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5 la maza y la cantera Juventud vasca, represión y solidaridad Julen Arzuaga

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la maza

y la cantera

Juventud vasca,

represión y solidaridad

Julen Arzuaga

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primera edición de txalaparta

Mayo de 2010

© de la edición: Txalaparta© del texto: Julen Arzuaga

editorial txalaparta s.l.l.

Navaz y Vides 1-2Apartado 7831300 Tafalla nafarroa

Tfno. 948 703 934Fax 948 704 [email protected]

diseño de colección y cubierta

Esteban Montorio

foto portada

© Argazki Press

maquetación

Arte4C

impresión

GRAFICAS LIZARRA, S.L.Carretera a Tafala, km. 131132 Villatuerta - Navarra

isbn

978-84-8136-582-5

depósito legal

na.1279-10

txalaparta

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Si no creyera en cada herida,si no creyera en la que ronde,

si no creyera en lo que escondehacerse hermano de la vida.

Si no creyera en quien me escucha,si no creyera en lo que duele,

si no creyera en lo que quede,si no creyera en los que luchan.

¿Qué cosa fuera?¿Qué cosa fuera la maza sin cantera?

Un amasijo hecho de cuerdas y tendones,un revoltijo de carne con maderas,

un instrumento sin mejores resplandoresque lucecitas montadas para escena.

La maza, silvio rodríguez

Ser joven es un delito.La realidad lo comete todos los días, a la hora del alba;y también la historia, que cada mañana nace de nuevo.

Por eso la realidad y la historia están prohibidas.

Días y noches de amor y de guerra,eduardo galeano

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prólogo

este documento hubiera sido simplemente imposible sin eltrabajo de campo desarrollado con encomiable dedicación ymimo por Aitziber Ezkerra. La información recabada, losdatos, cifras y testimonios recopilados por ella son el arma-zón de valor inestimable sobre el que descansan las valora-ciones, sobre el que se soportan las trayectorias y vivenciasnarradas en este libro. Toda la labor desarrollada por Aitziberobliga a reconocerla con categoría –como mínimo– de coau-tora. Con una precisión: suyos son los aciertos, solo mías lasposibles incorrecciones.

El trabajo que ahora, lector o lectora, tienes entre manostampoco hubiese visto la luz sin la iniciativa y el impulso deGurasoak y, más en concreto, de Jesús González, Marian Bil-batua, Iñaki Regueiro y Txusa Etxeandia, sin olvidar a MikelVázquez, que puso a nuestra entera disposición el materialque la asociación había ido archivando en Iruñea. La tareaque iniciamos tres años atrás cristaliza en este libro y en unabase de datos al alcance de todo aquel que se anime a desa-rrollar aún más una temática que, sin duda, no se agota conlo aquí dicho.

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Vayan agradecimientos varios para Karmele por susbases documentales siempre dispuestas; para Fo, por echaruna mano aportando valiosos datos, y para María, Koté, JoséMari y Mikel por sus comentarios y correcciones.

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introducción

la juventud vasca se ha caracterizado por ser una de lasmás dinámicas y concienciadas de, al menos, nuestro espaciogeográfico más cercano. Las diferentes expresiones de activis-mo juvenil han sido numerosas y plurales, espontáneas uorganizadas, han transcurrido por los cauces ordinarios deacción política o por otros no tan convencionales. Con preo-cupaciones diversas, desde las más inmediatas y mundanas–relaciones humanas, problema de la vivienda o la precarie-dad laboral, el medio ambiente, tiempo libre, creatividad,etc.– hasta las aspiraciones más utópicas, los y las jóveneshan querido hacerse un hueco. Han pretendido hacerse oír enun mundo diseñado por y para los mayores. Un mundo a susojos anticuado, injusto, susceptible de ser mejorado. Perorápidamente han advertido que su capacidad de intervenciónen él es extremadamente reducida.

Es ahí donde se ha planteado una pugna entre «estar pre-sentes a la fuerza» versus «ser silenciados por la fuerza». Así,algunos jóvenes han recurrido a actos abiertamente enfrenta-dos a la legalidad, contrarios a las previsiones recogidas en elsistema penal. Sin posicionarnos ante esa decisión, constata-mos que está ahí. Comprobamos que ha existido un sector de

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jóvenes que ha recurrido en ocasiones a cierto grado de vio-lencia como método de expresión.

Kale borroka, guerrilla urbana, lucha callejera, herri borro-ka, acción directa, enfrentamientos entre manifestantes ypolicías, jóvenes proetarras, radicales, grupos «Y» de apoyo aETA, terrorismo de baja intensidad, los chicos de la gasolina,alborotadores, vandalismo, gamberrismo juvenil, disturbios,tumultos, algaradas, sabotajes, noches de cuchillos largos,terrorismo periférico, la cantera, el vivero, los cachorros deETA, los alevines de la serpiente, pistoleros de Jarrai, encapu-chados de Haika, terroristas de Segi... Muchos apelativos, noexentos de carga emocional y política, para referirse a unfenómeno complejo. Un fenómeno que a su vez ha recibidouna respuesta no siempre lineal, pero habitualmente exacer-bada, por parte del Estado.

Porque éste también ha echado mano de la violencia antelas aspiraciones de los jóvenes. Una violencia no siemprelegal, rara vez legítima. Ha ejecutado una respuesta despro-porcionada, que ha arramblado con los derechos de cientos ymiles de jóvenes. Y que ha destrozado sus vidas.

Dos agentes enfrentados en pugna desigual. El cantautorcubano Silvio Rodríguez nos inspira con una magnífica can-ción de la que extraer el título de este libro. La maza y la can-tera quiere sugerir ese enfrentamiento, ese conflicto asimétri-co: la maza, es el instrumento con que el juez imponecastigos, tal vez la porra con que golpea el policía. La cantera,si bien un término peyorativo empleado para criminalizar alos jóvenes vinculándolos con la organización armada ETA, nopodemos obviar por otra parte que, en sentido positivo, lasgeneraciones más jóvenes conforman la cantera de este país,son su futuro. El concepto puede identificarse también conun yacimiento inagotable de actividades, de impulsos, de ide-ales; con el conglomerado de reivindicaciones y utopías quemueve continuamente a los jóvenes. Esa cantera de anheloscontra la que el Estado descarga su maza. Dejémoslo ahí: una

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sugerencia ambigua, un título con cierta dosis de provoca-ción.

Cuando iniciamos la redacción de este documento mira-mos con vértigo la hoja en blanco, ante la cantidad de infor-mación que podíamos descargar sobre ella: miles de datosrecopilados, centenares de testimonios recabados, fechas,cifras... Un saldo «monstruoso». En dos sentidos: uno figura-do, por su cantidad, más aún teniendo en consideración quetodo acontece en un pueblo tan pequeño como es EuskalHerria. Material en estado caótico, desestructurado. Inacaba-do e insuficiente en algunos extremos, superfluo y repetitivoen otros. Hemos pretendido recuperar y sistematizar todoello para que nos sirva de base para elaborar este trabajo.Cierto, no han sido muchos los expertos, sociólogos, académi-cos que han trabajado sobre esta disciplina. Los que lo hanhecho tenían la misión de fabricar informes de parte en losque justificar nuevas medidas represivas, propagandísticas,penitenciarias, penales, reeducativas. Intentemos nosotros,sin ninguna pretensión académica, abordar ciertos hechos ydatos dispersos, para, traídos del caos de su inmensidad auna suerte de compendio, acercarnos a alguna conclusión.

Decíamos información «monstruosa», también en senti-do literal: vivencias escalofriantes de personas jóvenes quehan sufrido en sus propias carnes detenciones, torturas, jui-cios irregulares, decisiones judiciales arbitrarias, condenasdescomunales, penosas condiciones de encarcelamiento. Jóve-nes que, sin quererlo, se han visto protagonistas de montajespoliciales y linchamientos paralelos por parte de responsa-bles políticos y medios de comunicación.

Vaya por delante que es difícil establecer el equilibrio per-fecto, la distancia adecuada. Es imposible huir de toda subje-tividad. Porque una cosa es la descripción en abstracto deuna situación y otra vivirla, sentirla, verse afectado, afectadapor ella. En la acción coercitiva del Estado ¡se han conculcadotantos derechos!, ¡se han cometido tantas injusticias en nom-

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bre de la seguridad y el orden público! Como Dante de lamano de Eneas en la Divina comedia, solamente descender alos infiernos y encarar esas experiencias nos da la verdaderadimensión del problema. Y ello –prevenimos a quien se acer-que a estas líneas– toca la fibra, levanta ampollas, eriza lospelos.

Así pues, la primera decisión que debemos adoptar es demétodo ¿Cómo estructurar las vivencias de tantos y tantasjóvenes cuyo nombre apareció escrito en un dosier policial?¿Qué técnica aplicar para relatar los sentimientos en elmomento que le levantaron de la cama para llevárselo?¿Cómo cuantificar su angustia en comisaría, su desasistenciaen el juzgado, su soledad en la cárcel? ¿Cómo evaluar laextrema dimensión de la represión estatal, en consideracióna la habitualmente escasa gravedad de los hechos imputadosa los jóvenes? ¿En qué parámetros estimar si ha sido equili-brada, proporcional? Y en el caso de que lleguemos a la con-clusión de que no lo ha sido, ¿existe una metodología quepermita tasar el sentimiento de ultraje, de escándalo que haprovocado? Si en las siguientes líneas afloran, no ya contun-dentes respuestas a todas las preguntas planteadas, sino almenos una simple reflexión, el objetivo de este trabajo estarácumplido.

Pero falta todavía por mencionar una variable en la ecua-ción juventud-represión. Como si de una cadena se tratase, lareacción estatal exagerada ha producido otro efecto: el prove-niente de la agonía y la rabia de madres y padres que hanrevuelto el universo entero para conocer el paradero y el esta-do de sus hijas e hijos tras ser arrancados de sus familias. Laactivación de miles de personas anónimas en defensa deunos derechos que consideraban elementales y que veían undía sí y otro también pisoteados, negados a los suyos.

Precisamente, en esta experiencia de solidaridad es dondeentra en escena la aportación de Gurasoak, colectivo demadres y padres que se han visto obligados por las circuns-

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tancias a hacerse conscientes de lo que les estaba sucediendoa sus hijos. A ellos les ha tocado, a su vez, tomar partido, mos-trarse, alzar la voz en favor, siempre en favor de sus chavales.Porque han visto utilizar los mecanismos más severos delestado para resolver problemas que tienen, sin duda, unanotoria raíz social o política. Porque han conocido, golpe agolpe, el protagonismo que se ha dado a la policía, a la Admi-nistración de Justicia, al Sistema penitenciario, siempre entérminos extraordinarios, dotándoles de nuevas herramientascon las que enfrentarse a las aspiraciones y reclamaciones desus hijos. Porque estos han sido presentados como violentos,como alimañas, como drogadictos y marginales.

Y precisamente por el arraigo y la cercanía de estos jóve-nes a su ambiente familiar, transcienden sus problemas a eseentorno. Porque, como aseguran sus madres, «los volverían aparir, tal y como son». Inevitablemente, al verse sus progeni-tores implicados a la fuerza –nunca mejor dicho–, se haencendido una reacción de autodefensa. Un padre, años des-pués de la detención de su hijo, reconocía: «el primer senti-miento que tuve cuando le detuvieron fue hacerme la pre-gunta: ¿cómo me puede hacer esto a mí? Después me hicemás consciente y la pregunta cambió: ¿cómo le pueden haceresto a él? Al final comprendí la dimensión del problema:¿cómo les pueden estar haciendo esto a tantos chavales?».Un sentimiento auténtico, genuino, de agravio, madurado agolpes de realidad.

Con este libro se pretende, por último, hacer un pequeñotributo a todas y todos los jóvenes, verdaderos protagonistasde estas páginas que, por querer cambiar el mundo, sumundo, han sufrido la violencia exacerbada y la injusticia delestado en tantísimas ocasiones. Un desagravio para esos que,lamentablemente, nunca encontraran el reconocimiento delas altas instituciones políticas, la reparación en los tribunalesespañoles, la rehabilitación ante la sociedad por los grandesmedios de comunicación... para quienes, probablemente,

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nunca tendrán la seguridad de que lo que ellos padecieronjamás se repetirá con otros.

Desde el íntimo convencimiento de que si no alumbra-mos nosotras y nosotros el camino, esa garantía de no repeti-ción nunca llegará.

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desbrozando terreno

la juventud vasca ha sido protagonista recurrente de noti-cias, de declaraciones de responsables policiales o políticos,objeto de decisiones en tribunales de justicia o de dictámenesde distantes expertos. Sobre ella se vierten ríos de tinta: sehacen valoraciones, se adoptan medidas, se diseñan planes ypolíticas.

Cierto es que la juventud de este país es plural. No sere-mos nosotros quienes la etiqueten en rancios vectores socio-lógicos o en esquemas o categorías cerradas. Difícil trabajo,precisamente porque las vivencias juveniles están profunda-mente interrelacionadas, ligadas entre sí, con valores en con-tinua contradicción, cambio y evolución. Si hay algo trans-versal en nuestra sociedad, es esa experiencia vital, incipientepero rica, auténtica, compartida por un sector poblacionalcuya característica principal es, simplemente, que se encuen-tra entre los dieciséis –tal vez quince– y los veintitantos años.

Asimismo, sus inspiraciones y aspiraciones serán hetero-géneas. Su preocupación por el mundo que les rodea ocuparáun lugar predominante, a medida de que lo van descubrien-do, y se ven inexorablemente afectados por él. Y de quémanera. Esa proyección del mundo exterior sobre sus valores

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les obliga a posicionarse, a dar los primeros pasos en relacióncon otros jóvenes… y con los adultos. Pasos que inmediata-mente cogen velocidad, acumulan experiencia, adquierenescarmiento.

Son conocidas las preocupaciones en que pondrán elacento estos jóvenes, al menos los más conscientes: la educa-ción, la vivienda, un futuro laboral incierto y precario, elmedio ambiente, la forma de entender y cultivar las relacio-nes, la autogestión de sus expectativas sociales y de su tiem-po libre, la cuestión lingüística y cultural, el sistema social,político, económico altamente opresivo… En definitiva, lapolítica.

La política, sobre todo como fenómeno impuesto por susmayores. Política que visualizan cerrada, intransigente, gene-radora de dominaciones. Lejos de ser un vehículo, es concebi-da por la juventud más despierta como un límite a sus aspi-raciones.

Experimentan un sistema social que hace hincapié en lasatisfacción de necesidades fisiológicas, de raíz económica,que prioriza la seguridad personal, la propiedad privada, etc.,que tiende a resolver problemas individuales. Pero ellos yellas cultivan otra mentalidad que prioriza la satisfacción deinquietudes sociales y de autorrealización, con ambicionesintelectuales, creativas, idealistas, estéticas, de estima, de per-tenencia al grupo, etc.; es decir, problemas colectivos. Y esamentalidad requiere otro modelo de sociedad. Los jóvenesvascos se sienten relativamente seguros a la hora de cubrirsus necesidades materiales y tienen una mayor cantidad deenergía para intervenir en otras aspiraciones menos inmedia-tas. Quieren ser escuchados, participar en política. Pero cons-truyendo una nueva y propia cultura política.

Al mismo tiempo, se enfrentan a una situación que les hatocado vivir desde su identidad mayoritariamente abertzale:se deben posicionar ante un conflicto político de raíces histó-

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ricas, nacionales, en el que se ven sumergidos. En ello inver-tirán su arrojo juvenil.

El producto que surge es la amalgama de estas dos visio-nes, la ideológica y la nacional, siempre en continua evolu-ción, siempre inaprehensible. Un nuevo universo simbólicoque hace germinar la expectativa de ver descabalgar a un sis-tema concreto que se considera, sobre todo y ante todo,impuesto, injusto. No es, como algunos quieren ridiculizar,una actitud «antisistema». Es, más bien, una ideología «anti-este-sistema».

Las políticas institucionales de juventud no han buscadoacercarse a las reivindicaciones y necesidades de este sector.Más bien han pretendido manipularlas y redireccionarlashacia los parámetros en los que dichas políticas fueron dise-ñadas. INJUVE, el Instituto de la Juventud español consideraque los jóvenes «exigen soluciones ante las nuevas situacio-nes que les ha tocado vivir». Cierto. Igualmente cierto es queesas soluciones no son las ofertadas por sus flamantes planes,por sus resplandecientes iniciativas siempre bien subvencio-nadas.

Las instituciones han fracasado en su respuesta ante eluniverso de las demandas de los y las jóvenes vascas.

La violencia política juvenil

En su primera aproximación a la política se topan inmediata-mente con un elemento de frustración para todo su caudal deideales y anhelos: todos los caminos para participar en lapolítica convencional están cerrados. Esto les resta apego alorden social establecido, que no les deja margen de acción.No serán pocos los que vean con buenos ojos la rebeldía, lacontravención de las normas que rigen ese orden, la inter-vención «no convencional» en política.

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Surgen expresiones como la kale borroka. No es objetivode este trabajo hacer una lectura en profundidad de estefenómeno, pero sí debemos establecer ciertas característicasque nos ayuden a configurar esta forma de expresión juvenil.Constatamos, pues, que existe esta reacción violenta. Losdaños materiales que esta forma atípica de expresión políticapuedan producir no tienen un impacto especialmente negati-vo en la mentalidad del joven, en comparación con el agravioque siente y que le impulsa a cometer esos daños. Asume elquebranto, puesto que amenaza a cosas, a propiedades, a bie-nes, con los que no está vinculado y a los que da menos rele-vancia y prioridad que los adultos, más materialistas.

Pero la importancia no está en el hecho de violencia en sí,sino en el mensaje que transmite. Es un acto de comunica-ción por el que se quiere testimoniar algo. Una forma de inte-racción con una contraparte con la que se identifican en con-flicto y de la que esperan un resultado: un cambio de actitud,una acción o una omisión. Reclaman así una respuesta. Eneste sentido, nadie podrá negar que tenga una motivaciónsocial o política.

La violencia política juvenil, en su vertiente externa, con-siste básicamente en ataques a la propiedad –pública o priva-da–, huyendo de ataques que afecten a la integridad física delas personas. El objetivo de estos ataques serán el mobiliariourbano, los locales de administraciones públicas u organismosautónomos vinculados a ellas, las entidades financieras, losbienes de empresas de servicios, etc. Estas acciones serán habi-tualmente de escaso impacto destructivo y de efecto económi-co reducido. El único caso en que se puede considerar que sepersigue un daño deliberado en la persona se da en el marcodel enfrentamiento con miembros de cuerpos y fuerzas deseguridad del Estado en disturbios, frecuentemente generadostras movilizaciones populares. También de efecto reducido.

En su faceta interna, la espontaneidad y la falta de unaestructura sólida o de organización es su seña de identidad.

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Su cohesión simplemente parte de un catalizador de volunta-des al enarbolarse una causa compartida por los propios pro-tagonistas y otros sectores de la población. Ello deriva en laacción que se lleva a cabo de forma espontánea, habitual-mente por personas jóvenes que encuentran en su grupo deamigos o compañeros de otras actividades –incluida porsupuesto, la actividad política– el núcleo colectivo del queparte la motivación y la decisión de accionar, la elección delobjetivo y la forma en que llevarán a cabo el acto de protesta.De la misma manera que se unieron, se disolverán tras reali-zar la acción. El nexo improvisado no asegura la solución decontinuidad.

Los medios utilizados para conseguir el objetivo predefi-nido son también conocidos. Consisten en materiales incen-diarios de fácil obtención y de facturación casera. Sustanciasinflamables que pueden encontrarse en cualquier garaje,algún componente químico a su alcance en la farmacia o enel laboratorio del instituto, recipientes con gas que provocanuna deflagración, material pirotécnico de los que se empleanen las fiestas de cualquier pueblo, etc., suelen ser los ingre-dientes que conforman el mecanismo para llevar a cabo elsabotaje. No se puede denominar dispositivo, al carecer decomponentes electrónicos o mecánicos. No es explosivo, al noproducir un efecto más allá de una ignición. Es por ello tam-bién que sus efectos se limitan a escasos daños materiales, loque los sitúa a años luz de la capacidad operativa y los méto-dos empleados por organizaciones armadas.

En cuanto al elemento finalista, este se refiere al motivopolítico para la elección del objetivo y a la justificación delataque. Esta característica es de vital importancia, porquedelimita el hecho con referencia a otros de similar magnitudque simplemente tienen una justificación privada –un ajustede cuentas o reacción vengativa entre particulares– o a actosque, como no persiguen una reivindicación concreta o no tie-

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nen una motivación política reconocible, simplemente debenser catalogados como de gamberrismo o vandalismo.

Precisamente el objetivo del ataque y su legitimación últi-ma está en su carga simbólica: llamar la atención sobre lademanda política que impulsa al sabotaje. Motivaciones polí-ticas, sociales, de corte ecologista, de respuesta a una deter-minada actuación represiva de las fuerzas de seguridad delestado... La asunción de los hechos por medio del comunican-te anónimo, o por medio de pintadas, panfletos u otras seña-les visuales en el lugar donde ha acontecido dota de lógicacomunicativa a la acción. Es la propaganda por medio delacto de destrucción. El objetivo es simplemente comunicati-vo: dar publicidad a una reivindicación. Se plantea la recla-mación en un momento en que sectores de la población pue-dan ser receptivos. Principalmente porque se invoca unasituación de agravio, de persecución, de sometimiento que sepretende sea asumida por quien es el destinatario de la comu-nicación: la sociedad. Así, se adopta una estrategia que, cier-to, es ilegal y se enfrenta a la legislación penal vigente, peroque, precisamente por eso, dota de entidad al desafío que selanza contra el poder estatal. El mensaje no es otro que noreconocer su autoridad.

En esta reedición del mito de David y Goliat, no es nece-sario que aquel derrote a este. Es suficiente con que saque lahonda frente al gigante. El mensaje está implícito en estegesto.

La violencia política estatal

El sociólogo alemán de principios del siglo pasado MaxWeber dotó al estado de una herramienta poderosa: el mono-polio de la violencia. Lo definió como el ejercicio de la autori-dad de un estado sobre su territorio y sus ciudadanos, muyvinculado al proceso de legitimación, como respeto de las

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normas y valores sobre los que se asienta dicho estado. Este,que es la herramienta política más potente y eficaz, tiene lacapacidad de gestionar unidireccionalmente la violencia, laúnica que –en principio– es legítima.

Sin embargo, esa potestad para disponer de la violenciase topa con un fenómeno que la reta, la pretende desautori-zar. Por supuesto, la capacidad de infligir violencia de uno yde otro no se puede ni siquiera comparar. Es lo que se deno-mina conflicto asimétrico. «Ultraasimétrico», diríamos.

En el terreno de las aspiraciones, una de las partes anta-gónicas pretende introducir cambios de orden político ysocial mediante una estrategia efectiva de movilización sociallegal y conflictividad ilegal. La otra parte, el agente estatal, seenfrentará a la primera con todos los instrumentos a sualcance –asimismo legales e ilegales– para deslegitimar elcambio que proponen y proteger así el statu quo.

Se podría considerar que la represión de un fenómenotan complejo como la violencia política juvenil, la denomina-da kale borroka, es simple y llanamente la aplicación desapa-sionada de ciertas leyes penales, con las que se pretende res-tablecer el orden público. Se podría pensar que se puedereconducir a una mera cuestión «profiláctica», en la lógica deque el que comete un delito lo paga y ya está. Sin embargo,inmediatamente nos damos cuenta de que el Estado percibealgo más tras el mero hecho que califica de «vandálico», prin-cipalmente por la dimensión que da a la reacción policial, a larepresión penal. Empleará todos los métodos de que disponepara enfrentar un riesgo que, en principio, no tiene unadimensión notable, al menos si se toman en consideraciónotros delitos –que no tienen porqué ser de raíz política– deseria gravedad. No hay daños de trascendencia, no hay vícti-mas directas, no hay un coste económico considerable. Perola saña con que el Estado se emplea ante el fenómeno juvenille delata. Sí, hay algo más.

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El Estado desplegará todos los mecanismos coercitivos asu alcance. Debería tener cuidado a la hora de emplear manodura. Una democracia de Occidente debe guardar ciertas apa-riencias, al menos de fronteras para fuera. Debe evitar imáge-nes que la retina identifica fácilmente con regímenes de otrasépocas y/o hemisferios. Por ello, justificará públicamente sureacción exacerbada en la necesidad de restablecer el ordenpúblico, aliviar la alarma social, defender el estado de dere-cho. Son los argumentos de legitimación del Estado: invocará«criterios de necesidad social», vinculando los hechos al esta-do de ánimo, de miedo, de inseguridad con que, presunta-mente, la población los interioriza. Angustia que hay queapaciguar. Alegará «criterios ideológicos», reconociendo quelos objetivos que se persiguen con esos actos son políticos,pero los aderezará con adjetivos como fanáticos, totalitarios oantisistema, con lo que justificará la necesidad de combatir-los. Se apoyará en «criterios de adhesión a valores superio-res», la protección de la democracia, de la propiedad privada,la salvaguarda de la libertad, de los valores inmutables delsistema.

Esos son sus argumentos, o según cómo se mire, susexcusas. La estructura estatal entra en el juego porque, endefinitiva, también tiene algo que comunicar. Porque nopuede tolerar que se ponga en entredicho su autoridad. Nopuede admitir que la actitud disidente se difunda y que suahora encarnizado enemigo, la juventud rebelde, encuentre lacomplicidad de sectores de la sociedad y acabe desestabili-zando su proyecto político. Participa así en el juego simbóli-co, comunicativo, propagandístico.

¿Qué fue primero, el agravio del Estado o la reacciónjuvenil? ¿El sabotaje o la brutalidad policial? ¿El huevo o lagallina? La respuesta nos remontaría al principio de los tiem-pos, al Big Bang. Dejemos por ahora la filosofía y bajemos alas constataciones materiales.

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La Fiscalía de la Audiencia Provincial de Donostia, en suMemoria de 1995, llegó a reconocer que la naturaleza y laimprevisibilidad de este fenómeno de la violencia antagonis-ta juvenil y la dificultad para enfrentarlo generan «una pro-funda desconfianza hacia todo el aparato represor con quedebe estar dotada cualquier sociedad». Con el criminólogoCrenshaw, podemos responderles que están en lo cierto: losexcesos cometidos por alguno de los resortes coercitivos delEstado no son un síntoma de su creciente poder y autonomía,sino una consecuencia de la propia frustración por su inepti-tud para combatir el problema.

Tal vez la puesta en marcha de otras medidas sociales ypolíticas, no únicamente las coercitivas, hubiera dado mejo-res resultados. Pero parece que el Estado solo tiene a manolos métodos coactivos más violentos. Lo que se conoce como«matar moscas a cañonazos». Encarar problemas de dimen-sión reducida con cada vez mayor capacidad de fuego.

Cristales rotos

Hace tiempo que en el mundo se da un discurso de exalta-ción de la seguridad para enfrentarse a problemas que, en sudimensión real, no suponían una grave amenaza para el esta-blishment. No nos referimos a las medidas pantagruélicasdiseñadas tras los atentados del 11S, o con la excusa de estos.No hablamos de la lamentable «guerra contra el terror» y losefectos devastadores que ha tenido, incluso para la legitimi-dad de los regímenes políticos que la auspiciaron. No nosreferimos a la reacción estatal «macro», sino a la «micro». Noa la de tanques y acorazados, sino a la que se dice ser de bis-turí... y que después ya veremos a dónde llega.

La crisis del modelo económico en los Estados Unidos,hace ya alguna década, derivó hacia una crisis del sistemapenal, una nueva modalidad de combatir a la también «nue-

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va» delincuencia. El alcalde de Nueva York en la década delos noventa, Rudolph Giuliani, materializó una estrategiarepresiva denominada broken windows, ventanas rotas, cris-tales rotos. La idea se podría formular así: hay que enfrentar-se contundentemente al delito en su primer estadio, cuandola gravedad es mínima –sabotajes menores, pequeños hurtos,mendicidad, okupación, prostitución, etc.–, antes de que lacosa cobre mayor dimensión. Es la idea del micropenalismo:detengamos al crío que ha roto con su balón un cristal, apli-quémosle la pena con todo su rigor, que aprenda antes deembarcarse en transgresiones mayores. Enviemos de paso ala población un mensaje de eficacia, de mano dura, de que latolerancia hacia la «delincuencia» ha terminado. Cierto, aco-tamos la libertad, pero, sin duda, ganamos en seguridad. Unpeaje sin importancia para un ultra como Rudolph.

Paralelamente, creemos una sociedad atemorizada, inse-gura, obsesionada con la incertidumbre de lo desconocido, delo distinto, cargada de ansiedades. Ofrezcamos protección alas clases acomodadas, aseguremos la perdurabilidad denuestro sistema y –de paso– nuestra primacía en él. Asícomenzaba una nueva guerra contra la disidencia, la pobreza,la inmigración. Esta estrategia, también denominada ZeroTolerance, embarcada en los mecanismos de globalización,cruza rápidamente el charco y encuentra acomodo en otraslatitudes, en el ámbito europeo y, por supuesto, en un estadoávido de herramientas coactivas, más aún si vienen bendeci-das por el imperio: el Estado español.

Así, esta teoría sirve para dotar de justificación racional ala acción estatal frente a un fenómeno que, si bien en EuskalHerria tiene una dimensión cuantitativa y cualitativa impor-tante, se repite, tal vez con un carácter más puntual, en otrasciudades europeas y del mundo. No nos olvidemos de losacontecimientos de Francia de 2005 en los denominados«conflictos de la banlieue», barrios que rodean las principalesurbes francesas y que fueron escenario de violentos enfrenta-

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mientos en los que ardieron más de 4.000 vehículos y sedetuvieron a unos 2.000 jóvenes, con una brutalidad policialdesmedida. El entonces ministro de Interior Nicolás Sarkozyno vaciló en calificar delante de las cámaras de televisión aaquella masa de jóvenes, de «racaille [chusma], de la que hayque deshacerse». No pasemos por alto que los disturbiostenían su origen en la guetización generalizada sufrida porestas áreas deliberadamente marginadas.

Tampoco olvidemos los conflictos de Grecia durante elinvierno de 2008, derivados de la penosa situación económi-ca de los sectores más populares y que colapsaron el país ydesbordaron a policías y políticos. En este caso, el Gobiernogriego reaccionaba asegurando que no toleraría «este atrope-llo de la democracia» y que recurriría «al estado de excep-ción» en caso de persistir «la ola de disturbios».

Motivos y experiencias históricas, políticas, sociales, eco-nómicas muy diferentes, pero una reacción gubernamentalmuy similar: tolerancia cero a la insubordinación.

También aquí y ahora, la continua reclamación de alzar el«listón ético contra la violencia» se interpreta fácilmentecomo la justificación para elevar continuamente el nivelrepresivo. Ofrecer un cheque en blanco a la arbitrariedad y ala injusticia de estado. Aquel Rudolph marca el camino a sutocayo, con responsabilidad en el tercio autonómico vascon-gado, que al momento de escribir estas líneas se hace apasio-nado valedor de esa filosofía: golpear al disidente, al presuntociudadano, ahora delincuente declarado, a mandobles con sumartillo de herejes.

Porque ya se dijo: cuando en tu caja de bricolaje solo tie-nes martillos, todos los problemas parecen ser clavos.

La adopción de medidas de excepción

Hemos dicho que el Gobierno de Grecia amenazaba con ladeclaración del estado de excepción si no cesaban los distur-bios. En efecto, a la hora de enfrentar ese fenómeno en nues-

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tro ámbito también se emplean términos tales como estadode excepción, a lo que algunos le añaden el adjetivo de «encu-bierto» ¿Qué queremos decir con ese término?

Fue Nicolás Maquiavelo, diplomático florentino de finalesdel siglo XV, quien formuló la idea: «si la observancia de laley nos conduce irremisiblemente a la ruina y pretendemosevitar esta, no hemos de observar la ley». La propuesta dequien convirtió en arte el consejo a las cloacas del poder norequiere apenas explicación. Cuando la letra de la ley seopone a los objetivos del estado, estos últimos deben prevale-cer. El poder puede asumir el quebrantamiento de la ley si lascircunstancias lo requieren. Así, aparecen en este enunciadolos ingredientes básicos –ruina e inobservancia de la ley–,que nos explican por qué el Estado español recurre a laexcepcionalidad para enfrentar conflictos.

La ruina, el desastre, el precipicio, es la metáfora con queMaquiavelo identifica la dificultad en la que se puede encon-trar un estado por conflictos internos o externos. Si bien esalgo absolutamente subjetivo, ya que cada estado puede defi-nir gratuitamente cuáles son sus propios fantasmas.

Y en cuanto a la inobservancia de la ley… En marzo de2000, el secretario general del PSE de Gipuzkoa, Manuel Huer-tas, anunció ante la Casa del Pueblo de Orereta –que habíasido objeto de un ataque días antes– que su partido estabadispuesto a recurrir a «nuestros medios y métodos de super-vivencia dando por desaparecido el estado de derecho, si con-tinúan los sabotajes contra el PSE». Apología de la justicia porsu mano, de revancha, de reacciones ilegales. Tal vez se refe-ría incluso al recurso a la guerra sucia... Ya lo hicieron antes.Invocaba la excepción de la norma que nos recomendabaMaquiavelo.

Pero el incontinente dirigente del PSE olvidaba que, a díade hoy, el propio estado de derecho pone a su disposiciónmedidas legales suficientes para resolver la situación. Ade-más de los mecanismos necesarios para encubrir otras medi-

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das que son ilegales. No tiene porqué salirse del guión legal sipretende elevar el listón represivo, si busca emplear métodoscomo la coacción policial o parapolicial, si quiere echar manode la tortura y los malos tratos, si pretende valerse de tribu-nales excepcionales. Todo eso es hoy «estado de derecho».

Es la propia Constitución española la que le aporta esasherramientas. En los artículos 1º y 14º recoge el principioabsoluto de «igualdad ante la ley». Sin embargo, más adelan-te, nos topamos con el capítulo V del título I, que recoge «lasuspensión de derechos y libertades». Dentro de este capítu-lo, el artículo 55.2 desarrolla una fórmula que no encuentraparangón en otras constituciones: permite que ciertos dere-chos relativos a la libertad y seguridad de la persona, asícomo a los derechos al honor e intimidad individual y fami-liar, «puedan ser suspendidos para personas determinadas»,puntualizando que «en relación con las investigacionescorrespondientes a la actuación de bandas armadas o ele-mentos terroristas». Duró poco aquel principio de igualdad.Todos iguales excepto cuando se ponen los derechos en sus-pensión de pago. La propia Constitución se corrige, se excep-cionaliza a sí misma, introduce la alteración de su propianorma. Y veremos después cómo esta excepción se extiendecomo una viscosa mancha de aceite a otras actividades quepoco tendrán que ver con «bandas armadas o elementosterroristas».

En ese contexto general se diseñan nuevas medidas legis-lativas, se otorgan mayores atribuciones a las policías, se dotade competencias más amplias a tribunales, medidas todasasentadas en aquellas justificaciones de alarma social y ordenpolítico. Esta razón de estado está presente desde el iniciomismo del régimen constitucional. Pero el fenómeno aparececon inusitada fuerza en la década de los noventa, cuando seproducen los grandes operativos contra grupos de jóvenes,no ya bajo la perspectiva de los actos que cometen –propor-cionalidad entre el hecho y la respuesta del estado–, sino con

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el empleo abusivo de la excepcionalidad, de la suspensión dederechos, de la arbitrariedad, de la injusticia. Desaparece eltratamiento ordinario al ciudadano, en este caso joven, paracomenzar a tratarlo como enemigo. Se sirve a los mecanis-mos coercitivos del estado una porción extra de pastel, enforma de más competencias y más impunidad. Se sacan de lacartuchera las prerrogativas excepcionales de la legislaciónantiterrorista –incomunicación, juzgados y tribunales espe-ciales, calificación más severa de los delitos, ejecución de lassentencias con medidas penitenciarias infrahumanas, etc.–para enfrentarse a hechos que, antes de la eclosión de esaparanoia colectiva inducida, habían sido considerados decarácter leve en cuanto a sus efectos y ordinario en cuanto asu calificación penal.

Esta dinámica dejará el viejo siglo –con la más absolutafalta de pudor a partir de 1998– incluyendo asociaciones,organismos populares, partidos políticos, medios de comuni-cación en esa órbita de reacción «antiterrorista». En relacióncon el tema que nos ocupa, el paso se da con la criminaliza-ción y estimación de «terroristas» de las organizacionesJarrai-Haika-Segi, que hasta aquel momento operaban deforma pública y transparente. La nueva interpretación permi-te el control abusivo de sus actividades, la intervención siste-mática de las comunicaciones de sus responsables, su deten-ción incomunicada, la prisión preventiva hasta el límite legalde cuatro años sin juicio, la suspensión de las actividades aso-ciativas, la inclusión nominal en las listas antiterroristas euro-peas, el enjuiciamiento en un tribunal especial y, por último,tras la revisión 50/2007 del Tribunal Supremo del 19 deenero de 2007, la consideración definitiva de las organizacio-nes juveniles y sus miembros como terroristas. Habiéndoseabierto la ventana de sopetón, la corriente arrambla con todo.

El Estado español irá maniobrando para encontrar elmecanismo idóneo que aplicar en cada momento: unas veceslo hará reformando la legislación, otras simplemente con una

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nueva interpretación judicial, sustituyendo las lentes habi-tuales de los magistrados que se ocupan de estos casos por uncaleidoscopio fantástico. Lo que, hasta ese momento, la justi-cia había considerado de una forma menos severa –valora-ción de los sabotajes como delitos ordinarios de incendios,estragos, etc.– o incluso había contemplado como abierta-mente legal –actividades culturales, sociales, políticas– se vaconvirtiendo en un accionar invariablemente terrorista.

Así pues, la excepcionalidad opera apretando tuercas,ofreciendo nuevas prerrogativas para la coerción y puniciónestatales… y dejando un reguero de violaciones de derechoshumanos contra cientos de ciudadanos y ciudadanas vascasrealmente grave. Unas violaciones que afectan particular-mente a los más jóvenes.

Estas medidas han precisado de su propia campaña delegitimación. Su propaganda. Durante los últimos años noshemos encontrado con una desaforada perversión del len-guaje en materia de derechos humanos. Se han erigido en susmáximos defensores quienes habitualmente los pisotean.Responsables políticos e institucionales se han apropiado deellos, invocándolos hasta la saciedad, hasta producir un vacia-miento absoluto de su contenido radical. Han utilizado el dis-curso de los derechos humanos como una poderosa maqui-naria de guerra, precisamente contra quienes más razonestienen para invocarlos: la ciudadanía, la sociedad, sus movi-mientos sociales y políticos. Todos ellos han visto cómo se losexpropiaba quien ha asegurado ante la comunidad interna-cional que los salvaguardaría: el Estado.

En conclusión, las responsables del sistema no han pues-to reparos en utilizar de forma sistemática prerrogativas ile-gales, la violencia ilegítima, la vulneración de los estándaresbásicos de los derechos humanos. Así, han traspasado gene-rosamente la línea de la proporcionalidad y de toda lógica.Han incrementado la presión hasta el punto de hacer reven-tar las calderas de la legalidad. Han empleado mecanismos

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abiertamente ilícitos para enfrentarse a todo un espectrosociopolítico de expresiones diversas que pone en cuestión elmarco político-jurídico y que aspira a otra forma de organizarla vida pública, la democracia, las relaciones entre personas,grupos y pueblos.

Nos lo advertía Maquiavelo, docto inspirador del terroris-mo de estado: esas aspiraciones populares representan la ver-dadera «ruina» del sistema sociopolítico actual. Y, ante el pre-cipicio, la bestia armada hasta los dientes responde con saña.

Los números de la(s) violencia(s)

Nos han presentado a la vasca como una sociedad peligrosa,en la que la violencia es una realidad presente y cotidiana. Encontra de esa percepción inducida, los fríos datos nos ofrecenotra visión. Los informes del fiscal general del Estado españoldemuestran que las tasas delictivas en Hego Euskal Herriason notoriamente inferiores a las que se dan en el Estado. Porponer un ejemplo de una época y en un territorio en el que lakale borroka era plenamente activa, la tasa de delitos duranteel año 1994 en Bizkaia fue de 2,48 –número de delitos come-tidos por mil habitantes al año–, mientras que en Barcelonafue de 7,60, en Valencia de 17,60 y en Sevilla de 20,21.

Sin embargo, hay que reconocer que las acciones pormotivación política sí que presentan una dimensión absolu-tamente distinta. Las estimaciones del ministerio fiscal, reco-gidas en la Memoria que anualmente publican sobre la evo-lución de acciones reconocidas como «terrorismo urbano» –sibien no se llega a explicar la dimensión del concepto–, nosindican que en el año 2000 ocurrieron 630 hechos de kaleborroka, en 2001 fueron 490, en 2002 se contabilizaron 190,en 2003 descendieron a 74, y en 2004 nuevamente ascendie-ron a 240. En 2005, serán 72 los computados por los fiscales,para aumentar en 2006 a 143 y nuevamente en 2007 a 243

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acciones. La última de las memorias publicadas indica que enel año 2008 «se han contabilizado 127 acciones de terrorismocallejero». El total en los últimos nueve años, siempre toman-do como fuente las memorias de quienes ejercen la acusaciónen estos sucesos, sería pues de 2.209 acciones de sabotaje.Como vemos, una cifra con constantes altibajos, que estable-cería en 245 la media de los ataques contabilizados desde el2000.

La Memoria de la fiscalía referente al año 2008 ofrece unavaloración de las cifras:

La disminución de las acciones de violencia callejera, unade las formas complementarias de lucha en la estrategia crimi-nal de ETA, se ha debido fundamentalmente a las operacionesllevadas a cabo por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad contralos más significados grupos impulsores de la «kale borroka», enlas tres provincias vascas y Navarra.

Sin embargo, la apología de la eficacia policial cae inme-diatamente al comprobar que las 127 acciones se encuentranen esa media de 121 sucesos recogidos en los últimos cincoaños. Menos que en 2007 pero el doble que en 2003. ¿Tene-mos que concluir que en el 2000, con 630 sabotajes, las fuer-zas de seguridad del Estado estaban de vacaciones? Esosdatos vendrían a dar la razón, más bien, a otros factorescomo el grado de conflictividad dependiente de vaivenes polí-ticos o, simplemente, a la raíz puramente espontánea de loshechos. En cualquier caso, tenían que justificar de algunamanera la beligerancia estatal con que se han enfrentado alfenómeno.

Para tener una visión más profunda de los datos que semanejan, la Memoria del ministerio fiscal referente al año2007, por poner un ejemplo, recoge en referencia a los cuatroterritorios de Hegoalde «243 acciones de terrorismo callejero,un incremento en 98 de estas acciones respecto del año ante-rior, consistentes en incendios, explosiones de artefactos y

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lanzamientos de "cócteles molotov", lo que supone un incre-mento del 65 por 100 frente al año 2006». Los datos se des-glosan de la siguiente manera: «69 se han producido en Viz-caya, 34 en Álava, 59 en Guipúzcoa y 81 en Navarra. Adestacar muy singularmente el enorme aumento de las accio-nes de violencia callejera en Navarra que se sitúa en torno al170 por 100».

Como decimos, los organismos estatales ponen el acentoen el impacto de la violencia política juvenil en términos cri-minológicos, con el objetivo de magnificar la acción represivapara enfrentar el fenómeno. ¿Cuál es la calidad de la laborpolicial? También el ministerio fiscal nos aporta el dato, reco-gido en su Memoria del año 2004: «han sido detenidas poractos de terrorismo callejero 126 personas», de las cuales«solo 5 fueron puestos en prisión por los Jueces, quedandolos restantes 121 en libertad». Este dato-confesión, que nuncamás volveremos a encontrar en sus siguientes informes anua-les, es muestra fehaciente y dolorosa de la poca calidad de laacción policial indiscriminada. Lo trataremos después, conmás detenimiento.

Pero, más allá de esos datos parciales, nos tropezamoscon un verdadero vacío de fuentes oficiales que ofrezcandatos globales sobre la dimensión de la represión contra lajuventud vasca, más aún, sobre los efectos que esa prácticaocasiona. Hemos intentado suplir esta falta. Acudiendo a laprensa, a informes elaborados por organismos no guberna-mentales, estadísticas, dosieres y bases de datos de los aboga-dos acreditados en los casos, indagando entre los afectados,hemos elaborado una base informática de la que extraer cier-tas conclusiones de carácter global.

Así pues, en el trabajo de campo realizado, tomando lahorquilla temporal de 1992 a 2007, ambos incluidos, se haconseguido recopilar un total de 1.663 fichas de jóvenes afec-tados por operativos que responden a lo que genéricamentepodríamos considerar «violencia política juvenil». De ellos,

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1.383 fueron detenidos por las fuerzas de seguridad del esta-do, mientras que 207 se presentaron ante los órganos judicia-les –generalmente la Audiencia Nacional– al conocer queeran reclamados por estos, bien porque sus nombres apare-cían durante las investigaciones, bien en los interrogatorios aotros jóvenes. Otros 73 más fueron incluidos posteriormenteen los sumarios abiertos.

Reseñas sociológicas

Iniciemos el estudio de esos 1.663 asientos extrayendo deellos ciertos datos de carácter sociológico. En cuanto a lavariable de edad de los incluidos en estas diligencias, nosencontramos con que un 23% serían menores de edad, mien-tras que el grueso se encuentra entre los 18 y los 25 años (el68 %). Únicamente un 9 % supera esa última edad.

En cuanto al sexo, la gran mayoría son de sexo masculino(96%), al haberse registrado 59 casos en que serían mujeresjóvenes las implicadas.

De la investigación desarrollada se extrae además que larepresión contra los jóvenes se extiende a lo largo y ancho dela geografía de Euskal Herria, de forma más o menos unifor-

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Gráfico 1. Porcentajes de edad

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me. De ese espectro total de 1.663 jóvenes sometidos a estosoperativos o procedimientos judiciales, 145 resultan ser ciu-dadanos alaveses, 492 vizcaínos, 553 guipuzcoanos, 377 nava-rros y 62 de los tres territorios de Ipar Euskal Herria. Hay 34jóvenes cuya procedencia no hemos podido determinar. Porlo tanto, podemos concluir que, en relación con el factor dedensidad poblacional por herrialdes, se puede establecer unapauta homogénea de represión en todo el territorio.

Detenciones y sus resultados

En cuanto a los datos de carácter criminológico, analicemoslas detenciones efectuadas por los diversos cuerpos policiales,que hemos computado en un total de 1.383 casos individua-les al restar los que se presentaron directamente ante lasautoridades judiciales. Veamos también el resultado –prisióno libertad, con o sin cargos– tras la detención. Llegamos así alas cifras consignadas en la siguiente tabla:

Tabla 1. Detenciones por cuerpo policial

detenciones

totales 647 469 151 70 10

ingresados

prisión 247 151 67 21 1

libertad

condicional 297 241 58 24 8

libertad sin

pasar ante

el juez 36 36 14 15 0

libertad

sin cargos 6 14 8 10 0

no consta

la situación

tras la

detención 61 27 4 0 1

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ertzain-

tza

policía

nacional

cuerpo policial

guardia

civil

policía

francesa

policía

municipal

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Nuevamente, y debido a la falta de datos globales oficia-les, tenemos que reconocer que hay 36 casos individuales enlos que no hemos podido determinar qué cuerpo realizó elarresto. Dejando de lado esa cifra residual, valoremos losdatos recogidos en la tabla. La Ertzaintza habría llevado acabo la mayoría de las detenciones, elevando su porcentajehasta el 48% del total. La Policía Nacional computa el 35% yla Guardia Civil el 11% del total de arrestos. Los gendarmespracticaron un 5%.

En referencia a los datos sobre la situación en que que-dan los jóvenes tras la detención, estos nos indican que 489ingresaron en prisión una vez pasaron ante el juez. Por elcontrario, 634 quedaron en libertad provisional, siendo ade-más que 139 habrían sido puestos en libertad sin cargos unavez han pasado ante el juez. Nuevamente tenemos 93 casosque no hemos podido dilucidar.

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Gráfico 2. Porcentaje de detenciones por cuerpo policial

Gráfico 3. Situación tras la detención

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En cualquier caso, quede como referencia la tendencia ala detención gratuita y masiva que denota la inexistencia deindicios racionales de culpabilidad, avalada por el porcentajedel 61 % de jóvenes puestos inmediatamente en libertad trassu arresto, y más aún, el 11 %, que quedará además sin car-gos. De esta experiencia se llevan la propina de una detenciónarbitraria. Siendo anecdóticos los casos en los que se han rea-lizado las detenciones en el lugar de los hechos delictivos,este dato avalaría la idea de que las detenciones son en sugran mayoría exploratorias, para conseguir la informaciónnecesaria para inculpar al joven. La eficacia policial queda enentredicho.

En efecto, si comparamos estos resultados con los referi-dos a las personas que se presentan voluntariamente ante eljuez, ya que han tenido conocimiento de que eran requeridaspor la policía, vemos claramente como disminuye categórica-mente el número de personas que acaban en prisión provi-sional. En este caso, el anterior 39 % de personas que ingre-san en prisión desciende a un 22 %, correspondiendo el 78 %restante a quienes quedan en libertad tras comparecer libre-mente. Este dato muestra con claridad que, sin los datosautoinculpatorios, el juez de «investigación» carece de otroselementos en los que pueda sustentar la acusación.

Cruzando los porcentajes de detención de los cuerpospoliciales con el dato de su posterior ingreso en prisión, elresultado nos indicaría que a un 45,58 % de los arrestadospor la Guardia Civil se les decreta prisión preventiva, descen-diendo a un 42,15 % en el caso de la Ertzaintza y al 34,16 %para la Policía Nacional. La acción de la Policía francesa lleva-ría a prisión preventiva a solamente un 30 % de los arresta-dos por ella y la Policía Municipal al 11,11 %. Otra forma deinterpretar la «eficacia» policial, o, al menos, la habilidadpara arrancar un testimonio que justifique el posterior ingre-so en prisión.

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De todos estos datos, las conclusiones más visibles quepodemos extraer revelan que la mayoría de detenciones ter-minan con la libertad provisional, menos en el caso de laGuardia Civil, que consigue encarcelar a la mayoría de susdetenidos. Sin embargo, también hay un dato que indica queeste cuerpo tiene una tendencia importante a errar con lasdetenciones, ya que un 15 % de los arrestados son puestos enlibertad sin cargos. Y más grave aún: es el cuerpo policial quetiene el más alto porcentaje –un 9,52 %– de liberados sin nisiquiera ser puestos a disposición judicial. Evidencia tambiénde la autonomía con que funciona. Ese porcentaje solo essuperado por la Policía francesa, que en un 35,72 % de loscasos pone en libertad a sus detenidos sin presentarlos al juez,indicador igualmente de la tendencia a la detención gratuita.

Régimen de detención y trato al joven

Un elemento que venimos apuntando, y en el que despuéstendremos que profundizar en términos cualitativos, es el dela tortura. Este fenómeno aparece siempre vinculado al méto-

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Gráfico 4. Porcentajes de resultado de la detención por cuer-

po policial

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La elección de un régimen u otro de custodia del detenidono es un capricho. En efecto, mientras que la legislación anti-terrorista arranca declaraciones que facilitan el encierro delarrestado, la legislación ordinaria no consigue semejantescuotas de autoinculpaciones. Esto marca la efectividad de unafrente a la otra, a cuenta de aparcar molestas garantías de los

do de arresto que se aplique. Un 59,5 % de los casos (767detenciones) habría sido efectuado bajo incomunicación,auténtica fuente de malos tratos y tortura, frente a 522 deten-ciones que fueron gestionadas bajo la legislación ordinaria.Nuevamente tenemos un residuo de 94 casos en los que nopodemos determinar qué régimen les fue aplicado.

Es interesante detenerse a valorar el itinerario que elmétodo de detención ha dibujado en el tiempo. En la décadade los noventa, era mayoritariamente empleada la detencióncomunicada, bajo supervisión de las Audiencias Provinciales.En la década siguiente se invierte esa tendencia, generalizán-dose el arresto bajo el régimen antiterrorista, por orden de laAudiencia Nacional. El paso de una a otra ha supuesto unpunto de inflexión determinante que marca tanto la calidaddel tratamiento que dispensan las diferentes policías que loaplican, como la severidad del castigo penal que el tribunalantiterrorista impone al joven en forma de condenas.

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Gráfico 5. Tipos de detención por periodos

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derechos humanos. La desgraciada consecuencia práctica deldúo incomunicación + tribunal antiterrorista frente a la pare-ja detención comunicada + tribunales ordinarios se vislum-bra nítidamente en el siguiente gráfico, referente al efecto enla posterior prisión o liberación del arrestado.

El análisis de la predilección por el sistema de detenciónincomunicada nos ofrece conclusiones interesantes: la Guar-dia Civil es quien más utilización hace de este régimen, conun 82 % de las detenciones que practica. La Policía Nacionalseguirá a la zaga, con un 72 %, mientras que la Ertzaintza uti-lizará este sistema excepcional de arresto en un 47 % de supráctica. Si bien la incomunicación en la legislación francesano se prolonga por más de tres días, la Policía francesa utili-zará estas prerrogativas en el 74 % de los casos de arrestosjustificados en violencia política juvenil.

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Gráfico 6. Efectos según la legislación aplicada

Gráfico 7. Tipo de detención según el cuerpo policial

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Vinculado al régimen que se aplica en el arresto, podría-mos extraer de nuestro trabajo de campo que al menos 475de los jóvenes han denunciado públicamente haber sufridotorturas por los cuerpos policiales que se encargaron de sucustodia, lo cual arrojaría un porcentaje del 34,35 % del totalde detenidos: más de un tercio. Aunque sea de por sí impor-tante, este dato está lejos de ser real, ya que no hemos podidorecabar sino una reducida parte de las declaraciones persona-les del trato recibido en dependencias policiales.

Pero, en efecto, uno de los elementos que no deja lugar adudas es que las personas que han denunciado haber sufridotorturas, en su gran mayoría (81 %), habían sido detenidasbajo custodia incomunicada.

También nos consta que al menos 246 jóvenes interpusie-ron una denuncia judicial. Denuncia que acumula polvo enalgún cajón de la, para otras cosas tan diligente, Administra-ción de Justicia española.

Tribunal competente e imposición de condenas

Para analizar el comportamiento que ha tenido la Adminis-tración de Justicia en el enjuiciamiento del fenómeno de vio-lencia juvenil de raíz política, emplearemos aquella distribu-

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Gráfico 8. Denuncias de tortura por régimen de detención

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ción conforme a dos periodos de ocho años. Así, del año 1992hasta el 2000, un 49 % de los casos será conocido por los tri-bunales ordinarios –Audiencias Provinciales–, mientras queun 47 % será incoado ante la Audiencia Nacional. La predi-lección por el tribunal madrileño explota en los siguientesochos años, entre 2000 y 2008, con un 77 % de casos llevadospor la Sala de lo Penal del Tribunal de la madrileña calleGénova. Mientras, se reduce al 16 % los conocidos por lasAudiencias de las cuatro provincias vascas. Este dato nosmanifiesta la evolución de la interpretación sobre la naturale-za de los delitos imputados –ordinarios o terroristas– y queen un capítulo posterior trataremos en profundidad.

Baste decir, por ahora, que las cifras totales indican que laCorte excepcional madrileña ha investigado y enjuiciado almenos 897 casos (56,7 %), siendo 609 los conocidos por lasAudiencias Provinciales (38,5 %), además de esos otros 49casos (3,1 %) incoados por la 14ª Sección del Tribunal antite-rrorista de París. Por su parte, los juzgados de menores ordi-narios han conocido 13 casos (0,82 %), porcentaje similar alos 14 casos que se han llevado por el Juzgado Central deMenores de la Audiencia Nacional.

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Gráfico 9. Competencia judicial

En cuanto a las penas impuestas, hay que prevenir de queen muchos casos no se ha podido trazar con fiabilidad elresultado de todas las actuaciones judiciales abiertas. Los

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archivos de las causas y el desprocesamiento de jóvenes nosuelen aparecer reflejados en la prensa escrita, fuente princi-pal de nuestro trabajo, más atenta a la detención y el castigo.Reconociendo esa deficiencia, computamos un 40,64% decasos individuales de imputación que nunca desembocaronen juicio, otro importante indicador de la calidad de la acciónde los uniformados y del carácter aleatorio de las detencio-nes. A ese dato habría que añadir un 13,67% más de absolu-ciones tras la celebración de la vista pública. El resto, un45,82%, correspondería a los jóvenes que habrían sido con-denados.

En cuanto a las penas impuestas, del total de procedi-mientos que hemos recopilado con resultado condenatorio, aun 41,34 % de los jóvenes se les habrían decretado penas demenos de dos años de prisión, periodo que, de no existirotras causas pendientes, no habrían tenido que cumplir. Un50,43 % han debido cumplir condenas de entre 2 y 10 añosde cárcel, mientras que un 8,21% se encontraría en una fran-ja punitiva que ascendería al vector 10-20 años de prisión. Elescándalo se centra en los 7 casos individuales de jóvenes aquienes se les habrían decretado penas de prisión superioresa los 20 años, siempre hablando de este tipo de actos de sabo-taje.

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Gráfico 10. Resultado de los procedimientos judiciales

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La decisión condenatoria habría afectado a 348 jóvenes.Sumando todos los años impuestos acumularían más de dosmilenios de prisión. Una media de 5,7 años para cada uno deellos.

Las cifras hablan por sí solas.

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secuencia represiva

NO NOS EQUIVOCAMOS SI DECIMOS que el enfrentamiento entresectores de la ciudadanía vasca –jóvenes, trabajadores, estu-diantes, etc.– y fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado ennuestras calles es una imagen que se pierde en la memoria,en el subconsciente de las clases populares de Euskal Herria.¿Quién no ha participado, presenciado, sufrido las conse-cuencias colaterales de estos tumultos? ¿Quién no ha encon-trado en la policía los principales instigadores de disturbios,mientras se escucha el consejo de algún compañero de «nocaigáis en provocaciones»? Si simplemente no hubiesen apa-recido todo habría discurrido con normalidad. Una afirma-ción que se aferra a nuestro sistema intuitivo.

La represión contra la juventud vasca no ha sido lineal, niha representado idénticos elementos en todo momento.Puede decirse que, al igual que la reacción del Estado, la vio-lencia urbana por motivos políticos ha cambiado también ensus formas, variando en métodos, tácticas, estética, etc. Perono solo cambian las circunstancias del enfrentamiento, tam-bién la forma de interpretar estos hechos.

Juan Cotino, empresario, miembro del Opus Dei y direc-tor general de la Policía Nacional en la época en que Mayor

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Oreja era un recién llegado en el Ministerio de Interior, acla-raba la mentalidad que subyace en la dirección de la repre-sión: «las piedras las tiran cien, los cócteles, veinticinco y laspistolas igual las cogen solo cinco». Esa categorización noimpide que el tratamiento represivo haya resultado idénticocontra los cinco, los veinticinco, los cien… más algunos otroscientos que desarrollan actividades convencionales de cortejuvenil, más otros miles que simplemente simpatizan conellas, más las decenas de miles que son amigos de los que lohacen... El virus que contagia sin necesidad de contacto avan-za. El sector bajo sospecha y objeto de la acción policial seamplía hasta el infinito.

Analicemos en este apartado, pues, la secuencia de laactuación policial que, con el objetivo declarado de enfrentar-se a la kale borroka, a los sabotajes, pone en el punto de mirapotencial a toda la juventud vasca.

De la espontaneidad a los «grupos Y»

Como decíamos, hasta principios de la década de los noventa,la violencia urbana por razón de conflictividad política osocial era un hecho importante, pero considerado por todos,absolutamente todos, derivado de la reacción espontánea depersonas individuales, generalmente jóvenes. Era la época delplan de contrainsurgencia ZEN (Zona Especial Norte), diseña-do por el PSOE. Es el momento en que el término «sospecho-so» se generaliza para referirse a todos aquellos que adoptanciertas actitudes, que participan en ciertas actividades reivin-dicativas, o que, simplemente, tenían cierta estética en el ves-tir. Es la era de la reconversión industrial, del conocido como«conflicto del acero» y de las masivas y violentas movilizacio-nes obreras. Es el momento de las grandes manifestacionespor los presos, por la «disolución de los cuerpos represivos».Es la época de las protestas estudiantiles masivas. Reciente-

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mente habían fracasado las negociaciones de Argel y los pro-tagonistas volvían a la dinámica de conflicto violento contotal crudeza.

En la calle se suceden los disturbios que producen dece-nas de heridos. La reacción del Estado se circunscribe a larepresión cuerpo a cuerpo. Apenas hay arrestados por estoshechos. Todo termina tras la carrera, cuando se disipa elhumo, cuando sanan las heridas de los porrazos, cuandodesaparecen las contusiones de los pelotazos.

Sin embargo, a partir de 1992 estos conflictos urbanoscomienzan a cobrar otra magnitud. Se produce una especiali-zación de la policía en labores de «antidisturbios». Las técni-cas empleadas suponían consecuencias de orden físico cadavez más severas. Además, el material empleado presentabanuevas características, como ser cada vez más indiscrimina-do; en algunos casos, abiertamente ilegal. Pero el elementotrascendental fue la evolución de aquella primera orden quetenían los agentes de dispersar a los manifestantes, transitan-do hacia la práctica de la detención. Cada vez se producenmás arrestos en el curso de los choques entre manifestantes yuniformados.

El cambio de guión se experimenta en la calle, pero suorigen está en los despachos. Los enfrentamientos no revis-ten novedad, ni mayor gravedad, sino que se les dará unanueva dimensión por parte de estamentos políticos. Losmedios de comunicación colaboran amplificando las nuevasdirectrices. Las prioridades de orden social, la necesidad deofrecer una imagen de estabilidad, de desterrar ciertas expre-siones reivindicativas ante la apertura a Europa, ante el recla-mo a los turistas, etc., marcan un nuevo objetivo: hay quesacar el fenómeno contestatario de su terreno habitual, lacalle. Son los grandes fastos de las Olimpiadas de Barcelona,la Expo de Sevilla, las celebraciones por el V centenario del«descubrimiento». Aquí también, la nueva imagen, la campa-ña «Ven y cuéntalo» de la entonces consejera de Turismo

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Rosa Díez, requería que su compañero de Gobierno, JuanMaría Atutxa, barriera las avenidas de protestas.

Con la mayor severidad de las actuaciones antidisturbiosse produce un corrimiento en las formas de la protesta popu-lar: descienden los encuentros violentos con la policía pertre-chada hasta los dientes y con órdenes de detener, pero sepractican más sabotajes. La propia lógica del sabotaje permitea sus adversarios que lo puedan presentar no ya como la reac-ción espontánea de la manifestación, sino como un fenóme-no preparado, organizado y con determinada paternidad polí-tica. Así, se podrán encontrar responsables en el terreno de laautoría material y en el ámbito político. Esta campaña necesi-ta un elemento de enganche, una marca. Quienes tienen laresponsabilidad en atajar el fenómeno reivindicativo ponensobre el tapete un concepto que pretende englobar todas lasdinámicas de protesta y que, a su vez, desbroza el caminoque a partir de ahora ha de transitar la represión: se fabrica elconcepto «grupos Y».

Esta construcción tendrá importantes consecuencias en elámbito policial, pero también en el espacio comunicativo, enla pugna simbólica que comentábamos en el capítulo ante-rior. Desde los medios de comunicación se amplifican lasdeclaraciones de los responsables políticos e institucionales,que comienzan a establecer un paralelismo entre las accionesde violencia urbana y las llevadas a cabo por ETA. Esto llevaráa que se dote a las fuerzas de seguridad del estado de mayo-res herramientas operativas y presupuestarias. Se suspendenciertos derechos del detenido por estos motivos, recurriendoa la legislación antiterrorista y su medida estrella: el régimende incomunicación. Se aporta a la policía facultades extraor-dinarias para elaborar la instrucción del caso y, con ella, laacusación. Por último, se introducen ciertos ajustes en elpoder judicial, con una particular interpretación de loshechos que lleva a involucrar a la Audiencia Nacional en su

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instrucción y enjuiciamiento. Estos dos últimos peldaños losanalizaremos con detenimiento en los siguientes capítulos.

Centrémonos ahora en la actuación de los ejecutivos cen-tral y autonómico por medio de sus facultades de policía:cómo se involucran las fuerzas y cuerpos de seguridad delEstado en la represión de los cada vez más famosos «gruposY», con mención especial al despliegue que llevará a cabo laPolicía Autonómica. Su debut será en plena efervescencia deeste fenómeno.

Todo el mundo parece asumir que el origen de los «gru-pos Y» está en los papeles incautados a la dirección de ETA

tras su detención en Bidart, en los que presuntamente se esta-blecía una forma de organización de las violencias ajenas a laorganización armada. Una mentira mil veces repetida. Car-men Gurruchaga nos ofrece la explicación en su libro Losjefes de ETA. La periodista basa sus especulaciones en quelleva más de 20 años estudiando el fenómeno, si bien «toda-vía hoy me sigo sorprendiendo de lo extrañamente "norma-les" que parecen la mayoría cuando uno se sienta a hablarcon ellos». Sobre esta base deduce que «la guinda de laacción policial contra la banda la pone la operación llevada acabo en Bidart el 29 de marzo de 1992 en la que, de una solavez, es apresada la troica dirigente: Francisco Mujika Gar-mendia, "Paco"; José Arregi Erostarbe, "Fiti", y el propio "Txe-lis", José Luis Álvarez Santacristina». Ante esta situación, laperiodista, que prevé un corto futuro a ETA, intuye ademásque tiene que adoptar caminos alternativos: «en esas circuns-tancias, cuando la organización está a punto de sucumbir,porque tiene que reorganizar todas sus estructuras y no tienedirección que pueda hacerlo, aparece KAS, recientementereconvertido en una especie de partido que va a salvar la caraa ETA... y la kale borroka, "inventada" por Álvarez Santacristi-na con el nombre de grupos Y».

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Reproduzcamos su teoría:

Otra de las convicciones de «Txelis» es que ETA no puedepermitirse el lujo de perder a un activista por haber realizadoacciones menores como quemar un coche o algún local relacio-nado con intereses franceses, por ejemplo. Así pues, diseña unentramado de grupos de apoyo a la estrategia terrorista, forma-do por jóvenes, menores de edad, que no puedan ser juzgadospor no tener edad penal. Además, como lo que realizan sondestrozos materiales menores, para lo que utilizan elementosmecánicos, si son detenidos, serán juzgados por un delito defaltas, lo que, en caso de ser condenados, se corresponde conuna pena que nunca será superior a dos años, y que en España,si es la primera condena, no se cumple. A estos grupos losdenomina comandos X, Y y Z. Los primeros estarían encargadosde labores de agitación política; los segundos, de los sabotajes aintereses públicos o privados y los terceros son los comandosde la propia organización ETA.

Acorralando al sentido común, especula sobre el diseñode toda la estructura, el «organigrama» que tanto gusta dibu-jar a los periodistas: responsables de cada «grupo Y», respon-sables de provincia, responsable regional «conocido solo porun miembro de la ejecutiva de KAS»... La periodista se atreveincluso a plantear el campo de entrenamiento para estos«grupos Y»: el conflicto en torno a la autovía de Leitzaran.

Ahora, pues, el fenómeno presenta nombre y tiene unorigen claro en el que se puede justificar el andamiaje repre-sivo. No entraremos ahora en profundidad en cómo losmedios de comunicación glosarán esta idea, pero baste comomuestra el editorial de ABC del 5 de octubre de 1995 titulada«La "Y" de ETA», en el que dan los puntos de sutura antes deque se produzca la herida:

A pesar de que algunos cabecillas de Herri Batasuna pre-tendan negar la existencia de estos «comandos» violentos orga-nizados y aseguren que se trata de un «montaje policial», pues

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temen que su conexión, junto a Jarrai, «huevo de la serpiente»etarra, con ETA quede aún más demostrada de lo que ya lo está,lo cierto es que existe documentación incautada a la bandamafiosa que demuestra esa siniestra vinculación. Estos «gruposY», que pueden calificarse sin exageración de pertenecientes aETA, forman parte esencial de la estrategia de «guerrilla urba-na» diseñada por el entorno proetarra, cuya misión consiste enla realización de actos de sabotaje, principalmente en aquellaszonas en las que ha descendido la actuación criminal de ETA,como consecuencia de la detención de sus «comandos».

Tienen el dibujo, a grandes brochazos, de la disculpa quenecesitan para tratar el fenómeno juvenil con mano de hie-rro. Ahora que los aprendices de Frankenstein han confeccio-nado el monstruo, solo necesitan la descarga eléctrica que loponga en marcha.

El chispazo

El 29 de mayo de 1994 explotan de forma indiscriminadasendos artefactos situados en la playa de Muskiz y en un des-campado en Artxanda. Tres personas resultan heridas de gra-vedad. Inmediatamente, Juan María Atutxa, ínclito titular deInterior del Gobierno autonómico, apunta sus baterías haciasu demonio particular: «KAS decía que había que dar fuerte yhabía que buscar notoriedad a través de la inestabilidad de lasociedad». Por eso deja caer que «pudiéramos inclinarnos apensar que pudieran ser los de siempre los que ejercieroneste hecho repugnante». Nótese la cautela con que adjudicaresponsabilidades tan sumamente graves: «pudiéramos incli-narnos a pensar que pudieran ser» dice. Tal vez conozca laautoría parapolicial de los hechos, pero lanza, sin excesivoconvencimiento, la acusación que políticamente le toca hacer.

Cuestionado por los periodistas sobre el hecho de que noexisten precedentes de la colocación de este tipo de artefactos

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de forma indiscriminada, Atutxa puso los ejemplos de Hiper-cor, y el niño Fabio Moreno, muerto al explotar una bombacuando viajaba con su padre, guardia civil. Al hacerle ver queen el primer caso hubo aviso y que en el segundo el objetivoeran militares, Atutxa admitió: «sí, hay que reconocer que enotros casos se han hecho avisos por teléfono». ¿La acusaciónpierde fuelle?

El entonces biministro de Justicia e Interior, Juan AlbertoBelloch, corre raudo en su ayuda. Parecía tenerlo más claro.Apoyado en el titubeante trampolín colocado por Atutxa, dael salto definitivo. Atribuye sin tapujos los hechos a los «gru-pos Y», recién salidos del horno mediático.

Portavoces de organismos de la izquierda abertzale nega-ron tajantemente esa interpretación, al igual que otras asocia-ciones como Elkarri o Gesto por la Paz, que atribuían lasexplosiones a la guerra sucia o a elementos parapoliciales.

Había que apuntalar la idea de la autoría de los pérfidos«grupos Y». La Ertzaintza descubre días más tarde un «zulo»–otro sustantivo poco neutro– en Barakaldo. En él se habríanencontrado bombonas de camping-gas, ácido sulfúrico, petar-dos de feria, un presunto «libro trampa» preparado paraexplotar, así como manuales, libros de explosivos e inclusoejemplares de las revistas Zutik y Punto y hora. No especula-remos sobre quién puso el material ahí, pero la realidad esque a Atutxa le faltó tiempo para atribuírselo sin duda algu-na a Jarrai, a quien denominó la «cachorrera de KAS». Así,aprovechó para apuntalar aquellas primeras y balbuceantesdeclaraciones sobre las acciones de Muskiz y Artxanda, alasegurar, ahora sin lugar a dudas, que corresponden al «vive-ro de futuros etarras que se van forjando en el alegal colecti-vo de Jarrai». Reitera, ahora sin ambages, que «la acción deldomingo –día en que reventaron los artefactos abandona-dos– corresponde a estos grupos».

En respuesta al linchamiento orquestado, Joseba Kamio,responsable de la organización juvenil aludida, manifestó

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públicamente su certeza de que los autores «han sido elemen-tos de los aparatos del estado». Se pregunta «si alguien en susano juicio, conociendo su trayectoria durante 15 años, puedepensar que Jarrai está detrás de estos atentados indiscrimina-dos contra la población vasca». La cruzada de criminalizacióncontra el movimiento juvenil, a través de la cual es vinculadono ya únicamente con la kale borroka, sino también con estasgraves acciones indiscriminadas contra personas, que requie-ren el manejo de sofisticados artefactos explosivos, está enmarcha. Para enfrentarse a ella, Jarrai lanza la campaña «Gaz-tea naiz, eta?», en cuya presentación el responsable de la aso-ciación juvenil, Mikel Zubimendi, hace declaraciones premo-nitorias: «tanto en los medios de comunicación como en elPacto de Ajuria Enea y en los propios servicios policiales estáganando la opción de plantear un modo de actuación brutal ysistemático en términos puramente policiales contra la juven-tud abertzale y su expresión organizada: Jarrai». En la compa-recencia denunció las expresiones utilizadas contra el organis-mo, tales como «jóvenes radicales de Jarrai», «encapuchadosde Jarrai», «pistoleros de Jarrai».

Quedaban así grabados en la retina social unos hechosperversos vinculados a unos siniestros grupos. Nunca fueronesclarecidos, lo cual contrasta con la diligencia que se hapuesto en otros sucesos que difícilmente generarán semejan-te conmoción social. La semilla de la duda estaba sembrada yla construcción de los fantasmagóricos «grupos Y» avanzabapor sí sola.

El monstruo de Frankenstein, que todo lo destruye, tienevida propia.

La guerra sucia contra la juventud

La Guardia Civil y la Policía española llevan acantonadas enterritorio vasco desde tiempo inmemorial. Por su parte, a

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principios de los años noventa la Ertzaintza acelera su des-pliegue en los pueblos y ciudades de la Comunidad Autóno-ma Vasca. Uno de los papeles que inmediatamente adopta laPolicía dependiente de Lakua es acallar toda expresión políti-ca o social de la juventud. Desde el primer momento, la utili-zación del cuerpo policial «integral» como ariete contra lajuventud traerá aparejado una conflictividad, una enemistadsubstancial entre sectores juveniles y agentes de este cuerpo.No es el objetivo de este trabajo realizar un análisis exhausti-vo del trato que este organismo policial ha dispensado a losjóvenes en sus múltiples facetas de actuación –desalojos degaztetxes, represión de reivindicaciones estudiantiles, hosti-gamiento en fiestas o actividades lúdicas, cargas contra movi-lizaciones, actitudes insultantes, prepotentes, reacciones deviolencia gratuita, etc.–. Dejemos constancia de que la ani-madversión entre sectores juveniles y este cuerpo policial haresultado una constante, en términos, además, viscerales.

Así, en el tercio autonómico será la Ertzaintza la que seemplee a fondo. Algunas veces, en un nivel público o notoriode brutalidad policial en detenciones violentas en plena calle,irrupción en espacios festivos o movilizaciones, en graves einnumerables cargas, algunas con resultado de muerte, comoen los casos de Imanol Lertxundi, Rosa Zarra y Kontxi San-chiz. Otras, su actuación será seminotoria o seudoclandestina,tales como actuaciones de información, control social, infil-tración en manifestaciones y actos políticos, actitudes provo-cativas, interrogatorios irregulares, etc. Y, por último, nosencontramos con la acción incontrolada, clandestina, parapo-licial. En ciertos casos, se ha llegado a la reacción perturbadade agentes del cuerpo autonómico, muy próximo a lo queotras policías han dado en llamar el «síndrome del norte»,término que en alguna ocasión ha sido empleado por fuentesde la propia Ertzaintza. Esta conducta policial configura elfenómeno represivo contra la juventud.

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A finales de la década de los ochenta, incontrolados, posi-blemente vinculados a aparatos policiales, ya habían desarro-llado acciones de guerra sucia contra jóvenes vascos. J. RamónIriarte, Edurne Sanpedro, Irantzu Mugeta, Aitor Latorre yPaul Asensio recibieron amenazas de desconocidos emboza-dos. Algunos de ellos fueron marcados a cuchillo con lassiglas del GAL o con cruces gamadas. Con ese precedente,fuentes internas de la propia Ertzaintza filtraron que en elseno del colectivo policial los agentes más exaltados habíancomenzado a barajar la posibilidad de ejecutar acciones deíndole parapolicial contra ciudadanos de la izquierda aber-tzale. Su amenaza se llevaría a la práctica en los lugaresdonde se produjeran ataques contra patrullas de la PolicíaAutonómica o sabotajes contra sus bienes privados.

El dirigente de la UGT-Ertzaintza Felipe Oria asegurabaque, ante la desasistencia en la que se encuentran los agentespor parte de los mandos de Interior, «se empezaban a escu-char voces en los momentos de acaloramiento que hablabande la creación de grupos paralelos de protección». Segúnalgunas fuentes, habría ya una intención de pasar de los «gru-pos de protección» a los «grupos de agresión». Casos deactuaciones intimidatorias, seguimientos irregulares, reten-ciones, secuestros, interrogatorios ilegales, peticiones de cola-boración bajo amenaza, agresiones directas de agentes de pai-sano, etc., serán en ese periodo desayuno de cada día.

Se pone en marcha una nueva táctica en la que los jóve-nes, como casi siempre en estos casos, se llevarán la peorparte. En diciembre de 1993, Ángel P. B. es narcotizado ysecuestrado en Arrasate y despierta horas después en unvehículo en las inmediaciones del pantano de Uribarri. Unode sus ocupantes le asegura que se han confundido de perso-na. Más tarde descubre que tiene la marca de un pinchazo enel brazo.

En enero de 1994, Agustín O. G., de Irun, denunció unaagresión por parte de dos individuos con un aparato desco-

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nocido que generaba fuertes descargas eléctricas que lo deja-ban semiinconsciente. En mayo se repite la agresión contra elmismo joven. Algo antes, otros dos vecinos de Irun habíansido secuestrados y conducidos a un descampado por perso-nal armado que les realizaba interrogatorios. En agosto, unjoven de Ortuella denuncia que le habían cortado los cablesdel freno de su moto… No podemos olvidar la quema de laherriko taberna del Casco Viejo de Bilbo o la de Balmaseda.Todos estos hechos, que salpican los titulares de prensa y quefueron denunciados ante los tribunales sin éxito, se vincula-ron a la Ertzaintza. Tal vez mejor puntualizar, a la para-Er-tzaintza.

El propio Atutxa detectó los movimientos y se vio obli-gado a enviar cartas personales a cada uno de sus agentes enlas que les solicitaba que no respondieran con «acciones ile-gales». En una entrevista en El Correo abundaba en la cues-tión, al tiempo que justificaba a sus uniformados: «antetanta locura, sobre todo si has sido víctima directa de susacciones, no es fácil mantener la cabeza fría y evitar el ner-viosismo». Típico arranque de condescendencia con la vio-lencia propia.

Gorka Lupiáñez presentó una denuncia judicial el 14 dediciembre de 2001, arropado por sus padres, por «amenazasy detención ilegal», refiriéndose a hechos sucedidos un parde días antes, cuando fue violentamente retenido durante doshoras por dos personas que se identificaron como ertzainas.En su denuncia relataba que le llevaron al monte Bitaño,donde «me amenazaron con hacer daño a mi familia si nocolaboraba con ellos». En declaraciones a los medios decomunicación, exigía que «termine la persecución que sufrenlos jóvenes».

Pero no solo se detectan acciones bajo la oscuridad de lanoche o en la impunidad de un descampado. Se produce unimportante salto cualitativo con la utilización de fuego realen el curso de operativos antidisturbios o la práctica de

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detenciones del cuerpo autonómico. En enero de 2002, la Er-tzaintza realizó dos intervenciones en Irun y Gernika con undenominador común: la utilización de armas de fuego. Uncomunicante anónimo, en una llamada a Gara, se refería ahechos producidos en la localidad vizcaína, asegurando que«cuando llegaron a la zona de los sabotajes, no se limitaron adispersarnos, sino que sacaron sus pistolas y comenzaron adispararnos indiscriminadamente».

En el caso de Irun, una nota de prensa del cuerpo policialse refería a que «un grupo organizado» había atacado entida-des bancarias y la comisaría de la Policía Nacional de Irun.Los hechos se desencadenaron la noche del sábado 5 deenero, cuando en la calle Artaleku varios jóvenes «extraíanbolsas con material que iba a ser presuntamente utilizado enactos de violencia callejera». Así, en su nota, la Policía Auto-nómica justificaba que se «tuviera que hacer uso de susarmas reglamentarias disparando varias veces al aire pararepeler el ataque de entre 25 y 30 encapuchados que comen-zaron a arrojar cócteles molotov contra los agentes». La notacon membrete del Departamento de Interior precisaba inclu-so que uno de los agentes había recibido el impacto de unode los cócteles, pero curiosamente no fue necesaria su eva-cuación.

Testigos contradijeron la versión policial. Aquellas «variasveces» que aseguraba la policía se convertían en «muchos dis-paros», y si bien la nota oficial aseguraba que se habían reali-zado «al aire», los testigos presenciales confirmaron que lasefectuaron «con la rodilla en el suelo». De hecho, los vecinosindicaron a los periodistas impactos de bala en paredes ypuertas de garajes, a menos de 1,80 metros del suelo, por loque no dudaban en concluir que habían «disparado a matar».Quienes habían presenciado los hechos añadieron que losagentes de la Ertzaintza «salieron de todas las esquinas deambas calles, de los portales, de los coches y comenzaron adisparar. ¿Esto no es una emboscada?», se preguntaban.

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La operación se saldó con la detención de siete jóvenes yel registro de varios domicilios de Irun. Tras cuatro meses enprisión preventiva y una impresionante campaña mediática,fueron puestos en libertad. En el juicio se les impuso unapena de dos años por desordenes públicos por el intento dequema de una sucursal bancaria, pero que no hubieron decumplir. Desaparece del relato de hechos el ataque con cócte-les que alegaban los agentes, y, con ello, la causa de atentadoa la autoridad. La sentencia de la Audiencia Nacional consi-deraba que los jóvenes, al identificarse los policías como talesy dar el alto al grupo, «fueron desprendiéndose de los arte-factos incendiarios, guantes y capuchas referidos, y dándosea la fuga». Al desecharse judicialmente el riesgo de ataque,solo quedan preguntas: ¿fue aquello una actuación derivadade los nervios, que decía El Correo?, ¿o se trató de un operati-vo programado? ¿No parece, más bien, una cacería de jóve-nes en desbandada?

Este tipo de hechos contribuyen a calentar un clima, yade por sí altamente enrarecido. Servirán para ir readecuandola estrategia policial hacia una suerte de barra libre en el tratohacia los jóvenes. Estos hechos configurarán también laforma y el fondo de las versiones oficiales como instrumentocomunicativo para justificar y dotar de impunidad a la acciónrepresiva.

El nuevo concepto de «seguridad ciudadana» en Nafa-

rroa

El que no la hayamos tratado en primer lugar no relega a unsegundo, en gravedad, la actuación policial en Nafarroa.Desde principios de la década de los noventa, en todo elherrialde, pero especialmente en las calles de Iruñea, lasacciones protagonizadas por la policía dejan un saldo escalo-friante. En cifras y en cicatrices.

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La exagerada dimensión que periodistas y responsablespolíticos dan a algunos enfrentamientos entre policías y jóve-nes llevan a la Delegación del Gobierno en la capital navarraa poner en marcha una fórmula para respaldar con legitimi-dad social la respuesta policial que, día a día, se hacía másviolenta. Y ante algunos sectores más cuestionada. Otra patade la represión: la implicación de la sociedad en la demandade «más madera» contra la acción juvenil.

Con esa ambición, se creó el Consejo de Seguridad Ciuda-dana, promovido directamente por el delegado del Gobierno,entonces César Milano, para «introducir el concepto de segu-ridad ciudadana en sustitución del tradicional de orden públi-co». Con el cambio de paradigma pretende traspasar la ini-ciativa a la ciudadanía, que colabore en tareas que hastaaquel momento se habían encomendado en exclusividad alas fuerzas de seguridad del Estado. Así, entidades pertene-cientes a ámbitos variopintos se sumaron a las reunionesexploratorias: Cruz Roja, Cáritas Diocesana, asociaciones decomerciantes, organismos vecinales, federaciones de padres eincluso la Asociación de Prensa de Navarra se sientan frentea frente con los dirigentes y responsables de las cuatro poli-cías con presencia en Iruñea: Guardia Civil, Policía Nacional,Foral y Municipal. A esa extraña ensalada también estabaninvitados representantes del ámbito judicial.

Y es que esta iniciativa viene en un momento en que laactuación policial se ve necesitada de legitimación, despuésde la oposición que esta encontró durante uno de los intentosde desalojo del Gaztetxe de Iruñea. En aquella ocasión, unjoven perdió un ojo de un pelotazo e incluso el ParlamentoForal manifestó su rechazo al comportamiento de las FSE.

La idea de la inclusión de los colectivos ciudadanos partede infundir un estado de ansiedad, de inseguridad, de excitarla preocupación social irracional ante la actuación –violenta ono– de la juventud. Se busca un consenso que legitime lamano dura. No se esconde el objetivo de ofrecer cobertura

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social a la acción policial, y se introduce el concepto de «cola-boración ciudadana», eufemismo de la delación y el chivateo.La Delegación aclaraba públicamente que la función de esteConsejo ciudadano sería la de ejercer como foro de debateconsultivo y servir de plataforma para profundizar en la coo-peración entre las fuerzas de seguridad y los ciudadanos ysus movimientos asociativos. Es tal la esperanza que tenía enel sistema que, el entonces delegado del Gobierno, poníacomo objetivo terminar con los incidentes «antes de que seproduzcan y de que la policía tenga que intervenir».

Su sucesor, el tristemente conocido F. J. Ansuátegui, seestrena en el cargo ensalzando las virtudes de la «acciónsocial contra la violencia». Esto dio motivo a ciudadanos afec-tos a la reacción represiva para tomar la justicia por su mano.En septiembre de 1996, Uharte celebraba sus fiestas patrona-les cuando varios vecinos de la localidad se enfrentaron a ungrupo reducido de jóvenes que intentaban cortar una calle yque, según fuentes policiales, ocasionaron desperfectos endos cajeros bancarios y en un vehículo. Un grupo de vecinosde la localidad navarra persiguió a los manifestantes y alcan-zó al menos a uno de ellos, al que propinaron una paliza.Para Ansuátegui, la actuación de los vecinos «no puede sermás que positiva y ciertamente muy interesante», y añadeque «la reacción popular es siempre favorable». Sí, cierta-mente favorable para los propósitos de quien alienta día trasdía el enfrentamiento civil.

Miguel Sanz, recién instituido presidente del Gobiernoforal, entra encarándose al fuego con un lanzallamas: «es unexponente de lo que está ocurriendo ya en el ámbito social,que está diciendo "basta ya"». Dos palabras malditas que des-pués servirán para justificar cualquier agresión contra secto-res abertzales. Mientras tanto, Herri Batasuna e IzquierdaUnida de Nafarroa criticaban estas valoraciones, por conside-rar que «animan a los sectores más reaccionarios de la socie-dad para que suplanten a sus fuerzas policiales en las tareas

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represivas», según los primeros, o que «avanzan en el ojo porojo o la ley de la selva», en el caso de IUN.

El remedio de la «colaboración ciudadana» ha sido peorque la enfermedad, en un territorio en el que las policías sehan acostumbrado a funcionar como la guardia del pretormás mezquino: el gobernador civil de antes, hoy delegado delGobierno español.

La dimensión de la cooperación de ciudadanos en la diná-mica policial podemos verla en los hechos que se registraronen Tafalla a partir de febrero de 1998. La tienda del alcalde deUPN, Luis Valero, había sufrido por aquel entonces un sabota-je fallido. La Guardia Civil detiene a Josu Arizmendi, MikelMakaia, Fernando Sota e Iker Gómez, mientras que GabinoHuizi consigue huir. Poco después, el propio primer tenientede alcalde tafallés, Luis Orduña, pone en conocimiento delpadre de uno de los arrestados que se había «elaborado unalista posteriormente facilitada a la Guardia Civil, en la que seincluía el nombre de una treintena de personas». Le anunciaademás que su hijo estaba entre los «sospechosos» de la lista.

Padres de los jóvenes detenidos comparecen públicamen-te para denunciar las detenciones de sus hijos practicadas porla Guardia Civil, tachándolas de «montaje policial», términoque tendrá largo recorrido. ¿Quién fue el autor del listado silas fuerzas policiales, como verdadero ejército de ocupación,no conocían a los jóvenes? Según la confidencia del tenientealcalde, el propio comité local de UPN había confeccionado lalista. El editor José Mari Esparza lo explicaba así en un artí-culo de opinión:

… la Guardia Civil presentó una lista de jóvenes al alcalde ya varios concejales. Entre todos pusieron las cruces, se preparóel montaje. Muy astuta la Benemérita, implicaba de esta formaa elementos civiles en el horror, resucitaba la antigua Junta deGuerra; enconaba el enfrentamiento entre vecinos. En un paísen el que todo le es hostil, el tricornio atrapaba a dos sectores

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indígenas a un tiempo: a unos los ataba al potro del tormento ya otros al tablado de títeres.

A las detenciones de los jóvenes, sostenidas en el finoolfato acusador de los concejales, siguió la ocupación de lascalles de Tafalla por la Guardia Civil para impedir cualquiermovilización de denuncia de los hechos y de apoyo a los dete-nidos. El ambiente se caldeaba: en un encendido pleno muni-cipal, el alcalde desalojaba a familiares y ediles de HB; en lacalle, la Guardia Civil apaleaba a los vecinos en una manifes-tación y apresaba al concejal abertzale Koldo Arriaga. Losmedios de comunicación apoyan una versión de los hechos,los jóvenes detenidos denuncian torturas y los servicios jurí-dicos de Interior llevan a los padres ante los tribunales porun delito de calumnias por sus denuncias. Mientras, estosaseguran públicamente que pueden mostrar la inocencia desus hijos. El caos. Un año más tarde el caso es sobreseído porla Audiencia Nacional.

La gravedad del caso no radica solamente en los hechos,sino en el poso que deja. Una forma de actuar, un método, elde señalar con el dedo al que después los uniformados ven-drán a llevarse. Sustituir la costosa investigación policial porla confianza en «la colaboración ciudadana». Operar condetenciones en masa, pescar jóvenes con redes pelágicas. Lassesiones de tortura harán el resto. La elaboración de «listasnegras» con este método tendrá continuidad en este herrial-de hasta hoy en día.

Un dato. Falló el último eslabón: la Audiencia Nacional.Como ya veremos después, en años posteriores se hará unafuerte inversión para engrasar mejor este mecanismo repre-sivo.

Ipar Euskal Herria

Las autoridades francesas también aportan su granito dearena en la represión de las expresiones juveniles en las tres

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provincias vascas bajo su administración. En mayo de 1995,Ellande Alfaro, Beñat Merle y Jokin Zaldunbide ingresaronen la prisión de Pau tras prestar declaración ante el fiscal deBaiona. Los tres jóvenes, detenidos en las localidades deAngelu y Miarritze, habrían sido sorprendidos con varioslitros de gasolina y un cóctel molotov en el coche en el queviajaban. El fenómeno de la kale borroka también tenía lugaren las, a primera vista, apacibles localidades de Ipar EuskalHerria. También habrá sitio para la acción policial contra lajuventud.

En diciembre de 1996, diez jóvenes más fueron arrestadosen Sara por su presunta relación con sabotajes, si bien la ini-ciativa provenía de la Audiencia Nacional española, por unacomisión rogatoria a petición de la Guardia Civil. El institutomilitar relacionaba a los jóvenes labortanos con acciones cuyainvestigación se había iniciado en Nafarroa. Las detencionesse desarrollaron bajo las órdenes de la juez antiterrorista Lau-rence Le Vert. Cinco fueron encarcelados acusados de haberparticipado o colaborado en sabotajes. Entre las acusacionesde alguno de ellos está la de «ofrecer ayuda a presuntosmiembros de ETA». Rápidamente teje las conexiones la juezaespecial francesa. Sin embargo, las diligencias no llegan másallá de la mera investigación. Las pretensiones españolas deextender la represión a Ipar Euskal Herria deberán respetarlos ritmos propios de la Administración francesa.

10 de marzo de 1997. La policía judicial de Baiona, apoya-da por efectivos de la VI División de París, apresó a cinco jóve-nes en Hendaia. Los arrestos se produjeron de nuevo siguien-do órdenes de Laurence Le Vert. La magistrada de la Sección14 antiterrorista investiga una serie de sabotajes, ocurridosmeses antes, que afectan a domicilios y vehículos personalesde policías franceses domiciliados en las provincias vascasbajo administración francesa. La Fiscalía solicitó cinco añosde prisión, así como la prohibición de residencia en el suro-este del territorio francés, para Jerónimo Prieto y Josemi

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Esparza. La investigación se había basado en el análisis de lallamada para la reivindicación de un sabotaje, atribuido alprimero de ellos. El presidente de la SFA, Sociedad Francesade Acústica, Claude Legros, confirmó la «imposibilidad técni-ca de reconocer en la grabación» la voz de alguno de los acu-sados. La debilidad de las pruebas aportadas lleva a la acusa-ción a desistir.

Sin embargo, en el caso de otro detenido en el mismoprocedimiento, Egoitz Urrutikoetxea, la solicitud de condenafue de seis años, pero no ya en relación a los sabotajes. Apro-vechando el viaje del arresto, la policía había incautado en elregistro de su domicilio un documento en el que figuraba un«criptograma utilizado por ETA». La acusación contra el jovendaría el salto a «colaboración con asociación de malhecho-res». Su abogada, Maritxu Paulus-Basurko, argumentó queesta acusación respondía a un cambio de táctica del ministe-rio público: «No se ha podido relacionar a mi cliente con lossabotajes que en un principio se le imputaban y ahora se leintenta condenar por otra cosa».

También la frontera deviene artificial ante la obsesión porencarcelar a jóvenes rebeldes, a bajo coste de garantías judi-ciales.

La cacería de «grupos Y»

Otro de los designios de esta construcción metafísica de los«grupos Y» consiste en ser la espina dorsal del discurso delos partidos políticos en referencia a la juventud desobedien-te. Esa etiqueta sirve como elemento de referencia para losintegrantes de la Mesa de Ajuria Enea, a pleno rendimientoen la última década del pasado milenio. En otras cuestionesclaves mantendrán un abierto enfrentamiento. Pero la prio-ridad común de golpear con total contundencia la accióndirecta juvenil serviría para volver a reconstruir una imagen

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de unidad, pasando de puntillas sobre otras cuestiones con-flictivas.

Si bien se amasa un mensaje común entre partidos, la efi-cacia frente al fenómeno que analizamos será elemento dedisputa entre cuerpos policiales. Los políticos que se poníanante un micrófono en Madrid para hablar de Euskal Herriaalentaban invariablemente la competición entre policías. Elobjetivo lo ponen en ser el mejor púgil contra la disidenciajuvenil.

El Gobierno de Aznar exige a la Ertzaintza eficacia. Mien-tras, Arzalluz denuncia la infiltración de miembros del CESID

y la Guardia Civil para «controlar lo que suceda en la Ertzain-tza y crear mecanismos de desprestigio sobre personas con-cretas que se hallan en los niveles de mando». También lospropios compañeros de Gobierno del PNV avivan esta polémi-ca. Fernando Buesa, consejero de Educación en el Gobiernode Ardanza, puso en duda las facultades reales de la Ertzain-tza para desarrollar esa función, al considerar que en esosmomentos «las algaradas desbordan la capacidad operativade la Policía Autonómica». Reclamó al PNV que se dedicara amejorar la práctica de este cuerpo y «deje de echar la culpa aagentes externos». El Mundo titulaba en enero de 1997:«Rajoy afirma que la Ertzaintza no garantiza el orden públicoen algunas zonas del País Vasco».

Una acusación así merece una respuesta. Es típico que elPNV finiquite la polémica dando una bofetada a quien le pre-siona... en la cara de la izquierda abertzale. En concreto en lade sus sectores más jóvenes. A principios de 1997, la Policíaespañola y la Ertzaintza competían entre sí en Bizkaia. LaPolicía Nacional captura a ocho jóvenes. La Ertzaintza, que nose quiere quedar atrás, detiene a nueve. Tal vez por una cues-tión de deportividad, los autonómicos entregaban a GotzonAmaro, detenido junto con su hermano y otros siete jóvenesmás, a los españoles. La acusación contra ellos es la de reu-nirse en un local para «planificar acciones violentas». Tras-

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ciende poco después que el local es una sede conocida de laorganización juvenil Jarrai, en la que seguro que se planifica-ban muchísimas otras cosas, pero tal vez no esas. Lo impor-tante no es la calidad en la detención, sino la cantidad. Aúnsin imputaciones concretas ni pruebas, el objetivo es ir pri-mero en el ranking.

En esas, el improvisado «Comité Olímpico» ofrece losresultados. Un informe interno de la Audiencia Nacional, fil-trado por la agencia de noticias EFE, destacaba que «la PolicíaNacional es más efectiva que la Ertzaintza» a la hora deactuar contra la kale borroka. Este documento incluso llegabaa señalar que el «origen de los escasos resultados en estecampo» en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se debe a «las directri-ces políticas de los responsables políticos de esta fuerza poli-cial». Como contraposición, se aseguraba en dicho informeque en Nafarroa «la violencia callejera hace tiempo que alcan-zó su máxima expansión por las razones de efectividad antescitadas».

Asimismo, el autor del texto bajo membrete del tribunalespecial subraya que «la mayor parte de las desarticulacionesllevadas a cabo en el País Vasco estuvieron protagonizadaspor la Policía Nacional y no por la Policía Autónoma Vasca».Esto, como es lógico, generó un enconado cruce de reprochesentre responsables policiales de uno y otro cuerpo.

El objetivo seguía siendo acumular cuotas de enjaulados.La «eficacia» policial se mide contando cabelleras de jóvenesindios.

La confesión

Atutxa no podía permanecer quieto ni callado ante semejan-tes reproches. Se veía en la obligación de recuperar terreno,por lo que en los meses siguientes practicará un abultado

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