La imagen de la mujer en la edad media

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LA EDAD MEDIA Se trata de un período muy extenso (aproximadamente mil años) en el que la condición de la mujer no sólo no mejora sino que conoce un importante retroceso. No obstante, es difícil hacer generalizaciones por dos razones fundamentales: por un lado es evidente que su situación variaba dependiendo del estamento al que perteneciera (nobleza o estado llano), y por otro porque su condición era muy diferente según el lugar geográfico y la época de que nos ocupemos, pues, lógicamente, hubo una evolución a lo largo de tan extenso período.

Misoginias Sin embargo, hay un hecho que permanece invariable: el sentimiento misógino. Esto es, el odio o aborrecimiento de la mujer. Y esto es así porque la Edad Media acepta las ideas antifemeninas de la Antigüedad que habían formulado filósofos tan importantes como Aristóteles, y las aumenta con las aportaciones de la Biblia (libro del Génesis), de los Padres de la Iglesia y de los clérigos en general. En el libro del Génesis se dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, dándole el dominio sobre la Tierra y sus criaturas. Dios es masculino y su más importante creación es masculina, de lo que se sigue la primacía y el lugar central del hombre en el Universo, dejando claro que las mujeres juegan un lugar subordinado. El relato cuenta también cómo la mujer, a la que posteriormente Adán llamó Eva fue desobediente y sucumbió a la tentación, cuyo resultado fue la expulsión de ambos del Paraíso. De esta manera, a lo largo de la historia del Cristianismo el relato del Génesis ha proporcionado a los hombres argumentos para limitar y restringir la libertad de las mujeres, haciéndolas responsables de todas las desgracias sufridas por la Humanidad.

Por esta razón el arte occidental ha dedicado una

especial atención a ilustrar el relato bíblico. Desde aquel

momento (Fig.1) en que Dios hizo caer a Adán en un

profundo sueño para sacar a la primera mujer de sus costillas, hasta aquel otro

(Fig. 2) en que se nos narra la tentación de Eva por la serpiente y la posterior expulsión del Paraíso. En relación con el primero ha de notarse que Eva sólo es creada después de que Dios no encontrase una

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ayuda proporcionada

entre “todas las bestias del campo y todas las aves del cielo”, pero es que además Eva es creada como un

simple apéndice de Adán, para servirle de ayuda, lo que confirma su

posición subordinada.

Por lo que hace al segundo hay que advertir que al identificarse a Eva como tentadora de Adán, a quien ofrece el fruto prohibido, pasa a jugar el mismo papel que la serpiente, personificación del mal. En el arte esta identificación se realiza de forma visual: esto es, la serpiente se nos muestra con la parte superior de mujer, y la inferior, de serpiente. De este modo, la identificación de la mujer con el mal es clara. Esta idea de la mujer se ha mantenido vigente hasta prácticamente nuestros días, pero fue sobre todo a lo largo de la Edad Media cuando encontró su más terrible expresión.

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Dos imágenes nos pueden bastar para ponerlo de manifiesto. Con la primera (Fig. 3) se trataría de demostrar el carácter violento de las mujeres en una escena en que una de ellas golpea a un hombre sirviéndose de un objeto de utilización casi exclusivamente femenina, la rueca, que se utilizaba para hilar. En la segunda (Fig. 4) se alude a la pretendida tiranía del sexo femenino mediante la leyenda de Filis, esposa o amante de Alejandro Magno que, supuestamente, sedujo y humilló a su maestro, Aristóteles, a quien no dudó en azotar, al tiempo que lo utilizaba como montura. Todo ello sucede ante la presencia de dos hombres que ríen la desgracia del filósofo quien, por cierto, no tenía muy buena opinión sobre las mujeres.

Matrimonio y maternidad Para la mujer el matrimonio significaba, en primer lugar, un cambio de familia, puesto que dejaba la casa paterna para ir a vivir a la de su marido. Y en segundo lugar, el paso del dominio del padre a la subordinación de este último. Por supuesto, no era libre para decidir si quería casarse o no, responsabilidad que recaía en su padre o tutor. Una vez casada, las obligaciones fundamentales de la mujer eran tres: honrar a los suegros como a sus padres, amar al marido, y la maternidad. Para ilustrar lo que decimos hemos elegido dos imágenes en las que se representa el rito del matrimonio. En la primera (Fig. 5) nos aparece, en el centro, el Vizconde de Beziers entregando a su hija, Ermengarda, al Conde de Rosellón. El padre cede la tutela de su hija y procede a la unión de las manos de los cónyuges, aclarándonos que se trata de una entrega en la que la mujer tiene bien poco que decir. A la izquierda, la madre de la muchacha contempla la escena.

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De más complicada interpretación es la tabla flamenca denominada el Matrimonio Arnolfini (Fig 6). En ella se muestran los esponsales entre Giovanni Arnolfini y su

prometida Giovanna Cenami, escena que está teniendo lugar en la cámara nupcial. Y aunque a simple vista pude parecer una escena costumbrista, el cuadro está cargado de religiosidad y de simbolismo. El esposo levanta la mano derecha en señal de juramento, y con la izquierda toma la de su esposa como prueba de afecto. La lámpara metálica que cuelga de techo sólo mantiene una vela encendida, luz que se interpreta como símbolo de Cristo, que se utilizaba cuando se hacía juramento matrimonial.

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El perrillo que aparece en primer término es símbolo de fidelidad matrimonial. Las frutas que están junto a la ventana aluden a la pureza del hombre antes de la caída, igual a la del sacramento del matrimonio. Lo mismo que el espejo que aparece al fondo, objeto sagrado imagen de la pureza misma. Símbolos de fertilidad son tanto el vientre abultado de la mujer como la talla de madera que aparece sobre la cabecera de la cama, imagen de Santa Margarita, patrona y protectora de los nacimientos. En el suelo aparecen dos zuecos de madera y los esposos se nos representan descalzos, como símbolo de lo sagrado del acto. Finalmente, el espejo que aparece al fondo no sólo sirve como recurso para que sepamos cómo es la habitación, sino para representar a dos personas que están ante los esposos, y que funcionarían como testigos en una época en que no era necesaria la participación de un sacerdote en este tipo de ceremonias. Del simbolismo de esta imagen se deduce también que una de las obligaciones más importantes de la mujer casada era la maternidad, porque el objetivo fundamental del matrimonio era perpetuar la especie, y la importancia que se le daba era tal que la esterilidad llegaba a considerarse un mal terrible y una de las pocas razones que hacían posible la ruptura de una pareja. Por esta razón no son raras las imágenes medievales en las que se representa la maternidad. En el Libro de Horas del Duque de Berry (Fig. 7)

–libro de uso privado muy bien ilustrado por miniaturistas- nos encontramos con una mujer que, pese a su avanzado embarazo, sigue entregada a las faenas agrícolas, en este caso la recolección de la uva que se realiza en el mes de septiembre. Esto nos indica que, para las mujeres del pueblo, la maternidad revestía una especial dureza, dado que ni siquiera en los últimos meses de gestación podían abandonar las ocupaciones más penosas. Caso bien diferente (Fig. 8) era el de las damas de las aristocracia, como deja bien claro otra miniatura con escena de parto en la que la madre descansa mientras es atendida por una criada, en tanto que otras dos se hacen cargo del recién nacido.

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En cualquier caso, el parto era siempre un momento temible, fruto del castigo especial de Dios Eva por su pecado en el Paraíso. Peor que la pena impuesta al hombre, puesto que la mujer sobrellevaba la carga de ambos castigos, el trabajo sin fin y los dolores del parto. Una idea del enorme sufrimiento que el parto comportaba nos lo da una miniatura del siglo XIV (Fig. 9) en el que vemos a tres mujeres ocupadas en un parto con cesárea, en el que una cirujana y dos asistentes extraen de la madre a una criatura de cabellos rubios. Nótese que, pese a la serenidad de la escena, los dedos de las manos de la

parturienta, crispados sobre la sabana señalan el dolor de la operación. Esto es lo que parece indicar la imagen, pero sabemos que, en realidad, la operación se ejecutaba

siempre en la mujer muerta. En relación con esta última imagen hay que decir que el oficio de comadrona era exclusivamente femenino, y las mujeres tenían que prestar asistencia médica y de

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primeros auxilios en sus propios hogares. Sin embargo, si una mujer deseaba ejercer la medicina o, simplemente, administrar sencillas prácticas curativas fuera del ámbito doméstico, se veía expuesta a censura social y legal; y, peor aún, podían acusarla de brujería.

Mujer trabajadora a) Tareas domésticas Durante la edad Media la mujer desempeñó un papel muy importante en la actividad productiva. Por lo pronto, en lo que se consideraba como su papel natural: el cuidado de la familia a la que pertenece por nacimiento, matrimonio o servidumbre. Y, una vez más, las imágenes vienen en nuestra ayuda para proporcionarnos toda una serie de las más variada ocupaciones, que van desde la limpieza de las dependencias domésticas (Fig. 10), el arreglo de las camas (Fig. 11) y la preparación de la comida (Figs. 12 y 13). Por lo que se refiere a esta última ocupación, el detallismo de las imágenes nos pone de manifiesto que se trataba de una actividad casi exclusivamente femenina, tanto si se ejercía en un ambiente doméstico propio, como si se realizaba en calidad

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de sirvienta para una familia de clase alta, como nos aclara la última de las imágenes aportadas, donde la elevada condición social de los dueños de la casa, o más bien mansión, nos viene sugerida por la amplitud del espacio en el que se encuentran, la riqueza del mobiliario y la suntuosidad de la indumentaria del caballero que se calienta en la chimenea.

b) Hilar y tejer Pero la actividad laboral más estrechamente relacionada con la condición femenina era la que tenía que ver con la elaboración del tejido, tanto si con ella se pretendía solventar el abastecimiento de las necesidades domésticas, como si se trabajaba para un mercado más amplio. Unas veces nos aparecen mujeres solas (Fig. 14) entregadas a la labor del hilado con la rueca debajo del brazo izquierdo y con la mano derecha tensando el hilo en postura de una exquisita elegancia; en otras ocasiones (Fig. 15) se nos muestra junto a la rueda de hilar, que, por cierto, se introdujo desde la India en los siglos XIII o XIV, mejorando la producción de hilo y la costura de la ropa, llegando a convertirse en una máquina común en el hogar. Tampoco son raros (Fig. 16) los grupos de 3 mujeres en los que se documentan las tareas de hilado, tejido y cardado de la materia textil.

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c) Faenas agrícolas Pese a todo, es en el campo donde la actividad laboral ocupa el mayor número de mujeres. Primero en tareas en el interior de la casa, que iban desde la producción láctea y ganadera, cuidado del huerto, fabricación de pan y cerveza, hasta la producción de vestidos y sábanas. En relación a las tareas del campo podemos afirmar que el arado y la siembra eran tareas reservadas al sexo masculino, pero la cosecha del grano, la siega del heno y la recolección de la vid eran trabajos que se compartían. Parece que eran mayoritariamente femeninas las de esquilar las ovejas, así como remover y escardar la tierra del huerto. Por lo que nos muestran las imágenes, una de las ocupaciones más frecuentes era la que tenía que ver con el cuidado del ganado, con su ordeño y con la comercialización de los productos lácteos, la leche, la mantequilla y el queso. Por esta razón, la escena (Fig. 17) que más se repite es aquella en que la mujer, agarra con su mano derecha una de las ubres de la vaca, en tanto sostiene con la izquierda el recipiente en el que se va vertiendo la leche. El artista que pinta esta imagen, con trazo simple y sumario, nos proporciona datos tan anecdóticos como la caricia que el animal dirige a su cría.

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Más contenido narrativo poseen aquellas otras (Fig. 18) en que la mujer, aparte

de ordeñar la vaca, y batir la nata para elaborar la mantequilla, nos muestran (Fig. 19) la división del trabajo que se podía establecer en la granja, donde las

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mujeres se dedicaban a las tareas referidas, en tanto los hombres se ocupaban de sacar a pastar el ganado lanar. Por último, una muestra muy completa (Fig. 20) de la variedad del trabajo femenino nos la ofrece un Libro de Horas en el

que se recogen las labores propias de cada mes del año, en la que la mujer no sólo ayuda

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en la tarea del sacrificio del cerdo sino que se ocupa de amasar el pan y de preparar la lumbre del horno para su cocción. Pero era el sector agrícola el que mayor número de mujeres ocupaba. Solía ser un trabajo estacional cuya demanda aumentó debido a la intensificación del cultivo del grano, de las llamadas “plantas comerciales”, como el lino y el glasto (planta de la que se obtiene un color parecido al añil), y, sobre todo, el aumento de la producción agrícola. Lo cierto es que el número de las representaciones artísticas de esta actividad resulta abrumador por su número y belleza. Pero por razones de espacio nos vamos a detener sólo en tres de ellas. En la primera (Fig. 21) –que muestra la historia bíblica de Ruth- se nos ilustra el trabajo de la mujer en el campo y nos es posible observar un detalle muy significativo: en tanto los hombres utilizan aperos de labranza, la mujer, con sus propias manos, recoge las espigas que olvidan los segadores y las juntan formando gavillas. Otras veces comprobamos cómo su actividad no siempre es subordinada. Es lo que podemos observar en una imagen (Fig. 22) del siglo XIII dividida en dos registros: en el superior, las mujeres siegan y recogen, y en el inferior, rastrillan, siembran y almacenan la mies.

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Por lo que se refiere

a las mujeres de la aristocr

acia que

vivían en el

medio rural,

hay que

desterrar la idea de que todas llevaban una vida ociosa. Con frecuencia eran magníficas administradoras, capacitadas y responsables, que tenían que enfrentarse a los problemas que planteaban los señoríos. Al encontrarse sus maridos ausentes, en la guerra, la continuidad de los dominios feudales recaía sobre los hombros femeninos. A veces las tareas no pasaban de dar instrucciones a la servidumbre (Fig. 23), pero en ocasiones debían defender el castillo y sus tierras de cualquier agresión (Fig. 24), algo muy probable en cuanto llegaba a los oídos de los señores de los alrededores que la dama del castillo se encontraba sola.

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d) Artesanía La gran mayoría de las mujeres que ejercían algún tipo de actividad en las ciudades, se ocupaban en talleres artesanos. Los artesanos encargados de la confección de vestidos y de productos de lujo solían constituirse en gremios que admitían a mujeres en calidad de aprendices, oficiales o maestros artesanos. Otro sector con una acusada presencia femenina fue la industria de víveres, como las tahonas con sus diversos productos (pan, pasteles, tortas o pastas), las carnicerías, las pescaderías, las almazaras, los víveres y las fábricas de cerveza. Lo que está fuera de duda es que el sueldo de estas mujeres era sensiblemente inferior al de los hombres. La panadería fue, posiblemente, el oficio donde encontramos una mayor presencia femenina, lo que sin duda viene explicado por el hecho de que en la Baja Edad Media las ciudades conocieron un aumento importante de la población, a la que había que abastecer. Ello explica la relativa abundancia de imágenes (Fig. 25) en las que las

mujeres aparecen

dedicadas a esta actividad. Tampoco son raras las escenas en que las mujeres, bien solas o

acompañadas por sus maridos se dedican a la venta de pescado. En la

que presentamos

(Fig. 26) la esposa

acompaña a su marido en la pescadería, en cuyo mostrador se expone el producto fresco, mientras en primer término se alinean los toneles con el pescado en salazón.

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Con alguna frecuencia encontramos imágenes que, en cierto modo, se pueden considerar derivación de las labores de hilado y tejido de las mujeres, esto es, en su profesión de sastras. En unas ocasiones las encontramos en la tarea de

ensamblar las piezas que componen el vestido (Fig. 27) y en otras (Fig. 28) nos muestran la elaboración del patrón sobre el que se van a calcar las partes que

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componen la prenda. Por último, y aunque menos frecuentes, son de gran interés aquellas imágenes en las que la mujer colabora con su padre o marido en la atención al negocio familiar. En ocasiones (Fig. 29) esta colaboración no

se limita a la de simple ayudante sino que consiste en un trabajo tan esencial como la

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preparación de medicamentos. Tampoco podían faltar mujeres en los negocios de joyería (Fig. 30), como nos muestra una miniatura francesa del

siglo XV donde podemos contemplar las estanterías de la tienda llenas de bandejas, joyas y objetos costosos, al hombre que está detrás del mostrador atendiendo a una pareja que seguramente está adquiriendo un anillo de compromiso, y a la mujer que hace lo mismo con un caballero lujosamente vestido, al que acompaña un paje. Hemos dejado para el final toda una serie de actividades que, aún teniendo el núcleo urbano como lugar de realización, no son de aparición tan frecuente en la imagen artística. Precisamente las primeras de estas imágenes se refieren a la mujer como artista, una tarea de la que han estado tradicionalmente excluidas, entre otras razones porque el cuidado de los niños y las responsabilidades del hogar le impedían una plena dedicación. Por esta razón, en las imágenes que vamos a comentar podemos preguntarnos si se trata de simples ilustraciones de un texto o guardan alguna correspondencia con la realidad, aunque por otros testimonios de que disponemos la segunda suposición es la más probable. De enorme interés son aquellas en las que la mujer aparece pintando un autorretrato (Fig. 31) con el pincel en la mano derecha, el espejo en la izquierda y, un poco más, allá la mesa en la que prepara los pigmentos.

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Curiosamente, no son raras aquellas otras en las que la mujer artista se nos muestra pintando a la Virgen con el Niño (Fig. 32 y 33), con la particularidad de que en la última de ellas presenciamos el hecho, insólito para la época, de contar con un hombre como ayudante. Dentro de este campo es muy curiosa por su rareza aquella otra (Fig. 34) en la que la artista, con gran dedicación, esculpe a una bella joven sobre una lauda o losa sepulcral.

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También disponemos de ejemplos en los que aparecen dedicadas a la actividad literaria, por más que en la Edad Media las mujeres tuvieran pocas oportunidades de hacerse

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célebres por su dedicación a la escritura. Y aunque en las ciudades había colegios para niños a los que, a veces, asistían niñas, la mayoría de las mujeres eran analfabetas, aunque las damas de la nobleza y de la alta burguesía sabían leer y escribir. El caso más célebre es el de Christine de Pisan (Fig. 35), considerada la primera escritora profesional que hubo en Francia. Nacida en 1363, se casó a los 15 años y, tras enviudar a los 25, se dedicó a escribir poesías, alegorías y composiciones épicas para mantener a sus tres hijos y a su madre.

Por último, habría que referirse a

labor realizada por

aquellas mujeres que

entregaban su vida al servicio de la religión. Por lo general eran mujeres de las clases altas las que dedicaban su vida al

convento, bien porque

su padre no encontraba marido adecuado para ella o porque no tenían suficiente dote para casarlas. En cualquier caso, en la vida

conventual podían

encontrar una salida a sus

inquietudes intelectuales o a sus deseos de no depender de un varón. Muchas y muy variadas eran las actividades que podían desarrollar las esposas de Cristo, pero una de las más

destacadas era la dedicada al cuidado de los enfermos (Fig. 36). En cambio, de más dudosa interpretación es aquella otra (Fig. 37) en que la hermana prepara una poción

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para el enfermo que se encuentra al fondo siguiendo las instrucciones de un libro, al tiempo que es asistida por una sirvienta que se acerca con una bandeja.

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PARA SABER MÁS Duby, G., y Perrot, M., Historia de las mujeres. La Edad Media, Taurus, Madrid, 1992. Duby, G., El caballero, la mujer y el cura. El matrimonio en la Francia feudal, Taurus, Madrid, 1999. Fuente, M. J., y Fuente, P., Las mujeres en la Antigüedad y la Edad Media, Anaya, 1995. Nuñez Rodríguez, M., Casa, calle, convento. Iconografía de la mujer bajomedieval, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, 1997. Pernoud, R., La mujer en el tiempo de las catedrales, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1999. VV.AA., La imagen de la mujer en el arte español, Seminario de Estudios de la Mujer de la Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 1990. Wade Labarge, M., La mujer en la Edad Media, Nerea, Madrid, 1989. Trabajo realizado por

Pedro Mañas Navarro y

José Raya Téllez

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