Los monjes en Europa

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Al frente de la Reconquista Antonio Linage Conde Santiago Cantera Montenegro Pluma, azada, espada Julio Valdeón Ora et labora Cécil Caby Hace mil años, tuvo lugar un florecimiento extraordinario de la vida monástica. En aquel siglo XI vivieron san Bruno, fundador de los cartujos, san Roberto, fundador de los cistercienses, san Juan Gualberto, fundador de los vallombrosanos, san Romualdo, fundador de los camaldulenses, y tantos otros santos reformadores ascéticos de la regla de san Benito, que crearon órdenes monásticas de papel trascendental para Europa. Este dossier reconstruye sus fundaciones, las formas de vida monacal y su influencia religiosa, cultural, económica y política. San Bernardo de Claraval explica el Cantar de los Cantares (Libro de Horas de E. Chevalier, por J. Fouquet, 1453, Chantilly, Museo Condé).

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Page 1: Los monjes en Europa

Al frente de la ReconquistaAntonio Linage Conde

Santiago Cantera Montenegro

Pluma, azada, espadaJulio Valdeón

Ora et laboraCécil Caby

Hace mil años, tuvo lugar unflorecimiento extraordinario de la vida monástica. En aquelsiglo XI vivieron san Bruno,fundador de los cartujos, san Roberto, fundadorde los cistercienses, san JuanGualberto, fundador de losvallombrosanos, san Romualdo,fundador de los camaldulenses,y tantos otros santosreformadores ascéticos de laregla de san Benito, quecrearon órdenes monásticasde papel trascendental paraEuropa. Este dossierreconstruye sus fundaciones,las formas de vida monacal ysu influencia religiosa, cultural,económica y política.

San Bernardo de Claraval explica el Cantar de los Cantares (Libro de Horas de E. Chevalier, por J. Fouquet, 1453, Chantilly, Museo Condé).

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San Benito adaptó a

su tiempo el

modelo de vida de

los monjes del

desierto escribiendo

una Regla para

principiantes.

Arriba,

representación del

santo en un fresco

de Spinello Aretino,

de la serie Historiasde San Benito(Florencia, Iglesia

de San Miniato).

que longobardo de Benevento; poco después, tresnobles longobardos fundaron la abadía de San Vi-cente en Volturno. En la Italia septentrional se mul-tiplicaron las fundaciones, a menudo en lugares es-tratégicos para controlar el territorio. Esta red mo-nástica servía no solamente para conservar las ri-quezas longobardas, sino que establecía también laestructura de encuadramiento religioso de la pobla-ción, sobre todo la rural.

¡Salvad los códices!El paso del reino longobardo a los francos y a la

dinastía carolingia no creó situaciones de rupturani produjo cambios negativos. No solamente semantuvieron y desarrollaron los centros monásticosnacidos o recuperados en la época longobarda, si-no que los carolingios hicieron más. Distribuyeronel territorio del reino en nueve fundaciones, a lasque enriquecieron con generosas donaciones ytransformaron en centros culturales. Muestra señe-ra de esa favor fue la visita que Carlomagno realizó

a Montecassino en el año 787, en la que confirmótodas las posesiones y bienes de la abadía.

Un poco posteriores son los monasterios de SanPedro de Roda, San Cugat del Vallés y Santa Maríade Ripoll, hitos señeros de los muchos que se or-ganizaron en la Península Ibérica bajo la regla be-nedictina entre los siglos VII-X.

Desde fines del siglo IX, sin embargo, la vidamonástica se vio nuevamente perturbada, aunqueno interrumpida, en la Europa meridional por lasincursiones de húngaros y sarracenos. Por ejem-plo, los monjes de la abadía de Novalesa, en Ita-lia, se vieron obligados a huir a la vecina ciudadde Turín, salvando de los musulmanes sus seis milcódices.

Estas devastaciones agravaron antiguas dificul-tades y pusieron a las abadías en una situación dedebilidad, que la que se aprovecharon los señoreslocales, que redujeron su libertad interna y su au-tonomía exterior. Tanto es así que, en vísperas delsegundo milenio, los desórdenes provocados por las

Cécil CabyInvestigador del Colegio de Francia, Roma

EL MONAQUISMO SE AFIRMÓ EN TODOOccidente a partir del siglo IV, inspirándo-se en los ideales de vida de los ascetas delos desiertos de Egipto, como Antonio

(+356), Pacomio (+346) y Basilio (+379). En Ro-ma, esta influencia oriental halló terreno fértil gra-cias a la mediación de personajes carismáticos, co-mo san Jerónimo, y a la existencia, entre la alta so-ciedad de la época, de una espiritualidad ascéticadispuesta a acoger las propuestas monásticas. Ytambién fue entre las mujeres de aquella perezosaaristocracia romana donde Jerónimo, llegado a Ro-ma en el año 381, encontró sus más fervientes dis-cípulos, hasta el punto de que se formaron peque-ños monasterios domésticos en torno a sus casas.

Quizá a causa de su carácter elitista e individual,esta primera forma de monaquismo doméstico ynobiliario tuvo poco éxito fuera de Roma. Duranteel siglo V se produjo un movimiento más organiza-do y apoyado por la Iglesia para difundir la tradi-ción oriental en Italia. En gran parte de Europa, so-bre todo en las penínsulas Ibérica e italiana se su-cedieron los intentos de crear un monacato y las re-glas, elaboradas por los más prestigiosos eclesiásti-cos, para dotar de un plan de vida espiritual y ma-terial a quienes decidían buscar su santificación re-tirándose del mundo y viviendo en una comunidad.

Pero nadie logró un éxito amplio y perdurablehasta que hizo su aparición Benito de Nursia. Subiografía, conocida casi exclusivamente a través delos Diálogos de Gregorio Magno, es tan poco preci-

sa que algunos rigurosos autores han llegado a pen-sar que pudo no haber existido. Nació, probable-mente, a fines del siglo V en la región de Nursia y,siendo estudiante en Roma, decidió consagrarse aDios. Después de tres años de vida eremítica, tratóde integrarse en una comunidad, pero sus compa-ñeros trataron de envenenarle, irritados por el ex-tremo rigor que pretendía imponer.

Regla para principiantesBenito fundó varios monasterios, entre ellos, al-

rededor del año 530, el de Montecassino, donde asu muerte (547 ó 560) fue sepultado. Para Monte-cassino, que parece su primera fundación, Benitoescribió “una pequeña regla para principiantes”(en expresión suya) que trataba de adaptar el mo-delo de los padres del desierto a la concreta reali-dad de su tiempo. Por la misma época se producí-an en otros lugar de Europa tentativas similares quetuvieron menor éxito y continuidad, como la reglade san Isidoro de Sevilla o los intentos monacalesde san Millán en Suso (Rioja) y de san Fructuoso,en El Bierzo (León).

La invasión longobarda de 568 transformó pro-fundamente el panorama del monaquismo italiano.Baste decir que, en el año 577, Montecassino fuederribado y abandonado por los seguidores de Be-nito. Solamente tras la conversión de los longobar-dos al catolicismo, hacia mediados del siglo VII, re-nacerá un monaquismo de iniciativa local.

Un primer signo de este cambio se mostró en lasegunda década del siglo VII, cuando el rey longo-bardo Agilulfo invitó al gran monje Colombano afundar, junto con un grupo de hermanos irlandeses,un monasterio en Bobbio. A fines de este siglo y alo largo de todo el siguiente, cuando el dinamismode la comunidad de Bobbio estaba ya debilitado, semanifestó el potente movimiento de renacimientode un monaquismo de expresión e iniciativa longo-bardas, anclado en las realidades locales y estre-chamente ligado al poder. En el año 705 se fundóla abadía de Farfa, gracias al decisivo apoyo del du-

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San Jerónimo llegó

a Roma en el año

381 y encontró en

la alta sociedad una

espiritualidad

ascética dispuesta

para acoger las

propuestas

monásticas, hasta el

punto de que se

formaron pequeños

monasterios

domésticos en

torno a las

mansiones de

algunos

aristócratas. En la

imagen, el santo,

representado en el

interior de la letra

capitular de un

manuscrito

(Nápoles, Biblioteca

Nacional).

Ora et laboraDe la regla de san Benito deNursia, en el siglo VI nacieron losbenedictinos. Pronto, los monjespactaron con el poder y lariqueza y, como reacción, llegó lareforma de Cluny, los monjesnegros; tras ellos, en el siglo XI,una nueva cadena dereformadores: los monjesblancos: cistercienses, cartujos,camaldulenses...

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Cocina del

monasterio de

Poblet, contigua al

refectorio, siglo XIII.

Abajo, scriptoriumde Echternach

(Bremen,

Staatsbibliotek).

te en torno al cual se estableció en Montevergine,cerca de Avellino, una comunidad de monjes liga-dos por un ideal eremítico-ascético pero tambiénpresente entre el pueblo por medio de su predica-ción. Desde Montevergine, el movimiento se expan-dió, en el curso del siglo XII, hacia el Reino de Si-cilia, que expandiría por todo el Medievo la zona deirradiación de los Verginianos.

Más o menos en paralelo con la evolución de es-tas nuevas órdenes monásticas, se produjo la difu-sión del monaquismo cisterciense. Nacida al expi-rar el siglo XI en Borgoña, en torno a Citeaux y a suscuatro primeras fundaciones (La Ferté, Pontigny,Morimond y Claraval), la orden crece por filiación.Este modelo de desarrollo preveía la paridad entrela abadía hija y la abadía madre, unidas por un“vínculo de caridad”, la participación común en elCapítulo general y una fuerte conciencia de identi-dad cisterciense.

A partir de Liguria y Piamonte, muy pronto el mo-naquismo cisterciense se difunde también en Italia,favorecido en en primer tercio del siglo XII por la pre-sencia personal de Bernardo de Claraval. Fue en es-tos años cuando, gracias a una donación de los ciu-dadanos de Piacenza, surgieron Claraval della Co-lomba y el Claraval milanés, a las puertas de Milán.Estas fundaciones, en las proximidades de dos im-portantes ciudades, son una excepción desde el pun-to de vista fundador. En efecto, los cistercienses pre-ferían los ámbitos rurales, lejos de los centros habi-tados, más de acuerdo con su propia búsqueda deaislamiento y el cumplimiento del trabajo manual.Acorde con esa idea fundacional están los monaste-

rios cistercienses hispanos: Fitero, Moreruela, Osea-ra, Santa María de Huerta, Poblet...

La eficientísima organización agrícola y adminis-trativa de la que se habían dotado les llevó a dirigiruna serie de grandes haciendas agrarias –las gran-jas– constituidas por terrenos que ocupaban sane-aban y explotaban intensamente. Además de culti-var los campos, los cistercienses se dedicaron a lacría de ganado ovino, cuya lana era vendida en bru-to o transformada en tejidos en las mismas granjas.

Una lectura rigurosa de la Regla de san Benito,una liturgia sin excesos, una amplia apertura al tra-bajo (tanto intelectual como manual), una particu-lar atención a la acogida de huéspedes y de pobresfueron sus ocupaciones cardinales: no cabe dudade que este sentido de la medida contribuyó al éxi-to de los cistercienses.

El abad y sus hijosDurante la Edad Media, de entre todos los cris-

tianos que se esforzaban por alcanzar el Reino deDios, el monje era considerado el más avanzado enla escala de la perfección, ya que había elegido re-nunciar a su propia voluntad para consagrar la vidaa Cristo. Los monjes, al contrario que otras catego-rías de clérigos, vivían en comunidad organizadasegún una Regla y por este motivo eran llamadosregulares. En el Occidente medieval, la Regla másdifundida fue, sobre todo a partir del siglo IX, la deBenito de Nursia. Sobre la base de este texto, muygenérico y que más bien proponía orientacionesque normas precisas para el comportamiento coti-diano, en algunos monasterios o grupos de monas-terios se elaboraron usos y costumbres, que definí-an la observancia específica de cada orden monás-tica y todos los detalles de la vida cotidiana, deprincipio a fin de la jornada.

El monje tenía la obligación de conocer perfecta-

CONSERVADORES Y FORMADORES

quellas fundaciones del si-glo XI –de muchas de lascuales apenas quedan ya

monasterios en activo– y su conti-nuación con las órdenes de mendi-

cantes y predicadores del XII, fueron laespina dorsal de la consolidación delcristianismo en Europa; en sus bibliote-cas se conservó gran parte de la heren-cia clásica; de sus scriptoria salieronlas copias de los grandes autores greco-latinos y sus traducciones y comenta-rios; aquellos monjes fueron los autoresde los textos religiosos, legales, enciclo-pédicos, literarios y científicos que songran parte del legado cultural del Me-dievo; los miniaturistas no sólo propor-cionaron a la posteridad preciosasobras de arte, sino también los testimo-nios más vivos de la vida cotidiana de laépoca. Pusieron en pie monasterios eiglesias –el Románico y el inicio del Gó-tico– que hoy perduran como muestrasdel talento arquitectónico occidental.Financiaron y atesoraron gran parte de

la pintura y escultura que se conservan.Construyeron hospitales, boticas, alber-gues y se encargaron de la organizacióny explotación agraria, impulsando elcultivo de grandes extensiones impro-ductivas y formando a un campesinadomás competente.

Los primeros

monjes de la

Tebaida optaron

por un modelo de

vida anacorética en

solitario, que en

Occidente se

sustituyó por la vida

religiosa en

comunidad. Arriba,

representación de

monjes de la

Tebaida, en una

miniatura del

siglo XIV.

invasiones, las expoliaciones laicas y el relajamien-to de la regla hicieron imprescindibles la reorgani-zación de los monasterios y su radical reforma.

En los siglos XI y XII las fundaciones monásticasproliferaron por doquier en Europa, proponiendoformas de vida monástica muy diferentes entre sí.Pero en Italia, más que en cualquier otro sitio, losmonjes asumieron un papel decisivo en el gran mo-vimiento de reforma de la Iglesia promovido por elPapado.

En busca de la pureza originalLos primeros de estos servidores del Papado re-

formador fueron los poderosos monjes de la abadíafrancesa de Cluny, que en el momento de su fun-dación, en el año 910, había sido donada a san Pe-dro y a sus sucesores, los papas. Ya a mediados delsiglo X y a todo lo largo del siguiente, los abades deCluny habían tratado de reformar los monasteriositalianos introduciendo los usos entonces en vigoren su propia abadía, y en la segunda mitad del si-glo XI, se observó una notable difusión de los cen-tros cluniacenses. En 1077, la abadía de Polirone,fundada por los marqueses de Canosa, fue cedidaa Cluny por Gregorio VII; en Farfa, bajo el gran abadHugo (+ 1038), ya se había promulgado un Consti-tutum modelado sobre los usos cluniacenses; laSantísima Trinidad de Cava, en fin, se convirtió en

el más activo foco de difusión de las costumbrescluniacenses en Italia. En la Alta Edad Media his-pana deben recordarse monasterios reformados, co-mo los de Nájera, Sahagún y Carrión.

Con Cluny, sin embargo, el intento de reforma semantuvo limitado al interior del viejo monaquismobenedictino. Los movimientos del siglo XI y, sobretodo, del XII, se propusieron en cambio experien-cias monásticas de vanguardia, variadas y llenas decreatividad: un nuevo monaquismo a todos losefectos. Todos pretendían recuperar el espíritu ori-ginal de la Regla de san Benito, pero los resultadosfueron dispares: unos privilegiaban la contempla-ción solitaria; otros, la oración común; otros, lostrabajos agrarios, el estudio o la copia de libros.

Se trata sobre todo de movimientos (y no de aba-días aisladas) generados por la convergencia de ca-da uno de los monjes y eremitas –así como de mo-nasterios o eremitorios enteros– hacia personajescarismáticos (Romualdo de Ravena, Pier Damiani,Giovanni Gualberto, Bruno de Colonia) o un idealreligioso inspirado por un modelo (por ejemplo, eldel Cister de Bernardo de Claraval), que adquirie-ron oficialidad por el reconocimiento pontificio.

Los múltiples caminos de la salvaciónAsí, alrededor de Camaldoli, eremitorio fundado

por Romualdo de Ravena en los Apeninos toscanosen los primeros años del siglo XI, se desarrollaronhasta el XII numerosos monasterios, eremitorios eiglesias, dispersas por la Italia central y Cerdeña,que adoptaron la regla camaldulense.

Paralelo a ella fue la rápida difusión de la reglade Vallombrosa, unificada por Giovanni Gualberto,y de una comunidad denominada “unión de cari-dad fraterna”: en las primeros décadas del sigloXII, se contaban ya dieciséis monasterios lombar-dos, establecidos generalmente en las proximida-des de las ciudades, donde los vallombrosianospropugnaban la reforma del clero.

Por los mismos años surgieron otras experienciasmonásticas. Tras la conversión a la vida eremítica yde la fundación de la Cartuja –en las cercanías deGrenoble–, Bruno de Colonia escogió para satisfa-cer sus exigencias de silencio y de ascetismo lassoledades de Calabria. Lo mismo hicieron los ere-mitas de San Giovanni della Torre y de Santo Ste-fano del Bosco, aprobados por el papa Urbano II enla última década del siglo XI.

Elitista e individual, el ideal de perfección deBruno se alcanzaba mediante la ascesis y la con-templación, en el ámbito de la comunidad de ere-mitas que vivían aislados en celdas –en general,una docena por cartuja– agrupadas en un recintollamado desierto. Tras la muerte de Bruno en1101, el movimiento cartujo creado por él se enri-queció con usos específicos: se estructuró como or-den y prosiguió lentamente su expansión. El sigloXIV fue especialmente rico en fundaciones: cartu-jas de Florencia, Siena, Pavía, Nápoles, Miraflores,etcétera.

Se ha mencionado ya la trayectoria de Guglielmoda Vercelli (h. 1085-1142), un penitente itineran-

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DEL EREMITORIO AL CENOBIO

os son las principales co-rrientes del monaquismo(del griego monos, es de-

cir, solo): el cenobitismo, o sea, la vidareligiosa comunitaria, y el eremitismo (oanacoretismo), que supone una expe-riencia religiosa solitaria. En el mona-quismo oriental de los siglos III-V, preva-lece la tendencia anacorética, aunque

progresivamente tiendan a primar formasatenuadas de vida ascética: los eremitas,por ejemplo, se juntaban para rezar o pa-ra intercambiar consejos. En Occidente,el monaquismo es de tendencia comuni-taria y cenobítica, sin excluir intentos ere-míticos moderados, como la experienciacartujana de vida solitaria en el interiorde una comunidad.

Page 4: Los monjes en Europa

Los monasterios están

dotados de todos los

servicios para higiene.

Junto a las letrinas se

encuentran los baños;

en la planta superior, la

lavandería.

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mente la Regla de Benito y los usos de su monaste-rio y, después, durante el periodo –en general, de unaño– de preparación para la profesión monástica, elnovicio debía, bajo el severo control de un maestro,esforzarse en aprender estas nociones. Además, ca-da día, durante la reunión de todos los monjes de lacomunidad (el capítulo, que se reunía en la sala lla-mada por ello capitular), se leía y se comentaba porel superior un fragmento de estas leyes que organi-zaban la vida comunitaria.

La comunidad que vivía en un monasterio no secomponía únicamente de monjes. Estaban tambiénlos novicios, muchachos que vivían en él y estabandestinados a hacerse monjes una vez cumplida laedad requerida, los laicos especializados en los tra-bajos manuales (los legos) y los simples criados. Porno hablar también de los huéspedes de paso, aloja-dos en la hospedería: nobles, benefactores del mo-nasterio, algún obispo o cardenal de regreso de unamisión, pero también simples peregrinos en viaje ha-cia Roma, Santiago de Compostela o cualquier otrosantuario.

Todos estaban bajo la autoridad del abad o delprior, verdadero jefe del monasterio y padre de la co-munidad. Ante él, el futuro monje prometía respetarlos votos (castidad, pobreza, constancia y obedien-cia) y a él debían solicitarle los legos su sustento,alojamiento y protección, obligándose a cambio aservir al monasterio. Cada día, el abad convocaba elcapítulo, oía la confesión de sus hermanos, organi-zaba el reparto de las tareas y de los trabajos comu-nitarios y, sobre todo, se encargaba de los asuntoscotidianos del monasterio: recibimiento de los hués-pedes distinguidos, contratos varios, venta o adqui-sición de bienes patrimoniales o de consumo ordina-rio, litigios y cuestiones jurídicas que afectaban almonasterio, etcétera. En esta tarea le ayudaban losoficiales, cuyo número y cualificación variaban se-gún los lugares. En general, eran un prior (el segun-do en jerarquía, tras el abad), un ecónomo y un res-ponsable de la hospedería y de la enfermería.

A los legos se les confiaban algunas funciones,particularmente las que exigían contactos con la ciu-dad (mercados, ferias, etcétera). En las abadías cis-tercienses, por ejemplo, parte de los legos residía enlas alquerías –granjas– donde desarrollaba su traba-jo bajo el control de un monje o, con frecuencia, deotro lego. Por otra parte, las abadías solían recurrir a

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Sala capitular de la

abadía de San

Galgano, cerca de

Siena, levantada en

el siglo XIII según

las pautas

arquitectónicas del

Cister francés.

Derecha,

representación de

un monasterio

benedictino de la

Alta Edad Media. Más o menos grandiosa, según

las posibilidades de la

comunidad monástica a la que

pertenece, la iglesia es el edificio

principal.

El claustro, con jardín y

fuente, es el centro de la

vida monástica; aquí los

monjes meditan y

encuentran un poco de

esparcimiento.

La hospedería u

hostal es el lugar de

acogida de los

peregrinos y de otros

huéspedes de paso.

Está unida al edificio

en el que se

encuentran la cantina

y la despensa.

En el lado oeste

de la abadía se

sitúan la cocina y

el guardarropa de

la comunidad.

El claustro puede no ser

único: en este caso, hay uno

para los novicios. Situado al

lado sur del claustro se

encuentra el refectorio

común.

En los scriptoria, los monjes

amanuenses se dedican a

copiar textos. Los libros se

conservan en la biblioteca,

en este caso situada en la

planta superior.

En la sala capitular, en la

planta baja, el abad celebra

las reuniones administrativas.

En la planta superior se

encuentra el dormitorio de

los monjes.

Fuera de la clausura,

el complejo

reservado a los

monjes, hay muchas

estancias dedicadas

a las actividades

económicas del

monasterio.

Page 5: Los monjes en Europa

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Izquierda, capitel del

pórtico de la abadía

de San Clemente

(Casauria). Derecha,

vista panorámica de

San Miguel de la

Quebrada, sobre el

valle de Susa, abadía

fundada por Ugo de

Montboissier, que se

especializaba en

hospedar a los

viajeros de alto

rango que se

dirigían a la

península itálica

desde el Norte de

Europa.

tre los laicos la costumbre de confiar la propia al-ma y las de sus personas queridas a las oracionesde alguna comunidad monástica, que procedía aanotar en libros de registro los nombres de laspersonas (vivas o muertas) con las que se habíacomprometido. Este particular tipo de obras aca-bó por adquirir para algunas órdenes, particular-mente la cluniacense, una importancia tal que seimpuso (como enseguida se le reprochó) sobre to-dos los demás aspectos de la vida monástica.

Con la cabeza gachaSi las reglas y los usos monásticos insistían re-

petidamente en la obligación del trabajo, no deter-minaban que los monjes se dedicasen sistemática-mente a actividades agrarias o artesanales. Estastareas se dejaban a los legos o a los laicos arrenda-tarios, que cultivaban las posesiones del monaste-rio a cambio del pago de una renta o la entrega deuna parte de la cosecha. Los monjes realizaban, so-bre todo, una labor intelectual en la biblioteca o enla sala de estudio de la abadía (scriptorium). Co-piaban en códices de pergamino obras litúrgicas,teológicas y morales, pero también literatura anti-gua, tratados científicos (astrología, medicina, et-cétera) y tantos otros textos que se salvaron así dedesaparecer. En este sentido las abadías contribu-yeron a la conservación y transmisión de la culturaclásica. La copia de los libros no consistía sola-mente en la traducción del texto: los códices seadornaban con miniaturas y, sobre todo, eran estu-diados y comentados, en los márgenes de los códi-ces o en volúmenes separados.

Los monjes se especializaban en algunos géne-ros literarios, como el relato de las vidas de san-

tos (hagiografía), la Historia (de toda la cristian-dad, de su región o de su abadía), los comentariosde la Biblia o de los Padres de la Iglesia, etcéte-ra. La cultura monástica servía también para ges-tionar el patrimonio y elaboraba libros (libri iu-rium, cartularios) que recopilaban la documenta-ción sobre los derechos de propiedad de una co-munidad sobre un terreno o una jurisdicción.

La Orden, por encima de todoA partir del siglo XI, los monasterios y las abadí-

as dejaron de estar aislados y se reunieron en gru-pos con un centro de referencia común y supedita-do al control de un abad (o prior) general: el abadde Cluny para la orden cluniacense, el de Citeauxpara los cistercienses, el de Vallombrosa para la va-llombrosana, el prior de Camaldoli para los camal-dulenses. Por esta razón, la Regla debía en adelan-te definir, además de la vida cotidiana en el interiorde cada comunidad, el funcionamiento de las rela-ciones entre las diversas comunidades de una mis-ma orden. La cohesión era reforzada por la organi-zación regular (en general, cada tres años) de reu-niones a las que asistían los superiores de todas lascomunidades de una orden. Durante estos capítu-los generales, habitualmente convocadas en la aba-día de cabecera, se examinaban los problemas dela orden y los modos de reforzar su cohesión; ade-más se elaboraba una estrategia común. Cabe ima-ginar el poder que los monjes consiguieron graciasa estas estructuras suprarregionales y, en algunoscasos (Cluny o Citeaux, ambas en Francia, por citarlas más poderosas), supranacionales y con más deun millar de monasterios esparcidos por todo el Oc-cidente europeo. n

San Francisco

predica a los

animales, en un

fresco del siglo XIII

de la basílica que

lleva su nombre

en Asís.

funcionarios de fuera de la comunidad, en general,eclesiásticos influyentes en los obispados o en Ro-ma, laicos poderosos o expertos en derecho, a quie-nes confiaban sus asuntos.

La jornada del monje se dividía entre el rezo y eltrabajo. A esto se añadían pequeñas tareas comuni-tarias como, por ejemplo, la preparación de los obje-tos litúrgicos necesarios para las celebraciones, la

lectura de textos sagrados durante las comidas en elrefectorio, la acogida de los huéspedes que se pre-sentaban en la portería del monasterio y otras.

El rezo se desarrollaba principalmente en co-munidad, en la iglesia del monasterio, durante laserie de oficios litúrgicos que marcaban las horasdel día. En la sociedad medieval, el papel socialde los monjes era el de rezar; así, se difundió en-

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DEL EREMITORIO AL CENOBIO

eriodo de efervescencia social y es-piritual, el fin del siglo XII vio lamultiplicación de nuevas experien-

cias religiosas, algunas que rompían con la auto-ridad eclesiástica (valdenses, cátaros o albigen-ses); otras, por el contrario, consagradas a la de-fensa de la Iglesia. Aunque nacidas de un mismoideal de reforma, sus posiciones con frecuencia seenfrentaban. Por ejemplo, tras una misión de pre-dicación contra los albigenses el castellano Do-mingo de Guzmán (1170-1221) maduró un pro-yecto de comunidad formada por religiosos deconducta irreprochable y culturalmente prepara-dos, capaces de conjurar con el ejemplo y la pre-dicación el peligro cátaro. Esta orden, llamada delos frailes Predicadores o Dominicos, fue aproba-da por el papa Honorio III en 1216 y tuvo un in-mediato éxito.

En esos años, concretamente en 1209, un jo-ven de Asís llamado Francisco (h. 1178-1226),renunciaba a la vida acomodada que le asegurabasu familia para seguir estrictamente los preceptosevangélicos. En el proyecto de Francisco y de susprimeros compañeros, los frailes debían vivir entotal pobreza, sin propiedad alguna ni personal nicomún, viviendo del trabajo y de la limosna. LaOrden –llamada humildemente de los frailes me-nores o, por el nombre de su fundador, de losfranciscanos– obtuvo una primera apro-bación verbal de Inocencio III en 1210 yla oficial por Honorio III en 1223.

Estas dos primeras órdenes mendi-cantes, nacidas casi simultáneamente,fueron seguidas por otras, como los Ere-mitas de san Agustín (Ermitaños o Agus-tinos), los Siervos, los Carmelitas.

Todas las órdenes mendicantes se ca-raterizan por la norma básica de la po-breza colectiva que se añade a la indivi-dual –obligación ésta general en todoslos religiosos– y la práctica de la mendi-cidad en lugares públicos. Se distinguíanademás de los monjes en que, respecto alrezo y a la meditación, mostraban la vo-luntad de imitar a Cristo particularmenteen el apostolado y en la vocación pasto-ral. En efecto, se dedicaban a la predica-ción itinerante, sobre todo en las ciuda-des, exhortando al pueblo a la penitenciay a la confesión; visitaban a los enfermos,

asistían a los moribundos y custodiaban las sepul-turas de sus devotos.

Esta intrusión en ámbitos tradicionalmente re-servados al clero secular (curas y obispos) pro-vocaron en sus confrontaciones no pocas mani-festaciones de hostilidad, tanto más cuanto quelos mendicantes dependían directamente del papay no de los obispos. A esto se añadía la animosi-dad de los estudiantes y de los profesores univer-sitarios, entre quienes se introdujeron muy pron-to los franciscanos y los dominicos. En el conciliode Lyon, de 1274, una parte de los prelados allíreunidos se manifestó contra el crecimiento de lasnuevas órdenes y consiguió limitar, temporalmen-te, no solamente su número sino también su acti-vidad pastoral.

Pero esto no impidió su desarrollo. Tras lamuerte de Francisco, el extraordinario éxito delos Menores fue tal que se hizo difícil mantener elequilibrio entre una regla pensada para un grupode pocas personas y las dimensiones alcanzadaspor la Orden. Fue, sobre todo, la cuestión de lapobreza colectiva lo que produjo las mayoresquiebras: ¿podían revender la herencia del Pobre-cito de Asís y, al mismo tiempo, promover laconstrucción de conventos cada vez más grandesy suntuosos o formar bibliotecas cada vez más ri-cas? A pesar de las numerosas –y no siempre uní-

vocas– intervenciones del Papado, las disputasacerca de esta cuestión no se calmaron y llevarona la división interna de la Orden entre los mode-rados –o Conventuales, que aceptaban el uso delos bienes, cuya propiedad era simbólicamenteatribuida a la Iglesia– y los rigoristas, o Espiritua-les, que rechazaban incluso esta forma de propie-dad indirecta y fueron definitivamente condena-dos por Juan XXII (1316-1334).

El éxito de los Dominicos no fue menor: en1303 habían sido ya creados casi seiscientosconventos, divididos en dieciocho provincias.La Orden se especializó en la predicación mi-sional, en la traducción a las lenguas vulgaresde textos espirituales, a la polémica doctrinal ya la teología, en la que fue maestro Tomás deAquino (+ 1274). Ya en la época de santo Do-mingo, el estudio, como preparación necesariade la predicación, estaba incluida entre las obli-gaciones del futuro fraile. Asimismo, por suspropias características, los Dominicos fueronmuy activos en los tribunales de la Inquisición.

Abierto a las mujeresLa espiritualidad de estas nuevas órdenes

prendió también en mujeres. En 1212, santa Cla-ra (1194-1253) fue acogida por Francisco en laiglesia de San Damián en Asís, donde fundó una

pequeña comunidad de hermanas po-bres, sucesivamente llamadas Damiani-tas y Clarisas. A pesar de la expresa re-serva de las órdenes mendicantes, eranhombres los que se encargaron final-mente de la dirección de una comuni-dad femenina (Clarisas, Dominicas,Agustinas, Carmelitas, etcétera), en ge-neral regida por reglas tradicionales(benedictina o agustina). Más originalfue, por el contrario, el papel asumidopor las mujeres en la comunidad de ter-ciarios, o sea, penitentes laicos que sesujetaban a unas reglas de vida contro-ladas por una orden mendicante mascu-lina y aprobada por la Santa Sede, perosin pertenecer a todos los efectos a laorden. Se trataba con frecuencia de es-posos o de viudos que vivían o en unapequeña comunidad o en su propia ca-sa, y que se dedicaban a la plegaria y alas obras de caridad.

Page 6: Los monjes en Europa

57

Página izquierda,

exterior de la iglesia

mozárabe de

Peñalba de Santiago

(León). Arriba, cruz

visigótica del Tesoro

de Guarrazar

(Madrid, Museo

Arqueológico

Nacional). Abajo,

encuentro de san

Benito con san

Romano, en un

fresco del siglo XIII

(por el Maestro

Consolus, Subiaco,

iglesia del Sacro

Speco).

Desde los tiempos más tempranos del cristianis-mo hubo antecedentes de ese monacato reglado,que tuvieron lugar en la Hispania romana. Talesmanifestaciones tempranas del monaquismo no seinterrumpieron trágicamente – según se ha venidosuponiendo– durante las “invasiones bárbaras” dela Península, pero debió producirse una detencióndel proceso y, seguramente, hubo casos de perse-cución, por lo que algunos eremitas y cenobitas op-tarían por la seguridad de lugares poco accesibles.

A partir del siglo VI, está documentada la exis-tencia de algunos monasterios próximos a ciudadescomo Tarragona o el monasterio Servitano, cercanoa Arcávica (Cuenca), y otros plenamente rurales co-mo el de San Martín de Asán, en Arrasate (Aragón).Pero, aparte de estos ejemplos cenobíticos, se co-nocen casos de anacoretismo, que en ocasiones lle-varon al surgimiento de nuevas comunidades. Talfue el caso de san Millán o Emiliano (¿?- 574), pas-tor natural de Berceo (La Rioja) que decidió mar-char junto al ermitaño Félix para abrazar la vida so-litaria a la montaña de Bilibio, cerca de Haro, y lue-go a los montes Distercios. Más tarde se le ordenósacerdote por deseo del obispo de Tarazona, peroante ciertas envidias retornó a sus soledades, enesta ocasión al valle de Suso, en la Sierra de la De-manda, y allí constituyó una comunidad de monjesy otra de monjas, de las cuales algunas adoptaronun género muy acentuado de vida anacorética, talcomo el “emparedamiento”, es decir, el vivir enuna celda cerrada al exterior por una tapia. Éste fueel origen del monasterio de San Millán de la Cogo-lla, que siglos después se trasladaría más abajo, aYuso, en el mismo valle.

A la Gallaecia sueva –reino asentado en Galicia,el norte de Portugal y el oeste de las actuales pro-vincias de Asturias, León y Zamora– llegó a me-diados del siglo VI san Martín de Dumioo de Braga (¿?-579), personajeprocedente de la Panonia

(Hungría), quien erigió un monasterio precisamen-te en Dumio, cerca de la ciudad de Braga, que ha-cia 556 fue constituido en obispado, siendo sanMartín su primer prelado –años después sería tam-bién arzobispo de Braga–. Él y sus monjes trabaja-ron por la auténtica conversión de los suevos al ca-tolicismo y lucharon contra las supersticiones deraíz prerromana y romana enraizadas en la zona,tanto con la predicación y los escritos, como pormedio de la reunión de concilios. En cuanto a sumodelo de monacato, parece bastante claro quellevó al noroeste peninsular la tradición monásticaoriental de los Padres del Desierto, que había co-nocido en su peregrinación a Tierra Santa y a otrasregiones de Oriente; así escribió, por ejemplo, lasSentencias de los Padres de Egipto.

Esplendor cenobíticoAhora bien, el verdadero esplendor del monaca-

to en la España visigoda se sitúa a finales del sigloVI y en el VII, cuando no sólo se registró una im-portante floración de cenobios, sino que también seescribieron reglas monásticas de gran interés, comolas de los hermanos, arzobispos sevillanos y santos,Leandro e Isidoro o la de san Fructuoso, que regu-ló con gran rigor a los monjes del Bierzo leonés.

Otro aspecto que refleja el esplendor del monaca-to en el siglo VII es la proliferación de monasterios alo largo y ancho de la Península. Había cinco a lasafueras de Toledo (en el de Agali, fue monje san Il-defonso, después arzobispo toledano) y otros dostambién muy próximos; en Zaragoza funcionaban almenos dos, a uno de los cuales perteneció el mástarde obispo Tajón; en Mérida hubo como mínimotres, aparte del de Alcuéscar, en la Sierra de Mon-tánchez; en Sevilla se abrieron por lo menos tres, en

Córdoba dos, en Tarragona uno, en Barcelonaotro… Y en Cataluña destaca de un

modo especial el de Biclaro–erigido cerca de la de-

Antonio Linage Condey Santiago Cantera MontenegroProfesores de la Universidad de San Pablo-CEU

E L MONACATO ES EL MOVIMIENTO ESPI-ritual organizado por los monjes y su mo-do de vida; como monje cabe definir a lapersona dedicada a la vida ascéticamente

disciplinada y contemplativa, esto es, centradaesencialmente en la oración, pudiendo desarrollar-la en solitario (caso del anacoretismo o eremitismo)o en comunidad y bajo una regla determinada (ce-nobitismo).

56

Al frente de laReconquista

En la Península Ibérica, losmonasterios no sólo sirvieronpara cristianizar a la población desus contornos, sino paraasentarla, organizarla y, con lasórdenes militares, para defenderlas fronteras

Page 7: Los monjes en Europa

59

Monasterio de San

Juan de la Peña, en

Huesca, fundado

entre los siglos VIII

y IX por la

comunidad de

monjes que se

agrupó en torno a

san Voto. Es un

buen ejemplo del

florecimiento

monástico que tuvo

lugar en el Noreste

peninsular por la

influencia de la

expansión de la

Regla de san Benito,

que entró a través

de Francia.

numerosos monasterios: Santo Toribio de Liébana(Cantabria), Sahagún y San Miguel de Escalada(León), San Salvador de Valdediós (Asturias) o SanIsidro de Dueñas (Palencia), Samos y los cenobiosdel valle del Sil –comarca muy querida por losmonjes– y, en el siglo X, san Rosendo fundaba elde Celanova.

En el siglo X, el condado de Castilla experimen-tó también una expansión importante del monaca-to, impulsada por los propios condes, tanto con fi-nes religiosos como repobladores: aparecen así,entre otros, San Pedro de Cardeña, San Pedro deArlanza, Santo Domingo de Silos y San Salvador deOña, mientras que en La Rioja destacan San Mi-llán de la Cogolla y San Martín de Albelda, en elque se hallaba en el siglo X el abad Salvo, autor deuna Regla para monjas, que mezcla la de san Be-nito, con normas penitenciales hispanas de abo-lengo irlandés y tradición visigoda.

En el área pirenaica y más al sur también seprodujo un florecimiento monástico y, sobre todo,a través de esa zona fue penetrando desde Franciala Regla de san Benito, que se estaba expandien-do por Europa. Desde Cataluña y Aragón se exten-dió con bastante rapidez hacia los monasterios deCastilla y del reino astur-leonés. En los siglos VIIIy IX nacieron en los condados catalanes monaste-rios como San Miguel de Cuxá, San Pedro de Ro-da, Santa María de Ripoll y San Cugat del Vallés;en Aragón, el mencionado San Juan de la Peña y

en Navarra destacan San Salvador de Leyre y, almenos en el siglo X, Santa María de Irache.

El triunfo de la Regla de san Benito, cuya prime-ra mención conocida en la Península es la de Baño-las, que data el año 822, se debe que era fácilmen-te asimilable y resultaba atractiva para las comuni-dades monásticas e incluso para muchos seglares de

CENOBITAS MADRUGADORES

finales del siglo IV e iniciosdel V ya existían comuni-dades cenobíticas en Espa-

ña: en el concilio de Zaragoza de 380se prohibió a los monjes (es su prime-

ra mención en España) ausentarse de sucomunidad durante la Cuaresma, así co-mo que los clérigos pudieran pasar alestado monacal. Además, san Agustín,obispo de Hipona, Túnez, escribió en losprimeros años del siglo V una carta alabad Eudosio y a sus monjes de la isla deCabrera (aunque otros la identifican conla isla italiana de Caprara), y es que elmonacato debía de tener cierta impor-tancia en las Baleares, según permitensaber otros documentos. Pero, en gene-ral, en la Península había otras comuni-

dades más, y muy singular resulta el ca-so de Egeria, al parecer una monja, e in-cluso abadesa, originaria de la Gallaecia,que a finales del siglo IV o principios delV realizó un viaje de peregrinación hastaTierra Santa, pasando por algunos luga-res como la Tebaida egipcia, zona dondehabía surgido el monacato cristiano a fi-nales del siglo III y en el IV (ver La Aven-tura de la Historia, nº 16, Egeria, aven-tura en Tierra Santa).

Otra muestra de la importancia delmonacato en esta época es la atenciónque le dedicó la herejía priscilianista, lacual defendió en ciertas cuestionesunas posturas rigoristas que dieron lu-gar a sus formas particulares de vidamonástica.

Retrato de san

Isidoro atribuido a

Zitow, siglo XV

(Valladolid, Museo

Nacional de

Escultura). Derecha,

Alfonso II el Casto,

que se enfrentó a

Carlomagno en

Roncesvalles, según

una serie de

retratos reales

encargados por

Felipe II (Segovia,

Sala Real del

Alcázar).

sembocadura del Ebro– famoso por el his-toriador Juan Biclarense. No puede olvidar-se la llamada “Tebaida Leonesa”, es decir,El Bierzo, comarca donde dio sus primerospasos el monacato fructuosiano, en ceno-bios como Compludo, Rupiana y Visonia,que se irradiaría hacia Galicia y la Bética.En El Bierzo, y como discípulo de san Fruc-tuoso, resaltaría san Valerio. En fin, cabeseñalar que en Britonia, la actual Mondo-ñedo, existió una colonia bretona y al me-nos un monasterio vinculado a ella.

Monjes emigrantes y mozárabesEl corte brutal en el desarrollo del monaca-to que no produjeron las invasiones bárba-ras lo causó, en cambio, la irrupción mu-

sulmana en 711. Algunos monjes optaron por huir azonas retiradas, preferentemente a la montaña, parapoder dedicarse allí, en plena libertad, a la vida mo-nástica en su modalidad eremítica. Ejemplos de es-to son san Frutos, actual patrón de la diócesis de Se-govia, que con sus hermanos se retiró a las Hoces delrío Duratón, cerca de Sepúlveda, o San Voto, que for-mó en torno a él una pequeña comunidad, de la quemás tarde surgiría el monasterio de San Juan de laPeña, en Aragón. Pero lo que más llama la atenciónes la salida de algunos fuera de la Península, comosan Pirminio, que se instaló en la región del Rin,donde fundó varios cenobios y se dedicó a labores deevangelización, luchando contra las supersticionespaganas; estos monjes emigrantes llevaron a otraszonas de Europa la tradición cultural isidoriana y vi-sigótica española en general, pues se llevaron consi-go buena parte de sus libros.

No obstante, la propia capital del valiato y luegoemirato, Córdoba, contaba con varios cenobiosmasculinos y femeninos en sus alrededores. Comoes sabido, los cristianos que permanecieron bajodominio musulmán son llamados mozárabes, quie-nes en gran medida supusieron una continuaciónde la tradición hispano-visigótica. Pero a la fase de

la invasión, que fue seguida por una época de unarelativa tolerancia religiosa, sucedió en el siglo IXun periodo de muy dura persecución, que afectó delleno a los monasterios y a sus monjes y monjas, va-rios de los cuales sufrieron el martirio. Esto preci-pitó la decadencia del monacato mozárabe.

A la vanguardia de los reinos cristianosEn la España cristiana del Norte, donde se cons-

tituyen los núcleos de resistencia frente al Islam ydesde los que comenzará la Reconquista del terri-torio, se fue reorganizando el monacato, siguiendotambién en los primeros tiempos, de forma bas-tante general, la tradición de época visigoda. En elreino astur-leonés, a partir de mediados del sigloVIII, comienzan a tomar impulso algunos monaste-rios como San Juan de Pravia y San Vicente deOviedo. Con el avance territorial del reino y la re-población de las zonas reconquistadas se fueronfundando o restaurando cenobios, en muchas oca-siones para consolidar la presencia cristiana, nosólo la religiosa, sino también la humana, pues de-bían organizar muchas veces su entorno y asentaren él nuevos vecinos. Alfonso II el Casto promovióde un modo especial las comunidades monacalesa la vanguardia de la repoblación y, entre los siglosVIII y X, se registra el nacimiento o la reapertura de

58

ESPOSAS DE CRISTO

on anterioridad a la apari-ción y el desarrollo en Espa-ña de lo que propiamente es

el monacato y la vida monástica, debe se-ñalarse otra realidad que existió desdelos mismos orígenes del cristianismo: laconsagración de algunas mujeres ofre-ciendo a Dios su virginidad, como espo-sas de Cristo. La virginidad consagradaen España debió de darse paralelamentea la configuración de las primeras co-munidades cristianas, pero salvo los ca-sos de algunas mártires, no contamoscon noticias realmente algo más abun-dantes y detalladas hasta el Concilio deElvira (o Ilíberis, actual Granada), data-

do hacia el 300-302. En sus Actas, sobretodo en los cánones 13 y 27, se incluye-ron las disposiciones dadas para las mu-jeres consagradas “por pacto de virgini-dad”, así como para las vírgenes no con-sagradas (canon 14). Hay que decir quela virginidad consagrada era algo escogi-do libremente, nunca impuesto por laIglesia aunque sí ensalzado por ella co-mo muy meritorio y del agrado de Dios,y que podía suponer un cierto peligropara aquella mujer que lo hacía, puescontravenía las leyes romanas que pena-lizaban a los célibes y a los que no tení-an hijos, las cuales serían derogadas fi-nalmente por el emperador Constantino.

Page 8: Los monjes en Europa

61

El monasterio

cistercianse de

Santes Creus,

Tarragona, surgió,

junto con el de

Poblet, por

iniciativa real y

nobiliaria en la

época de Ramón

Berenguer IV. La

orden del Cister

había entrado en

España a través de

Navarra, en 1140.

abades se debían reunir anualmente en el CapítuloGeneral. Hay que señalar, además, que con el fe-nómeno monacal cisterciense se produjo la difu-sión de su espiritualidad, en buena parte definidapor San bernardo, y que, entre otros elementos, sefijaba en la Humanidad de Jesucristo y en la devo-ción mariana, aunque ha habido autores que hannegado que su influencia fuera realmente grandeen estos dos aspectos. Dado el color del hábito cis-terciense, se les conoció como “monjes blancos”,para diferenciarlos de los “monjes negros” clunia-censes y benedictinos en general.

Parece que el Cister entró en España a través deNavarra, siendo Fitero una de sus primeras funda-ciones en 1140. En estos años centrales del siglo XIIse fue instalando en los reinos de Castilla y León:Osera y Melón en Galicia, Sacramenia en tierras se-govianas y Valbuena en las de Valladolid, Monsaluden la diócesis de Cuenca, Santa María de Huerta enla actual provincia de Soria… En cuanto al ámbitocatalán, surgieron por iniciativa real y nobiliaria, enépoca de Ramón Berenguer IV, los muy importantescenobios de Santes Creus y Poblet. Y paralelamenteal asentamiento masculino, tuvo lugar el de las mon-jas de la Orden: Cañas en La Rioja y Gradefes en tie-rras leonesas, Las Huelgas de Burgos, Vallbona delas Monjas en Cataluña… El aprecio de los reyes ha-cia los monjes blancos se manifestó no sólo en lasdonaciones para establecer nuevos monasterios y pa-ra afianzar los ya existentes, sino también en el apo-yo para la promoción a sedes episcopales, la elecciónde algunos confesores reales, etc. Fernando III elSanto, ya en el siglo XIII, fue uno de los reyes caste-llano-leoneses que mayor afecto mostró hacia ellos.Y hay que decir que, en líneas generales, durante lossiglos XII y XIII fueron un auténtico ejemplo de ob-servancia monástica, aun cuando poco a poco –o concierta rapidez en algunos casos– también constituye-ron señoríos alrededor de los monasterios.

Unido las más de las veces al espíritu cistercien-

se, e incluso en dependencia directa respecto de laOrden, debe recordarse el nacimiento de las ÓrdenesMilitares, la aparición de comunidades de monjes-soldados que combinaban la vida monástica con elcombate en defensa de la fe, asumiendo el ideal dela caballería medieval y enfrentándose casi siempreal Islam. A impulso cisterciense y bajo la Regla desan Benito nacieron los templarios; en España sur-gieron las órdenes de Calatrava, Alcántara y Avís

EL RIGOR DE SAN FRUCTUOSO

a Regla de san Fructuoso deBraga (¿?- 665) aspiraba alas cimas más altas del asce-

tismo, por lo que resulta tan exigente yrigurosa, que recordaba al monacatoprimitivo de origen oriental. Pese a laausteridad y disciplina, la dureza delmodelo de vida y la severidad de algunasprácticas (incluso parece que la de inte-rrumpir dos veces el escaso el tiempoadjudicado al sueño, para levantarse arezar) había hombres con fe suficientepara realizar aquellas proezas, más aúnen una zona tan dura en el invierno co-mo El Bierzo leonés a la que inicialmen-te se destinó. A diferencia de las de sanIsidoro y san Benito, la regla de sanFructuoso introduce llamadas a la vidasolitaria en la celda, de tipo eremítico osemieremítico, aunque sin anular la vidacomunitaria.

Con la Regla de san Fructuoso estáemparentada la Regla Común (quizásobra de él mismo pues participa de suespiritualidad y del fenómeno monacalque impulsó desde El Bierzo); no se

trata de una regla pensada para un mo-nasterio, con todos los detalles de suorganización, sino para una congrega-ción de monasterios, la de los cenobiosfructuosianos del Noroeste hispano, loscuales se regirían por un texto previo,que sería casi seguro la Regla de sanFructuoso.

La Regla Común afrontaba una seriede realidades y problemas que habíanido surgiendo en ese ámbito, como losmonasterios familiares; prohibía los dú-plices (monasterios con dos comunida-des, una masculina y otra femenina); le-gislaba sobre la tutela de monjes de ce-nobios masculinos sobre las casas feme-ninas; encauzaba las aspiraciones de re-ligiosidad seglares mediante una hospe-dería especial para familias que desea-ran hacer vida semimonástica.

Si la Regla de san Fructuoso resulta-ba muy dura por sus prácticas ascéticas,la Regla Común llama la atención por suhumanidad. Llama la atención la dulzuraempleada al referirse a los niños de lasfamilias aludidas.

San Leandro,

arzobispo de

Sevilla, entrega su

regla de vida

monástica, la más

antigua conocida de

la Península, a su

hermana, santa

Florentina. Derecha,

efigie de Fernando

III el Santo (1217-

1252), uno de los

reyes que mayor

afecto mostró hacia

los monjes blancos,

en el Tumbo A de la

catedral de Santiago

de Compostela.

la Europa altomedieval. Ello se debe a que, como di-ce su autor, estaba destinada a monjes “mediocres”o que comenzaban la vida monacal y también a laatención que prestaba a los pequeños detalles, a sudiscreción y moderación en todo, a su humanidad ysu cristocentrismo . En ella adquiere gran importan-cia la figura del abad, la vida de comunidad y seofrece la alternancia clásica entre oración, trabajo ylectio divina (lectura espiritual abierta a la inspira-ción del Espíritu Santo).

La benedictinización se forta-leció hace un milenio, coincidien-do en buena parte con una nuevafase de restauración monásticatras los saqueos llevados por Al-manzor. En Cataluña impulsó laadopción de la Regla de san Be-nito el abad Oliva, del monasteriode Ripoll y a quien se puede con-siderar fundador de Montserrat.En el centro y en la mitad occi-dental de la Península también secrearon nuevos centros comoSanta María de Nájera.

De Cluny al CisterUn fenómeno singular en el mo-

nacato fue la reforma benedictinainiciada en la abadía francesa deCluny, en Borgoña, en 910. Suscaracterísticas principales fueronla organización centralizada de la

Orden (cluniacense) en torno a esa casa-madre y lagran dedicación a la oración litúrgica, que incluso seacabó haciendo abrumadora, por el elevado númerode horas destinadas a la celebración del Oficio Divi-no. La reforma entró en la Península a partir de 965a través de Cataluña y a principios del siglo XI la in-trodujo en sus territorios Sancho III el Mayor de Na-varra. Entre 1058 y 1109 fue adoptada en monaste-rios como Camprodón y Caserres en Cataluña, Náje-ra en La Rioja, y Sahagún, Carrión y Dueñas en tie-rras leonesas; después de 1109, se fundaron o se in-corporaron otros a la Orden, como San Juan de la Pe-ña y Leyre, Oña, Cardeña, Frómista, etc. Fueron muyimportantes para este fenómeno de expansión, enCastilla y León, los reinados de Fernando I y, sobretodo, Alfonso VI, quien consiguió que el primer arzo-bispo de la sede toledana restaurada en 1085, trasla reconquista de la ciudad, fuera el cluniacenseBernardo de Sauvetat. A mediados del siglo XII, y an-te la relevancia de bastantes casas españolas, secreó la figura de un camerarius (camarero) o lugarte-niente del abad de Cluny para los monasterios de laPenínsula, que residiría en Nájera o en Carrión. Lasabadías de Cluny, como había sucedido con otras be-nedictinas anteriores, se integraron en el mundo feu-dal y constituyeron importantes señoríos, organizan-do social y económicamente su entorno.

Frente a esto, frente a la prolongada dedicacióna la liturgia y con el propósito de restaurar la aus-teridad y el espíritu de la Regla benedictina y el tra-bajo manual entre los monjes, surgió también en lazona de Borgoña la reforma del Cister, iniciada porsan Roberto de Molesmes e impulsada luego porsan Bernardo, abad de Claraval. Su expansión tuvolugar en los siglos XII y XIII, irrumpiendo con granfuerza en España. El Cister se configuró como otranueva Orden, con varias grandes casas fundadorasademás de la madre de todas, situada en Cîteaux,y presentaba una organización de tipo federativo,con autonomía de los distintos monasterios, cuyos

60

LAS REGLAS SEVILLANAS

a más antigua regla conoci-da en la Península Ibéricaes la de san Leandro, arzo-

bispo de Sevilla (¿?-599), que suponemás un tratado de vida religiosa–dirigida en especial a su hermanasanta Florentina– que una reglapropiamente dicha; es un texto pa-ra mujeres, para vírgenes consa-gradas a Dios, que comienza conun elogio de la virginidad, de granbelleza literaria.

En cuanto a la Regla de san Isi-doro (¿?- 636), es un modelo declaridad, orden, atención a los de-talles, moderación, discreción, hu-manidad, etc., y recuerda en mu-chos aspectos a la de san Benito. Adiferencia de la de su hermano sanLeandro, es una auténtica reglamonástica, ya que organiza la vidadel cenobio por completo. Dadoslos horarios que presenta y laatención al verano, parece que sedestinó para su aplicación en laregión de la Bética. Según ella, el

monasterio se compone de iglesia, sa-cristía, dormitorio común, refectorio,cocina, despensa, biblioteca, huerta, en-fermería y cementerio.

Page 9: Los monjes en Europa

63

Scriptoriummedieval que ilustra

una página de los

Libros del Ajedrez,dados y tablas,

mandados elaborar

por Alfonso X el

Sabio (Biblioteca de

El Escorial).

Julio ValdeónCatedrático de Historia MedievalUniversidad de Valladolid

E L MONACATO MEDIEVAL ADQUIRIÓ UNrelieve de tales magnitudes que no resul-ta en modo alguno extraño que se le con-sidere uno de los pilares fundamentales

de la Cristiandad de aquel tiempo. Un hito decisi-vo en el desarrollo del monacato lo marcó en el si-glo VI, como es bien sabido, san Benito de Nursia,abad de Montecassino, y su famosa Regla, conjun-to de observancias o costumbres que debían de se-guir los que se acogieran a la vida cenobítica. Conposterioridad hubo dos etapas claves en la historiadel monacato: la primera protagonizada, a comien-zos del siglo X, por Cluny y los monjes negros; la se-gunda, que data del siglo XI, por el Cister y losmonjes blancos. No es posible olvidar, asimismo, la

aparición, entre finales del siglo XI y comienzos delXII, de otras órdenes monásticas, entre ellas lospremonstratenses y los cartujos. Y también en esesiglo XII, de la mano del Cister en la mayoría de loscasos, la creación de las órdenes de caballería, pri-mero en Tierra Santa –templarios, hospitalarios deSan Juan, teutónicos– y luego en la Península Ibé-rica –Calatrava, Alcántara, Avís, Santiago–.

Ni que decir tiene que las tareas primordiales querealizaban los monjes eran de naturaleza espiritual.De ahí que se les haya presentado como apóstoles dela espiritualidad, a la vez que propagandistas entu-siastas de la paz de Dios. Las abadías, lugares de vi-da y de piedad comunitaria, eran, al mismo tiempo,centros de irradiación apostólica. Ahora bien, losmonjes también dedicaban parte de su tiempo al tra-bajo intelectual y al trabajo manual, aunque éstefuera mucho más importante para los cisterciensesque entre los cluniacenses. Por lo demás, la influen-

Pluma, azada y espadaLos monjes desempeñaron una actividad trascendental enla Edad Media europea: conservaron gran parte de lacultura clásica, ordenaron todos los conocimientos de laépoca, crearon escuelas artísticas y musicales, pusieron los bases del progreso agrícola, organizaron la beneficenciay la asistencia hospitalaria...

Fachada-espadaña

de la iglesia

premonstratense de

Santa María la Real

(Aguilar de

Campóo, Palencia).

Esta orden, de

canónigos

regulares, nació en

Francia de la mano

de Norberto de

Xanten, a principios

del siglo XII, y

combinaba la vida

monástica con el

apostolado externo.

(Portugal) y más tarde Montesa –la Orden de Santia-go adoptó la llamada Regla de san Agustín– que ju-garon un papel importante en la Reconquista y en laorganización y repoblación de amplios territorios, enespecial de La Mancha y Extremadura.

No se debe olvidar, por otro lado, a los canónigosregulares, comunidades de clérigos que seguían ge-neralmente la Regla de san Agustín y que experi-mentaron un gran desarrollo en los siglos XI y XII. Enla Iglesia antigua y medieval se solía distinguir entreel clérigo y el monje; aquél era el que recibía órde-nes sagradas (desde las menores hasta el sacerdocio)y éste el que, por medio de los votos de estabilidaden el monasterio y conversión de costumbres, se en-tregaba a la vida del claustro, contemplativa, en unrégimen de oración, trabajo, estudio y lectura. El fe-nómeno de los canónigos regulares, por lo tanto, su-pone la adopción de la vida monástica por parte declérigos que se reúnen en comunidades bajo la au-toridad de un abad y la observancia de la Regla desan Agustín. En España contaron con monasterios ocanónicas tales como San Juan de las Abadesas enCataluña, Montearagón en Aragón, Roncesvalles en

Navarra, Benevívere y San Isidoro de León en tierrasleonesas, y Junquera de Ambía o Cabeiro en Galicia,entre otras muchas casas más, y en ocasiones for-maron congregaciones.

Sin embargo, adquiriría mucha mayor relevan-cia, sobre todo a más largo plazo, la Orden Pre-monstratense, de canónigos regulares, nacida enFrancia de la mano de san Norberto de Xanten, ar-zobispo alemán de Magdeburgo, a inicios del sigloXII, y que combinaba la vida monástica con elapostolado externo, pues se dedicó también a lapredicación y la cura de almas en parroquias que lefueron encomendadas. De un modo semejante alCister, con el que además tuvieron bastantes rela-ciones, y vestidos con hábito blanco, salvo tardía-mente en España, los premonstratenses se asenta-ron fundamentalmente en Castilla a partir de losaños centrales del siglo XII: Retuerta, La Vid, Agui-lar de Campóo… El territorio peninsular se dividióen dos circarias o provincias dentro de la Orden: lascasas de Cataluña y Aragón quedaron integradas enla de Gascuña, y las de Castilla y León formaron lade España.

La Cartuja: eremitas y cenobitasA finales del siglo XI surgió en los Alpes france-

ses, en la Grande Chartreuse, dentro de la diócesisde Grenoble, un nuevo estilo de vida monástica quecombinaba de un modo original el eremitismo y elcenobitismo: la Cartuja, cuyo iniciador fue san Bru-no, natural de Colonia y canónigo de Reims. Esacombinación, ordinaria en Oriente (lauras), en Oc-cidente sólo tenía el precedente de la Camáldula–que no penetró en España hasta el siglo XX–. Susmonjes vivían en celdas independientes y ampliasy se reunían sólo en ciertas horas para algunos re-zos del Oficio Divino y otras celebraciones, de talmanera que se acentuaban mucho la soledad y elsilencio, y además existían en la Cartuja los her-manos, religiosos que se dedicaban más especial-mente al trabajo manual. Ya en el siglo XII, y sobretodo de la mano de san Antelmo, se constituyó co-mo Orden en torno a la casa-madre de la GrandeChartreuse y al Capítulo General reunido anual-mente en ella; a mediados de esa centuria, un his-pano, el beato Juan de España, adaptó las Consue-tudines de Guigo o Regla cartujana para monjas.

La Cartuja entró en España a finales del sigloXII, en 1194, cuando Alfonso II de Aragón le con-cedió un retirado lugar que denominaron Scala Dei,al pie del Montsant (actual provincia de Tarragona).La segunda cartuja española también se instaló entierras catalanas, en Sant Pol del Maresme; a con-tinuación la Orden pasó al Reino de Valencia, en laSierra de Náquera, donde se fundó el monasteriode Porta-Coeli (o Portaceli). Las demás casas sefundaron en los siglos siguientes, y en la Corona deCastilla no penetraron sus monjes hasta 1390 (ElPaular). Los cartujos jugaron un papel importanteen el monacato, por la originalidad de su estilo ypor el papel renovador que jugarían en la Baja EdadMedia, ante la crisis religiosa que padecierón tantola Península como el resto de Europa. n

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Page 10: Los monjes en Europa

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Consagración de la

tercera abadía del

monasterio de

Cluny. La iglesia fue

construida entre

1088 y 1225.

Miniatura del

ChroniconCluniazense (París,

Biblioteca

Nacional).

Por otra parte, la estrecha conexión entre los ce-nobios y las cortes regias explica que muchos sepul-cros, tanto de monarcas como de miembros de la al-ta nobleza, se situaran en recintos monásticos. Enalgunas ocasiones hubo monjes que acudieron alcampo de batalla al frente de sus mesnadas, comoOdón de Corbie o Gauzlin de Jumiéges, o, en el ca-so hispano, Bernardo, abad de San Feliu de Guixols,el cual dirigió en la conquista de Mallorca a 179hombres de armas. Una labor muy significativa enese terreno la desarrolló asimismo, en tierras hispá-nicas, el monje Raimundo de Fitero, abad de Fitero,cuyo nombre está indisolublemente ligado a la crea-ción de la Orden Militar de Calatrava.

Empujando el aradoPasemos a contemplar la relación de los monas-

terios con la vida económica de la época. El monas-terio, tal y como lo había planeado san Benito, erauna unidad socioeconómica suficiente. La actividadprincipal de dichos centros tenía que ver, obviamen-te, con la agricultura y la ganadería. Al fin y al cabo,los monasterios benedictinos solían ser propietarios

de grandes dominios territoriales, en los que traba-jaban básicamente campesinos dependientes. ¿Nose ha dicho de los dominios agrarios de Cluny queeran las formas más avanzadas de la época de losmedieval farming? No es posible olvidar, por otra par-te, el papel colonizador desempeñado por los monjesen territorios como la cuenca del Duero (caso delabad Vitulo en el año 800) o los condados de la de-nominada Marca Hispánica. Simultáneamente losmonjes actuaban en oficios varios, como sastres, za-pateros, tejedores, bataneros, carpinteros, albañileso ebanistas.

Ahora bien, un importante paso adelante lo dieronlos monjes cistercienses, que construían sus ceno-bios en territorios aislados y a los que tradicional-mente se ha considerado agentes fundamentales delespectacular progreso roturador que experimentó Eu-ropa en el transcurso del siglo XII. Recordemos elsignificado de las granjas cistercienses, trabajadaspor los hermanos conversos. Dichas granjas, tal y co-mo ha señalado acertadamente M.Cocheril, funcio-naron en su tiempo “como auténticas escuelas agrí-colas”. Al mismo tiempo, los monjes blancos impul-

Cabecera del

refectorio de Santa

María de Huerta

Soria). A la derecha

puede observarse el

púlpito para las

lecturas, al que se

accede por una

escalera practicada

en el muro. Este

monasterio

cisterciense empezó

a construirse en

1179, durante el

reinado del Alfonso

VIII. Abajo, Rábano

Mauro ofrece su

libro a Gregorio IV

(Viena,

Nationalbibliothek).

cia ejercida por el monacato en la sociedad de sutiempo rebasó ampliamente el ámbito de lo específi-camente religioso, para abarcar otros muchos terre-nos, particularmente hasta el siglo XIII, pues en laetapa final de la Edad Media el monacato vivió unafase de retroceso, en particular el benedictino.

Hombres de paz y de guerraComenzaremos por referirnos a la influencia del

monacato en el ámbito de la vida política. Cierta-mente el monacato no pudo escapar a las redes arti-culadoras de la sociedad de la época, lo que explicaque terminara por integrarse en el mundo feudal. Pe-ro ello no fue óbice, ni mucho menos, para que pro-curara en todo momento introducir en la sociedadfeudal elementos propios del mundo eclesial. Por depronto, los monjes fueron los propagadores de insti-tuciones tan singulares como “la paz de Dios” y “latregua de Dios”. De esa forma pretendían los monjesinsuflar el espíritu de la paz en el complejo y un tan-to caótico campo en el que se movían los señoresfeudales, es decir los milites o caballeros de aquellasociedad estamental. La “paz de Dios” suponía elestablecimiento de algo parecido a un derecho deasilo. La “tregua de Dios”, por su parte, tenía comoobjetivo limitar las guerras privadas, fijando la sus-pensión de las hostilidades en ciertos períodos detiempo, ya fueran unos días de la semana o festivi-dades litúrgicas como Adviento y Cuaresma. En tie-rras hispanas el movimiento de “paz y tregua” diosus primeros pasos en Cataluña, desempeñando enel mismo un papel decisivo el abad Oliva.

Asimismo hubo monjes que lograron un gran pre-dicamento en las cortes regias. Un ejemplo tempra-no nos lo ofrece Alcuino de York, el cual, además dedirigir la escuela palatina de la corte carolingia, man-tuvo una estrecha relación con Carlomagno y ejercióun indiscutible magisterio intelectual en el Imperiofranco. Con posterioridad cabe mencionar a Odilónde Cluny, del cual nos consta que tuvo amplios con-tactos con los emperadores alemanes de la primeramitad del siglo XI, o a Lanfranc de Bec, que actuócomo consejero del monarca inglés Guillermo el Con-quistador. No obstante el más destacado fue, sin du-da, Suger de Saint Denis, que fue consejero de LuisVI de Francia y, posteriormente, de Luis VII. Suger deSaint Denis, que era un decidido partidario de lacentralización política, fue incluso regente del reinode Francia durante los años de la Segunda Cruzada,entre los años 1147 y 1149. Al regresar Luis VII dedicha expedición, Suger intentó evitar, aunque sinéxito, que se separara de Leonor de Aquitania. Im-portante fue, asimismo, la participación en la vidapolítica de su tiempo de san Bernardo de Claraval,que también intervino en el gobierno de Francia du-rante el desarrollo de la Segunda Cruzada. En tierrashispanas podemos recordar a Sampiro el cual, apar-te de su labor como cronista, fue mayordomo del reyde León en el año 1000. Importante fue, asimismo,la actuación, en el transcurso del siglo XI, de santoDomingo de Silos, el cual trabajó ardorosamente pa-ra lograr la paz entre los príncipes de la Hispaniacristiana, en particular los reyes de Castilla y Nava-rra. También hubo monjes que cumplieron sus fun-ciones como jueces reales. Tal fue el caso, entreotros, de Simón de Reading.

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Page 11: Los monjes en Europa

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Monasterio de Las

Huelgas (Burgos),

que se distinguió

por su cultivo de la

música (grabado de

1887).

cos en el Medievo, no podía faltar en los monaste-rios. Por de pronto, había en ellos numerosos escri-bas, que se dedicaban a la copia de libros antiguos.Paralelamente, los monjes cultivaban la lengua lati-na, por cuanto era la de la Iglesia. También se dedi-caban a la enseñanza, dirigida tanto a los niños queiban para futuros monjes o clérigos como a gentesdel estamento nobiliario o incluso a miembros de lafamilia real. Los monasterios, por tanto, tenían habi-tualmente scriptoria, pero también bibliotecas. Bob-bio, Montecasino, San Martín de Tours, Corbie, Ful-da, Saint Gall, Reichenau, Ripoll, Silos o Albelda,por sólo mencionar algunos de los cenobios más sig-nificativos del conjunto de la Cristiandad europea,fueron en la Edad Media importantes centros del sa-ber. En España, las bibliotecas monásticas más ricasse hallaban en Ripoll y Silos, calculándose que ha-bía en cada una de ellas de 200 a 300 volúmenes.

Los monjes tenían interés por los más variadoscampos de la vida intelectual. Pedro el Venerable,monje francés del siglo XII que estaba muy interesa-do en polemizar con judíos y musulmanes, impulsóinvestigaciones relacionadas con el mundo islámico,haciendo traducir el Corán. Asimismo se debe a la la-bor de monjes benedicitinos la aparición del alfabe-to cirílico. En ese contexto no tiene nada de extrañoque hubiera monjes que destacaron en la realizaciónde importantes obras, unas de carácter teológico, co-mo Anselmo de Bec; otras cronísticas, casos de Be-da, Orderico Vitalis o Mateo París, o, en el ámbito

hispano, las crónicas Albeldense, de Sampiro y Si-lense, y algunas, por último, de tipo científico, comofue el caso de los trabajos de matemáticas de NotkerLaben de Saint Gall o de Constantino el Africano enel terreno de la medicina.

El mundo monástico está indisolublemente aso-ciado al desarrollo de las artes plásticas. Esa cone-xión ya aparece en las normas de la Regla de sanBenito que prefiguran la organización de los mo-nasterios. El templo, centro del culto divino, debíade ser grandioso y majestuoso, contando al mismotiempo con una rica decoración en capiteles y por-tadas. De ahí que decir Cluny sea tanto como refe-rirse a la arquitectura románica. El Cister, por suparte, supuso un cambio notable en el marco ar-quitectónico. Luchaba contra la suntuosidad vigen-te en el arte románico del siglo XII y propugnaba,como contrapartida, la sencillez, y anticipó en suscenobios el estilo gótico. En definitiva, como haafirmado el profesor José María de Azcárate, “lahistoria del arte occidental en la Alta Edad Mediaes propiamente la historia del arte benedictino”. Esmás, incluso hubo monjes que destacaron por sutrabajo como arquitectos. Tal fue el caso, por ejem-plo, del famoso Desiderio de Montecassino o, en elámbito hispano, del monje Viviano.

No podemos dejar en el olvido, por último, el im-pulso dado por los monjes del Medievo al desarro-llo del canto que acompañaba a la liturgia. Los ce-nobios solían disponer de un hermano cantor. Esevidente, como ha señalado Miguel Alonso, que “laverdadera influencia de la Orden Benedictina en elcampo musical corre por caminos paralelos a losdel canto gregoriano”. La figura más sobresalienteen el campo de la música fue, sin duda alguna, elmonje Guido de Arezzo, que desarrolló su actividada finales del siglo X. Pese a todo, el canto gregoria-no entró, siglos después, en una fase de indudabledeclive, de la que se recuperaría muchos siglosmás tarde, ya en la época moderna. n

Para saber másCANTERA, M. Y S., Los monjes y la cristianización de Europa, Madrid, ArcoLibros, 1996. GARCÍA VILLOSLADA, R., Historia de la Iglesia en España, vols. I y II-1º, Ma-drid, B.A.C., 1979 y 1982.LEKAI, L. J., Los monjes blancos. Historia de la Orden Cisterciense, Barce-lona, Herder, 1987.LINAGE, A., San Benito y los benedictinos, 7 tomos, Braga, Irmandade deSão Bento de Porta Aberta, 1992-1996; Los orígenes del monacato bene-dictino en la Península Ibérica, 3 vols., León, C.S.I.C., 1973. MASOLIVER, A., Historia del monacato cristiano, vols. I y II, Barcelona/Ma-drid, Abadía de Montserrat/Encuentro, 1980 y 1994.En la red:http://www.conferenciaepiscopal.es/cobysuma/orantibus/monasterio2000.htmhttp://www.multimania.com/jbulber/index.htmlhttp://www.cister.net/http://www.camaldoli.com/index.htmlhttp://www.chartreux.org/esp/RAPID1.HTMhttp://www.es/spanish/Cartujos/Paginas/Album.htm

Escena de un

hospital medieval

en una miniatura

del manuscrito DePropietatibusrerum (Cambridge,

Fitzwilliam

Museum). Derecha,

scriptorium del

Beato de Tábara, la

primera

representación de

un centro de estas

características que

muestra con detalle

las dos cámaras de

que se componía:

una acoge a los

pergamineros y, en

la otra, escribas y

pintores están

inmersos en su

tarea.

saron el desarrollo de los recursos locales en las co-marcas en donde estaban instalados, ya fuera la ga-nadería lanar, como sucedió en Inglaterra, o la ex-plotación minera, de hierro, de plata, etcétera.

Las obras de misericordiaEn el terreno de lo social, los monjes llevaron a

cabo una importantísima labor de carácter benéfico-asistencial. El punto de partida de esta actuación sehallaba en la propia Regla de san Benito, la cual afir-maba que era preciso acoger al huésped “como almismo Cristo en persona”. Los cenobios benedicti-nos solían disponer de tres tipos de hospitales, loshospitalia pauperum, los hospitalia peregrinorum ylos hospitalia hospitum, lo que quería decir que da-ban asilo en sus casas tanto a pobres como a pere-grinos o a simples huéspedes. Por lo demás en cadamonasterio había una persona encargada de esa fun-ción, el hospedero.

Particular importancia tenía la atención prestadapor los monjes a los necesitados. Una disposición delsínodo de Aquisgrán del año 817 estableció conce-der a los pobres una décima parte de los donativosque recibieran los monasterios. Ese servicio corría acargo del limosnero. Sin duda, la asistencia a losdesvalidos adquiría más relieve en los días de lasgrandes fiestas litúrgicas, como Navidad, Pascua,Pentecostés y, sobre todo, Cuaresma y el Jueves San-to. No obstante la caridad con los menesterosos erauna práctica diaria. Se ha llegado a afirmar que, endeterminados años, el monasterio de Cluny acogiónada menos que a unos 17.000 pobres, a los que se

daba alimento y vestido. No le andaba muy lejos elmonasterio burgalés de Oña el cual atendía, en el si-glo XIV, a unos 40 pobres diarios. El monasterio deSanto Domingo de Silos destinaba, en ese mismo si-glo, 150 fanegas de trigo y 300 cántaras de vino afines asistenciales. Se sabe, por otra parte, que enalgunas ocasiones los abades, entre ellos Odilón deCluny, llegaron a vender tesoros de sus cenobios conla finalidad de poder socorrer a los necesitados. Muyilustrativo resulta, a este respecto, un texto proce-dente del monasterio catalán de Caserra, datado enel año 1277, en el cual se afirma que “la limosna yla hospitalidad se practican generosamente, a pesarde las trescientas libras que los monjes deben a losjudíos de Vich y de Barcelona”.

Copistas, sabios, artistasLa acogida a los peregrinos alcanzó unas dimen-

siones espectaculares en el Camino de Santiago.Recordemos, entre otras, las hospederías de SanJuan de la Peña, Leyre, San Millán de la Cogolla,Nájera, Santo Domingo de Silos, Carrión, Sahagún,San Salvador de Astorga o Villafranca del Bierzo. Almismo tiempo nos consta que, con frecuencia, losmonasterios realizaban préstamos sin interés acampesinos pobres del entorno. ¿Cómo olvidar, si-guiendo en el mismo terreno, la atención médicaofrecida por los monasterios? También hay que se-ñalar el hecho, altamente significativo, de que mu-chas cofradías piadoso-asistenciales de la EdadMedia surgieron precisamente en el entorno de lasinstituciones monásticas.

¿Y las actividades culturales? El mundo de la cul-tura escrita, reservado prácticamente a los eclesásti-

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AYUDA A POBRES Y ENFERMOS

uchos monasterios funda-ron hospitales para pro-porcionar cobijo y ayuda a

enfermos y viajeros. Los hospitales mo-násticos en España estuvieron en su ma-yoría asociados a los cluniacenses y sedispusieron junto al Camino de Santiago,como es el caso del anejo al monasteriode Santa María de Nájera, donado porAlfonso VI en 1079 a Cluny.

Otro ejemplo es el granhospital fundado a principiosdel siglo XII en Sahagún, de-pendiente del monasterio deSan Facundo, cluniacense. Te-nía 70 camas –lo que suponecapacidad para, al menos, 140personas, ya que cada camaera usada por dos o más indi-viduos– y había dos monjespermanentemente dispuestospara hospedar y recibir a losperegrinos, darles de comer,hacerles las camas y curarlescuando estaban enfermos.

Los hospitales, sin embar-

go, eran más un elemento asistencial yde caridad que un centro médico y mu-chos de ellos tenían como norma noacoger más de dos o tres días a la mis-ma persona.

Hombres y mujeres dormían en salasseparadas, excepto en los hospitalesmuy pequeños, que sólo tenían una salay media docena de camas.