Ildefonso Cerdà y el urbanismo moderno

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Ildefonso Cerdà y el urbanismo moderno. Ildefonso Cerdà nació el 23 de diciembre de 1815 en El Cerdà de Centelles, provincia de Barcelona. Tras pasar por el seminario donde cursaría estudios de latín y filosofía e iniciar estudios de arquitectura y matemáticas, se traslada a Madrid a los veinte años, donde se formaría como Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos en la Escuela de Ingeniería de Caminos. Esta escuela había sido recientemente reabierta a la llegada de los liberales al poder y era un centro de referencia cultural y científica del liberalismo español. Posiblemente la formación humanística que había recibido, los años pasados en esta escuela y las precarias condiciones de vida de los obreros de la que había sido testigo en sus últimos años en Barcelona antes de trasladarse a Madrid tuvieron que ver en el desarrollo de su pensamiento que tanta repercusión tuvo en su obra. Tras trabajar durante ocho años como ingeniero para el Cuerpo de Caminos del Estado, adquiriendo una gran experiencia en el trazado de infraestructuras de servicio y transporte, Cerdà queda impresionado por “la aplicación práctica del vapor a la locomoción terrestre” (Cerdà, 1968, pag 6), el ferrocarril, durante un viaje a Francia. Este hecho, junto con el telégrafo, le da la seguridad de que el mundo tal como se conocía hasta ese momento va a cambiar. Fascinado por el momento de transición en el que le toca vivir, descubre con sorpresa que el urbanismo está, si algo, escasamente desarrollado bibliográficamente. En 1849 heredará el patrimonio familiar, lo que le va a permitir dedicarse a tiempo completo al estudio del urbanismo, lo que él mismo define como un “sacrificio en obsequio de la idea urbanizadora” (Cerdà, 1968, pág 9). En 1849 Laureá Figuerola publica Estadística de Barcelona, un estudio sobre las condiciones de vida de la clase obrera en la ciudad que tendrá gran influencia en el pensamiento de Cerdà. En 1951 es elegido diputado en las Cortes de Madrid por el Partido Progresista. En 1855, durante la etapa del gobierno del Bienio Progresista, se

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Ildefonso Cerdà y el urbanismo moderno. 

Ildefonso Cerdà nació el 23 de diciembre de 1815 en El Cerdà de Centelles, provincia de Barcelona. Tras pasar por el seminario donde cursaría estudios de latín y filosofía e iniciar estudios de arquitectura y matemáticas, se traslada a Madrid a los veinte años, donde se formaría como Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos en la Escuela de Ingeniería de Caminos. Esta escuela había sido recientemente reabierta a la llegada de los liberales al poder y era un centro de referencia cultural y científica del liberalismo español. Posiblemente la formación humanística que había recibido, los años pasados en esta escuela y las precarias condiciones de vida de los obreros de la que había sido testigo en sus últimos años en Barcelona antes de trasladarse a Madrid tuvieron que ver en el desarrollo de su pensamiento que tanta repercusión tuvo en su obra. Tras trabajar durante ocho años como ingeniero para el Cuerpo de Caminos del Estado, adquiriendo una gran experiencia en el trazado de infraestructuras de servicio y transporte, Cerdà queda impresionado por “la aplicación práctica del vapor a la locomoción terrestre” (Cerdà, 1968, pag 6), el ferrocarril, durante un viaje a Francia. Este hecho, junto con el telégrafo, le da la seguridad de que el mundo tal como se conocía hasta ese momento va a cambiar. Fascinado por el momento de transición en el que le toca vivir, descubre con sorpresa que el urbanismo está, si algo, escasamente desarrollado bibliográficamente. En 1849 heredará el patrimonio familiar, lo que le va a permitir dedicarse a tiempo completo al estudio del urbanismo, lo que él mismo define como un “sacrificio en obsequio de la idea urbanizadora” (Cerdà, 1968, pág 9). En 1849 Laureá Figuerola publica Estadística de Barcelona, un estudio sobre las condiciones de vida de la clase obrera en la ciudad que tendrá gran influencia en el pensamiento de Cerdà. En 1951 es elegido diputado en las Cortes de Madrid por el Partido Progresista. En 1855, durante la etapa del gobierno del Bienio Progresista, se le encarga el Plano Topográfico de los alrededores de Barcelona, junto con el cual presenta un primer Anteproyecto de Ensanche. Ese mismo año, mientras ocupaba el cargo de concejal por Barcelona al mismo tiempo que diputado, tiene lugar la primera huelga general. Estos acontecimientos, junto los observados en su juventud y la obra de Figuerola le llevarán a redactar la Monografía estadística de la clase obrera de Barcelona, publicada en 1856. En esta obra realiza un meticuloso estudio de las miserables condiciones en las que vivían los obreros en la Barcelona de la época. Este estudio es especialmente revelador de la preocupación que sentía por las habitantes de las ciudades, destinatarios siempre de su trabajo y a los que consideraba imprescindible implicar en el proyecto de reforma. Para él era una necesidad “hacerles comprender (…) que se trata de librarla (a la humanidad) de males que padece, y de proporcionarle bienes legítimos de que al presente se ve privada” (Cerdà, 1968, pág 16). En 1957 visita París y es testigo de la reforma urbanística llevada a cabo por Haussmann y que le servirá de inspiración cuando en 1859 reciba el encargo del Proyecto de Reforma y Ensanche de Barcelona. En 1861 publica la Teoría de Viabilidad Urbana, donde plantea la reforma de la ciudad de Madrid. 

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Entre 1860 y 1866 se implica en la urbanización de Barcelona, tanto como técnico, elaborando nuevos proyectos y reelaborando los anteriores, como como político, llegando a ser regidor de la ciudad. Aprovecha esta etapa para concretar su proyecto de reforma de Barcelona. Toda la experiencia y la carga teórica que acompañaron a sus estudios durante esos años se verían reflejadas en lo que será el primer tratado contemporáneo de urbanismo, la Teoría General de la Urbanización, publicada en 1867. Su intensa actividad política estuvo siempre ligada a la izquierda, ocupando durante sus últimos años varios cargos de importancia en la Diputación de Barcelona, llegando a ser presidente en funciones de la Diputación. Con la caída de la República y el inicio de la Restauración, Cerdà fue apartado de la vida pública y muchas de las deudas que la administración tenía con él no fueron saldadas. Empobrecido y olvidado, fallece en Caldas de Besaya (Santander) en 1876. Como se ha dicho anteriormente, ya durante su etapa de formación en la Escuela de Caminos de Madrid, Cerdà estará en estrecho contacto con el liberalismo. A pesar de las tendencias progresistas o conservadoras de los liberales, había en un primer momento el proyecto común de acabar con el Antiguo Régimen y de garantizar la igualdad para todos los individuos. Cerdà era un intelectual de izquierdas como corroboran sus escritos, en los que muestra una sincera preocupación por las condiciones de vida de la clase obrera. A pesar de que con el paso de los años la opción del liberalismo que tendrá mayor protagonismo será la más conservadora, será capaz de mantenerse muy próximo a los círculos de poder y de decisión. Un cambio que trajo el liberalismo fue la abolición de los privilegios de clase y la igualdad teórica de los individuos, definiéndose las diferencias de clase por la riqueza obtenida más que por nacimiento. El desarrollo industrial de Cataluña en tiempos de Cerdà fue muy superior a la mayoría del territorio Español. La máquina de vapor se empleará en España por primera vez en 1833, en una fábrica textil de Barcelona. Durante esos primeros años se produce un gran avance de la industria textil en Cataluña, especialmente a partir de 1840. Amparándose en el proteccionismo español, la industria catalana se vuelca en el mercado interior, a pesar del escaso poder adquisitivo de los trabajadores. El desarrollo industrial catalán fue muy importante, acaparando en poco tiempo el 90% de la producción nacional y empleando a mediados de siglo a más de 100.000 obreros A consecuencia de esta necesidad de mano de obra en las ciudades se produjo la concentración de obreros, creándose enormes desigualdades. Según datos del propio Cerdà, a mediados de siglo la esperanza de vida de las clases altas era de 36,47 años, mientras que para los sectores más pobres era de tan solo 23,55. Con estas condiciones de manifiesta desigualdad, no es de extrañar lo habituales que eran las revueltas, como la que en 1935 hubo en Barcelona y que trajo consigo la quema de la fábrica Bonaplata, la primera en instalar una máquina de vapor. El desarrollo económico y la industrialización trajeron a Cataluña, lo mismo que al resto de la Europa industrializada el movimiento obrero, siendo donde los sindicatos tuvieron su implantación en España primeramente. No obstante, las protestas sindicales a menudo se confundían con las progresistas o republicanas. El crecimiento demográfico y desarrollo económico determinaron que se comenzaran

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diversos planes de expansión urbanística, con el derribo de las murallas y el desarrollo de nuevos barrios. Destacan el diseño de Carlos María de Castro para Madrid en 1860 y el de Cerdà para Barcelona. La demolición de la muralla de Barcelona es aprobada en 1854, noticia recibida con entusiasmo por los ciudadanos al ser esta un símbolo de la represión del gobierno central, que la había construido al terminar la Guerra de Sucesión como una forma de controlar a los barceloneses, que se habían decantado por el bando carlista. Además, esta muralla marcaba el límite de la ciudad, física y legalmente, prohibiéndose la edificación en la “línea de fuego”, más o menos un kilómetro desde la muralla. Esta línea cubría hacia dentro de la muralla casi el 61% del territorio. Esta constricción llevó a que la densidad de la población a mediados del siglo XIX fuera altísima, con una habitabilidad de 10 m2 por persona. La alta densidad, la mala acometida de agua y el deficiente saneamiento agravaban las condiciones sanitarias, siendo frecuentes las epidemias. A pesar de que el anteproyecto de Cerdà de 1855 había sido bien acogido por el Ayuntamiento y por el gobierno progresista de España, el cambio del gobierno local a uno más conservador en 1856 les lleva a encargar a Miguel Garriga un proyecto alternativo. Dado que la competencia recaía en el gobierno central, favorable a Cerdà, en 1959 aprueba el Proyecto de Reforma y Ensanche de Barcelona, mientras él prepara un estudio económico. Tanto el Ayuntamiento como la rama catalana de los Moderados consideran esta decisión como una nueva intromisión en la política de la región, así que el Ayuntamiento decide sacar el plan a concurso, resultando elegido el proyecto de Antoni Rovira. Las rivalidades entre los distintos ministerios y las administraciones local y central llevan a adoptar una solución de consenso, mediante la que se mantiene el plan y el estudio de Cerdà que ya había sido aprobado, pero no las nuevas regulaciones y el estudio económico. Todas las nuevas construcciones deberán seguir el plan de Cerdà en lo referente a alineaciones y escalas, mientras que en el resto seguirán las normativas municipales existentes. Esto no puso fin a la polémica, y todas las partes implicadas trataron de imponer su criterio en la remodelación de Barcelona. Por un lado estaba el Ayuntamiento, para el cual el hecho de que la ampliación se extendiera por varios municipios entrañaba el riesgo de que desde Madrid se reclamara el control sobre el conjunto de la obra. Además el plan original de Cerdà incluía calles de 35 metros de ancho, y proponía compensar el elevado coste de las expropiaciones haciendo partícipes a los propietarios en la urbanización y el proceso de construcción, algo que tampoco gustaba al Ayuntamiento porque era, igualmente, una pérdida de control. Tampoco veían con buenos ojos la reforma que se proponía de la zona vieja de la ciudad, que sabían que podía traer problemas con los propietarios, prefiriendo planes como el de Garriga y el de Rovira, que eran menos invasores. Igualmente estos planes proponían calles más estrechas, de 10 a 15 metros, lo que implicaba un menor número de expropiaciones. Cerdà había concebido su plan como una nueva ciudad en la que la zona antigua era un apéndice. Rovira en cambio hacía crecer la ciudad a partir de la ya existente. Otra diferencia importante entre el plan de Cerdà y los de Rovira y Garriga era que Cerdà

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trazaba una ciudad uniforme en la que deliberadamente se evitaba marcar geográficamente las jerarquías sociales, mientras que los proyectos de los arquitectos resaltaban estas diferencias. Parece ser que el conflicto que de forma general se establecía en aquella época entre ingenieros y arquitectos tenía también mucho que ver. Los ingenieros estaban asociados a la revolución industrial y, por tanto, a la emergente burguesía, mientras que los arquitectos estaban más ligados a la antigua aristocracia. Cerdà no era tan solo un ingeniero, como ya se ha dicho, si no un humanista que trataba los problemas como una visión de conjunto. Había trazado el plan de ampliación, el proyecto económico y las normas urbanísticas. También se había entrevistado con políticos, industriales e ingenieros para asegurarse de su viabilidad. Además todo el plan partía de sus minuciosos estudios sociales y de la idea de sanear la ciudad como una forma de mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. La higiene era la justificación para la anchura de las avenidas y el tamaño de las manzanas. Igualmente estaba convencido de la importancia que el transporte tendría en el futuro, y así pensó en hacer las esquinas de los edificios en chaflán para facilitar el giro de los vehículos. Cada calle se dividía en dos partes iguales, una para los coches y otra para los peatones. Su concepción estaba basada en el emergente capitalismo, con un concepto de crecimiento ilimitado y ligado al desarrollo de las ciudades. La concepción de los arquitectos, en cambio, no tenía tanto en cuenta los problemas del tráfico y de movilidad, y daba mucho más valor a la monumentalidad. Tampoco la higiene era una prioridad, sino que lo principal era el desarrollo de un concepto de control urbano ligado a la división jerárquica del espacio. También se buscaba reducir en lo posible la expropiación y preservar la propiedad privada. Como consecuencia las calles planificadas eran mucho más estrechas y la reforma de la parte histórica se limitó a lo mínimo. La clase obrera entendió que el ensanche era un desarrollo urbanístico para las clases privilegiadas y un ataque a la vieja ciudad obrera. Cerdà insiste en el Proemio en la necesidad de explicar el plan a la gente, pero a la vista de los resultados finales, tampoco hubiera servido de mucho porque en el fondo tenían una buena parte de razón. Las barricadas se convirtieron en la forma más común de protesta de la clase obrera. Mientras el Ayuntamiento y los arquitectos criticaban la monotonía de su diseño y este les reprochaba su falta de visión social y técnica, un nuevo frente vino a sumarse a la lucha contra el proyecto de Cerdà: el nacionalismo. Los contrarios a Cerdá le acusaron de estar al servicio de Madrid, llegando el Partido Moderado Catalán a calificarle de traidor a Cataluña. Esta opinión se impuso y el plan de Cerdà fue prácticamente olvidado. Como se ha dicho, el Real Decreto de 1860 había llegado a una solución de consenso, mediante la cual se aceptaba el trazado de calles y manzanas de Cerdá pero no su propuesta económica y su ordenanza de edificación. Esta última era crucial en su plan dado que delimitaba las dimensiones de los edificios y la estructura de las manzanas, así como la proporción entre zonas verdes y zonas edificables. Hay que tener en cuenta que ya él había introducido remodelaciones en el Plan de 1859 con respecto al Anteproyecto del 55, con el fin de hacerlo más fácilmente aceptable, como la reducción del ancho de las calles de 35 metros de media a 20 o 30 metros. También sufrieron alteraciones el fondo de las casas y las medidas de los parques y

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jardines. Las propuestas para incluir zonas conducentes a mejorar las condiciones de vida de los obreros y que tenían como finalidad hacer de la ciudad un espacio más igualitario fueron directamente abandonadas. Al mismo tiempo, el valor de los terrenos se incrementó a consecuencia del plan y los propietarios presionaron hasta que se accedió a incrementar la superficie edificable y reducir los jardines interiores. Otra modificación respecto al plan original fue la jerarquización respecto a la distancia al Paseo de Gracia, algo en lo que Cerdà había puesto especial cuidado en evitar. No sólo las concesiones normativas fueron las responsables de la desviación respecto al plan original, si no que los sucesivos gobiernos municipales no hicieron cumplir las ordenanzas de edificación y permitieron una superficie urbanizable muy superior a la prevista, en detrimento de las zonas verdes. Si hubiera sido poco la presión de los conservadores, los propietarios, los nacionalistas y los arquitectos, hay que sumar que la clase obrera residente en la parte vieja de la ciudad consideró la reforma proyectada como una invasión de su espacio por parte de la burguesía. En aquellos años otros países europeos se estaban planteando la remodelación de sus ciudades para adaptarlas a los nuevos tiempos. Uno de los ejemplos más famosos e imitados fue el propuesto por Georges Haussmann para París. Con su reforma, acometida en los años del Segundo Imperio (1852-70) se abrieron grandes avenidas, se dio importancia a las vistas y se facilitó el transporte público, a la vez que se dotó a la ciudad de un moderno sistema de saneamiento. Su remodelación marcó la diferencia entre el Paris medieval y la ciudad moderna. Su reforma tenía varias vertientes. Por una parte estaba la cuestión comercial, facilitando el transporte de mercancías. Por otra el valor estético, unificando el espacio y dándole un aspecto amplio y luminoso, con anchas calles y grandes parques. Por último, y siendo como era un plan inspirado por Napoleón, estaba el aspecto militar, dificultando la anchura de las calles la formación de barricadas. También se ocupó de la iluminación, los teatros y los mercados. Un gran acierto de su proyecto consistió en la conexión de las estaciones de tren, uniendo por primera vez de forma rápida ambos lados de la ciudad. A diferencia del plan de Cerdà, el diseño de París privilegiaba a las clases más adineradas, desplazando a la periferia de la ciudad a los más pobres. Por otra parte, en el plan de Cerdà carecía del gran sentido estético con el que Haussmann vistió su proyecto y que quizás hubiera hecho el plan del catalán más viable. Fue el de París un plan más ambicioso que el de Barcelona, con una gran ventaja a su favor, y es que fue promovido y apoyado desde el poder. 

Bibliografía 

Página Web conmemorativa del Any Cerdà. Acceso: 22/04/2010 http://www.anycerda.org/web/es/any-cerda/biografia Biografía de Ildefons Cerdà. Albert Serratosa. Comisario de la Exposición Cerdà. De la Web de la Universidad de Castilla y La Mancha. Exposición Cerdà. Acceso: 22/04/2010 http://www.uclm.es/cr/caminos/Actividades/Exposiciones/Noticias/cerda2.html 

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" Haussmann, Georges-Eugène, Baron ." Encyclopædia Britannica. Encyclopædia Britannica Online. Encyclopædia Britannica, 2010. Web. 23 Apr. 2010 . " Urban planning ." Encyclopædia Britannica. Encyclopædia Britannica Online. Encyclopædia Britannica, 2010. Web. 23 Apr. 2010 . Constructing a City: The Cerdà Plan for the Extension of Barcelona. Eduardo Aibar and Wiebe E. Bijker Fuente: Science, Technology, & Human Values, Vol. 22, No. 1 (Inverno, 1997), pp. 3-30 Publicado por: Sage Publications, Inc. Stable URL: http://www.jstor.org/stable/689964 Acceso : 22/04/2010 Teoría general de la urbanización. Ildefonso Cerdá. Instituto de Estudios Fiscales. 1968 Material didáctico UOC. Historia I. Andreu Mayayo i Artal. Fundació per a la Universitat Oberta de Catalunya Material didáctico UOC. La consolidación del liberalismo (1833-1874). Josep Maria Pons i Altés. (2009) Barcelona.Fundació per a la Universitat Oberta de Catalunya