Genealogía del autoritarismo · considera al autoritarismo como anomalía y no ver que se trata de...

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1 Genealogía del autoritarismo Raúl Prada Alcoreza

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Genealogía del autoritarismo

Raúl Prada Alcoreza

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Este ensayo debía haber salido hace varios meses, en

una publicación colectiva sobre el tema, en la que

participaba La Universidad Friedrich Schiller de Jena,

quizás entre lo que va más de medio año y hasta lo

que se aproxima al año. Como no hemos sabido nada

al respecto, ni hemos recibido ninguna comunicación,

que debería haber llegado a los dos meses de la

entrega, después de tanto tiempo, corre por nuestra

parte publicarlo, retomando la polémica sobre la

problemática en cuestión.

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Panorama del debate sobre autoritarismo

El debate sobre autoritarismo, en singular, o autoritarismos, en

plural, en América Latina, tiene como dos referentes concretos. El

primero, la dictaduras militares de la década de los setenta, incluso

alargándose en la década de los ochenta, que pueden haber

comenzado antes, en la década de los sesenta, como en el caso

boliviano; el segundo, los “gobiernos progresistas”, particularmente

centrada la discusión en las gestiones del gobierno de la revolución

bolivariana de Venezuela. El primer referente tiene como horizonte,

de la interpelación crítica y política en los análisis, la transición a la

democracia; el segundo referente tiene como eje argumentativo del

análisis o de la interpretación la defensa de la Constitución, aprobada

en los “procesos de cambio”, que encumbraron a los “gobiernos

progresistas”. En este caso, es notoria la diferencia de las

procedencias discursivas; la distinción de la interpelación de

procedencia conservadora o como comúnmente se señala, de

procedencia de “derecha”, de la interpelación crítica de procedencia

radical o de la “izquierda” crítica.

En la historia del debate sobre autoritarismo, considerando los dos

referentes señalados, es decir, las dos etapas del debate sobre

autoritarismo, ambos campos discursivos, a pesar de sus diferentes

preocupaciones enunciadas, comparten el juicio teórico político sobre

el autoritarismo. Consideran al autoritarismo como una entidad o

fenómeno aislable, como una anomalía política, respecto de la norma

y regularidad política moderna, respecto de la institucionalidad

establecida. Por otra parte, tienden a la denuncia moral del

autoritarismo, dejando entrever más la descalificación moral del

autoritarismo que su análisis, comprensión, entendimiento y

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conocimiento del fenómeno y su funcionamiento. Aunque hay que

remarcar, sobre todo con respecto al primer referente y la primera

etapa del debate, la minuciosa descripción del ejercicio de poder de la

dictaduras militares. En la segunda etapa, la relativa al segundo

referente, no se puede decir lo mismo; pues se nota, mas bien, una

premura en interpelar, denunciar y acusar al “gobierno progresista”

por sus incumplimientos, que un esmero por describir lo que ocurre.

Las diferencias, lo que no comparten los dos campos discursivos del

debate, tienen que ver, primero, con la coyuntura y el período. Se

trata de coyunturas y períodos distintos, que manifiestan

problemáticas distintas. Las dictaduras militares conculcan la

democracia institucional por medio de las armas; el golpe militar es el

procedimiento para hacerlo; en cambio, los “gobiernos progresistas”

emergen del ejercicio de la democracia, de la votación de mayoría

absoluta. La crítica de “derecha” asume que se trata de “gobiernos

socialistas” y que aplican el método “bolchevique”; argumento

delirante, fuera de contexto y falto de conocimiento. La crítica de

“izquierda”, mas bien, hace hincapié en la “traición” al “proceso de

cambio”; remarca el retroceso y la degradación de la “revolución”,

dada en las formas de transición democráticas. La conculcación de la

democracia no solo aparece, en este caso, como incumplimiento de la

Constitución, como desinstitucionalización del ejercicio político, sino

por no ejercer la democracia participativa.

El autoritarismo en ambos casos, en los dos campos discursivos,

cobra distinto sentido teórico y político. El autoritarismo de las

dictaduras militares es concebido como “fascismo” criollo; en cambio,

el autoritarismo de los “gobiernos progresistas” es concebido como

monopolio de la cúpula de poder, en los marcos de la democracia

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formal, incluso como usurpación de la voluntad popular. En

consecuencia, no se habla de lo mismo, no se habla de la misma

manera de autoritarismo; se trata de autoritarismos diferentes.

Entonces, por lo menos se debe tener en cuenta la polisemia del

término autoritarismo.

Un balance rápido de ambos contextos del debate sobre

autoritarismo, puede resumirse de la siguiente manera: El debate

sobre autoritarismo en la segunda etapa, relativo al segundo

referente, el de los “gobiernos progresistas”, aparece endémico,

provisional, apresurado; mostrando más elocuencia en la denuncia

que en el análisis y la comprensión del fenómeno; en cambio, el

debate en la primera etapa, relativo al primer referente, el de las

dictaduras militares, aparece más sólido, más consistente, más

elaborado, sobre todo en lo que respecta a las detalladas y

minuciosas descripciones, que ya hacen a la comprensión del

fenómeno.

Los límites epistemológicos en ambos campos discursivos,

relacionados a las dos etapas del debate, se encuentran cuando se

considera al autoritarismo como anomalía y no ver que se trata de

síntomas sobresalientes en el acontecer político y en el ejercicio de

poder. Este aislar el autoritarismo de los procesos efectivos políticos y

del poder, limita el alcance analítico y crítico de los mencionados

debates. Otra limitante se encuentra en la premisa moral de los

juicios, que tienden más a la denuncia que a la comprensión del

fenómeno político desmesurado.

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Jerarquía, autoridad y poder

Hay que tomar también al poder como efecto; es decir, como

consecuencia de un monopolio o de una diferencia establecida

institucionalmente; por ejemplo, la jerarquía; así también la

autoridad. El sentido común ha llamado al abuso de autoridad

autoritarismo. El autoritarismo vendría a ser entonces algo así como

el exceso del uso de la autoridad, más allá de las atribuciones

otorgadas institucionalmente. Solo que este abuso de autoridad es

legalizado por interpretaciones arbitrarias de las mismas atribuciones

otorgadas institucionalmente; por ejemplo, por la democracia formal.

Del autoritarismo al totalitarismo hay un trecho que hay que recorrer.

Esto ocurre cuando incluso se descartan las atribuciones

institucionales otorgadas por la Ley; suspendiendo la institucionalidad

establecida, con la excusa de que se está en emergencia; de que se

requiere salvar el origen mismo de la institucionalidad; la nación, el

Estado, la seguridad del Estado, el bien común de la nación.

Desde la perspectiva expuesta, se puede hacer varias historias del

autoritarismo, incluso encontrar peculiaridades lugareñas y de

períodos, indicando diferencias y analogías. Se puede hacer una

sociología del autoritarismo, también una psicología; incluso teorizar

sobre este fenómeno generalizado. Sin embargo, a pesar de todas

estas interpretaciones del autoritarismo, no parece no solamente

agotado el tema, sino, sobre todo, no logrado explicar en sus

genealogías. ¿Cómo nacen los autoritarismos? ¿Cuándo emergen y en

qué condiciones? ¿Son estos abusos de atribuciones, otorgadas

institucionalmente, autoritarismos o, mas bien, encuentran su

explicación en otras significaciones y conceptualizaciones más

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amplias? Vamos a tratar de abordar los problemas que plantean estas

preguntas.

No parece encontrarse su origen, el origen del autoritarismo, sino en

las mismas relaciones y estructuras sociales, que establecen las

sociedades humanas. Es en estas relaciones sociales que debemos

buscar el germen, por así decirlo, de lo que comúnmente se

denomina autoritarismo. ¿Éste se encuentra en la delegación y

reconocimiento de un mando? No estamos suponiendo, en la

pregunta, que todo mando implica el devenir autoritario; sino que el

mismo mando contiene esa posibilidad de emergencia del

autoritarismo, que puede darse bajo ciertas condiciones de

posibilidad históricas.

El mando es la conducción del grupo, del colectivo, del pueblo, de la

sociedad. Esta conducción puede quedar circunscrita a la persona,

que encarna el símbolo cultural del mando o, mas bien, puede estar

regida por reglas compartidas. Pero, de todas maneras, el mando ya

es una designación social, además de otorgarle atribuciones

acordadas. El mando también es un lugar preciso en lo que puede

considerarse el nacimiento de la jerarquía. El mando marca la

diferencia entre el que manda y los y las mandadas.

No se puede, por lo tanto, zafar el fenómeno de autoritarismo del

cuadro de las jerarquías sociales establecidas. La autoridad, sin ser

todavía autoritarismo, es inmediatamente una jerarquía; marca la

diferencia. Tampoco la jerarquía es, de ninguna manera,

autoritarismo, sino que aparece como una de las condiciones de

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posibilidad del autoritarismo. La jerarquía, que es la marca de la

diferencia, puede, bajo determinadas condiciones de posibilidad, ser

usada en función del autoritarismo. El uso excedentario del puesto de

autoridad, el uso exagerado de la jerarquía, derivan en este

fenómeno del ejercicio del poder en su forma de autoritarismo.

¿Cuáles son las otras condiciones de posibilidad del autoritarismo?

Desde la perspectiva de la complejidad, el fenómeno del

autoritarismo – manteniendo todavía este término – no responde a

una causa o algunas causas, no es un fenómeno determinado por

determinismos claros y evidentes; sino que integra o, si se quiere,

sintetiza varios procesos concurrentes. La autoridad y la jerarquía

están ungidas de simbolismos compartidos en la cultura asumida y

heredada. Estos simbolismos, las alegorías simbólicas, las narrativas

culturales, cargan de densidades imaginarias a la autoridad y a la

jerarquía. En otras palabras, la autoridad y la jerarquía son asumidas

a través de los mitos heredados, las narrativas transmitidas, las

alegorías redituadas y los símbolos compartidos.

La autoridad y la jerarquía aparecen no como comúnmente se dice,

con naturalidad, sino como realidad manifestada en sus diferencias y

distinciones; en otras palabras, como cultura, considerando la

diferencia entre cultura y naturaleza, que establece Claude Lévi-

Strauss en sus investigaciones sobre la racionalidad inherente a las

mitologías. Se hable de divinidad en el caso del soberano o monarca,

se hable de mediación con la divinidad, o se le atribuya la

descendencia de los héroes fundadores, se narra la ineludible

presencia de la realidad imaginada, que aparece en los

conglomerados de sus cuadros de diferencias y jerarquías sociales. La

cultura es pues la condición de posibilidad del imaginario social,

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donde se refleja la realidad. Pero, también, bajo determinadas

condiciones puede convertirse en condición de posibilidad del

autoritarismo. Dicho de manera muy simple y esquemática, pasa

como la cultura nos digiera: tu deber es obedecer; tu lugar es el de la

obediencia. La cultura aparece pues como el substrato imaginario e

institucional que sostiene las relaciones sociales establecidas, sus

estructuras, sus mallas institucionales. También, puede convertirse

en el substrato que sostiene el fenómeno del autoritarismo.

Hasta aquí, que todavía es poco, tomando en consideración lo

expuesto, se puede anotar que las tesis que apuntan a explicar el

autoritarismo como un fenómeno que se desvía de lo instituido

quedan levitando; sobre todo, cuando caen en la inclinación moral

por la culpa, por culpabilizar; el espíritu culpable. Como si los

personajes referenciales del autoritarismo fuesen los culpables del

autoritarismo que despliegan. El autoritarismo no responde al mal,

que es el mismo demonio, oculto en este concepto religioso. El

autoritarismo ha sido largamente labrado en los ámbitos de las

relaciones sociales, en sus estructuras estructurantes, en las

armaduras culturales.

Puede decirse, para escapar de esta generalización, que la

democracia – tal como se ha formalizado e institucionalizado en la

modernidad – precisamente sale de las tradiciones y de las formas de

poder heredadas, anteriores a la modernidad. Sin embargo, esta

escapatoria teórica no es sostenible. La misma democracia formal, al

preservar la autoridad y la jerarquía como cimientos de la estructura

de la república, contiene también la posibilidad que bajo

determinadas condiciones se genere el autoritarismo. Aunque se

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puede aceptar que la democracia es la que obstaculiza la generación

del autoritarismo.

¿A dónde vamos con todo esto? Adelantándonos, apuntamos a la

crítica deconstructiva de la cultura, de las relaciones sociales, de la

autoridad, de la jerarquía, incluso del mando.

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Hipótesis teóricas hacia una

Crítica deconstructiva de las formaciones discursivas y las

estructuras prácticas de los autoritarismos

1. Las relaciones sociales no solo son prácticas, recurrentes o

nuevas; tampoco solo asociaciones, composiciones y

combinaciones de composiciones dadas por las asociaciones, como

dijimos; mucho menos son lazos, como supone la sociología, de

manera figurativa; sin embargo, esta metáfora dice mucho en lo

que denota y connota. Las relaciones sociales están internalizadas,

forman parte de esquemas de comportamiento y de conductas,

inclusos de maneras de pensar. Las relaciones sociales hacen al

mundo social.

2. Las relaciones sociales son cultura, economía, política, en ejercicio.

Contienen en su seno, por así decirlo, las posibilidades operatorias

de las prácticas mismas sociales.

3. Las relaciones de poder se realizan en las relaciones sociales, que

las contienen. En parte el secreto del poder se halla en las

estructuras estructurantes y en las composiciones fundamentales

de las relaciones sociales. Se puede decir que el poder anida en las

relaciones sociales.

4. El fenómeno comúnmente llamado autoritarismo, también se halla

incubado en las relaciones sociales.

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5. En el caso del autoritarismo, las culturas signadas por las

tradiciones patriarcales son terrenos fértiles donde germina el

autoritarismo.

6. Las culturas propensas al autoritarismo conforman composiciones

fundamentales simbólicas, alegóricas, míticas y narrativas,

definiendo el centro del imaginario cultural en la figura inaugural

del gran padre, el patriarca de todos los tiempos, el varón por

excelencia, el masculino por antonomasia, la virilidad suprema.

Las religiones monoteístas son las que mejor expresan esta

narrativa patriarcal.

7. Con la supuesta desacralización, tesis sociológica de la

modernidad, las narrativas modernas no han salido de las tramas

patriarcales. Al contrario, las han reestablecidos en las narrativas

modernas; la novela, la filosofía moderna, las ciencias humanas y

sociales. Las narrativas políticas son elocuentes en las nuevas

figuras y tramas patriarcales modernas.

8. La herencia y la continuidad patriarcal, en otras tramas y

narrativas, las modernas, presenta de manera distribuida las

figuras patriarcales, menos condensadas y densas que las figuras

patriarcales de las religiones monoteístas; empero, más

proliferantes.

9. Esta proliferación patriarcal, en la variedad de sus tonalidades y

formas, sostiene también la variedad proliferante de las figuras y

formas del autoritarismo, en distintas escalas; desde micro-escalas

hasta macro-escalas.

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10. La aparición de formas autoritarias políticas en las sociedades

regidas por la democracia formal, las repúblicas, muestra

claramente que la democracia institucionalizada no ha salido de las

esferas y horizontes-culturales definidos por las estructuras

estructurantes patriarcales. De manera más evidente se nota este

anclaje en el patriarcalismo en otra ideología moderna, la

socialista; ideología que condensa figuras fuertes patriarcales en

los lideres y caudillos “revolucionarios”. Liberalismo y socialismo

son las dos grandes narrativas del patriarcalismo moderno.

11. De una manera barroca se presentan las figuras patriarcales en

la ideología populista. En este caso, los patriarcas, símbolos

enaltecidos y hasta endiosados, no son solo la apología del

conductor de la “revolución”, algo que puede apreciarse en las

exposiciones de la estética del realismo socialista, sino que los

caudillos nacional-populares aparecen como si fuesen

encarnaciones mesiánicas. En consecuencia, lo barroco de la

expresión es esta combinación entre la memoria religiosa y la

promesa populista, incluso, en algunos casos y recientemente, la

promesa socialista.

12. Se puede decir que lo anterior más se refiere a las condiciones

de posibilidad culturales del autoritarismo. Las condiciones de

posibilidad sociológicas del autoritarismo tienen que ver con las

instituciones sociales constituidas e institucionalizadas por el

Estado.

13. Las condiciones de posibilidades culturales y sociológicas del

autoritarismo como que articulan, en los nudos de sus tejidos, las

condiciones de posibilidad políticas del autoritarismo.

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14. En gran parte del transcurso de la modernidad, la política era

un asunto de hombres. Las luchas feministas por la igualdad,

primero política, suponiendo la igualdad jurídica, politizaron el

referente, hasta entonces pasivo, de la mujer. Politizando sus

prácticas, sus quehaceres, sus formas corporales y sus formas

expresivas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que ésta es una

política de emancipación o, si se quiere, política en pleno sentido

de la palabra; no la política, en sentido restringido, como la

democracia formal.

15. La interpelación feminista ha logrado poner en evidencia el mito

masculino, afincado en el paradigma patriarcal heredado. Ha

logrado cuestionar las pretensiones machistas, en lo que respecta

a la diferencia instituida de género. En esta perspectiva ha dado

apertura al ejercicio de prácticas democrática de mayor alcance

que el ejercicio de la democracia institucional. Sin embargo, el

sistema-mundo político sigue estructurado en los cimientos

patriarcales. En consecuencia, los autoritarismos siguen

proliferando.

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Genealogías modernas de los autoritarismos

Hemos dicho que la autoridad no es inmediatamente ni exactamente

autoritarismo, ni lleva necesariamente al autoritarismo; el

autoritarismo corresponde al uso excedentario de la autoridad. Este

uso excedentario adquiere no solo características privadas, el uso de

la autoridad para beneficio privado, no solo implica la imposición de

una voluntad personal por sobe la voluntad general, sino que a este

uso excedentario se lo unge de simbolismos que lo legitiman

imaginariamente, por así decirlo. Los mitos, la ideología, el sentido

común, juegan su papel en esta legitimación imaginaria del uso

excedentario. Ocurre como que las prácticas asociadas a la

reproducción de los mitos, de la ideología, del sentido común,

conformen otras reglas fuera de las reglas constituidas

institucionalmente. Por ejemplo, estas reglas excedentarias tienen

que ver con las atribuciones imaginarias que se le otorgan a la

autoridad; la figura de una especie de mesías es de las atribuciones

imaginarias repetidas por pueblos, que encuentran la encarnación de

la promesa en un líder, en un caudillo. Otro ejemplo es cuando se

figura al conductor o al ideólogo como la encarnación misma de la

“revolución” en marcha. Algo parecido a la figura de mesías de los

caudillos populistas, sin embargo, distinto por su modulación más

moderna, más abstracta e instrumental. Entre los dos casos, el de la

convocatoria del mito, la del caudillo, y el de la convocatoria

ideológica, se puede citar un tercer ejemplo, el del jefe, que encarna

el espíritu de la nación. En este caso, la figura es mixta, responde por

analogías a la convocatoria del mito, al símbolo del caudillo,

combinada por analogías con la convocatoria ideológica, con el

significado iluminista del ingeniero social. En este caso funciona como

legitimación imaginaria una ideología menos elaborada, más

elemental, atiborrada por mitos.

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En los tres casos mencionados, como ejemplos, el paradigma cultural

del patriarca es elocuente. ¿Por qué el paradigma patriarcal sustenta

la proliferación de autoritarismos, sobre todo de los autoritarismos en

los de modos de gubernamentalidad totalitarias? ¿Qué tiene el

paradigma patriarcal para que esto ocurra? Hay que aclarar que

cuando hablamos del paradigma patriarcal no nos referimos a la

pluralidad de perfiles de padres concretos; en la realidad efectiva la

pluralidad de perfiles de padres responde a multiplicidad de procesos

culturales, sociales, económicos, articulados de manera singular en

períodos y contextos determinados. Hablamos del imaginario

simbólico aterido en las subjetividades sociales, colectivas, populares.

Este imaginario concibe un padre simbólico no solo como autoridad

familiar sino con derecho consuetudinario a ser autoritario. Este

autoritarismo es valorado como indispensable y necesario, además de

apreciado como bueno. Parece que este padre simbólico tiene como

substrato el imaginario religioso del Dios monoteísta, más cerca de

Jehová que del perfil del Dios cristiano, mucho más lejos del Dios

más abstracto musulmán. Jehová hasta llega a ser iracundo; en el

viejo testamento Jehová aparece, en varios pasajes, despiadado en el

castigo, exigente en las pruebas, que se vuelven supremas, aunque

también aparece, en otros pasajes, como misericordioso.

El padre simbólico del paradigma patriarcal es como una mediación

de Dios en la tierra; aparece como absoluta autoridad, además con

plenos derechos al castigo y a las exigencias; su autoritarismo es

prácticamente sacralizado, pues su potestad es de todo poderoso,

aunque en una escala pequeña, comparándolo con la omnipresencia

de Dios. ¿Por qué esta aproximación del imaginario patriarcal con el

imaginario religioso? ¿Por qué se unge al padre imaginado con estos

simbolismos absolutos? Los atributos del padre simbólico no se los

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busca en el derecho familiar, sino en los atributos divinos. Este

acercamiento imaginario puede demandar lo mismo que la religión

demanda; la fe, la entrega, la servidumbre, la obediencia. Como

decían los críticos iluministas, lo repetimos para ilustrar, que en estas

relaciones de dependencia absoluta no entra la razón sino la creencia.

Por otra parte, para seguir situándonos, no es exactamente en las

familias donde se pone en juego este imaginario del padre absoluto,

aunque se lo haga de manera matizada, sino, mas bien, en los

ámbitos sociales, sobre todo donde se ponen en juego las relaciones

del poder, en escala nacional. Donde se insiste, figurativamente,

sobre los atributos absolutos del patriarca es en la política. Se exige

al pueblo fe, creencia ciega, entrega, obediencia, sumisión, ante el

caudillo, el líder o el jefe. Incluso cuando se trata del despliegue de la

ideología, aunque las formaciones discursivas desenvueltas en la

ideología pretendan cierta exposición “racional”, la demanda de

obediencia y sumisión, abnegación y entrega, no emerge de esta

argumentación, sino de la recóndita trama del mito.

La primera consecuencia que sacamos, de manera hipotética e

interpretativa, de lo expuesto, es que lo que se denomina

autoritarismo, como fenómeno político peculiar, no responde a

factores individuales, psicológicos, carismáticos, como el análisis

político se inclina a explicar; tampoco se explica por transgresiones a

la institucionalidad y a la Ley; así como a suspender el Estado de

Derecho; que son otras interpretaciones del análisis político. Sino que

tiene raíces en el subsuelo mismo de la cultura.

En las historias políticas de la modernidad no es un fenómeno general

el de la forma de gubernamentalidad autoritaria; tampoco son una

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excepción en la regla; sino que se dan en momentos de crisis

múltiple del Estado-nación. Siendo, mas bien, la expresión misma de

la crisis política, que se encubre con la máscara la autoridad

autoritaria suprema, con la pretensión de salvar al Estado y la nación.

Esto no quiere decir que en los demás casos no se da el

autoritarismo; en los demás casos no se da en la forma desmesurada

tal como se presenta en la forma de gubernamentalidad autoritaria.

Sin embargo, aparece en formas matizadas en las repúblicas, que se

presentan como ejemplo del respeto a la institucionalidad y a la

Constitución. Se puede hablar, en estos casos, de una especie de

autoritarismo burocrático; autoritarismo solapado, que se encubre en

el manejo de la institucionalidad y de las leyes de una manera

leguleya, esquemática e indiscutible; la interpretación correcta es la

que da el gobierno y los poderes del Estado. Sin embargo, en estas

situaciones se puede acudir a los tribunales competentes, apelando y

pidiendo el cumplimiento adecuado de las leyes, la Constitución y los

Convenios Internacionales. Quizás estos mecanismos de la república

obstaculizan el surgimiento de la emergencia política ante la crisis de

la forma de gubernamentalidad autoritaria; empero, las repúblicas no

dejan de acudir, cuando pueden y es necesario al autoritarismo

burocrático.

La segunda observación que hacemos es que el denominado

fenómeno del autoritarismo no puede atribuirse solo a la forma de

gubernamentalidad autoritaria, que incluso, en ciertos casos, deriva

en la forma de gubernamentalidad totalitaria, sino que debe ser

atendido y estudiado en toda su cobertura, abarcando a las formas de

gubernamentalidad liberales y las formas de gubernamentalidad

neoliberales, además, claro está, de las formas de gubernamentalidad

conservadoras. De esta manera tendríamos un panorama completo,

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donde se desenvuelven y se despliegan las proliferantes formas del

autoritarismo, en distintos grados y niveles.

Por otra parte, hay que atender a las situaciones donde incluso los

tribunales competentes, nacionales e internacionales, responden a las

denuncias, demandas y apelaciones de la misma manera que el

autoritarismo burocrático; asumiendo los Derechos Humanos o los

Derechos Internacionales establecidos, de una manera esquemática,

acudiendo a una interpretación leguleya indiscutible. Esto lo hacen

ante determinados problemas que se presentan; por ejemplo, los

Derechos de los Pueblos Indígenas; a pesar que ya se cuenta con la

Declaración sobre Pueblos Indígenas de Naciones Unidas. Las

resoluciones al respecto son, en el mejor de los casos tibias; en otros

casos, inútiles o declarativas; en el peor de los casos, mudas. Esto

también lo hacen en lo que respecta a la crisis ecológica, llamada

“Cambio Climático”; a pesar de que la vida humana en el planeta y la

vida de los ecosistemas está en peligro, el comportamiento de los

Tribunales Internacionales, de la ONU y la conducta de los

organismos internacionales competentes es de una pasmosa apatía.

Algo parecido pasa cuando se constatan atropellos contra pueblos y

naciones agredidas. Hay más ejemplos, pero no se trata de hacer una

lista larga, sino de anotar esta situación. Cuando estamos ante esta

situación nos hallamos dentro del autoritarismo solapado globalizado.

La tercera observación anota que el fenómeno del autoritarismo no es

un fenómeno circunscrito a la forma de gubernamentalidad

autoritaria, tampoco a la forma del autoritarismo burocrático, sino

que es un fenómeno globalizado, atendiendo a sus diferentes grados,

niveles, intensidades de manifestación.

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Ahora bien, ¿este fenómeno proliferante de formas excedentarias del

uso de la autoridad es adecuado nombrarlo como autoritarismo?

Considerando la interpretación expuesta, el fenómeno del

autoritarismo corresponde a substratos histórico-culturales

heredados, substratos que sostienen los planos de intensidad

cambiantes de la modernidad. En este sentido nos retrotraen a los

nacimientos genealógicos del autoritarismo, que forman parte de las

genealogías del poder. El autoritarismo en sus formas más

desmesuradas y descomunales nos muestra el origen de la

institucionalidad, de la Ley, incluso de la república, que es el de la

fuerza, de la guerra inicial, de la guerra de conquista. El autoritarismo

devela el origen del Estado, el Estado de Sitio. Se vuelve a las

formas descarnadas del poder, desgarrando las formas

institucionales, jurídicas, políticas, del poder constituido e instituido,

incluyendo a la república.

Nuestra tesis es que el autoritarismo muestra el vórtice del círculo

vicioso del poder. Que las formas institucionales del poder han

legitimado las dominaciones polimorfas en las estructuras

constituidas; que la república, a pesar de la democracia

institucionalizada, tampoco escapa a la vorágine mutante del círculo

vicioso del poder. Que las formas de Estado del llamado socialismo

real son también otra muestra de la pertenencia a las mutaciones del

círculo vicioso del poder. La diferencia radica en que la democracia

institucionalizada, la república, recurre a los mismos instrumentos

institucionales, a la Constitución, a la Ley, para preservar, sobre todo,

para reproducir el poder; cuando la república se encuentra en peligro

ante la rebelión social, el Estado moderno recurre legalmente a la

declaración del Estado de Sitio, por razones de seguridad. En cambio

los socialismos reales instauraron un Estado policial, para proteger,

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defender y garantizar el curso de la “revolución”. En otras palabras,

se vive en un permanente Estado de Sitio, defendiendo el Estado

socialista contra la sociedad alterativa. Las formas de

gubernamentalidad clientelar, las relativas a los populismos, usan la

república como escenario de la convocatoria del mito, usan la

autoridad, la Constitución, las leyes, las instituciones, de la manera

excedentaria de modo permanente.

Tampoco parece adecuado hablar de totalitarismo, como lo hace

Hannah Arendt, en sus excelentes exposiciones y análisis sobre el

tema, centrando su enfoque en las experiencias contrastantes del

estalinismo, la forma de gubernamentalidad del socialismo real, y del

nacional socialismo alemán, más conocido como partido nazi. Se

puede considerar al totalitarismo como el autoritarismo absoluto,

cuya desmesura alcanza la totalidad de su manifestación, al abolir la

libertad y toda posibilidad de disenso, suspendiendo las formas de la

democracia institucionalizadas. Sin embargo, no hay que olvidar que

tanto el autoritarismo como el totalitarismo se hallan como

posibilidad inherente en las formas de gubernamentalidad

establecidas en la historia política de la modernidad. El término

totalitarismo es, mas bien, una metáfora teórica de la pretensión

desmesurada y obsesiva de control absoluto, de vigilancia completa,

de disciplina plena, de parte de del poder. El concepto de

totalitarismo no llega a explicar el fenómeno político desmesurado

que alude; aunque pueda describirlo de manera exhaustiva y

minuciosa.

Es menester insertar el fenómeno de los autoritarismos proliferantes,

remarcando, si se quiere, los autoritarismos políticos desmesurados,

insertar el fenómeno de los totalitarismos, que son la extensión e

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intensificación absoluta de los autoritarismos, como partes,

composiciones y manifestaciones sintomáticas del círculo vicioso del

poder, con todos sus múltiples procesos estructurantes,

estructurados, institucionalizados y en decadencia. Comprender sus

desenvolvimientos y despliegues como formas perversas del círculo

vicioso del poder. No se pueden aislar estos fenómenos políticos

desmesurados del conjunto variado de formas políticas, formas de

Estado, sobre todo, tratándose de los Estado-nación y de la república.

Genealógicamente no están disociados, ni separados, ni son algo

distinto, sino que forman parte, con el conjunto de estas formas de

poder institucionalizadas, de la reproducción misma del poder, del

devenir del poder, que compone, combina, muta sus diagramas de

poder y sus cartografías políticas.

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Conclusiones

1. El denominado autoritarismo y su extensión intensiva y

demoledora del totalitarismo no son fenómenos aislados en el

acontecer político ni tampoco aislables en el análisis; forman parte

de las cartografías políticas y de las genealogías del poder. Se

puede decir que son como la erupción misma de la crisis política y

de la crisis múltiple del Estado-nación.

2. El fenómeno político del autoritarismo afinca sus raíces en la

cultura. La cultura es el substrato que legitima las estructuras de

poder establecidas; lo hace a través de símbolos heredados, de

mitos que hacen al mundo imaginario, de alegorías que son los

hilos de la trama trágica y épica.

3. El mando, la jerarquía y la autoridad corresponde a distinciones

sociales en la organización y funcionamiento sociales; sin

embargo, son también los lugares donde germina la genealogía del

autoritarismo.

4. Las relaciones sociales contienen la posibilidad del autoritarismo,

sobre todo se realiza esta posibilidad en la proliferación de

autoritarismos en distintos niveles y graduaciones en los mapas

extendidos por la sociedad.

5. Se puede hablar del paradigma patriarcal como modelo

fundamental, modulador de las conductas y comportamientos

sociales; paradigma que opera en los imaginarios sociales, en la

cultura, también en la ideología. El paradigma patriarcal hace de

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estructura codificante y estructura de-codificante; funcionando

como heurística y hermenéutica legitimadora de las dominaciones

polimorfas.

6. El paradigma patriarcal se transfiere a otras narrativas en la

modernidad, donde aparece de manera matizada y hasta

enmascarada; empero, la función legitimadora sigue siendo

efectiva.

7. La realización y manifestación más evidente del diagrama de poder

patriarcal aparece en la convocatoria del mito de la forma de

gubernamentalidad populista, también en la forma gubernamental

del Estado policial, aunque en este último caso funciona más la

ideología, con pretensiones “racionales”, que los mitos e

imaginarios tradicionales.

8. Las luchas emancipadoras, entre ellas las luchas feministas, han

cuestionado la ideología dominante, así también el imaginario

cultural del paradigma patriarcal, deconstruyéndolo en parte; sin

embargo, el paradigma sigue vigente, inscrito en los esquemas de

comportamiento y conductas sociales.

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