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0 Editorial 1 Narrativa 2 Poesía 4 Artículos 3 Haikus Seguimos en camino - Escribas Siglo XXI ¿Qué es el tiempo? - A. González El hombre - A. Luissi Pureza / Ciencia ficción - A. Luissi Éxiles - C. Ordín La encrucijada - D. Devechi Azul - D. Vidal Amarillo - D. Vidal La muerte juega a la muerte - D. Vidal El elástico de oro - G. Velázquez De amores y odios - J. De Souza Sin título - J. De Souza Un dia en la boca - L. Botini Sobre la ola - M. Delia Pando es mi casa - M. Modino El aromo - N. Montero Decisión - N. Devechi Caminando - P. Berois Margarita teje - P. Berois ¿En dónde estás? - T. Samurio La nube violeta - W. Gonzalez Despedida - A. Gonzalez Soy charrúa - A. Gonzalez Playa Achiras - A. Gonzalez Deuda - B. Tripodi Paz Primavera - E. Devechi Enamorada de la luna - E. Devechi Eternamente - E. Devechi El amor - E. Devechi De sol a sol - H. Artigas Amar a cielo abierto - H. Artigas Te vas - J. Giménez Poesía - J. Giménez Por Qué - J. Giménez Creer - J. Giménez Poesía - L. Botini El camino - N. Montero Revivir... - N. Devechi Playa Solís - N. Devechi Espera... miedo. - N. Devechi ¡Éxtasis! - N. Devechi Simplemente amar - N. Devechi Despierta ya - N. Devechi Haikus - M. Modino Haikus - R. Salvarrey Cannabis - Matías Terzaghi El efecto Pigmalión - José Luis Hernández 44 45 45 46 47 47 48 49 50 51 51 52 53 55 56 57 57 58 58 59 60 62 65 5 6 9 11 15 16 17 18 18 20 22 23 25 26 30 32 35 37 38 40 43 43 44 2 Indice Los contenidos de los trabajos son responsabilidad de cada uno de los autores. Teléfono de contacto: 094081667 Revista Ágora. Edición Nro 3 Depósito Legal Nro: 000000

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0 Editorial

1 Narrativa

2 Poesía

4 Artículos

3 Haikus

Seguimos en camino - Escribas Siglo XXI

¿Qué es el tiempo? - A. González El hombre - A. Luissi Pureza / Ciencia ficción - A. Luissi Éxiles - C. OrdínLa encrucijada - D. Devechi Azul - D. Vidal Amarillo - D. Vidal La muerte juega a la muerte - D. Vidal El elástico de oro - G. Velázquez De amores y odios - J. De Souza Sin título - J. De SouzaUn dia en la boca - L. BotiniSobre la ola - M. Delia Pando es mi casa - M. Modino El aromo - N. Montero Decisión - N. Devechi Caminando - P. Berois Margarita teje - P. Berois ¿En dónde estás? - T. Samurio La nube violeta - W. Gonzalez

Despedida - A. Gonzalez Soy charrúa - A. Gonzalez Playa Achiras - A. Gonzalez

Deuda - B. Tripodi Paz Primavera - E. Devechi Enamorada de la luna -E. Devechi Eternamente - E. Devechi El amor - E. DevechiDe sol a sol - H. Artigas Amar a cielo abierto - H. Artigas Te vas - J. Giménez Poesía - J. Giménez Por Qué - J. GiménezCreer - J. Giménez Poesía - L. Botini El camino - N. Montero Revivir... - N. Devechi Playa Solís - N. Devechi Espera... miedo. - N. Devechi ¡Éxtasis! - N. Devechi Simplemente amar - N. DevechiDespierta ya - N. Devechi

Haikus - M. ModinoHaikus - R. Salvarrey

Cannabis - Matías Terzaghi El efecto Pigmalión - José Luis Hernández

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Los contenidos de los trabajos son responsabilidad de cada uno de los autores.

Teléfono de contacto: 094081667

Revista Ágora. Edición Nro 3 Depósito Legal Nro: 000000

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Ágora 3 0 Editorial

Seguimos en caminoÁgora

Creación de "Escribas Siglo XXI" –

Elaborar una idea es fácil, pero llevarla a la práctica y mantenerse en el tiempo conforme a las expectativas, no siempre se logra. Esta es la edición Nº 3 de nuestra revista Ágora, y hoy es posible. Ya es un hecho naturali-zado por todos, con la responsabilidad y el goce que ello significa. En el 2018 lo logramos y hoy estamos en camino para el 2019. Para que esto sea posible fue importante la voluntad y el ejercicio en el trabajo de varios compañeros y técnicos, así, las ediciones de Ágora continúan disponibles para que más personas nos conozcan y se interesen en el proyecto. Es también muy importante el esfuerzo de los avisadores, a quienes agrade-cemos su colaboración.

Este es un año distinto para todos nuestros conciudadanos, con los matices a que nos conduce la contienda electoral en Uruguay. Es un orgullo el país en el que vivimos. Todas las ramas sociales se unen en un mismo árbol y se movilizan defendiendo ideales, mientras se piensa,

se investiga y se trata de elegir el gobierno que le dé la mejor respuesta, según sus criterios o intereses. Por suerte los uruguayos tenemos elec-ciones libres y justas. Por eso el peor error que podemos cometer como ciudadanos es no informarnos sobre la realidad política a la que nos enfrentamos. Tenemos que tener conciencia y pensar que cada uno de nosotros puede definir la vida de un país entero. No nos dejemos llevar por la mentira o la sonrisa, debemos pensar por nosotros mismos, y hacer nuestras propias conclusiones. Eso es ser libre.

No caigamos en la desinformación deliberada. Pensemos en nuestros hijos y nietos. ¡No a la arbitrariedad!. ¿Qué país soñamos para nuestros seres queridos?. No perdamos la dignidad de elegir a conciencia. No dejemos de creer en la política. Por medio de sus valores es que pode-mos lograr lo mejor para el mundo en que vivimos. La humanidad ha evolucionado. Hoy se puede discutir civilizadamente, no es necesario el enfrentamiento, sólo hay que valorar la realidad que cada uno vive, y pensar. No busquemos la guerra, busquemos la paz. Con argumentos y actuando de buena fe, siempre se puede negociar.

Escribas Siglo XXI ha tenido el gusto de visitar varios lugares en Montevideo y Canelones, con actividades para presentar el primer nú- mero de la Revista Ágora.

Hoy además sentimos la alegría de comunicarles que van a encon-trar nombres nuevos en las páginas de este número. Voces distintas que expresan sus sentimientos a través del arte. Son corazones que se prenden al común devenir de una institución humana y respetuosa de todos aquellos que aman lo que hacen.

¡Bienvenidos!Escribas Siglo XXI

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1 Narrativa

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Ágora 3

¿Qué es el tiempo?Araceli González

El tiempo ese que corre por las vías es uno, por las autopistas es otro, el que va por las rutas del espacio al del mar ese si es distinto y el que pasa por la vida de cada ser fluye diferente. El de la naturaleza es perfectamen-te mágico, no hay prisa y todo es...

Entonces ¿qué es el tiempo reflejando en el aquí la ilación de una vida próspera, respirando impaciencias, y nutriéndose de ansiedades?.

Sale cada día en busca de un confort que seguro te darán por tu esfuer-zo la paga de un dinero, una energía que se va quedando cada día como seca en el pavimento laboral.

Corremos bajo el sol por perseguir esa creencia del esfuerzo y de sudor.Así día tras día vas corriendo a diversas cajas de metal, esas que te

transportan como un preso a cumplir otra vez tras las rejas de una socie-dad que te limita, al punto del convencimiento de que hay un futuro y que estará ahí luego de que hayas cumplido gran parte de tu vida entre compromisos y tiempo entregado a los demás. Vas en una irrealidad de-jando parte de tu esencia en los surcos de arena del destino.

Entonces cuando tu reloj anuncie que ha llegado el tiempo para disfru-tar te das cuenta que ya no subes a las cajas de metal para andar las rutas, sino que huele a madera en el que te llevan a donde ya no necesitas el tiempo para ser feliz. Porque habrás regresado a la esencia de tu ser.

El tiempo es la trampa para hacer que no salgamos de una celda donde la ausencia de candados nos muestra una realidad macabra donde nos pintaron el futuro en las paredes y la ausencia de luz te demostrará donde has llegado...

——

1 Narrativa

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1 Narrativa

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Ágora 3

El hombreAna Belén Luissi

–El hombre se encontraba afuera del bar, fumaba un cigarrillo con su

mano temblorosa, veía caer la lluvia, fina, casi invisible. Su rostro se es-condía tras una enorme capucha, similar a la de una cogulla. Vio que una mujer se acercaba con pasos lentos, meneaba sus caderas, las gotas de lluvia recorrían su rostro, los labios y sus curvas se definían bien en un vestido rojo.

La miró atravesar la puerta del bar y en ese instante comprendió que debía luchar por ella. ¿Cuántos lobos feroces se abalanzarían al verla en el bar? Tenía que poseerla, ella era la indicada, lo sabía muy bien.

Tiró el cigarrillo por la mitad, estaba ansioso, pero era un experto en conservar la calma, aun cuando sentía como si un volcán vertiera ríos de lava en su interior.

Buscó a la mujer igual que un lobo hambriento busca a su presa luego de un largo y cruel invierno. La vio sentada en el fondo, contra la pared, un hombre soez le hablaba, pero ella parecía no prestarle atención. Cuan-do los ojos de la dama se cruzaron con los de él, comenzó a caminar len-tamente hacia ella, y sin reparar en la bestia le habló:

—¡Nos vamos! —su voz era ronca, pero muy seductora, la mujer se le-vantó inmediatamente y como en una especie de trance, salieron del bar, doblaron a la derecha y transitaron por una calle de tierra.

—¿A dónde vamos? —preguntó desorientada.—A mi casa —contestó firme.La mujer quería decir que no, quería correr, pero la presencia del hom-

bre era como una nube de opio, haciéndola sentir en duermevela. Hacía un esfuerzo inútil por despertarse, observó al hombre; era alto, llevaba un sobretodo negro, por un momento sintió como si estuviera en una caminata con la muerte.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó con voz suave y calma.El hombre no respondió. Caminaron en silencio, la lluvia había parado.

La mujer cerró sus ojos y el aroma a petricor estremeció su cuerpo, des-

pertándola al fin. Intentó ver el rostro oculto tras la capucha, pero solo alcanzó a ver una nariz puntiaguda que se asomaba entre la oscuridad.

Llegaron a un barrio lúgubre, las casas eran grises y estaban tapadas por el pasto crecido. Cruzaron una plaza desierta, frente a ella vivía el extraño hombre. Abrió el portón de madera y le hizo seña para que pasara, sacó las llaves y abrió la puerta. La mujer entró dubitativa, aún no comprendía porque lo había acompañado hasta allí. Quedó parada en la oscuridad, el hombre dejó las llaves sobre la mesa y encendió la luz. La mujer hizo un paneo, una mesa redonda de madera se encontraba en el centro, contra la pared a la derecha de la puerta un largo sillón de cuero, a la izquierda un librero. La invadió un aroma que le resultaba conocido, cerró sus ojos e inhaló profundamente el amargo aroma a mirra. La mujer se acercó al librero para tomar un libro, pero el hombre le ordenó que se sentara.

Ella obedeció, su respiración comenzó a agitarse, mordía su labio in-ferior, por un momento tuvo miedo ¿qué buscaba en ella aquel extraño ser? El hombre apareció al rato, dejó las tazas de café sobre la mesa y la observó fijamente. Le resultaba elegante y su fragilidad lo excitaba, su cuello era tan delgado que podría quebrarlo sin ningún esfuerzo, su pelo negro y alborotado le daba un aire desfachatado y salvaje. Pero lo que más le atraía era su voz suave, dulce, como el mar en calma. La había visto en una librería hace una semana atrás, desde ese día no pudo dejar de pensar en ella, ahora la tenía frente a él, y su voz se le antojaba como un susurro, como el silbido del viento que entraba por la ventana. Prendió un cigarrillo y le ofreció otro, ella lo tomó de la caja, se lo llevó a la boca y lo encendió con una mueca, sus manos parecían haber sido besadas por la muerte, dejándolas descoloridas, y sus dedos eran largos y delgados como los de un pianista.

—¿Puedes sacarte la capucha? —pidió tímidamente.El hombre sonrió al notarla asustada como una niña cuando un vie-

jo extraño le ofrece un dulce en la calle. Lentamente retiró la capucha y dio a conocer su rostro, a la mujer le brillaron los ojos, aquel ser extraño le pareció particularmente bello, sus ojos eran negros como el carbón y tan profundos como un agujero negro. No podía apartar la mirada de él, su piel era tan blanca y delicada que parecía estar hecho de porcelana.

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Ágora 3

Un mechón de pelo resbalaba por su frente y llegaba hasta la ceja derecha. La tomó de la mano y la llevó al cuarto, ella ya no temía, esperaba ansiosa que él le hiciera todo lo que pasara por su mente.

—Siéntate, ya vuelvo —le dijo al oído.Le fascinaba la autoridad que ejercía sobre ella, nunca había jugado a

ser sumisa, es inefable lo que ella sentía cuando él la miraba fijamente y le daba una orden. Se quitó el vestido y se acostó, observó un dibujo de una mujer en la pared; estaba en ropa interior, su cuerpo estaba remendado y en su cabeza tenía alfileres clavados, su mano derecha sujetaba una tije-ra y la izquierda un globo de helio.

—Te presento a Pezzi di bambola —le dijo emocionado— no te asus-tes porque está remendada, todos en algún momento debemos coser nuestras heridas.

La mujer sonrió.—Eres hermosa —dijo recorriéndole el cuerpo con la mirada —pero

me malinterpretaste.Ella observó que el hombre sostenía un libro en su mano derecha.—Recuéstate, levanta un poco las rodillas y déjame apoyar la cabeza

—la mujer así lo hizo.—¡Léeme! —le ordenó por última vez —ella tomó el libro grande de

letras doradas, lo abrió donde estaba marcado y comenzó a leerlo con voz suave y pausada:

«—Te tengo gran amor por haberme rescatado y mantenido a salvo, pero ahora me has perjudicado amigo, al revelar mi verdadero nombre, echaste así sobre mí el destino del que quería ocultarme. Gwindor, sin embargo, respondió:

—El destino está en ti mismo, no en tu nombre.»--

Pureza Ana Belén Luissi

Me encanta oírte gritar. De miedo, de desesperación. Cierro mis ojos, escucho tus alaridos como la más hermosa melodía. Lentamente desga-rro mis vestiduras, acaricio mi piel mientras escucho tu débil respiración. Sólo queda tu cuerpo pesado, pálido, sin alma.

La hora del baile se ha acabado, me siento y te observo. Pero ya no te encuentro bella, tu encanto ha desaparecido. ¿Dónde está tu pureza? He sido yo el culpable de tan macabro acto. He sido yo el que te arrebató la pureza que te hacía tan irresistible. Debo celebrar tan fascinante acto. Cierro mis ojos y bailo. Alrededor de tu cuerpo vacío, bailo.

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Ciencia ficción Ana Belén Luissi

Esa mañana Henry se despertó con un humor de perro salvaje, todo a su alrededor lo irritaba. Se paró frente al espejo, mientras trataba de encon-trar alguna característica del anterior Henry. Pero de aquel hombre ya no quedaba nada. Se encontró con el reflejo, tenía ojeras y la cara huesuda.

—Buen día Señor, su imagen no se ve bien hoy.—Lo sé espejo —dijo rendido— hoy sólo quiero silencio.La puerta de la habitación se abrió para dar paso a Robótica, su mucama.—Buen día señor —dijo ella con su exagerada simpatía— ¿qué va

a desayunar hoy?.—Nada, voy a caminar un rato; quiero silencio.—En ese caso nadie hablará.La voz de la dama robot, retumbó en la cabeza de Henry, no quería

aceptar que estaba callando a esa triste voz electrónica. Después de todo la apreciaba demasiado. Luego un profundo silencio ficticio hizo eco en

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1 Narrativa

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Ágora 3

sus apabullados oídos.—¡No lo soporto! —gritó.El hombre extrañaba el silencio real del pasado, la atmósfera se había

tornado densa, desde que se mudó al último modelo de casa tecnológica.—Maldita la hora —pensó. Todo ha sido un error, debería llevarme

a Robótica y lanzarme lejos, bien lejos.Cerró los ojos y se sinceró consigo mismo.—A quién engaño, ya no soporto ni siquiera a Robótica.—¿A dónde va? —preguntó la puerta.—A la calle, necesito oxigenarme con el viejo aire del mundo real.—Por eso, por su seguridad, lleve el revólver.—No lo necesito.—No lo dejaré salir si no lo hace —insistió la puerta, Henry respiró

hondo y aceptó.—Está bien.Robótica vino con el arma y con una sonrisa se la alcanzó a Henry.—Cuídese señor, no se olvide que lo quiero —la puerta se abrió.El hombre quedó parado, miró a Robótica; luego el exterior, la calle tan

libre y ajena a aquella casa—Yo también la quiero —contestó mientras salía a la calle.Respiró profundo, inhaló el aire con furia, cerró los ojos y vio una

jornada de dibujo en su casa. Disfrutó mientras caminaba tranquilo por la calle, ninguna máquina sirviéndolo, ninguna máquina que pregunta-ra: «¿Señor está bien?»

No había ningún silencio ficticio, como en su casa; aquellas máquinas hacían el esfuerzo de quedarse quietas, y trataban de crear un silencio imposible, sólo para complacer a Henry. Ellas no dormían, siempre esta-ban expectantes y el hombre escuchaba todo el tiempo el ruido de esos aparatos: RRRRR

Robótica caminaba de un lugar a otro con un plumero en su cola metá-lica. Ya no quería volver allí, pero ¿dónde iría? No tenía un lugar donde ir. Cayeron lágrimas por sus ligeras mejillas; sacó el revólver de la chaqueta y lentamente apuntó a la sien.

—No lo mataré señor.

—Lo sé, revólver —dijo gentilmente desvaneciéndose en la calle.Lloró desconsolado, como un niño. Esta vez no estaba la presencia de Robótica que expresara su nombre

para consolarlo. No estaba su voz diciéndole: «—No llore Señor, los hombres viejos como usted no lloran.»Por un momento se sintió aliviado, podía desahogarse tranquilo, sin

que ninguna máquina lo espiara. Lanzó el revólver con todas sus fuerzas y se incorporó. Recordó un lugar al que recurría antes, cuando era joven, y las cosas tecnológicas aún no estaban al alcance de gente común como él. Corrió lo más rápido que pudo, por primera vez desde hacía mucho tiempo, se sintió vivo y parte del mundo, su corazón quería escapar de su pecho. Henry rió hasta el cansancio al encontrar un estacionamiento igual que aquel parque desolado al que visitaba hace mucho tiempo, luego la risa se convirtió en alarido de dolor. Ya nada era lo mismo y nunca lo sería, vio a aquellos autos ser lavados sin que ningún hombre mantuviera la manguera; hidro-lavaderos, no había nadie en aquel lugar.

Se hizo de noche y Henry seguía con su mirada las mangueras moverse de un lado a otro, manos metálicas que enceraban los autos que luego de estar limpios se conducían solos hasta sus hogares. Se quedó dormido junto a ese espectáculo; soñó con Robótica que cantaba mientras limpiaba y entre los ronquidos de Henry se le podía escuchar:

—Robótica, Robótica.——

Éxiles Chester Ordín

Tenía ropa cómoda, cosa que era fundamental, y estaba en un lugar tranquilo también. Se concentró en sentarse de una forma correcta, la espalda recta sin tensiones, respiración honda y sus hombros relaja-dos. No adoptaba la clásica postura, porque siempre le había parecido que era una forma más bien fantasiosa de hacerlo, él sabía la verdad a la

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Ágora 3

hora de adquirir este beneficio personal. Cerró su atención a las distrac-ciones externas y poco a poco entró en su mente, como quien fluye en un río de pensamientos.

Primero se concentró en sí mismo, mentalmente se analizó en todo su metabolismo físico. ¿Estaba todo en tranquilidad y armonía? Su respira-ción estaba acompasada y podía sentir la madera perfectamente hecha en el suelo, la alfombra aterciopelada donde estaba apoyado y lo acariciaba de una forma alentadora. Sus pies le enviaban una seguridad abrumadora, mientras escalaban sus sensaciones. Su temperatura era adecuada, sentía un leve cosquilleo corporal que acompañaba ciertas incertidumbres que tenía. Poco a poco apagó todas las sensaciones para concentrarse en la distancia, en un camino que se abrió ante él.

A lo lejos en su vía podía ver una bicicleta que andaba en un camino de pedregullo, este era el único sonido que se permitía escuchar. Podía ver que la senda estaba rodeada de césped recién cortado, por lo que dejó que fuera este el olor que lo rodeara. Avanzó con pasos tranquilos, no quería alertar al ciclista, él sabía quién era. Comprendió que aquella persona quería probarlo, pero él aceptó sus enseñanzas en vida y ahora aceptaba sus pensamientos. El ciclista se convirtió en un fénix que se apoyó en la copa de un árbol, mientras el césped se transformó en un campo multi-color, con una variedad de flora intensa y exquisita. El árbol era el rey de ese terreno.Acarició las flores, danzaban sus manos con la brisa, sentía todas y cada una de las sensaciones nerviosas enviadas a su cerebro. Mientras caminó comprendía absurdamente que el fénix no quemaba el árbol; el ave era fuego en su estado más puro y el árbol, a fin de cuentas, madera. Descartó el pensamiento, ya que el mundo comenzó trémula-mente a desaparecer debido a esto. El fénix le quería dar un mensaje, era el heraldo de su propia mente.

—¿Sabes por qué estoy aquí? —le preguntó el ave con voz suave y feme-nina, que lo hizo sonreír.

—¿Es para decirme qué es ser fuerte? —respondió con una pregunta en tanto notó una leve sonrisa imposible de crear en otro plano en el fénix.

—Es para que tú me des esa respuesta.—Yo… —comenzó con cierta inseguridad, no movía su boca. Todo el

dialogo que había mostrado con el ave hasta ahora era mental —no lo sé.—¿Y tienes que saber todas las respuestas?—La verdad que no, pero, esta respuesta sí que la quiero saber.—¿Tal vez buscas en el lugar equivocado?Miró al fénix, seguía parado firme en un árbol que se comenzaba a

trasformar en un trono de lava, a su alrededor todo se transformaba en un volcán gigante hecho solo por el magma de una dimensión que no estaba allí en ese lugar físico, sino en su propia mente. El volcán era una imagen violenta que a él le daba tranquilidad, esa era su casa, el fénix o en este caso la fénix se apoyaba en su trono.

—El poder no es fuerza —se animó a decir y nuevamente el ave sonrió.—Lo sé. Pero es un comienzo, ¿no crees?Comienzo o no, allí estaba. El lugar donde había comenzado todo. En

sus recuerdos se podía ver de niño cuando entraba ahí, en su lugar seguro. Miles de archivadores que tenían documentos reprimidos de un pasado que aceptaba, porque lo había vivido. Existió un muchacho que durante años acosaba a una niña de unos nueve años, a esta niña la habían dado en adopción porque sus padres se fueron del país y querían empezar de cero. Recordaba a sus compañeros y amigos, como poco a poco se alejaba de todos los lugares donde quisieron enseñarle el orden racional de las cosas, porque en los orfanatos la vida era una jungla. Él había sido fuerte, al menos eso quería creer. Se impuso como una espada flameante ante todos los delirios de grandeza de los chicos y descargaba la impotencia de una infancia destruida sin tener ninguna culpa. Había sido cruel, como todo niño, muchas veces sobrepasó la línea de lo moral respecto a aquellos abusadores. Aunque muchos de sus compañeros de los diversos orfanatos no querían reconocer, mucho le debían a la intrepidez de él.

El orfanato de lava desapareció en sus ojos y se encontró en un mar lechoso con una sensación de endorfina inexplicable. Alrededor suyo solo existía la nada como tal, no había sonidos y estaba ciego, no existía el aire y no había ningún contacto. Pero, él sentía las hormonas de su cuerpo responder a una sensación de felicidad que ya no le era esqui-va. ¿Había sido fuerte en ese momento? El calor del fénix le rodeó como una nave y lo trasladó en sus recuerdos, ayudándolo a juzgar estos como

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Ágora 3

buenos o malos.Al final del trayecto, había vuelto al árbol, donde cada hoja era un rostro

de su pasado; alguien que para bien o para mal le había ayudado a llegar a donde estaba. El fénix asumió el rostro de una mujer que ya conocía, de cabellera roja y mirada penetrante a la vez que seductora. El ciclista se convirtió en su viejo entrenador, con una mirada preocupada pero firme. Podía ver en las hojas los rostros más recientes, gente que no había estado allí y se veía brillar con una intensidad tranquilizadora. Miró a todos a los ojos durante unos segundos antes de posar los ojos en el fénix.

—Tal vez no sepas lo que es la fuerza —él asintió a lo que decía el fénix— pero desde luego comprendes el resultado de la experiencia.

—Todo lo que está aquí me ha ayudado a ser lo que soy.—Es un problema que tienes —dijo el ave admirando como el Ser se

sorprendía— Sabes que te ha ayudado, pero crees que siempre se trata de ti. Esto que vez aquí, lo debes llevar a donde sea que vayas. A fin de cuentas, es lo que eres.

Abrió los ojos y estaba de nuevo en el dormitorio. Era un lugar aislado y virgen, no tenía un mueble por ningún lado y las paredes metálicas daban un aspecto de espejo espeluznante, luego de salir de la meditación. Al girar su vista vio el rostro del fénix mirándolo con preocupación, pero este rostro tenía un cuerpo ahora. Era la mujer que amaba, la persona con la que había decidido compartir su misión de vida.

—¿Estás bien Cyd? —le preguntó preocupada— nunca te había visto murmurar durante una meditación.

Cyd recordó entonces todo lo que había visto, como su entrenador lo había llevado al árbol de la vida, donde la mujer que tenía al lado se había transformado en su aura y como las hojas de su árbol eran las personas que lo habían formado. Personas que había matado y personas que había salvado, todos allí mirándole.

—Sí, estoy bien. Estoy listo —dijo levantándose mientras ella le seguía con cierta incertidumbre. Era la primera vez que lo veía mostrar una seguridad tan abrumadora, lo que le inspiraba cierta calma. ¿Habrá descubierto la respuesta a su pregunta? Se indagó mientras cerraban la puerta de la sala de meditación para enfrentar un nuevo mañana.

La encrucijadaDaniel Devechi

La noche se ha impuesto oscura, negra, misteriosa, dando rienda suelta a las pesadillas y demonios. Camino por el sendero de piedra, bordeado de palmeras que parecen columnas majestuosas, altísimas, y además ob-servan mis movimientos y mis pensamientos.

De pronto, al salir de una curva, casi me doy de bruces con ella. Es flaca y alta, el cabello negrísimo, resalta su palidez, sus ojos son dos brasas ardientes que me taladran el alma. ¿Será real o simplemente una ilusión? Tal vez otra alma en pena deambulando como la mía. No lo sé.

Quedo petrificado, mi corazón presagia algo funesto. Se acerca despa-cio, sin prisa. Intento hablarle, las palabras se entrechocan en mi boca, balbuceo:

—Hola ¿quién sos? ¿te conozco?. Ella me contesta con voz de ultratumba: —¡Tu tiempo ha expirado, vengo por ti!Cuando logro reponerme de la sorpresa, mi mente trata de asimilar sus

palabras, y le contesto:—¿Estas segura? Aun soy joven, apenas tengo veinte años.—¡Si! Me responde.—Debe ser un error —retruco.No contesta, sus ojos se incendian al instante. Tantas veces habrá escu-

chado esta suplica.Mis hombros y espalda se encorvan, trato de resignarme. Nunca más

veré a mis amigos ni a mis amores.—¡Vamos! —le contesto— es inútil salir de este laberinto —y muy lento

sigo sus pasos.¡Maldita muerte!

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Ágora 3

AzulDiego Vidal

Acaso Gregorio no supo cómo terminaría, de seguro no preparó su cuerpo para recibir su nuevo estado. Sería una culpa más que expiar, el designio de un dios intransigente y mortal en medio de su fracasada crea-ción. Sin duda ese dios tiene el resentimiento del fracaso o si no, la furia del desamor. Cuando le habló a Gregorio, le explicó: “Esta noche desapa-recerás, tu cuerpo ya no será tuyo, tus movimientos serán incontrolables, tu debilidad mostrará al resto que aún puede ser peor, comerás basura que otro ganó sin sudor alguno, y ni siquiera tendrás frente. Te conde-no al estado más indigno; serás Hombre.” Algunos dicen que Gregorio soñaba, y que cuando lo vieron al otro día estaba igual que siempre, otros no le creyeron que dios le haya hablado porque Gregorio era medio sordo y nadie creyó que dios perdiera el tiempo así, habiendo tanta gente para condenar. Otros replicaron a éstos que Abraham también era sordo y que igual escuchó y obedeció, hay quienes aseguran que Gregorio se hizo el vivo y no quería levantarse.

Él tuvo que ser lo que otro quiso que fuera, allí la tragedia es más que sabida; hay poco dios para tanta gente.

Acaso a veces seamos un tanto Gregorios, debemos levantarnos ano-dinos, lúgubres y lánguidos y ser para otros. ¿Y si un día gritáramos a la cara de los otros que no queremos seguir siendo el apéndice? Absurdo, al hombre parecen gustarle las cadenas, son pesadas pero seguras; pensar es una tarea difícil y responsable. Ser libres es ser cada uno, enfrentarse a su miseria y rebuscar en la basura el poco de humanidad azul que quede.

——

AmarilloDiego Vidal

Cuando era chico, en mi casa había un canario pequeño y amarillo, suave, con ojos inquietos y zumbantes, en una jaula. De chico todavía no era este no-yo, era yo, un yo que se forjaba entre el aburrimiento y la imaginación, entre los juegos clandestinos y la escuela.

Un día fui al cuarto de lavar, allí estaba colgada la jaula sobre la pileta blanca. Era pequeña y estaba llena de mierda, recuerdo que me pareció más triste de lo que pensé en un principio. Unos días antes estuve vigilán-dolo, lo veía cantar por la mañana cuando el sol calentaba, pero a medida que pasaba el día su trino se iba apagando y él saltaba continuamente, automáticamente en las barritas en que se posaba por unos instantes. El olor que despedía ya no me causa tanto asco, ahora es olor a memoria.

Esa tarde arrastré el taburete hasta debajo de la jaula y decidido, mi-rando la cabeza pálida, amarillenta, quité la traba de la puerta. En mi interior sabía que a mis hermanos no les iba a gustar, que me rezonga-rían y hasta golpearían, pero no sé, el impulso a la libertad fue mucho más fuerte, aunque no tanto como para vencer la culpa. Entonces abrí el cerrojo y salí corriendo sin mirar atrás. El pájaro no se movió, desde atrás de la columna del zaguán observé. El pájaro continuaba saltando en las ramas de mentira, viviendo su naturaleza de mentira, aleteando y esparciendo excrementos. Dicen que los pájaros encerrados pierden su instinto y ya no vuelan… tal vez el amarillo solo sintió lástima de mí.

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Ágora 3

La muerte juega a la muerteDiego Vidal

Cuentan los que ya han muerto, que cuando Romeo fue a buscar a su Julieta, la muerte lo vigilaba tímidamente. El joven vio a su amada muerta, o dormida según los espíritus más racionales, y su vida se trans-formó en infierno, pero Julieta solo jugaba a la muerte.

El veneno era juego de veneno y su muerte era simulacro. Entonces Romeo, como cualquier espíritu infeliz enamorado y desesperado, tomó de la botella en que su amada había intentado ahogar su desgracia y cayó sobre ella, pensando acompañarla por siempre. Pero el destino tenía es-crita otra página para ellos, el tarrito no contenía veneno, como todos sabemos, sino licor de muerte y sueño y Romeo durmió pensando morir. Entonces Julieta despertó y vio a su amado muerto y volvió a tomar del frasquito enigmático y volvió a dormir, ahora sí pensando concluir su deseo de muerte. Pero la muerte decidió jugar a la muerte y mientras los miraba dormir y despertar continuamente, reía divertida y miraba an-siosa el espectáculo que se repetía absurdamente una y otra vez.

Cuentan que sin querer, en un ataque de risa, la muerte pateó el verda-dero recipiente del veneno acercándolo, Romeo tomó y Julieta besó y la muerte lloró de aburrimiento y tristeza para siempre.

——

El elástico de oroGerardo Velázquez

Romero Fernández caminó hacia el muro con los hombros caídos, abatido ya sus sueños y esperanzas. En el preámbulo dantesco de lo que le esperaba en su corto futuro, tenía ante sí las huellas del destino de los que le precedieron. El muro de bloques sin revocar había visto morir de-masiados sueños, y aquellos sueños vislumbraban como estampas con

forma propia; las formas se abrían paso entre los sesos de los soldados que se habían adherido a la pared, creando mapas irreconocibles, entre-lazándose unos con otros. Un tejido que se superpone entre sí, como las historias de cada uno de ellos.

Romero se dio la vuelta y miró hacia delante, con la frente en alto.El general ordenó:—¡Preparen sus armas!Los soldados quitaron el seguro con eficacia profesional.Romero Fernández se había despojado de todo concepto vital; no

sentía el sudor que corría por debajo de su uniforme. Los motores de los camiones que transportaban prisioneros se convirtió en un zumbido que no supo distinguir. Sólo notaba el bombeo regular de su corazón, que ya no le pertenecía. Ni siquiera fue capaz de saber cuánto tardó en llegar a aquel muro que oficiaba de pared de fusilamiento.

Ya era demasiado tarde para convertirse en pájaro y volar sobre el at-lántico en una nave militar.

Como una imagen virtual proyectada en su mente, Roberto recordó aquel instante en el que la idea de niño se transformó en una meta de adulto. Quiso ser escritor y aeronáutico. El problema era que los psicó-logos de la escuela militar no concebían dos oficios tan contradictorios. Roberto intentó explicarles que Saint Exuperry lo había logrado, pero no oyeron ningún tipo de argumento, y no pudo avanzar con sus estudios como aeronáutico.

Sin embargo, ahora lo había logrado. Caminó hacia la pista y se subió a la nave. Se sintió como un niño observando todos aquellos controles y palancas. Más allá del parabrisas del avión, se abría todo el horizonte para él. La mañana era tan espléndida que parecía haberse hecho para su propio placer. La visibilidad era completa, la bóveda azul lo rodeaba implacable por todos lados.

Comenzó a acelerar y sintió la velocidad aumentando bajo él como un ave tomando vuelo. Dejó la escuela aeronáutica detrás, al igual que sus seres queridos, sus autores favoritos, su angustia y sus placeres. Todo quedó atrás cuando las ruedas se despegaron del suelo. Sintió un éxtasis inesperado, y la verdad de lo que pudo ser se convirtió en una experiencia

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sensorial casi tangible. Sobrevoló los cerros más altos, las montañas de Chile y el gran cañón. El desierto del Sahara y las selvas interminables de Brasil. Sobrevoló el tan imaginado Atlántico, y vio como la sombra de la nave se proyectaba en las aguas. Recorrió la gran muralla China y lo que queda del muro de Berlín. Detuvo la vista un momento en el museo de la guerra de Vietnam, y luego hacia el monumento a Lenin en la plaza de San Petesburgo.

Logró transcribir mentalmente aquella experiencia tan gratificante. Tal vez los filósofos nunca se pusieran de acuerdo en cómo definir el tiempo, porque solo alguien que está a punto de morir es totalmente dueño de él. Con una gran sonrisa en los labios, abrió los ojos, y el soldado disparó.

——

De amores y odiosJohn De Souza

Ella tenía una sonrisa encantadora, de esas que cautivan hasta al más frívolo. Y unos ojos verdes que le daban un toque picaresco a su angelado rostro. Pero definitivamente sus piernas me enamoraron o por lo menos me obsesionaron hasta tenerlas abrazando mi cintura.

Poco me importó que fuera una de las novias de mi padre; bha… de aquel hombre que me dio su apellido casi por causas mayores. Recuerdo la primera vez que la vi, tambaleaba en esos tacones; juro que eran iguales a los que mi padre le compró a mercaderes judíos para su cadena de zapa-terías. No tuvo más que unas pocas ventas. Una mala inversión argumen-taba con una expresión arbitraria, nada decepcionante a su modo de ver.

En fin, llegaron a casa y la presentó como su novia en sociedad, a toda esa jauría de mediocres que decían ser sus amigos y familia reunidos solo con el fin de un buen banquete de domingo y elegantes vinos importados.

Se acariciaron tímidamente y con una expresión en su rostro algo pa-recida a cuando compró su último auto, mi padre se acercó a mí y con un tono burlón dijo:

—Tu nueva mamá hijo, último modelito. Yo me sonrojé y asentí con la cabeza, me paré de la silla y besé su mejilla

muy suavemente, clave mis ojos en su escote mientras escuchaba los co-mentarios patibularios de mis dos tías.

—Octavio Bettini, un gusto y bienvenida a la familia —le dije con una sonrisa en el rostro.

—Voy por unas copas —dijo mi padre y se retiró hacia la bodega. Luego de unos pocos segundos de silencio y casi como una alarma me respondió con una tímida sonrisa:

—¡Perdón! Casi me olvido… mi nombre es Renata.Desde ese momento descreí rotundamente todo acerca de esos dos

amados que unos meses después se casarían. No olvido su cara de espan- tada el día de su cumpleaños número veintiseis cuando mi padre le ofre-ció matrimonio. Quince minutos antes habíamos hecho el amor en el garaje, su pulso seguía agitado y aún así sin titubear su respuesta fue muy determinada. . . —¡Si, quiero!

Parecían estar confabulados el uno con el otro para mentirse en la cara; él solo quería tener un hembrón apenas tres años más grandes que su hijo y ella una tarjeta de crédito ilimitada, viajes y lujos. ¿Cómo no lo vi antes? Era tan obvio. Ella hacía oídos sordos a lo que comentaban de mi padre y simulaba estar perdida entre dos amores y yo deseando más que nada en el mundo la ruptura de esa gran farsa que recién ahora puedo ver con claridad. Ese día le rogué a Dios que todo haya sido un mal entendido y que ella no se case con él, que viviríamos juntos.

El amor y la juventud te vuelven un hombre irreverente y te impulsa a hacer locuras sorprendentes como las que se me ocurrieron aquella vez. Luego de ese gran circo y después de reprocharle su sí en una intensa discusión en el altillo, terminamos en una batalla cuerpo a cuerpo, a lo caníbal, armados de lujuria, de esas que te dejan las piernas temblando y una sonrisa pintada en el rostro.

No pude hacer otra cosa que creer nuevamente en esos entrenados y mentirosos ojos verdes. Así que solo dejé que sucediera; prometimos estar juntos hasta el casamiento. Y así la esperé cada atardecer en el altillo con la misma botella de Champagne. Hasta ese doce de septiembre, día

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en el que me ofrecí a llevarla en el auto hasta la iglesia. La vi bajar vestida de blanco y entre mis pensamientos atribulados se me ocurrió llevarla a cualquier lugar menos al altar. El viaje fue tortuoso para los dos. Llega-mos a la puerta, nos miramos, la besé y la escuché sollozar.

—Se te saldrá el maquillaje, es una lástima, te ves muy hermosa —le dije, ella respiró hondo, se miró al espejo, abrió la puerta y me dijo: —¿Vamos?

—¡No! —respondí por inercia— yo me quedo.La vi entrar e iniciaron la ceremonia. Tan armónicos se los veía… Así

que decidí irme muy lejos. Nunca más la volví a ver. No sé si la deje ir, ella me dejo ir a mi o simplemente fue lo mejor para ambos.

——

Sin títuloJohn De Souza

No fue fácil la metamorfosis. De mi promiscua sinceridad brutal a la cursilería embriagadora de observarla en silencio; así sin matices, con la inmediatez de una sonrisa y la velocidad de una mirada que cuesta descifrar. Algo late, y distinto, tanto que asusta un poco. Confieso que la perplejidad del asunto me dejo sin estrategia en más de una ocasión.

Una vez escuché "para enamorarla hay que hacerla sonreír…", el proble-ma es que cuando ella sonríe me enamoro yo; y a sabiendas que la mujer es un ser innatamente hermoso sin talles ni arrugas que las limiten he aprendido a amarlas, aunque fugazmente y hasta en su simpleza. En ese feedback inmediato de dos personas que se miran, saben lo que quieren, lo hacen y sueltan el asunto. ¿Soltar será la palabra?... ¿Cómo puedo soltar algo en lo que pienso más de lo normal? Si me encandilo al punto de no encontrar algo más bello que ver.

Sin falsa modestia puedo decir que he tenido mujeres muy hermosas entre mis brazos y nunca nada me atrapó lo suficiente como para abortar mi vuelo. No soy ni un ave de paso ni un simple picaflor, tampoco Juan

Salvador Gaviota, y si en algún momento vi oportunidades de trascen-der preferí seguir en la caza y en la pesca. Aunque ahora me encuentre cuan Gorrión embalsamado mirando hacia el acantilado, sin poder cha-potear ni beber de esas aguas. Solo contemplando la belleza de un paisaje al que hasta el momento no pertenezco, sin fuerzas en mis alas para tomar vuelo y salir de esa dulce tortura. Obnubilado por ese etéreo atardecer. O dicho de un modo más gráfico como me gusta a mí, mirando un tremen-do camión con doble zorra y acoplado que no he podido manejar.

Un rostro con hermosas pecas que no he podido acariciar con la tibieza de un amor, la pasión de un amante y la suavidad de una pluma.

En fin, solo respiro hondo y sigo con mi rutina de mirarla con asom-brosa simbiosis, aunque mi memoria selectiva me juegue en contra y re-cuerde cada uno de sus besos con la precisión del momento exacto.

Me asombra en el caballero en el que me convertí, y del extremo respeto que le tengo, al punto de controlar mis impulsos como el de tomarla fuer-temente y darle un beso de esos que no se olvidan jamás y erizan la piel de solo recordarlo. Terco soy, odio rendirme, así que voy saltando una a una las piedras que se me pongan al frente. Porque el peor arrepentimiento siempre es el de las cosas que no se hacen además, no está muerto quien pelea… y así podría seguir con innumerables frases hechas, pero lo real es que solo hago lo que me nace mientras miro esos ojitos…

——

Un dia en la bocaLuisa Botini

Aquella mañana los sauces se movían con el viento, la sombra se di-bujaba poco a poco en el suelo mojado. El Río de la Plata se despertó caudaloso después de la tormenta y marchaba veloz corriente abajo para desembocar en el arroyo Cufré.

Los pescadores se reúnen en bulliciosas conversaciones, deliberan cómo sacar un bote encallado en la Boca del Cufré. Uno de los hombres

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maneja un tractor donde ha sido colocada una gruesa cuerda para cinchar la embarcación. De pronto oímos la voz de un niño que correteaba por las calles que rodean el parque del puertito, así lo llaman los lugareños. El padre sale a su alcance y con un grito grotesco detiene los apresurados pasitos que iban en dirección a la difícil maniobra.

Un perro ladra, mueve la cola y mientras acompaña la concurrida escena. Se acerca al niño quien con su manito pequeña acaricia al in-quieto can. Entre nuestro ir y venir, seguíamos todos los detalles desde el fogón humeante, prontos para hincar el diente. Mientras el sol aflojaba sus rayos, se levantaba una brisa juguetona que invitaba a cerrar los ojos. Sobre un banco de troncos me acosté, observé el cielo como cuando era niña e imaginé tantos animales, monstruos y miles de figuras escon- didas entre las nubes.

Pasados unos veinte minutos, la brisa se volvía amenazadora. Los sauces remolineaban sus melenas tupidas, de un verde frenético, hasta que se detuvo el viento. Aquellos hombres gritaban, corrían, silbaban, cantaban y mostraban todas las manifestaciones de alegría que hacen a un ser feliz en este mundo.

Me senté de un tirón, coloqué mis rodillas sobre el banco y traté de ver qué sucedía, era evidente que pudieron rescatar al Romulito II. Bolsas de diferentes colores eran los banderines que decoraban la embarcación. Los dueños tiraban con sus dorsos desnudos de la cuerda. Podíamos deducir que todos eran los propietarios de aquel tesoro, sustento de sus vidas.

Al cabo de dos horas un nuevo silencio encalló la tarde, sin embargo la Boca sigue alimentando su apetito insaciable. Dos muchachos lugareños se aparecieron de la nada, no los vi llegar, de un salto se tiraron al agua. Disfrutaban habitualmente de ese placer de la destreza en el agua. Pasa-ron desapercibidos entre una pareja y sus hijos que pretendían pescar y pasar el tiempo con los pequeños.

Pero me atrapó la curiosidad al ver en un rincón escondido un yatecito tapado con una lona blanca y azul, cerca de una casona vieja de fachada antigua. Los pescadores no miraron aquello. Era una burla al destino, flameaba una discreta banderita del club.

Decidí hacer una caminata por las calles del balneario. Trataba de

entender que pasaba con aquel contraste. Fue evidente, a pocas cua-dras había un club muy prolijo con bajada hacia el arroyo que generaba un clima de bienestar. Los yates pintorescos en filas como en exposición. El encargado del lugar me abrió paso a la curiosidad. En un salón había mesas tendidas con manteles blancos y azul claro, sobre ellas copas de vino transparentes, brillantes, prontas para degustar.

Las casitas hermosas, dignas de abrir la boca, otras viejísimas, gasta-das, sufridas. Algunas extrañas, no se sabe si son aposentos o cuevas for-madas de carteles sucios y puertas multicolores. Pero se identificaban a lo lejos aquellas que despuntaban su trayectoria de majestuosidad, elegidas y aclamada por los turistas.

Casi de frente a la playa aparece un camping, refugio de los aventureros capaces de domar al temporal sorpresivo y el apetito, con tortas fritas, sin olvidar el esquicito arroz con atún. Las fogatas, al caer la noche vuelven al ser embrujado y hipnotizado del encanto primitivo. Las pequeñas rondas en torno al fuego se suman como luciérnagas.

Volví al parquecito, me sentía relajada en el lugar, me saque el calzado sentada ya en los troncos, coloqué los píes en el agua mientras hacía mo-vimientos suaves. El dulce murmullo del viento entre las hojas segregaba la nostalgia profunda de un tiempo oculto, de viejos recuerdos ahogados de vidas opuestas y tan cercanas.

La distancia entre ellas. . . sólo tres cuadras separan trabajo y placer. Generosa la Boca del Cufré se abre con gran anchura y devoción del que cae ciego en su gran bocanada.

——

Sobre la olaMaria Delia

En la vida todos somos surfistas. Si pensamos por ejemplo, que noso-tros mismos estamos a veces sobre la cresta de la cumbre, en plenitud, disfrutando del momento placentero, llenos de energía por estar en la

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cima de la ola; pero al deshacerse caemos al lecho del mar, y nos revuelca, nos arrastra entre la arena y quizás algunas piedras. El fondo es un caos, y tratamos de salir otra vez a la superficie y nos volvemos a equilibrar para estar en lo alto nuevamente.

La vida es así, con altos y bajos. En pleno disfrute del momento, y en equilibrio aunque el vaivén de la existencia nos conduce a momentos de tensión por lograr la habilidad de salir de esa incómoda situación.

Este movimiento de las olas nos recuerda el biorritmo científico expre-sado en este ejemplo. Lo importante es saber esta situación, tomar con-ciencia de ella y estar atentos a los cambios que empujan para llevarnos a nuestra propia realización, por resolver problemas y seguir adelante.

Ayer disfrutaba del día soleado, en contacto con amigas, el contento me embargaba; en cambio hoy mi estado de ánimo mañanero cambió al sentirme decaída por el día gris, sin sol. Tengo dos opciones: buscar ser positiva ante la nueva situación o depresiva por lo inesperado del día. Debería avanzar, y perseguir objetivos, proyectos, sin bajar los brazos. Aceptar la realidad para seguir el camino de luz que me he propuesto.

La nubes ocultan el sol y el viento las traslada. Voy a esperar… porque todo es un círculo. . . todo regresa… La vida es un continuo y constante cambio.

——

Pando es mi casaMyriam Modino

Rodeada de las colinas pedregosas de Florida en mis noches de guitarra con los grillos y las ranas asomados al perfume de la inocencia que se hacía carne. La música, brisa del alma y disparador hacia el camino ¿hasta dónde llega? eso no importa. La rebeldía está y la gloria es enfrentar y resistir por llegar al otro. El génesis al amparo y proyección del amor.

Hace más de cuarenta años un grupo de casupeños nos subimos a la caja de un camión y vinimos a demostrar lo que no tiene demostración.

Podría ser muchas cosas, pero tal vez no lo que buscaban. De cualquier forma en lo más íntimo, estaba ese mucho más que nadie oía.

Era la primera vez que llegaba a Pando y sin darme cuenta me enamoré. Caminamos un buen rato para llegar al conservatorio. Cargábamos

los instrumentos en sus fundas como legítimos caracoles. De pronto desde un banco de madera un ser extraño hizo un ademán y se dirigió a mí por mi nombre. La sorpresa no me permitía pensar, y caminé hipno-tizada hacia él.

Entre otras cosas me contó que fue un guerrero de la gesta libertadora.Respiré hondo y miré calle arriba, advertí entonces que mis amigos

ya estaban lejos y no quería perderlos porque no conocía la ciudad, y sin ellos no encontraría el conservatorio. Pero a la vez me di cuenta que no le había preguntado el nombre. Me volví hacia el banco donde habíamos estado conversando y ya no estaba. La calle estaba desierta, los comercios cerrados; era muy temprano en la mañana. Corrí para alcanzar el resto del grupo y uno de mis amigos rió al verme y dijo:

—¿Qué hacías hablando sola en aquel banco? ¿Te atacó el poeta?El sol en la piel se sentía fuerte aunque era muy temprano y el calor

nos envolvía exprimiendo perlas a nuestras frentes jóvenes. En el salón del conservatorio había algún triste ventilador colgado y en la mesa de exámenes había dos de ellos grandes y de pie. La jornada pasó sin sobre-saltos. Todos salimos llevando un sobresaliente. Volvimos a la calle otra vez cargando nuestras cajas de resonancia y el invaluable recuerdo. La música seguía prendida de nosotros como si nuestros dedos temblorosos aun siguieran tocando cuerdas y teclas mientras el alma cantaba. ¿Qué importaba la nota? lo importante era estar ahí y escuchar los aplausos tras el último acorde. Y como si fuera poco aquel hombre misterioso.

Sólo podríamos tener la sombra del mediodía bajo los árboles gigan-tes de la Plaza Constitución, y hasta allí fuimos todos a paso rápido. El busto de Artigas parecía diferente, me acerqué a él y sentí que se iba desvaneciendo; hasta que de pronto sin saber cómo ni de dónde, apareció el personaje gauchesco que sólo yo había visto en la mañana. Levanté la mano para saludar y me correspondió con una sonrisa tiste

—Me permite —dije— no nos presentamos hoy ¿cómo se llama?

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—Mi nombre es Faustino —expresó atentamente estirando su mano fuerte.

—Encantada —contesté.—Tenemos un gran amigo en común —dijo sonriendo.—¿Qué amigo? —dije, y me confesé sorprendida. Volvió a sonreír el

gaucho y dijo:—El tiempo mi amiga, el tiempo.—¿De qué tiempo me habla, de qué tiempo? —Cerré los ojos un segun-

do y cuando los abrí estaba sola en la plaza; dos palomas caminaban cerca de mí picoteando la arena y las migas que los ancianos les tiran algunas veces. Mis amigos ya comenzaban a irse cargando sus instrumentos callados.

Desde aquel día Pando para mí tuvo otro encanto: el misterio.Mi música no llegó demasiado lejos, no le dediqué mucho tiempo. Los

acordes desfallecieron, los dejé caer como hojas de otoño, y me desnudé de música para engendrar poesía. El misterio creció y una voz llegó en forma de verso. Aprendí a amar las letras y a conquistarlas para hacer de ellas la esencia, de lo que creo un lazo invisible en el tiempo.

Hace unos días, después de veinticuatro años de vivir aquí, me senté en un banco de la Plaza a descansar del trajín de todo un día agitado. De pronto muy cerca de mí, bajo un árbol, la presencia de dos hombres vesti-dos de chiripá y poncho abano, me sorprendió. Sostenían muy orondos sus caballos de las riendas. Me detuve a ver lo raro de la situación. Pensé que quizás fueran dos actores desarrollando un espectáculo y me acerqué mirándolos mientras escuchaba su diálogo.

—¿Qué hace por acá don Manuel? ¿Y la familia?—Vine a misa y la patrona está en la carreta.—Yo también, lástima que los muchachos no pudieron venir, andan

tropeando rumbo al Sur.—En mi campo arrancamos mañana.—Está bravo con la indiada —contestó el otro con rostro preocupado.—Con nosotros no, tenemos dos o tres de peones y son mansos y

cumplidores.Me acerqué a ellos, sus caballos se mostraban ansiosos e inquietos, pero

parecían calmarse con mi presencia.—Buen día –dije con temor— ¿son de por acá?—Yo vengo del Sauce.—Yo soy del pago.—Mucho gusto –contesté estrechando sus manos.—Pero usted no es de por aquí –expresó con voz fuerte uno de ellos.—Es raro –me animé a decir— pero ustedes parecen del siglo XVIII

¿son actores?—Mire señora, no le permito, soy un gaucho y vivo en este siglo,

como usted.De pronto un joven con vincha y taparrabos, bronceado, de pelo muy

largo y negro, con un físico privilegiado se apeó junto a nosotros y en un idioma que jamás había oído se acercó a un gaucho y lo saludó.

—¡Por Dios! —dije, y el recién llegado trastabilló. Su caballo sin riendas ni montura, brillaba al sol y escarceaba tímidamente cuando intenté tocar su crin larga y fina.

—¡Charrúa! —dije sin pensar.—Sí —contestó un gaucho— ¿se convenció ahora en qué siglo estamos?—Sabe señora, —dijo uno de los personajes— usted y nosotros tenemos

un amigo en común.—¿Qué amigo? ¿Cuál? si ustedes vivieron hace más de doscientos años.

Por favor ustedes son actores ¿qué están ensayando?—No señora, nuestro amigo en común es el tiempo. Usted sabe de

nosotros, qué hicimos y qué no. Cómo ayudamos a que hoy sea usted lo que es.

—Sí pero ¿cómo se justifica que hoy en el siglo XXI, estén aquí frente a mí en plena Plaza Constitución de Pando?

—Sólo el tiempo está entre usted y nosotros. Pando sigue siendo Pando, la Catedral es la Catedral, y la historia no se puede cambiar.

Después de oír esto me sentí parte de un pasaje de leyenda que no podía sacar del misterio que se desprende de este lugar. Si hasta parece que los árboles son más grandes en el jardín de la plaza, tal como los hibiscos rosa y los amarillos, mientras el sol calienta los baldosines ásperos. La estatua parece más seria que nunca y aquel árbol de las flores blancas; blancas

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inmensas, e inalcanzables como puntos de luz en un círculo verde oscuro.—No recuerdo haber viajado en el tiempo —expresé pensando en voz

alta— debo de estar soñando.Rieron los tres al unísono, dejaron allí sus caballos y salieron rumbo a

la Sagrada Concepción que seguía llamando a misa.Levanté el brazo para acariciar al alazán malacara y ya no estaba, ni su

dueño ni el indio musculoso tampoco.Los jacarandás tienden una alfombra azul sobre los baldosines y la

magia pandense se mueve con su gente en las calles en un siglo XXI acele-rado. Los niños con alegría de vida corren por toda la plaza. Los canteros llenos de hojas caducas; los bancos de madera cargados de lugareños. La luz se descompone en pequeños cristales mientras danza entre los finos chorros del agua de la fuente alrededor de la piedra lisa del obelisco truncado que eleva al bronce. La junta local, con sus puertas abiertas se convierte en la cueva de un hormiguero humano, en un vaivén perma-nente. El tránsito automotriz sólo se detiene frente a la cebra.

Pando, ciudad industrial, ciudad del Rock, ciudad del misterio. ¡Tira la primera piedra si estás libre de amarla después de conocerla! Una pálida ilusión me guía temblando el bolígrafo en las manos, la espalda pegada al banco de tablas. Las campanas redoblan en tarde de bautizos. La historia es la historia que sigue su viaje en el tiempo: desde la inquisición, el amor y la guerra, la muerte y el mundo, el gaucho. . . y la humanidad.

Si bien extraño y amo a mi Florida. . . Pando es mi casa.——

El aromoNair Montero

Cerré los ojos por un momento, y el aroma dulzón se abrió paso hasta mi cerebro cabalgando desde un abismo de recuerdos y fragancias.

El pueblo dormía en esa mañana de domingo. A dos kilómetros antes del pueblo, justo en el mojón indicador del kilómetro 55, estaba —desde

siempre— el Aromo que me había llevado hasta allí.Me fui acercando insolentando con mis pies los macachines rosas y

amarillos, que acompañaban mi prisa con una alfombra de húmeda bienvenida, y haciendo un gesto de silencio a mi acompañante…Queda-mos frente a frente. Sé que me reconoció, porque implorando la ayuda de la brisa, extendió hacia mí sus ramas envejecidas.

Ramas más gruesas y más agrietadas que muchísimo tiempo atrás, pero las mismas que sostenían mi cuerpo y compartían mis pocos años y mis pocas penas felices.

Ésta vez fui yo quien lo abrazó muy fuerte, con mi mejilla y mi boca pegadas a su tronco querido.

Como ofrenda le traía mi hija para que se conociesen.Ansiosa busqué el corazón que grabara una vez, a punta de compás.

Allí estaba con las iniciales casi ilegibles, los bordes más anchos y más os-curos, pero guardando aún, el precioso tesoro de las ilusiones del tiempo pasado. Era su corazón de madera, y el mío de aire, los que se reencon-traban.Resbaló mi mirada desde su base hasta su altura, y en el punto madre del nacimiento de todos sus brazos, divisé el lugar que me servía de improvisado asiento.

Sobrevivía resistiendo los azotes de soles afilados y lluvias devastado-ras, como un trono acéfalo esperando a su reina.

Así me sentía cuando me refugiaba en su fronda, a cubierto de miradas indiscretas y juzgadoras de la niña salvaje y solitaria que trepaba hacia la cima, encaramándose por sus ramas todavía no muy seguras.

Más arriba permanecían apenas visibles, los dos aros que sostenían mi columpio de cadenas.

Su carne vegetal y olorosa, casi rodeaba todo el metal, como el símbolo de una eterna alianza conmigo.

Me esperaba a mí, espiraleando las vivencias desde el centro de los tiempos hasta mi vuelta.

Me dejé caer sobre sus raíces que emergían de la tierra buscando oxíge-no para mantenerse firmes.

Estábamos otra vez juntos esforzándonos por respirar.Una nube cubrió de repente al sol alargando su sombra sobre nosotros.

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La brisa aceleró sus alas hasta transformarse en viento. Los remolinos de polvo aguijoneaban mis ojos.

Después el viento frenó su vuelo, el sol se liberó victorioso de la nube y el tiempo acurrucado junto a nosotros, se volvió infinitamente pequeñito y tibio. Los dos miramos asombrados el milagro: la vida renacía, así como renacía nuevamente su felicidad enterrada por décadas.

¡Unos dedos diminutos, soltaron mi mano y tomaron las muchas cos-tras de su tronco; y se aferraron a sus ramas con joven destreza, aligeran-do su sabia envejecida, para llegar raudas al trono vacío!

Extasiada observé entonces, como le obsequiaba deleitado, una corona de burbujas doradas olvidando completamente que no era el mes de julio para florecer, mientras ahuecaba sus brazos nudosos para sostener a la atrevida intrusa.

Latían sus entrañas mientras filtraba solícito el sol para que no la en-candilase en el ascenso.

El pequeño rostro lozano, sonreía con la misma sonrisa que yo conocía en otro rostro: el mío, y una nueva mirada de amor muy parecida a la mía, reverdecía al viejo Aromo, como antes lo hiciera yo. La inocente aventura se acomodaba nuevamente, reclamando su lugar.

Una nueva historia comenzaba.La reina ha cedido su trono a la princesa.

——

DecisiónNely Devechi

Eli, ha estudiado mucho desde niña, es profesora de matemáticas, inglés y literatura. Corre del liceo al instituto y vuelta al liceo. Comienza su jornada muy temprano en la mañana y termina al anochecer. Bruno su primer y gran amor, alegre, bromista, bonachón. Los primeros siete años de convivencia fueron muy felices, hasta que lo despidieron de su trabajo por reducción de personal. A partir de ahí se volvió alcohólico,

por ende, perdió trabajos, amigos y también a ella. Eli tomó la decisión de cambiar el rumbo de su vida. Fue a trabajar a Tacuarembó; llevaba en la maleta, sueños, anhelos y sus jóvenes 33 años. Tiene una alegría conta-giosa, sonríe, siempre sonríe.

En la ciudad la esperaba Albert, el mayordomo, era alto, enjuto, parco en el habla. Ella saludó y sonrió, pero ni un gesto amable logró de él, frio como un témpano. El auto negro parecía un coche fúnebre, y un escalo-frió recorrió su cuerpo; iban a la estancia La Encrucijada. La casa era de corte señorial, el jardín descuidado, el invernáculo con plantas marchi-tas, tristes. En la casa todo era penumbra, no se corrían las cortinas. Sobre una pared de la sala, el retrato de una mujer hermosa con pelo negro en-rulado, ojos verdes, sonriente, con dos pequeños en su regazo, lucía con mucha luz, por lo que contrastaba en el ambiente.

El cuarto de huéspedes, en el segundo piso, sería el dormitorio de Eli, que conoció a Harris, un chico de 15 años, alto, pelo revuelto, tez pálida, muy callado y tímido. Ella fue su profesora, y lo preparó para ir a estudiar al exterior. A la noche conoció a Edward, padre del chico, de mediana edad, alto, delgado, pelo negro y un rictus amargo en el semblante. Las clases eran de las ocho horas a doce, y de quince a dieciocho horas. A las veinte horas se servía la cena en la casa. En la mesa no se intercambiaban muchas palabras, y se oía solo el ruido de los cubiertos. En los interva-los de clases Eli recorría los alrededores. A la mañana se despertó con el canto de los pájaros.

Un día caminaba por el sendero que llega al arroyo y encontró a Harris. Estaba sobre una roca y tiraba piedras al agua; se hacían grandes círculos. Hablaba y reía desaforado, parecía que hablara con una amiga imagina-ria. Al ver a Eli se sorprendió y escapó. Ella corrió tras él; de repente el hombre se detuvo y le pidió que no contara a nadie que lo vio. Eli se pre-guntaba ¿por qué tanta tristeza? ¿Qué ha pasado allí? La cocinera le contó que hace dos años, Alicia, la hermana melliza de Harris, murió con solo 13 años, ahogada en el arroyo. Muy raro fue porque ella sabía nadar, era la niña del cuadro, uno de los grandes misterios de la casa. La madre cayó en una gran depresión, le recetaron varios medicamentos, lloraba, gritaba, vivía encerrada en su dormitorio y Harris no compensaba ese gran vacío.

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Las discusiones eran continuas entre sus padres, ella desvariaba, recorría por la casa y llamaba a su hija, hace nueve meses al mediodía la encontra-ron muerta en su dormitorio con una sobredosis de medicamentos. Un manto de tristeza se cernió sobre la casa. Edward se volvió taciturno, y se encerró en sí mismo. Harris deambulaba solo por la estancia.

Eli en su tiempo libre, los fines de semana, arreglaba el invernáculo y el jardín con la ayuda del peón Félix, y a los dos meses todo florecía. A la mañana se corrían las cortinas y llegaba la luz a la casa. Harris con la ayuda de ella se sacaba las ropas negras por otras más coloridas y pau-latinamente se volvía más alegre. El padre ensimismado, más parco, siempre distante, solo un buenos días, gracias, buenas noches, nunca sonreía; vivía solo para el trabajo en La Estancia y en La Funeraria de su propiedad. Cada quince días, los viernes, después de la cena padre e hijo, desaparecían hasta el otro día. Qué raro dónde irían, ellos en la casa apenas cruzaban palabras. Una noche después de la cena, Eli desde su dormitorio a través de la ventana, admiraba el anochecer. Resplandecían las estrellas, una luna anaranjada coronaba el cielo. Se oía el crujir de las hojas, el canto de los grillos, los bichitos de luz alumbraban a los lejos, era principio de otoño, y una suave brisa acariciaba el lugar. De repente los perros comenzaron a aullar, era electrizante. Eli recordó que ese día era la fecha de la muerte de madre e hija y vio al padre y al hijo salir de la casa; entonces por curiosidad decide seguirlos. Ella nunca había tomado por ese camino. Caminaron por media hora y entraron a una zona cercada, con un cartel que decía, prohibido pasar. Eli estaba agitada, los hombres caminaban muy rápido. Escondida entre una arboleda había una casa de piedra con ventanas de madera y cortinas negras. ¿Qué secretos guarda-ba esa casa? Se prendieron las luces y comenzó a sentirse una música lú-gubre y triste y al rato más agradable. Eli buscaba una rendija para ver qué ocurría. Lo que vio la dejó sorprendida; en un gran salón vió personas embalsamadas, diez mujeres y dos hombres. A la entrada cuatro ancia-nos, cada uno sentado en un sofá, uno leyendo el diario, el otro hablaba con dos ancianas, una de ellas bordaba y la otra hacía crochet. Eli pensaba en la cantidad de manteles y sábanas bordadas y hermosas carpetas en las mesas, aparadores de la casa y también en las habitaciones. Vio dos cria-

das sirviendo el té a los ancianos. Al fondo del salón, la mujer del cuadro estaba sentada con un vestido rojo escotado, pelo enrulado que le caía hasta los hombros, con una gran sonrisa que parecía una mueca. Edward le hablaba fuerte, después sonreía y acariciaba su cabello, le hablaba tier-namente al oído. Apoyaba la cabeza en su regazo y lloraba desconsolado, cual niño que ríe, llora y pide perdón. El hijo hablaba y jugaba con su hermana querida y reía, con una risa histérica; y al rato parecía que todo cobraba vida. Alguien tocó el hombro de Eli, un escalofrío recorrió su cuerpo, de la cabeza a los pies, temblaba, y no pudo articular palabra. Era el mayordomo, quien le decía: si decide irse, con una buena paga, esto nunca ocurrió, pero si se queda, tenga en cuenta que aquí, en La Encruci-jada, las mujeres mueren jóvenes. Debe ahora tomar la decisión...

——

CaminandoPerla Berois

Salgo a caminar, por la cintura cósmica del Sur…dice la Negra Sosa. Sin rumbo fijo ni demasiada expectativa, voy colocando un pie delante del otro, las manos en los bolsillos.

En el pavimento aparece otra figura unida a la mía.¿Persiguiéndome? ¿Controlándome? Puede ser, pero disfruto de ella. Se estira, se alarga, de pronto se ensan-

cha, como los espejos cóncavos y convexos de Villa Dolores. ¿Será que aún se llama así el zoológico de Montevideo?

Volvamos a la figura. Me gustaría que fuese mi amiga, corro tras ella y en mi rodada, se aplasta a mi lado. Se burla, no me hace gracia y ahora... ha desaparecido. Me perturba, paso de temperatura helada extrema, a un calor sofocante. Respiro profundo y miro el cielo, qué desilusión, está plomizo, lo imaginé azul. Bueno... A otra cosa.

Ahora vamos a paso de soldado. Un pie delante del otro, menos mal que son mudos, porque si hablaran, tendría que deshacerme de ellos, en-

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terrarlos... pero no me imagino de zapatos vacíos… ya los he pillado que miraban hacia arriba, y cuchicheaban entre mi pollera floreada.

—¡Que muslos flacos! ¡qué rodillas huesudas! se ha olvidado de depi-larse. tendré que tomar una actitud coherente, tiene razón mi vecina, voy a quedar esquizofrénica, estos bolsillos son muy pequeños ¡ah!... o será que mis manos son muy grandes...de todas maneras ¡quiero mis manos libres! La libertad... no había pensado en eso… buenísimo... es algo in-conmensurable… puedo extender los brazos como el Cristo en la cruz. Si me escuchara Borges me dedicaría aunque sea, una sarcástica sonrisa, o no, todo pudiera suceder.

¡Hepa!... ¡casi me atropella ese camión! Oí decir que por aquí no pasaba nadie… Escucho unas voces con palabras inteligibles, deben ser los insul-tos del camionero.

¿Saben una cosa? Me da lástima, él no puede poner un pie delante del otro, sus miembros se parecen a un cuadro de Leger.

Algún día recapacitará y ya convencido, esperará a la orilla del río, que le crezcan alas para emigrar como los cisnes de cuello negro, hasta el arroyo Tropa Vieja.

Hace ya más de dos horas, ni sé bien… que con un pie delante del otro, voy sin pausa alguna y no encuentro a nadie conocido, ni sin conocer. Las pocas personas que transitan por aquí, no me miran, creerán que soy un pájaro o tal vez un Lobizón, porque hoy es viernes, ya no me acordaba.

Bajo los brazos, ya están cansados de estar haciendo la cruz, ahora no sé dónde colocarlos, ahí van, a la deriva, como los pies; uno detrás del otro sin descanso. Las hojas de los álamos ya otoñales danzan al compás de “Las cuatro estaciones” del gran Vivaldi.

Me sentaré a lo largo en este rugoso tronco, para esperar al poeta.Ven… No demores, enamórate de esa margarita silvestre color añil,

no opongas resistencia, prométele vida eterna, ella también se nutre de sueños. Yo sigo amando este tronco rugoso de pino marítimo y me pre-gunto: ¿Cuál será su destino? Porque mi amor solo llega hasta la esquina. Allí, con un pie delante del otro, haré un giro de noventa grados y solo serás el recuerdo de un suspiro.

Jorge Luis se ha marchado con su Margarita al lugar de los cielos perdi-

dos. Y yo aquí, miro como mi adorado tronco es devorado por las hormi-gas locas. Quiero volver atrás, la luna está enredada en mis cabellos, du-plica las sombras, ellas tiemblan ante los estridentes aullidos del “Ultimo lobo de Inglaterra”. ¿Dónde está mi techo y mi alfombra de lanas recién hiladas en la rueca del tiempo?

Mis pies se resisten, otro día observaré mejor esa figura que avanza hacia el horizonte sin mirar atrás. Corro con un pie detrás de otro, para decirle que lo amo, que tiene mi fragancia, que es la figura que siempre he esperado, pero no está, debe haberse ido con los fantasmas del ayer.

——

Margarita tejePerla Berois

Ninguno de los espectadores se preguntó si tejía de verdad o simulaba para engañarlos o tejía y destejía como Penélope. El telón lo corrían dos enanos traviesos y ella ya estaba ahí con su trama comenzada, solo paraba un instante para espantar las ovejas, que al ser muchas, complicaban su trabajo. A veces se quedaba unos minutos para oler sus manos con un fuerte aroma a lanolina que rápidamente cambiaba por suspiros. Ya hace días que salió a juntar Marcela, abril es traicionero y si llueve sus rubios olores se marchitarán para siempre. A su espalda un fuego que escapa de la tierra, allí hierve el agua para teñir con remolacha. El endiablado líqui-do que hace burbujas como fuegos artificiales, entona una canción que se parece a un rezo que clama por la brujería. Decidió eliminar los cientos de colores acumulados en el tiempo y regocijarse entre los vellones blan-cos como los merengues de la tía Inecia. Su cabellera rojiza queda al des-cubierto, se ha resbalado su entretejido de alpaca, y a su negro pañuelo de malla fina, con su mano izquierda, lo coloca en su lugar. Con la derecha no deja de tejer, de vez en cuando suspira y levanta en variados movimientos su tejido largo, algo lo envuelve, lo pisa, le topa sus rodillas, nada la impa-cienta. Cada oveja tiene su color, en su textura y en su calor de madre o de

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hija. En su rumiar, ella sabe que es negra, la reina del mugido secreto, es el momento del abrazo, su cara se hunde en el más allá de los recuerdos, es el instante que anuncia el cambio, la evolución, aunque duela y fatigue la esperanza de la transformación, en el aire también soplan los vientos en que flotan los milagros. La renegrida oveja sabe que la mujer de su lana sin soles y sin lunas, pierde la cuenta de los días, por eso está allí como una estrella que hace años luz que dejó su estela de brillo que anuncia, un año más para su esquila. Los enanitos corren el telón, pocos percibieron el milagro entretenido en el sainete, en contar quién vino y quién no, en comentar los pareceres y pelearse con el chocolatinero. No han visto que el tejido que antes fuera hecho a dos agujas es ahora con una aguja sola de ganchillo, que crece y crece por debajo del telón, que se abre solo sin ayuda de los enanitos, que ya tienen el tamaño de un guijarro. Margarita ya no tiene su pañoleta y su pelo deslumbra como un atardecer, su oveja de año nuevo, solo tiene la mitad de su lana que es ahora blanca como el vestido de Margarita, con cuello de encaje de Bruselas, mangas abullona-das de Ñandutí, corselete de encaje de Brujas, falda de encaje de Bolillos, volados de miñardí. La ovejita ahora blanca y diminuta gira para ayudar al Uso que baila entre los ágiles dedos de la tejedora que nadie mira, pero los actores han tenido que actuar en un rinconcito. Todo el escenario es ya ocupado por el blanco vestido de la tejedora, que no corta el hilo, sino que prendida a él como guía, busca otro escenario, para dentro de un año, vivir un milagro nuevo, aunque nunca pueda verlo.

——

¿En dónde estás?Teresa Samurio

Me pareció ver correr entre los árboles a aquellos niños de hace medio siglo atrás. Los molinos juegan con el viento y despeinan las orgullosas nubes. Los rayos del sol caen con fuerza sobre el campo, el pasto conserva la humedad y la frescura del rocío de la mañana, aunque sean las doce del

mediodía. Los lugareños anuncian sus productos, en grandes pizarras de chapas de cartón y me pregunto: ¿qué hacen con el dolor?

Y yo. . . sigo en el camino sin querer mezclarme, pero no lo puedo hacer, soy parte de él.

El silencio es tan aterrador como la muerte, que cala en los huesos del alma. Sigue la metamorfosis de esos niños en personas obsesionadas en ellos mismos, mientras sigue el juego de la inocencia, lo que realmente importa es ese juego de correr entre los árboles y ser siempre inocentes.

Lentamente se oculta el sol y aparece de igual manera el manto negro de la noche; de esa noche que se tragó esa inocencia.

Me duele la garganta de llamar a Manuel, es el vecino de la otra estan-cia; el color de sus ojos es como el pasto fresco que pisamos y corremos sobre él. Su piel como la noche, sus dientes como los granos del maíz fuerte, grandes y muy blancos y su voz es cantarina como el agua del arroyo, que serpentea en el cruce de la quebrada.

Yo no entendí por qué se fue sin saludarme, cuando jugábamos todos los días, a esa hora, bajo los árboles, con los demás.

Había mucho movimiento en el campo y en el pueblo mucho más, se terminaba la cosecha, con la bendición del cura del pueblo, y la primera comunión de todos los inocentes jóvenes. El baile donde las jovencitas lucían sus cintas nuevas de colores, en sus bellas y largas trenzas. Los muchachos engrasaban sus botas y preparaban las aguas de azahares, donde mojaban sus pañuelos para poder lucirse en el baile en la grata compañía de una joven de la comarca, si dejar de preparar el facón por si lo llegara a necesitar.

La Rinconada es la estancia donde viven Manuel, Ramón, Santiago y Pedro. Yo en La Torcaza: era la época del año en que todos ayudábamos a la familia en especial, con la venta que se realizaba en el pueblo.

Lo que no recuerdo es que hubiera ningún cartel que dijera: "Vendo inocencia" o... será que yo no lo vi, todo pudo pasar.Los ladridos de los perros, las voces que se escuchan a lo lejos, llamán-

dote... Manuel, Manuel..Las antorchas ondulaban el camino, a veces muy oscuro y luego apa-

recía el resplandor; daba toda la sensación de una gran boa gigante que

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Ágora 3

abría la boca para tragarse la oscuridad.Me dormí en el banco del patio, era muy tarde. El gallo comenzó a

cantar Y me despertó el murmullo y el gran frío de la noche, eso creo, porque entraba en mis huesos como un fierro caliente y quemó mucho más el escuchar:

—¡Le robaron la inocencia y luego lo mataron!—¡No hables fuerte que se va a despertar!— le decía mi madre a Doña

Clotilde, la mamá de Ramón.Y Yo, sigo en la búsqueda por los caminos el cartel que diga: "Se vende inocencia".

——

La nube violetaWalter Gonzalez

Apuró el paso, casi corría, trataba de escapar de esa nube violeta que se cernía otra vez sobre él a unos treinta metros de altura. Rogelio se internó en el gran parque de la ciudad para intentar llegar a uno de los pocos bosques urbanos que conocía, tal vez de esa manera quedaría oculto y la nube desaparecería. La gente se daba cuenta que la violácea nube lo seguía, y miraban para el cielo y hacia Rogelio para establecer una inme-diata relación.

Ya hacia un largo tiempo que la nube de un intenso color violeta y de unos cuatro o cinco metros de diámetro aparecía circunstancialmente, cada dos o tres semanas, pero en el último mes, era cosa de casi todos los días. Rogelio se empezó a poner muy nervioso, además cada vez estaba más cerca, esta vez a unos treinta metros, y parecía que seguía bajando, que era precisamente lo que estaba ocurriendo, se dio cuenta que so-lamente caminando rápido no llegaría a la arboleda y empezó a correr pero la nube súbitamente lo alcanzó y lo rodeó. Era una masa húmeda, bastante viscosa y con olores extraños como a papel viejo y tinta de im-presora, todo mezclado con un fuerte tufo a café rancio. Rogelio empezó

a gritar pero de su boca no salían sonidos. Los pocos transeúntes que circulaban cerca del bosque veían la extraña nube pero no podían adi-vinar que Rogelio estaba atrapado en su interior. Todo lo que rodeaba a Rogelio era violeta cuando de pronto apareció la cara de su jefe, sin co-lores, una versión en blanco y negro y enorme de la cara que más odiaba y que como siempre empezó a gritarle que no servía para nada, que era un inútil perezoso y lento. Intentó cerrar los ojos pero tampoco podía, además la luz brillante de varias pantallas de computadora lo encandila-ban, una siniestra danza de números y operaciones aritméticas comenzó a girar a su alrededor, fechas de balances lo aguijoneaban, vencimientos frenaban sus intenciones de correr, hasta que un gigantesco libro mayor lo aplastó y Rogelio se desvaneció. Lentamente la nube fue achicándose hasta desaparecer y también lo hizo Rogelio, en el lugar sólo quedaron un notebook, varias calculadoras y una tableta electrónica.

Por el lugar pasó un pequeño niño en bicicleta y la tablet le llamó la atención, la tomó y se sentó en un banco cercano y la encendió; inme-diatamente fue al ícono de juegos y habilitó el Candy Crush. Jugó una partida en la cual le fue más o menos como siempre, y le asombró mucho que su puntaje fuera el gran récord y que el programa lo invitara a poner su nombre en un cuadro de honor. Claro, en ese aparato era la primera vez que alguien se divertía y jugaba al Candy Crush.

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Ágora 3 2 Poesía

2 Poesía

DespedidaAraceli Gonzalez

Una niña en la vereda, mirando partir el trenCorazones apretados no se volverán a ver,lágrimas por sus mejillas pañuelito de algodón.Que le recuerda a su abuela, ella fue quien lo bordó.Fuertes son las despedidas como el silbato del tren,te arrancan de tu familia para que te vaya bien...Y en la plaza de algún pueblo donde el tren se echó a dormirel guardia te despertaba diciendo... llevo tu fin.Agarrando la maleta y tu sobretodo gris,la boina verde aceituna tus ojos quieren cubrir.tus zapatos implicados no los quisiste limpiarporque en ellos conservas la tierra de tu paísYa parado en esa esquina y con luz de ese faroldivisas muy dentro tuyo tu sol que no se apagó .Lentos como van tus pasos la nieve comenzóa cubrir la calle de adoquines y tu memorias sin fin...

Soy charrúaAraceli Gonzalez

Caminando tierra adentrodonde el bosque se escondióa la sombra de los cerrosjunto al Queguay se durmió.En cada piedra del campo la pisada se grabola sangre de mis hermanos en los ceibos se escondió.Tantos ojos vigilantes siguen estando escondidosy ponen freno al avance en los teros del camino,sus púas amenazantes como las flechas dormidashablan de tierras con dueños

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2 Poesía Ágora 3

la Nación Charrúa viva!y allá en Puerto Peñasco donde mi sangre palpitadonde junto a mis hermanos está la hoguera encendidaesperando que amanezca para dejarnos guiar.Lavamos nuestras heridas en las aguas del Queguaytan viva están nuestras huellaspara el que sepa mirar.

Playa AchirasAraceli Gonzalez

Angostos caminos vamos descubriendoverdes calagualas y Achiras rubídonde las palmeras guardianes de un tiempoesbeltas vigilan la costa marfil.Acá se respira silencios profundosmiradas punzantesdiálogos sin fin.La magia lo envuelvedolor y alegría,todo se entremezcla en el verde que vi.Se siente la calma no existe la prisay bosques de hortensias azules yo vi...

——

Deuda Blanca T. Tripodi Paz

Hace tiempo que no voyal lugar donde estás.Hubo algunas dificultades.Mi salud estuvo algo resentida.

a pesar de todosiempre estás presenteen mis pensamientos y corazón.

Todos los días te extraño.Hay mucha soledad en mis días.Aún mi salud no está del todo bien.Mi deuda contigo:intentaré saldarla,en lo que pueda.Perdóname, es involuntaria.

——

PrimaveraEvelyn Devechi

Eres la flor, que alimenta mi jardín,que da alegría a mis mañanas,me recuerda, la melancolía,que mi vida, se vio sumergida.Gracias te doy, por eso, te riego,todas las tardes, graciaspor tus colores en los feos días.Agradezco al cielo y a Diospor existir en mi vida.

Enamorada de la lunaEvelyn Devechi

Cada mañana soñaba con tu luz,cada mañana necesitaba más de ti.Solo miraba al cielo,

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2 Poesía Ágora 3

para que me vieras, solo a mí.Mi corazón más latía en cada noche fría,temporada de invierno, se emocionaba,solo con saber la hora de tu llegada.

Tanto sentir para que si moría al llegar, la mañana,ahí, comprendí, que llorar por ti,que amar a la luna era imposible,inalcanzable, amor inmensoque queda en el suspenso,captando cada beso que yo,hasta la hora de mi deceso,te expresare, amada mía.

EternamenteEvelyn Devechi

Enamorado, muriendo cada día,deseando tenerte, el silencio es testigode mi muerte lenta, de mi amordesesperado, de la súplica, que hace mi almapara poder olvidarte;porque ya no pude, porque ya no da,porque pasó el tiempo de aquella dulce realidad.

Solo una fuerte lluviay un intenso viento limpia el sufrirque me genera el recuerdo,enemigo cruel de lo que fue un primer amor.Sobrevivo a la existencia,porque no tengo otra salida que seguir mi caminosin volver a verte mi amor.

El amorEvelyn Devechi

Es el dulce que da sazón a la vida.El amor es agua entre tu boca y mi alma,entre tu piel y mi piel, en el aire que aún respiras.

Si lejos estás, invoco al mar, al sol para que te haga sentir cariño;aunque pase el tiempo, yo estoy aquí, amor mío.

Esperando tu regreso pueda más que el olvido.En las nubes me dejaste cuando te conocí,en las noches cada noche de nuestras vidas,me sigo enamorando.

Cosa más hermosa, tu mirar,tu respirar, tu aroma me conquista, y vuelvo otra vez al cielo, y en las nubes, yo me pierdo con este amor tan tierno.

——

De sol a solHeber Artigas

Este es un hecho real. Como el sol en el cielo limpio no lo ve el que no quiere o el que se encierra en el palacio de cristal y de ahí etiqueta.

Amanece, el sol se posaen la antena hecha de llantacrece disipando sombrasy derrapa por las chapas,entra por los agujeros

por donde anoche entró agua.Un rayo acaricia a un niñole resbala por la cara.despierta sobresaltadoy va al cuarto de su hermana.

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2 Poesía Ágora 3

Amar a cielo abiertoHeber Artigas

Para las hermanas y amigas de la vida, que aún en este 2019, tienen que seguir derribando muros simplemente para ser felices, sin molestar a nadie.

No busquen rincones para amarseabran las cortinas libres como el cielo.Para que salga ese amor, y las vea el mundo.Como nubes doradas que confluyen sin miedo.No le den beligerancia opaquen la negrura.

Que la falta de alimentosLa hacía llorar sin lágrimas.La madre se fue tempranotrabajaba en una fábrica,apartó para el boletodejó el resto de la plata.El niño fue al almacén…le dijeron no te alcanza,y a manera de Valgueanunos panes arrebata.Lo linchan, lo llevan presoy para el INAU lo mandan…La madre lo fue a buscar.Él piensa, no dice nada,(yo solo quería comprarcomida para Mariana.)Las sombras, grandes esponjas,tragan la luz de la cuadraDos seres van en silencioy pálido el sol se marcha.

Bajar la minoridaddesde una radio se hablaba.En la tele otra partida,se juegan nuestra esperanzaLa hipocresía de siempre,aunque renuevan sus galas,ofreciéndole a la gentela salvación a la carta.Los sociólogos debatende la niñez marginada.y los que nunca pisaroncalles con ranchos de latas,enfocan, criminalizana esas madres honradasque solas crían sus hijosy no pierden la esperanza;siguen contra el mundo enterolibrando cualquier batalla,Por los hombres y mujeres,que forjarán el mañana.

No dejen crecer a la tormentafrótense como espejos irradiando luzque nadie les va arrojar la primera piedra.

No se arropen con tabúes ni prejuicios,brillen con la felicidad, que tienen y que esperan;de los poemas que quemaron a Safoustedes son la divina réplica.

Que las retrógradas sombras huyan confundidas.No les podrán quemar su esencia.Ámense yo las entiendo y las amo.Que sean felices como Safo en Lesbia.

Cuando baten sus alas nos viene un aire fresco.No se puede encerrar la primavera.Que se enjaulen ellos, en sus barrotes de prejuiciosy mueran adorando sus cadenas.

Los verdaderos cristianos las queremosPorque abrimos en Libertad el alma,y vemos el ser divino que está adentro,independientemente de lo que hagan.

——

Te vasJorge Giménez

Y no puedo hacer nada para retenerte,se me acabaron los argumentos.Mi discurso ya no tiene fuerzas.Te vas, y no debería cuestionar tu decisión.Eres tan rebelde, como joven, como yo siempre quise ser.

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2 Poesía Ágora 3

Te vas, y ya no importa dónde.No importa ni el celular, ni internet,nunca podrán suplir un abrazo o un beso,Te vas. No te lleves las fotos ni los discos,Llévate el aroma de la calle,el perfume de los fines de semana.Te vas, con tu mochila llena de esperanzas.Deja la cama tendida, y no cierres del todo la puerta.Te vas, y alguien hace chistes y se ríe.Te protegí tanto de la dictadura,que me descuidé de la democracia.

Poesía Jorge Giménez

Sentado solo en un rincón, sentado solo y sin respuesta se acabó el color, se acabó la fiesta, y nadie se quedó conmigo y nadie notó mi ausencia, Me quede sin amigos yo y mi inocencia. La soledad hizo nido en mi destruido cuerpo, hasta que alguien vino y me habló de lo cierto. Abrí mi puerta y lo invité a pasar, su voz me hizo dejar las pastillas, ya no pensé más en la soledad, dejé de tener esas pesadillas. Encontré un hermoso sabor a la lectura un camino lleno de paz y calma, Aunque la realidad sea muy dura me levantaré a salvar mi alma. Estoy con muchos hermanos

estoy con muchas respuestas. Comienza el amor, comienza la fiesta.

Por Qué Jorge Giménez

CreerJorge Giménez

Por qué tanto esperar que tu cuerpo se llene de enfermedad. El invierno llegará y estarás mejor si te puedes preparar. No dejes que tu alma se pierda, con tus sueños vanos y mentiras, súbete a mi barca y esfuérzate una mejor vida. Enfrentemos la furia del mar multiplicando amor y el viento será una brisa y ya no habrá dolor.

El desierto no será tal en este nuevo camino conocerás la verdad conocerás tu destino. No se trata de hablar y que me des solo con la palabra tan solo quiero ayudar. A que tengas viva tu esperanza. Si de algo te sirve mi testimonio es corazón sincero, Si de algo te sirve aunque no lo creas igual yo te quiero.

Dudo de las promesasque me haces pero participo.Dudo que quieras hacerlas paces y estoy contigo.Creo en un manantial de vida.

Creo en que voy a ser feliz,creo en el sol y la lluvia,es decir creo en ti.No pruebes con mi ira tu perdón,te sorprenderé.

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2 Poesía Ágora 3

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PoesíaLuisa Botini

Seguí tus pasos, marqué huellas en el camino.Compañera del tiempo,dejé la vida al destino.Aliada de silencios mutuos.Navegan palabras en la boca.y se desboca la tormenta callada.

Paradigma humano de soledad,es el juego cautivoentre el amor y el dolor.El exquisito manjar del placer se escapa fugaz,como el carnaval se viste de mascaras y antifaz.Miradas profundas de ojos huecos.

Manos vacías se resbalan entre los dedos.Se filtra despacio todo tiempo pasado.Caricias como alas de mariposas,despiertan orugas muertas.Figura abstracta moldea la fisonomía cansada.

Espejo maldito hablas solo al mirar.Rostros de noria giran pesados y dormidos.Gloriosa primavera mueres lenta y marchita.

No busques en mí tu dolor,igual te ayudaré.Tu mochila será más liviana,Lo verás en cada amanecer.

Creerás solo en el mañanay ya no podrás dejar de creer.

Amor de locos guardados en un cajón.Felicidad vieja de tanto sonreír.Seguiré las noches de luna llena,marcaré mi nombre en la arenay como una niña traviesa,abriré mis brazos a la vida,y sin pedir permiso, besaré tu boca.

——

El caminoNair Montero

Ojos de mariposa, paso seguro, sentidos despiertos, escasos años.Comienzo a caminar.El primero que sale a mi encuentro es El Amor.Se sabe esperado, y despliega ante mí, su abanico de delicias.Tomo su mano derecha. Es suave, acaricia.Me envuelve, me arrulla, me ciega.No importa; me sostiene, me colma.Busco la izquierda; el amor la escondeLa retira, huye por esa manoCorro en su busca.Veleidoso, retorna y desaparece a su antojo.Me quiebro.Como puedo retomo el camino….El Dolor se asoma y espera.Cual pulpo de mil tentáculos, rápido muestra el primero: La Pérdida me golpea el rostro. Lloro titubeo y…resisto.Extiende el segundo tentáculo: La Angustia, oprime la garganta.Me impide respirar.Cuento hasta diez…y la quito, aunque duele en mi cuello, su aureola morada.La Tristeza ya se alarga y se enrosca en mi cuerpo.

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2 Poesía Ágora 3

Enredadera tenaz, callada, peligrosa, mis rodillas se doblan.Me absorbe.Logro tomarla de un extremo, y la arranco de un tirón…¡Ya pasó todo!Entonces La Traición desenvuelve su propio tentáculo.Es cruel y siniestro. Corta y desgarra.Penetra y desgarra dibujando un hueco negro y profundo.Mis fuerzas se acaban. Me escurro de su furia.Caigo.Me cree muerta y se retira triunfante.Instintivamente miro el hueco.Busco con qué restañarlo. Todo sirve.Recojo del suelo pasto seco, recuerdos, pasto verde y perfumado, hijos amigos y unaestrella que descolgándose del cielo, cae en mi palmaLa acerco a mi herida y la aprieto con mi mano abierta…Me incorporo.¡Qué contrasentido! ¡Estoy más fuerte que antes!¡Mi cuerpo cambió de consistencia!Continúo.En un recodo del camino, El Tiempo de-predador implacable, acecha.Miro para otro lado, no quiero verlo.Sin mi permiso se trepa a mis hombros, y se queda allí.Todavía no puedo apartar mi mano del hueco para luchar con él.Disfruta de mi impotencia.Pesa. Camino lentamente.Sus ojos están fijos en mi nuca, expectantes y vencedores…Mágicamente La Fé me intercepta el paso con su milagro —seguime— susurra.Me decido; miro atrás.¿Qué me llevo?La Voluntad, mi leal compañera, me regala sus brazos azules.Agradecida, la estrecho muy fuerte.

Sacudo el tiempo de mi espalda, que se queda mirándome azorado desde el piso.Mi compañera leal, toma su lugar en mi espalda.Retiro del hueco mi mano y mi estrella sanadora.Solo queda una cicatriz oscura. Sigo la luz y mis pasos se aligeran nuevamente como antes… De vez en cuando el conciliábulo infernal se reúne de nuevo esperando su oportunidad, y alertas La Fé y La Voluntad despejan el camino.

——

Revivir...Nely Devechi

Las Cañas. Sola,inanimada como roca observo, escucho,siento en mi piel el murmullo del río,con sus suaves movimientos.Es un canto a la vida.Loros parlanchines alborotan el ambiente,uno es el guía. Surcan los cielos azules.Como raudos aviones, gaviotines en bandadaforman perfectos escuadrones.Cardenales en pareja, llaman a amar.Un hombre, despacio con su bicicletabusca los tesoros escondidos del río.A lo lejos, el verde de los montes argentinos.El viento me trae los aromas del río,en mi boca la dulzura de ese momento.El río tranquilo, manso, transparente.Paz y armonía para mi alma.

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Playa Solís Nely Devechi

Camino, camino...,oigo el trinar de las gaviotas,que hermosas, con sus alas abiertas,parecen aviones, se llaman.Están felices. Citan..., a jugar,a cariños, a comer, a vivir.¡Qué deleite para mi alma!Camino, camino,me doblega el canto del mar,está furioso, ruge como un leónembravecido, enojado o juguetón.Me recuesto sobre una roca,el sol acaricia mi rostro,los ojos entrecerrados,oigo el batir de las olas.Ese momento es mío, me pertenece.El sol se pasea, aparece, se esconde,sus rayos me bañan,luce colores rojos, verdes, azules.Él corre, las nubes lo tapan,busca iluminar y todo se pone gris.Por un instante. . . dueña del momento.

Espera... miedo. Nely Devechi

¡Éxtasis! Nely Devechi

Sofocante calor, llueve.Se siente la fragancia del polvo.Los peatones apuran el paso.

Buscan refugio, a la sombra,de algún árbol, a la sombra,de sus penas.

Destellos, rojos, verdes, amarillos.Ellos como vigilantes, no corren, no paran, no se esconden, vigilan.

Llueve copiosamente, el vaho inunda el lugar.Aparecen los primeros paraguas.

Suaves movimientos, sin apuros,bicicletas, motos, transeúntes.Espero agazapada. Sale el sol.

¡Estamos fritos!

Deseo, ser ese rio, el de la vida, bajar suavemente de tu seno poderosa montaña.

Golpear, con los puños, fuerte aplastante. Reír calmadamente.

Embriagarme, con los perfumes de las flores, de los arboles, De los trinos de las aves.¡Éxtasis!

Mansamente recorre mi cuerpo, el fuego me abraza. Sus brazos me protegen, cual niña dormida.

¡Éxtasis!

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Ágora 3

Simplemente amar Nely Devechi

Despierta ya Nely Devechi

Amar en primavera..., sobre mi ardiente pecho, acariciar tus sienes plateadas.

El fuego abrazador, mi pasión fundirme en ti, cual niño, llenarte de ternura, de abrazos. Cariños.Mirarme en tus ojos, cual tempestad.

Amar hasta el infinito, hasta explotar las sienes. Amar, sin principio y fin.

Con ternura, pasión, con el corazón, la mente, el alma.

Simplemente amar.

Mundo: diferente, tranquilo, apacible, cándido, luminoso.

Disfruten del canto de las aves. Los arrullos de la brisa. El verde de las plantas.

¡Despierta, ya!Cielo azul o nuboso.Madre tierra, abrázanos, perdónanos, por tanto maltrato.

Arrúllanos, mécenos. Mi niño: escondido espera..., quiere despertar.

¡Despierta ya!

Haikus–

Esta antigua forma poética es originaria de Japón. Está constituida por tres versos integrados por 17 sílabas

que además encierran un contenido profundo. El mejor poeta creador de haikus fue Matso Basho.

1º verso — 5 sílabas / 2º verso — 7 sílabas / 3° verso — 5 sílabas

Myriam ModinoHaikus

El sol es fuegoes razón de la vidarazón de muerte.——

Si me mirarasa través de las sombrasme alumbraría——

Si te mintieralogrando convencerteme engañaría.——

Si en tus sueños meencuentras al despertarcierra los ojos——

Tú me creastenadie podrá quitarmelo que me diste.——

Parecen nubessimientes en el cielovuelan pájaros.——

Final del díael otoño lucra sumedalla fría.——

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Ricardo SalvarreyHaikus

Bajo lápidanimios gusanos comenun muerto en flor.——

Las olas saltancabalgadas por pecesque brincan la mar.——

Las negras uvas,dulces como el ámbar,matarán la sed.——

El vino hacenhombres como hormigas;sangre de dioses.——

El polo sur,da más cercanía al solque su norte.——

Son las abejas,del panal de las mieles,fundamentales——

De la últimahoja amarillentaya al invierno.——

El caminante,al llegar a un lugar,ve su andanza.——

Del periódicoparan las rotativas;surgió lo nuevo.——

Todas las frutaste venden los feriantesen primavera.——

Hilo de aguaen la cumbre más altaun río te trae.——

Los picafloresvan libando el néctarde tu corazón.——

4 Artículos

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Cannabis medicinalTodo aquello que importa, y está a nuestro alcance, es un honor para

Ágora trasmitirlo. La señora Nely Devechi nos propuso traer a nuestras manos este artículo sobre el Cannabis medicinal y hemos confiado en que esta información es digna de llegar a ustedes, debido a la responsabi-lidad de las personas que nos posibilitan su acceso.

Escribas Siglo XXI——

CannabisMatías Terzaghi

Todos hemos oído hablar del Cannabis, sobre todo a aquellas personas que han experimentado con las bondades de esta planta.

A menudo la presentan como una sustancia peligrosa e ilegal con un alto riesgo de abuso, un punto de vista totalmente contrario al verdadero potencial del cannabis.

En la última década, la percepción de esta planta ha ido cambiando poco a poco, gracias a una mayor toma de conciencia sobre su verdadero potencial. Se cree que el cannabis fue una de las primeras especias vege-tales cultivadas por el hombre, que descubrió sus numerosos beneficios hace miles de años.La variedad de sus usos es asombrosa, desde material de construcción hasta numerosas aplicaciones terapéuticas, tanto para humanos como para animales. Si tenemos en cuenta su enorme poten-cial, no es de extrañar que el cannabis se conozca en todo el mundo, lo que sí es sorprendente es la infame reputación que se le ha adjudicado en los últimos tiempos.

Algunos de los compuestos principales del cannabis son: CBD o can-nabidiol es un ansiolítico, relajante muscular y anticonvulsivo. Se utiliza

para encefalopatías epilépticas como el síndrome de west y para tratar esclerosis múltiple, desordenes de ansiedad, esquizofrenia y nauseas, provoca un efecto sedante la mayoría de los casos e inhibe la transmisión de señales nerviosas asociadas al dolor.

El CBN o cannabinol es un reductor del ritmo cardiaco y anticon-vulsivo que actúa también como agonista débil en los receptores CB1 y CB2 del cuerpo, que forman parte de nuestro sistema nervioso. El CBG o cannabigerol es un antibiótico y regulador de presión infra ocular, y también ha demostrado tener un enorme potencial para el tratamiento de numerosos tipos de cáncer, como el cáncer de colon, melanomas, y se citan varias referencias a la inhibición del crecimiento y desarrollo de tumores en cáncer de mamas, próstata y otros tipos.

El CBC o cannabicromeno es un antinflamatorio y sedante. Es un com-puesto no psicoactivo utilizado también como antidepresivo, analgésico, neuroprotector, antibacteriano, anti fúngico, anti acné y para tratar tras-tornos gastrointestinales e inflamatorios. Sus bastas propiedades medi-cinales y su interacción con algunos de los principales compuestos del cannabis, como el THC ha puesto las miradas de la comunidad científica centradas en este compuesto y su papel en el llamado efecto séquito.

El THC o Tetrahidrocannabinol es el componente psicoactivo más abundante e importante en las variedades psicoactivas.

Las variedades no psicoactivas como el cáñamo, por normativa in-ternacional deben tener menos del 1% de THC. Algunos componentes como el CBD antagonizan los efectos del THC como los psicotomimé-ticos. El THC es el cannabinoide que genera las mayores polémicas en torno a la legalización del cannabis por alguno de sus efectos tales como la alteración de la memoria y la percepción.

Sin embargo, esto no obsta para que se deban reconocer efectos te-rapéuticos muy importantes. Más aún, algunos efectos causantes de preocupación que efectivamente pueden generar complicaciones en el desempeño y estado de ánimo, también pueden ofrecer beneficios tera-péuticos según como se usen. Es el caso del tratamiento de condiciones clínicas en el que, por ejemplo, la alteración de la propiocepción (percep-ción del propio cuerpo).

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me de estrés postraumático para atenuar, sino borrar los episodios que generan el sufrimiento.

Como opinión personal y basada en la información aquí presente, que es un breve desarrollo de lo que aún se está descubriendo sobre esta planta en el mundo, podemos concluir

que dado a sus grandes beneficios, tanto como para el sector médico, o industrial en el caso de la construcción y el desarrollo textil, es una planta revolucionaría, significa un gran cambio en los métodos, procesos y cultivos, eso genera también una inversión dado que en muchos casos habría que adaptar las infraestructuras, cambiar maquinaria, instruir y educar a la gente sobre los usos y beneficios de la misma ya sea para la salud o los beneficios a los suelos a la hora de compararla, por ejemplo, con otras plantas y cultivos que son muy agresivos con los suelos, el can-nabis y el cáñamo mismo podrían ayudar a la recuperación de esos suelos.

Basado en los casos de la gente que ya ha experimentado a nivel medi-cinal con los aceites de cannabis, puedo decir, que el alivio de muchos de ellos es más que suficiente para seguir trabajando e investigando sobre esta planta tan desprestigiada. Tratamientos de dolor, ya sea por enfer-medades crónicas que afectan los nervios o enfermedades que conlle-van dolores articulares o musculares, epilepsia en niños, adolescentes, adultos y animales, ataques de pánico, Alzheimer, Párkinson, síndrome de Tourette, Asma. Alivia los efectos secundarios de los tratamientos de quimio y radio, ya se ha visto y hay innumerables casos en los que gracias a los diferentes extractos hechos de esta planta, tanto animales como humanos nos vemos beneficiados.

Debemos mencionar también, que no existe hasta ahora ni un registro en el mundo de muerte por intoxicación con cannabis.

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Las creencias y su expresión en la conducta

“Un hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo.Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”.Jean Paul Sartre

El efecto PigmaliónJosé Luis Hernández

Relata la leyenda que Pigmalión, escultor y rey de Chipre, se enamoró de Galatea, una de sus esculturas. Viendo que dedicaba todo su tiempo y amor a su creación y creyendo enormemente en su escultura, la diosa Venus le otorgó vida a la estatua para hacer feliz a Pigmalión.

El llamado efecto Pigmalión, refiere a que las expectativas que tenemos respecto de nosotros mismos y de los demás, tarde o temprano, acabarán teniendo lugar. Si tienes una creencia profunda que dice “no merezco ser feliz” o “debo ganarme el derecho a existir”, vas a ir por la vida recolec-tando evidencias de que esto es así, establecerás relaciones que te com-prueben la realidad de esta creencia y así se convierte en una “profecía de auto cumplimiento”.

Como dice la conocida frase de Henry Ford: “sea que creas que puedes o que no puedes, en ambos llevarás la razón”. Si tú crees que eres bueno para hacer alguna actividad en particular lo lograrás. Seguirás hacien-do dicha actividad de la forma correcta y cuando tengas un error no te preocupará. No te concentrarás en el error, sino en su solución y en que puedes lograrlo aunque en ese momento no sepas como hacerlo.

En cambio si crees que eres malo para hacer dicha actividad, segura-mente no la concretarás. Y cuando tengas el mínimo error te castigarás diciéndote a ti mismo ''Eres pésimo para esto'' o peor aún ''No sirves para nada''. Todos esos pensamientos lograrán atraer la negatividad necesaria para que realices mal la tarea y sigas condicionándote.

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Historias de terapia—

Años atrás atendí a una paciente que presentaba una serie de trastor-nos de conducta, se centraban en un duelo patológico y habían resultado resistentes a los tratamientos anteriores. Los trastornos se habían agra-vado en los últimos años con la muerte de su esposo a raíz de las secuelas de un accidente automovilístico. Esta pérdida actuó en ella como un segundo traumatismo que desencadenó la descompensación.

El proceso diagnóstico había mostrado un trastorno límite de perso-nalidad (borderline), acondicionamientos antidepresivo caracterizado por la angustia de pérdida y el predominio de relaciones en base a la de-pendencia. Si bien el vínculo terapéutico era bueno, los logros resultaban superficiales y la paciente resistía una toma de consciencia que posibili-tara asumir cambios más profundos.

Luego de unos meses en terapia, el proceso que en esta se venía reali-zando se manifestó en un sueño que por lo vívido la conmovió: se pre-sentaba el marido, le decía que había fallecido en el Hospital, pero que donde ahora estaba se encontraba bien, solicitando que se lo contara a la hija. A partir de este sueño se genera la aceptación de esos hechos, y se va haciendo explícito como por las circunstancias del fallecimiento de su esposo, a quien no llegó a ver fallecido, quedó en su mente a nivel subconsciente la carencia de que aún estaba vivo. Se generó un cambio en creencias profundamente arraigadas en su mente y fuertemente cargadas desde lo emocional, con lo que abrió nuevas posibilidades para su futuro.

Esta historia ilustra el tema con el dramatismo de su efecto, pero nues-tras creencias actúan todos los días determinando las actitudes y reac-ciones que tenemos. Podemos decir que son la “lente” que enfoca nuestra atención hacia determinados aspectos del mundo y de nosotros mismos y la desvía de otros.

El cambio de creencias puede hacernos enfocar la atención en un aspecto de la vida que antes ignorábamos, modificando nuestra realidad subjetiva, sin que el mundo haya cambiado externamente.

He trabajado mucho tiempo con niños y jóvenes con rasgos abandó-

nicos de personalidad, es sabido como su carencia de afectos en las pri-meras etapas del desarrollo y la ausencia del apego de una figura parental marcará sus vínculos futuros. Al creer que no son merecedores de recibir amor, se sienten miserables por más que los quieran, porque su creencia les hará enfocar la atención en cualquier detalle que corrobore que nadie los quiere. Lamentablemente lo más probable es que esa persona actúe de manera que genere, aunque sea inconscientemente, el rechazo de los demás para poder de esa forma seguir alimentando su creencia original. Y con el tiempo conseguirá eso en lo que tan enfocado está: el rechazo.

También he visto niños que lograron superar las condiciones más ad-versas y salieron adelante, poseían lo que se llama una buena capacidad de resiliencia. Ellos tenían el convencimiento en superar los obstáculos de manera exitosa, no pensaban en el fracaso a pesar que los resultados estuvieran momentáneamente en su contra y al final alcanzaron logros que parecían imposibles.

Tomando las riendas—

Por lo general las actitudes surgen y se refuerzan en la pertenencia a los grupos primarios, como pueden ser la familia y los grupos de amigos. Es conveniente poner atención a nuestro comportamiento y a las expecta-tivas que generamos acerca de las personas cercanas a nosotros. Goethe decía: "Trata a una persona tal y como es y seguirá siendo lo que es; tráta-la como puede y debe ser y se convertirá en lo que puede y debe ser".

Dado que nuestras creencias surgen de esa zona difusa desde donde se disparan nuestras opiniones y conductas, el objetivo es hacernos más conscientes de ellas. Hay creencias que restringen y creencias que ex-panden, creencias que nos tornan impotentes y creencias que nos dan el poder de cambiar nuestra vida. Si vemos que los resultados de nuestras creencias nos hacen miserables, entonces dependerá de nosotros com-prender que se pueden cambiar por otras que nos hagan más felices.

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Accediendo al estado alfa—

Existen muchos ejercicios que se pueden realizar para trabajar a nivel de las creencias, el Dr. Silva ha desarrollado una serie de técnicas que se pueden encontrar en el libro “El Método Silva de Control Mental”. Se basan en llevar la mente a un estado de relajación, el estado alfa, en re-ferencia al tipo de ondas cerebrales que lo caracterizan. Es el estado que naturalmente tenemos al despertarnos, cuando entramos en un ensueño o cuando meditamos. Es el momento oportuno para acceder a niveles de conciencia más profundos. Desde allí se pueden introducir mensajes que cambien creencias limitantes por otras que resulten potenciadoras.

Envía al subconsciente las señales adecuadas, con actitud resuelta, enfocándote en la meta, y el inconsciente va a enviar la energía y las ins-trucciones necesarias para alcanzarla. Recuerda que la inercia, la falta de propósito y la falta de confianza para superar las adversidades son las tres enemigas del cambio.

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Revista Ágora. Edición Nro 3 Depósito Legal Nro: 000000Responsables de edición: Myriam Modino, Gerardo Velázquez.Producción editada: Escribas siglo XXIDiseño: Mariana Dávila