“La santidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal” · Web view2. El cine religioso...

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< RENUEVA EN SUS CORAZONES EL ESPÍRITU DE SANTIDAD > (Rito de la ordenación sacerdotal, cf. PDV 33) Ponencias del Encuentro de Delegados y vicarios episcopales para el clero 2012 1

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< RENUEVA EN SUS CORAZONES EL ESPÍRITU DE SANTIDAD >

(Rito de la ordenación sacerdotal, cf. PDV 33)

Ponencias del Encuentro de Delegados y vicarios episcopales para el clero

2012

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La imagen cinematográfica del sacerdote

Con el reciente estreno de Elefante blanco, de Pablo Trapero, ha vuelto a ponerse sobre el tapete la cuestión de la imagen del sacerdote en el cine contemporáneo, una imagen poliédrica que merece la pena radiografiar, al menos sucintamente.

Hasta los años setenta, era frecuente encontrar en el cine y la televisión de España e Italia personajes de sacerdotes rurales -el “cura del pueblo”- que normalmente tenían connotaciones positivas. Se trataba de hombres perfectamente integrados en la comunidad social y civil, generalmente queridos por sus paisanos, y casi siempre investidos de autoridad moral. Recordemos a personajes como Don Camilo (interpretado por Fernandel), mosén Joaquín (Anthony Quinn en Crónica del alba), el padre Adelfio (Leopoldo Trieste en Cinema Paradiso), el sacerdote de El árbol de los zuecos, o algunos que aparecen en películas de Garci.

El cambio social, antropológico y cultural radical que se opera en los setenta provoca también un cambio en el rol que va a desempeñar el sacerdote en los guiones cinematográficos. Del campo se pasa a la ciudad, y desaparece ese humus social católico en el que el cura era un incuestionable referente universal. Incluso comienzan a darse de ellos retratos negativos y oscuros.

Con el cambio de siglo se pone de moda el fenómeno Dan Brown (El código da Vinci), que influye en una serie de películas que muestran al sacerdote como un personaje medieval -en un tópico sentido oscurantista-, poseedor de saberes arcanos y poco transparentes, con un poder algo siniestro,… y a la Iglesia como un conjunto de clérigos que viven en un mundo paralelo de creencias extrañas, luchas de poder y dudosas motivaciones. Se trata de películas más bien malas, y que no han dejado mucho rastro a su paso.

Más hirientes son algunas producciones españolas que en los últimos años han lanzado sus dardos en cintas como Mar Adentro, de Alejandro Amenábar o Camino, de Javier Fesser. En ellas, la caricatura es más sutil, más estudiada, más dañina. Se parte de hechos o personajes reales y se manipulan hasta conseguir una figura antipática, rancia, que inspira desconfianza cuando no abierto rechazo.

Sin embargo, no es este tipo de diseños negativos los que predominan. Más bien, abundan los retratos de sacerdotes, que a pesar de ser parciales, son positivos. Por un lado están las películas que subrayan el compromiso social. En Héctor, de Gracia Querejeta (2004), se nos presenta a Tomás, un sacerdote de barrio, implicado con la gente sencilla, que cuida tanto su parroquia y la liturgia, como su labor solidaria a pie de calle. La caracterización del personaje es amable, inspira bondad y confianza, pero ninguna mojigatería. Su función en la trama argumental es positiva, como factor de reconciliación entre personajes. También en Elefante blanco, el sacerdote que encarna Ricardo Darín, compagina su vida de oración y sacramentos con una intensa labor social en el mundo de la droga. Es cierto que en esta y otras cintas subyace un cierto esquema marxista que contrapone a la Iglesia jerárquica -el poder- con la Iglesia del pueblo, llevando la lucha de clases al interior de la comunidad eclesial (algo de esto ya se ventilaba en los jesuitas y el obispo de La Misión).

Otra tipología es la del sacerdote mártir, normalmente inspirada en hechos históricos como Popieluzsko (Rafal Wieczynski, 2009) Disparando a perros (Michael Caton-Jones, 2005), tantos personajes de El noveno día (Volker Slöndorff, 2004) o la inconmensurable De dioses y hombres. En estos personajes se subraya el sacrificio en aras de la fe, del bien, de lo justo, el dar la vida por su gente. Dentro del género

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histórico no contemporáneo, se han puesto de moda las miniseries italianas de televisión, que luego llegan a nuestras salas en versión reducida. Es el caso de la maravillosa Prefiero el paraíso, que nos cuenta la vida de San Felipe Neri, Don Bosco, o Scoto, que recrea un episodio de la vida del beato Duns Scoto, franciscano.

Ahora se ha puesto de moda, dentro del género de terror, el tema de los exorcismos. Una metafísica de raíz pagana presenta una dialéctica Bien-Mal, casi maniquea, con un Demonio que más tiene que ver con la literatura fantástica que con una escatología cristiana. Por tanto, en muchas de estas cintas, la figura del exorcista recuerda más a las citadas películas marca Dan Brown, que a intentos más serios como el de la clásica El exorcista (William Friedkin, 1973). Sin embargo, en las orillas de este subgénero, a veces recalan interesantes figuras sacerdotales, como la del padre Lucas -Anthony Hopkins- en El rito (Mikael Håfström, 2011), que con cierto revestimiento peliculero, conserva la hondura y la fe de un buen sacerdote. Un caso interesante es el que se inspira en unos hechos ocurridos a finales de los años setenta en Alemania: en 2005 aquel exorcismo dio lugar a dos películas que ofrecen dos miradas casi opuesta sobre el tema. Requiem (El exorcismo de Micaela), de Hans Christian Schmid propone una lectura positivista, mientras que El exorcismo de Emily Rose es más abierta. Sobre el tratamiento de los exorcistas, afirma José María García Pelegrín: “A diferencia del sacerdote en Requiem, Tom Wilkinson representa en El exorcismo de Emily Rose a Father Moore, autor del exorcismo, y es una persona normal, con los pies en el suelo de la realidad”i.

Por último, encontramos la figura del sacerdote como pastor de almas, como en la pequeña pero conmovedora historia de Cartas al P. Jacob (Klaus Härö, 2009) protagonizada por un pastor protestante. Pero el ejemplo más entrañable es el del Padre Esteban (Cheech Marin) de Juego perfecto (William Dear, 2009), que resucita con enorme fuerza la imagen del “cura de pueblo” con que abríamos este artículo. Un sacerdote cercano a la gente, integrado en su vida cotidiana, y siempre como punto de referencia de oración, de autoridad moral, de educador, de consejero, siempre dispuesto a sacrificarse y siempre entregado al bien de los demás. Una hermosa figura para guardar en la retina.

ANEXO

CIEN PELÍCULAS SOBRE EL SACERDOTE EN EL CINE

1 Forja de hombres (1938) Norman Taurog2 Ángeles con caras sucias (1938) Michael Curtiz3 La ciudad de los muchachos (1941) Norman Taurog4 Siguiendo mi camino (1944) Leo McCarey5 Las llaves del reino (1944) John M. Stahl 6 Roma, ciudad abierta (1945) Roberto Rossellini 7 Las campanas de Santa María (1945) Leo McCarey8 Misión blanca (1946) Juan de Orduña9 El fugitivo (1947) John Ford10 Monsieur Vincent (1947) Maurice Cloche11 La mies es mucha (1948) Saenz de Heredia12 Aquellas palabras (1948) Luis de Arroyo13 Diario de un cura rural (1950) Robert Bresson 14 Balarrasa (1950) José A. Nieves Conde15 Don Camilo (1951) Julien Duvivier

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16 El hombre tranquilo (1952) John Ford 17 Yo confieso (1953) Alfred Hitchcock 18 El retorno de Don Camilo (1953) Julien Duvivier19 La guerra de Dios (1953) Rafael Gil20 El renegado (1953) Léo Joannon21 La ley del silencio (1954) Elia Kazan22 El detective (1954) de Robert Hamer23 Don Camilo y el honorable Pepone (1955) G. Gallone24 La mano izquierda de Dios (1955) Edward Dmytryk 25 El prisionero (1955) Peter Glenville26 Don Camilo y el honorable Peppone (1955) Carmine Gallone27 Nazarín (1958) Luis Buñuel28 Molokai (1959) Luís Lucía29 Refugio de criminales (1960) Irvin Kershner30 Léon Morin, prêtre (1961) Jean-Pierre Melville31 Don Camilo monseñor (1961) Carmine Gallone32 La pista del crimen (1962) Axel von Ambesser33 El cardenal (1963) Otto Preminger 34 Becket (1964) Peter Glenville35 El padrecito (1964) Miguel M. Delgado36 El hombre que no quería ser santo (1964) Edward Dmytryk 37 El camarada Don Camilo (1965) Luigi Comencini 38 Un hombre llamado Juan (1965) Ermanno Olmi39 Adivina quien viene esta noche (1967) Stanley Kramer40 Las sandalias del pescador (1968) Michael Anderson41 La hija de Ryan (1970) David Lean42 El exorcista (1973) William Friedkin43 El hombre que supo amar (1978) Miguel Picazo44 El árbol de los zuecos (1978) Ermanno Olmi45 De un lejano país (1981) Krzysztof Zanussi46 Confesiones verdaderas (1981) Ulu Grosbard47 Once más uno (1983) Terrell Tannen48 Difícil elección (1983) Joseph Sargent49 Escarlata y negro (1983) Jerry London50 Sed buenos si podéis (1983) Magni Luigi51 Algo en que creer (1984) Glenn Jordan52 La misión (1986) Roland Joffé 53 Milagro del corazón (1986) Georg Stanford Brown54 En el nombre de la rosa (1986) Jean-Jacques Annaud 55 Adiós muchachos (1987) Louis Malle56 Bajo el sol de Satán (1987) Maurice Pialat57 Requiem por lo que van a morir (1987) Mike Hodges58 Conspiración para matar a un cura (1988) Agnieszka Holland59 Don Bosco (1988) Leandro Castellani60 Romero (1989) John Duigan61 La noche oscura (1989) Carlos Saura62 Black Robe (1991) Bruce Beresford63 Maximilian Kolbe (1991) Krzysztof Zanussi64 Daens (1992) Stijn Coninx 65 El bravo (1997) Johnny Depp

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66 Don Milani. Il priore de Barbiana (1997) Antonio y Andrea Frazzi67 El tercer milagro (1999) Agnieszka Holland68 Una historia verdadera (1999) David Lynch69 Los miserables (1999) Bille August70 Molokai: The Story of Father Damien (1999) Paul Cox 71 Palabra y Utopía (2000) Manoel de Oliveira72 Padre Pío (2000) Carlo Carlei73 Los miserables (2000) Josée Dayan74 Hijos de un mismo Dios (2001) Yurek Bogayevicz 75 Juan XXIII. El Papa de la paz (2002) Giorgio Capitani76 Sant'Antonio da Padova (2002) Umberto Marino77 Comprometete ( 2002) Alessandro d'Alatri78 Papa Giovanni (2002) Giulio Capitani79 El noveno día (2004) Volker Schlöndorff80 Don Gnocchi: el ángel de los niños (2004) Cinzia Th. Torrini81 Don Bosco (2004) Lodovico Gasparini 82 Héctor (2004) Gracia Querejeta83 Millon dollar baby (2004) Clint Eastwood 84 Machuca (2004) Andrés Wood 85 El Santo Padre Juan XXIII (2005) Riccardo Tognazzi86 El gran silencio (2005) Philip Gröning87 A la luz del sol (2005) Roberto Faenza 88 Papa Juan Pablo II (2005) John Kent Harrison89 L'Uomo delle'argine (2005) Gilberto Squizzato90 Disparando a perros (2005) Michael Caton-Jones91 El exorcismo de Emily Rose (2005) Scott Derrickson 92 Karol, el hombre que se convirtió en Papa (2005) Giacomo Battiato93 Antonio, guerrero de Dios (2006) Antonio Belluco, Sandro Cecca 94 Las manos (2006) Alejandro Doria 95 El hombre de la caridad. Don Luigi di Liegro (2007) Alessandro Di Roiblant96 Lars y una chica de verdad (2007) Craig Gillespie97 Testimonio (2007) Pawel Pitera98 Gran Torino (2008) Clint Eastwood99 La duda (2008) John Patrick Shanley100 Don Zeno -L'uomo di Normadelfia (2008) Gianluigi Calderone

http://www.cinemanet.info/2009/08/la-figura-del-sacerdote-en-el-cine/

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SACERDOTES DE PELÍCULA: HISTORIAS DE FIDELIDAD Y SERVICIO

El objetivo inmediato de este recorrido por la historia del cine será rastrear la presencia del sacerdote en la gran pantalla. Sin embargo, otro objetivo que esperamos cumplir nos permitirá valorar la imagen de la Iglesia a través de sus ministros en el mundo cinematográfico y poder inferir algunos patrones de la imagen pública, las tendencias de los públicos y las preocupaciones de productores y directores.

El procesos de secularización de las sociedades occidentales, de las que forma parte el cine que mayoritariamente analizaremos, tiene sin duda una fuerte incidencia en la evolución de la figura del sacerdote. Pero, como tendremos ocasión de ver, no es un proceso ni homogéneo ni lineal sino que hay excepciones, cambios de tendencia y descubrimientos de nuevas formas que abren posibilidades de futuro. Pensamos que esta es una de las utilidades de este tipo de recorrido por la historia del cine.

Nuestro punto de partida será el cine clásico de Hollywood y después de una digresión sobre el cine español de posguerra nos detendremos en las tendencias desde los años 60 al final del siglo XX. Para recalar más adelante en tres tendencias que se consolidan a partir del año 2000: las películas biográficas, las películas críticas y deformadoras y los sacerdotes que en papeles secundarios significativos.

1. En el principio estaba Hollywood

En el período del cine clásico norteamericano, que se extiende hasta el año 1960, podemos destacar un grupo importante de películas que tiene a sacerdotes católicos como protagonistas. La calidad de las mismas así como su repercusión social y comercial será muy importante y definen una época donde el sacerdote es referente moral en medio de las convulsiones históricas. El hecho de la censura en torno al Código de Producción de William H. Hays potencia la aparición de estas figuras que además no pueden ser denigradas como indica el texto del código: “los ministros del culto en sus funciones de ministros de culto no serán mostrados nunca bajo un aspecto cómico o crapuloso. Los sacerdotes, los pastores y las religiosas nunca se podrán mostrar capaces de un crimen”.

Comencemos con el director Norman Taurog que realiza con éxito dos películas - Forja de hombres (1938) y La ciudad de los muchachos (1941)- que narran las aventuras del padre Flanagan, memorablemente interpretado por Specer Tracy, que acoge en una experiencia educativa a chicos sin hogar. Sus intentos para recuperar para la vida social a los jóvenes nos presentan a un Michey Rooney haciendo de rebelde marginal. En un parámetro similar se mueve el padre Connelly (Pat O'Brien) que entra en conflicto con su antiguo amigo de infancia Rocky Sullivan (James Cagney) para que este gangster reconocido no influya sobre un grupo de jóvenes en Ángeles de caras sucias (1938) de Michel Curtiz. También prolongando esta línea de sacerdotes que ayudan a jóvenes en situación de riesgo podemos recordar Refugio de criminales (1960) donde en esta ocasión el padre Clark y su amigo el abogado Louis Rosen montan un hogar destinado a la rehabilitación de jóvenes penados.

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En un tono más de comedia tenemos las oscarizadas aventuras del padre O'Malley dirigidas por Leo McCarey. En Siguiendo mi camino (1944) este joven y dinámico sacerdote llega a una parroquia en dificultades, cuyo anciano párroco (Barry Fitzgerald) al principio se resiste a los cambios pero termina por aceptar los nuevos métodos pastorales de su vicario, entablando una entrañable amistad. Tras siete oscars en 1944 surge su continuación Las campañas de Santa María (1945) donde en esta ocasión el sacerdote es destinado a un colegio en Nueva York donde la hermana Benedicta, la mismísima Ingrid Bregman, intenta sacar adelante a un grupo de chicos de la calle. Nuevamente música y buenas intenciones para un público que comienza a ver el final de la Segunda Guerra Mundial.

Gregory Peck interpretará con gran éxito, nominado para el Oscar, a un sacerdote escocés misionero en China donde vive grandes dificultades acompañado por una religiosa y dos médicos que le ayudarán en su tarea de promoción humana y espiritual. Con Las llaves del reino (19944) de John M. Stahl son adentramos en este interesante subgénero de misiones que nos ofrecerá interesantes realizaciones.

El gran John Ford, director que se reconoce como católico, ha querido plasmar en dos de sus películas la figura del sacerdote. En primer lugar en su obra maestra y homenaje a su Irlanda natal El hombre tranquilo (1952). Las dificultades para casarse de Sean Thornton (John Wayne) y Mary Kate Danaher (espléndida Maureen O’Hara) serán resueltas por un acuerdo del sacerdote católico y el pastor protestante que verán por una vez dirimidas sus desavenencias para favorecer el enlace. La segunda es una obra menor pero emotiva y profunda, El fugitivo (1947) , en ella nos cuenta la fidelidad de un sacerdote que en plena persecución religiosa en un país imaginario, que podemos suponer que se identifica con México, y ayudado por los feligreses permanece como único referente en el servicio ministerial hasta llegar al sacrificio.

Con La ley del silencio (1954) llegamos a una de las figuras más significativas del sacerdote en la pantalla. En padre Barry, interpretado verazmente por Karl Malden, se nos presenta como el hombre íntegro que en medio de la manipulación de las mafias de estibadores lucha contra la injusticia en el nombre de la palabra de Dios. Lástima que la película tenga como fondo una cierta justificación de la delación que Elia Kazan realiza de algunos compañeros ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Interesante es también el falso sacerdote católico interpretado por Humphrey Bogart en La mano izquierda de Dios (1955). Allí el impostor es poco a poco transformado por la misión y conducido al territorio de la bondad.

Aunque del otro lado del Atlántico pero dentro de esta tendencia cinematográfica que resalta la presencia del sacerdote hemos de hacer notar dos películas. Yo confieso (1953) de Alfred Hitchcock y protagonizada por Montgomery Clift en el papel de un sacerdote que fiel al secreto de confesión es acusado de cometer un crimen. En esta intriga, del maestro del género y también significado como director católico, nos ofrece un buen ejemplo de fidelidad al sacramento y al servicio a las personas que culmina con la absolución del verdadero culpable. De esta misma época es la película francesa El renegado (1953) de Léo Joannon Morand. Un sacerdote católico renegado se ve obligado a descubrir su verdadera identidad ante sus compañeros militares y prisioneros como él, cuando tiene que asistir espiritualmente al capellán del regimiento que está agonizando. Este gesto llena de admiración a Gerard, otro oficial,

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que se convierte a la vez que siente la llamada a la vocación sacerdotal. En esa cadena de comunicación de la fe se implica Morand, un eterno buscador, que encontrará a Dios con el testimonio hasta de muerte del joven Gerard.

2. El cine religioso español de posguerra

La eclosión del cine religioso en la posguerra española tiene su origen en una clara finalidad

política, que se convierte en mediadora del contenido, con lo que la figura del sacerdote aparece resaltada a la vez que contaminada con la ideología franquista.

Prácticamente todos los directores en activo de la época dedican alguna película a esta vertiente religiosa. Así el ensayista, crítico de cine y director después Rafael Gil con más de setenta películas rodará La fe (1947) con las aventuras del padre Luis; la reconocida por el festival de Cine de San Sebastián La guerra de Dios (1953), en la que colabora uno de los más fieles ideólogos del cine religioso al uso Vicente Escrivá, y narra, desde la perspectiva social, las vicisitudes pastorales de un sacerdote en la zona minera de Asturias; y El canto del gallo(1955) donde en clave marcadamente anticomunista se muestra a un sacerdote apresado en Hungría y obligado a renegar de su fe.

El abogado metido a director Luis Lucía realiza películas populares de tono sentimental con amplia aceptación del público. Entre los dramas religiosos debe señalarse Cerca de la ciudad (1952) donde Adolfo Marsillach convertido en el padre José transforma social y espiritualmente la parroquia de un suburbio madrileño. Entre las más significativas de esta generación de películas hemos de señalar “Balarrasa” (1950) en la que se cuentan las aventuras de un joven esquiador metido a sacerdote (Fernando Fernán-Gómez) que influenciado por la muerte prematura de su hermana acude en misión a Alaska para entregar su vida a Dios. Aquí José Antonio Nieves Conde nos ofrece una película muy digna con una dirección de actores rigurosa.

Antonio del Amo después de pasar por la cárcel por su pasado vinculado a la República se ha de incorporar al cine de moda. Así realiza Dia tras día (1951) donde en clave de realismo presenta un sacerdote que ejerce su misión en pleno rastro madrileño. José Luis Saénz de Heredia, el director de Raza (1942), la película más representativa del franquismo, filmó el drama La mies es mucha (1948) donde el misionero Santiago (Fernando Fernán Gómez) llega a la localidad de Kattinga, en la India, para sustituir a un compañero que ha sido asesinado. Allí se enfrenta a Sandem (Enrique Guitart), un traficante que suele esclavizar a los indígenas para que trabajen en su mina. Juan de Orduña que se especializa en el cine histórico de legitimación política realizará La misión blanca (1946) que se inscribe en el cine de misioneros españoles, en este caso en Guinea.

Podemos completar este recorrido por cuatro películas que también revisten interés aunque sea en trayectorias menos significativas. La manigua sin Dios (1948) de Arturo Ruiz-Castillo, que en tono decididamente colonialista, presenta la intervención de misioneros jesuitas en la región del El Chaco. Aquellas palabras (1949) de Luis Arroyo sobre un misionero vasco en Filipinas que contó con el asesoramiento de Domingo S. Gracia y Enrique María Rodríguez ambos padres dominicos. Cerca del cielo (1951) sobre el padre Polanco dirigida por Domingo Valdelomat y con el ínclito

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padre Venancio Marcos como actor. Y, por último, Piedras vivas (1956) del cubano Raúl Alonso donde Alfredo Mayo hace del padre Carlos en los barrios marginales de Madrid según un argumento del sacerdote José Ignacio Núñez de Prado.

No cabe duda que este cine que abarca prácticamente dos décadas tiene una sombra alargada en el cine español actual donde raras veces la figura del sacerdote sale bien parada. El efecto péndulo en la cultura cinematográfica lleva ahora a que aparezcan sacerdotes autoritarios, inmaduros, ambiciosos y sin humanidad -El sacerdote (1978) de Eloy de la Iglesia Padre nuestro (1985) de Francisco Regueiro, Los girasoles ciegos (2008) José Luis Cuerda- donde incluso los mejores acaban por salirse -La buena nueva (2008) de Helena Taberna-. Si tuviéramos que citar alguna excepción tendríamos que señalar: el párroco amigo de Rafael, el carnicero, en La buena estrella (1997) de Ricardo Franco y el padre Tomás personaje secundario de Héctor (2004) de Gracia Querejeta que con su carácter acogedor y discreto ayuda a los personajes con su mediación a resolver sus conflictos.

Únicamente por el camino de los santos podemos encontrar alguna posibilidad de que en el cine español la figura del sacerdote sea apreciada. Así en la poco reconocida El hombre que supo amar (1979) de Miguel Picazo se presentar la vida de San Juan de Dios, Juan Ciudad, adaptando la novela del barcelonés José Cruset. A pesar del tono panfletario, ahistórico y simplista se mantiene respetuoso con la figura del santo. Lo que también ocurre con la más lograda La noche oscura (1989) escrita y dirigida por Carlos Saura que realiza un acercamiento limitado, al excluir la dimensión espiritual y trascendente, pero con intención de autenticidad al acercarse al fenómeno místico, a través de la vida y la obra de San Juan de la Cruz.

3. Sacerdotes para la misión

A partir de los años 80 surgen una serie de películas sobre sacerdotes que tienen en común un doble aspecto, por una parte la base real y normalmente biográfica; y por otra parte, la presentación positiva de la misión de estos sacerdotes.

Comenzamos cronológicamente con Escarlata y negro (1983) de Jerry London. Basada en “The Scarlet Pimpernel of the Vatican", que J.P. Gallagher escribió a partir de hechos reales, narra la misión de un sacerdote irlandés que trabaja en el Vaticano y que durante la Segunda Guerra Mundial organizó un servicio para refugiados judíos mediante la confección de pases falsos y el cobijo de muchos de ellos en distintas comunidades religiosas en Roma. El padre O'Flaherty -encarnado por Gregory Peck- tendrá como antagonista a Christopher Plummer como el teniente alemán Kappler. Resulta interesante la presentación de los motivos cristianos de la acción humanitaria así como, más allá de plantearse una iniciativa individual, se destaca la participación de toda la iglesia, incluido Pío XII, para lograr refugio para muchos judíos amenazados.

La interesante y exitosa película La misión (1986) de Roland Joffé recoge la presencia de los jesuitas en las misiones fundadas los actuales territorios de Brasil, Paraguay y Argentina. Basada, de forma no inmediata, en hechos reales, cuenta la historia del padre Gabriel (Jeremy Irons), al que se le encomienda hacerse cargo de la misión de San Carlos, ahora vacía por la muerte, a manos indígenas, del jesuita que allí vivía A él se une un mercenario y traficante de esclavos, Rodrigo Mendoza -magistal Robert de Niro- que inicia un camino de conversión y penitencia. Viviendo en entre los

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que antes maltrató empieza a reconocer su inocencia y a valorar el mensaje del Evangelio que le trasmite el padre Gabriel. Esto le llevará a participar activamente de la misión que por último es asaltada y destruida ocasionado la muerte de todos los jesuitas y de los indios guaraníes. Con un formato un tanto preciosista y grandilocuente necesita una mayor profundización en las motivaciones aunque sigue siendo una película imprescindible del cine espiritual donde la banda sonora inolvidable del maestro Ennio Morricone marca un tono orante durante todo el metraje.

Conspiración para matar a un cura (1988) de Agnieszka Holland es una película a la vez política y espiritual, inquietud que después ha mostrado esta directora polaca en Copying Beethoven (2000). Narra el asesinato del padre Alek, en la Polonia de principios de la década de 1980, durante el ascenso del sindicalismo autónomo de Solidarność. Interpretada por un limitado Christopher Lamber (padre Alek) y el inspector Stefan de un inspirado Ed Harris adolece de algunos de los tópicos de las apariciones de sacerdotes en la pantalla, que se cifran normalmente en la presencia obligada una mujer enamorada y en las críticas al Vaticano por alguna ambigüedad política.

El malogrado Raul Juliá interpreta a un creíble obispo Oscar Romero en la película Romero (1989) de John Duigan. En ella asistimos el proceso transformación a través del cual este arzobispo salvadoreño se identificó con la realidad de su pueblo siendo solidario con sus sacerdotes y profeta del Evangelio. Su denuncia de las injusticias y los escuadrones de la muerte le convirtieron en un hombre amenazado. Sin embargo, a pesar de su timidez desplegó un profundo valor interior, recordemos por ejemplo la escena en que una iglesia ha sido tomada por los paramilitares y el arzobispo se reviste y acompañado de la gente entra para celebrar la eucaristía. El film se refuerza con algunas palabras procedentes de homilías y entrevistas a este mártir de la Iglesia Latinoamericana.

El cineasta polaco Krzysztof Zanussi, uno de los directores más militantes del catolicismo, relata en Maximilian Kolbe (1991) la historia real de este franciscano conventual canonizado en 1982 y que murió en Auschwitz durante un intercambio voluntario para salvar la vida de un prisionero, padre de familia, que iba a ser ejecutado. Narrada desde el punto de vista del prisionero que se fugó y cuya identidad nunca se conoció, varios flashbacks reconstruyen la vida de este santo intelectual y orante. Alejada del estilo hagiográfico, no se ocultan sus limitaciones, descubrimos a un hombre de gran fuerza interior y fuerte identificación con Cristo.

Daens (1993) de Stijn Coninx es una interesante película belga a partir de la novela de Louis Paul Boon. Basada en hechos reales cuenta como este sacerdote llega en 1890 a Aalst, pueblo industrial, donde niños, mujeres y hombres trabajan en la industria del tejido en condiciones lamentables de explotación. Allí, poco a poco, va asumiendo la realidad y denunciando en el periódico católico las injusticias sociales lo que le llevará a ser elegido como parlamentario. Se trata de un buen ejemplo de la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia en el mundo obrero. La película fue nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1994.

También en clave de misión el longevo y prolífico cineasta Manoel de Oliveira nos presenta en Palabra y Utopía (2000) la vida del padre Antonio Vieira, jesuita portugués del siglo XVII que nació en Lisboa en 1608 y murió en Bahía en 1697. Al

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servicio de la evangelización de Brasil se hizo famoso por sus sermones que resaltaban la dignidad de los indios esclavizados frente a los abusos de los conquistadores portugueses. Mezclado directamente en asuntos políticos durante su estancia en Portugal colabora en la fundación de una Compañía de las Indias Occidentales en 1649. Sin embargo, desengañado del mundo de las ambiciones vuelve a Brasil y trabaja en la promoción de la población indígena y en la denuncia de la esclavitud. Con su vuelta a Portugal es acusado de herejía pero la intervención del Papa y de la reina Cristina de Suecia se revisa su proceso con lo que de nuevo regresa a Brasil donde continuará su misión de predicador hasta su muerte. El director portugués desde la figura de este predicador realiza una fuerte denuncia de la esclavitud, de la expulsión de los judíos y de la intolerancia religiosa a la vez que resalta la dimensión espiritual más allá del mercantilismo reductor destacando el valor de la palabra como referencia de sentido y humanidad, y como a pesar del pecado es posible que el hombre que reconoce a Dios se abra a la santidad. Una película profunda y compleja que exige una espectador capaz de traspasar los acontecimientos para entender el mensaje.

Uno de las figuras de sacerdote más interesantes del cine reciente es el padre Christopher de Disparando a perros (2005) Michael Caton-Jones. Basada como modelo y homenaje a un sacerdote bosnio Vjeko Curic que salvó la vida de uno de los guionistas, David Belton, cuando siendo reportero de la BBC fue detenido en un control del interahamwe y este sacerdote le salvó. Aunque poco después moriría durante los matanzas de 1994. «Esta misma mañana nos ha llegado la noticia de que anoche fue asesinado en Kigali, Ruanda, delante de la puerta de la iglesia de la Sagrada Familia, el Padre Vjeko Curic, misionero de la Orden de los Frailes Menores. Es una nueva víctima que se suma a la larga lista de los misioneros que han confirmado su amor a Cristo y al pueblo africano con el sacrificio de la vida», anunciaba Juan Pablo II el día uno de febrero, en la Plaza de San Pedro, después del rezo del Ángelus. Desde esta figura se elabora el personaje del padre Christopher (John Hurt) que se ve contrastado por un joven voluntario Joe Connor (Hugh Dancy) que colabora con él en un centro educativo en Kigali. Centro salesiano que verdaderamente existió y que acogió a un grupo de refugiados que protegidos por las tropas de la ONU finalmente fueron abandonados a su suerte y asesinados masivamente. Este sacerdote es un hombre identificado con el pueblo ruandés que ve como un fracaso de la evangelización la violencia desatada, en la que intervienen inclusos sus ex alumnos. Sin embargo, es un hombre de fe probada dispuesto a defender la vida bautizando en medio de la desolación, celebrando la última eucaristía antes del sacrificio y permaneciendo al lado de las víctimas por amor y más allá del odio. Su muerte perdonando posee un claro contenido crístico que en clave de resurrección se convierte en posibilidad de libertad para algunos niños a los que en un último gesto logra salvar. Película imprescindible para una presentación contemporánea de la figura del misionero que además resalta claramente la dimensión creyente y sacerdotal.

4 Los santos que eran sacerdotes

Uno de los capítulos más interesantes para explorar la imagen del sacerdote son las películas que tiene a santos sacerdotes por protagonistas. En 1949 recibía el Oscar a la mejor película de habla no inglesa Monsieur Vincent, un film francés de 1947 dirigido por Maurice Cloche, sobre el sacerdote y gran santo Vicente de Paúl. La película comienza cuando P. Vicente recorre las calles desoladas de su primera parroquia de Chatillon les Dombres mientras las piedras le llueven por todas partes por

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temor a la peste negra. Su sencillez y cercanía a los pobres le valdrá el reconocimiento de muchos. En la película se resalta su intuición por organizar la caridad más allá de la disposición individual y procurando, así mismo, orientar los recursos de la sociedad. Sin duda una película de referencia del cine espiritual.

A Santo Tomás Becket, obispo y mártir, se dedica la película Becket o el honor de Dios dirigida en 1964 por Peter Glenville con un duelo de interpretación entre Richard Burton y Peter O'Toole en los papeles protagonistas y adaptando la obra teatral de Jean Anouilh. En este film se resalta el proceso de transformación que se opera en Thomas cuando es nombrado Arzobispo de Canterbury, destacando la escena del lavatorio de pies con el abandono de las riquezas donde formula su disponibilidad al servicio de la Iglesia.

El Padre Damián, sacerdote religioso de la Congregación de los Sagrados Corazones que a los 33 años (1873) llega a la Isla de Molokai (Hawai) para servir a los leprosos que allí habían sido desterrados donde murió años después víctima también de la lepra. Siguiendo su pista Luis Lucía dirigió en 1959 Molakai: la isla maldita en ella se destaca la vida de entrega generosa a los últimos del que recientemente hemos celebrado su canonización. Bien interpretada por Javier Escrivá se destacan también las luchas para conseguir ante las autoridades la mejora de las condiciones de estos enfermos y el reconocimiento de su dignidad. El espíritu de trabajo y de sacrificio se destaca de forma elocuente en una de las pocas películas de este período que sobrevive al paso del tiempo. Más reciente contamos con Molokai: The Story of Father Damien (1999) que filma Paul Cox en la estela de la beatificación del año 1995 y por la iniciativa del productor belga, compatriota del santo, Tharsi Vanhuysse. Basada en el libro de Hilde Eynikel tuvo serios problemas en la producción, el director fue despedido y readmitido, lo cierto es que no logra expresar la profundidad de vida del padre Damián pero es especialmente significativa la escena de la visita de la princesa Lili Uokalani y su conversión a la causa de los leprosos.

Durante el siglo XVI, Felipe Neri (Johnny Dorelli) dedica su misión a la infancia abandonada, fundando centros para educación y acompañamiento de los chicos de la calle. Sed buenos, si podéis (1984) del director de filiación comunista Luigi Magni. nos presenta a este santo simpático a la vez que generoso, la película además tiene el aliciente de sus encuentros con distintos personajes de la época como Sixto V (Mario Adorf) o Ignacio de Loyola (Philippe Leroy). Sigue especialmente la trayectoria de un joven problemático Cirifischio que pondrá al prueba la paciencia del santo que trabajará incansablemente por su redención.

San Antonio de Padua tiene una larga trayectoria de presencia en filmes italianos"Antonio di Padova, il Santo dei miracoli" (1931) de Giulio Antamoro , Antonio di Padova (1949) de Pietro Francisci, Sant'Antonio di Padova (1990) de Giorgio Salce y la serie italiana distribuida entre nosotros San Antonio de Padua (2002) de Umberto Marino que una de las producciones de Luca Bernabei y Lux Vide. En ella se parte de su llamada al sacerdocio cuando era un joven noble portugués, cuando termina por convertirse en monje franciscano y predica a través de África y Europa. Recientemente se ha estrenado Antonio, guerrero de Dios (2006) Antonello Belluco con Jordi Mollá en el papel del santo franciscano especialmente se muestra en su lucha en Padua contra la usura en favor de los pobres y como será referencia de santidad para sus contemporáneos.

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La película El hombre que no quería ser santo (1964) Edward Dmytryk es un film muy sugerente donde Maximilian Schell hace el papel de su vida interpretando a San José de Cupertino. Considerado como inútil por los que le rodean, llamado “el idiota” por sus compañeros de estudios y relegado a las caballerizas por los monjes, pronto destaca como orante y contemplativo y a través de lo humilde y sencillo de su vida se manifestará la presencia de Dios. Una pequeña perla cinematográfica imprescindible.

San Juan Bosco no sólo es el patrón del cine sino que varias películas le tienen como protagonista. Así el Don Bosco (1988) de Leandro Castellani haciendo de protagonista Ben Gazzara y la más reciente y lograda de Ludovico Gasparini también de las miniseries para la RAI. Esta última con dos capítulos en 146 minutos hacen un recorrido pormenorizado por la vida del fundador de los salesianos destacando su cercanía a los jóvenes necesitados y su capacidad de vencer desde la confianza en Dios las más variadas dificultades. Con un estilo conmovedor resulta atractiva para todos los públicos.

5 Los papas como referencia del servicio pastoral

Una de las películas más famosas en torno a la figura de los papas en el cine es Las sandalias del pescador (1968) de Michael Anderson. Basada en la novela del escritor australiano Morris West publicada en 1963. Se trata de una historia de ficción que cuenta la vida de Kiril Lakota (Anthony Quinn), obispo ruso que sufrió persecución durante el régimen comunista, y que se convertirá en el papa Cirilo. Esta película sitúa, dentro de un estilo efectista, algunas claves de la atención pastoral: la preocupación y acogida de las personas, el compromiso contra la pobreza y el hambre así como la construcción de la paz.

A partir de las figuras de los papas recientes se han realizado una serie de biografías sugerentes. Comencemos con Juan XXIII remontándonos a la película de Ermanno Olmi, Un hombre llamado Juan (1965) que sale al público al poco de su muerte y cuenta, en clave de documental, la vida de este Papa donde narrador va recordando sus orígenes con detalles llamativos como la época que estuvo como conductor de ambulancias durante la Primera Guerra Mundial y cuando desde el cuerpo diplomático busca ayuda humanitaria para la población griega durante la Segunda Guerra Mundial. Más completa será la película Juan XXIII de Papa de la Paz de Giorgio Capitani basada en un texto de Giancarlo Zizola que reconstruye la vida a partir del conclave que le eligirá Papa, distintos flashbacks irán desgranando su vida de niño y joven así como su tiempo de sacerdote novato donde destaca su referencia a la los enfermos y a los obreros. Por último, señalamos la más reciente El santo Padre el Papa Juan XXIII de Riccardo Tognazzi con Bob Hoskins de protagonista y música de Ennio Morricone, con una gran interpretación y una emotiva presentación de la figura de este papa.

La filmografía sobre Juan Pablo II es extensa y tiene como punto de partida la película de su amigo el cineasta polaco Zanussi, De un país lejano (1981). A medio camino entre la ficción y el documental recoge sobretodo la trayectoria del Karol Wojtyla antes de ser papa. En ella se insiste en su período como sacerdote y obispo en Polonia. Algo en lo que también se centra Papa Juan Pablo II (2005) John Kent

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Harrison en una producción de la CBS con Cary Elwes y luego con Jon Voight en el papel del papa en los distintas edades. También contamos con la producción italiana de 180 minutos planteada como miniserie de TV, Karol, el hombre que se convirtió en Papa (2005) de Giacomo Battiato. Muy interesante indagación en las motivaciones espirituales de Juan Pablo II desde sus comienzos como sacerdote resaltando su mirada antropológica y su coraje humano.

Más recientemente acaban de estrenase en Italia Paolo VI (2009) de Fabricio Costa que pone en imágenes la vida del Papa Montini que acompañó la entrada de la Iglesia en la modernidad. Su juventud de estudioso y su trayectoria como hombre de diálogo, su presencia en el Concilio así como su tarea en favor del encuentro con las religiones y de la construcción del perdón en medio de trágicas circunstancias. También en este mismo año se ha estrenado Sotto el cielo di Roma de Christian Duguay tomando como base los documentos de la causa de beatificación de Pío XII y su relación crítica con el nazismo, forma parte de un intento de arrojar nueva luz sobre el pontificado del Papa Pacelli donde, entre otras circunstancias, se señala un plan para secuestrar al pontífice por parte de las tropas nazis. A pesar de todo el papa Pacelli seguirá insistiendo que con la paz no se pierde nada y todo se pierde con la guerra

6 El sacerdote de la literatura al cine

La adaptación de obras literarias sobre sacerdotes ha tenido especial fortuna en el cine. Podemos comenzar aludiendo a la ya señala El fugitivo de John Ford que adapta magistralmente la obra de Graham Green “El poder y la gloria”.

“Los miserables” de Victor Hugo nos presenta a Monseñor Myriel como uno de los grandes ejemplos de perdón desde la confianza en Dios y en el prójimo cuando ayuda al ex presidiario Jean Valjean en la conversión que transformará su vida. Esta obra ha sido adaptada al cine en muchas ocasiones en 1934 por Raymond Bernard con Harry Baur como estrella protagonista, en 1935 por Richard Boleslawski con Fredrich March en el papel de Jean Valjean y Charles Laughton haciendo del inspector Javert. Y más recientemente ha aparecido adaptaciones dirigidas por Claude Lelouch (1995), Bille August (1998) y Josee Dayan (2000), esta última con Gerard Depardieu en Jean Valjean y John Malkovich en el incansable inspector. Creemos que esta es una de las figuras del sacerdote-obispo más interesantes de la literatura y una de las más significativas de la historia del cine.

No podemos olvidar al padre Brown, el sacerdote detective creado por el novelista inglés G. K. Chesterton, que ha pasado también con éxito al mundo del cine. En 1954 se estrenó la película El detective de Robert Hamer con un elenco destacado. Sir Alec Guinness personificó al padre Brown y Peter Finch al ladrón reformado Flambeau que termina no sólo restituyendo el crucifijo robado sino también convirtiéndose. Este clásico menor presenta al sacerdote-detective que con aparente ingenuidad pero profunda intuición desvela el sentido del delito y busca redimir al culpable. La versión alemana tendrá dos partes La oveja negra (1960) de Helmut Ashley y La pista del crimen (1962) Axel Von Ambesser ambas con Heinz Rühmann como protagonista. Con refrescante sentido del humor y muy particulares métodos de investigación el padre Brown sigue siendo una fuente de sentido humanista y cristiano.

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Bernanos es un autor difícil, complejo teológicamente, que nos presenta a sacerdotes generosos pero torturados. Este es el caso de El diario de un cura de aldea (1950) de Robert Bresson, uno de los maestro del séptimo arte. Poniendo en práctica todas sus teorías sobre el cinematógrafo y los actores como modelos, este singular director nos ofrece este trabajo sobre la gracia y la soledad encarnadas en el cura de Aubricout. Representante de la fragilidad humana se topa con el poder del mal y la exigencia de la fe que le abre a un camino de santidad plasmada cinematográficamente con una transparencia que elude toda adorno superficial. Otro grande del cine francés Maurice Pialat adaptará la obra de Bernanos, Bajo el sol de Satán. En ella se narra la lucha espiritual del cura Donissan (Gérard Depardieu) y su intento de vencer la desesperanza compartiendo su desazón con el decano Menou-Segrais (interpretado por el director del film, Maurice Pialat) que tratará de reconducirlo por el camino de la esperanza. Marcada por la obra literaria que adapta los tonos oscuros nos hablan de la profundidad del mal y de la dificultad de luchar contra él.

7 En clave de comedia

En un giro de 180 grados nos venimos a las adaptaciones cinematográficas de la obra del escritor italiano Giovanni Guareschi. Ambientadas en la posguerra italiana nos narran los antagonismos y secretas amistades de Don Camilo, un cura rural, y el alcalde comunista Peponne. Desde el planteamiento de una coproducción ítalo-francesa la figura de párroco rural la encarnará el cómico Fernandel y la del alcalde Gino Cervi. La difusión de las películas será casi tan amplia como los libros de tal manera que hoy pensar en don Camilo no puede hacerse sin imaginar a Fernandel. Julien Duvivier dirigió los dos primeros episodios. El primer título Don Camilo es de 1952 y está basado en la novela "El pequeño mundo de Don Camilo”. Describe los muchos enfrentamientos de los dos protagonistas que culminan en un partido de fútbol interrumpido por una pelea, como consecuencia al cura le trasladan para que tome un poco de distancia aunque tiene una multitudinaria y yuxtapuesta despedida. La película tuvo un enorme éxito de taquilla y fue la primera de una serie de seis que siguió hasta 1965. Cuatro fueron interpretadas por los mismos protagonistas: El retorno Don Camillo (1953), dirigida también por Julien Duvivier, donde el párroco vuelve a Brescello y se une al alcalde cuando las inundaciones arrasan la región. Otros dos episodios fueron dirigidos por Carmine Gallone: Don Camilo y el honorable Peppone (1955) relata una campaña electoral llena de enfrentamientos, y en Don Camillo Monseñor (1961) donde a pesar del cambio de oficio de ambos todo sigue igual. El camarada Don Camilo (1965) de Luigi Comencini es el último capítulo de la serie interpretado por la pareja Fernandel-Cervi, que esta vez se trasladan a la Unión Soviética.

En tono de comedia hemos de destacar también un clásico El padrecito (1964) de Miguel M. Delgado al servicio de Mario Moreno 'Cantinflas' en sus recreaciones de distintos personajes populares. En este caso el padre “Sebas” que se incorpora para ayudar al padre Damián en una parroquia dominada por el cacique del lugar. Las intervenciones del joven sacerdote van poniendo todo patas arriba pero su bondad va conquistado a los habitantes del pueblo que ven como se empeña en recuperar la es cuela que habían convertido en cantina. Llena de elementos sociales y de bondad refleja bien las relaciones entre el sacerdote anciano y el joven así como la disposición al servicio, incluso de torero, del inefable padrecito.

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8 La saga de los exorcistas

Nos detenemos brevemente en un subgénero de terror que ha tenido un importante éxito de público y que todavía sigue atrayendo a distintos productores. Se trata del cine en torno a los exorcismos. El carácter espectacular de estas películas eclipsa frecuentemente el sentido religioso del tema de la posesión del Maligno. Recordemos que el exorcismo es una antigua y particular forma de oración que hace un ministro ordenado en el nombre de toda la Iglesia para liberar del poder de Satanás y de sus consecuencias de engaño, mentira y confusión. Desde aquí cabe subrayar que al destinatario se le somete a un riguroso análisis previo para excluir la enfermedad física o mental y que el sacramental se realiza como un ejercicio de oración.

Cuando William Friedkin en 1973 adaptó para el cine la novela de William Peter Blatty que llevaba por título “El exorcista” no podía imaginar que inauguraba una larga serie de películas en torno a este tema. La primera entrega presenta al padre Damien Karras (Jason Miller), un sacerdote en crisis personal y de fe, al que Chris McNeil (excepcional Ellen Burstyn) pide ayuda para liberar a su hija del diablo. En el momento del exorcismo recibe la ayuda del padre Lankester Merrin (Max Von Sydow) un enigmático y veterano sacerdote que luchara encarnizadamente con Satanás para liberar a la niña. El director dirá de su película que «es una parábola del cristianismo, de la eterna lucha entre el bien y el mal». Algo que sin duda formaba parte de la promoción comercial. La realización, con una efectos especiales muy logrados, permite que el espectador se enfrente al miedo a lo desconocido que puede haber dentro de cada uno. La doble figura del sacerdote muestra por una parte al viejo conocedor del poder del Mal (Merrin) frente al joven experto (Karras) pero desorientado. Finalmente ambos sucumbirán, aunque el suicidio de este último, presentado como ejercicio de redención, dejará el demonio fuera de juego una temporada.

Cuatro años exactamente, en 1977 se estrenó Exorcista II: El Hereje bajo la dirección de John Boorman. Richard Burton encarnó al padre Lamont, quien investiga los traumas psicológicos que aquejan a la ahora adolescente Regan, tras el exorcismo al que fue sometida en la primera parte de la saga así como la misteriosa muerte del padre Karras. En este caso comienza a rizarse el rizo pero la motivación se simplifica: hay que vencer al demonio Pazuzu a través de las personas que lo sufrieron.

En 1990 apareció El Exorcista III, dirigida por el padre literario de la criatura, William Peter Blatty que ahora se coloca detrás de las cámaras para adaptar su novela “Legión”. La trama abora la historia del padre Dyer y el teniente Kinderman, y el reencuentro con quien creían muerto: el padre Karras. Mejora la historia que ahora se hace más bien policíaca pero empeora la dirección. Nada nuevo bajo el sol.

En el 2004 se estrenó Exorcista: El Comienzo, precuela dirigida por Renny Harlin para añadir gore al invento y desechando a Paul Schrader que había preparado una propuesta. En esta entrega volvemos a las dudas del fe del sacerdote protagonista ahora el joven padre Merrin que en la primera mostraba su fe en la lucha contra el mal. Más de lo mismo aunque esta vez con una gran fracaso comercial que permitió que se ofreciera al público en el 2005 la película Dominio: Protosecuela de El exorcista, que ignoró la historia del film anterior y reconstruye un origen completamente diferente, que

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saca a la luz la versión de Paul Schrader anteriormente desechada. En esta ocasión se pasa a un drama más íntimo y psicológico donde se platean los interrogantes de la lucha entre el bien y el mal. Así pues el terror evoluciona hacia un película más existencial del tipo habitual en el guionista de La última tentación de Cristo (1988). Y aquí se cerro el círculo.

Con El exorcismo de Emily Rose (2005) hay un cambio de orientación. Se presenta como fondo el caso real de la joven Anneliese Michel que murió en julio de 1976, así como el proceso judicial que tuvo lugar a raíz de su muerte. Pero todo ello totalmente transformado en nombres, localizaciones y personajes. La película comienza cuando se acusa al padre Richard Moore (Tom Wilkinson) de homicidio negligente. En el juicio se enfrentan la abogada agnóstica (Laura Linney) y el fiscal devoto metodista (Campbell Scott) pero la argumentación de la abogada se va girando hacia la perspectiva del sacerdote al descubrir sus propios demonios personales. La figura del padre Richard es la de un hombre convencido de que el Maligno tiene un poder imprevisible y que a través de Emily ( elocuente Jennifer Carpenter) lo ha reconocido. Su actitud creyente y resuelta contrasta con sus superiores interesados en olvidar el asunto. Sin embargo, en su discurso final lo que hasta entonces se planteaba desde el problema fe y razón, se desliza hacia serios problemas teológicos cuando una supuesta aparición de María parece exigir el sacrificio de Emily para que el mundo conozca la existencia del mal, algo en sí mismo incompatible con la fe en el Dios de la misericordia que no manipula ni sacrifica a los seres humanos.

Con el mismo caso real de fondo Réquiem (El exorcismo de Micaela) (2006) de Hans-Christian Schmid realiza una mirada completamente distinta. Aquí busca el realismo casi documental para analizar las circunstancias de su muerte, por eso no se filma, contra lo previsto en el canon de este tipo de películas, ninguno de los exorcismos. Como dice el cineasta en la presentación “Réquiem se basa en hechos reales aunque los personajes son ficticios”. También aquí dos sacerdotes, uno anciano con experiencia que considera que la joven necesita sobre todo atención médica y el más joven que está convencido de la posesión. Sin embargo, la película presenta claramente el caso como un problema de ofuscación mental en una víctima con una madre posesiva marcada por una ofuscación religiosa. Además la actuación de los sacerdotes no parece ni comprensiva ni adecuada al problema de Micaela.

Desde el punto de vista de la figura del sacerdote en el cine, las películas de exorcismos servirán para mostrar sacerdotes en crisis que se ven envueltos en realidades y experiencias que les alejan de su misión. Con ellas comienza la crítica deformadora de un grupo de películas que termina por desdibujar el servicio ministerial desde claves mayoritariamente falsificadoras.

9. Sacerdotes puestos a prueba

La opera prima de Peter Glenville como cineasta, del que ya hemos analizado Becket, fue El prisionero (1955) protagonizada por Alec Guinness. En 1959 ganó el Lábaro de Oro, distinción concedida a la mejor película del festival de Cine Religioso y de Valores Humanos de Valladolid. Esta historia de resistencia tiene como protagonista un cardenal que es arrestado por traición al Estado que lo que parece ser un régimen comunista y que es interrogado con el fin de hacerle confesar su culpabilidad. El interrogador (Jack Hawkins) comenzará con halagos y ofertas pero avanzará hacia la

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tortura psicológica y por último la física pero la voluntad del prisionero no se doblegará lo que cuestionará íntimamente a su oponente. Una película sobre la fuerza espiritual de un hombre de Dios.

Buñuel adapta en 1958 la obra de Benito Pérez Galdós Nazarín en una de las obras maestras de la historia del cine. Forma parte de la lista de 45 películas que recopiló el Vaticano como las mejores películas en los 100 años del cine, situándola en el apartado de “religión”. Este humilde cura que ejerce en México en medio de la pobreza en un mesón en Chanfa quiere hacerse semejante a Jesús. Entregando todo y a todos recibe a una prostituta que huye por haber provocado un incendio. Esta acogida complicará la vida del sacerdote que es destituido pero, a pesar de todo, el desea seguir al Jesucristo en un camino de identificación con él aunque poco a poco se enfrenta a la tristeza por la incomprensión, especialmente de los poderosos. Sólo unos pocos entre los más pequeños y marginales están a su lado pero sus ofrendas, el símbolo de la piña en la escena conclusiva, no pueden hacer olvidar los tambores que tocan a muerte.

La novela de Henry Morton Robinson “El cardenal” es llevada a la pantalla con el mismo título en 1963. El día de en que el cardenal Stephen Fermoyle (Tom Tryon) recibe el nombramiento como tal hace memoria de su vida desde que era un joven sacerdote. Formado en Roma, vuelve a Boston para continuar su servicio, en este caso en una parroquia a la que le enviará el cardenal Glennon (John Huston) para que aprenda de un viejo, enfermo y santo sacerdote y así pueda lidiar con su vanidad y ambición. Al mismo tiempo, se enfrenta a la problemática familiar en torno a su hermana pequeña que desea casarse con un chico judío a lo que Stephe se opone si este no se hace católico. Esto lleva a la desesperación de la joven que termina por dedicarse a bailar en un cabaret. La tensión se agudiza cuando queda embarazada y los médicos dicen que hay que elegir entre el niño y la vida de la madre. La elección de lo primero por parte de Stephen llevará a la muerte de su hermana. Todo esto le originará a una crisis de su vocación que supondrá dos años sin el ejercicio ministerial donde comenzará una relación breve con una de sus alumnas, Annemarie (Romy Schneider), que concluirá cuando confirma su vocación reincorporándose como sacerdote para ser muy pronto nombrado obispo. Tras este giro del guión seguiremos su servicio episcopal enfrentándose al Ku Klux Klan al ayudar a uno de sus sacerdotes que ha visto como quemaban su parroquia. Después en Viena se enfrenta al nazismo e intenta proteger a Annemarie aunque sin éxito. La película concluye en el tiempo narrativo central con un discurso ya como cardenal en defensa de la libertad y la democracia frente a la dictadura. Resumiendo, una ficción dramática donde se despliega un itinerario personal marcado por crisis y opciones difíciles donde permanece una fidelidad dolorosa.

El 2 de diciembre de 1980, al inicio de la guerra civil salvadoreña, son violadas y asesinadas las monjas Ita Ford, Maura Clarke y Dorothy Kazel y la misionera laica Jean Donovan, por los paramilitares salvadoreños. En Difícil elección (1983) de Joseph Sargent se cuenta especialmente la vida de una de ella, Jean Donovan, y su proceso de conversión de una joven materialista a una mujer comprometida con los derechos humanos. Martin Sheen hará del padre Philan que será el que acompañe el proceso de transformación de Jean y representa un sacerdote que transmite el Evangelio como causa de Dios y el compromiso cristiano con los pobres. Igualmente la protagonista estará influida por la vida y las homilías del obispo Oscar Romero con el que colaboró.

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Black Robe (1991) adapta la novela homónima de Brian Moore en la que colabora como guionista. En esta dura película de Bruce Beresfordque se sitúa en la zona de Quebec durante el siglo XVII. Un jesuita joven, el padre Laforgue, es enviado a la selva hacia la zona donde habitan los indios Hurones. El viaje con la compañía del joven Daniel y un grupo de indios Algonquinos es una verdadero camino de terror y violencia lo que origina en el protagonista un proceso interior que pone en cuestión su forma de vida. Al final el padre Lafargue fiel a su misión bautizará a los Hurones, aunque precisamente por su renuncia a la violencia, serán aniquilados por sus enemigos los Iroqueses cerrándose definitivamente la misión jesuita. Se trata pues de una contundente y pesimista reflexión sobre la naturaleza humana en la que la gracia y el servicio ministerial están inmersos en la dramática del mal.

El tercer milagro (1999) de Agnieszka Holland cuenta la historia de otro sacerdote, Frank Shore (sugerente Ed Harris), con una crisis vocacional vinculada a su servicio en la valoración de casos tenidos por milagrosos. Durante una nueva investigación de un extraño milagro consistente en las lágrimas de sangre que derrama una estatua de la Virgen en un convento de Chicago, se encuentra con la fama de santidad de Hellen O'Reagan una mujer recientemente fallecida. El protagonista ve complicadas sus dudas de fe con una atracción hacia Roxanne, hija de la que investiga, pero que no comparte ni la fe de su madre ni la esperanza. Sin embargo, en contra del curso habitual de estas historias cinematográficas, el padre Frank descubre la presencia de Dios en los milagros ordinarios de su propia vida y confirma su vocación cuando al final dirá “Dios no desaprovecha los milagros”.

Las manos (2006) de Alejandro Doriaa historia intenta reflejar la vida de un sacerdote peculiar, el padre Mario Pantaleo (1915-1992) que desarrolló una importante labor pastoral en Argentina y que actualmente se prolonga en lo que se conoce como la Obra del Padre Mario Pantaleo. Las singularidades del padre Pantaleo se despliegan en varios frentes desde su tenaz atención a las persona en situación de necesidad pasando por sus peculiares relaciones con sus superiores eclesiales hasta su don para realizar curaciones. Quizás este último aspecto sea el más original de su trayectoria y que expresa mejor su sintonía con el Jesús sanador. Y probablemente sea este el tema mejor resuelto en la película de Alejandro Doria. Las curaciones con las manos del padre Mario se sitúan en la estela del padre Pío de Piertrelcina del que recibió una importante influencia en su juventud y primeros años sacerdotales. En sus escritos nos narra como el santo le despidió diciéndole "Ve, hijo mío, estás en tu camino. Tú también has sido elegido para una singular misión". La propuesta del director argentino tiene algunas virtudes sugerentes como mostrar a un personaje fuertemente marcado por su experiencia de Dios, "El-de-arriba"; insistir en que más allá de la debilidad física, el sacerdote está movido por una fuerza espiritual que le impulsa a la atención a los otros hasta el último momento; filmar las curaciones más que como espectáculos milagrosos como fenómenos inexplicables que tiene en la fe su fuente y en el sanador un mediador sobrepasado, que más que hacer negocio hace de ellas una forma de entrega de la vida. Sin embargo, los aciertos no llegan a ocultar algunas lagunas tanto técnicas como argumentales de peso. Así la filmación tiene momentos de una gran ingenuidad como en las que aparece el religioso como albañil, sus extravagantes penitencias o la sobreactuación de algunos secundarios. Además los subrayados de la banda sonora se muestran más como efectistas que realmente significativos. En general, el formato televisivo y la simplificación de los personajes le dan en ocasiones un tono de serial de sobremesa.

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En El noveno día (2004) Volker Schlöndorff nos presenta al padre Kremer confinado en un campo de concentración de la Alemania nazi. Allí las condiciones de vida en el pabellón de los sacerdotes son muy duras y vive momentos difíciles donde el deseo de supervivencia cuestiona sus propios principios. Sin embargo, un día el padre Kramer es liberado con la misión de doblegar al obispo de Luxemburgo, que cada día toca las campanas como signo de denuncia contra la ocupación alemana. En el caso que fracase su familia y su vida estarán en peligro. Nueve días dispondrá este sacerdote-teológo para convencer al obispo para que emita un comunicado aceptando la ocupación. Durante la misión varios diálogos con el teniente de la Gestapo muestran las motivaciones de cada uno y la resistencia, ciertamente entre miedos, del sacerdote. Película sobre el sufrimiento y el mal pero también sobre la coherencia y la fe. Una referencia fuerte a la dimensión pascual del sacerdocio.

10. El empuje y la significación de las producciones italianas

Desde los orígenes del cine ha existido una sintonía especial entre el cine italiano y la Iglesia algo que no es frecuente reconocer en el cine europeo. Nuestro punto de partida significativo puede ser Roma, ciudad abierta (1945) de Roberto Rosellini. En esta película, precursora del neorrealismo, comenzó a prepararse en agosto de 1944 sólo dos meses después de la liberación de la ocupación alemana. Rosellini acudió a las calles para escuchar historias de la resistencia y con ellas construyó el guión. Este relato de de resistentes habla del destino común del padre Pietro (Aldo Fabrizi) y del ingeniero comunista Manfredi (Marcello Plagiero) y de tantas víctimas anónimas representadas en Pina (Anna Magnani) que murieron por fidelidad a sus ideas y por la libertad de todos. La figura del sacerdote es la de un hombre sencillo e integro que colabora con la resistencia y que se niega a delatar a los activistas ante los nazis. La escena del interrogatorio tiene paralelismos significativos con el proceso de Jesucristo lo que confirma la interpretación crística de este personaje. Su frase "No es difícil morir bien, lo difícil es vivir bien" pasa por una de las más famosas de la historia del cine.

Esta continuidad del cine italiano sobre el cine religioso cristiano demuestra que hay un público que permanece fiel al tipo de películas de referencia bíblica, de biografías de santos o papas y de últimamente también de sacerdotes. A través de iniciativas de la RAI, Lux Vide, la productora de Luca Bernabei, y del Istituto Luce se lanzan una serie de productos televisivos, normalmente con el formato de miniseries de dos capítulos, que además de dirigirse al consumo interno para Italia tienen una fuerte aceptación fuera de ella, sea por la contratación de las televisiones o por la distribución en DVD. Se trata, pues, de una de las fuentes más importantes para mostrar la presencia del sacerdote católico en la pantalla. Veamos algunas de estas producciones de los últimos años.

Comencemos con una producción de la RAI, Don Milani Il priore de Barbiana (1997) de Antonio y Andrea Frazzi. Se trata de una muy interesante miniserie italiana sobre el sacerdote y pedagogo Lorenzo Milani que con “Cartas a una maestra” se convirtió en referente de una escuela alternativa para los que fracasan en el sistema escolar. Con guión de dos especialistas italianos en este tipo de trabajos para la televisión, Sandro Petraglia y Stefano Rulli, nos presenta con un trazo emotivo la vida de este sacerdote educador totalmente entregado a los jóvenes. Sergio Castellitto hace una interpretación sobresaliente y la puesta en escena y los intérpretes secundarios son

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de buen nivel. Narrada como un flashback cuando D. Milani gravemente enfermo vuelve a Barbiana para hacer memoria del tiempo en que creo la escuela en San Donato de Calenzano y creó una de las experiencias educativas más interesantes de la postguerra. En la película se refleja su dulzura con los chicos a la vez que su tenacidad ante las dificultades, su criterio insobornable y su carácter apasionado. Una muy digna imagen del sacerdote para el actual momento.

Uno de los santos más populares de la Italia actual es el padre Pío de Pietrelcina al que Carlo Carlei ha dedicado una de las miniseries producidas por Lux Vide, Padre Pío (2000). Con una espléndida actuación nuevamente de Sergio Castellitto se presenta un padre Pío profundamente humano, más pendiente de los otros y de Dios que de sus estigmas y obediente a la Iglesia en todo momento a pesar de las incomprensiones. En la línea del servicio ministerial hacia los sufrientes le vemos desvivirse por ellos hasta la extenuación. Una muy interesante aportación al conocimiento de este religioso capuchino, humilde sacerdote y ahora ya santo de la Iglesia.

Don Pino Puglisi fue párroco en el distrito de Brancaccio en Palermo. Por fundar un centro juvenil para los chicos del lugar con la finalidad de liberarlos de la influencia de la Mafia recibe amenazas que terminarán materializándose con su muerte el mismo día de su 56 cumpleños. Roberzo Faenta ha realizado, en este caso con formato exclusivo de cine, Alla luce del sole (2005) con un estilo grave, casi como la crónica de una muerte anunciada, en la cual el actor Luca Zingaretti realiza una interpretación contenida a la vez que emocionante. Junto al pequeño grupo de personas que le apoyan, entre los que hay jóvenes que ven venir la tragedia, también se subraya el silencio y miedo de la mayoría a enfrentarse con la mafia que lo domina todo. Sin embargo, un curioso final deja un sabor de esperanza en un guiño a la resurrección de bueno de don Pino. Particularmente significativo es que esta película no haya encontrado distribución entre nosotros ni en sala ni en DVD. Algo que nos ha impedido ver una película imprescindible.

Volviendo a las miniseries tenemos Don Gnochi: el ángel de los niños (2004) de Cinzia Th. Torrini es una producción de Mediaset para el Canal 5 italiano donde se notan menos medios que en las tradicionales producciones de la RAI con un resultado que aunque irregular es bastante digno. Cuenta la historia de sacerdote Carlo Gnocchi (1902-1956), interpretado por Danielle Liotti, que desde su actividad como capellán del Batallón Alpino del Ejército Italiano, vive los horrores de la guerra. El hecho de que algunos de sus alumnos del ’Instituto Gonzaga” de Milán se enrolaran en el ejército para seguir sus pasos multiplica su responsabilidad y se siente obligado a acudir con ellos al frente ruso. Pero la experiencia resulta dolorosa por la muerte de muchos de ellos y el proceso de purificación de la fe. Con esta conciencia en la posguerra decide fundar una iniciativa al servicio de los niños mutilados llamada "Fondazione Pro Juventute" que tendrá una intensa actividad que se prolonga en la actualidad. Acaba de ser declarado Beato por el papa Benedicto XVI. Esta película de guerra, dolor, sufrimiento y esperanza muestra el corazón compasivo de este sacerdote que actuará como padre de muchos jóvenes en un momento de enorme necesidad. Su muerte temprana a los 54 años le permitirá ver reconocida su obra por Pío XII con la ayuda del cardinal Montini, interpretado por Ralph Palka.

L'uomo dell'argine (2005) es una ficción sobre Primo Mazzolari, el párroco de Bozzolo, una de las voces más importantes del catolicismo italiano: opositor al

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fascismo, precursor del diálogo con los no creyentes, inspirador de la lucha política de la resistencia y anticipador del Concilio en temas como el servicio a los pobres y la liturgia en lengua vernácula. Realizada para la televisión en dos capítulos por Gilberto Squizzato e interpretada por Emanuele Fortunati, en los primeros años en Cicognara, y por Mauricio Tabani en los años de su misión en Bozzolo hasta su muerte. La película inserta algunas imágenes de archivo de la época, destaca por una ambientación histórica muy cuidada y cuenta con una interpretación realista y sobria. Hombre de piedad exquisita, permaneció obediente ante la incomprensión y promovió siempre el perdón en tiempos donde la violencia y la venganza guiaban a tantos corazones. Resalta especialmente significativa su capacidad de comunicarse con los jóvenes que siguen su ejemplo a pesar de las consecuencias de su compromiso cristiano.

Dedicada al fundador de la Caritas Diocesana de Roma contamos con la miniserie de TV El hombre de la caridad. Don Luigi di Liegro (2007). Nos presenta la vida ministerial de este sacerdote romano entregado a la realidad de los más pobres. Interpretado por Giulio Scarpati, esta producción de I.I.F. Italian International Film está realizada con bastante dignidad por Alessandro Di Robilant. Con su salud muy debilitada y en espera de que la policía desaloje a los inmigrantes que ocupan el edificio de la Pantanella, Luigi recuerda su trabajo en las minas de Bélgica, junto a los inmigrantes italianos, su asignación a Giano, un suburbio donde las infrahumanas condiciones de vida provocan guerras entre los indigentes, su labor al frente de Cáritas, la creación de albergues para gente sin hogar, su ayuda a los primeros enfermos de sida, su lucha por la integración racial y religiosa. La dimensión eclesial del este sacerdote se resalta especialmente en el desarrollo de su trabajo en equipo con Don Eugenio, Fausto y la hermana Ada así como en la incorporación de toda la iglesia a esta misión dirigida hacia los que siempre estarán con nosotros: emigrantes, enfermos de sida, personas sin hogar y toxicómanos.

Terminamos este recorrido con Don Zeno, el hombre de Nomadelfia (2008) Gianluigi Calderone en una producción de la RAI es una película sobre Nomadelfia y su fundador don Zeno. Cuenta la historia de como este sacerdote, interpretado por Giulio Scarpati, inicia, desde el mismo día de su ordenación sacerdotal una iniciativa para ayudar a los niños abandonados con la finalidad de convertirlos en hombres libres y honestos. Todo ello le llevará a emplearse a fondo en una guerra contra el fascismo, el nazismo, la democracia e incluso consigo mismo. Después de la Primera Guerra Mundial, don Zeno abandona familia y novia para fundar una pequeña comunidad cristiana similar a la comunidad primitiva original que signifique un cambio de civilización donde ser hermanos tenga su fundamento en Cristo. Con la Segunda Guerra Mundial la comunidad es perseguida por colaborar con la resistencia. En 1948 se funda Nomadelfia (“donde la fraternidad es ley”) en un ex campo de concentración, pero su enorme y rápido crecimiento provoca un conflicto con la Iglesia que en 1952 decreta su disolución. Don Zeno termina pidiendo la reducción al estado laical pro gratia. Sin embargo, tras un periodo refundacional de pruebas y dificultades vuelve al ejercicio ministerial con el reconocimiento de la Iglesia y de la sociedad civil.

11. La imagen empañada

Abordamos ahora un grupo muy amplio de películas donde la imagen del sacerdote se cuestiona, critica o simplemente se deforma. En muchas de ellas se elabora desde una perspectiva crítica a la Iglesia aunque se han de discernir los grados que van

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desde las propuestas reformadoras, el cuestionamiento global al sacerdocio y la Iglesia hasta la crítica a toda experiencia de Dios por manipuladora.

Comentaremos por señalar aquellas películas que sitúan una crisis del sacerdote de carácter existencial. Procediendo del mundo literario, en este caso de Albert Camus, en la película La peste (1993) de Luis Penzo, en ella el jesuita Paneloux termina muriendo en el sin sentido al no poder afrontar el inmenso dolor que significa la muerte de los inocentes. Crisis de fe que se apunta también en el superior del convento de Católicos (1973) de Jack Gold que se resisten a las reformas y que sigue ordenando que se celebre la misa en latín y de espaldas al pueblo. Diferente es la crisis del padre Tim Farley (magnífico Jack Lemmon) porque tiene su raíz en un cuestionamiento reformador de la Iglesia según se cuenta en la película Algo que creer (1984) de Glenn Jordan. Interrogado por un joven seminarista que se incorpora a su parroquia se planteará preguntas sobre el sentido de su ministerio. Algo que por otros motivos el ocurre al padre Ivan Williams de El mal menor (1996) de Daniel Mackay al que su pasado el acompaña poniendo en crisis su vocación.

Sin embargo, el tema preferente de los sacerdotes en crisis será la vivencia del celibato. En este sentido, entre muchas, la película más significativa es Priest (1995) de Antonia Brid. Los dos sacerdotes protagonistas afrontan este problema, el padre Greg vive un inclinación homosexual sin conciencia ni control mientras que el más mayor el padre Matthew vive una doble vida con el ama de llaves y el alcohol. La película intenta ser una denuncia de la hipocresía pero aborda con simplificación y esquemas maniqueos la crisis psicológica y espiritual de los personajes concluyendo en clave reivindicativa pero sin entrar en las cuestiones claves sobre la identidad ministerial. A partir de aquí en el resto de las películas la crítica se hace más radical cuando no con la intención de ridiculizar. Así en El crimen del padre Amaro (2002) del mexicano Carlos Carrera, basada en una obra del escritor portugués del siglo XIX Eça de Quirós, se cuenta la historia de un sacerdote frágil e inmaduro que con sus decisiones va adentrándose en una espiral de desastres que supondrán un aborto y la muerte de la joven a la que ha dejado embarazada. La película presenta la deriva del padre Amaro como un síntoma de la corrupción de la Iglesia y quiere, a la vez, denunciar la supuesta impunidad de su actuación. De entre las muchas películas que ya se mueven en este terreno pero con cada vez menos criterio podemos señalar Promesas incumplidas (1998) de Leslie Linka Glatter donde en clave de culebrón aparece un sacerdote que tiene relaciones con mujer casada.

En el tercer bloque de películas presentaremos aquellas que cuestionan al sacerdote o distintos personajes de Iglesia por su connivencia con el poder, la injusticia o formando parte de conspiraciones de intereses más o menos oscuros. Como precursora de esta línea habría que situar El Padrino III (1990) de Francis Ford Coppola. En ella desde la primera escena aparece una Iglesia, que a través de sus ministros, reconoce, encubre y negocia con la mafia. En su intento de redimirse, Michael Corleone, realiza en una escena memorable una confesión con el cardenal Lamberto (genial Al Pacino), que quiere ser un trasunto de Juan Pablo I, y que representaría la bondad y la lucidez creyente que todavía permanece en la Iglesia cuando el cónclave termina por elegirle Papa.

El film más significativo de este apartado, que además se presenta con referencia a la realidad, será Amén (2002) de Costantin Costa-Gavras. En ella se muestra a la

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Iglesia, especialmente al entorno de Pío XII, con una actitud pasiva ante el holocausto. Cuando el químico y oficial de las SS Kutz Gerstein hace llegar arrepentido, a través del padre Fontana, la noticia de matanzas de judíos empleando el gas Ziklon B, la respuesta será la respuesta de las responsables eclesiales será pasividad y la ausencia de denuncia pública. En medio de esta connivencia el Nuncio aparece negociando impuestos con los nazis, el cardenal Secretario de Estado comiendo marisco mientras le informan de lo avanzado del genocidio mientras que el Papa ignorante se reúne con los alemanes. El intento de presentar una Iglesia fiel y comprometida con las víctimas, representada por el padre Fontana; sirve para subrayar con más rotundidad la pretendida culpabilidad de la Iglesia en el holocausto. Hoy es reconocida, incluidas las instituciones judías, la falsedad de esta lectura de los hechos marcada ideológicamente para desprestigiar y manipular la verdad.

Pero este planteamiento también se despliega en muchas películas que con un argumento de ficción, muestran que en el fondo la Iglesia se mueve por intereses que sacrifican a la verdad y a las personas. Entre las más significativas podríamos citar Stigmata (1999) Rupert Wainwright donde un sacerdote enviado por la Congregación para las Causas de los Santos ha de investigar los supuestos estigmas de una descreída peluquera. Sus pesquisas le llevan a descubrir una conspiración a través de la cual la Iglesia esconde un texto en arameo escrito supuestamente por Jesucristo y que cambiaría el mensaje cristiano. Algo semejante a lo que ocurre en The body (2001) donde ahora el padre Gutiérrez, ex guerrillero salvadoreño y experto en historia romana, interpretado por Antonio Banderas investiga la aparición de lo que podrá ser la sepultura de Jesús. Y de nuevo la ambigüedad como estrategia que contrasta a un sacerdote buena gente con una Iglesia que funciona como aparato de poder y de mentira. En esta línea tendríamos que situar también la obra literaria de Dan Brown y sus adaptaciones cinematográficas El código Da Vinci (2006) y Ángeles y demonios (2009) ambas de Ron Howard donde la Iglesia y los eclesiásticos son presentados en torno a confabulaciones para ocultar una verdad que dejaría en evidencia la fe cristiana.

12. Secundarios pero imprescindibles

Queremos terminar este estudio sobre la figura del sacerdote en el cine recordando algunos personajes secundarios que representan ejemplos sugerentes desde el punto de vista del servicio ministerial. Comenzaremos con un clásico. En Adivina quien viene esta noche (1967) Monseñor Ryan es un amigo de la familia que por su especial confianza con el matrimonio formado por Matt (Spencer Tracy) y Christina (Katharine Hepburn) intercede, con la complicidad de ella, para que el padre acepte el deseo, por otra parte inevitable, de la boda de su hija Joey con el joven médico negro John (Sidney Poitier). Especialmente significativo es el diálogo del sacerdote con Matt en su habitación intentándole convencer para que cambie su cerrada postura.

La figura del férreo padre Collins (Trevor Howard) en La hija de Ryan (1970), representa al pastor identificado con su pueblo, irlandés bajo dominio inglés, que cuida de sus feligreses ayudando a la inmadura y romántica Rosy Ryan (Sarah Miles) a que permanezca en su matrimonio con un enamorado pero inexpresivo maestro interpretado por Robert Mitchum. La sensibilidad del sacerdote para advertir y acompañar, para sostener y cuidar es un modelo inolvidable.

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El Bravo (1997) es una extraña película dirigida por Johnny Depp. En medio de una situación de gran pobreza en Morgantown, el indio Raphael va ha aceptar en la desesperación ser sacrificado en una snuff-movie para con el dinero cobrado poder dar un futuro a su esposa y sus dos hijos. El padre Stratton se opondrá con todas sus fuerzas a la decisión de Raphael pero le ayudará a cumplir su propósito de hacer llegar el dinero a su familia. Un acompañamiento claro en los valores pero compasivo en la actuación.

En la gran película que es Una historia verdadera (1999) de David Linch hay una escena sorprendente donde aparece un sacerdote católico en medio de un cementerio cuando el protagonista, Alvin Straight (Richard Farnsworth), descansa tras una jornada de recorrido en su máquina corta césped. Va haciendo un camino de reconciliación interior que tiene como destino llegar a hacer las paces con su hermano con el que hace diez años que no se habla. Y allí el viejo Alvin en el final de su vida hará una confesión de su pecado, tan viejo como la historia de Caín y Abel, a la que el sacerdote contestará que Amén. Y este será el paso previo para la reconciliación definitiva.

Hijos de un mismo Dios (2001) cuenta la historia de Romek (Haley Joel Osment) que es un niño judío que vive escondido en un pueblo rural polaco protegido por una familia y por el párroco del lugar (Willem Dafoe). Por una serie de enfrentamiento en el grupo de niños, la violencia del mundo adulto se traspasa a los pequeños y la tragedia se agudiza con la entrega voluntaria del pequeño Tolo (Liam Hess) que quiere parecerse a Jesucristo. La figura del sacerdote representa la generosidad impotente ante la fuerza del mal, la lucidez acogedora hacia el niño judío, el acompañamiento pastoral de los pequeños y la apertura a la esperanza a través de la Eucaristía.

Bajo la estela de los sacerdotes educadores valientes tenemos en Machuca (2004) de Andrés Wood al padre McEnroe (Ernesto Malbrán) que es el director del colegio chileno donde acuden dos chicos de muy distinto origen social, Gonzalo Infante (Matías Quer) hijo de una familia acomodada y Pedro Machuca (Ariel Mataluna) que vive en las chabolas del extrarradio de Santiago en 1973. Empeñado con una educación que garantice la igualdad de oportunidades y la justicia este sacerdote se enfrenta a las autoridades durante el golpe de estado militar y retira la reserva del Santísimo recordando que aquel lugar ya no puede ser un sitio donde Dios pueda permanecer.

Clint Eastwood hace aparecer de vez en cuando sacerdotes en sus películas. En Million Dollar Baby (2005) Frankie Dunn es un duro pero bondadoso entrenador de boxeo que acompaña a una joven principiante hasta que se hace una campeona. En su historia tiene la dolorosa experiencia de la separación de su hija y habitualmente va a misa y se confiesa con el padre Horvak. Cuando tras un terrible accidente en el cuadrilátero Maggie Fitzgerald queda tetrapléjica ésta le solicita a su entrenador y amigo/padre que le ayude a morir. Frankie viene a pedir consejo al sacerdote y este le dice que se aparte y que no haga de Dios. Sin embargo Frankie no le hará caso. Distinto final del que tienen Walt Kowalski (Clint Eastwood) y el joven padre Janovich (Christopher Carley). En esta ocasión la relación empieza fatal cuando el sacerdote se acerca al viejo y gruñón Walt para decirle que tiene la misión, por encargo de su esposa difunta, que ha de conseguir que él se confiese. Sin embargo, la relación se va profundizando desde el proceso de conversión de Walt a través del ejercicio de la paternidad con dos jóvenes vecinos. Este camino le llevará a confesarse y entregar su vida en un gesto claramente crístico. Y el sacerdote concluirá la película con unas

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palabras en el funeral donde destaca el descubrimiento que para él ha supuesto conocer al Sr. Kowlaski.

Terminamos este recorrido con tres breves citas. El reverendo Bock que pide a sus feligreses que sigan el ejemplo de Jesús para acoger a la muñeca de Lars y una chica de verdad. El padre Michel Da Costa que acompaña el proceso de conversión del joven terrorista de “Requiem por los que van a morir”. Y el sacerdote que acompaña a los feligreses que van a ser asesinados en el episodio de la masacre de Santa Anna de Stazzema, durante la Segunda Guerra Mundial tal y como queda reflejado en la película El milagro de Santa Ana (2008) de Spike Lee.

Cuando emergen nuevas oportunidades

Después de nuestra mirada a la imagen del sacerdote en la historia del cine podemos apuntar algunas conclusiones de interés. El punto de partida está ligado al cine norteamericano en un momento de fuerte el control de los contenidos donde aparecen una serie de películas con una representación positiva y ejemplar del sacerdote. En la posguerra española esta tendencia se agudiza y se prolonga con un grupo de películas religiosas de contenido apologético que marcan un perfil del sacerdote como referente moral y guía espiritual pero de fuerte contaminación política.

A partir de los años sesenta comienzan a aparecer películas donde emergen otros perfiles así sacerdotes en crisis de fe y críticas a la Iglesia representada en diferentes tipos de eclesiásticos. Pero a la vez se mantiene un hilo conductor de películas de valor cinematográfico y fuerte repercusión comercial en una línea de sacerdotes íntegros que sirven a Dios y a los hermanos con riesgo y entrega. Esta línea iría desde Roma ciudad abierta, pasando por La ley del silencio y Becket, llegando a Las sandalias del pescador y La hija de Ryan hasta Escarlata y negro, La misión o las distintas versiones de Los miserables. En los años 90 detectamos una menor presencia del sacerdote en la pantalla pero en este comienzo del siglo XXI, sorprendentemente se invierte la tendencia y se intensifica la presencia del sacerdote en el mundo audiovisual. Como novedad, ahora pasan a ser personajes secundarios, elocuentes y significativos desde el punto de vista de la identidad ministerial, y además se realizan obras menores de carácter biográfico que resaltan la vida de diferentes sacerdotes y santos. Esta tendencia convive con películas de fuerte contenido crítico y en ocasiones deformador de la figura del sacerdote como hemos tenido ocasión de señalar.

Este cambio de sentido que aparece en torno al año 2000 puede ser interpretado en una doble dirección. Por una parte, la producción organizada de series en esta clave, preferentemente italianas y ocasionalmente latinoamericanas, que tendrán una amplia aceptación en el público internacional de forma preferente en las televisiones. Y por otra parte, la preocupación de algunos directores por representar sl sacerdote como referencia al misterio de Dios y a la clave espiritual (Clint Eastwood, Volker Scholondorff, Manoel De Oliveira, Alessandro d'Alatri y otros). Sin embargo, debe destacarse el pobre uso que la propia Iglesia realiza de estas obras que salvo el fenómeno, por otra parte colateral a nuestro tema, de La pasión de Cristo (2004) de Mel Gibson apenas forman parte de un planteamiento pastoral, con la excepción de Italia y en menor medida EEUU, por la propia influencia del mundo protestante mucho más activo en este sector audiovisual.

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En cuanto al panorama del cine español actual la visión del sacerdote es habitualmente negativa, lo que apunta también a una visión de la Iglesia del mismo cariz y refuerza la tesis de un divorcio con la cultura audiovisual que va en una doble dirección. Desde la cultura a la Iglesia y a los referentes religiosos y espirituales hacia la que hay una sostenida beligerancia. Y desde la Iglesia a la cultura donde se consolida una asumida incapacidad de incidencia: desaparición de la red de cines parroquiales y de centros educativos, casi nula actividad en la producción de contenidos y muy limitada capacidad de acción pastoral en este sector.

Volviendo al panorama mundial se detecta el crecimiento de la demanda espiritual que en algunos casos y públicos se convierte en directamente religiosa. Lo ocurrido con El gran silencio (2005) de Philip Gröning es el síntoma de un nuevo paradigma en la demanda de contenidos espirituales y confirma la consolidación de tendencia en los últimos años que indica que a nivel mundial se multiplican las iniciativas de producción, distribución, exhibición y pastoral de temas relacionados también con los ministros ordenados de las distintas Iglesias y confesiones cristianas así como los líderes religiosos en general.

Peio Sánchez ([email protected])Departamento Cine Arzobispado Barcelona

Semana Cine Espiritual

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“RENUEVA EN SUS CORAZONES EL ESPÍRITU DE SANTIDAD”

(cf. PDV 33)

1.- INTRODUCCIÓN: La súplica de la Iglesia en la Plegaria de Ordenación de los Presbíteros.

La expresión “Renueva en sus corazones el Espíritu de santidad” (innovare in visceribus eorum Spiritum sanctitatis), que da título a estas Jornadas y particularmente a esta conferencia, se cita en el texto de la Exhortación Pastores Dabo Vobis nº 33, objeto de nuestra reflexión. Es el texto con el que concluye el capítulo tercero titulado “El Espíritu del Señor está sobre mí”, que trata de la vida espiritual del sacerdote como una vocación específica a la santidad.

No es una expresión original del Beato Juan Pablo II, sino que cita las palabras del Rito de la ordenación de los presbíteros, centrales en la fórmula sacramental: “Te pedimos, Padre todopoderoso, que confieras a estos siervos tuyos la dignidad del presbiterado; renueva en sus corazones el Espíritu de santidad; reciban de Ti el segundo grado del ministerio presbiteral, y sean, con su conducta, ejemplo de vida”.1

Es la traducción castellana del original latino, que se usa en la liturgia romana desde el siglo V, tal como aparece en el Sacramentario Veronense. Se trata, por tanto, de una venerable fórmula eucológica central para la ordenación y comprensión teológica del presbiterado en el rito romano: “Da, quaesumus, omnipotens Pater, in hos fámulos tuos presbyterii dignitatem; innova in visceribus eorum Spiritum sanctitatis; acceptum a te, Deus, secundi meriti munus obtineant, censuramque morum exemplo suae conversationis insinuent”.

Estas palabras esenciales en la Plegaria de Ordenación de los Presbíteros, están inspiradas en el Salmo 50. El obispo al proclamar la Epíclesis no emplea la denominación habitual Spiritus Sanctus sino Spiritus sanctitatis. ¿Qué significa esta expresión?

Esta petición es la confluencia de dos versículos tomados del salmo 50: “Oh Dios crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme… no me quites tu santo espíritu”.2

El salmista pide a Dios la nueva creación de toda su persona, de su interior destruido por el pecado. Considera el corazón como el centro simbólico del ser humano. El hombre por sí solo no puede procurarse un nuevo corazón por ningún medio, mediante ningún rito o comportamiento. Necesita la acción creadora de Dios. Por eso, después de pedir la recreación de un corazón puro, pide un espíritu firme, santo, generoso. Este es el espíritu de santidad que hace santa la vida humana y garantiza la comunión del hombre con Dios.3

1 Pontifical Romano reformado por mandato del Concilio Vaticano II, promulgado por Su Santidad el papa Pablo VI y revisado por Su Santidad el Papa Juan Pablo II, aprobado por la Conferencia Episcopal Española y confirmado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Ordenación del Obispo, de los Presbíteros y de los Diáconos. Segunda edición, Barcelona 1998, 128.2 Sal 50, 12-13: Cor mundum crea in me, Deus, et spiritum firmum innova in visceribus meis. Ne proicias me a facie tua et spiritum sanctum tuum ne auferas a me. El estudio básico para el análisis bíblico de la expresión Spiritus sanctitatis ver: G. FERRARO, Le preghiere di ordinazione al Diaconato, al Presbiterato e all’Episcopato al Diaconato, al Presbiterato e all´Episcopato, Napoli 1977, 124-128. 3 La interrelación entre el tema del corazón y el espíritu, en este salmo, está en estrecha conexión con el tema de la nueva alianza en los profetas Jeremías y Ezequiel. Cf. Jr 31,31-34: Habla de ley y corazón. Para Jeremías la nueva alianza consiste en la interiorización de la religión. Lo que era ley externa se convierte en

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El Espíritu que se pide en la plegaria es un don de Dios que renueva (innovare) el interior del candidato al presbiterado. Es un don de Dios porque procede de Dios Padre y es El quien lo infunde sobre el ordenando. Así lo desarrolla el número que estudiamos de la Pastores Dabo Vobis: no faltará nunca al sacerdote la gracia del Espíritu Santo, como don totalmente gratuito y como mandato de responsabilidad. La conciencia del don infunde y sostiene la confianza indestructible del sacerdote en las dificultades, en las tentaciones, en las debilidades con que puede encontrarse en el camino espiritual” (PDV 33).

Para comprender el significado de esta expresión, es importante destacar el contexto litúrgico en el que se proclama. El depositum euchologicum es enseñanza de la Iglesia propuesta para la vida de los fieles, porque contiene el depositum fidei reflexionado en la teología. De tal forma que vincula inevitablemente liturgia y teología. La liturgia es la mejor cátedra de enseñanza para sentir cum Ecclesia.4

La liturgia es algo más que un locus theologicus al que acude la teología como acude a otras fuentes. Los textos eucológicos de la litugia (lex orandi) expresan los contenidos perennes de la revelatio que se convierte en traditio (lex credendi) para la vida de los fieles (lex vivendi). Desde este presupuesto, quisiera comentar algunos aspectos inherentes al texto de la Plegaria de Ordenación de los Presbíteros del Rito Romano, porque en ella se descubre las claves teológicas y espirituales propias de esta venerable tradición romana. Como dice un autor, si bien es cierto que las liturgias de ordenación no pretenden formular una teología del ministerio, es igualmente constatable que a través de sus plegarias y acciones nos es dado captar lo que la Iglesia vive, siente e intuye acerca de sí misma y también acerca del ministerio. El carácter oracional, supraconceptual y evocador de la liturgia es especialmente apto para expresar una acción fundamental de la Iglesia en la cual ésta manifiesta su ser, su creer y su orar.5

El contenido de estos textos de ordenación es una síntesis de la reflexión teológica sobre el ministerio presbiteral, en las que se ofrece a modo de ejemplo, modelo o paradigma lo que cada Iglesia quiere, pide y desea que sea el presbítero.6 El modelo o paradigma del presbítero está condensado en estos formularios litúrgicos, pero debe ser desentrañado de este marco conceptual para hacerse vida en su ministerio. Por tanto, hay que analizar los datos teológicos que in nuce están condensados en los textos de ordenación para mostrar posteriormente in luce la teología del presbítero.

un don de Dios inscrito en el corazón nuevo de los creyentes. Ez 36, 25-28 habla de espíritu y corazón. El espíritu es el principio de renovación interior y arrepentimiento del corazón que hace al hombre capaz de observar la ley de Dios.4 Afirmación con la que se inicia el artículo de A. M. TRIACCA, «Presbyter: Spiritus Sancti Vas. Modelli di presbitero testimoniati dall'eucologia. (Approccio metodologico alla lex orandi in vista della lex credendi), en La formazione al sacerdozio ministeriale nella catechesi e nella testimonianza di vita dei Padri , ed. S. Felici (Biblioteca di Scienze Religiose 98), Roma 1992, 193: La liturgia è la migliore cattedra d'insegnamento per apprendere a "sentire cum Ecclesia".5 A. M. TORTRAS, <El ministerio a la luz de las liturgias de ordenación: perspectivas teológico-eclesiales>, en Estudios Eclesiásticos 60 (1985) 412.6 Ver los interesantes estudios de P. F. BRADSHAW, Ordination Rites of the Ancient Churches of East and West, New York 1990 ; y los tres tomos de J. E. PUGLISI, The process of admission to ordained ministry. A Comparative Study, Collegeville-Minnesota 1996-2001. El documento ecuménico firmado en Lima en 1982 titulado « Bautismo, Eucaristía, Ministerio » (=BEM) señala desde su comienzo la necesidad de estudiar el tema del ministerio ordenado en el diálogo interconfesional. Al plantear el tema del ministerio ordenado dice ya en los inicios: <se dan diferencias respecto al modo de ordenar la vida de la Iglesia. Estas diferencias se notan más en concreto al considerar el lugar y las formas del ministerio ordenado> (Prefacio,nº 6), que desarrollará en la tercera parte del Documento (Enchiridion Oecumenicum, ed. A. González Montes, 1. Relaciones y documentos de los Diálogos interconfesionales de la Iglesia Católica y otras Iglesias Cristianas y Declaraciones de sus Autoridades (1964-1984). Con Anexos de Grupos no oficiales del Diálogo Teológico Interconfesional (= EO 1), Salamanca 1986, 913).

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Como indicación práctica para el mejor conocimiento de la Plegaria que vamos a a analizar, conviene tener en cuenta su lógica estructural. Podemos dividirla en cuatro partes bien delimitadas. La primera es la Anámnesis que, tras la invocación a Dios Padre, recuerda los mirabilia Dei de la historia de la salvación. El tiempo verbal está en pasado.

La segunda es la Epíclesis, es decir, la invocación del Espíritu Santo, que acontece en el aquí y ahora de la celebración litúrgica, para que descienda sobre el candidato. El tiempo verbal está en presente.

La tercera es la Aitesis, que significa súplica o petición, porque formula una serie de intercesiones dirigidas a Dios Padre que describen la misión y actitudes que han de caracterizar la vida y el ministerio del futuro presbítero. El tiempo verbal suele estar en subjuntivo, porque manifiesta, en forma de deseo, el futuro del candidato.

Por último, la Doxología concluye la oración con una alabanza a la Trinidad típicamente romana.

La Plegaria de ordenación de los presbíteros tiene una lógica temporal interna que la sitúa en la historia de la salvación: Ya en la Primera Alianza (Iam in priore Testamento)… En la plenitud de los tiempos (Novissime)… Ahora (Nunc)… en tu Reino (in Regno). La celebración litúrgica de la ordenación es el momento actual, el hodie de la historia de la salvación, en la que el don del Espíritu Santo capacita al candidato para ser ministro y continuar la misión de Jesucristo, Apóstol y Sacerdote.

2.- EL MINISTERIO PRESBITERAL PROCEDE DE DIOS

Para comprender las claves esenciales del ministerio presbiteral conviene recordar constantemente la bella liturgia de la ordenación presbiteral. En sus gestos y textos se condensa de manera extraordinaria las claves fundamentales de la espiritualidad presbiteral.

2.1.- AcercaosCuando el sacerdote designado proclama en alta voz Acercaos los que vais a ser

ordenados…, hemos de ver en estas palabras la llamada de la Iglesia al candidato que va a ser ordenado. No es el ordenando el que hace una petición personal en público, sino Dios mismo quien le llama a través de la Iglesia. A través del lenguaje ritual de la liturgia se expresa nuevamente que es Dios quien elige y llama: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). La vocación sacerdotal no es algo propio; es una elección del Señor.

El obispo, que en la sucesión apostólica preside la Iglesia reunida y tiene el carisma del discernimiento, hace la comprometida pregunta que a todos nos sobrecoge, porque somos conscientes de nuestra miseria y poquedad: ¿Sabes si son dignos? No pregunta por una dignidad de honor o poder. No se trata de noblezas o privilegios. Simplemente quiere asegurarse ante el pueblo de Dios allí presente, que la vida del candidato se corresponde con el ministerio al que es llamado: representar sacramentalmente a Jesucristo. Esta pregunta ritual ya ha sido contestada por el pueblo en los informes previos a la ordenación, pero permanece como testimonio ritual de la aceptación del pueblo de Dios a sus ministros. Ha sido presentado por el pueblo de Dios ante su obispo para ser examinado en su conducta de vida. El candidato a la ordenación no se presenta, es llamado.

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2.2.- ¡Estoy dispuesto!Ante la llamada sacramental que Dios le hace, ha de manifestar su respuesta

libre y personal como aquellos doce apóstoles a Cristo. La expresión Adsum!, ¡presente!, ¡aquí estoy! es la respuesta del que se muestra disponible a la llamada de Jesús, del que está dispuesto a estar con Él, del que está preparado para ser enviado por Él. Más allá de una fórmula burocrática, es la profesión pública de una disposición interior, que se va confirmando progresivamente en el interrogatorio posterior: ¡Sí, estoy dispuesto! La respuesta del presbítero a la llamada de Dios, recibida por medio de la Iglesia, es la disponibilidad, que nace de un corazón libre y humilde.

En la posterior Plegaria de Ordenación de los presbíteros, el Obispo se dirige a Dios Padre para invocar el Santo Espíritu sobre cada uno de los candidatos. Pero en esta venerable plegaria de la Iglesia se expresa también la convicción de que es Dios Padre quien nos llama al ministerio presbiteral; más aún, es Él quien ha previsto en su designio salvífico la existencia de este ministerio para bien de su pueblo.

Dios Padre es considerado la fuente y el origen de todo cuanto existe. Es el omnipotente y el omnisciente. El omnipotente, porque es el Creador y el Dueño de cuanto existe; también la fuente y el origen de los diversos ministerios. El omnisciente, porque en su presciencia divina crea y distribuye los ministerios existentes en la historia de la salvación a favor de su pueblo. Tal vez nos pueda sorprender esta afirmación, pero Dios Padre aparece en esta magna oración de la Iglesia como el autor y el distribuidor de los ministerios.

Desde el comienzo de la oración se relaciona a Dios Padre con la creación. Aparece como el Dios Creador del mundo. El desarrollo y consolidación del mundo es obra de la sabiduría divina. Una idea de fuerte tradición bíblica que aparece expresada en los libros sapienciales en los que se identifica la Sabiduría con la actividad creadora de Dios y con la divina providencia7. Es importante descubrir este aspecto dinámico de Dios que se revela no sólo por su acción divina en el mundo, sino también en el interior de la Trinidad. El Padre es el principio divino de la misión y de la unidad de la Trinidad; es la fuente dinámica de la Trinidad y de toda la historia de la salvación.

Dios es reconocido también, como el creador del hombre y de quien procede la dignidad humana (humanae dignitatis auctor). Es el autor y dador de la vida, por tanto, de quien procede el ser humano.

Dios aparece como quien dispone la existencia de los diversos órdenes de ministros. Subyace en esta idea el sentido de una realidad organizada y ordenada por el mismo Dios. Los diversos ordines de ministerio obedecen a un designio organizado, pensado, reglado por Dios mismo8.

Dios es el distribuidor de todos los carismas (distributor omnium gratiarum)9. En su designio salvífico, Dios ha dispuesto la existencia de carismas y ministros destinados al bien de su pueblo, ordenados al designio salvífico y es aquí donde se establece la relación entre Dios Padre y el presbítero. Dios es el autor y el creador del sacerdocio. Dios ha querido que existiese servicio sacerdotal en su pueblo en su peregrinar histórico. Por eso, ya en la Primera Alianza, Dios dispuso hombres dedicados al pueblo para realizar la

7 Sab 7, 27; 8, 1; Sal 104, 30.8 Esta idea aparece también en numerosos textos litúrgicos. Ver: A. Blaise, A. DUMAS, Le vocabularie latin des principaux thèmes liturgiques, Turnhout 1966, 139.9 La actual oración de ordenación de los diáconos comienza llamando a Dios gratiarum dator, ordinum distributor officiorumque dispositor. Son expresiones diferentes con el mismo contenido de la plegaria que analizamos (Pontificale Romanum ex decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II renovatum auctoritate Pauli PP. VI editum Ioannis Pauli PP. II cura recognitum. De ordinatione Episcopi, Presbyterorum et Diaconorum, editio typica altera, Città del Vaticano 1990, 207).

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función sacerdotal, los cuales eran sombra, tipos, del sacerdocio de la Nueva Alianza. Aparecen Moisés y Aarón como figuras elegidas por Dios para gobernar y santificar a su pueblo, y Dios es el transmite su misión en los setenta varones colaboradores de Moisés y en los hijos de Aarón. Todo es obra de Dios. Es Él también quien envía al mundo a su propio Hijo, Apóstol y Sumo sacerdote (Hb 3,1). Y este nuevo sacerdocio, inaugurado por Cristo, se continúa en los Apóstoles y posteriormente en sus colaboradores, vinculados a la obra de los Apóstoles por voluntad divina.

Es importante destacar el aspecto relacional entre Dios y el presbítero tal como aparece en el contenido de la plegaria analizada. Los verbos aplicados a Dios indican que dispone, envía, agrega… El presbítero es un hombre llamado, elegido y dispuesto por Dios para formar parte de su designio divino y colaborar en su obra salvadora.10

La parte central de la epíclesis comienza invocando a Dios que conceda al candidato “la dignidad del presbiterado”. Además indica la nueva condición que caracteriza al presbítero tras la donación transformante del Espíritu invocado sobre él. Es la nueva realidad del presbiterado, diversa de la situación anterior, que procede de Dios mismo.

La invocación epiclética por parte del obispo presupone, en fe y confianza, la donación del Espíritu en el candidato. Dios concede el don del Espíritu al candidato. Se trata de una nueva donación del Espíritu, por eso se emplea el verbo innovare, exigida por el nuevo sacramento que transforma y capacita al ordenado para su nueva misión presbiteral.

Comprendido así, el ministerio presbiteral no es fruto de la casualidad o, incluso, resultado del simple devenir histórico de la Iglesia. Es un servicio querido por Dios para cuidar de su pueblo.

Desde esta convicción espiritual de la Iglesia, la elección y llamada al ministerio presbiteral se debe a una disposición de la voluntad divina. No podemos comprender su sentido y existencia desde los puros razonamientos humanos o históricos, siempre tan empíricos y utilitaristas. El ministerio presbiteral es un misterio que nos trasciende.

La tradición bizantina da especial importancia a la proclamación inicial del rito de ordenación en el que se afirma que es la gracia divina quien designa al candidato: “La gracia divina que siempre sana lo que esta enfermo y suple lo que falta elige a N., diácono amadísimo de Dios, como presbítero. Oremos pues por él para que descienda sobre él la gracia del Todosanto Espíritu”.

En este hermoso texto, presente en la mayor parte de las liturgias orientales, se afirma la convicción eclesial de que es Dios mismo quien elige, llama y designa al candidato a la ordenación presbiteral. Es la “gracia divina” quien elige; pero también quien sana las debilidades y quien suple las deficiencias del elegido. Dios Padre conoce bien nuestra masa, es consciente de las imperfecciones de sus criaturas… por eso, sana y completa, por medio del Espíritu Santo derramado en la persona del candidato, lo que va a necesitar en su ministerio.

3.- ORDENADO POR LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

Los presbíteros son ungidos por el Espíritu Santo para ser enviados a prolongar la misión encomendada por Jesucristo. Su ministerio presbiteral sólo se entiende a la luz del ministerio mesiánico de Jesucristo, prolongado en el ministerio de los apóstoles.

10 B. BOTTE, “La formule d'ordination ‘la grace divine’ dans les rites orientaux”, en L’Orient Syrien 2 (1957) 285-296.

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En la liturgia de la ordenación hay un gesto esencial que nos recuerda el don del Espíritu Santo sobre el ordenando. El obispo impone sus manos sobre la cabeza del candidato en silencio, y tras él todos los demás presbíteros presentes. En el caso del diácono es solamente el obispo que preside; en la ordenación episcopal son todos los obispos presentes. Este gesto epiclético manifiesta que hay una transmisión del Espíritu. Por la imposición de las manos del obispo sobre la cabeza del ordenando y la plegaria de la Iglesia se confiere la gracia del Espíritu Santo necesaria para el ejercicio del ministerio presbiteral. Por tanto, también el presbítero es ungido por el Espíritu de Dios y capacitado para la misión que le encomienda.

El texto de la Plegaria de ordenación de los presbíteros enriquece y complementa este gesto ritual expresando los motivos de tal invocación y donación del Espíritu: “Te pedimos, Padre todopoderoso, que confieras a estos siervos tuyos la dignidad del presbiterado; renueva en sus corazones el Espíritu de santidad; reciban de ti el segundo grado del ministerio sacerdotal y sean, con su conducta, ejemplo de vida”. Dios Padre, que dispuso la existencia de ministros ordenados para la edificación de la Iglesia, es el principio fontal del presbiterado. Es Él quien elige a los presbíteros y quien, por la fuerza de su Espíritu, los convierte en ministros ligados sacramentalmente a Jesucristo para ser servidores y continuadores del sacerdocio apostólico. Por medio del Espíritu recibido en el sacramento del Orden, los presbíteros son configurados a Cristo, Apóstol y Sumo Sacerdote, de forma que participan ministerialmente de su consagración y misión.

El obispo invoca el don del Espíritu Santo para que descienda sobre el candidato como una donación gratuita por parte de Dios Padre. Se afirma, de este modo, el carácter carismático del ministerio presbiteral para expresar que es un carisma particular del Espíritu, un don espiritual al servicio del Pueblo de Dios, y no simplemente una función sociológica.

A lo largo de toda la oración, el candidato está arrodillado en silencio, expresando con esta actitud su disposición humilde y su unión orante con el obispo para suplicar el don del Espíritu sobre él. Ya había recibido anteriormente el Espíritu como don personal y permanente en la iniciación cristiana; ahora lo recibe de nuevo con el fin de ser capacitado para participar del sacerdocio ministerial de Cristo Cabeza y Pastor, y santificar su vida. Por eso, se pide que renueve en él el Espíritu de santidad.

Este Espíritu de santidad recibido en el sacramento del Orden garantiza la presencia del Espíritu de Dios en la vida y en el ministerio el presbítero. Tal presencia no es mero don estático, sino fuente dinámica y vitalizadora que actúa en el presbítero y, por medio de él, santifica a la Iglesia y a todos los hombres en su peregrinar histórico hacia la plenitud del Reino de Dios. Sólo con la gracia del Espíritu Santo fructifica el anuncio del Evangelio en el corazón de los hombres; y gracias a la fuerza del Espíritu, los sacramentos actualizan y comunican la salvación ofertada por Dios en Cristo.

La dignidad del presbiterado a la que se alude la Plegaria, no re refiere a la dignidad de un honor o privilegio, sino que se trata de una dignidad sacramental. El sentido primigenio del término dignitas hacía referencia al antiguo cursus gradual de las órdenes sagradas y, por tanto, al sentido de promoción que adquirían. Sin embargo la dignidad del presbiterado se fundamenta en la llamada de Dios y en el don del Espíritu recibido por medio de la ordenación. Es el Espíritu de Dios quien elige, capacita, santifica y perfecciona la pequeñez del siervo llamado al ministerio presbiteral. La invocación del Espíritu condiciona la vida del presbítero, no sólo en la celebración litúrgica de la ordenación, sino en toda su misión presbiteral. Su ministerio es epifanía de la epíclesis central de la ordenación. Toda su vida y todo su ministerio es epiclética.

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El presbítero ha recibido el mismo Espíritu de Jesús y ha sido enviado a su misma misión. El don recibido gratuitamente, por pura generosidad del Padre, le capacita para vivir su ministerio. Para realizar esta misión, no puede confiar en sus solas fuerzas humanas, sino que ha de dejarse conducir –como Jesús- por la fuerza del Espíritu.

Podríamos establecer tres momentos consecutivos en los que se advierte el protagonismo particular del Espíritu Santo.

- En primer lugar, el candidato es elegido por la acción del Espíritu. - En segundo lugar, en la epíclesis de las plegarias se invoca el don del Espíritu

Santo para que descienda sobre el candidato como una donación gratuita por parte de Dios Padre. Se afirma, de este modo, el carácter carismático del ministerio presbiteral para expresar que es un carisma particular del Espíritu, un don espiritual al servicio del Pueblo de Dios, y no simplemente una función sociológica. El mismo gesto de la imposición de manos manifiesta que hay una transmisión del Espíritu. Este es el misterio que acontece en el sacramento de la ordenación presbiteral, celebrado siempre en el contexto eucarístico: por la imposición de las manos del obispo sobre la cabeza del ordenando y la plegaria de la Iglesia se confiere la gracia del Espíritu Santo necesaria para el ejercicio del ministerio presbiteral.

El Espíritu Santo es la fuerza, la gracia, la fuente dinámico y vitalizadora a través de la cual (per) se realiza la voluntad divina, en este caso a favor del candidato al presbiterado. Este lo había recibido anteriormente como don personal y permanente en la Iniciación cristiana; ahora lo recibe de nuevo con el fin de ser capacitado para participar del sacerdocio ministerial de Cristo Cabeza y Pastor, y santificar su vida11.

- En tercer lugar, el Espíritu Santo capacita, perfecciona, santifica al ordenado. Por eso, la epíclesis es el eje sobre el que se vertebra el ministerio presbiteral, no sólo en la celebración litúrgica de la ordenación sino en toda su misión presbiteral; de modo que su ministerio es epifanía de la epíclesis esencial de la ordenación. Toda la acción ministerial del presbítero es epiclética.

Al estar colmado del Espíritu de Dios, el presbítero se convierte en vas Spiritus Sancti (recipiente del Espíritu Santo) y difusor de ese mismo Espíritu y de sus dones12

Como persona “santificada”, “consagrada” por el Espíritu, inicia un nuevo estado de vida. Los presbíteros, como ministros de Cristo, santificados por el don del Espíritu Santo y llamados a santificar a su pueblo y proclamar su mensaje por toda la tierra, son hombres del Espíritu13

11 G. FERRARO, Le preghiere di ordinazione, 128: Lo Spirito, nel centro della preghiera di consacrazione, viene dunque invocato e donato per creare nei candidati la realtà di presbiteri, di anziani per dare loro il sacerdozio di secondo grado costituendoli collaboratori dei vescovi nel triplice compito di governare la comunità cristiana, di offrire il culto a Dio e di celebrare i sacramenti, di annunciare l'evangelo . Esta idea se completa y aclara con las palabras del BEM: La ordenación es un signo de que el Señor, que confiere el don del ministerio ordenado, ha concedido lo que se pedía en la oración. Aunque la eficacia de la epíklesis eclesial depende de la libertad de Dios, la Iglesia ordena con la confianza de que Dios, que es fiel a su compromiso en Cristo, irrumpe sacramentalmente en las formas contingentes e históricas de relación entre los hombres, y las utiliza para sus fines. La ordenación es un signo realizado en la fe de que la relación espiritual que se significa está presente en, con y por las palabras pronunciadas, los gestos que se han hecho y las formas que se han empleado (928).12 A. M. TRIACCA, Presbyter: Spiritus Sancti, 211-215. Este artículo analiza una interesante expresión de la plegaria de ordenación de los presbíteros contenida en el Testamentum Domini aplicada al presbítero: ut sit vas tui Spiritus sancti (Testamentum Domini nostri Iesu Christi nunc primum edidit, latine reddidit et illustravit, ed. I. Rahmani, Moguntia 1899, 69). El presbítero es considerado un recipiente (vas) que contiene el Espíritu de Dios; por tanto, el Espíritu Santo es constitutivo ontológico del presbítero.

13 P. JOUNEL, La nouvelle édition typique du rituel des ordinations», en La Maison-Dieu 186 (1991) 18-22.

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4.- PARA CONTINUAR LA MISIÓN DE CRISTO

La Plegaria de ordenación de los presbíteros define al presbítero como un ministro de Jesucristo. Al designar al presbítero como un ministro de Cristo se retoma la conocida expresión paulina, tan apreciada por la tradición litúrgica: “ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios” (1 Cor 4,1). El término latino minister denomina a quien realiza un ministerium, y procede de minus, que se traduce por el menor, el que es menos, el servidor. En contraposición a magister, que denomina a quien ejerce un magisterium, y procede de magis, que significa el mayor, el que es más, el superior o el maestro. La tradición litúrgica ha privilegiado los términos minister y ministerium para aplicarlos a las personas que realizaban un servicio en la Iglesia, sobre todo, litúrgico. El presbítero es considerado un servidor de Jesucristo, que prolonga la misma misión de Jesucristo, encomendada a los Apóstoles, continuada por los Obispos y, en colaboración necesaria con ellos, realizada también por los presbíteros (LG 28).

La ordenación presbiteral configura al candidato con Cristo para vivir en comunión con Él. La expresión “configurado con Cristo” es una expresión muy querida y usada por el magisterio eclesiástico actual. El sacramento del Orden configura al sacerdote con la persona de Cristo Profeta, Sacerdote y Pastor, por eso participa en su función profética, sacerdotal y pastoral. Obra, por tanto, in persona Christi, es decir, en la persona de Cristo, como embajador de Cristo, como si Dios hablara y actuara por medio de él (2 Cor 5,20). El presbítero está configurado a Cristo por el sacramento del Orden para ser representación sacramental de Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia. No es un simple representante de la Iglesia en el mundo, sino el representante de Cristo ante la Iglesia. Junto con la Palabra y los sacramentos, el sacerdocio pertenece a los elementos constitutivos de la Iglesia.

El presbítero es un servidor, que ejerce el ministerio de la representación sacramental de Jesucristo en favor del pueblo de Dios. Este servicio de “representación” propio del ministerio sacerdotal es necesario y constitutivo de toda celebración litúrgica. No hace las veces de Cristo o lo representa como si éste estuviese ausente; sino como el signo de Cristo presente y operante. El presbítero se convierte en signo sacramental de Cristo presente por el don del Espíritu Santo recibido en la ordenación. De este modo puede representar sacramentalmente a Jesucristo y a su Cuerpo, la Iglesia.

4.1.- In persona Christi CapitisPor tanto, si representa a Cristo ha de estar en comunión de vida y misión con

Jesucristo. Esto es lo que significa la tradicional expresión teológica: “in persona Christi Capitis”. Si los sacerdotes son embajadores de Cristo, sus palabras son pronunciadas con la misma eficacia que las palabras de Cristo, y sus gestos sacramentales son realizados con la misma eficacia que los signos de Jesús. Este es el fundamento de la naturaleza sacramental del sacerdocio cristiano vinculado, por el sacramento del Orden, a la persona del sacerdote.

La Constitución Sacrosanctum Concilium afirma que Cristo está presente en la persona del ministro que preside la celebración litúrgica (SC 7), y el decreto Presbyterorum Ordinis declara que los presbíteros están identificados con Cristo Sacerdote, de tal manera que pueden actuar como representantes de Cristo Cabeza (PO 2). La doctrina conciliar recuerda que Cristo ha querido servirse de la mediación de los ministros ordenados para realizar su obra santificadora. Él es el verdadero sacerdote de toda celebración; y ha querido visibilizar su acción salvadora por el ministerio de

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quienes han recibido una configuración especial con Él en el sacramento del Orden. Él es quien bautiza; Él es quien perdona, etc. a través del ministerio sacerdotal. Por tanto, el sacerdote es signo sacramental de Jesucristo, quien hace las veces de Cristo, quien ocupa el lugar de Cristo, quien personifica a Cristo. Son diversas expresiones empleadas en los documentos magisteriales actuales para indicar la misma realidad.

El presbítero no habla ni actúa a título personal; es signo eficaz de la presencia de Cristo, porque está capacitado por el Espíritu Santo para realizar lo mismo que Jesús hizo y encargó a sus discípulos que hicieran en memoria de él. Así aparece en algunas expresiones litúrgicas, especialmente en algunos momentos en los que el sacerdote habla en primera persona. El ejemplo más claro son las palabras de la consagración eucarística. El presbítero dice: “Esto es mi Cuerpo… mi Sangre…” El posesivo “mi” no se refiere al sacerdote que lo pronuncia, sino a Cristo. Sin embargo, el presbítero, que hace presente a Cristo y ocupa el lugar que ocupó un día Cristo, le presta su voz y toda su persona para que pueda continuar actualizando el misterio de la salvación.

4.2.- In nomine EcclesiaePrecisamente porque representa a Cristo Cabeza, el presbítero está llamado a

representar a su Cuerpo: la Iglesia, especialmente en la celebración litúrgica. El presbítero, por tanto, visibiliza sacramentalmente la presencia de Cristo, Cabeza de la comunidad, y actúa sacramentalmente también en nombre de todo el Pueblo santo, en nombre y representación de la Iglesia.

La asamblea litúrgica es el primer signo o “sacramento” de la presencia de Cristo en su Iglesia (Mt 18,20). El presbítero “hace las veces de Cristo” encarnado en el seno de la Iglesia. Es miembro de la comunidad eclesial y ejerce una misión sacramental recibida en ella. Por la ordenación, el presbítero representa a la Iglesia, habla y actúa en su nombre –“in nomine Ecclesiae”. No actúa aislado sino unido a la comunidad eclesial y para su edificación. Su condición pastoral le hace estar pendiente del cuidado y guía del pueblo a él confiado; su condición profética le urge a anunciar el Evangelio entre los suyos y custodiar la enseñanza de la Iglesia; su condición sacerdotal le capacita para representar a su pueblo en la oración y el sacrificio ofrecidos al Padre.

No es una simple delegación jurídica de la comunidad eclesial, es una configuración sacramental a Cristo, por el Espíritu Santo recibido en el sacramento del Orden, y una capacitación sacramental para representar a su Cuerpo, la Iglesia, en la liturgia. De nuevo, quien representa sacramentalmente a Cristo ha de realizar lo que quiso Cristo, conforme a su libre y divina voluntad. Quién está puesto al servicio de su Iglesia, ha de realizar lo que quiere la Iglesia. Es una intención evidente e imprescindible en todo presbítero.

El presbítero es llamado por Dios al humilde servicio de la representación sacramental de Jesucristo y de su Cuerpo, la Iglesia. Para realizar esta misión es necesario que el presbítero sea consciente de su condición de siervo y servidor. Son dos acepciones diferentes que reclaman un mismo significado. El presbítero se define como siervo ante Dios. Contrasta la humildad y pequeñez del siervo frente a la grandeza de Dios y la dignidad del sacramento recibido. Esto es lo quiere expresar la postración en el suelo durante el canto de las letanías de los santos. Pero la ordenación presbiteral hace del siervo un ministro al frente de un ministerio, un servidor para un servicio y una misión. El presbítero no puede olvidar la enseñanza de Jesús a sus discípulos: “no he venido a ser servido, sino a servir”. Esta ha de ser la lógica que inspire la llamada al ministerio y su entrega de vida. Sin olvidar que la condición vital para el servicio es la humildad del siervo.

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4.3.- Sacerdocio apostólicoLa liturgia de ordenación subraya la participación especial del ministerio

presbiteral en el sacerdocio y misión de Cristo.Cristo es denominado en la Plegaria de ordenación como Apóstol y Sumo

Sacerdote (Heb 3,1). Siguiendo su etimología bíblica, el término Apóstol significa enviado. La Plegaria de ordenación menciona a Moisés y Aarón como enviados de Dios para regir y santificar a su pueblo. Éstos son simples hombres; Jesús es el Hijo de Dios, Palabra y revelación del Padre. Su misión es anunciar el Reino de Dios, el Evangelio de la salvación, que es Él mismo: su persona, sus obras y sus palabras. Jesús es el Apóstol y la Palabra del Padre; en Él se identifican Palabra y Enviado. Cristo es denominado también como Sumo Sacerdote (Pontifex). Al ofrecerse a sí mismo al Padre, se convierte en Víctima y Sacerdote. En Él se identifican la ofrenda y el Sacerdocio. Nadie duda de su Sacerdocio único e irrepetible.

Jesús hizo partícipes de su misión a los Apóstoles, que se convierten en los continuadores de su misión de anuncio del evangelio y santificación de los hombres. Ambos aspectos presentados separadamente en la definición de Cristo son unificados en la novedosa expresión “sacerdocio apostólico”, que aparece, por primera vez, en un texto litúrgico de la Iglesia: “También ahora, Señor, te pedimos nos concedas, como ayuda a nuestra limitación, estos colaboradores que necesitamos para ejercer el sacerdocio apostólico”.

Los dos aspectos con los que la oración define a Cristo, -Apóstol y Sumo sacerdote-, son aplicados también a los apóstoles y a sus sucesores los obispos en el ejercicio del sacerdocio apostólico; que se prolongan también en el ministerio de los colaboradores de los Apóstoles y en los presbíteros.

El obispo, conscientes de su fragilidad y limitación para realizar la tarea del ministerio encomendado, pide a Dios Padre le conceda ayudantes, al igual que Dios concedió cooperadores a los Apóstoles. Por el sacramento del Orden, el presbítero es “habilitado” para continuar la misión de Cristo. Su participación en la misión de Cristo Apóstol y Enviado del Padre hace del presbítero un enviado de Cristo con la misión de anunciar a Cristo, Palabra del Padre revelada en el Evangelio. De tal forma que el presbítero, configurado sacramentalmente a Cristo Apóstol, es un apóstol del Apóstol.

El presbítero es configurado también a Cristo Sumo Sacerdote. De esta forma se convierte en sacerdote del Nuevo Testamento. Cristo es constituido Sumo Sacerdote por su obediencia filial al Padre y por su solidaridad con los hombres. Es Sacerdote y Víctima. De igual forma, el presbítero es sacerdote que ofrece en su sacrificio la única ofrenda agradable al Padre, que es Cristo, y se ofrece a sí mismo obedeciendo filialmente al Padre y asociando en sí a la humanidad. El sacerdocio ministerial del presbítero deriva de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. El presbítero es sacerdote del Sumo Sacerdote.

El presbítero es, por tanto, “apóstol” y “sacerdote” que participa, por el sacramento del Orden y como cooperador necesario, en el sacerdocio apostólico encomendado a los obispos.

4.4.- Cooperadores del Orden episcopalUna de las afirmaciones más claras y precisas que acentúa la actual liturgia de

ordenación presbiteral es la concepción del presbítero como cooperador del obispo. No se trata de una simple cooperación laboral o moral, ni de una mera delegación jurídica o simple acto de obediencia, sino de una cooperación sacerdotal que establece una unión sacramental entre ambos. No en vano las expresiones que se emplean en el texto de la Plegaria de ordenación refuerzan este carácter de cooperación entendida como unión (cooperadores, sean con nosotros, junto con nosotros…). Se emplea el plural para

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expresar la noción colegial del episcopado. El obispo habla como miembro del orden episcopal.

Por el sacramento del Orden los presbíteros están unidos a su obispo en íntima comunión sacramental, en un mismo sacerdocio diversamente participado, que hace de los presbíteros verdaderos hermanos y amigos de los obispos. Los presbíteros están unidos al obispo en la dignidad sacerdotal, que los obispos poseen en plenitud. Pero los obispos necesitan de los presbíteros para el ejercicio de las funciones ministeriales propias de su sacerdocio apostólico.

La unión y cooperación con el Orden episcopal se pone de manifiesto en la ritualidad y en las fórmulas textuales de la ordenación. Su ritualidad más evidente es el gesto de la imposición de manos. El obispo invoca el don del Santo Espíritu en la plegaria de ordenación y es el primero en imponer las manos sobre la cabeza del candidato, prolongada posteriormente por la imposición de manos de los presbíteros presentes. El presbítero es ordenado por el obispo.

En cuanto a los textos más referenciales de esta vinculación, cabe citar la primera de las preguntas que el obispo dirige al ordenando en el interrogatorio previo a la ordenación:

¿Estáis dispuestos a desempeñar siempre el ministerio sacerdotal con el grado de presbíteros, como buenos colaboradores del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor y dejándoos guiar por el Espíritu Santo?

Se insiste en la consideración del presbítero como cooperador del Orden episcopal para apacentar el rebaño del Señor, guiado por el Espíritu Santo. Antes de ser ordenado, acepta y se compromete a ser un fiel cooperador del Orden Episcopal; expresada, también, en el gesto ritual con el que finaliza el rito de la ordenación: El obispo da el ósculo de paz al neopresbítero significando con ello la aceptación del nuevo cooperador en su ministerio episcopal.

Sólo desde esta cooperación y unión sacramental se comprende el contenido de la expresión: segundo grado del ministerio sacerdotal. Con ella no se quiere reducir al presbítero a un simple grado eclesiástico o a un “secundario” ministerio, sino que su grado y servicio consisten en su ser ministerial, que sólo puede ejercerse cooperando “subordinadamente” con el obispo. Subyace en esta expresión un aspecto de gran importancia teológica en nuestros días: el ministerio presbiteral sólo tiene sentido en cooperación y unión con el ministerio episcopal.

La elección del candidato es obra de Dios; sin embargo es el obispo el que discierne y confirma quién es el elegido de Dios. En palabras tomadas de la tradición bizantina, el obispo designa ritualmente al designado por la gracia divina. Es el obispo quien asume la responsabilidad eclesial de confirmar la elección divina del candidato.

El obispo es también el ministro que administra este sacramento. La mediación episcopal se expresa en el gesto común de la imposición de manos y la oración que acompaña a este gesto ritual. El ministerio episcopal aparece como mediación sacramental necesaria para la existencia del presbiterado, y el ministerio presbiteral se ordena en vistas a la cooperación con el orden episcopal. Se advierte una cierta lógica que parte de la mediación sacramental en vistas a la cooperación ministerial.

Esta nota de mediación sacramental que atribuimos al obispo no debe interpretarse en clave de posesión o dominio de la gracia. El don espiritual recibido en la ordenación presbiteral no procede “del”, sino que acontece “mediante” el obispo. No se trata de un matiz de procedencia posesiva, sino de causa instrumental. Ciertamente esta gracia del Espíritu donada en la ordenación presbiteral no acontece sin la intervención o mediación del obispo.

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Por la ordenación, el ministerio presbiteral se inserta en la misión episcopal; se convierte en un cooperador necesario en su misión episcopal. Ser cooperador del orden episcopal significa que comparten la misma misión, aunque sea de forma secundaria o subordinada. La relación entre ambos no puede limitarse a un cumplimiento o imposición jurídica. Los ritos de ordenación denotan la intimidad existente entre ambos ministerios: su unión sacramental ha de ser comunión vital en su ministerio sacerdotal.

La finalidad de la mutua colaboración es el buen servicio y guía del pueblo de Dios: buenos colaboradores del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor. El ministerio presbiteral se ordena al crecimiento y edificación de la Iglesia. Las funciones presbiterales están al servicio de los fieles y el presbítero no puede ignorar este sentido eclesial de su ministerio. Es un elegido de entre el pueblo de Dios para servir al pueblo de Dios, como canta el Prefacio I de las Ordenaciones: Cristo, “con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión”.

Como receptor de la gracia divina en la ordenación, sabe que no es un don para sí mismo, sino que lo ha recibido en vistas a su misión pastoral para bien del pueblo. El no es el dueño ni el destinatario exclusivo de la gracia, sino el administrador de la Palabra de Dios y de los sacramentos a favor del pueblo santo. Él no recibe esta misión a título personal ni individualmente, sino que lo acoge en una Iglesia y en un presbiterio, presididos por un Obispo. La cooperación del presbítero con el Obispo garantiza la inserción de su ministerio en la misión de Cristo, encomendada a los Apóstoles y continuada por los obispos.

4.5.- Predicador del Evangelio (Praedicator Evangelii)

En la Plegaria de ordenación de los presbíteros aparace, por primera vez en la historia del rito romano, el elenco de las funciones o misiones propias del presbítero, que manifiestan su participación especial en el sacerdocio y misión de Cristo, y se orientan a la formación y santificación del Pueblo de Dios.

Es significativo que en el rito de la ordenación de los presbíteros, después de manifestar la disponibilidad a cooperar en la misión apostólica confiada al colegio episcopal, el obispo pregunta a los candidatos:

¿Realizaréis el ministerio de la palabra, preparando la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación y sabiduría?

Se especifica que el presbítero es ungido y enviado a anunciar el Evangelio a toda la creación y llevar a los hombres a la comunión con Dios. Según estas palabras el ministerium verbi del presbítero comprende la predicación del Evangelio y la enseñanza de la fe, “digna y sabiamente.

Anunciar el Evangelio. Los presbíteros, como ministros de Jesucristo, participan de la misión profética de Cristo y de la misión evangelizadora de los Apóstoles. Se convierten así en heraldos y pregoneros del Evangelio al servicio de los hombres.

Así lo afirma la tradición litúrgica de la Iglesia oriental y occidental, cuando en las plegarias de ordenación de los presbíteros consideran el anuncio del Evangelio como tarea prioritaria del presbítero. La invocación de la Plegaria de ordenación del rito romano no olvida esta misión presbiteral: “Sean honrados colaboradores del orden de los Obispos, para que por su predicación y con la gracia del Espíritu Santo, la palabra del Evangelio dé fruto en el corazón de los hombres y llegue hasta los confines del orbe”.

Estas palabras, apoyadas en la tradición bíblica y litúrgica, indican como misión primera del presbítero el anuncio del Evangelio, dirigido a todos los hombres, no sólo al

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pueblo cristiano. Se caracteriza por su universalidad. El anuncio del Evangelio suscita la fe y, por medio de ella, los hombres son atraídos hacia Cristo. No depende exclusivamente de la valía humana del evangelizador, sino que fructifica por la gracia del Espíritu Santo. Y este anuncio del evangelio es el principio de la vida de la Iglesia. La Palabra suscita, nutre, alimenta y edifica la Iglesia como Pueblo de Dios

Anunciar el Evangelio no consiste únicamente en la transmisión intelectual de un mensaje, sino que es “poder de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rm 1,16). El anuncio autorizado del presbítero está configurado como un ministerio que surge del sacramento del Orden y que se ejercita con la autoridad de Cristo. Es un ministerio sacramental, porque “a quien vosotros oye, a mi me oye” (Lc 10,16).

El anuncio del evangelio que impregna la actividad misionera de la Iglesia, se continúa también sacramentalmente en la proclamación de la Palabra Dios en la liturgia, porque, cuando se proclaman la Escritura en la liturgia, Dios mismo habla a su pueblo. En el corazón de la celebración litúrgica acontece el misterio de la actualización de la Palabra de Dios para su pueblo. Por eso, es una Palabra siempre viva y eficaz, siempre reveladora para quien la escucha como Palabra de salvación.

Y el anuncio del Evangelio se complemente y madura con la enseñanza y maduración en la fe.

Educar en la fe. El ministerio de la Palabra incluye la enseñanza de la fe, que clarifica y madura el primer anuncio a través de la catequesis y la instrucción cristiana. Cuando el obispo se dirige a los que van a ser ordenados presbíteros les recuerda que van a participar en la misión evangelizadora de Cristo Maestro, continuada por los Apóstoles y obispos. Además, establece una conexión entre el ministerio de la Palabra y su vida personal, parafraseando aquellas preciosas palabras de la oración Deus sanctificationum omnium de la antigua liturgia galicana: “Convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado”.

En estas palabras se expresa un aspecto de la espiritualidad presbiteral: la Palabra de Dios complica la vida del presbítero. El ministerio evangelizador del presbítero no puede comprenderse como una mera tarea funcional. Por su ministerio ordenado, en el que ha recibido el Espíritu de santidad, el presbítero se convierte en garante oficial y cualificado de la Palabra. No es el dueño de la Palabra, sino su servidor y administrador. No es el único interpretador de esta Palabra, sino un ministro partícipe de la autoridad profética de Cristo y de la Iglesia ante el pueblo de Dios. Su enseñanza y educación no consiste en repetir de memoria la doctrina revelada, sino en formar la inteligencia y la conciencia de los creyentes para que puedan vivir de forma coherente las exigencias de la vocación bautismal.

4.6.- Administrador de los sacramentos (Dispensator Mysteriorum Dei)En la Plegaria analizada, el Obispo pide a Dios Padre que los futuros presbíteros

sean fieles administradores de los misterios de Dios. Ya hemos señalado el origen bíblico de esta expresión con la que se denomina el ministerio litúrgico ejercido en la administración de los sacramentos propios de su ministerio presbiteral (1 Cor 4,1). El presbítero es considerado un administrador o dispensador, no el dueño o poseedor de los dones administrados. Estos dones son misterios “de Dios”, porque pertenecen a Dios. La finalidad del servicio presbiteral está dirigida a la santificación del Pueblo de Dios mediante la administración de los sacramentos propios y ordinarios del ministerio presbiteral.

Esta alusión al servicio sacramental del presbítero, evoca la pregunta que el obispo le hace al inicio del rito de ordenación: ¿Estáis dispuestos a presidir con piedad y

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fielmente la celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia?

El presbítero debe celebrar los misterios de Cristo con una doble finalidad: la alabanza de Dios y la santificación del pueblo cristiano. Y se hace una pregunta explícita sobre dos sacramentos, la Eucaristía y la Reconciliación, que debe celebrar piadosa y fielmente.

Los sacramentos ligados al ministerio presbiteral en la Plegaria de ordenación son cuatro: el bautismo, la eucaristía, la reconciliación y la Unción de los enfermos: “Sean con nosotros fieles dispensadores de tus misterios, para que tu pueblo se renueve con el baño del nuevo nacimiento y se alimente de tu altar; para que los pecadores sean reconciliados y sean confortados los enfermos.”

El primero en ser mencionado es el Bautismo. Se pide a Dios que su pueblo sea renovado por el baño del nuevo nacimiento (Tit 3,5-6). El bautismo es el primer sacramento de la iniciación cristiana, que introduce a los hombres en el Pueblo de Dios y renueva constantemente la Iglesia. Si el presbítero tiene como finalidad la formación de un pueblo sacerdotal, la administración del bautismo es esencial en su ministerio.

El segundo sacramento mencionado es la Eucaristía. Por medio de ella se nutre y alimenta el Pueblo de Dios. Como veremos más adelante, la eucaristía ha sido siempre el sacramento por excelencia del ministerio presbiteral.

En tercer lugar, se menciona el sacramento de la Reconciliación, por medio del cual son reconciliados los pecadores. El presbítero es un ministro de la misericordia divina, que reconcilia a los hombres con Dios y con la Iglesia, -como la propia fórmula del sacramento manifiesta-, gracias a la muerte y resurrección de Jesucristo. Pero el presbítero es también beneficiario de este sacramento haciéndose testigo de la misericordia entrañable de Dios por los pecadores.

En último lugar, se menciona el sacramento de la Unción de los enfermos. La unción con el óleo bendecido alivia la enfermedad y el dolor de los enfermos. La mención de este sacramento en la plegaria misma de ordenación recuerda al presbítero que, como ministro de Cristo, ha de servir también a los enfermos con los medios dispuestos por Él mismo, especialmente con el sacramento propio de la enfermedad. Su ministerio es una misión de consolación y misericordia para los que sufren, que son el rostro sufriente de Jesús.

4.7.- Implorante de la misericordia de Dios (Deprecator misericordiae Dei)La tercera y última de las funciones del presbítero mencionadas en la Plegaria de

ordenación es el ministerium orationis. Se pide que los presbíteros, unidos al orden episcopal, imploren la misericordia de Dios por el pueblo a ellos encomendado y por todo el mundo. El contenido de este párrafo está tomado casi literalmente del Decreto Presbyterorum Ordinis, que habla de los presbíteros como ministros de los Sacramentos y hace una mención especial al rezo de la Liturgia de las Horas. Para comprender mejor su contenido lo relacionamos con la novedosa pregunta añadida en la actual edición: ¿Estáis dispuestos a invocar la misericordia divinacon nosotros, en favor del pueblo que os sea encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer? Y posteriormente se dice en la Plegaria de ordenación: Que en comunión con nosotros, Señor, imploren tu misericordia por el pueblo que se les confía y en favor del mundo entero.

La oración presbiteral implora la misericordia de Dios por el pueblo a ellos confiado y por todo el mundo. No ora solamente por el Pueblo de Dios, sino por toda la humanidad. Su oración conlleva un marcado carácter de universalidad: por todos los hombres.

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Se potencia de este modo la figura orante del presbítero, que siguiendo el mandato del Señor y a ejemplo de los Apóstoles, se dedica asiduamente a la oración (Hc 6,4). Al ser constituido sacramentalmente en pastor del Pueblo de Dios ora al Padre por el pueblo a ell encomendado y por todos los hombres. Es una función intercesora y pastoral. Es, también, una misión encomendada por la Iglesia que manifiesta la naturaleza de la Iglesia en oración. El presbítero ora en nombre de la Iglesia, por la Iglesia, con la Iglesia y en la Iglesia, haciendo de su oración una ofrenda de alabanza y acción de gracias a Dios Padre.

La oración forma parte de la misión presbiteral encomendada por la Iglesia desde el mismo momento de su ordenación. Así aparece también en la ordenación de los diáconos y obispos. La oración, por tanto, está vinculada sacramentalmente al ministerio presbiteral. Y puede expresarse de muy diversas formas: desde la oración personal hasta la oración litúrgica.

La oración no puede convertirse en un deber ministerial, sino en un aspecto esencial de la vocación bautismal y presbiteral, que busca la alabanza de Dios y la intercesión por el mundo. La oración del presbítero a Dios Padre es parte de su ministerio pastoral. Por tanto, no puede vivirla como algo oneroso y extraño, sino como un aspecto de su dimensión sacerdotal y un medio de santificación personal.

La plegaria del presbítero no puede ser ajena a su realidad pastoral. Como ministro que representa a Cristo en medio de sus fieles, ha de sentir en su corazón de Buen Pastor la vida de aquellos a quien sirve. La oración presbiteral es reflejo de su caridad pastoral; en ella se expresa el amor del Buen Pastor por todos los hombres. La oración del presbítero ha de estar marcada por la realidad pastoral y social en la que vive. ¡Qué bien lo expresa el responsorio de las II Vísperas del Común de Pastores, refiriéndose al ministerio sacerdotal: Este es el que ama mucho a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.

La oración es parte integrante de la misión pastoral del presbítero. El ministerio pastoral se convierte, por tanto, en fuente espiritual. La oración y el apostolado del presbítero no son actividades distintas e independientes, sino dimensiones de una misma realidad. El presbítero ha de fundamentar su vida espiritual en el ejercicio de su ministerio.

El presbítero ora también en favor del mundo entero. Es decir, la oración del presbítero es una oración abierta y universal (católica), porque no se circunscribe al ámbito exclusivo de los bautizados en Cristo, sino que abarca a todos los hombres. Es una oración apostólica, porque refleja la caridad del Pastor Bueno que ama a todos y ora al Padre en favor de su pueblo y de todo el mundo. Esta dimensión cósmica hace de la oración presbiteral una alabanza universal a Dios por la universal salvación de todos los pueblos y manifiesta también la dimensión pública de su ministerio.

5.- AL SERVICIO Y EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA

La Plegaria de ordenación de los presbíteros señala que la finalidad última del presbiterado es la formación del pueblo de Dios, denominado en este texto como pueblo sacerdotal. Por un lado, es pueblo sacerdotal porque sus miembros son sacerdotes. Se trata del sacerdocio común o bautismal por el que todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo formando un pueblo sacerdotal y una nación santa. Por otro lado, está el sacerdocio ministerial, fruto del Espíritu Santo, que suscita en la Iglesia diversidad de carismas y ministerios dirigidos al servicio de Dios para formar, dirigir, animar y unificar su pueblo.

El presbítero recibe el sacerdocio ministerial como un don particular que le capacita para cooperar con el Orden episcopal y ayudar al Pueblo de Dios a ejercitar con

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fidelidad y plenitud el sacerdocio común que le ha sido conferido. Las funciones ministeriales del presbítero están destinadas a la formación y el crecimiento del Pueblo de Dios. Así pues, el sacerdocio ministerial sólo tiene sentido en relación al sacerdocio común de los fieles. Y ambos son esenciales en la Iglesia. La Iglesia no puede vivir sin el sacerdocio ministerial y el sacerdocio apostólico no puede conferirse sin la Iglesia. La dimensión eclesial es constitutiva del ministerio presbiteral y el ministerio presbiteral es constitutivo de la Iglesia.

Esta dimensión recuerda al presbítero que Dios nos convoca en un pueblo de llamados (1 Cor 1,1-2), y que nuestra llamada no supone ruptura sino comunión con el pueblo de Dios al que servimos. La llamada presbiteral es también comunitaria y colegial, porque nos llama en un presbiterio. No olvidemos la expresión utilizada en el evangelio para referirse a la comunidad apostólica: “los hizo Doce”. Nuestra vocación no es individual, sino colegial, tal como se expresa en la imposición de manos que tras el obispo hace el presbiterio en el rito de la ordenación, y posteriormente el ósculo que ofrecen al recién incorporado al colegio presbiteral. La dimensión colegial de nuestro ministerio presbiteral es constitutiva, no accidental. El presbítero ha de aprender a vivir y amar a su presbiterio. Somos portadores de la misma gracia y vocación; y esto ha de llevarnos también a sentirnos hermanos, responsables unos de otros.

Podemos considerar tres ideas que subyacen en esta oración, referentes a la relación entre el presbítero y la Iglesia. El presbítero es de la Iglesia. Aunque no esté expresado lingüísticamente el presbítero pertenece a la Iglesia. El rito de ordenación comienza con la petición que hace la Iglesia local al obispo para que ordene al candidato. El candidato es un miembro de la Iglesia local, pueblo sacerdotal, partícipe del sacerdocio común de los fieles. Sin embargo, la Iglesia de la que forma parte le presenta al obispo para recibir el sacerdocio ministerial por el que se le encomienda un servicio especial a la Iglesia.No sólo es de la Iglesia sino que el presbítero es en la Iglesia. El sacerdocio sólo se puede dar en la Iglesia y en comunión con ella; por eso, es ordenado en la Iglesia. La eclesiología de comunión es decisiva para descubrir la identidad sacerdotal (PDV 12). La oración subraya la íntima comunión del presbítero con el obispo, pero también con el pueblo a él encomendado, es decir, la manifestación sacramental de la Iglesia.El presbítero es para la Iglesia. Dios ha querido continuar el sacerdocio ad efformandum populum sacerdotalem. El ministerio presbiteral es un servicio dirigido al bien de la Iglesia ejercido en la misión encomendada que, como explicita el texto de la oración, es una misión de anuncio del Evangelio y santificación de los hombres.

6.- VIVIENDO EN SANTIDAD

Ya señalamos anteriormente que el Espíritu de santidad tiene un efecto personal en el neopresbítero: la santidad de vida. No sólo le configura a Cristo Cabeza y Pastor, sino que también le conforta y anima para que, mediante la dignidad del presbiterado y el don del Espíritu recibidos, viva una conducta ejemplar.14 La presencia sacramental del Espíritu Santo en el presbítero es fuerza generadora de vida y santificación personal. Algunos textos eucológicos antiguos aplican al presbítero la imagen del ostensorio, vaso o recipiente colmado del Espíritu Santo para expresar que el presbítero está lleno del Espíritu de Dios.15

Por otro lado, el Espíritu de santidad, principio dinámico y vitalizador, capacita al presbítero para anunciar y actualizar la obra de la salvación en su ministerio. Sólo con la

14 PDV 1515 Oración de ordenación presbiteral del Testamentum Domini (ed. Rahmani, 69-71).

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gracia del Espíritu Santo fructifica el anuncio del Evangelio en el corazón de los hombres; y gracias a la fuerza del Espíritu, los sacramentos actualizan y comunican la salvación ofertada por Dios en Cristo.

El Espíritu Santo, pues, incorpora a los presbíteros al servicio de la Iglesia, santifica su ministerio para que sean auténtico munus sanctificandi y dirige su ministerio para ser verdadero servicio de gracia entre los hombres. El don del Espíritu de santidad recibido en el sacramento del Orden garantiza la presencia del Espíritu de Dios en su vida y ministerio. Tal presencia no es mero don estático, sino fuente dinámica y vitalizadora que actúa, en el presbítero y por medio de él, santificando a la Iglesia y a todos los hombres en su peregrinar histórico hacia la plenitud del Reino de Dios.

La misión del presbítero exige también la conducta ejemplar en su vida personal y en su tarea ministerial.

La ordenación supone para el presbítero una llamada a ser ejemplo existencial con su conducta y comportamiento de vida en la misión recibida. Si el candidato accede a la ordenación es porque el juicio de la Iglesia le ha considerado “digno” de este ministerio; su conducta ha sido calificada de irreprensible y su fe inconmovible, hasta el punto de ser considerado “agradable a Dios en todo”, como expresan los textos bizantinos. Desciende sobre él la gracia del Espíritu Santo para colmarlo con su fuerza santificadora y perfeccionar sus deficiencias; se renueva en él el Espíritu de santidad para santificarlo y poder santificar en el ejercicio de su ministerio. El don del Espíritu exige respuesta vital a la gracia concedida, que se traduce en un comportamiento digno de la vocación a la que ha sido llamado y del don sacramental recibido en la ordenación presbiteral.

La ordenación supone también una llamada al testimonio ministerial; es decir, el ejercicio del propio ministerio exige en el presbítero una conducta acorde a la dignidad sacramental del presbiterado. El Espíritu Santo recibido en la ordenación, no sólo es santificación personal del presbítero, sino también fuerza y aliento para cumplir su ministerio, actualizando la obra de la redención entre los hombres. Es el Espíritu Santo el que fecunda su ministerio; el que hace fructificar, en el corazón de los hombres, la Palabra de Dios predicada por el presbítero; el que actualiza y comunica la obra de Dios en los sacramentos. El Espíritu está presente en toda la historia de la salvación, también en toda la vida y ministerio presbiteral, para garantizar con su fuerza la santificación prometida por Dios a su Pueblo.

Esta ha de ser la conducta requerida para “la buena administración del propio orden”, como afirma la tradición bizantina, por la que será juzgado el presbítero al final de los tiempos. Se solicita de éste el comportamiento ejemplar de una vida santa, no como una imposición externa, sino como la respuesta lógica a la llamada del Señor a un servicio de amor que aliente la fe y la esperanza del pueblo de Dios peregrino en este mundo.

7.- HASTA EL FINAL DE LOS TIEMPOS

Hay tradiciones que contemplan en sus textos una mención escatológica ligada al presbítero. Algunas acentúan el encuentro personal entre el presbítero y Jesucristo en su segunda venida: el presbítero será valorado en el ejercicio de su ministerio y recibirá su recompensa. La plegaria romana describe este momento en tono más universal: la misión del presbítero se integra en el proceso de congregación de todos los pueblos en Cristo que serán presentados unidos por Cristo al Padre. El presbítero se encuentra con Cristo unido a todo el pueblo de Dios.

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La finalidad del ministerio presbiteral es formar un pueblo sacerdotal que se transformará en un único pueblo que llegará a la plenitud en el Reino de Dios.

La finalidad del ministerio presbiteral se inserta en el proceso cósmico e histórico de transformar el pueblo sacerdotal en el único pueblo de Dios. Con las funciones propias de su ministerio, el presbítero realiza y continua la obra de la salvación en el mundo. Es decir, su ministerio se inserta en el proceso salvífico que conduce a todos los hombres y a todos los pueblos hacia el único pueblo de Dios. Por esta razón se afirma que el ministerio presbiteral es un ministerio eclesial y universal. Aunque está sacramentalmente ligado a la Iglesia, no se agota en ella porque se dirige, también, a todos los hombres. El carácter universal de su ministerio se expresa claramente al mencionar sus funciones evangelizadora y orante. El anuncio del Evangelio ha de llegar hasta los confines de la tierra; y en su oración suplica, no sólo por el pueblo a él encomendado, sino también por toda la humanidad. El carácter universal del ministerio presbiteral refleja la esencia católica de la Iglesia y del presbítero.

El ministerio presbiteral es también un ministerio de unidad. La plegaria presupone un proceso histórico por el que todos los pueblos, congregados en Cristo, llegarán a formar el único pueblo de Dios, que se realizará plenamente en el Reino. La Iglesia se consumará en el Reino de Dios. El presbítero se inserta en esta dinámica como ministro de unidad para conducir, por medio de Cristo, a todos los hombres hacia el Padre.

La plegaria plantea el horizonte escatológico del ministerio en clave eclesiológica.16

Presenta al presbítero no como un individuo aislado, sino desde su ministerio ejercido en la Iglesia que peregrina hacia el Reino. Es un ministerio de unidad, al servicio de la Iglesia y de la humanidad, ordenado al plan divino de salvación, por el que Cristo congregará en sí a todos los pueblos en un único pueblo para ofrecérselo a Dios Padre en el Reino eterno.

La lógica temporal de las plegarias de ordenación es el contexto cronológico de la historia salutis. El ministerio presbiteral se inserta en la historia de la salvación para cumplir el designio salvífico dispuesto por Dios para los hombres. Es una clave común a todos los ministerios, porque todos ellos participan de esta tensión escatológica, que conduce a la humanidad entera hacia la realidad última del Reino.17

Sin embargo, los textos eucológicos desarrollan unas notas escatológicas del presbítero particulares en cada tradición. Quiero recordar aquí la segunda Oración que se usa en la ordenación de los presbíteros en el rito bizantino, que finaliza recordando al neopresbítero su encuentro personal con Jesucristo al final de los tiempos en el que se valorará el ejercicio de su ministerio. Se habla de este momento escatológico en clave individual y personal. Y supone una llamada a la entrega y responsabilidad presentes, tal como le recuerda el obispo en la ordenación al poner en sus manos el pan eucaristizado: “Recibe este tesoro y consérvalo intacto hasta el último aliento de tu vida, porque deberás rendir cuentas de él en la segunda e inesperada venida de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo”. Es evidente que se tratra de un rendimiento de cuentas personal por el propio ministerio presbiteral.

El ministerio presbiteral se inserta en el dinamismo progresivo de salvación que congrega a toda la humanidad en un único pueblo y lo conduce hacia la plenitud del

16 P. TENA, La prex ordinationis de los presbíteros en la II edición, en Notitiae 26 (1990) 132-133.17 El ministerio eclesial es de naturaleza sacramental. Con la palabra sacramental se pretende subrayar aquí que todo ministerio está vinculado a la realidad escatológica del reino... el ministro es un miembro de la comunidad al que el Espíritu Santo inviste de funciones y de poderes propios, para reunirla y para presidir en el nombre de Cristo los actos en los que celebra los misterios de la salvación (Enchiridion Oecumenicum, ed. A. González Montes, 2. Relaciones y documentos de los Diálogos interconfesionales de la Iglesia Católica y otras Iglesias Cristianas y Declaraciones de sus Autoridades. 1975/84-1991. Con Anexos de Diálogos locales y Documentación complementaria del Diálogo Teológico Interconfesional (EO 2), Salamanca 1993, 986).

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Reino de Dios. Se describe este momento en clave escatológica colectiva y universal. La misión del presbítero excede el ámbito eclesial para descubrirse universal (católico) y es un factor activo en el proceso de unidad cósmica, que congrega a todos los pueblos en Cristo.18 El presbítero aparece en este momento escatológico, no en la dimensión personal de su ministerio, sino inserto en la historia salvífica formando parte del único pueblo de Dios.

8.- CONCLUSIÓN: “Reaviva el carisma que hay en ti” (2 Tm 1,6)

Esta hermosa expresión usada por el apóstol San Pablo en la segunda Carta dirigida a Timoteo es una buena recomendación para todo presbítero y ministro ordenado. Timoteo era uno de los más fieles colaboradores de San Pablo en la organización y gobierno de las comunidades cristianas por él fundadas. Como delegado de Pablo, Timoteo experimenta el peso de la responsabilidad pastoral de las Iglesias y sus dificultades. Pablo escribe a Timoteo, no sólo para solucionar cuestiones eclesiales, sino para ofrecerle también algunas recomendaciones personales que atañen a su vida espiritual y apostólica.

Por un lado, le recuerda la imposición de manos que recibió de los presbíteros como una bendición y consagración pública para una misión especial: “No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros. Ocúpate en estas cosas; vive entregado a ellas para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan” (1 Tm 4,14-16). El gesto de la imposición de manos evoca en nosotros el gesto de la ordenación sacerdotal, inicio del ministerio. Al igual que Timoteo, los ministros ordenados reciben, mediante el gesto epiclético de la imposición de manos, el don del Espíritu Santo como la transmisión de una gracia, un poder, una bendición que capacita al ordenado para realizar una misión específica. Como veremos en las diversas meditaciones, el presbítero es ungido con el mismo Espíritu de Jesucristo para ser enviados a la misma misión de Jesucristo.

Pero Pablo no sólo le exhorta a recordar el carisma recibido por medio de la imposición de manos; sino que le recomienda también “re-avivar” ese carisma recibido: “Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2 Tm 1,6). Reavivar significa volver a encender el fuego del don divino recibido, no perder la novedad propia del don de Dios, vivirlo en su frescor y belleza originaria.

Y esta es la recomendación que hace el Papa Juan Pablo II en el número que hemos citado de la Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores Dabo Vobis y sirve de título a esta exposición.

El desgaste del presbítero en el ejercicio de su ministerio puede debilitar la fuerza del don recibido el día de su ordenación. Sin darse cuenta, se debilita su respuesta de amor al Señor y la entrega pastoral. Por eso es necesario volver al amor primero, es decir, renovar el don espiritual recibido en la ordenación, que es el motor que revitaliza la vida y el ministerio pastoral.

El presbítero ha de ser consciente de la presencia operante del Espíritu Santo en él recibida por medio del sacramento del Orden: “Efectivamente, nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir, tal como lo ha configurado, capacitado y plasmado el sacramento del

18 Todos los ministerios tienen como fin servir al mundo para llevarlo a su verdadera meta: el Reino de Dios (EO 2, 987).

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Orden” (PDV 33). Como ya hemos señalado, el Espíritu Santo es quien configura y capacita en la ordenación para ser “semejantes” a Cristo, para actuar “in persona Christi Capitis” y actuar en su nombre.

El Espíritu Santo aparace así como un don de Dios para el presbítero que desde el inicio marca su responsabilidad min isterial: “Para el desarrollo de la vida espiritual es decisiva la certeza de que no faltará nunca al sacerdote la gracia del Espíritu Santo, como don totalmente gratuito y como mandato de responsabilidad. La conciencia del don infunde y sostiene la confianza indestructible del sacerdote en las dificultades, en las tentaciones, en las debilidades con que puede encontrarse en el camino espiritual” (PDV 33). ¡Qué importante es esta afirmación: “la conciencia del don infunde y sostiene la confianza del presbítero! Porque el presbítero es consciente de la grandeza del don recibido en la ordenación y de su deficiencia y pequeñez personales.

Por eso, el centro del contenido de este número es una gran llamada a la santidad de los presbíteros, que nace del sacramento del Orden recibido. El don del Espíritu pide una vida espiritual. Por eso, quisiera terminar esta exposición acogiendo la llamada magisterial que dirige la Iglesia Católica a todos sus sacerdotes para renovar el Espíritu de Santidad recibido en su ordenación y revitalizar la vida espiritual. El que ha sido ungido con el mismo Espíritu de Cristo ha de vivir con los mismos sentimientos de Jesucristo. Este es el gran programa personal y ministerial que proponía el Beato Juan Pablo II en la Exhortación Pastores Dabo Vobis: “Mediante la Ordenación, amadísimos hermanos, habéis recibido el mismo Espíritu de Cristo, que os hace semejantes a Él, para que podáis actuar en su nombre y vivir en vosotros sus mismos sentimientos. Esta íntima comunión con el Espíritu de Cristo, a la vez que garantiza la eficacia de la acción sacramental que realizáis "in persona Christi", debe expresarse también en el fervor de la oración, en la coherencia de vida, en la caridad pastoral de un ministerio dirigido incansablemente a la salvación de los hermanos. Requiere, en una palabra, vuestra santificación personal” (PDV 33).

Aurelio García Macías

i http://www.cinemanet.info/2009/08/la-figura-del-sacerdote-en-el-cine/

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SAN JUAN DE ÁVILA, DOCTOR DE LA IGLESIA

Fco. Javier Díaz LoriteCONTENIDO

IntroducciónUn don para todo el Pueblo de Dios (laicos, consagrados, sacerdotes)1. San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia

“Un Doctor de la Iglesia es quien ha estudiado y contemplado con singular clarividencia los misterios de la fe, es capaz de exponerlos a los fieles de tal modo que les sirvan de guía en su formación y en su vida espiritual, y ha vivido de forma coherente con su enseñanza” (CEE).

2. Un sacerdote diocesano secular Doctor de la Iglesia3. El Doctor Juan de Ávila, Maestro para los laicos de hoy4. Darlo a conocer a los laicos para que lo amen e imiten5. Aspectos de su doctrina y vida dignos de conocimiento e imitación de los laicos6. Caminos para introducirnos en su conocimiento

6.1. Biografía de Fray Luis de Granada, Vida del Padre Maestro Juan de Ávila y las partes que ha de tener un predicador del evangelio, EDIBESA, Madrid 2000, 171 págs.

6.2. Otras biografías más completas pero más difíciles para los laicos- Luis Muñoz, EDIBESA.- Sala Balust, en Obras Completas, BAC, vol. I, Madrid 2000, págs. 3-166.6.3. Un libro muy interesante para la divulgación de San Juan de Ávila: Lope Rubio Parrado-Luis Rubio Morán, San Juan de Ávila, Maestro y Doctor, Sígueme, Salamanca 2012, 157 págs.6.4. Autobiografíasa) Carta 74b) Sermón 78, en el día de san Francisco de Asís.

7. Tratado del amor de Dios8. Conocerlo a través de sus oraciones9. Hacen falta libros de sus escritos por temas

9.1. Cartas sobre el amor de Dios: 74, 44, 56, 61, 75, 112, 58, 64, 81, etc.9.2. A los sacerdotes. Juan Esquerda Bifet, Escritos sacerdotales, Bac, Madrid 2012,

reed.; Diccionario de San Juan de Ávila, Monte Carmelo, Burgos 1999, Id., Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, Bac, Madrid 200. CEE, El Maestro Ávila, actas del Congreso Internacional, Edice, Madrid 2002.

10. Otras sugerencias para darlo a conocer- Difusión obras- Facultades de Teología: cursos monográficos, trabajos de investigación, etc.- Peregrinación a lugares avilistas: Almodóvar del Campo, Montilla, Baeza,

Granada, etc. (La mayoría de estas ciudades ya tienen trípticos y visitas guiadas avilistas).

- Peregrinación a Roma (Declaración de Doctor -7 octubre 2012-).- Página sanjuandeavila.conferenciaepiscopal.es- Unir por links webs, blogs, etc., con las de la Conferencia Episcopal- Revista donde se incluyan las nuevas investigaciones más significativas, así

como recensiones, etc.- Colección organizada por temas de sus obras, con pequeñas introducciones

teológico-espirituales a cargo de la CEE. Incorporar un castellano más moderno.

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- Cursillos, encuentros, simposios, congresos, conferencias, etc., en Regiones eclesiásticas, Diócesis, arciprestazgos, parroquias, etc.

- Introducir sus textos en homilías, retiros, obras de meditación, libros teológicos y espirituales, etc.

- Publicación de una biografía ágil y actualizada.- Videos, comics, películas, etc.

ConclusiónSAN JUAN DE ÁVILA, DOCTOR DE LA IGLESIA

Introducción

Estamos llegando a un punto culminante de un largo recorrido: San Juan de Ávila será proclamado el 7 de octubre de 2012 Doctor de la Iglesia Universal. San Juan de Ávila es un regalo del Espíritu a su Iglesia, como nos decía la misma Teresa de Jesús: “una gran columna”. Creo que el Santo Maestro es un regalo muy especial para nuestro tiempo, necesitado de hombres llenos de Dios que nos acerquen a Dios. Sin duda, es un regalo del Espíritu para la Iglesia de hoy: laicos, consagrados, presbíteros, obispos, etc. Creo que no es casualidad que en los comienzos del tercer milenio y en el contexto de la aplicación más fuerte del Concilio Vaticano II y de la nueva evangelización San Juan de Ávila se ponga encima del candelero para que su luz alumbre a todos los de casa y así den gloria al Padre que está en los cielos. Su proclamación como Doctor de la Iglesia es un punto de llegada y comienzo de una tarea. El papa Benedicto XVI al anunciar la fecha de la declaración de Doctor Universal, junto a la Santa Hildegarda de Bingen, nos decía en el Regina Coeli: “Estas dos figuras de santos y doctores son de gran importancia y actualidad. Incluso hoy en día, a través de su enseñanza, el Espíritu del Señor Resucitado sigue resonando su voz y para iluminar el camino que conduce a la verdad que es lo único que puede hacernos libres y dar pleno sentido a nuestras vidas”

Nos decían los Obispos españoles en el Mensaje a todo el Pueblo de Dios con motivo del Vº centenario de su nacimiento: “Al comenzar un nuevo milenio, en este tiempo en el que la Iglesia tiene la urgencia de una nueva evangelización, creemos que la doctrina y el ejemplo de vida de San Juan de Ávila pueden iluminar los caminos y métodos que hemos de seguir. Y el nuevo ardor necesario para anunciar a Jesucristo y construir la Iglesia se encenderá al contacto con su celo apostólico. Él es un verdadero `Maestro de evangelizadores´. Sus enseñanzas nos ayudarán a todos los miembros del Pueblo de Dios en el fiel cumplimiento de nuestra vocación […] Los distintos campos y dimensiones de nuestra pastoral y de la nueva evangelización, a la que estamos convocados, se ven iluminados y fortalecidos a la luz de los escritos y vida de este santo pastor y evangelizador”. Y por eso nos dicen a todos: “Os exhortamos a hacer de San Juan de Ávila un santo querido, cuya devoción se extienda en nuestras parroquias y comunidades, a rezarle y ponerlo como intercesor y, sobre todo, a imitar su ejemplo de vida”19.

Quiero resaltar lo siguiente de lo aquí afirmado: Los Obispos españoles escriben un Mensaje, no sólo a los sacerdotes, con ocasión de la celebración del Vº centenario del nacimiento del patrón de los sacerdotes diocesanos seculares españoles, sino a todo el Pueblo de Dios, para que lo conozcan, lo lean, lo amen y lo imiten. También el santo

19 CEE, San Juan de Ávila. Maestro de evangelizadores. Mensaje de la Conferencia Episcopal Española al Pueblo de Dios en el Vº Centenario del Nacimiento de San Juan de Ávila, EDICE, 1999.

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Padre, aunque lo hace en la catedral de la Almudena rodeado de seminaristas, anuncia su decisión de declararlo pronto Doctor de la Iglesia Universal ante la multitud de jóvenes laicos de todo el mundo y para toda la Iglesia. Es decir, San Juan de Ávila, hasta ahora patrón del clero español desde 1946, y conocido en nuestro tiempo prácticamente solo por sacerdotes, y mas bien mayores de 60 años, es ahora puesto como ejemplo de doctrina y vida para todo el Pueblo de Dios: laicos, consagrados, presbíteros y obispos. Esto supone un cambio sustancial que nos tiene que poner a todos en marcha. Los Delegados y Vicarios para el clero creo que tenemos una tarea muy especial: conocerlo, leerlo, imitarlo y darlo a conocer a los sacerdotes y ayudarles a éstos a darlo a conocer a su vez a los laicos, para que también éstos lo lean, lo amen e imiten.

Quisiera resaltar en esta charla los aspectos que considero que San Juan de Ávila nos puede servir de luz como auténtico Maestro y Doctor para unos sacerdotes y laicos en un momento de necesidad de un reencuentro con Dios, de ser místicos en el ejercicio del ministerio y en la vida ordinaria, es decir, de una autoevangelización, que es el primer paso para una auténtica nueva evangelización. Qué debemos aprender e imitar de San Juan de Ávila hoy laicos y sacerdotes y los caminos para hacerlo.

Lo hago sabiendo que no agoto el tema, y comprendiendo que el camino aquí propuesto no es el único. Es sólo una sugerencia entre las muchas posibles, pero que ofrezco después de largos años de meditación de la doctrina y vida de San Juan de Ávila y de charlas a sacerdotes y laicos durante 12 años.

1. San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia

El Papa ha anunciado que será declarado Doctor de la Iglesia Universal el 7 de octubre de 2012. “Un Doctor de la Iglesia -nos dicen los Obispos españoles en la última plenaria- es quien ha estudiado y contemplado son singular clarividencia los misterios de la fe, es capaz de exponerlos a los fieles de tal modo que les sirvan de guía en su formación y en su vida espiritual, y ha vivido de forma coherente con su enseñanza”. Para ser Doctor de la Iglesia antes se necesitaba sólo que su doctrina fuese eminente. Ahora se incluye también que su vida sea un espejo vivo de esta doctrina eminente, es decir, que haya vivido lo enseñado. Y esto lo cumple con creces San Juan de Ávila. Otro requisito es que su enseñanza sea de carácter perenne para el bien de los fieles de todos los tiempos, lo que también sucede con nuestro querido San Juan de Ávila. Y otro punto que quiero resaltar, y éste es en el que actualmente hay que avanzar mucho, es que tenga una resonancia universal. Y digo actualmente, porque esto sí se cumplía en los tiempos de San Juan de Ávila y en todos los tiempos, pues sus obras y enseñanzas se tradujeron rápidamente al inglés, italiano, francés, y alemán y tantos santos de todos los tiempos han bebido de su doctrina y vida. Hoy hay que reconocer que los sacerdotes españoles de menos de 60 años han oído hablar poco de San Juan de Ávila, y muchos menos se han acercado a sus escritos en directo; y si esto ocurre con los españoles ya nos podemos hacer una idea con los de los demás países, incluso de lengua castellana. Hasta sus Obras completas de 1970, que tuvieron un gran auge con motivo de su canonización, pronto se agotaron y no se volvieron a publicar hasta la nueva edición en la BAC maior entre los años 2000-2003, cosa que está favoreciendo de nuevo el trato directo con sus escritos, pero mas bien por parte de los sacerdotes que de los laicos, pues se pierden en tal bosque de riqueza y no saben por donde empezar, ni encuentran quien les guíe en la lectura. Además, aunque el castellano de San Juan de Ávila es

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riquísimo, comparado hasta incluso en calidad con el de Cervantes, es demasiado incipiente y lejano al nuestro, con lo que los lectores, especialmente laicos, encuentran dificultades de compresión y familiaridad. Para subsanar estas dificultades propondremos algunas iniciativas a lo largo de estas páginas.

2. Un sacerdote diocesano secular Doctor de la Iglesia

Sin duda es providencial que un sacerdote diocesano secular sea declarado Doctor de la Iglesia Universal. Hoy, cuando hemos oído que “el sacerdote del siglo XXI será místico o no será” es un regalo que Dios nos proponga a San Juan de Ávila como un verdadero guía y compañero de camino para llegar a serlo. Está claro que cuando aquí hablamos de místico no nos referimos a aquellos con más o menos experiencias especiales de Dios, sino a quienes viven intensamente unidos a Dios. Con San Juan de Ávila podemos vivir claramente nuestra identidad de sacerdotes seculares en los momentos actuales, y así no deshacernos en la nada de una vocación sin sentido si no está unida a Dios, y si no sigue los pasos del mismo Cristo, a quien re-presentamos, unidos a los demás presbíteros y a nuestro obispo. San Juan de Ávila es un verdadero apóstol que ha vivido como espejo del mismo Jesucristo, por eso su enseñanza es luz para que los obispos y sacerdotes puedan vivir la santidad en el ejercicio de su ministerio, y así poder ser “místicos” en la tarea pastoral diaria, asumiendo todos ellos la tarea apostólica común en sus respectivos presbiterios y en clave misionera.

Sin duda, los sacerdotes seculares, unidos a sus respectivos obispos, son la columna vertebral de la Iglesia, que aúnan, impulsan, disciernen y promueven los demás carismas y la unidad de todo el Pueblo de Dios. Sin ellos la Iglesia perdería la composición de Cuerpo de Cristo. Todos los demás carismas tienen su sentido si están ensamblados en la columna vertebral que representa el carisma apostólico encarnado en los obispos y en sus más inmediatos colaboradores, los sacerdotes diocesanos seculares. San Juan de Ávila, sacerdote diocesano secular, constituye un ejemplo a seguir para saber ser hoy sacerdote diocesano secular.

Me quisiera referir en esta exposición a algunos aspectos e ideas que creo deben ser conocidos e imitados especialmente por los sacerdotes y especialmente a los laicos. San Juan de Ávila tiene mucho que enseñar a los laicos de nuestro tiempo. Hasta ahora para ellos ha sido un gran desconocido. Aunque al final me referiré algo también a los sacerdotes, pues como ya he dicho, queda todavía un camino para que los sacerdotes actuales, sobre todo de menos de 60 años, lean a San Juan de Ávila, por ser éstos los que creo que tienen menos conocimientos de él tienen por varios motivos, a los que me referiré en su momento, proponiendo algunas líneas de actuación para darlo a conocer también a ellos, así como fomentar su imitación.

3. El Doctor Juan de Ávila, Maestro para los laicos de hoy

Los pastores de hoy tenemos una obligación: la de poner en el conocimiento de nuestros fieles laicos las enseñanzas y el ejemplo de San Juan de Ávila y favorecer que ellos lo puedan leer directamente, meditar su doctrina y ejemplo, y así lo puedan amar e imitar. Esto es una tarea urgente, porque es un regalo del Señor para los cristianos laicos de hoy; ya que vemos que se cumple cada día con más certeza lo afirmado hace algún tiempo: “El cristiano del siglo XXI será místico o no será”. Hay, por tanto, que dar a conocer al que es maestro de santidad y de vida de unión con Dios permanente, que en esto consiste lo del ser místico. No les podemos privar a los laicos de este derecho.

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Repetimos que la luz está puesta para que alumbre a todos los de casa y así todos den gloria al Padre que está en los cielos.

A los laicos de hoy no les pasa lo que a los laicos de su tiempo, que conocían perfectamente a San Juan de Ávila. Por eso llenaban las iglesias al saber que era él el que predicaba. También les era muy familiar a los católicos laicos del XVI y XVII, pues gracias a la lectura del Audi,filia, traducido inmediatamente al italiano (1581), francés (1588), alemán (1601), y en 1620 al inglés, lo que permitió que los católicos ingleses pudieran seguir manteniéndose en su fe católica ante la embestida de Enrique VIII.

A muchos laicos les llegó su doctrina y ejemplo a través de tantos santos y de sacerdotes que bebieron de él; y esto durante siglos. Todavía en nuestros pueblos, se conservan, aunque la gente no sepa que proceden de su influjo, la importancia de la celebración de la Eucaristía y de la presencia real de Cristo en ella, pues él recomienda vivamente la oración ante el Señor en la Eucaristía. Esta devoción eucarística la promueve de modo singular en la fiesta del Corpus, que cobra gracias a él, una vitalidad y auge extraordinarios, conservándose aún hoy. También San Juan de Ávila es un gran promotor de la devoción a la Virgen María. No es de extrañar que a España y a Andalucía se le haya denominado la tierra de María. Y así otras devociones y manifestaciones profundas de fe tienen mucho que ver con lo enseñado por el Santo Maestro. Otras doctrinas centrales en su enseñanza no se han conservado tanto entre nosotros, al menos con la intensidad con la que él lo hacía, como es el valor del Espíritu Santo en la vida cristiana y la importancia del acontecimiento de Pentecostés, el de entonces y el que hoy se realiza. Prueba de la importancia que para él tenía es que un día, ya muy enfermo, se lamentara de que ni siquiera pudiese ya predicar de lo que más le gustaba: la celebración el Corpus y la de Pentecostés.

4. Darlo a conocer a los laicos

Tenemos que reconocer que para la gran mayoría de nuestros laicos San Juan de Ávila es un gran desconocido. Muchas veces cuando voy a hablar de San Juan de Ávila, tengo que empezar diciendo que no es san Juan de la Cruz, pues rápidamente lo asocian con aquel, ya que San Juan de la Cruz nació en la provincia de Ávila y también estuvo relacionado, aunque de otra forma, con Santa Teresa de Jesús. A la gente les parecen todos de la misma época y no distinguen años: A todos los meten en el saco de los grandes santos del siglo XVI, sin darse cuenta que San Juan de Ávila, es 15 años mayor que Santa Teresa, y 42 años mayor que San Juan de la Cruz; si bien sus vidas y enseñanzas, como sabemos, estén en muchos casos muy relacionadas entre sí. No es de extrañar que algunos, después de oír la charla de 50 minutos sobre San Juan de Ávila, me digan, quizás por despiste o ya costumbre: “encuentro muy interesantes esos aspectos de la vida de San Juan de la Cruz, digo, de Ávila”.

A este desconocimiento de San Juan de Ávila ha contribuido el que se quedara durante mucho tiempo en simple cura; declarado Beato en el lejano 1894, y santo en 1970, cuatrocientos años después de su muerte. Fue proclamado Patrón del clero secular español en 1946. La mayoría de los estudios sobre él se han referido fundamentalmente a la espiritualidad sacerdotal: sacerdote ejemplar, ejemplo de santidad para los sacerdotes y seminaristas, etc; relegando otras facetas muy importantes como es la de predicador y guía de los laicos, para quienes su corazón estuvo también abierto. Es más, si dedicó tanto tiempo a los sacerdotes, aún estando muy enfermo, solía decir que en los sacerdotes veía a todo el mundo; es decir, sabía que su labor con los sacerdotes iba a

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repercutir en la espiritualidad y vida de los laicos a ellos encomendados. Aquí tenemos los sacerdotes una tarea importante: primero conocerlo bien, amarlo e imitarlo; y segundo, saber darlo a conocer para que lo puedan amar e imitar todos los laicos y consagrados.

5. Aspectos de su doctrina y vida dignos de conocimiento e imitación de los laicos

En este apartado quiero indicar brevemente aquellos aspectos de la enseñanza y vida de San Juan de Ávila que pueden ser más significativos para lo que nuestros laicos hoy necesitan, de modo que creo que éstos podrían ser los que habría que ahondar más en su conocimiento e imitación en las circunstancias actuales:

- Hombre en continua búsqueda de la voluntad de Dios, primero para descubrir su vocación fundamental y luego para ir viviéndola en el día a día. De ahí que regresase a su pueblo natal desde Salamanca y dejara “las negras leyes”. Se diera cuenta de su vocación sacerdotal y vivirla con la hondura y humildad del Señor, lo que le llevó siempre a rechazar cualquier cargo que sonara a honra humana: canónigo magistral en varias ocasiones y catedrales, Arzobispo de Granada, Obispo de Segovia, capelo cardenalicio, etc. Lo suyo fue siempre la misión al estilo de Jesús de Nazaret, del de pablo y de Francisco de Asís.

- (Dios Padre). San Juan de Ávila es un hombre de intensa familiaridad con Dios porque ha descubierto el amor de Dios: que lo libera de su miseria, de él mismo, y lo colma de su amor con su gran misericordia. Ha experimentado que Dios se le da. Como dicen nuestros obispos: “podemos calificarlo como el Doctor del amor de Dios a los hombres en Cristo Jesús”. Esto es lo que he querido poner de manifiesto en mi libro: Experiencia del amor de Dios y plenitud del hombre en los escritos de San Juan de Ávila20. Esta familiaridad con Dios nunca la perderá ni siquiera en tiempos de dificultad: ni física, ni de injurias, ni de sequedad y tiniebla espiritual, etc.

- (Jesucristo). El Maestro Ávila tiene absoluta confianza absoluta en Dios, cuyo amor lo ha experimentado sobre todo desde la cruz de Jesús. La experiencia del Señor crucificado en la cárcel de Sevilla cuando contaba 31 años fue decisiva. Ahí es donde radica toda su confianza en Dios, pues nos dio todo lo que tenía, a su propio Hijo. Y si nos los dio y lo entregó a la muerte por nosotros, y Él mismo se entregó, cómo no nos dará todo lo demás. En la cruz tiene puesta su mirada y su corazón, porque desde la cruz nos miran el Padre, el Hijo y el Espíritu con amor entrañable.

- (Espíritu Santo). San Juan de Ávila es el hombre del Espíritu: que le guía y calienta con su amor. No ora sino en el Espíritu, por eso el comienzo de su oración es una invocación al Espíritu. Y para definir la unión del Espíritu con cada uno de nosotros hasta inventa una palabra: “espirituación”, es decir, que es tan grande la inhabitación del Espíritu en nosotros que es a modo de encarnación.

20 FCO. JAVIER DÍAZ LORITE, Experiencia del amor de Dios y plenitud del hombre en los escritos de San Juan de Ávila, Campillo Nevado S.A., Madrid 2007, 576 págs.

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- (Palabra de Dios). Es un creyente que vive de la Palabra de Dios, contenida especialmente en la Sagrada Escritura según la enseña la Iglesia. Ella es objeto de continua oración, estudio con los más modernos comentarios, imitación y la base de su predicación. También la Palabra de Dios leída desde la vida y los signos de los tiempos.

- Hombre de Iglesia, que la ama profundamente. Todos sus escritos rezuman este amor a ella, pues es la esposa de Cristo, el Cuerpo de Cristo; aunque como ninguno vea también su rostro tan desfigurado por los pecados de aquellos que tenían que ser ejemplo para los demás: obispos y sacerdotes.

- (Caridad pastoral). Su vida es de amor y entrega a los demás. Es un hombre para los demás, afable, entrañable, lleno de caridad. En él se reflejan las entrañas de misericordia del Padre. No es de extrañar que tantos acudan a él, pues estaban necesitados de este amor de Dios, y él es el rostro vivo de este amor para ellos. Nos dicen los biógrafos que a cada uno trataba con tanta atención y amor como si ningún otro existiese. San Juan de Ávila es un vivo ejemplo de la caridad pastoral. Su amor es hacia todos: los laicos, religiosos, sacerdotes, obispos, sin distinción de sexo, rango, etc. Sus cartas no son sino reflejo de este amor hacia aquellos que acuden a él para pedir ayuda de todo tipo, tanto espiritual, como en los más variados asuntos: enfermedad, sequedad espiritual, vejez, búsqueda de la voluntad de Dios, cómo racionalizar el tiempo, cómo ser buenos gobernantes tanto civiles como religiosos, etc.

- Apóstol: En él nos encontramos con un verdadero Pablo o Francisco de Asís que están llenos de Jesucristo y por eso lo predican a los cuatro vientos. Siguiendo la enseñanza y vida de San Juan de Ávila seguimos el rastro de la doctrina y vida de los primeros apóstoles. Es un Maestro en evangelización, predicando con palabras llenas de sabiduría humana y divina, haciéndose entender por los oyentes de toda clase y condición acompañadas de un ejemplo de vida verdaderamente evangélico. Para la evangelización utiliza todos los medios posibles: a la gran masa –predicando en mercados, plazas, iglesias, etc.- y a grupos fermento –meditación de la Sagrada Escritura con muy ricos comentarios- profundos y adaptados a los participantes, canto del catecismo por las calles en coplillas para que sea más pegadizo, religiosidad popular pero bien enfocada (culto y caridad hacia los más pobres), etc.

- Vida evangélica: Es un verdadero ejemplo de lo que es vivir los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, en medio de una Iglesia que necesita vivirlos con urgencia y en una sociedad donde una clase opulenta, que se dice cristiana, alardea de su cristianismo rancio mientras el pueblo pasa necesidad y hambre y donde los valores cívicos más elementales dejan mucho que desear.

- Fomento de la Eucaristía, amor a la Virgen María, etc.

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- Fomento y organización de la formación continua integral de los sacerdotes (en las dimensiones humana, espiritual, intelectual y pastoral), tanto en el periodo previo a la ordenación, seminarios, como durante el ejercicio del ministerio21.

- Transformación de la sociedad. Éste es uno de los aspectos que merecen hoy un estudio muy a fondo pues es una de las grandes aportaciones de San Juan de Ávila. Porque, como decía Pablo VI, y nos repiten todos los Papas, la auténtica evangelización tiene que producir un efectivo cambio de la sociedad en germen del Reino. Con San Juan de Ávila se pacifican ciudades –Baeza-, se atiende a los más desfavorecidos -viudas, huérfanos, enfermos-, se crean escuelas para la educación integral de los alumnos, se convierten tanto pudientes, como súbditos. Se evangeliza a los responsables de la sociedad, a los que gobiernan, y se les indica cómo tiene que ser un buen gobernante tanto de pueblo, como los mismos reyes.

- Un verdadero humanista que sabe compaginar fe y cultura, técnica y progreso integral, fe y razón, Iglesia y mundo, renacimiento y fe, modernidad y creencia en Dios.

- Reformador de la Iglesia. Con su enseñanza, y sobre todo con su ejemplo, San Juan de Ávila es un auténtico reformador de la Iglesia, pero desde dentro. Cosa digna de aplicar hoy cuando se necesita aplicar la renovación que propuso el Espíritu en el Vaticano II. ES importante leer y meditar lo recogido por Tellechea Idígoras, J. Ignacio: “Juan de Ávila, el Maestro”, en Surge, julio-agosto 2000, págs. 303-320. Se trata de la conferencia pronunciada en Montilla en el encuentro-homenaje de los sacerdotes españoles con motivo del V centenario de su nacimiento. Está dirigida especialmente a obispos y presbíteros y recoge sobre todo las enseñanzas de san Juan de Ávila como reformador de la Iglesia, comenzando sobre todo, como el mismo Maestro sostenía, por los pastores.

6. Caminos para introducirnos en su conocimiento

Uno de los mayores retos que tenemos para dar a conocer a San Juan de Ávila es que no disponemos de muchos materiales adecuados asequibles y sencillos para los laicos. La mayoría son estudios que se refieren, como he dicho, más bien a la espiritualidad sacerdotal, y que están, por otra parte, o en libros demasiado voluminosos, o en revistas de difícil acceso para laicos no especializados. De todas formas recomiendo algunos que creo imprescindibles y asequibles.

6.1. Biografía realizada por Fray Luis de Granada22

Es la primera biografía de San Juan de Ávila, que ve la luz en 1588. Aunque no es una biografía al uso, pues no recoge en sentido exhaustivo todos los detalles que le fueron facilitados por los discípulos del Santo Maestro, Fray Luis de Granada nos

21 FCO. JAVIER DÍAZ LORITE, “San Juan de Ávila y la formación permanente integral de los sacerdotes según Pastores dabo vobis”, en CEE, Actas del Congreso Internacional, págs. 765-788.22 LUIS DE GRANADA, Vida del Padre Maestro Juan de Ávila y las partes que ha de tener un predicador del evangelio, EDIBESA, Madrid 2000.

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introduce bien en el alma de San Juan de Ávila, sobre todo en los aspectos fundamentales que movieron su doctrina y vida. No es larga y fácil de leer y encontrar.

6.2. Otras biografías más completas pero más difíciles para los laicos

Para los que deseen adentrarse más en la biografía de San Juan de Ávila pueden hacerlo leyendo la obra de Luis Muñoz, Vida y virtudes del venerable varón el P. Mtro Juan de Ávila, predicador apostólico; con algunos elogios de las virtudes y vidas de algunos de sus más principales discípulos, de 1635. Es más exhaustiva que la primera, aunque su lenguaje es más difícil y resulta un tanto pesada. Recoge más detalles que la de Fray Luis de Granada, pues incorpora los testimonios de los que atestiguan en los procesos de Beatificación, pero sin especificar si se trataba de los primeros testigos, algunos ya muy mayores o de otros de la segunda generación. Ha sido publicada también por EDIBESA.

Creo que una biografía más actualizada y ordenada y todavía no superada es la de Sala Balust, que se contiene en el tomo I de las Obras completas de la BAC, págs. 3-166. Creo que es de obligada referencia para los sacerdotes y un tanto larga para los laicos en general.

6.3. Un libro interesante para el conocimiento divulgativo de San Juan de Ávila

Tanto para sacerdotes como para laicos recomiendo vivamente un libro que acaba de salir de Lope Rubio Parrado-Luis Rubio Morán, San Juan de Ávila, Maestro y Doctor, Sígueme, Salamanca 2012, 157 págs. La primera parte contiene una biografía de 76 págs. muy exhaustiva y asequible, tanto para sacerdotes como para laicos. Es un resumen de la biografía de Sala Balust recogiendo también las más recientes aportaciones de Francisco Martín Hernández, Melquíades Andrés y Baldomero Jiménez Duque. En la segunda parte, ofrece una buena selección de textos sobre la identidad cristiana, sacerdotal y para consagrados. Creo que el esquema que sigue está muy bien logrado:

1. Comienza con la identidad del cristiano (Fundamento trinitario –Dios es amor- Padre, Hijo y Espíritu Santo y las virtudes teologales –fe-esperanza y caridad).

2. La identidad existencial del cristiano: La Iglesia, la eucaristía, la cruz, María, la oración.

3. Identidad de las diferentes modalidades de la vocación cristiana: Identidad y existencia de los cristianos laicos, identidad y existencia de los cristianos religiosos, identidad, vocación y existencia de los cristianos ordenados presbíteros.

4. Identidad siempre necesitada de reforma: reforma de los cristianos, la reforma del clero.

Epílogo: San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia universal.Cierra el libro con una cronología bastante exhaustiva de 4 págs.

Me parece una obra muy interesante y que aconsejo vivamente para una introducción a la vida y doctrina de San de Ávila. De todas formas, me hubiese gustado que hubiese introducido más párrafos de sus cartas. Utiliza algunas, pero abundan más textos de Audi, filia, pláticas y sermones, que de ellas.

6.4. Autobiografías

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San Juan de Ávila, debido sobre todo a los problemas con la Inquisición, refiere poco en sus escritos sobre lo que ocurre directamente entre Dios y él. Pero como está lleno de Dios, podemos seguir el rastro con bastante nitidez, aunque sea de manera indirecta, pues su boca no puede sino gritar las maravillas de Dios. Yo diría que todos sus escritos son un reflejo de lo pasa por el alma de San Juan de Ávila. No es que haya escrito una autobiografía al uso, pero sí podemos indicar algunos escritos en donde se nos muestra de una forma más resumida lo que ha movido su vida. Indicamos los siguientes:

a) Carta 74

Después de las biografías antes indicadas, yo invitaría a entrar en la que creo es una autobiografía espiritual de San Juan de Ávila:

Autobiografía espiritual: carta 74. En ella describe su experiencia, aunque de modo indirecto, de toda su vida. Le dice a una persona religiosa: “Metámonos, y no para luego salir, mas para morar, en las llagas de Cristo, y principalmente en su costado, que allí en su corazón, partido por nos, cabrá el nuestro y se calentará con la grandeza del amor suyo” (líns. 90-93). A este Cristo crucificado se le encuentra principalmente en la Eucaristía. Por eso dice: “Y sobre todo alleguémonos al fuego que enciende y abrasa, que es Jesucristo nuestro Señor, en el Sacramento Santísimo. Abramos la boca del ánima, que es el deseo, y vamos sedientos a la fuente de agua viva; que, sin duda, poniendo la miel en la boca, algo gustaremos, y el fuego en el seno calentarnos ha […] Corramos, pues, tras Dios, que no se nos irá; clavado está en la cruz; allí le hallaremos muy cierto; metámosle en nuestro corazón y cerremos las puertas de él porque no se nos vaya. Muramos a las cosas visibles, pues las hemos por fuerza de dejar. Renovémonos con novedad de espíritu (cf. Ef 4,23), pues tanto tiempo hemos vivido en vejez. Crezcamos en conocimiento y amor de Cristo, que es sumo bien” (líns. 106-121).

b) Sermón 78

Es una autobiografía espiritual de San Juan de Ávila, pues él mismo es el que parece se está retratando en lo más profundo de su alma (Sermón 78). Es el sermón que predicó un 4 de octubre en un monasterio de monjas en el día de San Francisco de Asís.

Contiene las ideas principales que movieron a San Francisco de Asís, pero estoy seguro que fueron las que movieron también a San Juan de Ávila. En el orden en el que son descritas, y por los acentos de la vida de San Francisco que pone de manifiesto, se puede vislumbrar con absoluta claridad que fueron los que movieron a San Juan de Ávila. Es una verdadera autobiografía espiritual. Y esto no es de extrañar. Se ha dicho, y con razón, que San Juan de Ávila es un verdadero San Pablo del siglo XVI, pero es que también es un vivo retrato en muchos aspectos de San Francisco de Asís, su santo preferido después de San Pablo. Las señales de la cruz permanente, no en la piel sino en su corazón, su humildad, su pobreza, etc., hacen de San Juan de Ávila un vivo retrato del Francisco de Asís del siglo SVI.

Sermón 78 en el día de San Francisco de Asís. Coincidencias y enseñanzas para los sacerdotes y también llevar una vida auténticamente cristiana. Aunque no en mismo

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orden en el que están expuestas aquí se contienen las principales ideas y experiencias que movieron la vida y predicación de San Juan de Ávila, que coinciden en su parte fundamental con las que describe en San Francisco de Asís, y con todos los que viven muy unidos a Dios:

- Experiencia del amor de Dios manifestado en la cruz de Jesús. “Esto hace Dios con sus amigos. Dáseles al principio a conocer un poquito, para que no piensen que trabajan en balde y que van a cosa incierta; dales un poquito sabor de sí; alégralos, regálalos, muéstraseles, ábreles los ojos y hace aparecer la luz, que vean cuán dulce cosa es Él. Díceles: `Cátame aquí, yo soy tu posesión, yo soy todo cuanto bien tienes, tu descanso, tu hartura, tu bienaventuranza; mírame acá, bien puedes venir a mí´” (n. 23). Este sabor dura poco pero se queda ya eterno y todas las cosas de este mundo ya son desabridas cuando se ha catado a Dios.

Dios le da sabor de sí desde la cruz de Jesucristo en quien se manifiesta su amor. Cuando le pedimos a Dios cuál es su voluntad puede ocurrir como le ocurrió a San Francisco, o a mismo San Juan de Ávila en la cárcel de Sevilla o al mismo San Juan de la Cruz en la cárcel de Toledo o a cada uno de nosotros de una u otra forma, pero conservando lo fundamental. Refiriéndose al periodo de la cárcel de la Inquisición, comenta Fray Luis de Granada que allí tuvo “muy particular conocimiento del misterio de Cristo”23. En la cruz de Jesús sentimos su amor y su invitación a seguirlo. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz, y sígame (Mt 16,24). “Sabroso, dulce, suave es Cristo”. No hay quien no se huelgue de seguirle, de ir a Él (n.5) pero también hay que dejar algo, a nosotros mismos, a nuestro propio parecer, para cumplir el de Dios. Manifestación suprema del amor de Dios: la cruz de Jesucristo (Jesucristo le habló desde la cruz). Se le derritió el alma “Si quieres venir tras mi toma tu cruz y sígueme n.24)

- Entrar en la oración, intimidad con Dios: allí se le revelaron y se nos revelan dos cosas: el de nuestra pobreza y flaqueza propia, más espiritual que corporal, y el de las grandes riquezas de Dios para con nosotros. Este es el verdadero conocimiento de nosotros mismos, el de nuestra nada que nos debe llevar a desarrimarnos de nosotros mismos y desconfiar de nuestras fuerzas y por tanto el estar colgado en Dios, que es nuestra verdadera riqueza. De esta forma, como verdaderos mendigos de Dios, como humildes y sencillos oiremos su voz: “Pedid y daros han; llamad, y daros han” (cf. Mt 7,7; Lc 11,9; Mc11,24). Oiremos que también nos dice “Venid a mí los que estáis trabajados, que yo os daré descanso” “Bien a su costa por cierto- apostilla el Santo Maestro-”) nos invita a su convite (nos da sabor de sí n. 22) Cátame soy tu posesión.Ser mendigos de su amor: andar colgado de Dios: como él en la cárcel, desde donde escribía a sus amigos que se preocuparan por él pues no estaba sino en manos de Dios (cf. carta 58).

- Dejar el hombre viejo en Adán, el que se rige por sus propios apetitos y soberbia, amor de tu honra, vanagloria, tenerte en tanto, en ese tu dinero, en seguir siempre tu parecer y que haga siempre tu voluntad (n. 19).

- Dejarnos revertir por el hombre nuevo, por la hermosura de Cristo hermoso, del hombre nuevo en Cristo. La hermosura del crucificado que se imprime en nosotros y hace que se derrita el hombre viejo y nos transformemos en el nuevo, de forma que

23 LUIS DE GRANADA, Vida, II, 4,6, en: Obras, XVI, 79.

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como Pablo, digamos, “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Ahora, hasta las contrariedades, enfermedades, injurias, cruz, no le parecen sino regalos de Dios, pues tiene impreso en su corazón el mismo Señor crucificado. Como San Francisco ya sólo vive en las manos de Dios y en su voluntad

- Amor al prójimo: “ésa es caridad: trabajar por descanso ajeno” (n.3)

- Predicador incansable, con su palabra y sobre todo con su vida de este amor de Dios. Él es un reflejo, como Francisco de Asís, de este Cristo pobre, humilde, abierto a la voluntad de Dios, crucificado por amor a los demás.

7. Tratado del amor de Dios

El pequeño Tratado del amor de Dios es una joya de la literatura mística española y universal, y un retrato del alma y doctrina de San Juan de Ávila. Contiene todos los temas fundamentales de su vida y enseñanza, que hemos señalado más arriba, adentrándonos en el misterio del amor entre el Padre y el Hijo unidos en el Espíritu, y metiéndonos en esta unión al dársenos a nosotros. En realidad, contiene lo que nos dice Benedicto XVI en su carta Encíclica Deus caritas est. Esto es lo que he querido recoger en mi estudio: “Experiencia del amor de Dios y plenitud del hombre en los escritos de San Juan de Ávila”, del año 2007, en 597 págs. Llenas de textos en los que nos detalla su experiencia y predicación de este amor de Dios, y cómo al darse el Padre, el Hijo y el Espíritu a cada uno de nosotros nos lleva a la plenitud de nuestro ser al ser hecho hijos suyos. En él encontrarán los sacerdotes un material abundante de textos comentados sobre el amor de Dios, que posteriormente seleccionados pueden servirles de base para adentrar a los laicos en la experiencia del amor de Dios.

8. Conocerlo a través de sus oraciones

A San Juan de Ávila no le gusta hablar de lo que pasa entre él y Dios, como en una ocasión le sugirió él mismo a Fray Luis de Granada que hiciese lo mismo. Esto le dice en una carta a una persona que sin duda le ha preguntado sobre su experiencia de Dios: “El Niño nacido por nuestro bien dé a vuestra merced parte de los bienes que trae, pues tomó de los males que nosotros teníamos. Él le dé fuego vivo de su amor, en que a vivas llamas arda; pues por encender éste en nosotros viene tan pobre y arrecido de frío. Mientras este Niño más padece, mas nos roba el corazón para le amar; y mientras más le amamos, más deseamos padecer por él” (Cata 61, 1-6) Y continua: “a lo que me pregunta de mi salud, mal me va, pues soy flaco; que si no lo fuese, no me quitaría tan presto Dios los dolores como me los quita. Y a lo demás le respondo que el fuego grande, mientras más encerrado y callado, más arde. Cristo la haga discípula verdadera y fiel del enseñamiento de su amor, para que algo sepa responder a su insaciable y divino amor, como yo le suplico” (líns. 68-74).

A San Juan de Ávila se le encuentra sobre todo en sus oraciones. Hay algunos libritos que recogen algunas de sus oraciones, pero no son exhaustivos ni abundantes, y además no están catalogadas por temas. Se encuentran a lo largo de toda sus Obras completas: contenidas en el Audi, filia y en sus escritos, fundamentalmente en sus

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cartas, que están escritas a vuela pluma y que reflejan lo que pasa por su corazón. Esto realmente es algo muy novedoso, pues es raro en encontrar en cartas dirigidos a otros, incluso de los más altos místicos, oraciones dirigidas directamente a Dios. También en sus sermones, aunque hay que tener en cuenta que ya éstos no tienen la frescura de aquellos escritos, pues han sido recogidos por sus discípulos, si bien la mayoría luego han sido revisados y retocados por él antes de su edición.

Se podrían hacer alguna edición de sus oraciones, divididas en temas. Esto daría para varios libros. Lo mismo que por la oración de Jesús llegamos a tener más conocimiento de la relación con su Padre, así también por las oraciones de San Juan de Ávila llegamos a conocer mejor lo que pasa entre Dios y él, adentrándonos así con él en la misma unión con Dios. Yo me remito ahora a presentar las que creo son más significativas:

Las del Audi, filia están sobre todo en la parte final:

- Oración a Cristo crucificado en el día de la alegría de su corazón24. El día de su entrega en la cruz fue el día más grande y alegre para Cristo, a pesar de la tristeza y crueldad de su muerte, pues su amor, y los beneficios que con ella nos traía, hacían su alegría:

“¡Oh alegría de los ángeles, y río del deleite de ellos, en cuya cara ellos se desean mirar, y de cuyas sobrepujantes ondas ellos son embestidos viéndose dentro de ti, nadando en tu dulcedumbre tan sobrada! ¿Y que se alegre tu corazón en el día de tus trabajos? ¿De qué te alegras entre los azotes y clavos, y deshonras y muerte? [...] El fuego de amor de ti, que en nosotros quieres que arda, hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos lo que somos, y transformarnos en ti, tú lo soplas con las mercedes que en tu vida nos hiciste. Y lo haces arder con la muerte que por nosotros pasaste [...] ¿Y quién será leño tan húmedo y frío, que viéndote a ti, árbol verde, del cual quien come vive, ser encendido en la cruz y abrasado con fuego de tormentos que te daban, y del amor con que tú padecías, no se encienda en amarte aún hasta la muerte? [...] Y como el esposo desea el día de su desposorio, para gozarse, tú deseas el de tu pasión, para sacarnos con tus penas de nuestros trabajos [...] Y pues lo que se desea atrae gozo, cuando es cumplido, no es maravilla que se llame día de tu alegría el día de tu pasión, pues era deseado por ti [...] y por eso quedó vencedor tu amor, y como llama viva, no se pudieron apagar los ríos grandes (cf. Cant 8,7) y muchas pasiones que contra ti vinieron. Por lo cual, aunque los tormentos te daban tristeza y dolor muy de verdad, tu amor se holgaba del bien que de allí nos venía. Y por eso se llama día de alegría de tu corazón”.

- Oración a Dios misericordioso, que nos oye, nos ve e inclina su oreja25

En realidad, en esta oración recoge el hilo conductor de Audi, filia, pues aunque se titula según el salmo 44 “oye hija inclina tu oreja…”, esto no es sino respuesta al amor de Dios, que es el primero que nos ama e inclina su oído a nuestros sufrimientos y necesidades. Su amor es lo primero, y el nuestro no es sino respuesta

24 Audi, filia (I), 2ª, 62: I, 469-470.25 Ibid., 3ª, 36-38: I, 493-494.

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al suyo. Por eso exclama: “¡Bendito seáis, Señor, para siempre, que no sois sordo ni ciego a nuestros trabajos, pues los oís y veis […]!”.

- Oración a Cristo crucificado, en quien Dios nos oye antes que clamemos26.

“Y porque veáis cuán en verdad es que oye el Señor los gemidos que le presentamos, oíd lo que dice el mismo Señor por Esaías: Antes que clamen, yo los oiré (Is 65,24). ¡Oh bendito sea tu callar, Señor, que de dentro y de fuera en el día de tu prisión callaste: de fuera, no maldiciendo, no respondiendo; y en lo dentro, no contradiciendo, mas aceptando con mucha paciencia los golpes y voces, y penas de tu pasión, pues tanto habló en las orejas de Dios que antes que hablemos seamos oídos! [...] ¿Qué te daremos, ¡oh Jesús benditísimo!, por este callar que callaste, y qué te daremos por estas voces que diste? [...] Y aún no te contentas, Señor, con tener tus orejas puestas en nuestros ruegos, y oírnos antes que te roguemos, mas, como quien muy de verdad ama a otro, que se huelga de oírle hablar o cantar, así tú, Señor, dices al ánima por tu sangre redimida: Enséñame tu cara, suene tu voz en mis orejas, porque tu voz es dulce y tu cara mucho hermosa (Cant 2,14). ¿Qué es esto que dices, Señor? ¿Tú deseas oír a nosotros? ¿Nuestra desgraciada voz te es a ti dulce? ¿Cómo te parece hermosa la cara que, de afeada de muchos pecados, los cuales hicimos mirándonos tú, habemos vergüenza de alzarla a ti? [...] Sea, pues, Señor, a ti gloria, en el cual está nuestro remedio. Y sea a nosotros, y en nosotros, vergüenza y confusión de nuestra maldad, mas en ti gozo y ensalzamiento, que eres nuestra verdadera gloria. En la cual nos gloriamos no vanamente, mas con mucha razón y verdad, porque no es poca honra ser tan amados de ti, que te entregaste a tormentos de cruz por nosotros”

- Oración a Cristo Hermoso27.

Es la hermosura de Cristo crucificado porque en él se manifiesta la hermosura de su amor, que pasa a nosotros al lavarnos de nuestro hombre viejo de pecado y hacernos hombres nuevos en el espíritu por su sangre derramada.

“¡Oh sangre hermosa de Cristo hermoso, que, aunque eres colorada más que rubíes, tienes poder para emblanquecer más que la leche! ¿Y quién viera con cuánta violencia eras derramada por los sayones y con qué amor eras derramada del mismo Señor? ¡Cuán de buena gana, extiendes, Señor, tus brazos y pies, para ser sangrado de brazo y tobillo, para remediar nuestra soltura tan mala que en deseos y obras tenemos! ¡Gran fuerza ponen contra ti tus contrarios, mas muy mayor fuerza te hizo tu amor, pues que te venció! Hermoso llama David a Cristo sobre todos los hijos de los hombres (Sal 44,3). Mas este hermoso sobre hombres y ángeles quiso disimular su hermosura y vestirse en su cuerpo, y en lo de fuera, de la semejanza de nuestra fealdad, que en nuestras ánimas tenemos, para que así fuese nuestra fealdad absorbida en el abismo de su hermosura, como lo es una pequeña pajita en un grandioso fuego, y nos diese su imagen hermosa, haciéndonos semejables a Él”.

26 Ibid., 3ª, 48-49: I, 499-500.27 Ibid., 6ª, 20: I, 522.

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Hay otras publicaciones que escogen trozos de sus escritos según temas. Esto está bien para una primera introducción.

9. Libros de sus escritos por temas

9.1. Creo que siguen haciendo falta libros, no muy largos, que acerquen a la lectura directa de San Juan de Ávila por temas y siguiendo sus escritos, sobre todo poniendo como principal base sus cartas, pues en ellas es en donde nos encontramos directamente con el alma de San Juan de Ávila. Un gran y logrado intento de esto lo hizo Antonio Granado Bellido en su libro de 1991 Por que quema el fuego, Paulinas 1991; hoy por desgracia y descatalogado. Hizo un elenco de sus cartas traducidas a un castellano más actual, pero conservando en todo el sabor de San Juan de Ávila. Las cartas que eligió estaban casi todas enteras, omitiendo sólo lo que no tenía que ver con el tema elegido. Siguió un hilo conductor que había cogido del mismo esquema de Audi, filia: 1. El hombre y Dios. Camino hacia la experiencia; 2. Jesucristo, fuente de nuestra vida espiritual; 3. La cruz, hogar de nuestra existencia cristiana; 4. Fe y vida espiritual; 5; La caridad; 6. El progreso en la vida espiritual, 7. Las grandes tentaciones de la vida cristiana.

9.2. Han aparecido también otros libros que recogen selecciones de textos de su epistolario: Ya han florecido las Granadas. Lo mejor de su epistolario, selección y presentación de Esaú de María Díaz Ramirez, que él mismo editó en Almagro (Ciudad Real), en 1983. En 300 págs. recoge textos de 27 cartas muy interesantes y partiendo desde el amor de Dios hacia nosotros. Así nace el camino cristiano en ese amor a Dios y al prójimo teniendo que dejar todo lo que estorba, sobre todo a nosotros mismos, para cumplir la voluntad de Dios. Una de las dificultades del libro es que no se sabe a qué cartas se refiere pues su numeración no coincide con la de la edición de las Obras completas de Sala Balust.

9.3. En 2005 ha aparecido San Juan de Ávila en su epistolario. Selección de textos. Publicado por la BAC, de Dionisio Parra Sánchez (ed.). Tiene muchas entradas de voces en sus 255 págs. Recoge prácticamente trozos de todas sus cartas, aunque demasiado cortos; no pudiendo vislumbrar el contexto de estas afirmaciones. Contiene además un amplio índice, muy exhaustivo. El problema que le encuentro es que no sigue un orden teológico determinado sino orden alfabético, con lo que el mensaje queda un poco disperso en cuanto al contenido doctrinal.

En general, en los libros que están apareciendo hay importantes logros, pero hecho de menos aspectos imprescindibles en la vida y predicación de San Juan de Ávila: la vivencia de los valores evangélicos siguiendo las mismas pisadas de Cristo y de los Apóstoles, la transformación de la sociedad según los valores del Reino, la reforma de la Iglesia, la vida según los consejos evangélicos, al igual que estudios sobre la importancia de la Sagrada Escritura como fuente de esta nueva vida en Dios, etc.

Sobre todo hacen falta libros que contengan sus escritos, basándose de una manera especial en sus cartas, aunque no exclusivamente, y agrupados todos ellos según unos temas que sigan el hilo conductor de la doctrina de san Juan de Ávila: amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo; manifestación de este amor de Dios desde la cruz de Cristo. Seguimiento de Cristo al ir configurándonos con sus pasos y

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su cruz. Relación de amistad e intimidad con el Padre, Hijo y Espíritu, de cada uno de nosotros como respuesta a su querer morar en nosotros. Vida de oración. Conocimiento propio. Vida de fe, esperanza y caridad. Iglesia y vida de fraternidad. Misión e identidad de los laicos, religiosos y sacerdotes en ésta. Vivencia de los consejos evangélicos. Eucaristía. María. Valores y transformación de la sociedad según los valores del Reino. Reforma urgente de la Iglesia para que sea vivo espejo de Cristo en el mundo, comenzando por sus pastores.

Pero lo mejor es seleccionar cartas que se puedan leer de corrido, pues ahí es donde se saborea mejor al Maestro Ávila. Me permito indicar algunas, situando también su facilidad de lectura y temas, ordenando según la importancia que creo tenían en su vida y predicación.

Para adentrarnos no sólo en las oraciones, sino en cómo piensa San Juan de Ávila yo introduciría a cómo leer de corrido algunas de sus cartas. No creo que el primer libro que se deba leer de San Juan de Ávila sea el Audi, filia, especialmente la segunda redacción, pues ésta ha tenido que tenido que ser tan cuidada en las expresiones técnicas y teológicas, sobre todo después del decreto de la justificación de Trento, que ha perdido la frescura redaccional de la primera, alargándose en demasía la parte primera que habla del pecado y de lo que hay que dejar para revestirse de la hermosura del hombre nuevo en Cristo. Ocurre lo mismo que con San Juan de la Cruz. No se puede comenzar con la Subida “interminable al Monte Carmelo” si no se ha leído y meditado antes el esplendor del Cántico espiritual, que es la meta.

9.1. Cartas sobre el amor de Dios

- Carta 74. Destaco ante todo la ya mencionada carta 74, porque contiene un resumen de toda su vida y enseñanza, de lo descrito en el Tratado del amor de Dios, en Audi,filia y en el sermón 78, que he afirmado que a propósito de la vida de San Francisco de Asís es la autobiografía espiritual del Santo Maestro. Ya me he referido a ella anteriormente.

- Carta 44. Es un verdadero tratado sobre la gracia. Está dirigida a una señora afligida con trabajos corporales y tristezas espirituales [¿doña Leonor de Inestrosa?]. La anima a tener confianza en el amor de Dios. En ella se contiene una larga oración de dos páginas a Dios amor. (Traducción en Por que quema el fuego, págs. 35-46). Está completa.

- Carta 56. A unas mujeres devotas que padecían trabajos. Las anima a llevarlos, conociendo que son dones de Dios y dádiva de su amor, y les declara cuán grande es este amor de Dios para con los hombres, basándose en los padecimientos de Cristo por nosotros.

- Carta 61. Trata del amor de Dios para con el hombre y de lo que este amor le hace obrar a Dios para con nuestra miseria. (Cf. Por qué quema el fuego, págs. 176-178). Está completa.

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- Carta 75. A un devoto [don Tello de Aguilar] Exhortándole al amor de Dios y enseñándole los medios para alcanzarlo.

- Carta 112. A una devota suya. Es un auténtico resumen de la Encíclica del Benedicto XVI Deus caritas est. Le pide a esta señora que ame mucho a nuestro Señor y le pida que le dé este amor hacia Él, y persevere pidiendo aunque le dilate este don.

Además de las cartas, debieran acompañarse también textos que complementan lo contenido en ellas; y creo debieran ser en este orden: del Audi,filia, Tratado del amor de Dios, comentarios a la Sagrada Escritura, otros tratados, pláticas, sermones, etc., pero sin olvidar que lo mejor para entrar en él son sin lugar a dudas sus cartas. Y entrando en su corazón entramos en lo que en él habitaba: Dios.

- En todas las cartas anteriores San Juan de Ávila fundamenta el amor de Dios en la entrega del Hijo en la cruz, lo cual es una constante y eje dorsal de su doctrina, pero hay algunas que deseo destacar porque en ellas se hace más evidente. Además de la ya mencionada 74, hay que tener en cuenta las siguientes:

- Carta 58. Escrita a unos amigos desde la cárcel. En ella se contiene una de las oraciones a Cristo crucificado por nosotros.

Oración a Jesús Nazareno

“¡Oh Jesús Nazareno, que quiere decir florido, y cuán suave es el olor de ti, que despierta en nosotros deseos eternos y nos hace olvidar los trabajos, mirando por quién se padecen y con qué galardón se han de pagar! ¿Y quién es aquel que te ama, y no te ama crucificado? En la cruz me buscaste, me hallaste, me curaste y libraste y me amaste, dando tu vida y sangre por mí en manos de crueles sayones; pues en la cruz te quiero buscar y en ella te hallo, y hallándote me curas y me libras de mí, que soy el que contradice a tu amor, en quien está mi salud. Y, libre de mi amor, enemigo tuyo, te respondo, aunque no con igualdad, empero con semejanza, al excesivo amor que en la cruz me tuviste, amándote yo y padeciéndote por ti, como tú amándome, moriste de amor por mí. Mas ¡ay de mí, y cuánta vergüenza cubre a mi faz, y cuánto dolor a mi corazón!; porque siendo de ti tan amado, lo cual muestran tus tantos tormentos, yo te amo tan poco como parece en los pocos míos. Bien sé que no todos merecen esta joya tuya, de ser herrados por tuyos con el hierro de la cruz; empero, mira cuánta pena es desear y no alcanzar, pedir y no recibir, cuanto más pidiéndote, no descansos, mas trabajos por ti.

Dime, ¿por qué quieres que sea pregonero tuyo y alférez que lleva la seña de tu Evangelio, y no me vistes de pies a cabeza de tu librea? ¡Oh cuán mal me parece nombre de siervo tuyo, y andar desnudo de lo que tú tan siempre, y tan dentro de ti, y tan abundantemente anduviste vestido! Dinos ¡oh amado Jesús!, por tu dulce cruz, ¿hubo algún día que aquesta ropa te desnudases, tomando descanso? ¿Oh fuete algún día esta túnica blanda, que tanto a raíz de tus carnes anduvo, hasta decir: Triste es mi ánima hasta la muerte? (Mt 26,38). ¡Oh, que no descansaste, porque nunca nos dejaste de amar, y esto te hacía siempre padecer! Y cuando te

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desnudaron la ropa de fuera, te cortaron en la cruz, como encima de mesa, otra ropa bien larga desde pies a la cabeza, y cuerpo y manos, no habiendo en ti cosa que no estuviese teñida con tu benditísima sangre, hecho carmesí resplandeciente y precioso: la cabeza con espinas, la faz con bofetadas, las manos con un par de clavos, los pies con uno muy cruel para ti, y para nosotros dulce; y lo demás del cuerpo con tantos azotes, que no sea cosa ligera de los contar. Quien, mirando a ti, amare a si y no a ti, grande injuria te hace. Quien, viéndote tal, huyere de lo que a ti lo conforma, que es el padecer, no te debe perfectamente amar, pues no quiere ser a ti semejable. Y quien tiene poco deseo de padecer por ti, no conoce a ti con perfecto amor; que quien con este te conoce, de amor de ti crucificado muere, y quiere más la deshonra por ti que la honra ni todo lo que el engañado y engañador mundo puede dar.

Callen, callen, en comparación de tu cruz, todo lo que en el mundo florece y tan presto se seca; y hayan vergüenza los mundanos del mundo, habiendo tú tan a tu costa combatido y vencido en tu cruz; y hayan vergüenza los que por tuyos son tenidos en no alegrarse con lo contrario del mundo, pues tú tan reprobado y desechado y contradicho fuiste de este ciego mundo, que ni ve ni puede ver la Verdad, que eres tú. Más quiero tener a ti, aunque todo lo otro me falte —que ni es todo ni parte, sino miseria y pura nada—, que estar yo de otro color que tú, aunque todo el mundo sea mío. Porque tener todas las cosas que no eres tú, más es trabajo y carga que verdadera riqueza; empero, ser tú nuestro, y nosotros tuyos, es alegría de corazón y verdadera riqueza, porque tú eres el bien verdadero”28.

- Carta 64. También desde la cárcel. Oración a Dios trino y uno en Cristo crucificado:

“Miremos a Cristo puesto en la cruz, y verle hemos atormentada su carne, y deshonrado el mundo, y vencedor del demonio. ¿Quién a Cristo miró que fuese engañado? Ninguno, por cierto. Pues no apartemos nuestros ojos de él si no queremos tornarnos ciegos [...] Muera, pues, ya en nosotros nuestro viejo hombre, pues murió por nosotros en cruz nuestro nuevo Hombre, que es Cristo [...] ¡Oh Jesucristo, y cúan fuerte es tu amor; y cómo todas las cosas convierte en bien, como dice San Pablo! [...] Demos, pues, nuestro todo, que es chico todo, por el gran todo, que es Dios [...]¡Oh Dios, que eres todas las cosas y ninguna de ellas, porque eres sobre todas ellas! Y ¿cuándo ha de ser el día que te habemos de ver? Y ¿cuándo se ha de quebrar este vaso de barro que tanto bien nos impide? ¿Cuándo se romperán estas cadenas que no nos dejan volar a ti, descanso verdadero de los que descansan? No miremos, hermanos, a otra parte sino a Dios. Llamémosle a nuestro corazón y tengámosle muy apretado con nos, porque no se nos vaya; que ¡tristes de nos! ¿qué haremos sin él sino tornarnos en nada? Echemos ya esto detrás que tan delante traemos y comencemos ya algún día a gozar cuán suave es el Señor (Sal 33,9). Corramos tras de aquel que corrió a nosotros desde los cielos para llevarnos allá. Vamos a quien nos llama, y con tanto amor, desde lo alto de la cruz, despedazada su carne y quemada con fuego de amor para que más sabrosa nos sea. ¡Oh si comiésemos! ¡Oh si nos quemásemos! ¡Oh si nos transformásemos! ¡Oh si nos hiciésemos un espíritu con Él! ¿Qué nos detiene? ¿Qué nos estorba? ¿Qué nos engaña, que no nos lleguemos a Dios? Si es nuestra carne, refrenémosla. Si es nuestra honra despreciémosla. Si es nuestra hacienda, desechémosla si podemos, y si no, tengámosla como estiércol, entendiendo en ella con diligencia y sin amor de ella. Si es la mujer dice San Pablo que los que

28 Carta 58, 47-99: IV, 269-270; los subrayados de los dos primeros párrafos son nuestros.

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tienen mujeres sean como si no las tuviesen (1 Cor 7,29). Si los hijos, querámoslos para Dios. Y si otra cualquiera cosa, digámosle, y con lágrimas: ¡No me apartes de mi Dios! ¡Oh si tanto llorásemos por Dios que de aquella agua se encendiese fuego que quemase todo aquello que de Dios nos aparta! Las lágrimas nos lavarían y el fuego nos quemaría, y seremos animales santos todos ofrecidos a Dios en fuego.¡Oh fuego, Dios, que consumes nuestra tibieza, y cuán suavemente ardes! ¡Y cuán sabrosamente quemas! Y ¡con cuánta dulcedumbre abrasas! ¡Oh si todos y del todo ardiésemos por ti! Entonces dirían todos nuestros huesos: Señor, ¿quién es semejante a ti? (Sal 34,10). Porque del fuego del amor tuyo nacería conocimiento de ti. Pues quien dice que te conoce como te ha de conocer y no te ama, es mentiroso. Amémoste, pues, y conozcámoste por el conocimiento que de amarte resulta; y tras esto venga el poseerte, pues tan ricos son los que te poseen; y poseyéndote a ti, seamos poseídos de ti, y así nos empleemos en alabarte, pues toda la virtud de los cielos te alaba y confiesa por Dios Trino y Uno, Rey infinito, sabio, poderoso, bueno, hermoso, perdonador de los que a ti se convierten, sustentador de los que a ti se llegan, glorificador de los que te sirven y Dios de cuya perfección no hay fin; porque eres sobre todo entendimiento, sobre toda lengua, y de ti sólo eres del todo conocido. A ti sea gloria en los siglos de los siglos. Amén (cf. Gál 1,5; Rom 16,27; 1 Tim 1,17)”29.

- Carta 81. En ella se nos describe la experiencia de Cristo la transfiguración-glorificación en el alto monte de la cruz, y también la nuestra cuando vivimos la cruz unidos al Señor.

La carta 81, escrita también, como las cartas 58 y 64, “a unos amigos atribulados”, donde vuelve a hablar sobre cómo se conoce mejor el amor de Dios cuando se está envuelto en tribulaciones, pues aunque a nosotros nos parece sufrir, es en la cruz, si estamos colgados, como Cristo, de las manos de Dios, donde experimentamos su amor30. Y este conocimiento del amor de Dios desde el dolor nos dice San Juan de Ávila que es más alto que el mayor grado de contemplación: “Porque, a la verdad, nunca hombre por contemplativo que sea, tanto conoció los amores los dolores y amores de Cristo como quien pasa algo de ellos”31. Y a continuación, dirá de nuevo algo que nos recuerda lo dicho a Fray Luis de Granada sobre la que fue su verdadera universidad sobre Cristo:

“Estas y otras doctrinas aprenderéis en la tribulación mejor que en cuantas escuelas y púlpitos hay, y más de verdad; porque en estos lugares se suelen oír con orejas, estando quizá el corazón en otra parte, en la tribulación óyese: que Dios enseña con obras”32.

En esta carta, y de manera indirecta, está relatando lo vivido por él en la tribulación de la cárcel, donde se le dio un conocimiento del amor de Jesucristo mayor que el tenido en la aulas de teología, y aún en la más alta contemplación.

29 Carta 64, 20-120: IV, 284-287.30 Carta 81, 150-154: IV, 341: “Aprovechémonos de esta medicina para conocer cuán flacos somos, lo cual es principio de salud, y cuán miserable cosa es vivir sobre la tierra, y cuán colgados estamos de Dios, y cuánto nos ama, pasando, no a más no poder, por nosotros, mas de su gana, lo que a nosotros tan recio nos parece de sufrir”.31 Carta 81, 154-156: IV, 341.32 Carta 81, 161-165: IV, 341.

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En esta misma carta 81 nos dice que el punto central de esta revelación del misterio de Cristo ha sido su entrega en la cruz, en la cual ha visto la luz y la señal definitiva del amor de Dios hacia él y hacia todos, ya que en la entrega del Hijo ha visto que Dios no sólo le da sus dones, sino que se le da Él mismo:

“[...] el mesmo Criador nos vino a testificar su amor con el testimonio más cierto que hay; el cual es no sólo dar, porque aquello poco duele, mas darse y padecer por nosotros, lo cual es tanto mayor señal de amor, cuanto va de su persona a los dones. Y este testimonio, porque sin duda fuese de nos recebido, firmólo con su muerte, habiéndolo escripto con su sangre; pues que no se puede mas por uno pasar, por muy amado que sea, que morir por él, sepan los hombres que son amados de Cristo, pues puso por nosotros lo último que se pudo poner”33.

Vivir unidos al Señor en todos los momentos y circunstancias de la vida: en la alegría y en el gozo, en la salud y en la enfermedad, etc. Lo digo casi en términos nupciales porque así es como también él se refiere con frecuencia para describir nuestra unión, con Dios Padre, con el Hijo y con el Espíritu. Ahí se reflejan una unidad de intimidad sorprendente.

9.2. Ayudar a los sacerdotes y seminaristas a leer e imitar a San Juan de Ávila

Es más fácil para los sacerdotes entrar en la lectura de San Juan de Ávila, sobre en lo relacionado con la espiritualidad sacerdotal, pues además del Tratado sobre el sacerdocio, están las pláticas a sacerdotes, cartas también a sacerdotes y en los tratados de reforma, especialmente dirigidos a obispos y sacerdotes. Todo ello lo podemos encontrar en la recopilación de Esquerda Bifet, Escritos sacerdotales, recientemente reeditado por la BAC. Recomiendo especialmente la carta 6 dirigida a un sacerdote en la que San Juan de Ávila abre su corazón y le dice cómo vive él la celebración de la Eucaristía.

Otras ayudas que encontrarán los sacerdotes para entrar en el conocimiento de San Juan de Ávila no sólo en temas sacerdotales es el Diccionario de San Juan de Ávila editado por Monte Carmelo y la Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, de Juan Esquerda Bifet, en la BAC. Estas obras tienen la ventaja que abren camino y además citan artículos y estudios relacionados con el tema, si bien están anticuados y citan con la edición de 1970. Hay que completarlos con los nuevos estudios que van apareciendo. Aun así las considero imprescindibles para abrirnos camino en una primera consulta en cualquier tema relacionado con el Santo Maestro. Otra obra que aporta estudios más detallados es El Maestro Ávila, Actas del Congreso Internacional, Edice, 2002. Recientemente, la revista Seminarios ha dedicado un monográfico doble (nº 201-202) a San Juan de Ávila con importantes artículos.

10. Otras sugerencias para darlo a conocer y ayudar a amarlo e imitarlo

Ya en el mensaje de la Conferencia Episcopal antes aludido en el V centenario se nos indicaban algunos medios, y diciendo expresamente su finalidad: “Queremos con

33 Carta 81, 25-33: IV, 338.

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estas sugerencias animaros a todos a leer sus escritos y orar con ellos. Ahí encontraréis la riqueza y hondura de un clásico”, es decir, de un gigante, pero que sigue siendo muy actual en su doctrina, en su mensaje y en su testimonio.

- “A las editoriales y revistas católicas les pedimos la difusión de la figura y obras del Santo Maestro” (Mensaje CEE).

- “Invitamos a las Facultades de Teología que promuevan cursos monográficos y trabajos de investigación en torno a sus obras” (Mensaje CEE).

- “Y asimismo, a los especialistas en literatura, historia y otras áreas del saber, para que, en un trabajo interdisciplinar, descubran y den a conocer las diversas facetas de este autor tan relevante de nuestro privilegiado siglo XVI” (Mensaje CEE).

- Y la misma Conferencia se comprometió a algo que fue decisivo: “Desde la Conferencia Episcopal queremos impulsar su conocimiento con una nueva edición de sus obras y la celebración de un Simposio”. Cosa que se realizó en el año 2000, y cuyas actas están publicadas por EDICE en 2002, conteniendo artículos de los mejores especialistas del momento en San Juan de Ávila y sobre los más diversos temas, y sus obras en 4 tomos de la BAC, desde el 2000-2003.

- También nos dicen con motivo del Vº centenario del nacimiento, y mucho más ahora que será declarado Doctor: “Peregrinar a los lugares relacionados con su vida, particularmente Almodóvar del Campo, donde nació y fue bautizado, y Montilla, donde murió y se conservan sus restos”. También creo que es muy importante peregrinar a la ciudad de Baeza (Jaén), donde no sólo fundó la universidad para clérigos y donde el siglo XVI se palpa nada más pisar y recorrer sus calles. En esta última ciudad, que cuenta ya con guías y recorridos avilistas, se pueden ir visitando edificios y calles muy emblemáticos y que recogen todavía en sus paredes la vida y espíritu del Maestro en muy variadas facetas (enseñanza, hospitales donde visitaba a los enfermos, reforma de la Iglesia, organización de los estudios, púlpito desde donde predicó, iglesia donde se veneraba el Santísimo, iglesia sede de las cofradías que ayudó a reformar según unos criterios más evangélicos, etc.). Otra ciudad de interés es Granada. También, auqneue en menor medida pues contienen menos lugares avilistas, son las de Sevilla, Écija, Priego, etc.; si bien en todas ellas se pueden visitar y explicar también diversos aspectos de su vida y doctrina.

- También nos proponen los obispos ahora el peregrinar a Roma con motivo de la Declaración como Doctor, y no sólo a los sacerdotes, sino a todo el Pueblo de Dios.

- Otra propuesta de la CEE de importancia es estar informados y conectados con la página de la Conferencia Episcopal: sanjuandeavila.conferenciaepiscopal.es.

- Una manera de aunar y unificar la información sobre los estudios que van saliendo sobre San Juan de Ávila es aportar los datos disponibles a la página [email protected] de la Conferencia Episcopal Española. Habría que pedir a los sacerdotes, investigadores, etc. que comuniquen a los

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Delegados los nuevos estudios, etc. Aunque éstos aparezcan en libros, revistas, boletines, etc., a veces no tienen la difusión necesaria y dar los datos a la página de la Conferencia Episcopal facilitará el conocimiento de su existencia.

- Buscar la manera de financiar una especie de revista continua, como aquella de Maestro Ávila, que creo podría correr con ella la Conferencia Episcopal, en la que se puedan recoger los artículos, recensiones, nuevos proyectos, novedades sobre San Juan de Ávila más significativos.

- Unir por links, las páginas webs parroquiales y diocesanas con las de la Conferencia Episcopal, creando una entra San Juan de Ávila.

- Crear blogs. diocesanos, parroquiales, personales, etc., en donde se cuelguen las investigaciones que se están haciendo sobre San Juan de Ávila y conectarlos con la página de la Conferencia Episcopal.

- Conferencias, Congresos, Simposios, etc., que acerquen a su figura y a aspectos concretos de su vida y evangelización. Hasta ahora en algunas diócesis se ofrecen algunas charlas sobre San Juan de Ávila, sobre todo en el día de su fiesta, 10 de mayo, o en torno a ella. Esto es importante pero insuficiente. Creo que las Diócesis y también los arciprestazgos, etc. deberían organizar unos ciclos de conferencias, seminarios, minicongresos, etc. para dar a conocer más en profundidad a San Juan de Ávila, y no sólo a los sacerdotes, sino también a los laicos y consagrados.

- Estudios interdisciplinares en colaboración con las Universidades eclesiásticas y civiles, creando, donde sea posible, una cátedra de San Juan de Ávila. Son muchas las facetas interdisciplinares dignas de profundizar, como hemos sugerido a lo largo de esta conferencia: humanismo y fe, fe y razón, economía y verdadero progreso integral, educación integral en valores, ciencia y fe, razón y fe, fe y desarrollo social, fe y vivencia de la enfermedad, ser buen ciudadano, ser buen gobernante, una ética social y global, etc.

- Cursillos de uno o más días en los que nos adentremos más profundamente en él, y donde se puedan desgranar juntos partes fundamentales de su vida y doctrina, sobre todo a través de sus escritos. Éstos, por no ser sistemáticos necesitan una guía de lectura para coger los que más pueden venir bien en las circunstancias actuales. Son tan ricos, es un bosque tan frondoso, que puede dar miedo adentrarse en él y no entrar nunca; o adentrarse y perderse por pequeñas veredas, dejando de lado las verdaderas praderas y los manantiales de agua viva. Más de un sacerdote me ha preguntado en alguna ocasión, “¿por dónde puedo empezar a leer a San Juan de Ávila?”

- Utilizar a San Juan de Ávila y en los retiros y Ejercicios Espirituales a sacerdotes, consagrados y laicos.

- Que en los libros de espiritualidad y también teológicos se tengan en cuenta las obras y aportaciones de San Juan de Ávila. Ya comienzan a serlo, pero son insuficientes.

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- Indicar breves biografías que adentren a la figura de San Juan de Ávila profundas, pero al mismo tiempo fáciles de leer. Teníamos no muchas pero comienzan a abundar y habrá más en breve tiempo. Ahora corremos el riesgo de tener una sobresaturación, a veces no suficientemente discernida. Es cierto que nos falta una biografía ágil, atrayente que cree las ganas de adentrarnos mejor en el Santo Maestro, sobre todo para que la puedan entender los laicos. Nos falta todavía con San Juan de Ávila una biografía como la del insigne Tellechea sobre San Ignacio: “Ignacio, solo y a pie”. Profunda, como la que más, y ligera como una pluma, que se leía de un tirón. Recemos para que la podamos tener pronto. Mientras, están apareciendo algunas de interés, pero que creo no llegan a la altura de aquella referida sobre San Ignacio.

- Introducir textos de San Juan de Ávila en las homilías, retiros, lectura del Breviario (hasta ahora solo una –el día de su fiesta-) por parte de obispos, sacerdotes, etc.

- Hace falta una colección organizada por temas de sus obras, siguiendo un esquema teológico-espiritual adecuado, con unas pequeñas introducciones que ayuden a adentrarse en el texto. Un esquema válido ya lo he propuesto anteriormente. Una vez que ya tenemos sus obras completas, publicadas en la BAC, siempre como lugares de referencia, en esta colección sus textos podrían ir en un castellano más actual, cuidando siempre no traicionar la garra y sentido de sus escritos. Me refiero a cosas como: “digo a vd.”, en lugar de “a vuesa merced”. “Así tendremos buena Cuaresma y buena Pascua”, en lugar del original: “así ternemos buena Cuaresma y buena Pascua”; “soseguemos nuestro corazón dentro de nosotros” en lugar de “sosgemos nuestro corazón dentro de nosotros”. Estos cambios para actualizar su lenguaje creo que responden muy bien al espíritu de San Juan de Ávila, que hizo todo lo posible por ayudar a los demás a llegarse a las fuentes de la espiritualidad en un lenguaje comprensible. Por eso defiende poder leer la Biblia directamente y en castellano; es partidario de un Catecismo en castellano para el pueblo, aunque otro en latín más amplio para sacerdotes; traduce La imitación de Cristo, de Tomas de Kempis al castellano para que sea entendido por todos, incorporando una rica introducción; traduce el Pange lingua, y otras oraciones devocionales, y hasta el catecismo lo pone en versos cantados para se entienda y aprenda mejor. Creo que es obligación nuestra facilitar la lectura de los textos de San Juan de Ávila y hacerlos llegar al público en general. Esto no nos debe sorprender, pues lo hacemos con la misma Sagrada Escritura. Esta colección de textos de San Juan de Ávila en libros no muy grandes (150 págs. aprox) por temas teológicos y espirituales creo que debiera correr a cargo de la BAC, o EDICE, pues pertenecen a la Conferencia Episcopal, que es la promotora de la causa y divulgación del Santo Maestro. Para ello creo que habría que crear un equipo coordinador en el que estén representados los estamentos de la Conferencia Episcopal, así como expertos en la obra de San Juan de Ávila, y debería tener en cuenta textos de doctrina y vida en todas las facetas y dimensiones. Es algo parecido a lo que se hizo con Sapitientia Fidei, donde se sistematizó los tratados para los Seminarios, o en el actual Itinerario de Formación cristiana de adultos de la CEAS. Así podrían editarse por separado libros sobre: Dios Amor, el Padre, el Hijo, Espíritu Santo, Iglesia, Virgen María, Eucaristía, Sacerdocio, Vida consagrada, vocación de los cristianos laicos, Vida de los Obispos, Consejos Evangélicos,

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Educación, Espiritualidad, Bienaventuranzas, Oración, Reforma de la Iglesia, Transformación de la sociedad, etc. etc.

- Al mismo tiempo, habría que poner en marcha una revista, mas o menos similar a la desaparecida Maestro Ávila, donde se recojan las investigaciones que no han podido salir en otros medios, y se contengan recensiones o anuncios de donde están apareciendo. Algo parecido a lo que está haciendo la página web de la Conferencia Episcopal, pero con más entidad y menos dispersa.

- Que aparezcan también sus obras y artículos sobre ellas en otros idiomas, especialmente en inglés. Esto creo que es muy urgente para que su influencia siga siendo actual y universal. Ya se está haciendo con la aparición de Audi, filia en inglés y algunos escritos en italiano: San Giovanni D´Ávila. Maestro di evangelizzatori. Scritti Scelti, San Paolo, Milano, 2000. Pero esto no es suficiente. Creo que tenemos la responsabilidad de hacer que entre en lenguaje inglés más escritos y estudios, pues con ello lo ponemos a disposición de todo el mundo, y así irán apareciendo obras y artículos en otros idiomas.

- Creo que hacen falta unos materiales adecuados para que los sacerdotes puedan dar a conocer a San Juan de Ávila, y los puedan poner en manos de los laicos:

- 1º: Una introducción que sirva de base: Claves de su vida- 2º. Una serie de textos seleccionados, claves de su doctrina y vida que iluminen

especialmente hoy a los laicos teniendo en cuenta las circunstancias actuales, sacados especialmente de sus cartas, Audi, filia, tratados, sermones, etc..

- 3º Claves evangelizadoras que nos pone hoy de relieve con más ahinco.

- Habría que estar atentos a las indicaciones que va haciendo la Conferencia Episcopal y que van a facilitar el acceso y divulgación de San Juan de Ávila: Mensaje de la CEE con motivo de la Declaración de su Doctorado Universal, comics para niños, diferentes biografías, CD con su vida, etc.

- Dada la repercusión de los Medios de comunicación, sería muy importante hacer una película de San Juan de Ávila, bien cuidada y con todas las garantías de veracidad y autenticidad. Ya disponemos en España de estudios y compañías que lo podrían hacer. Sería un servicio extraordinario.

- Creo que los Delegados para el Clero tenemos una gran responsabilidad y labor en la difusión de San Juan de Ávila, correspondiendo a nosotros en muchos casos el ser promotores al lado de nuestros Obispos de organizar grupos de trabajo que ayuden en sus Diócesis a la divulgación de su vida y obra, y sobre todo de su imitación, y esto no solo a los sacerdotes sino también a todo el Pueblo de Dios.

Conclusión

Los obispos nos dicen hoy: “El testimonio de fe del Santo Maestro sigue vivo y su voz se alza potente, humilde y actualísima ahora, en este momento crucial en que nos apremia la urgencia de una nueva evangelización”. Y como nos decían ya en el año 2000: “Por estas razones hemos presentado al Santo Padre la petición de que sea declarado Doctor de la Iglesia Universal, convencidos de que ello puede contribuir a

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la gloria de Dios y a la salvación de los hombres. También nosotros, como decía Pablo VI el día de la canonización, pedimos a san Juan de Ávila que ´sea favorable intercesor de las gracias que la Iglesia parece necesitar hoy más: la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad del clero, la fidelidad al Concilio y la imitación de Cristo tal como debe ser en los nuevos tiempos´. Que su doctrina y ejemplo influyan en nuestra vida y nos impulsen a anunciar el Evangelio a las generaciones del nuevo milenio, de tal modo que el Santo Maestro Ávila sea hoy para todo el Pueblo de Dios –laicos, consagrados y sacerdotes-, como también lo fue en su tiempo, `Maestro de evangelizadores´”. Y nos dicen en la última Asamblea plenaria: “Podemos calificarlo como el Doctor del amor de Dios a los hombres en Cristo Jesús; el maestro y el místico del beneficio de la redención”. El Papa Benedicto XVI al declararlo Doctor de la Iglesia Universal lo pone como luz en el candelero de la andadura de la Iglesia en esta etapa de anuncio de la Buena Noticia del amor de Dios a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y de todos los tiempos. Demos gracias a Dios. Leamos a San Juan de Ávila, amémosle e imitémosle. En él encontramos un hermano, un guía, un Maestro de vida y evangelización. Ojala que los Delegados y Vicarios para los clero recojan esta tarea y ayuden a otros a encontrarse con el aire fresco del Evangelio que nos aporta San Juan de Ávila.

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La santidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal

Francisco Fernández Perea, Director espiritual del seminario de Getafe

Es un tema tan amplio e importante que se pueden decir muchas cosas. Quiero y busco que esta ponencia sea más un diálogo, entre sacerdotes hermanos y amigos, que ayude a fomentar ese espíritu de santidad en el ejercicio ministerial, en el actuar y en el vivir del sacerdote34.

1.- Concepto de santidad.

Es muy importante tener claro de partida el concepto de santidad sacerdotal en el ejercicio del ministerio para poder después ayudar a los sacerdotes a vivirlo.

Es verdad que la santidad es: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48); es decir, cuando uno se encuentra con un santo se da cuenta que es muy santo: los santos son muy santos. No debemos nunca rebajar el nivel de la santidad, es algo inmenso, es tan grande como el misterio de Dios.

Pero esta perfección no consiste en una especie de perfección de uno que se olvida de los demás, que tiene todas las perfecciones, que no se equivoca nunca, que todo lo hace bien, que está como entronizado,… no es eso; no es no cometer fallos y no “meter nunca la pata”. Hay un libro por ahí que habla de los pecados de los santos...

La santidad en el fondo es la perfección de la caridad; es decir, es el amor que ha llegado a la perfección. Por lo tanto, el aspirar a la santidad y buscar la santidad, en el fondo es aspirar al amor y buscar el amor en su plenitud: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16).

Entrar en estos caminos, meternos en el misterio del amor, para que nos empape a nosotros y vivamos esa plenitud de amor. En ese sentido tenemos que unificar mucho lo que significa ser santo en la Iglesia. La santidad está en la vida real vivida en el Espíritu Santo que suscita diversos modos de vida cristiana.

Es verdad que en la Presbiterorum Ordinis y en el Concilio Vaticano II se insistió mucho en la santidad específica del sacerdote. El sacerdote tiene por su propia realidad una santidad específica; pero no quiere decir que el sacerdote sea más santo que los seglares: en el trato ministerial uno se encuentra con laicos muy santos, que tienen una gran unión con Dios.

34 Esta ponencia ha sido transcrita y revisada a partir de una grabación por Santiago Bohigues, con autorización del autor. Por eso, para ser fiel a lo dado, se mantienen estructuras lingüísticas propias de una ponencia hablada que se han pasado a texto escrito.

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Se trata de un modo específico de nuestro camino de amor. Todos estamos llamados a la santidad, que es la unión plena con Dios, que es la plenitud del amor, pero el camino del amor es distinto, cada uno según su vocación; todos usamos los mismos medios de santificación (los sacerdotes también necesitamos pedir perdón de nuestros pecados, meditar la Palabra de Dios,…) pero el camino nuestro concreto es específico, es uno de los carismas de la Iglesia: los medios de santificación son comunes, los caminos de santificación son diversos. La Iglesia que está enriquecida de carismas, uno de ellos es el carisma sacerdotal.

Valorar nuestro propio carisma es también una escuela para valorar los otros carismas y amar nuestro propio carisma nos enseña a amar y valorar todos los carismas de la Iglesia.

El Papa Benedicto XVI habla y nos invita a una renovación de la fe en este Año de la Fe. El Papa une muchísimo la fe y el amor, de tal manera que la vida de fe en realidad es vida de amor y el itinerario de santidad, es itinerario de fe pero es un itinerario de crecimiento en el amor.

En la encíclica Deus Charitas est al final tiene unas palabras que tienen su intención para toda la Iglesia aunque la aplicamos a la vida sacerdotal:

<[…] la fe que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz suscita a su vez el amor; el amor es una luz, en el fondo la única que ilumina contantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y así llevar la luz de Dios al mundo a esta querría invitar con esta encíclica> (DC 38)

A esto es a lo que invitamos a los sacerdotes a vivir el amor.

2.- La santidad del presbítero.

La santidad específica del sacerdote se da ya por conocida en sus planteamientos fundamentales: estamos enriquecidos por el sacramento del Orden [“…por la santidad de que están enriquecidos en Cristo, pueden avanzar hasta el varón perfecto.” (P.O. 12), los sacerdotes están “obligados” a la santidad por nuestro ministerio (P.O. 12)35,…]

Algo que a los sacerdotes les ayuda, es saber que Dios les quiere mucho; y eso será lo que hay que decir a los demás, que Dios les quiere mucho; pero se nos olvida que Dios nos quiere a nosotros. La clave de nuestra vida es que Dios nos quiere mucho y eso hay que decírselo a los sacerdotes para que no se les olvide.

La vida de santidad es una vida real concreta en la que uno experimenta el amor de Dios; uno tiene que vivirlo en sí mismo. ¿Por dónde empieza la identificación con Cristo, Único Sacerdote, guía de nuestro camino (PDV 21)? Por vivir un amor personal con ese Cristo Único Sacerdote que me ama. La clave fundamental de nuestra vida de

35 Hay dos enfoques de la santidad del sacerdote que se deben dar a la vez: hay que ser santos para poder ejercer el ministerio sacerdotal con fruto y ejerciendo el ministerio se hace uno santo. El ministerio nos enriquece en el camino de la santificación y al vivir enriquecidos con nuestro ser sacerdotal hace que nuestro actuar ministerial sea más fecundo.

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santidad está en una vida de unión personal con Jesucristo, lo esencial es la relación que uno tiene con Él.

Toda nuestra vida y ministerio es amistad: yo encuentro a Jesucristo amigo mío, yo le amo como mi mejor amigo en una amistad que tiene una calidad suprema. Hay muchos grados de amistad y por eso hay muchos grados de amor. Cuando el sacerdote vive con el máximo grado de amor, cuando su vida la tiene puesta en Cristo y sabe que le ama a él en ese máximo grado de amor es un sacerdote centrado; porque en el fondo, eso es el amor total y exclusivo, esa es la calidad de nuestro amor en el celibato que hoy mucha gente no lo entiende. La razón de ser del ministerio es vivir un grado de amistad tan profundo con el Señor que nos arrebata totalmente, del todo.

Ayudar a vivir esta amistad profunda con el Señor, ahí está todo. El sacerdote necesita sentirse amado por Jesucristo, es su confidente, es el que sufre con Jesús, es el que ora con Cristo y todo lo vive con Él.

El Papa en la inauguración del año paulino en la basílica de San Pablo dijo:

<En la carta a los Gálatas, San Pablo nos dio una profesión de fe muy personal, en la que abre su corazón a los lectores de todos los tiempos y revela cual es la motivación más íntima de él, su vida. El ejercicio ministerial de San Pablo tiene una motivación íntima, un secreto íntimo: “vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Todo lo que hace San Pablo parte de este centro, su fe es la experiencia de ser amado por Jesucristo de un modo totalmente personal, es la conciencia de que Cristo no afrontó la muerte por algo anónimo, sino por amor a él, a San Pablo, y que como resucitado lo sigue amando ahora, que Cristo se entregó por él. Su fe consiste en ser conquistado por el amor de Jesucristo, un amor que lo conmueve en lo más íntimo y lo transforma; su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios o sobre el mundo, su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón y así, esta misma fe es amor a Jesucristo. Este es el secreto del sacerdote, el impacto en su corazón del amor de Jesucristo en el que uno ha comprendido que Cristo no murió anónimamente sino por él que le amó hasta la cruz a él y que así ahora mismo le sigue amando>.

Esto es lo fundamental, vivir constantemente bajo este amor es la clave de nuestra felicidad y la clave de nuestra alegría. Cuando un sacerdote por mucho éxito pastoral que tenga, por muy en la cúspide esté de su diócesis, como no viva bajo este amor será un sacerdote desfondado, que su corazón no tiene centro.

Hay que entender la vida del sacerdote, desde la raíz; todos los medios que le ayudan al sacerdote a vivir este amor son fundamentales para su vida: se le ayuda al sacerdote, nos ayudamos unos a otros desde las cosas que nos muevan a vivir bajo este amor. Por eso se entiende la gran importancia y la fuerza de la oración del sacerdote que tiene una doble vertiente siempre: una oración respecto del Señor y una oración en nombre de su pueblo, amando a su pueblo.

El sacerdote tiene por vocación no orar nunca sólo, nunca presenta su corazón sólo ante Dios, porque lleva en su corazón clavado dentro el drama de su gente, los sufrimientos de las personas que le han sido confiadas y así va a orar. Ora porque va a un encuentro de amor con el Señor, a meterse en el océano inmenso del amor de Dios.

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La palabra del sacerdote no está tanto en palabras o en seguir algún esquema, que a veces ayuda; lo importante es entrar en el abrazo del amor de Dios, vivir la oración como un momento fuerte de amistad profunda con Jesucristo, de fuerte de amor a la gente. Porque la oración no separa sino une más profundamente.Cuando un sacerdote no cuida los momentos de oración, para vivir de modo especial esa relación personal con el Señor, se enfría el amor. No es solamente cumplir con media o una hora de oración; uno puede estar tres horas de oración y no vivir un amor a Jesucristo: reza salmos, piensa muchas cosas, va con el Evangelio continuamente… Si el estudio no te lleva a una relación de intimidad de amor con el Señor, pues no se cumple plenamente su función ministerial.

Así se entiende que Juan Pablo II en Ecclesia in Eucaristía y Benedicto XVI en Sacramentum caritatis insistan también en la importancia de la vivencia de la Eucaristía en la vida del sacerdote. Estamos hablando de la vida práctica, concreta de cada día, no se trata de decir misa simplemente, no es la cantidad de misas celebradas; yo entiendo la misa como ese incorporarme a ese amor de Cristo que ahí realiza el misterio pascual, misterio de amor, y se entrega primero por mí sacerdote; lo que tengo entre manos es el amor loco de Jesucristo por mí y lo que yo realizo en la Eucaristía es mi amor extremo por Él. Si Cristo da su vida por mí, yo voy a misa a dar mi vida por Él, y amo a Jesucristo hasta el extremo.

¿Cómo me incorporo a ese amor de Cristo, el Pastor por sus ovejas? Para el sacerdote la misa es amor extremo a su pueblo, a su parroquia, a mi gente; es derramar también sangre con la sangre de Cristo en el altar por mi gente. Y un sacerdote que celebra una misa sale enamorado de su parroquia, de su pueblo. Lo que he tenido entre mis manos es un misterio desbordante.

Por eso el sacerdote alimenta su vida sacerdotal de la Eucaristía, vive de la Eucaristía (Ecclesia in Eucaristía de Juan Pablo II), y encuentra en ella una escuela de amor, de entrega, de ser pastor, de ser mediador e intercesor. Lo mismo todo lo que enriquece mi vida con Cristo.

La vida concreta vivida desde la identidad sacerdotal: vivir lo que somos, vida de unión con Cristo, vida de oración, a la escucha de la Palabra (Verbum Domini de Benedicto XVI): “a vosotros os llamo amigos”, “para que estuvieran con Él”. La Palabra es un verdadero banquete porque me está hablando en una palabra de amor (enamorado de mí y de las personas que yo trato), uno va a la Palabra de Dios a aprender a amar.

Que el sacerdote viva en una continua escucha constante de la Palabra de Dios, en una continua docilidad al Espíritu Santo; docilidad a la Palabra de Dios es docilidad a la gente (lo que más impresiona a la gente es: “lo que dice el sacerdote me llega”, “el sacerdote es el único que me escucha”); esa escucha se aprende escuchando al Señor. Ese modo de escuchar intenso y profundo implica una obediencia interior a Dios, obediencia de fe que significa estar continuamente renunciando a mis proyectos, a mi voluntad, a lo que yo quiero y estar intentando hacer lo que Cristo me está pidiendo. Cuesta mucho y necesita de mucha valentía; ese sacerdote es un héroe aunque nadie lo sepa, porque nunca hace su voluntad y está continuamente obedeciendo al Espíritu de Dios: vive en armonía con el corazón con Cristo (cf. DC 19).

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Hoy se entiende mal el amor; vivimos en un ambiente que ha pervertido el amor y ha planteado el amor como una especie de búsqueda de sí mismo, un camino de perderse a sí mismo.

La vida de comunión presbiteral no se hace por estar uno junto al otro, la comunión del sacerdote se basa en el amor y en el amor de Cristo; ese amor se traduce en saber escuchar al otro sacerdote: “para que sean uno en nosotros”. Amarnos no es darnos la razón, tener que pensar todo igual, es hacer toda la catequesis de un modo porque lo digo yo sino no hay unidad, no es verdad. En Pentecostés vemos que el mismo Espíritu da multitud de frutos. Podemos ser muy distintos y escucharnos, ayudarnos y amarnos unos a otros mucho. Ayudarnos a vivir en comunión queriéndonos como somos con misericordia y a saber aguantarnos unos a otros. Esto es fruto de sentirnos uno en el amor.

Sentirse en comunión con la Iglesia. Las dificultades de la Iglesia suscitan amor a la Iglesia; esto pasa también entre los sacerdotes cuando lo pasan muy mal, cuando en sus pueblos están solos, no les entienden y esto suscita sintonía con el sacerdote y con la Iglesia.

En este sentir y amar a la Iglesia, es muy importante vivir el amor a la Virgen: María en la vida del sacerdote, María Madre Sacerdotal. A veces nosotros separamos la devoción popular y conceptos intelectuales; la Virgen es mi madre y es un misterio que me supera, madre de los sacerdotes; nosotros tenemos una especial relación con la Virgen como la mujer de nuestra vida.

El hombre no puede vivir sin la feminidad. Ayuda mucho en el ministerio vivir una relación personal con María que está viva y que tiene corazón de madre, que siente y nos ayuda: le pedimos y nos escucha como una madre.

3.- Dificultades vitales para la santidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal.

En la vida sacerdotal puede haber algunas dificultades vitales para la santidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal.

A.- Personales:

- Instalarse en la medianía.

El sacerdote tiene el peligro de instalarse. El Papa en una homilía de 2006 habló de ese subir de los sacerdotes, ese querer instalarse en un sitio cómodo para uno, el peligro de buscar los puestos, reduccionismos, intelectualismos; uno tiene llena la cabeza y vacío el corazón.

- La separación del ministerio y de la vida.

Tener yo mi vida por un lado que es la que me llena y luego corto para tener actos ministeriales; el peligro y el desgaste de la doble vida. Mi vida es Cristo y todo lo que me lleva a una unión con Él como pastor es vida de mi vida.

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- El “activismo” práctico.

El estar tan entregado a las personas que no se tiene tiempo para uno mismo, para el descanso y la reflexión. Sobreabundancia de tareas, la herejía de la acción (hacer y no ser en el hacer), valgo en función de lo que hago y no en lo que soy: “la mies es mucha” (P.O. 14).

- Desaliento y desesperanza.

El fracaso pastoral es algo inherente a la vida sacerdotal. Muchos sacerdotes que han trabajado mucho y no ven fruto, la parroquia sigue igual, nadie se acerca a Dios. Ese fracaso aparente les lleva a desanimarse. El drama del fracaso. Una cosa es el fracaso y otra la fecundidad: el momento de la Cruz fue el momento de mayor fracaso humano de Cristo, pero el momento de mayor fecundidad.

- El desorden de vida y el desorden afectivo.

No tienen un cierto equilibrio en algunas cosas que son fundamentales: hora de levantarse y oración, en saber cortar a tiempo, el acostarse…Cuando uno busca sustitutivos en sus vacíos afectivos, se apega a cosas que le consuelan en medio de sus problemas. El ordenador e internet donde uno puede pasar horas y horas.

- Aislamiento.

Sacerdotes que no es que estén solos (existe una soledad necesaria y buena) sino que se aíslan, se hacen como solitarios. La mal entendida soledad sacerdotal: hacerse solitario. El sacerdote es para los demás.

B.- Sociales:

- La “mundanización” de la vida del clero.

Los criterios del ambiente mundano, el arrastre de la mayoría, el egoísmo en todas sus facetas se nos cuela en la vida del clero: tenemos criterios de brillantez, de eficacia, de buscar aparentar, el complejo de estar a la moda.

- Desunión de la comunión presbiteral.

El estar mirando tanto las diferentes “familias” sacerdotales que no se vive la gran familia diocesana. Las asociaciones de sacerdotes tienen sentido si me ayudan a vivir la diocesaneidad y no son buenas si me apartan de ella.

- El “complejo de estar a la moda”.

Ofrecer lo que se pide hoy y frenarse o tener miedo a distinguirse. Perder la originalidad ministerial en el conjunto de la sociedad. Venderse al afecto y condescendencia de los demás.

- El miedo al rechazo.

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La incomprensión y la persecución han estado y estará siempre en la Iglesia. La Iglesia de los mártires es ejemplo y modelo para todos los tiempos históricos eclesiales. El mal es vencido a fuerza de bien, el odio y el rencor es salvado por el amor.

- La fuerza de los “roles” sociales impuestos desde fuera del ministerio.

Que sea una ONG si, sino no se admite: Palabra de Dios, Eucaristía… El poder, el éxito o el dinero no es lo que define a la Iglesia. Lo original y lo que define a la Iglesia es la calidad de su amor.

- La cultura de la apariencia y del éxito.

Cultura del éxito: si voy a más responsabilidades y a cargos de más importancia entonces bien, sino mal. Buscar ser un sacerdote “brillante” y si no lo soy me hundo; buscar cubrir las apariencias y caer bien.

4.- Sugerencias para vivir la santidad sacerdotal.

Ante estas dificultades unas sugerencias para vivir la santidad sacerdotal:

1. Como diría Sta. Teresa de Jesús, tomar una determinada determinación, quiero ser santo. Si el sacerdote no quiere ser santo, no lo será; es el misterio de la libertad. Quiero amar del todo a Cristo, quiero amar del todo a las personas que me han confiado.

2. Confianza en la gracia de Dios. Es Cristo el que está empeñado en mi santificación, más que yo mismo y Él no me va a faltar nunca y cuento siempre con su gracia. La santidad viene del Santo que es el Señor, no viene de mí. Soy un sacerdote “huesos secos”, pues el Señor los puede hacer resucitar, confío en la gracia del Señor. Voy a la oración, a la confesión, a la Eucaristía como un mendigo, como dice el Catecismo, a pedir la gracia de Dios. Un sacerdote mendigo de la gracia, es imposible que no ame a los mendigos porque él mismo vive como un mendigo ante Dios, y sabe que tiene lo que le den; si no le dan no tiene.

3. El propio sacerdote es destinatario de su propio ministerio sacerdotal, es beneficiado de su propio ministerio. Cuantas veces predicando uno piensa lo bien que le vendría a él, lo que está predicando. Cuando vas a un convento a confesar descubres tanta santidad que impresiona, sentarme a confesar me ha ayudado a mí.

4. Vivir la comunión jerárquica de la Iglesia como ayuda real. La relación con Cristo pasa con la relación real con la Iglesia; es la relación con el Obispo esencial para su vida de santidad, no es un añadido: en lo que está por nuestra parte es muy bueno tener un trato de amistad sacerdotal como padre, pastor, amigo y hermano. Tener cercanía con el Obispo y que el Obispo tenga cercanía con los sacerdotes, que les escuche y que el sacerdote se sienta escuchado y que el sacerdote escuche a su Obispo; también el Obispo se tiene que sentir

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escuchado por sus sacerdotes, es un diálogo mutuo, tiene que ser un trato cercano, cordial.A veces piensan los sacerdotes con respecto a los Obispos, que son soluciones de los problemas, tanto me sirves, tanto caso te hago. El sacerdote no es eso; para el Obispo el sacerdote es su hijo predilecto, así lo hemos experimentado, y para el sacerdote el Obispo es su padre; el padre se equivoca y yo lo disculpo y no pasa nada. Esa cercanía es fundamental.

5. Una formación permanente que llegue al corazón del sacerdote, no solamente a la cabeza y que integre todas las dimensiones sacerdotales. A veces una reunión de sacerdotes amigos es una formación permanente, que se hable de algún problema, de alguna persecución.

6. Las amistades sacerdotales son de mucha importancia. Crear vínculos de amistad entre los sacerdotes: un amigo no es con el que simplemente sales a divertirte sino es aquél con el que se pueda llorar; amigos que se ayuden a ser sacerdotes. Aquí entra la importancia de la dirección espiritual. La dirección espiritual es un sacerdote amigo que te ayuda a vivir el amor a Jesucristo: te fías de él, le preguntas, le consultas… porque le necesitas. Es bueno que en todas las diócesis tengan algunos sacerdotes una cierta “liberación” para poderse dedicar a los sacerdotes.

7. Para que el sacerdote se anime mucho a la santidad, tiene mucha importancia lo que le piden los fieles dejando aparte las ocurrencias particulares intrascendentes, la gente que se te acerca y te pide tu ministerio; porque quieres a esa persona quieres hacerle todo el bien posible y viene con un drama y quieres darle el consuelo que necesita, darle lo mejor porque le quieres. Esa persona con lo que te pide, te anima y te estimula a ser sacerdote santo.

Todo se puede resumir de la forma siguiente: el ministerio sacerdotal ayuda a la santidad si se vive de verdad, de corazón. Que uno da una bendición bendiciendo de verdad, perdona los pecados perdonando él, pone una sonrisa de verdad y aguanta de verdad al más difícil de tratar.Vivir el ministerio de verdad con la verdad de nuestra vida. Cristo sacerdote nos hace otro Cristo sacerdote, imagen viva y transparente del Corazón amante de Cristo sacerdote.

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