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La aldea en la ciudad... Recibido 29-09-2008. Aceptado 04-10-2008 Antropología Social Revista del Museo de Antropología 1(1): 73-96, 2008 / ISSN 1852-060X Facultad de Filosofía y Humanidades – Universidad Nacional de Córdoba - Argentina La aldea en la ciudad. Ecos urbanos La aldea en la ciudad. Ecos urbanos La aldea en la ciudad. Ecos urbanos La aldea en la ciudad. Ecos urbanos La aldea en la ciudad. Ecos urbanos de un debate antropológico de un debate antropológico de un debate antropológico de un debate antropológico de un debate antropológico Adrián Gorelik Adrián Gorelik Adrián Gorelik Adrián Gorelik Adrián Gorelik Universidad Nacional de Quilmes / CONICET Universidad Nacional de Quilmes / CONICET Universidad Nacional de Quilmes / CONICET Universidad Nacional de Quilmes / CONICET Universidad Nacional de Quilmes / CONICET [email protected] [email protected] [email protected] [email protected] [email protected] Resumen Resumen Resumen Resumen Resumen El artículo busca mostrar los diálogos del pensamiento urbano latinoamericano con un famoso debate antropológico, el del «continuo folk-urbano» de Robert Redfield y «la cultura de la pobreza» de Oscar Lewis. El impacto que Redfield y, más en general, las teorías de Chicago sobre el cambio social tuvieron en las teorías de la modernización latinoamericana es, por supuesto, bien conocido, así como también los trabajos de Lewis. Pero no se ha reflexionado lo suficiente sobre el significado de que todo el pensamiento urbano latinoamericano se haya desenvuelto, en el período que corre entre la Segunda Guerra y los años setenta, en el marco puesto por aquel debate. Y como la ciudad tuvo, en ese período, una sobredeterminación política y cultural evidente, revisar la conexión con aquel debate antropológico no supone solamente el análisis de un caso entre otros de circulación de las ideas científicas, sino la posibilidad de entrever, a través de la antropología, el espectro de figuraciones dentro del cual se movió entonces el pensamiento sobre la «ciudad latinoamericana». Palabras clave: pensamiento urbano, Latinoamérica, circulación de ideas. The village in the city. Urban echoes of an anthropological debate Abstract Abstract Abstract Abstract Abstract The article aims to show the dialogues of the Latin American urban thought with a famous anthropological debate, that of Robert Redfield´s «folk-urban continuum» and Oscar Lewis´s «culture of poverty». The impact that Redfield and, more broadly, Chicago’s theories on social change had on the theories of modernization in Latin America is of course well known, as well as the works of Lewis. But it has not been reflected enough about the meaning that the whole Latin American urban thought has been developed, in the period that runs between the Second War and the seventies, under the framework established by that debate. And as the city had, in that period, a clear political and cultural overdetermination, reviewing the connection with that debate is not only the analysis of a case among others of circulation of scientific ideas, but the opportunity to observe, through anthropology, the spectrum of figurations within which the thinking about the «Latin American city» then moved. Keywords: urban thinking, Latin-America, ideas circulation. 1. 1. 1. 1. 1. Las relaciones entre antropología y pensamiento urbano son muy anteriores a la existencia de la antropología urbana como subdisciplina –y, en verdad, una vez que ésta surgió ya casi no continuó el diálogo, porque su propia aparición fue el resultado de un distanciamiento crítico de la visión modernizadora-planificadora que destacó en el pensamiento urbano. 1 Son, por supuesto, muy conocidos los orígenes «etnográficos» de la sociología urbana en Chicago y el fuerte impacto de algunos de los presupuestos de esa escuela de pensamiento en las concepciones dominantes sobre las relaciones entre ciudad y modernidad durante buena parte del siglo XX, en especial, en las teorías de la modernización discutidas en el ámbito latinoamericano. 2 Podría decirse que la teoría del desarrollo necesitaba, por definición, una concepción del cambio social y –como señaló Alejandro Blanco (2003: 691)– las «teorías de matriz antropológica» de Chicago eran entonces las que respondían más adecuadamente a ello, especialmente, la teoría del «continuo folk- urbano» de Robert Redfield, uno de los autores que trataremos aquí. Todo esto es muy conocido: no sólo porque figura en los manuales de la RMA

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Recibido 29-09-2008. Aceptado 04-10-2008

Antropología Social

Revista del Museo de Antropología 1(1): 73-96, 2008 / ISSN 1852-060XFacultad de Filosofía y Humanidades – Universidad Nacional de Córdoba - Argentina

La aldea en la ciudad. Ecos urbanosLa aldea en la ciudad. Ecos urbanosLa aldea en la ciudad. Ecos urbanosLa aldea en la ciudad. Ecos urbanosLa aldea en la ciudad. Ecos urbanosde un debate antropológicode un debate antropológicode un debate antropológicode un debate antropológicode un debate antropológico

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ResumenResumenResumenResumenResumenEl artículo busca mostrar los diálogos del pensamiento urbano latinoamericano con un famoso

debate antropológico, el del «continuo folk-urbano» de Robert Redfield y «la cultura de la pobreza» deOscar Lewis. El impacto que Redfield y, más en general, las teorías de Chicago sobre el cambio socialtuvieron en las teorías de la modernización latinoamericana es, por supuesto, bien conocido, así comotambién los trabajos de Lewis. Pero no se ha reflexionado lo suficiente sobre el significado de que todoel pensamiento urbano latinoamericano se haya desenvuelto, en el período que corre entre la SegundaGuerra y los años setenta, en el marco puesto por aquel debate. Y como la ciudad tuvo, en ese período,una sobredeterminación política y cultural evidente, revisar la conexión con aquel debate antropológicono supone solamente el análisis de un caso entre otros de circulación de las ideas científicas, sino laposibilidad de entrever, a través de la antropología, el espectro de figuraciones dentro del cual semovió entonces el pensamiento sobre la «ciudad latinoamericana».

Palabras clave: pensamiento urbano, Latinoamérica, circulación de ideas.

The village in the city. Urban echoes of an anthropological debate

AbstractAbstractAbstractAbstractAbstractThe article aims to show the dialogues of the Latin American urban thought with a famous

anthropological debate, that of Robert Redfield´s «folk-urban continuum» and Oscar Lewis´s «cultureof poverty». The impact that Redfield and, more broadly, Chicago’s theories on social change had onthe theories of modernization in Latin America is of course well known, as well as the works of Lewis.But it has not been reflected enough about the meaning that the whole Latin American urban thoughthas been developed, in the period that runs between the Second War and the seventies, under theframework established by that debate. And as the city had, in that period, a clear political and culturaloverdetermination, reviewing the connection with that debate is not only the analysis of a case amongothers of circulation of scientific ideas, but the opportunity to observe, through anthropology, thespectrum of figurations within which the thinking about the «Latin American city» then moved.

Keywords: urban thinking, Latin-America, ideas circulation.

1.1.1.1.1. Las relaciones entre antropología ypensamiento urbano son muy anteriores a laexistencia de la antropología urbana comosubdisciplina –y, en verdad, una vez que éstasurgió ya casi no continuó el diálogo, porque supropia aparición fue el resultado de undistanciamiento crítico de la visiónmodernizadora-planificadora que destacó en elpensamiento urbano.1 Son, por supuesto, muyconocidos los orígenes «etnográficos» de lasociología urbana en Chicago y el fuerte impactode algunos de los presupuestos de esa escuela depensamiento en las concepciones dominantes

sobre las relaciones entre ciudad y modernidaddurante buena parte del siglo XX, en especial, enlas teorías de la modernización discutidas en elámbito latinoamericano.2 Podría decirse que lateoría del desarrollo necesitaba, por definición,una concepción del cambio social y –como señalóAlejandro Blanco (2003: 691)– las «teorías dematriz antropológica» de Chicago eran entonceslas que respondían más adecuadamente a ello,especialmente, la teoría del «continuo folk-urbano» de Robert Redfield, uno de los autoresque trataremos aquí. Todo esto es muy conocido:no sólo porque figura en los manuales de la

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segunda mitad del siglo XX como un momentofundamental tanto de la sociología como de laantropología, y como antecedente directo de susrespectivas subespecies urbanas, sino tambiénporque, luego de décadas de desprestigio teóricoe ideológico, ha comenzado ya hace algún tiempoun renovado interés por estos clásicos delpensamiento social, derivado fundamentalmentedel nuevo ciclo de interrogación sobre lamodernidad que se ha abierto en los años ochenta–pese a lo cual, conviene aclarar, sigue sin haberbuenas ediciones en español de las obrascanónicas del período «heroico» de Chicago,empezando por The City, de Robert Park, ErnstBurgess y Roderick McKenzie.3

Pero si la larga hegemonía delpensamiento de Chicago en el ethos modernizadory su especial impacto en América Latina son bienconocidos, creo que no se ha reparado con lasuficiente atención en el hecho de queprácticamente todo el pensamiento urbanolatinoamericano en el período que corre entre laSegunda Guerra y los años setenta –en rigor, elúnico período en que existió un pensamientourbano que podamos llamar «latinoamericano»–se desenvolvió en el marco puesto por un debateantropológico suscitado en el interior de laproblemática chicaguiana –es decir, las peripeciasde los procesos de adaptación/aculturación en unmundo en transición. Me refiero al debate entre el«continuo folk-urbano» de Redfield y la «culturade la pobreza» de Oscar Lewis. Y como elpensamiento urbano de ese período tuvo unasobredeterminación política y cultural evidente,dada la acuciante actualidad de las incógnitas detodo tipo que estaba planteando la transformaciónacelerada de las ciudades del continente, alcompás de un desplazamiento migratorio queestaba invirtiendo ya definitivamente sutradicional carácter rural, revisar la conexión conaquel debate antropológico no supone solamenteel análisis de un caso entre otros de circulaciónde las ideas científicas, sino la posibilidad deentrever, a través de la antropología, el espectrode figuraciones dentro del cual se movió entoncesel pensamiento sobre la «ciudad latinoamericana»,figuraciones que se traducían también en políticasmuy activas en la reconfiguración del mismoobjeto que se buscaba conocer.4

2. 2. 2. 2. 2. Robert Redfield es una figura singular dentrodel nutrido contingente de scholarsnorteamericanos que en el último siglo y mediodesarrollaron su carrera (o parte de ella)investigando en América Latina. En principio,porque es una figura que trabaja en el filo de dosépocas en relación al interés que despertaba elsubcontinente: comienza sus trabajos deinvestigación en la década de 1920 a la búsquedadel «mundo primitivo» que ya venía caracterizandola atracción de la antropología y la arqueología

por regiones como México, pero se hace una seriede preguntas que conecta claramente con laspreocupaciones de posguerra sobre el desarrollo,en las que América Latina comienza a jugar el rolinverso, de tierra de promisión para el ensayo deun cambio modernizador.5 En segundo lugar,porque, de manera típicamente chicaguiana, sutrabajo antropológico entabla un diálogo muyestrecho con las teorías socio-urbanas queestaban elaborándose en ese mismo momento, yofrece un modelo de gran capacidad de síntesis yexpresión (y es probable que esta suma decaracterísticas haya contribuido a darle a lasposiciones de Redfield una relevancia mayor de laque hubieran merecido por sus propiedadesintrínsecamente teóricas).

Su interés por América Latina, especialmentepor México, es, en cambio, menos singular: purafascinación romántica, fogoneada en su caso porun viaje inaugural a través del Méxicorevolucionado de la década del veinte, dondeconoció al antropólogo Manuel Gamio y definiósu nueva vocación.6 En efecto, su dedicación a laantropología surgió de la combinación fortuita delconocimiento de México y su proximidad a RobertPark (con cuya hija se había casado en 1920), queentonces ya era director del Departamento deSociología y, apenas regresó Redfield a Chicago,lo estimuló a seguir el posgrado en antropologíaque se dictaba allí. Así que en 1926 Redfield vuelvea México pero ya como antropólogo, a realizar enTepoztlán, un poblado de larga tradición ubicadoen la meseta central a unos 100 kilómetros al surde la Capital, su primer estudio etnográfico queen 1930 se publica como Tepoztlan, a MexicanVillage.7

Lo que Redfield encontró en Tepoztlán fue unasociedad armónica, integrada y estable, aunqueno «primitiva» sino «folk»: un grupo popular-aldeano que no estaba ya aislado, pero que seguíamanteniendo una serie de características socio-culturales específicas del mundo tradicional –tamaño reducido, status fijo, centralidad de lafamilia en la reproducción cultural, organizaciónsagrada de la vida, ausencia de criterios deracionalidad instrumental, etc., etc.–, en un todode acuerdo con el núcleo definitorio del polocomunitario-tradicional que el pensamiento socialeuropeo había organizado en oposición al polosocietario-moderno.8 Es bien conocido que esejuego de dicotomías, forjado ante el estrépito delcolapso del viejo orden en la Europa de las «dosrevoluciones», fue más que una forma mentiscoyuntural, ya que constituyó, en términos deNisbet (1996: 19), «la verdadera urdimbre de latradición sociológica», hilando nombres como losde Maine, Tönnies, Weber, Durkheim y Simmel, yque en los Estados Unidos no sólo ingresó a travésde la lectura y el contacto con los autoreseuropeos, sino que encarnó en categorías propias,muy influyentes en la formación de la escuela de

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Chicago, como los «folkways» de William G.Sumner, o la diferenciación de Charles H. Cooleyentre «grupos primarios» y «secundarios».

Luego de ese primer trabajo etnográfico,Redfield se instaló en el área cultural maya, entrela península de Yucatán y Guatemala, y se propusoestudiar diversas comunidades para desarrollar supropia tipología dicotómica: la polaridad «folk-urbana», que plasmó en el libro The Folk Cultureof Yucatan, de 1941, y en un famoso artículo, «TheFolk Society», de 1947. Pese a que en ambos títulosfigura exclusivamente el polo «folk» del pardicotómico, esa investigación fue uno de losintentos más ambiciosos por comprender elcambio social y cultural en el pasaje de lacomunidad aldeana a la sociedad urbana; como elmismo Redfield lo definió en el prólogo a The FolkCulture of Yucatan, el intento de poner a pruebaetnográficamente las dicotomías teóricas clásicasy formular a partir de allí una tipología ajustada aese pasaje civilizatorio –por eso, la traducción alcastellano del libro lleva un título mucho máscoherente con el núcleo problemático de laempresa de conocimiento redfieldiana: Yucatán:una cultura en transición. Redfield construyó enesa investigación el «continuo folk-urbano» comoen un experimento de laboratorio: seleccionócuatro comunidades de la región situadas endiferente posición en la línea imaginaria que vade la menor a la mayor urbanidad (de unacomunidad tribal en Quintana Roo a la sociedadurbana de Mérida), organizando su análisis comouna línea «evolutiva» caracterizada por la diferenteintensidad del contacto con el polo civilizador, ybuscó determinar los rasgos de esas comunidadesque iban siendo afectados en tal contacto. Así,postuló que los pares polares aislamiento-homogeneidad / comunicación-heterogeneidadconstituían, dentro de un conjunto de variablesinterdependientes, la polaridad dominante, porquede ella dependían otras, como organización /desorganización de la cultura; sacralidad /secularización; colectivismo / individualismo. Eracomo asistir, en una pequeña porción del territorioamericano, al cuadro vivo de la completacivilización humana, ya que para Redfield (1947:306) «todos los hombres vivieron en un tiempoen esas pequeñas sociedades folk», y todos seencaminan hacia esa otra forma, tan reciente ynovedosa –si se considera «la larga historia delhombre sobre la tierra»–, que es la sociedadurbana.

Por supuesto, como todas las críticasadvirtieron en su tiempo, este extremo modernodel continuo, la ciudad, no recibía de parte deRedfield ningún análisis específico, sino querespondía punto a punto a la definición que unosaños atrás había estilizado Louis Wirth (1938) enuno de los textos más famosos de Chicago:«Urbanism as a Way of Life». Cuando se revisanjuntos los dos artículos –el «paradigma Wirth-

Redfield», como se lo consideró desde entonces–sorprenden básicamente la claridad y la eleganciacon que ambos autores supieron organizar ycondensar (en 24 y 16 páginas del Journalrespectivamente) toda una tradición depensamiento sobre las formas sociales opuestasdel par tradición/modernidad, siendoposiblemente quienes tuvieron mayor capacidadpara extender los puntos de vista de la sociologíaurbana de Chicago, aún al riesgo de susimplificación: si con la idea de «urbanismo comoforma de vida», Wirth popularizó toda la complejavisión culturalista sobre la ciudad (de Simmel aPark), la fórmula del «continuo folk-urbano»interesaría decisivamente el enfoque funcionalistade la planificación para el desarrollo. Por estomismo, sorprende también que el paradigma másinfluyente en el pensamiento urbano de unadisciplina tan positiva y optimista como laplanificación, estuviera sostenido en una radicalambigüedad respecto de cualquier idea de«progreso» implícita en esa «evolución», ya queen ambos autores también sobrevivían laidealización del orden y la estabilidad del polo folky el recelo sobre su inevitable inversión en el polourbano que caracterizaron a toda la reflexiónclásica sobre la modernidad. ¿Cómo fue digeridaesa ambigüedad en el pensamiento planificador?O, mejor, ¿qué marcas dejó? Sobre esto vamos avolver.

3. 3. 3. 3. 3. En 1943, apenas dos años después de lapublicación de The Folk Culture of Yucatan, OscarLewis, recién graduado de antropólogo en laUniversidad de Columbia, decide comenzar sucarrera de investigador «reestudiando» lapoblación en la que Redfield había iniciado la suya,Tepoztlán; una decisión casi estética de rebatir elparadigma en su mismo terreno de origen, quedio lugar a un debate clásico en etnologíainterpretativa (según la valoración de Hannerz,1986: 85) y convirtió a Tepoztlán en un santuariode la historia de la antropología.9

Muy poco después de su llegada, Lewis yapublicaba un artículo en el que mostraba loscambios modernizadores en Tepoztlán en elperíodo transcurrido desde la estadía de Redfield,derivados de la urbanización del país –que crecíaimparable desde 1940, con el efecto principal dela atracción de la ciudad capital sobre poblacionescomo la de Tepoztlán– y de su «americanización»–alimentada no sólo por la expansión económicay cultural norteamericana de posguerra, sinotambién por la masificación de la figura del«brasero» (Lewis, 1944); en 1951 publicó elestudio completo como libro: Life in a MexicanVillage: Tepoztlan Reestudied. Lewis buscó allíreemplazar el formalismo de los análisis culturalesde Redfield con la inclusión de aproximaciones ala psicología y la historia de la comunidad (quefueron muy criticadas a la vez por su

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esquematismo), con la finalidad de probar que lostepoztecos no eran la comunidad armónica yestable que había descripto Redfield y,especialmente, que sus cambios culturales noprovenían con exclusividad de una fuente«civilizatoria» externa, como se desprendía delesquema folk-urbano, sino de heterogeneidadeshistórico-culturales propias.

Pero su búsqueda de rebatir a Redfield apenascomenzaba. El paso decisivo fue una puesta aprueba del propio «continuo» en una investigaciónque se organizó también a través de un esquemade seguimiento del proceso de «transición», peroya no como en el estudio sobre Yucatán en el queRedfield había seleccionado cuatro estadios, comocuatro fotografías tomadas sobre la líneaimaginaria que va de lo folk a lo urbano, sinosiguiendo la dinámica del pasaje, a través de dosfamilias que encarnaban, en su propia experienciamigratoria de Tepoztlán a una vecindad de laciudad de México, el «contacto aculturador».10 Conlos primeros resultados, Lewis (1952) publicó«Urbanization without Breakdown: a Case Study»,un artículo en el que propuso a la familia comounidad de análisis antropológico pertinente, dandotoda una definición metodológica respecto de laspervivencias de lo tradicional en lo moderno.Manteniéndose fiel a las modificaciones de unobjeto de estudio que se desplaza, como undocumentalista que se propusiera registrar pasoa paso las peripecias de una mudanza familiar, elantropólogo llega a la ciudad o, con mayorprecisión, a sus intersticios degradados, los sitiosdonde los migrantes debían afrontar la pruebadefinitiva en su proceso de adaptación a la vidametropolitana. El estudio muestra los primerosresultados de un trabajo de relevamiento y análisisde la vida de 100 familias tepoztecas en ciudadde México que reúne, por primera vez en AméricaLatina, la indagación sobre las causas de lamigración en el punto de origen y sobre las razonesde la atracción en el punto de llegada, y formulahipótesis sobre el impacto psico-social y culturalde la mudanza. Y, vale la pena insistir, lo hace enel mismo momento en que la migración rural-urbana se está convirtiendo en la cuestiónsociológica, política y cultural capital en AméricaLatina.

A partir de esa investigación, Lewis definió lavecindad como el locus privilegiado para el análisisde la cultura migrante y amplió su espectro decasos al de otras comunidades de origen,publicando en 1959 Five Families (Mexican CaseStudy in the Culture of Poverty), el libro en el quenarró la experiencia de cinco familias, dos de lastepoztecas que ya había estudiado y otras tresprovenientes de diferentes regiones (Lewis,1959a). Aquí presentó por primera vez la categoríaque lo haría famoso, «cultura de la pobreza», a laque dedicó apenas unos párrafos en laintroducción, y, especialmente, inició el estilo de

relato que se convertiría en su marca reconocible,al que llamó «realismo etnográfico» («no es ficciónni antropología convencional»): unareconstrucción cuasi novelada de los testimoniosrecogidos en forma de biografía colectiva,utilizando procedimientos característicos de laficción –en este caso, el relato de «un día en lavida» de cada familia. Y es significativo que Lewisinicie desde la antropología un movimientosimétrico al que se estaba iniciando, en esosmismos momentos, desde la literatura hacia lanon-fiction (como se recuerda, Rodolfo Walshpublicó Operación masacre en 1957, y el mismo1959 fue el crimen que llevaría a Truman Capotea publicar, en 1966, el libro más famoso delgénero, A sangre fría): el antropólogo se aleja dela ciencia y los escritores de la ficción paraencontrarse en un punto medio de difícildefinición, especialmente para los cánones de laprimera.

En todo este ciclo de su debate con Redfield,Lewis buscó probar, básicamente, que el procesode urbanización social no es ni unitario niuniversal, sino que depende de las condicionesde partida –históricas, económicas, sociales yculturales– de cada grupo migrante (cfr. Lewis,1952: 39-41). Y en términos más específicos, queno había podido reconocer en la ciudad casininguno de los factores clásicos «del enfoqueSimmel-Wirth-Redfield» (como él mismo lo llama):ni anonimato personal, ni aislamiento individual,ni desorganización social, más bien lo contrario,ya que verificó la reproducción de los lazos fuertesde la familia ampliada y el espíritu comunitarioque se extiende a todos los que comparten lamisma procedencia; tampoco secularización, yaque la vida religiosa siguió siendo vigorosa en laciudad –y aún más, por la mejor organización queofrece allí la Iglesia católica–; ni abandono derasgos culturales elementales, como son laalimentación o las prácticas de curacióntradicionales. En su síntesis crítica a aquelparadigma, finalmente, sostuvo que no habíallegado a encontrar «evidencias experimentales uotras válidas que indiquen que la exposición deun gran número de personas por este sólo hecholas lleve a la ansiedad o a la tensión nerviosa oque la existencia de las relaciones secundariasdisminuya la fuerza e importancia de las relacionesprimarias» (Lewis, 1965: 497). Es decir, la ciudadno es sólo ese mundo heterogéneo e impersonalque recibe al migrante como un mero individuoque debe adaptarse a condiciones completamenteajenas a su experiencia, ya que el fenómenomigratorio ha formado en ella «pequeñascomunidades» –tal su definición de vecindad– queactúan en forma cohesiva y «amortiguan» elimpacto de la mudanza al recrear, en el nuevomedio urbano, un universo cultural completamentesemejante al de la procedencia.11

Es sencillo comprender que estos argumentos

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importaban muy directamente cuestionescandentes del debate latinoamericano: ¿cómocomprender a los migrantes?, ¿qué hacer con ellos?,¿cómo integrarlos al proceso de modernizaciónque la ciudad debería encarnar frente a su origenrural? Y, especialmente, ¿qué hacer con sus lugaresde residencia idiosincráticos, que ya no eran tantolas vecindades, sino las villas miseria, las favelas,las barriadas, las poblaciones callampa, esoscampamentos provisorios cuya proliferaciónmorbosa le estaba dando su marca definitiva a la«ciudad latinoamericana»?12 En la segunda mitadde la década de 1950 este tipo de preguntascomenzaba a organizar la agenda de problemasde las nacientes ciencias sociales en el continente,en diálogo directo con las teorías norteamericanasy con la producción de los investigadores de eseorigen en la región. En 1959, el año de publicaciónde Five Families, Lewis presentó su trabajo sobre«la cultura de la vecindad» (una especie decompendio de sus conclusiones respecto delhábitat de la cultura de la pobreza en la ciudad deMéxico) en el «Seminario sobre problemas deurbanización en América Latina», organizado enSantiago de Chile por CEPAL y UNESCO, en el quese relataron los resultados de los primerosestudios sociológicos sistemáticos realizados enpoblaciones urbanas marginales con intencióncomparativa, los que con el patrocinio de UNESCOy la guía de Philip Hauser llevaron adelante JoséMatos Mar en Lima, Andrew Pearse en Río deJaneiro y Gino Germani en Buenos Aires (cfr.Hauser, 1967).

4. 4. 4. 4. 4. Pero antes de abordar este contacto entreel debate antropológico y los estudios socialeslatinoamericanos, conviene puntualizar un par decuestiones sobre el debate mismo. Se mencionóal inicio que debía considerárselo como interno ala problemática chicaguiana, y esto es importanteaclararlo porque en las lecturas que recibió yaentrada la década de 1960, se produjo undeslizamiento de sentido por el cual las críticasde Lewis al modelo folk-urbano quedaron fijadassin más como desmentidos radicales del conjuntode supuestos de la socio-antropología urbana deChicago. Sin embargo, en los textos de Lewis deeste primer período es muy evidente que toda laargumentación de la «cultura de la pobreza» estáorientada a ofrecer herramientas para favoreceruna buena asimilación de los migrantes; es decirque, paradójicamente, Lewis radicaliza a su manerala idea de «continuo», como bien señala sufórmula «urbanization without breakdown».Porque si bien se ocupa de mostrar que ni elextremo folk es como lo tipologiza Redfield, ni elextremo urbano como lo hace Wirth (al menos noen la ciudad latinoamericana, ya que lo quecuestiona Lewis de las definiciones simmel-wirthianas sobre la «cultura urbana» es suvoluntad universalista, no su capacidad de

caracterizar acertadamente a la ciudad altamenteindustrializada de Europa o Norteamérica), enningún momento se aparta de la problemáticamisma de la «transición». Los objetivosreformistas de Chicago de comprender las leyesdel cambio social para favorecer la mejorintegración de lo tradicional en lo moderno, noestán puestos nunca en duda; en todo caso, loque Lewis le señala a los teóricos y, muyespecialmente, a los planificadores funcionalistases que para cumplir adecuadamente con ellos sedebe tomar en cuenta muy en serio el camino quelos propios migrantes muestran en su laboriosaempresa de integración a la vida urbana, unaespecie de «ajuste funcional» al nuevo medio, enel que la eficacia está dada por el uso acertado delos propios recursos culturales «tradicionales»,que no deben ser tomados entonces como rémorasque dificultan la «aculturación». Ésta, en definitiva,entendida como pérdida de la propia cultura, nosería ni necesaria ni conveniente para garantizaruna adaptación exitosa a la realidad de la ciudadlatinoamericana.

Por otra parte, una lectura actual de lasposiciones de Lewis permite comprender hasta quépunto sintonizaban bien con buena parte de lasposiciones «originarias» de Chicago, las de RobertPark, en quien la ambigüedad respecto del«proceso de civilización» está todavía másclaramente presente que en las estilizaciones deWirth y Redfield y, especialmente, que en sus usosfuncionalistas. Como señalaron ya hace tiempoMorton y Lucía White en un libro clásico, Elintelectual contra la ciudad, Park pensaba que «losinmigrantes recientemente llegados, quienesmantenían sus sencillos hábitos aldeanos conorganizaciones religiosas y de ayuda mutua,habían conseguido resistir mejor el impacto delnuevo medio ambiente» (White, 1967: 159). Vistodesde este ángulo, el debate entre Lewis y Redfieldse desplaza: no es sólo sobre cómo mejorar laadaptación, sino sobre qué rol tienen los «otros»,los aldeanos, en la cultura urbana. La respuestade Park al respecto no habría dejado lugar a dudas:un rol moralizador.

En el texto fundacional de la temática urbanaen Chicago, «La ciudad. Sugerencias para lainvestigación del comportamiento humano en elmedio urbano», el artículo de Park de 1915 queluego abrió The City (1925), ya se usaba ladefinición de «sociedad primitiva» de Sumner paracaracterizar el funcionamiento de los gruposprimarios que persistían dentro de la gran ciudad,en ese caso, las redes caudillescas de la políticamunicipal que «forman un ‘nosotros’, mientras elresto de la ciudad es sólo el mundo exterior, queno es tan animado ni tan humano como losmiembros del ‘nosotros’».13 Pero si en este ejemplola corrupción de esas redes políticas orientabanegativamente el juicio sobre tal pervivencia «denaturaleza completamente feudal», en un artículo

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de 1925, que también integró The City, Park va aplantear a la comunidad de inmigrantes como un«modelo» para la sociedad urbana norteamericana,en la búsqueda de alentar «un nuevo espíritualdeano».14 Ya que, como sostiene en «La ciudadcomo laboratorio social» de 1929, el problemasocial de la metrópoli es el de lograr «en la libertadde la ciudad, un orden social y un control socialequivalentes a eso que crece de forma natural enla familia, en el clan y en la tribu» (Park, 1999:115). En esta reivindicación del rol preservadorde los grupos primarios dentro de la ciudad,articulada con una definición reformista delcambio social que les abre posibilidades deadaptación, se ve la preponderancia de la matrizdurkheimiana –el intento de mostrar que lasociedad moderna sólo podrá afianzarse si seapoya en aspectos sensibles de la sociedadtradicional, no en su negación completa– y ladoble diferencia que establece el pensamiento deChicago frente a otras influencias muyimportantes: por una parte, frente a la posiciónmás radicalmente modernista de Simmel; por laotra, frente al darwinismo conservador de unafigura como Sumner.15 No es difícil entender quelas aportaciones de Lewis pudieran ser leídas enel andarivel de ese mismo equilibrio reformistarespecto del rol de la comunidad en la sociedad.

5.5.5.5.5. El debate latinoamericano interpretó con suspropias claves esa tradición reformista y los textosde Lewis ingresaron en los años cincuenta en todocaso como un correctivo para pensar los procesosde transición locales o, mejor, como una primeratraducción: la importancia que se le daba enChicago a la aldea, el ghetto o el barrio, en Lewisaparecía ya bajo una forma típicamentelatinoamericana, la vecindad, desde la queresultaba muy fácil hacer el pasaje a ese otrodispositivo urbano en el que iba a tomar forma la«otredad» aldeana en las ciudadeslatinoamericanas contemporáneas hastamimetizarse con ella: la villa miseria.

Es ilustrativo, en este sentido, el estado deldebate latinoamericano sobre esa cuestión crucial.La villa miseria era el diafragma delicado quematerializaba el momento más dramático de latransición, donde la cualidad temporal que parecíadar cuenta acabada de la percepción teórica sobreella, quedaba fijada en espacios inaceptables parala percepción tanto política como urbana. Elseminario de 1959 en Santiago nos ofrece un buenpanorama del estado de la investigación sobreesos temas, que muy poco tiempo atrás habíancomenzado a recibir la atención analítica de lasnacientes ciencias sociales. Es importantedetenerse en esa fuente, producida en el momentode apogeo del debate Redfield/Lewis, porque setrata de un tema que rápidamente iba a entrar enun ciclo de enormes mutaciones, tanto en laopinión científica como política. Como

anticipamos, los casos que recibieron unaatención sistemática en el seminario de 1959fueron tres: Lima, Río de Janeiro y Buenos Aires,constituyendo una de las secciones principalesdel seminario.16

El relator del caso de Lima fue José Matos Mar,antropólogo social del Instituto de Etnología dela Universidad de San Marcos, que presentó losestudios sobre las barriadas que venía realizandojunto al geógrafo británico John P. Cole, iniciadosen 1955 por encargo de la UNESCO.17 Matos Marformaba parte del círculo reformista de una figuramuy particular de la política peruana del período,el arquitecto Fernando Belaúnde Terry, quien yahabía impulsado como diputado la creación de laCorporación Nacional de la Vivienda en 1945, a loque le siguió una serie de iniciativas institucionalesmuy características del ethos planificador de laépoca (Instituto Nacional de Urbanismo, OficinaNacional de Planeamiento y Urbanismo) que fueronamojonando su llegada a la presidencia de lanación en 1963 con el partido Acción Popular,encarnando de un modo ciertamente emblemáticola centralidad que en esos años asumieron losproblemas del desarrollo urbano en la agendapolítica de los países latinoamericanos.18

En su estudio de 1959, Matos Mar presentabalas barriadas no como un problema «de vivienda»–que era el modo en que lo venía abordando elpensamiento urbano modernista dominado por laideología arquitectónica–, sino como un «reflejodel desequilibrio en las estructuras económicas ysociales nacionales» que estaba produciendo lavertiginosa migración de la población rural –mayoritariamente de la región andina–, a travésde un proceso escalonado que finalmente conducíaa Lima. Por esa razón, entre 1940 y 1957 lapoblación limeña se había triplicado (llegando a1.370.000 habitantes), concentrando el 50% de lapoblación urbana nacional y configurando uno delos casos extremos de un fenómeno típicamentelatinoamericano: la alta «primacía» urbana –lasegunda ciudad del país, Arequipa, no llegaba al10% de la población limeña (117.000 habitantes)(Matos Mar, 1967: 193). Pero el fenómeno másnotable radicaba en que buena parte de esecrecimiento se producía en las barriadas limeñas,cuya población también ya había superado a la deArequipa, en un ritmo mucho más elevado que elya elevado de la propia capital.19

El estudio de Matos Mar mostraba cómo la faltade desarrollo y oportunidades en el interior estabaacompañando un proceso de «urbanizacióncultural» de todo el país, en el que sobresalíanlos efectos dislocadores de unos medios decomunicación y un sistema educativo deconcepción unitaria sobre una poblaciónculturalmente heterogénea, de modo que losestímulos que creaban en su extensión nacionalsólo podían encontrar efectiva respuesta en lacapital. Con un resultado doble: la emergencia de

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una clase mestiza nacional, con «valores ymodalidades propias de formas de vida urbana»,y el surgimiento en la ciudad de núcleosimportantes de cultura rural con patronestradicionales, especialmente de matriz indígenaserrana, que sufren «desajustes mentales, socialesy económicos que atentan contra su buenaadaptación» (Matos Mar, 1967: 196).

Pero si esos términos parecen reproducir laconcepción funcionalista de la «desorganizaciónsocial» en el continuo folk-urbano, rápidamenteMatos Mar se ocupa de describir, en términoscompletamente análogos a los de la correcciónlewisiana del paradigma, los recursos culturalesy las tramas organizacionales de los gruposmigrantes que funcionan como «mecanismos decompensación», el principal de ellos, como en elcaso de la vecindad mexicana, la familia. Así, lasbarriadas «repiten en su estructura tradicionalessistemas comunitarios» de organizacióncooperativista –en los que, por ejemplo, se eligenautoridades por un sistema de representaciónfamiliar, que si parece tradicional, Matos Marsugiere que es, en verdad, con su carácter electivoy público, mucho más democrático que el sistemade designación directa de las autoridadesmunicipales usual en Perú–, caracterizados por unconjunto de hábitos, desde los patroneshabitacionales hasta la medicina, la alimentacióny el sistema de «creencias mágicorreligiosas», porno mencionar la propia lengua «extranjera»,constituyendo una intrusión popular-tradicional-aldeana en la vida metropolitana. Podría decirseque en Matos Mar conviven la preocupación pormostrar la integración efectiva de la población delas barriadas a la vida económica de la ciudad(contra los tradicionales estigmas demarginalidad, muestra que casi el 60% de lospobladores de las barriadas son obreros y que casiel 90% trabaja fuera del barrio) y la sensibilidadpor identificar, en su aislamiento cultural, laimportancia de los roles amortiguadores de unaidentidad indígena-comunitaria desdeñada por lacultura criolla dominante.

El caso de Río de Janeiro fue presentado porAndrew Pearse, un antropólogo y sociólogo inglésque, como experto de la UNESCO con sede en elCentro Brasileiro de Pesquisas Educacionais (CBPE),había realizado entre 1956 y 1957 un estudio sobrela integración de la población favelada a través dela escuela (Pearse, 1958).20 En su relato en elSeminario, Pearse dio definiciones generales sobrela favela bastante coincidentes con las de MatosMar sobre las barriadas: la consideró unaconsecuencia de las desigualdades en la estructurasocioeconómica del Brasil, un dispositivo urbanoque «desempeña una función inevitable y esencialen la relación entre el sector urbano rico eindustrial y el sector rural pobre y agrícola, quese encuentran separados por una excepcionallaguna económica» (Pearse, 1967: 220). Además

de su estudio cualitativo, se apoyó en análisiscensales que indicaban que la población faveladaya alcanzaba en 1957 un 30% de la población deRío (650.000 sobre 2 millones de habitantes), cifraque coincidía con la que circulaba desde años atrásen la opinión pública, pero que había sidodesmentida por los primeros censos específicosde 1948 y 1950, que daban una población faveladamenor al 10%.21

La polémica cuantitativa, habitual en estostemas controvertidos y de difícil mensura (no sólopor las condiciones de implantación de losasentamientos, sino porque la propia definiciónde lo que debía o no ser considerado una favelaen términos censales estaba en discusión), en elcaso de Río es también un indicio de la existenciamás temprana de estudios sobre el tema:posiblemente porque se trataba de un fenómenode más larga data, ya que las primeras ocupacionesilegales de morros en Río de Janeiro se habíanrealizado a finales del siglo XIX, tanto el debatepolítico-social como los trabajos de relevamientoe investigación de las favelas habían desarrolladoen Brasil un campo de reflexión específica másdenso y variado.22

De hecho, Pearse estaba en contacto en el CBPEcon Luiz Costa Pintos, una de las principalesfiguras en la renovación de las ciencias socialesen Brasil, que había dedicado a la favela uno delos capítulos de su libro de 1953 O negro no Riode Janeiro, resultado de una investigación sobrelas relaciones raciales también financiado por laUNESCO.23 Y casi en el mismo momento en quePearse hacía su trabajo de campo, se estaballevando adelante un estudio integral de las favelasde Río a cargo de la Sociedade de Analise Gráficae Mecanográfica Aplicada aos Complexos Sociais(SAGMACS), el equipo técnico formado una décadaatrás en San Pablo por Louis-Joseph Lebret, elsacerdote francés que había creado en Bretaña elmovimiento Économie et Humanisme, referenteinternacional de los movimientos de renovacióncatólica en la posguerra, con especial énfasis enla planificación humanista.24 Y este es un casoespecialmente representativo tanto de la pluralidadde los abordajes científicos que en Brasil yageneraba la cuestión de la favela, como de susenormes repercusiones políticas y culturales:SAGMACS había sido convocada a Río de Janeiropor el obispo Helder Cámara, que en 1955 habíaimpulsado la Cruzada São Sebastião a favor de unaacción integral para la urbanización de la favela –equipamiento, infraestructura y vivienda porsistemas de autoayuda–, radicalizando su defensacomo comunidad frente a las campañas políticasque pedían su erradicación.25

Retomando la presentación de Pearse, éstatambién coincide con la de Matos Mar en definir ala favela como una «intrusión de viviendas de tiporural en el sistema urbano de vida» (Pearse, 1967:220). Pero esa separación ambiental (reflejo de la

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separación radical en los patrones socio-económicos de la población campesina) noencuentra en la favela el correlato dual que, entérminos socio-culturales, parece caracterizar ala barriada limeña por la proveniencia indígena desu población. Porque si bien es cierto que, paraPearse, los habitantes de la favela son ajenos a laexperiencia urbana y encuentran grandesdificultades para integrarse a ella, también esindudable que los ve como parte de una culturamoderna popular-nacional mucho más integradaque en Perú.

Así señala, por una parte, las características«tradicionales» de la población favelada queexplican su «desorganización» a través de índicescaracterísticos de la indagación funcionalista: labaja sindicalización, las dificultades paraincorporar los hábitos laborales de las grandesempresas, el bajo «sentimiento de barrio», el bajonivel de asociacionismo como contratara de unfuerte familiarismo –aunque subraya la paradojade que la familia nuclear migrante es más«moderna» que la familia ampliada todavía habitualtanto en las clases altas rurales como urbanas–que se extiende en la trama de los «grupos deparentela», formando una cadena migratoria «enmovimiento constante hacia la ciudad» (Pearse,1967: 224). Pero, por la otra parte, aparece claroen su texto que los favelados encuentran unaintegración principal a través de la cultura demasas a la que ya pertenecen (el futbol, la quiniela,la radio), al punto de que es ese contraste entreciertos hábitos «tradicionales» y la forma de vidaurbana moderna lo que le permite a Pearse explicarel populismo brasileño como un reemplazo de lavieja dependencia personal del mundo rural pornuevos tipos de protección estatal en el contextode una cultura masiva del bienestar, unacaracterística política que está muy lejos decircunscribirse a la favela.

A diferencia de la combinación limeña entreintegración funcional y separación cultural, Pearseestá menos interesado en probar las formas deintegración económica que en analizar laplasticidad de la adaptación socio-cultural a unatradición política de populismo. La favela no espara él tanto una «puerta de entrada» a la ciudad,como el sitio marginado desde el cual el migrantese ve obligado a adaptarse a ella, configurandouna nueva forma moderna de la desventaja socio-económica. Y en este sentido sus hipótesis sonbastante coincidentes con las que estabaelaborando contemporáneamente el estudio de laSAGMACS, que si bien defiende la favela comocomunidad, no lo hace en función de algunaesencia cultural de origen ni de un carácterpresuntamente marginal a la sociedad urbana, sinode sus logros en establecerse en un medioadverso.26

El caso de Buenos Aires, por su parte, fuerelatado en el seminario de Santiago de Chile por

Gino Germani, a quien el encargo de la UNESCO lohabía llevado a realizar su primera incursión entemas urbanos que fue, al mismo tiempo, el primerestudio sobre la ciudad con los instrumentos dela sociología «científica» –un doble bautismo parauna articulación clásica.27 Germani eligió parahacerlo la Isla Maciel, un fragmento tradicionaldel área industrial de Avellaneda, porque elDepartamento de Extensión de la Universidad deBuenos Aires había instalado allí un centro deacción social que necesitaba una encuesta y que,a su vez, servía al equipo de sociólogos como cartade presentación ante habitantes especialmenterecelosos frente a las instituciones públicas desdela caída del gobierno del presidente Perón.28 Pero,además, el sector ofrecía una posibilidad encompleta sintonía con nuestro problema: laexistencia en el área circunscripta de la Isla de un«continuo» de urbanización, desde un sector devilla miseria reciente, hasta un sector popular deedificación regular y asentamiento arraigado enla zona, lo que llevó a Germani a organizar suinvestigación a través de cinco grupospoblacionales de estudio que (como las cuatrocomunidades yucatecas de Redfield, pero en unageografía mucho más concentrada) le permitíananalizar diferentes estadios de la transición folk-urbana: «una especie de progresión desde lasfamilias inmigradas más homogéneas en cuantoa origen de sus miembros y carácter reciente desu inmigración, hasta las familias totalmentenativas» (Germani, 1967: 235).

Es notorio que Germani presenta susresultados sobre el fondo implícito del paradigmaWirth-Redfield, con un tipo de argumentación quebusca verificar en qué se cumple y en qué no elcontinuo transicional, para hacer los ajustesempíricos adecuados al caso de Buenos Aires. Así,ve cumplirse casi redfieldianamente un procesoen el cual la mayor integración suponetransformaciones progresivas en los cinco gruposhacia las pautas del matrimonio legal, una menorcantidad de hijos, relaciones familiares másabiertas e igualitarias, un mayor grado deasociacionismo, un mayor nivel ocupacional(sobre una base de plena ocupación, la progresiónva de las actividades de servicio a las industriales),un mayor nivel educativo.29 También es sensiblea esa preocupación típicamente chicaguiana, quees descubrir que «el barrio tiende a heredar –transformadas y dentro del cuadro de la metrópoli–parte de las funciones de las pequeñascomunidades de la sociedad tradicional,manteniendo incluso ciertos sentimientos deidentificación y pertenencia que son bastanteperceptibles en la zona urbanizada de la isla»(Germani, 1967: 253). Y, ya en completa sintoníacon el «ajuste» lewisiano, tiene que reconocer quele resulta muy difícil la utilización de la dicotomíaclásica de «organización/desorganización»atribuida al mundo tradicional y al moderno

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respectivamente. Ya que así como, por una parte,no es posible encontrar en el origen de los gruposmigrantes una diferencia sustancial en cuanto ala estabilidad o cohesión familiar y comunitaria –lo que indica una gran homogeneidad de partidaen las pautas socio-culturales de migrantes ynativos de la ciudad, debido a la tempranaextensión nacional de los rasgos característicosde una sociedad altamente urbanizada (y debidotambién a que, por esa misma causa, sólo muypocos migrantes llegan directamente de áreasrurales, siendo lo normal un proceso de migraciónescalonado desde ciudades pequeñas a medianasque conduce finalmente a Buenos Aires)–, por otraparte, son mayores los rasgos de«desorganización» en los sitios de partida de lapoblación popular no urbana que en la propiaciudad, con lo cual el proceso de urbanización«produce a la vez –y algo paradójicamente–organización y desorganización» (Germani, 1967:242). Es decir que Germani encuentra en el procesomigratorio de Buenos Aires un continuo muyacortado, lo que supone reconocer que ni el polofolk ni el urbano pueden identificarse con laclaridad de las tipologías clásicas.

Analizando de conjunto los tres relatos, es fácilver que comparten la preocupación por demostrarla integración socio-económica en las actividadesurbanas de las poblaciones estigmatizadas como«marginales» (como se señala conclusivamente enuno de los capítulos programáticos del libro de laUNESCO: los migrantes «no constituyen un grupoque se distinga claramente de las clases urbanasinferiores en general»), asumiendo una especie dedualismo atenuado o reformista, en el que seintenta precisar las desventajas diversas departida de los grupos migrantes (más sociales, oeconómicas, o culturales, según el caso), bajo unprisma que valora la integración a los sectoresmodernos identificados con la cultura urbana.30

Es notable que los tres forman parte de un primerestadio de revisión de las nociones máscrasamente funcionalistas, ante la evidencia deque algunos de sus postulados teóricoscondenaban la realidad de la urbanizaciónlatinoamericana al lugar de la patología. En el casode las migraciones, esto se verifica en la continuaadvertencia sobre los límites de nociones como«sobreurbanización» o de la misma dicotomía«tradicional/moderno»; no porque estos analistasno participaran de la visión crítica sobre losprocesos que conducían a esos fenómenos (comoel desfasaje entre las tasas de urbanización y lasde industrialización, o el peso de las migracionesen la extensión de un sector de servicios debajísimo standard), sino porque advertían que,colocados en aquellos moldes teóricos, esasnociones terminaban caracterizando a la ciudadlatinoamericana como mera desviación de lanorma dictada por la modernización occidental.

Finalmente, los tres análisis de Lima, Río y

Buenos Aires podrían leerse de corrido tambiéncomo una ejemplificación de los diferentesmomentos del continuo folk-urbano en una escalacontinental, desde la mayor contraposición entremigrantes rurales y habitantes urbanos en Lima,hasta la mayor cercanía entre los dos polos enBuenos Aires, como las estaciones progresivas deun único estudio de transición de lo tradicional alo moderno, suficientemente poroso como paraincorporar en variadas proporciones losingredientes diversos de un funcionalismo à laRefield o un culturalismo à la Lewis.31 Es claro queel main stream de las nacientes ciencias socialesen la región se movía, en 1959, dentro de la nociónde «continuo», viendo en ella un instrumentopasible de ajustes que permitirían incorporar lapeculiaridad latinoamericana de sociedades entránsito a diversas formas de integración urbana,tanto porque cada una partía de polostradicionales completamente diversos, comoporque la propia consistencia moderna del polourbano debía entenderse idiosincrásicamente encada caso.

6. 6. 6. 6. 6. «Dualismo» y «marginalidad» son palabrasque, como se sabe, en 1959 estaban a las puertasde una transformación vertiginosa, como objetosde polémicas intensísimas a la luz de las cualestodavía hoy se sigue juzgando aquella producciónanterior. Por eso es importante detenerse un pocomás ante la frontera que en estos temas nos ponela década de 1960, para analizar los correlatosoperativos de aquellas posiciones sobre elcontinuo transicional en las ideas sobre viviendasocial. Porque, ¿dónde encontrar más claramentedelineadas las posiciones sobre el rol de los«aldeanos» en la ciudad, que en los debates sobrecómo deberían ser sus casas y sus barrios?

Es notorio que, en los años cincuenta, la vieja«cuestión de la vivienda» había vuelto aconvertirse en un gran disparador de laimaginación social y política en la región,produciendo un terreno aparentemente comúnpara las indagaciones de la antropología y lasociología y las de la arquitectura; aunque éstapodía, en verdad, reclamar una notableprecedencia frente a las ciencias sociales, ya quehacía por lo menos tres décadas que había activadosu revolución modernista gracias a una reflexiónoriginal sobre la vivienda masiva, asentada paramediados de siglo en una respuesta formal ytipológica, la «unidad de habitación». De hecho,desde los años cuarenta había comenzado laconstrucción, en diversos países de la región, deuna serie de grandes conjuntos habitacionales queponían en juego los criterios más avanzados de laarquitectura internacional para la vivienda social,consolidando la alianza entre estado y arquitecturamoderna por medio de la cual se veníaproduciendo, desde la década de 1930, una radicaltransformación territorial en América Latina

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(Gorelik, 2005b). Conjuntos como «El Silencio»(1941) o la urbanización «23 de Enero» (1954),ambos de Carlos Raúl Villanueva en Caracas; obrascomo «Pedregulho» (1950), de Affonso Reidy enRío de Janeiro, o las «Superquadras» concebidaspor Lucio Costa para Brasilia (1957); los«multifamiliares» «Miguel Alemán» (1947) y«Presidente Juárez» (1950), ambos de Mario Panien México; entre muchos otros ejemplos, fueronapenas los hitos arquitectónicos detrás de cuyaenorme visibilidad se encolumnó una vastísimaproducción llevada adelante por institucionespúblicas como el Banco Obrero de Venezuela, elDepartamento de Habitação Popular de laPrefectura de Río y los Institutos deAposedantorias e Pensões en Brasil, la Caja deHabitación Popular y la Corporación de la Viviendaen Chile, la Secretaría de Vivienda de laMunicipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y elBanco Hipotecario Nacional en la Argentina, etc.,etc.32 Así se desplegó sobre las principalesciudades del continente una miríada de marcasmateriales del común impulso modernizador queinspiraba a los cuerpos técnicos estatales, másallá de las notorias divergencias políticas eideológicas entre los diversos gobiernos. Fueron,por supuesto, emblemas difusores derepresentaciones políticas dentro de una tradiciónestatal de utilización grandilocuente de la obrapública con fines propagandísticos, pero tambiénla señal de madurez de la experimentaciónarquitectónica local y, especialmente, la orgullosaforma en que América Latina celebraba suspotenciales atributos para resolver sus conflictossociales a partir de un salto adelante sobre supropia modernidad.

Es sabido que este modelo habitacionaltambién reconoce un originario alientocomunitarista, reactivo a la disoluciónmetropolitana de los lazos sociales primarios. Perosu idea de comunidad era mucho más un proyectode organización colectiva adecuada a los nuevostiempos, que una puesta en valor deespecificidades culturales que debieranpreservarse o siquiera aprovecharse en sucapacidad «amortiguadora». En este sentido, laidea de «unidad de habitación» encuentraanalogías en el universalismo de la noción de«continuo folk-urbano», proponiéndose comoinstrumento capaz de reparar las aristas másconflictivas de la vida metropolitana: es larespuesta modernista –tomada por un importantesector de las «vanguardias históricas»– aldiagnóstico simmeliano; una respuesta que optapor radicalizar las lecciones contemporáneas dela metrópoli –la concentración y la densidad– perocomo camino más adecuado para la restauración,en un plano superior, de las formas comunitariasque ella ha dislocado. De hecho, la tira de viviendasflotando sobre sus columnas en una cultivadaextensión verde no es simplemente el resultado

de una combinación de motivos higiénicos (contrael hacinamiento de la ciudad especulativa) ytécnicos (la utilización industrial de los nuevosmateriales, el hormigón armado, el acero y elvidrio) para responder con racionalidad yeficiencia a las nuevas demandas masivas dehabitación; es la búsqueda de recuperación de ladoble armonía perdida en la metrópoli moderna,hacia adentro en la comunidad (y por eso cadaunidad se piensa como un nuevo «falansterio» conservicios comunes para las necesidades socialesy culturales de la vecindad) y hacia afuera en lanaturaleza. Y si pudiera ser criticable la pocaatención que en el proyecto de estas viviendas sele prestaba a las condiciones de vida efectivas delos grupos a los que estaban dirigidas, debecomprenderse que esta arquitectura buscabamodificar los hábitos y las relaciones con la ciudadde toda la población, no sólo de sus segmentosmás necesitados: en verdad, esa necesidad erapensada como virtud, ya que en la vivienda socialse esperaba que germinara una transformaciónvanguardista del conjunto de la vidametropolitana. Para la arquitectura modernista,todos los habitantes metropolitanos, migranteso no –y no hay que olvidarse de que, como señalóRaymond Williams (1997), la respuesta cultural dela vanguardia a la metrópoli también puedeexplicarse en el origen «aldeano» de buena partede los artistas que reaccionaban con fascinacióny extrañamiento ante la gran ciudad–, son seresalienados que podrán reencontrarse en las nuevascomunidades que los grandes conjuntoshabitacionales les ofrecen.

Pero esta noción modernista-voluntarista decomunidad debió enfrentar una alternativa que seiba a traducir, en los años cincuenta, en unapolítica panamericanista de vivienda social biendiferente: la política de apoyo económico y técnicoa la autoconstrucción, confirmatoria «de lastradiciones y costumbres de la vida local», comosostenía en 1953 una comisión ad hoc de la UniónPanamericana (1954: 16). El modelo de laconstrucción con «esfuerzo propio y ayuda mutua»partía de un diagnóstico económico –es imposibleresolver el impresionante déficit de vivienda conlos escasos recursos de los estados de la región(un promedio del 80% de la población urbanalatinoamericana vivía en condiciones inaceptablesde precariedad habitacional, según ese informe)–pero lo combinaba con una visión ideológico-cultural dominante en las institucionespanamericanas que traducían, así, el consensotécnico norteamericano, tanto sobre el problemade la vivienda en sí –el ideal anglosajón desuburbanización residencial como alternativa a laconcentración metropolitana–, como respecto dela población carenciada de los paísessubdesarrollados –a la que los hábitos del trabajocolectivo servirían como refuerzo de los lazoscomunitarios debilitados por el asistencialismo

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estatal y la desmoralización provocada por lascondiciones miserables de su vida en la ciudad.

La experiencia que servía de modelo para eldesarrollo de esta posición era la que se veníallevando adelante en Puerto Rico donde, por suestatuto colonial, los técnicos norteamericanospudieron realizar sin obstáculos un experimentoradical de reorganización territorial, desarrolloagrícola e industrial, programas de vivienda ymodernización de las infraestructuras sanitarias,escolares, viales y turísticas, de notables efectosen la redistribución social, en un todo de acuerdocon esa combinación de tecnocracia y reformismopopulista que supuso el clima ideológico del NewDeal. Así, la isla se convirtió en un campo depráctica avanzada de la planificaciónnorteamericana (allí se concibió el comprehensiveplanning, dominante en las siguientes décadas)y, al mismo tiempo, en un «microcosmos» ideal –de acuerdo a la expresión de Harvey Perloff (1950:24)– para experimentar con «los problemas yaspiraciones […] de las regiones superpobladas ysubdesarrolladas».33 El proceso había comenzadoen 1941 con la gobernación de Rexford Tugwell –quien había sido subsecretario de Agricultura deRoosevelt y jefe de la ResettlementAdministration, la agencia federal encargada deafrontar la escasez de alojamientos urbanos yrurales durante la crisis– y continuó luego de 1946con las gobernaciones del Partido PopularDemocrático de Muñoz Marín y la BootstrapOperation.34

En la cuestión de la vivienda, el «modeloportorriqueño» se resumía en una novedosapolítica de rehabilitación de arrabales –a travésdel Programa de Tierras y Servicios Públicos–mediante la cual el gobierno saneaba las tierras einstalaba los servicios y las familias se construíanlas viviendas de acuerdo a planos-tipo muysencillos, con posibilidad de crecimiento futuro;un sistema que daba resultados mucho másrápidos y menos conflictivos que las políticasde erradicación y reemplazo por grandesconjuntos habitacionales. Estas fueron las basesque tomó la Unión Panamericana, que habíaorganizado en 1949 su Sección de Vivienda yPlanificación para canalizar los fondos otorgadospor el «Punto IV» –uno de los puntosprogramáticos del discurso de asunción delpresidente Truman en ese mismo año, queinstauró como política de estado la asistenciatécnica a los países subdesarrollados. FrancisViolich, un planificador californiano que en laUnión Panamericana estaba comenzando una largacarrera de especialización en la región, habíaconfeccionado el proyecto de la Sección Viviendaa partir de una estadía de estudio en Caracas, dela que extrajo un análisis muy crítico de la «víalatinoamericana» para la vivienda social: losgrandes conjuntos habitacionales de iniciativapública eran inadecuados, insuficientes y nunca

llegaban a la población realmente necesitada, loque terminaba resultando funcional al crecimientodescontrolado de los barrios de invasión.35 Ladirección de la Sección quedó a cargo de AnatoleSolow, quien impulsó la creación, en 1951, delCentro Interamericano de Vivienda (CINVA) enBogotá, cumpliendo uno de los principalespostulados del Congreso Panamericano deVivienda Popular que se había celebrado en BuenosAires en 1939, donde funcionarios y expertos detoda la región habían señalado la necesidad de uncentro de formación técnica y experimentación(Solow y Masis, 1950). Y el CINVA funcionó comouna caja de resonancia de la planificaciónportorriqueña, llegando a ser en las siguientesdécadas un núcleo de adiestramiento masivo parala puesta en práctica de los programas deasistencia técnica en proyectos de viviendaeconómica por ayuda mutua con financiamientonorteamericano, y de difusión de la manualísticacorrespondiente (Rivera Páez, 2002).

Hacia 1959, cuando se realiza la conferenciade Santiago de Chile, es posible reconocer unadistribución geográfica bastante nítida de ambosmodelos en el mapa latinoamericano, con dominiode la política de grandes conjuntos habitacionalesen México y Sudamérica y de la política de la ayudamutua en Colombia y los países centroamericanos–donde el CINVA y, más en general, lasinstituciones panamericanas tenían una presenciamuy activa–, aunque esto deba ser matizado porel hecho de que todos los países que tenían enmarcha acuerdos de asistencia técnica con losEstados Unidos implementaban en proporcionesvariadas programas de micro-emprendimientos devivienda urbana y rural (Chile, Perú y Brasil,claramente), así como los países que seguían la«vía panamericana» no dejaron por eso de realizarunidades de habitación paradigmáticamentemodernistas (como muestran las contratacionesde José Luis Sert, uno de los principales«vanguardistas-expertos», para la realización deurbanizaciones en Bogotá y Puerto Rico, entremuchos ejemplos) (ver Liernur, 2004). Pero lasrelaciones entre ambas «vías», latinoamericana ypanamericana, más allá del pragmatismo de losgobiernos cuando hay programas de asistenciatécnica y, especialmente, financiera en juego, erana la vez tensas e intrincadas. Porque si lasinstituciones panamericanas y el intento deEstados Unidos de convertir la experienciaportorriqueña en un modelo para todo elcontinente generaban enormes resistencias en losequipos técnicos y políticos locales,36 al mismotiempo, sus propuestas de ayuda mutua yautoconstrucción asistida sintonizaban con lasposiciones más radicalmente comunitaristas ymás próximas a la militancia social en las propiaspoblaciones, como muestran las iniciativasmencionadas de urbanización de las favelas,llevadas adelante por sectores de la Iglesia.

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7. 7. 7. 7. 7. Puede parecer paradójico, por cierto, enrelación con las imágenes establecidas de lasrelaciones entre los países latinoamericanos y losEstados Unidos en el período, lo que surge de estasomera revisión de las políticas de vivienda: lasinstituciones oficiales y los funcionarios de lospaíses latinoamericanos parecen poco remisos aaceptar la «ingerencia» norteamericana, mientrasque las agrupaciones de base parecen confluir dehecho con ella. Y en el reverso de esta paradoja,lo que la historia de la planificación nos muestraes algo no siempre fácil de advertir en las historiasde las ciencias sociales: el reformismo populistay basista (también, desde ya, pleno depaternalismo y «salvacionismo liberal», por usarlos términos de Miceli, 1990: 28), muchas vecescon visos de radicalismo, que los técnicosnorteamericanos dedicados a la cooperación conAmérica Latina transportaron directamente de laexperiencia del New Deal, que parece habermigrado en bloque al sur ante las poco propiciascondiciones que Norteamérica le ofrecía alprogresismo en los años cincuenta.

Ahora bien, de la heterogénea confluenciade intereses en el terreno de la «participaciónpopular», donde lo más unificador parece ser elrechazo a las imágenes monumentalista delestado y universalista de la sociedad que losconjuntos habitacionales portaban, en los añossesenta va a ir emergiendo una posición másdrástica, que va a ver en la autoconstrucciónpopular y la consolidación de sus núcleos deresidencia una verdadera alternativa a los dilemasde la modernidad urbana latinoamericana (y, másen general, «tercermundista»). Así como elparadigma modernista significaba la disoluciónde todo resabio de aldea tradicional en la ciudad,para reorganizar el conjunto metropolitano comouna articulación novedosa de comunidadesfuncionales abstractas, y el paradigmacomunitarista suponía la radicación consolidadade «la aldea» y su integración a la ciudad comoparte con iguales derechos, así las nuevasposiciones van a ir más allá, proponiendo a «laaldea» como célula regeneradora de los males dela sociedad moderna, retomando casi literalmentela función moralizadora que le atribuía RobertPark.

El campo de la arquitectura estaba bienabonado para que esa respuesta germinara,atravesado por la oleada de rebelión de posguerracontra la burocratización y mercantilización delfuncionalismo de las vanguardias modernistas enel nuevo mundo construido por la expansióncapitalista. Una reacción en muchos sentidos«antropológica» contra el mundo moderno, quepodía manifestarse en la reivindicación románticade la arquitectura vernácula –como la que llevabanadelante Bernard Rudofsky con su célebre muestra«Arquitectura sin arquitectos», o Aldo Van Eyckcon su serie de publicaciones sobre la

construcción popular en el Sahara–, o en lasnuevas aproximaciones a los problemasmetropolitanos que buscaban mostrarle a losplanificadores las «dimensiones ocultas» –porutilizar la fórmula con que Edward Hall titulabasus estudios de antropología espacial– de la vidaurbana como experiencia simbólica y cultural.37

Por supuesto, este debate también incidió enla arquitectura de los grandes conjuntoshabitacionales, a través de investigacionestipológicas que en los años sesenta intentaronincorporar elementos de la cultura del habitar delos sectores populares a los que teóricamente sedirigían (patios, terrazas, variedad volumétrica).Pero su expresión más sintomática en lo que hacea la vivienda social en América Latina –como partede un problema común a todo el mundosubdesarrollado– se encuentra en las experienciasde autoconstrucción, tal cual fueron elaboradaspor el arquitecto inglés John Turner durante variasestadías en Lima.

Turner había llegado a Perú en 1957 invitadopor Eduardo Neira, a quien había conocido en unareunión del Congreso Internacional de ArquitectosModernos (CIAM) en Venecia en 1950 y con el queluego estableció relaciones más firmes durantelos estudios de posgrado que realizó enLiverpool.38 Según el relato de Turner, cuandoNeira lo convocó a integrarse a la Oficina deAsistencia Técnica a las Urbanizaciones Popularesque había creado en 1955 en Arequipa, le dio comoúnica bibliografía los manuales portorriqueños deautoconstrucción comunitaria por esfuerzopropio, que se convirtieron en su primer contactocon el tema y en su exclusiva guía cuando tuvieronque enfrentar las consecuencias del terremoto de1958, que dejó sin vivienda a prácticamente el 50%de la población arequipeña (Chávez, 2000). A partirde entonces, Turner se convirtió en una especiede etnógrafo de la construcción popular, entrabajos de campo en las barriadas limeñasrealizados en diálogo con el antropólogonorteamericano William Mangin, y en unpropagandista internacional de la alternativaparticipativa para la vivienda social.39

El razonamiento partía de bases estrictamentepragmáticas y utilitarias, en el sentido de quedesencializaba la vivienda de los pobresmostrando que se trataba para ellos de un armade supervivencia, y su hábitat, de un medio devida eficiente en la economía urbana, más que deun problema cultural. Pero rápidamente se pasabaa una idealización de la vida en las barriadas (quetenían «un nivel más elevado que numerososdistritos de Lima que se habían desarrolladolegalmente») y, especialmente, de sus habitantes,que eran mucho más libres que los pobres de lasociedades ricas.40 Y si parecía evidente que teníanobjetivos conformistas, de acomodacióninstrumental a la sociedad establecida, al mismotiempo, como afirmaba Mangin en 1963, la

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imposibilidad de que en el Perú se produjesen loscambios acelerados que se necesitaban parasatisfacer esas ambiciones reformistas deprogreso social, los llevarían a la frustración,convirtiéndolos en actores objetivos del cambio:«Es posible que cuando los niños [los hijos de laprimera generación de ocupantes ilegales]comprendan este hecho, hagan realidad la actualprofecía paranoica de muchos peruanos de clasemedia y alta que consideran a la población de lasbarriadas como rebelde y revolucionaria» (Mangin,1969: 21).

Durante los años sesenta y los primerossetenta no quedaba margen de duda acerca de quese había tratado de una profecía autocumplida, yestas posiciones a favor de la vivienda socialparticipativa formaron claramente parte del ampliolote de perspectivas de izquierda, al compás deuna fortísima oleada de movilizaciones popularesurbanas que instaló a «los aldeanos», por primeravez, en un lugar destacadísimo de la escenapolítica de la ciudad. Gobiernos de muy diferentesigno tuvieron que aceptar la realidad y el derechode las invasiones y establecer políticas para suconsolidación, y el pensamiento social se lanzó adiversas operaciones teóricas para incorporarestas «luchas por el consumo» en un lugardestacado de la agenda de investigación (buenaparte del debate sobre la «urbanizacióndependiente» y las «teorías de la marginalidad»se explica en la fuerza con que habían irrumpidolos «nuevos sujetos sociales» definiendo unasupuesta vía latinoamericana a la revolución).

Pero en los años ochenta y noventa –luego delfranco retroceso de aquel protagonismo político,uno de los blancos predilectos de los golpesdictatoriales y los procesos autoritarios en los añossetenta en la región– aquellas posiciones pudieronser reinterpretadas tanto en clave neoliberal comoneopopulista. De lo primero da un ejemploinmejorable el economista peruano Hernando deSoto (1986), que en El otro sendero tambiénpresentó «el problema» como «la solución», peropara mostrar ahora a los pobladores de lasbarriadas como activos agentes de la iniciativaprivada obstaculizados por un estado paternalistae ineficiente, cuyas anteojeras burocráticas yprejuicios asistencialistas condenan todo eseinmenso movimiento económico real a lailegalidad.41 Entonces se hizo más claro el tipo deoperación ideológica que auspiciaba la política deautoayuda del Banco Mundial, así como seresignificó el rol de consultores de organismosinternacionales de algunas de las figuras revulsivasde las décadas anteriores, y las propiasambigüedades de aquel culturalismoantropológico: por ejemplo, el periodista ÁlvaroVargas Llosa (2004) pudo sostener recientementeque Mangin fue «el hombre que se adelantó treintaaños» al comprender que en las barriadas«germinaba no una revolución proletaria, sino una

economía de mercado».La clave neopopulista, por su parte, es la que

se consuela ante el fracaso de aquellas promesasrevolucionarias con la evidencia del fracaso nomenos estruendoso de las anteriores ambicionesdesarrollistas, celebrando en el protagonismo delos «aldeanos» la inversión más carnavalesca quelibertaria consolidada como escenario definitivode las metrópolis latinoamericanas. Como haescrito Abelardo Sánchez León (1988: 207) –einsistimos en autores peruanos apenas comoevidencia del intensísimo laboratorio que el casode las barriadas de Lima representó durante todoese largo ciclo para el pensamientolatinoamericano–, «si hace siglos, durante lacolonia, a los indios se les encerraba en zonasbajo cuatro murallas, hoy en día los sectoresacomodados se encuentran en ghettosresidenciales rodeados por aquellos queconsideraban bárbaros y que han llegado alcorazón o al hígado de este país…». O podemosacudir a uno de los analistas más lúcidos de lainvestigación urbana latinoamericana, que laacompañó con erudición e ironía desde susmismos comienzos en la década de 1950oponiendo un consecuente populismo culturalistaa las ilusiones ilustradas de reformistas yrevolucionarios: «Por primera vez desde laconquista europea –escribía Richard Morse en losaños ochenta– la ciudad no representa un bastiónintruso en el dominio rural ni constituye un centrode control sobre el mismo. La Nación ha invadidola ciudad. El espacio físico y social urbano reflejaahora a la sociedad nacional como un todo»(Morse, 1989: 75-76).42

8.8.8.8.8. El debate entre Redfield y Lewis sobre laadaptación de los «aldeanos» a la ciudad fue lamodulación específica de un problemaantropológico que, entre los años cuarenta y lossetenta, encontraría ecos en los más variadosrincones del pensamiento urbano, social y políticolatinoamericano, saturando sus significaciones.Por eso, por su gran capilaridad, es posibleutilizarlo como un papel de tornasol para testearlas diferentes reacciones de cada uno de loselementos que entraron en resonancia con él, conla aspiración de que así podrían iluminarse zonasde historicidad algo diversas de las ya transitadaspor los enfoques más específicos sobre losdebates políticos, sociológicos o urbanos delperíodo.

En ese sentido, intenté mostrar que el arcoabierto entre la propuesta analítica de Redfield yel «ajuste» lewisiano puso el horizonteuniversalista-reformista dentro del cual pudosurgir una reflexión específica sobre la «ciudadlatinoamericana», con un matiz atenuado deldualismo tradición/modernidad que mantenía laconfianza en el cambio social, aunque sabía queéste ya no recorrería exactamente el itinerario

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trazado por la experiencia de la ciudad europea onorteamericana. En ese primer estadio de lareflexión urbana, contemporáneo de lainstitucionalización de las ciencias sociales en laregión, el auge del pensamiento cepalino y eloptimismo desarrollista, ya se había procesadouna primera revisión del debate que puso el acentoen las críticas a Redfield de un modo en que, confrecuencia, le daba la razón a Lewis, oponiéndolossin matices. Las críticas a Redfield se centrabanen tres aspectos: el esquematismo abstracto desus tipos polares (la inexistencia de algoempíricamente reconocible como «sociedad folk»o «sociedad urbana»), el pretendido universalismodel continuo que se establecía entre ellos, y, comocontracara de esto último, el «etnocentrismooccidental» de la dicotomía, de acuerdo a lostérminos con que Philip Hauser, apoyándosedecididamente en Lewis, denunciaba suinadecuación para las ciudades del mundo endesarrollo (Hauser y Schnorre, 1965).43 FranciscoBenet (1963-1964) iría más allá, criticando ya noel «etno» sino el «eurocentrismo» en sentidoestricto de la noción de «continuo», porqueimponía dicotomías importadas de Europa quetampoco podían reconocerse en los EstadosUnidos, donde nunca habría existido una culturarural.44

Pero aunque los teóricos latinoamericanosconocían bien esas críticas y en buena medida lascompartían (y el nombre de Hauser entre los quelas esgrimen desde temprano es la mejordemostración), la idea de «continuo» seguíadominando como la base desde la cual seorganizaba el conjunto de la problemática, elpoderoso instrumento para pensar la integraciónde los «aldeanos» a un proceso de cambio socialque imaginaban trastornando desde las ciudadeslas desiguales estructuras tradicionales de lospaíses latinoamericanos. El propio esfuerzo decomprensión del carácter de las «aldeas» quesurgían en las ciudades les mostraba que el meroavance económico y el desarrollo industrial no ibana producir por sí solos esa integración: lanecesidad de encontrar nuevas categorías para la«ciudad latinoamericana» es una demostración deldesfasaje productivo que se abre hacia finales delos años cincuenta entre los modelos de referenciay la reflexión local. En la ambigüedad de esedesfasaje irresuelto, entre la necesidaduniversalista y la evidencia empírica de la reforma,se despliega a mi juicio el momento más originalde la reflexión urbana latinoamericana.

A partir de entonces, a lo largo de la décadade 1960 se podría señalar el surgimiento de otrosdos estadios de reflexión sobre el problema quecierran, a su modo, aquel horizonte. Uno, envinculación con las posiciones radicalizadas sobreel tema de la vivienda popular, que podríamosllamar monismo radical, ya que puso el foco en lanecesidad de eliminar todo resabio de

«marginalidad» que pudiera desprenderse de aqueldualismo anterior, como manifestación extremade la voluntad de normalizar y legitimar unequipamiento intelectual específico para pensarel fenómeno de la «ciudad latinoamericana». Estasinvestigaciones surgieron de un poderoso impulsode identificación política y cultural con «losaldeanos», insistiendo en la esencialhomogeneidad de los procesos de urbanizaciónen los sectores de mayor pobreza, más allá de laespecificidad de su hábitat en la ciudad o de suorigen dentro o fuera de ella. Es decir, la idea de«continuo» quedaba directamente anulada por lanecesidad de reivindicar el carácter plenamenteurbano de la experiencia de la vida en los barriospopulares, contra las anteriores descripciones queveían en ellos una «intrusión rural». El matrimoniode antropólogos norteamericanos Anthony yElizabeth Leeds realizó estudios sobre las favelasen Río muy característicos de este estadio: encontacto directo con las investigaciones de Turnery Mangin, con quienes colaboraron en variasoportunidades en el intento de trazar hipótesiscomparativas, los Leeds buscaron desmitificar elcarácter «aldeano» de la favela para mostrar queparticipaba con altas dosis de creatividad de lasactitudes y valores de la ciudad moderna, comoparte inescindible de ella (Leeds y Leeds, 1972).45

En la línea de las críticas que ya habíanseñalado el etnocentrismo implícito en laequivalencia de «integración» y«occidentalización», los Leeds propusieronentender los términos propios en que la favela seintegraba en un sistema urbano mayor, junto auna gama completa de ambientes socio-residenciales de la pobreza que organizaba unconjunto mucho más matizado y plural que el quesurgía de la reducción dualista del esquemafavela-tradición / ciudad-modernidad. Y así comomostraban la plena integración en términoseconómicos, sociales y políticos de la favela conel mundo urbano y sus valores –dando una pinturadel favelado que lo mostraba como un ingeniosooportunista a la pesca de las inmensasoportunidades que la ciudad y sus mercadosformales e informales ofrecían para la movilidadsocial–, por otra parte, a través de un estilo deinvestigación participante que supuso unainmersión total en la vida de la favela, mostraronque ésta tenía una estratificación social internasumamente compleja –tanto como la de la mismaciudad–, compuesta de niveles de status, gruposy redes que eliminaba cualquier simplificacióncomunitarista centrada en la familia y los lazosprimarios.

Por eso rechazaron el procedimientometodológico de Lewis, porque el foco analíticoen la interioridad de la familia creaba la ilusión deun funcionamiento tradicional que impedíasiquiera atisbar la novedad de las redes en quesus miembros estaban inmersos. Más en general,

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estas posiciones discutieron fuertemente con lanoción de «cultura de la pobreza» comoresponsable central en la reproducción académicay política de los prejuicios sobre los pobresurbanos. Pero es importante aclarar que ya no setrataba de una polémica con aquel Lewis queindagaba en los recursos con que los migrantesse «ajustaban» a través de su propia cultura a lade la ciudad –como había hecho en «Urbanizationwithout Breakdown» y hasta «La cultura de lavecindad» de comienzos de los sesenta, textosque siguieron utilizándose positivamente en losdebates sobre las migraciones urbanas–, sino conun Lewis que, a partir de la estabilización de la«cultura de la pobreza» como categoría tambiénuniversalista (a través de trabajos que desarrollóen la India, en Puerto Rico, en los Estados Unidos,continuando el estilo de reportaje colectivo de Fivefamilies), fue desarrollando una visiónmiserabilista de los pobres urbanos que lossituaba exclusivamente en la carencia y lamarginalidad, como seres indefensos y frustrados,condenados a reproducir de modo incesante lasmismas condiciones culturales que habíanoriginado su estado de pobreza.46

Y si esta visión tardía de Lewis restringía laacción del estudioso a la denuncia o elasistencialismo, la visión más comprometida delmonismo radical, al mismo tiempo, le planteabaserias dificultades conceptuales a la perspectivade izquierda de la que se sentía partícipe. Así sele señalaba, por ejemplo, que la idea de que lafavela no es el problema, sino la solución, que losLeeds compartían con Mangin, le quitaba todadramaticidad a las condiciones de vida reales delos favelados, «normalizando» su situación deindigencia; o también, desde análisis marxistas,que la propuesta de autoconstrucción yautourbanización significaba enmascarar con unparticipacionismo progresista la sobreexplotaciónde los favelados, que se veían obligados aproducir también por su cuenta los medios de vidanecesarios para garantizar su reproducción comofuerza de trabajo; o que el énfasis en la idea deintegración mostraba que los favelados eran«grupos adaptativos y no revolucionarios» (Funes,1972: 167), empeñados en un ascenso social quelos distraía de cualquier tipo de esfuerzoorganizativo transformador.47

Finalmente, el otro estadio de la reflexión queme interesa destacar, producto en parte de lanecesidad de salir de las encrucijadas que leplanteaba al pensamiento de izquierda elmonismo radical, fue un regreso a la idea demarginalidad, pero positivizada: un dualismoexasperado. Aquí hará su otro camino la nociónde «cultura de la pobreza», ya completamenteindependizada de Lewis, convirtiéndola en culturaradicalmente otra, portadora de valoresautónomos capaces de ofrecer una alternativaglobal a los valores burgueses de la civilización

urbana occidental. Es el enfoque polarizado,característico de las teorías de la «urbanizacióndependiente», que buscó probar que los sectores«marginales» eran una expresión ineliminable delas condiciones de dependencia en que sedesarrolla el capitalismo en nuestros países,encarnando su propia contradicción interna, de laque podría llegar a salir, por lo tanto, susuperación.48 Para Aníbal Quijano, por ejemplo,que desarrolló en la CEPAL una de las visionesmás elaboradas de la teoría de la «urbanizacióndependiente», la «presencia de elementosculturales de procedencia rural» en las ciudadeslatinoamericanas estaba levantando «unaalternativa cultural» frente a la mas extendida«cultura urbana dependiente» formada «conmodelos y elementos procedentes de lasmetrópolis externas dominantes» (Quijano, 1968:7).49 La barriada se convertía, así, en laincrustación subversiva de una alternativapolítico-cultural al orden dominante en su mismoseno, la ciudad –es decir que por una vía curiosaencontramos la clásica ambigüedad frente a laciudad de las posiciones de Chicago, transfiguradaen franca antipatía.

Y aunque tenían posiciones en muchosórdenes diversas, tales conclusiones no erandemasiado disímiles de las que obtenía ManuelCastells, que elaboró buena parte de sus hipótesissobre la «cuestión urbana» en el Santiago de Chilede comienzos de los años setenta, con el fondode uno de los episodios más intensos deprotagonismo político del reclamo habitacional.50

Castells discutía la noción de «marginalidad»,explicando que los sectores a los que seencuadraba dentro de ella por razones combinadasdel mercado laboral y el mercado habitacionalcapitalistas, tenían sin embargo una altísimaorganización social (mucho mayor que el resto delos sectores urbanos), ofreciendo un modeloalternativo antagónico a la cultura urbana sin más.Y es importante recordar aquí que, en el libro quelo hizo famoso –y marcó a fuego el pensamientourbano durante más de una década–, Castellsdedicó una parte importante de su esfuerzo teóricoa desmontar las hipótesis chicaguianas delurbanismo «como forma de vida» y «lainterpretación evolucionista de la historia humanaimplícita en el continuo folk-urbano» (Castells,1974b: 99). Desde el estructuralismo althuserianoCastells discutía la ideología implícita en la nociónde «cultura urbana», proponiéndola como un mitotranquilizador para enmascarar los conflictosestructurales que atraviesan la sociedad de clases;y desde la teoría de la dependencia, señalaba queel principal de esos conflictos en las ciudadeslatinoamericanas lo proporcionaba lairreductibilidad de aquel mundo «marginal»opuesto al «sector moderno integrado bajo elcontrol de los monopolios» y alentado por el cantode sirenas de la modernización y el progresismo

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urbano que proponía el Estado con sus reformasurbanas. Si la ciudad latinoamericana era uneslabón principal del sistema de dependencia,expandiendo por toda la nación desde su lugar deprimacía las redes del «colonialismo interno», laimportación de ese conflicto en el seno del mundourbano era completamente decisiva para produciralineamientos de clase disruptivos del orden socialimperante (Castells, 1973: 89).

Por supuesto que ahora Chile se leía en líneacon Cuba, donde las políticas urbanas de laRevolución, especialmente la radicaldescentralización de La Habana –que como medidatécnica formaba parte del repertorio másconvencional de la planificación desarrollista, peroen Cuba le adicionaba un plus político «antiurbano»por la visión de la capital como síntesis ideológicadel régimen depuesto y último bastión social aconquistar por una revolución que había venido delcampo–, alimentaban la desconfianza en los efectosconformistas de la ciudad. Como había escrito yaHorowitz en 1966, por el carácter específico que la«dicotomía urbana-rural» asumía en las condicionesde dependencia de América Latina, «la ciudad seconvierte en el área reformadora» –»representaciónde las necesidades y ambiciones de la clase media»–y el campo «se vuelve la zona revolucionaria» –enverdad, la «expresión polarizada de la reacción y larevolución: de las soluciones totales para losproblemas totales» (Horowitz, 1966: 90). Este parecíaser, en definitiva, el rol de los «aldeanos» en laciudad: introducir su presencia desestabilizadoraante la inviabilidad de una cooptación reformistacomo la que habían sufrido los sectores obrerostradicionales. Y así, luego de tres décadas en que la«explosión urbana» había relativizado la centralidadde la cuestión rural en la cultura latinoamericana,se asistía a una nueva inversión, que resituaba porcompleto la oposición campo/ciudad.

Es posible encontrar este tono antiurbanobastante generalizado a finales de la década de 1960,como expresión de la crisis de confianza en la propiamodernización; pero debe destacarse que no fuepoco discutido dentro del pensamiento urbano deizquierda, como muestra la obra de Paul Singer,seguramente uno de los polemistas más lúcidosentre los que enfrentó las hipótesis de la teoría dela dependencia con instrumentos de la economíaurbana marxista.51 Ya Francisco Sabatini (1977: 62)ha destacado el modo en que Singer relativizó ladiscusión sobre si los migrantes formaban o nocomunidades cerradas a la sociedad urbana,explicando que eso no estaba en relación con algúncarácter esencial de la cultura «aldeana» en la ciudad,sino con los ciclos de la economía urbana, quecuando está en expansión ofrece empleo eintegración, y cuando está en recesión obliga a losgrupos expulsados del mercado de trabajo aorganizarse para la subsistencia en forma«comunitaria» y autosuficiente. Es decir, el monismoo el marginalismo podrían ser no sólo el resultado

de los marcos teórico-ideológicos de comprensióncon que los estudiosos encaraban el problema, sinode momentos en los ciclos económicos de lasciudades que les mostraban caras aparentementecontradictorias del mismo fenómeno.52

Y siguiendo un razonamiento análogo, que seapoyaba en un exhaustivo estado de la cuestiónsobre el tema a finales de la década de 1960, Morsedetectaba un «dilema abrumador» para elpensamiento urbano: «Expresado en los términosmás crudos, diremos que la cohesión social delos grupos urbanos ‘marginales’ reúne fuerzas bajola adversidad y la hostilidad, y retrocede ante latolerancia y la benevolencia». Y resultaespecialmente significativo para nuestro enfoqueque, en una nota al pie de esa misma frase, consu habitual modo contrariar los consensosestablecidos, Morse ironice sobre el revisionismosociológico que dominaba entre suscontemporáneos y proponga un retorno a Chicagoy a las teorías generales del cambio social: «Lasinvestigaciones realizadas en los tugurios ybarriadas latinoamericanas están saturadas conun canto de guerra en contra de los veneradosmodelos teóricos de la sociedad urbana. Lo queprueban las nuevas interpretaciones no es tantoel etnocentrismo de Maine, Durkheim o Wirthcomo la ingenuidad de la ciencia socialnorteamericana contemporánea y su incapacidadpara tratar simultáneamente con modelosgeneralizados y sistemas culturales. La ‘culturade la pobreza’ invita a la misma inversión malévolaque practicó Marx con la ‘filosofía de la miseria’de Proudhon» (Morse, 1971: 43).

Por fin, quizás esta sensación de fin de un cicloen el pensamiento social, expresada irónicamentepor Morse, pueda explicar que en una fecha tantardía como 1974, cuando ya Redfield había sidonegado una y mil veces, Gino Germani hayapreparado para una editorial italiana una antologíade textos sobre el tema, Urbanizzazione emodernizzazione, dándole un lugar depreeminencia al artículo que Redfield escribió conMilton Singer, «El papel cultural de las ciudades»y, más aún, haya intentado, en su introducción alvolumen, un esfuerzo extraordinario decompatibilización de las teorías clásicas conbuena parte de las nuevas aproximaciones, todavíaa la búsqueda de una teoría general de lamodernización que fuera capaz de incorporar, sindistorsionarla, la experiencia de la urbanizaciónlatinoamericana.53 Aunque también podríamospreguntarnos –con un ánimo relativista análogoal de Paul Singer– si la búsqueda de universalesde Germani y su reformismo empedernido nopodrían ser entendidos como impuestos por lapeculiar ciudad desde la que se interrogaba sobrela urbanización latinoamericana, Buenos Aires,uno de los casos de mayor modernidad eintegración del continente (lo que no implica queGermani fuese optimista respecto del tipo de

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sociedad que esa modernidad e integración habíangenerado, en absoluto). En todo caso –y esteparece un razonable modo de terminar esterecorrido ya demasiado prolongado–, el retornoen 1974 a esas viejas preguntas de matrizantropológica sobre la adaptación/aculturación enuna sociedad en transición, realizado por una delas figuras más atentas a las derivas delpensamiento social de su tiempo, más que comoun simple anacronismo, quizás deba ser tomadocomo indicio de que nos encontramos frente a ununiverso de cuestiones y posiciones teóricas queseguían –y siguen– abiertas, porque no son deaquellas que pueden ser «superadas» por el avancedel conocimiento. Las «aldeas» en la ciudadlatinoamericana han pasado de ser «problemas»a «soluciones», de «estigmas» a «alternativas» yviceversa, pero su presencia cada vez máscaracterística y sus déficits, siempre tan agudosaunque cada vez más masivos, nos siguenenfrentando a desafíos principales delpensamiento tanto como de la política urbana,sobre los que aquel debate antropológico quizástenga, todavía, algo que decir.

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1 Esta situación cambió en las últimas décadas, apartir de la importancia creciente que las nuevastendencias del «planeamiento estratégico» le han dadoa la identidad cultural como reservorio de valores paraun exitoso marketing urbano en las condiciones de laglobalización, posición con la que, de muy diversasmaneras, algunas perspectivas antropológicas deanál is is urbano han venido contribuyendo; hedesarrollado este aspecto en: «Imaginarios urbanos eimaginación urbana. Para un recorrido por los lugarescomunes de los estudios culturales urbanos» (Gorelik,2004).

2 Para una lectura desde la antropología de la«Escuela de Chicago», ver Hannerz (1986), quien titulauno de los capítulos que dedica al análisis de la«Escuela»: «Etnógrafos de Chicago». Sobre las relacionesentre esa escuela de pensamiento y las teorías de lamodernización en América Latina, la referencia clásicaes el libro pionero de Juan Marsal (1967), que dedicatoda su primera parte a «Los modelos de los científicossociales norteamericanos», con un capítulo sobre «Laantropología y América Latina».

3 Por supuesto, el interés por la Escuela de Chicagoy sus principales figuras siguió vivo en muchos centrosintelectuales, no sólo en los Estados Unidos, aunque losprincipales estudios sobre ella provienen de allí. Ver,por caso, el lugar que dedica a Robert Park el clásicoestudio de Lewis Coser (1971), y respecto detraducciones de The City, vale la pena señalar el caso deItalia, donde se realizaron dos ediciones desde los añossesenta, con dos estudios introductorios diferentes quemuestran la necesidad de las relecturas: el ya clásico deAlessandro Pizzorno (1967) y el de Raffaele Rauty (1999).

4 Las comillas de «ciudad latinoamericana» buscanpresentarla no como una realidad urbana, que no lo es,sino como la figura del pensamiento social que fue entrelos años 1940 y 1970; he desarrollado esta cuestión enGorelik (2005a).

5 Sólo como un ejemplo entre muchos, puede citarsea otro scholar norteamericano, el experimentadoplanificador John Friedmann, que en 1968, cuando yahabía suficientes indicios de que ese ciclo desarrollistade la imaginación social estaba agotándose, podíaafirmar todavía que «el futuro de América Latina es encierta medida susceptible de elegirse deliberadamente»(Friedmann, 1968: 37).

6 Antes de viajar a México, Robert Redfield (1897-1958) había abandonado su práctica de la abogacía enChicago; ver: González Ortiz y Romero Contreras (1999).

7 Según Marsal (1967: 67), el libro resultó inauguralde los estudios de comunidad en América Latina.

8 Sobre el hecho de que Redfield estaba predispuestoa encontrar eso que encontró, ver la respuesta que ledio a Lewis, en un reconocimiento muy original ytemprano, como señala Hannerz (1986: 85), de laincidencia de la personalidad del antropólogo en suinvestigación: ver Redfield (1960:135).

9 Sobre Oscar Lewis (1914-1970), ver el excelentenúmero que le dedicó la revista Alteridades (1994), conespecial énfasis en la importancia de Lewis en laconsolidación de la antropología en México. Convieneapuntar que Tepoztlán es hoy conocido,más que comoun hito de la antropología, como lugar de peregrinaciónde la New Age, en un giro muy significativo sobre el rol

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que la combinación de «primitivismo» social y naturalpasó a representar en las últimas décadas.

10 La vecindad mexicana es el equivalente delconventillo argentino y el cortiço brasileño.

11 «La vecindad actúa como un amortiguador paralos migrantes rurales que llegan a la ciudad, debido a lasemejanza entre su cultura y la de las comunidadesrurales» (Lewis, 1959b: 19).

12 Como se sabe, las diversas denominacionesindican los modos en que en diferentes paíseslatinoamericanos se nombra un fenómeno que, más alláde lógicas variaciones, puede resumirse del siguientemodo: barrios originados en una invasión ilegal deterrenos vacantes –de propiedad estatal o privada– enlas periferias –externas o internas– de la ciudad, sobrelos cuales se montan, sin ningún tipo de infraestructurade partida, conjuntos apiñados de viviendas construidascon materiales inicialmente precarios (cartón y chapa)que con el tiempo se van consolidando.

13 Cito de la versión en español del artículo, deacuerdo a la selección que realizó Emilio Martínez (conun muy buen estudio preliminar): Park (1999: 76).

14 Este artículo también se reproduce en la selecciónde Emil io Martínez como «La organización de lacomunidad y el temperamento romántico» (1925) (Park,1999: 101-112), pero la expresión citada nocorresponde a esa traducción, sino a la del libro de losWhite (1967: 160).

15 En su capítulo sobre la noción de «comunidad»,Nisbet (1966, I: 118) ha señalado ese aspecto de lacomprensión durkheimiana. Emilio Martínez (1999: 22)argumenta acerca de las diferencias entre el«darwinismo reformista» de Chicago y el «darwinismosocial» de Sumner.

16 Las tres ponencias integran la parte VI. «Migracióny urbanización» (Hauser, 1967). Cabe señalar que laponencia de Oscar Lewis (1959b) no fue reproducida enel libro, pero se la puede ver mencionada en el Anexo III.«Lista de los documentos presentados al Seminario».

17 Matos Mar nació en la región serrana de Ayacucho,muy próxima a Lima, en 1921 y estudió humanidadesen la Universidad de San Marcos, Lima, y luego en laÉcole Practique des Hautes Études de la Universidad deParís (1953-1954), de donde regresó a Perú paradoctorarse en antropología en la Universidad de SanMarcos en 1958. A partir de su trabajo sobre las barriadasde Lima comenzó una serie de estudios comparativosen Perú y América del Sur, posiblemente los de mayorexhaustividad de la región para el período: ver MatosMar (1968). En 1964 creó el Instituto de EstudiosPeruanos, que dirigió hasta 1984; entre esa fecha y 1989fue asesor del gobierno aprista de Alan García, a cuyotérmino se radicó en México, como miembro del InstitutoPanamericano de Historia y Geografía.

18 Matos Mar integró el grupo «Espacio», la formaciónarquitectónico-cultural modernizadora liderada porBelaúnde, y fue miembro fundador del partido AcciónPopular (entrevista realizada a Matos Mar en ciudad deMéxico, el 27 de septiembre de 2004). Sobre BelaúndeTerry, cfr. Zapata (1995).

19 Sólo para notar la intensidad de la dinámica queintentaba captar Matos Mar, apuntemos que si en 1957las barriadas representaban el 10% de la poblaciónlimeña, muy pocos años después, en 1961, frente a uncrecimiento de Lima del 40%, sus barriadas se habíantr ipl icado, l legando a representar, con 480.000habitantes, casi la tercera parte del total de la poblacióncapitalina –datos tomados de un estudio de 1963 delmismo Matos Mar (1968: 165).

20 El CBPE fue creado por Anísio Teixeira, figuracentral en la reforma educativa brasileña. Luego de sutrabajo en Río, Pearse llegaría a tener una dilatadatrayectoria en América Latina como experto de NacionesUnidas, algunos de cuyos hitos fueron: la colaboracióncon el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda para lacreación del Departamento de Sociología de la

Universidad Nacional de Colombia, donde comenzó untrabajo de investigación participante en áreas rurales,convirtiéndose en una referencia en el tema de la«participación campesina»; la integración del organismoestatal chileno encargado de la reforma agraria durantela presidencia de Frei Montalva; la investigación en Boliviasobre temas de educación campesina, completando unaexperiencia sobre la que publicó su principal libro: TheLatin American Peasant (Pearse, 1975). Ver: Nacif Xavier(2000) y Segura Escobar y Camacho Guizado (1999).

21 Ver Valladares (2005: 63-73), que analiza los datosdel primer censo oficial específico, el Recenseamentodas Favelas do Rio realizado por la Prefectura entre 1947y 1948, y del primer censo general que abordó lasfavelas como un sector diferenciado de la ciudad, elRecenseamento Geral de 1950 del Instituto Brasileirode Geografía e Estatística, para remarcar que en las cifraselevadas había una fuerte mitología. No hemos podidoverificar si las cifras que da Pearse, extraídas de unestudio de 1957 del Instituto de Pesquisas e Estudos doMercado, son confiables y reflejan el crecimiento en lossiete años transcurridos (recordemos que, de acuerdoa los estudios de Matos Mar, las barriadas de Lima setriplicaron en apenas cuatro años) o fueron luegodesmentidas por un censo posterior.

22 Esto no significa que en las otras ciudadeslatinoamericanas no hubieran surgido asentamientosilegales y precarios desde muy temprano, incluso desdela Colonia; ya en tiempos contemporáneos, es habitualque todos los estudios sobre la villa miseria en BuenosAires, por ejemplo, comiencen remitiendo al «barrio delas latas» que se desarrolló en la Quema de basuras deSan Cristóbal Sur desde finales del siglo XIX, o a la «Villadesocupación» que surgió en Retiro con la crisis delaño 1930, pero son siempre «antecedentes», que notuvieron ni continuidad física ni institucional ni social.Por el contrario, la favela (nombre que, como se sabe,remite al «morro de favella» de la batalla de Canudos,utilizado por los veteranos que, de regreso en Río y antela indiferencia del poder público por su situación demiseria, se instalaron en el morro de Providencia en1897, rebautizándolo, y que a partir de la década de1910 comenzó a usarse como un nombre genérico paratodas las otras ocupaciones ilegales de morros inclusoanteriores) le dio a ese tipo de asentamientos en Ríouna imagen de estabilidad y continuidad que se impusoen la opinión pública a pesar de su crecimientocuantitativo y cualitativo a partir de los años 1940, comoen el resto de la ciudades latinoamericanas; por eso,uno de los tópicos de los estudios sobre la favela eneste período fue demostrar, contra el sentido común,que su población ya no era más la tradicional.

23 Para Valladares (2005: 79), el capítulo de CostaPinto es «la primera producción sociológica que abordala favela». Cabe recordar, respecto de la presencia de laUNESCO en todas estas iniciativas, que será tambiénesta institución la que, muy poco tiempo después, ledará a Costa Pintos los recursos para crear en Río deJaneiro el Centro Latino Americano de Pesquisas emCiências Sociais (CLAPS), primer centro regional deinvestigaciones sociológicas; ver Miceli (1989).

24 Sobre el padre Lebret, ver Lamparelli (1994), quemuestra que Économie et Humanisme hizo en Brasil laexperiencia que le permitió producir una teoría y unapráctica para el mundo subdesarrollado. Vale la penaseñalar que uno de los miembros de Economie etHumanisme fue el economista espacial FrançoisPerroux, que creó la influyente teoría de los «polos dedesarrollo». Sobre el estudio de las favelas de SAGMACS,ver Valladares (2005: 86 y ss).

25 Sobre la Cruzada São Sebastião, ver Valladares(2005: 74 y ss.), que se refiere a embates de la derechacomo la «Batalla de Río», emprendida en 1948 por elentonces periodista Carlos Lacerda para la erradicaciónde las favelas.

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26 Cfr. Valladares (2005), que por esta razón ve enSAGMACS un avance frente a las posiciones«marginalistas», aunque disentimos con ella cuandocoloca en esas posiciones al trabajo de Pearse: verValladares (1987). . . . . En apoyo a nuestra interpretación,sin embargo, cabe destacar que los Leeds, seguramentelos principales referentes en la discusión contra elmarginalismo, en 1967 encontraban en el trabajo dePearse una primera refutación de «nociones como‘marginalidad’ y aislamiento»; ver Leeds y Leeds (1972:105).

27 La figura de Germani (1911-1979), de indiscutiblecentralidad en la tradición sociológica argentina, en losúltimos años ha sido objeto de atención renovada;destacamos el libro de Blanco (2006), que lo muestracomo una figura culturalmente mucho más complejaque la del difusor de la sociología funcionalista en quehabía quedado estigmatizado. Todavía resta realizar, sinembargo, un análisis del rol de Germani en el desarrollode los estudios urbanos en la Argentina y, sobre todo,la importancia y los efectos de la aproximación urbanaen la propia trayectoria de Germani. Sólo como una breveintroducción a la cuestión, vale la pena señalar algunoshitos principales en esa aproximación: a propósito delencargo de UNESCO, Germani realizó, además del primertrabajo de campo en los estudios urbanos, un primerabordaje general sobre el tema, que presenta tambiénen Santiago en 1959 pero no se reproduce en el libro deHauser (Germani, s/f). En esos años finales de la décadade 1950 encaró también el primer estudio sistemáticodel Gran Buenos Aires, con la colaboración del arquitectoJorge Goldenberg. Y a través de Hauser y la UNESCOvolvió a ser convocado para la redacción del capítulo«Migración e integración cultural» (que en inglés tienela sugestiva traducción: «Migration and Acculturation»)(Germani, 1972), texto que republicó levementemodificado en su Sociología de la modernización(Germani, 1971), donde se integra con otros trescapítulos sobre el tema (más de la mitad del libro).Finalmente, su compilación de 1974, Urbanizzazione emodernizzazione, a la que nos referimos en el final delartículo.

28 Así lo indica el propio Germani (1967: 233-234).Cabe aclarar, para quienes no conocen Buenos Aires,que la Isla Maciel está en el borde exterior sur de laciudad de Buenos Aires y que no es propiamente una«isla», ya que el arroyo que antiguamente la separabade Avellaneda ha sido dragado. Y cabe señalar también,que junto con la encuesta de Germani, el Departamentode Extensión de la UBA llevaba adelante en la Isla Macielun proyecto experimental de pabellones de viviendadirigido por el arquitecto Wladimiro Acosta, una de lasfiguras principales de la renovación arquitectónicadesde la década de 1930.

29 No puedo dejar de anotar, como detalle curiosoque marca las transformaciones espectaculares quesufrió la Argentina desde aquellos años, que Germaniencuentra que todas las familias de la muestra leen almenos un diario, y que el 50%, repartido por igual en loscinco grupos, leen dos o más, algo seguramenteimposible de verificar hoy en sectores de clase mediaalta.

30 Ver el documento de la Dirección de AsuntosSociales de las Naciones Unidas, «Algunasconsecuencias políticas de la urbanización» (Hauser,1967: 357).

31 Precisamente así, como estaciones de un continuorural-urbano, fueron explicadas las presentaciones de1959 sobre Lima, Río y Buenos Aires por Forni (1969).

32 Nabil Bonduki (1999) ha señalado para el caso delBrasil que la historiografía de la arquitectura ha reparadosiempre exclusivamente en los grandes hitosarquitectónicos, descuidando la enorme produccióninstitucional de vivienda social entre las décadas de 1930y 1950. En nuestro país, el análisis de la producción envivienda social ha desarrollado una vasta aunque muy

desigual bibliografía; sobre los años treinta y cuarenta,ver el excelente libro de Anahi Ballent (2006). Para unavisión panorámica de este tema en América Latina, verRuiz Blanco (2003).

33 Perloff se fogueó como planificador en unaestadía en Puerto Rico en los años cuarenta, luego de locual formó parte del equipo con el que Rexford Tugwell–último gobernador colonial de la isla– organizó a suregreso en los Estados Unidos el posgrado enplanificación de la Universidad de Chicago, puntal de larenovación de ese campo de estudios en los añoscincuenta y sesenta.

34 Un relato apologético sobre la planificación enPuerto Rico, realizado por uno de sus protagonistas, enPicó (1962); un análisis crítico de la Bootstrap Operation,en Pantojas-García (1990).

35 Francis Violich (1911-2005) fue una figuradecisiva en la expansión de la planificación manieranorteamericana por América Latina, tanto por su propiaobra como autor y consultor, especialmente enVenezuela, como por la cantidad de planificadores que,a instancias suyas, hicieron los estudios de posgradoen la Universidad de California en Berkeley, el posgradoen planificación que más alumnos latinoamericanosrecibió desde comienzos de los años 1950 y hastamediados de la década de 1960, cuando aparecieronlos primeros cursos en instituciones académicas de laregión. Ver el interesantísimo reportaje que le realizó aViolich Juan José Martín Frechilla (2004).

36 Con su aguda sensibilidad para las razoneslatinoamericanas, Albert Hirschmann explicaba laresistencia a aceptar el «modelo portorr iqueño»recordándole a sus interlocutores norteamericanos que«nunca podrá demostrarse, de manera irrefutable, queese desarrollo económico no se ha comprado al preciode una cantidad de independencia que otros países noestán dispuestos a pagar»; ver «Abrazo versuscoexistencia» (1960), en Hirschmann (1973: 168).

37 Sobre Rudofsky y Van Eyck, véanse los artículospublicados en el número de la revista Block dedicado al«Tercer Mundo» (del cual ya se ha citado un artículo deLiernur): Scott (2004) y Strauven (2004). Los libros deEdward Hall (1951; 1972) circularon en los años 1950 y1960 como parte de un conjunto de búsquedas deampliación de la experiencia urbana, entre las quepodríamos citar, desde discipl inas y universosideológicos muy diferentes, las investigaciones endiseño urbano de Kevin Lynch (1984) y lasaproximaciones político-artísticas de la InternacionalSituacionista en París (cfr. Sadler, 1998), en todos loscasos, buscando refutar la reducción funcionalista dela ciudad a manos del modernismo.

38 Eduardo Neira Alva (1924-2005) es una figuramuy representativa de los rumbos que comenzaban atomar los arquitectos comprometidos en AméricaLatina. Era concuñado de José Matos Mar (lo queejemplifica de paso los círculos sociales estrechosdentro de los que estas transformaciones intelectualesse procesaban en nuestras «ciudades letradas») ytambién integraba las huestes modernistas del grupo«Espacio» (de allí su presencia en la reunión CIAM deVenecia), la plataforma de lanzamiento, como ya semencionó, de la carrera política de Fernando BelaúndeTerry, a quien Neira también acompañó en la creacióndel partido Acción Popular. Realizó un posgrado endiseño urbano en Liverpool y a su regreso a Lima en1953 hizo su primera transición de arquitectomodernista a funcionario en temas urbanos,incorporándose como Jefe del Departamento deUrbanismo del Ministerio de Fomento y Obras Públicasen el gobierno del general Odría –ese ejemplo depopulismo autoritario y desarrollismo muy típico delperíodo–, cargo que mantuvo hasta 1959, es decir,durante el gobierno centrista de Manuel Prado, en elque también integró la Comisión para la ReformaAgraria y la Vivienda (1956-57), mostrando la ubicuidad

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de los cuadros técnicos de Belaúnde (que había perdidolas elecciones presidenciales en 1956). En 1961, Neirafue a dictar clases a Caracas, haciendo su segundatransición de funcionario de urbanismo a experto enplanif icación lat inoamericana. Venezuela estabaatravesando un proceso de reorganización desarrollistade su sistema nacional de planificación y Neira decidióradicarse, formando parte del equipo de creación delCentro de Estudios del Desarrollo (CENDES), uno de losprimeros centros de investigación y formación en temasde planificación urbana y territorial de América Latina,junto al economista chileno Jorge Ahumada, que acababade dejar CEPAL; allí, Neira dirigió los Cuadernos delCENDES hasta que se fue a realizar un estudio deplanificación regional en Bahia contratado por el BancoMundial, haciendo su tercera y última transición aconsultor internacional.

39 Las posiciones de Turner obtuvieron repercusióninternacional en 1963, al preparar el número especialde la revista británica Architectural Design: «Dwellingresources in Latin America» (Turner, 1963). Hapublicado innumerables l ibros difundiendo susexperiencias, como Housing by People (Turner, 1976).En su artículo más conocido, Mangin (1967) impuso lafórmula por la cual las barriadas se convertían «deproblema a solución».

40 Ver John Turner, «The squatter settlement: anarchitecture that works», Architectural Design Nº 8,1968, citado por Ballent (2004: 90) que analiza conagudeza la experiencia de PREVI, el concursointernacional de vivienda popular que se llevó a cabo enLima en 1966 con apoyo de las Naciones Unidas yparticipación de algunos de los arquitectos masimportantes del mundo que pusieron en práctica unabanico de posiciones experimentales, tipológicas,tecnológicas y sociales, concitando por bastante tiempola atención de la disciplina.

41 Esta relectura neoliberal ha sido ya destacada enel artículo de Anahi Ballent (2004).

42 Sobre la trayectoria de Morse (1922-2001) puedenverse los trabajos que se publicaron en la revista Puntode Vista: Myers (2002) y Gorelik (2002).

43 El libro es de 1965, pero Hauser aclara en notaque su artículo contra Redfield fue una ponencia de1955. Cabe señalar que estoy reduciendo el universo decríticas a las que tuvieron más ingerencia en el mundodel pensamiento urbano, porque en términossociológicos y antropológicos, las posiciones de Redfieldfueron discutidas profusamente desde más temprano,especialmente por latinoamericanistas, como muestrael análisis de Marsal (1967: 66-82).

44 Apoyándose en Everett Hughes, Benet (1963-1964: 5) caracteriza al estudioso urbano típico deChicago como un «centauro americano», mitadsociólogo y mitad antropólogo romántico, cuya falla estomar como modelo para sus análisis las pequeñasaldeas que sólo existen en Europa; y por eso, dice, losmejores estudios de Chicago son los que toman comotema los «fragmentos de esos mundos encriptados enlas ciudades norteamericanas (como las Little Sicilies)»,señalando los ejemplos de The Ghetto de Wirth y elclásico libro de Florian y Znaniecki sobre el campesinopolaco en los Estados Unidos.

45 Valladares, que claramente se identifica con laexperiencia de los Leeds, le dedica un muy interesantepasaje de su libro (Valladares, 2005: 112-113).

46 Me refiero a la serie de libros abierta en 1961 porLos hijos de Sánchez (libro que produjo un escándaloenorme cuando se editó en México en 1964, incluyendoel alejamiento de Arnaldo Orfila Reynal del Fondo deCultura Económica). De hecho, Lewis fue precisando eluso de la noción «cultura de la pobreza» para los casosde completa marginalidad urbana: «Cuando hay genteque en realidad pertenece a una sociedad más amplia yque tiene su propio lugar en ella, cuando piensa quepuede triunfar y vivir según los valores de una sociedad

mayor, cuando tiene sus propias organizaciones,entonces, no hay cultura de la pobreza, hay sólopobreza»; ver la conversación de Oscar Lewis con K. S.Karol y Carlos Fuentes (1967: 20).

47 La cita es de Eduardo Neira, tomada de los debatessuscitados por la ponencia ya citada de los Leeds, dondetambién se pueden encontrar intervenciones muyjugosas de Milton Santos y Alberto Urdaneta queexpresan la primera y la tercera de las objeciones aquíenumeradas (Funes, 1972: 161-175); la segunda, la dela superexplotación, ha sido argumentada en términosconsecuentemente marxistas por Emilio Pradilla (1982).De todos modos, vale aclarar que son apenas ejemplospuntuales de debates muy extendidos en el campo delpensamiento urbano del período.

48 Uso la expresión «polarizado» en el sentido enque la ha utilizado Francisco Sabatini (1977), equivalentea las posiciones más extremas de la marginalidad quela ven como enfrentamiento irreconciliable en el senode la sociedad burguesa. Sabatini busca en su inteligenteartículo mostrar el modo en que la ausencia de la«dimensión ambiental» explica buena parte de laslimitaciones de las teorías «dualistas» y «polarizadas»sobre la marginalidad; como mis objetivos son bastantediferentes, mi clasificación también difiere en parte dela suya.

49 Aníbal Quijano estudió Letras en la Universidadde San Marcos, Lima y sociología en FLACSO en Santiagode Chile, donde permaneció en los últimos años de ladécada de 1960 dictando cursos en el ILPES y realizandoestudios para CEPAL. Allí desarrolló sus análisis sobrela urbanización dependiente, convirtiéndose en una delas f iguras más reconocidas de la «teoría de ladependencia». Actualmente, reparte sus actividadesacadémicas entre los Estados Unidos y Perú, y es unode los principales animadores del Foro Social Mundial.

50 Manuel Castel ls (1942), sociólogo españolformado en Francia, viajó a Santiago de Chile en 1968invitado por FLACSO, y volvió en los primeros añossetenta, en el momento del ascenso al poder delgobierno de la Unidad Popular, invitado por laUniversidad de Chi le, aunque también estuvofuertemente en contacto con el Centro deInvestigaciones en Desarrol lo Urbano (CIDU), lainstitución fundadora de los estudios socio-urbanosen Chile, que se había creado en la Universidad Católicacon fondos de la Fundación Ford. All í desarrollóinvestigaciones sobre el movimiento poblacional y laurbanización latinoamericana y se convirtió en referentedel pensamiento urbano de la nueva izquierda. Ver, porejemplo: «Movimiento de pobladores y lucha de clasesen el Chile de la Unidad Popular«, en Castells (1974a).Hacia los años 1980, ya instalado en los Estados Unidos,Castells se convirtió,con una orientación ciertamentediferente, en un referente de los estudios sobre redes yglobalización.

51 Paul Singer nació en Viena en 1932 y se radicó enBrasil en 1940. Es economista y fue miembro fundadoren 1969 del Centro Brasileiro de Análise e Planejamento(CEBRAP). Su obra más importante en los temas urbanoses el libro Economía política de la urbanización (Singer,1975) (la edición brasileña por el CEBRAP es del mismoaño) que reúne un conjunto de artículos publicadosdurante los años sesenta. Ha sido Secretario dePlaneamiento de la ciudad de São Paulo (1989-1992) yactualmente (2008) es asesor del gobierno Lula entemas de economía sol idaria, su más recienteespecialización.

52 Sabatini cita dos textos clásicos de Singerrecopilados en Economía política de la urbanización:«Urbanización, dependencia y marginalidad en AméricaLatina» y «Migraciones internas en América Latina:consideraciones teóricas sobre su estudio».

53 El libro salió editado en 1974 por Il Mulino, deBolonia, y en 1976 fue traducido al castellano en lacolección que Germani dirigía en Paidós con el título de

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A. Gorelik

Urbanización, desarrol lo y modernización. Laintroducción de Germani se titula «La ciudad, el cambiosocial y la gran transformación». El artículo de Redfieldera de 1954, cuando ya había tomado cierta distanciade la «teoría del continuo», haciéndose cargo

implícitamente de algunas de las críticas; buscabapresentar una tipología de ciudades en la historia, paraentender desde la propia ciudad el problema de los diversosprocesos civilizatorios.