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1 LIMITES EN LOS NIÑOS DE HOY 1 En un mundo en el que es difícil saber a qué atenernos, lleno de incertidumbres, cabe preguntarnos: ¿qué certezas podemos dar a los niños? Al nacer, el bebé traspasa una frontera, para salir de un mundo quizás completamente armónico dentro de la “panza” de mamá, a la incertidumbre y variabilidad del mundo exterior. (Límites ineludibles desde el inicio, desde siempre). Se separa de mamá, camino a ser una persona única, diferente. Al mismo tiempo, la necesita (junto al papá y a todos quienes quieren y cuidan al niño) para sobrevivir, y ser. Inicios de separaciones, fronteras que delimitan. ¿Porqué parecería (en oposición a lo que sucedía algunas generaciones atrás, cuando la autoridad de los padres sobre los hijos eran una realidad fuerte) que hoy poner límites cuesta tanto? En qué lugar dentro de la familia quedan los hijos, si son quienes deciden frecuentemente cuando apagar la TV, qué comer, a qué hora ira a dormir, cuándo los padres pueden estar juntos a solas… Sucede que parecería que se ha abierto el mundo de las opciones ¿será así? 1 Lic. María Cecilia Rodríguez da Silveira. Psicoanalista. Psicóloga de Maternalito.

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LIMITES EN LOS NIÑOS DE HOY 1 En un mundo en el que es difícil saber a qué atenernos, lleno de incertidumbres, cabe preguntarnos: ¿qué certezas podemos dar a los niños?

Al nacer, el bebé traspasa una frontera, para salir de un mundo quizás completamente armónico dentro de la “panza” de mamá, a la incertidumbre y variabilidad del mundo exterior. (Límites ineludibles desde el inicio, desde siempre). Se separa de mamá, camino a ser una persona única, diferente. Al mismo tiempo, la necesita (junto al papá y a todos quienes quieren y cuidan al niño) para sobrevivir, y ser. Inicios de separaciones, fronteras que delimitan. ¿Porqué parecería (en oposición a lo que sucedía algunas generaciones atrás, cuando la autoridad de los padres sobre los hijos eran una realidad fuerte) que hoy poner límites cuesta tanto? En qué lugar dentro de la familia quedan los hijos, si son quienes deciden frecuentemente cuando apagar la TV, qué comer, a qué hora ira a dormir, cuándo los padres pueden estar juntos a solas… Sucede que parecería que se ha abierto el mundo de las opciones ¿será así?

1 Lic. María Cecilia Rodríguez da Silveira. Psicoanalista. Psicóloga de Maternalito.

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Del niño “sumiso” al niño “libre”? ¿Cómo son los niños de hoy, cómo contribuir a lo que serán?

El niño ya no es pensado como un ser sumiso que acepta lo que se le ¿impone o brinda?, para pasar a ser muchas veces el centro de atención constante de todos en la familia, primer agente de decisiones. Tomando ejemplos extremos, pero no poco frecuentes, sucede que algunos niños llegan al jardín en invierno sin campera “porque no se la quiso poner”, o que toda la familia fue a Mac Donalds quizás “hipotecándose”, porque el niño quiere” Esta situación termina en realidad confundiéndolos. Quizás lo ocupados y exigidos que estamos los padres, junto a otras situaciones que se han ido estableciendo en las familias actuales, nos hagan tambalear a la hora de poner “frenos”, sintiendo que, ya que no estamos todo el tiempo que quisiéramos, cuando estamos tenemos que ser “fieles servidores”, siempre dispuestos a satisfacer a nuestros hijos. Olvidamos de pronto que lo importantes es darles amor, cuidado, protección, calidad en el tiempo compartido junto a “frenarlos” todas las veces que sea necesario. Protegerlos bien requiere tanto darles mucho amor como “frenarlos” en el sentido que los niños pasan etapas en las cuales quieren todo, fantasean que pueden todo y sus impulsos se manifiestan de modo intenso. Sólo el arduo y laborioso trabajo de los padres (ayudados y complicados por la realidad de que no todo se puede) va a ir ubicando al niño en la noción de lo que sí puede, lo que debe (derechos y obligaciones propias y ajenas), y lo que no. Esto cobrará importancia más visible cuando, por ejemplo, empiece la etapa escolar y se espere que pueda quedarse sentado y atender a la maestra para aprender, que pueda pensar y no sólo actuar, que respete reglas de convivencia. Los niños necesitan un orden al cual atenerse. Por ejemplo, antes de tener una noción abstracta de tiempo, el niño sabrá cuanto falta para que lo vengan a buscar al jardín porque, por ejemplo, ya fue al patio, merendó y se pudo la campera, o irá sabiendo que existen fines de semana, porque hay días que papá y/o mamá no trabajan y por ejemplo, van a la feria… Eso crea un orden temporal, que tiene que ver con experiencias vividas y repetidas, que darán lugar, junto a procesos de maduración, a la noción de tiempo. Establecer hábitos, rutinas con cierta flexibilidad pero estables, donde hay tiempos de jugar, de comer, de dormir… ayuda al niño. Entonces, si el niño decide casi todo, ¿es libre? ¿en qué condiciones está el niño de elegir? . ¿Y en qué condiciones quedará luego? Más allá de la importancia de escuchar y respetar al niño, sucede al mismo tiempo que lo que el niño quiere suele no ser lo más sano para él. Posiblemente muchos coincidiríamos en que no sería atinado que coma siempre milanesa y papas fritas, pero no es tan fácil acordar cuándo debe un niño comenzar el jardín o dormir una noche fuera de casa, o ir solo a hacer mandados…. Esto nos enfrenta a que algunas normas, parámetros (como márgenes de lo permitido), límites, son fáciles de establecer y parecen claramente necesarios, y otros cada familia tiene que estipularlos de acuerdo a formas de pensar, valores y posibilidades. Justamente los padres son la garantía que permitirá al niño ser como es, en base a mucho afecto, confianza y valoración de sus posibilidades, junto al reconocimiento de los límites. Quienes trabajamos con niños pequeños y sus padres, vemos cuán importante es este tema de poner límites y su complejidad. Cuántas cosas pasan en los padres a la hora de poner límites, cuántas les pasaron a ellos de chicos y se entremezclan hoy,

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cuántas forman parte de realidades difíciles que nos toca pasar en la vida, en la familia, que hacen que no sea nada simple lograrlo y muchas veces hay que ver qué sucede en cada situación para poder ayudarlos. Si a eso le sumamos cierta natural necesidad de realizar a través de los hijos, logros que nos quedaron pendientes, ese orgullo ante los avances de un hijo, que a veces se acrecienta ante la asombrosa capacidad de muchos niños que nos hacen olvidar por momentos cuán importante es que de todos modos no termine siempre sintiendo que todo lo que “quiere” es posible, “saliéndose con la suya”. Porque “la suya” puede ser una demanda constante de atención y satisfacción, un pedido permanente de cosas y de que cumplamos sus deseos, que parece transformarlos en “barrilitos sin fondo”. ¿Qué logramos pretendiendo y esforzándonos por darles todo?; ¿Lo logramos finalmente? Muchas veces los padres se enorgullecen del esfuerzo que hacen por darles todo, pero una cosa es darles amor y cuidados necesarios y suficientes, y proveerles comida, salud, educación y otra cosa es hacer siempre lo que ellos quieren, mirarlos siempre, prestándoles tanta atención que luego no pueden estar a solas consigo mismos ni un poquito (lo cual contribuye a dificultades actuales o posteriores para relacionarse, para dormir…) Quizás tendemos a posponer demasiado nuestras necesidades y lo necesario de darles el modelo de que también existimos con anhelos y necesidades propias. Eso los hará respetarnos como personas diferentes y que no estamos a la par que ellos porque tenemos sí la autoridad sana –no despótica ni arbitraria, sino con fundamento- de decidir algunas cosas sustanciales por ellos. Y que en el acierto y en el error que tenemos como seres humanos, por ahora y por suerte, estamos nosotros los padres en condiciones de hacerlo para que luego lo estén ellos. Una cosa es que le permitamos a una niña decidir qué vestidito llevará a un cumpleaños, y otra es que vestirla sea un martirio por el desgaste de que quiera elegir todo y nada la conforme. Debemos poner en práctica no la comodidad de “que haga lo que quiera” (¿¡lo que quiera!?) sino la fortaleza y firmeza necesaria para que no se confundan.

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Una mamá y un papá que flaquean fácilmente cuando es necesario sostener un “no”, dejan de ser un referente, seguro en otras circunstancias, tanto como si no protegen y contienen al niño ante sus angustias y miedos, por ejemplo. En el fondo, la seguridad que van a tener en si mismos y en sus posibilidades, requiere “medidas –límites de lo posible – metidas adentro” (que primero vienen de afuera, de los padres) de lo que está bien o mal, así como de lo posible y lo imposible o no conveniente. Esas son parte de las certezas que como padres podemos transmitirles. También es importante tener presente que a veces lo que parecen ser “caprichos” o rabietas que son usuales en los primeros años de vida, son en realidad, sobre todo cuando son frecuentes o excesivos, un modo que el niño tiene para mostrar que está angustiado, que algo le pasa. Es necesario entonces reconocerles los logros y los esfuerzos, tenerlos en cuenta y habilitarlos, tanto como limitarles. Es un trabajo extra reflexionar y actuar para que el niño asuma que, por ejemplo: cuando mamá o papá están en el baño ellos no pueden entrar y tienen que esperar sin patear la puerta, o que hay conversaciones donde no pueden escuchar ni participar y tienen que tolerarlo… Los ejemplos podrían ser infinitos, pero no existen “recetas” de lo que se debe o no, Ya que los acuerdos y normas debe construirlas la familia según sus parámetros. De ese modo es que los niños pueden entender lo que es ser niño y lo que es ser adulto, (no sólo con palabras sino con pequeños hechos concretos). El miedo a ser autoritarios y ciertas culpas (entre otros), han conducido a muchos padres a evitar a toda costa ser autoritarios pero para ser excesivamente benevolentes, volviéndose difusa la frontera que marca la diferencia entre ser hijo y ser papá, ser niño y ser adulto. Establecer y mantener límites en los niños es un cuidado básico para ellos tan importante como las demostraciones de afecto y es un logro que lleva tiempo en un “trabajo de hormiga”, en continua reformulación, de ser padres de niños pequeños. El respeto y la consideración por los deseos de los niños debe estar presente y es importantísimo que así sea, pero sin llegar a anular los propios, porque entonces en algún sentido nos sentiremos “tiranizados” sin entender porqué, ¿si les damos todo?. Y es justamente por no haberles logrado transmitir con claridad lo que sí y lo que no tenemos, lo que sí y lo que no podemos, lo que sí y lo que no está bien hacer, que finalmente pueden no estar en condiciones de poder elegir de verdad. Porque elegir de verdad implica conocer cuáles y cuántas son las opciones, y que no todo da igual. Porque los límites determinan las posibilidades. Lo que sí se puede, por lo cual a veces hay que ser activo y esforzarse por conseguirlo, pero también aceptar cuando no es posible y procurar caminos alternativos. O sea que buscar y luchar por algo tiene que ver con que ese algo no sea una mezcla de lo que sí y lo que no, sino algo real que la persona con cierta seguridad en sí misma y conocimiento de sus recursos para lograrlo va a poner en juego. Sino es como si las cosas se mezclaran “en su cabecita” y tanto da un “sí” como un “no”. No saben entonces pedir ni esperar, ni aceptar un “no” o una alternativa (que es la que podemos ofrecerle, quizás no exactamente igual a su deseo), porque en su interior no hay orden claro. Nos preocupamos por ejemplo, cuando parecen luego no importar los medios para conseguir los fines, o cuando en la adolescencia ya no saben

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qué quieren, con sensaciones de vacío, de no querer, ni poder o no saber qué. (Si bien hay aspectos normales en esa etapa y relativos así como múltiples determinantes de que esto suceda). Los padres de los niños chiquitos, aún sabiendo cuando les está costando establecer límites, muchas veces dicen: “pobrecito” o “es tan chiquito”. Dice Galeano (en “El libro de los abrazos”): “Quizás nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos”, entonces pensemos que esas palabras de los papás que cuentan de su hijo, muchas veces lo hacen “pobrecito” y entonces el acento queda puesto en lo que carece, lo que no tiene, en lugar de todo lo que sí tienen. Ese rótulo, “pobrecito” a veces responde a cómo nos sentimos nosotros los padres cuando éramos niños por lo que tal vez no teníamos, pero de pronto no corresponde a la realidad del niño en sí. Y respecto a que “es tan chiquitito” la experiencia, si estamos atentos, nos muestra que no podemos esperar a que el niño pequeño se transforme en grande para incorporar cierta capacidad de frustrarse, ya que allí ya está casi todo jugado. El niño grande o adolescente que no pudo integrar límites, suele padecer de golpe y en gran medida todas las frustraciones.

A su vez, sucede con demasiada frecuencia que sin darnos cuenta tratamos a nuestros hijos como adultos en miniatura. De ese modo, colocándonos como iguales, a la par que ellos (como si no hubiera diferencia de generaciones) de repente sentimos que nos salvamos de envejecer y aceptar nuestro límite de vida… pero a su vez, no los estamos dejando ser verdaderamente niños. A esto contribuye la sagacidad, perspicacia e “inteligencia” de los niños de hoy, que han multiplicado los recursos para seducirnos y conquistarnos a veces con brillantes y asombrosos argumentos.

Algunos niños parecen adultos y en ciertos casos puede ser una característica personal de su modalidad que les haga mal. Por eso hay que estar atento a si más allá de esas características, además es espontáneo y se expresa y disfruta junto a la palabra, con el cuerpo.

Debemos tener presente que el diálogo, la tolerancia, las alternativas y transacciones, la fundamentación de porqué establecimos ese “no” deben estar, pero no en todas las ocasiones porque el fundamento último de algunos “no” es que no lo consideramos sano para él y tendremos la firmeza de mantenernos en el lugar de padres que dan amor, contienen y prohíben.

Que ellos logren tener voluntad propia, capacidad de cuestionamiento y oposición (sana, para defender lo que sientan necesario o justo) requiere saber lo que se quiere y elaborar estrategias que muchas a veces nos son la satisfacción ya, sino distinta o demorada, con esfuerzo y constancia sólidos. Por ejemplo, si mañana ese niño quiere ser carpintero o médico va a tener que pasar por tiempos de aprendizaje del oficio o profesión para llegar a ejercerlo.

Va a tener que dejar por momentos o posponer, el placer de ir a jugar al fútbol, ver la tele, para estudiar… Si mañana ese niño ya adulto, quiere o necesita trabajar, va a tener que salir a buscar trabajo y quizás frustrarse mucho hasta conseguirlo, y cuando lo consiga de pronto va a tener que enfrentar obstáculos y aceptar condiciones no ideales sino reales. Y si quiere tener una campera deberá elegir una sola (¿entonces qué ganamos comprándole todos los caramelos o juguetes que pida?) y no va a poder ir al cine todas las veces que quiera sino aquellas que pueda, y en el medio creativamente tendrá que divertirse de otras maneras… (La creatividad depende,

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entre otras cosas de que no todo esté dado sino que falte, de la posibilidad de estar a solas consigo mismo tolerando no tener todo, sino tenerse a sí mismo con la propia imaginación y potencialidad).

Habría múltiples situaciones en la vida que le enfrenten a frustraciones (por ejemplo, ¿cuántas de estas necesidades de perseverar y luchar por alguien, así como aceptar perder, suceden en las relaciones amorosas?). Aunque parezca distante por el tiempo que media, todo lo se pone en juego en la temprana infancia, tiene una directa relación a como se desenvolverá la persona a futuro, aunque la vida con sus etapas y devenir implique siempre cambios y transformaciones. Tendrá que ver con qué hicimos nosotros cuándo nuestro hijo nos pidió 10 cosas en las góndolas del supermercado, qué hicimos cuando grita como modo principal de pedir ser escuchado, cómo actuamos ante algunos de sus berrinches…

Así como qué certezas le transmitimos respecto a lo que valoramos, a lo que él es, a qué somos nosotros, cómo es el mundo que lo rodea, y a cuánto y cómo lo queremos en las buenas y en las malas –es más agradable quizás llenarlos de mimos, besos y decirles “sí” que de “no”, pero es estrictamente necesario un cierto equilibrio-.

No se trata de frustrarlo constantemente porque el mundo está difícil y requiere cada vez mayor tolerancia a la frustración y esfuerzo casi sin límites, sino de saber que con amor y firmeza lo estamos formando desde ya para que se desenvuelva lo mejor posible mañana.

Para que sepa y pueda elegir, y logre encontrar felicidad y satisfacción en este mundo en el que nos está tocando vivir en el cual algunas cosas todavía dependen de nosotros.