La tradición centralista de América Latina - Véliz C.

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La tradición centralista de América Latina Claudio Véliz Introducción América Latina ha sufrido la desilusión de no poder transformarse en una Europa noroccidental, debiéndose esto a su herencia historia. Algunos factores explicativos se basan en la ausencia de: a) una experiencia feudal, b) la disidencia religiosa y centralismo de la religión dominante, c) algún acontecimiento comparable a la Revolución Industrial y d) la evolución ideológica, social y política asociada a la Revolución Francesa. Los argumentos planteados son insuficientes para explicar las características de América Latina. Un factor explicativo fuerte es la “tradición burocrática de racionalización preindustrial en la que se basa el centralismo que ha configurado los procesos de cambio y continuidad”, heredada de la experiencia colonial. Tomando como eje la teoría weberiana, el concepto de centralismo se encasilla en la denominación “racional”, oponiéndose al patrimonialismo, entendido en la “autoridad tradicional”. La burocracia centralista eleva el cargo por sobre el individuo, cumpliéndose así el concepto de moderno aparato de Estado burocrático de Weber. El centralismo no ha tenido un desarrollo lineal, más bien, ha experimentado varios quiebres, seguidos de procesos de recentralización: Los Reyes Católicos iniciaron la centralización castellana en las Cortes de Madrigal en 1476 hasta los últimos años del siglo XVI, cuando se desarrolla la revuelta catalana en 1591, la crisis financiera de 1596 y la muerte de Felipe II, sufriendo un relajo del control central de los Habsburgo Entre el ascenso de Felipe III y la muerte del último monarca Habsburgo en 1700 y la subida de los Borbones al trono hispánico se producen nuevas estrategias centrípetas, sin embargo, los lazos que unían la periferia burocrática imperial al poder central se comenzaron a debilitar Las reformas centralizadoras borbónicas se hacen notar a final del siglo XVIII pero el proceso es interrumpido por el aumento del liberalismo económico y político en Europa a mediados del siglo XIX

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La tradición centralista de América LatinaClaudio Véliz

Introducción

América Latina ha sufrido la desilusión de no poder transformarse en una Europa noroccidental, debiéndose esto a su herencia historia. Algunos factores explicativos se basan en la ausencia de: a) una experiencia feudal, b) la disidencia religiosa y centralismo de la religión dominante, c) algún acontecimiento comparable a la Revolución Industrial y d) la evolución ideológica, social y política asociada a la Revolución Francesa. Los argumentos planteados son insuficientes para explicar las características de América Latina. Un factor explicativo fuerte es la “tradición burocrática de racionalización preindustrial en la que se basa el centralismo que ha configurado los procesos de cambio y continuidad”, heredada de la experiencia colonial.

Tomando como eje la teoría weberiana, el concepto de centralismo se encasilla en la denominación “racional”, oponiéndose al patrimonialismo, entendido en la “autoridad tradicional”. La burocracia centralista eleva el cargo por sobre el individuo, cumpliéndose así el concepto de moderno aparato de Estado burocrático de Weber.

El centralismo no ha tenido un desarrollo lineal, más bien, ha experimentado varios quiebres, seguidos de procesos de recentralización:

Los Reyes Católicos iniciaron la centralización castellana en las Cortes de Madrigal en 1476 hasta los últimos años del siglo XVI, cuando se desarrolla la revuelta catalana en 1591, la crisis financiera de 1596 y la muerte de Felipe II, sufriendo un relajo del control central de los Habsburgo

Entre el ascenso de Felipe III y la muerte del último monarca Habsburgo en 1700 y la subida de los Borbones al trono hispánico se producen nuevas estrategias centrípetas, sin embargo, los lazos que unían la periferia burocrática imperial al poder central se comenzaron a debilitar

Las reformas centralizadoras borbónicas se hacen notar a final del siglo XVIII pero el proceso es interrumpido por el aumento del liberalismo económico y político en Europa a mediados del siglo XIX

La pausa liberal, extendida entre mediados del siglo XIX y la Gran Depresión de 1929, llegó a su fin entre los años sesenta y setenta.

América Latina ha ido retornando a su ancestral centralismo. Su intención de imitar los modelos políticos, económicos y culturales de Europa no hace más que demostrar el grado de centralización que la región experimenta. La caída de las democracias y el establecimiento de regímenes autoritarios en el siglo XX demuestran esta situación: los intentos de liberalización económica venían siendo ejercidos desde un control central autoritario.

Capítulo I Conquista postfeudal

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La mirada renacentista y el poder central de Castilla, y no de una España unificada, le permitió a los países ibéricos entrar en la Edad Moderna con estructuras políticas, administrativas y legales de una monarquía postfeudal castellana.

Según Véliz, el concepto de feudalismo utilizado para el presente estudio es el de un sistema político que proliferó en la mayor parte de Europa Occidental entre los siglos VII y XIII. La principal característica es la transformación de deberes públicos a obligaciones privadas por la tenencia de un feudo. Algunos autores defienden la tesis de que en la región existió un sistema de base feudal, sin embargo, las características de un sistema feudal planteadas por Dobb permiten entender que no hubo feudalismo en América Latina.

Algunos de esos puntos son:

Sistema de producción para uso inmediato (que excluiría el conjunto de imperios hispano y portugués de ultramar)

Posesión condicional de la tierra por parte de los señores, sobre la base de algún tipo de tenencia por servicios

Funciones judiciales o cuasi judiciales respecto a la población sometida en manos de un señor (tampoco aplicable a las Indias)

Descentralización política

El feudalismo que no existió en América Latina no pudo haber sido implantado desde España ni Portugal, ya que estas estructuras político-administrativas habían perdido todo rasgo feudal significativo al momento de colonizar la región. Según Véliz, “nunca ha existido feudalismo en la América española; no ha habido grandes duques, ni propietarios, ni siquiera caciques locales lo bastante fuertes como para imponer impuestos y organizar un ejército en oposición al poder central. El centro político no se ha visto obligado a renunciar al poder efectivo ni a comprometer al más alto nivel el ejercicio de la responsabilidad política. El problema de la coexistencia de varios centros de importancia más o menos equivalentes no se puso en cuestión; el centro político nunca estuvo en peligro, en parte porque nunca fue desafiado efectivamente.”

Capítulo II Orígenes castellanos

La monarquía de los Reyes Católicos fue la más centralizada del siglo XVI, mientras que en el resto de Europa continuaban las pugnas entre la corona y la nobleza. Un hecho relevante es que el reino de Castilla, integralmente superior a Aragón, fue el primero en generar cambios hacia la centralización. Independiente de la cohesión española, las Indias dependían exclusivamente del poder centralizado del reino de Castilla, personificado en Isabel.

El poder personalista existente en Castilla se debe a sus particulares características que emergen desde su propia historia:

La inmunidad feudal no fue establecida jurídicamente, por lo tanto, el poder monárquico no fue amenazado legalmente. El poder feudal fue de facto y no de jure

Las diferencias particulares se acentuaron con la invasión musulmana

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El camino bélico de Castilla (que contrastaba con el constitucionalismo de Aragón) les generó anarquía y la nobleza no quiso institucionalizar sus adquisiciones

La institución parlamentaria medieval de las cortes no era frecuentemente convocada por el Rey, por lo tanto, su influencia era mínima. El poderío nobiliario nunca fue institucionalizado, permitiéndole más campo de acción al Rey

Al asumir los Reyes Católicos la dirección de Castilla, la nobleza había ganado terreno frente a la pérdida de prestigio de la corona. Isabel centralizó el reino y reprimió cualquier fuerza centrífuga

Se inició un proceso centralizador de los medios de coacción y los puestos públicos fueron meritorios en vez de basarse en rangos o influencias

Hubo una recuperación de los poderes eclesiásticos castellanos que la Santa Sede tenía en sus manos. Fernando logro que la corona de Castilla nombrara los altos puestos en la Iglesia castellana (bula de 1482), tuviera el derecho de nominación en todos los monasterios, iglesias y sedes episcopales del reino morisco (bula de 1486) y, frente a la invasión francesa en territorio italiano, se logro que la corona de Castilla tuviera derecho perpetuo a fundar y organizar todas las sedes en territorios de ultramar (bula de 1508, después de la muerte de Isabel)

Las tierras descubiertas en las Indias eran una especie de aventura privada, pero siempre perteneciente a la corona, contrastando así con la experiencia inglesa donde los territorios descubiertos en la América anglosajona fueron abandonados a la organización de los colonos

Según Véliz, “no hay que pues que buscar los orígenes del centralismo latinoamericano en el conjunto de España, sino en la Castilla de Fernando e Isabel”.

Capítulo III El regalismo en las Indias

Al llegar conquistadores y colonos a las Indias, se puede especular que habían intereses de corte feudal, por parte de los que atravesaron el océano, en las tierras del Nuevo Mundo; la distancia con la corona podía permitir aquel eventual fenómeno, sin embargo, Isabel y Fernando no permitieron ningún residuo feudal en sus propias tierras y tampoco lo permitirían en el imperio de ultramar.

América Latina, como lugar de abundantes riquezas minerales, necesitaba explotación para fortalecer a la corona, sin embargo, los colonos no estaban dispuestos a trabajar, por lo tanto, se llevo a cabo el intento de una esclavización indígena general que tampoco resultó. Al concebir a los indígenas como súbditos de la corona, los Reyes Católicos no permitieron que ellos trabajaran para enriquecer a los privados, por lo que se exigió a los colonos pagar un salario para obligarlos a trabajar y, a su vez, lo indígenas pagarían tributo. Los sacerdotes, por su parte, cumplieron con la función de instruirlos en la educación cristiana.

Como no se iba a permitir la existencia de los indígenas como vasallos feudales, éstos fueron encomendados a los conquistadores y colonos por el poder central, pasando a ser encomendados y encomenderos. El maltrato de encomenderos hacia encomendados obligo a la corona a enviar funcionarios burócratas a América Latina a supervisar y obligar a los colonos y conquistadores a respetar los derechos de los indígenas como súbditos, legalizar el trabajo forzoso

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y a ofrecerles protección y educación. Esto se materializó en las Leyes de Burgos de 1512, aunque los abusos continuaron.

Algunos sacerdotes, como Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas, denunciaron los abusos de los encomenderos en la región. Bernando de Minaya logró que el Papa firmara la bula Sublimis Deus de 1537 que establecía que los indígenas son hombres libres, independientes de su creencia en la fe cristiana. Ya que esta bula fue dictada sin el consentimiento de Carlos V se revocó dicha, pero en las Leyes Nuevas de 1542 el mismo emperador abole la encomienda, estableciendo así la tensión más grande entre encomenderos y la corona.

La reacción de los encomenderos frente a las Leyes Nuevas fue hostil, por lo tanto, Carlos V envió a Pedro de la Gasca, eclesiástico y antiguo funcionario, a las Indias. El análisis desprendido incitó a realizar una revisión de las Leyes Nuevas y a retirar la cláusula que abolía la encomienda, ganando así una batalla la corona sobre su dominio indiano, ya que se destensaron las relaciones encomenderos-corona, aunque se le resto poder a los encomenderos para asegurar un fortalecimiento gradual del poder central.

Capítulo IV La recentralización borbónica

Para efectos del estudio se pueden distinguir dos etapas importantes en el desarrollo imperial:

Última parte del siglo XVII con los Habsburgos en España: En contra de la tesis defendida por los Stein de que los terratenientes americanos aumentaron paulatinamente su poder, el estudio defiende la idea de que la revista judicial, conocida como residencia, delimitaba los poderes individuales que podían emerger por las circunstancias históricas, sin embargo, efectivamente hubieron rebeliones en las Indias, aunque estas eran escasas. La corrupción, la ineficiencia y el relajamiento debilitaron el poder central pero no lo destruyeron.

Administración de los monarcas borbónicos: La recentralización fue uno de los ejes de la dinastía borbónica. Carlos III es uno de los monarcas borbónicos que lleva a cabo las reformas centralizadoras más importantes para las Indias. Una de las aplicaciones concretas de las reformas fue reemplazar a los criollos por funcionarios enviados desde España a ocupar los cargos burocráticos en América Latina, motivo por el cual se genera la rivalidad entre criollos y españoles peninsulares. La fuerza de los intendentes y autoridades municipales agudizaron este proceso.

El siglo XIX recibe una España más centralizada que nunca y preparada inconscientemente para el traspaso a las nacientes repúblicas de 1810.

Capítulo V Recentralización pombalina

La península ibérica se destaca por la lucha entre un centro nacionalista, regalista e iliberal y una periferia mercantil y liberal, sin embargo, Portugal es la excepción. Pese a todas las

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disparidades que hay entre España y Portugal, ambas naciones confluyeron en la misma dirección en algunas oportunidades. Las políticas reales de Carlos III son similares a lo que ocurriría en Brasil con el marqués de Pombal.

Frente al miedo de perder Brasil ante Francia, la corona portuguesa envió hombres a dirigir la empresa colonizadora. La falta de elementos centralizadores en la política monárquica portuguesa fue un fracaso, por lo tanto, el rey Dom João III reformó sus políticas hacia la centralización en 1549. Los donatarios (concesionarios) y comerciantes que habitaban Brasil no estaban contentos con la medida, hecho que define la dificultad de aplicar el proyecto centralizador en la región brasileña.

Entre 1580 y 1640, Portugal estuvo bajo el poder de la corona española, sin embargo, la crisis interna en España y el futuro poco prometedor de Brasil, no permitió que los españoles integraran la colonia portuguesa a sus dominios. Después de la dominación española, el cultivo y exportación de azúcar en Brasil hizo que Portugal dependiera de su propia colonia. Mientras los donatarios se iban fortaleciendo económicamente y desprendiéndose de la autoridad real, Brasil era acosada por Holanda, mientras que Portugal no podía estar más debilitado frente a Holanda y España, sin embargo, el activo comercio entre Brasil y Portugal permitió que este último mantuviera su dominio ultramarino.

Entre 1693 y 1695 se encontraron yacimientos de oro y diamantes en lo que hoy es Minas Gerais en Brasil. Este hallazgo generó una pequeña guerra civil entre colonos antiguos y los colonos recién llegados, apoyados por sus esclavos africanos. Debido a que ambas partes pidieron protección real, Portugal aprovechó la oportunidad de reafirmar su poder central y establecer una administración controlada en Minas Gerais. Antonio de Albuquerque Coelho de Carvalho, gobernador de Río de Janeiro, estableció el quinto real, un impuesto sobre toda mercancía, esclavo o ganado importado a la región minera. En 1720, los colonos se enfrentaron al gobernador por la recaudación del impuesto, aplicando violencia la corona para sofocar el enfrentamiento y para así reafirmar su autoridad. Con el hallazgo de diamantes, la corona ya tenía servicios de vigilancia y control sobre los yacimientos.

En este periodo reinaba Dom João V, quien se destaca por haber dirigido Portugal en los inicios de una nueva época de refortalecimiento. A su muerte en 1750, asume su hijo Dom José, nombrando a los dos días a Sebastião de Carvâhlo e Melo como secretario de Estado para Asuntos Exteriores y Guerra, convirtiéndose en 1770 en marqués de Pombal. Con firmes ideas centralizadoras, intervino en el rendimiento de los funcionarios públicos, en las universidades, en la exportación de azúcar y tabaco, en la recuperación de capitanías mediante la compra obligatoria a sus propietarios privados, en la abolición de la esclavitud en Portugal, etc. Por su severidad contra la aristocracia portuguesa y contra la Iglesia, más todos los elementos anteriormente nombrados, Véliz afirma que Pombal era el que gobernó este periodo.

El aporte más significativo de Pombal fue haber dejado una estructura administrativa centralizada del imperio para ser dirigida por monarcas y haber establecido un poder burocrático metropolitano en la capital brasileña.

Capítulo VI El Estado central y la liberalización del comercio

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Al contrario de lo que plantean varios autores, la situación económica de las Indias del siglo XVIII era próspera: había un comercio activo, la producción agrícola y minera no era baja y los capitales privados no se quedaban atrás. Según Véliz, “el relativo bienestar económico de la América hispana durante los últimos años del siglo XVIII era, al menos en parte, resultado de la liberalización borbónica del comercio colonial”. Estas medidas fueron tomadas por los ministros de Carlos III y no fueron pedidas por los comerciantes locales, más aun, la capacidad de adaptación que tenían frente a los restrictivos reglamentos comerciales de la península ibérica los hizo rechazar estas ideas, por lo tanto, no se puede afirmar que la clase comercial en las Indias era una “burguesía embrionaria” deseosa de liberalizar los mercados.

La invasión francesa de 1808 a la península ibérica fue el factor decisivo en el colapso del imperio y esa coyuntura posibilitó el movimiento de las fuerzas independentistas en América Latina. Se empiezan a implementar políticas de libre comercio para defender el imperio de los invasores y así acumular fondos. Si los mercados se cerraban, se bloqueaba la vida económica también, sin embargo, estas iniciativas vienen de parte de los adherentes a Fernando VII que deseaban salvaguardar su imperio y no de la totalidad de comerciantes locales.

Capítulo VII La supervivencia del centralismo político

Al regresar Fernando VII al trono de España, la situación en las Indias era distinta: la independencia económica y, en algunos casos, política que gozaban las élites latinoamericanas llevó al Rey a trabajar para que las Indias funcionaran como siempre, previo a 1808, sin embargo, durante los próximos 5 años América Latina vivió su independencia.

Las prolongadas guerras de independencia trajeron consigo una consecuencia significativa en América Latina: la militarización de las nuevas repúblicas. Durante la colonia, los militares tenían una importancia reducida, dominando centralmente el poder civil. La carrera de armas se transformó en una rápida escala de ascenso social, ligando a las fuerzas armadas con la tenencia de la tierra, formándose así una especie de “militarismo terrateniente”.

La “intelligentsia” y la burocracia criolla fueran las encargadas de llevar los destinos de América Latina. Como antiguos funcionaros de las Indias, conocían la realidad europea, norteamericana y latinoamericana. Su menosprecio a lo propio, su rechazo a lo ibérico y su admiración por lo norteamericano y europeo, marcaron los primeros pasos de la creación de las repúblicas.

Al darle dirección a los nuevos Estados, los planes federalistas, liberales y descentralizadores entraban en discusión, aunque todos tuvieron un elemento en común: el fracaso. Los periodos de desorden y anarquía en América Latina desembocaron en un autoritarismo no muy lejano a las ideas carolinas, continuando así con la centralización.

Capítulo VIII Nacionalismo extrovertido y pausa liberal

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El nacionalismo busca explicaciones nacionales: bases culturales e históricas que permitan crear cohesión dentro de los pueblos, distinguiéndolos así de los otros y resaltando fuertemente los valores propios. Aunque este concepto parece congruente a la historia latinoamericana, no es así. El nacionalismo experimentado en Europa fue completamente introvertido, vale decir, los europeos voltearon la mirada hacia su historia para crear un destino común que permitiera generar cohesión nacional en el tiempo. En América Latina, los hombres de poder renegaron de su pasado ibérico, enfocando su atención en Francia y Gran Bretaña con el fin de copiar sus estilos de vida, culturales y políticos, por lo tanto, el nacionalismo de la región fue claramente extrovertido.

El mito de la Leyenda Negra se basa en las críticas que los intelectuales latinoamericanos realizaron contra la herencia española legada en la región. Esto data del siglo XVI pero reaparece en el siglo XIX, sumándosele los análisis franceses e ingleses. España tenía poco que ofrecer a la intelligentsia republicana. Los anticuados sistemas políticos y económicos de la España decimonónica no representaban los ideales de la intelectualidad latinoamericana.

En palabras de Vicuña Mackenna, la influencia de Francia y Gran Bretaña marcaban el desarrollo del mundo moderno: “Paris por la inteligencia y la irradiación social, Londres por la riqueza y el poder material.” Aunque en menor grado, la influencia del desarrollo socio-político de Estados Unidos estuvo presente en el continente, sin embargo, comparativamente hablando, Estados Unidos no renegó de su pasado inglés: su nacionalismo fue introvertido, buscaron en su herencia de Gran Bretaña las pautas para desarrollar su proyecto político.

La pausa liberal que vivió el continente entre la mitad del siglo XIX y la mitad del siglo XX no se justifica en los modos de producción, sino en los modos de consumo, debido a que no era necesario hacerlo: la opulencia latinoamericana tenía acceso a las riquezas a través de la agricultura y la minería. El no desarrollo de un sector industrial en la América Latina del siglo XIX se debe en parte a la falta de una política económica proteccionista que permitiese generarlo, aunque los Estados centrales deseaban hacerlo. Como América Latina no tenía un sector industrial desarrollado, y menos podía competir en los mercados internacionales, se abrieron los mercados para exportar recursos agrícolas y mineros, oponiéndose así al proteccionismo. Sarmiento decía que “no somos ni navegantes ni industriosos, y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos, en cambio de nuestras materias primas; y ella y nosotros ganaremos en el cambio”.

Reformistas, inclusive de izquierda, y librecambistas coincidieron en su desprecio hacia el proteccionismo aunque, obviamente, con enfoques distintos. Instaurar entonces una política económica liberal en América Latina no fue una tarea difícil. La pausa liberal tuvo su primer revés en la Gran Depresión de 1929 y después en los años 60, cuando América Latina retornaba a su tradicional centralismo.

Capítulo IX Centralismo religioso latitudinario

El intento por la uniformidad religiosa en la Europa occidental falló, por lo tanto, a raíz de esa negativa surgió la necesidad de la tolerancia religiosa. Las más grandes ideologías libertarias de los últimos siglos tienen íntima relación con la disidencia religiosa. En América Latina, la uniformidad religiosa fue institucionalizada en el siglo XIX a través de la administración de las Indias.

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Después de la independencia de España, en América Latina se desarrolló un fuerte anticlericalismo, sin embargo, este conflicto no era religioso, sino político-jurídico. Se reclamaba el poder de la Iglesia en la vida civil y las propiedades eclesiásticas. Después de cien años de anticlericalismo, se logra separar la Iglesia del Estado, medida apoyada tenazmente por los liberales. La paradoja de esto radica en que al pasar las influencias y propiedades de la Iglesia al Estado, este último se hacía mucho más fuerte y centralizado, fenómeno que iba en contra de los principios doctrinarios de los liberales. Aunque la Iglesia se separa del Estado, la religiosidad en sí quedó intacta: el catolicismo siguió siendo religión oficial y única y la Iglesia mantuvo su carácter de institución religiosa dominante, apoyando esto la tesis del centralismo en América Latina.

Si bien el anticlericalismo no tenía un compromiso doctrinario, los positivistas de la Religión de la Humanidad si lo tenían. La Religión de la Humanidad es el resultado de algunos análisis de Comte que se hace presente entre la segunda mitad del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial. Comte no aceptaba las religiones acientíficas y procedió a inventar la suya, una basada en su dogma positivo. En América Latina hubo seguidores de esta creencia, cosa no sorprendente si se toma en cuenta la influencia europea en la región. Esta doctrina tenía un marcado carácter parisino y todas sus iglesias, según el mismo Comte, debían estar en posición hacia París. No obstante, nunca opacó en ningún aspecto a la doctrina católica, ya que su carácter europeo era inentendible para la mayoría de la población latinoamericana.

Los movimientos mesiánicos de Brasil, representados en Conselheiro y el padre Cicero, no cuestionaban la doctrina de la Iglesia Católica, sino la doctrina de los gobiernos republicanos en cuanto a la separación de la Iglesia y el Estado, sin embargo, la fuerza in crescendo que se fue desarrollando alertó a la Iglesia, llevando a matar a Conselheiro y a quitar de sus funciones eclesiásticas al padre Cicero. La fuerza de estos movimientos, sin embargo, no es comparable con la disidencia observada en Europa.

En América Latina no se inventaron sectas ni iglesias que significaran un peligro para el dominio del poder central, pero tampoco el catolicismo ha permanecido en status quo durante cinco siglos, por lo tanto, en la región es válida la aplicación del concepto de latitud: aceptación de la diversidad bajo una amplia capa de obediencia formal. La latitud fue necesaria debido a la diversidad cultural de las Indias, su inmensidad geográfica, el exotismo de lo descubierto y la distancia de Europa. El choque entre las creencias precolombinas y el catolicismo se caracterizó por la obediencia al Rey por sobre el Papa. Un inglés tenía más puntos doctrinales en común con un español que un quechua, pero era más probable que el inglés muriera en la hoguera por hereje, debido a su calidad de inglés.

Mientras la Iglesia de las Indias era dominada por la monarquía, el estilo de dominio católico fue pragmático, flexible y político. Los indígenas no aceptaron absolutamente la fe católica, sino que el ritual católico se empezó a adaptar a las costumbres indígenas. Estas características desaparecen al estallar los movimientos independentistas en América Latina: la Iglesia pasa a subordinarse a Roma, dejando de lado “lo indígena” e instaurando los “santos de yeso y las postales devotas”.

Capítulo X Una cultura urbana preindustrial

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En los países del hemisferio norte, urbanización e industrialización actuaron recíprocamente: el éxodo rural, el aumento de la producción agrícola y el crecimiento urbano fueron de la mano, llevando a cabo el desarrollo de las maquinas. Los sociólogos definen las ciudades como aglomerativas y anucleadas. En América Latina la urbanización no fue de la mano con la industrialización: hacia 1890 New York, centro comercial de Estados Unidos, tenía similar densidad poblacional que la preindustrial Ciudad de Mexico.

Un factor originante puede ser el contraste detectado entre la cultura colonizadora británica e ibérica: mientras los británicos disfrutaban de sus descubrimientos, creando deportes en la naturaleza durante años de alejamiento de zonas urbanas, los españoles sufrieron las adversidades del territorio descubierto, creando con extrema urgencia ciudades donde se pudieron refugiar. En los asentamientos estadounidenses y australianos se reconocían las ciudades en la medida en que estas prestaban algún tipo de utilidad y no fueron fundadas formalmente; los asentamientos más importantes fueron los que, posteriormente, se reconocieron como ciudades por las autoridades. Los conquistadores de América Latina, en cambio, eran fundadores de ciudades con la aprobación legal del rey y de todas las autoridades locales; las ciudades eran el lugar propicio para una vida pacífica de los súbditos y para la misión evangelizadora de la Iglesia.

La urbanización fue la característica del siglo XIX en América Latina, lograda a través de los recursos generados en la producción agrícola y minera. Las ciudades se revolucionaron a sí mismas en modelos arquitectónicos franceses. Los habitantes de las ciudades no eran granjeros ni campesinos, ni tampoco obreros industriales (porque la industria aún no existía). Estos eran empleados en el sector terciario (servicios), abarcando desde empleados domésticos hasta políticos. La formación de una intelligentsia urbana, influenciada por los procesos vividos en Europa a causa de la Revolución Francesa, llevo a los citadinos a formular ideas políticas, por lo tanto, los proyectos políticos nacidos a raíz de la Revolución Industrial llegaron antes que la misma industrialización en el continente.

Capítulo XI El modelo británico de industrialización

La industrialización de América Latina llegó después de la Gran Depresión, a causa de un estímulo exterior excepcional (no por decisiones domésticas). No se llevó a cabo por una burguesía industrial ni tampoco generó un proletariado industrial, la tecnología importada fue más capital-intensiva que trabajo-intensiva, el Estado central tomó las decisiones en este proceso, canalizando los recursos hacia empresas protegidas centralmente y, finalmente, no trajo consigo los cambios sociales, políticos y culturales que revolucionaron la Europa del siglo XIX.

Cunningham decía que “la historia de la industria no describe una serie de reformas introducidas desde el exterior, sino un crecimiento lento y continuado que tiene lugar desde dentro”. Esta frase es la perfecta representación de la historia industrial de Gran Bretaña. Con capital modesto, la naciente burguesía industrial comenzaba a crear sus plantas y a comprar equipos, siempre ayudados de relaciones sociales y familiares; Bergier decía que la “autofinanciación fue la regla en los comienzos de la industrialización”.

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Creciendo alejados de los centros de poder, los burgueses industriales no tenían mayor interés en participar de la política o de la economía del país. La cohesión interna que se generó, debido al deseo de reforma en el país, comenzó a dar forma a la cultura burguesa industrial que, obviamente, situó a la burguesía como la cabeza del proceso.

El proceso de acumulación de poder de la burguesía se inicia con la creación de poder económico, después obtención del poder político y, por último, el prestigio social y la preponderancia cultural:

Acumulación de poder económico, a través de arduo trabajo de muchas generaciones, surgiendo en la misma época un modelo cultural vinculado a lo industrial

Afirmándose del poder económico, la burguesía exige al Parlamento poder político y lo logra

Crearon valores culturales e instituciones, desplazando lo anterior, y los expandieron por todo el mundo, aprovechándose de su situación mundial

La Revolución Industrial británica generó dos personajes protagonistas: la burguesía industrial y el proletariado industrial. Si bien la burguesía detentaba el poder, la clase obrera proletaria era altamente militante y generaba tensión. Los evidentes rasgos liberales de la burguesía y este enfrentamiento entre ambas clases sociales llevaron a la dispersión del poder (desde el centro preindustrial hasta una periferia industrial), debilitándose el centralismo

Capítulo XII La experiencia de la industrialización en América Latina

La industrialización de la América Latina del siglo XX intentaba recrear los procesos ocurridos en la Gran Bretaña del siglo XIX y así se intentó llevar a cabo los procesos políticos que por equis motivo no se dieron en Europa después de la Revolución Industrial. Siguiendo el pensamiento de Cunningham, América Latina no encajaba en tal idea: la industrialización fue un proceso rápido, en respuesta a estímulos externos. Esto se debió a las políticas de sustitución de importaciones.

La región subsistió durante su primer siglo de vida independiente con la exportación de materias primas y la importación de productos manufacturados de las potencias industriales para saciar las demandas domésticas. Con la interrupción de las relaciones comerciales normales (Primera y Segunda Guerra Mundial, más la Gran Depresión de 1929) se desarrolló la industria latinoamericana, a partir de la Gran Depresión, y se sustituyeron las importaciones.

El Estado central jugó el papel principal en la industrialización y volvió a adquirir poder: fue la principal entidad financiera que suministraba capital a las empresas industriales privadas; fue árbitro en la distribución de rentas a través de políticas sociales y dinamizó al sector público, inyectándole recursos para la creación de la nueva industria y de sectores básicos en esta nueva economía. Las corporaciones estatales autónomas incidieron en la vida económica del continente, asistiendo y sosteniendo la inversión privada. Mientras que en Gran Bretaña la industrialización se realizó en la periferia a cargos de la burguesía industrial, en América Latina se realizó desde el centro con la burocracia y bajo la concepción de una necesidad. La periferia nunca amenazó al poder central.

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A diferencia de la burguesía industrial, las clases medias urbanas latinoamericanas, asociadas con la industrialización, no desarrollaron una cultura industrial. La literatura y las artes de la región no mencionaron el tema de la industrialización en sus obras, no así los hombres relacionados con la industria: sus casas y construcciones son de un artístico estilo europeo. En América Latina no hubo burgueses ni proletarios industriales, comparándolos con la experiencia británica o europea.

Las familias tradicionales más poderosas se destacan en este periodo por su capacidad de adaptación. No es raro ver que una familia que se consagró hace siglos, siga aún rondando las grandes esferas de poder; las familias poderosas generalmente son siempre las mismas. Una forma de mantener este poder es que miembros de la familia, como se da en este periodo, pertenezcan a la burocracia, incidiendo en la dirección del Estado. Las clases medias urbanas industriales no se enfrentaron a estas familias (a diferencia de Gran Bretaña y Europa), sino que definieron lazos de cooperación a través de sus intereses mutuos. Estas clases comenzaron a vivir bajo estilos aristocráticos, generando, posiblemente, la institucionalización del arribismo social.

Capítulo XIII Recentralización autoritaria

Durante la pausa liberal, la prosperidad marcaba a América Latina: era cosa de tiempo para ver como la región imitaba a Europa y Estados Unidos. Con la Gran Depresión, los fondos para esos fines se desmoronaron y las economías locales estaban casi arruinadas. Entre 1930 y 1933, de diecisiete gobiernos, catorce eran militares. El nacionalismo se impulsó a raíz de la desilusión de las crisis de los países industrializados y, aunque los militares recentralizaron el poder, sus gobiernos fueron altamente impopulares. A mediados de los años 30, siguiendo los análisis europeos, las doctrinas nazi, fascista y comunista empezaron a llegar al continente con mucha fuerza y apoyo. Si bien el nacionalismo y la recentralización no perduraron, no significó el fin de estas.

Al definirse como enemigo a lo extranjero, se permitió generar un fuerte nacionalismo en la región. Aquellos líderes populistas buscaban la recentralización y la cohesión nacional, uniendo nación y Estado, para resolver los problemas internos, sin necesidad de copiar sistemas políticos o económicos extranjeros. La búsqueda de justicia social no era un proyecto revolucionario, más bien, era una lógica de integración de las clases golpeadas por la Gran Depresión en estos proyectos populistas y socialdemocráticos recentralizadores, siempre siguiendo el parámetro de la burocracia y sin deseos de romper tal estructura.

Los proyectos sociales fueron realizados con los fondos acumulados durante un siglo de inversiones. Al comenzar a acabarse estos fondos y al aumentar la inflación y el desempleo a principios de los años 60, los gobiernos socialdemócratas tuvieron que lidiar con el descontento.

La revolución cubana, al ser apoyada por la intelligentsia radical de Europa y Estados Unidos, empezó a captar la atención de la intelligentsia latinoamericana. En los países industrializados era impensable una revolución; América Latina era la tierra del futuro revolucionario. La rebelión popular tenía como fin desestabilizar las socialdemocracias para generar las condiciones que permitirían la revolución. El gobierno central aplicó medidas

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represivas pero la opinión pública se endureció contra los que buscaban desestabilizar el sistema. Las clases medias no querían destruir la estructura burocrática que estaba en pie, ya que esta era la que había dado estabilidad económica y social, y una demolición de eso echaría todo abajo. Primero apoyando la represión del gobierno, las clases medias, al ver que estas medidas fueron ineficaces, acudieron a los militares.

Los objetivos recentralizadores de los militares no se contradicen con la eventual descentralización económica: esta descentralización será llevada a cabo bajo la dirección de un Estado central fuerte.

La tradición centralista de América Latina no es de carácter ideológico, más bien, es la manera en cómo los latinoamericanos han ordenado sus economías, sociedades e institucionalidades políticas. Su carácter es latitudinario, legalista y marcadamente civil: si bien, los militares han dirigido las naciones en algunos periodos de tiempo, no es la tónica del continente, sino que son excepciones a la historia.