Héctor de Mauleón. El primer aviso oportuno

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 El primer “aviso oportuno” Héctor de Mauleón En enero de 1784, la Gaceta de México publicó este aviso: “Las personas que por medio de la Gaceta quieran participar al público alguna cosa que les interese, como venta de esclavos, casas o haciendas, alhajas perdidas o halladas, y otras de este género, ocurran a la oficina a participarlo por escrito, y sin más costo que un par de reales”. Los ciudadanos de la Nueva España que aquella fría mañana de enero leyeron este anuncio, no podían saber que estaban presenciando el nacimiento de una de las grandes instituciones de la prensa mexicana: el “ aviso oportuno”. Varios interesados acudieron a las oficinas de la Gaceta el periódico más longevo de la época colonial: duró hasta 1810, y pagaron los dos reales que el avisado editor Manuel Antonio Valdés (difícilmente se podría emplear mejor este adjetivo) cobraba por la publicación de anuncios. El 14 de ese mes apareció el primer “aviso oportuno” de la prensa mexicana. Salvador Novo lo reproduce en un libro difícil de encontrar, Apuntes para una historia de la publicidad en la Ciudad de México: “Quien supiere de dos mulatas esclavas, la una nombrada María Josefa y la otra Eusebia Josefa Machuca, la primera alobada, pelilasio, ojos chicos, alta de cuerpo y de proporcionado grueso, con unas enaguas de carmín y otras azules (…); la otra entrecana, mediana de cuerpo, delgada, ojos saltones y sin un diente en el lado derecho, vestida en los términos de la primera, y con un paño azul y plata, ocurra a dar razón a la justicia más cercana, respecto a ir fugitivas de las casas de sus amos, a quienes robaron, de lo cual darán razón en la (casa) del Baño nuevo de los pajaritos en el Salto del Agua. Ese día, Manuel Antonio Valdés publicó también estos avisos: “Quien tuviera un anteojo gregoriano de reflexión ocurra a la calle de Tiburcio número 49, donde se le comprará ”. “Quien quisiere comprar un aderezo bordado de realce, color azul, acuda a la sastrería de Don Marcos, junto al Refugio, donde lo podrá ver e l que gustare”. “D, Josef de Terán y Quevedo vende una negra esclava con dos hijas de cinco y dos años de edad: es buena cocinera y lavandera”. Las publicaciones mexicanas incluyeron, a partir de entonces, secciones de “Avisos”, “Solicitudes” o “Encargos”, en las que es posible hallar sorprendentes o curiosos o divertidos anuncios que dejan entrever el desarrollo de la vida cotidiana en la Ciudad de México. Tal vez algún historiador contará en el futuro la vida privada de esta metrópoli a partir de la revisión de esa sec ción extraña: el “aviso oportuno”.

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Describe los primeros avisos oportunos insertados en periódicos mexicanos a fines del siglo XVIII.

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El primer “aviso oportuno” 

Héctor de Mauleón

En enero de 1784, la Gaceta de México publicó este aviso: “Las personas que por medio de la

Gaceta quieran participar al público alguna cosa que les interese, como venta de esclavos, casas o

haciendas, alhajas perdidas o halladas, y otras de este género, ocurran a la oficina a participarlo

por escrito, y sin más costo que un par de reales”.

Los ciudadanos de la Nueva España que aquella fría mañana de enero leyeron este anuncio, no

podían saber que estaban presenciando el nacimiento de una de las grandes instituciones de la

prensa mexicana: el “aviso oportuno”.

Varios interesados acudieron a las oficinas de la Gaceta —el periódico más longevo de la época

colonial: duró hasta 1810—, y pagaron los dos reales que el avisado editor Manuel Antonio Valdés

(difícilmente se podría emplear mejor este adjetivo) cobraba por la publicación de anuncios.

El 14 de ese mes apareció el primer “aviso oportuno” de la prensa mexicana. Salvador Novo lo

reproduce en un libro difícil de encontrar, Apuntes para una historia de la publicidad en la Ciudad

de México:

“Quien supiere de dos mulatas esclavas, la una nombrada María Josefa y la otra Eusebia Josefa

Machuca, la primera alobada, pelilasio, ojos chicos, alta de cuerpo y de proporcionado grueso, con

unas enaguas de carmín y otras azules (…); la otra entrecana, mediana de cuerpo, delgada, ojos

saltones y sin un diente en el lado derecho, vestida en los términos de la primera, y con un paño

azul y plata, ocurra a dar razón a la justicia más cercana, respecto a ir fugitivas de las casas de sus

amos, a quienes robaron, de lo cual darán razón en la (casa) del Baño nuevo de los pajaritos en el

Salto del Agua”.

Ese día, Manuel Antonio Valdés publicó también estos avisos: “Quien tuviera un anteojo

gregoriano de reflexión ocurra a la calle de Tiburcio número 49, donde se le comprará”. 

“Quien quisiere comprar un aderezo bordado de realce, color azul, acuda a la sastrería de Don

Marcos, junto al Refugio, donde lo podrá ver el que gustare”.

“D, Josef de Terán y Quevedo vende una negra esclava con dos hijas de cinco y dos años de edad:

es buena cocinera y lavandera”.

Las publicaciones mexicanas incluyeron, a partir de entonces, secciones de “Avisos”, “Solicitudes”

o “Encargos”, en las que es posible hallar sorprendentes o curiosos o divertidos anuncios que

dejan entrever el desarrollo de la vida cotidiana en la Ciudad de México. Tal vez algún historiador

contará en el futuro la vida privada de esta metrópoli a partir de la revisión de esa sección extraña:

el “aviso oportuno”.

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Los lectores de diarios suelen apartar con fastidio las páginas de avisos. Pero aquella sección

resulta la más misteriosa y atractiva de los periódicos. Se halla llena de enigmas, de novelas

inconclusas cuyo final no podremos conocer jamás.

El Diario de México, 7 de diciembre de 1805: “Norberto, negrito y sin pies, vecino de esta ciudad,

pretende un acomodo de cocinero, pues es inteligente en el oficio. Vive en la calle del puente de

Amaya”.

“Dos religiosos predicadores que deben ir a Guadalajara, solicitan otros tantos asientos en un

coche, con tal de que en él no vayan mujeres”.

El Imparcial, 28 de noviembre de 1907: “El domingo se extravió en Zapotitlán perro orejón, color

amarillo oro oscuro, entiende por Cazador. Se gratificará al que lo entregue en la Aduana Vieja”.

“En el Cinematógrafo Salón Internacional, la señorita Guerra perdió un arete con dos brillantes. Se

recompensará al que lo entregue en Turín 41”.

“Massage de primera clase. Señorita Marsch. Hotel Principal”.

El Monitor Republicano, 23 de diciembre de 1861: “Cincuenta pesos de gratificación, sin

averiguación alguna, a la persona que entregue

en el almacén de Capuchinas núm. 9, un caballo colorado claro, de siete cuartas, contralbo, frente

blanca, una mancha cerca de la nuca y una cicatriz en la pata izquierda; una silla de montar con

cabeza toda de plata, un baquerillo negro con chapetones de plata en el centro y una pistola de

desafío de Von Hecht Berlin, cuyo nombre está escrito con oro en el cañón”.

Suelo anotar en una libreta los avisos que encuentro cuando voy a la hemeroteca. Procuro

imaginar lo que habrá ocurrido con la gente que los publicó.

He recogido de ese modo puñados de astillas: fragmentos de vidas que arden como fósforos en las

páginas de un diario amarillento. El siguiente anuncio me parece todo un documento.

Diario de México, 1 de julio de 1815: Escritor: un sujeto decente solicita destino por la pluma o en

cualquier otra cosa. En el Portal de San Agustín, cajón de cristales número 8, darán razón”.