apreciarse, tampoco los supuestos en los que no existe una elección de ley
están libres de incertidumbres en lo que se refiere a la identificación del Derecho que
regirá la fase de formación del contrato. A las dificultades para identificar en
determinados supuestos la ley aplicable por no tratarse de un supuesto del art. 4.1 o
existir dudas sobre cuál es la prestación característica del contrato, ha de añadirse la
permanente posibilidad de que en función del conjunto de circunstancias se interprete
que existe un Derecho más estrechamente vinculado al contrato que el que resulta de los
apartados 1 y 2 del art. 4, lo que conduciría a la aplicación de tal Derecho. Ha de tenerse
en cuenta, además, que esas circunstancias pueden no existir en el momento en el que se
desarrolla la fase de formación del contrato, por lo que el riesgo de actuar de acuerdo a
un Derecho que no es el que realmente la rige es real. Las partes solamente disponen de
un mecanismo limitado para evitar tal riesgo, que es el de fijar ya desde el momento
inicial en la formación el Derecho rector del futuro contrato; pero ni esto será factible en
todos los supuestos ni se está libre de que una modificación posterior altere este
Derecho rector, aunque es cierto que tal modificación posterior será posible solamente
con el acuerdo de las partes, lo que evita una modificación no querida del régimen de
formación del contrato.
Los arts. 3 y 4 del Reglamento Roma I incluyen las regulación general en la
determinación del Derecho aplicable a las obligaciones contractuales, pero existen
19 Art. 4.3: “Si del conjunto de circunstancias se desprende claramente que el contrato presenta vínculos manifiestamente más estrechos con otro país distinto del indicado en los apartados 1 o 2, se aplicará la ley de este otro país”. 20 Vid. RODRÍGUEZ MATEOS, P., “Una perspectiva funcional del método de atribución”, REDI, 1988, vol. XL, núm. 1, pp. 79-126, pp.105-106.
14
reglas específicas para ciertos contratos; en concreto, contratos de transporte, de
consumidores, de seguro y de trabajo (arts. 5 a 8 del Reglamento). Cuando nos
encontremos ante un contrato incardinable en alguna de estas categorías los arts. 3 y 4
no operarán más que en la medida en la que el precepto específicamente dedicado al
contrato se remita a ellos.
En lo que se refiere al contrato de transporte, el art. 5 diferencia entre el contrato de
transporte de pasajeros y de mercancías. En el contrato de transporte de mercancías es
posible que opere con total libertad la elección de ley que se regula en el art. 3 del
Reglamento, pero en el caso del transporte de pasajeros las únicas leyes que podrán ser
elegidas son la de la residencia habitual del pasajero o del transportista, la del lugar en
el que el transportista tenga su administración central, o bien donde se encuentre el
lugar de origen o de destino del viaje. En el caso de que no haya habido una eficaz
elección de ley, en el transporte de mercancías la ley aplicable será la del país en el que
el transportista tenga su residencia habitual siempre que el lugar de recepción o el de
entrega o la residencia habitual del remitente también estén situados en dicho país. De
no darse esta coincidencia la ley aplicable será la del lugar de entrega convenido por las
partes. En el caso del transporte de pasajeros el Derecho aplicable a falta de elección
será el del país donde el pasajero tenga su residencia habitual siempre que en dicho país
se encuentre también el lugar de origen o de destino. Si no se da esta coincidencia el
contrato se regirá por el Derecho del país en el que el transportista tenga su residencia
habitual. Tanto en el contrato de transporte de mercancías como en el de pasajeros, en el
supuesto de que no haya habido elección de ley, el Derecho rector del contrato será el
que se encuentre más estrechamente vinculado con el contrato si resulta que aquél que
debiera aplicarse según las reglas que se acaban de exponer no fuera realmente el que
presenta vínculos más estrechos con el supuesto. Estamos, por tanto, ante la misma
regla abierta que ya habíamos examinado en relación al art. 4 del Reglamento.
En el caso de los contratos de consumo se establece una regla específica para los
supuestos de contrato de consumo protegidos, que son aquellos en los que participa un
consumidor pasivo; esto es, el que es captado en su país de residencia por el profesional.
En estos supuestos (más adelantes nos ocuparemos de la definición de consumidor
pasivo a efectos del Reglamento Roma I) es posible la elección de ley; pero tal elección
no podrá afectar al nivel de protección al consumidor que le ofrecen las normas
imperativas del Derecho del Estado de su residencia habitual (art. 6.2 del Reglamento).
En caso de que no exista elección de ley el contrato será regido, precisamente, por el
15
Derecho del país de la residencia habitual del consumidor. Es claro que la identificación
de en qué casos la ley elegida ofrece una protección menor que la de la residencia
habitual del consumidor será fuente de no pocas dudas; en las que aquí no podemos
entrar remitiéndonos a los numerosos trabajos específicos en la materia21. En cualquier
caso, se trata de una regla que presumiblemente podrá desplegar efectos precisamente
en la fase de formación del contrato, ya que en determinados Derechos existen reglas
específicas sobre la formación del contrato que pretenden proteger al consumidor22.
Tales reglas, si tienen carácter imperativo y están recogidas en el Derecho del Estado de
la residencia del consumidor serán de aplicación, aunque se haya elegido otro Derecho
como rector del contrato, si ofrecen una protección superior a la del ordenamiento
elegido.
A efectos del Reglamento Roma I nos encontramos ante un contrato de consumo
cuando ha sido celebrado “por una persona física para un uso que pueda considerarse
ajeno a su actividad comercial o profesional (“el consumidor”) con otra persona (“el
profesional” que actúe en ejercicio de su actividad comercial o profesional” (art. 6.1 del
Reglamento Roma I). Ahora bien, no todos los contratos celebrados por un consumidor
con un profesional entrarán en el marco de protección del art. 6 del Reglamento. Para
que tal protección opere es necesario que se de alguna de las dos condiciones previstas
en el art. 6.1, o bien que el profesional ejerza sus actividades comerciales o
profesionales en el país donde el consumidor tenga su residencia habitual o por
cualquier medio dirija sus actividades al país de la residencia habitual del consumidor o
a varios países entre los que se encuentre el de la residencia habitual del consumidor. En
cualquier caso el contrato tiene que enmarcarse en esas actividades que el profesional
realiza en el país de la residencia del consumidor.
Se trata, tal como habíamos adelantado, de proteger al consumidor “pasivo”, esto es, al
que es captado en su propio Estado de residencia y que, por tanto, tiene una fundada
perspectiva de que se verá protegido por las previsiones de dicho país de residencia. En
el caso de que nos encontremos ante un consumidor “activo”, esto es, que se desplaza al
extranjero para contratar, no existen razones para que se aplique el Derecho de la
residencia habitual del consumidor o para que éste sea tomado en consideración para
21 Vid. GARDEÑES SANTIAGO, M., “La regulación conflictual del contrato de trabajo en el Reglamento Roma I: un oportunidad perdida”, AEDIPr, 2008, t. VIII, pp. 387-424, pp. 403-407 y referencias allí contenidas. 22 Vid., por ejemplo, los arts. 60 y 61 de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios, aprobada por el RD Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre (BOE, 30-XI-2007)
16
determinar la protección mínima de que ha de gozar dicho consumidor. Evidentemente,
se plantea un problema en los supuestos de contratación electrónica ya que en tales
supuestos pueden plantearse dudas acerca de cuándo el profesional dirige sus
actividades al país de la residencia del consumidor; en concreto sobre si bastará que el
profesional disponga de una página web que facilite información sobre sus productos
para que pueda interpretarse que tal profesional dirige sus actividades a cualquier país
en el que dicha página web sea accesible. No podemos entrar aquí en este tema, sobre el
que existe una importante literatura23; limitándonos a apuntar que parece existir un
amplio acuerdo en que no basta con que una página web sea accesible en un
determinado territorio para que pueda interpretarse que el profesional dirige sus
actividades a ese territorio, sino que deben concurrir otros elementos para que pueda
concluirse que efectivamente se dirigen actividades al Estado de residencia del
consumidor, elementos que pueden estar vinculados a la propia configuración de la
página web (invitando, por ejemplo, a concluir los contratos a través de ella dirigida a
los consumidores de determinado Estado o sin advertir de ninguna restricción territorial
o personal de las ofertas que se realizan) o de circunstancias externas a la página web
(concurrencia de la página web con publicidad en medios del país de la residencia del
consumidor, por ejemplo)24.
Además, existen algunos contratos que están excluidos de la protección que ofrece el
art. 7 del Reglamento Roma I y que se recogen en el apartado 4 del art. 625. En todos
23 Vid. DE MIGUEL ASENSIO, P.A., Derecho privado de Internet, 4ª ed. Civitas/Thomson Reuters, Cizur Menor (Navarra), 2011, pp. 964-968. 24 El Tribunal de Luxemburgo se ocupó de estas cuestiones en el marco de la interpretación del art. 15 del Reglamento Bruselas I en Sentencia 7.12.2010 (Asuntos acumulados C-585/08 y C-144/09, Pammer y Hotel Apenhof. En esta decisión el Tribunal indicó expresamente que la mera accesibilidad de la página web desde un determinado país no es suficiente como para interpretar que el profesional dirige sus actividades a dicho Estado a la vez que incluía una serie de indicios que podrían ser considerados para llegar a la conclusión de que el profesional sí pretendía dirigir sus actividades al Estado del domicilio del consumidor (vid. DE MIGUEL ASENSIO, P.A., op. cit., pp. 966-967). 25 Art. 6.4: “Los apartados 1 y 2 no se aplicarán a los siguientes contratos:
a) contratos de prestación de servicios cuando los servicios deban prestarse al consumidor, exclusivamente, en un país distintos de aquel en que el mismo tenga su residencia habitual;
b) contratos de transporte distintos de los contratos relativos a un viaje combinado con arreglo a la definición de la Directiva 90/314/CEE del Consejo, de 13 de junio de 1990, relativa a los viajes combinados, las vacaciones combinadas y los círculos combinados;
c) contratos que tengan por objeto un derecho real inmobiliario o contratos de arrendamiento de un bien inmueble distintos de los contratos relativos al derecho de utilización de inmuebles en régimen de tiempo compartido con arreglo a la definición de la Directiva 94/47/CE;
d) derechos y obligaciones que constituyan un instrumento financiero y derecho y obligaciones que constituyan los términos y condiciones que regulan la emisión, la oferta de venta al público o las ofertas públicas de adquisición de valores negociables, y la suscripción y el reembolso de participaciones en organismos de inversión colectiva, siempre y cuando no constituyen la prestación de un servicio financiero;
17
estos supuestos se aplicarán las reglas generales del Reglamento para la determinación
del Derecho aplicable, lo que implicará que no existirán restricciones específicas para el
ejercicio de la autonomía de la voluntad y que la ley rectora del contrato no será
necesariamente la del Estado de la residencia del consumidor, por lo que afectará
también a la formación del contrato.
En lo que se refiere al contrato de seguro, el art. 7 del Reglamento incluye una
regulación compleja que, además, diferencia entre distintos tipos de seguros. En el caso
de seguros de grandes riesgos es posible la elección de ley con toda libertad, y en el
caso de que no se haya elegido la ley aplicable al contrato será la del país de la
residencia habitual del asegurador, salvo que del conjunto de circunstancias se derive
que el contrato presenta vínculos más estrechos con otro país (art. 6.2 del Reglamento).
En otros contratos de seguro la elección solamente podrá operar entre unas leyes
determinadas26 y en caso de que no haya elección la ley aplicable será la ley del Estado
miembro en que se localice el riesgo. El precepto incluye además precisiones sobre la
localización del riesgo (que como se acaba de ver, resulta relevante para la
identificación del Derecho aplicable), sobre la interpretación de los contratos de seguro
que cubran riesgos situados en más de un Estado miembro y sobre los seguros
obligatorios.
Pese a la complejidad de la redacción27, la proyección sobre el tema que nos ocupa es la
misma que ya conocemos: la formación del contrato se regirá por el Derecho que rige o
regiría el contrato ya concluido, lo que implica que durante esa fase de formación puede
no haberse concretado todavía tal derecho, lo que plantea un problema que, tal como se
ha señalado, es grave, pero no específico para los contratos de seguro.
e) los contratos celebrados dentro de un sistema que entre en el ámbito de aplicación del artículo 4,
apartado 1, letra h).” 26 La ley del Estado miembro en que se localice el riesgo en el momento de la celebración del contrato; la ley del país donde el tomador del seguro tenga su residencia habitual; en los seguros de vida, la ley del Estado miembro del que sea nacional el tomador del seguro; en los contratos que cubran riesgos limitados a siniestros que ocurran en un Estado miembro distinto del Estado miembro en que se sitúe el riesgo, la ley de dicho Estado miembro; y cuando el tomador del seguro ejerza una actividad comercial o industrial o una profesión liberal y el contrato de seguro cubra dos o más riesgos que estén relacionados con dichas actividades y estén situados en Estados miembros diferentes, la ley de cualquiera de los Estados miembros en cuestión o la ley del país de la residencia habitual del tomador del seguro. Además, hay que tener en cuenta también las posibilidades de elección que ofrezca la ley del Estado cuya ley pueda ser elegida, excepto en los casos de seguros de vida y de seguros que cubran riesgos limitados a siniestros que concurran en un Estado miembro distinto del Estado miembro en que se sitúe el riesgo. 27 Y sobre la que aquí solamente hemos podido hacer un esquemático bosquejo, para una consideración más detallada sobre este tema vid. MIQUEL SALA , R., “El “nuevo” Derecho internacional privado de los seguros en el Reglamento Roma I”, AEDIPr, 2008, t. VIII, pp. 425-444 y referencias allí contenidas.
18
Finalmente, el contrato de trabajo también goza de una regulación específica en el
Reglamento Roma I (art. 8). De acuerdo con este precepto en ausencia de elección de
ley el contrato se regirá por el Derecho del lugar en el que el trabajador realice
habitualmente su trabajo y en defecto de esta conexión (porque no pueda identificarse
un único lugar desde donde el trabajador realiza habitualmente su trabajo) se aplicará la
ley del país en el que estuviere ubicado el establecimiento que hubiere contratado al
trabajador. Estos Derechos, sin embargo, cederán ante otro que presente vínculos más
estrechos con el caso si tal Derecho puede ser identificado.
La elección de ley es posible, pero, tal como sucedía en el caso del contrato de
consumo, esta elección no puede implicar una protección para el trabajador menor que
la que resultaría de las normas imperativas del Derecho que se aplicaría en defecto de
elección (el del lugar desde el que se realice habitualmente el trabajo, el del país en el
que se encuentra el establecimiento que contrató al trabajador o el que presente los
vínculos más estrechos con el contrato). Las mismas dificultades que habían sido
señaladas en relación a los contratos de consumo sobre la dificultad de concretar el
grado de protección que ofrece al trabajador la ley elegida y la ley que se aplicaría en
defecto de elección son reproducibles para el contrato de trabajo, con el añadido de que
aquí opera también la conexión “vínculos más estrechos”, lo que hace que aumente el
grado de incertidumbre sobre el derecho que rige el contrato y, en concreto, su fase de
formación.
De acuerdo con lo que se ha visto hasta ahora, resulta que el régimen de determinación
del Derecho aplicable al contrato previsto en el Reglamento Roma I no facilita la
seguridad jurídica de las partes durante la fase de formación del contrato. Seguramente
es una consecuencia de un planteamiento conflictual excesivamente dependiente de un
planteamiento litigioso del Derecho que quizás no sea el más adecuado en la actualidad
en materia contractual. Teniendo esto en cuenta deberían ser las partes quienes ya desde
el momento inicial de contactos entre ellas aseguraran la identificación del Derecho
aplicable a la formación mediante una temprana elección que, como hemos visto,
podrán, sin embargo, modificar durante la vida del contrato. La posibilidad de que la
elección sea solamente parcial permitiría, por ejemplo, una que se redujera a la etapa de
formación o que una modificación posterior del Derecho elegido no afectara a la
19
formación, impidiendo así que tal elección pudiera, por ejemplo, convertir en ineficaz
un contrato que en su momento había sido concluido de forma correcta.
La aplicación del Derecho que rige el contrato no es, sin embargo, absoluta. El
Reglamento Roma I incluye una muy relevante previsión que pretende, precisamente,
mitigar los problemas que en algunos casos podrían derivarse de la aplicación al
nacimiento del contrato de la ley que lo regiría una vez que se hubiera concluido. El art.
10.2 del Reglamento prevé que cualquiera de las partes puede alegar el Derecho del país
de su residencia habitual para mantener que no ha dado su consentimiento al contrato si
del conjunto de circunstancias se deriva que no sería razonable exigirle que ajustase su
comportamiento al Derecho que regiría el contrato de ser válido. Este art. 10.2 impide
que, por ejemplo, la parte residente en un Estado en el que la falta de respuesta a una
oferta directa y personal en ningún caso puede entenderse como aceptación, pueda
entenderse que ha prestado su consentimiento si en la oferta recibida se indicaba que el
Derecho rector del contrato sería el de un Estado en el que sí se prevé la obligación de
responder las ofertas recibidas, presumiéndose en caso contrario su aceptación. De no
existir el art. 10.2 en un caso como éste la falta de respuesta del destinatario de la oferta
debería ser valorada a la luz de lo establecido en el Derecho designado por el oferente,
que sería el que regiría el contrato de concluirse éste, lo que conduciría, como acabamos
de ver, a que se interpretara que el destinatario de la oferta había consentido. Es claro
que tal resultado no es adecuado, pues obliga al destinatario a indagar sobre el
contenido del Derecho designado por el oferente, lo que ya le supondría ciertos gastos y
molestias que no resultan de recibo si consideramos que su propio Derecho (el de la
residencia habitual del destinatario de la oferta) le protege de situaciones como ésta
dispensándole de realizar tal indagación y de contestar a la oferta. El art. 10.2 del
Reglamento permite que el destinatario se vea libre de la aplicación del Derecho
designado por el oferente, aunque solamente si del conjunto de circunstancias resulta
que no sería razonable que determinara su comportamiento según el Derecho que regiría
el contrato (el designado por el oferente en el ejemplo que estoy poniendo). Así, por
ejemplo, en el caso de una continuada relación entre oferente y destinatario en que se
hubiese seguido la práctica de ajustarse a las previsiones del Derecho elegido (o del que
regiría el contrato una vez concluido y que conduce al resultado que aquí se presupone:
aceptación por el destinatario de la oferta en caso de que no se oponga a ella), sería más
difícil fundamentar la aplicación del Derecho del país de residencia de una de las partes
en perjuicio del designado por el art. 10.1 del Reglamento.
20
ii. Cuestiones de forma
El Reglamento Roma I también regula la forma como requisito de validez del contrato.
Lo hace en su art. 11, donde incluye una regla favorable a la validez del contrato, de tal
manera que solamente será ineficaz por razones de forma cuando no pueda ser
considerado válido según lo establecido en las distintas leyes concurrentes que prevé el
Reglamento. Éste distingue entre contratos entre presentes y entre ausentes. Si el
contrato es entre presentes el contrato será válido si lo es de acuerdo con lo previsto en
la ley que rige el fondo del contrato o la ley del lugar de celebración. Si el contrato es
entre ausentes será válido si lo es según lo que prevé la ley que rige el fondo del
contrato o la del lugar en el que se encuentra cualquiera de las partes o sus
representantes. Esto implica que la ley que recibirá aplicación es la que en mayor
medida favorezca la validez del contrato con lo que, finalmente, será difícil que puedan
exigirse estrictos requisitos de forma en los contratos internacionales pues bastará que
algunas de las leyes posibles no prevea tales requisitos para que sea dicha ley la que
tenga aplicación. Recordemos también que el cambio de ley aplicable durante la vida
del contrato no podrá afectar a la validez formal de ésta, tal como habíamos visto en
relación al art. 3 del Reglamento.
En relación a la formación del contrato no solamente hemos de tener en cuenta, sin
embargo, la previsión que se acaba de señalar, y que recogen los apartados 1 y 2 del art.
11 del Reglamento, sino que resultará especialmente relevante la del apartado 3, que se
refiere a “los actos jurídicos unilaterales de un contrato celebrado o por celebrar”. Este
precepto se proyecta sobre las diversas declaraciones que se emiten durante la fase de
formación y que conducen a la perfección del contrato; esto es a la oferta, la aceptación
y la revocación de una y otra. La validez formal de estas declaraciones deberá ajustarse
bien a lo previsto en la ley que rige o regiría el contrato, bien en la ley del lugar en el
que se realiza el acto unilateral, bien de acuerdo con lo que prevea la ley del lugar de la
residencia habitual de la persona que emite el acto jurídico unilateral. Como se puede
apreciar es una regla que se aparta de la que rige para la eficacia del contrato; pero que
también se encuentra claramente orientada por el favor validitatis; de tal forma que
resultará difícil que cualquiera de estos actos jurídicos unilaterales lleguen a ser
considerados ineficaces desde una perspectiva formal, pues para ello debería darse que
ni ninguna de las leyes llamadas los considerara como tal.
21
Es importante destacar que este art. 11.3 se refiere solamente a la validez formal de tales
actos jurídicos unilaterales. Su eficacia substancial se regirá por el Derecho rector del
contrato o el que lo regiría de ser eficaz, tal como sucede con toda la fase de formación
del mismo.
La aplicación del art. 11.3 del Reglamento exige determinar los supuestos que entran en
su ámbito de aplicación. Un acto jurídico unilateral es aquel que se perfecciona por la
mera voluntad del emisor, sin que precise la concurrencia de la voluntad de otra
persona. Ahora bien, la determinación si un determinado acto es unilateral o bilateral la
hará una norma jurídica, que será la de establezca si su eficacia exige o no la
concurrencia de una o más voluntades. De acuerdo con esto, por tanto, deberemos
determinar a partir del Derecho rector del acto (el que rige el contrato o lo regirá –
regiría- una vez celebrado) si se trata de un acto unilateral o no y en el caso de que sí se
trate de un acto unilateral se aplicaría la previsión del art. 11.3. En el supuesto de que el
Derecho rector exija para la eficacia del acto la concurrencia de varias voluntades no
resultaría aplicable el apartado 3 del art. 11 del Reglamento.
Se ha sostenido, sin embargo, que el concepto “acto jurídico unilateral” del art. 11
debería ser objeto de una calificación autónoma, independiente del contenido del
Derecho aplicable al contrato o a su formación28. No creo que deba acogerse esta
interpretación. Una cosa es que el concepto sea objeto de una interpretación autónoma,
como aquí se hace (acto jurídico para cuya eficacia se exige tan solo la concurrencia de
la voluntad de una persona) y otra que la calificación se extienda a la regulación; esto
es, a la determinación de en qué supuestos se exige o no la concurrencia de varias
voluntades para la eficacia del acto. Esta segunda cuestión, la concreción de las
voluntades precisas para la eficacia del acto, es competencia del Derecho aplicable al
fondo y no existen razones para limitar la aplicación de este Derecho sustituyéndolo por
una regulación ad hoc construida a partir de los escasísimos elementos que en este
sentido podría aportar el contenido de la norma, su objeto y finalidad29.
28 Vid. ALTENKIRCH, M., “Art. 21” en P. Huber (ed.), Rome II Regulation. Pocket Commentary, Sellier, Munich, 2011, pp. 401-402, p. 401. 29 La calificación autónoma de los conceptos utilizados en el Derecho de la UE es un principio consolidado. Vid. en la doctrina española DESANTES REAL, M., “El Convenio de Bruselas (competencia judicial y reconocimiento y ejecución de resoluciones judiciales) y el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas: criterios de interpretación y orientación metodólogica”, La Ley: Com. eur., 1988-I, pp. 15-39, trabajo pionero en la materia. Actualmente es una afirmación sobre la que no existe prácticamente discusión, habiendo estado consagrada en múltiples decisiones del Tribunal de Luxemburgo y en normas de la UE. Vid. ARENAS GARCÍA, R., “La distinción entre obligaciones contractuales y obligaciones extracontractuales en los instrumentos comunitarios de Derecho internacional privado”, AEDIPr, 2006, t. VI, pp. 403-425, pp. 407-408.
22
Pese a lo anterior, es probable que los actos antes enumerados (oferta, aceptación de la
oferta y revocación de cualquiera de ellas) sean considerados como unilaterales sea cual
sea el Derecho que se aplique. No alterará ese resultado el que la eficacia de unos y de
otros precise que llegue a conocimiento del destinatario, puesto que este conocimiento
no supone un acto de voluntad30. De esta forma, estos actos esenciales en la formación
del contrato serán válidos en cuanto a la forma, tal como hemos adelantado, si lo son
según la ley que rige el contenido del contrato, según la ley del lugar en el que se realiza
el acto o de la residencia habitual de su autor.
Hasta aquí la regulación general sobre validez formal del contrato en el Reglamento
Roma I, pero hemos de tener en cuenta que existen también previsiones específicas para
los contratos de consumo incluidos en el art. 6 del Reglamento (aquellos contratos en
los que se configura una especial protección para el consumidor en los términos que se
han detallado un poco más arriba) y para los contratos que tengan por objeto un derecho
real sobre un bien inmueble o el arrendamiento de un bien inmueble.
En lo que se refiere a los contratos de consumo protegidos, el apartado 4 del art. 11
prevé que la forma se regirá por la ley de la residencia habitual del consumidor. Se trata
de una única conexión que elimina el favor validitatis que, veíamos, inspira la
regulación general. El fundamento de esta variación es la interpretación de que los
requisitos formales pretenden proteger al consumidor, garantizando que su
consentimiento es real e informado. De esta forma, la regulación sobre la forma del
Estado de la residencia habitual del consumidor, que es aquélla que resulta próxima al
consumidor y, por tanto, la que con más probabilidad conoce el consumidor, será la
única que deberá ser tenida en cuenta. No se considera en absoluto la que pudiera regir
el contrato como consecuencia de una elección de ley, posible según el art. 6 como
hemos visto, por lo que en este punto al menos existe certeza sobre los requisitos
formales que han de cumplirse para que el contrato sea válido.
En lo que se refiere a los contratos relativos a bienes inmuebles o a arrendamientos de
bienes inmuebles, la previsión del art. 11.5 es que deberán aplicarse las normas sobre
forma del país en el que esté situado el inmueble y que tengan carácter
internacionalmente imperativo; esto es, que no puedan ser excluidas por el acuerdo de
30 Para una perspectiva comparada sobre la configuración de la oferta y la aceptación contractual, así como de la revocación de una y otra vid. LARA AGUADO, A., “La oferta y la aceptación contractuales”, en S. Sánchez Lorenzo (ed.), Derecho contractual comparado. Una perspectiva europea y transnacional, Civitas/Thomon Reuters, Cizur Menor (Navarra), 2009, pp. 23-92.
23
las partes y, además, tengan vocación de aplicarse con independencia de cuál sea el
Derecho que rija el contrato31.
iii. Capacidad de las partes
El Reglamento Roma I no rige la capacidad de los contratantes; esto implica que para
cada contrato será el DIPr del Juez que está conociendo el que determine si los
contratantes gozan o no de capacidad. De nuevo aquí, pues, nos encontramos ante una
incerteza que puede afectar a la seguridad jurídica, pues en función de dónde se plantee
el litigio resultará que la normativa reguladora de la capacidad será una u otra. Hemos
de tener en cuenta que en relación a esta cuestión existen dos acercamientos diferentes a
nivel comparado: en unos sistemas de DIPr se mantiene que la capacidad ha de regirse
por la ley personal del individuo; entendida esta ley personal bien como la ley nacional
(es el caso de España) o bien la ley del domicilio o de la residencia mientras que en
otros ordenamientos se prefiere aplicar a la capacidad la misma ley que rige el fondo del
contrato (es el caso del Reino Unido, por ejemplo). Es cierto que las diferencias en lo
que se refiere a capacidad de las personas físicas son cada vez menores; pero ha de
considerarse también que en muchos supuestos el contrato es concluido por personas
jurídicas, debiendo determinarse qué personas físicas pueden vincular a la sociedad con
sus actuaciones. Esta es una cuestión que también está excluida del ámbito de aplicación
del Reglamento Roma I que, como hemos visto32 no se aplica a las cuestiones jurídicas
relativas al Derecho de sociedades y en el que las diferencias entre unos y otros
ordenamientos pueden resultar más significativas.
El Reglamento palia mínimamente las incertezas que resultan de la situación anterior al
prever en su art. 13 que en los contratos entre presentes las personas físicas capaces de
acuerdo con la ley del país en el que se celebra el contrato solamente podrán ser
consideradas incapaces de acuerdo con lo establecido en otro Derecho si la otra parte en
el contrato conociere o debiere conocer tal incapacidad33. Esta previsión tan solo
31 Se trata de las denominadas normas materiales imperativas, vid. FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCHEZ
LORENZO, S., op. cit., pp. 134-136. La bibliografía sobre este tipo de normas es inabarcable; pero buena parte de ella se recogió en su día en el monumental trabajo de Marques dos Santos dedicado a la materia (MARQUES DOS SANTOS, A., As normas de Aplicaçao Imediata no Direito Internacional Privado (Esboço de uma Teoria Geral), Almedina, Coimbra, 1991. 32 Vid. supra n. núm. 7. 33 Art. 13 del Reglamento Roma I: “En los contratos celebrados entre personas que se encuentren en un mismo país, las personas físicas que gocen de capacidad de conformidad con la ley de ese país solo podrán invocar su incapacidad resultante de la ley de otro país si, en el momento de la celebración del
24
operará cuando, tras haber aplicado el DIPr de la autoridad que se encuentra
conociendo, se concluye que el contratante, persona física, carece de capacidad.
Llegados a ese punto, si tal contratante es capaz según la ley del lugar de celebración
del contrato y el contrato se celebra entre presentes y la otra parte en el contrato no
conoce ni debiera conocer la incapacidad, el contratante incapaz será considerado como
capaz. Se trata de la figura denominada “excepción del interés nacional”, que también
se encuentra recogida en el DIPr autónomo español (y en otros ordenamientos)34. La
articulación entre el art. 13 del Reglamento y las previsiones de los Derechos de origen
interno equivalentes no deja de plantear algún problema de los que nos ocuparemos en
el siguiente epígrafe35.
c. El DIPr autónomo español
i. Derecho aplicable al fondo del contrato
De no aplicarse el Reglamento Roma I será el DIPr de origen interno (DIPr autónomo el
que deba ser considerado). Tal como hemos visto, este Derecho será de obligada
aplicación en lo que se refiere a la determinación de la capacidad de los contratantes
también cuando a la forma y al fondo del contrato se aplique el Reglamento Roma I.
En la regulación de origen interno español deberemos distinguir, al igual que habíamos
hecho en el epígrafe anterior en relación al Reglamento Roma I, entre ley aplicable al
fondo, a la forma y a la capacidad. En lo que se refiere al primer aspecto, ley aplicable
al fondo, los preceptos que hemos de considerar son los apartados 5 y 6 del art. 10 del
CC. En el primero de ellos se incluye la regla general en materia de ley aplicable a las
obligaciones contractuales y en el segundo una regla específica para el contrato de
trabajo.
El art. 10.5 CC prevé que las obligaciones contractuales se rigen por la ley a la que las
partes se hayan sometido, y en defecto de tal pacto por la ley de la nacionalidad común
de las partes, a falta de nacionalidad común por la de la residencia habitual común y en
caso de que tampoco exista una residencia habitual común la ley del lugar de
contrato, la otra parte hubiera conocido tal incapacidad o la hubiera ignorado en virtud de negligencia por su parte”. 34 En el art. 10.8 del CC. Sobre esta figura vid. CALVO CARAVACA , A.-L., “Artículo 10, apartado 8”, en M. Albaladejo/S. Díaz Alabart, op. cit., 2ª ed. t-I. vol. 2, Edersa, Madrid, 1995, pp. 710-728. 35 Vid. sobre esto epígrafe c) ii.
25
celebración del contrato. En el caso de los contratos relativos a bienes inmuebles, en
caso de que no haya elección de ley por las partes el contrato se regirá por la ley del
lugar de situación del bien. En los contratos de compraventa de muebles corporales
realizada en establecimientos mercantiles, la ley aplicable será, en defecto de elección,
la del lugar en el que se encuentre el establecimiento.
El precepto ha sido escasamente considerado desde el comienzo de la aplicación en
España del Convenio de Roma de 1980 sobre ley aplicable a las obligaciones
contractuales, a partir del 1 de septiembre de 1993, e incluso se ha mantenido que en
aquellos casos en los que aún resultaría aplicable (para resolver los conflictos internos
que pudieran plantearse entre distintos Derechos españoles, por ejemplo, o también en
los acuerdos de elección de foro o de sometimiento a arbitraje) se extendiera la
aplicación del Convenio de Roma36. Pese a esto ha seguido siendo tenido en cuenta por
los tribunales y, tal como hemos visto en epígrafes anteriores sigue resultando aplicable
en nuestro sistema.
El art. 10.5 CC no establece de forma expresa su aplicación al régimen de formación del
contrato, pero no han de existir dudas para interpretarlo de esta manera ante la ausencia
de una norma específica sobre la formación en el DIPr español y el carácter general del
art. 10.5. El precepto es mucho menos detallado que el Reglamento Roma I, lo que deja
un margen mayor para la interpretación de ciertos aspectos de la regulación. Por otra
parte las soluciones son menos adecuadas para el tráfico internacional, tal como
veremos a continuación, lo que incidirá especialmente en la fase de formación del
contrato.
La primera conexión, al igual que en el Reglamento Roma I, es la autonomía de la
voluntad de las partes; pero a diferencia de lo que sucede en el Reglamento se exige que
la ley elegida tenga alguna conexión con el caso. De esta forma, si las partes eligen un
Derecho que carece de vínculos suficientes con el supuesto la elección no será eficaz.
Esta limitación puede afectar especialmente a la fase de formación, pues ya habíamos
visto como una pronta elección de ley facilitaría que las partes vieran protegidas sus
expectativas durante la fase de negociación previa a la perfección del contrato. Cuando
se aplique el DIPr autónomo español esa elección estará sujeta a la valoración de la
suficiencia de vínculos que pueda hacer la autoridad que conozca del conflicto en su
36 Vid. el planteamiento de la posibilidad, aunque sin decantarse por ella, en GARCIMARTÍN ALFÉREZ, F.J. “España se adhiere al Convenio de Roma de 19 de junio de 1980 sobre ley aplicable a las obligaciones contractuales”, REDI, 1994, vol. XLVI, núm. 1, pp. 446-450, pp. 449-450.
26
caso; solamente la elección de un Derecho claramente vinculado con el contrato evitaría
esta incertidumbre; pero esta exigencia hará más difícil que las partes lleguen a un
acuerdo sobre el Derecho aplicable, pues impide que se elija un Derecho neutral, esto
es, uno que no presente vínculos significativos con ninguna de las partes en el contrato.
En cualquier caso, esta conexión, la autonomía de la voluntad, plantea el mismo
problema que ya habíamos visto en relación al Reglamento Roma I para aquellos casos
en los que la elección no se realiza en el momento inicial de las negociaciones, y es que
éstas se desarrollarán antes de que haya quedado determinado cuál será el Derecho que
las rija. Si las partes se intentaron ajustar al Derecho que regiría el contrato en caso de
que no hubiera elección la que se realice posteriormente supondrá un cambio que
inevitablemente tendrá efectos retroactivos. El art. 10.5 CC tampoco prevé la
posibilidad de modificar la ley elegida; ante esta falta de previsión se plantea la duda
sobre si las partes podrán modificar durante la vida del contrato su Derecho rector. No
creemos que existan inconvenientes para ello ya que nos encontramos ante una
conexión basada en la autonomía de la voluntad y, por tanto, cualquier restricción a tal
autonomía ha de encontrarse suficientemente justificada. Evidentemente, esta mutación
de la ley elegida planteará respecto a la fase de formación los mismos problemas que ya
vimos en su momento; esto es la posibilidad de que las actuaciones desarrolladas
durante dicha fase de formación pasen a ser ineficaces o irregulares según la nueva ley
rectora del contrato. Probablemente el principio de favor validitatis debería evitar que el
resultado deviniera ineficaz como consecuencia de esta mutación de la ley rectora, a
salvo de que ésta fuera la voluntad de las partes y siempre respetando los derechos de
terceros.
En lo que se refiere a las conexiones que operan en defecto de elección debemos
diferenciar entre la regla general y las específicas para contratos relativos a bienes
inmuebles y compraventa de bienes muebles corporales en establecimientos
mercantiles. En lo que se refiere a la regla general, existe un amplio acuerdo en que es
una conexión poco adaptada a las exigencias del tráfico jurídico internacional moderno
y que no traduce una vinculación real del supuesto con el caso. La conexión
nacionalidad es excesivamente formal, lo que se apreciará en aquellos supuestos en los
que la nacionalidad no coincida con la residencia o con la sede real de la sociedad si
estamos ante una persona jurídica. La conexión que sigue a la de la nacionalidad, la de
la residencia, tiene una mayor relevancia; pero de nuevo la conexión de cierre, el lugar
de celebración del contrato, es ampliamente criticada porque el lugar de celebración
27
carece usualmente de relevancia en la contratación internacional, ya que puede ser una
mera casualidad que un contrato que puede haberse negociado durante meses o años
acabe su proceso de formación mediante un intercambio de firmas en una feria
internacional o en una sala de reuniones de un aeropuerto donde, por mera casualidad,
coinciden quienes han de rubricar el acuerdo. En lo que se refiere a la proyección sobre
la fase de formación de esta conexión, resulta especialmente preocupante la escasa
previsibilidad durante el desarrollo de esta fase del lugar final de celebración. A salvo
de que las partes tengan especial cuidado en este aspecto y elijan precisamente como
lugar de celebración uno cuyo Derecho resulta adecuado para regir la fase de formación
(lo que no resulta especialmente exigible ni previsible) podríamos encontrarnos con que
tal fase de formación se hubiese tenido que ajustar a unas normas que las partes ni
tenían ni podían tener presentes, lo que puede, posteriormente, tener como consecuencia
la ineficacia del contrato.
Por otro lado, la conexión “lugar de celebración del contrato” plantea también
problemas en cuanto a su determinación si el contrato es entre ausentes. Como es
sabido, en estos supuestos existen varias posibilidades de concreción a nivel comparado
que tienen en cuenta el lugar en el que se realiza la oferta o la aceptación o dónde se
recibe una u otra por parte de su destinatario. En la doctrina española no parece plantear
duda que será el Derecho material español interno el que deberá ser considerado en
estos casos para identificar el lugar de celebración37. De esta forma, y según lo que
prevé el art. 1262 del CC, el contrato se entenderá celebrado en el lugar en el que se
hizo la oferta, por lo que será la ley de ese lugar la que regirá el contrato38. Puede
suceder que el Derecho así determinado incluya otra regla sobre dónde se entienden
celebrados los contratos entre ausentes; pero esto ya no será, en principio, relevante para
la determinación del Derecho aplicable, con lo que nos encontraríamos con que el
Derecho designado sobre la base de que se entiende celebrado el contrato en el país de
cuyo Derecho se trata (habiendo aplicado para ello el Derecho civil español) no
entiende que el contrato se haya celebrado en tal lugar, debiendo resolverse las
cuestiones de fondo considerando que el contrato se ha celebrado allí donde resulta de la
aplicación del Derecho extranjero.
37 Vid. FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCHEZ LORENZO, S., op. cit., p. 107. 38 El Código de Comercio aplica la misma regla, vid. su art. 54: “Hallándose en lugares distintos el que hizo la oferta y el que la aceptó, hay consentimiento desde que el oferente conoce la aceptación o desde que, habiéndosela remitido el aceptante, no pueda ignorarla sin faltar a la buena fe. El contrato, en tal caso, se presupone celebrado en el lugar en el que se hizo la oferta.”
28
Tan solo cabría matizar la solución anterior cuando la consideración del Derecho
extranjero condujera al Derecho español. Ahora bien, para ello no podemos limitarnos
al análisis de la regulación sobre celebración del contrato, sino también la norma de
conflicto del Derecho extranjero. Esto es, deberemos determinar si la norma de conflicto
aplicable al contrato según el Derecho extranjero conduce a la aplicación del Derecho
español; para ello deberemos considerar el punto de conexión elegido por el
ordenamiento extranjero, y si tal punto de conexión es el lugar de celebración del
contrato deberemos concretarlo según las reglas que se sigan en el ordenamiento
extranjero. Si, como es probable, en ese ordenamiento, al igual que en el Derecho
español, se concretan los puntos de conexión jurídicos mediante la utilización del
Derecho material del foro, sería éste el que deberíamos tener en cuenta y si sucede,
como se indica en el ejemplo que hemos propuesto, que en tal Derecho se entendería
que el contrato se había celebrado en España (por haberse emitido en España la
aceptación, por ejemplo) resultaría posible la aplicación del Derecho español según lo
establecido en el art. 12.2 del CC39. A salvo de este caso, el Derecho aplicable sería el
del lugar en el que de acuerdo con el Derecho español se entienda celebrado el contrato.
Las reglas precedentes se excepciona, sin embargo, para los contratos relativos a bienes
inmuebles y compraventa de bienes corporales. En el primero de los casos, en ausencia
de elección de Derecho se aplicará el Derecho del lugar en el que esté situado el
inmueble y en el segundo la ley del lugar en el que radique el establecimiento mercantil
en el que se realizó la compraventa. Se trata de previsiones razonables, pues tanto en un
caso como en el otro el contrato estará más estrechamente conectado con el lugar de
situación del bien inmueble (en los contratos relativos a tales bienes) y con el lugar de
ubicación del establecimiento mercantil (para las compraventas de bienes muebles
corporales) que con el Derecho de la nacionalidad común de las partes, de su residencia
común o del lugar de celebración del contrato (aunque en el caso de la compraventa en
establecimiento mercantil coincidirá la conexión por la que se decanta el Código Civil
con el lugar en el que el contrato se haya celebrado).
El art. 10.6 CC incluye una regla especial para los contratos de trabajo, según la cual la
ley aplicable será la elegida por las partes y, en defecto de elección que se adecue a las
exigencias del art. 10.5 CC, la ley del lugar donde se presten los servicios. Estas leyes
serán, de acuerdo con lo que hemos visto hasta ahora, las que regulen también la
39 Vid. art. 12.2 CC: “La remisión al derecho extranjero se entenderá hecha a su ley material, sin tener en cuenta el reenvío que sus normas de conflicto puedan hacer a otra ley que no sea la española”.
29
formación del contrato; lo que ha de ser tenido en cuenta especialmente en aquellos
casos en los que los servicios se hayan de prestar en un lugar diferente de aquel en el
que se formaliza el contrato, ya que será el Derecho del lugar en el que se vayan a
prestar los servicios el que deberá ser tenido en cuenta también para la formación del
contrato. Esta regla se excepciona, sin embargo, en los casos en los que el contrato se
celebra en España entre un trabajador español y una empresa española. En estos casos el
art. 1.4 del Estatuto de los Trabajadores (ET) prevé que será de aplicación el Derecho
español al contrato incluso aunque el trabajo se desarrolle en el extranjero40.
ii. Capacidad
La capacidad de los contratantes personas físicas se regirá en todos los supuestos por lo
previsto en el art. 9.1 CC, mientras que la de las personas jurídicas deberá ajustarse a lo
establecido en el apartado 11 de este mismo art. 9, teniendo en cuenta, tanto respecto a
las personas físicas como a las jurídicas, lo establecido en art. 10.8 del CC, donde se
regula la excepción del interés nacional.
De acuerdo con el art. 9.1 del CC la capacidad de las personas físicas se rige por su ley
nacional, de tal forma que sea cual sea la ley que rija el fondo del contrato será la ley
personal de cada uno de los contratantes la que deberemos considerar para determinar si
gozan de capacidad. Se ha interpretado, sin embargo, que esta regla opera solamente
para la capacidad general, no para las capacidades especiales, esto es, para la aptitud de
realizar un contrato determinado. La regulación específica de la capacidad para concluir
específicos contratos se suele vincular a razones substanciales, por lo que en estos
supuestos sería más adecuado que se considerara el Derecho rector del contrato41. En el
caso de las personas jurídicas será también su ley nacional la que determine su
capacidad, lo que plantea mayores problemas que en el caso de las personas físicas,
puesto que mientras las personas físicas gozan estrictamente de una nacionalidad no
40 Art. 1.4 del Estatuto de los Trabajadores: “La legislación laboral española será de aplicación al trabajo que presten los trabajadores españoles contratados en España al servicio de empresas españolas en el extranjero, sin perjuicio de las normas de orden publico aplicables en el lugar de trabajo. Dichos trabajadores tendrán, al menos, los derechos económicos que les corresponderían de trabajar en el territorio español.” 41 Vid. UBERTAZZI, B., La capacità delle persone fisiche nel diritto internazionale privato, CEDAM, Padua, 2006, p. 118, GARCIMARTÍN ALFÉREZ, F.J., Derecho internacional privado, Civitas/Thomson Reuters, 2012, pp. 306-307. Algunos autores llegan a la misma solución pero manteniendo que en realidad en estos supuestos no estamos ante un auténtico problema de capacidad, vid. FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCHEZ LORENZO, S., op. cit., pp. 348-349.
30
sucede lo mismo con las personas jurídicas, ya que en la mayoría de los ordenamientos
no se regula de forma expresa la nacionalidad de las sociedades. El Derecho español sí
que incluye una regla sobre determinación de la nacionalidad de las sociedades
españolas, tanto en el CC como en la Ley de Sociedades de Capital (LSC); de acuerdo
con la cual serán españolas las sociedades que se han constituido de acuerdo con lo
establecido en el Derecho español y tienen su domicilio en España42. En otros Derechos,
en cambio, no existe una regla equivalente43 por lo que se hace preciso determinar a qué
categoría se corresponde la “nacionalidad” a la que se refiere el art. 9.11 del CC. En este
sentido, deberemos considerar a las sociedades nacionales del Estado de acuerdo con
cuyo Derecho se han constituido, aunque con el límite de que aquellas sociedades
constituidas fuera de la UE y que tengan en España su principal establecimiento o
explotación deberán ser consideradas como sociedades españolas44
El Derecho español incluye también una regulación propia de la excepción del interés
nacional, equivalente a la que ya hemos visto en el art. 13 del Reglamento Roma I.
Según lo previsto en el art. 10.8 del CC, los contratos onerosos celebrados en España
por un extranjero incapaz según su ley nacional serán válidos si el extranjero fuera
capaz según del Derecho español. Esta regla, sin embargo, no se aplicará a los contratos
relativos a bienes inmuebles situados en el extranjero. A diferencia del art. 13 del
Reglamento Roma I, el art. 10.8 del CC español no limita su aplicación a la capacidad
de las personas físicas, sino que se extiende también a las personas jurídicas. Además,
no precisa que la otra parte en el contrato ignorara la falta de capacidad según su ley
nacional del otro contratante; aunque solamente podrá aplicarse en los casos de
contratos onerosos, estando, por tanto, excluidos los gratuitos.
Se han planteado ciertas dudas sobre la articulación del art. 10.8 CC y el art. 13 del
Reglamento Roma I (y con anterioridad con el art. 11 del Convenio de Roma de 1980
sobre ley aplicable a las obligaciones contractuales). Se ha sostenido que el art. 13 del
42 No podemos detenernos aquí en el análisis de la problemática que plantea la determinación de la nacionalidad de las sociedades, para una consideración más extensa de estos problemas me remito a ARENAS GARCÍA, R., Registro Mercantil y Derecho del comercio internacional, Centro de Estudios Registrales, Madrid, 2000, pp. 134-137 y referencias allí contenidas. 43 Vid. KELLER, M./SIEHR, K., Allgemeine Lehren des internationalen Privatrechts, Schulthess Polygraphischer, 1986, p. 327. 44 Vid. CHECA MARTÍNEZ, M., “La Ley 19/1989 de reforma parcial y adaptación de la legislación mercantil en materia de sociedades: la nacionalidad de la sociedad anónima”, REDI, 1989, vol. XLI, pp. 662-664 en relación a la situación anterior a la jurisprudencia Centros del Tribunal de Luxemburgo. Tras la Sentencia del Tribunal de Luxemburgo de 9 de marzo de 1999 (As. C- 212/97, Centros Ltd c. Erhvervs-og Selskabsstyrelsen) ya no puede denegarse el reconocimiento en un Estado miembro de la UE de la personalidad jurídica de sociedades creadas en otro Estado miembro de la Unión.
31
Reglamento desplaza completamente al art. 10.8 CC en los supuestos en los que resulte
aplicable el Reglamento45. La interpretación más adecuada al tenor del art. 13 del
Reglamento (y 11 del Convenio de Roma de 1980) es la que sostiene que el art. 10.8 CC
se aplicará en todo caso y que solamente cuando tras la aplicación del art. 9.1 y el
correctivo del art. 10.8 aún resulte que una persona física capaz según el Derecho del
lugar de celebración del contrato ha de ser considerada como incapaz tendrá aplicación
el art. 13 del Reglamento Roma I para determinar si se dan las condiciones para
considerarla capaz según éste último precepto. De esta forma, el art. 13 se aplicaría en
casos de contratos gratuitos (en los que no tiene aplicación el art. 10.8 del CC) o
relativos a inmuebles situados fuera de España (supuesto en el que tampoco resulta
aplicable este último precepto) y, en cualquier caso, cuando se trate de determinar la
capacidad de las personas jurídicas ya que, como hemos visto, en estos casos no se
aplica el art. 13 del Reglamento Roma I.46
iii. Forma
La forma de los contratos y demás actos jurídicos está regulada en el art. 11 del CC. De
acuerdo con este precepto, los contratos serán válidos en cuanto a la forma si lo son de
acuerdo con la ley del país en el que se otorguen, la aplicable al fondo del contrato o la
común de los contratantes. Además, si el contrato se refiere a bienes inmuebles también
será válido si se ajusta a lo establecido en la ley del lugar en el que radiquen los
inmuebles.
Podría pensarse que nos encontramos ante una ley que se orienta con gran claridad hacia
el favor validitatis, ya que parecería que bastaría con que el contrato se ajustara a
cualquiera de las formas mencionadas para que fuera válido en cuanto a la forma, lo que
haría que este art. 11 del CC incluyera una orientación hacia la validez formal del acto
más acusada todavía que el art. 11 del Reglamento Roma I (que solamente considera la
ley del lugar en el que se celebra el contrato o donde se encuentran los contratantes –si
el contrato es entre ausentes- y la ley aplicable al fondo del contrato). Ahora bien, ésta
45 O el Convenio de Roma de 1980, en cuyo caso el desplazamiento del art. 10.8 CC se daría a favor del art. 11 del Convenio de Roma. Sobre el desplazamiento del art. 10.8 CC por el art. 11 del Convenio de Roma o el art. 13 del Reglamento Roma I vid. FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCHEZ LORENZO, S., op. cit., p. 350. 46 Vid. ARENAS GARCÍA, R., “La lex societatis en el Derecho de las sociedades internacionales”, Derecho de los Negocios, 1996, año 7, núms.. 70/71, pp. 11-26, p. 20; RODRÍGUEZ MATEOS, P., El contrato de leasing internacional, Eurolex, Madrid, 1997, pp. 159-160.
32
sería una impresión equivocada ya que el apartado 2 del art. 11 indica que si la ley
reguladora del contenido exige una determinada forma o solemnidad ésta deberá ser
siempre aplicada. Esto es, si el contrato solamente puede ser eficaz mediante la
utilización de una forma solemne ésta deberá respetarse, aunque no necesariamente de
acuerdo con las formalidades de la ley rectora del contrato, sino en una forma
equivalente a la exigida por la ley rectora del contenido47. De esta manera, la ley rectora
del fondo del contrato será también la que determine si para la eficacia del mismo ha de
respetarse alguna forma concreta (escrita, documento público o la que sea).
iv. Normas imperativas
La consideración de la regulación autónoma no puede obviar, sin embargo, que sea cual
sea el Derecho que rija el contrato y sus distintos aspectos (capacidad de los
contratantes y forma) en cualquier caso será necesario respetar las normas
internacionalmente imperativas del Derecho español. La aplicación de estas normas está
recogida en el art. 9. 2 del Reglamento Roma I48 y en el art. 8 del CC español49. No
existen, por tanto, excesivas dudas sobre la imperativa aplicación de aquellas normas
que traduzcan valores esenciales del ordenamiento que no puedan ser desplazados por lo
previsto en un Derecho extranjero50. En el tema que nos ocupa es especialmente
relevante su consideración, ya que en la etapa de formación del contrato no es difícil
encontrar regulaciones de carácter imperativo que tienen vocación de aplicarse incluso
aunque sea un Derecho extranjero el que rija el fondo del contrato. Así, destacadamente,
47 Vid. FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCHEZ LORENZO, S., op. cit., pp. 289-290. Para una sugerente interpretación diferente vid. REQUEJO ISIDRO, M., Ley local y forma de los actos en el Derecho internacional privado español, Eurolex, Madrid, 1998, esp. pp. 153 y ss. 48 Art. 9 del Reglamento Roma I: “1. Una ley de policía es una disposición cuya observancia un país considera esencial para la salvaguardia de sus intereses públicos, tales como su organización política, social o económica, hasta el punto de exigir su aplicación a toda situación comprendida dentro de su ámbito de aplicación, cualquiera que fuese la ley aplicable al contrato según el presente Reglamento. 2. Las disposiciones del presente Reglamento no restringirán la aplicación de las leyes de policía de la ley del foro. 3. También podrá darse efecto a las leyes de policía del país en que las obligaciones derivadas del contrato tienen que ejecutarse o han sido ejecutadas en la media en que dichas leyes de policía hagan la ejecución del contrato ilegal. Para decidir si debe darse efecto a estas disposiciones imperativas, se tendrá en cuenta su naturaleza y su objeto, así como las consecuencias que se derivarían de su aplicación o de su inaplicación.” 49 “Las leyes penales, las de policía y las de seguridad pública obligan a todos los que se hallen en territorio español”. 50 Vid., por ejemplo, GARDEÑES SANTIAGO, M., La aplicación de la regla de reconocimiento mutuo y su incidencia en el comercio de mercancías y servicios en el ámbito comunitario e internacional, Eurolex, Madrid, 1999, pp. 105 y ss.
33
en materia de condiciones generales de la contratación y en relación a los contratos de
consumo.
En lo que se refiere a la normativa sobre condiciones generales, y dejando de lado los
contratos de consumo que, como veremos, tienen una regulación específica, ha de
destacarse que la regulación contenida en la Ley 7/1998, de 13 de abril, sobre
condiciones generales de la contratación51 se aplicará tanto a los contratos que se rijan
por el Derecho español como a aquellos otros a los que se aplique un Derecho
extranjero cuando el adherente haya emitido su declaración en territorio español y tenga
en España su residencia habitual. El carácter internacionalmente imperativo de las
normas sobre condiciones generales de la contratación es, por tanto, claro, lo que
implicará que deberá ser aplicado por las autoridades españolas también en los
supuestos en los que el contrato esté regido por un Derecho extranjero, y esto incluso
aunque resulte aplicable el Reglamento Roma I, y ello porque el art. 9 del Reglamento
prevé la aplicación de las leyes de policía del foro, tal como hemos visto.
En el caso de los contratos de consumo, la aplicación de las normas imperativas
españolas, contenidas en distintas normativas, pero especialmente en la ya mencionada
Ley sobre condiciones generales de la contratación y también en la Ley General para la
Defensa de los Consumidores y Usuarios52. En estos casos no solamente hemos de tener
en cuenta la habilitación que ofrecen los arts. 9 del Reglamento Roma I y 8 del CC, sino
que la normativa protectora del consumidor es fruto de la transposición de la Directiva
93/13/CEE del Consejo, de 5 de abril sobre cláusulas abusivas en los contratos
celebrados con consumidores53, incluyéndose en esta Directiva la obligación de que sus
normas protectoras se apliquen cuando exista una relación estrecha con un Estado
miembro de la Unión, incluso aunque las partes hayan optado por elegir el Derecho de
un Estado no miembro como rector del contrato. Esta formulación obliga a establecer
mecanismos que garanticen la aplicación de la normativa protectora en todos los
supuestos en los que se dé ese vínculo estrecho con un Estado miembro de la UE.
En los supuestos en los que el consumidor tenga su residencia en la Unión y se trate de
un consumidor protegido según lo establecido en el art. 6 del Reglamento Roma I no
existirán especiales problemas ya que en tales casos la aplicación de la normativa
51 BOE, 14-IV-1998. 52 Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre, por el que se aprueba el texto refundido de la ley general para la defensa de los consumidores y usuarios y otras leyes complementarias (BOE, 30-XI-2007). 53 DO, núm. L 95, de 21 de marzo de 1993.
34
imperativa (incluso aquella que no sea internacionalmente imperativa) está garantizada
por el art. 6 del Reglamento. Ahora bien, también puede darse una relación estrecha en
casos en los que el consumidor no resida en un Estado miembro. En estos supuestos la
aplicación de la normativa sobre protección del consumidor se conseguirá por vía de la
aplicación de las normas internacionalmente imperativas, y para la delimitación del
ámbito de aplicación espacial de estas normas hemos de considerar el art. 67 de la Ley
General de Defensa de los Consumidores y Usuarios que establece la aplicación de la
normativa protectoras siempre que el contrato mantenga una estrecha conexión con el
Espacio Económico Europeo, detallando, además, cuando se presumirá que se da ese
vínculo estrecho54.
2. Régimen de la culpa in contrahendo en los contratos internacionales
a. Delimitación de supuestos
54 Art. 67 de la Ley General de Defensa de los Consumidores y Usuarios: “1. Las normas de protección frente a las cláusulas abusivas contenidas en los artículos 82 a 91, ambos inclusive, serán aplicables a los consumidores y usuarios, cualquiera que sea la ley elegida por las partes para regir el contrato, cuando éste mantenga una estrecha relación con el territorio de un Estado miembro del Espacio Económico Europeo.// Se entenderá, en particular, que existe un vínculo estrecho cuando el empresario ejerciere sus actividades en uno o varios Estados miembros del Espacio Económico Europeo, o por cualquier medio de publicidad o comunicación dirigiere tales actividades a uno o varios Estados miembros y el contrato estuviere comprendido en el marco de esas actividades. En los contratos relativos a inmuebles se entenderá, asimismo, que existe un vínculo estrecho cuando se encuentren situados en el territorio de un Estado miembro.//2. Las normas de protección en materia de contratos a distancia y de garantías, contenidas respectivamente en los artículos 92 a 106, ambos inclusive, y en los artículos 114 a 126, ambos inclusive, serán aplicables a los consumidores y usuarios, cualquiera que sea la ley elegida por las partes para regir el contrato, cuando éste mantenga una estrecha relación con el territorio de un Estado miembro del Espacio Económico Europeo.// Se entenderá, en particular, que existe un vínculo estrecho cuando el bien haya de utilizarse, ejercitarse el derecho o realizarse la prestación en alguno de los Estados miembros de la Unión Europea, o el contrato se hubiera celebrado total o parcialmente en cualquiera de ellos, o una de las partes sea ciudadano de un Estado miembro de la Unión Europea o presente el negocio jurídico cualquier otra conexión análoga o vínculo estrecho con el territorio de la Unión Europea”. La dicción actual de este precepto es resultado de la Sentencia del Tribunal de Luxemburgo de 9 de septiembre de 2004 (As. C-70/03, Comisión c. España) en la que se mantuvo que la transposición de la Directiva que había hecho el legislador español incluía un ámbito espacial de aplicación excesivamente limitado (se preveía la imperativa aplicación de la normativa española incluso en aquellos casos en los que no fuese el Derecho español el que rigiese el contrato cuando el adherente (si se trataba de un contrato de adhesión) residiese en España y, además, hubiese emitido la declaración negocial en España), lo que no garantizaba –a juicio del Tribunal de Luxemburgo- que siempre que el caso presentara una estrecha relación con un Estado miembro de la Unión resultara aplicable el Derecho fruto de la transposición de la Directiva. Como puede comprobarse, la regulación actual extiende sustancialmente los supuestos en los que el Derecho español resultará aplicable con carácter imperativo en materia de contratos de consumo. Sobre la modificación de la regulación española como consecuencia de la STJUE de 9 de septiembre de 2004 y la incidencia de otras Directivas europeas en la configuración de las normas imperativas españolas vid. FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCHEZ LORENZO, S., op. cit., pp. 479-481.
35
Hasta ahora hemos examinado el régimen de la formación de los contratos
internacionales desde la perspectiva del contrato ya concluido con el fin de identificar
cuál es el Derecho que determinará de qué manera la formación del contrato incidirá en
la eficacia de dicho contrato. Sin embargo, tal como habíamos adelantado, el desarrollo
de las negociaciones que pueden conducir a la perfección del contrato pueden dar origen
a obligaciones, derechos y reparaciones independientes que no se insertan en la relación
contractual que tiene su fundamento en el contrato ya concluido; sino en el régimen
específico de la negociación y, en su caso, en la obligación general de neminen laedere.
Se trata de obligaciones y derechos que se derivarán de la obligación de negociar de
buena fe y de respetar los pactos relativos a la negociación a los que puedan haber
llegado las partes. La caracterización jurídica de estas obligaciones que surgen en la fase
precontractual ha sido fuente tradicional de dificultades dogmáticas, debate doctrinales
y difíciles decisiones judiciales. Existen estudios de singular relevancia sobre este
tema55 y en esta mismo obra se encuentra un estudio pormenorizado de estos problemas
desde una perspectiva civil56. Aquí nos centraremos en los problemas específicos de
DIPr y, en el apartado en el que nos encontramos, de la identificación del Derecho
rector de estas obligaciones, diferenciando entre los distintos supuestos posibles;
fundamentalmente, entre aquellos casos en los que la fase de negociación ha sido objeto
de un acuerdo entre las partes y aquellos otros supuestos en los que no existen acuerdos
relativos a la negociación y, por tanto, ésta se rige por normas generales y no por un
régimen específico pactado entre las partes.
En los supuestos más simples de formación del contrato la fase de formación se limita al
intercambio de oferta y aceptación sin que existan obligaciones específicas de
comportamiento para las partes en el futuro contrato. En estos casos no existe
propiamente negociación sino un simple intercambio de declaraciones unilaterales que,
salvo en casos patológicos (ofertas o aceptaciones engañosas que pretenden perjudicar a
su destinatario) no producirán efectos más allá de la esfera contractual. Con frecuencia,
sin embargo, la formación del contrato viene precedida de una fase más o menos larga
de aportación de información y de modulación del contenido del contrato en el que las
partes intercambian declaraciones y propuestas. Esto resulta cada vez más habitual y da
55 Vid. los trabajos citados supra en la n. núm. 3. 56 Vid. el capítulo relativo a los tratos preliminares y la culpa in contrahendo, redactado por C.I. Asúa XXX.
36
lugar a una fase que ha de ser objeto de una atención específica. Esta obra en su
conjunto pretende, precisamente, analizar los problemas que se plantean en esta fase.
Esta fase de negociación puede, a su vez, organizarse de distintas maneras. Con
frecuencia no se configura un marco específico para ella, sino que el contacto entre las
partes se desarrolla de una manera informal (con frecuencia sin participación de juristas
o asesoramiento jurídico) hasta llegar al momento de la perfección del contrato.
En otras ocasiones, sin embargo, las partes establecen un régimen específico para la
negociación que puede ser extremadamente detallado, incluyendo previsiones sobre el
lugar donde se desarrollará la negociación, obligaciones sobre intercambio de
información, confidencialidad, exclusividad, reparto de costes, etc. En estos supuestos
nos podemos encontrar con un auténtico régimen contractual previo al contrato en el
que las partes se obligan, precisamente, a desarrollar la negociación de una determinada
forma. Desde la perspectiva del DIPr será determinante la consideración de esta
distinción: la que separa los casos en los que las partes han concluido un contrato cuyo
objeto es la negociación y aquellos otros supuestos en los que la negociación se
desarrolla sin que las partes hayan pactado cuál será el régimen de la misma. En los
siguientes apartados nos ocuparemos de ambas posibilidades.
b. Tratos previos y contratos de negociación
Tal como se acaba de indicar, no es extraño que en determinados supuestos las partes
que se disponen a negociar un contacto pacten las obligaciones que asumen durante la
fase de formación del contrato. La existencia de este contrato implica que la relación
que se establece entre ellas ha de ser calificada como contractual, lo que implicará que,
desde la perspectiva del DIPr serán las normas relativas a las obligaciones contractuales
las que deberán ser consideradas. Teniendo esto en cuenta, lo lógico sería que el
Reglamento Roma I fuera el instrumento que determinara el Derecho aplicable en estos
supuestos. Esta interpretación, sin embargo, se enfrenta a algunas dificultades, ya que
este Reglamento excluye expresamente de su ámbito de aplicación material “las
obligaciones que se derivan de los trataos previos a la celebración de un contrato”57. Tal
como veremos en el epígrafe “c” es dudoso que la intención de los redactores del
Reglamento Roma I fuera excluir de su ámbito de aplicación los contratos sobre
57 Art. 1.2.i) del Reglamento Roma I.
37
negociación; pero no puede negarse que la literalidad de la redacción final del art. 1.2
del Reglamento así parece indicarlo. La exclusión de la responsabilidad por tratos
previos al contrato seguramente pretende mediar en el debate sobre la naturaleza
jurídica de la responsabilidad precontractual, excluyendo su carácter contractual, lo que
sería coherente con su regulación en el Reglamento Roma II (tal como veremos
enseguida); pero no puede desconocerse que el art. 1.2 no pretende ofrecer una
definición o definición de lo contractual, sino delimitar las exclusiones del ámbito de
aplicación material del Reglamento sin prejuzgar la naturaleza jurídica de los supuestos
excluidos; entre los que se encuentran diferentes negocios jurídicos en los que no cabe
dudar en absoluto de su carácter contractual58. Teniendo esto en cuenta resultaría que la
exclusión de la letra “i” del art. 1.2 del Reglamento implicaría la de la responsabilidad
derivada de tratos previos al contrato incluso en aquellos supuestos en los que otro
contrato (un contrato de negociación) regula estos tratos previos.
La interpretación anterior, pese a ser la que más se ajusta a la literalidad del precepto
probablemente no prevalecerá, y acabará interpretándose que en estos casos –
negociación regida por un contrato- resultará aplicable el Reglamento Roma I, por lo
que será éste quien determine el Derecho aplicable a la negociación. De acuerdo con lo
que vimos en su momento, la primera conexión que deberá ser considerada es la
autonomía de la voluntad de las partes, con lo que de existir un acuerdo sobre la ley
aplicable a la negociación será este Derecho elegido el aplicable. Lo más probable es
que esta elección de Derecho exista, puesto que si se realiza el esfuerzo de formalizar la
fase de negociación mediante un contrato no debería dejar de incluirse en éste uno de
los elementos que en mayor medida facilita la seguridad jurídica, como es la
determinación del Derecho aplicable. Esta elección será tanto más necesaria cuanto en
ausencia de ésta no hallaremos en el Reglamento más conexión aplicable al supuesto
que nos ocupa que la de los vínculos más estrechos; puesto que no existe ninguna
previsión específica sobre la ley aplicable a los contratos de negociación ni es posible
aplicarles la regla de la residencia habitual de la parte que ha de realizar la prestación
característica del contrato. La proyección de esta conexión –los vínculos más estrechos-
sobre el contrato de negociación puede no dar un resultado evidente, lo que dificultará
que las partes ajusten sus actuaciones a lo que resulte obligado; aunque por lo general
los contratos de negociación serán lo suficientemente detallados como para que no sea
58 Así, por ejemplo, los convenios de arbitraje o de elección de foro (letra “e”) o los pactos parasociales (que estarían afectados por la letra “f”) y ciertos contratos de seguro (letra “j”).
38
preciso recurrir a completarlos por medido de normas dispositivas. Lo que no podrá
evitarse es el condicionamiento de los mismos como consecuencia de la aplicación de
las normas imperativas del Derecho rector del contrato, por lo que siempre será preciso
tener en consideración tal Derecho. La elección en el propio contrato de negociación
evitará las incertidumbres que de aquí puedan derivarse.
En lo que se refiere a la capacidad de los contratantes y la forma del contrato, nos
remitimos a lo expuesto en el epígrafe 1.b. ya que no existen particularidades en los
contratos de negociación en relación al resto de los contratos.
En algunos supuestos la negociación del contrato viene regulada en un contrato previo;
pero que no es específicamente un contrato de negociación. En las relaciones duraderas
(suministro o distribución, por ejemplo) puede pactarse un plazo determinado de
duración del contrato y asumirse el compromiso de que a la terminación del mismo las
partes se comprometen a negociar un nuevo contrato. En estos casos la negociación
tiene un carácter contractual y la determinación del Derecho que rija tal negociación se
hará a partir de los instrumentos propios de las obligaciones contractuales; esto es, el
Reglamento Roma I según lo indicado en el párrafo precedente.
En estos supuestos pudiera ser que no hubiera una elección específica del Derecho
aplicable a la negociación; pero insertándose la previsión de la misma en otro contrato
será la ley rectora del mismo la que rija la negociación59. Esto es, la ley del contrato
anterior será también el Derecho aplicable a la negociación del contrato futuro; aunque
sin impedir que las partes elijan un Derecho diferente para la negociación o que el
nuevo contrato pueda regirse por un nuevo Derecho. En lo que se refiere a la
negociación será preciso un acuerdo entre las partes para desplazar el Derecho rector del
59 La negociación del contrato futuro sería una parte separable del contrato anterior. En principio, la ley rectora del contrato lo es para la totalidad del mismo; pero no se descarta que las partes puedan elegir una ley para una parte del mismo (art. 3.1. del Reglamento Roma I: “El contrato se regirá por la ley elegida por las partes. Esta elección deberá manifestarse expresamente o resultar de manera inequívoca de los términos del contrato o de las circunstancias del caso. Por esta elección, las partes podrán designar la ley aplicable a la totalidad o solamente a una parte del contrato.”). En caso de que no exista elección de ley no existirá la posibilidad de que distintas leyes rijan las diferentes partes del contrato. El Convenio de Roma de 1980 sí que preveía que partes diferentes del contrato fueran regidas por Derechos diferentes incluso sin que entrara en juego la autonomía de la voluntad de las partes (vid. art. 4.1 del Convenio de Roma de 1980: “En la medida en que la ley aplicable al contrato no hubiera sido elegida conforme a las disposiciones del artículo 3º, el contrato se regirá por la ley del país con el que presente los vínculos más estrechos. No obstante, si una parte del contrato fuera separable del resto del contrato y presenta una vinculación más estrecha con otro país, podrá aplicarse con carácter excepcional, a esta parte del contrato la ley de este otro país.”). El Reglamento Roma I no ha retenido esta posibilidad, por lo que cuando se aplique este instrumento diferentes partes del contrato podrán estar regidas por diferentes leyes únicamente cuando opere la autonomía de la voluntad.
39
contrato anterior, mientras que el Derecho que rija el nuevo contrato no vendrá
estrictamente determinado por el Derecho que regía el contrato anterior o la
negociación, sino que será el que resulte de la proyección del Reglamento Roma I y
demás instrumentos pertinentes a dicho nuevo contrato.
La proyección del DIPr autónomo español a los contratos de negociación implicará la
aplicación del Derecho elegido por las partes (siempre que tenga alguna conexión con el
supuesto, tal como vimos en su momento), tal como establece el art. 10.5 CC. En caso
de que no haya elección de Derecho las soluciones del DIPr autónomo español podrían
ser, curiosamente, más adecuadas que las del Reglamento Roma I. Hemos visto que en
ausencia de elección la única conexión posible sería la de los vínculos más estrechos,
una conexión abierta que podría plantear dificultades de previsibilidad. En cambio,
como sabemos, en el caso del art. 10.5 CC en defecto de elección el Derecho rector del
contrato será el de la nacionalidad común de las partes, en defecto de esta conexión la el
de la residencia habitual común y en último lugar, en caso de que ninguna de las otras
dos sea operativa, el Derecho del lugar de celebración del contrato. En su momento
vimos que estas conexiones podían no resultar adecuadas con carácter general, pero en
el caso de contratos de negociación podrían responder a una proximidad suficiente con
el supuesto dotando, además, de cierta previsibilidad a la determinación de tal Derecho
aplicable. Ciertamente, la conexión lugar de celebración del contrato puede ser
puramente casual, como hemos visto; pero tanto la nacionalidad común como la
residencia común de las partes puede resultar adecuada tratándose de contratos de
negociación en los que las circunstancias personales de los contratantes (personas
físicas o jurídicas) pueden resultar relevantes.
En lo que se refiere a la capacidad y a la forma de los contratos nos remitimos a lo ya
dicho en el epígrafe anterior sobre los arts. 9.1, 10.8 y 11 del CC.
c. Responsabilidad por culpa in contrahendo
i. Los Reglamentos Roma II y Roma I
40
Los Reglamentos Roma I y Roma II60 pretenden ofrecer una regulación amplia de la ley
aplicable a las obligaciones contractuales y extracontractuales en la UE. Se trata de un
propósito ambicioso que encuentra entre otras dificultades la de la delimitación entre lo
contractual y lo extracontractual, una tarea siempre difícil y que puede plantear algunas
dificultades entre las que se encuentra la incardinación de ese supuesto particular que es
la responsabilidad precontractual, fuente de debates y discusiones doctrinales y
jurisprudenciales desde hace más de un siglo61.
Las dificultades que plantea la delimitación entre lo extracontractual, lo precontractual y
lo contractual son mayores todavía en los supuestos internacionales, ya que en este caso
han de considerarse acercamientos de ordenamientos diferentes que pueden divergir de
una forma considerable. La gestión de las diferentes concepciones sobre la
responsabilidad precontractual puede no resultar en absoluto sencilla, pero resulta
ineludible para el DIPr que se ocupa del régimen de los tratos previos al contrato. La
UE, enfrentada a la necesidad de insertar la responsabilidad precontractual en el sistema
que configuran los Reglamentos Bruselas I, Roma I y Roma II optó, en relación a estos
últimos, por reconducir el régimen de la responsabilidad por tratos previos al
Reglamento que se ocupa de la responsabilidad extracontractual, aunque ofreciendo una
regulación específica que se halla recogida en el art. 12 del mencionado Reglamento. La
inclusión de este art. 12 en el Reglamento Roma II explica la exclusión, que habíamos
adelantado, de la responsabilidad por tratos previos del Reglamento Roma I. Ahora
bien, pese a que el Reglamento Roma I no matiza en la exclusión de esta
responsabilidad, es necesario tener en cuenta que el art. 12 del Reglamento Roma II
solamente se ocupa de la responsabilidad extracontractual que se derive de los tratos
previos a la celebración del contrato62. De esta dicción del art. 12 del Reglamento se
puede derivar que las responsabilidades de carácter contractual que se vinculen a los
tratos previos no estarán incluidas en el ámbito de aplicación del Reglamento Roma II,
lo que debería conducirnos a interpretar –tal como ya hemos adelantado- que las
60 Reglamento (CE) nº 864/2007 del Parlamento Europeo y del Consejo de 11 de julio de 2007 relativo a la ley aplicable a las obligaciones extracontractuales (“Roma II”), DO núm. L 199, de 31 de julio de 2007. 61 Como es sabido, se atribuye a R. von Ihering el origen de la reflexión sobre la culpa in contrahendo. Vid. sobre esto GARCÍA RUBIO, M.P., op. cit., pp. 28-31. 62 Art. 12.1 del Reglamento Roma II: “La ley aplicable a una obligación extracontractual que se derive de los tratos previos a la celebración de un contrato, con independencia de que el contrato llegue o no a celebrarse realmente, será la ley aplicable al contrato o la que se habría aplicado al contrato si este se hubiera celebrado”.
41
obligaciones derivadas de los tratos previos que tienen carácter contractual se regirán
por lo establecido en el Reglamento Roma I.
Estas obligaciones de carácter contractual vinculadas a los tratos previos no se reducirán
a los casos en los que se formalice un contrato de negociación, sino que puede resultar
que durante los contactos entre las partes previos a la celebración del contrato se
asuman diferentes obligaciones en relación a la misma, tales como la facilitación de
información, la no realización de contactos con terceros durante la realización del
contrato, la obligación de confidencialidad o la asunción de determinados gastos
vinculados a la negociación. Esto es, lo que es el contenido de un contrato de
negociación, pero sin que exista un documento formal que pretenda regular de manera
global la negociación.
Ciertamente, el hecho de que exista o no exista un documento que expresamente se
denomine “contrato de negociación” o término equivalente no altera la naturaleza de los
compromisos asumidos por las partes: cuando exista acuerdo entre ellas sobre
cualquiera de los comportamientos que han sido señalados en el apartado anterior
existirá –en principio- una obligación de carácter contractual. Si insistimos en ello es
por dos razones: en primer lugar, para diferenciar esos compromisos asumidos entre las
partes y que tienen carácter contractual de las obligaciones que nacen del
establecimiento de la negociación y que por tener carácter no contractual se
incardinarán en la previsión del art. 12 del Reglamento Roma II; y en segundo término
para destacar que con cierta frecuencia estos compromisos son asumidos sin que las
partes sean plenamente conscientes de su significado jurídico como consecuencia de
que en esta fase de negociación es frecuente que no participen expertos en Derecho ni se
solicite asesoramiento jurídico63.
Estos compromisos asumidos durante la negociación se regirán por el Derecho que les
resulte aplicable según el Reglamento Roma I, tal como habíamos justificado en
relación a los contratos de negociación en el epígrafe anterior. En estos casos se
descarta que exista una elección de ley, al menos expresa, por lo que deberemos acudir
a las normas para la determinación de la ley aplicable en defecto de elección. En estos
supuestos, sin embargo, y a diferencia de lo que sucedía con los contratos de
negociación, no ha de descartarse la posibilidad de utilizar la conexión derivada de la
residencia habitual de la parte que ha de realizar la prestación característica. Así, por
63 Son ilustrativos al respecto los ejemplos que se encuentran en FONTAINE, M., Droit des contrats internationaux, FEC, Paris, 1989, pp. 6-30.
42
ejemplo, en los casos en los que una parte asuma la obligación de confidencialidad o de
exclusividad será la residencia de dicha parte la que deba ser considerada para
determinar el régimen de la responsabilidad contractual que se deriva de dicha
obligación; aunque sin descartar que en función de las circunstancias pueda apreciarse
que otro Derecho presente vínculos más estrechos con el contrato.
El Derecho rector del contrato determinará el régimen de la obligación, incluido si tal
obligación nace propiamente como una obligación contractual. Este es un aspecto
relevante porque podría ser que dependiendo del Derecho que se aplique se entienda
que la obligación se configura propiamente como una obligación contractual o, por el
contrario, que no existe propiamente un consentimiento hábil para interpretar que un
contrato ha surgido entre las partes64. En el caso de que el contrato no haya surgido las
relaciones entre las partes deberán calificarse como no contractuales y su régimen sí que
será el determinado por las previsiones del art. 12 del Reglamento Roma II.
De acuerdo con este art. 12 la ley aplicable a la responsabilidad que se derive de los
tratos previos a la celebración del contrato será la que rija al contrato ya celebrado o la
que lo regiría si se hubiera llegado a celebrar. En caso de que esta ley no pueda
determinarse, el apartado 2 del art. 12 incluye una regulación que, pese a que plantea
algunas dudas por lo confuso de su redacción, deberemos interpretar como una
reiteración de las reglas generales contenidas en el propio Reglamento para la
determinación de la responsabilidad extracontractual65. Cabe también que las partes
elijan el Derecho aplicable a esta responsabilidad por culpa in contrahendo, pudiendo
ser esa elección anterior al hecho generador del daño si todas las partes desarrollan una
actividad comercial66.
64 Vid. una aproximación parecida, aunque en relación a un tema sustancialmente distinto como son las donaciones en JIMÉNEZ BLANCO, P., “El Derecho aplicable a las donaciones”, REDI, 1997, vol. XLIX, núm. 1, pp. 63-89, pp. 69-70. 65 Vid. en este sentido GARCIMARTÍN ALFÉREZ, F.J, “La unificación del Derecho conflictual en Europa: el Reglamento sobre ley aplicable a las obligaciones extraconractuales (“Roma II”)”, La Ley, 2007, año XXVIII, núm. 6811, de 31 de octubre, p. 15. 66 Art. 14 del Reglamento Roma II: “1. Las partes podrán convenir someter la obligación extracontractual a la ley que elijan:
a) mediante un acuerdo posterior al hecho generador del daño, o bien b) cuando todas las partes desarrollen una actividad comercial, también mediante un acuerdo
negociado libremente antes del hecho generador del daño. La elección deberá manifestarse expresamente o resultar de manera inequívoca de las circunstancias del caso y no perjudicará los derechos de terceros. 2. Cuando en el momento en que ocurre el hecho generador del daño, todos los elementos pertinentes de la situación estén localizados en un país distinto de aquel cuya ley se elige, la
43
El art. 12 del Reglamento Roma II, considerado junto al art. 14 diseña, por tanto, un
esquema de cierta complejidad sobre la determinación del Derecho rector a la
responsabilidad derivada de los tratos previos. En primer lugar está la posibilidad de
acuerdo entre las partes, que, en principio, resultará extraño que se plantee con carácter
previo a la generación del daño, toda vez que si las partes son conscientes de la
conveniencia de pactar un determinado Derecho como rector de los tratos previos es
probable que concluyan un contrato de negociación, lo que trasladaría la situación al
terreno de la responsabilidad contractual.
En ausencia de elección el Derecho que regirá la responsabilidad por tratos previos será
el del contrato concluido o el que regiría el contrato concluido en caso de haberse
celebrado. En el supuesto de que el contrato haya llegado efectivamente a celebrarse no
existirán dificultades específicas para identificar el Derecho rector de la responsabilidad
por tratos previos, no yendo más allá de las que plantea la identificación del Derecho
rector del contrato y de las que tuvimos ocasión de ocuparnos en el epígrafe 1. Si el
contrato no se llega a celebrar, en cambio, la identificación del Derecho rector es más
problemática, puesto que será preciso realizar un cierto ejercicio de especulación acerca
de cómo se proyectarían las circunstancias conocidas en el momento en el que se
desarrollan los tratos previos sobre el contrato ya terminado. En cierta forma, la
determinación de ese hipotético Derecho rector implicará siempre un cierto grado de
arbitrariedad, por lo que la previsión del apartado 2 del art. 12 (“Cuando la ley aplicable
no pueda determinarse mediante el apartado 1…”) podría ser aplicada siempre según
cuál fuera el grado de certeza sobre la previsión del Derecho aplicable al contrato que
exijamos. Así, por ejemplo, si en el momento en el que se rompen las negociaciones se
había llegado a un acuerdo provisional sobre el Derecho que regiría el contrato futuro
¿se considerará que el Derecho provisionalmente elegido es el que regiría el contrato
futuro? Para la determinación de la ley aplicable en defecto de elección ¿se tendrán en
cuenta las circunstancias presentes en el momento en el que se desarrollaron las
negociaciones o las existentes en un momento futuro que se pudiera presumir que
coincidiría con el de la celebración del contrato? Se trata de dudas que impiden afirmar
elección de las partes no impedirá la aplicación de las disposiciones de la ley de ese otro país cuya aplicación no pueda excluirse mediante acuerdo. 3. Cuando, en el momento en que ocurre el hecho generador del daño, todos los elementos pertinentes de la situación se encuentren localizados en uno o varios Estados miembros, la elección por las partes de una ley que no sea la de un Estado miembro no impedirá la aplicación de las disposiciones del Derecho comunitario, en su caso tal como se apliquen en el Estado miembro del foro que no puedan excluirse mediante acuerdo.”
44
con plena seguridad cuál será el Derecho rector del contrato que hubiera podido
celebrarse y que, por tanto, introducen un factor de inseguridad en la regla del art. 12.1
del Reglamento Roma II.
Esta regla –aplicación del Derecho del contrato futuro- plantea además otro problema.
Habíamos visto que el Reglamento Roma I preveía que, pese a que la ley que regiría el
contrato en el caso de que fuera válido determinaría también si las partes habían
prestado su consentimiento, cada una de ellas podía alegar el Derecho del país de su
residencia habitual para justificar que no había prestado tal consentimiento67. Esta
previsión protegía las expectativas de aquellos que podían verse sorprendidos por la
aplicación de una ley extranjera introducida en la oferta contractual o aplicable de
acuerdo con lo establecido en el Reglamento para los casos en los que no hubiera
habido elección de ley.
En el Reglamento Roma II no encontramos una regla equivalente, por lo que en lo que
se refiere a la responsabilidad extracontractual derivada de los tratos previos una parte
podría verse sorprendida por la aplicación de un Derecho extranjero que, por ejemplo,
estableciese la obligación de continuar con las negociaciones a partir de determinado
punto sin que cupiera un libérrimo abandono de éstas una vez que se hubieran creado
ciertas expectativas en la otra parte68. Esta deficiencia ha sido ya puesta de relieve69;
pero hasta ahora no se ha producido la modificación del Reglamento, por lo que los
operadores económicos que entren en tratos preliminares en supuestos internacionales
deberán estar atentos a la identificación del Derecho rector de la culpa in contrahendo
con el fin de evitar que sus obligaciones durante la negociación no se ajusten a lo
establecido en tal Derecho.
En el supuesto de que no exista elección de ley y no pueda determinarse la ley rectora
del contrato futuro (lo que, como hemos visto, nunca podrá hacerse desde una certeza
absoluta) deberán aplicarse las reglas del art. 12.2 del Reglamento. Estas incluyen dos
reglas que operan de forma sucesiva y una cláusula de excepción de acuerdo con la cual
si el supuesto presenta vínculos más estrechos con un Derecho diferente del designado,
deberá aplicarse el Derecho que se encuentra más estrechamente vinculado con la
obligación.
67 Art. 10.2 del Reglamento Roma I. 68 Como parece que sucede en el Derecho holandés, vid. las Conclusiones del Abogado General (núm. 30) en el asunto Tacconi (As. C-334/00), presentadas el 31 de enero de 2000. 69 Vid. ARENAS GARCÍA, R., “La regulación…”, op. cit., pp. 329-330.
45
La primera conexión que ha de ser considerada es la residencia habitual común de las
partes en el mismo Estado en el momento en el que se produce el hecho generador del
daño [art. 12.2.b.)]. En el caso de que no se dé esta residencia habitual común70 se
deberá aplicar el Derecho del lugar en el que se haya producido el daño. Como hemos
visto, en caso de que haya un Derecho más estrechamente conectado con el supuesto tal
Derecho desplazará al de la residencia habitual de las partes o al de lugar en el que se
haya producido el hecho generador del daño.
La conexión “lugar del daño” es la misma que se utiliza con carácter general en el art. 4
del Reglamento y supone una opción consciente del legislador europeo, quien opta por
ella en perjuicio (tal como hace expreso) del lugar en el que se produce el hecho
generador del daño y del lugar en el que se manifiestan las consecuencias indirectas del
mismo. En el tratamiento internacional de la responsabilidad extracontractual se han
planteado no pocos problemas en relación con los supuestos de daños disociados, en los
que el hecho generador del daño se produce en un determinado país, mientras que el
daño se manifiesta en otro y las consecuencias indirectas del daño aún pueden
producirse en un tercer país. Los ejemplos de ello pueden multiplicarse, pero basta con
recordar algunos casos de los que ha tenido que ocuparse la jurisprudencia. Así, el
supuesto en el que se produce en Francia un vertido tóxico en el río Rin contaminando
tal producto tóxico unos cultivos en los Países Bajos, ya cerca de la desembocadura del
río71 o en el caso de una publicación editada en un país y distribuida en varios otros en
los que se incluye una difamación que perjudica el honor de una persona72.
En los casos de responsabilidad por ruptura de tratos previos la identificación del lugar
en el que se produce el daño puede plantear algunas dudas. Así, por ejemplo, en el caso
de que una empresa haya roto la obligación de exclusividad en la negociación la
identificación del lugar del daño puede no resultar evidente. Probablemente la otra parte
en el contrato pretenderá que el daño se ha producido en su propia sede, allí donde se
70 Para la determinación de la residencia habitual habrá de tenerse en cuenta el art. 23 del Reglamento, que prevé que la residencia habitual de una persona jurídica será el lugar en el que se encuentre su administración central, pero en el caso de que el hecho generador del daño se produzca en el curso de las operaciones de una sucursal, agencia o cualquier otro establecimiento, se considerará como lugar de la residencia habitual donde se encuentre la sucursal, agencia o establecimiento. En el caso de las personas físicas que ejerzan una actividad profesional se considerará como lugar de su residencia habitual aquel donde se encuentre el establecimiento principal de la persona. 71 Vid. la STJUE 30.11.1976, As. C-21/76, Société anonyme Handelskwkerij G.J: Bier BV, Foundation Reinwater y Société anonyme Mines de optase d’Alsace SA . 72 Vid. la STJUE 7.3.1995, As. C-68/93, Fiona Shevill, Ixora Trading Inc., Chequepoint SARL, Chequepoint International Ltd. Y Presse Alliance SA..
46
localizan los intereses de la persona perjudicada73. Ahora bien, podría discutirse si esta
localización es la más adecuada. Si, por ejemplo, la negociación se refería a la
explotación de un determinado negocio en un concreto país podría resultar más
adecuado interpretar que el daño se produce allí donde se encuentra el negocio al que no
podrá acceder la parte que se ha visto perjudicada por la ruptura del pacto de
exclusividad.
De forma parecida, en los casos en los que se vulnere la obligación de confidencialidad
respecto a las negociaciones o en relación a las informaciones que hayan sido facilitadas
como consecuencia de la negociación es probable que la parte afectada plantee que el
daño se produce en el lugar de su sede, intentando conseguir de esta forma la aplicación
de su propio Derecho; pero de nuevo aquí se podría realizar una consideración más
matizada que tuviera en cuenta el contenido de la información o secreto revelados y la
forma concreta en que tal revelación ha perjudicado a la otra parte en la negociación.
En cualquier caso, tal como hemos visto, tanto el Derecho de la residencia habitual
común de las partes como el del lugar de producción del daño puede ser desplazado por
otro Derecho que se encuentre más vinculado con el caso, lo que no favorece –en los
términos que ya hemos comentado supra en relación al Derecho aplicable a las
obligaciones contractuales74- la previsión de las partes en la relación. Además, tal como
también hemos visto, en el caso de la responsabilidad precontractual no existe la
posibilidad de que una de las partes alegue el Derecho del Estado de su residencia
habitual con el fin de fundamentar la imposibilidad de que fuera consciente de las
obligaciones que asumía de acuerdo con lo previsto en otro Derecho. Pensemos que las
obligaciones en cuanto a confidencialidad, exclusividad y, en general, buena fe durante
el desarrollo de las negociaciones varían significativamente de unos ordenamientos a
otros75.
ii. DIPr autónonomo español
73 Esta alegación es frecuente en casos de responsabilidad por competencia desleal y en otros supuestos de responsabilidad extracontractual, vid., por ejemplo, la STJUE 10.6.2004, As. C-168/02, Rudolf Kronhofer y Marianne Maier, Christian Möller, Wirich Hofius, Zeki Karan. 74 Vid. supra apartado II.1.b.i. 75 Vid. ESTEBAN DE LA ROSA, G., “Cláusulas de buena fe y confidencialidad”, en S. Sánchez Lorenzo (coord..), Cláusulas en los contratos internacionales. Redacción y análisis, Atelier, Barcelona, 2012, pp. 208-223, esp. p. 210.
47
En el DIPr autónomo español no existe ninguna previsión específica en relación a la
responsabilidad precontractual, lo que implica que deberemos considerar las normas de
conflicto tanto en materia contractual como extracontractual. El art. 10.5 CC (o 10.6 CC
para el contrato de trabajo) tendrá que ser considerado en aquellos supuestos en los que
las partes durante la negociación asuman entre ellos concretas obligaciones tal como
habíamos examinado en el apartado anterior.
Para el resto de supuestos la opción por la que parece inclinarse la doctrina es la de
calificar la responsabilidad como extracontractual, recurriendo, por tanto, al art. 10.9
CC76, al menos para la responsabilidad derivada de la ruptura injustificada de
negociaciones. Este artículo 10.9 prevé que la ley aplicable a las obligaciones no
contractuales es la del lugar donde hubiera ocurrido el hecho de que se deriven. Se trata
de una regla que es menos precisa que la contenida en el Reglamento Roma II, sin
decantarse por una conexión concreta en los supuestos de daños en los que existe una
disociación entre el lugar donde se genera el daño y donde se manifiesta. Esta
ambigüedad puede favorecer la opción por uno u otro dependiendo del supuesto
concreto en el que nos encontremos. En el caso de ruptura injustificada de
negociaciones lo más apropiado será aplicar el Derecho del lugar en el que se
desarrollan las negociaciones77. Para los supuestos de ruptura de la exclusividad o de la
confidencialidad se plantearán los mismos problemas que ya habíamos examinado al
considerar el Reglamento Roma II. Cuando se aplique el DIPr autónomo español será
posible ajustar la respuesta a las circunstancias del caso; aunque deberíamos descartar
que pudiera ser aplicado el Derecho del lugar en el que se manifiestan las consecuencias
indirectas del daño ya que esto podría ser incompatible con la literalidad del precepto.
La calificación extracontractual es, seguramente, la más adecuada para la mayoría de los
supuestos de responsabilidad por tratos previos cuando no pueda identificarse ningún
compromiso asumido entre las partes; pero tampoco ha de desconocerse que no hay una
solución positiva expresa que así lo recoja y que la doctrina no ha dejado de tener
alguna vacilación en relación a este punto78. Seguramente, sin embargo, es preferible
mantener esta calificación extracontractual aunque dejando fuera, tal como se ha
defendido aquí, todos aquellos supuestos en los que la dinámica de los tratos previos ha
76 Vid. ÁLVAREZ GONZÁLEZ, S., “La ley aplicable a la responsabilidad precontractual en el DIPr español”, REDI, 1990, vol. XLII, núm. 1, pp. 125-152, p. 135. 77 Ibidem., p. 136. 78 Vid. las referencias que se recogen en ÁLVAREZ GONZÁLEZ, S., “La ley aplicable…”, loc. cit., pp. 141-145.
48
conducido a que las partes asuman un compromiso en relación a alguna concreta
obligación. En estos casos, tal como ya se ha indicado, ha de determinarse el Derecho
aplicable a partir de las previsiones del art. 10.5 CC.
III. Resolución de conflictos vinculados a la formación del contrato internacional
1. La formación del contrato desde la perspectiva contractual
a. El Reglamento Bruselas I
i. Introducción
Los instrumentos más relevantes en el sistema español de competencia judicial
internacional son los Reglamentos Bruselas I79 y Bruselas II bis80, que se ocupan de la
competencia judicial internacional y del reconocimiento y ejecución de decisiones en el
ámbito patrimonial (el primero) y en materia de crisis matrimoniales y responsabilidad
parental (el segundo). En relación al tema que nos ocupa el Instrumento relevante es el
Reglamento Bruselas I, que será sustituido a partir del 10 de enero de 2015 por el
Reglamento Bruselas I bis81. La exposición que seguirá se centrará en el texto
actualmente vigente, el Reglamento 44/2001; pero cuando sea preciso se indicarán las
modificaciones que introduce el Reglamento 1215/2012.
El Reglamento Bruselas I es el instrumento que deberán considerar los tribunales
españoles cuando se les plantee un litigio en materia contractual y siempre que no nos
encontremos ante alguna de las exclusiones del art. 1.2 del Reglamento82. No dándose
79 Reglamento (CE) nº 44/2001 del Consejo de 22 de diciembre de 2000 relativo a la competencia judicial, el reconocimiento y la ejecución de resoluciones judiciales en materia civil y mercantil, DO, núm. L 12, de 16 de enero de 2001. 80 Reglamento (CE) nº 2201/2003 del Consejo de 27 de noviembre de 2003 relativo a la competencia, el reconocimiento y la ejecución de resoluciones judiciales en materia matrimonial y de responsabilidad parental, por el que se deroga el Reglamento (CE) nº 1347/2000, DO núm. L 338 de 23 de diciembre de 2003. 81 Reglamento (UE) nº 1215/2012 del Parlamento Europeo y del Consejo de 12 de diciembre de 2012 relativo a la competencia judicial, el reconocimiento y la ejecución de resoluciones judiciales en materia civil y mercantil, DO núm. L 351 de 20 de diciembre de 2012. 82 Estado y capacidad de las personas físicas, regímenes matrimoniales, testamentos, sucesiones, quiebra, convenios entre quebrado y acreedores y demás procedimientos análogos, seguridad social y arbitraje. Las exclusiones del Reglamento 1215/2012 difieren en algún punto de las del Reglamento 44/2001. Así, en primer lugar junto al estado y capacidad de las personas físicas y los regímenes matrimoniales, se excluyen también los regímenes que “regulen relaciones con efectos comparables al matrimonio, según la ley aplicable” y también se excluyen los alimentos, incluidos los alimentos por causa de muerte (vid. art.
49
ninguna de tales exclusiones y tratándose de un litigio en materia civil o mercantil (art.
1.1 del Reglamento) los órganos jurisdiccionales españoles deberán considera el
Reglamento en la determinación de su competencia judicial internacional. Esta
consideración, sin embargo, no conducirá necesariamente a la aplicación de las reglas
contenidas en el instrumento, ya que sobre el Reglamento prevalecerán los convenios en
materias específicas de los que sea parte España83. Además, en determinadas
circunstancias el Reglamento remite a la regulación del Derecho de origen interno del
tribunal que se encuentre conociendo del caso; así, en los casos en los que el demandado
no se encuentre domiciliado en un Estado miembro si no opera ninguno de los criterios
de competencia que tienen preferencia sobre el domicilio (competencia exclusiva de los
tribunales de un Estado miembro o sumisión –expresa o tácita- a los tribunales de un
Estado miembro). Fuera de estos supuestos la competencia vendrá determinada por la
regulación contenida en el Reglamento Bruselas I.
En lo que se refiere a los litigios vinculados a la formación del contrato los foros que
deberán ser tenidos son el foro general del domicilio del demandado, los foros
específicos en materia contractual o extracontractual y los acuerdos de elección de
tribunal así como la sumisión expresa. Además, en relación a ciertos contratos
(contratos de consumo, de trabajo, de seguros y arrendamiento de bienes inmuebles)
existen reglas específicas. Todos estos foros de competencia deberán ser considerados
en relación a los litigios relativos a la formación del contrato en relación al contrato ya
concluido; esto es, en aquellos casos en los que el litigo ha de ser calificado como
contractual en el sentido que ya hemos utilizado en epígrafes anteriores. En el apartado
2 de este epígrafe nos ocuparemos de la regulación competencial en aquellos supuestos
en los que el litigio no se refiere a esta dimensión contractual de la etapa de formación,
sino que tiene que ver con el incumplimiento de las obligaciones que rigen la
negociación del contrato. A continuación nos ocuparemos de los criterios
competenciales relevantes para los litigios en materia contractual considerando en
primer lugar los criterios que pueden aplicarse a los contratos en general (considerando
también el contrato de arrendamiento de bienes inmuebles) para, a continuación,
referirnos a la competencia respecto a específicos contratos de acuerdo con los
Reglamentos Bruselas I y Bruselas I bis. (contratos de seguro, consumo y trabajo).
1.2 del Reglamento 1215/2012). Además, también se excluyen expresamente del ámbito de aplicación del Reglamento la responsabilidad del Estado por acciones u omisiones en el ejercicio de su autoridad (acta iure imperii). 83 Art. 67 del Reglamento 44/2001 y 71 del Reglamento 1215/2012.
50
ii. Autonomía de la voluntad de las partes y competencia exclusiva
El primer criterio que ha de ser tenido en cuenta es la autonomía de la voluntad de las
partes; esto es, la posibilidad de que las partes acuerden que un determinado tribunal sea
el que conozca de los litigios relativos al contrato de que se trate. En el Reglamento
Bruselas I este criterio competencial se recoge en el art. 23, que prevé que cuando las
partes acuerden que un tribunal o los tribunales de un Estado sean competentes para
conocer de los litigios que resulten de una determinada relación jurídica tal tribunal o
tales tribunales serán competentes. Además se ha de interpretar, salvo que del pacto se
derive otra cosa, que esta sumisión implica la paralela derogación de la competencia que
pudiera corresponder a otros tribunales. En cualquier caso, para que opere de forma
plena la sumisión ha de darse que al menos una de las partes esté domiciliada en un
Estado miembro del Reglamento y que la sumisión sea a tribunal o tribunales de un
Estado miembro. Además, la forma del acuerdo ha de ser una de las previstas en el
propio Reglamento (acuerdo escrito, acuerdo verbal con confirmación escrita, en una
forma que se ajuste a los usos de las partes o en una forma que se ajuste a usos
habitualmente seguidos en el comercio internacional en el sector de que se trate y que
las partes conozcan o debieran conocer. También se prevé la posibilidad de elección de
tribunal en el marco de un trust)84.
El art. 23 ofrece a las partes la posibilidad de dotar de previsibilidad a la relación desde
la perspectiva de las autoridades competentes para resolver sobre los litigios que de ella
se deriven. Esta previsibilidad no solamente será relevante desde una perspectiva
estrictamente procesal, sino que, tal como habíamos visto, en los supuestos
internacionales tiene también una dimensión sustantiva toda vez que la determinación
del tribunal condicionará el sistema de DIPr que se aplicará y, a través de él, el Derecho
substantivo que regirá la situación. La elección del Derecho rector del contrato, de la
84 No es este el lugar en el que podemos ocuparnos de las muchas circunstancias que deberían ser tenidas en cuenta en la interpretación de los diferentes requisitos que prevé el art. 23 para la eficacia del acuerdo de elección de tribunal. Nos remitimos para ello a las obras de referencia en la materia, donde podrán, además, encontrarse indicaciones sobre trabajos específicos en relación a los distintos problemas que plantea la interpretación y aplicación del precepto (vid., por ejemplo, VIRGÓS SORIANO, M/GARCIMARTÍN
ALFÉREZ, F.J., Derecho procesal civil internacional. Litigación internacinal, 2ª ed. Thomson Civitas, Cizur Menor (Navarra), 2007, pp. 271-304). Sí que debemos apuntar aquí que en el Reglamento 1215/2012 se introducen algunos cambios en la regulación de la elección expresa de tribunal (art. 25 del Reglamento). Así, ya no se exige que alguna de las partes esté domiciliada en un Estado miembro para que la sumisión sea eficaz. Además de esto se incluyen ciertas precisiones sobre el Derecho que ha de regir la validez sustancial del contrato, la separabilidad de la cláusula de elección en el contrato.
51
que nos ocupábamos en el epígrafe II, es insuficiente para garantizar la aplicación de un
determinado Derecho al contrato puesto que en función de quién sea el Tribunal que
conozca podría resultar que, por una parte, se dotara o no de eficacia al acuerdo de
elección y, por otra parte, en cualquier caso el órgano jurisdiccional que se encuentre
conociendo proyectará al supuesto sus propias normas internacionalmente imperativas,
por lo que la solución al mismo caso variará en función de quién sea el tribunal
competente.
Es cierto que dentro de la UE en todos los Estados miembros (excepto Dinamarca) se
aplicará el mismo instrumento para la determinación del Derecho aplicable al contrato,
el Reglamento Roma I; pero no hemos de olvidar que, tal como se acaba de indicar,
cada Estado aplicará, de acuerdo con lo establecido en el propio Reglamento, sus
propias normas imperativas, lo que incluso dentro del ámbito europeo conviene en
substancialmente relevante la identificación del tribunal competente. Fuera de la UE, en
cambio, no se contará con esta ventaja –la de tener un instrumento común que
determine el Derecho aplicable al contrato- por lo que la previsión sobre qué órgano
jurisdiccional resultará competente se vuelve aún más relevante.
La elección de tribunal prevalece sobre otros criterios de competencia del Reglamento
(aunque si la elección no es exclusiva no impide que la demanda se presente ante
cualquier órgano jurisdiccional que resulte competente de acuerdo con tales criterios);
pero cede ante la sumisión tácita y las competencias exclusivas; en el caso de los foros
de protección (contratos de seguro, consumo y trabajo) solamente puede operar en el
marco de la regulación específica de tales contratos de la que nos ocuparemos un poco
más adelante.
En lo que se refiere a las competencias exclusivas, en materia contractual solamente
deberemos considerar la regulación específica del contrato de arrendamiento de bienes
inmuebles, en el que los tribunales competentes son los del lugar de situación del bien
inmueble y, en ciertas circunstancias (contrato para un uso particular que no exceda de
seis meses consecutivos siendo el arrendatario una persona física que tiene su domicilio
en el mismo Estado que el propietario del inmueble) también serán competentes los
tribunales del Estado del domicilio del demandado85. El demandante podrá en estos
casos optar por presentar la demanda en el Estado del lugar de situación del inmueble o
85 Art. 22.1 del Reglamento 44/2001.
52
en el del domicilio del demandado, y este criterio competencial alcanza también a los
litigios en los que esté implicada la formación del contrato.
La sumisión expresa cede también ante la sumisión tácita; esto es, la que se produce
cuando el demandado ante un tribunal que carece de competencia realiza cualquier
actuación procesal que no sea proponer en forma la declinatoria. Este mecanismo
procesal que pretende evitar que se dilate la discusión sobre la competencia se encuentra
previsto en el art. 24 del Reglamento Bruselas I y en el 26 del Reglamento Bruselas I
bis. De esta forma, pese a la existencia de la elección expresa de tribunal, la actitud
procesal de las partes puede conducir a que tribunales diferentes del elegido devengan
competentes86.
iii. Domicilio del demandado, competencias específicas por razón de la materia y
conexidad procesal
Si no concurre alguna de las circunstancias anteriores (contrato de arrendamiento de un
bien inmueble o sumisión expresa o tácita) la competencia judicial vendrá determinada
por la relación entre los arts. 2, 4, 5 y 6 del Reglamento Bruselas I. Los arts. 2 a 4
diferencian entre aquellos casos en los que el demandado está domiciliado en un Estado
miembro (art. 2) y los supuestos en los que el demandado no está domiciliado en un
Estado miembro (art. 4). En este último caso la competencia vendrá determinada por las
previsiones del Derecho de origen interno del juez que está conociendo; esto es, se
produce una remisión al denominado DIPr autónomo, en el caso español, la Ley
Orgánica del Poder Judicial (LOPJ). En el siguiente epígrafe nos ocuparemos de estos
casos. Si, por el contrario, el demandado está domiciliado en un Estado miembro los
tribunales competentes serán los del Estado del domicilio del demandado y, además, los
que resulten de la aplicación de los arts. 5 y 6 del Reglamento. Es decir, se facilita al
demandante la posibilidad de litigar o bien en los tribunales del Estado en el que está
domiciliado el demandado o bien en tribunales de otro Estado miembro del Reglamento
que resulten designados por los criterios de competencia contenidos en los arts. 5 o 6.
Evidentemente, el foro del domicilio del demandado no es un criterio de competencia
que facilite la previsibilidad en el régimen jurídico aplicable al contrato y, por ende, a su
86 Es preciso tener en cuenta que la sumisión tácita no exige que se haya producido un acuerdo sobre el tribunal, operando únicamente a partir de las actuaciones procesales previstas en la norma, vid. ARENAS
GARCÍA, R., “Falta e impugnación de la competencia judicial internacional en la LEC (2000)”, AEDIPr, 2001, t. I, pp. 155-199, pp. 175-176.
53
formación. Dependerá de cual sea la parte que adopte la posición procesal de
demandado para el Tribunal competente sea uno u otro, lo que, como hemos visto,
afectará también al régimen sustancial del contrato, incluido lo relativo a su formación.
Se trata de una de esas paradojas que propicia el DIPr y que las partes solamente pueden
evitar incluyendo en sus relaciones un acuerdo de elección de tribunal que prevalecerá
sobre el criterio del domicilio del demandado (si la elección de tribunal tiene carácter
exclusivo, tal como hemos ya indicado).
El demandante tiene también la opción de iniciar la acción judicial en los tribunales que
resultan designados por los arts. 5 y 6 del Reglamento. El art. 5 contiene distintos
criterios de competencia que atienden a la naturaleza del litigio, entre el que nos interesa
en este punto es el dedicado a las obligaciones contractuales, mientras que el art. 6
incluye distintos criterios de competencia que se relacionan con la conexión procesal
entre las acciones. Nos ocuparemos inmediatamente del foro en materia contractual del
art. 5.1 para, a continuación detenernos mínimamente en las previsiones del art. 6.
El art. 5.1 del Reglamento Bruselas I, prevé que en materia contractual podrá
presentarse la demanda “ante el tribunal del lugar en el que hubiere sido o debiere ser
cumplida la obligación que sirviere de base a la demanda”. De nuevo nos encontramos
ante una regla que no permite determinar con antelación al propio inicio del litigio qué
tribunal será competente, ya que tal competencia dependerá de cuál sea la obligación
que sirve de base a la demanda. Esta indeterminación se limita en parte con la previsión
del apartado b) de este art. 5.1, donde se establece que, salvo pacto en contrario, se
entenderá que dicho lugar –el de cumplimiento de la obligación que sirve de base a la
demanda- será en el caso de las compraventas de mercaderías, el lugar del Estado
miembro en el que según el contrato hubieran sido entregadas las mercaderías o donde
debieren ser entregadas las mercaderías. En los contratos de prestación de servicios,
también salvo pacto en contrario, se entenderá que el lugar de cumplimiento de la
obligación que sirviere de base a la demanda será el del lugar en el que, según el
contrato, hubieren sido o debieren ser prestados los servicios.
Se trata de una regla que ha planteado no pocos problemas de interpretación en los que
aquí no podemos detenernos; pero que básicamente pretende resolver el problema que
plantea la identificación del lugar en el que debe cumplirse la obligación que sirve de
base a la demanda cuando tal lugar no aparece determinado en el contrato. La
jurisprudencia del Tribunal de Luxemburgo que había interpretado el Convenio de
54
Bruselas de 27 de septiembre de 196887, texto en el que no se incluía la previsión del
apartado b) del art. 5.1 del Reglamento, había mantenido que en estos casos debería
determinarse tal lugar de cumplimiento de la obligación mediante la aplicación de las
normas rectoras del contrato designadas por el sistema de DIPr del juez que estaba
conociendo del caso88. Esta solución era, obviamente, compleja, lo que implicó que
fuera cuestionada89. El Reglamento, al introducir ese apartado b), reduce el número de
supuestos en los que deberá acudirse al DIPr del Juez que está conociendo ya que
siempre que el propio contrato indique dónde han de entregarse las mercaderías o
prestarse el servicio se presumirá que tal lugar es también el de cumplimiento de las
otras obligaciones contractuales, salvo que dicho lugar de cumplimiento esté también
especificado en el contrato90. Esta buscada acumulación de las diferentes posibilidades
de demanda en un único tribunal favorece la previsibilidad sobre la jurisdicción
competente y, por tanto, también sobre el régimen del contrato; pero no hemos de
olvidar que este foro operará siempre cumulativamente junto con el del domicilio del
demandado.
Los criterios de competencia de los arts. 2 y 5 del Reglamento 44/200191 operan junto
los foros por conexidad procesal (art. 6 del Reglamento 44/2001). Estos foros permiten
que un tribunal asuma competencia a partir de la vinculación del asunto de que se trate
con otro. Este art. 6 del Reglamento prevé que en el caso de varios demandados puede
plantearse la acción ante el domicilio de cualquiera de ellos (siempre que las demandas
estén conectadas entre sí), que el tribunal que está conociendo de una determinada
acción conocerá también de la reconvención que pueda plantearse (también cuando
exista conexión entre la acción y la reconvención), que la competencia en un
determinado procedimiento se extiende también a las acciones de garantía que pueda
plantear el demandado en el procedimiento original y que en el caso de acumulación de
87 El Convenio de Bruselas de 27 de septiembre de 1968 sobre competencia judicial y reconocimiento y ejecución de decisiones es el antecedente del Reglamento 44/2001, hasta el punto de que el tenor literal de uno y otro instrumento coinciden en gran medida, pudiendo proyectarse sobre el Reglamento la jurisprudencia dictada en aplicación del Convenio salvo, evidentemente, que hubiese una variación en el tenor de la norma del Convenio al Reglamento. 88 Vid. STJUE 6.10.1976, As. C-12/76, Industrie Tessili Italiana Como y Dunlop AG. 89 Vid. las Conclusiones del Abogado General, Dámaso Ruíz-Jarabo Colomer en el asunto C-440/97, G.I.E. groupe Concorde y otros c. Capitán del buque “Suhadiwarno Panja” y otros, Conclusiones presentadas el 16.3.1999. 90 La regla del art. 5.1.b) solamente operará cuando sea el contrato el que designe el lugar de entrega de las mercaderías o de prestación del servicio, no cuando tal lugar haya de ser determinado por las previsiones legales del Derecho rector del contrato, vid. sobre esto FERNÁNDEZ ROZAS, J.C/SÁNCHEZ
LORENZO, S.A., op. cit., p. 429. 91 Arts. 4 y 7 en el Reglamento 1215/2012.
55
acciones en materia de contratos y de derechos reales sobre bienes inmuebles, los
tribunales del lugar de situación del bien inmueble serán competentes también para la
acción en materia contractual. Como puede apreciarse, se trata de criterios de
competencia que no favorecen la previsibilidad, lo que aconsejaría, si se quiere
preservar ésta, la utilización de cláusulas de elección de tribunal, que prevalecen sobre
los criterios de competencia del art. 6 del Reglamento92.
iv. Foros de protección
El Reglamento 44/2001 incluye también una regulación específica para determinados
contratos en los que existe una parte débil que ha de ser protegida de manera específica.
Se trata de los contratos de seguro, consumo e individual de trabajo. El esquema de
protección es semejante en unos y en otros aunque, como es lógico, los criterios de
competencia varían. En todos los casos encontramos, sin embargo, que la protección
pasa por permitir a la parte débil presentar la demanda en su propio domicilio y limitar
la posibilidad de utilizar el criterio de competencia derivado de la sumisión de las
partes. A continuación examinaremos el contrato de consumo para luego ocuparnos de
los contratos de seguro y el individual de trabajo.
En el Reglamento 44/2001, al igual que ya veíamos en relación al sector del Derecho
aplicable en el Reglamento Roma I, la protección se limita a los consumidores pasivos,
aunque no coincide el concepto de consumidor pasivo en uno y otro Reglamento. En el
Reglamento sobre ley aplicable es considerado consumidor pasivo el que contrata en el
marco de las actividades que dirige el profesional al Estado de residencia del
consumidor o a un grupo de Estados entre los que está el de la residencia del
consumidor. En cambio, en el Reglamento Bruselas I encontramos un doble criterio de
identificación del consumidor protegido que opera de forma alternativa. Por una parte
estarán protegidos los consumidores que hayan concluido un contrato de compraventa a
plazos de mercaderías, bien de forma directa, bien de forma indirecta mediante un
instrumento de financiación, y también aquellos contratos de consumo que se insertan
en las actividades que el profesional dirige al Estado del domicilio del consumidor o a
un grupo de Estados entre los que está el domicilio del consumidor93. Este segundo caso
92 Vid. VIRGÓS SORIANO, M./GARCIMARTÍN ALFÉREZ, F.J., op. cit., p. 208. 93 Art. 15.1 del Reglamento 44/2001
56
de consumidor pasivo se asemeja bastante al que examinamos en su momento al
considerar el Reglamento Roma I, variando tan solo que en el Reglamento Bruselas I se
considera el domicilio del consumidor mientras que en el Reglamento de Roma se tiene
en cuenta la residencia del mismo. En este Reglamento, sin embargo, no se ofrece un
tratamiento específico a las ventas a plazos, que no estarán protegidas si no pueden
entrar en el criterio de protección derivado de que el profesional dirija sus actividades al
Estado del consumidor, mientras que en el Reglamento 44/2001 esa protección existirá
de manera autónoma94.
La protección que ofrece el Reglamento a los contratos de consumo protegidos se
concreta, tal como adelantábamos, en que el consumidor –parte débil- puede demandar
a su cocontratante tanto en el domicilio de éste (lo que nos conduce al foro ordinario del
domicilio del demandado) como en su propio domicilio. Esta posibilidad del
consumidor, que rompe el principio general de acuerdo con el cual el foro “natural” es
del domicilio del demandado, y no el del demandante; pretende evitar que el
consumidor deje de litigar por los costes y dificultades que supone desplazarse a un
Estado extranjero, lo que podría no estar justificado en reclamaciones de consumo que,
con frecuencia, son de escasa cuantía. El profesional que contrata con el consumidor no
tendrá más alternativa, sin embargo, que demandar a dicho consumidor en el domicilio
de éste95.
La preferencia que se da al domicilio del consumidor en el Reglamento no solamente
favorece a éste, sino que aumenta la previsibilidad del tribunal que conocerá en caso de
litigio. Lo más probable es que serán los tribunales del Estado del domicilio del
consumidor los que asumirán competencia, ya que únicamente cuando el consumidor
opte por demandar en el Estado del domicilio del profesional órganos jurisdiccionales
diferentes de los del domicilio del consumidor entrarán a conocer. Dado que el tribunal
94 Existen, además, algunos matices que tienen que ser considerados, como la aplicación de la regulación protectora en aquellos supuestos en los que el profesional no esté domiciliado en un Estado miembro del Reglamento pero tenga en alguno de ellos una sucursal agencia o cualquier otro establecimiento (art. 15.2 del Reglamento) o la aplicación junto con las previsiones de la sección específica en materia de contratos de consumo de los arts. 4 y 5.5. del Reglamento (art. 15.3), además de la exclusión de los contratos de transporte, que solamente serán objeto de protección cuando el transporte vaya acompañado del alojamiento. Se trata de cuestiones sobre las que, sin embargo, no podemos detenernos aquí. 95 Art. 16 del Reglamento 44/2001: “1. La acción entablada por un consumidor contra la otra parte contratante podrá interponerse ante los tribunales del Estado miembro en que estuviere domiciliada dicha parte o ante el tribunal del lugar en que estuviere domiciliado el consumidor.//2. La acción entablada contra el consumidor por la otra parte contratante sólo podrá interponerse ante los tribunales del Estado miembro en que estuviere domiciliado el consumidor.//3. El presente artículo no afectará al derecho de presentar una reconvención ante el tribunal que entendiere de una demanda principal de conformidad con la presente sección.”
57
competente determina, como hemos venido insistiendo, el régimen sustantivo del
contrato, la consideración del domicilio del consumidor como foro preferente en este
tipo de contratos facilita la previsión sobre el régimen del contrato y, también, por tanto,
sobre su formación: lo más razonable es ajustar el régimen de formación del contrato a
lo que establezca el sistema de DIPr del Estado del domicilio del consumidor.
La otra manifestación de la protección al consumidor que recoge el Reglamento
44/2001 es la limitación en la posibilidad de elegir tribunal. De acuerdo con lo que
establece el art. 17 del Reglamento solamente serán eficaces los acuerdos posteriores al
nacimiento del litigio96, los que permitan al consumidor demandar ante tribunales
distintos de los indicados en el propio Reglamento (esto es, que amplíen las
posibilidades de elección de tribunal del consumidor) y aquellos acuerdos que hayan
sido celebrados entre consumidor y cocontratante con domicilio o residencia habitual en
el mismo Estado miembro y que atribuyan la competencia a los tribunales de dicho
Estado, siempre que el Derecho de ese Estado permita tales acuerdos. Como puede
apreciarse, no es previsible que los acuerdos de elección de tribunal tengan un papel
destacado en la determinación de la competencia en materia de contratos de consumo
protegidos, por lo que no alterará el carácter central del domicilio del consumidor como
criterio de competencia.
Los contratos individuales de trabajo también son objeto de especial protección en el
Reglamento 44/2001. Esta protección se traduce en la posibilidad para el trabajador de
elegir entre la presentación de la demanda en el domicilio del demandado o en el lugar
en el que desempeñe habitualmente su trabajo o, para el caso de que no pudiera
determinarse dónde realiza habitualmente su trabajo, ante los tribunales del lugar en el
que estuviere situado o hubiere estado situado el establecimiento que hubiese empleado
al trabajador97. El trabajador, en cambio, solamente podrá ser demandado ante los
tribunales de su domicilio98. Al igual que sucede en la regulación del contrato de
consumo existe una limitación a la posibilidad de que opere la elección de tribunal.
Según el art. 21 del Reglamento tan solo será eficaz tal elección si es posterior la
96 Lo que incluiría la posibilidad de la sumisión tácita, aunque, como hemos visto, la sumisión tácita no supone en todos los casos un acuerdo sobre el tribunal. (supra n. núm. 86). 97 Art. 19 del Reglamento. El lugar en el que el trabajador desempeña habitualmente su trabajo no dejará de serlo porque dicho trabajo exija desplazamientos del trabajador. Siempre que pueda identificarse un lugar desde el que el trabajador realiza su trabajo será posible para él, para el trabajador, presentar la demanda ante el tribunal de dicho lugar. Vid. VIRGÓS SORIANO, F.J., op. cit., pp. 179-180. 98 Art. 20 del Reglamento 44/2001.
58
nacimiento del litigio o si permite al trabajador demandar ante tribunales diferentes de
los designados en el Reglamento; es decir, cuando amplíe las posibilidades del
trabajador a la hora de elegir el tribunal en el que presentar la demanda99.
Como puede apreciarse, la previsión en materia de contrato de trabajo dificulta que
durante la etapa de formación del contrato pueda preverse el sistema de DIPr que
resultará aplicable para resolver los litigios que puedan plantearse en relación a dicho
contrato. A diferencia de lo que sucede en los contratos de consumo no hay un foro que
asuma un papel central: en el caso de que el demandante sea el trabajador la demanda
podría presentarse en el lugar en el que se desarrolla el trabajo o en el domicilio del
demandado; pero si es el empresario quien inicia el procedimiento judicial éste se
seguirá necesariamente en el domicilio del trabajador (a salvo de la reducida posibilidad
de recurrir a la elección de tribunal). Esta falta de coincidencia se ve evidentemente
paliada por la aplicación en todos los Estados miembros de la UE (excepto Dinamarca)
del Reglamento Roma I para la determinación del Derecho aplicable al contrato; pero
hemos de recordar que en cualquier caso las normas internacionalmente imperativas del
ordenamiento del juez que se encuentra conociendo tendrán aplicación, lo que conlleva
que el régimen del contrato varíe en función de quién sea el tribunal que conozca del
asunto.
Finalmente, el Reglamento 44/2001 regula también la competencia en materia de
contrato de seguro100. En este tipo de contratos serán consideradas como parte débil
tanto el asegurado como el tomador del seguro y el beneficiario. Todos ellos podrán
demandar al asegurador tanto en el Estado del domicilio del asegurador (domicilio del
demandado) como en su propio domicilio. El asegurador, en cambio, solamente podrá
demandar en el domicilio del demandado. El esquema de protección es, como puede
apreciarse, equivalente al que hemos examinado en materia de contrato de consumo;
pero a diferencia de lo que sucedía en el caso de los contratos de consumo no favorece
99 El Reglamento Bruselas I bis introduce una modificación en la regulación de la competencia que, probablemente, tendrá una escasa incidencia práctica. En el Reglamento 44/2001 se prevé que los empresarios no domiciliados en un Estado miembro, pero que tuvieran en un Estado miembro una sucursal, agencia o cualquier otro establecimiento, se considerarían domiciliados en el Estado miembro donde se ubicara dicha sucursal, agencia o establecimiento en relación a los contratos que concluyeran a través de ellos. En el Reglamento 1215/2012 no se prevé esto, pero sí que los empresarios no domiciliados en un Estado miembro podrán ser demandados ante los órganos jurisdiccionales de un Estado miembro sobra la base de que el trabajo se desarrolla (o ha desarrollado) en un Estado miembro o que el establecimiento que ha contratado al trabajador se encuentra en un Estado miembro (siempre que no pudiera determinarse dónde se había desempeñado de forma habitual el trabajo). 100 Arts. 8 a 14 del Reglamento.
59
en igual medida la previsibilidad del foro competente y, por tanto, del sistema de DIPr
que se aplicará. Dado que la demanda puede plantearse tanto en el domicilio del
asegurador como en el del asegurado, del tomador del seguro o del beneficiario el
régimen del contrato dependerá de lo que establezca el sistema de DIPr del juez que está
conociendo que, como vemos, dependerá de las circunstancias concretas del litigio.
Además, hemos de tener en cuenta que también se prevé reglas específicas para los
casos de acción basada en un seguro de responsabilidad civil, supuesto en el que la
acción también podrá presentarse ante el tribunal del lugar donde se hubiera producido
el hecho dañoso. Este foro (el lugar donde se ha producido el hecho dañoso) también
podrá ser utilizado en seguros relativos a inmuebles101. Además, también existen reglas
que prevén la posibilidad de acción directa contra el asegurador por parte de la víctima
en el caso de seguros de responsabilidad civil y sobre la posibilidad de que la acción
contra el asegurador se ventile ante el tribunal que conoce de la acción que dirige el
perjudicado contra el asegurado102.
En los contratos de seguro, por tanto, la previsibilidad sobre el tribunal que pudiera ser
competente para conocer de las acciones que puedan plantearse en relación al contrato
es bastante reducida. La autonomía de la voluntad (elección de tribunal) puede operar en
esta materia para reducir esta incertidumbre; pero se encuentra limitada de una forma
equivalente a la que hemos visto al considerar el contrato de consumo103; aunque
también se incluyen dos supuestos adicionales de elección. En primer lugar, serán
eficaces los acuerdos celebrados con un tomador de seguro que no estuviera domiciliado
en un Estado miembro, salvo que se trate de un seguro obligatorio o de un seguro
relativo a un inmueble situado en un Estado miembro (art. 13.4 del Reglamento
44/2001). Además, de acuerdo con lo previsto en el art. 13.5, la elección operará sin
límites en relación a determinados riesgos que quedan recogidos en el art. 14 del
Reglamento. Se trata de grandes riesgos vinculados a la navegación marítima o aérea y
a los grandes riesgos industriales y comerciales. Solamente en estos casos la elección de
tribunal ofrecerá sin límites la posibilidad de reducir la incertidumbre que se deriva del
desconocimiento de cuál será el órgano jurisdiccional que vaya a conocer del litigio.
b. La LOPJ
101 Art. 10 del Reglamento. 102 Art. 11 del Reglamento. 103 Vid. los apartados 1, 2 y 3 del art. 13 del Reglamento.
60
El DIPr de origen interno (autónomo) será de aplicación para determinar la competencia
de los tribunales españoles cuando el demandado no esté domiciliado en un Estado
miembro y no exista sumisión a los tribunales de un Estado miembro o competencia
exclusiva de un Estado miembro. Además, también deberá ser considerado cuando
exista un acuerdo de sumisión a los tribunales de un Estado no miembro del
Reglamento e, incluso, cuando el criterio de conexión del art. 22 del Reglamento
(competencias exclusivas) conduzca a un Estado no miembro104. En todos estos casos
deberemos considerar la regulación de la LOPJ de la que nos ocuparemos a
continuación.
En materia contractual, que es la que nos ocupa en este apartado, la competencia de los
tribunales españoles vendrá determinada por lo que establece el art. 22 de la LOPJ. Este
precepto está inspirado en el Convenio de Bruselas de 27 de septiembre de 1968,
antecedente del Reglamento Roma I, y, por tanto, la regulación que recoge es
semejante, en sus líneas básicas, a la que hemos visto, aunque, tal como se indicará a
continuación, las conexiones presentan significativas diferencias en algunos puntos.
Al igual que en el Reglamento Bruselas I, se prevé una competencia exclusiva en
materia de contratos de arrendamiento de bienes inmuebles situados en España (art. 22.1
LOPJ), lo que implica que en este tipo de contratos (arrendamientos de bienes
inmuebles) los tribunales españoles serán competentes –siempre nos limitamos a los
supuestos en los que resulte aplicable la LOPJ- cuando el bien inmueble se encuentre en
España, lo que implicará, tal como veremos enseguida, que en los casos en los que el
inmueble esté situado en el extranjero los tribunales españoles carecerán de
competencia pese a que concurra en España otro criterio de competencia105.
Fuera de los contratos de arrendamiento de bienes inmuebles deberemos considerar dos
criterios generales de competencia: domicilio del demandado en España y sumisión a
los tribunales españoles, un criterio de competencia específico en materia contractual
(recogido en el art. 22.3º LOPJ) y reglas especiales para los contratos de consumo y de
seguro. En materia de contrato individual de trabajo debemos considerar lo previsto en
el art. 25 LOPJ.
104 Se trata del efecto reflejo de las competencias exclusivas, fuente de no pocos debates. Para una consideración del problema me remito a ARENAS GARCÍA, R., El control de oficio de la competencia judicial internacional de los tribunales españoles, Eurolex, Madrid, 1996, pp. 115-122. 105 Vid. sobre esto FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCHEZ LORENZO, S., op. cit., pp. 102-103.
61
Tal como se acaba de indicar, la LOPJ incluye dos foros generales que se proyectan
también sobre las obligaciones contractuales. Se trata del foro general del domicilio del
demandado y de la sumisión a los tribunales españoles. De acuerdo con ellos resultará
que los tribunales españoles serán competentes tanto cuando el demandado esté
domiciliado en España como cuando las partes so sometan expresa o tácitamente a
nuestros tribunales, bien por la conclusión de una cláusula de elección de tribunal
(sumisión expresa) bien por el hecho de que el demandante presente su demanda en
España y el demandado comparezca sin impugnar en forma la competencia de los
tribunales. En cualquiera de los tres casos (domicilio del demandado en España,
sumisión expresa a los tribunales españoles y sumisión tácita a los tribunales españoles)
existirá competencia judicial internacional de nuestros órganos jurisdiccionales.
Aún en el caso de que no se dé ninguna de las circunstancias anteriores, podría ser que
los tribunales españoles deviniesen competentes en materia contractual de acuerdo con
lo previsto en el art. 22.3ª LOPJ, que establece que en esta materia nuestros tribunales
asumirán competencia si la obligación ha nacido o debe cumplirse en España. De esta
forma, cuando el contrato haya nacido en España los tribunales españoles resultarán
competentes, y también cuando el contrato deba cumplirse en España, pese a que se
haya celebrado en el extranjero. El criterio de competencia derivado de la celebración
del contrato no ha de plantear excesivas dudas, planteándose únicamente la dificultad de
determinar dónde se entiende celebrado el contrato entre ausentes. La solución que ha
de mantenerse es la que ya vimos en su momento en relación al punto de conexión
“lugar de celebración del contrato” utilizado por el art. 10.5 CC, aplicación del Derecho
civil y mercantil español para concretar el lugar de celebración. En lo que se refiere al
criterio de competencia derivado del cumplimiento del contrato se ha defendido
interpretar dicho criterio de competencia a partir de lo previsto en el Reglamento
Bruselas I106, lo que conduciría a que la competencia de los tribunales españoles se
limitara a los supuestos en los que fuera la obligación que sirve de base a la demanda la
que tuviera que cumplirse en España. Entiendo, sin embargo, que no existe base
positiva para esta interpretación y que deberemos entender que siempre que cualquiera
de las obligaciones del contrato haya de cumplirse en España los tribunales españoles
gozarán de competencia para conocer. Esta solución es más ajustada a la literalidad del
precepto y favorece, además, la previsibilidad sobre la competencia del tribunal,
106 Vid. VIRGÓS SORIANO, M./GARCIMARTÍN ALFÉREZ, F.J., op. cit., pp. 158-159.
62
evitando que en relación al mismo contrato la competencia varíe en función de cuál sea
el motivo de la demanda.
El tenor de la LOPJ no deja claro el efecto que tiene sobre la competencia de los
tribunales españoles derivada del domicilio del demandado en España, de la celebración
del contrato en España o del cumplimiento del contrato en España un acuerdo de
elección de tribunal extranjero que derogue la competencia de los tribunales españoles.
La LOPJ no favorece interpretar que en estos casos la elección de tribunal implicará la
derogación de la competencia que resulte del domicilio en España del demandado (art.
22.2 LOPJ) o de los criterios específicos de competencia del art. 22.3º LOPJ), pero la
jurisprudencia ha interpretado que en estos casos la sumisión a tribunal extranjero
implicará la incompetencia de los tribunales españoles107.
Tal como se había adelantado, el art. 22 LOPJ incluye una regulación específica en
materia de contratos de consumo y de seguro (art. 22.4º LOPJ). Se trata de previsiones
claramente inspiradas en el Reglamento Bruselas I, pero que, al menos en lo que se
refiere al contrato de seguro, presentan ciertas deficiencias en la redacción que las
convierten en prácticamente inaplicables. Por lo que se refiere a los contratos de
consumo, la previsión es que los tribunales españoles serán competentes cuando el
comprador en el caso de las compraventas a plazos de mercaderías tenga su domicilio
en España. En cualquier otro contrato de consumo la competencia de los tribunales
españoles se dará cuando la celebración del contrato hubiera sido precedida de oferta o
publicidad en España y el consumidor hubiera llevado a cabo en España los actos
necesarios para la celebración del contrato. Esta previsión coincide sustancialmente con
la redacción del Convenio de Bruselas en vigor cuando se elabora la LOPJ (año 1985) y
pretende conseguir el mismo grado de protección que entonces ofrecía el Convenio de
Bruselas a los consumidores. En el caso de la LOPJ hemos de entender que este criterio
específico de competencia no impide que los tribunales españoles sean competentes en
materia de contratos de consumo cuando el demandado (profesional) se encuentra
domiciliado en España. No podrá, sin embargo, operar en esta materia el criterio de
competencia basado en la sumisión expresa de las partes, pues esto podría suponer un
perjuicio para el consumidor108.
107 Vid. FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCHEZ LORENZO, S., op. cit., pp. 114-115 con cita de la jurisprudencia española que desde el año 1990 ha venido admitiendo la derogatio fori. 108 Ibidem, pp. 105-106.
63
En lo que se refiere a los contratos de seguro el art. 22.4º LOPJ mantiene que los
tribunales españoles serán competentes cuando el asegurado y el asegurador estén
domiciliados en España. Se trata de un criterio sorprendente, pues limita la competencia
de los tribunales españoles a los supuestos en los que concurra en España tanto el
domicilio del asegurador como del asegurado. En la práctica, sin embargo, carecerá de
excesivas consecuencias esta previsión, pues si el demandado está domiciliado en
España o en cualquier otro Estado miembro de la UE deberemos aplicar la regulación
del Reglamento Bruselas I. Eso sí, la dicción del art. 22.4º impedirá que en ningún caso
los tribunales españoles asuman competencia en materia de contratos de seguro cuando
el demandado está domiciliado en un Estado no miembro de la UE, a salvo de los
criterios de competencia del Reglamento 44/2001 que excepcionalmente puedan ser
considerados según lo que hemos visto en el epígrafe anterior.
La competencia judicial internacional en los litigios derivados de contratos individuales
de trabajo se regula por lo establecido en el art. 25 LOPJ. Según este precepto los
tribunales españoles serán competentes cuando los servicios se hayan prestado en
España, el contrato se haya celebrado en España, cuando el demandado tenga su
domicilio en España o una agencia, sucursal, delegación o cualquier otra representación
en España, cuando el trabajador y le empresario tengan la nacionalidad española y
también para los contratos de embarque que han sido precedidos de oferta recibida en
España por un trabajador español.
Como puede apreciarse, el Derecho español atribuye competencia a los tribunales
españoles a partir de una pluralidad de criterios que va más allá de lo que prevé el
Reglamento Bruselas I. La mera coincidencia de la nacionalidad española de trabajador
y empresario resulta insuficiente como para justificar una proximidad razonable del
caso con nuestro país109. El criterio de competencia basado en la mera celebración del
contrato en nuestro país tampoco refleja una proximidad suficiente del caso con nuestro
país, lo que convierte el criterio de competencia en poco racional. De nuevo, sin
embargo, nos encontramos con una regulación que tiene una aplicación reducida, toda
vez que tan solo operará cuando el demandado esté domiciliado en un Estado no
109 Piénsese, por ejemplo, en un empleado de hogar español contratado por otro español que reside en Bruselas sin que existan más vínculos con España. La asunción de competencia por parte de los tribunales españoles en un supuesto así podría considerarse como exorbitante.
64
miembro del Reglamento ni tenga en un Estado miembro una sucursal, agencia o
establecimiento a través de la cual se haya realizado el contrato.
2. Formación del contrato y culpa in contrahendo
a. El Reglamento Bruselas I
Hasta aquí hemos examinado los criterios de competencia que deberemos de considerar
cuando la formación del contrato es examinada en el marco del contrato concluido,
cuando para su eficacia es relevante considerar su proceso de formación. Ahora bien, tal
como hemos desarrollado ya en otros epígrafes el período de formación del contrato
tiene otra dimensión, aquella relativa a las obligaciones que no tienen carácter
contractual pero que pueden surgir durante la fase de negociación del contrato110. Esta
responsabilidad que se sitúa en la fase previa a la conclusión del contrato y que
podríamos denominar precontractual carece de una regulación específica en el
Reglamento Bruselas I (a diferencia de lo que sucede en el Reglamento Roma II, tal
como tuvimos ocasión de examinar) planteándose, por tanto, la duda de qué criterios de
competencia deberán ser tenidos en cuenta par concretar la competencia judicial
internacional en este tipo de supuestos. A continuación nos ocuparemos de ello.
En primer lugar, en este ámbito operarán como en cualquier otro el domicilio del
demandado y la sumisión expresa o tácita. En lo que se refiere al primero de estos
criterios, todo lo desarrollado en el epígrafe 1 ha de considerarse como válido; esto es,
en los casos en los que el demandado esté domiciliado en un Estado miembro los
tribunales de dicho Estado serán competentes, mientras que si su domicilio se encuentra
fuera de los Estados miembros la competencia deberá determinarse a partir de lo que
establezca el Derecho de origen interno del juez que está conociendo del asunto; esto es,
cuando la demanda se presente ante los tribunales españoles, la LOPJ. A salvo siempre
de que las partes no se hayan sometido a los tribunales de un Estado miembro (siempre
que alguna de las partes tenga su domicilio en un Estado miembro).
110 En el caso de que la negociación esté regida total o parcialmente por otro contrato (supuesto de contrato de negociación o de concretas obligaciones contractuales entre las partes) el régimen de determinación de la competencia judicial internacional será el determinado en el epígrafe 1 anterior.
65
Respecto al régimen de la sumisión también podemos remitirnos aquí a lo desarrollado
en el apartado 1. En los casos de responsabilidad por tratos previos no será frecuente
que exista un acuerdo de elección de tribunal entre las partes, a salvo de los casos en los
que exista un contrato de negociación111; pero en caso de existir el acuerdo deberá ser
respetado. Existen más posibilidades de que se dé una sumisión tácita a los tribunales de
un Estado miembro, que se regirá por lo previsto en el art. 24 del Reglamento Bruselas I
de acuerdo con lo que ya se desarrolló en el epígrafe 1.
No existiendo acuerdo de elección de tribunal y estando el demandado domiciliado en
un Estado miembro cabe la posibilidad de plantear demandad en otro Estado miembro
de acuerdo con lo previsto en los arts. 5 y 6 del Reglamento, y también deberemos
considerar las previsiones de los foros de protección como veremos un poco más
adelante. En lo que se refiere al art. 6 no es preciso introducir ninguna matización a lo
que ya se examinó en el epígrafe anterior, por lo que nos remitimos a lo allí expuesto. El
art. 5, en cambio, plantea problemas completamente diferentes.
El art. 5 del Reglamento incluye una serie de reglas de competencia en función de la
materia objeto del litigio. Tal como se ha adelantado, no existe una norma específica
para la responsabilidad contractual, debiendo determinarse si se puede aplicar alguna de
las ya existentes. En concreto la duda está en si corresponde aplicar la regla del art. 5.1
en materia de obligaciones contractuales o la del art. 5.3 sobre obligaciones
extracontractuales. El Tribunal de Luxemburgo abordó esta cuestión en su Sentencia
Tacconi112, en el que se debatía la calificación de una acción por ruptura injustificada de
negociaciones, uno de los supuestos típicos de culpa in contrayendo. La respuesta del
Tribunal fue la de que la reclamación debía ser calificada como extracontractual,
debiendo, por tanto aplicarse a la misma el art. 5.3 del Reglamento (en realidad, del
Convenio de Bruselas en función de la fecha en la que se inició el litigio). La respuesta
del Tribunal de Luxemburgo implicaba la imposibilidad de extender la calificación
contractual a la responsabilidad que derivaba de actuaciones previas a la efectiva
111 Vid. supra n. núm. 110. 112 STJUE 17.09.2002, As. C-334/00, Fonderie Officine Meccaniche Tacconi SpA c. Heinrich Wagner Sinto Maschinenfabrik GmbH (HWS). Vid. el núm. 27 de la Sentencia: “A la vista del conjunto de las consideraciones anteriores, procede responder a la primera cuestión prejudicial que, en circunstancias como las del asunto principal, caracterizado por la inexistencia de compromisos libremente asumidos por una parte frente a otra con ocasión de las negociaciones encaminadas a la celebración de un contrato y por la eventual infracción de normas jurídicas, en particular la que obliga a las partes a actuar de buena fe en dichas negociaciones, la acción mediante la cual se invoca la responsabilidad precontractual del demandado está comprendida en la materia delictual o cuasidelictual, en el sentido del artículo 5, número 3, del Convenio de Bruselas.
66
asunción de la obligación contractual por medido del acuerdo de los contratantes y
probablemente influyó en que en la elaboración del Reglamento Roma II se incluyera
una previsión específica sobre la culpa in contrahendo y que se excluyera –tal como
hemos visto- la responsabilidad por tratos previos del Reglamento Roma I113. De
acuerdo con este acercamiento, en los supuestos de responsabilidad precontractual junto
con el domicilio del demandado deberíamos considerar también el criterio de
competencia del art. 5.3 del Reglamento Bruselas I, que prevé la competencia del
tribunal del lugar en el que se hubiere producido o pudiere producirse el hecho dañoso.
Se trata de un criterio de competencia que nos remite al lugar del daño, aunque sin
resolver de una forma definitiva la solución que debe ser adoptada en los supuestos de
daños disociados; esto es, aquellos en los que no coincide el lugar en el que se produce
el hecho generador del daño y la manifestación del mismo. En estos casos la
interpretación que había seguido el Tribunal de Luxemburgo era la de que tanto podía
presentarse la demanda en el lugar en el que se produce el hecho generador del daño
como donde se manifiesta éste114. Este acercamiento, sin embargo, ha sido revisado en
cierta forma en la jurisprudencia más reciente del Tribunal de Luxemburgo,
defendiéndose ahora que solamente será competente el tribunal que, dentro de los
márgenes que establece el art. 5.3 del Reglamento se presenta como más apropiado para
resolver sobre el litigio115. Esta interpretación más restrictiva del precepto podría, al
proyectarse sobre los supuestos que nos ocupan, responsabilidad derivada de tratos
previos a la conclusión del contrato, conducir a dar preferencia al foro coincidente con
el lugar en el que se produjo el hecho generador del daño; así, por ejemplo, el lugar
donde se desarrollaban las negociaciones en el caso de ruptura injustificada de las
mismas o el lugar en el que se produjo la revelación de los datos confidenciales que
habían sido suministrados durante la negociación. No obstante, este acercamiento no
puede ser rígido, puesto que la propia jurisprudencia del Tribunal de Luxemburgo opta
por un acercamiento flexible y hasta cambiante en la concreción del foro designado por
el art. 5.3 del Reglamento 44/2001 (y antes por el Convenio de Bruselas).
113 Sobre la incidencia de la sentencia en la redacción de los Reglamentos Roma I y Roma II vid. ARENAS
GARCÍA, R., “La regulación de la responsabilidad precontractual en el Reglamento “Roma II”, AEDIPr, 2007, t. VII; pp. 315-339, p. 323. 114 STJUE 30.11.1976, As. C-21/76, Société anonyme Handelskwkerij G.J: Bier BV, Foundation Reinwater y Société anonyme Mines de optase d’Alsace SA. 115 Vid. STJUE 16.01.2014, As. C-45/13, Andreas Kainz y Pantherwerke AG. Vid. en concreto los núms.. 24 a 26 de la decisión.
67
La calificación como extracontractual de la responsabilidad derivada de los tratos
previos a la celebración del contrato a efectos de aplicar el Reglamento Bruselas I tiene,
además, que ser objeto de una matización adicional; y es que cuando nos encontramos
ante un contrato de consumo esta calificación como extracontractual cede a favor de la
aplicación de la normativa específica sobre competencia en materia de contratos
celebrados por consumidores. Así se deduce de la Sentencia Gabriel del Tribunal de
Luxemburgo116. En esta decisión se interpretó que una acción tendente a obtener un
premio aparentemente ganado por un individuo antes de la conclusión del contrato de
consumo debía incardinarse en el foro específico en materia de consumidores “al estar
íntimamente relacionada con el contrato celebrado por las partes”117. De esta forma, el
consumidor podrá prevalerse de los foros de protección previstos en su favor también en
supuestos en los que la responsabilidad no podría ser calificada propiamente como
contractual. No existe una justificación suficiente de esta diferencia de calificación de la
responsabilidad precontractual en función de si estamos ante un consumidor o no; pero
en cualquier caso podemos asumir que en futuros casos podría mantenerse esta misma
diferenciación.
b. La LOPJ
En los casos en los que corresponda aplicar la LOPJ deberemos determinar qué
calificación atribuimos a la responsabilidad derivada de los tratos previos a la
celebración del contrato. En el apartado dedicado al Derecho aplicable ya hemos visto
que la doctrina prefería optar por una calificación extracontractual (dejando siempre
aparte aquellos casos en los que o bien existe un contrato de negociación o bien se ha
llegado a un compromiso entre las partes durante la negociación). Esta calificación
extracontractual nos conducirá al art. 22.3º LOPJ, aunque siendo siempre posible que,
tal como hemos visto ya en otros apartados, los tribunales españoles asuman
competencia sobre la base del domicilio en España del demandado o por la sumisión
expresa o tácita de las partes a nuestros tribunales.
Aparte de estos últimos criterios de competencia, deberemos aquí considerar, por tanto,
el criterio específico de competencia en materia extracontractual, que recoge el art. 22.3
116 STJUE 11.07.2002, As. C-96/00, Rudolf Gabriel. 117 Vid. núm. 54 de la Sentencia. Vid. FONT I SEGURA, A., AEDIPr, 2004, t. IV, pp. 886-889; ARENAS
GARCÍA, R., “La regulación…”, loc. cit., p. 324.
68
LOPJ. Este apartado establece que en materia de obligaciones extracontractuales los
tribunales españoles serán competentes “cuando el hecho de que deriven haya ocurrido
en territorio español o el autor del daño y la víctima tengan su residencia habitual
común en España”. De esta forma, dos criterios podrán llevar a la competencia de los
tribunales españoles, por una parte la coincidencia en España de la residencia habitual
de la víctima y del causante del daño y por otra el que el hecho de que derive la
responsabilidad haya ocurrido en territorio español.
El criterio de la residencia común de las partes no planteará excesivos problemas,
aunque siempre se pueden plantear dudas sobre si la residencia habitual común deberá
darse en el momento de la producción del daño o en el de la presentación de la
demanda. Resulta preferible la primera interpretación, que entronca con el criterio
material (no procesal) que orienta el foro. Además, evita que el criterio de competencia
se superponga casi totalmente con el del domicilio del demandado, pues lo habitual será
que el demandado sea o bien la persona que se pretende que ha causado el daño o la
víctima del mismo, y también será habitual que domicilio y residencia en España
coincidan. Si interpretamos que la residencia debe darse en el momento del daño y no
en el de presentación de la demanda los tribunales españoles ampliarían su competencia
a supuestos en los que tras el daño el que va a ser demandado ya hubiera cambiado su
domicilio fuera de nuestro país.
El criterio del acaecimiento en España del hecho del que se deriva la responsabilidad
nos planteará los mismos problemas que ya han sido considerados en otros apartados: la
determinación de si ha de ser el hecho generador del daño o la manifestación del daño
en España la que resulta relevante (o ambas). La dicción del precepto parece más
favorable a considera que se trata del hecho generador del daño; pero no puede
descartarse absolutamente que habiéndose producido el hecho generador del daño en
otro país, pero manifestándose en España las consecuencias del mismo los tribunales
españoles asumiesen competencia para conocer. Así parecen haberlo interpretado los
tribunales españoles en los que empresas españolas se han visto perjudicadas por
actuaciones que se han desarrollado fuera de nuestras fronteras118. En el caso de la
responsabilidad derivada de tratos previos esta interpretación favorecería a las personas
físicas y jurídicas establecidas en España mediante la creación de un forum actoris. No
creemos que esta interpretación sea la más adecuada, debiendo restringirse la
118 Vid., por ejemplo, la Sent. Juzgado de lo Mercantil nº 1 de Madrid 5.7.2013, (AC 1535).
69
interpretación del precepto a aquellos casos en los que existe un vínculo real y suficiente
con España que vaya más allá del domicilio o residencia del actor en nuestro país; pero
será preciso examinar la jurisprudencia futura por ver si se confirma o no esta
interpretación.
BIBLIOGRAFIA
ALTENKIRCH, M., “Art. 21” en P. Huber (ed.), Rome II Regulation. Pocket Commentary, Sellier, Munich, 2011, pp. 401-402 ÁLVAREZ GONZÁLEZ, S., “Artículo 12, ap. 1”, en M. Albaladejo/S. Díaz Alabart (dirs.), Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, 2ª ed. t. I, vol. 2, Edersa, Madrid, 1995, pp. 842-880 ÁLVAREZ GONZÁLEZ, S., “La ley aplicable a la responsabilidad precontractual en el DIPr español”, REDI, 1990, vol. XLII, núm. 1, pp. 125-152 ARENAS GARCÍA, R., “Falta e impugnación de la competencia judicial internacional en la LEC (2000)”, AEDIPr, 2001, t. I, pp. 155-199 ARENAS GARCÍA, R., “La distinción entre obligaciones contractuales y obligaciones extracontractuales en los instrumentos comunitarios de Derecho internacional privado”, AEDIPr, 2006, t. VI, pp. 403-425 ARENAS GARCÍA, R., “La lex societatis en el Derecho de las sociedades internacionales”, Derecho de los Negocios, 1996, año 7, núms.. 70/71, pp. 11-26, p. 20 ARENAS GARCÍA, R., “La regulación de la responsabilidad precontractual en el Reglamento “Roma II”, AEDIPr, 2007, t. VII; pp. 315-339 ARENAS GARCÍA, R., El control de oficio de la competencia judicial internacional de los tribunales españoles, Eurolex, Madrid, 1996 ARENAS GARCÍA, R., Registro Mercantil y Derecho del comercio internacional, Centro de Estudios Registrales, Madrid, 2000 ASÚA GONZÁLEZ, C.I., La culpa in contrahendo (Tratamiento en el Derecho alemán y presencia en otros ordenamientos), Servicio de Publicaciones de la Universidad del País Vasco, Bilbao, 1989 CALVO CARAVACA , A.-L., “Artículo 10, apartado 8”, en M. Albaladejo/S. Díaz Alabart, op. cit., 2ª ed. t-I. vol. 2, Edersa, Madrid, 1995, pp. 710-728
70
CALVO CARAVACA , A.-L./CARRASCOSA GONZÁLEZ, J., “Contratos internacionales I” en A.-L. Calvo Caravaca/J. Carrascosa González (dirs.), Derecho internacional privado. Volumen II, 14ª ed. Comares, Granada, 2013, pp. 651-845 CARRASCO PEREA, A., “Art. 1101” en M. Albaladejo/S. Díaz Alabart (dirs.), Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, t. XV, vol. 1º, EDERSA, Madrid, 1989, pp. 374-444, pp. 428-435 CHECA MARTÍNEZ, M., “La Ley 19/1989 de reforma parcial y adaptación de la legislación mercantil en materia de sociedades: la nacionalidad de la sociedad anónima”, REDI, 1989, vol. XLI, pp. 662-664 DE M IGUEL ASENSIO, P.A., Derecho privado de Internet, 4ª ed. Civitas/Thomson Reuters, Cizur Menor (Navarra), 2011 DESANTES REAL, M., “El Convenio de Bruselas (competencia judicial y reconocimiento y ejecución de resoluciones judiciales) y el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas: criterios de interpretación y orientación metodólogica”, La Ley: Com. eur., 1988-I, pp. 15-39 ESTEBAN DE LA ROSA, G., “Cláusulas de buena fe y confidencialidad”, en S. Sánchez Lorenzo (coord..), Cláusulas en los contratos internacionales. Redacción y análisis, Atelier, Barcelona, 2012, pp. 208-223 FERNÁNDEZ ROZAS, J.C./SÁNCHEZ LORENZO, S., Derecho internacional privado, Civitas/Thomson Reuters, 7ª ed., Cizur Menor (Navarra), 2013 FONT I SEGURA, A., “Nota a la Sentencia Tacconi”, AEDIPr, 2004, t. IV, pp. 886-889 FONTAINE, M., Droit des contrats internationaux, FEC, Paris, 1989 GARCÍA RUBIO, M.P., La responsabilidad precontractual en el Derecho español, Tecnos, Madrid, 1991 GARCÍA RUBIO, M.P./OTERO CRESPO, M., “La responsabilidad precontractual en el Derecho contractual europeo”, InDret, 2010, núm. 2 GARCIMARTÍN ALFÉREZ, F.J, “La unificación del Derecho conflictual en Europa: el Reglamento sobre ley aplicable a las obligaciones extraconractuales (“Roma II”)”, La Ley, 2007, año XXVIII, núm. 6811, de 31 de octubre GARCIMARTÍN ALFÉREZ, F.J. “España se adhiere al Convenio de Roma de 19 de junio de 1980 sobre ley aplicable a las obligaciones contractuales”, REDI, 1994, vol. XLVI, núm. 1, pp. 446-450 GARCIMARTÍN ALFÉREZ, F.J., Derecho internacional privado, Civitas/Thomson Reuters, 2012, pp. 306-307 GARDEÑES SANTIAGO, M., “La regulación conflictual del contrato de trabajo en el Reglamento Roma I: un oportunidad perdida”, AEDIPr, 2008, t. VIII, pp. 387-424
71
GARDEÑES SANTIAGO, M., La aplicación de la regla de reconocimiento mutuo y su incidencia en el comercio de mercancías y servicios en el ámbito comunitario e internacional, Eurolex, Madrid, 1999 JIMÉNEZ BLANCO, P., “El Derecho aplicable a las donaciones”, REDI, 1997, vol. XLIX, núm. 1, pp. 63-89 KELLER, M./SIEHR, K., Allgemeine Lehren des internationalen Privatrechts, Schulthess Polygraphischer, 1986 LARA AGUADO, A., “La oferta y la aceptación contractuales”, en S. Sánchez Lorenzo (ed.), Derecho contractual comparado. Una perspectiva europea y transnacional, Civitas/Thomon Reuters, Cizur Menor (Navarra), 2009, pp. 23-92 MARQUES DOS SANTOS, A., As normas de Aplicaçao Imediata no Direito Internacional Privado (Esboço de uma Teoria Geral), Almedina, Coimbra, 1991 MIQUEL SALA , R., “El “nuevo” Derecho internacional privado de los seguros en el Reglamento Roma I”, AEDIPr, 2008, t. VIII, pp. 425-444 MOURA VICENTE, D., Da responsabilidade pré-contratual em direito internacional privado, Almedina, Coimbra, 2001 QUICIOS MOLINA , S., “La ineficacia contractual”, en R. Bercovitz Rodríguez-Cano (dir.), Tratado de Contratos, t. I, Tirant lo Blanch, Valencia, 2009, pp. 1213-1405 REQUEJO ISIDRO, M., Ley local y forma de los actos en el Derecho internacional privado español, Eurolex, Madrid, 1998 RODRÍGUEZ MATEOS, P., “Una perspectiva funcional del método de atribución”, REDI, 1988, vol. XL, núm. 1, pp. 79-126 RODRÍGUEZ MATEOS, P., El contrato de leasing internacional, Eurolex, Madrid, 1997 UBERTAZZI, B., La capacità delle persone fisiche nel diritto internazionale privato, CEDAM, Padua, 2006, p. 118 VIRGÓS SORIANO, M., Lugar de celebración y de ejecución en la contratación internacional, Tecnos, Madrid, 1989 VIRGÓS SORIANO, M/GARCIMARTÍN ALFÉREZ, F.J., Derecho procesal civil internacional. Litigación internacinal, 2ª ed. Thomson Civitas, Cizur Menor (Navarra), 2007 VON MEHREN, A.T., “The Formation of Contracts”, Int.Enc.Comp.L, vol. VII; cap. 9, pp. 17-24
72
PRESENTACIÓN
Si con carácter general el régimen de la formación del contrato plantea numerosas
dificultades por la concurrencia de regímenes diferentes (obligaciones contractuales,
responsabilidad extracontractual, régimen específico de la culpa in contrahendo) en los
contratos internacionales las incertezas se multiplican. Al conectarse la relación con
distintos ordenamientos se hace preciso identificar cuál o cuáles de ellos son los
llamados a regir el supuesto. Esta dificultad se agrava debido a que cada país tiene su
propio sistema de DIPr, de tal manera que las soluciones variarán en función de quién
sea la autoridad que conozca del litigio que pueda producirse.
Evidentemente este carácter nuclear de la perspectiva procesal, litigiosa, es poco
adecuado para un ámbito que con frecuencia se desenvuelve al margen de los tribunales
como es el contractual, pero en los supuestos internacionales se trata de una
consideración ineludible. En el capítulo que se dedica a este apartado se ha optado, sin
embargo, por ubicar en primer lugar el tratamiento del régimen substantivo; esto es, la
identificación de los Derechos llamados a regir la formación del contrato, tanto desde la
perspectiva del contrato que ya ha nacido como de la responsabilidad que puede
derivarse del incumplimiento de las obligaciones asumidas por las partes o impuestas
por la ley durante el desarrollo de los tratos previos. Este análisis se hace desde la
perspectiva española, es decir, asumiendo que es una autoridad española la que
identifica el mencionado régimen. A continuación se examina en qué supuestos las
autoridades españolas podrían asumir competencia para pronunciarse en relación a un
litigio que surja en el marco de la formación de un contrato.
Pese a que el análisis se hace desde la perspectiva del ordenamiento español, la mayoría
de las conclusiones pueden extrapolarse a otros ordenamientos europeos, ya que el
núcleo del DIPr español en la materia está integrado por normas de origen europeo
(Reglamentos Bruselas I, Roma I y Roma II).