Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

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El crudo invierno ha llegado a la aldea amazona, y Xena y Gabriellese preparan para pasar una estación tranquila, preparando suceremonia de unión. Sin embargo, la nieve trae consigo de laslejanas tierras de Eire una visita y una llamada que ni la guerrera ni labardo podrán evitar responder.Título original: The eyes of EireTraducción: Xenite4Ever

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Los ojos de Eire

Serie 16 de Marzo #4

Linda Crist

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Índice

Sinopsis

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Biografía de la autora

Libros de la Serie

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Sinopsis

l crudo invierno ha llegado a la aldea amazona, y Xena y Gabrielle

se preparan para pasar una estación tranquila, preparando su

ceremonia de unión. Sin embargo, la nieve trae consigo de las

lejanas tierras de Eire una visita y una llamada que ni la guerrera ni la

bardo podrán evitar responder.

E

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Créditos

Traducido y Corregido por Chakram

Diseñado por Dardar

Editado por Xenite4Ever 2015

Descargos: La mayor parte de los personajes que aparecen aquí pertenece a

Renaissance Pictures, MCA/Universal, Studios USA, Flat Earth Productions y cualquier

otro individuo o entidad que tenga derechos de propiedad sobre la serie de

televisión Xena, la Princesa Guerrera y Los Viajes legendarios de Hércules.

Spoilers: Algunas ideas vinieron de Lois y Clark: las nuevas aventuras de Superman,

"Cuando los ojos irlandeses están matando", episodio escrito por Grant Rosenberg.

No hay infracciones de derechos de autor destinados a DC Comics, Warner

Brothers, o December Third Productions. No, esto no es un cross-over Xena /

Superman. Esto es un alt clásico Xena / Gabrielle

Kallerine está de vuelta. Una vez más, esto no es un crossover de Buffy / Xena.

Kallerine es una asesina Amazona de bacantes que se parece a Sarah Michelle

Gellar.

Violencia: Tomar una princesa guerrera, mezclar bien con una reina amazona bardo,

echar al rey de los ladrones, agregar una luchadora druida pelirroja, espolvorear

unos pocos villanos codiciosos, mezclar libremente con un puñado de amazonas,

y sí, algunas espadas es probable que se crucen.

Subtexto/texto explícito: Dos mujeres enamoradas que se acuestan con tanta

frecuencia como es posible.

Ambientación: Esta historia cae secuencialmente después de Divinidad.

Preguntas / Comentarios / Sugerencias bienvenida: [email protected]

Sitio web: http://home.earthlink.net/~texbard

Actualizaciones Sólo lista: http://groups.yahoo.com/group/texbardupdates

Actualizaciones / Lista de Chat: http://groups.yahoo.com/group/texbad

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Capítulo 1

La lámpara está prendida sobre mi mesa

La nieve está cayendo suavemente

El aire reina en el silencio de mi habitación

Oigo tu voz en voz baja

Si pudiera tenerte cerca

Para respirar un suspiro o dos

Sería feliz sólo por sostener las manos que amo

En esta noche de invierno contigo.

*Gordon Lightfoot, “Canción de una noche de invierno”, The way I feel, © 1967, United Artists

os últimos rayos del sol que se colaban por la ventana dejaban una

luz gris sobre el crepúsculo de la noche, y el fuego ardía bajo en el

hogar, las brasas brillando mientras producían un resplandeciente

calor. A pesar del bienvenido calor, la mujer de cabello claro temblaba

y se levantó de la mesa. Cruzó la habitación para coger un par de troncos

de una recia cesta y los dejó sobre la cama al rojo. Utilizó un atizador de

hierro para devolver las brasas a la vida, observando las pequeñas llamas

lamer hambrientas la madera seca por el invierno.

Una pequeña sonrisa acarició sus labios, y deslizó sus dedos sobre la

superficie de metal del atizador, apreciando el delicado trabajo. Una vez

que supieron que iban a quedarse indefinidamente en la aldea

amazona, su compañera insistió en construir varios muebles, además de

otras mejoras que las ayudaron a hacer de su cabaña un hogar.

La alta y morena guerrera había pasado varias marcas en la fundición al

aire libre, martillando el atizador y otras herramientas que tenía sobre un

banco de trabajo. Parecía dársele bastante bien, pero cuando le

preguntaron dónde había aprendido, permaneció en silencio, metida en

sí misma. En ese momento Gabrielle se retiró prudentemente, apreciando

L

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la mirada repentinamente triste en los ojos de su compañera;

guardándose sus preguntas para otro momento.

Xena había pasado más marcas aun acumulando un gran montón de

leña que estaba justo al lado de la puerta trasera. Con su omnipresente

atención a los detalles, había cubierto el montón de madera con lonas

impermeables, cubriéndolas de las lluvias del último otoño y de la nieve

del invierno. Había suficiente leña en el montón hasta la primavera. Las

ancianas amazonas habían predicho un invierno duro, y la guerrera no

iba a correr riesgos cuando se trataba de mantener caliente a su

compañera.

Gabrielle se puso de pie y miró distraída por la ventana. Presionó su mano

contra el cristal, sintiendo el agudo frío del otro lado, junto con ligeros

temblores por culpa del viento del norte, que sacudían la cabaña. La

nieve se acumulaba en el patio trasero, y pequeños copos blancos

cernían el suelo, agitados por los remolinos que los apilaban contra las

paredes. ¿Xena, dónde estás?

La guerrera se había marchado al principio de la tarde. Dos amazonas

histéricas habían llegado gritando al comedor, anunciando que sus hijas

se habían perdido mientras jugaban. Las dos jovencitas habían salido

fuera a jugar justo después del desayuno. Sus madres no tenían ni idea

de cuánto tiempo llevaban perdidas, ya que no habían ido a buscarlas

hasta que fue hora de comer.

Xena se puso de pie y escuchó en estoico silencio mientras las dos mujeres

hablaban rápidamente, gesticulando nerviosas mientras contaban su

historia. Unas cuantas amazonas empezaban ya a organizar una partida

de búsqueda cuanto la guerrera avanzó unos pasos y se ofreció a ir a

buscarlas ella misma, sola. La guerrera era la mejor rastreadora de la

aldea, y daba clases de tan fino arte a las amazonas más jóvenes. No

había razón para creer que no las encontraría fácilmente y las traería de

vuelta, sanas y salvas, a la aldea en un corto periodo de tiempo.

En la última luz antes del ocaso, Gabrielle percibió que gruesas nubes se

acercaban sobre el horizonte, algo que amenazaba con dejar caer más

nieve sobre una aldea ya cubierta de una alfombra blanca. Frunció el

ceño, intentando recordar qué se había llevado Xena puesto. No mucho,

reflexionó. La salida debería ser un paseo, y la guerrera se limitó a deslizar

la espada dentro de la vaina a la espalda y echarse por encima su largo

manto de lana. Solo se llevó una bolsa de agua como provisiones, junto

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con su botiquín, solo por si acaso. Dejó a Argo allí, ya que el rastreo era

mejor hacerlo a pie.

El manto era nuevo, grueso y cálido, un regalo que Cyrene le había

enviado poco después de volver de Lesbos. Estaba tejido con lana negra,

de un cordero que la guerrera ayudó a traer al mundo cuando estuvieron

en Anfípolis, poco después de la crucifixión. El cordero se había

convertido en una oveja, y llevaba la sangre de la borrega negra de la

que Xena hablaba cariñosamente desde su infancia. Siendo una niña, su

madre le hizo una capa negra de la que había estado inmensamente

orgullosa. Gabrielle sonrió, recordando la sonrisa de niña que iluminó el

rostro de Xena cuando abrió el paquete que contenía el manto nuevo.

Estaba segura de que la guerrera habría dormido con él si Gabrielle no

hubiera estado allí para meterse con ella.

Bajo el manto negro había uno parecido, con capucha, para la bardo,

tejido de un verde oscuro que pegaba muy bien con sus ojos y su piel

clara. Caminó sin prisa hasta el conjunto de ganchos de madera

colgados de la pared y tomó en un puño parte del grueso material,

asegurándose a sí misma que, dondequiera que estuviese, Xena al menos

estaría caliente. Las nubes de nieve eran preocupantes.

De acuerdo a las predicciones, estaba siendo un invierno bastante duro,

y buena parte de Grecia estaba siendo bombardeada con temporal tras

temporal. Incluso los niños estaban cansados de esa cosa blanca y fría, y

la abundancia de muñecos de nieve y batallas de bolas que

caracterizaban a esta parte del invierno habían pasado ya. Todos

estaban ansiosos por la llegada del equinoccio de primavera, para el que

aún faltaban dos lunas.

Suspiró y se sentó en la mesa, donde había un pergamino y un tintero,

junto con la pluma de metal que Xena le había regalado en el Solsticio.

Mordisqueó la punta de la pluma y después sumergió el afilado extremo

en el tintero. Pronto estuvo sumergida en su trabajo, y sus precisos

rasgueos llenaron la habitación mientras trabajaba en un tratado

comercial con Egipto, que esperaba enviar cuando las palomas fuesen

capaces de viajar de nuevo. Enviar un mensajero sería una locura, con

ese invierno, y el tratado no era, ciertamente, algo urgente.

Unos golpecitos en la puerta sacaron a la bardo de sus pensamientos, y

alzó la vista, mientras el corazón se le hundía en el pecho al darse cuenta

de que afuera ya estaba totalmente oscuro —Adelante—gritó.

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La puerta rechinó al abrirse y Eponin asomó la cabeza. La maestra de

armas de las amazonas hizo una pausa, percibiendo la mirada perdida

de la reina. —Hola—pasó dentro y se apartó la pesada capucha marrón

de la cara—Yo…acabo de terminar la ronda nocturna, Gabrielle—miró

al suelo.

—Ni rastro de ella, ¿eh?—la bardo se puso de pie y se acercó a la

ventana de nuevo.

—No—Eponin se mordió el labio inferior. —¿Voy a llamar a Kallerine?

Gabrielle sonrió un momento. Era una norma no escrita que cuando Xena

estuviese fuera de noche, la asistente personal de la bardo debería

montar guardia junto a ella. La joven amazona se tomaba sus

responsabilidades muy en serio, y era, de hecho, una de las luchadoras

más hábiles de la aldea, a pesar de su tierna edad. Aún seguía viviendo

oficialmente en los dormitorios de las chicas más mayores, aunque no era

ningún secreto que la mayoría de las noches las pasaba en la cabaña

de Amarice. Las dos jóvenes habían comenzado un vacilante romance,

no mucho después de que Gabrielle y Xena se mudasen a la aldea. Era

la primera relación en la que se embarcaban cualquiera de las dos, y a

la bardo le parecían de los más monas.

—Sí, ve a llamarla—la bardo estiró un petate que tomó de una esquina,

que estiró frente al hogar para la joven amazona. Xena y ella no lo habían

utilizado desde que volvieron de Lesbos. —Dile que quedarse fuera esta

noche no es una opción. Hace demasiado frío. Puede estar aquí dentro,

y, por lo que a mí respecta, puede dormir. No hay necesidad de que esté

despierta toda la noche. Dudo seriamente que nadie vaya a venir a por

mí, con la tormenta que está en camino.

—Ya ha empezado—la maestra de armas se limpió un par de copos

medio derretidos de los hombros. Vio la cara de la reina y se acercó más,

dejando una mano dubitativa sobre el hombro de la bardo. —Mira,

Gabrielle. Estoy segura de que está metida en alguna parte, esperando

que pase la tormenta. Es inteligente. Puede leer el tiempo. Tal y como han

estado esos temporales, no sería inteligente por su parte intentar volver

ahora. No sería capaz de ver un burro a tres pasos. Dale además un par

de crías, y lo estará pasando bastante mal. Apuesto a que estará de

vuelta tan pronto como pase el temporal.

—Probablemente tengas razón—Gabrielle palmeó su mano—¿Cómo lo

llevan las madres?

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—Tan bien como pueden. Cheridah les ha dado un té sedante, para

ayudarlas a dormir—estudió los preocupados ojos azules. Probablemente

también debería darte un poco a ti, pensó en silencio.

—Gracias, Pony. ¿Me dirás cualquier cosa nueva?

—Por supuesto, mi reina—la maestra de armas le guiñó un ojo, incluso al

usar el título más formal. Eponin era la mejor amiga de Xena en la aldea

amazona, aparte de Gabrielle, claro. Las formalidades entre ella y la

reina estaban reservadas para ceremonias oficiales y reuniones del

consejo. La bardo había desarrollado una amistad con la compañera de

Eponin, Raella, y las cuatro cenaban juntas en el comedor con

regularidad. Menos frecuentemente, compartían alguna cena privada

en la cabaña de la reina.

Gabrielle siguió a Eponin hasta la puerta, viéndola cruzar el patio hacia

la cabaña de Amarice. El viento helado atacó las mejillas de la bardo y

mordió sus piernas a través de las cálidas medias que llevaba. Cerró la

puerta rápidamente, sacudiendo el pomo con fuerza para asegurarse de

que quedaba bien cerrada. Ya está bien de trabajo por hoy. Recogió sus

útiles de escritura y sopló sobre el pergamino para asegurarse de que la

tinta estaba seca, antes de enrollarlo y asegurarlo con un trozo de cuero.

Volvió a su habitación y al baño. Lavándose la cara antes de sacar una

suave camisa de dormir. Hizo una pelota con la tela e inhaló con fuerza,

captando la salvaje y terrosa esencia de Xena. Se había puesto la camisa

la noche antes, y la guerrera había dormido acurrucada firmemente a su

alrededor. Tenían un hogar en su habitación, y varias capas de buenas

mantas en la capa, pero les valía cualquier excusa, o la ausencia de ellas,

para acurrucarse juntas tan frecuentemente como era posible.

Lesbos las había acercado tanto. Antes estaban cerca una de la otra,

pero habían alcanzado un nuevo nivel de intimidad en Lesbos, y una

nueva familiaridad permeaba su relación. Llevaban siendo amantes casi

un año, y mejores amigas mucho más. Estaban familiarizadas, desde

hacía mucho tiempo, con las manías de la otra, sus gustos y, en general,

sus acuerdos y diferencias. Convertirse en amantes solo había mejorado

una amistad ya muy profunda. Pero, junto con la alegría y el placer que

traía el amor, también compartían momentos extraños, y ocasiones en

las que se manejaban con pinzas.

Eso cambió en Lesbos. Gabrielle estuvo totalmente cómoda con el

aspecto sexual de su relación, y se sintió libre para experimentar. Y

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viceversa, Xena ya no se sintió como si tuviera que sostener a su

compañera, sino capaz de expresar sus necesidades y deseos sin temor

de asustar a la bardo.

Lesbos había conseguido algo más que mejorar su interacción física.

Ambas mujeres se sentían mucho más seguras en general. Lentamente,

dejaban atrás la novedad de los inicios de su relación y entraban en una

fase mucho más interesante, en donde solamente se centraban en

construir su vida juntas. Qué gracia, pensó Gabrielle, Como si no

hubiésemos pasado toda la vida juntas ya.

Durante su vida en el camino, y después de que Pérdicas fuese

asesinado, hubo unas cuantas veces en las que Gabrielle consideró una

vida separada de Xena. Pero la vida en el camino se basaba en

satisfacer las necesidades del día a día. Normalmente no hablaban del

futuro, o donde estarían dentro de un verano, cinco o diez. Solo vivir para

ver otro amanecer era un logro suficiente.

Su venidera ceremonia de unión las obligaba a mirar hacia el futuro.

Hablaban de cosas que serían impensables hace solamente un año,

incluido su futuro con las amazonas. Por ahora, estaban firmemente

asentadas en la cabaña de la reina, y Xena era feliz de alejarse unos

cuantos pasos y dejar a su bien capaz compañera ser la gobernante que

las amazonas necesitaban que fuera. Tenían un pacto, y es que si Xena

necesitaba estar en algún sitio más en algún momento, irían. Ese acuerdo

dio como resultado su viaje a Egipto para salvar a Roma y a Grecia de

Marco Antonio. Misión cumplida, se habían asentado de nuevo en la

aldea amazona, esperando la siguiente crisis. De momento, solo las

habían necesitado las amazonas, y habían sobrepasado la mitad del

invierno en relativa paz.

Otro golpe en la puerta llevó a la bardo hasta la habitación principal y la

abrió para encontrar a una Kallerine que temblaba, de pie, sobre el

rellano—Entra, tonta—Gabrielle sonrió y metió a la chica dentro. —No

tienes que llamar, Kallerine, entra y grítame para que sepa que eres tú.

—Gr…gra…gracias—los dientes de la cazadora castañeteaban y

rápidamente se sentó sobre la piedra del hogar, tendiendo sus manos

hacia el bienvenido calor—Está asqueroso ahí fuera.

Gabrielle no dijo nada mientras añadía dos troncos más al hogar. Su cara

se tornó con un gesto casi doloroso, y la cazadora lamentó

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inmediatamente sus palabras—Reina Gabrielle, en serio, no es tan

terrible.

—No necesitas endulzar las cosas por mí, Kallerine, y desde luego no

tienes que usar formalidades—la bardo consiguió sonreír. —¿Te gustaría

algo de té caliente? Creo que podría tomar una taza antes de

acostarme. Me ayudaría a dormir mejor.

—Sí, me gustaría, gracias—Kallerine localizó las gruesas pieles de dormir

sobre el suelo.

Es duro dormir sola cuando estás acostumbrada a acurrucarte con un

cuerpo caliente. Los ojos verdes de Gabrielle centellearon, leyendo los

pensamientos de la chica más joven. Sospechaba que la leal amazona

preferiría bastante más estar con Amarice, y no la culpaba.

Compartieron una taza de té en amigable silencio, Gabrielle pensada en

sus pensamientos sobre su compañera y las dos pequeñas. El viento

aullaba fuera, mientras el temporal golpeaba con plena fuerza. Los

espeluznantes chillidos arrancaban escalofríos a la bardo. Se preguntaba

cómo sería dormir fuera, en medio de la furia del temporal, y deseaba

fervientemente que Xena y las niñas hubieran hallado refugio en alguna

parte. Tienes que volver entera, Xena, ¿me oyes? Viva y de una pieza, se

corrigió rápidamente.

Kallerine sorbía de la humeante taza y estudiaba subrepticiamente a su

reina. Los ojos verdes y amables de Gabrielle contradecían con la fuerte

mujer que latía bajo la superficie. Cierto, la reina tenía músculos que

marcar, pero era raro que usara la fuerza bruta para demostrar algo,

prefería superar las dificultades que se presentaban en la aldea

hablando. Las cejas rubias estaban fruncidas profundamente, y los labios

de la reina dibujaban una fina línea recta. La cazadora se aclaró la

garganta, rompiendo el silencio—Estás preocupada por ella, ¿verdad?

—Si—Gabrielle alzó la vista, encontrando su mirada con la amistosa

intensidad que caracterizaba la mayoría de sus conversaciones cara a

cara. —También preocupada por las dos niñas. Sus madres estaban

histéricas esta noche en la cena.

La bardo respiró pesadamente, recordando el tenso encuentro. Las dos

amazonas, Renna y Mische, eran hermanas, y compartían una gran

cabaña a las afueras de la aldea. Las dos niñas desaparecidas eran sus

únicas hijas. Gabrielle se acababa de sentar para comer con Chilapa y

Rebina cuando las dos mujeres se le acercaron, desesperadas por

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localizar a Xena. Había hecho falta una buena dosis de sus particulares

habilidades conciliadoras para calmarlas, y asegurarles que Xena era

más que capaz de traer a sus hijas de vuelta sanas y salvas.

Espero que no me dejes quedar mal, amor. Gabrielle cerró los ojos un

momento, y se puso a acariciar distraída al gatito egipcio en el regazo,

acariciando la suave piel. Cuando volvieron de Egipto, Xena llamó

acertadamente al pequeño pero activo felino Problema, ya que el gato

parecía tener un don para encontrar cualquier clase de enredo para

meterse en él. —Podría haberle llamado simplemente Gabrielle—se

había burlado la guerrera de ella.

La bardo sonrió un momento y después se puso sombría, pensando en las

dos preocupadas madres amazonas, empatizando con ellas desde lo

más profundo de sí misma, un lugar oscuro que ya era raro que visitase—

Espero que estén bien—. Los ojos verdes parpadearon varias veces—

Perder un hijo es una de las cosas más difíciles por las que puede pasar

una persona. Incluso no saber dónde está tu hijo puede atormentarte.

Si...Recordaba dejar a Esperanza en aquella cesta, y enviarla a la deriva

por aquel río, observándola mientras las agitadas aguas llevaban

rápidamente a aquel aparentemente indefenso infante lejos de sus

brazos doloridos y vacíos. Las mentiras diarias fueron ocultadas, el

tormento nocturno su compañía constante. Xena se convirtió en casi

muda en los días que siguieron. Montaban el campamento por rutina

cada noche, en un ambiente extraño tanto por los conflictos internos

como por la dureza física de la vida en el camino. Compartían comidas

sin cruzar una palabra, cada una perdida en sus propios pensamientos,

demasiado dolorosos como para compartirlos. Gabrielle perdió peso,

dado que su cuerpo se entregó al estrés y a la culpa que moraban en su

alma.

Cuando llegaron con las amazonas, era un despojo andante. Estaba

enferma de la preocupación por Esperanza, pensando que seguramente

su hija estaba muerta, y que era culpa suya. Xena y ella aún estaban

intentando sanar las profundas heridas que habían resultado del

abandono de la guerrera en aquel muelle, y la resultante traición de

Gabrielle en Chin. Ninguna de ellas sabía que la otra aún guardaba un

horrible secreto más.

Las cosas que tuvieron lugar las siguientes semanas hicieron esta época

buena, en comparación. Nunca había sentido tanto frío en su vida, de

pie frente a dos piras funerarias. Habían compartido mucho, pero nunca,

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ni en sus peores pesadillas, había imaginado que también compartirían

la pérdida simultánea de sus hijos. Vio todas sus esperanzas y sueños arder

con aquellas llamas, junto con su deseo de vivir. Cuando Xena apareció

en la aldea días más tarde, las horribles atrocidades que la guerrera

perpetró en ella casi no tocaron la superficie del dolor que ya sentía.

Fue impactante para las amazonas ver aquello. Gabrielle misma casi no

lo recordaba. La confesión de Xena, en Egipto, de que estaba drogada

al menos explicaba la severidad de las acciones de la guerrera. Una

parte de la bardo sabía que Xena, en sus cabales, nunca la arrastraría

atada tras un caballo. Incluso conmocionada por la pena, mientras la

guerrera sostenía a su hijo muerto entre sus brazos, no alzó una mano

contra Gabrielle. Su silencio y su desprecio verbal eran más efectivos que

cualquier puñetazo o tortazo.

Nadie obligó a Gabrielle a envenenar a Esperanza, al menos no

técnicamente. Había tantas razones dentro de ella misma. Al final

entendió lo que Xena ya había visto, que Esperanza era mala. Fue

increíblemente difícil aceptar que Esperanza le había hecho abrir los ojos

a Solan de la manera más dolorosa posible. Parte de ella sabía que, si no

eliminaba a Esperanza, Xena lo haría. Así que lo hizo. Para empezar a

expiar lo que veía como sus propios pecados. Y también lo hizo, se dio

cuenta, para ahorrarle el trabajo a Xena.

Se separaron, cada una para lidiar con su pena y su pérdida a solas, a su

manera. Gabrielle se refugió en una estancia autoimpuesta y silenciosa

en la choza de purificación de las amazonas. Xena tomó un camino

autodestructivo que la llevó a la cumbre de una montaña, donde lloró su

pena, seguido de una extensa estancia en un fumadero de colitas, para

amortiguar el dolor. Al final, volvió a la aldea. Xena dijo más tarde que no

recordaba el viaje a la aldea, cómo llegó allí, o lo que hizo cuando llegó.

Bueno, recordó Gabrielle con tristeza, al menos no tenía pensado

matarme de primeras. De alguna forma, un crimen pasional era más

aceptable que un asesinato a sangre fría.

La bardo pensó que si no fuera por el milagro de Ilusia, habría muerto, de

alguna manera. El método es casi irrelevante, ya fuera una muerte brutal

y dolorosa a manos de Xena o una pérdida lenta en la aldea amazona,

víctima de su imparable dolor. Solo tenía certeza de que Xena también

estaría muerta, si no fuera por la intervención de poderes superiores a

ellas.

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Tiempo y milagros. Y amor. Fueron las cosas que las sacaron de la

tormenta, de vuelta a un lugar más firme que el que nunca había soñado

posible. No se preocupaba por eso muy a menudo, y tampoco Xena.

Había sucedido tanto desde entonces que parecía que fueran dos

personas distintas, en otra vida. Cierto, sabía que volverían a ese lugar de

vez en cuando, seguramente durante el resto de sus vidas. Pero ya no era

habitual, y normalmente solo lo desencadenaba algún incidente

específico, como dos niñas amazonas perdidas.

—¿Reina Gabrielle?—la voz dubitativa de Kallerine la trajo de nuevo

frente al fuego. —¿Estás bien?—negras nubes cubrían los ojos verdes, y

una triste belleza surgía de los rasgos de la bardo.

—Sí—Gabrielle sacudió lentamente la cabeza, aclarando los

pensamientos sombríos. —Lo siento, estaba pensando.

Unos ojos avellana se encontraron con los suyos, en comprensión

silenciosa. Kallerine y Gabrielle nunca habían hablado de Solan o

Esperanza, o de todas las cosas que pasaron en aquella aldea. Kallerine

no era parte de las amazonas cuando Esperanza mató a Solan, pero casi

todo el mundo en la aldea había oído historias, aunque nunca nadie lo

comentaba frente a la reina o Xena. La mayoría estaban maravilladas

porque Xena y Gabrielle siguieran juntas después de todo, y, mucho más

después de que, aún después de todo lo que habían pasado, pudieran

estar tan profundamente enamoradas.

—Pareces cansada. Quizás deberías intentar dormir un poco—la

cazadora se levantó, tomando la taza vacía de Gabrielle y dejándola

cerca de la suya, sobre la mesa.

—Estoy cansada—la bardo se levantó de su sitio en el hogar y se estiró. —

Buenas noches, Kallerine.

—Buenas noches, Gabrielle—Kallerine la vio alejarse, pensativa, mientras

la reina se dirigía a su habitación, con sus hombros hundidos en una

postura de derrota.

Maldición. La guerrera caminaba en un amplio círculo, intentando

encontrar los dos pares de pequeñas huellas que había estado siguiendo

durante dos marcas. ¿Pero cómo pueden llegar tan lejos dos niñas tan

pequeñas?, se quejó, colocándose con negligencia el manto sobre los

hombros.

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Había sido una marcha lenta. Encontrar el rastro fue fácil. Seguirlo había

sido algo bastante más difícil. El viento del norte, que soplaba constante,

borraba de vez en cuando las huellas sobre la nieve. Cada vez que esto

pasaba, tenía que empezar a hacer un círculo, expandiéndolo cada vez

más y más en todas las direcciones hasta que encontraba el rastro de

nuevo.

Las chicas, gracias a los dioses, parecía que habían cogido un camino

que se adentraba en el bosque. Habían ido alejándose de un lado a otro

para investigar animales y otros objetos. Sus devaneos, de hecho, habían

hecho sonreír a la guerrera. Dentro de los objetos que despertaban su

curiosidad había un gran arbusto cubierto con bayas de invierno, un

pequeño nido de gazapos durmientes que estaba oculto en un nicho de

roca, un alto árbol que parecía habían intentado trepar y dos huecos en

la nieve que atestiguaban que habían fallado al intentarlo. Junto a esto

había dos ángeles de nieve, también alguna que otra prueba de una

lucha de bolas de nieve.

Se detuvo, con las manos en las caderas y cerrando los ojos. Sus fosas

nasales se ensancharon, oliendo el aire. Estaba casi exento de olores,

salvo el dulce olor de algunas de las moras mezclado con el aroma de

los árboles. Inclinó la cabeza, escuchando.

Aaah. Se estaba acercando a la caverna de cristal donde le pidió a

Gabrielle que se unieran, y el suave sonido del agua llegó a sus oídos.

Incluso las temperaturas bajo cero no eran capaces de detener el

poderoso flujo de agua que caía de la poderosa cascada. Me pregunto

si habrán ido a ver estalactitas.

Gabrielle y ella habían visitado el estanque una vez después de volver de

Lesbos. Era precioso en invierno. La suave superficie estaba congelada,

pero el agua de debajo seguía fluyendo, y al final desembocaba en un

pequeño arroyo. Sin embargo, el hielo y el frío hacía de su fluir un

movimiento lento, y la cascada llenaba el estanque más rápidamente de

lo que se vaciaba. Esto daba como resultado algunas fantásticas y poco

usuales formaciones de hielo que se formaban en las colinas cerca de la

cascada, especialmente si el rebufo de la cascada se encontraba con

el aire frío que surgía de la superficie del estanque.

Gabrielle y ella habían observado la maravilla invernal hasta que hizo

demasiado frío. La bardo escribió varios poemas sobre ello cuando

volvieron a su cabaña aquella noche. Si la misteriosa belleza atraía a dos

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adultas, solo podía imaginarse qué tipo de magia podría atraer a dos

niñas pequeñas. Apuesto a que están ahí.

Dejó el camino y comenzó a vadear el camino, apartando las ramas

bajas que le arañaban la cara y las piernas. Su cuerpo estaba cubierto

totalmente de sus cueros de invierno, un par de suaves pantalones negros

que combinaban con un chaleco de cuero negro. El chaleco estaba

cubierto por una ligera armadura pectoral unida directamente al

chaleco. Bajo éste llevaba una larga camisa de lana blanca y suave.

Botas hasta la rodilla y su armadura habitual en las piernas completaban

su atuendo. Guantes de cuero negro cubrían sus manos, y sobre todo

esto, llevaba un grueso manto de lana que su madre le había tejido. Su

cabeza estaba desnuda, a menos que optase por ponerse la capucha

del manto, algo que rara vez hacía.

Al acercarse al estanque, escuchó los sonidos de risas infantiles, y sonrió.

Bingo. Pasó los últimos árboles que rodeaban el estanque y su sonrisa

desapareció rápidamente. Las dos niñas estaban patinando sobre el

hielo, peligrosamente cerca de la cascada y de la fina capa de hielo

que se había formado. Era obvio que intentaban acercarse a las

esculturas congeladas lo más posible.

—¡Eh!—gritó bruscamente, y echó a correr, llegando al borde del hielo,

alejada de las niñas. —Alejaos de la cascada. Poneos de rodillas y

arrastraos hasta a mí lo más despacio que podáis—su voz viajó a través

del congelado aire, más alto de lo que lo hubiera hecho en verano.

Una jovencita amazona obedeció inmediatamente, su semblante

contrito visible desde la distancia entre ellas. Sin embargo la otra niña se

asustó y se acercó más a la cascada. Xena hizo un gesto de dolor

cuando la niña rompió el hielo y cayó al agua helada, su cabeza

desapareciendo bajo la superficie mientras gritaba.

Malditosseantodoslosdioes. Xena se sacó el manto rápidamente y dejó

las armas. Sin pensarlo más, corrió sobre el lago, regularmente sobre la

superficie resbaladiza. Hizo una pausa, suficiente para sacar a la otra

amazona del hielo, tirándola sobre un seguro banco de nieve unos

cuantos metros más allá. —No te muevas—gruñó la guerrera, permitiendo

que sus ojos mostrasen que no estaba de broma.

Se tensó, en anticipación, incluso mientras atravesaba el aire, con su

cuerpo formando un arco perfecto que perforó el agua. Quedó sin

aliento. Su cabeza rompió la superficie y jadeó, recuperando las formas.

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Grandes dioses. Nada podría haberla preparado para un frío tan intenso.

Cortaba como cuchillos afilados, congelándole la sangre y quitándole la

capacidad de pensar.

Cogiendo aire de nuevo desapareció, sumergiéndose bajo el hielo para

buscar a la niña. Localizó un cuerpo pequeño, suspendido en las

profundidades cerca del fondo del estanque. Xena buceó directamente

hacia abajo, con sus fuertes brazos llevándola rápidamente a su meta

mientras cogía a la niña por la cintura. Los pies de la guerrera tocaron el

fondo y se impulsó hacia arriba, usando sus piernas para sobrepasar

ágilmente la superficie.

Miró a su alrededor, buscando una salida, y nadó bajo la cascada,

sosteniendo la figura inmóvil hasta dejarla en el suelo de la caverna de

cristal. Emergió del agua con una poderosa explosión, aterrizando cerca

de la joven amazona.

La cara de la niña era totalmente blanca y sus labios estaban teñidos de

azul. El propio cuerpo de Xena protestaba enérgicamente ante el azote

del aire helado sobre sus ropas empapadas. Se estabilizó, ignorando su

estado y concentrándose en la amazona. Presionó dos dedos contra el

cuello de la niña y dejó escapar un suspiro, agradecida, cuando sintió el

pulso débil. Que sus dedos congelados sintiesen algo ya era un logro en

sí mismo.

La chica no respiraba. Ha tragado agua. Xena comenzó a hacerle el

boca a boca, con sus propios labios casi insensibles, medio congelados.

—Vamos—hinchó las mejillas e insufló pequeñas bocanadas de aire en

los pulmones de la niña. —¡Respira, maldita sea!—al final, fue

recompensada con una tos, mientras la niña escupía una gran cantidad

de agua.

Lentamente, sus ojos marrones se abrieron. —¿Qu…?—la pregunta murió

en sus labios.

—Shhh—la palmeó Xena en la mejilla—No intentes hablar. Casi te

ahogas.

La niña la miró, confusa. —Frío—el pequeño cuerpo temblaba

incontrolablemente, y sus dientes castañeteaban con fuerza.

—Aguanta—la guerrera se levantó—Tengo que ir a por mi manto para

taparte con él.

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Volvió tediosamente por el estrecho pasadizo de piedra que conectaba

la caverna con el prado, con su espalda firmemente presionada contra

la pared. Corrió a donde había dejado el manto y sus armas y los tomó.

Podía sentir sus cejas y sus pestañas mojadas congelándose, y maldijo en

silencio. —Oye—captó la atención de la otra niña—Rodea el estanque y

ven conmigo hasta la pared de piedra. No vuelvas al hielo, ¿de acuerdo?

La amazona asintió afirmativamente y Xena se giró, corriendo hacia el

estanque. El viaje a la cueva fue más tedioso, con añadidura de las armas

y el pesado manto. Casi pierde pie, y se paró, tomando aliento. Retomó

el corto viaje, y metió a la niña en la cueva. Le quitó las ropas húmedas

a la niña y la envolvió firmemente en el mano—Tengo que ir a por tu

amiga. Volveré ahora.

La chica bostezó y parpadeó distraída, antes de cerrar los ojos. Xena la

sacudió violentamente—No te atrevas a dormirte—. La obligó a mirarla—

Te congelarás y no volverás a despertar, ¿me oyes?—la cara de la chica

reflejó algo de coherencia, y la guerrera la dejó de mala gana para

emprender otro viaje en el hielo.

La otra amazona estaba al final del camino, esperándola. —Lo siento—

la chica bajó la vista, incapaz de mirarla a los ojos. —Queríamos tocar el

hielo bonito.

Amazonas. Xena se guardó de dar alguna respuesta cortante. Solo es

una niña, por el amor de los dioses. No debe de tener más de ocho años.

—No pasa nada. Tengo que meterte en la caverna antes de que tu

amiga esté lista para viajar de vuelta a la aldea. Puedo hacer fuego. ¿Te

parece bien?

La niña consiguió sonreír tímidamente—Sí—. Tomó la mano de Xena—

Tengo mucho frío.

Un escalofrío sacudió el cuerpo empapado de la guerrera—Yo también,

pequeña. Yo también.

Ambas recorrieron con lentos y dolorosos pasos el borde del estanque,

con la muchacha aferrada a Xena con tanta fuerza que tenía miedo de

que la niña las tirara al agua otra vez. Al final, la guerrera la cogió en

brazos y la llevó el resto del camino, suspirando con alivio cuando

llegaron a la cueva. Miró a su alrededor, y sonrió un minuto. En una

esquina había un gran montón de troncos, dejados allí la noche que

Gabrielle y ella durmieron en la cueva. —Ve a coger alguno de esos

troncos, pequeña, mientras yo atiendo a tu amiga.

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Después de un rato, un fuego centelleaba en el centro de la caverna.

Teresta, la niña casi ahogada, descansaba cerca del calor, aún envuelta

en el manto de la guerrera. Anika, la otra niña, merodeaba junto a ella,

manteniéndola vigilada y asegurándose de que su prima no se quedaba

dormida, según las estrictas instrucciones de Xena. Las ropas de Teresta

colgaban de varias estacas para secarse. Anika era la única que había

conseguido salir seca de todo el embrollo.

Al otro lado del fuego, una temblequeante guerrera estaba sentada, con

las rodillas pegadas al pecho y los brazos a su alrededor. Se había quitado

el chaleco empapado, pero mantenía los pantalones y la camisa interior

de lana, decidiendo que la ropa mojada era mejor protección contra el

aire frío que la piel desnuda. Dolorosos escalofríos recorrían su cuerpo, y

le dolía la mandíbula por el esfuerzo de mantenerse caliente. Casi ni

sentía el calor que irradiaban las llamas, salvo en los pies, que estaban

tan cerca que estaban casi sobre las ascuas.

Bueno, reflexionó, desde luego que he pasado mejores ratos en este sitio

en particular. Miró la caverna, sus ojos se suavizándose con los recuerdos.

Le pidió a Gabrielle que se uniesen en esa caverna, de rodillas, con el

corazón temblando. La aceptación alegre y llorosa de la bardo aún

seguía firmemente grabada en su mente. Después habían hecho el amor,

con el rugido de la cascada y la belleza de la cascada realzando ese

momento juntas. Gabrielle, daría casi todo porque fuera verano y tú

estuvieses aquí conmigo.

El restallido de un trueno sacudió la formación de roca y la trajo de nuevo

al presente. No. Sus ojos se ensancharon. —Ahora vuelvo—salió al

estanque y reptó hasta que pudo ver el cielo. Maldición, maldición,

¡maldición! ¿Pero podría ser peor? Sobre su cabeza, una gruesa manta

de nubes de nieve, y los primeros copos flotando perezosamente hasta el

suelo. Incluso mientras observaba, la nieve se endurecía, y observaba

con incredulidad como la tormenta se desataba con una fuerza y una

rapidez que no podía recordar.

Estaba enfadada consigo misma, a varios niveles. No puedo creer que

no haya prestado atención al tiempo. Volvió a la caverna y se sentó,

dejándose caer. Aquí estoy…miró a su alrededor. Una piel de agua

congelada, un botiquín completamente empapado, una niña medio

ahogada y otra medio congelada, y si una sola provisión. Cerró los ojos y

se frotó las sientes, que palpitaban dolorosamente desde que se sumergió

en el agua. Al menos tenemos leña para un rato.

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Las dos niñas la observaban en silencio, asustadas. Alzó la vista. Dioses.

Ahora voy a asustarlas. —Em…parece que hay una pequeña tormenta,

así que probablemente tengamos que quedarnos aquí esta noche.

—Oh—Anika se mordió el labio, pensativa—¿Qué vamos a cenar?

Xena se obligó a tener paciencia. Señaló el agua con la cabeza—

Pescado.

—Oh—la joven amazona digirió la información y miró cuidadosamente

por la caverna—¿Y con qué los vas a coger?

El cuerpo entero de la guerrera protestó, mientras la respuesta obvia se

formaba en sus labios—Con las manos.

Anika inclinó la cabeza hacia un lado, apreciando la larga figura de la

guerrera, estudiando las dos fuertes y capaces manos—Tengo hambre.

Xena continuaba temblando, mientras se levantaba—Supongo que

puedo cogerlos ahora, ¿eh?—tomó aire bruscamente mientras se dirigía

al borde de la cueva, donde se encontró con el agua—Oye, si me quito

la ropa, ¿puedes dejarla cerca del fuego mientras pesco?

—Claro—Anika observó mientras la guerrera se quitaba los cueros,

lanzándolos al otro lado de la caverna, hacia ella.

—Ahora vuelvo—Xena miró la cascada durante un largo momento, y

después se metió en el agua con resignación. Su cuerpo se rebeló una

vez más contra el ataque helado, pero esta vez se acostumbró mucho

más rápidamente. Mala señal, sacudió su cabeza, mientras su pelo

parcialmente congelado crujía. Podría hacer esto mientras ya estoy

mojada y congelada hasta morir. Inclinó la cabeza bajo el agua y

desapareció de la vista.

Pensó que no era el momento más miserable de su vida. He estado peor.

Mucho peor. Crucé el pasillo. He sido crucificada dos veces. He tenido

las dos piernas rotas. He sido traicionada y perseguida más veces de las

que me importa recordar. Hades, he muerto dos veces. ¿Qué es un

poquito de agua helada?

Lo pensaba mientras veía dormir a las dos amazonas, al otro lado del

fuego. Estaban acurrucadas juntas bajo el manto, obviando la tormenta

que rugía de pleno al otro lado de la cascada. Sus barriguitas estaban

bien llenas de pescado. Había logrado construir un soporte y cocinar su

captura fue bastante simple, sin especias, platos ni tenedores. Una roca

Page 22: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

plana sirvió como fuente, y se comieron los bocados blancos con las

manos desnudas.

Tenía tanto frío. Sus ropas congeladas se habían secado, pero su cuerpo

seguía estremeciéndose hasta el tuétano. El viajecito para pescar había

sido un mal necesario, y lo estaba pagando bien. El fuego no parecía

ayudar en absoluto. Podía sentir una pesadez extraña asentarse en su

pecho, y rezaba por ser capaz de llegar a la aldea antes de que la

enfermedad se asentase.

El fuego restallaba y fuera el viento silbaba constituyendo una sinfonía de

gemidos, junto con algunos aullidos que ponían los pelos de punta. Se

acercó más a las llamas, con sus brazos envueltos con fuerza alrededor

de sus piernas, que tenía recogidas contra el cuerpo. De vez en cuando,

un escalofrío recorría su larga figura y maldecía, esperando no coger una

fiebre. Tenía las manos tan frías que no podía tomarse la temperatura.

La primera tos cosquilleó en el fondo de la garganta y trató de ignorarla,

sin mucho éxito. Gabrielle, se dirigió mentalmente a su amante, voy a

llegar a casa por ti, cariño, y me alegro tanto de saber que me vas a

cuidar, porque voy a necesitar cuidados serios cuando llegue. Sabía que

era una paciente horrible. Cheridah, la sanadora amazona, había

dejado caer las manos, en rendición, desde hacía mucho; al intentar

darle algún consejo de salud a la guerrera. Había escogido, en su lugar,

hacer llegar el mensaje a través de Gabrielle cuando consideraba que

algo era importante.

No podía recordar cuándo su amante se había vuelto tan eficiente en el

arte de la sanación. Cuando empezaron a viajar juntas, ella era la

responsable de cuidarlas a las dos, si necesitaban puntos o se ponían

enfermas. Gradualmente, Gabrielle aprendió, observando

cuidadosamente a Xena mezclar hierbas para la fiebre, la tos, calambres

menstruales, dolores de cabeza, o cualquier otro alimento. En algún

momento, permitió a la bardo coserla por primera vez.

¿Cuándo, de todas formas? Frunció el ceño, tratando de recordar,

olvidándose por un momento de su estado actual, algo que era bueno.

Oh, sí. Fue poco después de empezar a viajar juntas, después de una

pelea con un grupo de merodeadores en las montañas. La pelea no tuvo

nada de particular, solo una de tantas que caracterizaban su vida en el

camino.

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Había estado ocupada luchando contra uno de los matones y otro

penetró sus defensas y consiguió golpearla en la espalda con la espada.

Por suerte, lo sintió en el último momento y se apartó, evitando la

estocada fatal. Aun así, la hoja se deslizó limpiamente por su espalda,

justo por encima de su cuero, en un lugar al que ella no llegaba ni con

las manos ni con la vista.

Al principio ni siquiera se dio cuenta del corte. Fue el camino caliente de

la sangre entre sus omóplatos lo que la hizo darse cuenta. Una Gabrielle

que parecía indispuesta confirmó la gravedad de la situación, y se

ofreció tímidamente para coserla. Aún no sabía qué la había impulsado

a aceptar. Podría haber esperado hasta llegar a la próxima ciudad y al

sanador.

Quizás solo estaba cansada. Quizás había perdido suficiente sangre

como para no pensar con claridad. O quizás, solo quizás, era el ansia por

complacer de esos ojos verdes la que la hizo consentir. El delicado tacto

de las manos de la bardo sobre su piel la sorprendió. Era, recordaba, casi

placentero, mientras Gabrielle le hablaba con calma, intentando

distraerla de los pequeños pinchazos de la aguja y del escozor de las

hierbas desinfectantes que distribuyó generosamente sobre la herida.

Había acabado con la bardo deslizando ligeramente las puntas de sus

dedos sobre la parte superior de su espalda. Sabía que se estaba

metiendo en problemas. Lo había disfrutado demasiado.

Recordaba haberse girado y haber mirado en una cara muy

preocupada y muy infantil. La larga falda marrón de Gabrielle estaba

salpicada de su sangre, y el corpiño azul se pegaba a su cuerpo

sudoroso. Sus ojos, sin embargo, fueron los que atrajeron a la guerrera.

Aquellos ojos comunicaban que cada fibra del cuerpo de la muchacha

estaba en tensión, esperando escuchar que había hecho un buen

trabajo. Y lo había hecho.

Xena movió cuidadosamente los hombros y asintió con aprobación. No

podía recordar exactamente qué le había dicho, probablemente unas

cuantas palabras, “buen trabajo” o algo igual de corto. Fue lo único que

hizo falta. La sonrisa empezó con un ligero temblor de los llenos labios, y

se extendió lentamente hasta que los ojos verdes centellearon y el puente

de la nariz de la bardo se arrugó, algo que Xena siempre había

encontrado ridículamente encantador.

Hemos cambiado tanto, ¿verdad, amor? Gabrielle era una de las

mujeres más capaces que conocía, perfectamente capaz de cuidar de

Page 24: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

sí misma, de la guerrera y de una aldea llena de amazonas. Su

encantadora alma gemela raramente se paraba ya para pedir permiso.

Si Xena estaba enferma o herida, la bardo entraba automáticamente,

administraba cuidados sin preguntar, ni en busca de aprobación

después. Maldición. ¿Alguna vez he vuelto a expresarle mi gratitud?

Probablemente no, se castigó. Hizo nota mental de cambiar sus hábitos

en el futuro.

Otro escalofrío la trajo de vuelta al presente, y una tos seca rasgó sus

pulmones. Imágenes de su casa, el hogar y de su cama cálida y llena de

pieles la aliviaban y la torturaban al mismo tiempo. El interior era una

cómoda mezcla de sus talentos combinados. La carpintería de Xena era

evidente en la manufactura de los muebles, y el ojo de Gabrielle para la

decoración añadía toques de color y belleza, con un alegre cojín por

aquí y una acuarela pastel por allá. La pintura del acantilado que

compraron en Lesbos colgaba sobre el marco de la chimenea, un

recuerdo de una de las mejores semanas de sus vidas.

Hogar.

Una palabra tan simple y tan compleja a la vez. Había dejado Anfípolis,

pensando que ya nunca volvería a pertenecer a ningún sitio. Conoció a

Gabrielle y comenzaron a viajar juntas, pasando cada noche en un lugar

diferente, sin saber nunca dónde acabarían el día de mañana. Un día

alzó la vista y descubrió que su hogar estaba sentada al otro lado del

fuego, escribiendo atentamente sobre un pergamino. Estar con Gabrielle,

en cualquier lado pero con Gabrielle, se había convertido en su hogar.

Recordaba su última visita a la cueva, tan cálida y amorosa, y llena de

promesas de futuro. Tan diferente de esta visita. Con Gabrielle, era un

lugar de magia y maravilla, la bardo abría sus ojos a los colores del cristal,

y sus oídos a la música del agua. Gabrielle había escrito un poema

precioso para ella, de inmediato, inspirada por la catarata y la luz de la

luna. Gabrielle hacía especial la cueva. Sin ella, era fría, oscura y solitaria.

Quiero irme a casa.

Si lo hubiera dicho en alto, habría resultado ser un patético lamento, y se

habría avergonzado. Parezco una niña pequeña, razonó. La niña que

llevaba dentro gimoteó de nuevo, anhelando las consoladoras manos de

su alma gemela sobre su frente, y deseando escuchar las suaves palabras

que sabía que Gabrielle le susurraría si se estuviese ocupando de ella. Sí,

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sus ojos fluctuaron, medio cerrados. Gabrielle haría que todo estuviese

bien.

Se despertó sobresaltada, confusa. Después de una observación

cuidadosa, se dio cuenta de que era la falta de ruido, más que el ruido

mismo, era lo que la había despertado. La tormenta había remitido, y solo

quedaba en el aire el ruido de la cascada. El fuego se había consumido

casi en su totalidad, y solo una cama de ascuas grises quedaban. Se

obligó a levantarse y a caminar hacia el borde del estanque. Un cielo

claro y lleno de estrellas la recibió, junto con un buen par de palmos de

nieve. Genial. Va a ser divertido abrirse camino por ahí.

Volvió adentro y sacudió despacio a Teresta y Anika para despertarlas.

—Levantaos. Tenemos que irnos.

Anika parpadeó, soñolienta, y miró a su alrededor, a la aún oscura

caverna—Pero aún no es de día—gimoteó.

—Lo sé—Xena se arrodilló. —Pero la tormenta ha parado. Tenemos que

marchar ahora y ver si podemos volver a la aldea antes de que se desate

otra.

No había mucho que empaquetar. Pronto comenzaron a recorrer el largo

camino entre los árboles y de vuelta a la aldea. La guerrera abría el

camino, abriéndose paso con sus dos jóvenes cargas siguiéndola. Las

niñas estaban envueltas en sus propias ropas y mantos, y además

estaban cobijadas juntas en el manto de Xena, que colgaba sobre el

suelo detrás de ellas.

La guerrera llevaba sus pantalones de cuero y su chaleco, y la camisa de

lana. Dioses, se estremeció, a pesar de su esfuerzo por permanecer

erguida. Miró a la manta de estrellas que aparecían borrosas. No había

duda de que la fiebre había llegado. Espero llegar a casa antes de

desmayarme.

A medio camino Teresta se desmayó, demasiado débil para seguir. Xena

suspiró con resignación y la cogió en brazos, cargándola sobre su

espalda. Solo la idea de descansar sobre su propia cama, con Gabrielle

acurrucada a su lado, la mantuvo en marcha.

Kallerine entró de puntillas en la habitación de la reina y se sentó en el

borde de la cama, dejando una mano sobre el hombro de la reina. —

Gabrielle.

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—¿Eh?—la bardo abrió los ojos y se despertó inmediatamente. Estaba

demasiado preocupada para dormir muy profundamente. —¿Qué

pasa?

—Nada—sonrió la cazadora. —Xena y las dos niñas acaban de volver.

Está en la cabaña de la sanadora con ellas ahora mismo. Pony ha venido

a decírmelo.

—¿Alguna está herida? ¿Necesitan que vaya?—Gabrielle se sentó y dejó

colgar las piernas sobre el borde de la cama, inclinándose en busca de

sus botas.

—Creo que no. Pony dijo que todas estaban bien, solo con un poco de

frío. Creo que lo de la sanadora es solo por precaución—Kallerine se

apartó, haciéndole sitio a la reina para que se atase las botas. —Pony dijo

que Xena iba a asegurarse de que las niñas quedaban situadas y que

luego vendría aquí.

—Voy a ir igualmente—la bardo se levantó y pasó a la sala de estar,

tomando su manto de su percha y poniéndoselo. Abrió la puerta para

encontrar tras ella a su compañera, de pie, a punto de tomar el

picaporte. —Xena—se encontró inmediatamente engullida por un cálido

abrazo. Demasiado cálido.

Se apartó, dejando el dorso de su mano sobre la mejilla de la guerrera—

Cariño, estás ardiendo—. Metió a su bien dispuesta alma gemela en la

habitación, y encendió rápidamente unas cuantas velas, que iluminaron

una cara pálida y consumida. —¿Dónde está tu manto?—frunció el ceño,

acercándose, y estudiando los ojos vidriosos y vacíos—Xena, estás

enferma, ¿verdad?

—Estaré bien—tembló la guerrera. —Solo necesito una cama caliente—

sonrió, cansada—Y a ti—.

—Necesitas más que eso—la bardo se giró, localizando a la cazadora en

una esquina. —Kallerine, ve al comedor y calienta algo de esa sopa de

pollo que cenamos. Y haz una tetera de té de hierbas.

—Volveré tan rápido como pueda—la cazadora salió disparada,

dejando a las dos amantes a solas.

—Xena—Gabrielle metió a su compañera en el dormitorio, empujándola

suavemente hasta que se sentó sobre el colchón. Se arrodilló para

quitarle las botas—Cariño, están congeladas—. Las sacó de un tirón,

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escuchando un sonido aguado. Tocó el interior e hizo una mueca—Y

están empapadas.

—¿Fui a nadar?—ojos azules la miraron con cuidado, esperando la

batería de preguntas que estaba segura iba a llegar.

—¿¡Estás loca!?—Gabrielle se puso de pie, y empezó a desatar el chaleco

de cuero.

—No—dijo la profunda y rasgada voz, mientras la guerrera conseguía no

toser. —Bueno, no más loca que de costumbre. Una de ellas se cayó en

el hielo, cerca de nuestra cueva. Tuve que meterme para sacarla.

—Oh—la bardo deslizó el chaleco por los hombros de su amante, y

empezó a desatar la camisa de lana. —Dioses, han llegado lejos.

—A mí me lo vas a decir—Xena cerró los ojos, disfrutando simplemente

de las atenciones y captando la esencia familiar de su compañera, tan

cerca de su cara. —Deberías intentar abrir un camino sobre un metro de

nieve desde allí hasta aquí. Tuvimos que escarbar para salir de la cueva

cuando paró la tormenta. Por suerte, había algo de leña que dejamos

cuando estuvimos la última vez.

Los ojos de la bardo se suavizaron, recordando aquel tiempo juntas.

Inconscientemente, giró la banda tricolor de oro de su dedo anular, y

sintió unos largos dedos agarrar su mano, llevándola arriba.

La guerrera presionó la mano más pequeña contra su mejilla. —Deseé

tanto que estuvieses allí conmigo. Y el calor.

—Te habría mantenido caliente—sonrió Gabrielle, y liberó despacio su

mano del agarre de su amante para poder quitarle la camisa

empapada.

Cuando el aire frío golpeó su piel desnuda un violento escalofrío recorrió

el cuerpo de la guerrera y tosió, doblándose durante unos momentos

hasta que pasó el acceso. —No retengo el calor.

—Xena, no me respondiste antes. ¿Dónde está tu manto?—ayudó a su

compañera a quitarse los pantalones de cuero y sacó rápidamente una

camisa de dormir de manga larga para ponérsela por la cabeza, con

cuidado de apartar del cuello los largos mechones.

—En la cabaña de la sanadora. Cuando Teresta se cayó al hielo, tuve

que quitarle la ropa para que se secase, así que mi manto era la única

cosa con la que podía envolverla. Después, cuando ambas estaban

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congeladas, las dejé dormir con él—la guerrera permitió ser empujada

hasta quedar tumbada. Sintió las cálidas mantas envolverse a su

alrededor y suspiró con alivio.

Gabrielle se sentó en el borde de la cama, acariciando la cabeza

morena—Así que, si estoy entendiendo bien, has estado en una cueva,

con la ropa mojada, sin manto, durante la mayor parte de la noche.

—Todo el tiempo no—murmuró Xena, dejando que los consoladores

toques aliviasen los escalofríos más profundos—Me quité la ropa cuando

fui a pescar.

—Nada más—se detuvo la bardo. No se llevó comida. —Así que te

volviste a meter en el agua. Dioses, Xena. No me pregunto por qué estas

enferma.

—Teníamos que comer—la guerrera inclinó la cabeza, mostrando a su

compañera su más encantadora mirada. —No ha estado tan mal, de

verdad.

—Ajá—Gabrielle sacudió la cabeza, sabiamente. —Voy a mezclarte

algunas hierbas para la fiebre y el catarro, y volveré enseguida.

—Vale—los ojos azules fluctuaron al cerrarse.

Después de una ronda de hierbas y una rápida cena de sopa y té, Xena

sintió finalmente a su compañera acurrucarse bajo las mantas con ella.

—Ven aquí—una perezosa sonrisa tiñó sus labios. —Caliéntame—largos

brazos atraparon a la bardo, atrayéndola fuertemente contra el cuerpo

de la guerrera.

Gabrielle se giró en sus brazos, mirándola. Tocó su frente y sonrió un

poquito. La fiebre remitía. —¿Cómo te sientes?—colocó un mechón de

pelo tras la oreja de Xena.

—Calentándome—sonrió Xena. —Hubo un momento, en la cueva, que

pensé que no iba a estar caliente nunca más—estudió los ojos verdes, tan

llenos de amor y preocupación. Nadie me ha mirado como lo hace ella.

Besó la frente de su amante—Gracias.

—¿Por qué?—Gabrielle disfrutó del gesto.

—Por cuidarme bien. Y ayudarme a llegar a casa.

—Cariño, no te ayudé a volver a casa—. Debe estar confusa por la fiebre.

—Ni siquiera estaba allí—.

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—Tú—la guerrera tocó la punta de su nariz—…siempre estás conmigo.

Pensar en ti y en nuestra casa fue lo que me hizo seguir.

—Oh—los ojos de Gabrielle resplandecieron, y sus mejillas se tiñeron de

un bonito sonrojo. Lo ha llamado nuestra casa. La bardo se acurrucó en

el largo cuerpo, dejando su cabeza sobre un ancho hombro y sintiendo

unos largos brazos situarse posesivamente a su alrededor. —Me alegra

poder ayudar—.

Una suave caricia de unos labios sobre el fino cabello rubio fue la

respuesta. Esto. La guerrera se deleitó en la familiar sensación del cuerpo

en sus brazos. Nada me va a separar nunca de esto. Las palabras de

M’Lila volvieron a ella: “Gabrielle es tu camino”. Te he arrastrado por

medio mundo, en mi camino delirante en busca de la redención, pensó.

No tenía que ir a ninguna parte. Ha estado junto a mí todo el tiempo.

El cuerpo que tenía detrás se agitaba con vigor, y murmuraba palabras

ininteligibles, justo a centímetros de su oreja. Gabrielle hizo palanca

suavemente para sacarse el largo brazo de encima de su cintura y se

apartó, girando y sentándose. Xena estaba temblando y sus labios se

retorcían, luchando contra los demonios de su sueño. —Xena, cielo…—

empujó suavemente la curva de una cadera.

—¿Eh?—la guerrera se sentó—¿Qué?—. Unos confusos ojos azules miraron

atentamente a su alrededor, para terminar en la bardo, quién era

inmediatamente reconocible, incluso en la oscuridad. Los dientes de

Xena castañeteaban—Qué frío.

—Shhh. Estabas teniendo una pesadilla—Gabrielle la atrajo a sus brazos,

acariciando una cabella llena de pelo húmedo, que acabó sobre su

hombro. —Cielo, creo que te está bajando la fiebre. Estás empapada en

sudor. Déjame que te traiga una camisa limpia.

La bardo sacó rápidamente una camisa limpia del mueble y volvió a la

cama. Sacó la arrugada por la cabeza de Xena, mientras acariciaba la

piel por la que pasaba, en un gesto de consuelo, al ponerle la camisa

limpia. —Ya está. ¿Qué tal?

—Tengo sed—Xena hizo un puchero, tragando audiblemente.

Oh. De hecho, alguien se está sintiendo bastante mejor. —Toma—tomó

una botella de la mesita de noche—La dejé ahí, solo por si acaso—.

Inclinó la boca sobre los labios de Xena, escuchando cómo su

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compañera tragaba a grandes sorbos. —Debería darte otra dosis de esas

hierbas mientras estás despierta—.

—No necesito más hierbas—la guerrera se desplomó de nuevo sobre la

cama, cruzando los brazos, desafiante.

—Xena, cielo—Gabrielle colocó el cuello de la camisa en su sitio y le echó

las mantas por encima, arrebujándolas bien alrededor del largo cuerpo.

—Por favor, unas pocas más. Por mí.

Los ojos azules parpadearon en la oscuridad, captando un rayo de luz de

luna desde la ventana—¿Por ti?

—Sí—la bardo trazó el contorno de una mejilla sorprendentemente fría. —

Solo por mí.

—Bueno—reconsideró la guerrera de mala gana. —Pero no las necesito.

—Ya sé que no, pero me hará sentir mejor si te las tomas igualmente—

Gabrielle ya estaba mezclando la fina mixtura de polvo de hierbas en

una taza, echando algo de agua de la botella encima. Removió la

mezcla y ayudó a su compañera a sentarse—Contén el aliento y traga.

Xena obedeció, y sus fosas nasales se dilataron cuando el amargo e

intenso olor asaltó su nariz. —Ugggh—se pasó el dorso de la mano por la

boca—Odio esa cosa.

La bardo reprimió una carcajada. Probablemente sea algo inventado

por ella. Adoptó su cara más solidaria—Sí, es bastante malo, ¿verdad?

—Y que lo digas—la guerrera se hundió lentamente en el colchón.

Observó a su compañera dejar la taza vacía sobre la mesa. Gabrielle se

deslizó bajo las mantas, acurrucándose contra ella una vez más,

permitiendo que Xena descansase en su abrazo, como novedad.

—Lo siento—la voz grave estaba rasgada.

—¿Por qué?—la bardo deslizó las puntas de sus dedos ligeramente por el

brazo de Xena, sintiendo los finos pelos contra sus dedos.

—Por ser tan mala enferma—Xena permaneció en silencio un momento,

y Gabrielle pensó que se había quedado dormida. Saltó un poco cuando

la guerrera habló de nuevo, esta vez mucho más suavemente. —No sé

por qué me aguantas a veces. No debe ser muy divertido.

Page 31: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Xena—unos labios calientes acariciaron la cabeza de la guerrera. —No

estoy en esto para divertirme, y no solo quiero estar en los momentos

buenos. Decidí, hace mucho tiempo, que estaba metida en esto para

largo. Así que cuando estás enferma, o herida, o solo estás teniendo un

día penoso, sigo queriéndote igual, si no más.

—¿Por qué más?—la voz cayó, casi dudando.

—Porque cuando te sientes mal y eres desagradables es cuando más

necesitas que te quieran—la voz sensible de Gabrielle caló en ella.

La guerrera lo sintió sosteniendo su corazón y, de alguna manera,

apartando la pesadez de sus pulmones y el picor de su garganta de su

conciencia, aunque solo fuera por un rato. Se concentró en el amor que

radiaba su compañera, y sintió que su cuerpo se relajaba lentamente.

Quería continuar despierta, absorbiéndolo, pero su cuerpo tenía otros

planes, y pronto se quedó profundamente dormida, acunada en los

brazos de la única a la que jamás permitiría verla en un estado tan

vulnerable.

La mañana la encontró sintiéndose mucho mejor, y se despertó para

encontrar vacío el otro lado de la cama. Frunció el ceño, y cogió un trozo

de pergamino que estaba sobre la almohada de Gabrielle. El ceño

fruncido se convirtió en una sonrisa al leerlo:

Xena, he ido a comprobar cómo están las dos niñas y a por el desayuno.

No te atrevas a salir de la cama, no importa lo bien que te sientas. Tienes

que tomártelo con calma esta mañana, ¿de acuerdo? ¿Por favor?

Volveré pronto.

Te quiero. G.

—Mmmm. ¿Estaría en problemas si me diera un buen baño caliente?—

Problema escuchó su nombre y pensó que le hablaban a ella. Saltó

desde la alfombra hasta la cama, gateando con gracia sobre las mantas

metiéndose bajo ellas para acurrucarse en el hueco de las rodillas de

Xena.

—¿Miau?—hocicó la piel olivácea, haciéndole cosquillas a la guerrera

con sus largos bigotes.

—Oye—intentó sonar molesta, pero, la verdad sea dicha, secretamente

disfrutaba de las atenciones del felino. Gabrielle intentaba explicarle que

la mejor manera de conseguir la atención de un animal es ignorándolo.

Nada más lejos de la realidad.

Page 32: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Problema iba y venía de los establos comunitarios, donde vivía su

camada de gatitos. A Xena le parecía que, cada vez que entraba en el

establo, sus pies quedaban rodeados de pequeñas criaturas peludas,

todas ansiosas por jugar con los cordones de sus botas mientras ella

intentaba trabajar. Incluso Argo y Estrella parecían burlarse de ella.

Cuando más pretendía no apreciar la presencia de los gatitos, más

querían éstos jugar, hasta que se dejaba caer en el pajar para rascarles

un rato o para torturarlos un poquito con un viejo retal de cuero. Su miedo

más grande era que Eponin la pillara algún día, y que se lo estuviese

recordando constantemente.

—Bueno, ¿tú qué dices?—agarró al gato, sosteniéndolo frente a ella y

dejándolo sobre su estómago. —¿Crees que un baño es suficientemente

seguro?

—No tal y como tú sueles tomarlos—Gabrielle rodeó la esquina con una

bandeja de desayuno. La dejó en la mesa cerca de la cama y se acercó

a ella, dejando sus manos sobre sus caderas.

—¿Qué quieres decir con eso?—los ojos de la guerrera se ensancharon

con fingida inocencia y alzó la vista, mientras una mano se escurría y

trazaba la curva de la pantorrilla de su compañera, hasta sus muslos. —

¿Mmm?—los dedos bailaron más arriba, rodeando una rótula y pasando

al interior de un muslo.

—¡Xena!—Gabrielle se retorció de risa mientras la guerrera cambiaba

repentinamente de táctica y se agarraba las dos piernas, tirándola a la

cama. —Ahhgg…—la bardo intentó zafarse, mientras Xena se lanzaba a

un ataque de cosquillas a pleno rendimiento.

Después de un breve forcejeo, Gabrielle acabó de espaldas, montada a

horcajadas por una definitivamente mucho más saludable guerrera. Los

ojos azules le sonreían y Xena deslizaba un dedo sobre la línea de la oreja

de la bardo hasta el primer botón de su túnica. —¿Te quieres bañar

conmigo?—una ceja negra se arqueó, en cuestión.

—Yo…em…—Gabrielle sentía cómo subía rápidamente la temperatura

de su piel, y sacudió la cabeza para despejársela. —Te diré qué

haremos—se alzó, apoyándose sobre sus codos—Vamos a hacer un

trato—. Dejó las puntas de sus dedos sobre la frente de la guerrera,

tomándole la temperatura. Frunció los labios. Aún está un poco caliente.

—Te escucho—pronunció la voz de contralto, aunque Xena ya había

decidido aceptar cualquier cosa que su compañera tuviese en mente.

Page 33: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Tú y yo nos comemos ese estupendo desayuno mientras aún esté

caliente, y después tú te tomas otra dosis de hierbas—vio que la cara

bronceada hacía una mueca, y después sonrió—Y después yo me baño

contigo, ¿de acuerdo?

—Oh, está bien—Xena le sonrió y rodó para apartarse, cogiendo las

almohadas y arreglándolas de forma que pudieran recostarse y comer

en la cama.

—Ha sido muy fácil—la miró Gabrielle, suspicaz. —¿Qué tramas?

—Bueno, tengo hambre, buena señal—. Xena observó a su compañera

coger la bandeja y ponerla entre ellas—Pero también puedo decirte que

aún tengo un poco de fiebre, así que yo misma pensaba tomar algunas

hierbas, de todas maneras.

—Bien—jadeó la bardo, jugando, su sonrisa desmintiendo su actitud.

Media marca más tarde, ambas estaban dentro de la bañera, cuando

Kallerine entró en la cabaña y se paró, dubitativa, junto a la puerta del

baño—Reina Gabrielle, cuando acabes con tu baño, tengo un mensaje

para ti.

—Está bien, Kallerine, puedes pasar—la bardo estaba reclinada contra su

compañera, disfrutando del raro momento de completa soledad. Habían

intercambiado pocas palabras durante el baño, las delicadas caricias y

los suaves besos hablaban por sí solos. Xena no estaba para mucho más

que algo de mimos inocentes, pero parecía necesitar

desesperadamente algún contacto. Gabrielle había escogido no hacer

preguntas, de momento, asumiendo que había algo que tenía que ver

con lo que había pasado en la cueva, y que la guerrera lo compartiría, si

quería, cuando estuviese preparada.

La cazadora pasó y se quedó en el umbral de la puerta. Siempre se

mostraba cauta cuando interrumpía a la reina y a su consorte, teniendo

presente que necesitaban privacidad. —Los centinelas han detenido a

una viajera en el camino del sur, a medio día de viaje de aquí. Es una

mujer, viaja sola. Dijo que venía de Eire, y viene para ver a Xena.

Guerrera y bardo intercambiaron una mirada. ¿Eire? La única persona

que conocían de allí era Ronan, el capitán del barco que las llevó ida y

vuelta a Alejandría. —¿Dijo qué quería?—Gabrielle se inclinó hacia

delante, dejando su mentón sobre sus brazos, apoyados en la pared de

la bañera.

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—No. Todo lo que dijo era que quería hablar con Xena—Kallerine estudió

una de las estacas de madera que llevaba en el cinturón, sujetándola

con más firmeza. —Han dicho que es poquita cosa. Que no lleva armas.

Dijeron que parecía inofensiva.

—La pólvora viene en paquetes pequeños—la guerrera se acercó a su

compañera por detrás, apoyando su mentón sobre el hombro de la

bardo. —Me pregunto qué querrá. Hace falta un buen motivo para viajar

por estos lares ahora mismo, entre tormenta y tormenta.

—¿Quién la escolta?—Gabrielle se estiró para coger una toalla y se

levantó, saliendo del agua, envolviendo la gran tela de lino sobre su

cuerpo.

—Pony, por supuesto—sonrió la cazadora. —Estaba encima del caballo

nada más ser entregado el primer mensaje. Maldecía por los codos, algo

sobre lo escaso de las centinelas ahora mismo, por el frío y eso.

—Me pregunto si deberíamos ir a encontrarnos con ella—Xena siguió a la

bardo, aceptando una toalla de manos de Kallerine.

—Xena—Gabrielle se giró y la miró severamente—No es buena idea,

cielo. Tienes el pelo mojado y aún no te sientes del todo bien. Temo que

un viaje al frío te haga recaer.

—Me pondré el manto y la capucha—la guerrera se metió en el

dormitorio, tomando sus pantalones de cuero y el chaleco y

sacudiéndolos.

—Xena…

—Estaré bien—Xena dejó el cuero sobre la cama y dejó ambas manos

sobre los hombros de su compañera. —Es solo…—dejó morir la frase. Sus

entrañas experimentaban emociones encontradas, y no estaba segura

de dónde venían esas emociones. Parte, sabía, era curiosidad por qué

podría impulsar a alguien a viajar desde Eire hasta Grecia para verla,

durante el crudo invierno. Parte…—Nada bueno viene de las tierras del

norte.

La bardo hizo una mueca de dolor. Recordaba un templo y un altar, y un

momento que cambió su vida para siempre, costándole una buena

parte de su alma y casi arrancándole todo lo que le era querido. —Quizás

esta vez sea algo bueno—unos ojos verdes buscaron otros azules,

intentando leer los pensamientos de la guerrera.

Page 35: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Quizás—. Hay tantas cosas que no le he dicho. Aún así, Eire está lejos

del Valhala. Esperemos que esto sea diferente. —Es solo que Eire está tan

cerca de…

—De Britania—terminó Gabrielle la frase por ella. —Xena, Hércules mató

a Dahak. Está muerto, ¿verdad?

—¿Muerto?—resopló Xena, con sarcasmo. —¿Y desde cuándo eso ha

detenido a cualquiera de nuestros enemigos?

—Buen punto—. Gabrielle se dio cuenta de que aún tenían público y se

giró, consiguiendo sonreír. —Supongo que parece que estemos hablando

en clave, ¿eh?

Kallerine había seguido el intercambio con arrobada fascinación, y se

sonrojó furiosamente. —Em…no. Bueno, un poquito. ¿Me marcho?

—Si no te importa, haz saber que Xena y yo salimos para recibir a nuestra

huésped.

—Como desees—la cazadora salió rápidamente de la habitación.

—¿Xena y yo salimos?—se burló la guerrera.

—No puedo quedarme aquí a esperar que vuelvas, Xena—Gabrielle

abrió su armario, buscando sus cueros más calientes. —Estaría atacada

de los nervios.

—Dijo medio día, ¿eh?—la guerrera se puso rápidamente los pantalones,

una camisa de lana limpia y el chaleco. Se colocó algunas piezas a

mayores de la armadura y buscó sus botas.

—Sip—Gabrielle encontró sus propios pantalones y el chaleco, teñidos de

un bonito color chocolate. —¿Voy por algo de comida mientras tú ensillas

los caballos?

—¿Un cuarto de marca?—Xena se levantó, dejando la espada en su

vaina y el chakram en el gancho de su cadera.

—Es una cita, compañera—engancho a su compañera mientras salía por

la puerta, envolviendo con un brazo su cuello y atrayéndola para darle

un breve beso. Se apartó, leyendo la incerteza en los pálidos ojos. —Xena,

sea lo que sea, lo afrontaremos juntas.

—Siempre—la guerrera le sonrió y le devolvió el beso, y después

desapareció por la puerta, adentrándose en el patio cubierto de nieve.

Page 36: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Estrella y Argo encontraron el camino a través de la profunda capa de

nieve que cubría el suelo, y su aliento formaba nubes que salían de sus

hollares, frente a ellas. De vez en cuando se tocaban sus narices,

conspiratorias, e intentaban acelerar el paso, con sus cascos haciendo

cabriolas sobre los montones de fría y blanca nieve. Xena y Gabrielle

toleraban cada tanda de juegos unos minutos, antes de reconducir a las

yeguas suavemente a un paso más cómodo.

—Han estado encerradas en el establo demasiado tiempo—la guerrera

señaló con la cabeza a las dos yeguas, mientras los caballos resoplaban

y se lanzaban a trotar de nuevo. —Eeeh—tiró regularmente de las riendas

de cuero, sintiendo la lengua de Argo luchar un poco antes de rendirse.

Mientras el palomino disminuía, Estrella le seguía el paso.

—No las hemos sacado mucho este invierno, ¿verdad?—Gabrielle rascó

al apaloosa debajo del freno que se cruzaba sobre sus elegantes orejas.

Estrella estiró el cuello hacia atrás, disfrutando obviamente de las

atenciones, mientras relinchaba de contento.

—Ha nevado demasiado—Xena miró atentamente el cielo claro,

agradecida por el cese de las tormentas durante el breve viaje. —

Supongo que tengo que sacarlas al ruedo más a menudo. Si no, van a

engordar y a volverse vagas.

—Como yo—la bardo se palmeó con remordimiento la panza, a través

del grueso manto de lana. —No he hecho nada este invierno, más que

sentarme en la sala del consejo, sentarme en mi mesa a escribir y a la

mesa para comer. A este paso, no voy a caber dentro del traje

ceremonial para nuestra unión.

—Siempre te podemos hacer otro nuevo—la guerrera guio a Argo más

cerca de Estrella, estudiando la cabeza baja de su compañera. —

¿Gabrielle?

—Es que no quiero que pierdas interés en mí—dos ojos verdes y tímidos

parpadearon, inseguros. —Que me cambies por alguna más delgada.

—Jamás—Xena se estiró, deslizando sus dedos sobre la mejilla, roja por el

frío, de su compañera, una de las pocas zonas expuestas a los elementos.

—Tú eres, y siempre serás la mujer más bella de la tierra para mí. Quiero

que estés sana, Gabrielle. No me importa que cojas algunos kilos. Yo…a

veces me sentía mal cuando estábamos en el camino. Siempre parecías

Page 37: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

tener tanta hambre. En invierno, especialmente, cuando hacía tanto frío

que teníamos que compartir el petate para permanecer calientes. Me

acurrucaba contigo, y juro que podía contarte las costillas, aún por

encima de las camisas de lana más gruesas que tenías. Recuerdo…—

dejó morir la frase, sacudiendo la cabeza lentamente ante los recuerdos.

—Yo…iba a cazar, y las presas eran tan escasas, especialmente en las

montañas en invierno. A veces, si no encontraba conejos o venados, si

solo encontraba nueces, me quedaba fuera más tiempo. Después volvía

y te decía que yo ya me había comido mi parte, al volver al

campamento—una sonrisa triste apareció en sus labios—Me hacía sentir

mejor ver que llenabas la tripa con lo que hubiera encontrado.

—¿Xena?—Gabrielle esperó hasta que los ojos azules se encontraron con

su mirada. —¿Me estás diciendo que pasabas sin comer nada y me

dabas todas las nueces que encontrabas?

—A veces, sí—Xena bajó una mano, jugando distraída con la hebilla de

una alforja.

—Xena, es…—la bardo se acercó más, capturando la mano inquieta. —

…me duele el corazón, pensando en el hambre que has debido pasar.

—El hambre era mejor que pensar que tú te ibas a dormir con el

estómago vacío—apretó la mano más pequeña. —En fin, este invierno

ha sido tan bueno verte comer todo lo que querías. Así que no te

preocupes por tu aspecto. No es un secreto que asentarnos con las

amazonas ha requerido hacer algún ajuste, pero si eso significa que estás

más sana y más cómoda, y que yo no tengo que preocuparme tanto por

ti, valdrá la pena cada momento que he tenido que acostumbrarme.

—¿Ha sido tan malo?—Gabrielle sabía que a su compañera no siempre

le había gustado tener amazonas cerca, y había visto la mandíbula de la

guerrera apretada más de una ocasión, mientras Xena luchaba por

controlar sus reacciones hacia las normalmente infantiles ridiculeces de

las mujeres con las que compartían la aldea, especialmente las de las

más jóvenes.

—Al principio, si—Xena miró fijamente a la distancia, escogiendo sus

palabras con cuidado. —Tú no eres la única que tiene miedo de

ablandarse. Siempre he estado orgullosa del hecho de que la mayor

parte de mi vida adulta la he pasado en el camino…durmiendo bajo las

estrellas sobre el suelo duro, y dependiendo de nada más que de mí

misma para recorrer mi camino en este mucho. Cuando te conocí, y

Page 38: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

llevábamos viajando un tiempo, honestamente, nunca pensé que

volvería a vivir bajo techo, salvo alguna posada de vez en cuando.

—A veces, echo de menos estar ahí fuera—sonrió Gabrielle con cariño.

—A veces sí, y a veces no—declaró Xena, para sorpresa de su

compañera. —Me gusta la soledad de la noche, y de las mañanas, más

que nada. Creo que me gustaba estar a solas contigo, más que nada—

los ojos azules hicieron un guiño cariñoso a la bardo. —Creo que el ajuste

más grande ha sido compartirte con las amazonas. Y ser parte de una

comunidad más grande que dos personas. Aunque…creo que ha sido

bueno para mí.

—¿Cómo?—Gabriele inclinó su cabeza, en cuestión. Está llena de

revelaciones.

—Durante mucho tiempo, todo lo que veía en mi futuro era la lucha.

Pensaba que siempre sería una guerrera—largos dedos se deslizaron con

absentismo sobre el borde de su chakram. —Pero al estar con las

amazonas soy capaz de verme en otros roles. Enseñando en las clases de

rastreo, entrenando caballos, ayudando en las cosas de la aldea, creo

que, por primera vez desde que Cortese atacó Anfípolis, soy capaz de

imaginarme un futuro donde quizás ya no sea una guerrera. Dando por

sentado que luchar y las amazonas parecen ir de la mano, hasta cierto

punto, pero quizás…algún día pueda dejar la espada, después de todo,

tener una vida normal…me gustaría…

La mirada melancólica de los ojos de su compañera hizo que el corazón

de Gabrielle se le parase en el pecho, sintiendo un grueso nudo que

siempre era el preludio de las lágrimas. Tragó y deslizó un pulgar sobre el

dorso de una fuerte mano—¿Qué te gustaría, amor?

Xena mantuvo sus ojos clavados al frente, con la mandíbula trabajando

mientras intentaba articular sus pensamientos. —Me gustaría que cuando

tuviésemos niños…me gustaría que pudieran pensar en mí como en

alguien honorable. Me…me gustaría ser alguien de quién pudieran estar

orgullosos—susurró la profunda voz.

Oh, Xena. Algún día, espero que vea aunque solo sea la mitad de lo que

yo veo cuando la miro. La bardo parpadeó para apartar algunas

lágrimas que habían aflorado. —Lo harán, Xena. La gente que importa,

todos estamos orgullosos de ti. Tu madre, Toris, y especialmente yo. La

gente que te conoce…que te conoce como eres ahora…no te vemos

como fuiste. Te vemos como eres ahora…una de las más generosas,

Page 39: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

altruistas personas y más valientes de la tierra. No hay nadie de quién

pudiera estar más orgullosa. Y nadie con quién prefiriese tener hijos.

Observó moverse los músculos de la garganta de la guerrera. Xena bajó

la vista y cerró los ojos un momento. Me gustaría creerlo. Lentamente, se

giró para mirar a su compañera. —Gracias. Espero estar a la altura—

consiguió sonreír pero duró poco, porque un ataque de tos sacudió su

cuerpo. Se inclinó, conteniendo el aliento. Maldición. Sus costillas le dolían

por haber tosido durante la noche. Había esperado recuperarse, durante

la mayor parte de la mañana su pecho había permanecido despejado.

Ahora…podía sentir el principio de pesadez cuando metía aire en los

pulmones, y detectó un ligero soplido. No es bueno.

Gabrielle frunció el ceño. —Acércate a mí—Xena suspiró y obedeció,

observando a su compañera quitarse un guante y después sintió una

ligera presión, la de la mano de Gabrielle contra su frente. —Xena, estás

caliente de nuevo. ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien—se quejó—Me pica un poco la garganta, es todo.

—Eso no ha sido picor—la bardo echó una mano hacia atrás y tomó una

botella. —Toma, bebe.

—Tengo agua—Xena encontró la botella en su mano de todas formas.

—No esa agua—el tono de Gabrielle no admitía réplica. —Hice la mezcla

cuando preparé la comida. Tiene hierbas para la fiebre y la tos.

—Entonces me aturdiré—argumentó la guerrera. —No es buena idea en

el camino. Mis reflejos no son tan agudos.

—Xena, estamos en mitad del invierno. Hay casi metro y medio de nieve,

incluso en el camino. Es más alta incluso entre los árboles. Nadie va a

atacarnos aquí fuera. Pony está entre nosotras y quienquiera que quiera

verte, así que cualquiera que intente llegar a nosotras tiene que pasar por

ella primero. Ahora, a menos que temas caerte de Argo, por favor,

bébete las hierbas. Ya es bastante malo que estés aquí fuera, al aire frío

y húmedo. No puede ser bueno para tus pulmones—rogó la bardo.

—Pero…

—Sin peros. Bebe—Gabrielle tamborileó con los dedos sobre el arzón de

la silla, sacando el genio. Juro que es como un bebé cuando está

enferma.

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La guerrera suspiró con resignación e inclinó la botella sobre sus labios,

tomando varios sorbos. Tapó la botella y la acomodó sobre el arzón de la

silla. —Ya está—alzó una ceja—¿Satisfecha?

—Gracias—la bardo palmeó su pierna—Solo quiero que te pongas bien.

—Sí—Xena mantuvo su máscara gruñona—Bueno, no me culpes si me

caigo de Argo y tienes que apañártelas para subirme otra vez.

—No me preocupa—se burló Gabrielle suavemente—Iría a por Pony y ella

me ayudaría a subirte.

La guerrera hizo una mueca, imaginándose la escena, y el acoso

incesante que resultaría por parte de la maestra de armas. Gruñó, e

inconscientemente se agarró con más firmeza a los costados de Argo con

los muslos. Sus labios se torcieron cuando Gabrielle empezó a reírse y,

finalmente, tuvo que unirse a ella. —Gracias por cuidarme—Xena le

otorgó a su compañera una sonrisa genuina.

—Alguien tiene que hacerlo—la bardo le guiñó un ojo y después se giró,

cuando unos pasos crujiendo sobre la nieve llamaron su atención.

Los ojos de Xena ya estaban sobre el camino, con su atención

firmemente centrada en la próxima curva. Detectó el distintivo sonidos

de un par de cascos de caballo. Al dar la curva, localizó a Pony sobre su

garañón negro, junto con una extraña a su lado, una pequeña persona

montada sobre un gran bayo. —Debe ser nuestra visita—entrecerró los

ojos, intentando identificar a la mujer, pero estaba abrigada para que la

guerrera identificase algún rasgo de su rostro.

Al final, quedaron separadas por quince pasos. La extraña tiró su daga a

la nieve y saltó de su caballo, entrelazando sus manos sobre su cabeza,

haciendo el signo de paz de las amazonas. Alzó la vista, dejando que sus

pálidos ojos azules recayeran primero sobre Gabrielle y después sobre

Xena. —Mi nombre es Morrigan. Vengo en son de paz.

La bardo sonrió, encantada por la cantarina voz. Desmontó y avanzó,

agachándose a por la daga. La giró en su mano, estudiando la intrincada

contera. Una divertida figura con forma de gárgola decoraba en

extremo de un mango de cuero, limitado en el otro extremo por una guía

de bronce que tenía tallada la cabeza de un caballo a cada lado de

una hoja de doble filo. —Bonita—sonrieron los ojos verdes. —Descansa.

Soy Gabrielle, la reina de las amazonas griegas. Bienvenida a nuestras

tierras—le tendió la daga.

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Morrigan metió su daga en una vaina de cuero y lana y se apartó la

capucha de la cabeza, revelando cortos mechones pelirrojos que

encuadraban un fino rostro claro. Era de la misma altura que la bardo,

aunque una musculatura desarrollada la hacía parecer más baja. Le

tendió una mano, entrelazando su antebrazo con el de Gabrielle. —Me

alegro de conocerte, reina Gabrielle.

La bardo miró sobre su hombro, donde la guerrera seguía sentada sobre

Argo, con una máscara fría e impasible que impedían leer cualquier

pensamiento oculto tras los ojos azules. —Morrigan, esta es mi consorte,

Xena de Anfípolis.

—Vaya, vaya—sonrió Morrigan. —Hércules me habló con cariño de ti,

Xena. Pero se olvidó mencionar que hablábamos de una muchacha

robusta como tú.

La guerrera parpadeó, momentáneamente desconcentrada. ¿Hércules?

—¿Conoces a Hércules?

—Sí. Más que eso. Estaré siempre en deuda con él—el rostro de la pelirroja

se tornó serio. —Me salvó la vida. O, más concretamente, mi alma.

Ya somos dos, entonces. Xena consiguió mantener su sorpresa oculta.

Después recordó. Ronan, el capitán del barco que las llevó a Alejandría,

había mencionado a Hércules y a una mujer de Eire. Una mujer que

Ronan creía estaba enamorada de Hércules. Sonrió ampliamente y

deslizó una pierna sobre la silla, aterrizando con ligereza sobre la nieve

frente a la pelirroja. —Cualquier amigo de Hércules es amigo mío—

extendió su mano, recibiendo un buen apretón, con mucha más fuerza

de la que habría esperado de la pequeña mujer.

—El sentimiento es mutuo—la mirada de Morrigan cambió, hacia arriba,

hasta que dos pares de ojos azules se encontraron. Algo pasó entre las

dos mujeres, una comprensión silenciosa imposible de describir con

palabras. Las dos sabían, instintivamente, que estaban mirando a los ojos

de un espíritu similar.

—Bueno—Xena rompió el hechizo. —¿Qué te ha traído a Grecia durante

el peor invierno que podamos recordar en años?

—He venido a pedirte ayuda, Xena—Morrigan frunció los labios,

pensando. —Los destinos de Eire están en peligro—dudó, y luego

continuó—Quizás el destino del mundo.

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La guerrera y la bardo se miraron a los ojos, compartiendo una mutua

aprensión. Gabrielle se acercó más, hasta quedar de pie al lado de su

compañera. Miró fijamente sobre el hombro de Morrigan, donde una

silenciosa Eponin estaba de pie al lado de su caballo. La maestra de

armas se encogió de hombros, indicando que no tenía ni idea de lo que

estaba hablando su invitada.

—Bueno—Xena sintió un escalofrío que, estaba segura, no tenía nada

que ver con el frío aire. —¿Por qué no volvemos a la aldea y compartimos

tu historia con un poco de comida caliente?

—Bueno, eso sí es un plan que es como música para mis oídos—Morrigan

retrocedió y volvió a montar en el caballo, quedando detrás de guerrera

y bardo mientras se giraban para dirigirse de vuelta a la aldea.

¿Por qué tengo la sensación de que nuestro tranquilo invierno termina

aquí?, gimió Gabrielle internamente.

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Capítulo 2

uerrera y bardo estaban acurrucadas juntas en la cama,

pasando un momento tranquilo durante la marca que tenían

libre antes de que la cena se sirviese en el comedor. Raella se

había llevado a Morrigan a una de las cabañas de invitados mientras

Eponin llevaba el caballo de la pelirroja a los establos y la alimentaba.

Gabrielle había dejado disposiciones para una cena privada en su

cabaña, para ella, Xena y Morrigan, y las sirvientas tenían instrucciones

de traer la cena poco después de que el comedor abriera sus puertas.

La fiebre de la guerrera se había puesto peor, y Gabrielle se sentó sobre

un montón de almohadas, apoyando a Xena contra su pecho

acunándola entre sus brazos. Era más fácil para la guerrera respirar en

esa posición semi incorporada. Cierto, habría tenido el mismo efecto

recostando a Xena sobre las almohadas directamente, pero se sentía

fatal, y tenía una necesidad casi infantil de estar en contacto constante

con su compañera.

—Dioses—la guerrera tomó aliento profundamente después de otro

ataque de tos—Odio esto—. Le dolían los músculos del estómago, y

estaba segura de que, con el siguiente ataque, escupiría un pulmón.

—Shhh—Gabrielle le mojó la frente con un paño empapado en agua fría.

—Lo sé. Trata de dormir, amor.

—No puedo—suspiró Xena, cerrando los ojos a su pesar. —Me duele todo.

La bardo hizo un gesto de dolor ante el rasgueo doloroso de la voz de su

compañera. —Toma—presionó suavemente una cucharada de miel,

zumo de limón y whiskey contra los labios de la guerrera—Esto te ayudará

con la garganta.

Xena obedeció, sorbiendo de la cuchara. Tragó, con lágrimas en los

ojos—Es fuego.

—Cielo—deslizó sus dedos por entre el largo cabello negro—Si dejas de

hablar, a lo mejor te sientes mejor.

—Lo siento—murmuró la gangosa voz. —Gabrielle.

La bardo suspiró. ¿Desde cuándo es ella la habladora?—¿Qué, amor?

G

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—¿Puedes parar?—Xena se revolvió un poco, incorporándose

ligeramente.

—¿Parar el qué?—una mano pequeña presionó sobre el pecho de la

guerrera, obligándola a recostarse.

—Quiero decir, me duele todo—rogaron unos grandes ojos azules—

Incluso el pelo. En cualquier otro momento, me encantaría que jugases

con él, pero ahora…

—Oh—Gabrielle desentrelazó sus dedos del sedoso cabello. —Lo siento.

No me había dado cuenta.

—Gracias—Xena se puso de lado, con su mejilla presionada sobre un

suave pecho, y su mano se envolvió alrededor del bíceps de su amante.

Dobló las piernas y suspiró en silencio mientras la bardo arreglaba las

mantas a su alrededor. Finalmente, permitió que su cuerpo se rindiese a

la enfermedad y a la generosa cantidad de hierbas que había tomado

cuando volvieron a la aldea. Sintió que se quedaba dormida, y un ansioso

ojo azul se abrió de golpe y miró fijamente hacia arriba.

—Te tengo, cielo, y Kallerine está en la otra habitación—Gabrielle besó la

parte superior de su cabeza. —Duerme. Te despertaré para la cena.

El ojo se cerró y Gabrielle sintió toda la tensión desaparecer del cuerpo

de su compañera. Mi niña terca, pensó con afecto. El camino de vuelta

a la aldea se había hecho casi en silencio, salvo el sonido de los caballos

caminando y el rugido del viento entre las ramas de los árboles. Era

inusual en Xena viajar en silencio, pero era extremadamente anormal que

no aprovechase la oportunidad de ponerse al día con alguien nuevo,

especialmente, alguien con la que parecía iban a pasar algún tiempo.

No le había hecho a Morrigan ni una sola pregunta.

La bardo había atribuido el silencio de su compañera a que no se sentía

bien. La palidez de Xena se incrementó en el viaje de vuelta, y sus

normalmente bronceadas facciones estaban casi blancas. Cuando

llegaron a la aldea, la guerrera tosía continuamente y Gabrielle sabía,

por una larga experiencia, que Xena acabaría con un punzante dolor de

cabeza como resultado. Tenía razón. Después de organizar la cena

privada, volvió a su cabaña para encontrar a la guerrera tirada en la

cama, con la cabeza entre sus manos.

Luchar con su compañera para desnudarla y convencerla para consumir

una buena dosis de hierbas las dejó a ambas exhaustas. Siempre tienes

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que caer luchando, ¿verdad, amor? La bardo deslizó las puntas de sus

dedos por un musculoso brazo, la guerrera ajena a las atenciones, en su

sueño. Pero ahora no estás luchando, gracias a los dioses.

Le había llevado un tiempo aprender a leer el lenguaje corporal de Xena,

y durante mucho tiempo, ese lenguaje corporal fue su única pista

verdadera sobre cómo se sentía o qué pensaba la guerrera. La terca

mujer era reacia a admitir cualquier debilidad física, y podría avanzar con

determinación a pesar de dolores de cabeza, fiebres e incluso roturas de

partes del cuerpo, en lugar de dejarse cuidar o descansar.

Gabrielle suspiró, recordando una vez, no mucho después de que Xena

y ella empezasen a viajar juntas. Se vieron envueltas en una pequeña

refriega, o más concretamente, Xena se vio envuelta en una refriega. Fue

antes de que la bardo aprendiese a luchar con la vara, cuando solía

agacharse tras el barril más cercano o el primer árbol ante la perspectiva

del peligro. Xena había recibido su dosis habitual de patadas y

puñetazos, junto con un feo golpe con la culata de una espada en la

parte trasera de la cabeza.

Al final, sin embargo, los hombres vencidos corrían colina arriba y la

guerrera se inclinaba para recoger su espada, devolviéndola a su vaina.

Debería haberse dado cuenta de la lentitud con la que Xena se movía,

pero estaba demasiado abrumada por la adrenalina, y salió corriendo

de detrás del árbol. —¿Xena, estás bien?—recordaba vivamente haberle

preguntado.

La guerrera gruñó, sacudiendo la cabeza afirmativamente, una

respuesta habitual en ella, y Gabrielle le tomó la palabra. Durante el resto

del día, sin importar lo mucho que lo intentase, parecía que no podía

hacer nada bien. Cada palabra, cada acción era recibida con un frío

silencio o respuestas furiosas y monosilábicas. Cuando el sol se puso y

estaban cerca de una pequeña aldea, la bardo no quería nada más que

alejarse de su arisca compañera. La idea de una tensa noche alrededor

del fuego se le clavaba en el estómago, y sugirió cuidadosamente tomar

una habitación en la posada local.

Para su sorpresa, Xena había estado de acuerdo rápidamente. La

guerrera no dispendiaba normalmente preciosos dinares en posadas a

no ser que el tiempo fuese malo, y esa noche particular era perfecta,

salvo la nube negra particular de Xena, que parecía permanentemente

asentada sobre su preciosa cabeza morena. Gabrielle sonrió por primera

vez, planeando en secreto obtener habitaciones separadas, costase lo

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que costase. Unas cuantas marcas separadas sonaban como los

Campos Elíseos.

Cuando llegaron a la posada, la bardo estaba regateando ya las

habitaciones cuando Xena la cortó y comentó que una habitación sería

suficiente. Gabrielle recordó que su corazón se hundía en su pecho, con

la idea de una sola incomodidad más entre ellas bastaría casi para

enviarla de vuelta a Potedaia. Cenaron rápidamente, en completo

silencio. La guerrera se negó a quedarse al espectáculo nocturno y

enfureció más a su compañera al insistir para que Gabrielle la

acompañase.

La bardo aporreó furiosa las escaleras de madera, enfatizando su

disconformidad con cada paso, sin darse cuenta de que, con cada

golpe de su bota, los hombros de Xena se tensaban visiblemente.

Cuando llegaron a la habitación, Gabrielle tiró su bolsa sobre una de las

camas y comenzó a pasear de aquí allá, despotricando contra Xena por

su rudeza, y buscando una disculpa y una explicación.

La guerrera parecía ignorarla, quitándose metódicamente su armadura

y sus cueros y metiéndose en una camisa de dormir. Se sentó en la otra

cama, con los ojos cerrados, y esperó pacientemente hasta que

Gabrielle paró para tomar aliento. —¿Has terminado?—le espetó

finalmente a Xena.

—Debería terminar de todas todas—le devolvió la bardo. —No lo

entiendo, Xena. Estás a malas conmigo todo el día, insistes en compartir

habitación cuando es obvio que no soportas estar conmigo, y ni siquiera

me dejas disfrutar del juglar. Y no puede ser porque quieras pasar una

bonita noche hablando conmigo. ¿Qué pasa?—recordaba dejar caer

las manos, derrotada.

Los ojos azules se cerraron durante un largo rato, mientras la guerrera

reunía sus pensamientos. —Lo siento—murmuró finalmente.

¿Ya está? ¿Lo siento?, se enfureció la bardo. —A buena hora te

disculpas…

—Gabrielle—interrumpió la guerrera. —Te necesito aquí conmigo. No

creo que sea buena idea que duerma durante un rato, y todo lo que

quiero es dormir.

—¿Eh?—Gabrielle se giró en redondo y miró a su amiga, estudiando su

rostro atentamente por primera vez aquel día, apreciando la tensa y fina

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línea que formaban los labios de la guerrera, y las finas arrugas de su

frente.

—Yo…creo que tengo una contusión—unos avergonzados ojos azules

bajaron la mirada. —Ese tipo que me estampó la espada en la cabeza

esta mañana…

—Xena—la bardo estaba a su lado en un instante. —¿Por qué no me

dijiste nada?

—Empecé—la guerrera bajó la vista. —Parecía que cuanto más

intentaba hablar más nos enfadábamos. Imaginé que no habría nada

que hacer de todas formas, quizás seguir hasta encontrar un sitio para

descansar. ¿Puedes…em…coger una vela e iluminar mis ojos, a ver si mis

pupilas reaccionan igual?

Gabrielle obedeció y, con seguridad, la pupila derecha de la guerrera

no reaccionaba a la luz. Esto puso a la bardo en acción, sacando las

hierbas para el dolor de cabeza de su amiga y haciendo un paquete de

hielo para aplicarlo sobre la protuberancia de la cabeza de Xena. Fue la

primera vez que la guerrera dejaba a su joven compañera hacerse

cargo.

La bardo recordaba una petición casi dócil de Xena para que Gabrielle

compartiera su cama, y le contase historias para mantenerla despierta.

Gabrielle trepó sobre la cama, sentándose junto a su amiga. Cuando

parecía que la guerrera estaba demasiado débil y dolorida para sostener

su cabeza alzada, la bardo la urgió a descansar su cabeza sobre su

hombro.

Fue la primera vez que Gabrielle sostuvo a Xena. Sonrió, recordando lo

bien que se sintió. El suave cabello de la guerrera desparramado sobre su

hombro, y el cuerpo sólido como una roca acurrucado junto a ella, con

sus brazos envueltos alrededor del torso para sostenerla y ayudarla a

permanecer alzada. Le contó historias durante la mayor parte de la

noche, palmeando suavemente a Xena en el brazo o en la mejilla

cuando parecía quedarse traspuesta.

Finalmente, antes del amanecer, comprobaron los ojos de la guerrera de

nuevo y ambas pupilas parecían reaccionar adecuadamente.

Recordaba el suspiro exhausto de alivio de su amiga. Cuando empezaba

a moverse hacia su propia cama, la profunda voz hizo un último ruego.

—Quédate.

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Para su completa y absoluta sorpresa, se encontró suavemente bajada

hacia la almohada mientras Xena dejaba su cabeza una vez más sobre

el hombro de Gabrielle. Eso fue aún mejor, y fue un dulce momento

durante el cual la guerrera quedó totalmente vulnerable, dormida en los

brazos de su amiga más joven.

La bardo sonrió ante sus recuerdos. Estabas tan avergonzada cuando te

despertaste esa tarde, ¿verdad, amor? Acarició la oscura cabeza. Me

alegro de que ya hayamos dejado eso atrás. Se dio cuenta de que ahora

era casi al revés: Xena era más propensa a angustiarse si Gabrielle no

estaba acurrucada con ella cuando se despertaba. No te preocupes,

Xena. Daré lo mejor de mí para despertarme siempre contigo.

Como si le leyese la mente, la guerrera se agitó, agarrando más

firmemente el brazo de la bardo. Un largo suspiró salió de sus labios y

acarició con la nariz el pecho de Gabrielle, envolviéndose en la cálida

esencia de la piel de su amante, incluso en el sueño. La bardo permitió

que su compañera se colocase, y después emitió una serie de suaves

trinos de pájaro.

Kallerine apareció en el umbral y alzó una ceja, en cuestión silenciosa.

Gabrielle agitó un dedo, indicándole que se acercase a la cama. —

¿Puedes ir a decir al comedor que aplacen nuestra cena para una

marca más? ¿Y a informar a Morrigan del retraso?

La cazadora asintió, comprendiendo, y dejó sus obligaciones atrás para

que descansasen. Cuando volvió, tanto la bardo como la guerrera

estaban profundamente dormidas.

Cuando llegó la hora de la cena, Xena seguía fuera de juego, así que

Gabrielle pospuso su encuentro con Morrigan hasta el desayuno. Kallerine

acudió solícita a excusarse con Morrigan. La aliviada pelirroja admitió que

estaba completamente exhausta, y más que dispuesta a esperar a que

todas gozasen de una buena noche de sueño. La cazadora había

llevado su cena a la cabaña de huéspedes y después volvió a montar

guardia para la reina.

La guerrera durmió muy mal, despertándose varias veces, confusa,

calmándose por instinto al darse cuenta que era Gabrielle quien la

sostenía. Cada vez que se despertaba la bardo conseguía que se tomara

otra dosis de hierbas. La guerrera alternaba entre fiebre elevada y

escalofríos, pasando por varias camisas de dormir. Milagrosamente, en

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algún punto después de la media noche, cayó en un profundo sueño, y

no se despertó hasta pasado el alba.

Abrió los ojos, parpadeando ante la luz grisácea que se filtraba hasta la

cama. Su cabeza estaba sobre el pecho de su compañera, su cuerpo

reclinado contra el firme estómago de la bardo y sus piernas anidadas

entre las de Gabrielle. Sonrió y giró la cabeza, dejando varios besos sobre

la curva expuesta de un pecho que asomaba por el escote de la camisa

de dormir de la bardo. Gabrielle ronroneó suavemente, sin abrir los ojos,

sus piernas envolviéndose alrededor de las caderas de la guerrera,

atrayéndola más cerca.

—Debes de sentirte mejor—los ojos verdes se abrieron, encontrándose

con un par de pícaros azules.

Como respuesta, la guerrera se trasladó al otro pecho, dándole igual

tratamiento. Cuando una mano trepó para apartar la camisa de la

bardo, Gabrielle la detuvo suavemente. —Ah, ah. Guárdalo para más

tarde, cielo. Vamos a asegurarnos de que estás a pleno rendimiento otra

vez, ¿de acuerdo?

Xena sonrió y dejó un último beso sobre su entretenimiento favorito; o,

más precisamente, uno de sus entretenimientos favoritos. Su mano se

deslizó hacia abajo y bajo la camisa de dormir de la bardo, haciendo

perezosos círculos contra el torneado abdomen con la mano plana. —

Me siento genial—suspiró, contenta, sintiendo los dedos de su compañera

enredarse en su pelo.

—A ver, respira—Gabrielle sonrió, sintiendo un cálido cosquilleo contra su

clavícula. —Ahí no, semental. Siéntate y toma aliento.

Unas cejas oscuras se agitaron y la guerrera obedeció, tomando aire a

sus pulmones. —No hay soplo—respiró más profundamente—Me siento

despejada.

—Bien—la bardo se estiró, extendiendo sus piernas y tensando sus

músculos, agitando los dedos de los pies con placer. —Vamos a tomar un

baño y a prepararnos para desayunar con Morrigan.

Xena frunció el ceño. —¿Qué pasó con la cena?

—Nos quedamos dormidas, cielo—la bardo apartó con una caricia un

mechón errante de delante de los ojos de su compañera. —No podía

despertarte y obligarte a pasar por una reunión, sintiéndote tan mal como

estabas.

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—Gabrielle…—la guerrera empezó a protestar.

—Silencio—la bardo trazó el puchero que hacían los labios. —Morrigan

también estaba cansada. Hacerlo por la mañana es lo mejor para todos.

Xena sonrió y mordió el dedo antes de atraparlo e inclinarse,

estableciendo un ligero contacto con los labios de su amante. Se apartó

y acarició con la cara el cuello de su amante, y después volvió más arriba

con más presión, disfrutando de un largo y perezoso beso. —Mmmm—

acunó la cabeza de Gabrielle con una mano—Ha pasado mucho

tiempo.

—Sí—la bardo empezó a desatar la camisa de dormir de su amante. —

¿Quieres desnudarte conmigo?

—No puedo pensar en otra cosa que prefiriese más—la guerrera ayudó

a Gabrielle a quitarle su propia camisa.

—Entonces métete en la bañera conmigo—se burló la bardo. —Vamos a

tomárnoslo con calma, cielo. Hablo en serio. Si hoy estás bien, entonces

esta noche…—agitó sus pestañas rubias y se las apañó para salir de la

cama y urgir a la guerrera para que la siguiese al baño. —Ven a

acurrucarte conmigo en un buen baño caliente.

No hizo falta repetírselo dos veces, el cuerpo desnudo de su compañera

era el único incentivo que necesitaba Xena para seguir a Gabrielle a casi

cualquier lugar al que quisiera llevarla. Pronto compartieron un buen

baño caliente, lavándose mutuamente y jugando a salpicarse. Cuando

ambas estuvieron limpias, Xena se envolvió alrededor de la bardo desde

atrás, sin conformarse hasta que estuvieron pegadas. —Qué bien se está,

abrazándote—besó el cuello de su compañera.

—Xena—Gabrielle se giró en sus brazos para mirarla. —Sé que no has

estado bien desde que volviste de la cueva, pero para ser tú, has estado

extrañamente mimosa. No es que me queje—añadió, rápidamente—

¿Está todo bien?

—Sí—la guerrera frunció el ceño, mirando atentamente el agua,

pensando. —En parte es porque me gusta sentirte cerca cuando estoy

enferma—alzo en parte la vista y sonrió brevemente. —Cuando estaba

tirada en esa cueva, estoy casi segura de que ya tenía fiebre. Mis ideas

eran bastante confusas. Recuerdo estar allí tirada, temblando tanto que

pensaba que me iba a partir por la mitad. Me dolía cada músculo del

cuerpo, y hubo un momento en que me pregunté si sobreviviría a la

Page 51: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

noche. Fue muy extraño. Te dejé por la mañana pensando que volvería

en unas cuantas marcas. Nunca se me ocurrió que cuando me marché

algo podría…impedirme regresar.

Gabrielle se tensó, y sintió unos dedos que la consolaban acariciándole

la espalda—No me di cuenta de que estabas tan mal—dijo, en un suspiro

tembloroso.

—No estoy segura de haberlo estado—intentó calmarla Xena. —Pero con

la fiebre, pensé que era bastante malo. Recuerdo pensar que a lo mejor

nunca volvía a abrazarte otra vez, nunca volvería a sentir tu cuerpo

contra el mío, y me parecía tan irónico. Me golpeó la certeza de saber

qué rápido se te puede escapar algo tan precioso, y me preguntaba si

había empezado a tenerte…a tenernos…como algo seguro—dejó un

dolorido y tierno beso sobre la frente de su amante. —Nunca quiero tener

por algo seguro, Gabrielle. Quiero atesorar cada momento que pasemos

juntas.

—Si te hace sentir mejor, no puedo recordar la última vez que pensé que

me tuviste por segura—la bardo respiró suavemente en la oreja de su

amante. —Me he sentido muy querida durante mucho tiempo.

—Yo también—Xena capturó sus labios, en un beso casi reverente. La

mayor parte de la pasión anterior se había desvanecido, reemplazada

por una ternura sin prisa, y una simple necesidad de conexión física.

Mordisqueó sus labios durante un largo momento, sin incrementar el ritmo,

hasta que ambas tuvieron necesidad de aire. La guerrera acarició la

frente de su compañera con la suya, sintiendo la respiración de Gabrielle

hacerle cosquillas en su labio superior mientras su pecho se alzaba de

forma irregular. —Te quiero, Gabrielle—acarició los labios de la bardo una

vez más—Por si se me olvida decírtelo durante un tiempo—.

—Me lo demuestras, Xena, cada día—Gabrielle abrazó a su compañera

con más fuerza. —Pero está bien escucharlo de vez en cuando.

Un suave golpe en la puerta indicó la llegada de Morrigan, y Xena cruzó

la habitación para franquearle la entrada. —Morrigan, bienvenida—la

guerrera se echó a un lado, indicándole con la mano que pasase.

Morrigan alzó la vista hacia ella, dubitativa. Se detuvo en el umbral,

quitándose el manto verde musgo. —Gracias—Xena lo tomó y lo colgó

en un gancho de madera.

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—¿Qué te parece tu cabaña?—Gabrielle apareció desde la cocina,

donde estaba preparando algo de té de menta.

—Oh—la pelirroja cerró los ojos durante un momento. —Es encantadora,

simplemente encantadora. Después de días y días viajando, no te

imaginas lo que es dormir en una cama de verdad con un buen fuego

ardiendo en el hogar. Me sentía de pena—sonrió encantadoramente.

—Por favor, siéntate—la bardo indicó la mesa, que estaba cubierta por

un desayuno completo recientemente traído desde el comedor.

—Oh, ah—los ojos de Morrigan se ensancharon, apreciativos—Mantened

esta hospitalidad, y a lo mejor no quiero volver a Eire.

—Hablando de Eire—la guerrera se sentó en la mesa, enfrente—¿Por qué

has venido a verme?

—No tiene pelos en la lengua, ¿eh?—Morrigan alzó una ceja pelirroja

hacia la bardo.

Gabrielle rio—Eso sería bastante exacto, sí—le tendió una cesta de pan

recién horneado y cortado.

Morrigan aceptó, untándola distraída con mantequilla mientras miraba

por la ventana. —¿Por dónde empezar…?

—¿De qué conoces a Hércules?—le preguntó la guerrera solícita. Apreció

las nubes que cubrían los ojos azules de su huésped.

La pelirroja suspiró. —Nos conocimos en el peor de los tiempos, para los

dos. Hércules llegó a Eire desesperado. Estaba de luto, y se culpaba a sí

mismo por la muerte de Iolaus.

—Nos enteramos de eso—interrumpió Gabrielle suavemente. —Gracias a

los dioses que vive de nuevo. No puedo imaginarme lo que habría sido

de Hércules sin él—los ojos verdes parpadearon, y la bardo sintió la fuerte

mano de Xena apretar su muslo bajo la mesa.

—Estaba en su peor momento, igual que yo—Morrigan bajó la vista. —He

hecho cosas terribles y vergonzosas. Pasaré el resto de mi vida pagando

por mi pasado.

Los ojos de Xena se ensancharon durante un segundo. Me pregunto

hasta dónde su historia es exacta a la mía. —Deberías sorprenderte. La

redención puede llegar de los lugares más inesperados—compartió una

mirada cargada de significado con su compañera y su voz era grave al

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hablar—Tengo la sensación de que mi pregunta sobre Hércules y tú

ocuparía otra comida entera. No tienes que…compartir nada que no

quieras.

—Gracias, Xena—Morrigan estudió el solemne rostro. —No es que me

importe contaros mi historia, pero sería mejor si voy al grano del asunto

que me ha traído aquí en primer lugar, si no os importa.

—No nos importa en absoluto—sonrió Gabrielle, cálidamente.

—Hércules no me contó mucho de ti, Xena. Me habló un poco sobre

vuestros viajes, y me dijo que si algún día necesitaba ayuda y él no estaba

disponible, podría recurrir a ti—. Ojos azules se encontraron—Espero no

haber venido en mal momento.

—No—sonrió la guerrera—En absoluto. Hércules es uno de mis mejores

amigos. Le debo mucho. Haría casi cualquier cosa por él, por alguno de

sus amigos.

La pelirroja suspiró, temblorosa. Quizás debería dejar caer aquí la primera

bomba. —Soy la última druida de Eire. He matado al druida guardián de

la justicia, y como resultado yo soy el guardián de la justicia—. Estudió la

sorpresa cuidadosamente controlada en el rostro de sus anfitrionas—Los

otros fueron asesinados más tarde, después de que Hércules me ayudase

a volver al camino correcto. Si no fuera por Hércules, yo también habría

sido asesinada. Estaba con él cuando fueron asesinados.

—¿Quién los mató?—Gabrielle sorbió su té.

—Un dios malvado llamado Dahak—Morrigan vio como la bardo se

atragantaba con el té. El rostro de Gabrielle se tornó pálido como la nieve

que caía fuera, y Xena estaba inmediatamente a su espalda, sujetándola

en la silla.

—Despacio, cariño—acarició suavemente los hombros de su

compañera. —Interpreto que todo esto pasó antes de que Hércules

matase a Dahak.

—Correcto—las cejas de Morrigan se juntaron, por su confusión. —No

quería asustarte. Asumo que ya conoces a Dahak.

—Sí—la guerrera escupió la palabra—Así arda en el inframundo para

siempre.

—No podría estar más de acuerdo, Xena—la pelirroja tomó un bocado

de sus huevos y continuó. —Los druidas no siempre han sido buenos. Su

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historia se remonta más allá de donde se pueda recordar. Durante miles

y miles de años sirvieron a los dioses, normalmente con intenciones

malvadas. Solo con el tiempo se separaron de los dioses y consiguieron

sus propios seguidores. Los dioses no estaban complacidos, e hicieron

todo lo posible para castigar a los druidas y sus pacíficos seguidores.

—Los dioses son egoístas en todas partes—gruñó la guerrera.

—Eso es cierto, por lo menos para mí—Morrigan se reclinó en su asiento,

alisando un tartán azul y marrón que cubría su cintura hasta medio muslo.

—Durante años, los druidas guardaron una reliquia, la máscara de los

antiguos. Lleva incrustadas dos piedras mágicas, los ojos de Eire, y la

máscara junto con las piedras contienen el secreto de los poderes de los

druidas. Incluso en su ausencia, la máscara permite que los dones de los

druidas: fe, misericordia, virtud, y todos los demás buenos espíritus

permanezcan en el mundo. Yo no he sido instruida en los caminos de la

máscara, ni siquiera se me habló de ella hasta que los druidas fueron

asesinados. Se ha mantenido en una cueva secreta, bajo tierra. Ya que

no conocía su existencia, fallé al protegerla.

—Déjame adivinar, ha desaparecido—Xena se inclinó sobre sus

antebrazos, profundamente interesada en los derroteros que estaba

tomando la conversación.

—Exacto—Morrigan suspiró con tristeza—Maven, el guardián asesinado

del conocimiento, vino a mí en un sueño y me avisó de que la máscara

había sido robada. No fue capaz de decirme quién la robó, y tengo la

impresión de que su espíritu estaba atrapado. Dijo que durante mucho

tiempo la máscara estuvo maldita por el dios Kernunnos. Si la máscara

abandonaba algún día el cuidado de los druidas, sucederían cosas

espantosas. Si caía en manos de un dios muerto, podría devolverle a la

vida. En manos de cualquier dios, podría ser peligrosa. Pueden usar los

poderes de la máscara para tomar el control del mundo.

—Dahak—el rostro de Gabrielle se tornó pálido de nuevo.

—No estoy tan segura —Morrigan palmeó la mano de su anfitriona. —Me

inclino más a pensar que Kernunnos mismo intentó robar la máscara.

—¿Por qué piensas eso?—Xena mordió una manzana.

—Porque yo le maté—Morrigan vio tragar a la guerrera un mordisco sin

masticar de manzana.

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—Maldición—Xena se frotó su recién curada garganta—Eso ha dolido—.

Tomó un sorbo calmante de té con miel y sus ojos se estrecharon, mientras

pensaba. —Si Kernunnos robó la máscara, ¿por qué no la ha usado aún?

—Esa es la pieza que falta—la druida se frotó distraída las sienes—Hay más

de un dios o persona implicada en este asunto. He intentado entrar en la

cámara en la que estaba la máscara. Hay una fuerza invisible. Tal y como

yo lo intenté, no pude entrar. Estoy sola en Eire. Inmediatamente le envié

un mensaje a Hércules, pero recibí un mensaje que decía que estaba con

Iolaus de camino a Sumaria para ver a Nebula. No hay forma de

alcanzarle.

—Bueno—Xena se movió en su silla, cruzando un pie calzado sobre el

muslo opuesto. —Independientemente de quién haya robado la

máscara, tenemos que recuperarla. Suena demasiado peligroso que esté

en manos equivocadas.

—Es cierto. ¿Crees que puedes ayudarme, Xena?—los ojos azules de

Morrigan rogaban en silencio.

—Creo que no tengo opción—. La guerrera estudió a su anormalmente

silenciosa compañera—Gabrielle, creo que yo tengo que ir a Eire. Tú no…

—Donde vayas tú, yo voy—la voz de la bardo no dejaba opción a réplica,

y Xena escogió esperar a estar solas para retomar el tema.

—Está bien—los ojos azules volvieron rápidamente a Morrigan. —¿Algo

más que deba saber?

—¿Soy una semidiosa?—ofreció la druida, vacilante.

—A un dinar la docena—devolvió la guerrera—¿Algo más?

—Kernunnos es el padre de mi hija, Brigid—el rostro de Morrigan se cubrió

de preocupación. —Si él ha robado la máscara, tengo que detenerle

antes de que la use para hacerle daño a ella.

Xena cerró los ojos, maldiciendo en silencio a Kernunnos, Dahak y a otra

docena de dioses, solo por si acaso. Hércules, tengo la sensación de que

cuando esto acabe, serás tú el que me va a deber a mí una buena.

Después del desayuno, Xena se excusó y se retiró a los establos,

aparentemente para reparar varias sillas y riendas que usaba para

entrenar a los equinos. Gabrielle toleró la trampa, plenamente

consciente de que su compañera no tenía necesidad de ocuparse de

esa tarea hasta después de su unión, en primavera, cuando empezarían

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las clases de nuevo. La bardo llevó a Morrigan a dar una vuelta por la

aldea, alejadas de la zona de los establos. Obtuvieron miradas curiosas

de varias residentes al pasar, ya que las amazonas no solían tener

visitantes durante el invierno.

La druida parecía especialmente impresionada con el vasto arsenal de

armas que las amazonas mantenían guardadas, y le preguntó a Gabrielle

si le gustaría entrenar después de comer. La bardo lo consideró. Se había

estado sintiendo letárgica por la falta de actividad, y había una parte de

ella que simplemente necesitaba el reto. Sí. Quizás un poco de ejercicio

es exactamente lo que necesito.

Se dirigieron al comedor y se sentaron a la mesa de la reina, situada en

una esquina cerca de la alta ventana que abarcaba toda la zona central

de la aldea. Unas sirvientas trajeron grandes cuencos de estofado

humeante de venado, junto con una bienoliente hogaza de pan de

nueces. Gabrielle atacó la sabrosa ofrenda y se dio cuenta de que su

compañera había sido parte de la partida de caza que las estaba

alimentando durante el invierno.

—Gabrielle, si no te importa…¿puedo hacerte una pregunta?—Morrigan

esperó pacientemente hasta que la reina amazona alzó la vista.

—Claro—Gabrielle sonrió, intentando ser hospitalaria.

—¿Xena está enfadada conmigo por pedirle ayuda?—la druida cortó un

trozo de pan de la hogaza.

—No—suspiró la bardo—Cuando dijo que haría casi cualquier cosa para

ayudar a un amigo de Hércules, lo decía en serio.

—Es solo que no parece estar muy contenta con mi presencia—frunció el

ceño Morrigan.

—Morrigan, Xena y yo tenemos una historia complicada. Unos de nuestros

días más oscuros fueron resultado de cosas terribles que Dahak nos hizo.

Solo mentar su nombre es suficiente para ponernos de los nervios—

Gabrielle esperaba que esa información fuese suficiente para apaciguar

a su huésped hasta que tuviera oportunidad de hablar con Xena y

descubrir qué era exactamente lo que pasaba por la cabeza de la

guerrera.

—Oh, no lo sabía—los ojos de la druida estaban llenos de remordimiento.

—He visto algunos de los caminos malvados de Dahak. Intentó usar a

Iolaus para entrar en el mundo. Hércules tuvo que tomar algunas

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decisiones difíciles—. Hizo una pausa, recordando el cuerpo de Iolaus

sobre un altar. Sabían que Dahak era el espíritu que moraba en el cuerpo,

pero Dahak hizo un trabajo bastante impresionante para encarnar a

Iolaus. Se estremeció. Aquello le rompió el corazón a Hércules. El semidios

se vio obligado a practicar un exorcismo sobre el cuerpo muerto de su

mejor amigo, incluyendo el uso de una daga para hacer algunos cortes

ceremoniales. Dahak simulaba los mismos gritos de dolor que Iolaus

habría emitido si Hércules le estuviese cortando a él. Los dejó temblando

e inseguros. —Creo que le hizo mucho daño.

—No lo dudo—Gabrielle masticó un gran trozo de patata. —No hemos

visto a Hércules desde hace mucho tiempo. Xena y yo no éramos pareja

entonces. Iolaus nos pidió ayuda después de que Serena fuese

asesinada, y Hércules era culpado de ello por sus aldeanos.

—Aah—los ojos de Morrigan miraban fijamente por la ventana,

pensando. —La cierva de oro. Hércules me habló de ella. Me sentí muy

mal por él. No lo ha tenido fácil con las mujeres—. Se giró y dejó escapar

un suspiro triste—Gabrielle, Hércules y yo éramos más que amigos.

—Lo suponía—la bardo recordó la conversación con Ronan. —No quiero

ser curiosa, pero ¿qué pasó?

—Eire me necesitaba y Grecia necesitaba a Hércules—los ojos azules

parpadearon con tristeza. —No podía ser.

—¿Pero le amabas?—Gabrielle no tenía que preguntarlo, estaba escrito

en el rostro de Morrigan.

Hizo una larga pausa, mirando a la mesa y pensando. Al final, la druida

alzó la vista. —Gabrielle, Hércules y yo nacimos con dones únicos, y

responsabilidades únicas. A veces, tienes que escoger entre el bien

supremo y tus deseos.

—El bien supremo—murmuró Gabrielle en voz baja. —Morrigan, a veces

el bien supremo puede redefinirse. Deberías hablar con Xena sobre ello.

Creo que podrías encontrar alivio.

—Ahora mismo, no puedo imaginarme hablando con Xena sobre nada,

no te ofendas—el acento irlandés de la druida se deslizaba sobre los oídos

de la bardo.

—No me ofendo. Xena es mi compañera de vida, e incluso yo a veces

tengo problemas para acercarme a ella—rio Gabrielle entre dientes. —

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Acabemos esto y vayamos a entrenar. Creo que necesito distraerme un

poco.

Morrigan sonrió ampliamente y echó su cabeza hacia atrás, disfrutando

la tercera ronda de entrenamientos. —Eres un oponente difícil,

Gabrielle—rodeó a la bardo, con su daga extendida a la altura de su

pecho. —No había supuesto que tenías este nivel—esquivó un sai,

retrocediendo y parando el segundo sai que siguió al primero.

—Tienes que recordar quién me enseñó a luchar—la bardo sonrió,

saltando sobre la pierna de Morrigan mientras la druida hacía un giro

completo con una patada giratoria. Gabrielle volvió con una patada

directa, penetrando las defensas de la druida, modificando ligeramente

su trayectoria para golpear a Morrigan en el muslo, en lugar de darle un

golpe que habría sido bastante doloroso.

Morrigan rio mientras trastabillaba, antes de recuperar rápidamente el

equilibrio. —Eso dejaría un bonito moratón.

—Xena se contiene cuando entrenamos—Gabrielle alzó sus sais en una

postura defensiva—De otra manera, sería azul y negra durante la mayor

parte del tiempo.

La druida ponderó eso. Era plenamente consciente de la alta y oscura

presencia que se escondía detrás de un árbol, unos pasos más allá del

campo de práctica, pero estaba casi segura de que Gabrielle no sabía

que Xena estaba mirando. Estaba igualmente segura de que, por alguna

razón, la guerrera prefería que así fuese. Estaba oculta en las sombras, y

era bloqueada por varias filas de alegres y curiosas amazonas, quiénes se

habían entregado al inesperado entretenimiento vespertino.

Antes del entrenamiento, Morrigan y la bardo habían decidido hacer un

combate libre, Morrigan luchando con su daga, su arma, mientras que

Gabrielle escogió sus sais. También habían pactado que las patadas,

puñetazos y otros golpes directos estaban permitidos. Había sido una

tarde satisfactoria, y amabas mujeres estaban satisfechas y jadeantes,

cubiertas de una fina capa de sudor.

La druida había sido bendecida con una rapidez de relámpago, uno de

los beneficios de ser una semidiosa. Podía, literalmente moverse de un

sitio a otro en menos de lo que se tarda en parpadear. Para el

entrenamiento había escogido no usar su don, ya que no quería tener

una ventaja injusta sobre una oponente totalmente mortal.

Page 59: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Morrigan ganó la primera ronda, un largo intercambio que acabó

cuando consiguió desarmar a la bardo, sacándole un sai de la mano de

una patada mientras usaba la empuñadura de la daga para desarmarle

la otra. Gabrielle se mantuvo firme, y con sorprendente determinación

destacó en un segundo asalto, ganando al enganchar la daga con las

guardas del sai y retorciéndolo hasta sacarle la daga de la mano.

El tercer asalto determinaría el ganador general. Llevaban

aproximadamente una media marca, y ninguna de las dos mujeres tenía

una ventaja clara. Se habían producido varios intentos, cuando parecía

que la partida se acababa, pero cada vez la supuesta perdedora

conseguía evitar ser desarmada.

La druida caminó rodeando a Gabrielle, mientras las dos mujeres se

miraban, moviéndose en un lento círculo, cada una esperando a que se

moviese la otra. Detrás de ella, Morrigan sintió crecer la impaciencia de

la guerrera, combinada con un toque de ansiedad. Frunció el ceño,

decidida a probarse a un nivel que Xena entendería.

Con súbita fuerza, arremetió hacia delante, metiendo un pie entre los

tobillos de Gabrielle y, con un suave y ágil giro, la bardo cayó de

espaldas. Antes de que pudiera recuperarse, Morrigan pateó un sai de la

mano, enviándolo volando al otro lado del patio. Cuando la bardo

blandió el segundo sai, la druida lo atrapó, desviándolo, obligando a

Gabrielle a rodar de costado y luego sobre su estómago para

mantenerlo.

Gabrielle gruñó con frustración al sentir que su agarre se aflojaba, y sin

poder evitarlo vio el sai abandonar sus dedos. Después sintió el filo de la

daga presionado contra un lado de su cuello. Morrigan se detuvo ahí,

escuchando atentamente. Escuchó el siseo del metal mientras Xena

sacaba el chakram de su sitio en su cadera. La druida giró la cabeza, solo

una fracción de segundo, y los ojos azules se encontraron. Sonrió y apartó

la daga, deslizándola en la vaina de su cintura.

Le tendió una mano a Gabrielle y ésta la tomó, mientras Morrigan la

ayudaba a ponerse de pie. Mientras la bardo se quitaba el polvo de sus

pantalones de cuero, la druida se giró de nuevo y observó. Xena asintió,

un gesto casi imperceptible, y bajó el chakram. La druida cruzó su

antebrazo con el de Gabrielle. —Buena pelea—Morrigan le dio una

palmada en la espalda.

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Gabrielle le devolvió una media sonrisa. —Buenos movimientos. No me

importaría aprender algunos de ellos alguna vez.

—Me alegraría mostrártelos, Gabrielle, cuando quieras—miró

atentamente al árbol de nuevo. La guerrera ya no estaba a la vista.

Ligeros copos de nieve caían regularmente del cielo, ensuciando las

ramas de los árboles y el montón de leña, junto con una figura oscura y

taciturna que estaba reclinada en un banco bajo. Gabrielle se quedó en

el umbral de la puerta, mirando a su compañera, que había estado

sentada al frío desde que terminó la cena. La guerrera no había

aparecido a comer o cenar, y la bardo descubrió por Kallerine que su

compañera había aparecido en la puerta trasera del comedor en ambas

ocasiones, haciendo acopio de un bocadillo, y después desapareció en

el establo de nuevo.

Suspiró. Había sido un día muy largo. Cuando Xena dejó el establo,

Gabrielle se pasó por allí, solo para ver qué había estado haciendo su

compañera todo el día. Los establos comunitarios estaban inmaculados.

La guerrera había limpiado cada casilla, almohazado a cada caballo y

reorganizado los abrevaderos y los almacenes de aperos.

No había una sola cosa fuera de sitio, y los establos olían a dulce y fresca

paja. La bardo sospechaba que los establos de las amazonas rivalizaban

en ese momento con los del Imperio Romano, en cuanto a limpieza y

orden.

La bardo se arrebujó más en el manto y cubrió vacilante la distancia

hacia el banco. —Hola.

Unos tormentosos ojos azules se encontraron con su mirada. La guerrera

asintió, reconociendo su presencia.

—Los establos están genial—Gabrielle se mordió el labio inferior, nerviosa.

—Mmmph—el rostro de Xena mostró el mínimo placer ante la alabanza,

antes de volver a cualquier lugar interior en el que llevaba escondida

todo el día.

Vale. La bardo se acercó más. Esto va a ser más difícil de lo que yo

pensaba. ¿Y ahora qué?

—Buen trabajo en el entrenamiento—comentó la voz grave,

sorprendiendo a Gabrielle hasta el punto en que dio un bote.

—Tú…¿estabas allí?—los ojos verdes eran incrédulos.

Page 61: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Escuché a la gente jalear. Salí a ver qué pasaba—los labios de Xena se

retorcieron ligeramente. —Buen trabajo de tu parte.

—Pero perdí—la bardo suspiró, descontenta, con sus hombros hundidos

por la derrota.

—Gabrielle, es una semidiosa—la guerrera se sintió, de repente, incluso

más triste de lo que ya lo estaba. Pensó en la jovencita de Potedaia que

no podía siquiera sostener una vara en las manos, e intentó reconciliarla

con la mujer que estaba parada delante de ella. Gabrielle había estado

a la altura de la druida durante casi todo el combate, aunque la rubia

estaba preocupada por perder. ¿Cuándo se ha vuelto tan competitiva?

¿Yo he instigado eso?

—Lo siento mucho—susurró Xena, y bajó la vista a su regazo, apartando

la suave capa de nieve que se acumulaba en su manto.

—¿Por qué?—la bardo se sentó con cuidado, quedando al borde del

banco. —Xena, mírame, por favor.

La guerrera nunca había parecido tan perdida. Al mirar hacia arriba,

Gabrielle pudo ver una dolorosa tristeza en las profundidades de los ojos

azules, como si pudiera ver el fondo del alma de Xena. Gritó suavemente

en respuesta, un gemido ahogado acompañado por lágrimas ardientes

que se acumulaban en sus ojos y amenazaban con caer por sus mejillas.

—Xena—el nombre era una plegaria sin aliento—Por favor, no me dejes

fuera. No lo soporto. Cuando a ti te duele, a mí también.

Unos largos brazos se extendieron y la atraparon, y la bardo se encontró

envuelta en un fiero y rompedor abrazo. Podía sentir temblar a su

compañera, el palpitar del corazón de la guerrera y su respiración, como

irregulares corrientes contra la parte de atrás de su cuello. —Eres la cosa

más preciosa del mundo para mí—jadeó la voz grave.

—No pasa nada—Gabrielle acarició la cabeza morena, acunada

suavemente en los brazos de su compañera.

—No—Xena expulsó un jadeo enfadado. —Sí que pasa. Yo te llevé allí. Yo

te dejé sola. No estuve allí para ti, y ambas pagamos el precio por ello. Si

no te hubiera recuperado…si no nos hubiera recuperado…me habría

matado. No me merecía que volvieses, y no sé por qué, en nombre de

todo lo que es bueno, he sido suficientemente bendecida para tenerte

en mi vida. Maldita sea si te llevo de vuelta allí.

Page 62: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Bueno, la bardo continuó con sus movimientos de consuelo silencioso.

Tenía razón. Había sospechado que Xena se debatía con sus recuerdos

de Britania y su promesa. Nunca te volveré a dejar atrás, Gabrielle. —

Xena—la bardo continuó sosteniéndola con fuerza, con su mentón

colocado sobre el hombro de la guerrera. Habló suavemente al oído de

su compañera. —No vamos a ir a Britania, vamos a Eire.

—Está suficientemente cerca—murmuró la voz con tozudez.

—Vale, sí…lo está—Gabrielle se apartó, solo lo suficiente para mirarse a

los ojos. —No sabemos si Dahak es parte de esto…

—No me importa—los ojos de Xena centelleaban. —Si hay la más mínima

posibilidad…—. Estampó su puño contra el cojín sobre el que estaba

sentada. —Estaba allí, Gabrielle. Lo vi. ¿Crees que no sabía lo que Dahak

te estaba haciendo? ¿Sabes cuantas veces he querido morir porque

sabía que fui yo la que te llevó allí? Y…no pude…detenerle. Me rasgó en

mil pedazos. Sigo sin haberlos recogido todos—la guerrera temblaba

incontrolablemente. —No iré. Eire se puede ir al Tártaro.

Las palabras golpearon a la bardo casi con fuerza física. Habían hablado

de Dahak, de Britania y de todo lo que pasó después. Habían hablado

de ello hasta ponerse moradas. Aun así, era la primera vez que la guerrera

expresaba lo dolorosa que había sido de ver la violación de Dahak.

Gabrielle se estremeció y alzó la vista al cielo cubierto de nubes. —Xena,

vamos dentro. Hace frío—se movió lentamente y le tendió sus manos—

Vamos.

La guerrera se permitió ser guiada dentro de la cabaña y fue vagamente

consciente de la desaparición de su manto. Antes de que se diese

cuenta, estaba sentada en la cama, llevando su camisa de dormir más

vieja y más suave, y Gabrielle estaba de nuevo en sus brazos. —Puedo

librarte de tu promesa—la bardo cerró los ojos, deslizando su mano

distraída por el brazo de su compañera.

—¿Te quedarías si te lo pidiese?—Xena bajó la vista, dejando su mentón

sobre la cabeza rubia.

—Lo haría, pero no sé qué encontrarías al volver, Xena—la bardo habló

en voz baja. —Soy parte de ti. Y estás tan profundamente en mí que no

puedo decir dónde empiezas tú y termino yo. No es un viaje rápido a Eire,

y no tenemos ni idea de a qué te enfrentarás cuando llegues allí. Y

sí…algo te pasase…si no volvieses…—dejó morir la frase, con tristeza. —

Page 63: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Xena, sé que quieres que me quede aquí para mantenerme a salvo. Pero

dejarme…creo que me haría más daño que ir contigo. Tú eres mi vida.

Xena tragó audiblemente, luchando contra una fuerte oleada de

emoción. —Gabrielle, no importa lo que me pase, sigues teniendo a tu

familia, y a las amazonas. La vida seguiría…

—¡No!—espetó la bardo. —Tú eres mi familia. Si tu vida llega al final, la mía

también lo haría. Mi cuerpo podría seguir, pero mi alma estaría muerta.

Xena, quiero despertarme contigo cada mañana, y estar a tu lado cada

noche. Te seguiré, durante el resto de mi vida. Y si llega el día en que no

te despiertas, rezaré a los dioses porque mi final llegue rápidamente. Me

dijiste una vez que le había dado significado a tu vida. Tú me has dado

más que significado, Xena, me has dado la vida.

—No tengo por qué ir…—ofreció la guerrera, en vano.

—Sí, si tienes—Gabrielle se sentó, deslizando el dorso de su mano sobre

sus ojos. Sorbió y se estiró, tocando el rostro de su amante en un gesto

simple y familiar que provocó que los ojos de la guerrera se cerrasen

como reflejo. —Es quién eres. Lo sé. Lo acepto. Si empiezas a renunciar a

lo que eres…por mí…te perdería mucho antes de tu muerte. Ayudas a la

gente que no puede ayudarse a sí misma. Es lo que haces. Y te seguiré,

te ayudaré, y te…cuidaré. Eso es lo que yo hago.

Los dedos de la bardo jugaban sobre la piel suave de su compañera,

deslizándose de aquí allá sobre una mullida mejilla. —Nunca me ha

importado caminar a tu sombra, Xena. Es el lugar más cálido y seguro de

la tierra—capturó una lágrima solitaria mientras rodaba por la mejilla de

Xena.

—Qué cosas—la guerrera ofreció a su compañera una sonrisa torcida y

diminuta, con sus labios temblando ligeramente. —Siempre he pensado

que por donde tú vayas las sombras desaparecen. Por es siempre hay

tanto calor.

—Entonces, por favor, no me pidas que me quede aquí—susurró

Gabrielle.

—No lo haré—Xena la atrajo a un suave abrazo. —Te prometí que no te

volvería a dejar atrás, y no rompo mis promesas—besó la parte superior

de la cabeza de la bardo y después su frente, mordisqueando su camino

descendente por su mandíbula.

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Entonces sus labios se encontraron, lentamente al principio, en lo que ella

intentaba que fuese una suave reafirmación. Pero las emociones eran

demasiado profundas entre ellas, y se encontró sumergida rápidamente

en una cálida ola de pasión. Gabrielle respondió, atrayéndola más cerca

e invitándola a explorar más allá. —Recuerdo haberte hecho una

promesa esta mañana—sonrió la bardo contra su boca. —¿Cómo te

sientes?

—Lista para tomarte la palabra—la guerrera ya estaba tirando de las

ropas de su amante, dejándolas a un lado y bajando a Gabrielle sobre el

colchón. Gruñó suavemente cuando desapareció su propia ropa y sus

pieles se tocaron en una explosión de sensaciones. —Mmmm—ronroneó

la guerrera en el oído de su amante—Qué bien.

Gabrielle se arqueó hacia arriba, deslizándose contra su amante e

incrementando el contacto, mientras sus manos vagaban por una

musculosa espalda. Gritó cuando unos labios llenos la clamaron, creando

un lento camino desde su boca, su cuello y sobre uno de sus pechos.

Xena usó su lengua para buen efecto, obteniendo un sonido

estrangulado e ininteligible de la garganta de la bardo. —Oooh—se

movió al otro pecho—Me pregunto si puedo hacer que lo hagas otra

vez—. Repitió sus movimientos y rio entre dientes cuando su amante

obedecía.

Xena continuó provocando a la bardo, prestando especial atención a

sus pechos, y a la sensible piel del interior de sus muslos, pero nunca

llegando al lugar donde Gabrielle quería que la tocase. Gabrielle

jadeaba, frustrada, ofreciendo pequeños gemidos de ánimo cuando los

largos dedos se hundían entre sus piernas. Al final, agarró la mano de la

guerrera—Xena, por favor.

Intentó guiar la mano ambulante a donde la quería, solo para encontrar

los papeles cambiados cuando la guerrera tomó su mano, besando

suavemente los dedos de la bardo antes de deslizaros sobre su estómago

liso como una tabla. —Enséñame lo que quieres—jadeó Xena en su

oído—Tócate, cariño.

Gabrielle se sonrojó y dudo, pero la cálida y ansiosa pasión en los ojos de

Xena la animaron y su mano cayó entre sus muslos. La guerrera se puso

de lado, acurrucada contra el cuerpo compacto para poder tener mejor

vista. Continuó usando sus dedos para tentar los pechos de su amante,

ocasionalmente bajando su cabeza y besando a la bardo. Xena observó

Page 65: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

los ojos verde oscuros, observando el calor que se incrementaba allí, con

su propio deseo creciendo hasta estar a la par al de su compañera.

—Dioses, te deseo—se presionó contra la bardo, capturando un lóbulo y

repasándolo con la lengua. —¿Quieres que me encargue yo?

Gabrielle gimoteó y asintió, la mano que no tenía ocupada estirándose y

bajando el rostro de la guerrera para darle un prolongado beso. Xena

gimió suavemente, tentando los labios de la bardo durante un momento.

Se apartó y estudió el rostro acalorado. —¿Quieres mi mano, o mi

boca?—se rio entre dientes cuando una mano insistente la empujaba

con determinación sobre su cabeza. —Sea la boca, entonces.

Besó su camino descendente por el musculoso estómago, pausando

para prestar atención al ombligo de su amante mientras usaba sus

hombros para acariciar y separar suavemente las piernas de la bardo. Se

acercaba a uno de sus lugares de juego favoritos, y suspiró de contento.

A Xena le encantaba todo el cuerpo de Gabrielle, y la esencia de la

pasión de la bardo aumentaba a varios niveles su propia pasión. —Eres

tan preciosa—hizo una pausa para rendir enamorado tributo visual a las

partes más privadas de la bardo, antes de descender más, besando los

muslos de Gabrielle y, finalmente, dándole a su amante el beso más

privado de todos. Con la experiencia nacida de las muchas noches que

habían pasado juntas, al final utilizó sus labios y su lengua, llevando a

Gabrielle al borde del precipicio y más allá. Ya que no podía hablar, estiró

una mano para acariciar el estómago de la bardo en un movimiento

tranquilizador, trayendo a su amante de vuelta lentamente.

Trepó de nuevo sobre el cuerpo de Gabrielle, acariciando su cuello con

su rostro, mientras se colocaba para montar uno de los firmes muslos de

la bardo, con su propio deseo ya a un nivel que no podía negar por más

tiempo. —Te necesito tanto—bajó el resto del cuerpo, deslizándose

sensualmente contra la pierna de su amante. Gimió al sentir dos firmes

manos agarrar su trasero, guiando sus movimientos. —Mmm—dobló el

cuerpo hacia arriba—Bésame.

Gabrielle estiró una mano, enredando sus dedos en el largo cabello,

atrayendo a Xena hacia delante y consumiendo los labios llenos con una

serie de largos y profundos besos, mientras las puntas de sus dedos se

deslizaban sobre unos sensitivos pechos. La bardo se apartó, mirando a

la guerrera. Le encantaba mirar a Xena así, tan salvaje y libre, pero aun

así tan vulnerable al mismo tiempo. —Vamos, Xena—la bardo la besó de

nuevo—Enséñame lo bien que se siente.

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Con un gruñido desde lo más profundo de su garganta, la guerrera se

dejó ir, compartiendo su liberación con los ojos entrecerrados que

amenazaban con consumir a Gabrielle. La bardo jadeó ante la

sensación, una intimidad compartida que casi era demasiado. Al final, la

guerrera se derrumbó en sus brazos, la mujer más alta destinando todas

sus energías a seguir respirando, mientras los dedos de Gabrielle jugaban

suavemente sobre su espalda. —Te quiero, Xena—susurró contra la piel

caliente. —Gracias por respetar mi necesidad de ir contigo.

—Mmm—la guerrera se apartó de encima de ella, aterrizando a su lado

y estirando una mano, usando su palma para acariciar largamente el

torso de Gabrielle. —No sé en qué estaba pensando.

—¿Qué quieres decir?—sonrió Gabrielle, inclinando la cabeza en

cuestión.

—No sé cómo he podido siquiera pensar en salir corriendo a Eire sin ti—le

ofreció a su amante una pequeña y sexy sonrisa. —No puedo imaginarme

estar tanto tiempo sin tocarte. O sin sentir cómo me tocas.

—Solo uno de los muchos beneficios que tiene aguantarme—la bardo se

movió y se acurrucó en los largos brazos que se cerraron a su alrededor,

atrayéndola más cerca hasta que sus cuerpo se tocaron en toda su

extensión.

Xena sintió el cuerpo de su compañera moldearse contra su costado, y

el sólido palpitar del corazón de su amante contra sus costillas. Sus dedos

empezaron automáticamente un suave masaje sobre los torneados

músculos de la espalda. —Esos beneficios están muy a la superficie de lo

que tú significas para mí—susurró en una oreja convenientemente

colocada, antes de dejar varios besos sobre la cabeza rubia.

Gabrielle suspiró y enterró su rostro contra el cuello de Xena. En poco

tiempo, la guerrera sintió la cálida respiración sobre su piel ralentizarse,

señal de que la bardo estaba dormida. Se estiró para colocar las mantas

sobre ellas. Mañana, pensó, empezaremos a planear este viaje. Liberó sus

miedos. Mañana llegaría demasiado pronto. Lo que sentía ahora mismo

era demasiado precioso, y estaba decidida a hundirse en ese lugar que

quedaría más allá del miedo.

Reforzó su agarre, agarrándose a su amor.

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El fuerte viento que soplaba de frente hacía pensar al grupo de viajeras

que no estaban avanzando, mientras el frío intenso mordía sus rostros y

penetraba incluso las pieles más gruesas. Los caballos avanzaban lenta y

trabajosamente, haciendo lentos y dolorosos progresos sobre la profunda

nieve, mientras su aliento se vaporizaba en el aire frente a ellos. A pesar

del viento y el frío, la parte más difícil del viaje quedaba ya detrás de ellas,

ya que habían atravesado ya los altos y peligrosos pasos de montañas y

ahora iban cuesta abajo. Con algo de suerte, llegarían a los muelles de

Pirgos en unos cuantos días.

Xena se apartó la capucha de la cabeza y miró atrás, apreciando la

partida. Tomó aliento profundamente, inhalando el frio aire y permitiendo

que éste la despejase. Gabrielle y Morrigan no parecían compartir su

afinidad con el frío, ambas directamente detrás de ella, y ninguna de las

mujeres pronunciaba palabra en tan heladas condiciones. Siguiéndolas

iban Amarice y Kallerine, con Eponin y Raella cerrando la marcha. Todas

daban pena. Satisfecha de que todas siguiesen el ritmo, la guerrera se

volvió a poner la capucha y avanzó.

Llevaban dos días viajando. Gabrielle dejó a las amazonas en las

capaces manos de Chilapa, mientras Xena escogía a su unidad de

guardia. Le dijo a Gabrielle que quería un grupo de confianza, ya que no

sabían a lo que se enfrentaban. Eso era parcialmente cierto. Sus labios

formaron una fina y tenebrosa línea. Quiero que esté rodeada de amigos

si algo me pasa.

La verdad era que, normalmente, Xena no gustaba de viajar con un

grupo tan grande. Cuanta más gente se les uniera por más cuellos tendría

que preocuparse si eran atacadas o se encontraban con unas

condiciones meteorológicas adversas. Habría preferido viajar solo con

Gabrielle y Morrigan, pero otros factores habían desencadenado su

decisión de convocar los servicios de cuatro amazonas más.

Morrigan había dejado a Bridgid en Eire con Bronagh y su familia, amigos

de su aldea natal. Su primera tarea nada más llegar a Eire sería dejar a

Raella y Amarice con Bridgid para mayor protección. Ambas amazonas

eran luchadoras experimentadas y la guerrera no quería dar opción a

errores si la vida de una niña inocente estaba de por medio,

especialmente si la máscara que intentaba recuperar era pieza

importante en el juego sucio de varios dioses.

Eponin y Kallerine habían sido sus dos opciones más obvias. La guerrera

confiaba su vida a ambas amazonas, y también su compañera. Las

Page 68: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

necesitaba. Xena no podía soportar la idea de que Gabrielle estuviese

sola si algo llegaba a pasarle a ella. Pony y la cazadora se encargarían

de que Gabrielle volviese a Grecia sana y salva.

Con cada paso crecía su aprensión. Lo odiaba. Tengo que deshacerme

de esto antes de llegar a Eire. El miedo es mi enemigo. Aun así no lograba

apartarla de sí: una irritante duda sobre su misión y sus consecuencias.

Una vaga sensación de temor se había asentado en su subconsciente, y

sabía que iba a ser incluso más difícil de lidiar con ella de lo que lo era

normalmente, alternando hablar mal a cualquiera que se dirigiese a ella

o recompensándoles con el completo silencio.

Contra todos sus instintos protectores, Gabrielle estaba con ella. Los

acontecimientos de Britannia volvían a repetirse una y otra vez en su

mente, e invadían sus sueños. Se despertó agotada ambas mañanas de

lo que llevaban de viaje, sintiendo que no había dormido en absoluto.

Extrañamente, no sentía el miedo de Gabrielle. El don de Lao Ma, la

habilidad de sentir el miedo de aquellos que amaba, permanecía

inactivo, innecesario ante la luz de la confianza honesta y profunda de la

bardo en ella. Mientras Xena se retorcía en su petate cada noche,

Gabrielle dormía como un bebé.

Alzó la vista, maldiciendo en voz baja las nubes que se cerraban, de gris

oscuro, cargadas de nieve. Supongo que un viaje sin tormentas era

mucho pedir. Llevó a Argo a un lado del camino y esperó a que todas la

alcanzasen. —Tenemos que movernos más rápido. Hay una cueva de

buen tamaño a dos marcas de aquí, con un buen túnel entre la entrada

y la sala principal de la caverna. Si tenemos suerte, llegaremos allí antes

de que esas nubes se abran y nos empapen.

El resto del grupo alzó la vista, y reflejaron todas las reacciones entre el

miedo y el fastidio. Gabrielle se aclaró la garganta, su voz rasgada al no

haberla usado. —¿Necesitamos recoger leña ahora y llevarla con

nosotras, por si acaso? Si empieza a nevar mucho antes de que

lleguemos, a lo mejor no somos capaces de cortar ninguna.

—Bien pensado—la guerrera se estiró para recuperar una pequeña

hacha de un gancho a un costado de la silla. —Construiré una litera para

llevarla si vosotras empezáis a recogerla.

—Xena—Morrigan desmontó y, a grandes zancadas, se dirigió a Argo a

través de la nieve que cubría hasta la cadera, debido a su estatura. —

¿Por dónde está la caverna?

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La guerrera miró atentamente al camino. —Hay un cruce en el camino,

por ahí. Tomaremos el de la derecha. Hay un poyo al comienzo del

camino que nos lleva a la caverna. Es bastante obvio. Creo que es normal

usarla como refugio, y el camino está despejado de árboles para hacerlo

suficientemente ancho para que pasen bien caballos. Solo seguiremos el

camino hasta que muera en la cueva. Es fácil.

—Si me das el hacha…—la druida tendió su mano cortésmente—Me

adelantaré y abriré camino, cortaré algo de lecha y prenderé un fuego

para cuando lleguéis a la caverna.

—¿Cómo puedes…?—Xena le tendió el hacha, incluso mientras hablaba,

observando un ligero brillo travieso en los ojos azules de Morrigan.

—Te veré pronto—la druida tomó el hacha—Probablemente, en menos

de dos marcas, si os abro un buen camino. Cuida de mi caballo, ¿por

favor?

Y con esto, la druida salió disparada, con sus piernas como un borrón

informe. Desapareció de la vista, dejando a cinco amazonas pasmadas

y a una guerrera riendo entre dientes. Detrás de ella, la nieve del camino

salía volando a los lados, dejando una bonita estela para que ellas la

siguiesen.

—Bueno, creo que yo voy sobre un pegaso con una ala—Eponin sacudió

la cabeza, impresionada. —¿Cómo Hades se mueve tan rápido?

—Es una semidiosa—contestó Kallerine

Xena y Gabrielle intercambiaron una mirada cómplice. —Sea como sea,

deberíamos movernos y aprovecharlo—la guerrera apretó suavemente

los costados de Argo y el palomino retrocedió de nuevo al medio del

camino. La yegua arqueaba el cuello, inquisitiva, disfrutando de las

condiciones de relativa calma. El resto de la nieve del camino de

Morrigan casi no llegaba a cubrir sus cascos, y aceleró el paso de motu

propio, brincando. Xena la animó, chasqueando la lengua y urgiéndola

en una carrera contra el tiempo y la naturaleza.

Las demás la siguieron denodadamente. Gabrielle miraba preocupada

al cielo. Casi podía oler la nieve. Sabía que no era lógico, que la nieve no

tenía el mismo olor distintivo que la lluvia. Aun así, había un toque de frío

limpio en el aire. Se estremeció, a pesar de que estaba bastante caliente,

embuchada por su manto nuevo y unas cuantas capas de ropa debajo,

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incluyendo sus propios cueros de piel de ciervo, un regalo de Xena tras la

caza de otoño de las amazonas.

Sus cueros consistían en unos pantalones de ante y un corpiño de manga

larga de ante. El corpiño era largo, caía hasta las rodillas con un

dobladillo de flecos. Después de que la guerrera terminase de hacer el

conjunto básico, había añadido meticulosamente plumas decorativas y

hueso en el frontal del corpiño. Completando el conjunto, Xena también

le había hecho un pesado par de botas de ante hasta la rodilla, forradas

de lana de cordero, que mantenían sus pies achicharrados de calor.

Agitó los dedos de sus pies, contenta y agradecida por el talento de su

compañera para coser.

—Shh—Xena sostuvo una mano alzada hacia atrás, usando el lenguaje

de signos para indicar que debían detenerse y permanecer quietas.

Gabrielle miró hacia arriba, siguiendo la línea de visión de la guerrera.

Arriba, tras los árboles, un ciervo las miraba fijamente, olisqueando el aire

con su morro negro. La mano de Xena se deslizó en silencio hacia un arco

y una aljaba de flechas que tenía colgados de la silla de Argo. Ante de

que cualquiera de ellas se diese cuenta de lo que estaba pasando, el

resonar de la cuerda del arco llegó hasta sus oídos y una flecha solitaria

se hundió en el corazón del animal. Cayó al suelo instantáneamente, sin

llegar a saber qué le había golpeado.

—Bien—gruñó la guerrera, guardando el arco. —Si podemos secar y

ahumar lo que no nos vayamos a comer esta noche, deberíamos tener

una buena reserva de carne para el viaje en barco, sin tener que

comprar mucho más en Pirgos—guio a Argo hasta el ciervo caído y

desmontó, desenfundando una gran daga de su bota.

Gabrielle también desmontó, abriéndose paso entre los árboles hasta

llegar al lado de Xena—¿Necesitas ayuda?

—Nah—la guerrera ya estaba haciendo un corte limpio en el vientre del

animal. —Voy a darte alguna de esta carne para que la vayas llevando

y empieces a cocinarla. Yo prepararé el resto para secar y ahumar

durante la noche.

—Genial. Buen trabajo, cielo—la bardo estiró una mano, acariciando el

hombro cubierto de lana de su compañera. Sintió el hombro encogerse,

y sacó la mano. Sabía que era inconsciente, y no dirigido a ella

personalmente, pero dolía igual. Las defensas de la guerrera se habían

disparado desde que dejaron la aldea, y Gabrielle juraba que estaba tan

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de punta que medio esperaba despertarse y descubrir que su

compañera había criado púas durante la noche. Se sentó sobre sus

piernas en silencio, apartada de su camino, esperando a que Xena

terminase de cortar un buen puñado de filetes de venado.

La guerrera envolvió la carne en un trozo de piel y se la tendió a su

compañera, sin mirarla, ya metida en su tarea. —Ve. Te veré en la cueva

en un rato.

—Está bien—Gabrielle se levantó y se quitó la nieve de las piernas. —

Quieres…em…¿quieres que saque nuestras pieles de la silla de Argo y me

las lleve, para que montemos ya el campamento?—. ¿Piensas compartir

un petate conmigo esta noche, siquiera? La bardo se dio un tortazo

mentalmente, alegrándose de que el último comentario se hubiese

quedado dentro. No hubiera hecho mejor las cosas.

Xena hizo una pausa, apreciando la duda en la voz de su compañera.

Suspiró en silencio. Por favor, Gabrielle, no me hagas las cosas más difíciles

ahora. —Sí, sería genial—se medio giró y consiguió sonreír. Los ojos verdes

la estudiaron, y parte de la duda desapareció del rostro de Gabrielle.

La bardo se metió el paquete de carne bajo el brazo y estiró el otro para

palmear el ancho hombro una vez más, esta vez sin sentir el

encogimiento. Xena volvió a mirarla. —Lo siento.

—Lo sé—apretó el hombro.

—Hay…em…en esa cueva, hay una bonita habitación más pequeña. La

principal está al final de un túnel largo, como dije. Cuando entras en la

habitación principal, si sigues a la derecha, hay una más pequeña—hizo

una pausa, sus largas pestañas negras parpadeaban lentamente. —

Cógela para nosotras. Si no recuerdo mal, ya hay en ella un hoyo para el

fuego en el medio, así que podremos tener nuestra propia habitación y

nuestro propio fuego.

La bardo estudió a su compañera, con la capucha caída hacia atrás y

el largo cabello negro desparramado, libre, sobre sus hombros. Sus

mejillas bronceadas estaban teñidas de un color rosado favorecedor, por

el frío, y sus ojos eran de una vibrante sombra azul. Gabrielle decidió que,

contra la capa de nieve blanca, nunca había estado tan bella. —Suena

acogedor.

—Lo es—comentó Xena, despreocupada, recolocándose para sujetar

mejor el venado. —Será estupendo cuando haya un fuego dentro.

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También bastante privada. Incluso podemos derretir algo de nieve y

calentarla, para tomar un baño improvisado.

—Dioses, que suena bien—sonrió la bardo. —Aunque haga frío, estoy

empezando a sentirme un poco maloliente.

—Nah—los labios de Xena se torcieron en una extraña media sonrisa, e

inclinó la cabeza hacia un lado. —Tu olor natural…es…oh, no importa—

dejo la frase sin acabar e inclinó la cabeza, dedicándose con más ahínco

a su tarea mientras la media sonrisa se transformaba en una completa y

sacudía la cabeza, divertida. —Ve—la guerrera le hizo un gesto con una

mano llena de sangre—Guía a tus súbditas hasta la caverna, mi reina. No

tardaré.

Gabrielle apreció la nota de burla, junto con lo que estaba segura era un

sonrojo que no tenía nada que ver con el frío. —Sabes, si te tomas tu

tiempo, probablemente llegues a tiempo para cenar y para saltarte las

faenas previas.

—Bien pensado—rio Xena. —Salvo porque la tormenta se acerca y tengo

que adelantarme para poner esto a ahumar. Le llevará toda la noche.

—Oh, cierto. ¿Te cavo un hoyo para tu hoguera?

—Sí—centellearon los ojos azules. —Que lo haga Pony. Mejor será para

ella.

La bardo rio y volvió hasta las amazonas, donde esperaban a una

distancia cortés de la pareja. Remontó a Estrella, moviéndose

ligeramente en la silla y recolocando el manto. —Vamos, tenemos que

hacer una cena y acampar antes de que caiga la nieve.

—Gabrielle—Raella se dejó caer a su lado—¿Puedo tener unos

momentos contigo esta noche después de cenar?

—Por supuesto—la bardo la miró, especulativa. —¿Pasa algo?

—No. Ahora no—sonrió Raella—No he oído lo que Xena y tú estabais

hablando, pero estaba observando, y juro que la transformación en ella

ha sido visible claramente, incluso desde donde estábamos nosotras. Solo

me preguntaba si podías darme algún consejo…¿cómo podría yo…?

—¿Patear un culo guerrero cuando su comportamiento necesita

corrección?—terminó Gabrielle por ella, sonriendo conspiratoria.

—Sí, exactamente—Raella miró atentamente a Eponin.

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—Eh—la maestra de armas había estado cabalgando con la oreja

puesta, y avanzó furtivamente hasta su alta y pelirroja compañera. —Yo

no me parezco a ella.

—Sí te pareces—dijeron Raella y Gabrielle a la vez, estallando en

carcajadas. Eponin se limitó a gruñir y volver a su sitio en la fila.

Chisporroteaba un fuego alegre que enviaba un brillo anaranjado sobre

las paredes escarpadas de la habitación principal de la caverna. La

cena había pasado hacía mucho, y todo el mundo se había retirado a

cámaras más pequeñas y privadas. Todas salvo Morrigan, que se

encontró sola. Se sentó cruzando las piernas sobre sus pieles de dormir,

que estaban estiradas cerca del juego. Ella y las demás habían acordado

un horario de vigilancia, y ella había estado de acuerdo en hacer el

primer turno. Mientras se calentaba las manos, mantuvo un oído siempre

atento al túnel que guiaba hasta la salida de la caverna.

Al fin estalló la tormenta de nieve, viento aullando en el exterior y

colándose de vez en cuando en la cueva. Detectó un cambio en la

música exterior que indicaba que lo grueso de la tormenta estaba en

curso. Suspiró y pensó en su hija—Que duermas bien, amor—susurró

suavemente.

Una voz profunda tosió detrás de ella y se giró. —Oh—se relajó—Xena. No

te he oído llegar.

—No podía dormir—respondió la guerrera bruscamente. —Me imaginaba

que podría empezar mi turno antes, si quieres cambiar.

La druida recordó la sugerencia de Gabrielle de hablar con Xena y

estudió sus manos brevemente, antes de alzar la mirada. —No tengo

mucho sueño esta noche. ¿Te gustaría hacerme compañía?

La inesperada oferta la pilló con la guardia baja, y la espalda de la

guerrera se quedó rígida durante un momento. No estaba acostumbrada

a que los extraños buscasen su compañía. —Em—hizo una pausa y

recorrió con la mirada el pequeño enclave—Claro—. Se sentó sobre una

roca plana, frente al fuego, y tomó un palo para jugar con las brasas para

tener las manos ocupadas.

Xena inclinó la cabeza, escuchando la tormenta. —Supongo que no hay

mucha necesidad de vigilar esta noche, ¿eh?

—No—Morrigan dejó con descuido sus antebrazos sobre sus piernas

cruzadas, haciendo dibujos sin forma sobre el suelo polvoriento de la

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caverna. —No puedo imaginarme a nadie saliendo en una noche como

esta—un latido—Bueno, ¿has estado en Eire?

—No—una expresión de dolor ensombreció los oscuros rasgos. —Creo

que he estado en todas partes salvo allí.

—He oído hablar de algunas de tus conquistas, Xena—la druida escogió

sus palabras cuidadosamente. —El Valhala no está tan lejos de mi hogar.

La guerrera cerró los ojos e, inconscientemente, acarició con su pulgar su

dedo corazón, aún capaz de imaginar la tóxica sensación del oro del

Rhin contra su piel. Se estremeció y miró con tiento a su acompañante.

—Si has oído hablar solo de la mitad del caos que desperté en el Valhala,

me sorprende que hayas venido a pedirme ayuda.

—Ah, ahí está la ironía—Morrigan clavó sus ojos en los suyos. —Te diré, yo

misma he destrozado otras vidas. Difícilmente podría juzgar a nadie.

Hmmmmph. Xena evaluó la diminuta figura que tenía enfrente,

intentando imaginar qué demonios podría haber hecho una persona tan

pequeña que fuese tan horrible. —Tú has oído hablar de mí, pero yo no

sé nada de ti—. Prefirió no compartir con ella las breves observaciones

que había hecho Ronan, teniendo en cuenta la relación de Morrigan con

Hércules. —Yo solo era un escuerzo de dos palmos, una niña, hasta que

Ares me encontró. Hizo de mí una señora de la guerrera. Le seguí

ciegamente. Habría hecho cualquier cosa por él. Le serví a él, y a ningún

otro dios.

—Yo tenía una relación similar con Kerunnos—Morrigan tenía el sabor

amargo de la bilis en la boca mientras el nombre de su pasado amante

escapaba de su lengua. —Me sedujo y después de dar a luz a Brigid me

abandonó. Hice cosas terribles. Di caza y asesiné a todo seguidor de los

druidas.

—Yo crucifiqué a cualquiera que me retaba—Xena se acercó más al

fuego, levantando las rodillas y envolviéndolas con sus brazos.

—Arranqué los corazones de los pechos de los hombres—la druida

sacudió con tristeza la cabeza.

—Fui la culpable de la muerte de mi hermano—ofreció la guerrera.

—Permití que Kerunnos criara a mi hija, en lugar de luchar por ella.

—Entregué a mi hijo…—Xena se detuvo. Entregué a mi hijo a los

centauros. Sintió un puño apretándose sobre su corazón. No había

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participado en un alarde de superioridad tal desde sus días de señora de

la guerrera. —Míranos.

Morrigan parpadeó, en shock, y su corazón se hundió en su pecho. —A

veces miro atrás y no puedo creer que fuese yo la que hizo todas esas

cosas horribles.

—Sí—la guerrera estaba total y absolutamente de acuerdo con ella.

—Si no fuera por Hércules…—dijeron a la vez y se detuvieron, con los ojos

grandes al reconocer todo lo que tenían en común.

—Hércules—susurró Morrigan, con una expresión de anhelo en el rostro

que no pasó desapercibida para la guerrera. —¿Cuán bien le conoces,

Xena?

Los labios de la guerrera se torcieron en una diminuta sonrisa. Creo que

no tiene necesidad de saberlo. —Él…fue la primera persona que me dio

una oportunidad, después de que decidiese cambiar. El primero que

creyó en mí. No tenía muchos motivos para hacerlo, si lo pienso realmente

bien. Debieron de ser los hados. Tenía toda la razón para matarme, o al

menos para dejarme a mi suerte. Dejarle fue una de las cosas más difíciles

que he tenido que hacer jamás.

—¿Por qué le dejaste?—la druida apoyó su mentón sobre sus manos

alzadas, con su atención plenamente puesta en Xena.

—Pasé los diez veranos anteriores a conocerle siguiendo a Ares, ciega y

dependiendo completamente de él para que me guiase y reafirmase—.

La guerrera se detuvo un momento. Nunca había expresado en voz alta

todas las razones por las que dejó al hijo de Zeus. En ese momento, una

parte de ella pensaba que estaba enamorada de él. —Habría sido tan

fácil caer de nuevo en ese tipo de dependencia con Hércules. Cierto,

habría sido una mejor persona a la que anclar mi futuro, pero sabía que

si quería ser realmente fuerte necesitaba encontrar mi propio camino.

Estaba muy confusa.

—¿Cómo lo hiciste…—Morrigan apartó el dolor que amenazaba con

atravesarle la garganta—…cómo seguiste?

—No lo hice—dolorosos recuerdos flotaron, nublando su visión y

acelerando su corazón. —Vagué por las colinas, sola, durante varias

semanas. Pensaba y pensaba en lo que me hacía vivir—tragó saliva—

Acabé con las manos vacías. Me odiaba, y odiaba todo lo que me hacía

seguir viva. No encontraba razones para vivir, y muchas para morir.

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Planeaba ir a casa a ver a mi madre y a mi hermano Toris una última vez.

Después iba a quitarme la vida.

La druida jadeó en silencio, y no dijo nada. Yo me sentí igual. Si no hubiera

tenido a Brigid, podría haber escogido el mismo camino.

Xena tomó el chakram de su cintura y lo giró en sus manos mientras

hablaba. —Ni siquiera llegué a casa. No podía reunir el valor suficiente

para enfrentarme a ellos después de todo el dolor que les había causado,

así que me preparé para morir. Estaba en el bosque, a las afueras de una

pequeña aldea, Potedaia, enterrando mis armas, cuando encontré una

razón para seguir viviendo.

—¿Cuál?—Morrigan no podía sacarse de la cabeza ni una sola palabra,

desesperada por cada dato que le ofreciese su nueva amiga.

—Gabrielle—. Así fue, ¿verdad? No te engañes, guerrera. Puedes gritar

hasta ponerte morada que decidiste vivir para poder luchar contra el

mal. Es una tontería. Decidiste vivir porque una chiquilla de ojos como

platos y medio metro se agarró a tu corazón y no lo soltó.

—Gabrielle—repitió. —Verás, Morrigan, pensaba que tenía que estar sola.

No podría estar más equivocada. Necesitaba estar con alguien, pero no

era Hércules. Era Gabrielle.

—¿Pero qué haces cuando tienes que elegir?—las lágrimas se

derramaban de los ojos azules de la druida.

—¿Escoger?—Xena estaba genuinamente confusa ante la pregunta.

—Sí, escoger—Morrigan respiró profundamente y parpadeó, decidida a

finalizar el espectáculo de la debilidad. —¿Qué haces cuando te

encuentras entre Gabrielle y el bien supremo? ¿Cómo decides qué

camino tomar?

—Oh—la guerrera dejó el chakram en su sitio. —Esa es fácil. Para mí,

Gabrielle es el bien supremo.

—¿Siempre ha sido así?—Morrigan la pinchó con la pregunta, y la

guerrera se reclinó, considerándolo.

¿Lo ha sido? —No. ¿Y cuándo ha cambiado? Pensó en la India, y vio a su

compañera tirar la vara al río, con su corazón hundiéndose detrás de ella.

Había estado tan segura entonces de que, tras la vara, la bardo estaba

preparada para dejarla a ella también. Y entonces hizo lo que hacía

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siempre, dando el primer paso, dándole esa opción a Gabrielle,

diciéndole que debería considerar seguir a Eli durante un tiempo.

Y, de alguna manera, Gabrielle había dicho lo preciso para volver a

ponerle el corazón en marcha. ¿Es bardo, no? Xena miró aquel río, y ya

no vio obstáculos, solo posibilidades. Ellas eran dos afluentes de un mismo

río, siempre entrelazados, viajando juntos hacia el mismo mar y el mismo

destino.

En aquella orilla, enfrentando un futuro incierto, supo que no había vuelta

atrás, ni posibilidades de separarse de la chiquilla que había crecido para

convertirse en una sabia joven. Permanecieron juntas, de pie,

observando correr el agua, y en silencio dejó ir su corazón de nuevo, esta

vez completamente, en manos de alguien que, había que admitirlo, era

mucho más que una amiga.

—No. No siempre ha sido así—bajó la vista, toqueteando los cordones de

sus botas, con su largo cabello enmarcando su cabello y dejándolo en

sombras. —Hubo muchas veces en las que casi cometo el error de

escoger a otras personas u otras causas por encima de Gabrielle—. Alzó

la vista—La amo. La he amado durante mucho tiempo. Creo que no lo

merezco, pero por alguna razón ella me ama a mí. Tenía que tomar una

decisión. Quizás no merezca la felicidad, pero ella sí. Y, de todas las

locuras de este mundo, ella me dice que estar conmigo la hace feliz. No

voy a negarle eso. Una vez tomada esa decisión, las demás son mucho

más fáciles. Nada…ni nadie se interpondrá entre nosotras. Ella está

primero.

Xena se levantó bruscamente. —Ahora, si me disculpas, creo que no hay

peligro en suspender la guardia durante el resto de la noche. Te veré por

la mañana.

Morrigan se movió, estirándose sobre su petate. Esperó hasta que la

guerrera estuvo casi dentro del pasillo que llevaba hasta la cámara de su

habitación y la de Gabrielle. —Gracias, Xena.

La guerrera se detuvo y volvió a mirar sobre su hombro. —De nada—sus

ojos volaron por la habitación y sobre la druida y el fuego. Esa podría ser

yo, fácilmente. No tardes demasiado en decidir, Morrigan.

Su cuerpo entero reaccionó al acercarse a la pequeña alcoba y

escuchar los ronquiditos de su compañera, junto con la esencia que era

única de Gabrielle. Con sigilo, se quitó todo y se metió en una camisa de

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dormir de lana. Avivó el fuego y añadió un par de troncos, y después se

metió bajo las gruesas pieles.

La bardo estaba acurrucada en su lado, dándole la espalda, y la

guerrera se envolvió todo lo que pudo alrededor de su compañera,

enterrando su rostro en el corto pelo rubio y suspirando ante la suavidad

del cabello de su compañera y su piel.

Gabrielle se estiró y se acurrucó contra ella. —¿Ya ha terminado la

guardia?—preguntó una voz soñolienta.

—No—Xena la atrajo con más firmeza hacia ella, deslizando una mano

dentro de su camisa de dormir y frotando su tripa. —No hace falta. Hay

una tormenta de mil diablos ahí fuera.

—Oh—Gabrielle se dejó ir, mientras las cálidas caricias la arrullaban.

—Vuelve a dormir, cariño—la guerrera la besó en la parte trasera del

cuello. Escuchó ralentizarse la respiración de la bardo. —Te quiero—las

palabras fueron un mero susurro al oído de Gabrielle. Sonrió, cuando la

bardo consiguió devolvérselas, justo antes de quedarse dormida de

nuevo.

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Capítulo 3

l peculiar grupo se sentó sobre rugosos bancos, a una larga mesa

de una taberna cercana al embarcadero de Pirgos. Amarice y

Raella se medicaban con grandes jarras de té de hierbas, luchando

contra lo que la guerrera esperaba que solo fuese un pequeño resfriado,

y no una gripe más grave como la que ella misma acababa de pasar.

Eponin se quejaba, toqueteando sus cueros y engullendo una jarra de

fuerte cerveza, en un esfuerzo fútil por aplacar su mal humor. Xena estaba

en los establos de su primo con Kallerine pegada a su espalda. La joven

amazona se había abalanzado sobre la posibilidad de ayudar a su ídolo

a poner a buen recaudo los caballos hasta su vuelta de Eire.

—Bueno…—Gabrielle interpeló a Morrigan—Háblanos de Eire. ¿Cómo

es?

La druida se sentó a la cabecera de la mesa, con una bota apoyada

sobre el robusto travesaño en una postura que a la bardo le recordaba

mucho al lenguaje corporal de su alma gemela. Algo que en Xena solía

decir dos cosas: o la guerrera se sentía arrogante o simplemente estaba

cómoda con el ambiente. Morrigan simplemente parecía aliviada de

poder sentarse.

El día anterior habían viajado desde el alba hasta el anochecer, y

después eligieron viajar durante la noche, llegando a la posada cerca

de la medianoche. El posadero estuvo más que dispuesto a ayudarlas a

acomodarse en sus habitaciones cuando le sacaron de la cama. La

posada permanecía vacía en la crudeza del invierno, y necesitaba cada

dinar que pudiese conseguir. El exhausto grupo de mujeres durmieron

durante toda la noche y solo llevaban en pie unas cuantas marcas, ya

haciendo planes para el largo viaje en barco que les esperaba.

—Eire…—Morrigan dejó el pie en el suelo y se sentó erguida, su rostro

animado a medida que hablaba. —Es el lugar más bello de la tierra, con

valles y colinas tan verdes, que podría jurar que son irreales. Por la

mañana temprano puedes salir afuera y el aire huele tan limpio y fresco,

perfumado de flores y hierba. La gente es muy amistosa, y la mayoría de

ellos nunca han conocido a un extraño. Algunos días las tormentas

azotan y el viento aúlla, y otros el sol brilla en toda su gloria.

E

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—No puedo esperar a ver esas colinas verdes—la maestra de armas

sonrió por primera vez en todo el día.

—Siento decepcionarte…—respondió apenada la druida—pero en esta

época del año, la mayoría de Eire está cubierta de nieve.

Un gemido colectivo recorrió la mesa y el rostro de Eponin recuperó su

mueca gruñona. Se levantó sin decir palabra y se dirigió, furibunda, hacia

la barra, volviendo largo rato después con una jarra llena. Se sentó con

un resoplido y tomó un gran trago, limpiándose la boca con el dorso de

la mano para quitarse el bigote de espuma.

Gabrielle se limitó a murmurar “maldito invierno” y frunció los labios,

pensando. Un leve tirón en la manga de su camisa atrapó su atención y

se giró para encontrarse con dos ojos inyectados en sangre.

—Gabrielle—los hombros de Amarice estaban hundidos, reclinada como

estaba sobre la mesa, pálida por unas décimas de fiebre. —

Yo…em…nunca he ido en barco. Algunas, al volver a la aldea,

mencionaron algo llamado mareo. ¿Es tan malo?

—No estás buscando bien la respuesta—contestó una voz grave detrás

de ellas. —Gabrielle es la única persona que he conocido que se marea

cuando el barco aún está anclado.

La bardo miró fijamente sobre su hombro. Un par de sonrientes ojos azules

le devolvieron un guiño y compartió con ella una sonrisa ante los

recuerdos de una versión mucho más joven de sí misma. —Cierto, pero

Xena me enseñó un buen truco—Gabrielle tomó la mano de Amarice y

le enseñó los puntos de presión que había usado para mantener a raya

las oleadas de náusea cuando estuvo en el barco de Ulises. —Solo

piénsatelo dos veces antes de comer nada mientras los estés usando.

—¿Por qué?—la alta amazona ya estaba practicando, por si acaso, con

los dedos enterrados profundamente contra el interior de su muñeca.

—Atrofia tus papilas gustativas—la guerrera, veloz, se quitó el manto y lo

colgó en una percha cercana, antes de dejarse caer en el otro extremo

de la mesa y subir inmediatamente un piel hasta el travesaño, haciendo

sonreír a Gabrielle.

—Sí, me comí un buen cuenco de pulpo crudo la primera vez que los

usé—la bardo vio que Amarice se ponía verde y que la alta mujer salía

disparada hasta la puerta principal de la posada. Ups. Me olvidaba de

que ya se sentía débil. —Lo siento—le gritó la bardo.

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—No es un buen presagio para el viaje—comentó la guerrera, con los ojos

pasando de Raella a Morrigan y de allí a Eponin. —¿Qué le pasa a

Pony?—se inclinó, hablando bajo al oído de Gabrielle.

—No lo sé. O está cansada o con el ciclo—ojos verdes y confusos

parecían pensar. —Aunque claro, estamos hablando de Pony. Solo está

un poco más gruñona que de costumbre.

—Buen punto—Xena se recostó, apoyándose en la pared que tenía

detrás. Una camarera le trajo una jarra de oporto, sin pedirlo, mientras la

joven se sonrojaba y le sonreía lentamente mientras retrocedía

lentamente hacia la barra.

—Caray—la maestra de armas observó a la obviamente enamorada

chiquilla desaparecer detrás de la barra. —¿Qué es lo que tienes? Te lo

juro, todo lo que tienes que hacer es entrar en un sitio, y las mujeres caen

a tus pies—el ceño de Eponin se hizo más pronunciado y tomó otro buen

sorbo de cerveza.

—¿Qué?—unos ojos inocentes la cuestionaron. —¿Qué he hecho?—miró

a Gabrielle, quién de repente estaba muy interesada en la manchada

superficie de la mesa, con una pequeña sonrisa asomando a las esquinas

de su boca.

La bardo le acarició la pierna con la suya—Nada, semental. Nada en

absoluto. Bébete el oporto.

Una guerrera sinceramente confundida obedeció. —Solo me he sentado

en la mesa—murmuró en voz bajo entre sorbo y sorbo.

—Lo sé. No pasa nada, cielo—Gabrielle pilló a la camarera mirándolas.

Había que admitir que la chica era mona, con ondulado y largo cabello

marrón y grandes ojos avellana. Su esbelta figura era bien delineada por

un suave vestido de lana, de tono azul. Sus ojos se encontraron y la bardo

deslizó una mano posesiva en el gancho del brazo de Xena. La chica se

apartó el pelo por el hombro con desdén y se giró explícitamente. Je.

Gabrielle sonrió con suficiencia. Mía.

El intercambio no pasó desapercibido a la guerrera. Esperó, tomándose

su tiempo hasta que la camarera se giró. La chica batió sus pestañas

intencionadamente, pero la guerrera hizo como que no se enteraba.

Dejó la jarra en la mesa y entrelazó sus dedos de su otra mano sobre

aquella que tenía sobre el brazo. Cuando Gabrielle sintió sus manos

tocarse y alzó la vista, Xena inclinó la cabeza, juntando sus labios.

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—Qu…—la bardo se lamió los labios, gratamente sorprendida.

—No me importan otras mujeres a mis pies—apretó la mano de

Gabrielle—La única que me importa está sentada junto a mí.

Sus palabras eran dichas en voz baja, solo para los oídos de Gabrielle. Al

otro extremo de la mesa, una melancólica Morrigan las observaba. Xena

continuaba hablando suavemente a su compañera, y la bardo le

respondía con atención, su rostro relucía con silenciosa alegría. Aunque

no podía oírlas, el amor entre las dos mujeres era claramente evidente.

—Acostúmbrate—apuntó Eponin. —Han estado así desde hace casi un

año, y no hay señales de que vayan a parar.

—¿Solo un año?—Morrigan se giró para mirarla, agradecida por la

distracción. La química entre la guerrera y la bardo estaba despertando

anhelos que había conseguido derrocar.

—Bueno…—pronunció lentamente la maestra de armas, mirando al

techo de paja mientras hacía cálculos. —Llevan viajando juntas casi

cinco años. La verdad sea dicha, cuando Xena murió la primera vez,

podría haber dicho entonces que ya estaban enamoradas.

—¿La primera vez?—la druida sintió de repente la necesidad de beber

algo. —¿Cuántas veces ha muerto, exactamente?

—Dos, como mínimo—respondió Eponin con seguridad. —Claro, que

incluso antes de aquella primera pira funeraria que le hicimos, la reina

hablaba de una vez cuando Xena fue alcanzada por un dardo

envenenado. Jura que pensaba que Xena murió también esa vez, así

que quizás sean tres veces. En la crucifixión definitivamente. Y esa otra

vez de la que te hablo. Fue cuando Gabrielle se convirtió en nuestra

reina—miró al final de la mesa, intentando reconciliar esa mujer segura

de sí misma con la chiquilla que conoció.

Incluso el rostro de Gabrielle había madurado en pocos años,

adquiriendo ángulos y líneas que reemplazaban las rollizas mejillas que la

maestra de armas recordaba. Por no mencionar el cuerpo musculoso

que la bardo manejaba con una confianza que iba más allá de su tierna

edad. No había rastro de la apariencia de bebé que una vez cubrió el

cuerpo de una inocente Gabrielle. Supongo que andar con Xena le hace

eso a una persona.

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Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Kallerine entró en la

taberna, sujetando a una muy pálida Amarice. —Xena, he comprobado

el folleto que me dijiste. Sigue en pie.

La guerrera alzó la vista de su conversación privada y sonrió

ampliamente. —Bien. ¿Qué le has dicho?

—Lo que tú me dijiste—la cazadora guio a su amante a la mesa y ayudó

a la alta pelirroja a sentarse. —Le dije que una vieja amiga estaba

interesada en el trabajo, y que se pasaría por allí en un rato para discutir

los términos.

—Perfecto—ronroneó la rica voz.

—¿Folleto?—Gabrielle miró primero a Kallerine y luego a Xena. —

¿Trabajo? Xena, ¿qué trabajo? Pensaba que íbamos a Eire.

—Vamos—la guerrera sacó un trozo de pergamino enrollado de su

cinturón, dejándolo con cuidado sobre la mesa.

La bardo lo leyó dos veces y sonrió. —Oh.

—¿Qué?—Eponin se levantó y rodeó la mesa para mirar por encima del

hombro de Gabrielle, leyendo lentamente el pergamino. —¿Vas a

ofrecerte como primer oficial?

—Ése es el plan—la guerrera se recostó, entrelazando las manos detrás

de la cabeza y estirando sus largas piernas por debajo de la mesa. —Con

algo de suerte, conseguiremos pasajes gratis para Eire como parte del

trato.

—No sabía que sabías navegar, Xena—Morrigan se les unió, leyendo el

pergamino.

—Tengo muchas habilidades—la guerrera alzó una ceja, con

tranquilidad. Las amazonas estaban familiarizadas con la frase, repetida

hasta la saciedad, pero no obstante bajaron sus cabezas, con sincero

acuerdo. Solo Gabrielle puso los ojos en blanco y pinchó suavemente a

su compañera en las costillas. Xena esquivó el dedo ofensor y atrapó la

mano de la bardo, sin soltarla. —Bueno, ¿todo el mundo preparado para

un pequeño crucero?

El pequeño grupo se levantó de la mesa y recuperó sus bolsas. Gabrielle

se separó de ellas para buscar al posadero, intentando cerrar el precio

original de diez dinares por habitación. Mientras abría la boca para

hablar, la camarera se agachó para limpiar un charco de cerveza.

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Cuando se estiró, el vestido se le abrió ligeramente, revelando un feo

cardenal sobre la espalda.

—¿Puedo ayudarte, señorita?—el posadero la obligó a mirarlo.

—Em…—la bardo abrió distraída la bolsa de dinares, tendiéndole

cuarenta sin pensar. —Sí, solo quería pagar las habitaciones.

El hombre miró las monedas, girando una sobre su mano. Pasó la mirada

de la moneda a Gabrielle. —Oye, ¿esta no es tu cara?

—Ajá—la bardo se sentó en un taburete de la barra. —Soy la reina

Gabrielle, de las amazonas griegas.

La camarera la escuchó y se levantó, girándose y escuchando en

silencio. Gabrielle hizo un gesto de dolor para sí, estudiando el rostro de

la muchacha mucho más de cerca. Los restos de un moratón le

rodeaban un ojo, y había un largo y feo arañazo sobre su clavícula que

desaparecía bajo el escote del vestido. No puede tener más de dieciséis

veranos.

—Eh, ¿quién lo hubiera dicho?—los ojos del posadero se estrecharon y

sonrió, sarcástico. —Aquí estamos, alojando a la realeza, y ni siquiera lo

sabíamos—su énfasis sobre la palabra realeza dejó claro que tenía poco

trato con las amazonas, y las dejaba en poco respecto a los beneficios

que podían aportarle. Volvió a la parte trasera para guardar las

monedas, dejando a la camarera sola en la barra.

—¿Me das un vaso de agua?—pidió la bardo educadamente.

La chica hundió un cucharón en un cubo y le sirvió la bebida,

tendiéndosela a la bardo con el brazo bien extendido.

—Oye—le sonrió Gabrielle, animándola. —Soy una amazona, no un

caníbal.

La chica la contempló durante un silencioso momento, pero su actitud

anterior desapareció, reemplazada por un interés curioso. —Nunca había

conocido a una amazona.

—Ahora sí—la bardo le tendió una mano. —Soy Gabrielle. ¿Cómo te

llamas?

—Johanna—la chica enlazó brevemente sus antebrazos.

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—¿Qué le ha pasado a tu ojo?—Gabrielle señaló el cardenal que ya

desaparecía.

—Oh—la chica miró con nerviosismo a su espalda, donde el posadero

había desaparecido. —Me di con una esquina cuando me agachaba.

—¿Y en tu espalda?—la bardo vio que el temor de sus ojos se tornaba en

ira.

—No es asunto tuyo—bajó la vista, secándose las manos en el delantal.

Gabrielle se inclinó hacia ella—Te pega, ¿verdad?

Unos ojos marrones llenos de dolor volvieron a alzarse, y la chica asintió

casi imperceptiblemente.

—¿Tu padre?

—Tío—susurró la chica. —Padre murió el año pasado.

—Lo siento—Gabrielle cerró los ojos, ante el doloroso recuerdo. ¿Es que

no hay tíos buenos en el mundo? —¿Dónde está tu madre?

—No la conocí, murió al darme a luz—Johanna volvió a mirar a su

alrededor y se mantuvo ocupada en la barra.

—¿Quieres escapar?—la pregunta cayó sobre un espeso silencio.

—No…no puedo…—una lágrima solitaria recorrió la mejilla de la chica. —

¿Cómo?

—Está en tu mano—susurró la bardo. —Si quieres, estate junto al barco

grande que hay al final del muelle al atardecer.

—Pero…

Gabrielle escuchó pesados pasos y el posadero apareció de nuevo en el

marco de la puerta. —¿Todo bien por aquí?—las miró, suspicaz.

—Sí. Muy bien—la bardo se recolocó las bolsas sobre los hombros. —Ya

me iba.

—Buen viaje—sus palabras eran vacías. Desapareció de nuevo.

Pedazo de estiércol de centauro. —Tengo que irme, Johanna—fijó sus

ojos en los de la chica. —Es tu decisión. Si quieres irte, ve. Pregunta por

Xena.

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—¿Xena?—la chica miró a su nueva amiga, quién ya estaba de pie al

lado de la atractiva guerrera con la que había flirteado antes. ¿Esa es

Xena? Se sintió débil y se agarró al borde de la barra.

—¿Todo bien?—la guerrera miró sobre el hombro de Gabrielle, donde la

camarera las observaba con intensidad.

—Sí, de momento—la bardo siguió su mirada.

—¿Estás segura?—Xena leyó el dolor descubierto en los ojos de su

compañera, y dejó una mano preocupada sobre su hombro,

apretándola y urgiéndola a acercarse.

—Te lo cuento en el barco—Gabrielle se acercó, aceptando el cálido

abrazo.

—Vale—la guerrera alzó la voz para que todas pudiesen oírla—Vamos,

pues. El último barco, al final del muelle.

Salieron al aire frío, recorriendo su camino por el patio de la posada y

descendiendo por el camino empedrado que había sido despejado de

nieve. Los montones de sucio blanco estaban apilados a cada lado del

camino, pero con suerte el cielo era claro y azul, prometiendo, al menos,

un respiro de más tormentas.

Pronto llegaron a los amplios muelles de madera, con sus pies resonando

mientras pasaban por entre las dos filas de barcos mercantes, la mayoría

de ellos anclados durante el invierno. Al final llegaron a su destino, y la

guerrera sobrepasó al resto, caminando sobre la pasarela y

deteniéndose al final del muelle.

—¡Ah, del barco!—gritó—He oído que estás buscando un contramaestre

para viajar a Eire.

Un hombre corpulento se puso de pie y apareció por detrás del barandal,

girado de espaldas hacia ellas. Escupió en una taza y se limpió la boca.

¿Qué maldita mujer cree que puede capitanear un barco? Se giró y

apareció lentamente una sonrisa, enmarcada por una barba larga y

blanca. —¡Xena!

—Hola, Ronan—la guerrera cruzó con su viejo amigo su antebrazo.

—Hola—Gabrielle subió a bordo con cuidado, seguida por las cuatro

amazonas y la druida.

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—¡Gabrielle!—Ronan avanzó, engullendo a la bardo en un fiero abrazo.

Sus pies dejaron brevemente el suelo antes de que la volviese a dejar en

tierra.

—Estás contratada, y podéis usar el camarote del contramaestre, como

la otra vez—. Estudió al pequeño grupo que tenían detrás—¿Quiénes son

tus amigas?—volvió a mirar a Xena—¿Qué te lleva a Eire, Xena? Es una

época fría para viajar.

—Estamos en una misión, Ronan—sonrió la guerrera. —Es la única razón

por la que me subiría a un barco.

—¿Misión?—Ronan se mesó la barba. —Xena, la última vez que te vi en

una misión acabaste en una guerra en Egipto.

La guerrera rio en silencio. —Es verdad. Esta misión no exactamente así.

Mira, otra amiga mía de Eire, Morrigan—le presentó la druida al capitán.

Su cara se inclinó hacia un lado, pensando un largo momento. —Tú…te

conozco.

—¿Sí?—Morrigan dejó sus manos en sus caderas, y jadeó suavemente.

Imágenes de un puerto en Britania, y el sabor agridulce de un beso

flotando en su cerebro. Bendito sea. —Sí—fue su turno de apretar

antebrazo. —Soy amiga de Hércules.

—Sí—el capitán sonrió cálidamente. —¿Cómo está Hércules? ¿Has

apretado ya el nudo con él?

—No sé cómo está—Morrigan bajó la vista hasta sus pies. —Encantada

de conocerte, Ronan. ¿Puedes indicarme mi camarote?

—Claro—un confuso capitán alzó una ceja hacia Xena.

Vocalizó la palabra “después”.

—Xena, Gabrielle, ya sabéis dónde está vuestro camarote—señaló a la

pequeña habitación a nivel de cubierta, a popa. —Si me disculpáis,

resituaré al resto de la tripulación—. Las amazonas y Morrigan le siguieron

obedientemente bajo cubierta, con grandes y temerosos ojos clavados

en la bardo y la guerrera antes de desaparecer bajo cubierta.

Gabrielle alzó la vista y localizó a Johanna al final del puerto, con una

pequeña bolsa al hombro. Oh, oh. Qué rapidez. —Xena, sobre eso que

quería contarte…

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La guerrera escuchó los pasos y se giró. Localizó a la chica y después miró

a su compañera, que la miraba con culpabilidad bajo sus pálidas

pestañas, sonriendo encantadora. Xena gimió internamente. ¿Por qué no

podemos ir a ningún sitio sin complicaciones? Miró severamente a la

bardo, con voz grave y controlada—Gabrielle…

Gabrielle colocó a Johanna en una litera bajo cubierta y emergió en

cubierta, apartando mechones agitados por el viento de delante de sus

ojos y recorriendo cuidadosamente la cubierta. Localizó a la guerrera

recostada sobre el barandal, mirando al horizonte. Xena se movió,

sintiendo su presencia, y se giró a medias. Los ojos azules recorrieron la

figura de la bardo y asintió, invitándola a unirse a ella.

Gracias a los dioses. Gabrielle recorrió rápidamente la distancia entre

ellas y se colocó al lado de la guerrera, tomando una postura similar, con

sus brazos descansando sobre el barandal. —¿Estás enfadada conmigo?

—No—Xena siguió estudiando el agua, con su pesado manto haciéndole

frente a la brisa helada. Solo tenía la cabeza a la vista, pero era insensible

al frío.

—Siento no habértelo contado al salir de la taberna—Gabrielle alzó la

vista, hacia el anguloso perfil. —No me di cuenta de que iba a ser tan

rápida—la bardo se estremeció, envolviéndose más firmemente en su

manto.

—No tienes que disculparte—la guerrera se giró para mirarla,

colocándole involuntariamente la capucha de intenso verde sobre el

suave cabello rubio. —No podemos dejar que cojas frío, ¿verdad?—.

Gabrielle sonrió—Solo intentaba averiguar qué hacer con ella. Esta misión

ya es bastante complicada.

La bardo agachó la cabeza y pateó desconsolada la pared del

barandal. —Supongo que te he vuelto a causar problemas, ¿eh?

Maldición. Xena dejó una de sus manos sobre las de Gabrielle. —No. Has

hecho lo correcto, Gabrielle. Yo habría hecho lo mismo. Es solo que no

estoy segura de si debería venir con nosotras. Quizás espere hasta el

ocaso y la lleve con mi primo. Podría cobijarla allí hasta que volvamos de

Eire.

—¿Y entonces?—la bardo entrelazó sus dedos, sintiendo un calor

imposible mezclado con el hielo de sus dedos. —No es exactamente

Page 89: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

carne de amazona—. Una gran sonrisa apareció en sus labios cuando la

otra mano de Xena se cerró sobre las otras, acariciándolas para darle

más calor.

—Cierto—Xena imaginó el vestido y los rizos del cabello de Johanna. —

Estaba pensando que podría ser buena sirvienta en la posada de madre.

Supongo que después de nuestra ceremonia de unión, madre y Toris se

la pueden llevar a Anfípolis con ellos.

—¿Cuántos sirvientes puede tener madre?—rio Gabrielle suavemente. —

¿Has sabido algo de Maniah?

—Se comporta estupendamente—el labio superior de Xena se curvó,

recordando los intentos de la anciana amazona para lastimar a su

compañera. —Mejor que lo haga, o le patearé su culo huesudo hasta

que acabe en la tierra de los muertos de las amazonas, aunque tenga

que acabar con la nieve por la cintura. Hablando de patear culos…—

dejó morir la frase mientras dos hombres se acercaban al barco a buen

paso.

—¿Está una chica llamada Johanna a bordo de este barco?—un hombre

alto con anchos hombros cruzó sus brazos, dejando una bota sobre el

borde del barco, con el viento sacudiendo su larga barba negra. El

posadero estaba detrás de él, con su cara transformada por la ira.

La guerrera escuchó atentamente, cerrando sus ojos e inclinando la

cabeza hacia un lado. El sonido amortiguado de botas moviéndose

contra madera llegó a sus oídos, junto con el leve siseo de espadas

desenvainándose. Se centró, haciendo cuentas mentalmente, contando

al menos dos decenas de hombres ocultos detrás de las atarazanas, al

otro extremo del embarcadero.

Se inclinó y susurró al oído de Gabrielle—Ve a por Ronan y dile que suba.

Y a Eponin y Morrigan.

—Pero…—las manos de la bardo estaban ansiosas por tomar los sais.

—Por favor, Gabrielle. Necesito que hagas esto—la mano de Xena

envolvió su chakram.

Dos pares de ojos lucharon durante un instante y la bardo se acabó

rindiendo. Con una última mirada preocupada, desapareció bajo

cubierta. La guerrera la vio marcharse, manteniendo a los dos hombres

en su visión periférica. Al final, se irguió en toda su altura y les encaró. —

¿Y si está aquí?—dio un gran paso al frente, deteniéndose justo frente al

Page 90: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

hombre barbudo, con sus pies firmemente plantados sobre la cubierta y

sus brazos cruzados. —¿Vienes a dejarle algún moratón más de los que

ya tiene?—unos ojos de hielo azul se clavaron en los del posadero.

—Ten cuidado con lo dices, guerrera—el posadero se movió detrás de su

musculoso escudo humano. —Eres Xena, ¿verdad? Podría darte caza

para una docena de cazarecompensas.

La guerrera se contuvo a tiempo. Era muy fácil olvidar que, en muchas

partes de Grecia, en primer lugar, y del mundo conocido; seguía siendo

una mujer perseguida con precio sobre su cabeza. Ignoró el dedo de

hielo que recorrió su columna vertebral y se acercó aún más, saliendo del

barco y parándose en la plataforma, obligando al hombre de la barba a

retroceder. —¿Quieres atraparme?—permitió que la fuerza plena de su

personalidad surgiera—Quizás puedas intimidar a niñas indefensas, pero

vas a necesitar mucho más que vosotros dos y una panda de soldados

aficionados para atraparme—. Una sonrisa malvada apareció en sus

labios cuando los dos hombres se volvieron blancos, dándose cuenta de

que su pequeño ejército ya no era un secreto.

Se recuperaron rápidamente—Ya lo veremos—. El posadero silbó y el

grupo de hombres armados apareció rodeando las atarazanas, pisando

con fuerza las tablas del muelle mientras la desorganizada banda se

dirigía directamente hacia los dos hombres—Ahora, o nos permites subir

para recuperar a mi sobrina, o la milicia se ocupa de esto. Tú eliges.

Xena escaneó los rostros iracundos, agradecida al no encontrar a su

primo entre la tropa. Escuchó pasos a su espalda, reconociendo los

andares sólidos de Eponin junto con los que había llegado a reconocer

como distintivos ligeros pasos de Morrigan. Las dos mujeres se detuvieron

a cada uno de sus lados.

—¿Problemas?—la maestra de armas sostenía firmemente una delgada

vara amazona.

—Sí—la guerrera miró a su lado. —Parece que estos hombres piensan que

van a llevarse a Johanna de nuevo a la posada para que su tío la siga

usando como saco de boxeo.

—Bueno, pues…—Morrigan dejó sus manos sobre sus caderas—Sois una

buena panda de cobardes. Dos docenas contra tres mujeres indefensas.

¿Indefensas? Xena sonrió con suficiencia. La druida se la estaba ganando

rápidamente. La mueca de suficiencia desapareció mientras observaba

Page 91: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

a la milicia avanzar, lista para la escaramuza. Escuchó los pesados pasos

de Ronan sobre la cubierta y agradeció a cualquier dios que pudiera

estar escuchando. —¡Ronan, sácanos de aquí!

—Xena…—Gabrielle corrió desde la posición del capitán hasta el borde

del muelle, preparada para saltar al embarcadero. Kallerine le pisaba los

talones, la espada de la cazadora ya desenvainada.

—Gabrielle, Kallerine y tú ayudad a Ronan con las velas—dijo sin mirar a

su compañera, manteniendo un ojo atento en los hombres que tenía

enfrente. —Sé que queréis luchar, pero tenemos esto cubierto. Ronan no

puede salir del puerto sin ayuda. Necesito vuestros músculos en el barco.

La bardo dudó y después habló con voz sorprendentemente suave. —

Está bien. Mejor será que vuelvas a este barco de una pieza, o no habrá

suficiente agua en el mundo para mantenerme alejada de ti—empezó a

levantar las defensas que protegían el costado del barco para que no

chocaran con el muelle.

—El sentimiento es mutuo—Xena hizo la señal que entre ellas significaba

“te quiero” con una mano a su espalda, y dejó caer su manto, haciendo

una pelota con él y lanzándolo a cubierta. Sacó su espada. —Morrigan,

Pony, ayudadme todo lo que podáis, pero cuando el barco esté listo

para abrirse a mar abierto, subid a bordo. Los contendré hasta el último

minuto posible y después me uniré a vosotras.

—Vale—la maestra de armas sostuvo su vara en horizontal respecto al

suelo, preparada para batirse con el primer asaltante.

El viento helado cortó a Xena como un cuchillo, mezclándose con la

sangre hirviente que rugía bajo la superficie, una sensación que

aceptaba con los brazos abiertos. Era una parte de ella que entraba en

una pelea con confianza, revelándose en batalla por voluntad propia.

Dejó escapar un grito salvaje y se lanzó hacia delante, girando en el aire

dos veces y aterrizando sólidamente en el muelle. Con un ágil

movimiento, desarmó al primer hombre que se le acercó, enviando su

espada girando rápidamente sobre los barcos hasta acabar en el agua.

Una poderosa patada en el estómago mandó al hombre detrás de ella.

Se rio, permitiendo que la alegría de la lucha tomase el control. Otro

soldado acudió a ella, con la espada danzando peligrosamente cerca

de su muslo vestido de cuero. Dio un salto, pasando sobre la hoja y

aterrizó sobre ella, arrancándola de sus sorprendidas manos. Fieros ojos

Page 92: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

azules se cerraron de golpe cuando le dio un cabezazo, viéndolo

retroceder a trompicones derribando a tres de sus compañeros.

Vamos. Siguiente.

Mientras se disponía a ocuparse de dos oponentes más, fue consciente

de que el barco se movía detrás de ella, y de las dos fieles y leales

compañeras que luchaban a cada uno de sus lados. —¡Pony!—la

guerrera envió otra espada a Poseidón. —¡Al barco! Tú también,

Morrigan.

Eponin gruñó con insatisfacción, oscilando la vara al nivel de las rodillas y

derribando al posadero. Rio enérgicamente cuando aterrizó de un golpe

seco sobre su trasero, maldiciendo mientras rodaba e intentaba

levantarse. Chúpate esa, culo grasiento. Echó a correr, llegando al final

del muelle y plantando la vara en el suelo para usarla como pértiga.

Cruzó el agua a varios metros sobre ella, encogiéndose y rodando

cuando golpeó la cubierta del barco. Sintió una mano fuerte que la

ayudaba a levantarse. —Gracias—miró a los ojos de la cazadora.

—No hay problema—. Se giraron a mirar la batalla en curso sobre el

embarcadero—¿No deberían intentar subirse ya?

—Sí—la maestra de armas se rascó detrás de la oreja—Deberían.

Sobre el muelle, la guerrera se encontró espalda contra espalda con la

druida. —Morrigan, tienes que irte.

—Lo mismo podría decirte yo, Xena—la druida dio un hábil puñetazo a

un soldado, justo entre los ojos, enviándole a rodar por el suelo, fuera de

combate.

—Puedo cuidar de mí misma—siseó la guerrera entre los dientes

apretados, incrustando su codo en la mandíbula de un hombre,

escuchando el hueso romperse junto con su correspondiente grito.

—Igual que yo—Morrigan empujó la espalda de la guerrera, girándose

rápidamente y pateando a otro soldado en la rótula, sabiendo que se la

había sacado de sitio al ver la cara de agonía del hombre.

Cuatro hombres rodeaban a Xena. Apartando un ataque de culpa

momentánea, hundió la espada en una suave tripa, sacándola y

hundiéndola con la misma rapidez hacia un lado, sacándose la mano de

otro hombre cuya espada estaba a centímetros de su cuello. La sangre

se desparramó por el suelo, salpicando sus pantalones de cuero negro y

Page 93: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

su chaleco. Sus fosas nasales se ensancharon, captando la cobriza

esencia que solo servía para excitar las reservas de energía que nacían

en las profundidades de sus entrañas.

Con dos de sus oponentes fuera de juego, se encaró al tercero, saltó

hacia ella blandiendo un hacha de guerra. Atrapó el mango de madera

y tiró con fuerza, estampando el hacha en el pecho del hombre. Se la

arrancó de las manos y la blandió sobre su cabeza, intentando romperle

el cráneo, cuando sintió erizarse los pelos de su nuca. Se giró en redondo,

blandiendo el hacha, solo para observar a su cuarto asaltante caer al

suelo, con su sangre manando de una herida en el hombre, su mano

agarrando un cuchillo también empapado en sangre. La druida estaba

justo detrás de él, limpiando tranquilamente su daga en sus pantalones.

—Gracias—Xena sintió la sangre correr por su cuello y echó la mano

hacia atrás. Pudo sentir la esencia pegajosa y cálida y una considerable

abertura, donde el hombre la había alcanzado. —Creo que es hora de

largarse, ¿eh?

—No podría estar más de acuerdo—Morrigan metió su daga en su funda.

La guerrera se giró, a donde el barco encaraba mar abierto, y vio al

hombre de la barba negra de pie entre ellas y el barco, con los brazos

cruzados, triunfante. —¿Y ahora qué, guerrera?—le gritó. —¿A la ciudad?

Eres buscada allí. ¿Al agua?—rio sonoramente—El agua está tan fría y el

barco está demasiado lejos para que puedas llegar antes de morir de

hipotermia.

Xena se limitó a sonreír, una mueca malvada que el hombre pudo ver,

incluso desde donde estaba. Pensó en su compañera. —Cruzaría las

puertas del Tártaro y volvería con tal de llegar a ese barco. ¿Crees que

un poco de agua fría me va a detener?—se giró hacia Morrigan—Yo

puedo hacerlo, ¿tú?

—No eres la única con muchas habilidades, Xena—la druida apretó los

puños, preparándose. —Tú lo harás a tu manera, y yo a la mía.

—Lo suponía—Xena echó un vistazo a la zona del embarcadero, sus ojos

acabando sobre la cofia de un barco alto. —Te veo en cubierta.

—Sí—cruzaron sus antebrazos y Morrigan se convirtió en un borrón,

corriendo hacia el fin del muelle, sobrepasando al sorprendido hombre

mientras seguía corriendo, sus pies casi sin tocar el agua. Rio, llegando al

barco y cogiendo una cuerda, agarrándola y subiendo por ella hasta

Page 94: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

cubierta, para gran asombro de Gabrielle, Eponin, Kallerine y el capitán.

Se quitó el par de botas empapadas y se puso de pie, mirando al puerto.

—Tú…tú…—la maestra de armas no terminó la frase. —Gran Artemisa,

¿cómo has hecho eso?—Eponin recordó a la druida apartando la nieve

del camino de una forma similar, pero no tenía ni idea de que Morrigan

podía correr sobre el agua.

—Herencia—la druida frunció el ceño—¿Pero y Xena?

—Llegará—Gabrielle se acercó a la barandilla con tranquila confianza.

Xena miró al hombre barbudo y estimó la distancia que la separaba de

la cofa. Se debatió consigo misma. ¿Me lo cargo o no? Su mirada recayó

en el barco, que seguía avanzando hacia mar abierto. No. Corrió hacia

él, plantando sus manos en cubierta y ejecutando una serie de mortales,

volando sobre su cabeza y atrapando el borde de la cofa. Se agarró con

más firmeza sobre una mano, estirándose con la otra para atrapar el

mástil de madera que partía desde su centro. Envolvió ambas manos a

su alrededor y empezó a girar a su alrededor, en círculos. Con un grito

salvaje la dejó ir, lanzándose al vacío.

Desde cubierta, la bardo observaba, con su corazón galopando en su

pecho. Vamos, Xena.

Xena sintió una ola de miedo y se dio cuenta de que venía de su

compañera. No te preocupes, amor. Casi estoy ahí. Arqueó la espalda y

se aupó aún más alto, mientras seguía girando en el aire, las olas

batiendo muy debajo de ella. En un suspiro, como un borrón, se agarró al

palo que nacía del mástil central del barco. Descendió agarrada a él con

facilidad, aterrizando con presteza sobre cubierta. Y estiró los brazos

impulsivamente, atrapando a Gabrielle mientras la bardo corría hacia

ella, lanzándose a los brazos de la guerrera.

—Shhhh—acarició la cabeza rubia, sintiendo temblar el compacto

cuerpo contra ella. —No pasa nada, lo he conseguido.

—Sabía que lo harías—unos ojos empapados en lágrimas la miraban. Se

abrazaron fuertemente, y el resto del mundo se desvaneció mientras

Gabrielle recordaba la primera vez que la guerrera hizo un salto imposible

en un barco. —Creo que has dado más vueltas esta vez—la bardo le

echó sentido del humor—Esto acabará en una historia mucho mejor aún

que la otra.

Oh, dioses. Xena cerró los ojos. —No ha sido nada, cariño. Solo un saltito.

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—No ha sido un saltito—la bardo la sostuvo a distancia entre sus brazos,

estudiándola con ojo crítico. —Estás cubierta de sangre—observó a Xena

haciendo un gesto de dolor y sus ojos se estrecharon. —Xena—se acercó

más—Suéltalo. ¿Dónde te duele?

—Tengo un pequeño corte en la base del cuello—la guerrera aún podía

sentir la cálida sangre recorriendo su espalda, entre los omóplatos, bajo

el vestido de combate. —No es nada…—gimió mientras Gabrielle se

ponía inmediatamente a su espalda—…en serio—.

—¡Xena!—la bardo tiró de ella, llevándola directa al camarote del

contramaestre—Vamos. Vas a necesitar puntos. Y yo tengo que sacarte

de esos cueros empapados.

—Espera—la guerrera se giró para mirar a las demás—¿Todos bien?

—Sí—la maestra de armas contestó por todos. Habían escuchado la

historia de Gabrielle sobre el salto de Xena al barco de Cecrops, y todos

se lo habían imaginado en sus mentes, pero el hecho de ver a la guerrera

ejecutar el movimiento trajo de nuevo a colación la certeza de que su

amiga podía hacer cosas imposibles, incluso haciéndolas parecer fáciles.

—Xena…—Eponin se le acercó, alejada de las otras para que no las

escuchasen—¿Cómo has…? Lo que quiero decir es que…—se lamió los

labios, intentando vocalizar sus pensamientos. —Morrigan es una

semidiosa, ¿verdad?

—Sí—respondió simplemente la voz grave, sin ofrecer más información.

—Pero tú…—los ojos marrones se encontraron con los azules. Algo pasó

entre ellas, y la maestra de armas asintió ligeramente. Palmeó a la

guerrera ligeramente en el brazo. —Me alegro de que hayas vuelto de

una pieza.

—Gracias—sus ojos se alzaron, más allá de los hombros de Eponin—

Ronan, ¿estará todo bien por aquí si me voy a mi camarote un rato?

—Ve, Xena—el capitán agarró el gran timón—Hemos salido unas cuantas

marcas antes de lo que tenía previsto, pero eso solo significa que

llegaremos a Eire unas cuantas marcas antes. Ve a lavarte. Les daré unas

cuantas lecciones de navegación a tus compañeras antes de llegar a

mar abierto.

—De acuerdo—Xena permitió ser guiada a su camarote.

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Tan pronto como entraron y la puerta se cerró tras ellas, Gabrielle se

encontró atrapada contra la puerta mientras un gruñido primario

escapaba de los labios de la guerrera, justo antes de que clamase su

boca en una serie de fieros besos. —Xena…—la bardo puso suavemente

las palmas de sus manos contra el pecho cubierto de sangre—Estás

herida—.

—Mmmm. Bésame y se me pasa—acarició con la nariz un cálido cuello y

mordió la piel salada, mientras sus manos le quitaban rápidamente el

manto a la bardo.

Gabrielle podía sentir la energía corriendo por su compañera,

reconociendo lo que era un caso claro de lujuria del combate. Se

debatió con la almizcleña y dulce esencia del cuerpo de su amante

empapándola y despertando sus propios instintos. —Cielo—permitió que

su voz descendiese a un tono más grave y calmante—No tienes ni idea

de lo que te deseo ahora mismo…

—Oh, siento disentir—unos labios cálidos recorrieron la mandíbula de la

bardo—Creo que me hago una idea bastante exacta—rio suavemente

ante el sonrojo de las mejillas de su compañera.

—Vale, sí—unos dedos ágiles trabajaron sobre el chaleco negro,

apartándolo de los hombros de Xena—¿Pero no sería mejor si nos damos

un baño rápido, limpias y frescas? Por no mencionar que sería muchísimo

mejor si te coso ese corte antes de que te desangres.

—No sé yo…—la guerrera estaba intentando apartar los suaves cueros

de piel de ciervo que la mantenían alejada de su meta. —Es mucho que

hacer—el corpiño de flecos de la bardo desapareció, y cuando el aire

frío recorrió su cuerpo desnudo, envió escalofríos sobre su piel clara.

—Xena…—rogó Gabrielle suavemente, sus defensas rápidamente

cayendo al sentir unas manos cálidas recorrer el mapa de su torso.

La guerrera respiró pesadamente y se apartó, acariciando con sus

nudillos el rostro suave de su compañera—Está bien—. Se inclinó y la besó

ligeramente en los labios—Vamos a ocuparnos de calentar algo de

agua, para poder dejar el baño resuelto.

—Buena chica—la bardo envolvió el sólido cuerpo en un cálido abrazo,

susurrando en el oído de Xena—Te lo recompensaré, te lo prometo.

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Una guerrera mucho más limpia yacía boca abajo en la cama, los

músculos de sus hombros se contraían ligeramente mientras Gabrielle

cosía cuidadosamente el tajo que recorría, en diagonal, la base de su

cuello hasta su omóplato derecho. Los pequeños pinchazos de la aguja

eran molestos, pero no es nada a lo que no estuviese acostumbrada

después de diez años como señora de la guerra y otros cuatro en el

camino con su compañera. Tenía los ojos cerrados, apreciando el fresco

aroma a lavanda, del jabón que habían usado en su baño, junto con la

brisa fresca y salada que se colaba en el camarote.

—Ya casi está—la bardo dio un punto y se preparó para el siguiente—

Solo un par más.

—Ummmph—la guerrera se movió bajo la colcha que la cubría hasta las

axilas—¿Cómo va el estómago?

—Bastante bien—Gabrielle se dio cuenta de que no había necesitado los

puntos de presión en absoluto. Qué raro. Reflexionó sobre ello. O quizás

no.

—Supongo que el viaje a Egipto fue mucho más duro—los ojos azules se

abrieron, estudiando las nudosas sábanas muy de cerca—O quizás,

después de todo el tiempo que has pasado en barco, al final te has

acostumbrado.

—Quizás—la voz de la bardo era tranquila.

Demasiado tranquila. —¿Estás bien?—Xena se giró un poco.

—Quieta—una mano firme la empujó de nuevo a su sitio—Estoy bien. Solo

estaba pensando.

El largo cuerpo se colocó de nuevo en posición. No parece estar bien. —

¿Estás segura de que estás bien del estómago?

—Sí—Gabrielle empezó a dar el último punto—Solo estaba pensando en

Ulises.

Oh. El rey de Ítaca no había vuelto a su mente desde hacía mucho

tiempo. —¿Por algo en particular, o solo en general?

—Estaba pensando en mis nauseas entonces—unos dedos ocupados

ataron el último punto y la bardo dejó la aguja y el hilo de tripa aparte.

Cogió un pequeño paquete de hierbas antisépticas y comenzó a

deshacer el nudo de la bolsa.

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—Fue tu primer viaje en barco, ¿verdad?—los fuertes hombros se

relajaron, ya destensados tras los puntos.

—Sí—el fuerte olor de las hierbas asaltó la nariz de Gabrielle al abrir el

paquete, y se giró para estornudar—Pero me empezó a doler el

estómago antes de subir al barco.

Xena se quedó muy quieta. Se movieron los músculos de su garganta

mientras tragaba un par de veces. —Tú…no me lo dijiste. ¿Algo que

comiste, quizás?

—No lo creo—la bardo repartió con cuidado las hierbas con sus dedos,

espolvoreándolas generosamente sobre el corte cosido. —Subí a ese

barco completamente convencida de que te perdería.

La guerrera cerró los ojos. ¿Iba a dejarla atrás? Sintió moverse a Gabrielle,

cerrando la bolsa. Se puso boca arriba, mirando el perfil de su

compañera mientras la bardo dejaba las hierbas en su sitio, en el botiquín

que estaba sobre el suelo. No. —No ibas a perderme nunca.

—Pero dijiste que le querías—Gabrielle se puso un mechón de pelo rubio

tras la oreja y se giró para mirarla.

—Yo no dije eso—Xena se estiró para agarrar la mano de la bardo y

dejarla sobre la colcha, sobre su estómago.

—Sí—. ¿Por qué me siento celosa, después de todo?, se regañó la bardo,

avergonzada de las emociones que eran tan recientes como el primer

día que las sintió.

—No, dije que no sentiría lo que sentía por Ulises si tú no me hubieses

enseñado a amar—la guerrera acarició el dorso de la mano de su

amante con su pulgar, intentando poner en orden sus pensamientos.

—Es lo mismo—Gabrielle buscó en las órbitas azules—¿No?

—No—Xena apretó su mano—No llegué a terminar. Ulises nos interrumpió

cuando avistamos tierra. Las cosas se complicaron después de eso, y

después perdí el valor para explicarme.

—¿Me perdí algo ese día?—la bardo sonrió al sentir su mano alzarse,

seguido de ligeros besos sobre sus nudillos.

—Creo que ambas lo hicimos—la guerrera se acercó más a ella, hasta

que su hombro estuvo presionado contra el muslo de Gabrielle—Dije que

tú me habías enseñado a amar. Me preocupaba Ulises. Te quería a ti,

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Gabrielle. Incluso entonces. Cuando me preguntaste si había dicho

“amar” y yo lo admití, esperaba con todas mis fuerzas que vieras que me

refería a ti y no a él.

Gabrielle repasó cuidadosamente la escena en su cabeza, recordando

la abrumadora sensación de pérdida que sintió entonces. Su pecho se

hizo pesado de nuevo, exactamente igual que sobre la cubierta del

barco de Ulises. —Pensaba que querías decir que amabas a Ulises.

Una tristeza agridulce se reflejó en los ojos de la guerrera. —Era eso lo que

intentaba explicarte cuando nos interrumpieron. ¿Recuerdas cuando me

dijiste que siguiese mi corazón?

—Sí—la mano más pequeña se movió hacia arriba, descansando sobre

el corazón en cuestión.

—¿Qué te dije?

—¿Que yo era parte de tu corazón? Dioses. Me perdí un montón de cosas

ese día.

—Sí. Espera un segundo…—Xena se sentó, echando unas cuantas

almohadas detrás de sí y tirando de la mano de su compañera hasta que

la bardo estuvo acomodada a su lado. Echó las mantas sobre las dos. —

Dioses, tenía tanto miedo de decirte cómo me sentía, y seguía diciendo

cosas que esperaba que tú descifraras, supongo. No quería irme con

Ulises, y no quería que tú lo quisieses así.

—Yo no lo quería. Solo intentaba no ser egoísta. Especialmente después

de Pérdicas. Gabrielle echó su cabeza hacia arriba, mirando la fuerte

mandíbula de su compañera. —Tenía que luchar contra mí misma, Xena,

porque cada fibra de mi cuerpo quería ponerse de rodillas y rogarte que

te quedases conmigo.

—No hacía falta—besó la cabeza rubia—Mi cabeza me decía que Ulises

hubiera sido una buena elección. Mi corazón…ya te pertenecía a ti.

—Y el mío a ti—Gabrielle se estiró para ahuecar una mano sobre una

mejilla bronceada y atraer a Xena hacia ella. Se permitió sumergirse en

los ojos azules durante un largo momento antes de ceder a sus ansias,

estableciendo un contacto más sólido con los labios de su compañera,

saboreando el calor de sus cuerpos conectados. —Éramos un poco

tontas, ¿eh?

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—Mmm mmm—la guerrera aflojó la toalla que envolvía el cuerpo de la

bardo. Unos ojos hambrientos vagaron sobre la piel desnuda mientras se

revelaba ante ella, e inclinó su cabeza, dejando un rastro de besos por la

curva de los pechos de Gabrielle. El fuego anterior se avivaba, la lujuria

del combate templada por el baño relajante y la charla, siendo

reemplazada por fuertes sentimientos de amor, puro y simple. —Lo

seguimos siendo—le hizo cosquillas a su compañera, sonriendo cuando

la bardo soltó una risita.

—Oh—Gabrielle jadeó cuando las cosquillas se convirtieron en sensuales

caricias que recorrieron lentamente su cuerpo, provocándola, y

despertando poderosas sensaciones en ella que demandaban más

contacto. Casi no fue consciente de ser recostada sobre el colchón, ni

del frío aire contra su piel antes de que Xena la cubriese completamente,

el sólido y cálido cuerpo acariciando su piel desnuda mientras se movían

juntas, estableciendo un ritmo suave y constante.

La guerrera envolvió un brazo bajo su amante, atrayendo hacia arriba el

cuerpo de Gabrielle, sintiendo a la bardo responder a ella de una forma

que aún conseguía que su corazón saltase ante la maravilla de las fuertes

emociones que intercambiaban. Dioses, es como si compartiésemos la

misma piel. —Eres la mejor parte de mí—sus labios mordisquearon una

zona sensible bajo el oído de su compañera. Sintió tensarse a Gabrielle,

arqueándose contra ella, y después el estómago agitándose de la bardo

le comunicaba que había encontrado su liberación. Localizó los labios

de la bardo, tragándose sus gritos con profundos besos.

Un rato después yacía boca arriba, con Gabrielle pegada a ella, sus

brazos rodeando totalmente el cuerpo relajado. Acariciaba

continuamente la espalda de la bardo, acariciando de vez en cuando

el cabello rubio y revuelto con sus labios. —Creo que nos llaman para

cenar.

—Que me muerdan—Gabrielle acarició con la nariz el cuello de su

compañera, inhalando profundamente la esencia almizcleña de la piel

húmeda y caliente.

—No, si quieren vivir—la guerrera palmeó suavemente un trasero

desnudo. Su mano acabó plantada firmemente sobre el torneado

trasero, atrayendo a la bardo hacia arriba. Xena sonrió y mordisqueó una

clavícula expuesta. —Soy la única que tiene ese placer, espero.

Page 101: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Cierto—la bardo se movió, trepando sobre ella. Montó a horcajadas las

caderas de Xena, situándose sobre ellas, con sus manos acariciando

cálida piel. Sonrió mientras los ojos de la guerrera fluctuaban, medio

cerrados, como respuesta. —Creo que puedo pensar en un par de cosas

que me gustaría morder.

—¿Oh?—una ceja se arqueó en cuestión, sugestiva—Cuéntame.

—Creo que prefiero enseñártelo—una risa suave surgió mientras Gabrielle

se inclinaba y sus labios encontraban puntos altamente sensibilizados con

infalible precisión.

Llegaron tarde a cenar.

La mayoría de las pasajeras del barco estaban reunidas alrededor de un

ancho barril-fogata, cuidadosamente situado sobre la cubierta del barco

y bien apartado de velas o cabos. El barril estaba bien lleno de arena,

casi hasta el borde, con un hoyo para el fuego en el medio. Varios cubos

de agua estaban colocados cerca, solo por si acaso. El fuego proveía de

un bienvenido calor, y una oportunidad para el grupo de compartir

historias, bromas y una gran botella de vino caliente y especiado. Incluso

una silenciosa y observadora Johanna se les había unido, a pesar de que

la chica parecía aún conmocionada por su abrupta llegada. Los mares

estaban calmados, aunque Ronan rumiaba de vez en cuando tras el

timón. El mar en calma significaba poco viento para mover el barco.

A pesar de que no había olas, Amarice seguía bajo cubierta, luchando

contra la combinación de un buen catarro y nauseas. La única otra

pasajera que estaba alejada del fuego era Morrigan, quien se recostaba

contra la barandilla a proa, disfrutando de la brisa fría y mojada que le

salpicaba la cara cuando el barco cortaba la superficie del agua. Xena

estaba posada tras Gabrielle; o, mejor dicho, a su alrededor, con sus

piernas y brazos proveyendo de un cálido nido a la bardo después de

haber compartido una cena tardía. La bardo les había contado algunas

historias cortas, pero parecía más contenta al recostarse y disfrutar de

algunos cuentos de Kallerine, compartiendo sus experiencias con la caza

bacantes.

Los ojos de la guerrera se apartaban de vez en cuando del fuego y del

pequeño grupo de amazonas, para ir a parar a la proa del barco. A

regañadientes, su respeto por la druida había ido creciendo

exponencialmente desde que se conocieron, y se encontró

preguntándose qué les esperaba una vez llegadas a Eire. Algo la

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preocupaba, y en silencio empezó a separarse de Gabrielle. —¿Te

importa si voy a hablar con Morrigan?—sus labios acariciaron la oreja de

la bardo.

—No—Gabrielle palmeó un muslo cubierto de cuero—Eso significa más

vino para mí.

—Con cuidado—los labios se trasladaron a su nuca, dándole un mordisco

antes de que la guerrera se levantase—Esa cosa es dulce y baja bien.

Tiene la manía de escabullirse y morderte en el trasero.

—Lo tendré en mente—su cuerpo seguía relajado por sus anteriores

actividades, y por el comportamiento de la guerrera, sus casi

imperceptibles caricias y contactos, sospechaba que Xena se sentía

igual. Gabrielle la miró atentamente, guiñándole un ojo.

Xena le devolvió una sonrisa deslumbrante. —Guárdame el sitio—se giró,

caminando grácilmente sobre la ligeramente bamboleante cubierta con

pasos seguros y regulares, sin necesidad de mantener el equilibrio. Se

deslizó al lado de Morrigan, asintiendo ligeramente a la druida.

—Bonita noche—Morrigan miró al frente.

La guerrera alzó la vista al cielo negro que estaba manchado de cientos

de centelleantes estrellas. Perezosamente, localizó algunos diseños

familiares, como viejos amigos, que había usado habitualmente para

guiar su propio barco, en sus días de señora de la guerra y pirata. —Sí, lo

es.

—No quiero ser descortés—la druida señaló al riente grupo tras ellas—

Sentía la necesidad de estar sola un rato. Echo de menos a mi hija.

—Debe ser duro—los músculos de la garganta de la guerrera tragaron

dolorosamente; sus ojos miraban al frente, donde el cielo se encontraba

con el mar.

Morrigan se dio un tortazo mentalmente, recordando que Xena había

dicho que había entregado a su hijo. —Lo siento, Xena…¿Lo…lo has

vuelto a ver?

—No—la guerrera no necesitaba explicación sobre a quién se refería. —

Murió hace unos años.

Vale, Morrigan, quítate la bota de la boca y métete la otra. Cerró los ojos.

—Oh—su voz era muy suave—No lo sabía.

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—No pasa nada—Xena se giró a medas, mirando a la druida y

estudiándola con ojos dubitativos. —Morrigan…esa máscara que quieres

encontrar. Dijiste que estaba maldita si un dios la controlaba. ¿Y los

mortales? ¿Tienen que hacer algo para poseerla? Lo estaba pensando,

preguntándome si estamos buscando bien a nuestro ladrón.

—Lo único que podría ganar un mortal sería el favor de un dios si le robase

la máscara. O quizás unos cuantos dinares—los ojos de Morrigan se

volvieron pensativos—Pero ay del mortal que tome la máscara.

—¿Por qué?—Xena se apartó el pelo de la cara cuando arreció la brisa.

—Cualquier mortal enamorado, si sostiene la máscara, se sentirá impelido

a sacrificar a su amor a los druidas. Es otra parte de la maldición de

Kerunnos—. Estudió el anguloso perfil—Xena…necesito tu ayuda para

encontrar la máscara…pero cuando la encuentre, yo seré la única que

pueda tocarla. No puedo arriesgaros a ti y a Gabrielle a la maldad de

Kerunnos.

La guerrera resopló. —Entre nosotras, Gabrielle y yo hemos sobrevivido a

dos crucifixiones cada una, una caída en un pozo de lava y a los fuegos

del Tártaro. ¿Sinceramente crees que iba a dejar que una máscara o la

maldición de un diosecillo se interpusiese entre nosotras?

—Xena…—Morrigan la miró de frente, con los puños sobre las caderas—

La maldición recae por igual en cualquier mortal que posea la máscara,

incluso aquellos que son excepcionales. Incluso en ti.

—Te voy a contar un secreto—la guerrera sonrió amargamente—No soy

totalmente mortal—. Gracias, papi. Derrochó el más breve de los

pensamientos en el dios de la guerra. —Nadie de este barco, salvo

Gabrielle, lo sabe. Apreciaría que mantuvieras el secreto.

Bueno, eso contesta a la pregunta. El comentario de Xena de “a un dinar

la docena” no había caído en saco roto. —Lo suponía. Tu secreto está a

salvo conmigo—. Morrigan se reclinó sobre la barandilla, apartando la

mirada de la preocupada figura que tenía al lado—Aún así…no sé lo que

la máscara podría hacerle a un semidios. Sé que yo soy un semidios, pero

ser druida me protege de la maldición. Sería un poco extraño para mí

querer sacrificar a alguien a mí misma.

—Si lo hicieras…si quisieras…¿quién sería?—Te pillé. La guerrera vio los ojos

azules de la druida ensancharse, y vio los hombros de Morrigan caer, su

cabeza pelirroja inclinada sobre la barandilla.

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—Creo que ya sabes la respuesta a esa pregunta—los pálidos ojos se

llenaron de lágrimas no derramadas.

—¿Lo sabe él?—Xena se introdujo con cuidado en los límites de una

charla sensiblera, territorio que se había ido haciendo mucho más

manejable con Gabrielle, pero seguía siendo complicado con cualquier

otra persona, especialmente con alguien relativamente extraño.

—No—espetaron los ojos de Morrigan—Y pretendo que siga siendo así.

No hay necesidad de revolver algo que no puede ser.

Oh. Tema delicado. La guerrera se retiró mentalmente, guardando la

información para sopesarla más tarde. —Ya veo—se movió, la luna

reflejaba su cabeza descubierta, arrancando reflejos azulados. —

Escucha…aprecio tu preocupación…por la máscara. Aunque nunca

dejaría que nada se interpusiera entre Gabrielle y yo, al mismo tiempo

hay cosas que no estoy dispuesta a arriesgar—. Ya no.

Su corazón se contrajo al recordar la decisión de dejar atrás a la bardo

mientras ella movía cielo y tierra por todo el territorio romano, en busca

de un único propósito: matar a César. Nunca pensó que algo le podría

ocurrir a su amada alma gemela. No con Amarice para protegerla. No

con el pacífico Eli. No en casa, en Grecia. No. César era el enemigo, y

estaba lejos de Gabrielle. Nunca se le ocurrió que la mano del ahora

asesinado emperador se extendería, más allá de las fronteras romanas,

arrancándole a la única persona que le importaba y enviándolas a

ambas por un camino sin retorno a la agonía y dolor supremos. Todo por

su odio a César. Y después recordó otro largo viaje, en su intento de matar

a César. Se estremeció.

—Este viaje…—Xena buscó las palabras adecuadas—nos está

llevando…a Gabrielle y a mí…muy cerca de un lugar donde lo pasamos

muy mal.

—Lo mencionó—la druida sintió, más que verla, tomar aliento a la

guerrera, en un intento de apartar la oscuridad de su alma. —Aunque no

me contó mucho. Solo que Dahak estaba involucrado.

La alta figura se relajó un poco. —Sí. Esta vez quería que se quedase con

las amazonas, pero le prometí hace tiempo que no volvería a dejarla

atrás, a menos que fuera por su propia voluntad.

—Xena…—una pequeña sonrisa asomó a los labios de la druida—Con

una promesa así, ¿te das cuenta de que no vas a volver a viajar sola

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nunca, jamás, verdad?—Morrigan había visto lo suficiente como para

saber que la devoción y tenacidad de Xena solo se equiparaba a la de

su querida alma gemela.

—Sí—la guerrera reconoció la verdad con una sonrisa. —Soy más

afortunada de lo que debería—se colocó el manto en su sitio—Cuando

encontremos la máscara, podemos discutir cuál es el mejor modo de

recuperarla. ¿De acuerdo?

—De acuerdo—los ojos de Morrigan se dirigieron al círculo de la hoguera

para encontrarse con unos verdes que observaban atentamente y con

gran preocupación. —Creo que tu amor te echa de menos, Xena.

Un raro sonrojo asomó en las mejillas bronceadas de Xena, visible incluso

con tan poca luz.

—Ve con ella—la druida le palmeó el brazo, divertida. —Estaré ahí en un

momento. Solo tengo que cantarle una nanita a Brigid primero. Le

prometí antes de marchar que le cantaría cada noche, sin importar

dónde estuviera.

El cuerpo entero de la guerrera se estremeció en un profundo suspiro—

Está bien—. Cruzó la cubierta con pasos lentos, ya que se agitaba un

poco más que cuando se levantó de la hoguera. Acercándose al grupo,

se deslizó en silencio detrás de su compañera, retomando su anterior

posición, con sus brazos y piernas envueltos alrededor de la bardo—¿Me

echabas de menos?

—Sí—Gabrielle se recostó, con sus manos sobre las que estaban contra su

estómago. Kallerine ya había terminado otra historia de cazabacantes, y

Eponin le iba a la zaga, compartiendo una historia sobre su hermana

Lysia, una antigua jefa amazona que había sido favorecida por el mismo

Zeus. Mientras las palabras de la maestra de armas recorrían el círculo, los

afilados oídos de la guerrera captaron un suave y agudo sonido, mientras

la canción de la druida viajaba con el viento. Reconoció la melodía y se

le unió, con sus labios de nuevo sobre el oído de Gabrielle, en voz tan

baja que solo la bardo escuchaba la canción:

Someday when I'm awf'ly low

When the world is cold

I will feel a glow just thinking of you

And the way you look tonight.

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Oh but you're lovely

With your smile so warm

And your cheek so soft

There is nothing for me but to love you

Just the way you look tonight

With each word my tenderness grows

Tearing my fear apart.

And that laugh that wrinkles your nose

Touches my foolish heart.

Lovely, never, never change

Keep that breathless charm

Won't you please arrange it 'cause I love you

Just the way you look tonight

Sus labios acariciaron la cabeza de la bardo cuando terminó la canción.

—Eso…—Gabrielle se giró, con su rostro brillando a la luz del fuego—Ha

sido…—su voz se rompió, y una lágrima solitaria descendió por su mejilla—

Gracias—.

La guerrera alzó una mano, atrapándola con la punta de su dedo. —Te

quiero—vocalizó.

—Oye—Eponin las interrumpió—¿Tan mala es la historia?—gruñó ante las

lágrimas de la reina, ajena a sus orígenes. —Majestad…—pronunció,

sabiendo que solo Gabrielle captaría el sarcasmo—Soy consciente de

que sólo tú eres bardo de entre nosotras…

—No—la bardo sorbió y sonrió—La historia es buena. En serio. Solo nos

hemos puesto un poco sentimentales por aquí. Lo siento.

—Ajá—la maestra de armas pasó la mirada de la bardo a la guerrera,

con su rostro reflejando escepticismo. Detectó el más leve rastro de una

sonrisa pícara en los labios de Xena, junto con el sonrojo que cubría las

mejillas de Gabrielle.

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Las historias se sucedieron durante la noche y, mucho más tarde, la

guerrera cargó con una Gabrielle dormida, cuando finalmente se

retiraron a su camarote. El amanecer las encontró dormidas, envueltas

en los brazos de la otra.

Gabrielle estaba sentada en la cofa, haciendo su turno de vigilancia.

Habían pasado dos largas semanas, y las agotadas pasajeras estaban

ansiosas por llegar a Eire, deseando pisar tierra firme y deshacerse del

molesto bamboleo del barco. Una brisa helada la golpeaba en la

espalda, y se envolvió mejor el manto sobre los hombros, contenta de

tener la piel de ciervo y las cálidas botas forradas. Aunque tenía frío, dos

pares de gruesas medias la mantenían aceptablemente caliente, y en

disposición de resistir el viento que la aporreaba constantemente. Al

menos, podía ver sin tener que forzar los ojos.

Cuando fijaron los turnos de vigilancia, Xena había intentado alejar a

Gabrielle de la cofa, pero la bardo había insistido en que debía hacer su

turno como todas las demás. La guerrera había objetado débilmente,

injustificadamente a ojos de la bardo, hasta que recordó la casi caída

desde la cofa del barco que las llevó a Alejandría. Se llevó a la guerrera

a un aparte y le aseguró que tendría el doble de cuidado. Llevó algo de

tiempo convencerla, pero al final Xena cedió, dándose cuenta de que

estaba siendo todo lo protectora que podía siempre que se trataba de

Gabrielle.

Una vez que las guardias estuvieron distribuidas, el grupo se sumergió en

una apacible rutina que incluía la preparación de la comida, el

mantenimiento general del barco, la guardia y la ayuda en las

maniobras. La guerrera y Ronan se turnaban al timón, Ronan de noche y

Xena de día. Kallerine había desarrollado un entusiasmo por los trabajos

del barco, e iba aprendiendo gradualmente, para aliviar de vez en

cuando a los dos marineros más experimentados, en caso de que se les

necesitase en otra parte.

Raella y Amarice permanecieron bajo cubierta la mayor parte del viaje.

Tal y como la guerrera se temía, sus resfriados se les habían agarrado al

pecho y habían desarrollado ambos casos de gripe. Su reserva de hierbas

medicinales se estaba agotando, y las repartía tan espaciadamente

como podía, mientras siguiesen siendo efectivas. Tanto Johanna como

Eponin la seguían de una paciente a otra, observándola, y aprendiendo

a ayudar a administrar las hierbas para aquellos momentos en los que la

guerrera estuviese ocupada con otras actividades.

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Esta mañana, había escogido atenderlas ella misma, y la bardo sintió,

más que escuchó, salir a la guerrera a cubierta, con unos pasos casi

inaudibles, un sigilo a la hora de moverse que era casi natural. Gabrielle

se giró y sonrió, sacudiendo la cabeza. La capucha de Xena colgaba

sobre su espalda, y Gabrielle se preguntó brevemente por qué Cyrene se

había molestado siquiera en coserle una capucha al manto. —Hola—

gritó.

Los ojos azules se alzaron, buscándola, brillando al sol temprano—Hola—

. La guerrera corrió a grandes zancadas hasta el primer peldaño que

subía hasta la cofa, agarrándolo con fluidez y trepando ágilmente para

unirse a su compañera—¿Algo de tierra?—se dejó caer en la cofa.

—No—Gabrielle se enterró contra ella. —Mmmm. Estás calentita.

—Ven—Xena se abrió el manto e invitó a la bardo a acurrucarse más

cerca. Dejó su brazo y el pesado manto de lana alrededor de los hombros

de Gabrielle. —¿Quieres que te releve un rato? Kallerine está al timón sin

problemas.

—No—la bardo gozaba de su propio calefactor guerrero particular. —

Solo quédate aquí y hazme compañía.

—Puedo hacerlo—apoyó su mejilla sobre el cabello rubio, o más

concretamente, sobre la suave capucha de lana que lo cubría. —

Deberíamos llegar a Eire al anochecer, si Ronan y yo lo hemos calculado

bien.

—No puedo esperar a tomar un baño en agua fresca—murmuró

Gabrielle—Por no mencionar comer algo más que venado seco y

pescado—. Hizo una pausa, trazando distraída la costura de cuero de los

lados de las piernas de la guerrera. —Salvo eso, lo cierto es que he

disfrutado del viaje—.

Xena lo consideró y sonrió. —Sí, no ha estado mal, ¿verdad?

—Ajá. Ha estado bien tomarse un respiro de las amazonas. Y no he estado

muy enferma. Solo he necesitado los puntos de presión un par de veces—

se recostó contra la guerrera, envolviendo con un brazo el torso de Xena.

—He disfrutado mucho el tiempo que he pasado contigo.

—Es la mejor parte—Xena estuvo plenamente de acuerdo. —Me siento

mal por Pony y Kallerine. Ambas han estado preocupadas por Raella y

Amarice. Eso va a ser un cambio de planes, me temo.

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—Sí—Gabrielle frunció el ceño. —No es buena idea dejar a dos amazonas

enfermas para cuidar de Brigid, ¿eh?

—No—Xena estudió el horizonte, ensanchando la nariz. Si se

concentraba, podía oler tierra y roca en el aire. Pronto. —Voy a pedirle a

Pony que se quede con Brigid, y nos llevaremos a Kallerine.

—Vamos a ver…Amarice, Raella, Johanna y Bridgid. Xena va a ser una

panda de niñeras digna del Tártaro—la bardo achuchó a su compañera

y miró a los pensativos ojos azules. —No le va a gustar—.

—No. No sé qué le ha dado, pero preferiría intentar montar a un

minotauro que pelear con ella, tal y como está—espetó Xena. Eponin se

había convertido en una buena amiga con los años, pero su actitud

estaba acabando con la paciencia de la guerrera. —¿Tienes alguna

idea de qué le pasa?

—He intentado hablar con ella, pero no quiere—Gabrielle había estado

observando a la maestra de armas, en silencio, registrando mentalmente

los incidentes que parecían molestarla. —Aunque me lo imagino—.

—Ilumíname, por favor—Xena se movió, prestando a la bardo toda su

atención.

—Creo que está sufriendo un caso de envidia a la princesa guerrera—

Gabrielle vio que la boca de su compañera se abría para protestar, y la

interrumpió. —Piénsalo, cielo. Antes de que nos mudásemos a la aldea,

Pony lo era todo. La mejor luchadora, la mejor rastreadora, a la que todos

recurrían en tiempos de crisis. Es suficientemente joven como para estar

en la cumbre de sus habilidades, pero suficientemente mayor como para

contar con el respeto de las ancianas. Incluso Chilapa contaba con ella.

Pony ha estado en muchos sitios, ha visto mucho. Has escuchado sus

historias sobre su hermana Lysia y la reina Hippolyta. Era una niña

entonces, pasó por la etapa de Melosa y sobrevivió a la regencia de

Ephiny. Tiene que doler estar en la cima y, al segundo siguiente, ser la

segunda mejor en todo.

—Tercera—la corrigió amablemente la guerrera, observando silenciosa

sorpresa en los ojos de la bardo. —Ellas también te miran a ti, bardo mía.

Y puedes machacar a Pony con la vara y los sais.

—¡Xena! Eso no es verdad…—se detuvo, recordando más de una victoria

decisiva sobre la maestra de armas en el campo de práctica. —Dioses,

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tienes razón—su cabeza cayó para mirar los listones que formaban la

cofa de madera. —¿Qué vamos a hacer?

—Solo necesita un poquito de confianza en sí misma—razonó Xena.

—No siempre es tan fácil—la bardo alzó la vista, trazando

inconscientemente las cejas oscuras con las puntas de sus dedos antes

de colocarle los desmadejados mechones que caían sobre el rostro de

la guerrera. —A mí me llevó bastante tiempo—.

—¿Tú?—Xena era incrédula—Tú nunca…—hizo una pausa, viendo la

verdad en los ojos verdes—¿Sí?

—Vamos, Xena. ¿Recuerdas cuándo compré esto?—con cuidado, sacó

la daga de pecho de debajo del chaleco negro. —¿Por qué crees que

la compré?

—Querías un arma—la guerrera se estremeció, recordando su viaje por el

pasadizo de los sueños de Morfeo, y su lucha contra su propio lado

oscuro, mientras que su corazón galopaba en su pecho por el miedo a

no llegar a tiempo hasta su nueva amiga. Una amiga que, incluso

entonces, había llegado a significar mucho más de lo que estaba

dispuesta a admitir.

—Sí—Gabrielle giró la daga en la mano—Quería un arma—Apuntó a su

compañera—Porque tú tenías una. Y yo quería ser como tú—.

—Dame eso—agitada, Xena le arrebató el cuchillo y lo devolvió a su sitio.

—Perdona—sonrió, avergonzada—Bueno, y…¿cómo superaste

tu…envidia?—. La palabra sonaba extraña a sus oídos. ¿Y por qué, en

nombre de los dioses, alguien querría ser como yo, especialmente un

alma dulce como Gabrielle?

—No puedo decir exactamente cuándo—la bardo tiró de las tiras de

cuero que mantenían unidos los sais a sus botas—En parte, ayudó

convertirme en una princesa amazona y aprender a usar la vara, porque

entonces fui capaz de defenderme, y me sentí más independiente—.

Sonrió, tímidamente—Y en parte fue cuando me di cuenta de que

valorabas mis habilidades, no solo mi capacidad de luchar. Mis historias,

mi forma de cocinar y mi talento para negociar—.

Xena se encogió de dolor. ¿Cuánto tardé en expresar todo esto? No

tenía ni idea de cuán a menudo yo la envidiaba a ella. Oh, bardo mía,

valoraba esas habilidades porque quería ser como tú, con todas mis

fuerzas. —¿Por qué te ayudó eso?

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—Me ayudaste a ver que estaba bien ser yo misma—acarició un pómulo

elevado—No tienes ni idea del regalo que me has dado, Xena.

—Y…¿yo?—parpadearon unos incrédulos ojos azules.

—Sí, tú—sonrió—Ser yo misma no estaba bien en Potedaia. Se esperaba

que fuese buena cocinera. Me haría mejor carne de matrimonio. Cocinar

no era nada extraordinario. En cuanto a contar historias, y negociar…—

dejó morir la frase, bajando la mirada y sacudiendo la cabeza

tristemente—Esas habilidades estaban vedadas a las chicas. Se suponía

que tenía que ser dócil. Y estar callada—. Alzó la vista, con tranquilidad—

Sí. Imagínatelo. Yo, callada.

La guerrera se imaginó cómo debía haber sido su compañera de niña.

Apuesto a que todo le llamaba la atención. Y siempre estaba metida en

problemas. No tan distinta de cómo es ahora. Sonrió brevemente, antes

de suprimir una oleada de ira. ¿Cómo alguien no puede valorar esas

cosas que son tan parte de ella, que hacen que un niño sea quién es?

—Gabrielle—reforzó su abrazo—Todas esas noches…cuando

acampábamos junto al fuego…habría estado muy sola si no fuera por tus

historias. La primera vez…cuando te marchaste a la academia….casi no

dormí durante el tiempo que estuviste fuera. Me había acostumbrado a

tu voz. Echaba de menos hablar contigo hasta que nos dormíamos. Si no

hubieras vuelto…—suspiró profundamente, y sintió unos labios suaves

contra su mejilla.

—Qué cosas. Yo recuerdo irme a dormir cada noche en aquel zulo que

me asignaron en la academia, y me sentía igual. Echaba de menos

tenerte a mi lado, discutiendo conmigo sobre las formas de las estrellas, y

dándote la lata con todas las preguntas que te hacía—. Sonrió—

Sabía…después de un par de noches que, no importaba lo que pasara

con el concurso, no podría quedarme allí. Me dije a mí misma que tenía

que volver contigo porque me haría mejor bardo así. La verdad es que

echaba de menos a mi mejor amiga. Las aventuras no tenían nada que

ver.

—¿Nada en absoluto?—una sonrisa complacida jugó en los labios de la

guerrera.

—Xena, si mañana decidieses asentarte en una aldea perdida en el

bosque, y unirte a una comunidad de tejedoras para hacer muñecas de

trapo y venderlas, no te querría menos de lo que lo hago ahora—pinchó

juguetona a la guerrera en la tripa.

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—Cómo no—rio la guerrera enérgicamente, pero la honesta emoción de

los ojos de su amante calentó hasta el último rincón de su alma. Lo dice

en serio. Eso la llenó hasta casi abrumarla. No le importa lo que hago. Me

quiere por lo que soy. Se sintió extraña y maravillosa al mismo tiempo, un

amor incondicional que no había vuelto a sentir desde niña, sentada al

borde de su cama cada noche mientras su madre le deshacía los nudos

de su pelo. Quizás algún día…guardó esa información para futura

referencia. El futuro. Sí. —Gracias. Significa mucho para mí. Yo…—se paró

a mitad de frase, con los ojos oteando el horizonte.

—¿Qué?—la bardo se levantó con cuidado para ponerse a su lado,

agarrándose a un fuerte bíceps para apoyarse.

—Mira—un largo brazo señaló hacia un punto verde y borroso al borde

del agua.

—¿Tierra?—los ojos de Gabrielle se ensancharon.

—Síp—la guerrera se giró y gritó hacia cubierta—¡Ah, tierra!

—¡Está bien!—Kallerine repitió el grito desde detrás del timón, hacia la

cabina, escuchando cómo reverberaba en el pasillo, tras de ella.

Sin esperar un suspiro, Eponin, Ronan, Johanna y hasta Amarice y Raella

llegaron arriba dando tumbos. Todos ellos se reclinaron sobre la

barandilla, esforzándose por lo que aún no podía verse a nivel de

cubierta. Morrigan salió la última, con el corazón saltando en el pecho

salvajemente. Corrió por la barandilla y frunció el ceño, acercándose

finalmente a la base de la cofa. Alzó la vista, esperanzada.

—Voy a hablar con Pony—Gabrielle palmeó a la guerrera en el brazo—

Pero sospecho que vas a tener compañía—. Descendió lentamente por

el mástil, abordando los peldaños uno a uno, asegurándose siempre de

estar pisando sobre superficie firme. —Ya—aterrizó segura sobre

cubierta—Sube. Hay sitio ahora—.

—Gracias, Gabrielle—la druida escaló con gracia, llegando a Xena.

—Mira—la guerrera la dirigió hacia la pequeña manchita de tierra. El

aroma de la tierra se hacía más fuerte, y sus agudos ojos detectaban

pequeños puntos negros en el cielo, cerca de tierra, donde volaban los

pájaros.

—Eire—la voz de Morrigan estaba llena de tranquila alegría—Bendita

sea—.

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Capítulo 4

—Hola—Gabrielle avanzó furtivamente hasta la maestra de armas,

situándose frente a la barandilla—Qué bien, ver tierra, ¿eh?

—Sí—Eponin se inquietó bajo su intensa mirada. Está tramando algo. —¿Y

a partir de aquí, qué?

—De hecho, es lo que venía a hablar contigo—la bardo escogió sus

palabras con cuidado. —Originalmente, Xena quería que Raella y

Amarice se quedasen en la aldea de Morrigan y protegiesen a Bridgid.

Pero…

—No pueden hacerlo, ¿verdad?—la interrumpió Eponin. —Están

enfermas como perros las dos. No puedo verlas persiguiendo a un niño

ahora mismo, mucho menos luchando con cualquiera que intentase

hacerle daño.

Bueno, reflexionó Gabrielle. Me está dando manga ancha. —Es más o

menos lo que dijo Xena hace un rato. Cree que tenemos que dejar a

alguien más con ellas—los serios ojos verdes la miraron atentamente,

calibrando la reacción de la maestra de armas.

—Oh, no—dos manos se alzaron en una pose defensiva mientras Eponin

retrocedía un par de pasos—Sí Xena piensa que me va a dejar atrás con

un bebé y dos amazonas enfermas, ya puede pensárselo de nuevo.

—No vamos a dejarte exactamente sola—la bardo se mordió el labio

inferior, ofreciendo una expresión inocente.

—Bueno, y quién más…—los ojos marrones relucieron de ira—

¿Johanna?—. el rostro de Gabrielle le dio todas las respuestas que

necesitaba—Genial—alzó las manos al aire—Simplemente genial—. Salió

disparada, a grandes y fuertes zancadas, buscando un lugar donde estar

sola al otro lado del barco.

Gabrielle la observó un momento, suspirando con resignación y

siguiéndola, situándose cautelosamente unos pasos más allá. —Pony,

podría ordenarte quedarte con Bridgid. ¿Lo sabes, verdad?

—Sí, lo sé—sacudió la cabeza con resignación. —Probablemente, para lo

que valgo, ya da igual.

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Vale, creo que estaba bien encaminada con el diagnóstico de celos a

la princesa guerrera. La bardo suavizó conscientemente el tono de su voz.

—¿Es así cómo te sientes?

La maestra de armas la miró durante un breve segundo antes de que su

mirada escrutadora se dirigiese al mar. —A veces, sí.

—No sabes cómo te entiendo—Gabrielle se acercó, alzando una bota

sobre la barandilla.

Eponin la estudió, repentinamente interesada, alzando una ceja,

animándola. —¿En serio?

—En serio. Intentaba, con tantas ganas, ser como Xena. Durante mucho

tiempo—sonrió—Aprendí unas cuantas cosas—.

—¿Como cuáles?—frunció el ceño la maestra de armas, arrancando una

astilla suelta de la barandilla.

—Primero, aprendí que ella es única, y que intentar ser como ella es una

batalla perdida—.

—Y que lo digas—murmuró Eponin.

—Xena es la mejor guerrera y la mejor estratega que he visto jamás. No

gana siempre por ser más grande o más fuerte. Gana porque es más

inteligente. No solo lucha con los músculos, también con el corazón y la

cabeza—. Gabrielle se detuvo, visualizando a su compañera en el fragor

de la batalla, blandiendo la espada, el cabello al viento y la sonrisa más

fiera de todas reluciendo en su rostro. Esto dio a la bardo una inesperada

sacudida de placer, que mantuvo a raya—La otra cosa que aprendí fue

que, si no puedo ser como ella, no hay nadie con quien prefiriese estar—

. Se acercó, agarrando suavemente el antebrazo de Eponin—Xena

protege a la gente que quiere, Pony. Y eso me incluye a mí, y te incluye

a ti.

La maestra de armas parpadeo, sus defensas ligeramente agrietadas. —

Sí. Ya lo sé. Solo me gustaría…

—Pony—el timbre de la voz de la bardo la obligó a establecer contacto

visual—Xena piensa que eres una buena guerrera. No he delineado

todavía el plan con ella. Lo que sí sé es que no toma decisiones sin

pensarlo bien. Cuando se trata de luchar contra el enemigo, tiene un

motivo para cada movimiento que hace. Si quiere que tú cuides a

Bridgid, te prometo que no es porque piense que eres inútil. Es porque

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piensa que tú eres la mejor persona para hacer ese trabajo. Ella no puede

estar en dos lugares a la vez. Esa máscara…no sabemos quién la ha

cogido. Quizás vayan a por Bridgid como parte de su plan. Xena no

puede dar caza a ladrones y proteger a Bridgid a la vez. Si no puede estar

con Bridgid, quiere que la niña tenga a la mejor protectora posible, en

lugar de ella. Quiere que seas tú, Pony. No voy a ordenarte hacer nada.

Si no quieres ir, encontraremos…

—Lo haré—la postura de Eponin se relajó, y una sonrisa verdadera volvió

a su rostro. —¿De verdad piensa que soy una buena guerrera?

—Sí. Lo ha dicho varias veces—Gabrielle le apretó el brazo. —Gracias.

Sabía que podíamos contar contigo—.

—Protegeré a la niña con mi vida—la maestra de armas,

inconscientemente, se irguió unos centímetros.

—Como una verdadera guerrera—la guerrera apreció movimiento en su

visión periférica, era su compañera descendiendo de la cofa y

caminando en silencio hacia el timón, para guiar al barco el resto del

camino al puerto. —Voy a ver si Xena me necesita. Hablaremos más

tarde, Pony.

—Sí. Mejor me llevo a Raella y Amarice abajo otra vez. No deberían estar

afuera con este frío tanto tiempo—vio a la bardo alejarse—Gabrielle—.

La bardo se detuvo y se giró a medias.

—Gracias—la voz normalmente sensata de Pony parecía ligeramente

tímida.

—Solo he dicho la verdad de lo que veo—sonrió y se giró, agarrándose

con cuidado a la barandilla y esquivando varios obstáculos entre ella y

la guerrera.

La concentración de Xena estaba centrada en el timón, mientras gritaba

tajantes órdenes a Kallerine y Ronan, quienes habían tomado posiciones

en los cabestrantes que controlaban las velas. Morrigan permanecía

arriba, ayudando a la guerrera a guiar el barco por el estrecho pasaje.

En cada lado de su camino había aguas poco profundas, plagadas de

rocas que no llegaban a asomar a la superficie, amenazando con

perforar el casco de cualquier barco que se alejase de las profundidades.

Se podían ver los restos de algún navío, parcialmente sumergidos,

testamento de otros marineros que habían intentado y habían fracasado

al maniobrar por el laberinto acuático.

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Gabrielle sintió la necesidad de su compañera de centrarse, y se acercó

con cuidado por un lado. —Hola. ¿Me necesitas para algo?

—De hecho, sí—la guerrera estiró el cuello, observando el agua lo mejor

que podía. —Morrigan está haciendo un buen trabajo localizando las

rocas desde ahí arriba. Necesito a alguien que se ponga en la proa y vea

el agua desde ahí, asegurándose de que no golpeamos nada tan

pequeño que no pueda verse desde ahí arriba. Em…ten cuidado. El

agua salta desde las rocas, y está muy agitada. Átate a la barandilla, ¿de

acuerdo?

—Está bien—la bardo se acercó rápidamente a la parte delantera del

barco y encontró un cabo que ató en su cintura, atándolo a la barandilla.

Trepó, quedándose encima de ella, agarrándose al cabo que mantenía

unidos el mástil y la cubierta. Se sentía volar, y se dio cuenta de que

sonreía de oreja a oreja, con el aire frío despejando su rostro y su cabello,

dándole fuerzas. —¡Rocas a la derecha!—gritó, y sintió que el barco

cambiaba el ritmo. Vale, puedo hacerlo.

Pasó media marca y el pasaje se despejó, quedando nada más que

agua abierta entre el barco y los muelles de la aldea de Morrigan, que

ahora podían ver claramente en la distancia. La bardo continuó de pie

en su atalaya, disfrutando el viaje, ajena a la malvada figura que reptaba

detrás de ella. —¡Aaaah!—saltó, resbalando de la barandilla, pero no se

cayó. Dos fuertes brazos se habían envuelto alrededor de su cintura y la

mantenían, bajándola a la cubierta. —¡Xena!—se giró, refunfuñando y

pegándole con rapidez a la guerrera en el estómago—Me has dado un

susto de muerte—.

—Lo siento. No he podido resistirme—giró a la bardo, de manera que le

dio la espalda a la guerrera, y apoyó su mentón sobre la cabeza clara,

abrazándola aún firmemente. —Me alegro de que haya terminado—.

—Apuesto a que sí—Gabrielle podía sentir los aún tensos músculos

presionados contra ella. —Buen trabajo—.

—No lo habría hecho sin ti y Morrigan—Xena trabajó sobre un hombro,

deshaciendo un nudo. —Pony parece más contenta—.

—Yo…bueno…ella y yo…hablamos de Bridgid—la bardo inclinó su

cabeza, mirando una fuerte mandíbula—Está de acuerdo con quedarse

atrás para cuidarla—.

La guerrera sonrió y besó la cabeza rubia. —Haces milagros—.

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—Nah—Gabrielle se relajó contra ella—Solo tenía que venderle bien el

trabajo, es todo—.

—Sea como sea, te debo una—.

—Lo recordaré—la bardo le dio un juguetón empujón con el trasero sobre

las piernas de la guerrera.

—¿Lo prometes?—ronroneó la voz grave.

—Te lo prometo—otro empujón, para más énfasis.

Quedaron en silencio, viendo los muelles y los edificios de la aldea tomar

forma. —Creo que veo una posada por allí—señaló Gabrielle.

—Bien—la guerrera siguió su mirada—Estoy segura de que Morrigan

querrá ir a ver a Bridgid enseguida. Vamos a darle un poco de tiempo a

solas con su hija. Nosotras podemos ir a instalarnos a la posada y

reagruparnos—.

—Mmm—la bardo se tornó pensativa. —Tengo que ir de compras y

reabastecernos de hierbas. ¿Necesitamos caballos?

—No lo sé aún. Tengo que hablar con Morrigan sobre el terreno sobre el

que caminaremos—. Frunció el ceño—Supongo que al primer lugar al

que iremos mañana será la cueva donde dijo que estaba la máscara

antes de que la robaran. Podemos hablar después de cenar. Ahora

mismo, lo único que quiero es tomar un baño caliente. ¿Te apuntas?

Gabrielle sonrió, apreciando el calor que irradiaban los ojos de su

compañera. —Solo si me dejas darte un masaje en la espalda después y

ayudarte con esos nudos que sé que tienes en la espalda y el cuello—.

Los ojos azules se pusieron en blanco y la guerrera suspiró

dramáticamente. —Oh, está bien. Si insistes. Dios, Gabrielle, eres una

negrera—.

La bardo rio bajito y la abrazó con más fuerza.

—¡Mami!—una niña pequeña con largos rizos rubios y mejillas regordetas

corrió por la plaza de la aldea y saltó a los brazos de Morrigan.

El rostro de la druida arrodillada se iluminó y parpadeó, deshaciéndose

de lágrimas de alegría. —Hola, cariño—abrazó fuertemente a su hija—

Mami te ha echado mucho de menos—.

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—Mami, has estado fuera mucho tiempo—Bridgid alzó las manos,

tocando el rostro de Morrigan, asegurándose de que era real. —¿Ya no

me quieres?

—Oh, Bridgid—las palabras de su hija eran como dagas en su pecho. —

Mami te quiere más que a nada en todo el mundo. Lo siento. Tenía que

ir a buscar a unas amigas para que nos ayuden a luchar contra gente

mala.

—¿Gente mala?—unos ojos grandes reflejaron el miedo de la niña—¿La

gente mala va a hacernos daño, mami?

—No—la druida acarició el cabello de su hija. —Nuestras nuevas amigas

van a ayudarnos, Bridgid. Mami va a asegurarse de que estés bien.

Algunas de nuestras nuevas amigas se van a quedar contigo todo el

tiempo, hasta que estemos seguras de que no pueden llegar a nosotras.

—¿Vas a quedarte tú también conmigo, mami?—Bridgid abrazó a su

madre de nuevo, y la besó en la mejilla. —Mami, por favor, no te vayas

otra vez—.

—Oh, cariño—la druida parpadeó con fuerza—Me gustaría quedarme,

pero tengo que irme. ¿Te gustaría conocer a las nuevas amigas con las

que vas a quedarte mientras yo no estoy?

—¡Mami!—Bridgid estampó un pequeño piececillo en el suelo y se cruzó

de brazos—¡No te vayas! ¡No quiero que te vayas!

—Lo sé, Bridgid—Morrigan se puso de pie, cogiendo a su hija y situándola

sobre su cadera. —Diosa. Qué grande estás. Casi cuatro veranos, a que

sí.

—Sí—la niña sonrió, olvidando momentáneamente su enfado. —Ya soy

una niña grande—.

—Sí que lo eres—la druida empezó a caminar hacia la posada donde

estaban albergadas sus amigas griegas. —Mami tiene que ir al mercado

contigo, y comprarte vestidos. Los que tienes ya casi no te valen.

—¿Vestidos bonitos, mami?—los ojos de Bridgid chispearon de felicidad.

—Los más bonitos de toda Eire, mi amor—Morrigan besó la frente de su

hija.

Llegaron a la posada y entraron, parpadeando hasta que sus ojos se

ajustaron a la luz. Localizó al grupo sentado a una gran mesa, dando

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cuenta con poca energía del estofado de cordero y pan moreno de la

posada. —Xena, Gabrielle—rodeó las otras mesas—Me gustaría

presentaros a mi hija—. Miró profundamente al pequeño fardo que

llevaba entre los brazos—Bridgid, estas son las nuevas amigas de mami.

—Mami, llevan pantalones, ¡como tú!—los ojos de la niña vagaron de una

amazona a otra. Volvió a mirar a su madre—Mami, ¿por qué no llevan

vestidos?

—A veces los llevamos—Gabrielle se acercó, sonriendo a Bridgid—Pero

ahora hace tanto frío que llevamos pantalones—.

—Bridgid, ésta es Gabrielle—los ojos de Morrigan fueron a parar al anillo

de sello de la bardo—Es la reina de las amazonas—.

—¿En zerio?—los ojos infantiles se ensancharon con maravilla. Estiró los

bracitos y la bardo se acercó más, sintiendo unos deditos deslizarse entre

su pelo. —Qué guapa—.

Gabrielle se sonrojó. —Gracias. Yo también creo que tú eres muy

guapa—jadeó con deleite cuando Bridgid le tendió los brazos y se inclinó

hacia delante, indicando que quería ir con Gabrielle. La bardo la agarró

reflexivamente y se encontró con los brazos llenos de una cálida y

bienriente pequeña. —Hola—sonrió y botó en el sitio, riendo y poniendo

caras a la niña, pronunciando palabras sin sentido que hacían reír a la

niña.

Xena estaba sentada, con su silla firmemente apoyada sobre la pared

de madera tallada y un pie colocado sobre el áspero soporte de la mesa.

Bebió de una jarra alta de cerveza y observó a su compañera interactuar

con Bridgid. Unos ojos azules conmovidos se tornaron introspectivos,

recordando otro día y otro niño en los brazos de Gabrielle. Alzó la vista

para ver a Gabrielle estudiarla con decisión. Lo siento, amor. Bajó los ojos,

incapaz de mantenerle la mirada.

Gabrielle miró a su alrededor. Morrigan se había acercado al final de la

mesa, y estaba inmersa en una conversación con Eponin y Johanna

sobre los cuidados de su hija. La bardo tragó con fuerza, con una sonrisa

temblorosa en la boca. —Bridgid—tocó la punta de la nariz de la niña—

¿Te gustaría conocer a mi mejor amiga?

—¿También es una reina?—las pequeñas manos delinearon el rostro de

la bardo, palmeando sus mejillas.

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—No—Gabrielle se giró hacia Xena, apreciando el hundimiento de unos

hombros normalmente erguidos, y la expresión abatida de la guerrera—

Es una princesa guerrera—.

—¿Una princesa?—el rostro de Bridgid se iluminó—¿Es tan guapa como

tú?

—No—la bardo sonrió, sabiendo que ahora tenía la atención de su

compañera—Es preciosa. ¿Ves?—señaló a la guerrera, quién alzó,

vacilante, la vista y consiguió sonreírle a la niña.

—Sí que lo es—declaró Bridgid solemnemente—Tiene una espada—.

—Ajá—Gabrielle se acercó a la mesa, sentándose sobre el borde de la

mesa. —Xena, esta es Bridgid—se inclinó, tendiéndole a la niña antes de

que tuviese tiempo de protestar.

La guerrera la cogió mientras Bridgid acababa sobre su regado. —

Gabrielle, no creo que…

—Eres una señora muy guapa—clamó la niña, usando el chaleco

remachado con la armadura para sostenerse. Colocó cada pie sobre los

musculosos muslos y se puso cara a cara con la guerrera. —Qué ojos

azules tan bonitos—.

Gabrielle disimuló una risita. Esos ojos. No importa la edad que tengan, las

atrapa a todas.

—Mi mamá también los tiene azules—Bridgid se sentó, perfectamente

contenta con permanecer en el regazo de Xena. Palmeó un muslo

cubierto de cuero—Eres mucho más grande que mi mamá—inclinó su

cabeza hacia un lado. —¿Tienes una niña pequeña?

—No—la cabeza morena se sacudió negativamente—Pero me gustaría

tenerla, algún día—. Miró sobre el rostro de la niña, encontrando unos

cálidos ojos verdes refulgir.

—Serás una buena mamá—Bridgid le sonrió y se acurrucó contra la

guerrera. Continuó con su charla infantil, para sorpresa de Xena y alivio

de Gabrielle.

Fiu. La bardo se sentó con cuidado frente a su compañera. Me alegro de

que todo haya ido tan bien como quería. Gabrielle sonrió, observando

los ojos de Bridgid caer mientras bostezaba y se metía el pulgar en la

boca. Momentos después sus ojos estaban cerrados y se había quedado

dormida. —Tienes un talento único—.

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—No sabía que llegaba tan lejos—la guerrera le sonrió, arrepentida.

En ese momento, la niña escogió acurrucarse más, con su mano libre

agarrada al chaleco de Xena. Un suspirito feliz escapó de sus labios,

amortiguado por su pulgar. Gabrielle rio. —Sé exactamente cómo se

siente—.

—Oh, ¿sí, eh?—Xena acarició con su pierna la suya bajo la mesa, y recibió

un empujón como respuesta. —A mí me parece que no es tu pulgar lo

que sueles…

—¡Xena!—la mano de la bardo cerró firmemente la boca malvada de su

compañera. —Bicho—los ojos verdes brillaron intencionadamente,

mientras permitía que sus pensamientos afloraran. No lo sabes, ¿verdad,

amor? Estar en tus brazos es como estar cubierta por una abrumadora

manta terrosa de fiera protección. —Es el lugar más cálido y seguro del

mundo—.

La boca de la guerrera empezó a abrirse para replicar, y se cerró

rápidamente, con sus ojos clavados en la puerta de la posada. —No me

lo creo—murmuró. O quizás sí.

—¿Qué?—Gabrielle se giró, mirando sobre su hombro—Oh, por todos los

dioses—.

—Xena—Eponin se detuvo a mitad de la conversación sobre cuentos

para dormir—¿Ése no es…?

—Sí—respondió la voz grave—¡Autólicus!—gritó.

—Vaya, que coincidencia—Gabrielle sonrió cálidamente mientras su

viejo amigo se acercaba a ellas. —Tenemos que encontrar la máscara

robada. ¿Quién mejor para ayudarnos que el rey de los ladrones en

persona?

—Sí—zumbó Xena sarcásticamente. Demasiado para ser una

coincidencia. —Toma—se levantó y le tendió a la durmiente Bridgid,

dejándola con cuidado en brazos de Gabrielle. Rápidamente recortó

distancias con decididas zancadas.

—¡Xena!—el rey de los ladrones sonrió encantador. —Qué gusto

encontrarte por aquí.

—Ajá—envolvió con una mano un faldón del manto, retorciéndolo hasta

agarrarlo firmemente por el cuello. Con un ágil movimiento, acabó

presionado contra la pared, casi sin tocar el suelo con los pies. —Venga—

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gruñó Xena, con los ojos brillando amenazadores—¿Dónde está, y quién

te contrató para robarla?

—Xena, Xena, Xena—Autólicus alzó ambas manos, defendiéndose. —

¿Por qué cada viaje que hago tiene que ser por negocios? Puedo haber

venido a Eire por placer.

—¿Oh, sí?—sus dedos se apretaron más—La última vez que miré, no había

mucho placer en viajar de Grecia a Eire en mitad del invierno—. Bueno,

se corrigió, a menos que cuentes compartir una cama con Gabrielle. Le

sacudió ligeramente. —Así que…voy a bajarte, vamos a sentarnos en esa

bonita mesa de ahí, y e vas a contar toda la historia, desde el principio

hasta el final—metió la mano dentro de su manto, toqueteándolo.

—Bueno—le agitó una ceja—Xena, no tienes que meterme mano. Si es

eso lo que quieres, ¿por qué no me lo dices?

La guerrera siseó como respuesta, tanteando hasta que encontró lo que

estaba buscando. Sacó una bolsa de cuero abultada que agitó,

produciendo el inconfundible sonido del dinero tintineando. —Eso

pensaba—finalmente, liberó a su presa y abrió la bolsa, mirando dentro.

Volvió a alzar la vista con una sonrisa fiera, haciendo una moneda de oro

entre sus dedos. —Mientras hablamos, pagas tú. Camarero…—obtuvo la

atención del solitario posadero—Una ronda de tu mejor cerveza para

todos mis amigos—.

—Pe…—el rey de los ladrones observó, impotente, cómo dos de sus

monedas de oro acababan sobre la barra.

—Empieza a hablar—Xena le empujó hacia la mesa—Voy a seguir

pagando rondas hasta que me digas todo lo que quiero saber. Cuanto

más rápido hables, menos perderás. Mejor que te des prisa—le guiñó un

ojo maliciosamente—Las amazonas gustan de una buena cerveza—.

Autólicus suspiró con resignación y se dejó caer en el banco cercano a

la bardo. —Hola, Gabrielle—sonrió avergonzado, y recibió un amable

apretón en su hombro. Atrapó otro par de ojos que le estudiaban—

Eponin—asintió, reconociéndola—¿Cuánto tiempo, eh?

—Sí—la maestra de armas aceptó una jarra espumosa del camarero.

—Autólicus…—Xena se deslizó en el banco frente a él, alzando una jarra

fría en su honor, y tomando un largo trago—Buen producto—. Se pasó la

mano por los labios—Bien…—su cara se tornó mortalmente seria—

Escúpelo—.

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—Antes de nada, ¿asumo que estamos hablando de la máscara, o de

algo más?—Autólicus sonrió, esperanzado—Si hay algo más que estés

buscando, quizás podría ayudarte a encontrarlo—.

—La máscara—la guerrera vio que su viejo amigo hacía una mueca, sus

breves esperanzas arruinadas. —Me muero por saber cómo un ladrón

corriente de Grecia ha sido llamado a Eire para robarla—agitó un

tenedor frente a su cara y lo clavó en la mesa.

—¿Un ladrón corriente?—Autólicus hizo exhibición de fingida

indignación—Au, Xena, eso ha dolido. Además, siendo justos, ya estaba

en la Galia, atendiendo mis asuntos, así que no ha sido tan malo llegar

hasta aquí. Me abordó un hombre que dijo haber oído que yo era el

mejor ladrón que había—agitó una ceja—No podría estar más de

acuerdo con él—.

La guerrera puso los ojos en blanco—¿Quién era ese hombre, y dónde

oyó hablar de ti? ¿Tienes un nombre?

—No tengo ni idea de dónde oyó hablar de mí. Me llevó un rato averiguar

algo personal sobre él. Sigo sin saber mucho. Consiguió los pasajes para

llegar aquí, y durante el viaje por mar, me habló de la máscara, dónde

estaba, y de algunos de los peligros que tendría que superar para llegar

a ella. Fue relativamente fácil, a pesar de algunas de esas trampas de los

druidas. No le tengo demasiado aprecio a los clavos y las flechas que

vienen volando hacia mí—. Observó a Morrigan por el rabillo del ojo,

mientras la druida se deslizaba más cerca para escuchar su historia—En

fin, superé las trampas, y una vez en la caverna donde estaba la

máscara, el resto fue pan comido. Casi fue como si se me abrieran las

puertas. No había nada para impedirme la entrada, una vez dentro de

la cámara donde estaba guardada. Fue…casi demasiado fácil.

—Eso no suena bien—habló Morrigan—Si pasaste las trampas tan

fácilmente, eso me hace pensar que debe haber otro poder implicado.

Algo que no fuiste capaz de ver—.

—Podría ser. Todo lo que sé es que el trabajo fue relativamente fácil, y yo

acepto cualquier trabajo fácil—el rey de los ladrones hizo una pausa para

tomar un sorbo de una de las jarras que Xena había pedido. —Ah. Esto

ha dado en el clavo. Será mejor que la disfrute, ya que las estoy pagando

yo—se rio con ganas hasta que unos impacientes ojos azules se clavaron

en él—Oh, volviendo a la historia. Cuando tuve la máscara, nos

encontramos aquí, como habíamos acordado, para completar la

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transacción. Ambos estábamos de buen humor. Él tenía la máscara y yo

la bolsa de oro. Misión cumplida sin contratiempos, algo que me gusta

especialmente. Después de unas cuantas copas, estaba bastante

perjudicado. El tipo no podía sostener su copa, eso seguro—.

—Autólicus…—Xena escupió el nombre, tamborileando con los dedos

sobre la mesa mientras sus labios se torcían en una mueca—Un nombre.

¿Conseguiste…su…nombre?

—Oh. Oh, sí—rio Autólicus entre dientes—Kernunnos.

—¿Kernunnos?—la voz de Morrigan se alzó una octava—No. Es imposible.

Yo maté a Kernunnos. E incluso aunque haya conseguido volver a la vida,

Kernunnos es un dios. No puede emborracharse.

—Mira—el rey de los ladrones alzó una mano, defendiéndose—No había

visto a ese tipo en mi vida. Todo lo que sé es que se llamaba Kernunnos,

y que se emborrachó. Solo fue un trabajo. No tiendo a involucrarme con

clientes—sintió un par de ojos azules y otros verdes mirarle con igual

intensidad—Como norma general. No me involucro con clientes como

norma general. A no ser que Xena sea el cliente—murmuró en voz baja.

—Autólicus, esto es realmente importante—la guerrera le agarró la

muñeca, con los dedos casi cortándole la circulación. —Kernunnos es

peligroso. Esa máscara es peligrosa. Piensa bien. Me tienes que decir todo

lo que recuerdes sobre él, lo que dijo sobre la máscara, y para qué la

quería—.

—Bueno…—Autólicus se sacudió el brazo para liberárselo, frotándoselo y

mirando cautelosamente a Xena—Dijo que quería la máscara para un

amigo suyo. ¿Cómo se llamaba…?—cruzó un brazo sobre el pecho y

presionó un dedo contra su mentón, estrechando los ojos mientras

pensaba. —Oh, sí. Laki.

—¿Laki?—Xena frunció el ceño—¿Quién es Laki?

—¿O era…? No…era Loki, era Loki—Autólicus sonrió, satisfecho—Sí, Loki—

.

—¿¡Loki!?—gritaron Xena y Morrigan al mismo tiempo.

—Xena, ¿quién es Loki?—Eponin sintió que, quienquiera que fuese, no era

algo bueno.

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Xena se enfureció. —De todos los dioses del mundo…—dejó morir la frase

y se encaminó a grandes zancadas a la ventana, con humo saliendo de

las orejas.

Gabrielle la vio marchar. Se debatió entre seguirla o darle a su

compañera el espacio que parecía que necesitaba. Su decisión fue

tomada al volver a mirar y ver a la druida, cuatro amazonas, una antigua

camarera y al ladrón, todos mirándolos expectantes. Bueno, al menos

Bridgid sigue dormida. La chica estaba acurrucada donde Gabrielle la

había dejado, en el banco cerca de Morrigan. —Em…Loki—rio

nerviosamente—Estudié algo sobre él mientras estuve en la Academia en

Atenas—.

—¿Por qué Xena está tan preocupada?—Kallerine miró ansiosamente a

la adusta figura que permanecía en el otro extremo de la taberna,

dándoles la espalda, estudiando lo que fuera que había fuera de la

ventana con gran interés.

—No lo sé—frunció el ceño la bardo—¿Por qué el cielo es azul?—murmuró

para sí.

—Bueno—la maestra de armas se apoyó en el borde de la mesa, con una

pierna contra el suelo y la otra bailando con energía contenida. —¿Loki?

Háblanos de él, mi reina.

La bardo frunció el ceño. No hacen falta formalidades. —Loki es el dios

nórdico de la discordia y el espíritu del mal. Mató a Balder, el dios nórdico

de la paz y el segundo hijo de Odin, el rey de los dioses nórdicos, como

Zeus para los dioses griegos. Odín amaba a Balder, y decretó que nada

que viniese del fuego, el aire, el agua o la tierra podría nunca herir a

Balder. El muérdago no es ninguno de esos elementos. Loki estaba celoso

de Balder y conspiró contra él, dándole una flecha de muérdago al ciego

Hoder, que disparó la flecha y le dio al azar a Balder, matándolo.

—Qué majo—manifestó Kallerine. Ooh. Me pregunto si el muérdago

matará bacantes. —¿Y qué le pasó a Loki?

—Odín estaba furioso—Gabrielle tomó un sorbo de cerveza para

humedecer su garganta seca. —Encadenó a Loki a una roca en el

inframundo, usando diez cadenas. Odín convenció a los demás dioses

para que Balder pudiese volver a la vida. Si Loki se liberase, se desataría

el Ragnarok, el crepúsculo de los dioses nórdicos y el fin de todas las

cosas. El mar se tragaría la tierra, el fuego consumiría todos los elementos,

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incluso los dioses. Todo…y todos…tal y como lo conocemos,

desaparecería.

—La máscara…—los ojos de Morrigan se ensancharon,

comprendiendo—Si la máscara llega a manos de Loki, podría usarla para

liberarse de las cadenas de Odín. Con la máscara, podría sobrevivir al

Ragnarok. Podría tener poder para reconstruir el universo.

—¿Debemos tener miedo?—los ojos de Amarice estaban llenos de

miedo, sus rasgos pálidos casi blancos.

—¿Sí?—Raella se relajó un poquito cuando Eponin se puso a su lado,

envolviendo un brazo protector a su alrededor. —Parece que

deberíamos esperar el caos total en cualquier momento. El daño está

hecho. La máscara ya está en malas manos.

—Oooh—gimió Johanna. —Creo que no debí haberme marchado de

Pirgos—.

Autólicus se levantó lentamente de la mesa y se metió las manos en los

bolsillos, reclinándose contra la pared y mirando al suelo. —Gabrielle,

creo que ya he hecho suficiente daño—la miró brevemente—Dile a Xena

que me quedaré aquí esta noche. Si…puedo ayudar…solo dímelo—.

—No lo sabías—la bardo le palmeó el brazo—Solo estabas haciendo lo

que mejor sabes hacer—. Le cogió la barbilla, ganándose una sonrisa—

Incluso aunque no siempre lo apruebe, nunca te he culpado, y creo que

lo sabes. Si no fuera por tus habilidades como ladrón…—miró al otro lado

de la habitación y se estremeció involuntariamente.

El ladrón le revolvió el pelo—Algo ha cambiado con vosotras dos, ¿eh?

Gabrielle se sonrojó. —Podríamos decirlo así, sí. Ven a cenar esta noche,

y te lo contaré. Ha sido…un año interesante—.

—Ya te digo—Autólicus se mesó el bigote—Lo primero que escuché es

que estabais muertas. Después que estabais vivas y viviendo con las

amazonas. Tiendo a alejarme del territorio de las amazonas. No hay

mucho que hacer por allí. Robar a las amazonas es una petición de

suicidio.

—Correcto—Eponin cruzó los brazos con suficiencia, pero había una

buena cantidad de respeto en sus ojos.

—¿Por qué no vais comiendo algo? Tengo que hablar con Xena un

momento, si me disculpáis—. Cruzó la habitación y se deslizó al lado de

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la guerrera, dejando una mano dubitativa sobre su espalda—Xena, ¿qué

vamos a hacer?

—Bueno, no vamos a ir al Valhalla—sus ojos eran fríos como la nieve que

caía fuera. —No, solo como último recurso—.

—¿Valhalla?—Gabrielle la miró, confusa—¿Por qué tendríamos que

pensar en ir al Valhalla? ¿No está muy lejos de aquí?

—No lo suficiente—los ojos de la guerrera miraban a través de ella.

—¿Qué hay en Valhalla?—mientras hablaba, la mano de la bardo se

movía, confortando a la guerrera mientras le acariciaba la espalda; y

sentía a la guerrera inclinarse hacia ella, hundiéndose en su calor. —Loki

está en el inframundo, ¿no, Xena?

—Odín está en Valhalla. Quizás él sepa cómo hacer más resistentes las

cadenas de Loki, incluso para el poder de la máscara. Pero también hay

un montón de gente, y dioses, y valkirias, quienes quieren verme, como

poco, muerta—miró atentamente afuera, contemplando los rayos de sol

sobre la nieve, y sintiendo la amable compasión de su compañera casi

como una fuerza física. Bajó la cabeza, con su largo cabello negro

ocultando su rostro.

—¿Quieres hablar de ello?—Gabrielle apartó los mechones oscuros y

acarició una mejilla bronceada.

—Después—unos ojos cargados de remordimiento cayeron sobre el rostro

de la bardo, para apartarse rápidamente. Supongo que esa parte de mi

pasado tendría que salir a la luz en algún momento. Xena suspiró

pesadamente. Solo es otra historia de otro horror que traje a la vida de

otra persona. No es como si no hubiese escuchado cientos de veces la

misma historia. La guerrera alzó una mano, estampándola contra el

marco de la ventana con algo de fuerza, antes de girarse y volver a la

mesa.

La bardo la siguió, pensativa y silenciosa.

—Lo siento—se sentó frente a Autólicus. —Malos recuerdos—su expresión

se suavizó cuando Gabrielle se deslizó a su lado y dejó una mano sobre

su pierna, bajo la mesa. —¿Algo más que recuerdes?

—No. Fue un trabajo simple y una buena recompensa—el rey de los

ladrones palmeó su bolsa de oro, que seguía sobre la mesa. Frunció el

ceño y la miró. —Una cosa curiosa. Kernunnos. Le preocupaba que no

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tocase la máscara más de lo necesario, y que no me la pusiese. Tenía dos

esmeraldas enormes por ojos. Me dijo que quitase las piedras y las

envolviese aparte de la máscara y que lo metiese todo en un saco.

Morrigan y Xena intercambiaron una mirada preocupada. —¿Tocó él la

máscara?

—No. La dejó en la bolsa. Me hizo desenvolver los trozos lo suficiente

como para que viese que era lo que tenía que ser. Pero en la caverna,

cuando la cogí por primera vez, antes de quitar las piedras, tuve el

extraño deseo de encontrar a Pastelito y sacrificarla a los druidas. Se fue

tan pronto como la metí en la bolsa—. Sacudió su cabeza—Qué raro—.

—Autólicus, ¿quién es Pastelito?—Xena sonrió a la druida.

—Nadie en especial—frunció el ceño y su voz adoptó un tono defensivo.

—Solo una chica que conocí hace tiempo, cuando viajaba con

Salmoneus—.

—¿Una chica, eh?—Xena le guiñó un ojo a Morrigan—No estarás

enamorado de ella, ¿verdad?

—No. Absolutamente no. Nada de eso—cruzó los brazos y frunció más el

ceño.

—Mmmm—Gabrielle captó la intención a medias—Son tres negaciones

en una misma frase, Autólicus—rio suavemente—Protestas demasiado—.

—Hmmpfh—se levantó de la mesa—Creo que voy a pedir otra ronda—.

La bardo soltó una risita y lo vio alejarse, y después se giró hacia su

compañera. —Xena. No es por resaltar lo evidente, pero seguramente

Loki ya tendrá la máscara. ¿Es demasiado tarde?

—No—habló la guerrera con voz áspera. —Eso es. Ha pasado casi un mes

desde que Autólicus robó la máscara, ¿no?

—Sí—confirmó Morrigan.

—Algo no está bien—Xena se levantó, y se recostó contra la pared, los

ojos estrechándose al mirar por la ventana, sin ver. —No tiene la máscara

aún. Si la tuviese, ya la habría usado. Hay algo más en todo esto. Algo

que no estamos viendo—.

—¿Qué vamos a hacer?—preguntó Gabrielle, mientras seis caras la

miraban preocupadas.

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—Vamos a ir a esa cueva con Auto, y seguiremos el rastro de Kernunnos—

se quitó una pelusa imaginaria del brazo. —Si no hay rastro, iremos a por

Loki—.

—Pero Xena—la bardo se levantó y se puso a su lado, reclinándose en la

pared en una postura similar—Loki está…

—En el inframundo—gruñó Xena—Lo sé…

—¿No sería el Valhalla mejor lugar para ir primero?—Gabrielle habló con

cuidado—Con Odín allí…

—Prefiero probar en el inframundo primero—escupió la guerrera.

Autólicus estaba sentado al lado de la bardo, disfrutando de una ronda

de sidra después de la cena. Xena se había ido con Morrigan y Bridgid a

su cabaña para ayudar a Eponin, Johanna, Amarice y Raella a instalarse.

Gabrielle había pasado la mayor parte de la cena poniéndose al día con

su viejo amigo, contándole todo lo que habían pasado desde que César

las crucificó. Kallerine estaba sentada a la mesa con ella, escuchando la

conversación tranquilamente, disfrutando de la nueva información sobre

sus dos heroínas favoritas.

—Yo podría haberte dicho que Xena estaba enamorada de ti,

Gabrielle—Autólicus le sonrió con suficiencia—Lo sentí aquella vez, ya

sabes—.

Gabrielle se quedó callada y miró su regazo durante un momento. —

Aquello fue muy difícil y muy confuso para mí—.

—Lo siento—el ladrón le tocó el hombro, dudando. —No quería

recordarte malos momentos—.

—No pasa nada—giró la cabeza hacia un lado y le sonrió brevemente.

—Ahora parece que todo aquello pasó hace mucho tiempo. Ha pasado

tanto desde entonces, que siento como si fuese otra persona. Ella me dijo,

mucho más tarde, que me amaba ya entonces, pero que solo tuvo valor

para actuar mientras estaba muerta.

—Cuando estuvo dentro de mí, pude sentir sus emociones. Sentí su miedo,

por si no llegaba a la ambrosía a tiempo. Su amor por ti era su motivación

para volver a la vida. Tú la necesitabas. No lo hizo por ese puñetero “bien

supremo” del que siempre habla. Lo hizo por ti—sonrió, disoluto. —Yo me

sorprendí tanto como tú cuando te besó. Mi corazón…su corazón

Page 130: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

palpitaba tan fuerte que tuve miedo de que me matase en el proceso—

.

—Estaba tan confusa—reflexionó la bardo tímidamente—Dijo una vez

que ya actuábamos como amantes mucho antes de serlo. Cuando

volvió a la vida…todo cambió. Pasamos por unos momentos muy duros

después de eso, pero su muerte, y su vuelta a la vida…creo que reforzó

el lazo entre nosotras. Nos hizo superar los malos momentos.

—¿Entonces, por qué os llevó tanto tiempo?—Autólicus vació su jarra e

hizo señas para que se la llenaran. —Quiero decir, para que os dieseis

cuenta de las cosas.

—No lo sé. Un montón de cosas. La vida se complicó—los ojos verdes se

cerraron con desdicha. —Esa primera vez, cuando estaba en la cima de

la montaña, me dolió tanto su muerte. Después de que volviese a la vida,

no pensé que podría sobrevivir a su muerte otra vez. Recuerdo pensar

que quería ser la primera en morir de las dos. Me equivocaba.

Tanto Kallerine como el ladrón se inclinaron hacia delante, animándola a

continuar.

—Cuando Bruto me capturó, y Calisto partió la columna de Xena con el

chakram, fue el final de nuestro camino o eso pensamos. Recuerdo estar

sentada en aquella celda, esperando a ser crucificada—. Una lágrima

solitaria recorrió la mejilla de la bardo y sorbió, limpiándola rápidamente.

—Ella se moría. No podía moverse de cintura para abajo. Así que me

senté allí, sosteniéndola en mis brazos. Sabíamos lo que estaba por venir.

Había oído lo suficiente sobre la crucifixión para entender el horror que

nos esperaba. Y fue horrible. Más horrible de lo que nunca pude haber

imaginado—Gabrielle se estremeció.

—Gabrielle, no tienes que…—.

—No—sorbió de nuevo—No he hablado de esto con nadie, además de

Xena, desde hace mucho tiempo, y no lo hablamos muy a menudo. Sentí

tantas cosas en aquella celda. Tenía que ser la fuerte de las dos. Ella ya

sentía tanto dolor, emocional y físico. Yo sabía que se culpaba. Había

estado teniendo esas visiones desde hacía casi un año, y su pesadilla se

estaba convirtiendo en realidad. Así que la sostuve—Gabrielle suspiró,

temblando, y conteniendo las lágrimas. —Deseé…con todo mi

corazón…que se muriese en mis brazos, antes de que pudiesen

crucificarla—.

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Podía oler la paja húmeda y sentir el frío de la piedra sobre la que estaba

sentada. La respiración y el latido del corazón de Xena eran superficiales.

La guerrera luchaba por despertarse, y Gabrielle seguía animándola a

descansar. Pero no ibas a hacerlo, ¿verdad, amor? Era como si Xena

supiese que, si cerraba los ojos, no volvería a despertarse. Y no ibas a

dejarme morir sola, ¿eh?

Se estremecían de vez en cuando, y Gabrielle la abrazaba con más

fuerza. Hacía un frío de muerte en la celda, mucho más fuera, y los

escasos paños de arpillera que llevaban no daban calor en absoluto. Los

golpes habían sido dolorosos, tanto los recibidos como los observados.

Los guardias la habían sujetado y la habían obligado a mirar mientras

golpeaban a Xena. Después sostuvieron a la apaleada guerrera para

hacerla mirar mientras golpeaban a la bardo. Xena había luchado

contra ellos incluso entonces, maldiciéndoles y retorciéndose con toda la

fuerza que podía reunir en la parte superior de su cuerpo. Se había

ganado algún puñetazo por aquello.

Cuando las desnudaron después, Gabrielle temió que las fuesen a obligar

a observar algo aún peor, pero los soldados les lanzaron esas gruesas

prendas a los pies y las dejaron solas. El agudo chirrido del cerrojo de la

celda al cerrarse la estremeció hasta el tuétano. Nunca se había sentido

más humillada que allí, arrodillada, desnuda como el día que nació, y

vistiendo a una inconsciente Xena primero, antes de forcejear con su

atuendo de crucifixión.

Después de aquello, se sentó contra un poste, atrayendo el cuerpo de la

guerrera hacia ella. Asumía que Xena estaba muy cerca de la muerte.

Nunca se sorprendió tanto cuando la guerrera volvió a la consciencia, y

compartieron una última conversación desgarradora. ¿Qué se le dice a

la persona que significa todo, cuando sabes que vas a morir? Tantas

cosas que decir, y tan poco tiempo para decirlas. Sus ojos gritaban por

ellas. Lo vio allí, el amor que la guerrera nunca se había atrevido a

declararle. Era agridulce, saber que había tanto que quedaría sin decir

entre ellas. Demasiado tarde. Maldita sea, demasiado tarde. Me aseguré

de que lo supieras, Xena. Lo último que te dije fue que te quería.

—No sé qué dolió más—Gabrielle salió de su sombría reflexión. —Ser

crucificada, o saber que Xena estuvo mirando todo el tiempo. Sentí sus

ojos en mí, siempre, y mientras yo me mordía la lengua, ella gritaba por

mí. En fin, tuvimos una segunda oportunidad, Autólicus. O, supongo que

sería una tercera. Ambas hemos muerto antes. Cuando Eli me trajo de

vuelta, y me ayudó a traer a Xena de vuelta, ambas comprendimos el

Page 132: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

precioso regalo que era la vida. No hay más que contener. La vida es

demasiado corta. Y el “bien supremo” ha sido redefinido. Es por eso que

esta misión es tan difícil para nosotras.

—¿Por qué?—el ladrón se había olvidado de su sidra, y casi tira la jarra de

un movimiento de su mano, atrapándola en el último momento.

—Porque nos deja peligrosamente cerca de un lugar que casi nos parte

en dos para siempre. Y no vamos a dejar que nada, nunca, vuelva a

interponerse entre nosotras de esa forma—los ojos verdes se oscurecieron,

centelleando en ellos una amenaza, mientras veía la pregunta formarse

en los labios de su viejo amigo. —No preguntes. No puedo revivirlo.

Nunca. Ha pasado, sobrevivimos, y eso es todo lo que importa—.

Kallerine estaba sentada, en silencio. Suponía a lo que se estaba

refiriendo la reina. Había oído hablar de Esperanza y Solan, en susurros, en

la aldea amazona. Sabía la historia de la crucifixión, había estado

presente casi desde el comienzo. Hace casi un año ya, ¿verdad? El dolor

en los ojos de Gabrielle parecía casi tan reciente como aquellos primeros

días, después de que volviesen de los Campos Elíseos. Me pregunto si se

habrá dado cuenta de que se acerca el aniversario de aquello. —

Disculpadme—la cazadora se levantó de la mesa—Creo que voy a

pasarme por donde Morrigan a decirle adiós a Amarice antes de

marchar mañana.

—Buena idea—la bardo sonrió, aunque sus ojos brillaban por las lágrimas

no derramadas. —Sé que todas están bastante disgustadas por no venir

con nosotras. Apuesto a que Amarice se sentirá mucho mejor con un

buen abrazo antes de que te vayas.

Las mejillas de Kallerine se colorearon y sonrió, yendo hacia la puerta sin

más palabras, ciñéndose el manto a su alrededor. Ahora. Miró el patio

cubierto de nieve y el camino estrecho que llevaba a la cabaña de

Morrigan. Vamos a ver si puedo encontrar a Xena, y a traer su culo

guerrero a esta posada, donde se la necesita de verdad.

—Me alegro de que estés aquí conmigo—Raella sonrió débilmente desde

su cómoda cama de plumas en la cabaña de Morrigan. Estaba

recostada contra dos almohadas y tenía una suave colcha encima que

la tapaba hasta la barbilla. Hizo una mueca y abrió la boca, tragándose

la dosis de hierbas que Eponin le sostenía contra los labios.

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—Sí. Solo me gustaría…—la maestra de armas se detuvo, debatiéndose

con su corazón de guerrera y el deseo de estar con la mujer que había

conquistado el resto de sí.

—Quieres ir con Xena—unos ambarinos ojos triste la miraron por encima

del borde de la taza. —Lo sé. Siento haberme puesto enferma. Sé que

probablemente irías con ellas, si no fuera por mí y por esta maldita gripe—

un ataque de tos sacudió su cuerpo, resaltando la evidencia.

—No puedes evitarlo. Y soy yo la que debería disculparse. Soy una imbécil

a veces, y tú me soportas. Sabes que te quiero—la guerrera se sentía

extraña. Era algo que, por alguna razón, no podía expresar normalmente

en voz alta.

—Lo sé—Raella tragó e hizo una nueva mueca por el sabor de las hierbas.

—Uuug. Esa cosa sabe a bazofia.

—¿Has estado robándole la comida a los cerdos otra vez?—Eponin le dio

un golpe suave en el brazo a su compañera. —Sé que a veces la cocina

de Daria deja que desear, pero aún así…

—Ya sabes a qué me refiero—. Un espeso cabello pelirrojo se desparramó

por la almohada cuando se acercó, dejando su cabeza sobre el regazo

de su amante—Eres mi héroe, ¿lo sabías?

—¿Lo…lo soy?—un atípico tono sonrosado cubrió las mejillas de la

maestra de armas, hasta su cuero cabelludo. —¿En serio?—tembló su voz.

—En serio—besó suavemente una rodilla cubierta de cuero.

—¿Y Xena?—las cejas castañas se fruncieron. Raella era una de las

mujeres más bellas de la aldea, y casi todas las amazonas disponibles le

habían echado el ojo en algún momento. Seguía siendo un misterio para

la maestra de armas cómo había conseguido enamorar y ganarse a su

amante.

—Oh, no me malinterpretes. Creo que todos sabemos que la princesa

guerrera puede hacer cosas imposibles. La admiro, claro—un largo y

elegante dedo hizo cosquillas en la parte interna del muslo de Eponin. —

Pero tú eres la única que amo. ¿Sabes cómo te veo?

—Yo…nunca lo he pensado mucho—Eponin se aclaró la garganta y

apartó la mirada, temiendo que a lo mejor no le gustaba lo que veía en

los ojos de su amante.

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Raella se sentó e inclinó hacia arriba una fuerte mandíbula, obligándola

a mirarla. —Mírame—rozó una mejilla azotada por el viento—Eres

preciosa. Fuerte, y sexy—añadió rápidamente. —Casi nunca piensas en

ti. Siempre haces cosas bonitas por mí, y eres increíblemente dulce, lo

admitas o no. Siempre estás ahí para mí. Para todas nosotras. Nos

proteges, especialmente cuando Xena y Gabrielle no están. Enseñas a

las niñas a defenderse. Ahí fue cuando me enamoré de ti. Mi primera

clase de tiro con arco…eras tan fuerte y valiente. No sabes que seguía

haciendo como que no me salía porque cada vez que cogía mal el arco

tú venías y me rodeabas con los brazos para corregirme.

Una risa temblorosa escapó de los labios de la maestra de armas. —

Yo…em…esperaba que siguieses sin cogerlo durante mucho tiempo—.

—Tú…—Raella se rio y palmeó una fuerte pierna. La risa se volvió un nuevo

ataque de tos, y se sintió descender hacia el montón de almohadas de

nuevo.

—Descansa—Eponin le acarició la frente con el dorso de sus dedos. —

Sigues teniendo fiebre—.

Justo en la puerta, una divertida guerrera hacía su mejor intento por

contener las profundas carcajadas que sacudían su torso. Oh, esto es oro

puro. Podría tener meses y meses de tortura con eso. Se puso seria,

brevemente. Pero es mejor medicina que la que Gab o yo podríamos

darle. Lo necesitaba y, chico, yo lo sé bien. La conversación era

demasiado familiar para ella. No podía contar el número de veces que

había tenido un mal día. Quizás le habían dado demasiado durante un

entrenamiento, o había tenido un lapsus momentáneo y había fallado.

Los dioses me prohíban ser humana, se regañó. No hace falta demasiado

para herir este viejo ego de guerrera, ¿verdad? Era precisamente en esos

momentos cuando Gabrielle la ayudaba a levantarse, amablemente,

con palabras no tan distintas a las que Raella le ofrecía a Eponin.

Bueno, hay que asegurarse de que me oye entrar. La guerrera retrocedió

varios pasos, y después avanzó pisando con fuerza. —Oye, Pony…—dijo

en voz alta, justo antes de atravesar la puerta. Sonrió, solo un poquito. La

maestra de armas estaba roja como una manzana, y se había puesto de

pie rápidamente, intentando parecer tranquila. —¿Todo bien por aquí?

—Sí—Eponin se rascó la nuca, distraída. —¿Te vas?

—Solo me falta quedar mañana con Morrigan—la guerrera se sentó en

un banco bajo, cerca de la ventana. —Va a quedarse aquí, en la

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habitación de Bridgid, pasando una noche con su hija antes de que nos

vayamos mañana. Yo…—se puso de pie, inclinando la cabeza—Viene

Kallerine—.

—Xena—una cazadora sin aliento apareció en la habitación. —Tienes

que volver a la posada—.

—Cálmate—puso ambas manos en los brazos de Kallerine, sujetándola

mientras tomaba aire. —¿Qué ha pasado?

—La reina…no está herida…ni enferma…solo…—la cazadora señaló con

los ojos la puerta, indicándole que preferiría tener esa conversación en

privado.

—Ve a la otra habitación—dirigió suavemente a Kallerine hacia el pasillo.

—Ahora voy—la cazadora asintió y salió.

—Pony, odio hacer esto tan corto, pero…

—Lárgate—la maestra de armas se irguió y tomó aliento profundamente.

—Todo estará bien aquí—.

—Lo sé—la guerrera cerró la mano sobre su hombro—Bridgid está en

buenas manos. Gracias—. Intercambiaron unas breves sonrisas, y le siguió

los pasos a Kallerine.

—La reina…—Kallerine se encogió de hombros y miró al suelo, pateando

una pequeña pelusilla. —Está…em…te necesita, es todo—.

—¿Podrías ser un poquito más específica?—Xena reprimió un gruñido que

casi acompaña a sus palabras. Había aprendido a confiar en los instintos

de la cazadora.

—Estábamos cenando—los ojos castaños volvieron a alzarse,

encontrándose con unos azules y preocupados. —Estaba poniéndose al

día con Autólicus. Una cosa llevó a la otra y…le habló de la crucifixión—

observó parpadear los ojos, sorprendidos—Em…no la había oído hablar

de ello antes. Ella…es que parecía tan triste. Pensé que…quizás si tú

estuvieras allí…lo siento. A lo mejor me he extralimitado un poco—.

—No—la mano de Xena acunó el rostro de la cazadora. —No. Siéntate—

dirigió a la sorprendida muchacha a un sofá. La guerrera casi nunca

establecía contacto físico con nadie, salvo la reina, al menos de forma

amable. —Cuando se trata de tu preocupación por Gabrielle, no tengas

miedo de compartir tus ideas conmigo. Déjame decirte algo—.

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—Está bien—Kallerine miró atentamente, bajo sus largas pestañas.

—Hay una razón por la que te escogí para buscar esa máscara. No

necesitaba otra guerrera—alzó un dedo, ante el silencioso ramalazo de

dolor que apareció en los ojos de la cazadora—No es que no seas una

excelente guerrera. Eres una de las mejores de la aldea—. Se sentó,

dejando una mano sobre el brazo de Kallerine—Pero Morrigan, Gabrielle

y yo somos suficientes para manejar esto, cuando se trata de fuerza física.

Te necesitaba por tu corazón.

—¿Mi… mi corazón?—Kallerine frunció el ceño, completamente confusa.

—Kallerine…—se levantó, y comenzó a pasear de aquí allá frente a la

ventana, mirando fuera de vez en cuanto, con unos pensamientos tan

oscuros como el cielo de la noche. —Pony es una de mis mejores amigas.

Probablemente la mejor, aparte de Gabrielle. Esta es una misión muy

peligrosa. Sabes lo suficiente como para saber eso, ¿no?

—Sí—la cazadora unió nerviosamente sus manos entre sus rodillas y bajó

la vista.

—Si algo me pasara…si no puedo volver…—los ojos azules se dirigieron

hacia la cazadora, asegurándose de que la entendía—Necesito que

alguien se asegure de que Gabrielle vuelve aquí, y a la aldea, sana y

salva. Pony podría hacerlo. Pero tú…creo que tú podrías ofrecerle más

consuelo a tu reina, de una manera que Pony no es capaz. Tú eres una

valiente guerrera, pero te he observado. También eres un espíritu amable.

Creo…que si llegase el momento…Gabrielle estaría más

cómoda…compartiendo su duelo contigo que lo que lo haría con Pony.

—Xena—la cazadora se levantó del sofá y cruzó la habitación, siguiendo

el camino de la guerrera. —Me honra tu confianza. Pero no va a ser

necesario. Creo en ti. La reina cree en ti. Hay una aldea llena de

amazonas, en casa, esperando ansiosas vuestra ceremonia de unión.

Vamos a encontrar esa máscara, y vamos a detener a quienquiera que

la haya robado, y vamos…todas…incluida tú…a volver a Grecia a tener

una gran fiesta—.

La guerrera asintió, incapaz de vocalizar sus pensamientos. Unos ojos

claros se suavizaron, con silenciosa gratitud. —Está bien. Tengo que

hablar con Morrigan. ¿Por qué no te quedas aquí esta noche con

Amarice? Estaremos bien en la posada. Ven por la mañana con

Morrigan.

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—Lo haré—Kallerine mantuvo sus ojos fijos en el rostro de la guerrera. —

Ten fe, Xena. En ti—.

—Lo intentaré—impulsivamente, Xena abrazó a la chica y se dirigió

rápidamente a la habitación de Bridgid. Se detuvo en el umbral. Bridgid

estaba profundamente dormida, acurrucada junto a la druida. La

escena despertó un deseo en las entrañas de la guerrera, algo que había

enterrado profundamente en el rincón más profundo de su conciencia.

Tragó con fuerza, sorprendida ante su reacción.

Morrigan alzó la vista, captando la expresión de Xena en el breve

segundo que duró antes de que la estoica máscara volviese a

reaparecer. Alzó una mano, indicándole que entrase.

—¿Lleva mucho dormida?—Xena estiró una mano, dubitativa, tocando

brevemente los rizos rubios de bebé. Me pregunto si cuando tengamos

una niña, tendrá el pelo de este color. Bridgid no había parado de hablar

durante la cena, hilando un galimatías que solo Morrigan parecía

comprender.

—Le he contado algunos de sus cuentos favoritos. Se ha dormido hace

un rato—la druida palmeó el colchón, invitando a la guerrera a sentarse.

Xena se sentó con cuidado, intentando no molestar a la niña durmiente.

—Escucha, necesito volver a la posada. Kallerine se queda aquí esta

noche. ¿Podéis encontraros con nosotras en la posada después de

desayunar?

—Sin problema, Xena—la druida estudió la cara preocupada. —¿Hay

algo que pueda hacer?

—No—negó la cabeza morena. —Creo que es algo que tengo que

intentar arreglar yo sola. Te veo por la mañana—palmeó la pierna de

Morrigan, bajo las mantas, y salió de la habitación.

En la última habitación del pasillo, Kallerine se sentó en una silla, cerca de

la cama, viendo dormir a Amarice. La pelirroja se movió, sintiendo su

presencia, y sus ojos se abrieron lentamente. —Hola—un largo brazo salió

de debajo de las mantas, buscando a la cazadora. Sus dedos trazaron

ligeramente una rodilla—¿Qué haces aquí?

—Pasar una última noche contigo antes de irme mañana—se pasó de la

silla al borde de la cama, dejando una mano sobre la tripa de Amarice,

sobre las mantas. —Voy a echarte de menos—.

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—Yo también te echaré de menos—la pelirroja se alzó sobre sus codos—

Ven aquí—. Alzó las mantas y señaló el otro lado de la cama, batiendo

sus pestañas.

Kallerine dudó, después se quitó las botas, dejando sus armas

cuidadosamente sobre la cómoda de madera, su cinturón de estacas de

madera resonando contra el metal de sus dagas, las puntas de flecha de

plata y su espada. Se deslizó bajo las mantas y atrajo a la alta mujer

contra ella. —Estás muy caliente—.

—Me congelo—unos ojos tímidos la miraron desde donde la cabeza de

Amarice había ido a parar, sobre el pecho de la cazadora. —Pero tú me

mantendrás caliente—.

—Lo haré lo mejor que pueda—acarició las ondas pelirrojas—¿Te has

tomado las hierbas?

—No hace mucho—Amarice frunció el ceño, intentando medir el tiempo.

—Al menos, creo que no hace mucho. Sé que casi estaba oscuro fuera

cuando Pony vino y me dio esa cosa asquerosa—.

—Pobrecita—Kallerine la besó en la cabeza. —Duerme. Hablaremos

mañana, antes de que me vaya—.

—Está bien—los ojos de Amarice ya estaba casi cerrados, y se acurrucó

junto a la cazadora, abrazándola fuertemente. —Te quiero—murmuró en

voz baja.

—¿Eh?—susurró la cazadora y bajó la mirada, inclinando la cabeza para

ver la cara de la pelirroja, pero sus ojos estaban firmemente cerrados. ¿Ha

dicho lo que creo que ha dicho? Oh, Hades. Creo que sí. Y yo tengo que

irme mañana. Tengo que tener una larga charla con la reina. Pronto.

Sacudió la cabeza con desconcierto, y se unió a su novia en el sueño.

Afuera, un cielo negro se había cubierto de nubes, y pequeños copos de

nieve habían empezado a caer, agitándose por la ligera brisa. La

guerrera se llenó los pulmones del frío aire que le hacía cosquillas en la

nariz, apartándose de vez en cuando los molestos copos de las pestañas,

directa hacia su meta. Medio se deslizaba medio volaba por el estrecho

camino, mientras sus pies distribuían cada vez el peso cuando se

encontraba con una placa de hielo. Su aliento formaba nubes blancas

en el aire, y en silencio maldijo a la tormenta. Aguanta, cariño. Estaré ahí

en un minuto.

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Un brazo salió de detrás de un árbol y un puño impactó contra su

mandíbula, haciéndole perder el equilibrio. Jadeó por la sorpresa, la

había cogido con la guardia totalmente baja. Antes de que recuperase

pie, sintió un brazo rodear su torso y ser atraída contra un cuerpo sólido.

Sus fosas nasales se ensancharon ante el punzante olor corporal que

asaltó sus sentidos. Abrió la boca para hablar y después la cerró de golpe,

cuando un acero afilado se presionó contra su garganta.

Le llevó un momento recuperar la compostura, mientras su cuerpo

recuperaba pie y el cuchillo se presionaba contra su yugular. Vale.

Es…olisqueó, haciendo una mueca ante el olor del cuerpo sin lavar que

tenía detrás…un hombre. Hielo bajo los dos. Sintió sus botas deslizarse

ligeramente con cada pequeño movimiento, tanto del hombre como

suyo. Podría ser una ventaja. Era obvio que el hombre estaba obligado a

concentrarse para mantenerlos a los dos de pie. Por supuesto, podría ser

una gran desventaja si se le va el cuchillo. ¿Hablar primero, o esperarle a

él? Debe querer algo; si no, ya me habría abierto la garganta. Decidió

esperar.

El silencio duró más de lo que había esperado, y sintió la nieve acumularse

sobre su cabeza, con los copos cayendo regularmente sobre el silencioso

bosque que los rodeaba. Hubiera sido casi pacífico, salvo por el hedor, el

cuchillo y la sensación en su vientre que le decía que de verdad tenía

que llegar a la posada. Estaba a punto de cambiar de opinión y hablar

cuando una profunda voz masculina gruñó en su oído, su aliento caliente

erizándole la piel. —¿Quién eres tú?

—¿Quién lo pregunta?—arguyó. Sintió la hoja empezar a hundirse en su

piel, y comenzó a repasar sus vías de escape.

El brazo que se cerraba sobre su cintura se apretó y su piel escoció

cuando el hombre le cortó, lo suficiente como para hacer brotar sangre.

—No estás en posición de discutir—espetó.

Le sintió moverse y se aprovechó de que el cuchillo se apartó

momentáneamente. Ya he tenido suficiente. Le estampó un cabezazo,

dándole en lo que suponía era la nariz. El sonido del hueso y el cartílago

crujiendo, junto con el grito de dolor del hombre, confirmó que le había

golpeado. Hizo fuerza con ambos brazos, rompiendo su agarre. Con un

ágil movimiento, le arrancó el cuchillo de la mano, le tiró de espaldas al

suelo y aterrizó encima de él, sosteniendo sus brazos a su espalda y

sujetando sus piernas con sus poderosos muslos.

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—Una vez más—. Sangre por sangre. Hizo su propio corte en la garganta

del hombre. —¿Quién quiere saberlo?—el cuchillo se hundió más

profundamente, cortando levemente el músculo. La sangre cálida

manaba de la nariz del hombre, sobre su mentón, mezclándose con la

sangre que corría por la hoja.

—Te he estado observando—la voz del hombre era más débil y menos

comprensible, tomada por la nariz rota y la sangre que se le acumulaba

en la garganta. Escupió, salpicando la nieve cerca de su cabeza. —¿Qué

estás haciendo con mi mujer?

—¿Mujer?—estaba oscuro, pero no tanto como para no poder apreciar

sus rasgos bronceados, junto con un oscuro pelo negro y unos ojos que la

hacían estremecerse. Mentalmente repasó la lista de mujeres con las que

viajaba. ¿Kallerine? No. ¿Raella? De eso nada. Pony ya le habría matado.

¿Gabrielle? No, a menos que hayamos estado obviando demasiadas

cosas del pasado. ¿Johanna? Es posible…Ah…—¿Kernunnos?

—Vaya—se retorció debajo de ella, sin éxito, sintiendo su peso situarse

con más firmeza sobre sus piernas y su torso—¿Sabes quién soy?

—Proceso de eliminación. Y sé suficiente para saber que quizás seas el

padre de su hija, pero no eres el marido de Morrigan—la guerrera

mantuvo un ojo sobre él, mientras se hacía con una cuerda del propio

manto del hombre. Lo puso boca abajo ágilmente y le ató las manos. —

Ponte de pie—.

Kernunnos sintió una poderosa rodilla en las lumbares y después se sintió

alzar por unos brazos mucho más fuertes de lo que había supuesto

durante su observación a través de las ventanas de la cabaña de

Morrigan. —¿Siempre eres tan bestia con tus prisioneros?

—¿Siempre te escondes detrás de árboles y atacas a mujeres extrañas

mientras pasan?—gruñó, y se dirigió de nuevo a la cabaña de Morrigan,

empujando a Kernunnos frente a ella. —Sabes, podías haberte acercado

a preguntar, simplemente.

—Está bien—incapaz de usar las manos, se limpió la nariz en el hombro

mientras seguía manando la sangre. —¿Qué intenciones tienes con mi

mujer…er…con Morrigan?

¿Por qué me estoy acordando de Potedaia ahora mismo?, murmuró para

sí. —No es asunto tuyo, maldita sea—gruñó, dándole un empujón para

más énfasis.

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—Ten cuidado cuando hables con los dioses—su voz era indignada, a

pesar de su nasalidad temporal. —Yo soy un dios—.

La guerrera rio profundamente. —De eso nada—se inclinó hacia él y

olisqueó su manto. —La última vez que miré, los dioses no sudaban. No les

olía la boca a muerto. Y, tan seguro como el Tártaro, no sangraban—.

Continuó riendo entre dientes, recordando uno de los momentos más

confusos de su vida, cuando estuvo atrapada en el cuerpo de Callisto y

tuvo que recuperar la espada de Ares para un dios de la guerrera que se

había vuelto mortal. Y oloroso. Y capaz de emborracharse. Recordó la

afirmación de Autólicus de que había tomado unas copas con un

Kernunnos ebrio y lo dejó aparte para más tarde.

—Escucha, Kernunnos, si es quién eres realmente—llegaron a la verja de

Morrigan y la abrió de una patada. —Estamos a punto de tener una

charla con la madre de tu hija, junto con un amigo mío con el que has

hecho negocios. Quizás hayas sido inmortal en algún momento, pero me

juego un brazo a que ahora mismo eres tan de carne y hueso como

Morrigan. Oh, yo, añadió para sí. Tienes dos opciones…—le empujó para

pasar la puerta y continuó empujándole. —Co-operar, o descubrir muy

rápidamente qué es ser mortal, y enfrentarse a una guerrera y a una

semidiosa—. O dos, añadió en silencio. —¿Quién crees que ganaría…?

¿Humm?

El hombre derrotado hizo su mejor intento para gruñir, olvidándose de la

nariz rota. Cuando su rostro se contraía, dejó escapar un gemido de

dolor. —Ya veremos—comentó, finalmente.

La guerrera le guio hasta la puerta y llamó suavemente, emitiendo una

serie de trinos de pájaro después de los golpes. Escuchó atentamente,

escuchando las respuestas desde el otro lado de la puerta. Respondió

con más silbidos y la puerta se abrió. —Pony—asintió hacia su cautivo—

Ve a por Morrigan y dile que tenemos visitas non gratas—.

La maestra de armas frunció el ceño—¿Quién es?

—Un ex-dios—Xena puso los ojos en blanco.

—Oh…vale…—Eponin empezó a ir a buscar a la druida.

—Oh, y Pony…asegúrate de que Bridgid se queda allí—la guerrera miró

al enfurecido Kernunnos. —No creo que necesite ver a esta visita en

particular. Preferiría que se ocupase Morrigan—.

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En un muy breve lapso de tiempo una iracunda druida apareció desde

la casa. —Eres tú—punteó al hombre en el pecho. —No lo creí cuando

escuché que estabas metido en esto—para sorpresa de Xena, Morrigan

placó a Kernunnos, tirándolo al suelo y abalanzándose sobre él,

aporreándole en la cara y el pecho. Él gritó, incapaz de bloquear los

golpes sobre su ya rota nariz. —¿Por qué no permaneciste muerto,

maldito bastardo?

—Morrigan—la guerrera dejó una mano sobre el hombro de la druida,

solo para que fuese apartada. —Morrigan—su voz era más firme—Si le

matas, no podremos averiguar nada—.

—Tú…—rugió la druida, su voz reverberaba sobre el aire nevado—

Intentaste MATAR a nuestra hija. La tiraste por un acantilado, pedazo de

estiércol. Te voy a desollar vivo—.

—Mamá…—una voz infantil resonó detrás de ella.

—Ni una palabra—siseó la druida en voz baja, mientras sacaba la daga

de la funda de su cadera y la sostenía contra la garganta de Kernunnos.

—Aún no sabe que sigues vivo—se colocó justo encima de su cara, con

sus fosas dilatadas por la ira—¿He sido clara?

El hombre asintió débilmente, y Morrigan se movió, bloqueando la vista

de Bridgid.

—Mami—Bridgid empezó a correr hacia la puerta cuando la maestra de

armas la atrapó por la cintura, reteniéndola.

—Lo siento—se disculpó Eponin—Escuchó el alboroto y se me escapó

cuando intentaba detenerla—.

—Bridgid, cariño—Morrigan mantuvo sus ojos sobre su antiguo amante

mientras hablaba. —Mami ha atrapado a un hombre malo. Deja que la

tita Pony te lleve de nuevo adentro, cariño. Mami tiene que llevarle el

hombre malo al alguacil, pero estará aquí para acurrucarse contigo

después, ¿de acuerdo?

Xena sonrió burlona a la maestra de armas. —¿Tita Pony?—alzó una ceja,

divertida.

—Piérdete, princesa guerrera—gruñó Eponin.

—Mami, ¿el hombre malo va a hacerte daño?—el mentón de Bridgid

tembló, y parecía estar a punto de echarse a llorar.

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—Xena, ¿puedes hacerte cargo un momento?—rogó Morrigan.

—Claro—la guerrera sacó su daga de pecho de su cálido resguardo y

sustituyó a la druida para que pudiese hablar con su hija. —Encantada—

la daga llegó a su meta, y sonrió ampliamente cuando el ex-dios se

encogió.

Morrigan vadeó la profunda nieve y se arrodilló frente a la nena. —Mami

va a estar bien, cielo—agitó los rizos rubios—La tita Xena va a ir con mami,

así la ayudará con el hombre malo. Ahora dame un abrazo.

—Sí—una petulante Eponin se metió en la conversación. —Tita Xena

protege nuestra aldea en casa, ella sola, Bridgid. Tu mami está en buenas

manos con la tita Xena—las dos últimas palabras fueron proyectadas en

voz alta, por si acaso los sensibles oídos de Xena no las habían captado

la primera vez.

—Ya hablaremos, culo emplumado—gritó la guerrera sobre su hombro.

—Sé dónde vives, y sé lo que le susurras a tu novia cuando estáis solas—.

—¿Eh?—Eponin tropezó con la guerrera, olvidándose del hombre

bastante más grande que estaba sujetando. —¿Cómo, en nombre de

Artemisa, sabes esas cosas? Tu oído es bueno, pero no tanto.

Xena la miró, agitando las cejas oscuras. —Mi novia ha hecho buenas

migas con tu novia.

—Yo…—la maestra de armas abrió la boca, y luego la cerró.

—Te pillé—rio la guerrera. —Vamos, Pony, conoces a Gabrielle mejor que

es. Ella nunca revelaría lo que habla en privado a menos que tuviera

buenas razones.

—Yo…—cerró la boca una segunda vez.

Xena se puso seria cuando Eponin salió zumbando. Probablemente, no

debería haber hecho eso. —Pony. Espera.

—¿Sí?—la maestra de armas casi sonaba esperanzada mientras se

detenía y se giraba. —¿Tienes más mierda de centauro para echarme

encima?

—No. Solo…—Se sentó sobre el pecho de Kernunnos, continuando con su

inmovilización. —Me alegro de que te ocupes de todos mientras yo no

estoy, es todo….No podría pensar en nadie mejor para hacer esto.

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Incluso en la oscuridad, el sonrojo era bastante evidente. —¿Sí?—su voz

era dura, pero sus ojos sonreían. —Recuérdalo, nada más. Me vas a deber

una muy grande cuando vuelvas—.

—Lo recordaré—por el rabillo del ojo la guerrera vio a Johanna

acompañando a Bridgid dentro de la cabaña. —Hora de irse—se puso

de pie, llevándose a Kernunnos con ella, mientras Morrigan los alcanzaba.

—Necesitamos arrastrar a este patético cadáver a la posada, e ir por

Autólicus. Tengo un montón de preguntas, y quiero que Auto esté ahí

para verificar cada una de las respuestas de este pedazo de estiércol de

cerdo.

El hombre le gruñó, pero sin fuerzas.

—Guarda las fuerzas, vas a necesitarlas—apretó el agarre sobre sus

muñecas, que seguían atadas a su espalda—Siento haber acortado tu

noche con tu hija, Morrigan. Quizás podamos hacerlo rápido.

—Y yo siento casi haber matado a esta nueva fuente de información,

Xena—la druida estudió a su antiguo amante estrechando los ojos. —

Aunque será mejor que se comporte, o disfrutaré del placer de enviarle

fuera de este mundo por segunda vez—.

La guerrera chocó su antebrazo con el de Eponin—Te veo después.

La maestra de armas asintió y desapareció dentro de la cabaña.

—Está bien—Xena abrió el camino, llevándose a Kernunnos con ella. —

Vamos a terminar con esto.

Comenzaron a descender por el camino, cubierto de una nueva capa

de nieve.

En la posada, una bardo desolada veía caer los copos blancos por la

ventana de su habitación. Suspiró pesadamente y se hundió en el borde

de la cama de matrimonio, quitándose las botas y el resto de sus ropas,

cambiándose a una camisa de lana de manga larga y un par de cálidos

calcetines. Con silenciosa resolución, sacó un trozo nuevo de pergamino

de su funda y buscó la pluma de metal que Xena le había regalado en

el Solsticio. Se sentó en el pequeño escritorio bajo la ventana, mirando sin

ver la nieve durante otro largo momento. Después hundió la pluma en el

tintero y empezó a escribir.

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Capítulo 5

a puerta de la posada se abrió de golpe, impulsada por una

poderosa patada. Xena empujó a su prisionero adentro,

acompañando a Morrigan tras él. Permanecieron cerca de la

entrada, en un remolino de copos y viento helado. El contrariado

posadero les salió al paso inmediatamente, cerrando bien la puerta para

que sus escasos clientes no se congelasen. Se giró para reconvenirles y se

detuvo, estudiando a las tres adustas figuras. Se lo pensó mejor y se deslizó

en silencio tras la barra, maldiciendo en voz baja contra los guerreros.

—¡Autólicus!—la voz de la guerrera pasó sobre la leve cháchara de una

docena de aldeanos que se habían reunido junto al fuego para alzar una

pinta contra el frío. Agarró las muñecas atadas de Kernunnos y le arrastró

con ella, acercándose al rey de los ladrones, cuyas cejas se habían

alzado hasta su cabello. —¿Este fue el tipo para el que robaste la

máscara?

—S…sí…Xena, ¿cómo le has encontrado tan rápido?—Autólicus se tragó

de golpe su cerveza y se levantó, limpiándose las manos en el bajo de su

túnica.

—¿Dónde está Gabrielle?—unos ojos azules y preocupados escanearon

la habitación, buscando a su alma gemela ausente.

En línea con su conversación durante la cena, y las revelaciones de la

bardo sobre su relación con la guerrera, el rey de los ladrones permitió

que un ligero matiz de ironía asomase a su sonrisa. —Ha ido a vuestra

habitación. Dijo que había sido un día largo y que estaba cansada.

—Y que lo digas—Xena volvió a centrarse en Kernunnos. —En cuanto a

él, estaba merodeando tras los árboles del bosque—señaló el rasguño de

su garganta—Pensaba que podía quitarme de en medio—.

—Primer error—Autólicus se retorció el mostacho, sonriendo con

suficiencia al ex-dios. —Oye…pensaba que te habías ido a ver a tu amigo

Loki para darle la máscara. ¿Por qué sigues aquí?

—Yo podría hacerte la misma pregunta—gruñó Kernunnos. —Y no tengo

la máscara. Alguien me golpeó en la cabeza y se la llevó. Asumí que

habías contratado a alguien para robármela y poder venderla.

L

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—No conseguiría un barco de vuelta a Grecia en mitad del

invierno…oye…¿acabas de decir que no tienes la máscara?—el rey de

los ladrones clavó su mirada en la de Xena, leyendo la preocupación en

el rostro de su amiga.

—Vamos a ver si lo estoy entendiendo bien—la guerrera tiró con rudeza

al ex-dios sobre un banco y se sentó en la mesa frente a él. Morrigan se

sentó cerca de su antiguo amante, y Autólicus se sentó en el sitio restante,

frente a ella. Los ojos de Xena pasaron rápidamente por cada rostro

sentado a la mesa, antes de situarse de nuevo sobre Kernunnos. —Loki

está en el inframundo. Asumo que tú también lo estabas, después de que

Morrigan te matase, ¿correcto?

—¿Por qué debería contestar tus preguntas?—el antiguo dios cruzó sus

brazos desafiante y saltó, sintiendo una daga contra su costado.

—Porque si no lo haces te voy a volver a mandar al inframundo—Morrigan

se inclinó hacia él, torciendo el labio superior por el desagrado. —Solo por

como estás sangrando, apuesto a que ahora eres mortal, ¿eh? Volverías

al inframundo como un muerto mortal, no como un dios muerto. Has

enviado a muchos mortales a la tumba, Kernunnos. ¿Cómo sería

encontrarte con ellos? Estarían en igualdad de condiciones contigo,

quizás por encima. ¿No sería bonito ver a algunos de ellos tomarse su

venganza?—sonrió con malicia, trazas de la antigua Morrigan surgiendo

a la superficie mientras le veía retorcerse—Así que…mejor será que

contestes las preguntas de la señorita.

Xena torció una ceja ante el término “señorita”, y observó, divertida,

como el hombre comenzaba a hablar. —Sí. Estaba en el inframundo, y

escuché rumores sobre Loki. Era como una broma. Todos los dioses

muertos encontraban muy gracioso ir a echar un vistazo al único dios que

no era libre de vagar por ahí. Estaba atado a una gran roca, con pesadas

cadenas que creo que fueron forjadas por tu dios Hefesto. En fin, fui un

día yo solo para conocer mejor a Loki, y empezamos a hablar—el ex-dios

se giró hacia la druida—¿Te importaría dejar de apuntarme con esa cosa

mientras hablo? Es molesto.

Morrigan obedeció a medias, dejando la daga sobre la mesa, fuera de

su alcance pero donde ella pudiera tomarla rápidamente. —Sigue—.

—Una cosa llevó a la otra y le hablé de Morrigan y la máscara. Me

sonsacó información—. Kernunnos se tornó pensativo—En retrospectiva,

creo que él ya lo sabía todo. Me dijo que si podía conseguirle la máscara,

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la usaría para liberarse. Yo sabía lo del Ragnarok, y se lo recodé. Llegamos

a un trato. Me dijo que si le permitía tocarme para convertirme en mortal,

me contaría donde estaba el portal de vuelta al mundo de los vivos. Si

podía llevarle la máscara, me prometió que, una vez desatado el

Ragnarok, me volvería a convertir en dios y reconstruiríamos el universo

juntos.

—¿Por qué confiaste en él?—la guerrera frunció el ceño, escéptica.

—No lo hice. No más de lo que él confió en mí. Dijo que tenía que

hacerme mortal, o de otra manera, si me decía como escapar como un

dios, quizás tomaría la máscara y no volvería—. Una sonrisa torcida

apareció en los labios de Kernunnos—Habría acertado—. La sonrisa

desapareció—Pero no tenía nada que perder. Era un dios de segunda

categoría en el inframundo. Me aburría, y estaba enormemente

desvalorizado. Pensé que ser mortal, o incluso la destrucción durante el

Ragnarok sería deseable, comparado con lo que hacía. Fue una

apuesta. En la que estaba dispuesto a jugar.

—Así que te hizo mortal y tú intentaste robar la máscara, pero no fuiste

capaz—supuso Xena.

Kernunnos bajó la cabeza, avergonzado. —Descubrí que ser mortal no es

divertido. No sé cómo luchar sin mis poderes. No pude pasar las trampas

de la cueva para llegar a la máscara, así que fui a buscar a alguien que

pudiese—miró fijamente a Autólicus, quién estaba sentado con una

sonrisa de suficiencia.

—¿Y no tienes ni idea de quién te ha robado la máscara?—la guerrera

observó su rostro, retándole a mentirle.

—Si no fue él…—señaló al rey de los ladrones—…entonces no sé quién ha

sido. Estaba acampado en el bosque. Tenía por delante un día más de

viaje antes de volver al inframundo. Alguien me dejó inconsciente

mientras dormía. Me desperté a la mañana siguiente con un gran

chichón en la cabeza. Quienquiera que lo hiciese dejó la porra cerca de

mi petate. Estaba un poco mareado, pero rebusqué en mis bolsas

inmediatamente. La máscara había desaparecido. Fue lo único que se

llevaron. Es raro, porque tenía otra bolsa de oro, en la misma bolsa, cerca

de la máscara.

—Quienquiera que fuera, está claro que sabía lo que quería.

Probablemente significa que conoce los poderes de la máscara. Genial.

Simplemente genial—. Xena dejó caer la cabeza, con los codos sobre la

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mesa mientras masajeaba sus sienes—Nada es fácil, nunca, ¿verdad?—

murmuró, más para sí misma que para los demás. —Escuchad…Tengo

que ir arriba—el continuo dolor en las entrañas le decía que Gabrielle no

estaba bien. —Autólicus, necesito que pases aquí la noche con

Kernunnos. Lo mantendremos atado—. Miró al antiguo dios—No confío

en ti—declaró—Mañana iremos a tu campamento y veremos si podemos

seguir el rastro de tu ladrón. Después de entregaremos al alguacil.

—No es necesario—el rey de los ladrones miró por la habitación, sus ojos

acabaron sobre un rechoncho hombre cerca del fuego. —Ahí está el

alguacil. Hablaré con él.

Después de una breve conversación entre Xena, Autólicus y el alguacil,

Kernunnos se dirigía a su cita con el calabozo local. Morrigan se fue para

salvar el resto de la noche con Bridgid, y Autólicus volvió a la barra. La

guerrera estaba subiendo las escaleras antes de que pidiese su segunda

pinta.

Recorrió el pasillo medio iluminado por velas, evitando hacer ningún ruido

sobre el áspero suelo de madera. El ruido del ajetreo de abajo se colaba

por el hueco de la escalera, a su espalda, amortiguándose a medida que

llegaba a la última habitación del pasillo, tal y como le había dicho

Autólicus. Se acercó a la puerta de su habitación y la abrió con cuidado,

haciendo una mueca ante el rechinar de las bisagras. Miró adentro

mientras Gabrielle alzaba la mesa del escritorio, girándose hacia ella, con

el rastro de las lágrimas visible en su rostro. —Hola—su sonrisa era sincera,

pero su voz era lánguida y débil.

—Hola, cariño—Xena cruzó la habitación en dos pasos, dejando sus

manos sobre los hombros de la bardo mientras se inclinaba para

besarla—¿Quieres hablar de ello?

—¿Dónde has estado?—Gabrielle se levantó, casi cayendo en el cálido

abrazo que recorrió un largo camino hasta su melancólico ánimo. Se

colgó de la guerrera, metiendo su cabeza bajo el mentón de Xena y

empapándose de la esencia del cuero y el humo del hogar. Ambas

mujeres temblaban ligeramente, casi como si hubieran estado separadas

mucho más que unas cuantas horas.

—Estaba volviendo hacia aquí cuando Kernunnos me atrapó e intentó

liquidarme—sintió a la bardo tensarse entre sus brazos y la abrazó más

estrechamente. —Estoy bien. Por acortar una larga historia, ahora es

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mortal y alguien le ha robado la máscara. No sabemos quién, pero vamos

a descubrirlo mañana. El alguacil lo custodiará hasta mañana.

—Dioses—Gabrielle la miró brevemente a los ojos antes de volver a

enterrarse en su abrazo, su voz amortiguada contra el cuero. —Esto se

complica más y más. Qué típico, ¿eh?

—Sí—la guerrera, finalmente, sonrió, acariciando con sus labios su fino

cabello rubio. —Todo está interesante, en cualquier caso. Ahora…—se

apartó, trazando una mejilla con un rastro seco de lágrimas—…¿por qué

las lágrimas?—. Su voz se suavizó, y la sonrisa se tornó dolorida. Suspiró,

debatiéndose entre la urgencia de vocalizar el puzle mental en el que

había estado trabajando desde que escoltó a Kernunnos hasta la

posada. —Sabes, hará un año la semana que viene—.

Gabrielle cerró los ojos, preocupada. —Estaba escribiendo en mi diario

cuando entraste. Empecé a leer hacia atrás y me di cuenta. Cuando

estaba hablando con Autólicus, le hablé de nosotras…—sonrió y

entonces sus ojos se le llenaron de lágrimas. Parpadeó, derramando unas

cuantas que la guerrera atrapó con las puntas de sus dedos—…y le hablé

de la crucifixión. Supongo que me lo ha vuelto a traer a la mente, casi

como cuando pasó. Debe ser el momento. Incluso tuve que mirarme las

manos, ya sabes…—Asegurarme de que no tenía cicatrices.

Xena, muy suavemente, alzó primero una mano y después la otra, sus

propias manos temblaban mientras las examinaba con cuidado, antes

de besar las palmas de cada una. Atrajo de nuevo a Gabrielle contra

ella, sosteniéndola con una buena parte de su considerable fuerza,

mientras sus propias lágrimas empapaban la cabeza de la bardo. —Lo

siento tanto. Si hubiera habido alguna manera de salvarte de aquello…

—Xena, no—dejó dos dedos contra los labios de la guerrera. —Ninguna

de nosotras debe culparse. Hemos hablado de ello. Ambas sabemos que

cargaremos esas cicatrices durante el resto de nuestras vidas, no en

nuestras manos, si no en nuestra alma. No es algo que podamos olvidar.

Y tengo la sensación de que cada año, cuando se acerquen los Idus de

Marzo, pensaremos en ello.

—Quizás—besó los dos dedos. —Me gustaría no estar aquí, en este lugar.

Preferiría estar en casa, donde podríamos tomárnoslo con calma, darnos

tiempo para…llorarlo, si lo necesitásemos.

—Sí—la bardo la liberó, acercándose a sus bolsas, revolviendo para sacar

una camisa de dormir para su compañera. Sin pensarlo siquiera, la ayudó

Page 150: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

a sacarse los pantalones de cuero y el chaleco con armadura mientras

seguían hablando. —No vamos a estar de vuelta a tiempo para nuestra

ceremonia de unión durante el equinoccio, ¿verdad?

Xena tragó saliva, mientras un nudo intentaba formarse en su garganta.

—No—. Maldición. Deberíamos haber hablado de ello antes de marchar.

Estaba tan inmersa en mis estúpidos planes. —Gabrielle, lo siento.

—Yo no—la bardo terminó de desvestirla, y palmeó un ancho hombro.

Xena se agachó automáticamente para que ella pudiese meterle la

cálida camisa por la cabeza. —Xena, el invierno sigue a plena fuerza.

Nuestros amigos y nuestra familia no será capaz de llegar para la

ceremonia de todas formas. Viajar sería demasiado difícil. Estaba

pensando que deberíamos aplazarlo una luna o dos más, esperar a la

primavera y al buen tiempo. Me gustaría que nuestro aniversario no

cayese en una fecha tan cercana a los Idus. Quizás incluso hasta el

Solsticio de verano.

Xena se puso de pie de nuevo, apartando el pelo de los confines del

cuello de la camisa. —¿No te molesta aplazarlo otra vez?

—No—. Gabrielle tomó ambas manos, llevándose a la guerrera a la

cama. Apartó las mantas y se acurrucó cerca de la pared, recostándose

sobre las gruesas almohadas de plumas de ganso mientras la guerrera la

seguía. Se acurrucó contra el largo cuerpo y sintió dos brazos envolverse

a su alrededor. —Xena, ya hemos hablado docenas de veces sobre

nuestro compromiso, en privado, de una docena de formas. Ya llevamos

las alianzas—tendió una mano y la de Xena se le unió, mientras

admiraban el par de anillos gemelos de oro durante un momento.

—¿Así que la ceremonia es solo una formalidad?—la guerrera deseaba,

en secreto, que llegaran los festejos, y se sintió ligeramente herida ante la

aparente falta de interés de su compañera.

—No. Oh, no—la bardo entrelazó sus manos. —Sé que necesitamos

legalizar nuestro compromiso, pero de verdad quiero estar frente a

nuestros amigos y familia y decirles lo mucho que te quiero—sonrió y vio

hacerlo a los labios de Xena. —Será una fiesta genial, y razón de más para

esperar a que el tiempo sea bueno, y tenemos tiempo de sobra para

terminar de planificarlo todo.

—Esperaremos, entonces—la guerrera se recostó totalmente y sintió la

cabeza de Gabrielle acabar justo debajo de su hombro. —Vamos a tener

la mejor ceremonia de unión de la historia de la nación amazona—sonrió

Page 151: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

en secreto. Había pasado marcas enteras en la sala de los pergaminos

del consejo, leyendo sobre los requisitos para una reina amazona y su

consorte. Los pergaminos contenían explicaciones sobre varias

ceremonias pasadas, y habían llenado su cabeza de buenas ideas. Sí, y

voy a hacerte sentir como la reina que eres, bardo mía. Su mano se

deslizó bajo la camisa de Gabrielle, haciendo relajantes caricias sobre la

suave piel de la espalda de su compañera.

Las manos de la bardo exploraron algo por sí mismas, alzando la camisa

de la guerrera, y vagando en círculos contra la musculosa y plana tripa.

Se dio la vuelta y encontró un par de labios expectantes, con besos lentos

y nada exigentes. Finalmente se apartó y sus labios se desplazaron al

estómago de la guerrera, dejando besos sobre la estela de sus dedos,

que vagaron más abajo.

Xena sintió el primer leve revuelo en su vientre y se hundió más en el

colchón, dejando que su compañera decidiese hasta dónde quería

llegar. Sintió una mano inquisitiva arremolinarse repetidamente sobre los

ásperos rizos oscuros mientras la bardo continuaba besando su

estómago. Gimió ante la mezcla de emociones que estaban

despertando las atenciones de su compañera. A cierto nivel, era una de

las sensaciones más relajantes que había sentido, pero en otro era

igualmente erótico.

Un par de ojos verdes la miraron. Dioses. Esos ojos estaban llenos de amor.

Y de algo más. Creo que planea devorarme. La bardo dejó un último

beso sobre su tripa y después siguió a su mano. Sip. El primer toque de los

cálidos labios arrancaron un grito estrangulado del fondo de la garganta

de Xena, y automáticamente levantó las rodillas, dándole a su amante

mejor acceso.

Sus propias manos acariciaban continuamente la parte baja de la

espalda de la espalda, sus piernas, y vagaban ocasionalmente sobre un

trasero duro como una roca. Creo que me está reclamando. Y creo que

me gusta. Sintió provocativos besos sobre la parte interna de sus muslos,

y más decididos mientras Gabrielle se tomaba su tiempo, disfrutando la

exploración. Acarició con la nariz los rizos oscuros, inhalando la esencia

almizcleña y dulce de la excitación de Xena, escuchando durante todo

el rato los constantes murmullos de placer de la guerrera.

Besó los rizos y bajó más. Un par de fuertes caderas se separaron del

colchón cuando la guerrera sintió un profundo e íntimo beso, como si la

bardo la estuviese besando en la boca. Oh, por todos los dioses. No podía

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recordar haber sentido nunca algo así. De hecho, no podía recordar

mucho en general en ese momento. Lo que sentía era

adoración…veneración incluso…y se permitió rendirse al placer, gritando

suavemente el nombre de Gabrielle.

La bardo continuó besándola, reduciendo gradualmente la intensidad

hasta que finalmente su mejilla terminó sobre la tripa de la guerrera,

mirándola. Largos dedos buscaron ansiosamente su rostro, trazando sus

mejillas y sus labios. La guerrera se movió, llevándola contra ella. Pudo

sentir latir el corazón de la bardo, casi tan fuerte como el suyo. La

respiración de Gabrielle era irregular, y la bardo dejó varios besos, casi

ansiosos, sobre una extensión descubierta de su clavícula. Xena suprimió

una risita ante la necesidad de su amante. Ahora creo que tengo que

ocuparme de ti, amor.

Seguían sin hablar, pero de alguna manera ambas camisas acabaron

desapareciendo, y colocó a la bardo boca arriba, mirando

profundamente a los ardientes ojos verdes antes de recortar distancias,

besándola con un propósito claro. —Mmmm—no era exactamente una

palabra, pero resumía lo que ambas estaban sintiendo. Una mano se

deslizó entre ellas, y lentamente llevó a la bardo al lugar en el que ella

había estado recientemente, sosteniéndola con fuerza mientras Gabrielle

temblaba contra ella.

Las sensaciones alcanzaron su punto máximo. —Xena…oh, dioses—. La

guerrera continuó tocándola, susurrando en su oído y besando su cara y

después sus labios.

—Te quiero, Gabrielle—finalmente alzó una mano para apartar los

mechones sudorosos de los ojos de la bardo, estudiándolos de cerca. —

Gracias—la besó suavemente—Por quererme—.

—Siempre—Gabrielle se acurrucó en sus brazos mientras la guerrera

echaba las mantas por encima de ambas.

No eran necesarias más palabras. Compartieron algunos besos más

mientras sus cuerpo saciados sucumbían al placentero letargo del reino

de Morfeo.

El fuerte viento agitaba las contraventanas de la habitación,

sobresaltando a la guerrera de su duermevela. Se quedó mirando

fijamente la oscuridad. Menos mal. Había estado vagando entre el sueño

y la consciencia, por la necesidad de permanecer alerta ante el peligro

Page 153: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

en disputa con sueños oscuros. Ha pasado mucho tiempo desde que no

soñaba con eso.

Miró al cuerpo caliente que tenía firmemente recostado contra ella,

permitiendo que la realidad del amor que compartían se llevase el resto

de las sombras. Me merecía lo que me hicieron en esa fortaleza. Pero

tú…capturó la mano de la bardo, aflojando cuidadosamente su agarre

sobre su brazo, besándola brevemente antes de llevarla contra su pecho,

sosteniéndola mientras se acomodaba entre sus pechos. Tú, mi amor,

nunca deberías haber conocido el horror de aquel día. ¿A cuántos envié

a la tumba crucificándolos? ¿Cien? ¿Quinientos? Una sensación de odio

hacia sí misma se instaló en su corazón. Por lo menos. No, lo que César

dispuso para mí fue justicia poética.

Se estremeció, recordando los gritos de angustia de los hombres que

había enviado a la cruz, mientras sus soldados clavaban sus manos y

tobillos a la madera astillada; y les rompían las piernas, no para añadir

más dolor, aunque seguramente lo hacía, pero porque romperles las

piernas garantizaba una muerte rápida. Les impedía alzarse a respirar. Me

decía a mí misma que estaba siendo mucho más misericordiosa que

muchos otros señores de la guerra, por romperles las piernas.

No tuvimos esa suerte, ¿verdad, amor? Les había llevado horas morir por

la asfixia que al final clamaba a los crucificados que no tenían la suerte

de desangrarse o morir congelados. Se mordió un tembloroso labio,

intentando no llorar. César no pudo haber escogido peor castigo para mí

que obligarme a verte morir de la misma manera a la que yo condené a

tantos inocentes. Como tú. No. Sacudió su cabeza ligeramente. Ese dolor

hizo mi crucifixión palidecer en comparación.

Supo que iba a morir en cuanto su columna se partió. ¿Por qué no huiste,

bardo mía? Me hubieran matado igualmente. Yo era la única a la que

querían. Tú…podrías haberte ahorrado tanto dolor. No podía creer a mis

ojos cuando tomaste mi espada. Por los dioses, Gabrielle, ni siquiera sé

dónde aprendiste a cogerla, mucho menos a blandirla como lo hiciste.

Me rompiste el corazón, amor, ¿lo sabes?

Tú. Tú renunciaste a todo en lo que creías en un abrir y cerrar de ojos. Por

mí. No lo merecía, Gabrielle. Mi vida no valía el precio de tu alma. Me

alegro de que las cosas salieran como salieron. Me alegra más que nada.

Pero voy a llevar esa culpa conmigo durante todo lo que me quede de

vida.

Page 154: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Como si escuchase sus pensamientos, la bardo se movió mientras dormía,

acurrucándose más y enterrando su rostro en el pecho de Xena,

suspirando profundamente contenta. La guerrera esperó hasta que se

acomodó, recolocando las mantas sobre un hombro desnudo que se

había quedado expuesto. —Demasiado fresco para eso, bardo mía—

susurró en voz baja.

¿Sabes cómo deseé haberme despertado sola en aquella celda? Cerró

los ojos, recordando el dolor que le producía algo tan simple como

respirar en aquel momento. Cada músculo de cintura para arriba le dolía

por los golpes y las marcas que la paliza le había causado. Había

intentado mover las piernas, después recordó que no podía. Y fue

consciente entonces de los brazos que la rodeaban, de las cálidas

piernas sobre las que tenía apoyada la cabeza. Había hecho falta

todo…todo lo que le quedaba…para mantenerse apartada de la idea

de dejarse ir totalmente, y dejar que la bendita oscuridad que la rodeaba

la tomase.

Pero supo, desde el momento en que vio los ojos llenos de lágrimas de

Gabrielle y su valiente sonrisa que tenía que aguantar. Solo un poco más.

Tú sacrificaste tu oportunidad de vivir por mí, amor. Lo menos que podía

hacer era sacrificar mi oportunidad de tener una muerte fácil.

Ciertamente, fue el menor de los dos sacrificios.

Sus brazos, como reflejo, atrajeron más a Gabrielle. Dioses, Gabrielle. Besó

la cabeza de la bardo. Ver lo que te hicieron…tragó saliva, con las

lágrimas corriendo libremente, haciéndole cosquillas en las orejas y

acumulándose en el hueco de su garganta. Sus ojos se cerraron.

Recordó la última mirada. Reunió consciencia suficiente como para

expresar un último pensamiento. Gabrielle, tú has sido lo mejor de mi vida.

Parecía tan inadecuado para alguien que lo significaba todo. La bardo

la había mirado con tanto amor. Sin acusaciones…ni lamentos…en

aquellos ojos brumosos y verdes. Te quiero, Xena. Allí, yaciendo en dos

cruces gemelas sobre la nieve, sabiendo que iban a morir. Durante el más

breve de los segundos, el frío, el miedo y el dolor habían pasado a un

segundo plano.

Todas esas sensaciones volvieron a ella de golpe con fuerza suficiente

como para pararle el corazón cuando ambas vieron al soldado colocar

el taco de madera sobre la palma de la mano de Gabrielle. Los ojos

verdes se apartaron rápidamente. Fuiste tan valiente. No emitiste un solo

sonido. ¿Cómo lo hiciste? Había sido más de lo que Xena podía soportar.

Page 155: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Cada golpe del martillo sobre los clavos de las manos y los tobillos de su

alma gemela habían arrancado gritos de ira y pena de la garganta de

la guerrera. No querías que escuchase tu sufrimiento, ¿verdad, amor?

Casi no sintió clavar sus propias manos, y sus tobillos eran insensibles. Siguió

mirando a Gabrielle, quién se negaba a compartir su dolor. Y siguió así al

colgar de la cruz. No tenía ya fuerza en la parte inferior del cuerpo, y usó

la que le quedaba sobre su poderoso pecho y hombros, subiéndose una

y otra vez para respirar, obligando al aire a entrar en sus pulmones,

obviando el frío metal que se hundía más en su carne con cada

movimiento. De ninguna manera se iba a ir primero, dejando sola a

Gabrielle al final.

Finalmente, la fuerza de la bardo se desvaneció, su cuerpo torturado

quedó fláccido cuando su cabeza rubia cayó hacia delante. Su pecho

se quedó inmóvil. Xena lloró entonces, y la siguió rápidamente. Ya no

había motivos para agarrarse a la vida. La paz que encontraron en los

Campos Elíseos hizo de su forma de morir algo intrascendente. A veces

me gustaría…No. No vayas por ahí, Xena. No puedes volver atrás. No

tiene sentido. Todo pasó como tenía que pasar. Asúmelo y sigue

adelante.

Se obligó a centrarse en la tarea que tenía entre manos. Oh, dioses.

Nunca he hablado de las tierras Nórdicas con ella, ¿verdad? Y después,

la maldición de la máscara. Bueno…pensó…lo que hablemos durante el

desayuno va a ser interesante.

Plenamente despierta, escuchó el viento aullar, tamborileando en las

paredes y colándose por las contraventanas. El fuego de la esquina

había muerto hacía rato, pero el calor de sus cuerpos bajo varias capas

de mantas retrasaba la necesidad de prender otro hasta por la mañana.

Una nota salvaje en el viento la hizo estremecerse y el abrazo de Gabrielle

se reforzó. Lo has sentido, ¿verdad? Finalmente, sonrió. Si la tormenta no

se calma pronto, a lo mejor tenemos que estar aquí encerrados un poco

más. Algo que, reflexionó, no tendría por qué ser malo.

Un fragante vapor mentolado se alzaba en remolinos, haciéndole

cosquillas a la bardo en la nariz mientras lo inhalaba y añadía una

cucharada de miel a la gruesa taza y la removía. El fuego del hogar

crepitaba afablemente, lanzando de vez en cuando pequeñas ascuas

rojas que volaban por la chimenea. Una contraventana se había abierto,

revelando un cielo azul despejado de nubes y un metro nuevo de nieve

en el suelo. Un fuerte viento amenazaba con tirar las ramas desnudas de

Page 156: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

los árboles, y los pocos aldeanos que estaban fuera tan temprano

mantenían la cabeza agachada, manteniendo bien apretados sus

mantos sobre sus cuerpos. Gruesos paneles de vidrio mantenían a raya lo

peor del frio y el fuego le mantenía los pies calientes mientras recorría la

habitación con la vista, casi deseando que se quedasen atrapadas por

la nieve.

Cerró los ojos y sorbió su té, asegurando las esquinas de una suave manta

azul marino alrededor de su cuerpo. Abriendo los ojos, se giró hacia un

silencioso susurro proveniente de la cama. La guerrera se movió y emitió

una especie de pequeño maullido, girándose y metiéndose el puño bajo

el mentón. Dioses, es adorable cuando duerme. Gabrielle sonrió y se

levantó, acercándose sigilosamente a la cama para observar a su

amante. No es propio de ella dormir hasta tarde. Pobre. Creo que todo

este pasado que nos ha estado persiguiendo últimamente le está

afectando más de lo que está dispuesta a admitir.

La bardo había dormido como una roca. O sobre una roca, pensó, riendo

entre dientes, pensando en los abdominales graníticos de Xena, cubiertos

por una suave capa de cálida y seductora pie. Creo que anoche la

sorprendí. Sacudió la cabeza, aun sonriendo. Aún sigue sin entender lo

mucho que la deseo. Grandes dioses. Sus ojos vagaron lujuriosamente

sobre el torso expuesto de la guerrera. Nunca soñé que podría ser así.

Xena se sintió observada y abrió los ojos lentamente, parpadeando.

Frunció el ceño, intentando comprender qué hacía bajo la ventana una

gran franja de luz solar que pintaba la madera oscura del suelo. ¿Qué

Tártaro? ¿Qué hora es? Alzó la vista y el ceño desapareció, transformado

inmediatamente en una sonrisa cuando sus ojos acabaron sobre un rostro

claro y un par de centelleantes ojos verdes. —Hola—tenía la voz rasgada,

un timbre sensual que envió placenteros escalofríos por toda la columna

de Gabrielle—¿En qué estás pensando?

—En algo que nos va a hacer llegar un poco tarde—dejó su taza sobre la

mesita de noche y trepó por la cama, reclinándose en su lado y estirando

una mano para ordenar el cabello moreno y revuelto. Sus ojos se

encontraron, repasando los recuerdos compartidos, y la bardo se inclinó

hacia delante, saboreando un delicioso beso.

—Mmm—Xena se apartó de mala gana, deslizando las puntas de sus

dedos sobre el rostro de la bardo—Me has dejado dormir—.

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—Parecía que lo necesitases—aceptó la invitación de la guerrera,

acurrucándose sobre un brazo estirado y sintiendo cómo Xena la atraía

hacia ella. —Además, no hace ni una marca que ha amanecido. Ya que

la mayoría de la gente está en la cabaña de Morrigan, supongo que

tenemos algo de tiempo antes de que lleguen.

—Tiempo suficiente para ir abajo y desayunar—Xena empezó a

levantarse y encontró una mano firme manteniéndola en el sitio.

—No hace falta—Gabrielle se levantó y cogió una cesta que estaba en

el hogar. Volvió a la cama, sobrepasando el borde del colchón mientras

destapaba la cesta del paño que la cubría, revelando unos rollitos de

miel, un bloque de queso cremoso y una selección de fruta seca—Ya me

he encargado de ello—.

—Una de las muchas razones por las que te quiero—la guerrera

enganchó un rollo, partiéndolo en dos y salpicándolo con miel, después

le ofreció un bocado a su amante. —A lo mejor tenemos tiempo para el

desayuno y el postre—alzó una ceja sugerente, cuyo significado no pasó

desapercibido para la bardo.

—En eso estaba pensando…—Gabrielle—saboreó el pan de nueces,

notando el sabor de la miel en su boca. —Mmmm—tragó—En eso estaba

pensando cuando te despertaste—.

—¿En serio?—Xena sonrió cálidamente, alargando la palabra. Tomó la

cesta, dejándola en el suelo. Soltó una carcajada cuando sintió un

insistente tirón en su cadera y se dejó ir de buena gana, aprovechando

el impulso para rodar y colocar a Gabrielle boca arriba. Se dejó colgar

sobre su amante, viendo a la bardo lamerse los labios mientras le devolvía

la mirada con anhelo. —Dioses, eres preciosa—sus propios labios

demostraron sus palabras, dejando ligeros besos sobre el rostro de

Gabrielle—Me gustaría pasar todo el día contigo—.

—Qué bien, Xena—la bardo sintió un sólido muslo deslizarse entre sus

piernas—Qué bien—Sus labios se encontraron en un beso mucho más

intenso.

—Si no podemos tener todo el día…—la voz de la guerrera estaba ronca

por el deseo, mientras sus manos comenzaban a vagar—…supongo que

tendremos que cambiar cantidad por calidad—. Gabrielle se arqueó,

respondiendo a ella, y puso todo su corazón en la tarea que tenía entre

manos.

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Una marca más tarde, bañadas, llenas y satisfechas, guerrera y bardo

salieron de su habitación, bajando las escaleras con sus cosas

empaquetadas en eficientes fardos. La guerrera había conseguido los

fardos el día anterior en el mercado, complacida ante la

impermeabilidad y calidad de la gruesa piel de ciervo con la que

estaban confeccionados.

Xena aún no había hablado de las tierras nórdicas o de la maldición de

la máscara con su compañera. Había decidido dejar la charla sobre

Noruega para otro momento, a menos que se vieran obligadas a ir allí. Sé

que tenemos esa regla de “no más secretos”, se regañó. Pero…sus

pensamientos murieron, agradecida por la infinita paciencia que

Gabrielle era capaz de exhibir cuando se trataba de ella. La regla de “no

más secretos” no era tan rígida. Era más una norma para que no se

ocultaran cosas importantes, a menos que se pidiera directamente. Se

permitían tomarse su tiempo para revelar la información de naturaleza

menos crítica.

Sabía que el tiempo que había pasado en tierras nórdicas era un detalle

importante de su pasado, que aún tenía que revelar. También sabía que

era uno de los capítulos más vergonzosos de su historia. Su psique ya era

frágil y no se atrevía a profundizar aún más en la evidencia condenatoria

contra sí misma. Los malos recuerdos que compartían aún eran

demasiado recientes. Entre el próximo aniversario de la crucifixión y con

Britania tan cerca de Eire, sus emociones estaban a flor de piel como no

lo habían estado en mucho tiempo. Desde…bueno, se dio cuenta que

era desde que había visto a Gabrielle caer voluntariamente en el pozo

de lava, llevándose a Esperanza con ella.

Al menos, cuando fuimos crucificadas estábamos juntas. Por supuesto, si

Gab no se hubiera sacrificado a sí misma de aquella manera, quizás

nunca habría rectificado mis malos actos contra las amazonas del norte.

Dioses…me gustaría…Sintió una profunda tristeza. Me gustaría tener

alguna historia buena que contarle del pasado. Con cada nueva

revelación, casi había esperado que al final la bardo se disgustase con

ella. En vez de eso, recibía la propia marca de amor incondicional de

Gabrielle, viendo en esos ojos verdes un reflejo de sí misma que nunca

había podido ver si lo buscase en un espejo.

—Eh—una mano preocupada la palmeó en un brazo—¿Estás bien?

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—Sí—. Vamos, guerrera, espabila. Tienes una misión potencialmente

peligrosa ahí delante. No es momento para lamentaciones. —Sí. Solo

estaba pensando en lo que tenemos que hacer primero.

Una breve charla con Morrigan el día anterior había revelado que la

nieve era demasiado profunda en algunas partes por donde quizás

deberían pasar. Xena decidió que sería una crueldad alquilar caballos y

obligar a las pobres vestidas a vadear por colinas y caminos imposibles.

Sabía lo mucho que Argo odiaba semejante tarea, aunque el fiel caballo

de batalla habría galopado por las puertas del Tártaro si la guerrera se lo

hubiese pedido.

—Xena, no quisiera…—la bardo dudó, aunque había aprendido que era

una de las pocas personas que tenía carta blanca para cuestionar las

decisiones de su compañera—…no quisiera señalar lo evidente, pero si

los caballos lo van a tener difícil para pasar por la nieve, ¿cómo vamos a

ir nosotras andando? Tú y Autólicus sois altos, pero no tan altos. Kallerine

es un poco más baja que tú. Y en cuando a Morrigan y a mí…

—Auto no va con nosotras…—cruzaron la habitación principal de la

posada, hasta donde las esperaban Kallerine y Morrigan. —En cuanto al

viaje, no te preocupes. Ya he pensado en eso—.

—Suponía que lo habías hecho—Gabrielle se quitó sus bolsas del hombro,

dejándolas en una esquina, tras una mesa. —Solo lo comprobaba—se

giró hacia la mesa—Buenos días. ¿Todo el mundo está instalado en tu

casa?

—Todo lo bien que podrían estar, dadas las circunstancias—la voz de la

druida contenía una nota de tristeza—Bridgid no entiende por qué me

marcho otra vez tan pronto—.

—Lo estuve pensando la otra noche…—Xena se detuvo cuando un

desaliñado Autólicus entró en la habitación.

—Buenos días, señoras…Xena—sonrió encantadoramente, a pesar de su

apariencia.

La guerrera ignoró la indirecta. —Pareces Hades, Auto.

—Bueno, gracias—hizo un puchero de broma—He oído que Hades es un

tipo bastante atractivo.

Dos ojos azules miraron al techo y Xena tomó asiento. Una multitud que

daba cuenta de sus desayunos, y el zumbido constante de sus

Page 160: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

conversaciones la estaba poniendo de los nervios. —Gabrielle y yo ya

hemos comido, y asumo que vosotras dos habéis comido en casa de

Morrigan—la druida y la cazadora asintieron afirmativamente. —Auto,

pide tu comida. Tengo una nueva tarea para ti, pero tengo que hablarlo

con Morrigan primero.

—Está bien. Ahora vuelvo—comenzó a sortear las mesas para dirigirse a

la barra, volviendo al momento con un plato de panqueques y una alta

jarra de sidra de manzana. Una sirvienta le seguía con una ronda de sidra

para la mesa. Las jarras fueron pasando y siendo aceptadas

ansiosamente. Autólicus deslizó una moneda de oro en la mano de la

sirvienta, obteniendo un alzamiento de cejas por parte de la guerrera.

Je. Juntó dos y dos, sin que le pasase desapercibida la mirada cargada

de intención y el breve roce de sus dedos cuando la moneda cambió de

mano. Quizás eso explica su apariencia. Y el buen humor. Volvió a centrar

sus pensamientos. —Ya no sabemos quién…o a qué…nos enfrentamos—

la mirada seria de Xena encontró su reflejo en cada una de las que

estaban alrededor de la mesa. —Los dioses saben que quiero a Pony,

pero ya no me siento cómoda dejando a Bridgid detrás de nosotras, y no

podemos llevarla.

—Me siento igual, Xena—el alivio era evidente en los rasgos de

Morrigan—¿Qué tienes en mente?

—Quiero crear una distracción—la voz de la guerrera era baja,

procurando que no llegase a la otra mesa. —Auto, necesito tus

habilidades. Quiero que tú y Pony os llevéis a Bridgid, encontréis a Ronan

y le pidáis que os lleve de vuelta a Grecia. Necesito que saques a Bridgid

de la cabaña, como puedas. Que parezca que Pony y tú os preparáis

para venir a reuniros con nosotros. Y quiero que Johanna, Amarice y

Raella se queden atrás, manteniendo las apariencias de que siguen allí

para cuidar a Bridgid. Amarice sigue enferma, pero se está recuperando.

Raella y ella deberían estar suficientemente fuertes como para

defenderse, y a Johanna, si lo necesitasen. Además, la milicia de la aldea

está cerca también.

—Pero…—Morrigan empezó a protestar hasta que la guerrera alzó una

mano.

—Espera—sacó un trozo de pergamino doblado—Le he escrito una nota

a Ronan, pidiéndole que me haga este favor. Morrigan…—estiró un

brazo, palmeando el brazo de la druida—Gabrielle y yo vamos a unirnos

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dentro de unas lunas. Planeaba invitarte a la ceremonia de todas formas.

Bridgid estará a salvo en nuestra aldea con Pony hasta que volvamos.

Puedes hacer el viaje de vuelta con nosotras, quedarte tanto como

quieras, y traer a Bridgid a casa cuando estés preparada.

—Xena, no sé…—la duda ensombrecía los ojos de Morrigan.

—Hércules y Iolaus estarán allí—lanzó el anzuelo. Vamos, Morrigan. Quiero

poner tanta distancia entre Eire y Bridgid como sea posible.

—Bueno…—la druida la consideró durante un largo momento. Quería

que Bridgid estuviese segura, y la idea de ver a Hércules otra vez no dolía

menos. Sería un viaje terriblemente largo para la niña sin su madre, pero

había llegado a confiar en Eponin, y sabía que la maestra de armas

protegería a su hija. —Está bien. Me sentiría mucho mejor si Bridgid

estuviera lejos del peligro.

—Pensaba que me necesitabas para ayudar a robar la máscara de

nuevo—el rey de los ladrones parecía casi herido.

—La seguridad de Bridgid es mucho más importante, Autólicus—la

guerrera resopló. —Y la máscara…está maldita. Cuantos menos estemos

alrededor de ella, mejor. Cualquiera que la maneje demasiado podría

quedar embrujado. Se verían impulsados a sacrificar a aquel que aman

a los druidas. ¿Cierto, Morrigan?

—Sí—ella y Xena compartieron una sonrisa mientras la clave golpeaba a

Autólicus en la frente. Él se sonrojó, recordando la información que había

compartido con ellas el día anterior.

—Pillado—Xena le dio un codazo en las costillas. —Autólicus, lleva a

Bridgid a Grecia, encuentra a Pastelito y tráela a nuestra unión. Me

encantaría conocerla.

—Yo…er…eso…—tosió sobre una servilleta, aturdido. —Vale, a lo mejor la

quiero un poco—miró avergonzado a sus compañeras—Y lo de la

sirvienta fue una aventurilla, ¿vale? No es que Pastelito y yo estemos

comprometidos, ni nada—esta última parte se la susurró a una divertida

guerrera.

—Aún así—susurró, disfrutando del casi pánico en sus ojos ante el

comentario.

—Xena…tú y yo no deberíamos coger la máscara—frunció Gabrielle el

ceño—¿Verdad?

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—Esperemos no tener que llegar a ello—apretó el muslo cubierto de piel

de la bardo bajo la mesa—Morrigan estará con nosotras, y ella puede

tocarla sin peligro—.

—Bien—la bardo se relajó—No creo que Kallerine debiera tocarla

tampoco. No querría que fuese a clavarle una estaca en el corazón a

Amarice o algo así.

La cazadora se sonrojó inmediatamente, de un tono bermejo que

combinaba perfectamente con el del rey de los ladrones. Se tragó su

sidra de un trago, deseando poder meterse bajo la mesa.

Afrodita ha estado ocupada. Xena contó mentalmente todas las parejas

que había en su pequeño grupo. Y con un poquito más de esto…visualizó

a Morrigan y pensó en cierto hijo de Zeus. Tengo que asegurarme de que

Dita sabe que está invitada a la unión. —Bien—se levantó cuando

Autólicus terminaba su desayuno—Auto, ya sabes lo que tienes que

hacer. El resto, tenemos que encontrar y tener una charla con Kernunnos.

Descubrir dónde acampaba cuando le robaron la máscara. Después,

necesitamos encontrar ramas delgadas para hacernos unas raquetas.

—¿Raquetas?—una inquisitiva ceja rubia se alzó—Xena, ¿qué son

raquetas?

—Una cosilla que aprendí mientras estaba en el norte de Chin—sonrió

misteriosamente. —Nos harán mucho más fácil caminar en la nieve.

Vamos.

La siguieron hasta la puerta de la posada y a la fría mañana, cerrando

bolsas mientras andaban.

Una bardo pensativa se deslizó a su lado. —¿Norte de Chin? Xena,

¿cuándo has estado en el norte de Chin?

—Después te lo cuento—los ojos azules rogaron por un aplazamiento y se

suavizaron cuando la bardo asintió. Tomó la mano de Gabrielle,

entrelazando sus dedos. Era la manera más rápida de ir desde el territorio

de Lao Ma hasta el Valhala, amor. Y un camino que desearía no haber

andado.

—Vaya. ¡Esto es genial!—Gabrielle dio una gran zancada, haciendo

aterrizar la suela plana y ancha de la raqueta de nieve en la nieve ligera

y polvorosa. Vio, con fascinación, como los pequeños copos de nieve se

escurrían por debajo de los bordes rematados en cuero del zapato,

deslizándose sobre la nieve como si fuera agua. Durante los primeros

Page 163: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

pasos, había contenido el aliento cada vez que el zapato entraba en

contacto con el suelo, temiendo que rompiera la superficie de la masa

de nieve de altura hasta la cintura. Hasta la cintura de Xena, claro. —¿Por

qué no la atravesamos?

—Por una cosa…—con una gran zancada, la guerrera cayó a su lado—

…tu peso se distribuye sobre una gran superficie, así que, en teoría, eres

más ligera. Por otro lado, es más difícil para un objeto tan ancho como

las raquetas hundirse durante el poco tiempo que permanece en un

mismo sitio. Tardan más que si llevases tus botas. Es como un trineo.

—¿Trineo?—la respiración de la bardo era trabajosa, pero no

desagradable. Disfrutaba del aire frío que se colaba en sus pulmones,

revigorizándola después de un comienzo del día un poco lánguido. —

¿Qué es eso?

—Oh—los ojos azules centellearon—¿Nunca te has tirado con un trineo?

—Creo que no—Gabrielle casi se cae a un lado, agarrándose bien del

antebrazo de la guerrera antes de perder el equilibrio completamente.

—Uaa—.

—Despacio. Hay que acostumbrarse a estas cosas—sostuvo a su

compañera hasta que su compañera se estabilizó. —Y te acordarías si te

hubieras lanzado con uno. Es una especie de carro, pero no necesitas

caballos o bueyes que tiren de él. Y no necesitan guías. Es solo un gran

trozo de madera que se coloca colina abajo. O a veces los hacíamos

con un tablón de madera y una tela empapada en aceite.

—¿Por qué hacías eso?—la bardo no se llevaba muy bien con la nieve.

Se estremeció, recordando las mañanas heladas de Potedaia, cuando

era tarea suya levantarse temprano para romper el hielo del pozo y sacar

cubos de agua congelada para llenar los abrevaderos de las ovejas y las

cabras que criaba su padre.

—Porque es divertido—Kallerine seguía la conversación—Mi hermana y

yo pasábamos horas en una colina que había a las afueras de nuestra

aldea.

—A ver si lo he entendido…—Gabrielle no estaba convencida—Te sientas

en un tablón de madera o en una tela estirada y te deslizas por una colina

cubierta de nieve porque es divertido? ¿Y después qué?

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—Lo sigues haciendo hasta que estás demasiado cansada para subir la

colina otra vez—la cazadora sonrió, sus ojos perdidos en la distancia, en

sus recuerdos felices.

—Yo tampoco lo he hecho nunca, Gabrielle—Morrigan se abrió camino

hacia las otras—Pero suena como algo que le gustaría a Bridgid—. Sus

ojos se encontraron con los de la bardo y pasaron rápidamente a la

nieve.

—No te preocupes—Gabrielle la palmeó en la espalda—Pony y Autólicus

no dejarán que le pase nada. Si yo tuviera un niño…—sintió unos ojos

azules observarla por su visión periférica—…le confiaría su cuidado.

Ambos han arriesgado su vida por nosotros. Más de una ocasión.

—Sé que es por su bien—la voz de la druida temblaba—Solo la echo

mucho de menos. Cada vez que la dejo y vuelvo, ha crecido una cabeza

más.

—Otro día más y llegaremos al campamento de Kernunnos—esponjosas

nubes blancas escapaban de los labios de la guerrera mientras

hablaba—Con suerte, seremos capaces de seguir el rastro del ladrón. Si

no…—dejó la frase sin terminar. Si no, viajaremos otro día hasta las puertas

del inframundo e iré a buscar a Loki.

Unos asustados ojos verdes la miraron atentamente, y estiró un brazo,

dejando su mano sobre la parte baja de la espalda de Gabrielle,

palmeándola suavemente sobre la gruesa capa de lana. Vale. Está

aterrorizada. Y furiosa. Lo ha dejado bastante claro en la aldea. No

habían discutido frente a sus amigos, pero cuando la guerrera expuso

cuidadosamente sus planes, Gabrielle se había ido retrayendo cada vez

más y más, con su mandíbula firmemente tensada y su frente cubierta de

arrugas permanentes. Mejor sería que dijese algo para arreglar esto.

—No temas, Morrigan—Ni tú tampoco, bardo mía. Mantuvo la mano

sobre la espalda de Gabrielle. —Planeo recuperar la máscara lo más

pronto posible. Tengo una ceremonia de unión en la que tengo que estar

dentro de una luna, más o menos, y necesito volver a casa. Y nada, nada,

me va a apartar de eso. Ni máscaras malditas, ni dioses, vivos o muertos.

Y ningún océano o mar, malditos sean todos los dioses.

La bardo cogió su mano, quitándola de su espalda. Por un breve

momento, la guerrera pensó que iba a apartársela, algo que

desapareció tan rápido como sintió una mano más pequeña buscar la

suya, mientras Gabrielle entrelazaba sus dedos. —Si alguien puede

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encontrar a nuestro ladrón, esa es Xena—la bardo apretó la mano de su

compañera, sintiendo un apretón de vuelta. Todo está perdonado, cielo.

No me gusta mucho la idea de que viajes al inframundo. Solo me asusta

terriblemente que algo te pase. Y quizás esta vez no consiga ir contigo

esta vez. —Es la mejor rastreadora de la aldea amazona.

La guerrera sintió un ligero sonrojo cubrir sus mejillas y se puso la capucha,

ganándose un alzamiento de una ceja rubia que captó por el rabillo del

ojo. —Es cierto—Kallerine se metió en la conversación—Yo estaba en sus

clases de rastreo. Deberías habernos visto. Casi nos hace mezclarnos con

el suelo.

—Yo…em…creo que voy a adelantarme un poco—Xena caminó

arduamente, alejándose de ellas, dando grandes y deslizantes zancadas

sobre la superficie de nieve, ya que su cuerpo estaba bien acostumbrado

a andar con raquetas de nieve. El frío aire enfrió rápidamente su piel y

respiró con alivio, contenta de haber dejado de ser el centro de

atención. El ligero viento susurraba sobre las ramas que tenía sobre la

cabeza, y unos cuantos pájaros piaban aquí y allá, discutiendo sobre lo

que sea de lo que hablan los pájaros. Un brillo repentino captó su

atención cuando un zorro rojo se escabulló bajo unos arbustos.

Dejó caer la capucha sobre sus hombros, disfrutando los hilos de viento

frío que agitaban sus mechones y se los apartaban de la cara.

Localizando un arbusto perenne, sonrió, deambulando entre los árboles

y agachándose para descubrir y recoger varios puñados de moras

escarlatas, metiéndolas en un dobladillo de su manto. Van a ser un buen

obsequio para después de cenar. Se desplazó hasta un nogal, que aún

seguía contando con una buena provisión de nueces. Envolvió ambas

manos alrededor del grueso tronco y sacudió el árbol con vigor,

haciendo volar una lluvia de nueces. Las recogió y las puso con las moras.

He echado esto de menos, pensó. Aunque era cierto que algunas de las

reservas de las amazonas venían de la recolecta, la mayoría de las frutas

y verduras crecían en grandes huertos y prados comunitarios que todo el

mundo en la aldea cuidaba, por turnos. Ella había guiado la caza de

otoño de ese año, y habían vuelto con las reservas más grandes de

venado y conejo de la historia de la aldea. Había suficiente carne

ahumada y seca en el almacén para alimentarlas hasta la primavera,

aunque llegase tarde este año.

Si no hubieran tenido esas reservas hubiera sido un problema. Tanto ella

como Gabrielle vivían con unas cuantas cosas cuando estaban en el

Page 166: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

camino. Ninguna de ellas podía prescindir de un solo gramo de grasa

corporal. Vivir con las amazonas había cambiado eso. Aunque ninguna

de las dos tenía sobrepeso, ni mucho menos, habían perdido parte del

aspecto demacrado de sus cuerpos endurecidos por el camino. Era

bueno saber que ninguna de ellas iba a pasar hambre. Gabrielle parecía

más sana y más feliz, a sus ojos de sanadora, y la guerrera ya casi no

escuchaba rugir el estómago de su compañera.

El invierno relativamente tranquilo en la aldea había sido bueno para las

dos. La pierna de Xena había sanado completamente de la herida que

había recibido en Egipto, y dormir en una cama de verdad

proporcionaba más descanso que el suelo duro. Se despertaba cada

mañana con muchos menos dolores y era capaz de dormir más

profundamente en su cabaña de lo que lo había hecho nunca al aire

libre. Las amazonas vigilaban constantemente las puertas de la aldea y

el territorio que la rodeaba, por lo que no caía completamente sobre los

hombros de Xena la responsabilidad de estar alerta.

De mala gana, reconoció que esas habilidades seguían siendo

necesarias. Y acampando en cuevas en invierno, más, gruñó

internamente. Las amenazas típicas de viajar en invierno precisaban

comprobar que no hubiera osos en las cuevas que usasen como refugio.

Los bandidos y otros bandoleros tendían a ocultarse en invierno. Hacía

demasiado frío para estar fuera, y demasiado difícil era escapar

rápidamente tras un ataque. Tomó una firme decisión de hacerse al

camino durante un tiempo, al final de la primavera o el verano, solo para

asegurarse de que sus habilidades de supervivencia seguían intactas.

Inconscientemente, metió la mano en el bolsillo, buscando una nuez y

abriéndola con el puño. Tiró la cáscara, metiéndose la carne en la boca

y masticando sin pensar. Unos pasos silenciosos la alertaron e inclinó la

cabeza, sonriendo ante el familiar ruido de fricción del cuero y la lana

mientras su prometida se acercaba a ella por detrás. —Hola—se giró para

mirar a su compañera.

—¿Estás bien?—Gabrielle se acercó más. —Oye—dejó una mano sobre

su cadera, señalando con la otra a la cáscara vacía que había en la

nieve—¿No pensabas compartir?

Una sonrisa perezosa armonizó el rostro de la guerrera. —Sí—cogió otra

nuez, abriéndola y ofreciéndosela a la bardo—Y sí—.

Page 167: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—¿Por qué has salido corriendo?—preguntó la bardo con la boca llena

de nuez.

—Yo…no es nada. Solo necesitaba un minuto—pateó un tronco caído

sobre la nieve.

—Te hemos avergonzado, ¿eh?—Gabrielle sonrió a su incondicional

compañera—Lo siento.

—No pasa nada—unas pestañas oscuras parpadearon, casi con

timidez—¿Entonces, estamos bien?

—Xena—la bardo suspiró y se sentó en el tronco, palmeando el espacio

a su lado, y apretando un firme muslo cuando la guerrera se sentó. —

Siempre estamos bien. Es solo que…pensar que vas a ir al inframundo…Sé

que has estado allí antes. Un par de veces. No sé si alguna vez me

acostumbraré a esa idea. Supongo que tengo miedo de que decidan

dejarte allí una vez entres.

—Escucha—los dedos de Xena se ahuecaron sobre una mejilla sonrojada

por el viento. —Haría falta mucho más que esos poderes de pacotilla del

inframundo para separarme de ti. Te hice una promesa una vez…después

de que Autólicus me ayudase a volver. ¿Te acuerdas?

El corazón de Gabrielle se saltó un latido, recordando una conmovedora

conversación en el bosque, no muy lejos de la aldea amazona.

Demasiado conmovedora, llena de emociones que eran demasiado

profundas para hablarlas entonces. Xena. Prométeme que no vas a

volver a morirte en mis brazos. Y la respuesta inexpresiva de Xena, con los

ojos totalmente en blanco. Oh, te lo prometo. —Pero…—unos incrédulos

ojos verdes estudiaron unos azules, serios—Estábamos bromeando—.

¿No?

—Yo nunca hago una promesa que no tenga intención de cumplir.

Incluso de broma—la guerrera estudió cuidadosamente sus manos, que

tenía entrelazadas en su regazo. Y maldita sea si voy a romper esa en

concreto. No, si puedo evitarlo.

—¿Pero cómo puedes…? ¿Cómo es posible que vaya a mantener una

promesa como ésa? —Observó el fuerte perfil, mientras la garganta de la

guerrera trabajaba al tragar saliva unas cuantas veces. Confío en que

encontrarás una manera, amor. Dejó una mano sobre las de la guerrera,

esperando que Xena la mirase. —Sé que no lo harás. Y voy a hacer todo

lo posible por mantener esa misma promesa, ¿de acuerdo?

Page 168: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—De acuerdo—unos cálidos ojos le sonrieron cuando Xena se levantó y

la levantó a ella. —Mejor será que alcancemos a las otras. Morrigan es la

única que conoce este sitio, y necesitamos empezar a buscar refugio

para pasar la noche. No me gustan esas nubes.

Gabrielle alzó la vista, más allá de las ramas esqueléticas que tenían

encima, apreciando el manto gris que rápidamente estaba cubriendo el

cielo azul. —Maldición. Esto va a retrasarnos, ¿verdad?

—Quizás no—la guerrera tomó su mano y comenzaron a atravesar la

nieve de vuelta al camino—Parece que caerá de noche y clareará por

la mañana. Pero, solo por si acaso, me gustaría encontrar una buena

cueva, o incluso algún edificio. El bosque abierto es demasiado

arriesgado.

—Por no mencionar el frío—la bardo se estremeció como reflejo.

—Bardos frías no—declaró Xena solemnemente.

Gabrielle sonrió. —Sabes, Xena, no he pasado frío al dormir desde hace

mucho tiempo.

—Bueno, voy a asegurarme de que nunca lo pasas—la bardo no percibió

la sonrisa malvada que resplandecía en los ojos de su compañera,

cuando la guerrera se agachó rápidamente para atrapar un puñado de

nieve y la metió por el manto de Gabrielle. —Claro, que todo esto no se

aplica de día—salió disparada, corriendo con sorprendente agilidad

dada la profunda nieve y los extraños zapatos que tenía en los pies.

—¡Oye!—gritó Gabrielle con indignación. Sacudiéndose con fuerza,

deslizó el bloque helado por su espalda hasta caer al suelo—¡Vas a pagar

por eso, oh, princesa guerrera mía!—hizo una pausa, estudiando el paso

de la guerrera, e hizo su mejor intento de imitarla. Para gran satisfacción

suya, solo se cayó un par de veces, captando el ritmo de su pequeño

juego en un momento.

Xena atemperó su paso, dándole tiempo a su compañera para

atraparla, permaneciendo delante el tiempo suficiente para que su

compañera no la atrapase nada más. Llegó al camino y se detuvo,

inclinándose hacia el suelo apoyada en sus rodillas, ya que su tonificado

cuerpo acusaba el esfuerzo de un ejercicio tan poco habitual. Justo

cuando recuperaba el aliento, una fuerza sólida la placó, tirándola sobre

la nieve.

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Se echó a reír, haciéndolas rodar a las dos una y otra vez, perdiendo

raquetas y mantos por el camino. Al final acabaron chocando contra la

base de un árbol, con Gabrielle desparramada sobre ella, mirándola

triunfante. —¡Te tengo! ¡Ahora eres mía!

La guerrera consideró brevemente sacudirse a la bardo de encima, y lo

consideró otra vez, finalmente alzando sus manos hacia atrás, sobre su

cabeza, dejándolos sobre la nieve. —Oh, me rindo a Gabrielle, la reina

de las amazonas—suspiró dramáticamente—Haz lo que quieras

conmigo, majestad. Solo…sé amable—reprimió una risa, mientras su

cuerpo se sacudía por el esfuerzo.

—¿Te estás burlando de mí?—la bardo se puso nariz con nariz con la

guerrea, buscando en los ojos azules y perdiéndose en ellos. La lengua

de Xena asomó por sus labios, deslizándose entre los suyos. Los ojos de

Gabrielle se ensancharon y después se cerraron, mientras inclinaba su

cabeza a un lado, probando a lamer por sí misma antes de solidificar el

contacto. Se mantuvo hasta que las dos mujeres quedaron sin aliento. —

Mejor que te levantes de la nieve antes de que te congeles.

—¿Nieve?—la guerrera ahuecó ambas manos sobre su rostro—Sigue así,

cariño, y el final del invierno llegará pronto.

—Oh—Gabrielle se sonrojó. Xena la atrajo de nuevo, disfrutando de otro

beso, con las manos de la guerrera vagando sobre la espalda de la

bardo, deslizándolas bajo el corpiño de piel de ciervo, acariciándola y

animándola a continuar.

Una garganta se aclaró y ambas mujeres miraron a un lado. Kallerine y

Morrigan estaban de pie en un recodo del camino, sacudiendo las dos

sus cabezas con fingida indignación. —Como si no estuviéramos. Nosotras

continuamos. Vamos, Morrigan—Kallerine tiró de la manga de la druida—

¿No dijiste que había una cueva un par de marcas más adelante?

—Sí—Morrigan la siguió—Vosotras a lo vuestro, señoritas. Dejaremos

marcas en el borde del camino que guía a la cueva, así que nos

encontraréis cuando queráis.

—Dioses—Gabrielle enterró su rostro en el pecho de la guerrera,

quedándose allí hasta que estuvieron fuera del alcance de su vista. —

Pensaba que estaban más adelante.

—Yo también—Xena peinó con sus dedos el corto cabello rubio—

Supongo que será mejor que cojamos los mantos y las raquetas y sigamos.

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—Sí—la bardo le dio un último beso rápido y se apartó rodando,

recogiendo sus pertenencias desperdigadas.

Rápidamente se colocaron los mantos y las raquetas, intercambiando

más de una sonrisa en el proceso. Xena permanecía erguida en toda su

altura, esperando a que la bardo acaba de atar el último cordón de su

raqueta. Cuando Gabrielle se levantó, se encontró envuelta en un cálido

abrazo, que llevó a otro largo y dulce beso. —Uno más para el camino—

la guerrera recolocó su carga sobre su hombro, ayudando a la bardo a

colocar su bolsa en su sitio.

Siguieron el rastro sobre la nieve que tenían enfrente, en el camino,

aunque ninguna de las dos mujeres tenía verdadera prisa de llegar a la

cueva.

El ruido sordo de una pequeña hacha de mano partiendo leña resonaba

por el estanque cubierto de hielo, mientras los árboles que lo rodeaban

devolvían su eco. Un enorme búho albino ululó su desagrado ante la

molestia, con sus grandes ojos amarillos parpadeando en la oscuridad.

Brillaba en el cielo una luna en cuarto, que asomaba su brillo entre las

nubes espesas que cubrían el cielo, manchando la superficie del

estanque con un brillo casi iridiscente.

La guerrera hizo una pausa, empujando fuertemente con el pie para

terminar de tirar la rama que planeaba reducir a leña. Crujió y se astilló,

después cayó al suelo, enviando un remolino de serrín a volar mientras

caía. La empujó de nuevo con el pie, empujándola hacia otra rama que

había cortado previamente.

Alzó la vista al cielo y frunció el ceño. Desde hacía rato había dejado de

caer la nieve y el aire de la noche permanecía totalmente en calma, ni

una sola gota de brisa corría. Hacía un frío que calaba los huesos y la

temperatura había estado cayendo regularmente desde la puesta de

sol. Sin razón aparente, se le erizaron los pelos de la nuca y la arruga sobre

su frente se intensificó. ¿Por qué ha sido eso?

Se encogió de hombros y volvió a ondear el hacha por encima de su

cabeza, preparada para reducir los grandes troncos de la rama a astillas

apropiadas para una hoguera. Un alegre fuego ardía en el interior de la

caverna cercana, y la fuerte esencia del pino llegaba a su nariz, que se

retorció, apreciativamente. Quienquiera que hubiera usado la cueva por

última vez había dejado leña suficiente como para hacer un fuego. Xena

se ofreció a cortar más leña mientras Gabrielle empezaba a arreglar lo

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necesario para su cena. Morrigan había prendido el fuego y había

recogido unos cuantos cubos de nieve para derretirlos y disponer de

agua, y Kallerine había salido con su arco y carcaj de flechas, decidida

a cazar algo de carne fresca para añadir a su reserva de venado fresco

y fruta.

Unos suaves pasos resonaron sobre la nieve medio derretida,

acercándose a ella por detrás, y se detuvo, sosteniendo el hacha contra

su hombro y girándose para encarar a su compañera. —Hola.

—Hola—Gabrielle recortó la distancia entre ellas, sosteniendo frente a

ella una piel de ciervo—Toma, pensé que te podría apetecer algo

caliente.

—Gracias—la guerrera destapó la piel y la inclinó sobre sus labios. Sonrió

mientras el líquido llenaba su boca, tomando unos cuantos sorbos. —Qué

bueno—la bardo había añadido miel y especias al rico vino tinto, y lo

había calentado cerca del fuego. Era un peso más con el que cargar,

pero valía la pena de lejos en las noches frías de invierno que pasaban al

aire libre.

Gabrielle tomó también un par de sorbos y se lo tendió de nuevo a su

compañera—¿Más?

—No, gracias. Esa cosa es peligrosa—señaló al tronco medio talado que

tenía al lado. —Entra demasiado bien. Esperaré hasta volver dentro.

Odiaría pasarme y rebanarme un pie.

—Buen punto—la bardo tapó la bolsa, colgándola de su hombro por el

cordel. Resituó su manto y cruzó los brazos debajo, oscilando sobre sus

talones y mirando al estanque. Se estremeció. —Bonita noche—.

¿Entonces, porque tengo un ataque repentino de escalofríos? —Aunque

siento que se me están congelando las pestañas.

—¿Tienes frío?—Xena vio el temblor que recorría el cuerpo de su

compañera. Enterró el hacha en el tronco y abrió su propio manto,

invitando a la bardo a colarse dentro. Sintió el sólido cuerpo presionarse

contra ella, y envolvió los largos extremos de lana alrededor de las dos.

—¿Mejor?—ronroneó su voz directamente sobre la oreja de Gabrielle.

—Sí—. Un poco. No podía quitarse de encima la vaga sensación de

intranquilidad que se había asentado en ella. Unos ligeros mordiscos en

un lateral de su cuello la distrajeron de su nerviosismo, y giró la cabeza,

compartiendo varios largos y lentos besos con la guerrera. —Sabes…—

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sintió unas manos curiosas vagar por sus costados, sobre su corpiño de

cuero—…como sigamos así, vamos a volvernos locas. No vamos a tener

privacidad en unos cuantos días.

Xena rio entre dientes y bajó un poco el ritmo, cerrando sus brazos

alrededor de la bardo en un suave abrazo, acunándola ligeramente. —

Cierto—le robó otro beso—Podría besarte durante marcas, Gabrielle, y

me parecería estupendo no ir más allá.

—¿En serio?—la bardo alzó la vista para mirarla, con la suave luz de la

luna perfilando los ojos de la guerrera hasta dejarlos casi incoloros, y

extrayendo reflejos azules de su cabello negro. Cerró los ojos cuando

Xena reclamó sus labios.

—En serio—apoyó la cabeza de Gabrielle sobre su pecho, dejando su

mentón sobre la cabeza pálida. —Un beso, cuando se da bien, puede

ser mejor que el sexo, en mi opinión. Y en muchos sentidos, mucho más

íntimo y pasional.

—Bueno…—la bardo inclinó su cabeza y bajó el rostro de Xena

ahuecando una mano sobre él. Gimió cuando la guerrera demostró su

argumento, rompiendo el beso finalmente para buscar aire en una niebla

sensual y placentera. —Cuando quieras probar tu teoría, házmelo saber.

Xena besó sus labios una última vez y retomó su cálido abrazo, casi

olvidándose de la leña y la cena durante unos largos momentos. Qué

cosas, pensó. ¿Quién habría pensado que estar de pie con la nieve hasta

las rodillas, en los bosques de Eire, con un frío que pela, podría ser tan

placentero?

Una tenue agitación en la línea de árboles atrajo su atención, y ambas

mujeres abrieron los ojos de mala gana y se giraron hacia el ruido. —Oh—

susurró Gabrielle, maravillada. Una cierva y dos cervatillos tocaban con

las pezuñas la fina capa de hielo de la orilla, rompiendo la superficie e

inclinando su largo y elegante cuello para beber. Los dos tímidos bebés

la imitaron, y el sonido de sus suaves lametazos llegaba a los sensibles oído

de la guerrera.

—Han nacido en primavera—susurró Xena en su oído, perfectamente

quieta. Otro sonido, de nieve agitándose y de algo rozando las hojas de

pino caídas, casi indetectable, captó la atención de la guerrera, y sus

ojos acabaron sobre una gran sombra. Se tensó y después se relajó

cuando un magnífico animal salió de entre los árboles.

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—Xe…—una mano atrapó suavemente los labios de la bardo. Xena sintió

el pequeño cuerpo dejar de respirar durante un minuto, y después se

aceleró considerablemente.

Un enorme ciervo blanco con una cornamenta descomunal se acercó a

la cierva y a los cachorros, olisqueando el aire en busca de algún signo

de peligro, con sus ojos negros y líquidos reflejando la luz de la luna. El

animal resopló, formando nubes blancas con su aliento en el aire, un

sonido antinaturalmente alto en el silencio del bosque que los rodeaba.

Miró atentamente a su alrededor y clavó sus ojos en Xena, dos espíritus

iguales, supervivientes a base de pura fuerza de voluntad que

permanecían entre el peligro y aquellos que tenían a su cargo. De

repente, el ciervo emitió un balido de aviso, y la cierva apremió con el

hocico a los cervatillos, sacando a los animales de la vista entre los

árboles.

—Gabrielle, coge un haz de leña y vuelve a la cueva—la guerrera sacó

el hacha del tronco y comenzó a partir rápidamente el resto de la

madera.

—Pero…—la bardo sería mirando a los árboles por donde había

desaparecido el ciervo.

—Ese ciervo no habría llegado a esa edad sin ser inteligente—Xena

terminó con el primer árbol y empezó con el segundo. —Algo le ha

alertado. Ve a por Morrigan y ayudadme a meter el resto de la leña

dentro.

—Está bien—Gabrielle se arrodilló, recolectando varios troncos

pequeños. Se puso de pie y miró intranquila a su alrededor. —Xena, date

prisa.

—Lo haré—consiguió sonreír. —Probablemente no sea nada de qué

preocuparse. Si es otro animal, mi hacha lo asustará. Solo quiero ser

precavida. Podría ser Kallerine, que vuelve. Quizás la haya oído. Espero

que vuelva pronto.

—Vuelvo en un segundo—la bardo atravesó la nieve, siguiendo el camino

que había abierto entre la caverna y el claro.

La guerrera terminó rápidamente con el segundo y el tercer árbol,

recogiendo su propio haz de leña. Mientras se ponía de pie, un extraño

sonido cantarín, como una risa grave, se abrió paso hasta ella, después

se desvaneció. ¿Qué Tártaro ha sido eso? Sacudió la cabeza. Debe ser el

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viento. Se acercó a la caverna, mirando atentamente sobre su hombro.

Si es que había algo de viento.

Tres figuras solemnes estaban apiñadas en torno al fuego. A pesar del

calor, ya no era un lugar agradable en el que estar. Xena estaba sentada

más cerca de la entrada de la cueva, dándole la espalda al fuego y con

sus ojos observando atentamente el juego de luces y sombras mientras la

luna luchaba con las nubes por el dominio del cielo nocturno. —Sé que

probablemente pensaréis que estoy loca, pero hay algo…o alguien…ahí

fuera.

—No, Xena, estoy de acuerdo contigo—Morrigan tendió sus manos frente

al círculo de piedras que cercaban la hoguera, frotándoselas para

mantener el calor. —Hay un silencio que no es natural ahí fuera. Ni viento,

ni criaturas nocturnas. Ni un solo sonido. Incluso con el frío que hace,

esperaría algún animal, o algún pájaro.

La frente de Gabrielle se arrugaba por la preocupación, mientras

espolvoreaba un puñado de hierbas en una cazuela de estofado de

venado. Habían decidido empezar a cenar sin Kallerine, quién seguía

desaparecida en combate. La bardo sabía que Xena saldría a buscarla

si la cazadora no volvía pronto. Su pecho se tensaba fuertemente cada

vez que pensaba en su compañera aventurándose en la amarga noche,

con una persona o poder extraño acechando en la oscuridad. Había

aprendido por el camino difícil a no subestimar los instintos de Xena. La

pragmática guerrera no era propensa a dejar a su imaginación tomar el

mando.

Xena desenvainó su espada cuando un grave y rugiente sonido,

acompañado del sonido de pesados pasos, llegaba a sus oídos. Se puso

de pie, con cada músculo del cuerpo tenso, y después se relajó

repentinamente cuando una cazadora cubierta de nieve entró en la

cueva, sacudiendo sus raquetas contra la pared más alejada mientras se

quitaba el manto. —Por los dioses que hace frío ahí fuera—parpadeó y

sacudió la cabeza, haciendo volar la nieve a su alrededor en el proceso,

alguna de la cual aterrizó sobre Xena, que saltó hacia atrás como reflejo.

Gabrielle se levantó y tomó su manto, estirándolo sobre una roca cerca

del fuego para que se secase. —¿Dónde has estado? Estábamos

preocupadas.

—Estaba decidida a encontrar algo de conejo, o algo, y seguí adelante.

Al final me rendí cuando vi que se había hecho muy tarde—Kallerine

Page 175: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

tendió sus manos vacías—No encontré nada, salvo una cierva y dos

cervatillos a los que no podía matar.

—¿Viste al ciervo blanco?—la guerrera se sentó, con la espalda contra la

fría y áspera pared, estirándose hacia un lado para poder participar en

la conversación y seguir vigilando la entrada.

—¿Ciervo blanco?—la cazadora inclinó su cabeza hacia un lado. —No.

Solo había tres ciervos. Ni un pájaro, ni un zorro, o algo. Era espeluznante,

demasiado silencioso.

Xena y Gabrielle intercambiaron una mirada. —¿Has escuchado algo

raro mientras estuviste ahí fuera? ¿Algo fuera de lo normal?—preguntó la

guerrera, esperanzada.

—No—Kallerine se agachó, mientras su cinturón de estacas y dagas

tintineaba mientras se calentaba las manos y los pies. —Todo lo contrario.

Casi no se oía nada. Me asusté. Sacaba la espada hasta por mi sombra.

Me alegrará que llegue el día. Tengo la sensación de que no voy a dormir

bien.

Ya somos dos, entonces, agregó Xena en silencio. Ponle tres. Sus ojos

captaron la expresión sombría de su compañera.

—La sopa está lista—la bardo intentó sonar animada, llenando cuatro

pequeñas jarras con el humeante y espeso caldo y pasándoselas a sus

compañeras.

—Mmm—Morrigan olisqueó su contenido—Huele bien, Gabrielle.

Gracias.

—De nada—se acercó a Xena, con cuidado de no derramar la cena de

la guerrera—No es gran cosa, pero está caliente.

—Gracias, cariño—la guerrera envolvió las manos alrededor de la jarra,

tan agradecida por la fuente de calor como por la comida.

Gabrielle sonrió brevemente. Debe estar distraída. Xena no solía usar

términos de cariño a no ser que estuviesen solas.

—Casi me olvido—la guerrera dejó su taza a un lado y tomó el cinturón

que se había quitado, desparramando su contenido sobre una piedra

plana, cerca del fuego. Tres pares de ojos se iluminaron cuando las moras

de invierno y las fragantes nueces aterrizaron, formando un montón. —

Encontré esto en el bosque después de cenar ayer.

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—Oh, qué buenas—Kallerine tomó un puñado de moras—Nuestra familia

solía pasar un día entero al principio de cada invierno recogiendo de

éstas. Mi hermana y yo hacíamos un concurso para ver quién encontraba

más. A mi madre le encantaban las moras verdes.

La bardo estudió los ojos castaños y tristes. —Es difícil, ¿verdad? Perder a

tu familia.

—Sí, a veces—la cazadora tomó un trago de su sopa, masticando

pensativa un trozo de venado. —Ayuda haber encontrado a mi

hermana. Y Amarice, ha sido genial, realmente genial. Las amazonas son

mi familia ahora. Quería a mis padres, pero de alguna manera, creo que

soy mejor persona por vivir con las amazonas. Me siento fuerte, y me gusta

quién soy. Puedo cuidar de mí misma. En mi aldea, era solo una chica,

nadie especial.

Gabrielle sonrió—Así era como yo era, antes de dejar Potedaia. A veces,

la gente llega a tu vida en el momento preciso, y cambias para siempre

gracias a eso—. Sus ojos se encontraron con los de la guerrera,

calentándose ante la expresión de abierta sorpresa que cruzó su rostro

antes de que la máscara estoica volviese a levantarse. La bardo dejó su

mano casualmente sobre su rodilla, y sus dedos formaron el signo que

significaba “te quiero” mientras hablaba. Vio el destello de una sonrisa

por el rabillo del ojo—Una buena amiga mía me dijo una vez que tenemos

una familia en la que nacemos. Pero a veces las familias cambian, y

tenemos que construir otra propia; y que, a veces, la amistad nos puede

unir más que la sangre.

Morrigan escuchaba en silencio su conversación, con el corazón dolorido

por los recuerdos de cierto semidios griego. Sabía que su deber estaba

en Eire. ¿Por qué otro motivo habría viajado por medio mundo en mitad

del invierno para buscar ayuda? Pero, admitió de mala gana, una parte

de su corazón siempre pertenecería a Hércules. Se preguntaba dónde

habría estado desde que se separaron la última vez, y cómo sería verlo

de nuevo.

Bueno, sus labios se presionaron, formando una mueca lúgubre, supongo

que lo descubriré pronto, ¿no? Al final le hemos puesto nombre a ese

sentimiento entre nosotros, ¿eh, Hércules? A lo mejor no tendríamos que

haberlo hecho. Cerró sus ojos, recordando una propuesta. Habían

pasado una noche de pasión en la isla de Chipre, dejándose llevar por la

luz de la luna y la creencia de que iban a estar juntos para siempre.

Estuvimos tan cerca Pero el frío y gris alba había arrojado luz sobre

Page 177: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

verdades que no podían ser ignoradas. No podía apartarte de Grecia,

Hércules. Tu deber es tan grande como el mío. Habrías acabado

culpándome, ¿no lo ves? El oráculo me lo dijo.

Tragó saliva y se obligó a apartar los recuerdos. —Envidio a tus amazonas,

Gabrielle. Tienes algo que es difícil de conseguir. Oh, he encontrado mi

lugar en Eire, y mi aldea es amigable, pero al ser quién solía ser…la

mayoría de ellos mantienen las distancias. Tengo muchos conocidos,

pero ninguno que se llegue a ser alguien cercano. Me digo a mí misma

que esto es parte del precio que tengo que pagar por mi pasado.

Unos comprensivos ojos azules la miraron atentamente desde el otro lado

del fuego. —Y es así como yo me sentía—fue el turno de Xena de hacer

el signo de “te quiero”, mientras se pasaba una mano por el pelo. Podía

sentir el calor que irradiaba, y no venía del fuego. —La soledad no es una

buena compañera, a la larga. Pero lo que descubrí es que la felicidad

llega desde los lugares más inesperados, y si la vida te da una

oportunidad así, mejor será que te agarres a ella con todo lo que tengas.

Sus palabras calaron en el aire, dejando a una cazadora golpeada por

el amor y a una druida con mal de amores con mucho en que pensar. Se

acabaron las nueces y las moras, compartiendo una ligera conversación,

turnándose para mantener el fuego avivado. Especularon brevemente

sobre lo que podría haber ahí fuera, vigilándolas. Todas podían sentirlo,

en diferente grado, aunque Xena con más fuerza, por sus reflejos y

sentidos afilados. Sus ojos se movían hacia fuera constantemente,

escaneando la línea de árboles en busca de cualquier signo de peligro

aproximándose.

La conversación empezó a desvanecerse, cada mujer perdida en sus

pensamientos, y gradualmente tres pares de ojos se hicieron pesados. La

guerrera echó un par de troncos más al fuego, colocándolos a su gusto,

y después arrastró su petate hasta la entrada de la cueva. —Yo vigilaré—

estiró sus pieles y se sentó, llevándose las rodillas hasta el pecho. Vio llegar

las protestas y tendió una mano en alto—No os preocupéis. No tengo

sueño. Si necesito un descanso, despertaré a una de vosotras.

—Despiértame, Xena—Morrigan se estiró en su petate cerca del fuego—

Tengo la sensación de que voy a dormir poco, de todas formas.

—Lo haré—la guerrera se giró completamente hacia la entrada, el sonido

de los petates estirándose en el suelo y el absoluto silencio en

comparación. Un sonido de arrastre la hizo sonreír, mientras la bardo

Page 178: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

llevaba sus pieles cerca de las de la guerrera y se sentaba. —Supongo

que decirte que te vayas a dormir es una pérdida de tiempo, ¿eh?

—Sería una suposición correcta—Gabrielle alisó su piel, asumiendo una

postura similar a la de la guerrera, con sus brazos envueltos alrededor de

sus piernas. —Xena…—se recostó contra la mujer más alta, sintiendo un

brazo protector asentarse a su alrededor—…¿tienes alguna idea de lo

que escuchaste antes?

—Era…—hizo una pausa, reproduciendo la extraña risa en su mente—

…no sonaba como cualquier animal que haya conocido. Era…como

humano…pero más alto. Como si resonase a mi alrededor.

—¿Has oído algo así antes?—la bardo se acurrucó más cerca, sin

conseguir reprimir un bostezo.

—No estoy segura—una media sonrisa jugó en sus labios—Ven aquí—.

Estiró las piernas, palmeándolas. Gabrielle puso los ojos en blanco y se

rindió, recostándose y usando el regazo de la guerrera como su

almohada humana. Xena colocó las pieles de la bardo alrededor de sus

hombros y comenzó a masajear suavemente su cuero cabelludo,

deslizando los finos cabellos rubios por entre sus dedos.

—¿No estás segura?—Gabrielle ni siquiera se molestó en ocultar un

segundo bostezo, aunque su cuerpo luchaba desesperadamente contra

el placentero letargo que creaban las atenciones de su compañera.

—Como te dije antes, sonaba como una risa—mantuvo el masaje,

usando el otro brazo para envolver el costado de la bardo y dejándolo

sobre la curva de su cadera. —Sigo intentando pensar si es una risa que

haya escuchado antes.

¿Risa? La bardo le dio vueltas en su cabeza y se estremeció. —Xena…las

banshees…se reían así…en los bosques…en Britania.

—No—la voz de la guerrera fue tan contundente que hizo botar a

Gabrielle. —No—habló más cuidadosamente, más bajo, en un esfuerzo

para calmar a su compañera y evitar despertar a las otras. —Lo siento.

No quería asustarte. No, cariño. No era la risa de las banshees. Era más

grave.

—¿Estás segura?—la bardo rodó sobre su espalda, mirando el fuerte perfil.

Page 179: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Estoy segura—empujó suavemente a su compañera hasta que

Gabrielle se puso de lado y la guerrera retomó su juego con su pelo. —

Ninguna banshee se va a acercar a nosotras. No las dejaré.

—Mi héroe—la bardo pinchó juguetonamente a la guerrera en el

estómago. Al final se rindió a la extenuación, metiendo un puño bajo su

mentón mientras sus ojos se cerraban. Su otra mano se envolvió por reflejo

alrededor del muslo de la guerrera, y dejó escapar un suspiro de contento

mientras el sueño la clamaba.

Xena bajó la vista, observando la lenta respiración y el movimiento

ocasional de los párpados cerrados de Gabrielle. Continuó con el ligero

masaje, mucho más para calmar sus propios nervios que los de su

compañera. Unos ojos azules estrechos estudiaban el cielo totalmente

cubierto de nubes y las siluetas negras de los árboles. ¿Quién eras?

Contuvo el aliento mientras el ciervo aparecía de nuevo, justo a la línea

del borde de los árboles. Se quedó allí de pie durante un largo momento,

mirándola fijamente. ¿Y tú quién eres? ¿Intentas decirme algo? El ciervo

pateó el suelo un par de veces y después se marchó, atravesando la línea

de árboles hasta que quedó fuera de su vista.

Su alta sensibilidad visual le permitió seguirle hasta que no fue más que un

susurro de sombras, e incluso su afilado oído captaba sus movimientos

unos instantes después de que no estuviese a la vista. No tienes miedo,

¿verdad?, le habló al ciervo ausente. Bueno, pues yo tampoco. ¿Qué

solía decirle a mi ejército? ¿La mejor defensa es un buen ataque? Una

firme mandíbula se cuadró, y se reclinó más contra la pared de la cueva,

decidida a pasar la noche en vela. ¿Me quieres? Una sonrisa fiera

apareció durante el más breve de los segundos. Ven a por mí.

Era la parte más oscura de la noche, cuando el cuerpo está en su punto

más débil y los sueños son más vívidos. Morrigan estaba sentada en la

entrada de la cueva, con su afilada vista sobrevolando constantemente

el silencioso y extraño paisaje exterior. De acuerdo a su predicción, había

dormido ligeramente y se había despertado varias veces antes de

rendirse finalmente en el intento de dormir. Reptó en silencio hasta donde

estaba sentada Xena, con la bardo, aun pacíficamente dormida, a su

lado. La druida la convenció para intentar descansar un poco, si no por

ella, por el bien de Gabrielle. Sabía que había tocado el botón correcto

cuando la guerrera comentó, reticente, que Gabrielle probablemente

dormiría mejor si estuviese más lejos del aire frío que venía de fuera.

Page 180: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Xena consiguió arrastrar sus pieles de dormir hasta una alcoba más

alejada, suficientemente cerca del fuego para obtener calor, pero

suficientemente recóndita como para darles alguna privacidad entre las

sombras que las ocultaban de la visión directa. Durmió muy mal, con

vagas imágenes danzando en su subconsciente, y por reflejo abrazó más

a Gabrielle, quién había dormido durante toda la operación de

transporte de sus petates y ahora estaba pacíficamente desparramada

casi encima de la guerrera, con las gruesas pieles tapando todo salvo su

coronilla.

Gradualmente, los sueños de Xena tomaron forma, y se encontró

vagando por un bosque desconocido, cabalgando un caballo negro. El

sueño estaba cubierto de una niebla espesa, y tenía frío y estaba

mojada, aunque intentaba, sin éxito, bloquear su asalto con un manto

marrón empapado. Murmuraba en sueños, con una mano saliendo de

las pieles para apartarse los mechones de los ojos, que tenía pegados a

la frente en el sueño. De repente, estaba consumida por el sueño y cayó

de su caballo onírico. Su cuerpo salió volando por el aire y entonces

empezó a caer por un espacio infinito, hacia un abismo negro y sin fondo.

Estaba segura de que la caída iba a matarla cuando una mano fuerte la

atrapó por la garganta, sosteniéndola, manteniéndola irremisiblemente

colgada en el espacio, rodeada de una turbulenta sucesión de colores

e imágenes de su pasado mientras luchaba por tomar aire. Gritó

fútilmente, luchando contra su asaltante sin rostro y sin cuerpo, quién

reforzaba su agarre de muerte sobre su cuello. Escuchó la extraña y

persistente risa que había escuchado anteriormente, un sonido

inquietante magnificado en su sueño hasta proporciones atronadores.

Un aliento cálido le hizo cosquillas en la cara y dos diabólicos ojos se

materializaron, brillando en la oscuridad. —Siento tu miedo, Xena. Quiero

sentir tu dolor—se burló de ella la voz. —Teme esto—la guerrera estaba

siendo girada en su sueño, con los dedos aún cerrados en torno a su

garganta. Fue transportada a un lugar caliente y oscuro, una especie de

caverna, y pudo escuchar lamentaciones de fondo, parecido a los gritos

de los malditos. —Aquí es donde yo vivo, Xena. Pronto te unirás a mí.

La guerrera jadeó cuando la visión de un altar se materializó ante ella,

con Gabrielle atada firmemente a él. Su jadeo se convirtió en un gemido

de agonía cuando se vio acercándose al altar, con su espada alzada

sobre su cabeza. Con un movimiento lento sus brazos descendieron, la

punta de su espada apuntando al pecho de la bardo. —¡No!—gritó y

cerró los ojos.

Page 181: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Se quedó sin aliento y volvió a volar, girando en el espacio, su corazón

latiendo tan rápido que podía sentir su pulso a través de todo el cuerpo.

Se sintió caer de nuevo y giró, recuperando finalmente algo de control

sobre su cuerpo, aterrizando de pie y casi sin poder evitar estamparse

contra el suelo. Volvía a estar de nuevo en el bosque desconocido, al

lado del estanque donde había estado cortando leña. La risa resonó a su

alrededor una vez más, después se desvaneció, dejándola temblando

de miedo. El ciervo blanco salió de entre los árboles y caminó hacia ella,

sus sombríos ojos negros mirando todo el rato su rostro. Se detuvo a pocos

pasos de ella y, simplemente, la miró durante varios minutos. Con un

orgulloso balido, le dio la espalda y desapareció entre los árboles. Le

observó marcharse y después quedó envuelta por un sentimiento de

profunda soledad.

—Xena—una cálida y familiar voz atravesó sus sentidos, en guerra con su

deseo de acurrucarse con la oscuridad y no volver a despertarse nunca.

—Xena—alguien la sacudía insistentemente, una mano firme en su

hombro que no se rendía. Otra mano le tocó la cara, acariciando

suavemente su mejilla—Vamos, Xena, despierta. Me estás asustando.

Se rindió ante los ansiosos susurros y obligó a sus ojos a abrirse. —

¿Qué…?—recordó su sueño y se sentó lentamente, atrayendo a Gabrielle

hacia ella. —Lo siento—enterró su rostro en el cabello rubio, confortada

más allá de todo al sentir el sólido cuerpo de su alma gemela

abrazándola con fiereza. —Una pesadilla.

—¿Estás bien?—la bardo la miró ansiosa a los ojos, buscando en las

encantadas profundidades que la asustaban más de lo que estaba

dispuesta a mostrar. —Debe de haber sido bastante mala. ¿Quieres

hablar de ello?

La guerrera pensó en la escena del altar y se estremeció. —No. Ha sido

malo…solo…no. No puedo. Gabrielle, lo siento…

—No pasa nada—los dedos de la bardo le acariciaron la cara de

nuevo—No has tenido una así desde hace mucho tiempo. Estabas

llorando, cariño, e intentabas luchar conmigo.

—Luchaba en el sueño—unas pestañas oscuras parpadearon, contritas—

Lo siento. No quería hacerte daño.

—¿Con quién luchabas?—Gabrielle volvió a envolverla con sus brazos,

ajustando las pieles a su alrededor y arrastrándose hasta reclinarse contra

la pared de la cueva.

Page 182: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—No…—Creo que ya lo sé—…no estoy segura—hizo una pausa,

tomando aliento temblorosa. —Pero, al final, el ciervo blanco vino a mí.

Creo que me decía que no tuviese miedo de lo que sea contra lo que

nos enfrentamos. Él…mmm…lo volví a ver esta noche, después de que te

quedases dormida, mientras vigilaba.

—Qué raro—comentó la bardo, sintiendo el corazón que martilleaba

junto a su oreja comenzar a aminorar su ritmo. —¿Qué crees que

significa?

—Tengo un par de ideas—cerró los ojos, recordando la escena del altar,

preguntándose cómo acabaría. Pensó en las visiones de la crucifixión,

que tuvo durante todo el año antes de que se volviesen realidad. No. No

hay manera posible para que atase a Gabrielle a un altar y la apuñalase.

Pero importa eso, ¿realmente? Pensaba que podía evitar la crucifixión, y

sucedió igualmente. Maldición. Retorció su espalda contra la fría piedra.

Ya no es seguro para nadie estar a mi alrededor. Abrió los ojos. —

Gabrielle, hace mucho tiempo, cuando era pequeña, un bardo vino a

Anfípolis. Contó la historia de un guerrera que se había convertido en un

ciervo blanco. ¿Conoces esa historia?

—Sí…—contestó la bardo muy lentamente.

—¿Me la cuentas?—los ojos azules estaban llenos de lágrimas no

derramadas, que brillaban con la luz del fuego.

—Xena…—Gabrielle suspiró de frustración—No creo…no es buen

momento…pareces…no sé…no creo que sea buena idea.

—¿Por favor?—la voz se le quedó atrapada en la garganta.

—Está bien…—la bardo se mordió el labio inferior, pensativa. —Pero me

reservo el derecho de tomarme licencias artísticas.

—Como sea que me la cuentes, estoy segura de que harás un buen

trabajo—una sonrisa temblorosa clamó sus labios, y dejó su mejilla contra

la cabeza de Gabrielle.

La bardo se aclaró la garganta, hablando en voz baja para no molestar

a Kallerine, la única que seguía dormida. Morrigan estaba fuera de su

alcance, la druida las miraba de vez en cuando antes de volver a su

vigilia.

—Había una vez un arrogante y orgulloso guerrero. Era el mejor guerrero

que había vivido jamás, y él lo sabía. Ganó cada batalla que disputó.

Page 183: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Nadie podía acercarse siquiera a sus habilidades. Con el paso del tiempo,

se volvió más y más orgulloso de sus habilidades, convencido de que

había llegado a su sitio en la vida solo gracias a su propia fuerza. Esta

soberbia disgustó a los dioses, todos los cuales le habían otorgado dones

que le habían ayudado a convertirse en el gran guerrero que era.

—Un día, los dioses tuvieron suficiente y le convirtieron en un ciervo blanco

y puro. Era el ciervo más majestuoso del bosque. Más que preocuparse,

el guerrero estaba muy complacido con su nueva forma. Pero pronto

aprendió que su belleza era su mayor debilidad. Porque al ser tan blanco,

no tenía forma de camuflarse en el bosque. Era un blanco fácil. Y por ser

tan bello, era perseguido constantemente, como una rara pieza. No era

seguro para los demás animales estar cerca de él…

—Y eso le obligó a caminar sobre la tierra sin compañía, siendo la más

solitaria y rehuida criatura del bosque—terminó la guerrera por ella,

tristemente. —A veces me siento así. No es seguro para nadie estar cerca

de mí. Como si pagase un precio por mi pasado—sintió una mano cálida

cubrir su boca.

—Shhh—Gabrielle trazó sus labios—Hay más.

—No, ya no…—la mano se cerró sobre su boca de nuevo.

—Licencia artística, ¿recuerdas?—la bardo esperó hasta que Xena asintió

con la cabeza. —El final. Un día, una tímida cervatilla se acercó al ciervo.

Pensaba que era la más valiente y bella criatura que había visto jamás.

Él le advirtió que no lo siguiera, porque no era seguro. A donde él fuera

siempre habría peligro. Pero la cierva lo siguió igualmente.

Después de un tiempo, llegó a disfrutar de su compañía y dejó de dejarla

atrás. Viajaron juntos, luchando constantemente contra el peligro. Pero a

la cierva no le importaba. Amaba al ciervo, mucho, ya lo ves. No le

importaba su pasado, y no le importaba lo difícil que la vida pudiera ser

a veces. Veía en él todas las cosas bellas que era incapaz de ver él

mismo. Antes de conocerle, solo era una cierva corriente. Estar con el

ciervo la completaba—Gabrielle hizo una pausa, sintiendo una lágrima

caer en su brazo. —Lo viste, Xena, en el estanque. El ciervo no viajaba

solo. Había una cierva con él, y sus cervatillos.

—Gabrielle—la guerrera le levantó la barbilla, mirando los ojos verdes casi

ambarinos a la luz del fuego—Te has equivocado en una parte.

—¿Cuál?—susurró la bardo, con su cara a milímetros de la de Xena.

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—No era una cierva corriente—la mano de Xena se alzó, acunando la

cara de la bardo durante un momento eterno, y después recorrió

lentamente la corta distancia que las separaba, acariciando con sus

labios primero los rubios mechones, y después descendiendo,

saboreando con reverencia los labios de Gabrielle.

Al otro lado de la cueva, Morrigan no podía oír pero veía. Había

escuchado la agitación de la guerrera en su sueño, y observo

subrepticiamente a Gabrielle despertarla y después consolarla en

silencio. No pudo escuchar nada de lo que dijeron, pero pudo ver los

tristes ojos azules y los igualmente tristes pero decididos ojos verdes.

Observó el rostro de la guerrera mientras Gabrielle hablaba suavemente,

y lentamente la expresión de Xena cambió del miedo y la pérdida a una

tranquila alegría.

Ahora las veía, consolarse mutuamente, de diferente manera. Se

besaban, solo eso, pero el amor que irradiaban era obvio, suficiente para

que la druida sintiese como si brillase. El rostro de Xena brillaba de

adoración por Gabrielle, algo que hacía dolerle el corazón a Morrigan,

tal era su intensidad. Había un hambre y un deseo que hablaba de algo

muy básico entre ellas. Al mismo tiempo, las acciones de la guerrera eran

profundamente delicadas, sus ojos se suavizaban cada vez que miraba

a Gabrielle. ¿Cómo debe ser que alguien te mire así?, se preguntó.

La guerrera disminuyó lentamente la intensidad de sus besos, envolviendo

a la bardo en un cálido abrazo y descendiendo ambas al petate. —

Tenemos que dormir mientras podamos.

La bardo se acurrucó con ella, acariciando con su nariz el hueco de la

garganta de Xena—Bueno, ¿y qué piensas ahora del ciervo?

—Es el ciervo más afortunado del bosque—sonrió—Aunque, ahora en

serio, justo antes de que apareciera en mi sueño, empezaba a retomar el

control sobre una situación escalofriante. Creo que podría estar ahí solo

para reafirmarme en que puedo tomar ventaja de la situación si me

empeño.

—Es bueno oírlo—Gabrielle habló soñadora mientras su cuerpo se

relajaba completamente, envuelta en el lugar más seguro del mundo—Y

cierto.

¿Debería hablarle de esa risa? Escuchó una profunda respiración, señal

de que la bardo ya estaba dormida, y suspiró. No, tenemos mucho

tiempo para eso mañana por la mañana. No sé a qué clase de juegos

Page 185: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

estás jugando…añadió mentalmente a su atacante onírico. Ni siquiera sé

si eres real. Si lo eres, puedes meterte en mi cabeza todo lo que quieras,

pero esto es lo que encontrarás cuando entres...Besó a la bardo en la

cabeza una vez más. ¿Lo ves? ¿Ves lo que tenemos? Has preguntado por

ella. Maldita seas, casi la matas la última vez. Pero nunca nos has visto así

de juntas antes, ¿verdad? Juega cualquier treta que quieras…pero ya he

sido redimida. Ella es mi redención. Puedes arrastrarme a ese lugar oscuro,

porque es parte de mí, y la oscuridad no resistirá su presencia…Así que

puedes atacarme y jugar con mi mente, lanzarme tu mejor tiro…pero no

ganarás nunca…porque no puedes tocar lo que tenemos…Alti.

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Capítulo 6

—¿Deberíamos despertarlas?—Kallerine se puso en cuclillas, estudiando

las dos figuras dormidas con el ceño fruncido.

—No puedo creer que Xena no se haya despertado, y mucho menos

teniéndonos a nosotras a dos metros—Morrigan miró atentamente por

encima del hombro de la cazadora. Pasaba una marca del amanecer,

y el cielo matutino estaba lleno de nubes. La nieve caía con regularidad

en el exterior, pero había poco viento, y los ligeros copos no eran tan

abundantes como para oscurecer la visión y dificultar la marcha. Las

nubes estaban pintadas de un ligero tono rosa, el único signo de que el

sol ya brillaba en algún lugar por encima de ellas.

La guerrera estaba dormida, boca abajo, con Gabrielle estirada sobre

ella, boca abajo. Sus pieles las cubrían casi completamente, pero

parecía que los brazos de ambas mujeres las envolvían. El rostro de Xena

era un ejemplo de satisfacción, y sus rasgos habituales, afilados por la

concentración estaban relajados y tranquilos, mientras su mejilla

izquierda descansaba sobre la cabeza de la bardo. Gabrielle respiraba

pesadamente, con una diminuta sonrisa en las esquinas de su boca.

—¿Crees que les pasa algo?—la cazadora se puso de pie y retrocedió.

Se detuvo cerca del fuego y tiró otro tronco dentro, observando las llamas

lamerlo mientras empezaba a crujir y el fuego se desarrollaba a su

alrededor.

—Xena tuvo pesadillas anoche—murmuró la druida pensativa. —Quizás

solo esté exhausta. Y por lo que he visto de Gabrielle, dormirá tan tarde

como Xena la deje.

—Cierto—sonrió Kallerine—Es solo que nunca había visto a Xena bajar

tanto la guardia. Incluso cuando está dormida, parece que su

subconsciente está alerta. La he visto pasar de estar dormida a estar de

pie con la espada en la mano en un segundo, completamente despierta

como si lo hubiera estado durante marcas—se sentó con las piernas

cruzadas, y comprobó el contenido de una cazuela de agua caliente.

Satisfecha con su estado, vertió el líquido hirviente en dos tazas llenas de

hojas de miel, y le ofreció una a Morrigan. —¿Miel?—vertió el oro

pegajoso en su jarra, y después se la tendió a ella.

Page 187: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Gracias, Kallerine—la druida se permitió una dosis generosa para su te,

y después tapó el pequeño jarro y lo dejó aparte.

—Parecen felices—los ojos de la cazadora vagaron sobre sus dormidas

compañeras—¿Con qué crees que están soñando?

Morrigan miró fijamente la pared de la cueva, sin ver. Recordó la

conversación en susurros de la noche anterior, y la interacción amable

de ambas mujeres. —No lo sé—miró a Kallerine, segura de que la chica

era demasiado joven para entender la profundidad del sentimiento que

corría entre la guerrera y la bardo.

—Han pasado por mucho, sabes—la cazadora recordó historias

susurradas sobre el viaje de las dos mujeres a Britania. —No las conocí

hasta el invierno pasado, más o menos por estas fechas, de hecho. La

reina Gabrielle ya era nuestra reina entonces, pero viajaba con Xena y

dejó a nuestra regente Ephiny al cargo de los asuntos de la aldea.

—Pero ahora viven en la aldea, ¿no?—Morrigan sorbió su te, con su

estómago despertándose gradualmente con la idea de algo más sólido.

Revolvió en una de sus alforjas de comida, recuperando media hogaza

de pan marrón y un pedazo de queso envuelto en lino. Hizo dos pequeños

bocadillos de queso, sosteniéndolos cerca del fuego para tostar el pan y

derretir el queso.

—Sí—Ephiny murió, y eso lo cambió todo. Kallerine parpadeo por la

sorpresa mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Discretamente, se pasó

la manga por la cara y sacudió la cabeza, decidida a mantener a raya

su debilidad.

—Parece que le tenías cariño a Ephiny—la druida le tendió un bocadillo,

apretando la mano de la cazadora con comprensión.

—Sí. Yo no nací en la aldea amazona—tomó un buen mordisco de pan y

queso, masticando mientras ordenaba sus ideas. —Nací cerca de Atenas

y viví una vida relativamente tranquila hasta hace cinco veranos, más o

menos. Mis padres eran dignatarios atenienses, y celebraban fiestas para

entretener a mercaderes y visitantes de otras provincias. Una noche,

durante una luna llena, celebraron la fiesta más espléndida de todas. A

mí no se me permitió quedarme toda la noche, y después de un rato, me

enviaron a dormir a la casa de un vecino, al otro lado de la calle. Esa

noche, unas bacantes invadieron la fiesta y mataron a todos, o al menos

a aquellos a los que no convirtieron en bacantes. Cuando volví a casa la

mañana siguiente, encontré decenas de cadáveres en la casa. Parecía

Page 188: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

que mi padre había muerto intentando proteger a mi madre. Mi hermana

mayor no aparecía por ningún lado. La encontré el verano pasado. Se

había convertido en una bacante, pero Xena le pidió un favor a Ares, y

fuimos capaces de convertirla en humana de nuevo—. Hizo una pausa,

sonriendo ante los ojos incrédulos de la druida—Esa es otra historia en sí

misma, para otro día. En fin, juré vengar sus muertes, así que pasé unos

cuantos años vagando de un lado a otro, cazando bacantes y

experimentando diferentes formas de matarlas. He llegado a

perfeccionar varios métodos, y continué viajando. Un día, me encontré

con una partida de amazonas y viajé con ellas unos cuantos días. Nos

hicimos amigas. Ephiny estaba con el grupo y me pidió que fuera a vivir

a la aldea con ellas. Estaba realmente cansada de estar sola, así que lo

hice. Ephiny…me tomó bajo su protección…me trató como a una

hermana.

—¿Quién la mato?—preguntó Morrigan suavemente.

—Bruto—el labio de Kallerine se retorció al pronunciar el nombre. —

Lideraba una legión de soldados de Julio César, y atacaron a unas

cuantas de nosotros en los bosques cercanos a la aldea. Las amazonas

solo querían vivir en sus tierras, en paz. No queríamos involucrarnos en la

guerra de César contra Pompeyo. En fin, Bruto mató a Ephiny y a Solari.

Solari era otra de nuestras mejores guerreras. Así que enviamos a Amarice

a encontrar a la reina Gabrielle, porque no teníamos líder. Era un maldito

y sangriento desastre. Xena y Gabrielle nos guiaron a una lucha que al

final terminó con la muerte de Pompeyo y con Bruto de camino a Roma.

Yo…siempre pensé que las batallas serían gloriosas, pero no lo son. No se

me permitía luchar por mi edad, pero he visto la muerte, y lo que le

hicieron a mis hermanas amazonas.

Los ojos de la cazadora repasaron la figura de la guerrera dormida, antes

de continuar. —Hablé con Xena de ello hace un tiempo. No creo que sea

un gran secreto de que la admiro mucho. Ella fue una de las primeras

personas que me habló como si fuera un adulto, no una niña. Y…nos

entendemos, a ciertos niveles, que poca gente puede—Kallerine sonrió—

Me dijo que tenía fuego en la sangre, como ella. Tenía miedo de ello,

porque me parecía que la batalla era tan desagradable que a lo mejor

no era carne de amazona.

—¿Qué te dijo a eso?—los ojos azules de Morrigan brillaban a la luz del

fuego.

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—Me preguntó si pensaba que la reina Gabrielle era carne de

amazona—rio la cazadora entre dientes—Me quedé perpleja. Xena dijo

que la reina lloraba después de las batallas, que Gabrielle es un

excelente guerrero, pero que solo lucha por necesidad. Dijo que tener un

corazón amable es algo bueno, y que se alegraba de haber encontrado

una salida positiva para el fuego, de que nunca hubiera sentido la lujuria

de la sangre de la manera que ella lo había hecho. Dijo que le gustaría

haber tomado mejores decisiones cuando era joven. Dijo…—Kallerine

puso los ojos en blanco, mirando el techo de la cueva, pensando—…dijo

que le había hecho falta estar con la reina para entender lo realmente

horrible que era la guerra. Dijo que sabía que había roto el corazón de la

reina en el pasado, luchando batallas en las que no tenía por qué…que

la reina había tomado decisiones que a las que no debería haber estado

obligada…que había llevado a la reina a lugares donde no debería

haberla llevado. Se quieren tanto. Solo puedo aspirar a algo así, algún

día.

Y yo pensaba que estaba tratando con una niña. —¿Cuántos años

tienes, Kallerine?—era obvio para la druida que la cazadora era joven,

pero parecía poseer una experiencia y unas habilidades que hacían fácil

olvidar su juventud.

—Diecisiete veranos. El año próximo seré suficientemente mayor para

tener mi propia cabaña. Quizás comparta una con mi hermana Kama.

Vivimos juntas en su cabaña por un tiempo, cuando la encontré, pero

después de que se asentara en la aldea me pidieron que volviera a la

barraca de las chicas más mayores. Creo que fue para mantenerlas a

raya, más que nada—sonrió.

—Siento que hayas perdido a tanta gente cercana, Kallerine—Morrigan

se acercó a ella, palmeando a la chica en la espalda.

—Mi vida…no está tan mal—reflexionó Kallerine—A veces echo de

menos a mis padres. No estoy segura de lo que hubieran pensado sobre

la vida que llevo ahora. Especialmente la parte de Amarice.

—Parece que os queréis mucho—ofreció la druida—¿Has considerado

compartir una cabaña con ella el año que viene?

—Nosotras…aún no hemos hablado de eso—la cazadora bajó la vista,

con las mejillas coloradas. —A veces dormimos juntas—jugó con los

cordones de una de sus botas, incapaz de mirar a la druida a los ojos. —

Pero es lo único que hacemos…dormir. Bueno, más que nada dormir.

Page 190: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Creo que la mayoría de las amazonas asumen que…ya sabes. Pero no.

Al menos, no todavía. Ella es la única persona a la que he besado.

Cuando empezamos a pasar tiempo juntas, hablamos de ello

y…ninguna…nunca…bueno, no con nadie.

Morrigan tragó saliva. Oh, dioses. ¿Cómo he acabado teniendo ESTA

conversación? —No me lo has pedido, pero tengo la sensación de que

necesitas un consejo, ¿te parece bien?

—Claro—Kallerine le sonrió rápidamente, animándola, antes de centrarse

en el cordón de la otra bota.

—Tomáoslo con calma. No hagáis nada que no os apetezca. Y por

apetecer no me refiero solo a esos escalofríos que os recorren cuando os

miráis—Morrigan reprimió una sonrisa cuando el sonrojo delatador de sus

mejillas se profundizó. —Me refiero a lo que os apetezca aquí—tocó a

Kallerine en la cabeza.

—Gracias—la cazadora miró sobre su hombro—Tenía intención de hablar

con Gabrielle de esto, pero no he encontrado valor. Es un poco

intimidante hablar de sexo con tu reina.

—Supongo que sí—la druida les sirvió una segunda taza de té. —

Bueno…—desentrelazó sus piernas y se puso de pie, moviendo los

hombros un poco mientras cambiaba de tema—…odio despertarlas,

pero tenemos que decidir si seguimos viajando hoy o no—. Se acercó a

la entrada de la cueva, bebiendo el té humeante mientras observaba el

caer continuo de la nieve. Frunció el ceño y se giró, cruzando las piernas

en los tobillos mientras se reclinaba contra la pared—Kallerine, ¿qué es,

exactamente, una bacante?

—Oh—frunció los labios—Creo que Ares dijo que, aquí en el norte, les

llamáis vampiros.

—Dulce madre. ¿Eres tan eficiente matando esas cosas?—los ojos grises

se pusieron redondos como platos—Criaturas asquerosas, por lo que he

oído, aunque he tenido fortuna suficiente como para no encontrarme

nunca con ninguna.

—¿Ares visita a las amazonas a menudo?—una druida muy confusa

caminó hacia el fuego.

Kallerine escupió un sorbo de té sobre las llamas. —Oh, dioses. Lo siento—

rio entre dientes—No. Creo que nunca ha estado en la aldea amazona.

Page 191: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Entre tú y yo, creo que le asustamos. No. Tiene una relación especial con

Xena.

—Ya veo. Hablando de Roma, creo que una de nosotras debería tener el

honor de despertar a la poderosa guerrera—Morrigan señaló a la pareja

dormida, su brazo haciendo una floritura.

—Mmmm…—la boca de Kallerine se retorció en una sonrisa—Lo hagas

como lo hagas, mejor sea que te asegures de que sus armas están fuera

de su alcance.

—Buena idea—la druida reptó con sigilo hasta el camastro, apartando el

chakram de su sitio, sobre la cabeza de la guerrera. Cuando empezaba

a mover la espada, una mano fuerte apareció agarrándole la muñeca,

sujetando la espada en el sitio.

Una sonrisa perezosa apareció en el rostro de Xena, con los ojos aún

cerrados. —Con cuidado—raspó su voz—Hay un par de docenas de

antiguos soldados que vagan por Grecia con una mano menos, por

haber intentado quitarme las armas mientras dormía.

El corazón de Morrigan se le saltó a la garganta. —Por la diosa, Xena. Me

has dado un susto de muerte. ¿Cuánto tiempo llevas despierta?

—Desde que te escuché mover mi chakram—la sonrisa perezosa se

transformó en una mueca traviesa, mientras dos ojos azules se abrían del

golpe. Parpadeó, intentando comprender el por qué de la luz grisácea

que se colaba desde el exterior. Consciente de su compañera dormida,

mantuvo su posición boca abajo. —¿Qué Hades de hora es, de todas

formas?

—Pasan casi dos marcas del amanecer—hizo una mueca de suficiencia

la druida.

¿Eh? La guerrera se frotó los ojos y sacudió ligeramente a su compañera.

—Gabrielle, tenemos que levantarnos.

—Nooo—la bardo se hundió bajo las pieles, completamente fuera de la

vista. —Estaba teniendo el mejor de los sueños.

Xena cerró de nuevo los ojos, sorprendida ante el placentero recuerdo,

dado el primer sueño de aquella noche. —Yo también. Justo antes de

despertarme, estaba soñando con los Campos.

Sintió trepar el cuerpo compacto que tenía encima y la cabeza de

Gabrielle apareció de repente de debajo de las pieles, mirándola desde

Page 192: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

tan cerca que sus narices casi se tocaban. —Yo también…—sonrió,

soñadora—Estaba soñando con…

—…el sauce—dijeron al unísono. Dos sonrisas gemelas aparecieron.

Durante un momento la cueva se desvaneció, mientas la guerrera se

estiraba y acariciaba la mejilla de la bardo con el dorso de sus dedos.

Lentamente, fueron conscientes de lo que las rodeaba, y de las dos

figuras que las observaban con curiosidad.

—Oh—Xena se apoyó sobre sus codos—Algunos recuerdos. Es difícil de

explicar.

—No hace falta—Morrigan se apartó para que Xena pudiese ver la nieve

que caía. —La única pregunta que tendríamos que contestar es,

¿viajamos hoy o no?

La guerrera observó en silencio un momento, sus ojos captando el nuevo

metro de nieve que se apilaba en la entrada de la cueva. Solía gustarme

la nieve. Gruñó con cansancio y se dejó caer de nuevo en el camastro,

echando de nuevo las pieles sobre ella y su compañera.

La nieve había dejado de caer poco después de comer, y habían

decidido viajar tanto como pudiesen antes del anochecer. Hacía un frío

mortal y la nueva capa de suave nieve dificultaba el caminar, incluso con

raquetas. La conversación era casi inexistente, salvo unos cuantos breves

intercambios entre Xena y Morrigan, para confirmar que seguían por la

dirección correcta. Más allá, las cuatro mujeres atravesaban los

profundos caminos en silencio, perdidas en sus propios pensamientos.

Cuando las sombras se alargaron, la temperatura cayó aún más,

provocando que sus ojos lagrimearan y que se les quemase cualquier

extensión de piel expuesta. Gabrielle, Morrigan y Kallerine tenían las

capuchas firmemente caladas sobre sus cabezas y gruesas bufandas de

lana envueltas sobre sus rostros, a nivel de los ojos. Solo Xena continuaba

con la cabeza descubierta, aparentemente ajena a las brutales

condiciones.

Bajo la capa de gruesas copas de árboles, el ocaso llegaba

abruptamente, y tenían que encontrar refugio pronto, o incluso tomar la

firme decisión de viajar en la oscuridad durante un rato. La guerrera se

debatió consigo misma. Por una parte, si continuaban moviéndose, la

actividad las mantendría calientes. Por otra…miró sobre su hombro,

estudiando a sus compañeras con ojo crítico. Las tres parecían agotadas,

e incluso mientras miraba, Kallerine tropezó, casi enredando las puntas

Page 193: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

de sus raquetas en el proceso. La cazadora se enderezó justo a tiempo,

con los hombros hundidos en profundo abatimiento.

Vale…creo que tenemos que parar. La pregunta es ¿dónde? Sabía, por

una conversación anterior con Morrigan, que no había cuevas por esa

zona. Hacía demasiado frío como para acampar al aire libre, y aunque

hiciese más calor, la nieve haría la acampada miserable, como poco. La

druida había mencionado que había algunas escarpadas colinas a un

lado de su camino, al otro lado de los árboles. Si al menos consiguiesen

encontrar algún saliente que bloquease el viento, eso sería mejor que

nada. Gabrielle y ella podrían envolverse en un petate y mantenerse

calientes, y la cazadora y Morrigan…Xena rio bajito…Menos mal que se

conocen. Van a necesitar un cálido amigo esta noche. Al menos no son

totales desconocidas.

Sacudió su cabeza, recordando sus primeros viajes con Gabrielle.

Se conocieron en primavera y viajaron durante todo el verano. Cada

noche, cuando acampaban, estiraban sus petates en lados opuestos del

fuego. Las cenas transcurrían en una monoconversación, con Gabrielle

parloteando constantemente sobre todo y todos…dónde habían

estado…lo que habían hecho y visto…la gente que habían conocido…y

tenía un pozo sin fondo lleno de preguntas sobre cada experiencia

nueva. Xena…bueno, era Xena, respondía con una economía de

palabras y sílabas, cuantas menos mejor.

Dios, era imbécil. No puedo creer que no cogiera sus cosas y se

marchase. Seguro que lo merecía. Poco sabía ella cuánto servía la

cháchara de la bardo para calmar a la guerrera, manteniendo su mente

apartada de pensamientos mucho más oscuros. Gran Hera…algunas de

las cosas que me preguntaba…como por qué mi chakram vuelve a mí, o

por qué corta a otros pero no a mí…o por qué algunos guerreros usan

una espada de hoja doble y otros una simple…Conseguía ponerme de

los nervios, eso es cierto. No quedaba mucho tiempo para ponerme

taciturna, no señor.

El verano dio paso al otoño y el otoño pasó rápido hasta el invierno. Su

rutina era familiar, si no impersonal por parte de Xena. Una visita a una

aldea de buen tamaño resultó en la compra de un grueso manto con

capucha para Gabrielle, que estaba más que agradecida de poder

llevar. Xena ya tenía uno parecido, pero más grande. Los días más cortos

y las noches más largas mantenían los mantos más tiempo puestos que

Page 194: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

guardados, tanto al viajar como por las noches, mientras cenaban y se

preparaban para dormir.

Xena era normalmente hábil a la hora de encontrarles cómodas y

calientes cuevas, graneros abiertos y otros variados recursos que les

dieran refugio contra el creciente frío, pero llegó una noche en la que se

encontraban demasiado cansadas como para seguir, y sin ninguna

estructura a la vista. La guerrera se habría arrastrado de agotamiento si

hubiera estado sola, pero incluso Argo estaba empezando a resistirse

tercamente, y sabía que tenían que parar.

Había encontrado un pequeño nicho entre los árboles, que les daban

algo de abrigo frente al viento. Gabrielle les había hecho una olla

caliente de estofado de conejo y unas tazas de fragante y humeante té.

Aun así, después de ponerse el sol, el calor del fuego parecía no ofrecer

casi ningún alivio, al menos no para la bardo, que temblaba visiblemente,

con la mandíbula firmemente apretada.

Xena veía la cara de su joven compañera. Gabrielle estaba preparada

para morir congelada antes de quejarse del frío y arriesgarse a ser

enviada a Potedaia con billete de ida, que tampoco estaba tan lejos de

donde estaban en aquel momento. La guerrera captó otro escalofrío

recorrer la extensión completa del cuerpo de la bardo y suspiró con

cansancio.

Dejó a un lado la espada, que había estado afilando, y cruzó hasta el

otro lado del fuego, arrodillándose cerca de la joven. —Hola.

Gabrielle alzó la vista lentamente hacia ella, con sus ojos rogando que se

le permitiese quedarse. —Ho…hola.

—¿Hace frío, eh?—la guerrera echó un tronco al fuego, agitando las

brasas.

—No…no es t…tan malo…—los dientes de Gabrielle castañeteaban

mientras hablaba—…en se…rio. Estaré bien.

—Gabrielle…—pronunció lentamente el nombre, viendo cómo la

muchacha se estremecía de nuevo. Poco sabía que era ella la causante

de ese estremecimiento. Dudó al alzar una mano, agarrando con ella

una de las manos de la bardo. —Estás congelada—bromeó, apretando

la mano fría sin soltarla.

—He dicho que estaré bien—la voz de la chica temblaba con

desesperación—Quizás si me acerco un poco más al fuego…

Page 195: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Si te acercas más al fuego tendremos bardobacoa—Xena vio

aparecer una sonrisa en la cara de la muchacha. ¿Yo he puesto eso ahí?

Hacía mucho tiempo, pensó, que no hacía sonreír a nadie.

Gabrielle soltó una risita. —Cierto—su rostro se volvió serio de nuevo—Pero

no te preocupes por mí. Me cubriré con mi petate y estaré bien calentita.

No hay problema

Xena fue lentamente consciente de que seguía sosteniendo la mano de

Gabrielle, y de lo bien que se sentía por hacerlo. Incluso mejor que con la

sensación de la bardo sosteniendo la suya. —Um…mira, Gabrielle…hace

mucho frío, y no va a hacer más que empeorar hasta mañana. Ya has

perdido un montón de calor corporal, y en este punto es difícil que lo

recuperes, incluso dentro de las pieles.

—Oh—la chica bajó la vista, estudiando sus manos unidas—Aún sigues

caliente. Supongo que no tendrás problemas para dormir, ¿eh?

—No—la guerrera miró a la distancia, sin ver, más allá del fuego y de la

oscuridad del bosque que las rodeaba. —No. Y lo gracioso de esto es

que…si…bueno…si compartimos el petate…probablemente esté lo

suficientemente caliente para ayudarte a recuperar el calor.

Sus ojos se encontraron, y los de la bardo eran grandes como los de un

ciervo atrapado en un cepo. Bajó la vista rápidamente. —Yo…um…—de

repente fue muy consciente de sí misma y liberó la mano de Xena,

envolviendo sus brazos alrededor de sus rodillas y abrazándose a sí misma.

—Gabrielle—la guerrera le levantó el mentón con cuidado—No pasa

nada. No muerdo. Somos amigas, ¿no?

—Sí—asintió la chica seriamente.

—Como tu amiga, no puedo dejarte dormir al frío cuando podrías estar

caliente—se levantó, tomando las pieles de la bardo y llevándolas al otro

lado del fuego. —Vamos—estiró su propio petate, palmeando el espacio

a su lado.

Gabrielle se tomó una cantidad indecente de tiempo para levantarse,

acercarse a ella y sentarse, estirando las piernas despacio y acostándose

despacio. —Oh, sintió una mano grande sobre su cadera.

Xena rio entre dientes al atraer a la mujer más pequeña contra ella y

echar la piel de Gabrielle sobre las dos. Se colocó hasta que la bardo

estuvo lo más cerca posible del fuego, con sus cuerpos encajados juntos.

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La guerrera mantuvo un brazo envuelto alrededor de la cintura de la

chica. —Ya está—su voz hizo cosquillas en la oreja a la bardo. —¿Qué

tal?

—No…no está mal—un último escalofrío recorrió el cuerpo de Gabrielle,

después Xena la sintió relajarse, mientras el cuerpo de la muchacha

eliminaba gradualmente la tensión y se calentaba. Su respiración se

aminoró. —Gra…gracias.

—De nada—Xena cerró los ojos. Después de varios minutos, sintió una

tímida mano agarrar la suya, entrelazando sus dedos contra el estómago

de Gabrielle. Qué bien, pensó medio dormida. Pensó en aquel momento

que tenía una rara e inocente oportunidad de acercarse a su amiga de

una manera que nunca tendría bajo circunstancias normales. Cuando

estuvo segura de que Gabrielle estaba dormida, rozó rápidamente sus

labios sobre el cabello rubio, después se colocó de nuevo sobre las pieles.

¿De dónde Hades ha venido eso?, se preguntó aturdida antes de caer

en el más pacífico sueño de su vida.

—Oye—un tirón en su manto la sacó de sus cavilaciones. —¿Estás bien?

Pareces muy lejos de aquí—unos preocupados ojos verdes la miraban

atentamente, mientras la bardo le ponía la capucha, colocándola en su

lugar y retándola a quitársela. —Hmmmm—rezongó Gabrielle,

reconviniéndola—Xena, te acabas de recuperar de una gripe hace

menos de una luna. Lo último que necesitamos es que te pongas enferma

otra vez, especialmente aquí fuera, en medio de ninguna parte.

—Lo siento—los ojos azules centellearon a la menguada luz—Estaba

pensando en la primera noche realmente fría que pasamos después de

que empezásemos a viajar juntas.

—¡Oh, dioses!—rio la bardo—Tenía tato frío. Y tanto miedo de que lo vieras

como una debilidad y me mandases a casa. Podrías haberme pegado

con una pluma cuando te escuché sugerir que compartiésemos el

petate.

—Sí, estabas bastante asustada—Xena arrugó la nariz—Lo superaste con

creces por la mañana.

El rostro de la bardo adquirió color, una capa de sonrojo que apareció

bajo unas mejillas ya enrojecidas por el viento—Me moría de la vergüenza

cuano me desperté y estaba prácticamente encima de ti. Especialmente

cuando me di cuenta de que era pleno día y que, probablemente,

llevabas despierta un buen rato.

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—Gabrielle, te habría dejado dormir hasta la noche aquel día si hubieras

querido—el brazo de la guerrera apareció de debajo de las capas de

lana y se envolvió alrededor de los hombros de la bardo, atrayéndola

más cerca. —Nunca me sentí más en calma y más centrada en mi vida,

hasta ese momento. Creo que mi cuerpo ya estaba descubriendo cosas

que mi corazón y mi mente tardaron algo más en captar.

—Sí, yo también—rio la bardo—Recuerdo desear en secreto que fuese un

invierno realmente frío.

—¿Sí, eh?—la sonrisa de Xena se trasladó a su voz—Bueno, está claro que

tu deseo se ha cumplido ahora, aunque no entonces, porque tenemos

que encontrar refugio pronto.

—Creo que he oído a Morrigan decir que por aquí hay algún refugio—la

preocupación volvió a los ojos verdes.

—Sí—la guerrera la sacó del camino, haciéndoles un gesto a las demás

para que las siguieran—Aunque tengo una idea. Creo que para nosotras

cuatro no llevará mucho tiempo hacerlo.

—Aah—Xena se echó hacia atrás y se frotó las manos, admirando su

trabajo con satisfacción. —Esto debería de bastar. ¿Ya está lista la

hoguera?

—Sí—la bardo emergió del buen construido refugio y se paró a su lado.

—Impresionante—asintió con aprobación, con las manos sobre las

caderas—No tenía ni idea de que podías construir cosas de éstas.

—Sí—Otra cosa que aprendí en el norte de Chin. La guerrera pateó

distraída la nieve que tenía alrededor de las botas. Habían encontrado

un buen saliente que sobresalía de la roca lo suficiente como para

permitirles a todas extender los petates debajo. Era tan bajo que solo

Morrigan podía permanecer de pie debajo, pero estaba protegido por

ambos lados. Xena había construido una pared de nieve para cercarlo,

un fuerte de nieve provisional de un metro y medio de alto. Las otras tres

habían estado ocupadas manteniendo la nieve apilada para que la

guerrera trabajase, construyendo duros ladrillos de hielo con la nueve.

Una vez que encendido el fuego, se estaría tan bien como dentro de una

habitación.

—¿El fuego no derretirá la nieve?—frunció el ceño Gabrielle.

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—No, si lo hacemos hacia la otra pared. He dejado unos agujeros de

ventilación cerca del borde de la pared, así no nos ahumaremos ahí

dentro—alzó la vista. El cielo estaba completamente despejado, con

cientos de parpadeantes estrellas.

—La luna es preciosa, ¿verdad?—la bardo señaló una media esfera

brillante que colgaba baja en el cielo, justo por encima de las copas de

los árboles. —Parece estar tan cerca que casi podrías tocarla.

Justo en ese momento una estrella fugaz cruzó el fuego, con una cola

centelleante brillando para después desvanecerse. Xena cerró los ojos.

Sintió la mano de la bardo en el brazo y los abrió, con una sonrisa

afectuosa en sus labios.

—¿Qué has deseado?—Gabrielle le devolvió la sonrisa.

—Sabes que no puedo decírtelo. A lo mejor no se hace realidad—su

rostro se volvió serio. He dejado un buen montón de deseos en esa

estrella, bardo mía. Por tu felicidad…nuestra felicidad. Por el éxito de esta

misión. Por un viaje seguro de vuelta a casa. Por nuestra ceremonia de

unión, que podamos recordarla con cariño durante el resto de nuestras

vidas. Que mi sueño de la última noche sea solo eso…un sueño.

Maldición. Es algo que no puedo retener durante más tiempo. Tiene que

saberlo. —Gabrielle, tenemos que hablar. Preferiría hacerlo en privado,

pero no puede esperar. ¿Te importaría tener una conversación bastante

susceptible frente a Morrigan y Kallerine?

Una sombra cruzó el rostro pálido de la bardo, dejando sin brillo los ojos

verdes durante un momento. Sintió un bote de nervios en el estómago y

tragó como reflejo—Depende de lo susceptible que sea el tema.

—Tuve…un sueño anoche. Era bastante realista—los ojos azules se

retrajeron y la guerrera tomó aire involuntariamente.

—¿Esa pesadilla?—Gabrielle apretó su brazo, confortándola.

—Sí…por lo menos, eso espero—Espero que no fuera otra maldita visión

como los sueños de la crucifixión. —Alti estaba allí. Era ella contra quién

luchaba.

—Oh—la bardo miró a su alrededor, sobre las copas de los árboles,

centrándose en la luna de nuevo. Su mandíbula se tensó en silencio

mientras daba forma a sus pensamientos. —Tienes razón, creo que no

podemos esperar a estar solas. Pero podemos enviar a Kallerine a cazar

Page 199: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

algo y Morrigan puede cortar algo de leña. Eso nos dará al menos media

marca, creo.

—Buen plan—Xena compuso una sonrisa sincera—Vamos dentro y

veamos si este pequeño fuerte vale todo el esfuerzo que nos ha costado.

—¿Así que lo he hecho bien, eh?—Xena se sentó con las piernas cruzadas

en su petate, toqueteando nerviosamente una hebilla suelta de su

armadura, colocando la pieza en su sitio.

—Sí. Se está muy bien aquí dentro—Gabrielle se arrodilló cerca del fuego,

sirviendo dos tazas de té de menta. Cerró los ojos, escuchando el crujir

del fuego y el suave susurro del suave viento justo a las puertas. La

apertura estaba temporalmente cubierta con una de sus pieles, hasta

que las demás volviesen de hacer sus tareas. Una vez que todas

estuviesen seguras dentro, cerrarían la entrada con más bloques de hielo

que estaban apilados justo a la entrada.

—Está muy cerca—dijo Xena—Me hace estar un poco nerviosa.

—Eso es bastante obvio—la bardo recortó de rodillas la distancia que

había entre ellas—Has arreglado la misma pieza tres veces desde que

empecé a hacer el té.

—Oh—la guerrera dejó la armadura a un lado—Supongo que sí. Supongo

que no lo he hecho bien.

—Porque no te estás concentrando—unos ojos verdes centellearon

cálidamente y la bardo se acomodó a su lado, ofreciéndole una taza

humeante. —Así que…—Gabrielle tomó unos cuantos sorbos, después

dejó la taza a un lado, sintiendo el brazo de Xena envolverla y

atrayéndola más cerca—…¿querías hablarme de tu sueño?

La guerrera dudó, recordando incontables visiones de la crucifixión.

Inclinó la cabeza hacia un lado y deslizó sus dedos por entre los

mechones de corto cabello rubio. —Gabrielle, siempre me he

preguntado…—apartó el flequillo de la bardo, dándole un beso en la

frente—Cuando estuvimos en la India…después de que Alti te enseñase

esa visión…y tuve que cortarte el pelo…sé que necesitaste

acostumbrarte al recorte…—sonrió brevemente—El chakram hizo la

mayor parte del trabajo, pero…¿por qué te lo cortaste tan corto?

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—Yo…pensé que te gustaría corto—Gabrielle se mordió el labio inferior y

frunció el ceño. —Además, ahora lo tengo casi por los hombros.

¿Recuerdas? En nuestra ceremonia de unión, quiero llevar algunos de

esos prendedores que me dio Ephiny la última vez que la vi. Puedo dejarlo

crecer más si te molesta, pero va a llevar un tiempo.

—No…lo siento. No me he explicado bien. Me encanta corto. Te

enmarca ese precioso rostro que tienes—dejó otro beso en una ceja

rubia—Lo que quería preguntarte es por qué te lo cortaste exactamente

como en aquella visión.

—Oh—la bardo alzo la vista, pensando—Alti me aterrorizó, Xena. Casi fue

peor que Dahak. Dahak me hizo daño físicamente, y Alti también. Pero

Alti se metió en mi cabeza y me hizo sentir un miedo como nunca había

sentido antes. Incluso después de que la derrotásemos, no pude quitarme

todo aquel miedo de encima…al menos no totalmente. Cuando

encontré a aquella mujer que me cortó el pelo, decidí quitarme de

encima ese miedo. Yo…pensé que cortándomelo exactamente como

en aquella visión, podría probarle a Alti, o a quién sea, que no iban a

ganar. ¿Tiene sentido?

—Tiene mucho sentido—la guerrera envolvió con ambos brazos a la

bardo y la atrajo hasta quedar recostada sobre el pecho de Xena—

Especialmente viniendo de ti. Ahí estaba yo, intentando evitar cualquier

situación que pudiera parecerse remotamente a aquellas visiones, y tú

simplemente cogiste el toro por los cuernos y le hiciste frente. Debí

haberme dado cuenta.

—¿El pelo corto tiene algo que ver con tu sueño?—la bardo sintió el

mentón de Xena apoyarse sobre su cabeza.

—No exactamente—Xena suspiró pesadamente, y empezó a contarle su

sueño con gran detalle. Hubo un tiempo en que debió haber compartido

con Gabrielle las partes menos agradables. Mantuvo silencio sobre las

visiones de la crucifixión durante unos meses, resistiendo las pesadillas en

solitario. Justo como evitar a los romanos y a la nieve no habían evitado

que las visiones se convirtieran en realidad. Era casi como si por no

acercarnos a la visión, la visión viniera a nosotras. Su mente repasó

aquella ocasión, intentando decidir si hubiera hecho las cosas de forma

diferente, si podría haber evitado que pasase. Terminó su historia y cerró

los ojos, esperando la reacción de la bardo.

Page 201: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Vaya. Eso sí que es un mal sueño—Gabrielle se giró en sus brazos para

mirarla a los ojos—¿Crees que significa algo? ¿Está Alti jugando contigo,

o solo una pesadilla?

—No lo sé—Xena tragó saliva, estudiando las llamas rojas y amarillas del

fuego mientras lamían hambrientas los troncos de pino. El interior de su

pequeño fuerte de nieve olía con fuerza a la dulce esencia verde—Es solo

que después de pasar un año entero viviendo con miedo a las cruces

romanas, esto nuevo me tiene asustada, a ciertos niveles. Sigo

repasándolo en mi mente, intentando averiguar si hay algún detalle que

pueda controlar…algo que evite que…¿se haga realidad? Su mente

vaciló de horror ante la sola idea.

—Xena—la voz de Gabrielle era dulce pero severa—No es posible que

me apuñalases. Lo siento, pero ni siquiera tú crees de eso.

—¿No lo soy?—los ojos azules miraron con tristeza al verde—¿Has

olvidado tan pronto lo que te hice después de que Solan…muriese?

Haciendo leña del árbol caído, ¿verdad? La bardo se mordió la lengua,

y no lo dijo en voz alta. —Xena, en primer lugar, estabas drogada. Eso me

dice mucho. En segundo lugar, Ares te comió la cabeza. En tercer lugar,

estabas medio loca por la ira y por la pena. Las cosas no estaban igual

entre nosotras entonces. Hemos aprendido a hablar las cosas, Xena. No

creo que pueda ser alguna vez tan malo otra vez, no si continuamos

siendo honestas.

—Eso lo sé, lógicamente lo sé, Gabrielle—suspiró frustrada—Pero después

de lo que pasamos el año pasado, hay un gran margen para dudar de

mí misma.

Vaya, los ojos de la bardo se ensancharon. Hace falta mucho para que

lo admita en voz alta. Repasó cuidadosamente el sueño de Xena. —

Oye—la bardo se giró completamente, sentándose y dejando ambas

manos sobre los muslos de la guerrera—¿Te viste apuñalándome en ese

sueño?

—Yo…bueno, no. Pero estuvo muy, muy cerca. No sé cómo acababa—

bajó la vista—Te apuñalé en Ilusia—.

—Xena—Gabrielle la sacudió ligeramente—Para, ¿vale? No estamos en

Britania y no estamos en Ilusia. Para de culparte por cosas por las que ya

te he perdonado. No quiero volver atrás. ¿Lo entiendes?

Page 202: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Yo…—Xena observó mientras la bardo se levantaba enfadada—Gab,

ten …

—Au—la cabeza de la bardo chocó contra la piedra fría y dura que

tenían encima.

—…cuidado—la guerrera hizo un gesto de dolor al escuchar el sonoro

crujido del cráneo de su amante al golpear la roca.

—Aaah—Gabrielle se volvió a sentar—Qué dolor—. Se frotó la cabeza—

No hace falta que mire las estrellas. Las estoy viendo ahora mismo.

—Ven aquí—Xena localizó la zona dolorida, buscando con cuidado

cualquier herida.

—En fin…—la cara de la bardo se contrajo mientras largos dedos

localizaban un pequeño chichón—Au. En fin, no quiero volver atrás, Xena.

¿No lo ves? El futuro está delante de nosotras. Quiero centrarme en eso,

cielo. Unirnos, tener una familia. Sí, nuestro pasado es importante. Pero a

veces, incluso las cosas realmente malas sirven para algo, y al final

acaban por traer algo nuevo. ¿No es ese, de alguna manera, el resumen

de nuestras experiencias? Si quitas alguna buena o alguna mala, y quizás

seríamos personas diferentes de las que somos ahora. Incluso morir…nos

ayudó a estar juntas, ¿verdad?

—Cierto—Xena terminó de examinar la cabeza de su compañera—Un

pequeño chichón. Nada serio. Si te duele la cabeza, dímelo y te daré

algo—atrajo a la bardo de nuevo hacia ella. —Cierto…pero creo que

habríamos acabado juntas de todas formas, bardo mía. No sé cuánto

tiempo más habría podido contener los sentimientos que tenía por ti.

—Está bien, te doy la razón en eso—Gabrielle sonrió—Yo también sentía

cosas bastante fuertes. Pero lo que quiero decir es que ahora estamos

juntas, somos pareja, al menos en parte, gracias al tiempo que pasamos

en los Campos. Has tenido una pesadilla. No estamos seguras de cómo

acaba, igual que no sabíamos cómo acabaría la crucifixión. Quizás ni

siquiera es Alti.

—Es Alti—los labios de la guerrera se torcieron como si estuviera

saboreando algo amargo—Puedo sentirlo. La escuché. Yo…apuesto que

no vamos a encontrar ni rastro del campamento de Kernunnos mañana.

En el sueño, dijo que iba a unirme a ella. Parecía que estaba en el

inframundo. Diez dinares dicen que ella está detrás de todo esto. La

cuestión es…¿por qué?

Page 203: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Venga, Xena, esa es fácil—Gabrielle se rio, sacudiendo la cabeza—Alti

va detrás del poder. Es lo que hablamos en la India. Algo tan poderoso

como esa máscara se supone que es…alguien como Alti babearía como

un perro delante de un filete de solo pensarlo.

—Lo sé—la guerrera tomó un trago de té—Lo que me pregunto es por

qué está jugando conmigo. Si tiene la máscara, y apuesto otros diez

dinares a que la tiene, por qué no la usa…¿Por qué se molesta con

nosotras? Esa es la parte que no entiendo.

—Xena, ¿qué es Alti, exactamente?—la bardo se estremeció,

recordando la historia de su compañera sobre las amazonas del Norte. —

Era humana cuando la conociste. Pero la mataste. Y pensaba que la

habíamos matado de nuevo en la India. Es todo muy confuso. ¿La

máscara le afectará como a un dios, dándole poderes, o como un

mortal, haciéndola querer matar a su amor? Si es que ama a alguien,

añadió Gabrielle. Cosa que dudo.

—No lo sé. Incluso como mortal, es una fuerza a tener en cuenta. Si es

algo más, podría ser el oponente más difícil al que me he enfrentado

jamás. Puede derrotar a una persona usando solo trucos mentales, si no

se tiene cuidado. Respecto a que mate a alguien a quien ama, Gabrielle,

la única persona por la que ha expresado algún interés, que yo sepa…—

Xena se detuvo, dándose cuenta demasiado tarde de a dónde estaba

llegando la conversación, al ver ensancharse por el miedo los ojos de la

bardo.

—Tú—susurró Gabrielle—Xena, está obsesionada contigo, ¿me estás

tomando el pelo?—Se puso de rodillas, agarrando con fuerza los hombros

y sosteniéndola firmemente—Xena—miró profundamente los ojos azules

de la guerrera, permitiendo que su propio miedo ascendiese a la

superficie, queriendo que Xena entendiese lo seriamente que hablaba—

Si Alti está detrás de esto, y tiene la máscara, ten cuidado. Alti no debe

estar al alcance. Ni siquiera te acerques a ella. Prométeme que tendrás

cuidado, pase lo que pase, ¿de acuerdo?

—Gabrielle, siempre tengo cuidado. Solo asumo riesgos calculados—

observó relajarse a su amante, y la bardo se hundió de nuevo en su cálido

nido guerrero. Por supuesto, pensó Xena, si Alti y Loki están en el mismo

bando, ¿qué precaución debería tomar si tienen el poder para destruir el

universo?

Page 204: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Cuatro viajeras agotadas llegaron el campamento abandonado de

Kernunnos a la tarde del día siguiente. No había caído más nieve, pero el

aire helado parecía haberse instalado sobre aquella tierra para largo.

Xena sabía, antes siquiera de que llegasen a la pequeña cueva, que no

habría rastro que seguir. En lugar de eso, se encontraron con una prístina

y virgen capa de nieve, que se desparramaba por el suave viento del

invierno, su inocencia burlándose de ellas y su misión.

La guerrera recorrió cuidadosamente el interior de la cueva, solo para

encontrar las ascuas de una vieja hoguera. Ni una sola huella, ni siquiera

la más ligera pista de qué dirección podría haber seguido el ladrón

después de sustraer la máscara. Así que…se sentó en una repisa de roca

estrecha, apoyando su peso sobre sus manos, que apoyaba sobre la fría

piedra. ¿Ahora qué? Ya sabes “ahora qué”, guerrera, se burló su mente.

Ahora vas a buscar la puerta al inframundo y a tener una charla con Loki.

Suspiró pesadamente—Al menos esta vez no tendré que beber sangre de

caballo—murmuró en voz baja—Espero que no, vamos—.

—¿Qué?—Gabrielle se metió en la caverna y se sentó a su lado—¿Estás

leyendo las rocas, o hablas sola?

—Oh—una sonrisa arrepentida apareció en sus labios—No. Nada. Solo

consideraba mis opciones—.

—Parece como si llevases algo muy pesado sobre los hombros—la bardo

chocó sus hombros contra los suyos.

—Um, sí, podríamos decirlo así—Xena alzó una rodilla, apoyando una

bota sobre el borde de afilada roca y rodeándose la rodilla con los

brazos. —Como mortal, hay varias maneras de hacerlo. Para llegar al

Tártaro o a los Campos, tuve que nadar hasta el fondo de un lago. Para

llegar a la tierra de la muerte de las amazonas, bueno…ya has oído esa

historia.

—Euugh—la nariz de Gabrielle se arrugó—Sí. No me lo recuerdes. Me

alegro de que Argo no supiese lo que ibas a hacerle a su amigo. Quizás

habría dejado que ese tipo te atropellase después de que la encontrases

de nuevo.

Esto obtuvo como respuesta una media carcajada. —Cierto. Y en Egipto,

de alguna manera llegué al inframundo mientras estábamos dentro de

aquella pirámide. Por supuesto, para llegar al Valhala, todo lo que tengo

que hacer es montar en un caballo volador.

Page 205: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—¡¿Qué?!—la cabeza de la bardo se giró de golpe—¿Como un Pegaso?

—No, no exactamente—. Maldición. Tenía que hablarle del Valhala,

¿verdad? Xena se pegó un tortazo mentalmente. —Es una larga historia.

Te prometo que te lo contaré cuando todo esto acabe, ¿de acuerdo?

—De acuerdo—Gabrielle estudió el sombrío perfil. ¿Por qué tengo la

sensación de que me está ocultando otro capítulo de su vida? Podía leer

la tensión bajo la superficie en la fina línea que formaban los músculos de

la mandíbula de la guerrera. ¿Y por qué tengo la sensación de que se

está torturando por la idea de compartirlo conmigo? La bardo estiró una

mano por instinto, cubriendo la mano de Xena que tenía más cerca. —

No pasa nada, cielo. Solo recuerda que no hay nada que puedas

contarme que me haga dejar de quererte, ¿de acuerdo?

—Nunca dudaría de tu amor por mí, Gabrielle—los ojos azules brillaron

tristemente. Solo si me lo mereciese. Sabía que esa última voz no había

que tenerla en cuenta. Solo la preocuparía, y me llevaría un sermón sobre

todas las razones por las que sí me lo merezco. Está bien, bardo mía, voy

a dar lo mejor de mí misma para estar a la altura de todo lo que me

ofreces, e intentaré creer en ello aunque solo sea la mitad de lo que lo

haces tú. Apretó la mano más pequeña y la alzó, acariciando con los

labios los nudillos de Gabrielle.

—¿Estás intentando averiguar cómo meternos en el inframundo?

—Sí. El Valhala era un buen sitio. Nunca he visto la contrapartida, y solo

puedo suponer que ya que Loki y Kernunnos están allí, los dioses nórdicos

y célticos deben compartir su inframundo. Tiene sentido, supongo. Sería

como ciertas creencias religiosas que son comunes en Chin y la India—

unas cejas morenas se unieron, confusas—A veces es confuso,

maldición—.

—Y que lo digas. Recuerdo la sorpresa que me llevé cuando Ephiny y

Solari me explicaron que podríamos cruzar de los Campos Elíseos a la

tierra de la muerte de las amazonas. Me quedé pasmada—la bardo

volvió a darle un empujoncito con los hombros. —Me alegro de que

Afrodita ganase la discusión. De otra manera, habría dado la tabarra

hasta que me dejasen ir a donde estabas tú.

—No si yo llegaba a ti primero—buscó el rostro de la bardo—A donde

vayamos, iremos juntas, ¿verdad?

Page 206: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Unos sorprendidos ojos verdes se encontraron con unos brillantes azules—

Verdad…—. Gabrielle había estado preparada para que su compañera

sugiriese delicadamente que debía quedarse atrás, y saltarse el viaje al

inframundo. Xena nunca se lo pediría, ni mucho menos le ordenaría, pero

su propio fiero instinto protector no podría evitar intentar algunas tácticas

más sutiles cuando quería que la bardo escogiera la seguridad a

permanecer juntas.

—Y antes de que pienses que se me ha ido la cabeza, esta vez te estoy

pidiendo, egoístamente, que vengas conmigo—vio la sorpresa

transformarse en confusión—La última vez que te dejé atrás por una de

las visiones de Alti, se volvió contra mí. Si hubiéramos estado juntas, creo

que podría haber sido diferente. No voy a correr el riesgo esta vez. No

cuando se trata de ti. Se me ha ocurrido que la manera más fácil de

protegerte es que estés conmigo.

—Em…vale—Gabrielle se frotó un lado del cuello—No te lo voy a discutir,

así que…¿cuál es el plan?

—Yo…

Morrigan corrió dentro de la cueva, con los ojos abiertos de terror, y

respirando pesadamente. —Xena, necesitamos que salgas. Estábamos

recorriendo el perímetro, como dijiste, y ha pasado algo realmente

extraño con Kallerine.

La guerrera pegó un bote al levantarse, sin molestarse en ponerse las

raquetas. Daré saltos mortales si es necesario. Siguió a Morrigan por los

alrededores que rodeaban la caverna, observando cómo las piernas de

la druida volaban sobre la nieve como un borrón. Maldición. Me gustaría

que ese don concreto fuera parte de mi herencia genética ahora mismo.

Vio a Kallerine delante de ellas, arrodillada bajo los árboles agarrándose

el cuello con las dos manos, mientras su cuerpo convulsionaba. La

cazadora jadeaba en busca de aire y Xena maldijo en voz baja,

lanzándose hacia delante, dando una serie de saltos mortales sobre la

cabeza de Morrigan y aterrizando frente a Kallerine.

—Kallerine, ¿puedes hablar?—los ojos de la cazadora eran vidriosos y

bajo sus dedos Xena veía correr la sangre. Agarró las manos de Kallerine,

separándolas y jadeando cuando vio dos heridas punzantes, con la

sangre corriendo regularmente de los dos agujeros. La mente de la

guerrera se puso en marcha, procesando lo que sabía de la cazadora, y

mirando atentamente a su alrededor.

Page 207: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—¡Alti!—su voz retumbó con ira—¡Muéstrate, los dioses te maldigan!

Morrigan se había detenido justo detrás de ella, y se movió con cuidado

para ponerse en la línea de visión de la guerrera. —¿Crees que la

chamana le está haciendo esto?—. La druida se estremeció. Xena había

pasado una buena marca de la noche anterior describiendo a Alti a sus

compañeras, y explicando algunos de los trucos que era capaz de jugar.

A pesar de la buena cueva de hielo en la que durmieron, las cuatro

mujeres habían dormido bastante mal.

—Sé que lo es—gruñó Xena—Es uno de sus juegos mentales favoritos,

hacerte sentir el dolor de tu pasado y tu futuro, tanto emocional como

físico. Supongo que Kallerine está reviviendo el reencuentro con su

hermana Kama. Tuvo que alimentarse de la sangre de Kallerine para

convertirse en humana.

La druida pareció aceptar la información sin mucho más que alzar una

ceja, para gran alivio de Xena. No tenía tiempo para más explicaciones

en ese momento. —¿Qué podemos hacer por ella?

—No estoy segura—la guerrera miró sobre ella, donde Gabrielle se les

acercaba, vadeando con sus raquetas. Xena se dio cuenta demasiado

tarde de que, justo ese invierno, la bardo había dejado de repasarse los

tatuajes del mehndi que había cuidado con mimo durante un año,

dejando que, gradualmente, los intrincados dibujos desapareciesen. No

estoy segura de que ese truco fuera a volver a funcionar fuera de la India,

pensó. —Gabrielle, atenta. Es Alti.

—¿Dónde?—la bardo se giró y entonces sintió un puñetazo en el

estómago, seguido de otro en la cara y un bombardeo general a su torso.

Gimió y cayó sobre la nieve, con el cuerpo sacudiéndose por cada

doloroso golpe.

—¡Maldita sea, Alti!—la ira de Xena corrió libremente, y se lanzó por el

cielo de nuevo, aterrizando cerca de su compañera y sosteniéndola. —

¿Gabrielle?

—Tara—murmuró la bardo débilmente.

Dioses. Xena no había llegado a ver la paliza que se había llevado

Gabrielle a manos de Tara, solo sus consecuencias, que consistían en

varios arañazos en la cara y un feo moratón en el lóbulo de la oreja,

donde la enérgica muchacha le había mordido. La guerrera observó

unas garras invisibles que recreaban los mismos arañazos sobre la mejilla

Page 208: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

derecha de la bardo, y Gabrielle gritó de dolor, agarrándose la oreja, que

se llenó de sangre en cuanto la tocó.

Tan rápido como empezó, Kallerine terminó por caer con un gran jadeo

sobre la nieve, y Gabrielle quedó inerte en los brazos de Xena, su pecho

alzándose irregularmente y con el pulso disparado bajo los dedos de

Xena. Recorrió los alrededores con la vista, alertada por el repentino

silencio.

Duró un segundo. Entonces Morrigan gritó y su cuerpo salió volando por

el aire, estampándose en el tronco de un árbol. Se deslizó por él y aterrizó

hecha un guiñapo, para encontrarse arrojada de nuevo por el aire,

chocando con otro árbol, asaltada por las visiones de su gran batalla final

con Hércules, justo antes de que abandonase su camino maligno. Miró a

su alrededor, confusa, y después gritó, lanzándose sobre la nieve, con los

brazos estirados. —¡Bridgid!—su voz revelaba su angustia al recrear una

visión de Kernunnos lanzando a su hija por el borde de un acantilado.

—¿Morrigan?—Xena se levantó y recorrió la corta distancia que la

separaba de la druida, quién estaba acurrucada sobre el suelo.

—Tiene a mi hija, Xena—unos endurecidos ojos azules alzaron la vista,

encontrándose con las glaucas órbitas de Xena—Puedo sentirlo—.

—No confíes en nada de lo que te muestre, Morrigan—la guerrera

empezaba a arrodillarse cuanto se dobló sobre sí misma, inclinándose

hacia la izquierda cuando un terrible dolor la asaltó. Sus ojos se

ensancharon cuando se encontró de nuevo al comienzo de sus viajes

con Gabrielle. Había dejado atrás a la bardo, y había acabado con una

flecha en el vientre, dependiendo de la amabilidad de Darius y sus hijos

para cuidarla hasta ser capaz de viajar de nuevo. Gritó de nuevo, como

si el dolor fuese real, mientras una flecha imaginaria atravesaba su

cuerpo, se rompía el asta y era extraída. Oh, dioses. Su mente tuvo el

tiempo justo para recordar lo que venía después antes de que una

abrasadora sensación reemplazó el dolor de la flecha, recreando el

momento en que usaron un atizador al rojo vivo para cauterizar la herida.

Se mordió el labio hasta que saboreó la sangre. No puedo

desmayarme…no voy a desmayarme…no debo desmayarme…Gritó

mientras el dolor la atravesaba, haciéndola caer de rodillas.

Entonces se marchó, y se encontró inclinada sobre la nieve, vomitando

el contenido de su estómago. Uuuugh. Cogió un puñado de nieve,

frotándose la cara con ella, y después tomó otro puñado para limpiarse

Page 209: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

la boca con la fría sustancia. Se puso de pie con las rodillas temblando,

sintiéndose tan débil como un potrillo recién nacido.

Una risa familiar resonó a través de los árboles y una voz burlona llenó el

aire a su alrededor. —Te he echado de menos, Xena. Tenemos una cita

con el destino, tú y yo. Creo que sabes dónde encontrarme.

—¡¿Alti?!—la guerrera miró a su alrededor, buscando la fuente de la voz—

¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaahhhrg!!—cayó al suelo, agarrándose ambas

canillas y rodando, presa de un dolor agónico. Maldición. Su mandíbula

se tensó, sintiendo de nuevo el golpe del mazo romano que le rompió las

piernas. Siempre usa eso.

—Mejor será que te des prisa, Xena—Tengo a tus amigos y tengo a la hija

de la druida. Incluso tengo a Loki. Cuanto más tardes, más poder puedo

extraer de ellos. ¿Adivina qué más tengo?—la risa resonó más alto,

desvaneciéndose gradualmente hasta desaparecer, dejando a las

cuatro mujeres tiradas sobre la nieve.

—¿Gabrielle?—la guerrera se arrastró por la nieve, recogiendo a la

estremecida bardo entre sus brazos. —Oye. ¿Puedes hablarme?—

palmeó una mejilla pálida.

—Mmmm—los ojos verdes se abrieron lentamente—¿Cómo están las

demás?—la bardo tosió, débil.

—Estamos bien, Gabrielle—Morrigan se acercó a Kallerine,

inspeccionando los dos pequeños pinchazos que tenía en la garganta,

los únicos restos visibles del sufrimiento de la cazadora. La druida

empezaba a sentir unos grandes moratones formarse en su espalda y su

estómago, donde había impactado con los árboles, pero por lo demás

estaba ilesa.

—¿Qué Tártaro era eso?—Kallerine consiguió hablar, sentándose y

mirándolas.

—Era Alti—las fosas nasales de la guerrera se ensancharon—Vamos—. Se

levantó, ayudando a la bardo—Vamos a volver a la cueva a curar las

heridas—sus dedos trazaron ligeramente los arañazos del rostro de

Gabrielle—Y reagruparnos—.

—¿Xena?—guerrera y bardo se ayudaron mientras volvían a la cueva.

—¿Qué pasa, cariño?—podía sentir temblar a su compañera.

—¿Crees que tiene de verdad a Pony, Autólicus y Bridgid?

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—No lo sé—sintió una punzada en su costado e hizo una mueca de

dolor—A veces sus visiones son acertijos—.

—¿Xena?

—¿Mmm?

—Si no matas a esa perra cuando la encontremos, será mejor que alguien

me sujete—se sacudió de nuevo, y la guerrera se dio cuenta de que era

por la ira, no por el miedo.

—No te preocupes por eso, bardo mía—el propio rostro de Xena se

retorció de ira—Tengo planes para ella—. ¿Has oído eso, Alti? Sacudió un

puño mental. Voy a por ti, de una vez por todas.

—¿Cómo va esto?—la guerrera dio un toquecito al lóbulo de la bardo,

después aplicó una infusión de hierbas antisépticas a su mejilla.

—Xena, me has limpiado las heridas tres veces desde que Alti nos atacó—

Gabrielle tironeó de la pretina de cuero, obligándola a sentarse—No es

nada. Acaba de cenar antes de que se enfríe—.

—Lo siento—la guerrera dejó a un lado su botiquín y se sentó cerca de la

pequeña entrada de la cueva, tomando un cuenco medio lleno de

estofado tibio y remató los restos con apatía.

Había atendido los pinchazos de la garganta de Kallerine, había insistido

en echarle un vistazo a los moratones de Morrigan, había prendido un

buen fuego y había cazado dos conejos de buen tamaño, que la misma

Xena habría cocinado si la bardo no hubiera intervenido, señalando que

la guerrera también tenida una pequeña herida sobre su costado

izquierdo.

Gabrielle había dejado cociendo los conejos en una cazuela, junto con

unas raíces que había afanado de la posada de la aldea de Morrigan.

Después había retirado cuidadosamente el chaleco de cuero negro de

Xena y la camisa interior de lana y le había administrado las mismas

hierbas que la guerrera había utilizado generosamente con las demás.

Había envuelto el musculoso abdomen con una fina tira de lino y después

le había puesto la camisa de nuevo por la cabeza a Xena, palmeando

el costado sano.

La cena había sido un asunto sombrío, con cuidadosas conversaciones

en relación a Alti. Una cosa era describir los poderes de la chamana, y

Page 211: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

otra muy distinta experimentarlo en primera persona. Kallerine estaba

temblando al revivir la experiencia con su hermana, y Morrigan se moría

de la preocupación por Bridgid, tanto que, finalmente, Xena había

terminado haciendo dos tazas de té de hierbas para dormir para la

cazadora y la druida. Después de que la guerrera les prometiera

mantener la guardia, Morrigan aceptó a regañadientes la cocción,

cansada de la duda y del miedo que zumbaban en su cabeza. Kallerine

la siguió rápidamente, haciendo una mueca ante el sabor amargo que

asalto su lengua.

Ambas mujeres estaban ahora dormidas en el petate que compartían, al

otro lado del fuego. Habían dejado rápidamente de lado cualquier

reserva que tuviesen a compartir cama con una relativa extraña, pues la

necesidad de calor corporal sobrepasaba a la timidez. Aunque no se

acurrucasen tanto como la guerrera y bardo harían, compartían una sola

piel, con sus cuerpos totalmente en contacto.

La caverna no era suficientemente larga como para que Xena se estirase

completamente, y estaba reclinada sobre sus pieles, con la cabeza y los

hombros apoyados sobre la pared, ya que así su cuerpo bloqueaba el

viento frío que entraba desde fuera y protegía a la bardo. Gabrielle

estaba acurrucada sobre el costado derecho de Xena, con la piel de

dormir envuelta alrededor de ambas. Observaba a Xena consumir su

cuenco de estofado y dejarlo a un lado. La mano de la guerrera

apareció de nuevo, acariciando distraída la mejilla herida de la bardo,

su dedos trazaban ligeramente los arañazos.

Gabrielle suspiró y metió la cabeza bajo el hueco del cuello de Xena,

cerrando los ojos mientras sus sentidos captaban el placentero olor del

fuego, el frío que atacaba su cabeza descubierta y la confortante

sensación que el suave contacto de Xena evocaba. Su mano se deslizó

dentro de la camisa de la guerrera, acariciando su musculoso abdomen.

—Cielo…—acarició con la nariz la cálida y almizcleña piel de la garganta

de su compañera—Sé que Alti da miedo…me mata de miedo…pero

pareces un poco más preocupada de lo que habría esperado que

estuvieras.

—Lo siento—la guerrera obligó a su mano a apartarse de la cara de su

compañera, moviéndola hacia el cabello rubio y deslizándola entre los

finos cabellos rubios entre sus dedos—Es solo que…Gabrielle…no lo sabía.

—¿Qué no sabías?—la bardo alzó la vista para ver tristeza y

arrepentimiento en los ojos azules plateados—Xena, ¿qué pasa?

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—Esa paliza que te dio Alti esta tarde…¿de verdad Tara te dio tan

fuerte?—sus dedos temblaban mientras los deslizaba de nuevo entre los

mechones rubios.

Oh. Ya veo el problema. No más mentiras, era en lo que habíamos

quedado, ¿verdad? Suspiró. —Sí. Probablemente debería haberme

defendido con más ahínco. Me cogió completamente por sorpresa. Solo

estaba sentada, intentando escribir mi diario. No hice nada para

provocarla. No estaba acostumbrada a que me apalease otra mujer,

especialmente una más pequeña que yo, así que me llevó algo de

tiempo reaccionar y defenderme. Ella…me pateó, me estampó la cara

contra una mesa un par de veces…viste cuando me arañó y me mordió

la oreja…Xena, ya hace unos años. No he pensado en ello hasta hoy.

—¿Por qué no me lo dijiste? Si fue tanto, debería haber comprobado que

no tenías una contusión—Xena dejó escapar un largo suspiro y atrajo la

cabeza de la bardo bajo su mentón. —Todo lo que vi fue un par de

arañazos. No podía imaginar por qué estabas tan preocupada porque

viajase con nosotras. Creo…no, sé…si la hubiera visto pegándote tanto

como he visto hoy, probablemente la habría mandado a la siguiente vida

de una patada.

Gabrielle sonrió y besó suavemente la mejilla de su compañera. —Yo…no

fue mucho después de Ilusia, Xena. En ese momento, me seguía sintiendo

un poco insegura respecto a nosotras…nuestra relación…Creo que ya te

he dicho que estaba celosa de Tara…pero era más que eso. Tú y yo

seguíamos intentando resolver muchas cosas. No quería exigirte nada.

Solo quería desesperadamente que tú y yo siguiésemos juntas.

—Gabrielle, lo siento mucho—Xena besó la coronilla de su cabeza y

envolvió su cuerpo con ambos brazos, obviando el ligero dolor en su

costado herido—Siento que pensases que no podías hablar conmigo de

ello—.

—Shh—la bardo estiró una mano, acariciando con sus nudillos la suave

piel del rostro de Xena—Estamos hablando de ello ahora. Así que, ¿si

hubieras sabido todo lo que me hizo, le hubieras pateado el trasero, eh?

—Apuéstalo—los labios de la guerrera formaron una sonrisa tímida—

Habríamos descubierto una manera de recuperar aquel jarrón sin su

ayuda. Además, en retrospectiva, fue más un estorbo que una ayuda—.

—En cierta forma, me alegro de no haber dicho nada—la bardo dio un

ligero apretón a su compañera, consciente de la venda que envolvía la

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parte baja de su abdomen. —Quizás nosotros no la necesitáramos, pero

ella nos necesitaba, Xena. Creo que tu fe en ella fue el comienzo de su

camino.

—No podría haberla ayudado, Gabrielle, si yo no hubiera tenido la misma

ayuda de ti, no hacía mucho antes. Tuve una buena profesora—sus

palabras eran las mismas que la bardo había usado en más de una

ocasión.

—Oye—Gabrielle miró a través de ella, a la blanca nieve que se

acumulaba bajo la luz de una luna menguante que brillaba entre las

nubes, deseando cambiar de tema—Una noche preciosa, ¿verdad?

—Sí—sonrió Xena—Este lugar me recuerda a esa pequeña cueva en las

colinas en las que nos escondimos…después de que le dieras a Tobías a

José y María. ¿Recuerdas cómo nevó aquella noche?

—Ajá. ¿Me pregunto qué estará haciendo ahora el pequeño Jesús? Es

realmente precoz—Gabrielle dedicó un momento a pensar en sus amigos

egipcios. —Me pregunto si habrán llegado bien a casa—.

—Podemos mandarles un mensaje cuando lleguemos a casa—Xena

recordó en silencio las profecías que María había compartido con ellas,

relativas a su hijo mayor—Tengo la sensación de que tienen un camino

muy difícil por delante.

—Yo también—respondió la bardo suavemente. Alzó la vista al cielo

brillante, recordando cuando se conocieron, justo a las afueras del reino

del rey Silvus. —Esa estrella brillaba mucho aquella noche, ¿te acuerdas?

—Claro que sí—la guerrera retomó sus caricias sobre el pelo de

Gabrielle—¿Sabes? Nunca había visto esa estrella antes de esa noche. Y

aun solo soy capaz de verla durante la noche del Solsticio de invierno.

—¿Le has pedido un deseo a esa, Xena?—Gabrielle palmeó el cálido

estómago, riendo suavemente ante la manía de su compañera de

pedirle deseos a las estrellas.

—Sí—inclinó el mentón de la bardo hacia arriba, inclinando su cabeza y

besándola brevemente.

—Mmm—los ojos verdes se reabrieron lentamente—¿Y eso por qué?

—Por hacerlo realidad—Xena ahuecó su mano sobre su rostro,

acariciando su mejilla con su pulgar.

Page 214: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—¿Por qué? ¿Qué has deseado?—se inclinó, agradecida por el

contacto.

—Lo mismo que pido cada solsticio—la guerrera hizo una pausa,

regodeándose en la cercanía, observando las llamas danzar sobre las

pestañas doradas de Gabrielle—Un año más contigo—.

Las lágrimas se derramaron tan rápido que no pudo detenerlas. Gabrielle

parpadeó, enviando una lluvia por sus mejillas. Una sonrisa temblorosa

adornó sus labios mientras la guerrera la besaba cuidadosamente en

cada una de ellas. Hundió su rostro en la camisa de lana, sintiendo unas

manos fuertes deslizarse bajo su corpiño y acariciar su espalda. —Te

quiero—susurró.

Xena estiró una mano, acunando su rostro e inclinándolo hacia arriba. —

Yo también te quiero, Gabrielle—se encontró con los labios de la bardo

de nuevo, mordisqueándolos suavemente, profundizando el beso

gradualmente, tomándose su tiempo. Después de un rato, sintió que su

compañera se acurrucaba llena de contento contra ella, mientras los

brazos de la bardo la rodeaban y un par de suaves labios mordisqueaban

vacilantes su clavícula. Ambas encontraron piel cálida y desnuda

cuando sus manos vagaron ligeramente, con cuidado de no provocar

demasiado. Xena obligó a sus manos a permanecer quietas y arrebujó a

la bardo en un nido de brazos y piernas, acunándola lentamente durante

varios minutos.

Finalmente sintió relajarse el cuerpo de su compañera, y vio como los ojos

verdes se iban cerrando por el sueño. Subió cuidadosamente las pieles

alrededor de las dos, girando la cara hacia la fría nieve de fuera, con los

ojos y los oídos alerta ante cualquier eventualidad. No te preocupes,

Gabrielle. Vamos a salir de esta y vamos a volver a casa. Voy a darte la

vida que te mereces. Una mano cayó, encontrando el estómago de la

bardo y quedándose allí, acariciando suavemente la pie. Suspiró,

anhelante, recordando una noche mágica en un oasis del desierto. A ti y

a nuestros hijos.

La noche fue larga y silenciosa, salvo la ligera brisa que agitaba las ramas

verdes y provocaba extraños ruidos sobre las copas. Una luz etérea

proveniente de la luna le hacía compañía, y Gabrielle la mantenía

caliente. La luz sobre el oscuro cielo era un alivio, que borraba una

Page 215: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

preocupación más de su subconsciente, el miedo a que la nieve las

retrasase más aún.

Tuvo un montón de tiempo para pensar en las oscuras marcas entre la

medianoche y el alba. Dónde había estado. A dónde iba. Por qué estaba

en Eire, después de todo. Cierto, una amiga de Hércules había ido a

pedirle ayuda en mitad del invierno. El grandullón le había especificado

a Morrigan que recurriese a Xena si alguna vez necesitaba ayuda y él no

podía prestársela. Hecho.

Eire estaba muy cerca de Bretaña y de las Tierras Nórdicas, ambos lugares

guardaban algunos de sus más vergonzosos recuerdos. Lugares que

podrían distraerla si lo permitía, y que la harían alejarse de la tarea que

tenía entre manos, además de arrebatarle su normalmente fuerte

confianza en sí misma. Lugares que fácilmente podrían traer a su mente

los tiempos más oscuros de su vida, y la persona que una vez fue. Una

persona que, estaba convencida, podría volver otra vez si no fuera por el

amor de Gabrielle y la amable y perseverante influencia de la bardo.

Hecho.

Había llegado a Eire para descubrir que Autólicus había sido el ladrón

que había robado la máscara. Autólicus era su amigo, y alguien a quién,

literalmente, le debía la vida. Una vida a la que había escogido volver

por Gabrielle. Hecho.

Después de hablar con Autólicus, averiguó que Autólicus había robado

la máscara para Loki, que estaba maldito eternamente por Odín. Odín

fue, en algún momento, amigo suyo. Ahora asumía que era su enemigo.

Tenía asuntos sin terminar con Odín, alguien que sabía no podía evitar

eternamente, y algo que tendría que manejar con el mayor cuidado, no

fuera a ser un obstáculo entre su amada alma gemela y ella. Hecho.

Y después estaba Alti. Alti, quién de alguna manera, en algún momento,

había intervenido y era casi seguro que tenía la máscara en su poder. Por

no mencionar que la chamana la había hecho creer que tenía a Bridgid

y quizás a Autólicus y Eponin. Por lo que sabían, la chamana también

tenía a Amarice y Raella. Alti no estaba siendo clara. Cualquiera de las

opciones era una ventaja y ella lo sabían. No había forma, ahora mismo,

de que Xena renunciase a encontrar a la chamana, sin importar el

peligro. Tenía que salvar a sus amigas. Y no había manera de dejar a

Gabrielle atrás, porque tenían una promesa. Hecho.

Demasiados hechos.

Page 216: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

¿Era una coincidencia que estuviese en Eire? La guerrera resopló

ligeramente. No lo creo. Era obvio, considerándolo todo. Alti quería que

estuviese allí. Pero, ¿por qué?

Algo le andaba dando vueltas en la cabeza y se paró a pensarlo

cuidadosamente. ¿La chamana había orquestado todo, desde el primer

encuentro de Loki con Kernunnos, o se había limitado a aparecer en

algún momento cuando Xena ya estaba implicada, aprovechándose de

la oportunidad? ¿Planeado o improvisado? ¿Importa realmente?

Si lo averiguaba, quizás le daría la clave de lo que Alti tenía en mente. Se

estremeció. La mente de Alti era un lugar al que esperaba no ir nunca, y

examinarla era realmente aterrador. Que la chamana estaba

hambrienta de poder era un hecho. Pero si tenía planeado todo desde

el principio, manipular a Loki y a Kernunnos, era bastante posible que

estuviese trabajando con Loki. Sin envarlo, si había llegado después de

que Xena se involucrase, entonces probablemente estaba frustrando los

planes de Loki. Aunque eso tampoco importara realmente.

Y si Alti tenía la máscara, era peligroso, daba igual que planease ayudar

a Loki a traer el Ragnarok o si solo quería la reliquia por el poder que

podría obtener de ella. De cualquier manera, tenían que quitarle la

máscara, si es que la tenía.

Alti era difícil de predecir. Xena repasó cuidadosamente todo lo que

sabía. Alti nació como amazona, como hija única de una poderosa

chamana amazona con un largo linaje. La madre de Alti le enseñó los

caminos místicos y Alti era la chamana de las amazonas del norte cuando

Cyane nació. No estaba claro cuántos años tenía Alti, pero bien tenía

diez o quince veranos más que Xena, resultando en cuarenta o

cincuenta veranos de edad. De acuerdo con Cyane, Alti se obsesionó

con el poder de su posición y perdió el control. Dejó de buscar el mejor

interés para su tribu, y usó sus poderes para manipular a los demás para

sus propios propósitos. Cyane había creído que Alti quería encauzar las

habilidades naturales de las amazonas para la guerra para usarlas como

una gran y poderosa fuerza oscura.

Quería lo que yo quería. Apoderarse del mundo.

Cyane creció, convirtiéndose en la primera líder de su propia tribu, y al

final acabó siendo la cabeza de todas las líderes, la mayor reina

amazona. Llevando a cabo una decisión que ninguna de las otras habían

tenido valor de ejecutar, expulsó a Alti de la nación amazona. Cuando

Page 217: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

la chamana intentó derrotarla en una batalla de voluntades, perdió.

Cyane la superó en sus propios juegos mentales. Xena había visto a la

valiente reina hacerlo de nuevo en su presencia.

¿Así que qué le pasa a una chamana amazona hambrienta de poder

cuando ya no tiene una tribu de la que sacar el poder? Xena lo sabía

demasiado bien. Alti se sumergió en su venganza y ganó tanto poder

como para no volver a ser derrotada de nuevo, por nadie. Tomó todo lo

que le hizo falta, de alimentarse del miedo de los demás hasta beber la

sangre de sus víctimas.

Y me utilizó a mí. Xena siempre había asumido su plena responsabilidad

por sus acciones en el territorio de las amazonas del norte, pero también

podía ver, ahora, quince veranos más tarde, cómo la chamana había

aprovechado el mayor deseo de Xena, ser una poderosa guerrera y

gobernar el mundo conocido. Alti le había prometido la luna, y la joven

guerrera había picado el anzuelo, demostrándole su alianza con un baño

de sangre que acabó con los cadáveres de las líderes amazonas

ensartadas en estacas.

Al final, Xena escogió a Borias y la vida de su hijo no nacido sobre Alti.

Nunca me perdonó por eso, y no paró hasta que Borias estuvo muerto y

Solan fuera de mi vida. Xena no podía averiguar por qué. ¿Cuál era su

plan para mí, en última instancia? ¿Realmente iba a convertirme en la

destructora de naciones, o iba a seguir usándome para sus propios

propósitos? ¿Por qué no buscó a alguien más? ¿Realmente era yo el alma

más oscura que conocía? Una lágrima solitaria bajó por su mejilla. Quizás

sí.

Gabrielle se estiró, dormida, y envolvió con sus brazos fuertemente el torso

de la guerrera, enterrando su rostro en la cálida camisa de lana. ¿Lo

sientes, bardo mía? Xena se movió, recolocando las mantas a su

alrededor. Quizás el don de Lao Ma funciona en los dos sentidos. Cerró

los ojos. Espero de verdad que no. Nunca querría que un solo gramo de

mi dolor pasase a ti.

Es mi luz lo que Alti quiere. También puede quererme a su lado, como mi

yo oscuro, o quiere destruirme. No había punto medio. Xena lo sabía. Alti

maldijo a Solan porque sabía que la luz en el rostro de mi hijo eliminaría la

oscuridad. Xena pensó en ello. Tuvo que preguntarme quién era

Gabrielle. No pudo acercarse tanto a esa parte de mi para averiguarlo

por sí misma. Solo sabía que Gabrielle era una amenaza para ella. Lo dejó

aparte para futura referencia.

Page 218: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Pensó en el tiempo que pasaron en la India. ¿Alti orquestó eso también?

Sería muy raro que hubieran viajado por medio mundo solo para acabar

luchando contra su antigua némesis en una batalla espiritual. Nayima les

dijo que habían derrotado a Alti en su punto de más poder. ¿Podría Alti

haber alterado eso, de alguna manera, y encontrar una manera de

volver en este momento, esperando que si destruía a Xena ahora, podría

evitar su derrota anterior? No importa. Una sonrisa fiera llegó a sus labios,

y sus ojos brillaron con fuerza en la oscuridad. Nayima también nos dijo

que siempre derrotaríamos a Alti.

¿Pero para qué? Nayima les había insistido en que Gabrielle y ella habían

estado juntas en muchas vidas, y que se enfrentarían al espíritu de Alti en

muchas otras. ¿Por qué ha vuelto para molestarlas ahora? ¿Por qué no

esperar simplemente a la próxima reencarnación? Para la guerrera no

tenía sentido. La única manera que tendría de detenerme sería matando

mi alma.

Su corazón se saltó un latido y de repente sintió frío. La manera más eficaz

de matar mi alma sería que yo matase a Gabrielle. Pensó en su sueño y

se estremeció. Gabrielle es toda la luz que hay en mí. Alti lo sabe. Alti

puede hacer daño a Gabrielle físicamente, pero no puede tocar a la

parte de Gabrielle que vive en mí. La única manera de matar eso sería

usándome a mí para hacerlo.

Quizás quiere destruirme. Quizás quiere llevarme de vuelta al lado oscuro.

La guerrera sacudió la cabeza, intentando juntar todas las piezas del

puzle. Quizás quiere las dos cosas. Mi alma estaría muerta de todas

maneras, y eso es exactamente lo que quiere.

Sintió moverse la mano de Gabrielle, colándose bajo su camisa,

acariciando su estómago en círculos lentos. —Hola—unos labios suaves

encontraron los de la guerrera—Estás muy tensa, Xena. ¿Qué pasa?

—¿Te he despertado?—colocó la cabeza rubia de nuevo contra su

hombro.

—No—Gabrielle bostezó, palmeando la suave piel que tenía bajo la

mano—No estoy segura. Estaba teniendo un sueño un poco raro y en

algún momento, sentí que me necesitabas. ¿Sí?

—Siempre—Xena besó su cabeza—Gabrielle, ¿confías en mí?

—Siempre—la bardo sonrió en la oscuridad, repitiendo su respuesta—¿Es

eso lo que necesitabas.

Page 219: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Sí. De momento.

—Eso es fácil. Me alegro de poder ayudar—Xena sintió el cuerpo de su

compañera deslizarse hacia debajo de nuevo, con su cabeza sobre el

pecho de la guerrera y una pierna echada sobre los muslos de Xena—

Voy a volver a dormir. Buenas noches, Xena—.

—No pudo evitar sonreír—Buenas noches, amor—. Su rostro se tornó serio,

con un plan firmemente asentado en su mente. Menos mal que confías

en mí, Gabrielle. Esa es la clave.

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Capítulo 7

a nieve resplandecía a la luz del sol del atardecer, cegándolas a

veces cuando se colaba entre las ramas desnudas. El aire era

notablemente más caliente, de alguna manera. Su aliento seguía

creando nubes en el aire como si aún hiciese frío, pero el viento era

ausente, y no había una sola nube en el cielo. Xena se apartó del camino,

con Gabrielle pegada a sus talones. Una Morrigan de paso rápido las

seguía con Kallerine cerrando la marcha, unos ojos entusiastas en la

cazadora estudiaban constantemente los árboles en busca de

enemigos, de los cuales ya habían aparecido unos cuantos aquel día.

Justo cuando empezaban a relajarse, los oídos de Xena captaron algo y

gruñó, un gruñido bajo y frustrado desde el fondo de su garganta. Con

un siseo casi imperceptible, se detuvo y desenvainó la espada,

separando las piernas y cargando hacia la izquierda. Esperando.

—¿Más problemas?—Gabrielle sacó sus sais, copiando la postura de la

guerrera en una a la que se había acostumbrado cada día más.

—Sí—asintió Xena, apuntando con la cabeza hacia un bosquecillo de

pinos—Por ahí. Cuatro, todos con espadas—.

—Al menos estamos parejos esta vez—la bardo inclinó su cabeza,

escuchando.

La daga de Morrigan captó un reflejo de luz solar, reflejándose en la hoja

limpia mientras la giraba en la mano distraída, acercándose a la guerrera

y la bardo y mirando en la misma dirección, hacia los árboles. —Vamos

allá otra vez—murmuró la druida en voz baja.

Kallerine tenía una daga en cada mano, y sus ojos aún examinaban el

bosquecillo. Ah. Ahora lo escuchaba, el crujido de ramitas rompiéndose

y el siseo de zapatos de raquetas de nieve sobre el fino polvo blanco.

Corrió una ligera brisa y un montículo de nieve cayó de las ramas cuando

sus atacantes se mostraron repentinamente.

La nieve estalló en una nube de polvo mezclado con metal centelleante

mientras cada mujer escogía un oponente y se ponía manos a la obra,

despachando a los cuatro guerreros vestidos de negro en su cuarta

batalla del día. Estaban cansadas, pero la adrenalina ganó terreno, en

una inconsciente voluntad de vivir que dejó a un lado su destino incierto.

L

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Estaban cerca de la entrada al inframundo, y la teoría de Xena sobre los

recientes ataques era que los soldados formaban parte de la guardia del

inframundo.

—MalditoseaelHades—maldijo la guerrera, con la espada violentamente

sacudida por un golpe que hizo vibrar sus huesos. Su atacante doblaba

fácilmente su peso y le sacaba una cabeza de altura. Cubierto de la

cabeza a los pies de cuero negro y armadura, sus pequeños y brillantes

ojos refulgían tras una máscara negra, y eran el único signo de que era

humano. Modificó ligeramente la orientación de la empuñadura de su

espada y pasó al ataque. —Vas tras la gente equivocada —siseó—

Venimos de visita, no tenemos pensado quedarnos—.

Un gruñido gutural fue la única respuesta, mientras el soldado paraba los

golpes con relativa facilidad. Sus ojos cayeron hasta el chakram que

tenía en la cintura y estiró el brazo de la espada, intentando liberarlo de

su lugar. Fue un error.

—Ah, ah, ah—los ojos azules brillaron alegremente cuando Xena penetró

sus defensas y su hoja hizo una considerable herida sobre la parte superior

de su muslo. Fue recompensada por un fino reguero de cálida sangre y

un grito poderoso. —Así que eres mortal—otro golpe y su espada salió

volando. Se giró, plantando una sólida patada en su garganta, y escuchó

el distintivo sonido de su nuez hundiéndose.

Se giró para examinar el caos reinante. Gabrielle estaba arrinconada

contra un árbol, con los sais hechos un borrón en el aire mientras paraba

eficazmente las embestidas de una espada casi tan larga como ella, con

su atacante encima de ella. Al mismo tiempo, Kallerine estaba a su

espalda, moviéndose de aquí y allá y agitando sus espadas gemelas, sin

acordarse de quitarse la capucha siquiera. Solo Morrigan aguantaba,

moviéndose en rápidos círculos alrededor de su atacante, haciéndole

perder el equilibrio cada vez que levantaba su espada.

Los ojos azules recorrieron la extensión que había encima de la cabeza

de la bardo, y encontró instintivamente su chakram con los dedos. —

¡Gabrielle, agáchate!—lo lanzó, escuchando el familiar siseo mientras

cruzaba el aire frío. Contactó con una rama gruesa cubierta de nieve,

que cayó con un golpe sordo, enterrando al atacante de la bardo y

dejándole indefenso. Xena observó a su compañera apartarse y asentir

con satisfacción. Buena chica.

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Dio un salto y un par de vueltas en el aire, aterrizando tras el oponente de

la cazadora. Palmeó al soldado en la espalda y él se giró de golpe,

sorprendido. Se le ensancharon los ojos durante un segundo, antes de

que la empuñadura de una espada se le estampase en su rostro y cayese

sonoramente al suelo, con la sangre corriendo por los labios hinchados.

—Ugh—Kallerine se puso de pie, sacudiéndose la nieve de su manto y

cueros. —Gracias, Xena. Luchar en la nieve es un rollo enorme—se quitó

un enorme copo de nieve de su cabello empapado.

—Sí. Bienvenida a mi mundo—la guerrera estaba a punto de ir a ayudar

a Morrigan cuando la druida encontró una abertura, hundiendo con

destreza la daga en un hueco de la armadura del soldado,

atravesándole el corazón y matándolo instantáneamente. Limpió la hoja

en la nieve antes de devolverla a la vaina de su cadera. —Buen trabajo—

Xena miró a su alrededor. El claro estaba otra vez en silencio, pero ya no

inmaculado, con la sangre alegremente distribuida por la nieve.

—Vamos a tomarnos un descanso—la guerrera se dejó caer sobre un

tronco, destapando una piel de agua y tomando un par de buenos

sorbos antes de pasársela a las demás. Gradualmente, los pájaros

volvieron a cantar en los árboles, por encima de sus cabeza.

Morrigan se sentó frente a ella sobre una piedra, apoyada sobre el borde,

con las rodillas contra su pecho. Buscó en su bolsillo y sacó un trozo de

tasajo de venado, mordiendo con saña y masticando con rabia. —Me

mantienen alejada de mi hija—.

—No te preocupes—ojos azules encontraron otros azules—Si Alti la tiene,

vamos a recuperarla. Ha molestado a demasiados niños, y esto acaba

aquí.

La druida parpadeó, asintiendo lentamente, con una chispa de

esperanza en sus ojos.

—Xena—Gabrielle se acercó, dejándose caer cerca de la guerrera y

sacudiéndose la nieve del pelo—¿Crees que esta es la bienvenida que le

dan a todos los humanos que intentan entrar en el inframundo mientras

están vivos, o es que alguien…o algo…no quiere que nosotras, en

concreto, entremos?

—No lo sé. Imagino que no hay muchos humanos que quieran entrar en

el inframundo, vivos o muertos—Xena sonrió irónicamente y le ofreció

agua—No es Alti, de todas maneras. Quiere que entremos. Casi me

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sorprende que no haya intervenido, exceptuando que probablemente

disfruta de vernos retorcernos, si es que no está viendo ahora mismo.

—¿Crees que lo está?—Kallerine estaba reclinada contra un tronco, y

temblaba visiblemente, llevando una mano inconscientemente a las dos

heridas de colmillo que cicatrizaban en su cuello.

—No lo creo—la guerrera miró a su alrededor—No siento su presencia

ahora mismo. Sin embargo…—. Se levantó, caminando en círculos,

estudiando las ramas que tenía sobre su cabeza. —Está bien. Muéstrate—

se le erizaron los pelos de la nuca y su voz cayó a su registro más grave.

—¿Ares?—Gabrielle se levantó, vacilante—¿Por ahí?—. Siguió la mirada

de la guerrera, localizando únicamente un cuervo solitario sobre una

rama. La miró directamente y graznó sonoramente, haciéndola botar.

—No—Xena cruzó los brazos sobre su pecho, palmeando el suelo con uno

de sus pies—Vamos, no tengo todo el día—.

El cuervo alzó el vuelo, aterrizando grácilmente en la nieve a un cuerpo

de distancia de ella. En un destello se materializó en un hombre, con largo

cabello canoso y una noble barba y mostacho. —Hola, Xena—el hombre

se acercó.

—Hola, Odín—se irguió ella.

Así que éste es Odín. Gabrielle observó con fascinación. Pensó que su

compañera debió de estar muy cerca del dios nórdico alguna vez,

dándole a Xena la habilidad de sentir su presencia, no de forma distinta

de cómo sentía la de Ares cuando estaba cerca. En la superficie la

guerrera estaba en modo “no te metas conmigo”. Solo la bardo captaba

la ligera diferencia que se había instalado en la postura de su

compañera, con la cabeza no tan levantada como normalmente, y los

ojos casi dóciles. Está asustada. Gabrielle miró más de cerca. No,

asustada no. Arrepentida.

—Hacía tiempo que no nos veíamos—la voz de contralto se suavizó.

—Vamos a dejar la amabilidad a un lado, ¿eh, Xena?—los ojos del dios

eran duros—Lo último que escuché de ti es que habías robado uno de

mis caballos y saliste corriendo en medio de la noche.

—Sí, bueno—la guerrera bajó la vista, pateando la nieve. —Era eso o

enfrentarme a media docena de valkirias rabiosas y a tres damas del Rhin

bastante cabreadas. Por no mencionar lo que me habrías hecho tú si me

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hubieras cogido. Estaba salvando mi patético trasero, Odín. Era mi única

opción si quería vivir.

—Tenías el anillo, Xena—inclinó la cabeza, inquisitivo—Podrías habernos

derrotado a todos—.

—Yo…¿¡qué!?—sintió que sus rodillas casi cedían, e hizo un esfuerzo

consciente por permanecer de pie—No…no lo sabes, ¿no?

—¿Saber qué?—escupió el dios—¿Que robaste mi oro y forjaste con él un

anillo maligno, que heriste a una de mis doncellas, que jugaste conmigo

como un tonto chocho de amor, o que mi amante fue vista por última

vez persiguiéndote? ¿Qué es lo que no sé?

—Oh, dioses—la guerrera enterró su cara entre las manos durante un

largo momento, después se deslizó los dedos por el pelo. —No puedo

decirte cómo lo siento por todo eso. Pero no, no es eso. No tengo el anillo,

Odín. Ella…—Xena dejó morir la frase. No sabe en lo que se convirtió

Grinhilda. Increíble. ¿Se lo digo? Su expresión se tornó seria. No. No hasta

que esté preparada para hacer algo al respecto. —Lo perdí en una

lucha—era cierto, al menos en parte.

—¡¿Qué?!—el dios se acercó a ella, debatiéndose entre la rabia y el

terror, con la cara roja y las fosas dilatadas. —¿Quieres decirme que algo

tan poderoso como el anillo está por ahí fuera?

—No—Xena era plenamente consciente de tres pares de ojos que

estaban clavados en su espalda, un par en particular. Hay mucho que

explicar sobre las tierras nórdicas. —Has oído hablar del Grindl, ¿verdad?

—¿Te refieres a ese horrible monstruo que está atrapado en los bosques

del norte? ¡Por supuesto que sí!—ladró. —He enviado patrullas

regularmente para asegurarme de que sigue encerrado. No puedo

siquiera imaginar de dónde ha salido esa maldita bestia, pero el

candado de la jaula debe haber sido forjado por el mismo Hefestos.

—Lo fue—respondió Xena en voz baja—Yo lo encerré. Pero no antes de

que me quitase el anillo del dedo. Tu anillo sigue en la jaula con el Grindl.

No puedo imaginar que ha pasado con él.

—¿Estás segura de eso?—unas frondosas cejas blancas se alzaron.

—Sí—la voz era apática, y Gabrielle casi podía ver la culpa cayendo de

los hombros caídos por la tristeza.

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—Bueno, eso es un alivio. El monstruo debe amar algo, o ya habría usado

el anillo para escapar—la postura de Odín se relajó.

—Sí. Debe amar algo—repitió Xena suavemente, incapaz de mirarle a los

ojos—Escucha, Odín. Sé que tengo que enmendar cosas, pero ahora

mismo tengo cosas más urgentes entre manos. Esos soldados que nos han

estado atacando todo el día, ¿son tuyos?

—Sí—la rodeó lentamente, con el manto ondeando contra sus piernas

mientras se movía. Gabrielle captó el brillo de la luz sobre el filo de un

hacha de guerra colgada de su cinturón. —Mi querida Xena, eres una

mujer peligrosa. Mis exploradores me han transmitido que estabas cerca

de la entrada del infamundo, acompañada de tres guerreras—escuchó

a Gabrielle suprimir una risita y la miró fijamente hasta que paró—¿Algo

gracioso, rubita?

¿Por qué demonios todos me llaman “rubita”?—No. Nada en absoluto—

la bardo se puso una mano en la boca e intentó mantenerse seria. No

estaba acostumbrada a que se refirieran a ella como guerrera.

—Como iba diciendo…—continuó el dios nórdico—Eres una mujer

peligrosa, y no puedo permitirte acercarte a Loki. Te conozco, Xena.

Tienes hambre de poder. No me extrañaría que llegases a un acuerdo

con él si te sirviese para algo.

—Odín, escúchame—la guerrera estaba de repente frente a él—No soy

alguien de quien tengas que preocuparte. Estoy aquí para detener a

alguien que pretende liberar a Loki. Si no me crees, envía a alguno de tus

exploradores al inframundo. Deberían encontrar a una chamana

llamada Alti allí. Tiene una poderosa máscara…los Ojos de Eire. ¿Has oído

hablar de ella?

—Sí—Odín se mesó la barba, suspicaz. —Pensaba que había

desaparecido tras la muerte de los druidas.

—No todos murieron—Morrigan dio un paso al frente, tendiéndole la

mano—Soy Morrigan, guardiana de la justicia.

Odín retrocedió como reflejo—¿En serio? ¿Y cómo sobreviviste a la

matanza de Dahak?

—Yo no estaba del lado de los druidas. Estaba con Hércules entonces—

le miró a los ojos, sin ningún miedo. —Si no fuera por Hércules, habría

perecido con el resto de los druidas.

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—Hércules—reflexionó Odin—Le conocí. Buen tipo. Bueno…esta Alti tiene

tu máscara. ¿Quiero siquiera saber cómo lo ha conseguido?

—Una larga historia—intervino Xena—El asunto es que la tiene, y por lo

que sabemos, es ella la que pretende hacer un trato con Loki. Si no llego

a ella, usará la máscara, de una manera u otra. ¿Quieres detenerme y

arriesgarte a desatar el Ragnarok, Odín?

—No necesito detenerte, Xena. Soy un dios, ¿recuerdas?—rio

condescendiente. —Si está ahí abajo, puedo manejarla—.

—No estés tan seguro—contravino la guerrera—Por alguna razón, me

quiere ahí abajo. Escucha, Odín, mi historia con Alti es complicada.

Volveremos. Una y otra vez. Estamos destinadas a encontrarnos en la

batalla una y otra vez. Tiene increíbles poderes, Odín. Suficientes como

para aventajar a los dioses, al menos a algunos, si así lo quiere. Por favor,

déjame manejar esto.

—¿Por qué debería creer en lo que dices?—sus ojos se estrecharon con

ira—Me mentiste, me utilizaste. ¿Por qué esta vez sería diferente?

—Vas a tener que confiar en mí—permitió que su voz tomase un tono

suplicante.

Su carcajada resonó como campanas, reverberando en los árboles. —

¿Confiar en ti?—espetó—¿Qué clase de tonto crees que soy, Xena?—. La

miró cuidadosamente—Está bien, demuéstralo. Deja a tu amiguita rubia

conmigo hasta que vuelvas—observó sus cejas tocar la línea de su pelo.

—Eso es. Te he estado observando lo suficiente como para saber que

significa mucho para ti. Es obvio.

—No puedo hacerlo—la guerrera tendió una mano hacia atrás—

Gabrielle, ni lo pienses.

La bardo saltó sobre sus talones—Pero Xena, si eso es lo que hace falta

para evitar que Alti destruya el mundo…

—No—su voz era grave y fría—No voy a volver a dejarte atrás.

Especialmente ahora. No con Alti involucrada—pensó rápidamente y

sonrió.

—Mira—sacó el chakram de su sitio—Has visto esto antes, ¿no? Sabes en

cuánto lo tengo.

—Es precioso—Odín asintió afirmativamente, estudiando el metal brillante

con las joyas incrustadas. —Adelante—.

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—Es único, Odín. Forjado por Ares, para mí. ¿Lo tendrás hasta que

vuelva?—parpadeó sumisa, tendiéndole el arma con ambas manos y los

pulgares acariciando el frío metal.

—Está bien—el dios se acercó lentamente—¿Y si decido quedármelo, no

devolvértelo?

Una sonrisa fiera apareció en la cara de la guerrera—Iré a por ti.

Odín rio con suficiencia—Podría aplastarte ahora mismo, Xena.

—Quizás—giró el chakram sobre uno de sus dedos—Quizás no. Peor si me

tocas, o intentas hacerte con mi chakram, tendrás a Ares llamando a tu

puerta.

—Me parece bien—Odín, finalmente, rio—Está bien, Xena, dame el

chakram y ve. Mis guerreros no te molestarán. Pero mis vigilantes estarán

atentos. Un paso en falso y entraré personalmente en el inframundo para

acabar contigo, por mucho que deteste ese lugar. Vuelve sin desatar el

caos ahí abajo, y te devolveré el chakram.

—Hecho—le tendió el chakram con una mano y la otra mano para sellar

el acuerdo.

—Una cosa más—tomó el arma—Algún día, Xena, espero que vengas al

Valhala a arreglar las cosas. Dijiste que encerraste al Grindl y que el Grindl

tiene mi anillo. Lo quiero, Xena, sin importar lo que tengas que hacer para

recuperarlo.

—Está bien—chocaron las manos, cerrando los ojos con angustia. Sus

brazos se tocaron brevemente, y después él se desvaneció en un destello

de luz dorada, junto con su chakram.

—¿Xena…?—Gabrielle se le acercó con cuidado, observando con

ansiedad la espalda rígida de Xena.

—Ahora no, Gabrielle—se giró lentamente para mirar a su amante—

Quiero recorrer lo más que podamos antes de que anochezca. Sigamos.

—Pero, Xena, tu chakram…—la bardo dejó la frase sin terminar al captar

una expresión indescifrable en los ojos azules.

Se suavizaron—¿Estás preocupada por mí?

—Sí—el alivio cayó sobre ella—Me asusta pensar que vas a enfrentarte

con Alti sin tu chakram.

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—Oh, eso—Xena sonrió y echó un bazo por encima de su hombro,

guiándola hacia el claro donde habían dejado sus cosas. —No planeaba

tampoco llevarme la espada.

—¿Eh?—Gabrielle se giró de golpe, conmocionada.

—Mira—la guerrera se detuvo, dejando una mano en cada uno de los

hombros de su compañera, queriendo que se relajase. —No te

preocupes. Tengo un plan y esto es parte de él. Yo…tengo mucho que

explicar, lo sé—su mano se alzó, acariciando una mejilla fría. —¿Puede

esperar hasta que acampemos esta noche?

Gabrielle sonrió, dejando una de sus manos sobre la de Xena—Puede

esperar todo lo que necesites—.

—Gracias—la guerrera la besó impulsivamente, olvidándose de sus

compañeras.

—Para entender quién era yo en Valhala, tienes que entender dónde

había estado—Xena mantuvo sus ojos posados cuidadosamente sobre el

campamento, incapaz de encontrarse con la intensa mirada verde que

estaba clavada en ella, tan cerca de ella. —Si me engañas una vez, la

culpa es tuya. Si me engañas dos, la culpa es mía—cogió una hoja de

pino y la tiró salvajemente al fuego, observando el azul y verde de las

ascuas estallar a su alrededor—Primero me traicionó César, después

Borias—.

—Pero volviste con Borias después de estar con Lao Ma, ¿no? Solan. Lo

tuviste después…—Gabrielle se detuvo, metiéndose inconscientemente

dentro de sí misma, abrazándose por la conversación que tenían entre

manos.

—Solan fue producto de una relación de conveniencia—sacudió su

cabeza—Pero nos estamos yendo del tema. Sí, dejé a Lao Ma y volví con

Borias, pero con los ojos totalmente abiertos. Nadie…absolutamente

nadie…iba a traicionarme otra vez después de aquello. Al menos eso

pensé entonces, que podía controlarlo—.

—Lo siento—la voz de la bardo era suave y estrangulada—Nunca…en

Chin…quiero decir…—.

—Gabrielle—finalmente Xena alzó la mirada—Hace mucho que eso está

perdonado. Además, tus motivos fueron mucho más puros que

cualquiera de los otros.

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—Pero estaba celosa—los ojos verdes se llenaron de agua, amenazando

con derramarla—Fui allí, en parte porque odiaba que quisieras a Lao

Ma—.

—Y porque me querías, ¿verdad?—la guerrera sonrió, muy poquito,

animando a su compañera.

—Sí. Eso también—Gabrielle vaciló al deslizarse más cerca, hasta que sus

piernas se tocaban. Casi no notaba el frío a su espalda, o la irregular

superficie del tronco sobre el que estaban sentadas. Todo lo que sentía

era el calor de la presencia de Xena, tan cerca de ella, y la abrumadora

necesidad de entender a su compañera, y la necesidad incluso mayor

de hacerle entender a Xena que el amor que le ofrecía era incondicional,

sin importar lo que hubiera pasado en Valhala—Siempre lo haré—.

—Gabrielle. Nadie ha cuidado mi alma más que tú. Tus métodos quizás

fueran erróneos, pero tus motivos eran puros, en su mayor parte. Fuiste a

Chin por mi maldito propio bien, y ambas lo sabemos—la guerrera

presionó su mano sobre un muslo cubierto de cuero, envolviendo con sus

dedos la rodilla de la bardo y apretándola ligeramente.

—César me engañó. Borias me dejó a un lado, todo por aliarse con Lao

Ma—sus labios formaban una apretada línea—Los odié a los dos. La

verdad es, Gabrielle, que Borias tenía todo el derecho a odiarme, mucho

más de lo que yo le odiaba a él—. Apartó los ojos otra vez—Arruiné su

vida. Estar conmigo era veneno, igual que para docenas de personas

antes y docenas de personas después de él. Porque por mi culpa perdió

a su mujer, dos hijos, y al final su vida—.

—¿Dos hijos? Pensaba que solo estaba Solan. —Pero…¿su mujer? ¿Xena,

te casaste con Borias?

—No. Él estaba casado cuando le conocí. Con Natassa, una mujer de

fuerte carácter del Norte. Pero ella le quería, y tenían un hijo, Belach. Yo

seduje a Borias, y me aseguré de que Natassa lo supiese. Ella…nos vio…—

las mejillas bronceadas se tiñeron de rojo por la vergüenza, con el calor

irradiando de su rostro—Le convencí para escapar conmigo. Dejó a

Natassa y a Belach. Por lo que sé, no volvió a verlos. Creo que por eso

tenía tantas ganas de formar una familia conmigo y con Solan—

parpadeó, enviando una lluvia de lágrimas sobre sus mejillas. Gabrielle

estiró una mano, limpiándolas con las puntas de sus dedos.

La guerrera sintió el suave contacto de su amante, y después el calor de

la mano de la bardo envolviéndose alrededor de su bíceps, y la cabeza

Page 230: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

de Gabrielle apoyada sobre su hombro, mientras el cabello rubio le hacía

cosquillas en la cara. Cerró los ojos, descansando su cabeza sobre la de

su compañera. —Y así fue como comenzó todo. Nos marchamos, hacia

el este. Fue después de César…Seguía renqueando, andaba con

muletas. Estaba tan enfadada. Había perdido a mi hombre y a M’Lila,

todo por culpa de César. Descargué mi ira con el mundo. Borias era

bueno negociando. Yo era buena en la estrategia. Él era buen guerrero.

Yo le enseñé a ser grandioso. Pero nunca tuvo el fuego que tenía yo.

Quería tierras y posesiones. Yo quería sangre.

—Recorrimos un camino de terror desde Grecia a las regiones más lejanas

de Chin. Borias seguía luchando contra mí…contra mi deseo de

conquistar y matar indiscriminadamente. Él entendía a la gente mucho

mejor que yo…tenía la habilidad de averiguar quiénes serían buenos

aliados. Yo le saboteaba, hasta la última alianza. Primero Lao Ma,

después las amazonas del norte. Al final, los centauros. Él siguió

intentándolo, y yo seguí destruyéndolo—. Suspiró pesadamente—Estaba

tan segura de saberlo todo. Realmente, estaba ciega.

—Debió quererte mucho, para quedarse contigo—era una declaración

objetiva, sin intención de herir. Bajó una mano, atrapando una de las de

Xena y acariciando su dorso con su pulgar—Incluso entonces, Xena,

había muchas cosas dentro de ti que merecían ser amadas. Solo

necesitabas…

—Te necesitaba a ti—besó la cabeza rubia. Pero me alegro tanto, mi

amor, de que no me conocieras entonces. —Has oído todo lo de Lao Ma,

entonces. Sabes que, al final, una vez más, escapé con Borias. Pero las

heridas emocionales eran demasiado grandes. Peleamos. Él no confiaba

en mí y yo no confiaba en él. Lo que compartíamos era una atracción

animal y un deseo de dominar el mundo. Pero no estoy segura de si

estaba preparada para estar con él de nuevo. Y seguía consumida por

la ira contra César. Quería reunir un ejército con Borias y partir a Roma.

Borias quería centrarse en conseguir riquezas. Así que le dejé atrás. Me

fui—.

—¿Y fuiste al norte?—los ojos verdes se alzaron, bebiendo esta nueva

información sobre el pasado de su amante.

—No directamente. Vagué, luchando desde Mongolia hasta la Galia, y

ejercitando las piernas hasta que dejé de cojear. Estaba en una taberna

en la Galia cuando escuché la leyenda del oro del Rhin—hizo una pausa,

echándose hacia delante y echando un tronco más al fuego. Siseó y

Page 231: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

ardió, incrementando el calor—Hades, Gabrielle, ni siquiera sabía si era

cierto. Pero si lo era, tenía que tenerlo. Con esa clase de poder podría

derrotar a César sola.

—Fui a los bosques cercanos al Valhala. Aprendí todo lo que podía sobre

las tierras nórdicas. Espié a Odín durante semanas, observando sus

movimientos lo mejor que podía. Mi primer encuentro con él no fue un

accidente. Jugué con él lo mejor que pude. Me llevó algo de tiempo,

pero al final me gané su confianza—sus ojos brillaron, a pesar de sí

misma—Me hizo una valkiria. Nosotras…se supone que teníamos que

honrar a los guerreros escogidos por Odín llevándoles al Valhala después

de que muriesen en batalla. Yo…todo lo que hacía era matarlos en la

batalla y dejar que las demás valkirias limpiasen lo que yo ensuciaba.

Tenía a Odín comiendo de mi mano—sus cejas se fruncieron—Sigo sin

entender exactamente cómo lo conseguí.

—No puedo imaginarlo—pronunció la bardo jocosamente, con los ojos

deambulando por el cabello oscuro, los ojos azules, la suave y bronceada

piel y el musculoso pero femenino cuerpo que tenía a su lado.

Mmmmm…para ahí, se regañó mentalmente. Tenemos entre manos una

conversación seria, por el amor de Artemisa.

—Sí. Es un misterio para mí—Xena se encogió de hombros, genuinamente

confundida, y continuó. —Lo que escuchaste de Odín esta tarde, es un

buen resumen. Me gané su confianza y le convencí para que me dijese

cómo encontrar el oro del Rhin. Engañé a una de las doncellas de Rhin

para que me llevase a él, le partí la cara y robé el oro, y con él forjé un

anillo que me daría el poder definitivo.

—Xena—Gabrielle estiró las piernas, cruzándolas sobre los tobillos—Sí,

estuvo mal. Pero no usaste el anillo para hacerle daño a nadie, ¿verdad?

Sigues hablando del Valhala como si fuera lo peor que has hecho nunca.

Y no es tan mal como otras cosas que me has contado. Utilizaste a otra

gente. Robaste otras cosas. Seguro que has golpeado a gente mucho

peor que a esa doncella del Rhin—. Por no mencionar los que

crucificaste. Se estremeció—Dijiste que encerraste a un monstruo

peligroso. Eso parece algo bueno. No lo pillo.

—Ese monstruo esa Grinhilda—la voz de la guerrera estaba llena de dolor.

—¿Grinhilda? ¿Quién…?—Oh. Gabrielle sumó dos y dos, recordando las

referencias de Odín a su amante desaparecida—Oh, Xena. No—.

Page 232: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Sí—la guerrera contuvo el aliento, esperando el chasqueo de lengua

que ciertamente se merecía. En su lugar, sintió unos dedos suaves

acariciar su nuca, mientras la bardo la atraía hacia ella. —El oro del

Rhin…el anillo…nadie debería tocarlo a menos que hayan renunciado al

amor. Si lo hace, destruirán aquello que aman. No es tan diferente de la

máscara que estamos buscando. Grinhilda y yo luchamos. Me quitó el

anillo y se lo puso. Se convirtió en el Gridl, el monstruo. Lo que más quería

era su belleza y su fuerza. De hecho, creo que amaba esas cosas porque

era lo que Odín amaba de ella. De alguna manera, también destruyó a

Odín. Él no volvió a ser el mismo después de que desapareciese, por lo

que he oído. En fin, el anillo le cambió su apariencia y reemplazó su fuerza

y astucia humanas en fuerza bruta y fealdad. El Grindl es formidable. El

Grindl con el anillo es imparable, si el Grindl…em…Grinhilda…renuncia

alguna vez al amor. Así que la encerré y la dejé allí, y no le dije a nadie lo

que había sido de ella. Hasta ahora.

—¿Hay que podamos hacer para ayudarla?

—NOSOTRAS…no vamos a hacer nada para ayudarla—los ojos azules se

estrecharon obstinadamente.

—Pero…

—No—estiró una mano, ahuecándola sobre el rostro de la bardo—

Gabrielle, por favor. De verdad que no quiero pelear contigo sobre esto

ahora mismo. Le debo una a Odín. Lo sé. Pero quitarle el anillo al

Grindl…sería una imprudencia, incluso para alguien como Hércules.

Tú…yo…no sé. No puedo…no…puedo…pensar en esto ahora. Estamos a

punto de enfrentarnos a Alti. Por favor. Vamos a solucionar esto primero.

Después hablaremos de Valhala, ¿de acuerdo?

—Está bien—la bardo olisqueó el aire—Creo que la cena ya está lista.

—¿Eso piensas?—Xena miró atentamente tras ellas, hacia la pequeña

caverna donde Morrigan y Kallerine ya se habían puesto de acuerdo

para montar el campamento y cocinar la cena, sintiendo su necesidad

de estar a solas un rato. El brillo del fuego dentro refulgía fuera, enviando

dedos dorados a pintar la superficie de la nieve blanca sobre el suelo de

la entrada.

—Así que…¿cuál es el plan?—el estómago de Gabrielle rugió

sonoramente.

Page 233: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Tú, bardo mía, no has comido nada más que un puñado de nueces y

bayas desde el desayuno—. Xena se levantó, llevándola con ella

mediante un fuerte brazo envuelto alrededor de su cintura—Vamos a

darte de comer y después hablaremos del plan. Necesito contar con las

demás también.

Apagaron el fuego tras ellas y después se giraron, caminando abrazadas

hacia la cueva.

—¿Vas a explicar la parte de los caballos voladores?—la bardo la golpeó

jocosa con la cadera—Suena divertido.

—Sí, seguro que sí—Xena puso los ojos en blanco y siguió andando.

Densos pinos las rodeaban, y un espeso sotobosque era cubierto por una

pesada capa de nieve. La mínima parte de piel expuesta era arañada

con fiereza por los arbustos, gruesos, secos y afilados, y se clavaban en lo

primero que encontraban. Una y otra vez tenían que parar y desenredar

las ramitas que se les enganchaban en las raquetas de nieve. Había sido,

con diferencia, la legua más agotadora de todo el viaje.

Y ni siquiera estamos en el inframundo. El rostro serio de Gabrielle

permanecía mirando al frente solemnemente, centrada en el manto de

lana negra de su compañera y en la mochila de piel de ciervo que

llevaba sobre los hombros. Un viento espeluznante se agitaba entre los

árboles, agitándose a su alrededor y entonando unos agudos que hacían

daño a sus oídos. La piel de la bardo se erizaba ante el más mínimo ruido,

y estaba segura de que las estaban observando. Estaba helada hasta los

huesos. Estoy tan cansada de este tiempo helado. Si no vuelvo a ver la

nieve en mi vida, aun así será demasiado pronto.

De acuerdo a la promesa de Odín, ningún soldado más había aparecido,

y su mayor enemigo era la misma naturaleza. Kallerine continuaba

cerrando la marcha, y constantemente miraba hacia atrás, sintiendo

también a sus observadores. Se estremeció. Nada de eso, se regañó. Has

cazado docenas de bacantes. ¿Qué es un viajecito de nada? Se

estremeció de nuevo. ¿Temes que te atrapen? ¿Quizás pertenecen aquí,

eh? Esas bacantes también eran humanas. Eres buena como asesina,

¿verdad? Se detuvo, quitándose la capucha y deslizando sus dedos entre

los mechones castaño claro, cerrando los ojos en un esfuerzo para

apartar esos pensamientos inoportunos.

Page 234: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Oye—apareció Gabrielle, esperando a que la cazadora la alcanzase—

¿Estás bien?—estiró un brazo, apoyando la mano sobre el brazo de

Kallerine.

—Sí—la cazadora se irguió en toda su altura—Solo pensaba—.

—¿En qué?—la bardo dejó caer la mano, al necesitar mantener las

pesadas ramas alejadas de su cuerpo.

—Cosas sin sentido. Me preguntaba si estoy en el camino correcto,

supongo.

Oh, chico. La bardo estudió el rostro serio, recordando su propia

búsqueda. —¿Te sientes bien?

—Supongo que sí, en su mayor parte—Kallerine taló unas cuantas ramas

bajas, usando su daga.

—No sabía nada del mundo cuando dejé Potedaia para seguir a Xena.

Solo conocía el culto a los dioses griegos y la vida en una comunidad de

pastores y granjeros. Nunca había llegado más lejos de la próxima

ciudad—Gabrielle sonrió, recordando los ojos como platos de su

juventud. —Solo seguir a Xena hasta Anfípolis me llevó más lejos de lo que

nunca había llegado. Vi mi primer cíclope. Pasé mi primera noche

durmiendo bajo las estrellas. Me marché en medio de la noche, así que

nadie pudo detenerme. No tenía ni idea de quién era realmente o qué,

en nombre de Artemisa, estaba haciendo. Todo lo que sabía era que no

podía pasar ni un solo día más en Potedaia. Tenía que haber algo más.

Parecía haber sido hacía una vida. Abrazó a Lila una última vez y se

deslizó fuera de la habitación que compartían, sin molestarse en mirar

atrás una sola vez. Unos cuantos pasos de puntillas por la habitación

principal y estaba en la puerta principal, más allá del umbral, y cruzando

la verja. Se cerró con un crujido, haciéndola saltar. Solo cuando se giró,

deteniéndose para grabar en su memoria la casa de su infancia—la

cuesta hacia el establo, el porche cubierto, y la media docena de

gallinas anidadas en el granero—. Se preguntó si las vería de nuevo.

¿Qué estoy haciendo? Se preguntó si había perdido la cabeza. Un par

de ojos azules vinieron a su mente, unos ojos que la atravesaban. Xena,

la princesa guerrera, había aparecido en un pequeño claro a las afueras

del pueblo, salvando su vida y cambiando la manera en que veía el

mundo para siempre. No puedo creer que me haya atrevido a hablarle

siquiera. Rio entre dientes bajo la luz de la luna.

Page 235: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

“Tienes que llevarme contigo. Enseñarme todo lo que sabes”. ¿De dónde

había salido eso? ¿Cuándo se había vuelto tan descarada? ¿Qué,

exactamente, esperaba que le enseñase la severa guerrera? Por todos

los dioses, ni siquiera puedes levantar un hacha. ¿Qué Tártaro te hace

pensar que podrías ser una guerrera?

Todo lo que sabía era que la guerrera representaba todo lo que

deseaba—todo lo que esperaba ser. Xena era valiente, libre y no

respondía ante nadie. Viajaba a donde quería y cuando quería. No tenía

miedo y podía defenderse frente a una docena de hombres armados

que eran más grandes que ella. Era intocable. Y aun así…una diminuta

sonrisa apareció en los labios de Gabrielle. Bajo todo eso había captado

un destello de algo. No habría venido a nuestra casa si no hubiera

querido.

Quizás la guerrera solo estaba siendo amable, no habría querido rechazar

la cortesía de una simple aldeana que no tenía otra manera de darle las

gracias que ofrecerle un vaso de agua y un trozo de venado, y curarle

los pequeños rasguños que Xena, probablemente, no notaba. Quizá solo

quería asegurarse de que llegaba bien a casa, que ninguno de los

hombres de Draco daban la vuelta e intentaban ir a por ellos otra vez.

Quizá solo quería sentarse, descansar un rato.

Pensó en ello y frunció el ceño. ¿Desde cuándo los guerreros entierran sus

armas? ¿Qué había estado haciendo Xena en aquel claro, justo antes de

que los esclavistas las capturaran? Quizás ya no quería ser una guerrera.

No. Esa mujer era una guerrera, seguro. Xena no solo luchaba. Amaba la

gloria de la batalla. La refriega en el claro había sido un juego para la

guerrera, casi ni un ejercicio. Gabrielle se estremeció de placer,

recordando el brillo de los ojos de Xena mientras se encargaba de los

hombres de Draco.

Disfrutaba.

¿Entonces por qué enterró las armas? Y más importante, ¿qué pasó en

aquel claro que la hizo desenterrarlas de nuevo? En un flash, una cosa se

hizo meridianamente clara a la joven de Potedaia. Quizás no tengamos

una sola cosa en común, pero creo que compartimos, al menos, una

cosa. Ambas buscamos respuestas.

Bueno.

Sacudió la cabeza, decidida, y le dio la espalda a la única casa en la

que había vivido, echándose la mochila al hombro y tomando el primer

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paso de muchos. Siguió un pequeño sendero que la llevó a un camino

secundario que llevaba a su vez a un par de grandes rutas de comercio,

la calle central de Potedaia. En menos de media marca su aldea natal

era un recuerdo.

Estaba oscuro, y debería haber tenido miedo ahí fuera, desarmada,

escuchando el susurro amortiguado de las criaturas nocturnas que no

podía identificar mientras se movía entre los árboles del bosque, en su

caminata solitaria. Pero no tenía miedo. Estaba emocionada. No sabía

qué le esperaba. Solo que algo más grande que ella misma la llevaba a

una ciudad llamada Anfípolis. Era una locura.

Nunca se había sentido tan bien.

—He conocido mucha incertidumbre desde entonces—Gabrielle pasó

sobre un tronco caído, con sus raquetas esparciendo polvo de nieve. —

Pero solo hay una cosa de la que estoy segura—.

—¿El qué?—Kallerine la siguió, saltando sobre el tronco.

—Estar con Xena está bien. He explorado mucho. He probado muchas

cosas. He estudiado un montón de nuevas filosofías y culturas. Xena ha

sido la única constante sólida en mi vida—sonrió, alzando la vista al cielo

del anochecer, con un par de esponjosas nubes blancas flotando sobre

el azul. —Si algo te sienta bien, Kallerine, he aprendido que generalmente

está bien. También he aprendido, de la forma difícil, que hay que pagar

por ignorar tus instintos. Es una equivocación—miró hacia delante, donde

Xena y la druida mantenían una seria conversación, con sus cabezas

juntas. —Eres muy parecida a ella, lo sabes.

—¿Cómo quién?—espetó Kallerine—¿Xena? ¡Vamos!

—No, en serio—Gabrielle observó un bonito sonrojo cubrir las mejillas de

la cazadora. —Xena conoce el lado oscuro, y ha luchado contra sí misma

durante mucho tiempo. Es divertido, mirando atrás. Intentamos

convertirnos en la otra. En la India descubrimos que estaba bien ser

nosotras mismas. Ella es una guerrera. Yo soy una poeta pacífica, en su

mayor parte. Nuestras fortalezas y debilidades se equilibran. Krishna le dijo

que tenía que seguir el camino del guerrero. Me di cuenta entonces. Ella

se relajó, y dejó de castigarse tanto. Tenemos que ser lo que somos. Solo

hemos tenido la suficiente suerte como para ser quien somos juntas.

—¿Dónde crees que estarías si no os hubierais encontrado?—la cazadora

envainó la daga cuando el camino empezaba a despejarse.

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—Ella estaría muerta, y yo estaría en algún lugar sirviendo como esclava.

Quizás ambas estaríamos muertas—. Increíble, realmente, pensó, cómo

una pequeña mirada lo había cambiado todo. Todo. En el medio de una

lucha a vida o muerte, en medio del caos, sus ojos se encontraron. Y

hablaron a gritos. Un alma derrotada que necesitaba

desesperadamente a alguien, quien fuera, para creer que aún había

algo de bien en ella. Una jovencita de espíritu oprimido que necesitaba

desesperadamente alguien en quien creer.

—¿Estás segura de eso?—

—Mucho

Caminaron en silencio mientras, inexplicablemente, los pensamientos de

Kallerine se desviaban hacia una alta pelirroja que habían dejado en la

aldea de Morrigan.

Ya había anochecido cuando llegaron finalmente a su destino. Xena se

debatió consigo misma. ¿Acampar e ir por la mañana, o ir ahora?

Resopló. Como si fuéramos a dormir algo estando acampadas a las

puertas del infierno. Puedo imaginarme algunas de las pesadillas que

podríamos tener, yo incluida. Se estremeció, recordando una cruz

giratoria en el Tártaro, su cuerpo anclado a ella, y su cabeza llena de los

angustiosos sollozos de Gabrielle, rogándole que volviese. No, gracias.

Una vez fue suficiente.

Estaban al pie de una ominosa colina, su cumbre estaba cubierta de

nieve pero el suelo de alrededor era una espesa manta de vegetación

muerta, empapada y llena de barro. La nieve bajo sus pies se había ido

derritiendo tiempo atrás, y hacía bastante más calor que durante el día.

Aunque…la guerrera cerró los ojos, sintiendo el aire. Su cabeza seguía fría,

pero el suelo bajo sus pies estaba caliente, varios hilillos de vapor salían

de la tierra húmeda.

Alzó la vista, hacia la cima de la colina y después al sol, midiendo

distancias. —La entrada está muy cerca—.

—Quizás por ahí, ¿no crees?—Morrigan señaló un montón de gruesas

vides entrelazadas. —Kernunnos dijo que había abierto un camino por

aquí—.

—Cierto—Xena sacó su espada y dio un paso adelante, mientras sus

botas hacían un ruido de succión al estar hundida hasta el tobillo en un

espeso fango. —Uggh. Va a ser bonito limpiar esto después. Vamos—

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empezó a abrirse paso entre el espeso follaje, una mezcla de vides y

hiedra. Miró más de cerca la hiedra y suspiró. Lo suponía. —No toquéis las

hojas, si podéis evitarlo. Hay hiedra venenosa mezclada con esta cosa.

—Genial—Kallerine se rascó el cuello involuntariamente. —Solo con mirar

la hiedra venenosa me pica todo.

—Ponte la capucha—Morrigan estiró un brazo, tirando del manto de la

cazadora. —Cúbrete todo lo que puedas—.

—Lo haría, pero hace un calor del diablo aquí—se pasó una mano por

una ceja cubierta de sudor—¿Qué pasa con eso, por cierto?

—¿Deshielo prematuro?—aventuró Gabrielle.

—Inframundo—Xena se detuvo, mirando atentamente la losa de piedra

que marcaba el final del camino, antes de llegar a la ladera de la colina.

Más hilos de vapor emergían de los bordes de la losa. —Errrfff—se arrodilló,

agarrando un extremo de la losa—¿Ayudadme, queréis?

Las demás mujeres se situaron a los otros tres lados de la losa y, con gran

esfuerzo, la levantaron. —Guau—la guerrera estaba asomada al borde

de un profundo agujero oscuro. —Con cuidado—todas se alzaron,

sosteniendo la losa, esperando instrucciones—Gabrielle, apártate. El resto

vamos a mover esto en tu dirección.

La bardo obedeció, poniéndose rápidamente al lado de Morrigan para

ayudar a la druida, mientras Xena se situaba cuidadosamente al lado de

Kallerine y agarraban la losa por dos lados. —Bien, vamos a moverla y a

bajarla con cuidado. Odiaría romper la puerta del infierno.

Con un sonoro golpe sordo, dejaron la losa en el barro, sintiendo cómo

salpicaba mientras tocaba el suelo. Xena se acercó de nuevo al agujero

abierto y se acostó boca abajo, acercándose al borde y asomándose.

Hacía calor, no había duda, las olas le golpeaban la cara como en un

horno. Era profundo y, hacia el fondo, se distinguía un resplandor rojo. Sus

fosas se ensancharon y la esencia del azufre y el fuego llegaron a su nariz.

Removió algo en su memoria, y se dio cuenta de que era parecido al olor

que Ares producía cuando aparecía y desaparecía en su característica

nube roja.

—Hmmmpf—se sentó, apartándose de la entrada, y comenzando a

quitarse las armas, mochila y manto. —Kernunnos no mencionó que

tuviéramos que trepar.

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—Kernunnos…—reflexionó Morrigan—…sabiendo lo que sé de él, me

sorprende que nos haya dado bien las señas.

Gabrielle se sentó en silencio, pensando, doblando su manto y metiendo

los sais cuidadosamente en sus fundas. —Xena, ¿estás segura de lo de las

armas?

—Gabrielle, tú y las demás podéis llevar lo que queráis. Ya te he explicado

por qué dejo la espada aquí—se levantó, tomando todas sus

pertenencias y escondiéndolas tras un árbol. Alzó una mano hacia su

escote, sacando su última daga, la daga de pecho. La giró en la mano,

con los ojos clavados en la lejanía, pensando. Después de un largo

debate silencioso, la volvió a meter en su sitio. —Me llevo ésta, pero es la

única.

—¿Estás segura de tu sueño?—la bardo se acercó con cuidado a ella,

girando los tensos hombros y contenta por haberse deshecho de la

mochila y el manto.

—Sé que piensas que estoy loca—la guerrera bajó la vista, frotando la

bota contra un tronco, intentando quitarle el barro. —Pero he repasado

el sueño una y otra vez, y era mi espada lo que usaba para apuñalarte.

Solo pensé…si Alti estaba mostrándome el futuro, como hizo con las

visiones de la crucifixión, si puedo apartar todos los elementos físicos que

aparecían en el sueño, quizás puedo evitar que suceda.

—Xena—la mano de Gabrielle subió por un costado cubierto de cuero,

sus dedos encontraron piel expuesta en el cuello de la guerrera. Hizo

pequeños círculos con su pulgar, observando cómo los ojos azules

fluctuaban al cerrarse. —No va a pasar. Simplemente, no va a pasar.

Odio cuando te haces esto. La última vez…Au, Hades. Gabrielle se

detuvo demasiado tarde, los ojos de su compañera ya reflejaban

profundo remordimiento. —Yo…no quería traer esto ahora. Lo siento—se

acercó más, tocando el ahora desnudo brazo de Xena. Se había quitado

la camisa de manga larga por el calor.

—Lo sé. Yo también lo siento—. Déjalo, Xena. Pasaste medio año

volviéndola y volviéndote loca, evitando cualquier cosa que,

remotamente, pudiese parecerse a Roma o a montañas cubiertas de

nieve. No marcó ni una maldita diferencia al final, ¿lo va a hacer ahora?

Eso siempre va a estar entre nosotras y tienes que vivir con ello. —No

puedo evitarlo—bajó la vista, estudiando atentamente el vestido de

combate y la armadura.

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—Oye—la bardo le ofreció una media sonrisa tímida. —No sé por qué me

preocupo, de todas formas—cogió la mano de Xena, apartándola del

vestido y acariciando con su pulgar los nudillos llenos de cicatrices. —

Estos solos ya nos han sacado de un montón de líos, ¿eh?

—Sí—la guerrera finalmente alzó la vista, buscando vacilante los ojos

azules—Supongo que sí—.

—Aunque sigo sin entender por qué no te llevas el chakram—usó un dedo

para envolverlo en el gancho de la cintura de Xena—Si aún lo tuvieras,

claro. No era parte del sueño, ¿no?

—Nop—Xena agitó los mechones de la bardo—Pero mi chakram puede

usarse para romper las cadenas que mantienen retenido a Loki. No quiero

darle ni la más mínima oportunidad para que alguien le libere.

—Buen punto. No había pensado en eso—Gabrielle había empezado por

quitarse la pesada camisa de flecos que había llevado durante la mayor

parte del viaje, reemplazándola por el conjunto de cuero teñido que

había comprado en Egipto. Sonrió mientras se giraba y Xena

automáticamente la ayudaba a atar los lazos a su espalda. —Gracias.

Esto está mucho mejor. Estaba empezando a cocerme dentro de esa

camisa—.

—¿Vas a ponerte la falda también?—la guerrera agitó una ceja

sugestivamente.

—No—sonrió la bardo, cómplice. —No es muy práctico para lo que

vamos a descender. Y supongo que los pantalones largos me protegerán

mejor si el terreno es demasiado áspero ahí abajo.

—Cierto—unos largos dedos trazaron las costillas de la guerrera—Echaba

de menos hacer esto—le hizo cosquillas a su compañera y se rio.

—¡Ey!—Gabrielle se apartó de un salto, fingiendo enfado—¡Para!

—Vale—hizo una última pasada sobre el ombligo de la bardo, y después

apartó los dedos—Esa es una de mis partes favoritas de ti.

—Dices eso de todas mis partes—Gabrielle soltó una risita y sacudió la

cabeza—No pueden ser todas tus favoritas.

—Claro que si—la guerrera atrajo más cerca a su compañera, bajando

la cabeza y susurrando en voz baja—Cualquier parte con la que esté

jugando es mi favorita en ese momento.

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—Eres muy mala—Gabrielle le dio un revés en el estómago.

—Sí que lo soy—Xena la besó en los labios y después se apartó de mala

gana. Recuperó una larga cuerda de su mochila y la recorrió

cuidadosamente con las manos, buscando debilidades. Satisfecha con

el sonido, volvió al borde del agujero, caminando a su alrededor,

buscando ángulos y estudiando los árboles cercanos a la entrada. Asintió

para sí y después aseguró la cuerda alrededor de un grueso tronco de un

roble que esparcía sus nudosas raíces alrededor de su base.

—¿Necesitas ayuda?—Morrigan se arrodilló, tomando el extremo de la

cuerda que le tendía Xena.

—Sí. Deja caer esto en el agujero a ver si llega al fondo—encendió una

antorcha—Tiraré esto, a ver si podemos ver mejor.

La druida desenrolló la cuerda y la dejó caer en el agujero. Se agachó,

observando la cuerda caer durante un momento eterno. Xena se

agachó a su lado, tirando la antorcha. Observaron en silencio mientras la

cuerda llegaba a su límite mientras la antorcha seguía cayendo. Un siseo

ahogado señaló que la antorcha había llegado al fondo, mientras que

su brillo era un punto pequeñito, muy lejos de ellas.

—Maldición—Xena se levantó—Me lo temía—. Cogió una segunda

cuerda—Yo voy primero. Cuando llegue al final de la segunda cuerda,

voy a buscar algún sitio, a ver si puedo atar la segunda. Si tengo suerte,

encontraré un lugar para poner otra antorcha, para que la encontréis

con facilidad. De hecho…—metió la mano en la mochila, sacando otra

cuerda más—…me llevo esto, solo por si acaso—.

—Bien—aseguró las cuerdas extra, una bolsa de agua y dos antorchas sin

encender—Que todo el mundo se prepare—.

Kallerine se giró hacia un montón de flechas, estacas y dagas que se

había quitado del cinturón y las botas. Palmeó cariñosamente su arco y

su aljaba y echó una última mirada desangelada al pequeño arsenal que

normalmente llevaba encima, después volvió a girarse. —He decidido

llevarme solo una daga—.

—Yo también—intervino Morrigan—Aunque no estoy segura de que sea

un gran sacrificio para mí. Mi daga es generalmente el arma que uso.

—Yo no llevo nada—Gabrielle permanecía pensativa al lado de Xena.

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—Estamos juntas en esto—declaró la cazadora, sus decididos ojos

clavados en los de la guerrera.

Xena tragó saliva, mientras sus ojos hablaban a gritos. —Gracias—les hizo

un gesto para que se acercasen y se arrodilló, con sus antebrazos

apoyados en sus muslos, esperando a que todas se situasen. —A partir de

aquí, no tenemos ni idea de qué nos espera. Ninguna de nosotras ha

estado ahí dentro antes, y solo tenemos lo que nos dijo Kernunnos para

seguir. Asumimos que Alti está ahí dentro. Sabemos que Loki lo está.

Quizás tengamos que rescatar a algunos amigos…y a Bridgid…cuando

lleguemos allí. Realmente nos abemos cuál es el objetivo de Alti, y no

sabemos si está con Loki o contra él. Podría estar escuchándonos ahora

mismo. Tiene poderes que van más allá de lo que aprendí de ella cuando

era su aprendiz. He desarrollado algunas cosas por mí misma desde

entonces, pero ella tiene un saco lleno de trucos. Estad preparadas para

lo que sea.

—Xena, no es por señalar lo obvio, pero no sabemos exactamente cómo

quitarle la máscara, ¿no?—la cara de Morrigan se contrajo por la

preocupación—Técnicamente, yo tengo que ser la única que la toque,

¿pero qué pasa si me mantiene a un lado?

—Entonces haremos un plan beta—Xena se entretuvo con un cordón de

su bota. El plan, o lo poco que tenían de él por su poca información, era

que Xena, Gabrielle y Kallerine distraería n a Alti lo mejor que pudieran,

mientras Morrigan localizaba y se hacía con la máscara. No tenían ni idea

de si Alti tendría la máscara cerca, o escondida en algún sitio. Morrigan

había aprendido de Maven que, como druida, debería ser capaz de

sentir la presencia de la máscara, si estaba suficientemente cerca.

—¿Y cuál es el plan beta?—los grandes ojos castaños de Kallerine la

miraron ansiosa.

—Te lo diré cuando lo averigüe—Xena miró a cada una de sus

compañeras, una por una. —No os voy a mentir. Tengo este asunto

cogido con pinzas. No sé más de este sitio de lo que sabéis vosotras, así

que estamos en igualdad de condiciones.

—Como ha dicho Kallerine, estamos juntas en esto—Gabrielle dio un

apretón al brazo de su compañera—Somos un equipo. Entramos juntas y

saldremos juntas.

Xena parpadeó, buscando la cara de Kallerine. Sus ojos se encontraron,

recordando una promesa. El más ligero asentimiento de la cazadora

Page 243: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

indicó su resolución. Si algo le pasa a Xena, es mi deber llevar a la reina

de vuelta a Grecia. La mirada en el rostro de la guerrera era casi

indescriptible, una cruda apertura. Permitió que sobresaliese durante un

segundo y después se marchó, reemplazada por una firme resolución.

Se levantó, sacudiéndose los muslos y comprobando sus pertenencias

una vez más. —Está bien—se giró hacia el portal—Vamos darle caña—.

Xena se arrodilló cerca del agujero, tirando de un trozo de cuerda hacia

arriba, lo justo para agarrarse a algo mientras descendía. —Este es el plan.

Voy a descender hasta casi al final de la cuerda, desatarme y encontrar

un lugar para atar esta otra cuerda.

—Xena, ¿por qué no atas una cuerda a la otra—preguntó Kallerine con

sensatez.

—No me gusta la idea de tener todas las cuerdas que tenemos atadas

juntas cuando alguien podría aparecer aquí arriba. Así , si alguien decide

cortarla e intentar dejarnos aquí atrapadas, al menos tendremos dos

cuerdas más para trabajar—tiró de la cuerda con fuerza, probando su

resistencia.

—¿Crees que es una posibilidad?—a la bardo no le gustaba la idea de

desatar una cuerda para agarrarse a otra.

—Gabrielle, por lo que llevo visto en este viaje, todo es posible—palmeó

a su compañera en el brazo. —No te preocupes. Yo voy a bajar primero.

Después de que desate la cuerda, esperaré al principio de la siguiente

para que me sigáis. Kallerine, tú vas después de Gabrielle, y Morrigan…—

miró a la druida, suspicaz—¿Necesitas la cuerda?

—Me temo que sí, Xena. Puedo correr sobre el agua, pero a los dioses no

se les ocurrió darme la habilidad de correr sobre las paredes—aseguró la

vaina de la daga sobre su muslo—Iré al final—.

—Bien. Que todo el mundo tenga cuidado—la guerrera agarró la cuerda

y comenzó a descender, dando pequeños botes sobre la rocosa

superficie del túnel. Después de unos cuantos saltos, cayó en un ritmo

constante y permitió que sus sentidos captaran el entorno.

Hacía calor. Mucho calor. El olor del azufre y el humo se hicieron más

fuertes, y sus oídos captaron lejanos y débiles gritos. Los gritos de los

condenados. —Hay cosas que son universales—murmuró. Sus ojos

compensaron rápidamente la falta de luz, y pudo captar la huida

apresurada de pequeñas criaturas mientras pasaban por su

Page 244: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

lado…ratas…unos cuantos murciélagos…lagartijas. El ruido de las patas

de las ratas sobre la roca le ponía la piel de gallina, mientras un ejemplar

enorme aparecía justo frente a ella, nariz con nariz. Ratas. Uggh. Mucho

más abajo, su antorcha continuaba fluctuando débilmente, y el

inquietante resplandor rojizo del inframundo se hizo más claro.

Sus manos descendieron hábilmente por la cuerda, mientras sus pies

golpeaban la pared de roca con seguridad a cada bote. Regueros de

sudor descendían por su rostro, y pronto empezaron a pegársele los

mechones de cabello a la frente. Podía sentir el sudor deslizarse entre sus

omóplatos, y agradeció la idea de haberse quitado la camisa interior de

lana. Estos pantalones de cuero van a ser una mierda con este calor. Los

músculos de sus brazos se flexionaban y destensaban, pero no se

cansaba, recompensa de las infinitas flexiones e incontables marcas que

había pasado trepando árboles y escalando acantilados.

Pensó en su compañera y sonrió. Eso tampoco va a ser un problema para

ti, ¿verdad, bardo mía? El cuerpo de Gabrielle había cambiado tanto

desde que comenzaron a viajar juntas, que casi no era el mismo cuerpo.

La niña de Potedaia que se cansaba a las pocas marcas de caminar

había evolucionado en una mujer fuerte y segura de sí misma, que podía

sostener a pulso su propio peso si era necesario. Y probablemente el mío

también, ya que estamos, reflexionó Xena, recordando una caída del

mástil del barco de Ronan, camino a Egipto, cuando su vida se salvó

únicamente por la fuerza de Gabrielle mientras la bardo la sostenía

mientras ella recuperaba el equilibrio.

Llegó al final de la cuerda y se detuvo, colgando de una mano mientras

ataba el extremo alrededor de su cintura con la otra. Y ahora…,

encendió una antorcha, con ambas manos libres. ¿Dónde ato esta? Miró

a su alrededor, estudiando marcas y salientes, unas cuantas rocas se

soltaron ante su prueba, cayendo al suelo con un sonido sordo. Nada. Se

inclinó hacia la derecha y después hacia la izquierda, sin encontrar nada.

Menos mal que me he traído esto.

Buscó en su bolsillo, sacando un largo y grueso clavo de metal y un mazo

pequeño. Con diestros golpes, lo clavó en la roca y después deslizó la

segunda cuerda a su alrededor, usando una combinación de nudos

marineros para asegurarlo. Había optado por clavar el clavo lo

suficientemente arriba como para hubiera unos metros entre la primera

cuerda y la segunda. Agarró el extremo de la segunda cuerda, usando

su propio cuerpo para probar su resistencia, confiando en que la primera

Page 245: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

cuerda sostuviese su peso en caso de que el clavo cediese. Se mantuvo.

Bien. Esto debería valer para hacer el cambio.

Volvió a guardar el mazo y se desató de la primera cuerda, dejando caer

el extremo y dándole un tirón. —¡Gabrielle!—su voz se proyectó sobre ella

y el rostro de su alma gemela apareció por el agujero—Baja—.

—Voy—la bardo agarró la cuerda y sobrepasó el borde con cuidado,

mientras sus botas se deslizaban por la roca. Bien. Tomó aliento

profundamente, evitando mirar hacia abajo. Puedo hacerlo. Como regla

general, tenía miedo a las alturas, algo que había descubierto después

de algunos pasos en falso, en los cuales los rápidos reflejos de Xena la

habían arrancado de las garras de la muerte.

Con pasos cuidadosos, empezó a descender por la pared, con el sudor

corriendo por su rostro y su cuello, combinación del miedo y del opresivo

calor. —Siento ser tan lenta—gritó.

—No pasa nada, cielo, lo estás haciendo muy bien—los ojos de la

guerrera no abandonaron nunca a su compañera, vigilando cada paso,

cada movimiento de las manos de la bardo por la cuerda—Tómate el

tiempo que necesites—.

Gabrielle continuó su tarea hasta llegar a la segunda cuerda—Lo he

hecho—sonrió.

—Sí, lo has hecho—la guerrera se apartó lo suficiente como para darle a

su compañera espacio para tomar la segunda cuerda. —Ahora, coge

esto y yo nos bajaré—.

La bardo se estiró, agarrando la segunda cuerda y soltó la primera.

Demasiado tarde sintió una palma sudorosa deslizarse por la cuerda. —

¡Aaaah!—su piel resbaló y sintió como la cabeza iba hacia abajo,

seguido de su estómago. Vio el suelo acercarse con rapidez del rayo, y

cerró los ojos. Y sintió estremecerse su cuerpo con violencia cuando una

fuerte mano agarró su tobillo.

—Gabrielle—el corazón de Xena palpitaba con tanta fuerza que podía

oírlo. Mantuvo su voz tranquila y grabe, apartando el temblor—Voy a

subirte, ¿de acuerdo?

—Me parece bien—una risa nerviosa escapó de sus labios—Toma, creo

que puedo agarrar la cuerda—. La tomó, sosteniéndose cabeza abajo.

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—Vale, mejor así. Espera, voy a bajar y a ponerte boca arriba. Y va a ser

divertido hacerlo con una sola mano, pensó. De alguna manera

consiguió descender trabajosamente hasta que su compañera estuvo a

su lado, colgando de una sólida muñeca pero todavía boca abajo. —

Puedes…¿agarrarte a mí y darte la vuelta tú sola?

—Sí, creo que sí. Déjame…—Gabrielle maniobró, usando varias partes del

cuerpo de su compañera como asideros hasta que estuvo de nuevo

boca arriba, envuelta alrededor de la guerrera con brazos y piernas. Los

bíceps de Xena palpitaban por el esfuerzo de mantenerlas a las dos. —

Ya está—Gabrielle alzó la vista con timidez, mientras unos aliviados ojos

azules le devolvían la mirada.

—Gabrielle—respiró Xena finalmente—Tienes que soltarme y agarrarte a

la cuerda—.

—¿Es más seguro así?—unas pestañas rubias se batieron esperanzadas.

La guerrera suspiró. —¿Puedes ponerte a mi espalda?—sintió a la bardo

moverse vacilante, hasta que los brazos de Gabrielle estuvieron alrededor

de su cuello y sus piernas alrededor de su cintura, el sólido cuerpo de la

bardo presionado contra su espalda.

—¿Todo bien por ahí abajo?—la voz preocupada de Morrigan llegó a sus

oídos.

—Sí. Estoy disfrutando cada minuto—respondió la guerrera entre dientes.

—¿Bajamos?—también apareció lacara de Kallerine, con los ojos

redondos como platos.

—Sí. La primera cuerda está libre—giró la cabeza, mirando sobre su

hombro—Agárrate—.

—No hace falta que lo digas dos veces—la bardo reforzó su agarre

cuando su cálido vehículo guerrero empezó a moverse.

—Sabes—rio Xena—Esto me recuerda vagamente al pozo de Icus, pero

las vistas no son tan inspiradoras.

—¿Las vistas?—Gabrielle podía sentir el cuerpo contra el que estaba

presionada, unos fuertes músculos en movimiento mientras Xena

descendía.

—Sí. Tú estabas encima de mí. Levantar la vista me daba una vista

bastante interesante. Llevabas esa falta corta, marrón, ¿recuerdas?—

Page 247: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

sintió un pinchazo en su costado—¡Eh! Vas a hacerme perder la

concentración.

—Ya te daré yo a ti concentración—unos afilados dientes encontraron el

lóbulo de su oreja, seguido de un beso de la bardo sobre su cuello—Sigue

trepando, princesa guerrera—.

La segunda cuerda acababa a pocos metros del suelo, y al final

acabaron con los pies tocando la suave arena del suelo de la cueva. La

guerrera abrazó en silencio a su compañera, sintiendo a Gabrielle

temblar. —Eh. No pasa nada. Lo hicimos—.

—Gracias a ti—murmuró la bardo contra su pecho—Otra vez. A veces

soy un lastre.

—De eso nada—Xena la abrazó más fuerte—Eres mi razón para vivir—

susurró. Sintió un pequeño asentimiento como respuesta.

Era una dulce, pero simple admisión, en aquel brillante y extraño túnel del

inframundo. Iban a enfrentarse a Alti, y los dioses saben qué más les

estaba reservado. Debería haber estado aterrorizada, pero de alguna

manera, Gabrielle no podía sentir la cantidad apropiada de miedo. Era

difícil, rodeada por un alto y sólido cuerpo que se había convertido en su

mundo, y su ancla más segura en la más terrible de las tormentas. Dejó

escapar un gruñido de placer y se enterró más en el cuerpo de la

guerrera, dejando que su amor la engullese. No importaba lo que pasase,

siempre tendría esto.

Xena besó su cabeza y después alzó la vista, observando a Kallerine pasar

de la primera cuerda a la segunda, mientras Morrigan empezaba su

descenso. En silencio les metió prisa, deseando que llegasen al final sin

mayores consecuencias. El túnel tenía sus nervios en su modalidad más

acervada, y estaba ansiosa por tenerlas a todas en tierra firme.

Kallerine recorrió los últimos metros de cuerda y saltó al suelo, apretando

los puños para liberar la tensión de los músculos de las manos. —Supongo

que podemos olvidarnos de trepar por un rato, ¿no?

—Sí—Xena asintió—Cuanto antes, mejor—.

Morrigan estaba pasando de una cuerda a otra cuando una risa

cantarina y familiar resonó a su alrededor. Todas habían llegado a

reconocer la risa, y cada mujer de las que estaban allí se encogió. El

sonido remolineó, deslizándose alrededor de Morrigan y dirigiéndose al

final del túnel. La druida sintió que la primera cuerda se soltaba y saltó,

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agarrando la segunda cuerda justo cuando la primera caía al suelo, a los

pies de Kallerine.

Morrigan maldijo en voz baja, descendiendo frenéticamente por la

cuerda lo más rápido que podía. Sus manos y pies se movían a la

velocidad de la luz, arrancando grava y trozos de roca, que caían

encima de las tres mujeres de abajo, que habían buscado refugio en la

pared opuesta. La risa descendió rugiendo y Morrigan se sintió apartada

de la pared, mientras la cuerda hacía un amplio arco, colgando de

manos invisibles. Midió la distancia y tomó la decisión, encogió las rodillas

y saltó.

Vio caer la segunda cuerda, golpear el suelo un segundo antes de que

ella aterrizase a su lado. Como insulto final, el clavo de metal acabó

rebotando sobre la cabeza de la guerrera antes de caer al suelo. La risa

resonó una vez más y después se disolvió, alejándose por la única salida

en la que acababa el túnel.

—¡Au!—Xena se frotó la cabeza y después recogió el clavo, girándolo en

la mano. —Era mucho pedir escalar de vuelta—.

—Ha sido asqueroso—gruñó Morrigan, limpiándose las manos en el bajo

de su túnica. —Tengo que ver cómo hago que la chamana pague por

esto—.

—¿Estás bien?—Gabrielle la palmeó en el hombro.

—Sí. No gracias a ese demonio—los ojos pálidos y azules refulgían con el

brillo rojo. —Juro por la Gran Madre que si le pone una mano encima a

Bridgid…

La bardo le apretó el brazo. No había palabras adecuadas que pudieran

confortar a una madre que estaba preocupada por su hijo, y Gabrielle lo

sabía muy bien. Sus ojos se encontraron en la angustiosa comprensión. La

bardo sintió otro par de ojos en su espalda, sabiendo que la guerrera

también compartía esa sensación.

Gabrielle se giró, avanzando con fluidez hacia su alma gemela,

deslizando un brazo alrededor de su cintura y abrazándola con fuerza.

No había nada que decir. —¿Vamos?

Para las demás, era una pregunta más, casi retórica. Entre la guerrera y

la bardo significaba mucho más. El acuerdo silencioso de que no

removerían más el pasado. Sabían que aparecería de nuevo, de las

maneras más inesperadas, como ahora. No había forma de evitarlo.

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Siempre estaría ahí. Pero siempre sería perdonado por un amor que era

más fuerte que todo el odio al que se habían enfrentado. Ni Dahak, ni

César, ni Callisto y, desde luego, ni Alti podían tocarlo. Era irrompible.

Los ojos de Xena brillaron, centrados en un rostro que significaba todo.

Habló suavemente—Vamos. Cuanto antes acabemos, antes saldremos

de aquí—. Se agachó para recuperar las cuerdas, enrollándolas y

colgándolas de su cinturón. Mientras se ponía de pie, inclinó la cabeza a

un lado, escuchando. El resonar de unos pasos apresurados, y el siseo del

metal mientras espadas eran desenvainadas llegó a sus oídos. Genial. —

Atentas. Creo que está llegando nuestro primer comité de bienvenida.

Morrigan y Kallerine sacaron sus dagas y Gabrielle cogió una gran roca.

El cuerpo de Xena adoptó una postura defensiva, y se preguntó

brevemente si dejar su espada atrás había sido una buena idea.

Inconscientemente, cerró los puños, saltando ligeramente con

anticipación.

El primer asaltante llegó a ellas y ella se lanzó hacia delante, pies por

delante, pateándole con fuerza en el pecho, haciéndole volar hacia

atrás. Chocó con seis más, y todos acabaron rodando, rebotando en la

dirección de la que habían venido, armas desparramadas por el suelo.

Vio la oportunidad y la aprovechó. —¡Vamos!

No hizo falta decirlo dos veces. Xena corrió, saltando con agilidad sobre

los cuerpos mientras escuchaba maldiciones a su paso. Las demás la

siguieron de cerca, echando una mano mientras seguían sus pasos,

manteniendo los atacantes a su espaldas hasta haberlos sobrepasado.

La guerrera llegó al final del primer túnel y se agachó para pasar una

entrada estrecha, echando la vista atrás para asegurarse de que todo el

grupo seguía con ella.

Tan pronto como llegaron a la entrada miró a su alrededor, localizando

lo que parecía ser una puerta. Cogió el picaporte, tirando de él. Era una

gruesa y pesada losa de piedra, con bisagras, que se estampó al cerrarse

con un resonante eco en las altas paredes de piedra. —Maldita sea—. Al

cerrase, se dio cuenta de que había ua gran vara atrapada que

encajaba en una ranura de la pared. Bajó la palanca, encajándola. Unos

gritos ahogados y el golpear de puños podían oírse al otro lado.

—¿Y ahora qué?—Kallerine envainó la daga y se pasó el dorso de la

mano por una frente sudorosa.

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Estaban en una gran cámara interior, con grandes paredes de roca y un

techo abovedado. Al otro lado de la camera había lo que parecía ser la

boca de otro túnel, la fuente del resplandor rojizo. Un susurro extraño se

escuchaba en aquella dirección, creciendo gradualmente. El ruido se

materializó en forma de cientos de murciélagos. —¡Agachaos!—gritó

Xena, tirándose sobre Gabrielle mientras una espesa nube negra de

ruidosas criaturas emergían del túnel, pasando sobre ellas antes de

ascender al techo.

Kallerine alzó la daga, ensartando uno de los pequeños cuerpos. Estudió

mientras esperaba, acercándoselo a la cara. Su piel se erizó y su labio se

tensó como reflejo. —Murciélagos de bacante—. Maldición. Debí

haberme traído algunas estacas. Buscó a tientas en su cinturón,

encontrando unas puntas de flecha de plata que siempre llevaba

consigo. Cierto, no tenía astiles para ponerlas, pero tenía suficiente

práctica. Con un giro de muñeca correcto, podía lanzar una con

suficiente fuerza como para penetrar el corazón de una bacante, con

astil o sin él.

El aleteo cesó gradualmente hasta que la cámara quedó en silencio,

salvo por el tranquilo cloqueo de los murciélagos, tan por encima de sus

cabezas que eran simples manchitas. —Esperemos que no vengan

acompañados de bacantes—Xena se levantó lentamente, tendiéndole

una mano a su compañera para que se levantara también—¿Todas

bien?

Las otras respondieron con mudos asentimientos. —Pensaba que Alti

quería que estuvieses aquí—Gabrielle se puso a su lado, enganchando

su codo con un brazo mientras seguía aferrando firmemente la roca con

la otra mano.

—Lo quiere—la guerrera miró a su alrededor, asegurándose de que los

túneles eran la única manera de entrar y salir de la cámara. —Tengo la

sensación de que quizás otros no.

—¿Cómo por ejemplo?—la bardo le siguió los pasos, con las demás

siguiéndolas unos cuantos pasos por detrás. Salieron de la gran cámara y

entraron en el segundo túnel, que era mucho más largo y estrecho que

el primero, las paredes las oprimían angustiosamente.

—Gabrielle, cuando estuv en Valhalla, envié a mucha gente a su

tumba—su corazón dolía con el peso de ello—Solo puedo suponer que

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probablemente envié a muchos aquí. ¿Te has fijado en los cascos de

algunos de los tipos de ahí atrás?

—Estaba demasiado ocupada corriendo como para fijarme en los

complementos, cielo—la bardo dio un leve caderazo a su compañera,

obteniendo una breve carcajada.

—Lo suponía—sintió desaparecer un poco de la oscuridad. —Eran cascos

de guerreros nórdicos, los que llevan cuernos a cada lado. Un verdadero

guerrero de Odín siempre lleva un casco con cuernos de carnero.

—Pensaba que Odín no iba a mandar a nadie contra nosotras—Gabrielle

mantuvo su batería de preguntas, intentando distraerse de la repentina

inquietud que iba rodeándolas. El calor hacía que su pecho respirase

pesadamente, y la abrumadora presión del azufre le estaba aflojando el

estómago.

—No creo que Odín enviase a esos soldados. Creo que han estado aquí

mucho tiempo, desde que yo los mandé aquí—. Cerró los ojos,

avergonzada por sus recuerdos—Se supone que las valkirias ayudan a los

guerreros caídos de Odín en su viaje al Valhala. Sin embargo, incluso Odín

tiene reglas, como Hades. Algunos de sus soldados podrían tener pasados

demasiado malos como para permitirles acceder al Valhala. Siempre hay

una posibilidad de que algunos de ellos acaben aquí. Gabrielle, hice

cosas horribles como valkiria. Los soldados de Odín se supone que tienen

que confiar en las valkirias. Siempre los envié a la batalla, incluso cuando

la batalla era dispar a su contra. Les envié sabiendo que iban a morir.

—¿Por qué?—Gabrielle nunca entendería ciertas partes de la historia de

su compañera, pero había una cosa que sí entendía. Xena era una

diestra estratega. Nunca entraría ciegamente en batalla. Siempre había

un plan, y si se sentía sobrepasada, encontraría una manera para rodear

el obstáculo antes de hacer nada más. —Tú no envías a tu ejército a una

muerte segura. No lo entiendo—.

—No era mi ejército—los ojos azules se centraron en el frente, evitando

conscientemente el rostro de su compañera—Les envié para verlos morir.

Era una excelente oportunidad para usar los soldados de Odín como

experimento. Les vería caer y crearía estrategias para mi propio ejército,

cuando volviese a Grecia, para poder evitar los fallos que cometía con

los hombres de Odín.

¿Y a eso qué le respondo? La bardo, extrañamente, no estaba

sorprendida. Era una faceta más del pasado de Xena, un pasado que

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sabía lleno de cosas demasiado horribles como para que Gabrielle las

imaginase. Xena era brillante, lo sabía. Combinada brillantez con

maldad, tenía sentido, de algún modo perverso, que la guerrera

aprovechase cualquier oportunidad para aprender algo que serviría

después a su causa. Tomó aliento profundamente, reforzando

deliberadamente su agarre sobre el brazo de Xena. —El mundo tiene

mucha suerte—.

—¿Eh?—la cabeza morena se giró con conmoción. Había esperado

algo, lo que fuera, pero no eso. Un resoplido. Silencio. Ira. Pena. Cualquier

cosa menos la tranquila confianza de su compañera. La había atacado

por el lado desprotegido. ¿Suerte? No lo creo.

—El mundo tiene suerte—repitió. —Alguien, Xena…los dioses…Atenea,

quizás Afrodita. Alguien vio lo que eras, y en lo que te podías convertir. Te

dieron esa mente clara tuya y te cambió de sitio, porque alguien como

tú, que puede anticiparse, y planear la estrategia como tú, y que puede

concebir lo más grande con tan poco esfuerzo, alguien como tú tenía

que estar del lado del bien. Así que…como he dicho, el mundo tiene

mucha suerte, porque alguien vio eso en ti, y te encaminó en una

dirección diferente.

—Gabrielle—la voz se le quedó en la garganta e hizo una pausa,

aclarándose la garganta—¿No lo sabes?

—¿Saber qué?—la bardo bajó la mirada, observando sus pasos sobre el

suelo rocoso.

—Ese alguien eres tú—. Esperó hasta que los nubosos ojos verdes la

miraron—El mundo no tiene suerte de tenerme a mí, amor. Tiene suerte

de tenerte a ti.

Cayó sobre ella como una cálida manta, y sintió reconstruirse lentamente

sobre la duda anterior. Tenía miedo, y ya no lo escondía. Se había

enfrentado a Alti una vez, en la India, y casi no sobrevive. Nunca había

estado en el inframundo, ni en el Tártaro u otro sitio, pero Xena sí, y las

historias eran escalofriantes. Sabía que el mundo entero estaba en una

encrucijada, y que Alti o Loki podrían cortar las cadenas en cualquier

momento y desatar el Ragnarok. Pero si Xena no sobrevivía, o si ella

misma no lo hacía, si esta misión acababa de alguna manera con ellas

separadas; no importaría, porque el mundo sería su personal Ragnarok.

Page 253: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—Xena, el mundo puede besarme mi bárdico culo. Tú eres lo único que

me importa—su voz se rompió. —Prométeme, por favor. No importa lo

que pase, vamos a salir de esto juntas.

—Ya te lo he prometido—abrió sus brazos y los envolvió alrededor de su

amante. —Ven aquí—acarició el fino cabello rubio—Shh. Todo va a salir

bien, te lo prometo.

Morrigan las observó, sus sensibles oídos habían captado algunas

palabras. Vio a la bardo derrumbarse, y a Xena confortarla con sus

caricias mientras atraía a la mujer más pequeña en su abrazo. Tendió una

mano, deteniendo a la metódica Kallerine en su avance. —Vamos a

darles un momento.

—Oh—la cazadora alzó la vista, distrayéndose de sus meditaciones sobre

murciélagos de bacante—Sí, supongo que deberíamos.

Se movieron a un lado, reclinadas contra la pared. —Creo que sé cómo

se siente—comentó la cazadora—Están a punto de comenzar su vida

juntas, y sería una verdadera porquería perder algo tan bueno cuando

acabas de encontrarlo.

—Sí que lo sería—Morrigan alzó una rodilla y apoyó el pie en la pared.

—Sabes, cuando vuelva a nuestra aldea, es hora de que Amarice y yo

tengamos una larga charla—Kallerine sonrió con timidez. —Viendo a la

reina y a Xena, y viendo lo que tienen…sabiendo que quizás podría tener

la oportunidad de tener algo así, déjame decirte que si algo me impidiese

tener esa charla, estaría bastante cabreada, eso seguro.

—Me alegro de escuchar que hayas decidido hablar con ella—la druida

le devolvió la sonrisa. —El amor no nos bendice muy a menudo, Kallerine.

Tienes que agarrarte a él cuando lo encuentras, y no dejar que te lo

quiten.

—Sabes—la cazadora la miró, suspicaz—Es un buen consejo para

cualquiera, ¿no crees?

Morrigan bajó la vista, alisando su túnica. —Sí—replicó suavemente—Lo

creo así—.

—Eh—la voz de la guerrera las llamó—Vamos a seguir—.

—Supongo que lo han arreglado—rio Kallerine entre dientes—Xena tiene

esa mirada de “no te metas conmigo” pegada a la cara. Esa que pone

cuando la han pillado siendo pastelosa.

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Morrigan le sonrió, disfrutando la diversión. —¿Cómo esta?—frunció el

ceño, permitiendo que sus facciones se endureciesen, estrechando los

ojos y agitando las fosas nasales ligeramente.

—Oooh, sí. Justo esa—la cazadora imitó su mueca—¿Qué tal esta?

—Casi perfecta—Morrigan palmeó su espalda con afecto—Sigue

practicando y tendrás tu propia copia del manual de instrucciones del

guerrero.

—¿Manual?—tiró del brazo de la druida—¿Hay un manual?

Morrigan siguió avanzando, haciendo su mejor esfuerzo para quitarse la

sonrisa de la cara. Transformó la risa en una tos. Estaba a punto de

responder cuando el suelo bajo sus pies empezó a agitarse. —¿Qué

diablos…?—se agarró a la pared para estabilizarse—¿Un terremoto?

—No lo sé—Kallerine se apoyó en la pared opuesta. Alzó la vista cuando

un polvo acre cayó sobre su rostro y la hizo estornudar. —Lo que sea, creo

que no es un lugar seguro.

La druida vio pequeños trozos de roca caer a su alrededor y escuchó los

crujidos de los trozos más grandes mientras empezaban a partirse. —

¡Corre!

La guerrera y la bardo se giraron, sintiendo los temblores bajo ellas. Los

ojos de Xena se ensancharon, observando las paredes tras sus

compañeras empezar a deshacerse, derrumbándose mientras ellas

estaban a solo un paso por delante. —¡Vamos!—cogió la mano de

Gabrielle y tiró de ella. El final del túnel estaba justo delante de ellas, junto

con el siempre presente resplandor rojo.

Cuando llegaron a la entrada, la guerrera sintió un fuerte golpe en la

parte baja de la espalda, como si un pie la hubiese golpeado. Salió

volando, sintiendo escapársele la mano de Gabrielle. Xena gritó mientras

era transportada por la entrada, encogiéndose y girando mientras su

cuerpo impactaba con el suelo. La fuerza era más poderosa de lo que

había esperado y no se detuvo hasta que se estampó contra la pared

más lejana.

Sacudió la cabeza, reorganizando sus ideas, y se giró. —¡No!—observó

una gran losa caer frente a la entrada, bloqueando su visión del rostro

conmocionado de Gabrielle. —¡No!—estaba de pie, volando hacia la

losa. Había otra bisagra en la puerta, solo que esta vez parecía estar

Page 255: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

bloqueada desde el otro lado. Tiró de ella, clavando las uñas hasta que

se desgarraron y sangraron, pero no se movió. —¡Gabrielle!

Escuchó las rocas en el otro lado mientras seguían cayendo, junto con

gritos ahogados. —¡Gabrielle!—su corazón galopaba en su pecho y sintió

ceder sus rodillas. Golpeó la puerta inmóvil, sabiendo que se estaba

haciendo daño en las manos. —Gabrielle—más débilmente esta vez, con

la frente apoyada sobre la piedra caliente, derrotada. Giró la cabeza,

escuchando mientras los gritos al otro lado morían y crecía el silencio. El

suelo dejó de temblar y escuchó caer las últimas rocas al otro lado.

Después, nada. Ni un solo sonido, salvo su respiración.

Se apartó, mirando la puerta, incrédula. Echó la cabeza hacia atrás. —

¡¡¡¡Gabrieeeeeeeeeeeeeeeeelleeeeeeeeeeee!!!!—sus gritos

angustiados reverberaban en las paredes a su alrededor y volvían a ella,

retumbando en sus oídos. Lentamente se sentó en el suelo, cruzando las

piernas y enterrando su rostro entre las manos.

Page 256: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Capítulo 8

uy bien. La guerrera se levantó, superando el momento de

debilidad. Miró a su alrededor, localizando la aún obvia

salida, otro túnel más. La habitación era una antecámara

más pequeña, con el techo mucho más bajo que la habitación donde

los murciélagos las habían atacado.

Lógicamente, sabía que el derrumbamiento del túnel debería haber

matado a las tres mujeres, a no ser que de milagro alguna de ellas hubiera

acabado en una bolsa de aire. Cerró los ojos, bloqueando lentamente

todas las sensaciones menos una, la parte de ella que podía sentir el

miedo de Gabrielle. Lao Ma, sus pensamientos eran como una oración.

Si alguna vez he necesitado el poder de tu don, es ahora.

Liberó un profundo y largo suspiro y obligó a su cuerpo a relajarse. Y casi

se dobló al sentir la agitación en su estómago. Con varias bocanadas de

aire se enderezó, resistiendo una oleada muy fuerte de náusea. La bardo,

dondequiera que estuviese, estaba aterrorizada. Y si está

aterrorizada…Xena abrió los ojos…Está viva.

Miró fijamente la losa que la separaba de su alma gemela y sus amigas.

Las bisagras eran de metal, y parecían estar fundidas con la roca.

Desperdició un breve recuerdo en su espada, que podría haberla

ayudado a romper las bisagras. Aunque si está bloqueada por el otro

lado, pensó, quizás daría igual que las rompiese. La losa era demasiado

gruesa, incluso para pensar en romperla. Me llevaría marcas enteras,

incluso aunque tuviese las herramientas adecuadas.

Así que…se giró y encaró la entrada del tercer túnel. Le prometí a

Gabrielle que íbamos a salir de este lugar juntas y, por los dioses, no voy

a dejar que una piedrecilla me haga romper esa promesa. Aguanta,

Gabrielle. Voy a descubrir cómo sacarte de aquí, de una manera u otra.

Con un pequeño asentimiento decidido entró en el siguiente túnel. Alti…,

miró a su alrededor, sintiendo que estaba cerca. La última vez que perdí

a Gabrielle estaba dispuesta a cruzar al otro lado para buscarla, incluso

si eso significaba que yo no podía volver. Si crees que puedes separarnos

con esa patética demostración, será mejor que lo intentes otra vez.

Hacía un calor asfixiante, y deseó otra vez haberse puesto sus cueros

habituales antes de descender al inframundo. Los pantalones largos eran

M

Page 257: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

insoportables, el suave lino se pegaba a su piel creando una sensación

que podía describirse como asquerosa. El olor a azufre se intensificó, y al

final del largo túnel, el brillo rojo se materializó en forma de antorchas y

sombras, que danzaban contra las paredes angulosas. Escuchó un leve

siseo metálico y lo examinó. Cadenas. ¿Estaba ya tan cerca de Loki?

Nah. No puede ser tan fácil.

El Tártaro, aparentemente, era similar, en apariencia, olor y ruido.

Brevemente se preguntó si había una entrada más directa a este

inframundo, algo como el muelle de Caronte. Sonrió al recuerdo del

barquero gruñón. Ese debe de ser uno de los trabajos más

desconsiderados del Olimpo. Me pregunto qué clase de comité de

bienvenida habrán preparado los dioses nórdicos.

Como si fuera una respuesta a su pregunta, un viento arremolinado

apareció en el túnel y la familiar risa de Alti la rodeó. Oh, oh. La culpa es

mía, por preguntar. Se giró rápidamente en redondo, intentando localizar

su fuente. —Vamos, Alti—su voz resonó impaciente. —Y está bien de

juegos. Nos conocemos. Conozco tus poderes. Vamos a terminar con

esto.

—Oh, no, Xena—la chamana se materializó delante de ella, a un cuerpo

de distancia. Llevaba pantalones de cuero negro y un corpiño negro de

manga larga. Echó la cabeza hacia atrás y rio de nuevo, con las manos

en las caderas y el pelo ondeando a su espalda. —Mi feudo, mis reglas.

Terminaremos con esto cuando a mí me parezca—se acercó.

Desconcertada, la guerrera permaneció en su sitio, cruzando los brazos

sobre el pecho, desafiante. —Sé por qué estoy aquí—gruñó—La pregunta

es: tengo la sensación de que querías que estuviese aquí, y quiero saber

por qué.

—Todo a su debido tiempo—Alti la rodeó mientras la guerrera seguía sus

movimientos, mirándola. La chamana cerró los ojos, probando a la

guerrera con sus poderes sobrenaturales. —Te has vuelto más poderosa,

Xena—una sonrisa malvada llegó a sus labios—El amor te ha

transformado. Te ha hecho más fuerte—. Estiró una mano, agarrando su

chaleco—Disfrutaré despojándote de ello más tarde—.

Xena retrocedió, arrastrando a Alti con ella. —No podrías acercarte lo

suficiente a esa parte de mí como para tocarla—los ojos azules refulgían

de ira—¿Qué les has hecho?

Page 258: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—¿Cómo sabes que las tengo?—cedió en su agarre, retomando las

vueltas.

—Gabrielle está viva—disfrutó brevemente de la mirada de sorpresa de

su némesis. Sí, perra. Puedo sentirla. —No podría haber sobrevivido a lo

que pasó en el túnel. Y lo que pasó no fue natural, teniendo en cuenta el

hecho de que ese túnel y la habitación de la que vengo han

permanecido intactas—. Trazó la pared con un dedo—Ni una grieta. Solo

puedo suponer que ha sido cosa tuya, y que hay algún motivo retorcido

detrás de todo ello.

—Muy bien—espetó, estampando a la guerrera contra la pared y

envolviendo una mano alrededor del cuello de Xena, alzándola del

suelo. —En cuanto a mis motivos…—el aliento cálido le hacía cosquillas a

la guerrera en la cara—…¿te has olvidado de esto tan pronto?

Xena jadeó cuando el sueño en el que Gabrielle aparecía atada a un

altar se reproducía en su mente. Vio sus manos alzadas sobre su cabeza,

con una espada apuntando al corazón de su alma gemela. Para su

exasperación, la contera de la espada estaba justo fuera de su vista esta

vez, y no pudo identificarla. —Tus jueguecitos mentales no me asustan,

Alti—escupió—Tendrías que matarme primero antes de hacerme hacer

eso—.

—No estés tan segura—la chamana la soltó mientras su voz grave

resonaba en el túnel. —La última visión se volvió realidad, ¿no es cierto?—

sonrió con suficiencia, dejando caer a la guerrera.

Xena cayó de rodillas, jadeando en busca de aire. —¿Qué?—alzó la

vista, con las fosas dilatadas—¿No vas a hacerme revivir a César

rompiéndome las piernas esta vez? Estoy casi decepcionada. Eres una

cobarde. ¿Por qué no luchas a mi propio nivel, en lugar de jugar con mi

cabeza?

—Qué hipócrita—Alti bajó una mano, levantando el mentón de Xena—

Como si tú luchases al nivel de los demás. Nosotras usamos el poder al

que tenemos acceso, ¿verdad?—se arrodilló—No has cambiado. Tú y yo

seguimos siendo fundamentalmente las mismas—.

—No, no lo somos—. La guerrera apretó los dientes, luchando por

liberarse, sintiendo una mano firme mantenerla en su lugar. —Yo sé lo que

es el amor, Alti. Y lo que es ser amada. Tú ni siquiera eres capar de eso.

Page 259: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

—¿Amor?—una sonrisa extraña apareció en las esquinas de su boca. —

Oh. Eso—se lamió los labios—Dime, Xena. ¿Qué sentiste cuando les viste

clavar a tu pequeña amiguita rubia en esa cruz? Qué clase de dolor y

miedo…—cerró los ojos y saboreó el dolor y la rabia que crecían en el

rostro de Xena—…podría haber obtenido un gran poder de ella. ¿Cuánto

tiempo tardó en morir?—los ojos marrones se abrieron de par en par,

brillando con regocijo.

—¡Zorra!—la guerrera saltó como un resorte, derribándola y aterrizando

sobre la mujer ligeramente más alta. Sus puños empezaron a golpearla

repetidamente a una Alti sorprendida a ambos lados de su rostro. —Sí—

más puñetazos impactando sobre una fuerte mandíbula—Tu visión se hizo

realidad. Y si ya no estuvieras muerta, te daría caza y te mataría por ello,

aliento de bacante, pedazo de estiércol, miserable trozo de mierda de

cerdo.

Su puño impactó en la nariz de Alti con un ruido sordo, salpicándola con

una fina lluvia de sangre sobre el torso de la guerrera. —Oye—se sentó,

aún utilizando su peso para retener a su presa—Estás sangrando—.

Experimentando, dio un puñetazo a la chamana en los labios, desatando

más sangre. —Los muertos no sangran—.

Un labio partido se torció en una mueca de suficiencia y la guerrera sintió

el golpe de algo caliente mientras su cuerpo salía volando,

estampándose contra la pared que tenía detrás. Alti se levantó,

moviéndose con sorprendente agilidad, incluso para ella. Retrasó una

bota y pateó el estómago de Xena. La guerrera cayó a cuatro patas y

sintió una segunda patada, esta vez sacándole el aire de los pulmones.

Se abrazó el torso con una mano, protegiéndose de otro golpe directo,

cuando sintió una patada lateral impactar contra su codo, enviando una

ráfaga de dolor hasta las puntas de sus dedos. Gritó, insegura de si era un

calambre o un hueso roto.

—Sí, Xena—otra bota aterrizó directamente en medio de la espalda de

la guerrera, y cayó sobre su estómago, con los brazos y piernas

extendidos. —Estoy viva otra vez. Y soy humana. Con todos mis poderes

intactos—. Una patada especialmente dura se estampó en el cráneo de

la guerrera, haciéndole ver las estrellas—¿Aún sigues creyendo que

puedes matarme?

Una extraña fuerza invisible la mantenía agachada, y sintió un agarre en

su garganta. Xena escupió sangre a los pies de Alti, incapaz de hablar.

Page 260: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Otra patada directa a la sien de la guerrera eliminó las estrellas,

reemplazándolas por la oscuridad.

Alti empujó el cuerpo laxo, girando a Xena de espaldas. Rio, y después se

desvaneció con un chasquido de dedos. Tenía otros asuntos de los que

ocuparse.

Gabrielle intentó moverse pero no pudo, entonces abrió los ojos y

parpadeó. —Qu…—estaba en una gran habitación, más caliente que

cualquier otra en las que hubiera estado desde que entró en el

inframundo. Las paredes eran de gruesa e irregular piedra, que podía

sentir presionada contra su espalda y sus brazos. Me alegro de llevar

pantalones largos. Miró hacia abajo para descubrir sus brazos, piernas y

torso encadenados firmemente con bandas de grueso hierro. Tiró de

ellas, sin éxito. A su izquierda, Morrigan también estaba encadenada,

fuera de juego por lo que podía apreciar. Se giró a la derecha para

encontrar a Kallerine pensando, con los ojos perdidos en sus

pensamientos. —Pssst—.

—Mi reina—la cazadora se giró hacia ella, con los rasgos tomados por la

preocupación. Tenía un gran chichón en la frente, junto con varios

moratones en la cara. —¿Qué ha pasado? Lo último que recuerdo es

estar en un túnel que se nos venía encima.

—Sí. Yo también—miró a su alrededor, más lentamente. —¿Alguna idea

de dónde estamos?—altos pilares iban desde el techo al suelo y

proyectaban sombras espeluznantes, iluminadas por las llamas rojizas que

emitía una hoguera situada a su izquierda. Se estremeció. Le recordaba

al templo del Mensajero. Sus ojos se estrecharon mientras ojeaba un altar

muy familiar a su derecha, cerca de la pared más alejada. No. Otro

escalofrío incontrolable atravesó su cuerpo. No puede ser.

—¿Gabrielle?—la voz de Kallerine la obligó a girar la cabeza a la

derecha. —Estás pálida. ¿Te sientes mal?

¿Aparte de estar reviviendo una pesadilla? La bardo contempló la

pregunta. Su garganta estaba seca y su boca sabía a polvo de roca. Le

picaba la piel, y una inspección más detallada reveló una fina capa del

mismo polvo que tenía en la boca. Le dolía todo el cuerpo, y también

tenía un conjunto de moratones en la piel que podía ver. Un fuerte dolor

en la parte derecha de su espalda, junto a los hombros, le indicaba que

quizás estaba herida. —Me siento como si se me hubiese caído una

Page 261: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

montaña encima—rio sin ganas—Algo que, si mal no recuerdo, así ha

sido—.

—¿Cómo hemos llegado aquí?—la cazadora tironeó de sus ataduras,

soltando el aliento frustrada para apartarse los mechones que le caían

sobre la frente.

—Si tengo que apostar, por Alti—Gabrielle continuó estudiando su

entorno. Justo delante de ella, parcialmente oculto por un gran pilar,

podía apreciar una gran roca que tenía varias gruesas cadenas grises

cruzadas sobre su superficie marrón rojiza. —¿Crees que es la roca de

Loki?—bajó la voz hasta un susurro—Y si lo es, ¿dónde está?

—Sigo aquí—respondió una voz masculina desde el otro lado de la

enorme roca—Y…

—Y vas a tener la boca cerrada si sabes lo que te conviene—Alti entró en

la cámara a través de un arco cerca de la piedra, deteniéndose para

fulminar con la mirada a la figura que las otras no podían ver.

Él le devolvió la mirada, con su cabello rubio platino cayendo hasta sus

hombros y sobre unos ojos azules helados—Aún no es tarde para unirte a

mí—respondió el dios caído.

—Te he dicho que estés callado, hombrecillo—la chamana le abofeteó,

haciendo encogerse a Gabrielle. Supongo que eso significa que no están

en el mismo bando. A menos que estén intentando darnos un

espectáculo para engañarnos. Decidió no creer nada de lo que viese u

oyese a manos de Alti.

—Yo te daré un verdadero espectáculo, rubita—Alti se desplazó

ágilmente a su lado, agarrando su cuello dolorosamente, justo debajo de

su mandíbula—Uno de verdad, y en directo—.

La bardo tosió, sintiendo cómo se quedaba sin aliento. Puntos negros

aparecieron frente a sus ojos y después se centró y dejó escapar un

gemido angustioso. En su mente, veía a Xena tirada en el suelo, con las

facciones magulladas y sangrantes, con los ojos cerrados como si

estuviese muerta. —¿Qué…le…has…hecho?—apretó los dientes y obligó

a las palabras a salir de su garganta.

—Oh, no he terminado aún—los ojos de la chamana brillaban fríamente

y Gabrielle tuvo la presencia de ánimo necesaria para preguntarse por

qué se pintaría los ojos tan oscuros. Le recordaba a Cleopatra. Un fuerte

tirón en su mandíbula la obligó a alzar la vista al techo—¿Recuerdas esto?

Page 262: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

La bardo se agitó en sus ataduras, recordando la caída al pozo de lava,

con los brazos firmemente anclados alrededor de Esperanza. Gritó, justo

antes de la parte en la que quedaba inconsciente, y la visión cambió de

nuevo, mientras veía a Esperanza empalada por el Destructor, y

escuchaba los angustiosos gritos del monstruo al darse cuenta de que

había matado a su madre. —Me gustaría haberte encontrado antes que

Xena—ronroneó la voz grave, burlona—Tengo que respetar a una mujer

que ha intentado matar a su propia hija…tres veces. Y ha tenido éxito dos

de ellas. ¿Y quieres tener otra? ¿Qué planeas para el siguiente, eh? Me

gustaría ver cuál es tu máximo.

Los ojos verdes de Gabrielle se abrieron de golpe y un rugido de rabia la

sorprendió antes de darse cuenta de que había venido de su propio ser.

Una carcajada satisfecha se burló de ella, a centímetros de su rostro. —

Oh, sí, dame toda esa ira—.

Antes de que la bardo lo pensase, acumuló toda la humedad que tenía

en la boca reseca y escupió en el rostro de la chamana.

Alti la soltó y retrocedió, limpiándose la cara lentamente con el dorso de

la mano. La risa se había desvanecido. —Pagarás por eso más tarde,

niña—. Se acercó a Morrigan, dejando las manos sobre sus caderas y

recorriendo con los ojos a la diminuta mujer. —Despierta—un largo dedo

se alzó, trazando el mentón de la druida.

La cabeza de Morrigan se alzó de golpe, con los ojos llenos de miedo y

confusión. —¿Quién eres tú?

—Altí—giró la cabeza de la druida de un lado a otro. —No creo que me

conozcas, pero yo te conozco muy bien—con el mismo agarre que había

utilizado con Gabrielle, cerró sus dedos alrededor de la garganta de

Morrigan—Sé bien qué es lo que está más cerca de tu corazón.

—Bridgid—las lágrimas llenaron los ojos azules de Morrigan. Vio a su hija,

sentada en el regazo de Kernunnos. La niña botaba felizmente, riendo

con alegría mientras abrazaba su muñeca favorita, inocentemente

inconsciente de la daga que aparecía a su espalda. Kernunnos deslizó el

cuchillo entre sus dedos, acercándolo a la base del cuello de su hija. —

¡No!—gritó la druida mientras Alti la liberaba.

—No creas nada de lo que te muestre—le aconsejó Gabrielle—

Recuerda, te dijo que tenía a Bridgid. Es una mentirosa—una dolorosa

bofetada en la cara fue su castigo.

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—Hablarás cuando yo te lo diga, niña—la chamana paseaba frente a

ellas, co movimientos gráciles como los de un gato. —Por lo que sabes, la

tengo. Quizás he traído a Kernunnos aquí. Quizás es un dios de nuevo. No

sabes qué es real, ¿verdad?—. Se detuvo frente a Kallerine—¿Lo sabes

tú?—se acercó hasta quedar nariz con nariz con ella—Cazadora—graznó

con desprecio.

Los ojos de Kallerine se cruzaron y cuando volvió a enfocar, intentó

agacharse involuntariamente cuando Alti desapareció en un destello y

una nube de murciélagos de bacante se agitaron ante ella. —¿Tú…los

ves?—tembló su voz.

—Sí—Gabrielle también evitaba la bandada, al igual que Morrigan—Eso

no significa que sea real—.

La cazadora intentó sacar una sola punta de flecha de plata de su

guantelete, que había metido ahí para mejor alcance. Con un giro de

muñeca, lo lanzó hacia delante con precisión, y observó cómo

atravesaba un murciélago, que parecía translúcido. Resonó contra el

suelo. —No son reales—tan pronto como habló, los murciélagos se

desvanecieron—Maldición—se giró hacia la bardo—Siento haber hecho

eso. He desperdiciado la única arma que tenía.

—No te preocupes por eso—Gabrielle miró atentamente a su alrededor.

—Tengo la sensación de que una pequeña punta de flecha no iba a

servir de mucho contra Alti, de todas maneras.

—¿Qué funcionaría?—la voz de Morrigan estaba teñida de ira.

—Ummm…Xena la empaló con una estaca una vez—murmuró la bardo.

—Estacas—Kallerine parecía sonar como ella otra vez—Me están

empezando a gustar mucho las estacas—.

—Y la destruyó con el mehndi otra vez—Gabrielle deseaba haberse

traído su equipo de mehndi con ella, contando con la posibilidad de que

quizás no funcionase fuera de la India.

—¿La destruisteis con un tatuaje?—las cejas de la druida se fruncieron—

No lo entiendo—.

—Es mucho más que un tatuaje—Gabrielle giró su cabeza hacia

Morrigan. —Conocimos a una poderosa mujer india. Creo que era una

mística. Nos mostró cómo usar el mehndi como arma. Es difícil de explicar.

Tiene que ver, en parte, con la interrelación del karma de Xena y el mío.

Page 264: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Es como un fuego mágico que sale de los tatuajes—resopló—

Probablemente fue cosa del momento. Quiero decir, ¿quién ha oído

hablar de tatuajes llameantes, ¿eh?

—Sí—Kallerine estuvo de acuerdo—Un poco rebuscado. Háblame de la

estaca.

—Yo…no estaba allí entonces—la bardo miró brevemente a la hoguera—

Pero cuando Xena y Alti se encontraron en el plano espiritual, lucharon.

Aunque Xena dijo que Alti era humana entonces. Ella…—dejó la frase sin

acabar, recordando el momento con vívida claridad—Nayima, la mujer

india, dijo que siempre derrotaríamos a Alti—.

—Por todos los dioses, Gabrielle, espero de verdad que tuviera razón—

Morrigan tironeó de sus cadenas.

—Sí—la bardo se tornó pensativa—Yo también—. Su visión se nubló y

parpadeó con fuerza, reteniendo unas inesperadas lágrimas. ¿Esta es la

peor en que nos hemos metido? Bueno…aparte de las otras veces en las

que morimos. Cerró los ojos, recordando…

Un aterrador pasaje de los sueños, donde encontró a su nueva mejor

amiga, confortándola y aconsejándola en la más extraña de las

circunstancias, en un encuentro de espíritus que ya eran almas gemelas,

aunque todavía no lo sabían.

Colgando en medio del aire, viendo a Xena enfrentarse con Calisto la

primera de muchas veces, y finalmente rescatada al límite, otra vez.

La rara sensación de transformarse de nuevo en humana después de ser

una bacante, y encontrar un par de aliviados ojos azules devolviéndole

la mirada.

Enfrentarse con una amazona que quería matarla, y sentir la fuente de

poder al permitir que Xena tomase el control de su cuerpo, haciendo

cosas imposibles.

Enfrentarse a la misma amazona, ahora una diosa, pensando de verdad,

pero de verdad, que esta vez no tenía escapatoria. Y sentir unas fuertes

manos agarrarla, salvándola de una muerte segura en el río de lava,

observando a la diosa amazona destruida bajo ella.

Un salto mortal en el aire, seguido de un increíble número de vueltas, que

terminaron con los pies de Xena firmemente plantados en la cubierta de

un barco en el que pensaba que estaba destinada a viajar durante el

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resto de su vida, sola. Sentir unos cálidos brazos envolverla, y la caricia de

unos labios contra su pelo, mientras descubría que estaba

profundamente aliviada, a pesar de las circunstancias.

Unas llamas furiosas lamiendo y testando su cuerpo, y una caída que

acabó con ella acunada por los brazos de Xena.

Tendida en un granero, escuchando a Xena luchar contra todo el ejército

persa ella sola. Respirar agónicamente mientras sentía sus pulmones

llenarse de líquido. Y despertar para encontrar a una agotada,

temblorosa y llorosa guerrera que había encontrado, de alguna manera,

el antídoto para el veneno mortal.

Flotando en la bodega de un barco hundido profundamente bajo la

superficie, pensando en que, después de todo lo que había sido dicho y

hecho, el ahogamiento sería su manera de morir. Y despertarse en la

playa, buscando a la única persona que importaba, y sentir un alivio

infinito cuando Xena salió tambaleándose de entre las olas, abrazándola

en un salado y húmedo contacto que nunca había sabido tan bien.

Una caída en un pozo de lava, y un camino con el corazón roto a las

afueras de Potedaia, y un lloroso abrazo en los fuertes brazos que

pensaba nunca iba a volver a sentir. Un suave beso en sus nudillos y los

ojos llenos de lágrimas de Xena mientras sus acciones atraían emociones

demasiado profundas para las palabras.

Un malvado dios indio, y la transformación de Xena, convirtiéndose en

malvada lo suficiente como para derrotar al dios y salvar a Eli de lo que

era con seguridad su muerte segura. Tirar su vara al rio, y escuchar a su

alma gemela darle libertad para marchar. Observar una temblorosa

sonrisa al decirle a Xena que no iba a ir a ningún lado a no ser que fuesen

juntas.

Tendida en una cruz, dándose cuenta de que iban a morir. Y que iban a

morir juntas. Esperando fervientemente que fueran al mismo sitio.

Despertarse en los Campos Elíseos para encontrar su deseo hecho

realidad, y sentarse bajo un sauce, mirando una cascada, y descubrir

que estaban enamoradas. Despertarse en una posada para descubrir

que estaban vivas, y desde luego enamoradas, y una vacilante alegría

ante la expresión física de ese amor, mientras sus cuerpos se daban algo

que ya no podía ser negado por más tiempo.

Y aún seguimos vivas. Y seguimos enamoradas. Abrió los ojos, mirando a

la única entrada obvia, deseando que su alma gemela entrase andando

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por ella. Xena, hemos pasado por momentos realmente malos.

Momentos en los que he estado segura de que alguna de las dos iba a

morir. Ahora mismo no parece pintar muy bien. Pero tengo que creer que

estamos aquí por una razón. No me parece que sea la hora de rendirnos,

no ahora. No sé si lo que Alti me ha mostrado es real o no. Pero

dondequiera que estés, has de saber que te quiero, y que cuento contigo

para sacarnos de esto, porque tenemos una ceremonia de unión a la

que asistir. Y unos bebés que tenemos que descubrir cómo traer. Así que

si esa visión era real, levántate y ven a buscarme, y vamos a hacer lo que

hemos venido a buscar e irnos a casa.

El dolor era abrumador. Se estiró y gimió, con el más leve de los

movimientos la atravesaban dagas de dolor. Abrió los ojos y enfocó,

mirando a su alrededor. Seguía en el túnel. Sus oídos le decían que estaba

sola, la chamana estaba ocupada creando problemas en otra parte.

Muy bien. Cerró un puño e hizo un gesto de dolor ante el dolor que asaltó

su antebrazo. Cuidadosamente se tocó el puño izquierdo, apretando los

dientes agónicamente, localizando un pequeño fragmento de hueso

que no estaba ahí antes. Bueno, podría ser peor. Podría ser el codo

derecho.

Trató de sentarse y jadeó ante un dolor diferente. Tediosamente, se alzó

sobre el codo sano, reclinándose contra la pared. Testó su caja torácica,

contando una…dos…tres costillas partidas. Genial. Una inhalación

profunda indicaba que sus pulmones no habían sido perforados. Bien.

Grietas, no roturas. Puedo manejarlo.

Con cuidado se levantó el chaleco de cuero, revelando los inicios de un

gran moratón que cubría la mayoría de su estómago. Le dolía la parte

baja de la espalda, y recordó la bota de Alti presionando su columna.

Vale. Tengo que ponerme de pie. Bloqueando el dolor, se puso de pie.

Un ligero calambre que recorría la pierna izquierda le hizo fruncir el ceño.

Oh, estupendo. La columna está desfasada. Otro dolor hizo acto de

presencia, e intentó encogerse de hombros. Uugh. El hombro izquierdo

también está dislocado. Lo primero es lo primero. Localizó una porción

suave de roca con trepidación. Esto va a doler. Contuvo el aliento y

estampó el hombro contra la pared, escuchando el crujido del hueso

contra hueso mientras se colocaba en su lugar. —Arrggghh. ¡Malditos

sean los dioses! Siguiente.

Se tendió en el suelo, estirada sobre la espalda. Echó rápidamente una

pierna sobre la otra, escuchando crujir toda su espalda mientras la

columna se realineaba. Sus costillas protestaron ante sus acciones. Me

Page 267: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

estoy haciendo vieja para esto, maldita sea. Se levantó. El calambre

había desaparecido.

Vamos a ver…un codo astillado, un hombro luxado, dolor en la espalda,

tres costillas partidas, el pecho amoratado…y…Cautelosamente, se tocó

la nuca, sintiendo calor húmedo empapar sus dedos…un buen corte en

la cabeza. Un día normal, ¿eh? Bajó la mano, estudiando la sangre

fresca. Fijó la mirada en el final del túnel, con intenciones asesinas. Bien,

Alti. Ya he tenido suficiente. Esta vez, voy a cobrármelas YO.

A pesar de sus heridas, echó a correr con decisión.

Las antorchas de las paredes chisporroteaban, consumiendo el precioso

y escaso aire de la opresiva cueva. Era difícil medir el paso del tiempo, y

Gabrielle deseaba tener la innata habilidad de su compañera para,

aparentemente, saber siempre qué hora era, sin necesidad de contar

con el sol, la luna o las estrellas para ayudarla. Parecía que era tarde,

pero no tenía manera cierta de saberlo, especialmente con Alti

involucrada. Por lo que sabía, la chamana las había mantenido dormidas

durante días antes de permitirlas despertar.

La bardo se estiró lo mejor que pudo, flexionando cada extremidad de

una vez y girando la cabeza hacia los lados. Tenía hambre, su estómago

gruñía gravemente cada vez con más frecuencia. El dolor en su hombro

se había convertido en una palpitación constante. Probó a moverlo, pero

las cadenas sostenían sus brazos en su lugar, haciendo imposible mucho

movimiento. No creía que sangrara, y sospechaba que había sido una

roca la que la había golpeado cuando el pasillo se desplomó, por lo que

simplemente era una magulladura.

—Gabrielle—el acento irlandés de Morrigan pronunció su nombre,

añadiendo una sílaba adicional—¿Te has dado cuenta de que Morrigan

sangraba?

—Sí—la bardo sonrió con pereza—Xena le ha dado lo suyo, apuesto

cincuenta dinares.

—Pagaría cincuenta dinares por verlo—añadió Kallerine.

—Me gustaría darle una paliza—la voz de Loki resonó desde detrás de la

roca—¿Quién es, de todas formas?

—¿No lo sabes?—la voz de Gabrielle era dubitativa. Loki no era alguien

en quien se pudiera confiar, y ella sabía que no importaba el resultado, si

sus cadenas no se rompían no iba a salir de allí cuando todo acabase.

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—Todo lo que sé es que ha estado entrando y saliendo de aquí desde

hace un tiempo—las cadenas rozaron la roca cuando Loki se movió para

proyectar mejor su voz a su audiencia oculta. —De vez en cuando canta

y hace rituales extraños. Solo digo que me alegro de no ser un murciélago

ahora mismo.

—Euuugh—dijeron tres voces femeninas a coro.

—Sí—continuó el dios encadenado—A veces desaparece durante un

tiempo. Ha arruinado mis planes. Ha robado la máscara que iba a

sacarme de aquí—su tono era amargo, y la bardo deseó verle la cara—

Me pertenece—.

—Oh, siento disentir—dijo Morrigan—Será mejor que te lo pienses dos

veces, porque la máscara es mía—.

—¿Y quién se supone que eres tú?—respondió su voz condescendiente.

—Morrigan, druida guardiana de la justicia—. Escuchó un resoplido de

descrédito—Dahak no nos mató a todos—.

—¿En serio?—Loki estaba intrigado. Kernunnos le había hablado de

Morrigan y la máscara. Sospechaba a medias que la parte de Morrigan

era inventada. —Dime más—.

—Ya sabes todo lo que tienes que saber—estiró el cuello, intentando

verle. —De otra manera, nos montarías un buen desastre a nosotras y solo

ganarías tú—.

—No tengo nada que perder—espetó—Si consigo la máscara, el universo

es mío. Si alguien corta mis cadenas, todos morirán permanentemente.

De otra manera, estaré aquí encadenado para siempre.

—¿Así que dejarás que todos y todo lo conocido por el hombre sea

destruido, solo para ser libre?—Gabrielle intentó asimilar el concepto—Un

poco egoísta.

—Soy un dios, pequeña—tronó su voz—Pertenezco al Valhalla, no a esta

patética roca. Sí, no tendría problema en reformar el universo yo solo.

¿Quién sabe? Si eres tan mona como pareces, quizás te deje vivir.

Sentada a mi lado, quizás.

—No, gracias—la bardo sacudió la cabeza tristemente—Solo hay una

persona al lado de la que me sentaría durante toda la eternidad, y no

eres tú.

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—Xena—Loki sonrió con maldad—Su nombre es menos que basura allá

de donde yo vengo.

—Considerando que ella es libre como un pájaro y tú estás encadenado,

¿dónde te deja eso a ti allá de donde vienes?—se burló Kallerine—¿la

basura bajo los pies de Xena?

La bardo sonrió para sí ante la vigorosa defensa de la cazadora al honor

de su compañera. Te has ganado unas admiradoras leales, amor. —

¿Dónde está la máscara, de todas formas?—inclinó la cabeza hacia un

lado, expectante.

—No tengo ni idea—Loki se encogió de hombros, como si pudieran verle.

—Me la enseñó una vez y no la he visto desde entonces. No tengo ni idea

de por qué no empieza con lo que sea que tenga pensado hacer de una

vez.

—Porque nosotras somos parte de su plan—murmuró Gabrielle.

—Loki—Morrigan escogió sus palabras cuidadosamente—¿Y Kernunnos?

Le has hecho humano.

—Peor para él—rio Loki ligeramente—A menos que vuelva aquí, se queda

como humano. La cosa es que no estoy por la labor de volverlo un dios

muerto de nuevo. Falló al traerme lo que le pedí. Creo que seguir viviendo

como humano podría ser un buen castigo para él.

—Mmmm—musitó la druida, pensando—Podría ser, sí—. Aunque la

perspectiva de un Kernunnos vivo vagando por el mundo no le sonaba

bien. Especialmente el mundo en el que vivía con su hija. Ser una

semidiosa le daba alguna ventaja sobre él si amenazaba a Bridgid o a

ella, pero sinceramente esperaba que, si permanecía humano,

marchase de Eire. Como si lo fuera a hacer alguna vez. Suspiró, pensando

brevemente en cierto semidiós.

—Gabrielle—los ojos de Kallerine eran grandes y serios—¿Alguna idea de

cómo salir de aquí?—el olor de guano de murciélago y el leve rastro de

sangre seca asaltaba sus fosas nasales, poniéndola de los nervios.

Los ojos verdes escanearon la estancia de nuevo. Una puerta. Una salida.

Sobre su cabeza solo parecía haber estalactitas de roca, ni una señal de

túneles por encima. Sintió el sudor sobre su cuerpo, haciendo que su piel

empezara a picar y a pegarse a la pared. Su pelo estaba húmedo y

pegado a su cabeza. Estaba cansada, y su estómago escogió ese

Page 270: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

momento para recordarle que tenía hambre. —Estoy trabajando en

ello—.

Unos dubitativos ojos marrones la miraron desde un lado, junto con otros

azules desde el otro lado.

—No ha sonado muy convincente, ¿eh?—la bardo dejó caer la cabeza,

reuniendo sus ideas antes de alzar la vista de nuevo. —Con tanta hambre

como tengo, renunciaría a la comida de una semana por tener el

chakram o la espada de Xena aquí ahora mismo. Por no mencionar a la

misma Xena—. Su mente se disparó, intentando averiguar qué habría

hecho Xena si hubiera estado en su lugar. Por supuesto, pensó, Xena

probablemente no habría acabado aquí, en primer lugar.

—Me gustaría que la fuerza fuera uno de mis dones—sonrió Morrigan con

tristeza. —Correr sobre el agua, velocidad, visiones ocasionales…todo eso

está muy bien, pero me temo que no pueden ayudarnos a romper estas

cadenas de hierro. Incluso mi daga no sirve—.

—Vamos a pensar todas juntas, a ver qué se nos ocurre—Gabrielle fijó la

mirada en la única puerta de la estancia. Esperando.

Se le movieron las costillas partidas, causándole una intensa oleada de

dolor. Maldita sea. Se detuvo, considerando los suministros que había

llevado consigo. Con dedos veloces se quitó el chaleco, desatándolo

solo con la mano derecha, ya que la palpitación en su codo izquierdo le

dejaba poco margen de acción a ese brazo. Examinó su torso

amoratado con objetivo interés y comenzó a vendar con cuidado las

costillas, haciendo varias pasadas. Bien. Apretó los dientes y tensó la

venda, en un intento de mantener las costillas en su sitio.

De nuevo con una sola mano consiguió anudar la venda y ponerse el

chaleco de nuevo. Estaba obligada a usar las dos manos para

abrocharse el chaleco, y notó que su codo y antebrazo izquierdo se iban

hinchando progresivamente. —Vamos a tener un invierno tranquilo—

murmuró—Sentadas frente al fuego cada noche, bebiendo vino caliente

y especiado. Terminando de preparar nuestra unión. Vamos entrenar

juntas. Iba a dormir cada noche en mi cálida y cómoda cama, maldita

sea, acurrucada con la amazona más bella de Grecia.

Estiró el brazo izquierdo delante de ella, sintiendo clavarse la astilla de

hueso en el codo, e intentando descubrir cómo estabilizarlo.

Page 271: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Cómo…Hades he acabado en el inframundo celta, apaleada, con más

calor con el Tártaro, separada de Gabrielle, y enfrentándome a una loca

que pensaba que ya había matado. Gruñó, al sentir la astilla rozarse

contra el hueso, enviando un raro dolor hasta la punta de sus dedos. —

Creo que voy a tener que pedirle a alguien que lo saque. Si yo misma

salgo de aquí alguna vez.

Justo delante de ella vio una bifurcación en el túnel. ¿Por dónde? Aguzó

los oídos, un leve crujir de cuero venía a ella por el pasaje izquierdo.

Localizó un pilar cerca y se escondió detrás, presionando la espalda

contra la increíblemente caliente roca, mirando hacia la fuente del

sonido con precaución.

La chamana apareció, deteniéndose justo al final del pasillo y mirando a

su alrededor, como si oyese u oliese algo. Miró directamente al pilar, y la

guerrera alzó la mano para coger la daga del pecho como reflejo. Una

leve sonrisa apareció en los labios llenos de Alti, después se metió en el

pasillo derecho, y Xena la escuchó caminar rápidamente.

¿Seguirla, o ir por donde ha venido? ¿Ha dejado a Gabrielle o va hacia

ella?

Cerró los ojos, extendiendo lo que había llegado a considerar un sexto

sentido, intentando tocar el miedo de su compañera. Vamos, Gabrielle.

Ayúdame a encontrarte, cariño. Vive. Suspiró, algo se agitó dentro de

ella, pero no pudo identificar su fuente. ¿Eres tú, amor?

Se acercó a la bifurcación y barrió con sus ojos los arcos de las entradas,

apreciando cada pequeño detalle. Aah. Se acercó, encontrando unos

cuantos cabellos de corto pelo rubio atrapados en una pequeña

protuberancia de la pared izquierda. Los tocó, envolviéndolos alrededor

de sus dedos. Gabrielle. Por la izquierda entonces.

Con una repentina descarga de energía abordó la entrada, sintiendo

unos ojos hostiles clavados a su espalda.

El fuego ardía bajo, lanzando chispas de un raro tono rojo, amarillo, y de

vez en cuando verde y azul hacia el cielo, revoloteando por la caverna

mientras varios ingredientes eran arrojados a ella. La alta mujer la rodeó

lentamente, medio bailando medio caminando, con los brazos

gesticulando mientras cantos guturales escapaban de sus labios en un

lenguaje solo conocido para los de su clase. O a la que perteneció

alguna vez. Una chamana amazona. Eso era lo que se suponía que era.

O que seguiría siendo, si no fuera por Cyane.

Page 272: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

La reina amazona la había apaleado, y bien. Avergonzada y retraída, se

había marchado arrastrándose del único hogar que había conocido,

esperando su oportunidad, practicando sus habilidades en secreto y

esperando, sabiendo que sus poderes crecían con cada día que

pasaba. Aprendió más, mucho más de lo que su madre le había

enseñado, y su abuela antes que ella. Sí, estuvo escondida durante

mucho tiempo.

—Pero nadie me vence al final, ¿verdad?—sus labios se curvaron en una

sonrisa burlona—¿Verdad, Cyane?—. Su risa resonó en las paredes de

alrededor. Al final, la orgullosa reina había caído, e hizo falta mucho

menos de lo que había pensado. Tu primer error fue ver en Xena algo que

no estaba allí, ¿verdad, Cyane? Tu segundo error fue confiar en ella,

¿mmm?

Ah, Xena. Cerró los ojos. ¿Crees que voy a dejarte tener lo que yo no

pude? Unos párpados maquillados se abrieron, las malvadas órbitas

centelleaban ante la parpadeante luz. No.

Ella había introducido a la guerrera en las amazonas. Le había enseñado

las enseñanzas básicas de las chamanas. Había persuadido a la guerrera

para que le hiciese el trabajo sucio, tomando venganza de las líderes

amazonas dejando a la mejor, Cyane, para el final. Xena las había

matado a todas, y lo había hecho de forma admirable. La tribu nunca

recuperó su prominencia o su fuerza.

—Te odiaron después de eso, Xena—se acercó al fuego, echando algo

de beleño seco, inhalando el humo mientras se alzaba hacia ella. Más

chispas verdes siguieron al humo y ella cerró los ojos de nuevo. —Se

suponía que tenían que odiarte para siempre. Ese iba a ser nuestro vínculo

común. ¿Y ahora piensas convertirte en consorte de una reina amazona?

¿Volverte una de ellas?

Cogió un pequeño jarro de madera, descorchándolo y extrayendo de él

una criatura agitada y peluda. Unos pequeños y acuosos ojos negros

parpadearon, unos colmillitos blancos mordieron el aire y unas garras

rasparon frenéticas la palma de su mano. Se detuvo y sonrió, después lo

lanzó salvajemente a las llamas, riendo con malicia cuando el murciélago

se retorció varias veces antes de sucumbir a la muerte.

—Yo…creo…que…¡no!—su rabia la consumía. Lo permitió durante un

instante, después controló sus emociones. Se alimentaba de la rabia de

otros. La suya permanecía bajo férreo control, canalizada

Page 273: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

cuidadosamente hacia direcciones que servían mejor a sus propósitos, y

solo cuando lo necesitaba.

Una máscara de oro refulgía sobre una estalagmita, con las

concavidades oculares vacías. Dos grandes esmeraldas redondas

descansaban cerca de ella, mientras el fuego atravesaba las gemas

talladas y rebotaba en las paredes, mezclando la luz verde con el mucho

más apagado rojo del fuego. La chamana se acercó a ellas, sintiendo su

poder. Incluso separadas de la máscara, las joyas la atraían y tomó

cuidadosamente una entre dos dedos, sosteniéndola sobre el fuego. Ah,

sí.

Esta era la clave. Todo había encajado en su sitio, mejor de lo que nunca

había imaginado. —Y cuando acabe contigo, Xena, estarás a mi lado

de nuevo. Te destruiré—. Danzó de nuevo, saboreando su eminente

victoria. —Harás lo correcto. Y tu buen hacer será tu destrucción. Harás lo

correcto, y eso te destrozará.

Otra reina amazona rubia está a punto de tener un brusco despertar. Lo

verás en sus ojos, Xena, justo igual que lo viste en los de Cyane. Confianza

destruida. Fe devastada. Solo que esta vez significará algo para ti.

Amor. Rio a carcajadas. —¿Amor? Después de ser maldita, Xena, el amor

es lo que te reducirá a polvo. Polvo. Te deslizaré entre mis dedos. —

Síiii….—siseó—Te moldearé, tal y como intenté hacer antes. Y esta vez te

quedarás conmigo. No tienes otro lugar a donde ir. Y nadie a quién le

importe.

Ahora…necesitaba una cosa más para completar su plan. Se inclinó

sobre el fuego, soplando sobre él mientras veía alzarse espíritus del humo,

volando a su alrededor, dispuestos a su voluntad. —Id—ordenó—Sabéis

lo que quiero. No me decepcionéis.

Los espíritus se desvanecieron, disolviéndose entre las grietas de las

paredes.

Había pasado una marca de vela desde que entró en el pasadizo.

Dolores y molestias, grandes y pequeños, habían sido apartados a un

lado hasta que tuviera ocasión apropiada de lidiar con ellos. Ahora su

atención estaba centrada únicamente en llegar al final del túnel, donde

cada fibra de su cuerpo le decía que encontraría a Gabrielle.

Sentía algo rozar su brazo, pero cuando bajaba la vista, no había nada.

Miró a su alrededor y cerró los ojos, inclinando la cabeza y escuchando.

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Un susurro agudo llegó corriendo y la rodeó, después se desvaneció en la

nada. ¿Furias? Intentó identificar el sonido. ¿Banshees? —Alti—su voz era

grave y exasperada. —¿Qué estás tramando?

Sus pasos sonaban antinaturalmente altos, estampándose contra la

piedra caliente del suelo, y las ocasionales nubes de polvo la rodeaban

mientras sus botas atravesaban diminutas dunas de polvo y grava. Su

agudo oído captó débiles aullidos, de localización indeterminada, pero

indudablemente gritos de almas torturadas. Su piel se erizó, recordando

el tiempo que había pasado en el Tártaro con Marcus, y después, cuando

murió la primera vez. No podía imaginarse pasar la eternidad en un lugar

así.

Una breve sonrisa apareció en sus labios. Si no fuese por ti, amor, es ahí

exactamente donde debería estar.

Nunca, ni en un millón de veranos, había esperado despertarse en los

Campos Elíseos con Gabrielle después de César las crucificase. Había ido

al Tártaro la primera vez, cuando el tronco la golpeó, y había asumido

desde entonces que volvería a ir allí cuando muriera finalmente. Era algo

que se guardaba para sí, no quería preocupar a Gabrielle.

Sus vidas eran demasiado peligrosas y la muerte una posibilidad

demasiado real en cada día de su vida. Pensar en ello no tenía sentido.

Ciertamente se merecía el Tártaro, dadas sus fechorías como señora de

la guerra. A veces veía el horror en los ojos de Gabrielle cuando se

encontraban con gente que había abandonado sus casas ardientes,

que había sido torturada, o asesinada solo por estar en el camino del

acero de algún luchador. Se avergonzaba, sabiendo que ella había

hecho lo mismo y mucho más.

La bardo la había perdonado, y creía firmemente que había cambiado.

Xena quería creerlo también. Aún así, cuando se miraba las manos, a

veces aún podía verlas llenas de sangre. Manchas que ningún

arrepentimiento podría borrar de ahí. Gabrielle estaba convencida de

que el arrepentimiento de Xena por su pasado, y su intento de restituirlo,

era suficiente para salvar su alma de la condenación eterna.

Lo que ninguna de las dos había supuesto era que en realidad era

Gabrielle la que había salvado el alma de Xena. Había hecho falta

mucho más que buenos actos. El amor era lo que la había salvado.

Gabrielle y ella eran almas gemelas eternas. Alguien tan bueno y

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amoroso como Gabrielle no podía ir a ningún sitio más que a los Campos.

Y a donde Gabrielle vaya, yo voy…ganadora de rebote.

Rodeó una esquina del túnel y cerca del final localizó un arco de entrada,

de donde una luz amarilla y parpadeante salía para iluminar las paredes

alrededor. La guerrera miró rápidamente tras ella y después echó a

correr, ignorando las protestas de su cuerpo maltratado. Se detuvo cerca

de la puerta, asomándose cuidadosamente por la pared hacia una gran

cámara.

Lo primero que vio fue una roca con un hombre pálido encadenado a

ella, con los ojos cerrados, aparentemente durmiendo. Loki. Los cabellos

de su nuca se erizaron. Después la vio a ella, encadenada a la pared más

lejana, también dormida. Gabrielle. Sin pensarlo más, entró en la

habitación, pasando de puntillas al lado de Loki y rodeando el gran pilar.

Varios grandes pasos la dejaron frente a su alma gemela.

Oh, Gabrielle. El suave trabajo del pecho de a bardo le decían que

estaba viv, pero su rostro estaba cubierto por un gran cardenal, con la

huella de la mano de quien lo había puesto ahí. Sus brazos y su torso

estaban cubiertos de finos arañazos y había un rastro de lágrimas secas

en sus mejillas. Xena alzó una mano temblorosa, ahuecándola con

cuidado sobre la mejilla ilesa de Gabrielle. —¿Gabrielle?

Unos ojos verdes se abrieron fluctuando y la bardo jadeó. Después sonrió.

—Xena—tiró de sus cadenas—Estás viva—.

—Sí. Y tú también—la guerrera miró a su alrededor, intentando encontrar

algo para romper las cadenas de hierro. —Necesito sacaros de aquí.

Déjame mirar.

—Tengo mi daga—Morrigan también se había despertado, y miraba

hacia su arma, tan cerca pero inútil en sus manos atadas. —Aunque no

creo que sea de mucha ayuda, Xena.

—Mejor eso que nada—los largos dedos se cerraron sobre la

empuñadura—¿Te importa?

—No—la druida la estudió, percibiendo la sangre seca sobre el cabello

oscuro—¿Qué te ha pasado? ¿Estás herida?

Xena hizo una mueca, sintiendo los ojos de Gabrielle clavados en ella—

No es nada.

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—Xena—la voz de la bardo tenía un tono que no admitía réplica—Estás

cubierta de cardenales, y no usas el brazo izquierdo. Y estás cubierta de

sangre. ¿Fue Alti?

—Sí—se metió la daga en la bota. —No es nada, ¿de acuerdo? La

mayoría de la sangre no es mía—sonrió fieramente.

—No usar el brazo es más que nada—los ojos verdes la taladraron—¿Está

roto?

Xena suspiró—El codo está astillado.

—Está sangrando en la cabeza también—ofreció Morrigan, solícita.

—Soy plenamente consciente—los ojos azules se pusieron en blanco. —

Nada de lo que pueda ocuparme hasta que os saque de aquí.

—Nunca escaparás de esa demonia—la voz de Loki resonó desde el otro

lado del pilar. Había estado dormitando. No necesitaba dormir, pero

tomaba siestas de vez en cuando para combatir el aburrimiento. —

Xena—la burla en su voz era casi palpable—Al fin nos conocemos. He

oído hablar mucho de ti—rio entre dientes—De mucha gente y muchos

dioses.

La guerrera le ignoró, acercándose a la cazadora. —¿Kallerine?—tocó el

brazo de la chica dormida—Eh. Despierta.

—¿Eh?—la cazadora se despertó de golpe y miró a su alrededor, confusa.

—Oh. Debo estar soñando. Podría jurar que veo a Xena frente a mí.

—No—la guerrera sacudió la cabeza, divertida—No soy un sueño.

Créeme.

—Siento disentir—la suave voz de Gabrielle la contradijo. La guerrera se

giró, estudiando a su compañera. El rostro de la bardo irradiaba una fe

que no había visto en ella desde hacía mucho tiempo. Se sentía rara,

sabiendo que aún podía invocar eso en su alma gemela.

Después de todo este tiempo. La cabeza de Xena cayó hacia delante y

se puso a juguetear con su cinturón. La última vez que vi esa expresión la

estaba sacando de una prisión del monte Amaro. Quedó demostrado

que esa fe no tenía razón de ser, ¿verdad, amor? Alzó la vista tristemente

y se acercó más a su alma gemela, dejando que la mirada de los ojos de

la bardo cayese sobre ella, alcanzando sus rincones más profundos y

tocando una parte de ella que tenía dormida.

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Algo se rompió y Gabrielle vio un fuego casi apagado volver a la vida en

los ojos azules. Xena alzó una mano, acariciándole la mejilla de nuevo. —

No voy a fallarte esta vez, Gabrielle.

La bardo parpadeó, confusa. ¿De qué Hades está hablando? —Nunca

me has fallado.

Xena tragó saliva en silencio. Se limitó a asentir. Eso ha sido una mentira

piadosa, bardo mía.

Está bien. Se giró, apreciando su entorno lentamente. La hoguera siseaba

y expulsaba chispas. Consideró esa opción, preguntándose si habría

alguna manera de derretir las cadenas. No sin quemar a la gente que

está pegada a ellas, reconoció.

Miró más allá y sus ojos cayeron sobre un altar. Sus ojos se ensancharon y

se giró hacia Gabrielle. La bardo siguió su mirada. —Lo sé—susurró

Gabrielle.

Como en Britannia. Xena caminó lentamente hacia la estructura de

piedra. Como en Ilusia. Sintió un escalofrío recorrer su columna. Como en

ese maldito sueño, o visión, o lo que sea. Llegó al altar y deslizó su mano

por la cálida y áspera superficie. Ya había argollas incrustadas en la

piedra, con cuerdas atadas, listas para lo que fuera a sacrificarse allí. No.

Estampó su mano sana contra la piedra, ignorando el dolor que le

recorrió el brazo.

—Xena—Gabrielle atrajo su atención—No va a pasar—.

—No—la guerrera caminó con decisión hacia ella—No va a pasar—.

—¿Alguna idea?—Kallerine la miró ansiosa—Para salir de aquí, digo.

—Estoy pensando—Xena tiró de las cadenas de hierro. Estaban

incrustadas a la piedra. Tomó una que estaba sujetando la muñeca de

la bardo. No se movió. —No preví esto. Debí haberme traído la espada.

—¿Espada?—la voz de Alti sonó detrás de ella—Eso puedo arreglarlo.

Xena se giró de golpe, y sus ojos se ensancharon cuando la chamana se

le acercó con la espada de la guerrera en la mano. —¿Cómo Tártaro has

conseguido eso?—sus ojos se estrecharon, suspicaces—Suponiendo que

sea realmente mía.

—Siempre encuentro lo que quiero, Xena, y lo consigo—dio vueltas en la

mano al pomo cubierto de cuero. —¿No lo sabes ya?—Le tendió la

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espada, lo justo para que la guerrera apreciara los detalles pero no la

alcanzase. —Es tuya. Forjada por Hefestos, ¿verdad?

—Sí—la voz de la guerrera era grave e irregular. Desde tan cerca, podía

ver que Alti tenía su espada. Se lanzó a por el arma y la apartó de su

alcance. Sofocó un gemido de dolor, reticente a admitir sus heridas frente

a su némesis.

—Oh, no—Alti se echó hacia atrás—No tan fácilmente—. Se giró

ligeramente, y un destello de metal bajo el borde de su falda de cuero

llamó su atención.

No. La guerrera observó, incrédula, cómo se movía de nuevo y la luz

rebotaba sobre un arma de metal muy familiar.

—Sí—sonrió la chamana. —También tengo tu chakram—descubrió

brevemente el arma redonda, lo justo para que Xena la viese, y la metió

de nuevo bajo la falda.

Xena se irguió cautelosamente, cuadrando los hombros y las manos

cerradas en puños. Estudió a su oponente y atacó de nuevo, solo para

ser repelida por una fuerza invisible. Se estampó contra el pilar y se deslizó

hacia el suelo. —Aaaah—se dobló sobre sí al golpear el suelo,

envolviendo un brazo sobre su torso para proteger sus costillas dañadas.

—¡Xena!—gritó Gabrielle solidariamente. —¡Ven a por mí, zorra!—le gritó

a la chamana—Ella está herida. Quieres pegar a alguien, suéltame y te

daré la pelea que buscas.

—Gabrielle—Xena sonrió antes de hacer una mueca de dolor por su

pecho herido—No.

—Eres valiente, pequeña—Alti se deslizó como un gato por la cámara.

Usó la punta de la espada para alzar el mentón de Gabrielle, disfrutando

del desafío en los ojos de la bardo. —Desafortunadamente, os necesito a

las dos.

—Entonces déjalas ir—la bardo cabeceó hacia los lados, señalando a sus

compañeras.

—Quizás también las necesite a ellas—la voz grave era rasgada. —Quizás

las necesite para asegurarme de que os comportáis.

La guerrera se puso en pie en silencio, deslizándose tras ella. Se agachó,

avanzando en silencio. Con un grito, placó a la chamana y la tiró al suelo.

Rodaron varias veces, mientras el metal de la espada resonaba contra el

Page 279: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

suelo mientras luchaban por ella. Xena gritó cuando Alti agarró su

muñeca, estampándole el codo astillado contra el suelo.

—¡Zorra!—le dio un puñetazo con el brazo bueno, alcanzando a la

chamana en la mandíbula y viendo como se le disparaba la cabeza

hacia atrás. Aprovechó la ventaja cogiendo la espada y la mano que la

tenía agarrada. Cuando intentaba liberarla del agarre de Alti, sintió una

rodilla contra sus costillas y gritó de rabia y dolor.

—No puedes ganar, Xena—Alti continuó peleando con ella.

Ambas eran vagamente conscientes de las tres mujeres que tenían

detrás, animando a Xena mientras la voz repentinamente interesada de

Loki se unía a las suyas. Era el día más emocionante que tenía desde que

había sido encadenado a la roca. Al final, rodaron hasta detenerse al

chocar con el pilar, aterrizando a los pies de Loki.

Xena tenía la daga de Morrigan en la mano, preparada para apuñalar

a su víctima en la pierna. Alzó la vista y se detuvo horrorizada, con los ojos

clavados en la espada que Alti tenía apuntando a las cadenas de Loki.

—Suelta la daga, Xena.

El sonido del metal resonando contra el suelo era estridente, mientras la

daga se deslizaba fuera de su alcance.

Alti sonrió malvadamente, apartándose un poco y levantando más la

espada, sosteniéndola contra una de las junturas de las cadenas. —Un

movimiento, Xena—se aseguró de que la guerrera la observaba, usando

la punta de una bota para presionar sobre la garganta de Xena mientras

estaba tendida en el suelo. —Un movimiento, y lo haré—se puso de pie

cuidadosamente, sin apartar los ojos de la guerrera. —Una espada

forjada por Hefestos podría cortar estas cadenas, ¿verdad? ¿Igual que el

chakram?

—Alti—Xena apretó los dientes, permaneciendo inmóvil—No quieres

hacer esto.

—No, qué va—se burló—Siéntate y apártate.

La guerrera obedeció lentamente, observando su espada, haciendo un

gesto de dolor cuando la chamana deslizó el filo bien afilado contra la

cadena. —Hazlo, y será el fin de todos nosotros, tú incluída.

—Sí—Loki la respaldó—Todos.

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—Cállate—Alti usó su codo para golpear al dios encadenado en la sien.

—En cuanto a ti, Xena, solo veo dos opciones—se lamió los labios,

alegremente—O haces lo que quiero, o desato el Ragnarok. Tú decides.

—¿Y qué es lo que quieres?—siseó la guerrera, frotándose el codo herido

con cuidado.

—Vas a sacar a esa amiguita rubia tuya de ahí y la vas a atar al altar—

escuchó a la bardo contener bruscamente el aliento y sonrió con

maldad—Después te vas a poner la máscara. Está detrás del pilar. La

puse ahí cuando entré. Después vas a sacrificar a tu amante a tu amiga

druida de ahí.

—¿Por qué necesito la máscara?—Xena la miró fijamente con instintos

asesinos—¿No es la amenaza del Ragnarok motivación suficiente?

—Quizás sea suficiente para que te pongas la máscara, Xena—la

chamana se apartó lentamente de la roca, lejos de Loki, pero aún con la

espada apoyada en la cadena. —Pero no será suficiente para hacerte

matar a tu amante. Quiero que desees matarla. Que te regodees. Quiero

ese poder. Y entonces, cuando te quites la máscara y te des cuenta de

lo que has hecho, quiero sentir tu dolor.

—¿Y entonces qué?—la guerrera se irguió un poco más, con la espalda

apoyada contra la pared.

—Entonces usaré el poder de la máscara para apoderarme del mundo—

miró al montón de tela en el que estaba envuelta la máscara. —Con tu

lado oscuro plenamente restaurado, y contigo a mi lado. Es así como

tiene que ser, Xena.

—¿Para esto ha sido todo?—la voz de la guerrera era incrédula. —

¿Intentas hacerme de nuevo la destructora de naciones? Cuento viejo,

Alti. Me convertí en ello sin tu ayuda, muchas gracias.

—No me importa—parpadearon las pestañas oscuras—Te ofrecí un

regalo y tú me lo tiraste a la cara. Nadie me desafía y sale indemne.

—¿Y no desatarás el Ragnarok si hago lo que dices?—Xena bajó la vista

a sus manos, que tenía en su regazo.

—No—Alti observó a la guerrera cuidadosamente, preparada para el

mínimo movimiento. —Si haces lo que digo, no tendré razón para hacerlo.

Page 281: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

El silencio era atronador, salvo por el siseo de la hoguera. La guerrera

jugueteó con un saliente de su chaleco. Finalmente, alzó la vista—Está

bien.

—¿En serio?—había sido demasiado fácil—¿Sin luchar?

—¿Luchar?—unos tristes ojos azules se encontraron con otros avellana. —

Si lucho, romperás esas cadenas. El Ragnarok arrasará todo, incluyendo

el alma de Gabrielle. La quiero demasiado como para dejar que le pase

eso. Al menos, si la mato yo, pasará a su siguiente vida. Es la única opción

que tengo.

—Bien—. Alti gritó sobre su hombro—¿Has oído eso, pequeña? La más

mínima resistencia, y usaré este chakram para arrancarle la cabeza a tus

amigas. ¿Me entiendes?

—Sí—la voz de Gabrielle era muy suave.

—Ve a por ella, Xena. Se soltarán sus cadenas cuando llegues a ella—Alti

señaló a la bardo con la cabeza—Ha sido elección tuya, no lo olvides.

—Así sea—. La guerrera se levantó, deslizándose lentamente lejos de la

pared y después dando el primer paso del camino más largo de su vida.

Todo a su alrededor estaba magnificado, el suave chispear de las

antorchas se habían convertido en siseos de serpientes, el crujido del

fuego era un rugido para sus oídos. Sintió el calor de la cámara

aprisionándola, el sudor correr por su frente. Podía escuchar el latido de

su corazón, seguro y regular, a pesar de su miedo. Y en su cabeza,

escuchaba la risa de Alti, burlándose de ella, segura de que todo este

tiempo, la chamana ganaría, de una vez por todas.

Tuvo un montón de tiempo para pensar, o eso le pareció, trazando un

camino que se alargaba eternamente. Unos pasos lentos y medidos

acentuados por recuerdos…

El rostro de Gabrielle, y el dolor en sus ojos, cuando Xena la golpeó,

horrorizada ante lo que había hecho en un ataque de ira ciega en una

mazmorra, en un lugar donde Ares…papá…intentó tentarla para volver

a una vida a la que había renunciado recientemente.

La confusión en los ojos de la bardo cuando Xena le devolvió la mirada,

sintiéndola, pero atrapada en el cuerpo del peor enemigo de Gabrielle.

La herida que volvía a resurgir cuando la guerrera tomó la decisión de

usar al mismo enemigo en una batalla contra una nueva diosa amazona

Page 282: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

malvada, obligando a la bardo a trabajar con alguien que le había

hecho tanto daño.

Decepción y desesperación mientras estaban encerradas en un fuerte,

luchando contra un enemigo llamado la Horda. Obligando a su inocente

y cariñosa compañera a decidir quién moría y quién vivía. Y

casi…casi…abandonando un camino de redención para liderar un

ejército otra vez, el sabor era casi embriagador. Observar a Gabrielle dar

un paso al frente y forjar el primer vínculo del camino de la comprensión

que la guerrera había pensado imposible.

Los hombros caídos por la derrota de Gabrielle cuando Xena la dejó en

un templo con Krafstar, y las cosas inenarrables que le ocurrieron allí. Y yo

no estaba allí para detenerlo, ¿verdad, Gabrielle? Sé que me has

perdonado, pero no creo que yo llegue a perdonarme nunca.

Un oscuro calvero a las afueras de la nación amazona, y una mirada que

duró una vida, con Gabrielle arrodillada junto al cuerpo de Esperanza, y

un frasco de veneno colgando de sus dedos. No te habría dejado

hacerlo, bardo mía, ni siquiera entonces. Su chakram estaba listo para

arrancar el frasco de los dedos de Gabrielle. Pero siento muchísimo

haberte dejado matar a tu hija. Siento no haberte seguido

inmediatamente. Y siento no haber intentado buscar otro camino para

nosotras. Para todas nosotras.

Observando la luz del sol rebotar sobre un anillo metálico y escuchar el

hacha caer cuando el tercero del triunvirato perdía la cabeza, otra

decisión que había obligado a la bardo a tomar, si no lo había ordenado

directamente, dadas las circunstancias. Un lugar a donde tú no

perteneces, mi amor, y un peso sobre tus hombros que nunca quise poner

ahí.

Gabrielle guiando dos veces un ejército en batalla, una con la vara en la

mano y otra con el nombre de Ephiny en los labios, todo porque Xena la

necesitaba, apartándola de su naturaleza amable por una dedicación

que la guerrera sabía, en su corazón, que no merecía.

Ver a la bardo levantar una espada, haciendo frente a un batallón de

romanos soldados, más sangre sobre las manos de Gabrielle por su culpa.

Sigues sacrificándote por mí, una y otra vez. ¿Cuántos trozos de tu alma

vas a perder por mi culpa, eh? ¿Cuántas veces voy a ver el dolor en tus

ojos, bardo mía, sabiendo que yo soy la razón?

Page 283: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

Se fue acercando a la mirada inquebrantable de Gabrielle, una fe ciega

brillaba en las profundidades de los ojos verdes de la bardo. Incluso

ahora, la bardo creía en ella. Creía en que, de alguna manera, Xena iba

a encontrar la forma de salir de lo que parecía, tenía que admitirlo, una

situación imposible.

¿Puedo? Dejó que los recuerdos pasaron a un segundo plano,

concentrándose en el presente.

Permitió que el resto de la cámara se desvaneciera, su atención

solamente centrada en la única en toda la creación que importaba. No

tenía palabras, al menos ninguna adecuada para hablar a su

compañera, quién, después de todo, era la elocuente de las dos. En su

lugar escogió, durante un momento de frivolidad, detenerse cerca y

estirar un brazo, tocando el brazo de la bardo. Ambas sabían que la

petición de Alti, si se llevaba a cabo, separaría sus almas para siempre. —

Supongo que voy a ir al Tártaro después de todo—la mano se movió más

arriba, ahuecándose sobre el rostro de Gabrielle—Hay un montón de

colegas allí que se alegrarán de verme recibir lo que me merezco, eso

seguro.

—Xena, para—los ojos de la bardo estaban llenos de lágrimas. —No

tienes elección, lo entiendo—Gabrielle, más que nadie, sabía lo que las

demandas de Alti, si se cumplían, le harían a su compañera. Quizás

ambas vayamos a morir.

Justo como dijo Alti, las bandas de hierro alrededor de sus brazos, piernas

y torso cayeron al suelo. Dio un paso adelante, dejando las manos sobre

los hombros de Xena, con sus ojos encontrándose con entendimiento

mutuo.

—Te quiero—susurró Xena—Tienes que saberlo.

—Mi reina…—Kallerine reprimió un sollozo.

—No pasa nada—la bardo se giró hacia la cazadora. —Vais a volver a

casa. Las amazonas os necesitan. Chilapa es un buen líder, pero necesita

la fuerza de una guerrera. Te necesita, Kallerine. Sé valiente.

—¡No!—gimió la cazadora, con la cabeza caída por la desesperanza. —

No—alzó la vista, clavándose en Xena—Tiene que haber otra manera—.

La guerrera la miró, durante un largo y duro momento. Algo pasó entre

ellas, aunque Kallerine no acabó de captarlo. Una mezcla rara entre

resignación y decisión ensombreció el rostro de Xena, y se fue tan rápido

Page 284: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

como vino. Kallerine le había hecho una promesa a Xena, y ahora

parecía buen momento para hacer uso de ella. —No—susurró esta vez.

—Xena—Morrigan frunció el ceño—Yo…—. Se detuvo, confundida por la

fácil rendición de la guerrera. Algo hay detrás de ese exterior frío. —

Gracias, Xena. Sé que lo has intentado.

La guerrera se limitó a asentir ligeramente, y devolvió su atención a su

compañera. Se inclinó, besando a la bardo en la mejilla, con los labios

acariciando su oído y quedándose allí durante un largo momento. Agarró

la mano de Gabrielle y la apretó, y la bardo frunció el ceño, sintiendo

cálido metal contra la palma de su mano. Bajó la vista rápidamente,

viendo lo que ya había reconocido, la daga de pecho. Alzo la vista de

nuevo, escondiendo el arma bajo un brazal con un movimiento

indetectable.

Xena pasó a la otra mejilla, dejando otro beso en ella, mordisqueando el

camino por su cuello hasta su oído y deteniéndose durante otro largo

momento.

—¡Suficiente!—gritó Alti—¡Hazlo!

La guerrera le dedicó una última sonrisa torcida y después la cogió de la

mano, guiándola hasta el pilar donde reposaba la máscara. Se dejó caer

sobre una rodilla, alzando la bolsa con manos temblorosas y sacando de

ella la máscara brillante, mientras dos brillantes esmeraldas le devolvían

la mirada desde sus cuencas. La sacudió como a una hoja, estudiándola.

Era una pieza preciosa, con pequeños e intrincados adornos célticos

alrededor de los bordes. Había un gran agujero para permitir respirar, y el

extremo inferior se curvaba en un arco, así que cualquiera que la llevase

puesta podía hablar. El borde superior se curvaba hacia atrás, igual que

los lados, suficiente como para que la máscara permaneciese puesta,

pero dejando el dorso abierto. No me voy a despeinar, fue la idea

absurda que le pasó por la cabeza. Qué profundo.

Solo al sostenerla sintió algo, una vaga sensación de poder, pero nada

específico.

—¡Deja de perder el tiempo!—Alti rascó con la espada las cadenas,

recordándole su amenaza. —¡Póntela, o Loki es libre!

Lentamente alzó la máscara, girándola lentamente y poniéndosela.

Hhmmm. Las gemas eran planas y estaban talladas sencillamente, y se

dio cuenta de que aunque daban a todo un tinte verde, podía ver con

Page 285: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

claridad. La sensación de poder emergió y permaneció. Junto con el

poder nació un ansia, oscura y persistente, casi como si una vocecilla se

le metiera en el cerebro, susurrando lo impensable. Quería sacrificar a su

compañera. Sería tan fácil. Gabrielle confiaba en ella para que las

sacara de esto, y podría hacerlo rápido. Su amante ni lo sentiría. Sí. Sus

ojos brillaron tras las gemas verdes. Podía saborear su fuerza, la gloria que

depararía.

—Ven aquí—atrajo a Gabrielle hacia ella, levantándola en brazos y

llevándola al altar. —¡Ah, sí!—su voz era extraña, más aguda de lo normal

y salvaje—¡Esto es por ti, Morrigan! Por todos los druidas caídos.

Alti rio, y el sonido llenó la cámara y resonó sobre el alto techo. —¿No está

bien, Xena? El lado oscuro. Es lo que eres. Es lo que tienes que ser.

La áspera voz atravesó pensamientos extraños y la sensación de poder

se alzó sobre el resto de la confusión de su cabeza. —Lo que tengo que

ser—una voz vacía copió a la chamana. Llegó a su meta,

permaneciendo de pie frente a la piedra plana, sosteniendo a la bardo

justo encima de ella. Se detuvo y alzó la vista. —¿Con qué se supone que

la voy a matar? No tengo armas.

—Toma—Alti sacó el chakram. Lo sostuvo y le lanzó la espada a Xena por

el suelo, viéndola deslizarse entre ellas. —Sin trucos, Xena, o usaré el

chakram para cortar las cadenas.

La guerrera inclinó la cabeza a un lado—¿Sin trucos?—. Lentamente, bajó

a Gabrielle a la piedra, haciendo como que ataba las muñecas y los

tobillos de la bardo—Listo, esto servirá—. Se deslizó hasta la espada y la

tomó, sosteniéndola al nivel de sus ojos y examinándola como si la viera

por primera vez. —Esto lo hará bien—Una risa malvada escapó de sus

labios. Se giró, encarando a la chamana—¿No quieres acercarte para

mirar? Estoy en mi mejor momento. Los dioses me honrarán por esto. Es mi

mayor sacrificio. La sangre…será glorioso…poderoso—. Enunció la última

palabra cuidadosamente, observando a la chamana luchar consigo

misma—Ya puedes sentirlo, ¿verdad?

Lentamente, Alti se apartó de la roca, atraída por la energía de la

guerrera, sosteniendo el chakram en la mano y apuntando a las

cadenas.

—Sígueme—. Xena giró sobre sus talones, dirigiéndose con decisión hacia

el altar. —Vamos, no tengo todo el día—la llamó con un seductor

Page 286: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

movimiento de su dedo, mientras sus dientes refulgían bajo la máscara

de oro.

La chamana obedeció, caminando de lado mientras mantenía un ojo

constantemente sobre la roca y Loki. El dios encadenado observaba con

la boca abierta y mudo de asombro. Alti llegó a ellas, permaneciendo al

otro lado del altar. Continuó sosteniendo el chakram, con el brazo

ligeramente caído deds su actual posición, al nivel de la cintura. Sonrió

ampliamente cuando Xena deslizó un dedo por el filo de la espada.

—Bien—. La guerrera sostuvo la espada en la mano izquierda, alzando el

codo en un ángulo amenazador, aparentemente inconsciente de su

herida. —¿Debería decapitarla, o apuñalarla en el corazón?—. Se lamió

los labios, pensando—¿Qué complacería más a los druidas?

—¿A ti qué te parece?—Alti se inclinó más cerca—Dime, Xena. Quiero

sentir el poder que estás sintiendo.

La guerrera se lamió un dedo y lo deslizó por la hoja afilada, y después

bajó la vista, estudiando los ojos tranquilos de su compañera, detectando

el más leve movimiento de la mano derecha de la bardo. —Tengo una

idea mejor—la guerrera sonrió con malicia—¿Por qué no lo descubres tú

misma?

De una sola vez, las cuerdas cayeron al suelo y Gabrielle rodó a un lado

y se levantó, agarrando la mano que sostenía el chakram,

manteniéndola firmemente sujeta y apretándola con toda su fuerza,

observando cómo la sangre empezaba a correr por su mano, al

clavársele el chakram

La chamana gritó, luchando contra su inesperada captora, demasiado

distraída por su herida y el largo cuerpo que la sujetaba contra el altar.

Olvidando su poder, continuó luchando contra el agarre de la bardo,

soltando el chakram. Al mismo tiempo, Xena saltó sobre el altar y giró en

medio del aire, aterrizando tras la chamana. Rápida como el rayo, se

quitó la máscara y la colocó sobre la cabeza de Alti.

Se agachó a recuperar el chakram y rodó sobre el altar, llevándose a

Gabrielle con ella envolviendo un brazo firmemente sobre la cintura de

la bardo, tras lo que ambas mujeres aterrizaron firmemente en el suelo,

con el altar entre Alti y ellas.

—¿Y ahora qué?—susurró Gabrielle insegura.

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—Mira—. Xena acarició con los labios el cabello rubio, y con una patada

lanzó la espada hacia Alti.

Una extrañamente silenciosa chamana agarró la espada y se giró,

tambaleándose hacia Morrigan. Cayó sobre una rodilla y alzó la vista, a

través de las esmeraldas. Dudó, volviendo a mirar a la guerrera.

—Sigue, Alti—. La voz de Xena era grave y suave—Es tu mejor momento.

Siente tu poder. Es tu destino. Hazlo.

—Por los druidas—dijo la grave y rasgada voz. Agarrando firmemente la

espada y haciendo un giro de muñeca, se empaló a sí misma en la

espada, deslizando la hoja de metal a través de su pecho y sacándola

por la espalda.

—Bendita madre—. El rostro de Morrigan estaba blanco como el de una

banshee. Observó a la chamana derrumbarse lentamente, con el cuerpo

desparramado en un ángulo extraño mientras que la máscara se le caía

y se alejaba rodando. Los ojos marrones, vacuos y sin vida, se le quedaron

mirando, mientras un reguero de sangre escapaba de los labios abiertos

de Alti.

—Buen espectáculo—gritó Loki—Aplaudiría, si pudiera.

—Lo tenías planeado—declaró Kallerine firmemente, mirando a la

guerrera de forma diferente.

—Sí—Xena hizo un gesto de dolor, cuando las heridas que tenía hicieron

acto de presencia de nuevo.

—¿Y tú lo sabías?—le preguntó la cazadora a su reina, mientras la

guerrera la guiaba hacia sus aún atadas compañeras.

—Más o menos, o lo que Xena me pudo susurrar sin que Alti lo descubriera.

Parte de ello ha sido improvisado, pero nuestro objetivo era ponerle la

máscara. Sentimos haberos asustado. Teníamos que dar impresión de

realismo para no resultar sospechosas—. Gabrielle miró a su compañera,

mientras la adoración corría a raudales del rostro de una embobada

Kallerine—Tenías razón. Alti no te quería a ti.

—No lo entiendo—la voz de Morrigan seguía siendo estupefacta.

—Era nuestro único punto de contención—la bardo se apartó mientras

Xena usaba el chakram para romper las cadenas de hierro de la

cazadora. —Discutimos las posibilidades en la última cueva. Estaba

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convencida de que si Alti era mortal y se ponía la máscara, querría

sacrificar a Xena a los druidas. Ha quedado demostrado que no.

—Sí—. Xena se puso de pie, acercándose a la druida y liberándola

rápidamente. Se giró y metió un pie bajo el cadáver de la chamana,

recuperando su espada. Después se agachó, comprobando su pulso, por

si acaso. No había. Cerró los malvados ojos. —No quería arriesgarme a

intentar usar la espada contra ella. Se había vuelto demasiado poderosa.

Tenía miedo de que si Gabrielle no podía distraerla el tiempo suficiente,

podría volver a centrarse en mí y hacerme usar la espada, contra mí o

contra Gabrielle—. Se levantó, sacudiendo la cabeza mientras estudiaba

a su némesis—Sabía que la máscara la apaciguaría.

—Pero…—Morrigan se frotó las muñecas, que tenía rojas y en carne viva

por las cadenas. —Sigo sin entenderlo.

La guerrera se puso el chakram en la cadera. —Es bastante simple, en

realidad. La única persona a la que Alti quería lo suficiente como para

sacrificarla a los druidas era ella misma.

—Muy astuto—Morrigan rodeo cuidadosamente a la chamana muerta.

—¿Qué hacemos con ella ahora?

Como respuesta, Xena se arrodilló, ignorando los gritos de sus costillas y la

palpitación de su codo, levantando a peso el cuerpo de Alti y

acercándose a la hoguera, mirando a las llamas. —Esto servirá—otra

sonrisa malvada apareció, y arrojó el cadáver de la chamana a las

llamas, viéndola caer en una masa de fuego hasta que desapareció de

su vista.

Gabrielle apareció a su lado, mirando al fuego en silencio. Le trajo un

breve recuerdo del pozo de lava, y cerró los ojos, apartando el final de

una pesadilla y el principio de otra.

Xena leyó su mente y la abrazó. Se giró y miró la puerta. —Vámonos de

aquí, ¿eh?

—Espera solo un momento, ¿por favor?—Morrigan se alejó de la pared

rocosa y se agachó, recogiendo cuidadosamente la máscara del lugar

en el que había acabado. La sostuvo frente a su cuerpo, estudiando el

brillante y pulido oro, los antiguos dibujos, y las esmeraldas brillantes. El

metal estaba caliente al tacto e, inconscientemente, lo acarició con los

pulgares. —Que una belleza así sea tan peligrosa…¿no os parece?

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—Sí—. La guerrera pateó el suelo rocoso. No tenía ganas de pensar

mucho en la máscara. Llevarla había sido…estimulante. El efecto en ella

había sido más o menos el mismo que el deseo de conquistar de sus días

de señora de la guerra. La había hecho sentir poderosa, y viva. E

invencible, como si pudiera hacer cualquier cosa sin consecuencias.

Peligroso, pensó. Cualquier poder que la máscara contuviese había

calado en ella, hundiéndose profundamente en su alma y tocando los

puntos débiles que normalmente tenía férreamente controlados. Si

tuviera alguna duda de que la sangre de Ares corre por mis venas, esto

habría dejado definitivamente la respuesta sentada.

También había llamado otra parte de sí misma, la parte que era muy

humana, y que estaba muy enamorada de Gabrielle. Se estremeció

ligeramente, recordando el puño frío que se había cerrado sobre su

corazón, intentando con todas sus fuerzas hacerla sacrificar a su amante

a los druidas muertos. O quizás a Morrigan. Solo había durado unos

segundos. Lo que tenemos es demasiado fuerte, mi amor. Sus ojos se

posaron en Gabrielle, quien se había apartado y estaba en silencio al

lado de Kallerine, mirando con curiosidad la máscara. Cuando Kernunnos

maldijo la máscara, no contó con nosotras. Ningún dios, ni sus trucos de

magia negra podrían separarnos. Sonrió, sus labios temblando, y se

acercó a su alma gemela, echando un brazo sobre sus hombros y

apretando un hombro desnudo.

—Hola—el brazo de la bardo se envolvió alrededor de la cintura de Xena,

abrazándola con soltura, consciente de las heridas de las que todavía no

habían hablado detalladamente. —Esta vez está muerta de verdad,

¿eh?

—Esperemos que sí—. Un extraño susurro se arremolinó a su alrededor y lo

que parecía ser un rostro rechoncho, de un muchacho pelirrojo, se

materializó frente a ellas, delante de la hoguera. —¿Qué Hades…?

—Maven—sonrió Morrigan ampliamente—Te he echado mucho de

menos.

—Gracias, Morrigan…Xena—asintió primero hacia la druida, y después a

la guerrera. —Gracias a tu valor y al de tus amigas…—sonrió a la

cazadora y a Gabrielle—Las almas de los druidas han sido liberadas. Alti

nos había hechizado, manteniéndonos encerrados en la otra vida.

Estábamos envueltos en una cortina de niebla, donde no sabíamos si era

de día o de noche, ni si pasaba el tiempo. Usé el último retazo de poder

que tenía para avisarte de la desaparición de la máscara.

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—Me alegro de que ya estéis bien—Morrigan sonrió, mientras Maven, el

antiguo druida guardián del conocimiento, se acercaba, con su túnica

blanca flotando tras él.

—Estamos bien, Morrigan. Pero esa máscara sigue siendo un peligro para

toda la humanidad y cada criatura creada—. Alzó un brazo, tocando el

metal—El tiempo de los druidas ha pasado. Nuestros dones ya no se

sostienen en una pieza de mineral tallado. Los dones de los

druidas…conocimiento…justicia…fe…misericordia…tolerancia…inocenc

ia…todos nuestros regalos…quedan en los corazones de la buena gente,

allá donde estén. Esta máscara no es más que una tentación para dioses

y hombres. Debe ser destruida.

—¿Pero y nuestros poderes?—Morrigan frunció el ceño, preocupada—

Mis poderes.

—La máscara no es la fuente de tu poder, Morrigan, no más que la sangre

que Kernunnos usó para dártelos—. Su expresión se suavizó, y le tocó la

cara—Tu poder viene del interior. De tu alma. De las cosas que Hércules

de enseñó…cosas que siguen dentro de ti. Eres fuerte, y serás druida

hasta el día que mueras. Hasta el último. Pero todo lo que necesitas para

ayudar a la gente de Eire ya lo tienes en tu interior.

—Creo que ya lo sabía—musitó la druida, pensando—Pero, ¿y esto?—

Sostuvo la máscara—¿Qué hago con esto?

—Lánzalo a las llamas—Maven se alejó flotando, dejando espacio entre

Morrigan y el fuego. —Se consumirá completamente, como el cuerpo de

Alti.

—¿Solo su cuerpo?—interrumpió la voz preocupada de Gabrielle.

—Sí—. Maven la miró directamente a los ojos verdes, calmando el miedo

de la bardo. —El alma de Alti espera la siguiente reencarnación, como

dijo Nayima. La encontraréis de nuevo, en otro momento y otra vida.

Gabrielle sintió relajarse el cuerpo de su compañera, solo un leve soplo

de aire y la ausencia de tensión sobre su musculosa figura. Frunció el

ceño, sintiendo también lo que estaba segura era el comienzo de una

fiebre, junto con casi indetectables escalofríos. —Hace mucho calor aquí

dentro para que tengas frío—murmuró en voz baja.

—Sí—. Xena suspiró, sintiendo su cuerpo rendirse a la extenuación y a sus

heridas. —Lo sé. No puedo hacer nada hasta que salgamos de aquí.

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Kallerine se acercó al lado de Morrigan, queriendo echar un vistazo a la

máscara que tanto habían buscado. —No parece que tenga ningún

poder, ¿verdad?

—Pero lo tiene—intercedió Morrigan suavemente—Todo lo que queda es

la maldición de Kernunnos. Ya no es un símbolo de la maldad de los

hombros—. Echó a andar, acercándose a la hoguera. Llegó al borde,

mirando fijamente las llamas rojizas. Sin pensarlo más, giró la muñeca y

arrojó la máscara al centro. El fuego siseó y crujió, consumiendo

alegremente el suave metal y las gemas brillantes. En instantes había

desaparecido. La druida parpadeó, retrocediendo.

—Eire está en tus manos, Morrigan—la figura de Maven se desvanecía—

Pero has de saber…nunca estás sola. Los druidas que han muerto antes

siempre están cerca, guiándote cuando lo necesitas. Y hay otro que

siempre estará ahí para ti, si se lo permites.

Hércules. —Adiós, Maven—Morrigan observó desaparecer a su amigo,

vapor en el aire caliente. —Ahora estoy lista para irnos—Cuadró los

hombros, dándole la espalda a la hoguera.

—¿Y yo?—interrumpió Loki cuando las mujeres se acercaban a la puerta.

—¿Tú qué?—. Xena le miró, sonriendo burlona. —Puedes pudrirte aquí

durante toda la eternidad, por lo que a mí respecta. Habrías dejado que

todo…y todos…fueran destruidos. Por otra parte…—tocó con un dedo

una de las cadenas—Casi eres tan peligroso como la máscara. Habrá

más hombres locos…o dioses…que intenten liberarte y usar ese poder.

Tengo que hablar con Odín de todas formas. Quizás podamos cambiar

tu destino todavía.

—Gr…gracias, Xena—Loki parecía genuinamente sorprendido, toda

arrogancia había desaparecido.

—¿Por qué?—. La guerrera inclinó la cabeza a un lado, sus ojos azules le

miraban impasibles, estudiando su frente alta, su cabello rubio casi

blanco y los ojos azules oscuros. Sus rasgos pálidos tenían una apariencia

sedosa, como si no hubiese visto el sol en muchas lunas.

—Por darme una oportunidad—sonrió, alentador.

—He dicho que hablaría con Odin—sonrió con malicia—No he dicho que

vaya a ser para bien—. Giró sobre sus talones, escuchando el jadeo de

decepción. —Ahora—se acercó decidida a la puerta—Vamos a salir de

aquí. Nuestro trabajo ha terminado.

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Capítulo 9

a habitación principal de la posada estaba casi vacía, salvo por

varios viajeros agotados por el camino. Era un establecimiento

pequeño, alejado del camino, localizado sobre las colinas cercanas

a la entrada del inframundo. Por supuesto, la mayoría de la gente no

sabía eso, pensó Gabrielle. Miró a su alrededor, apreciando el acogedor

hogar, las pocas mesas y el techo de vigas sobre ellas. La suave lluvia

golpeteaba contra la paja, mientras el invierno se rendía de mala gana

a la primavera. Ollas de cobre bruñido y jarras de loza estaban colgadas

a lo largo de aleros en la pared, dándole un aire hogareño al comedor.

Paisajes tallados adoraban las paredes, y cortinas rojas y azules colgaban

de las ventanas.

Solo había media docena de habitaciones a lo largo del pasillo, en la

parte trasera de la habitación principal, y habían tenido suerte de ocupar

las dos últimas. Las otras cuatro estaban ocupadas por un grupo de

mercaderes, quienes estaban cruzando Eire con sus vagones llenos de

bienes primaverales: semillas, aperos de labranza, rollos de telas, artículos

de esquile, y otras baratijas. La bardo había echado un vistazo rápido a

sus vagones, que estaban cobijados en un gran granero en la parte de

atrás de la posada. Los vagones eran nuevos, y los mercaderes explicaron

que habían intercambiado los trineos por vagones en la anterior aldea

del norte, cuando la nieve empezó a derretirse.

Habían perdido tres días en el inframundo. Una vez que dejaron la guaria

de Loki, descubrieron rápidamente un serpenteante pasadizo que

llevaba directamente a la superficie. Era empinado y difícil para sus ya

exhaustos músculos de sus piernas, pero la alternativa era trepar de

nuevo por donde habían venido. No era una opción de todas formas, ya

que el pasillo derrumbado habría sido un obstáculo a vadear durante

días. Otro medio día de viaje sobre un terreno cubierto de barro bajo una

lluvia constante las había llevado a la posada.

El aroma del estofado de cordero permeaba el aire, junto con un barril

de cerveza recién abierto. Kallerine y Morrigan estaban sentadas a una

mesa cerca del hogar, devorando con hambre su cena y bebiendo una

gran jarra de cerveza. Se estaban riendo e intercambiando algunas

historias con los comerciantes, que estaban más que prendados de las

dos encantadoras mujeres. Xena, por su parte, estaba arriba en su

L

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habitación, pensando, mientras esperaba a que Gabrielle llevase un par

de cuencos de estofado.

Esperemos que se bañe mientras el agua sigue caliente. La bardo suspiró.

Xena había permanecido en silencio la mayor parte del viaje a la

posada. Sabía que parte de ello era dolor por las heridas, que la guerrera

era reticente a admitir frente a las demás. Gabrielle la conocía mejor.

Estaba presente en su andar una ligera rigidez, un favoritismo a su brazo

derecho y una línea firme en su mandíbula que hablaba a gritos. Incluso

tropezó una vez con una rama escondida en el barro. Solo Gabrielle

había visto que se agarraba rápidamente las costillas, y tan rápido como

pudo se enderezó, decidida a no mostrar ninguna debilidad. Aún tenían

que ocuparse debidamente de los cortes, roturas y cardenales que

cubrían su cuerpo.

Eso sería lo siguiente, después de la cena. La guerrera había insistido en

que si no comía y se bañaba, se iba a volver completamente loca. Tssssh.

¿No podemos permitirnos eso, verdad, amor? Gabrielle rio para sí. Xena

a veces podía ser como un bebé. Pero hay algo más ahí, reflexionó la

bardo. Cierto, Xena tenía dolor, pero habían lidiado con varios tipos de

dolor, muchas veces, de muchos sitios. Además del dolor, la guerrera

parecía estar sumergida en un humor triste. Gabrielle había intentado

ahondar en eso, sin éxito. Lo que estaba molestando a su compañera iba

a necesitar de esfuerzos extra para salir a la luz. Eso estaba bien. Se había

especializado en el arte de hacer hablar a las altas y morenas. Todo lo

que necesitaba era tiempo a solas con su alma gemela, y la oportunidad

de prestarle su total atención. ¿Es eso lo que necesitas, Xena?¿Unos

mimos? Sabes que lo tienes. Ni siquiera tienes que pedirlo. Sonrió.

—Aquí tienes, muchacha—. Una camarera de cara redonda interrumpió

sus pensamientos, dejando una bandeja frente a su clienta. —Dos

cuencos de estofado, y dos rodajas de pan fresco—la mujer se limpió las

manos en un delantal, apartándose mechones de cabello gris y

poniéndoselo detrás de las orejas.

—¿Y una jarra de cerveza?—la bardo localizó un barril al otro lado de la

barra.

—Claro—la mujer sonrió alegremente, ondeando la falda marrón

mientras se giraba. —Mi jarra más grande, y dos de mis mejores vasos—

palmeó el barril, observando el líquido claro brotar del grifo,

escanciándolo expertamente hasta llenar la jarra hasta el borde. La dejó

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sobre la bandeja y colocó los vasos al lado. —Con cuidado. Sería una

pena derramar esa cerveza.

—Lo tendré. Gracias—. Gabrielle levantó la bandeja, sosteniéndola con

brazos fuertes, ignorando el dolor punzante de su hombro. Había

conseguido escondérselo a Xena, manteniéndose al otro lado de la

guerrera durante la travesía a la posada. Estaba decidida a esperar hasta

curar a su compañera, ya que las heridas de Xena parecían mucho más

serias que su pequeño moratón. Se va a enfadar cuando lo vea. Era, se

dio cuenta, otro ejemplo de cómo habían llegado a un punto medio.

Hubo un tiempo en que la bardo habría gimoteado ante una uña

encarnada, mientras que Xena sería la que esperaría hasta ser la última

en ser tratada. Ahora, a veces, los papeles se invertían.

—Os veré por la mañana—. Pasó junto a Kallerine y Morrigan, mirando a

los hombres con los que hablaban. Parecían inofensivos. —Dormid algo,

¿de acuerdo? A menos que caiga un chaparrón, Xena querrá salir

después de desayunar mañana.

—¿Y ella qué?—la cazadora alzó la vista con un bigote de espuma de

cerveza que casi hizo reír a Gabrielle. —Ha estado muy callada.

—Creo que solo está cansada—Gabrielle empezó a moverse hacia la

puerta.

—Está herida—declaró Morrigan. —Pero tú la cuidarás, ¿no, Gabrielle?

—Sabes que sí—sonrió.

—Dile a la alta y mortífera que duerma algo, ¿quieres?—la druida le

devolvió la sonrisa—Un día de descanso no nos hará daño a ninguna.

Podríamos necesitarlo, creo.

—Se lo diré—la bardo retrocedió hasta la puerta, abriéndola con la

cadera, con cuidado de no tirar la bandeja—Buenas noches.

—Buenas noches, Gabrielle—dijeron druida y cazadora al unísono.

Sí. Eso es. La bardo alzó un puño triunfante mentalmente. Nunca, en un

millón de veranos, admitiría que tiene que descansar por un día, pero si

le digo que las otras lo necesitan, se “rendirá” y ladrará sobre perder el

tiempo. En secreto, darás las gracias por ello, ¿verdad, Xena? Un

vergonzoso día de descanso para la princesa guerrera, marchando.

Sus pisadas resonaron en las tablas del pasillo y sonrió, sospechando que

su compañera ya la oía llegar. Las antorchas de los soportes de las

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paredes iluminaban las paredes, emitiendo sombras interesantes donde

la luz se filtraba por el encaje de latón. Gabrielle se dio cuenta de que la

posada le gustaba mucho, y se alegraba de estar en un lugar bonito, en

lugar de alguna taberna sórdida donde solían parar.

Llegó a la puerta e hizo una pausa, casi esperando que Xena abriera la

puerta sin que tuviera que llamar o manejar la bandeja para llamar ella

misma. No quedó decepcionada cuando una alta y húmeda guerrera

llenó el marco de la puerta y tomó la bandeja de sus manos, moviéndose

rápidamente por la habitación y dándole la espalda en el proceso.

—Pe…—perdió la concentración momentáneamente. Apaleada y llena

de cortes o no, daba igual. Ver a Xena desnuda tenía en ella el mismo

efecto que siempre, y sus rodillas se volvieron de gelatina. Recuperó el

control rápidamente, leyendo el lenguaje corporal de su compañera

mientras dejaba la bandeja sobre una mesa baja.

—¡Xena!—entró dentro, cerrando la puerta y echando el cerrojo. —

Podría haberla llevado yo.

—Lo sé—la guerrera hizo una mueca mientras se erguía—Es una reacción,

supongo. Te oí, y supuse que tenías las manos ocupadas.

—Vuelve a la bañera—Gabrielle señaló el barreño de madera que había

en una esquina, cerca de la ventana. —Vas a volver a coger la gripe,

Xena, y no voy a tenerte enferma cuando aún nos quedan dos o tres días

de viaje. Tenerte herida ya es bastante malo.

—He acabado con el baño—cogió un trozo de lino y empezó a secarse,

suspirando con exasperación cuando Gabrielle se la quitó de las manos—

Y estoy bien.

—¿Oh, sí?—la bardo deslizó un dedo sobre sus costillas, casi sin tocar la

superficie enrojecida, viendo como la guerrera se apartaba del primer

contacto de la tela contra la piel—¿Entonces por qué te encojes antes

de que te toque siquiera?

—Yo…—los ojos azules cayeron. ¿Y por qué estás siendo tan terca,

guerrera? No tienes que demostrarle nada a Gabrielle. Necesitas

cuidados importantes, y ella es tan buena como tú. —Es solo que no estoy

deseando recibir algunas de las cosas de las que necesito que te ocupes

por mí.

—¿Cómo qué?—la voz de la bardo era suave y se arrodilló, secando unas

piernas imposiblemente largas.

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—Como una astilla de hueso en mi codo—. Cerró los ojos, reconociendo

lo mucho que anhelaba el tacto de su compañera. No se lo merecía. Lo

deseaba más que nada que hubiera querido nunca. Representaba el

amor, y el amor era una cosa que había evitado toda su vida. Hasta

Gabrielle. Unas manos fuertes pero suaves rodearon sus pantorrillas,

apretándolas cuando Gabrielle terminó y se levantó, acercándose a la

cama. Un momento y estaba de vuelta, envolviendo una manta

alrededor de los hombros de Xena.

—Mejor no te vistas aún—la bardo metió los bordes de la suave lana por

dentro. —Vamos a cenar y después me ocuparé de ti. No puede ser tan

malo, ¿verdad?

—Em…—Xena se sentó a la pequeña mesa, estirando las piernas frente a

ella—Sí, puede ser un poco desastre. Necesito que hagas un poco de

cirugía menor.

—¿Cir…cirugía menor?—los ojos verdes se ensancharon—Xena. No creo

que pueda…¿qué necesitas exactamente?

—La astilla de hueso se sigue moviendo. Cada vez que lo hace, me

manda ráfagas de dolor hasta las puntas de los dedos. No es como una

pierna o un brazo roto, que pueda inmovilizar. No creo que se quede en

su sitio el tiempo suficiente como para soldarse. Hay que sacarlo—partió

un trozo de pan moreno, hundiéndolo en el estofado y masticando con

placer—Mmm. Qué bueno.

—Sacarlo—Gabrielle se había olvidado hasta de la comida—Sacarlo,

como si quisieras que te ABRIESE.

—Eso lo resume bien, sí—la guerrera empujó el cuenco ignorado por la

bardo hacia ella—Vamos, come. Tu estómago ha estado rugiendo todo

el día.

—Creo que se me acaba de quitar el hambre—Gabrielle bajó la vista,

pensativa.

—No va a ser tan malo—la animó Xena—Al menos para ti no lo será. Hace

falta un buen corte, pescar el fragmento de hueso y coser la herida. Es

fácil.

—Ajá—lentamente, tomó el cuenco y consiguió vaciarlo, apartando de

su mente imágenes de cuchillos y de la sangre de Xena, al menos por el

momento.

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La comida transcurrió en silencio. Los ojos de Xena tomaban una mirada

lejana de vez en cuando. Gabrielle la estudió, intentando decidir la mejor

manera de aproximarse al tema que le interesaba. Lo pensó mejor,

decidiendo esperar hasta haber terminado con sus deberes médicos. Al

final, cuando no quedó gota de estofado o miga de pan, Xena vertió dos

jarras de cerveza. —Toma. No sé tu, pero yo podría necesitarlo.

—Quizás sí. Yo mejor me lo tomo con calma. No quiero estar tan aturdida

como para que me tiemblen las manos—sonrió, tomando un sorbito de

su bebida—Guau. Qué buena.

—Sí. Buena y dulce—la guerrera paladeó el líquido—Y fuerte como el

diablo. Tienes razón. Mejor no beber mucho.

—Mmm—la bardo tomó un último trago y dejó el vaso. —Tú la necesitas

antes, probablemente yo la necesitaré después. Así que…—se levantó,

tomando el botiquín de la alforja de Xena—¿Qué hago primero?

—¿Cómo está el tajo de la cabeza?—se había dado cuenta de que

había un pequeño rastro de sangre en el agua cuando se lavó la cabeza,

y sintió calor húmedo cuando el corte se abrió de nuevo.

—Necesitará un par de puntos—Gabrielle se puso a trabajar, dirigiendo a

Xena a la cama para que se sentase, permaneciendo de pie sobre ella

mientras usaba una fina aguja de hueso para cerrar la herida. La guerrera

no se movió mucho, o hizo ningún sonido, más que respirar

profundamente. La bardo limpió el corte con un buen puñado de hierbas

antisépticas y se apartó. —¿Y ahora qué? Te has limpiado bien los cortes

mientras te bañabas. ¿Te vendo las costillas?

—Sí—. Xena gruñó, moviéndose y dejando caer la manta sobre su cintura.

—He cortado varias tiras mientras estabas abajo. Habrá que atarlo

firmemente. Hay tres partidas a la derecha, encima de la cintura.

—¡Tres!—Gabrielle se inquietó. —Xena, ¿has caminado todo el día con

tres costillas partidas? Dioses, podríamos haber hecho esto antes de

empezar a andar. Xena…—resopló, frustrada. —Hemos caminado todo

el día. Podrías haberte hecho daño. Pinchar un pulmón o algo.

—Nop—la guerrera le hizo una seña para que se acercara—Están

partidas, no rotas. No hay peligro de pinchazo. Vamos. Véndalo para que

podamos pasar a la parte divertida.

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—Oh. Sí—. Casi se había olvidado del hueso astillado. Con cuidado,

vendó con las largas tiras de tela el torso de Xena, atándolas tan fuerte

como se atrevió, usando la expresión de la guerrera como guía.

—Mmmph—. Xena se giró levemente, probando el trabajo. —Bien. No

siento mucho movimiento. Me llegaba hasta la axila y el pecho antes.

Bueno…—tomó el botiquín y se lo tendió.

Gabrielle lo cogió y la miró con calma. Puedo hacerlo. —Túmbate boca

abajo, por favor. No creo que ponerte sobre el lado derecho sea una

opción, y sobre el lado izquierdo no tendría sentido.

—Está bien—. Apretó la pierna de la bardo con la mano sana y después

obedeció, estirándose sobre las sábanas limpias, con la cabeza apoyada

sobre una almohada. —Probablemente tengas que poner un cubo bajo

mi brazo, así no sangraremos las sábanas.

La bardo se acercó a un pedestal donde había una jarra y una jofaina.

Echó un poco de agua a la jofaina y volvió a la cama, alzando con

cuidado el brazo de Xena, con el codo cara arriba, y tendiéndolo sobre

la jofaina. Tomó un cuchillo pequeño y bien afilado del botiquín,

pasándolo sobre la llama de una vela. Vio enrojecerse el metal y después

lo apartó, esperando a que enfriase. —El cuchillo está listo. ¿Ahora qué?

Xena se agarró a la manta. —Haz una pequeña incisión cruzada, justo

encima del codo—apretó firmemente la mandíbula al sentir la hoja

hundirse en su piel—Más profundo—jadeó.

—Mucha sangre—. Gabrielle echó agua por encima, manteniendo la

herida tan limpia como pudo, para poder ver qué hacía. —Bien—

presionó más adentro, separando los labios de la herida, sabiendo que

sus actos debían estar haciendo agonizar de dolor a su compañera.

—Bien—. Xena sintió la sangre correr por su brazo—Necesito que busques

con el meñique hasta que toques el hueso. Está ahí, justo encima del

corte.

—Xena…yo…está bien—. Frunció el ceño, decidida y concentrada, y se

mordió el labio. Trabajó con la punta del meñique, sintiendo al principio

humedad y tejido blando. Su estómago botó y tragó saliva, sintiéndolo

estabilizarse. —Oh—sintió algo duro y diminuto. —Creo que lo he

encontrado.

—Sí—el estómago de Xena se estaba rebelando también—Sácalo.

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Con cuidado, la bardo metió la uña bajo la astilla y la sacó. —Lo he

hecho. Dioses. Que una cosita tan pequeña cause tanto dolor. ¿Xena?—

bajó la mirada. Los ojos de la guerrera estaban cerrados y su rostro

mortalmente pálido—¿Te has desmayado?

—No—gimió, apartando oleadas de náusea, y agonizantes descargas de

dolor por todo su brazo. —Cóselo, ¿quieres?

Con pequeños puntos, Gabrielle cerró la herida, quitando los restos de

sangre y espolvoreando la herida con las mismas hierbas que había

usado en la cabeza de Xena. —Ya—limpió el cuchillo, guardándolo en el

botiquín. —Listo.

Xena se alzó un poco para girarse, poniéndose boca arriba con

dificultad. Vio a su compañera desplazarse por la habitación,

recuperando una cálida camisa de dormir de sus bolsas. —Gracias—se

sentó, sintiendo el material deslizarse sobre su cabeza.

—Cuando quieras— La bardo abrió la ventana, vertiendo el agua

sangrienta al suelo. Cerró bien las contraventanas y rellenó la jofaina para

lavarse la cara. Mientras se quitaba la túnica, escuchó un ronco jadeo,

mientras una garganta se aclaraba detrás de ella. Oh, oh.

—Gabrielle—pronunció Xena lentamente—¿Qué le ha pasado a tu

hombro?

—Es un rasguño, Xena. Creo que una roca me golpeó cuando se

derrumbó el túnel. No es nada—se puso su propia camisa.

—Un rasguño del tamaño de tu omóplato es algo. Ven aquí. No te

molestes en vestirte—la atrajo con un gesto de su dedo.

—Eso sí que es una oferta que no puedo rechazar—bromeó la bardo—Al

menos bajo otras circunstancias.

Xena sonrió a pesar de sí misma. —Créeme, bardo mía, si no me sintiera

como si me acabasen de apalear todos los gladiadores de Roma, te

tomaría la palabra. Pero ahora mismo, me siento como si me hubiera

arrastrado un carro, y parece que a ti te hubiera pasado por encima. No

hay mucho que pueda hacer por un cardenal, pero tengo que revisártelo

de todas formas.

—Vale—jadeó la bardo, de broma, sentándose y dándole la espalda a

su compañera. —Au—largos dedos comprobaron la zona del omóplato.

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—No hay nada roto, pero tienes una buena contusión—deslizó las puntas

de sus dedos ligeramente sobre la piel ennegrecida. —Va a tardar un

poco en sanar.

—Bueno, entonces tendremos que curarnos juntas, ¿eh?—se vistió la

camisa sentada en la cama—Tomárnoslo con calma mañana, quizás.

Descansar. Ya sabes, durante un día o así.

—Gabrielle—Xena frunció el ceño—Tenemos que seguir moviéndonos

mañana. Sigo teniendo que hablar con Odín. Tenemos que asegurarnos

de que Pony y Autólicus y Bridgid están a salvo en Eire. Asegurarnos de

que Kernunnos se está comportando debidamente.

—¿Y qué daño va a hacer un día más, exactamente?—la bardo se

acurrucó junto a ella—Además, aún tienes un poco de fiebre, creo.

Debería darte unas hierbas para eso.

—No hace falta—la guerrera le tiró de la camisa, impidiendo que saliese

de la cama—Las tomé mientras estabas abajo. Probablemente tenga

algunas heridas internas y mi cuerpo las combate con la fiebre. Algo leve

no me hará daño. Quizás ayude a sanar. Venga, vamos a dormir.

—¿Entonces, descansamos mañana?—empujó suavemente a la

guerrera hacia la izquierda, asegurándose de que su codo no quedaba

bajo el peso de su cuerpo. —Creo que Morrigan y Kallerine están a punto

de derrumbarse. Dijeron que podrían dormir durante dos días.

—¿Tan cansadas están?—la guerrera lo reconsideró—Bueno…supongo

que si ELLAS necesitan tanto descansar, un día más no será tan malo—

sintió a su compañera acurrucarse a su espalda, mientras Gabrielle

envolvía un brazo alrededor de su cintura, separada de sus costillas. —Eh,

¿qué haces?

—Bueno—la bardo le acarició la tripa suavemente, su mano deslizándose

bajo la suave tela—No puedes dormir sobre mi espalda como sueles,

porque me harías daño en el hombro. Y yo no puedo dormir sobre ti

porque te haría daño en las costillas. Así que te abrazo lo mejor que

puedo, porque quiero abrazarte. ¿Algún problema?—continuo con la

suave caricia, sintiendo acompasarse la respiración de Xena.

—No—ronroneó la voz de Xena. La guerrera se estiró para apagar la vela.

Sintió a Gabrielle echar las mantas por encima de las dos y acomodarse

de nuevo contra su cuerpo, sintiendo las rodillas de la bardo meterse en

el hueco de las suyas, con su estómago presionado contra la espalda de

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Xena. Unos suaves besos cubrieron sus hombros y cerró los ojos,

hundiéndose en el contacto de la bardo a un nivel que necesitaba tanto

como el aire y el agua.

—¿Estás bien?—Gabrielle se acurrucó tanto como se atrevió, sintiendo un

ligero temblor recorrer el cuerpo de la guerrera. —Has estado muy

callada. Incluso para ser tú.

—Me dolía.

Silencio.

Xena suspiró.

Más silencio. La mano de Gabrielle le palmeó la tripa y sintió un

prolongado beso contra su nuca.

—¿Estaba cansada?—la guerrera intentó una última defensa.

Una larga pausa, y otro beso.

Xena se puso boca arriba, mirando largamente a la oscuridad. La bardo

se apoyó sobre un codo, acariciando aún su estómago. Otro

estremecimiento sacudió el largo cuerpo.

—Oye—Gabrielle se acercó hasta tocar con su nariz la suya, intentado

mirar a su compañera a los ojos—¿Cielo, qué pasa?

—Sigo intentando saberlo—parpadearon los ojos claros—No intento

dejarte fuera, Gabrielle. Es que no sé cómo expresarlo aún.

—Me prometes que cuando lo descubras…¿me lo dirás?—bajó la

cabeza para acariciar con sus labios los de Xena.

—Te lo prometo—la guerrera le devolvió el beso, alzando el brazo sano

para deslizar sus dedos entre el corto cabello rubio, urgiendo un mayor

contacto. Sintió responder a su cuerpo de una manera que no podría ser

satisfecha, al menos no en su estado. De mala gana se apartó, viendo el

pecho de la bardo trabajar irregularmente en la oscuridad, con su

respiración a la par, a pesar de sus costillas heridas. Tocó la nariz de

Gabrielle y después trazó sus labios, deslizando sus dedos sobre la camisa

de dormir de la bardo, rodeando la curva de un pecho. —Guarda esa

idea para un día o dos, ¿de acuerdo?

—Mmm—la bardo la besó de nuevo—Estar heridas es una mierda, ¿eh?

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—Sip—la guerrera acarició su mejilla y se puso de lado de nuevo,

sintiendo a la bardo acomodarse tras ella—Recuperaremos el tiempo

perdido, te lo prometo.

—Te quiero, Xena—su mano acabó de nuevo sobre un cálido estómago.

—Yo también te quiero, cariño—. La guerrera escuchó un largo rato,

sonriendo con tristeza ante los ligeros ronquidos de Gabrielle, la bardo se

había quedado dormida primero. Me gustaría que fuera tan fácil para

mí, amor. Una buena comida, un poco de mimos y estás fuera de juego.

Con cuidado, se deslizó fuera del abrazo de la bardo, saliendo de la

cama y tomando una manta de los pies de la cama.

Se reclinó sobre un banco bajo la ventana, abriendo con cuidado las

contras y agradeciendo que no crujiesen. La suave lluvia seguía

cayendo, rebotando en el techo y salpicando las agujas verdes de un

pino justo fuera de la ventana. La luz de un relámpago iluminó el cielo en

la distancia, sobre una colina. Contuvo el aliento, contando, hasta que

un rugido ahogado de un trueno llegó a sus oídos. Sobre su cabeza, unas

cuantas nubes se apartaron y un valiente rayo de luna apareció,

iluminando una lágrima solitaria mientras bajaba por su mejilla.

Felices Idus de Marzo, Gabrielle. Inclinó su cabeza, observando el ligero

ritmo de la respiración de la bardo. Quizás algún día consiga hacerte

pasar este día sin dolor.

Gabrielle se estiró, medio dormida y sin abrir los ojos, intentando acallar

lo que estuviera perturbando su sueño. —Mmmmphh—se giró, estirando

un brazo para encontrar nada más que una almohada y una manta

arrugada. —¿Xena?—abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la

oscuridad. El aire de la habitación era frío contra la piel expuesta de su

rostro y su cuello. —¿Xena?—sus ojos lucharon para ajustarse a la escasa

luz. Un trueno resonó en el cielo, agitando la estructura de la posada. Un

grupo de relámpagos revelaron la silueta familiar de la guerrera,

recortada contra la ventana.

—Xena, ¿qué estás haciendo?—. La bardo salió de la cama, caminando

descalza sobre el suelo frío como el hielo. Un fuerte viento soplaba,

colando la lluvia por la ventana, encharcando el suelo y la casi

empapada manta en la que la guerrera estaba envuelta. —Xena, estás

empapada. ¿Qué pasa?

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Unos ojos argénteos se alzaron, parpadeando lentamente, como si

acabase de reconocerla. —Lo siento—bajó la cabeza morena—

Supongo que me he quedado un poco traspuesta.

—Cielo—. Gabrielle cerró las contraventanas, pasando el pestillo.

Encontró pedernal sobre una mesa y encendió una vela. —Hay que

quitarte esa manta mojada—volvió al lado de su compañera, tirando de

la lana mojada y desenvolviéndola para encontrar más tela mojada

debajo—Y una camisa de dormir seca. Xena, ¿cuánto tiempo llevas ahí

sentada?—. Estiró un brazo para alzar un fuerte mentón. Unos ojos tristes

encontraron su mirada, después rompieron el contacto. —Xena…—trazó

un camino de humedad por la mejilla de la guerrera—¿Es lluvia o

lágrimas?

Un largo brazo se estiró, envolviéndose alrededor de su cintura y

acercándola más, hasta que la guerrera presionó su rostro contra su

estómago, acariciando con su mejilla los músculos cubiertos de algodón,

consolándose. Una bardo preocupada le devolvió el abrazo por instinto,

besando su cabeza mientras Xena temblaba. —Venga—levantó a su

compañera—Vamos a sacarte esta camisa mojada y a meterte en la

cama antes de que te enfríes.

—No tengo otra camisa—murmuró la guerrera, en voz muy baja.

—No pasa nada, cielo. Has dormido desnuda conmigo muchas veces,

¿a que sí?—. Gabrielle frunció el ceño ante una vulnerabilidad casi

infantil—Yo me quitaré también la mía. De todas formas, así entrarás en

calor antes. Vamos—. Consiguió quitarle la camisa mojada a su

compañera y después la empujó suavemente sobre el colchón,

apreciando que la tela que envolvía las costillas de Xena estaba seca.

Se quitó su propia camisa y la siguió, colocándose rápidamente detrás

de la guerrera y atrayéndola hacia ella, hasta que Xena estuvo

acurrucada contra su costado, con su cabeza sobre el hombro de

Gabrielle.

—Xena, cielo, ¿estás enferma?—. Unos dedos suaves tocaron su frente

buscando fiebre, después se deslizaron entre los largos mechones. —No

sabría decirlo. Tienes la piel helada después de estar sentada en la

ventana. ¿Quieres hablar de ello?

—Quería matarte—. Xena tembló, hundiéndose en las atenciones de su

compañera.

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—¿Eh?—los dedos se detuvieron momentáneamente, después

retomaron el movimiento. —¿Xena, de qué estás hablando?

—En el inframundo, cuando me puse la máscara—alzó la vista a los

inquebrantables ojos verdes, después volvió a bajar la mirada.

—Oh—la voz tranquila de la bardo pasó sobre ella—Eso.

La guerrera se sentó más erguida, hasta que sus ojos estuvieron a la misma

altura—¿Lo sabías?

—No exactamente, no hasta ahora, cuando me lo has dicho—. La mano

de Gabrielle se ahuecó sobre su nuca, atrayéndola de nuevo hacia su

hombro.

Xena cerró los ojos mientras su compañera le acariciaba la cabeza. —

¿Cómo puedes estar tan tranquila?

—Es lo que la máscara hace a los mortales, ¿no?—razonó la bardo—Les

hace querer sacrificar su amor a los druidas—. Se encogió ligeramente—

Eres parte mortal. Era una posibilidad.

—No soy únicamente mortal—respondió una voz terca—Se supone que

soy más fuerte que eso.

—Xena—. Gabrielle resistió la necesidad de meterle algo de sentido a la

fuerza a su compañera en la cabeza. En su lugar, se sentó un poco,

mirando atentamente al rostro preocupado. —ERES más fuerte que eso.

Si no lo fueras, no estaríamos aquí sentadas teniendo esta conversación.

Eres también parte dios. No sé si fue esa parte de ti la que detuvo a la

parte mortal o no, pero…

—La parte del dios quería poder—interrumpió Xena. —Gabrielle la parte

mortal que hay en mí quería matarte, y la parte del dios quería tomar la

máscara y usarla para dominar el mundo. La…la máscara…me hizo

desear cosas que me hubieran destruido, como Alti dijo que haría.

Gabrielle, podría haber ganado.

—Pero no lo hizo—. La bardo sopesó la nueva información. —Quiero que

pienses en lo que has dicho, cielo. La parte mortal quería sacrificarme a

los druidas, ¿cierto?

—Sí—. Las mejillas le enrojecieron por la vergüenza.

—¿Y la parte del dios quería que la destructora de naciones saliese a

jugar?

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—Eso también—. Bajó la cabeza, solo para encontrar una mano firme

alzándosela de nuevo.

—¿Entonces qué parte impidió que pasasen esas cosas, hmm?—el reflejo

más leve de una sonrisa confiada apareció en los labios de la bardo.

Xena parpadeó. —Yo…Maldición. ¿La parte de mí que eres tú?

—Casi. La parte de ti que somos NOSOTRAS, Xena. Lo que tenemos. Es

más fuerte de lo que Alti o cualquier otro dios pueda tramar—. Tomó la

mano derecha de la guerrera, dejándola sobre su corazón. A la vez,

colocó su mano sobre el pecho de Xena, sintiendo el latido fuerte y

regular contra su palma. —¿Confías en mí?

—Con todo mi corazón—. Tragó saliva, y la bardo lo sintió también.

—Yo también confío en ti—. El corazón de la guerrera se saltó un latido

bajo su mano. Aún crees que no te lo mereces, ¿eh, amor? —Cuando te

pusiste la máscara, no te tuve miedo, Xena. Tenía miedo por ti, por lo que

Alti pudiera hacerte, pero no tuve miedo de que tú me hicieras daño.

—Quizás deberías—. La voz de Xena estaba cargada de emoción. El frío

en la habitación se intensificó y echó las mantas por encima de las dos,

hasta estar acurrucadas bajo ellas con solo las cabezas fuera.

—Quizás—. Gabrielle sonrió para sí, sintiendo los ligeros escalofríos que

habían estado sacudiendo el cuerpo de su compañera desaparecer

finalmente. —Confiar en alguien implica riesgos, Xena. Nadie lo sabe

mejor que nosotras. Amo todo de ti. Amo la parte del dios, que puede

hacer cosas humanamente imposibles, y tus súper sentidos, porque me

han salvado mi culo bárdico más que unas cuantas veces. Y amo la parte

de ti que es mortal, porque no creo que pudiera estar con dios completo,

Xena. Creo que eres más mortal que dios, al menos en corazón y mente.

Entiendes la fragilidad humana. Me comprendes. No estoy segura de que

pudiéramos entendernos si no fueses, en lo fundamental, mortal.

—Desde que descubrí que Ares era mi padre, me he estado preguntando

qué parte de mí devastó media Grecia—unos labios llenos se fruncieron—

He llegado a pensar que fueron las dos.

—Y eso es lo que quiero decir—-Gabrielle besó los labios—Eres un todo. Y

he escogido amar…y confiar…en todo lo que eres. Sí que cuando

hablamos de Alti, y cuando supe que ibas a ponerte la máscara, tomé la

decisión otra vez. Sabía, sin importar que la parte malvada de la máscara

te reclamase, sabía que esa parte de ti que me ama ganaría, al final.

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—Esperaba que la máscara me afectase—Xena suspiró pesadamente—

Solo que no esperaba que fuera tan intenso. Hubo momentos en que

estuve muy cerca de cruzar una línea. La parte que quería matarte no

duró mucho, pero esa es la parte que más me asusta cuando lo pienso.

Pero la parte que quería el poder nunca disminuyó, en todo el tiempo

que tuve puesta la máscara. Tuve que luchar contra ello. Fue…no sé si

puedo describirlo…es la misma sensación que tengo cuando Ares está

cerca…una sensación de que me hierve la sangre. Es muy fuerte.

Intoxica. Es adictivo.

—Creo que nunca me has hablado de eso antes. Ares aparece

bastante—una cabeza rubia se inclinó, en cuestión—¿Cómo pasas por

ello? ¿Deseas más?

Unos dedos fuertes se cerraron sobre la mano de Gabrielle, apretándola.

—He dicho que era fuerte. Pero ahora tengo algo mucho más fuerte—.

Xena alzó la mano y la besó con reverencia. —¿Por qué crees que Ares

al final se rindió al intentar atraerme?

Unos intensos ojos azules se calentaron al mirar en sus ojos

profundamente, hasta el alma de la bardo—¿Por qué no podía ganar?

—Exacto—murmuró una voz suave—Debería haberme dado cuenta

cuando empecé a castigarme por lo de la maldita máscara. Ares no

puede ganar. Alti no puede ganar. Nadie, bardo mía, que intente

interponerse entre tú y yo, puede ganar.

—¿Me prometes una cosa, Xena?—unas manos suaves la urgían a

descender sobre el colchón.

—Lo que quieras—la guerrera se colocó sobre su lado izquierdo y estiró la

mano derecha para apagar la vela.

—Intenta recordar eso la próxima vez que te castigues—colocó la

cabeza morena bajo su hombro y la besó.

—Lo intentaré—. Una mano cálida acariciaba su espalda—¿Gabrielle?

—¿Hmmm?—besó su cabeza de nuevo.

—¿Te molestó que te atase a un altar como el del templo de Dahak?

Yo…no querría haberlo hecho.

—Sabes, ni lo pensé. Bueno, lo pensé cuando vi el altar—rectificó—Pero

cuando me llevaste allí, no me molestó.

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—¿En serio?—la guerrera estaba intrigada—¿Por qué no?

—Esta vez tú estabas conmigo, Xena—su voz era fuerte y segura. —No

tenía que enfrentarme a ello sola. No podía hacerme daño contigo allí.

Tan simple como eso. La guerrera agitó una mano mentalmente. —

Espero estar siempre ahí para ti, Gabrielle. Desde ahora—. Permitió que,

finalmente, el sueño la clamara. Esto era la paz. No era habitual que

Gabrielle la sostuviese mientras dormía, pero en secreto lo deseaba. Un

silencioso suspiró escapó de sus labios, ante la cálida y suave piel de su

compañera y su distintivo y dulce aroma que calmaban sus heridas

emocionales. Se durmió con el tarareo melódico de Gabrielle

acompañándola en un mar de felicidad.

Una figura envuelta en un manto se coló en la posada, mirando a su

alrededor con suspicacia. Los ojos ocultos recorrían las caras que había

en la habitación descartándolas todas hasta que llegó a dos mujeres

cerca del fuego, y a unos mercaderes que flirteaban con ellas sin piedad.

Mortales. En silencio se acercó a la mesa y se detuvo ante ella, esperando

pacientemente hasta que una de las mujeres alzó la vista. La lluvia

resbalaba por la tela impermeable de su manto, formando un charco a

sus pies.

—¿Puedo ayudarte?—. Los ojos de Morrigan reflejaban diversión, medio

cerrados por la historia que uno de los comerciantes acababa de contar

sobre una colmena, un oso y dos centauros curiosos.

Lentamente, la figura se apartó la capucha de la cara, revelando un

rostro barbudo y unos ojos grises de hielo.

Odín. Todo rastro de buen humor desapareció del rostro de la druida. —

Disculpadnos, caballeros, mi amiga y yo tenemos asuntos que atender

con este hombre. Volved a vuestra mesa.

—Ooooh—. Un mercader borracho se inclinó sobre ella, su aliento

apestaba a cerveza y cayó sobre ella de forma desagradable,

haciéndola retroceder como reflejo. Unos ojos empañados rogaron

quedarse, y de mala gana ella lo sacó del banco.

—Ve con ellos. Hablaremos cuando terminemos—. Le empujó de nuevo

suavemente, y tropezó hasta llegar a un banco cerca de la barra,

uniéndose a sus compañeros.

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—Seguro que podéis conseguir algo mejor que esa panda de sarnosos—

. El dios nórdico se sentó frente a ellas, levantando ceremoniosamente los

extremos de su manto de su camino.

—Seguro que eso no es asunto tuyo—. La expresión de Morrigan se

endureció y tomó un largo sorbo de cerveza.

—No estoy aquí para hablar con vosotras dos—Odín aceptó una jarra de

cerveza que no había pedido de manos de la camarera—He venido a

hablar con Xena.

—Xena…y Gabrielle…se han retirado por esta noche—el mentón de

Kallerine se disparó hacia delante, de modo desafiante.

—No…me…importa—. La voz de Odín era un mero gruñido—Ve a por

ella.

La cazadora sacó una daga sin intención amenazante, limpiándose las

uñas de forma casual mientras hablaba. —Mi trabajo es proteger a la

reina y su consorte. No voy a molestarlas después del mal trago que

hemos pasado.

—Harás lo que te digo—bramó, estampando la palma de la mano contra

la áspera mesa de madera, provocando que ella botase en el sitio y se

le cayese la daga de la mano.

—Bien—jadeó Kallerine, recuperando el arma y levantándose del banco,

desapareciendo después por el pasillo. —Puede gritarme así a mí, pero

me gustaría verlo gritar a Xena—murmuró en voz baja.

—Eso no ha sido muy amable—Morrigan le miró con fingido desinterés.

—Soy un dios—. El bigote de Odín se agitó—No tengo que ser amable.

—No tienes que serlo—la druida apoyó un pie contra el travesaño de la

mesa, recostándose contra la pared, mientras su tartán gris y azul caía

casualmente sobre su regazo—Pero no llegarás muy lejos con Xena si no

lo eres.

—Menos amable tengo que ser con la destructora de naciones—sonrió

con sarcasmo. —No le debo nada. En cambio, ella tiene una deuda

conmigo que no creo que salde nunca.

—Quizás podrías perdonar un poco, Odín—. Morrigan vació su jarra y

pidió otra—Xena quizás no haya hecho bien algunas cosas, pero ha

cambiado. Créeme, es mucho mejor aliada de lo que sospecho que es

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como enemiga. Por lo menos, estoy segura de que no querría que

estuviera en el mal camino.

—No perdono a nadie—la miró amenazadoramente—Podría aplastarla

ahora mismo si quisiera.

—Lo dudo—. Una voz grave y estable resonó detrás de él.

Se giró para encontrar una bardo furiosa mirándolo fijamente, con los

brazos cruzados sobre su pecho. Decir que Gabrielle estaba mosqueada

era un eufemismo. Había dejado a Kallerine vigilando a su dormida

compañera, mientras salía de la cálida cama para enfrentarse con el

dios nórdico en nombre de Xena.

—No tengo que responder ante ti—se levantó él, mirándola desde arriba.

—Sí…—le punteó en el pecho con un dedo—que…—otro golpe—

…tienes—. Otro golpe más, mientras Gabrielle se ponía de puntillas con

la mandíbula apretada, en un intento de ponerse al nivel de sus ojos. —

Yo no obedezco órdenes, y Xena tampoco.

—¿Y quién eres tú?—Odín intentó lo mejor que pudo poner una sonrisa

sarcástica. ¿Este pequeño escuerzo cree que puede mangonear al rey

de los dioses nórdicos? Estaba intrigado y agitado a partes iguales.

—Soy Gabrielle, reina de las amazonas griegas, bardo campeona de la

Academia de Atenas y prometida de Xena de Anfípolis—observó con

satisfacción cómo él se sentaba—Y tú vas a mostrarme…a mí y a mi

compañera…el respeto que merecemos.

—Como desees, alteza—finalmente apareció la sonrisa sarcástica—Me

gustaría mostrarle a Xena algo de respeto. ¿Dónde está?

—Durmiendo—. Gabrielle se sentó en la mesa frente a él, recostándose

sobre sus antebrazos. —Y herida. Y quizás sucumbiendo a una gripe.

Pensé en venir a ver la emergencia antes de molestarla. Si es que existe,

claro.

—Ella y yo tenemos asuntos pendientes—. Estudió los ojos verdes más de

cerca, observando pequeños hilos dorados bailar en sus profundidades.

—La escuchaste decirlo a ella. Quiero asegurarme de que hablamos

antes de que se vaya.

—Puedes esperar hasta mañana, hasta que descanse. No nos

marcharemos mañana—. La bardo se relajó, solo un poco, alisando

distraída el frontal de su túnica puesta a toda prisa.

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—Tengo algunas preguntas que hacerle—Odín presionó, permitiendo

que el fuego se alzase en sus ojos.

—Y yo a ti—Gabrielle sonrió de modo encantador. No puedes

intimidarme, Odín. He conocido a un montón de dioses más aterradores

que tú, en circunstancias mucho peores. Sus ojos se clavaron en los

demás clientes, dándose cuenta de que la mayoría de ellos los

observaban abiertamente, o pretendían fingir que no lo hacían.

Dos cejas blancas se alzaron con sorpresa. —Soy un dios—escupió—

Nadie cuestiona a un dios.

—Chico, debes haber estado debajo de una piedra—. La bardo sacudió

la cabeza fingiendo reprimenda. —Deberías bajar más del Valhala, Odín.

Xena y yo, y mucha ora gente…ya no seguimos ciegamente a nadie,

menos a todos esos dioses que no tienen nada mejor que hacer que

sentarse en sus alturas, lejos de la gente que se supone que les adora.

—¿Le hablas así a Zeus?—se echó hacia atrás, decidiendo que esa

enérgica rubia le gustaba, a pesar de su falta de reverencia.

—¿Zeus?—. Gabrielle puso los ojos en blanco, pensando. —Solo le he visto

una vez, cuando apareció para intervenir a favor de Hércules, mientras

Ares le atacaba. Zeus casi llega demasiado tarde. No me impresiono

mucho. Casi deja morir a su hijo a manos de su otro hijo. No me gustan

mucho los dioses que pueden ayudar a la gente pero eligen no hacerlo—

le miró atentamente.

—Nosotros no tenemos que ayudar a nadie—argumentó.

—¿Y qué tal prometer ayudar y después romper esa promesa?—. La

bardo sintió despertarse su ira de nuevo—Como por ejemplo, ¿cuando

dijiste que guardarías el chakram de Xena y acabó en manos de Alti?

—No sé cómo pasó—. Odín se encontró en la extraña tesitura de dar

explicaciones—Quería guardarlo. Lo llevé al Valhala y lo dejé en un lugar

seguro, entre mis propios muros. Estaba sentando en la misma habitación

que él cuando lo vi alzarse y desaparecer delante de mis ojos. Pensé que

era algún hechizo que le había puesto Xena. Está instruida en las

habilidades de las chamanas, ¿no?

Alti. Una pieza encajó en su sitio. —Sí—la bardo se retiró. —Pero no, no le

puso ningún hechizo. Xena no rompe sus promesas. Cuando te lo dejó

como signo de buena fe, pretendía honrar esa promesa.

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—¿Xena?—Odín rio fuertemente—¿Honor? ¿Desde cuándo?

—Desde que conoció a Hércules—saltó Morrigan—Y a Gabrielle—añadió

rápidamente. —Ella y yo somos la prueba viviente de que la gente puede

cambiar, Odín. Deberías haberme escuchado. Envié una buena

cantidad de almas al inframundo antes de convertirme en druida.

—Ah, Morrigan. Sí, he oído hablar de ti. Cómo arrancabas los corazones

del pecho de los hombres. Cómo masacraste hombres, mujeres y niños

indiscriminadamente. Qué pena que tu hija esté a tu cargo. ¿Qué

pensará ella cuando crezca y escuche las atrocidades de su madre?—.

Supo que había dado en el clavo por el sonrojo que subió desde el cuello

de ella hasta la línea de su cabello, y sus puños abriéndose y cerrándose

a sus costados.

—Solo puedo esperar que me perdone—parpadeó la druida con tristeza.

—Dime, Odín. ¿Sabes si Bridgid está a salvo fuera de Eire? Pensaba

esperar hasta volver a mi aldea, pero me aliviaría saberlo ahora.

—Oh. Ahora me pedís favores—. Tamborileó con los dedos sobre la mesa,

alegre de poder recuperar algo de control sobre la situación. Entre la

tozudez de Morrigan y la ira de Gabrielle, se sentía un poquito menos

inmortal. —Muy bien. Me siento especialmente generoso esta noche.

Bridgid y tus dos amigas están en un barco a Grecia en este momento.

Están bien. Las otras dos amazonas están aún en tu cabaña. Creo que

esperan ansiosas vuestro regreso.

—¿Estás seguro?—la voz de Morrigan temblaba por la incertidumbre.

—¡Sí, estoy seguro!—respondió, un poco más alto de lo normal.

—Gracias—. La carga de la druida se aligeró considerablemente, las

líneas de preocupación de su rostro se suavizaron y la tensión se evaporó

de sus hombros.

—Sí. Gracias—Gabrielle se levantó. —Ahora, si me disculpas, tengo que

volver con Xena. Te prometo que estará aquí mañana. Dijo que también

quería hablar contigo. Buenas noches—asintió y después se introdujo en

el pasillo, fuera de la vista.

—Y ahora me lo dice—Odín se palmeó la frente. —Volveré mañana—. Se

levantó, colocando el manto en su sitio y poniéndose la capucha.

Consideró brevemente desaparecer sin más, pero después lo pensó

mejor, dejando la posada como una persona normal haría para no atraer

la atención.

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—Buenas noches a ti también—gritó Morrigan sarcásticamente, después

de haberse ido. Sus anteriores admiradores habían desaparecido de la

barra, un par de ellos habían pedido más cerveza y uno se había

desmayado sobre su taburete, con la cabeza sobre un brazo. El viaje al

inframundo la golpeó de lleno, y se dio cuenta de que estaba agotada.

Hora de dormir, creo. Dejó unas cuantas monedas sobre la mesa y fue a

buscar a Kallerine y su habitación.

De vuelta en su habitación, Gabrielle despidió a Kallerine y volvió a

meterse bajo las mantas. Xena se acurrucó sobre ella inmediatamente,

acariciándole el cuello con la nariz con placer ausente. Murmuró

incoherencias, aún dormida, y la bardo envolvió flojamente los brazos

alrededor del largo cuerpo. Un sonido, parecido a un maullido, escapó

de los labios de la guerrera, y Gabrielle sofocó una risa. Si las amazonas

escuchan eso alguna vez, me temo que no vas a recuperar tu reputación

de “soy la guerrera más dura del lugar”. Fuera resonó un trueno, y la lluvia

continuó cayendo sobre el tejado de paja. Un tiempo perfecto para

dormir. La bardo sonrió y besó la cabeza morena, uniéndose a su

compañera en un sueño muy necesario.

Gabrielle se estiró lo mejor que pudo al tener a Xena estirada encima de

ella. La cabeza de la guerrera reposaba sobre su pecho, con un brazo

extendido protector sobre su torso. La bardo giró la cabeza, buscando

alguna luz que viniera de las contraventanas cerradas. Su cuerpo le

decía que era por la mañana, pero sus oídos captaban la lluvia cayendo

todavía con fuera. Podía escucharla formando charcos y barro a las

afueras de la posada. Su nariz se retorció y sonrió, inhalando el rico olor

de huevos y jamón. Su estómago gruñó como respuesta. Era por la

mañana.

Su mano estaba extendida sobre la suave piel de la espalda baja de

Xena y sintió una gran inhalación de aire, después unas pestañas

haciéndole cosquillas en la clavícula cuando la guerrera se despertó. Sus

dedos comenzaron a masajear distraídos la base del cuello de Xena, y

recibió un gemido de aprobación y un mordisquito en la clavícula como

respuesta.

Xena alzó la vista y sonrió, soñolienta, con la voz una octava más grave

de lo normal por la falta de uso. —Buenos días—se movió hacia arriba

rápidamente, medio alzándose y colocando su cabeza sobre una mano,

con la otra tirando juguetona del cuello de la camisa de la bardo.

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—Buenos días—. Gabrielle le devolvió la sonrisa, observando su reflejo

agrandarse en el rostro de su compañera, mientras las órbitas argénteas

centelleaban. Xena parecía…feliz…descansada…y el amor obvio que

desprendía calentó todo el cuerpo de la bardo.

—Pensaba que estabas desnuda cuando nos fuimos a dormir—. Xena

apartó el cuello de la camisa y besó la curva superior de un pecho. —

¿Qué pasó? ¿Tenías frío?

—No. Yo…—. Gabrielle fue interrumpida por un par de labios inquisitivos,

que exploraron a conciencia los suyos durante largos momentos. Sintió

sus respiraciones acelerarse, junto con el latido de su corazón, mientras

devolvía con entusiasmo las atenciones de su compañera. —Pensaba

que estabas herida—palmeó un estómago desnudo.

—Lo estoy—. La guerrera tenía cuidado de dejar su peso sobre el brazo

sano, usando las puntas de los dedos de su brazo izquierdo para

deslizarlos bajo la suave tela y provocar piel sensible, sintiendo contraerse

los músculos duros del estómago ante su caricia. Sonrió y se movió hacia

arriba.

—Efffph—. La bardo balbució, cerrando los ojos como puro reflejo a los

escalofríos que recorrían su cuerpo. Sintió la camisa subir y se apartó de

la almohada lo suficiente para que su compañera la quitase. Con un giro

de muñeca, golpeó la pared más alejada y cayó al suelo. —Sobre la

camisa…

—¿Síiii?—. Unos labios cálidos mordisquearon su torso, después pasaron a

recorrer cada una de las partes inferiores de sus pechos, con las caderas

de Xena deslizándose sugestivamente contra las suyas.

—Tuve que ir abajo un rato. Mpphhfff…—su cuerpo se arqueó cuando la

guerrera se acercó a un dolorido pezón.

—¿Por qué?—. La guerrera pasó de un pecho al otro, alzando una ceja

durante el proceso.

—Tenía que tener una charla con…oh, dioses…Odín—. Unos largos dedos

danzaron sobre su muslo interior, y luchó por mantenerse coherente

cuando los escalofríos se transformaron en un potente palpitar que

ansiaba más caricias. —Se supone que tienes que hablar con él hoy.

—¿Odín?—. Xena se detuvo y alzó la cabeza, inclinándola hacia un

lado—¿El mismo Odín que perdió mi chakram?

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—Podría ser ese—. Gabrielle alzó una mano, enredando sus dedos en el

cabello largo y moreno, urgiendo a su compañera a descender para

besarla. Se tomó su tiempo, y finalmente se separó en busca de aire—No

ha sido su culpa exactamente…oooh—los dedos retomaron su caricia,

desplazándose a la otra pierna.

—No me importa—. La guerrera alcanzó sedosa humedad, e inclinó su

cabeza de nuevo, besando a la bardo con pasión mientras continuaba

provocándola, sintiendo el cuerpo compacto deslizarse contra su piel

desnuda mientras establecían un ritmo primario. —Tengo una cita

espontánea para un baile horizontal primero. Va a tener que esperar.

—Mmmm…—. Gabrielle sintió cómo la penetraba y deslizó uno de sus

muslos entre las piernas de la guerrera, sintiéndola rodearlo junto con la

abundante evidencia de la pasión de Xena. Tenía claridad suficiente

como para estar abrumada, no por primera vez, ante el conocimiento

de que la reacción poderosa de la guerrera era por ella. —Sí…espere.

—¿Que espere?—rio la guerrera entre dientes.

—Tú no…—gimió la bardo—Odín.

—Solo lo comprobaba—. Continuó con sus atenciones, maravillada por

la reacción de su compañera. Gabrielle había demostrado ser una

amante muy pasional, y sus silenciosos suspiros o gritos no tan silenciosos

cuando hacían el amor se habían convertido en el sonido favorito de la

guerrera. —Qué bien…—se deslizó sobre una pierna dura como una roca

de la bardo, ignorando sus costillas heridas mientras se alzaba para besar

a la bardo de nuevo. Sus dedos se deslizaron más adentro, encontrando

un punto que siempre llevaba a su compañera más allá del borde,

acariciándolo mientras mordía un sabroso cuello. —Te quiero, Gabrielle—

jadeó suavemente en el oído de la bardo—Me encanta estar contigo—

otro mordisco—Así.

—Oh, dioses—. Gabrielle estaba temblando, cada músculo tenso por el

placer. —Tan cerca—susurró—No pares.

La guerrera se bajó, rozando su cuerpo con el de su compañera mientras

su boca buscaba y encontraba sus pechos de nuevo. Sintió el cambio

cuando la bardo se arqueó una vez más y después se liberó, mientras el

cuerpo de Gabrielle se sacudía en los brazos de la guerrera mientras la

bardo gritaba suavemente. Xena se puso boca arriba, llevándose el

cuerpo más pequeño con ella, y teniendo cuidado de que Gabrielle

reposase sobre su lado sano. El corazón de la bardo martilleaba contra

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su costado, su respiración era caliente e irregular, enviando placenteros

escalofríos por el cuello de Xena. —Shhh—acarició la espalda de la

bardo, sus dedos deslizándose contra la piel caliente y húmeda—Respira.

—Es…—jadeó la bardo—lo que estoy haciendo.

—Más despacio—rio la guerrera ligeramente, después besó su cabeza.

Gradualmente, sintió la respiración de su compañera volver a la

normalidad, mientras la palma de la mano de la bardo hacía sus

característicos círculos sobre su tripa, mientras su lengua experimentaba

a lamer la piel salada de Xena. —Mmmm—Xena gimió suavemente,

deslizando sus dedos entre el corto pelo rubio—Qué bien.

—¿Sí?—Gabrielle mordisqueó su camino sobre una fuerte mandíbula—

¿Suficientemente bueno como para seguir?

—Oh, sí—. La voz de Xena retumbó sobre una oreja rosada mientras se

movía, haciéndole sitio mientras su compañera se situaba entre sus

piernas. Sus labios se encontraron mientras la mano de la bardo iba hacia

abajo.

—Oye—la guerrera palmeó ligeramente un trasero desnudo. —

Probablemente deberíamos levantarnos e ir a hablar con Odín—. Una

bardo saciada rodó sobre su espalda, estirándose lánguidamente,

arqueando su cuerpo hasta las puntas de los pies mientras su columna

crujía y se alineaba.

—No quiero—. Se volvió a acurrucar contra el largo cuerpo, deslizando

una pierna sobre los muslos de Xena, pretendiendo mantenerla en el sitio.

Deslizó su un pie arriba y abajo sobre una suave pantorrilla, agradecida

de que su compañera las mantuviese bien rasuradas. Había visto a

algunas mujeres guerreras que no lo hacían. —Qué suave—sonrió,

alzando la mirada esperanzada hacia unos ojos azules y entrecerrados.

La guerrera deslizó una uña roma sobre su espalda y una de sus nalgas,

haciéndole cosquillas en la parte trasera de una pierna, una de sus zonas

más sensibles.

—¡Au!—sus caderas se dispararon automáticamente fuera de la cama—

Eres mala.

—Sí que lo soy—. Los ojos de Xena se suavizaron con un afecto no

disimulado—Y me encantaría quedarme vagueando en la cama contigo

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todo el día, pero me gustaría sacarme la charla con Odín de encima y

hacer planes para mañana con Kallerine y Morrigan.

—Jo—. Gabrielle hizo un puchero, arruinado por el grave rugido de su

estómago vacío.

—Nos hemos perdido el desayuno, bardo mía—dejó su mano sobre un

vientre cóncavo—Si nos damos prisa, quizás terminemos con el baño

antes de que terminen de servir el almuerzo.

—Oh, está bien—. Gabrielle se levantó de mala gana, mientras las plantas

de sus pies se rebelaban al tocar el suelo frío. Caminó con cuidado hasta

la alfombra y tomó un par de toallas de una estantería de la pared más

alejada.

Xena la siguió, avivando el fuego en el hogar y retirando un caldero de

agua de las ascuas. —Auch—el dolor se disparó desde su codo herido y

dejó rápidamente la olla sobre el suelo.

—Xena—la bardo se acercó a su lado—Espera. Déjame ayudarte.

Juntas llevaron el agua hasta la pequeña bañera, y después vertieron

una segunda olla. No era suficientemente grande como para compartir,

así que se turnaron, mientras que la que estaba fuera de la bañera se

ocupaba de las tareas de lavado de cabello y espalda. Secarse casi se

convierte en un camino de vuelta a la cama. Xena gimió, frustrada,

presionando su frente sobre la de su compañera, mientras sus manos

vagaban libremente sobre una piel limpia y bien oliente. —Arrrggh.

—¿Argh?—preguntó Gabrielle, mientras sus manos se deslizaban sobre

una torneada espalda.

—Sip—besó brevemente un par de labios tentadores—Argh. Quiero irme

a casa, sin problemas que resolver, y con una semana entera de lluvia.

—Cuidado con lo que deseas—se burló la bardo—¿Recuerdas lo que

pasó la última vez que llovió una semana entera?

—Ewwwg—la nariz de Xena se arrugó ante el recuerdo—No me lo

recuerdes.

El suelo se había saturado completamente y después se había inundado,

la aldea entera había quedado sitiada por un metro de agua. Alfombras

y tapetes se habían llenado de moho en las cabañas, y los desperdicios

de las jaulas de los animales habían recorrido la aldea, acampando a los

pies de las cabañas. Había llevado una semana achicar el agua, otra

Page 317: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

semana para que el barro se secase y otra más para limpiar y airear todo,

hasta que la plaga de moho desapareció.

Después de aquello habían ideado un sistema de drenaje que recorría

toda la aldea. Junto con las trincheras, habían construido terrones en la

base de los establos, esperando prevenir un desastre similar. Su

efectividad aún estaba por demostrar.

—Está bien—sonrió de lado—Lo dejaré en un par de días de lluvia y sin

interrupciones de tus amazonas.

—Me gusta la idea—la bardo se acercó a una percha, donde habían

dejado sus cueros la noche anterior. Su estómago gruñó de nuevo. —

Vamos, semental. Huelo el pan recién horneado.

Los pensamientos de Xena estaban dispersos mientras recorrían el pasillo.

Se obligó a centrarse en cada herida, complacida de que, a pesar de

sus actividades matutinas, aún se sentía mejor que anoche. Erizó unas

plumas imaginarias. Aún lo tengo.

No estaba de humor para encontrarse con Odín, ni para comer, ni…La

bardo caminaba delante de ella, y los ojos azules recorrieron la parte

trasera de su compañera, siempre consciente del contoneo de las

caderas de Gabrielle mientras se movía. Sip. Para eso estoy de humor.

Se abofeteó mentalmente. Vamos, guerrera. Hay dioses con los que

tratar, y planes que hacer, y barcos que coger. Y…Gabrielle miró hacia

atrás, sobre su hombro, y sonrió, una sexy sonrisilla que hizo arrugarse su

nariz e iluminar todo su rostro. Le guiñó un ojo antes de volverse de nuevo.

Y todo lo que quería hacer entonces era coger a su compañera, meterla

de nuevo en su habitación y repetir la actuación de la mañana. Xena se

encontró deseando que lloviera todo el día. Y noche. Dioses. Soy

patética.

Se deslizó tras la bardo, justo antes de que alcanzaran la puerta de la

habitación principal, y la enganchó, mordisqueando la parte trasera de

su cuello durante un largo momento, mientras una de sus manos se

deslizaba bajo el corpiño largo de Gabrielle y acariciaba su vientre

sugestivamente.

—Xena—. La bardo se giró en su abrazo y se encontró dentro de un beso

profundo—Mmmmff—. Sus ojos se abrieron lentamente—¿Qué te ha

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entrado?—sintió una mano firme sobre su trasero mientras Xena la atraía

más cerca.

—Tú—ronroneó la guerrera en su oído—Hace solo media marca, si no

recuerdo mal—. Observó una oreja volverse roja y la besó—Lo he

disfrutado bastante, tengo que añadir.

—Oh, ¿sí, eh?—Gabrielle recuperó la compostura, deslizando

ligeramente sus dedos sobre la clavícula de su compañera—Quizás, si

eres muy, muy buena, podemos hacer más cosas agradables esta tarde.

—¿Buena?—la guerrera pronunció lentamente la palabra, alzando una

ceja en el proceso—Yo creo que no—. Besó a la bardo por última vez y

después la soltó de mala gana, alisándole el pelo y el corpiño antes de

entrar en la habitación.

—Xena—la voz de Odín resonó por la habitación. Estaba sentado en una

mesa en una esquina, solo, con una pinta de cerveza en la mano y dos

jarras vacías tiradas a un lado. —Me alegra ver que hay cosas que no han

cambiado. Aparentemente, tienes el mismo miedo a los dioses que tenías

en Valhalla.

—Nunca he tenido miedo de los dioses, Odín. Lo sabes—. Esperó a que

Gabrielle se sentase y después se dejó caer a su lado, echando un pie

sobre un saliente de la mesa y reclinándose contra la pared para aliviar

sus costillas. Ahora que sé que yo misma soy mitad de uno, quizás debería

tener miedo, añadió en silencio. —¿Dónde están Morrigan y Kallerine?

—Ah. Creo que ambas han desayunado y han vuelto a dormir. Debería

decir que tu particular grupo de mortales está demostrando ser un

puñado de flojas—sus labios se curvaron con aparente desagrado.

—Venimos de Grecia, en mitad del invierno, hemos caminado días con

nieve hasta la cintura, luchado contra tus soldados y hemos soportado

los juegos mentales y el abuso de una loca psicótica, así que tendrás que

disculpar que estemos un poco exhaustas. Bueno—se inclinó hacia un

lado, con cuidado de mantener su codo herido sin apoyar peso—Yo

mantuve mi palabra, pero aparentemente Alti te quitó mi chakram.

—Err…sí—Odín tomó un largo trago de sidra—Aparentemente. No

importa, Xena. Sigues debiéndome una.

—Lo…sé—su voz era frustrada. —No ha pasado un día sin que pensase

en lo que hice en tus tierras. De hecho, he pensado una y otra vez en

cómo arreglarlo, y no lo he conseguido.

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—¿Después de todo este tiempo?—Odín parecía casi divertido—Seguro

que la astuta mujer que me engañó, haciéndome creer que me amaba,

y convenció a mis doncellas del Rin para que le mostrasen dónde estaba

guardado el oro puede idear un plan. Especialmente después de diez

inviernos, Xena.

—Supongo que puedo disculparme por todo eso hasta ponerme

morada, y no servirá de nada—. Estaba súbitamente agotada, todo el

buen humor de la mañana se había desvanecido. —Ese monstruo, al que

llamáis Grindl, es peligroso, incluso sin el anillo. Con el anillo…combinar el

poder del anillo con la fuerza del Grindl…intentar luchar contra él sería

suicida. Y a pesar de los rumores de lo contrario, no estoy lista para morir

ahora. He encontrado una razón para vivir—apretó la pierna de Gabrielle

bajo la mesa—No…—sus ojos se estrecharon.

—He estado pensando, y no crea que te deba nada, al menos por el

anillo—. Se levantó decidida, cruzando sus brazos y mirándole fijamente—

Quieres tu oro. Antes de tomarlo, estaba en una cueva bajo el Rin. No era

una amenaza para nadie entonces. Yo lo tomé y lo convertí en una

amenaza. Lo lamento. Pero ahora está a buen recaudo. A menos que

alguien sea suficientemente idiota como para entrar en la jaula del

Grindl, el mundo está a salvo del poder del oro del Rin. Ya eres un dios,

Odín. ¿Para qué necesitas el poder del anillo, eh?

Odín se movió, incómodo ante su escrutinio. —No te debo explicaciones.

Es mío. Tú lo tomaste. Me pertenece. Lo quiero de vuelta.

—¿Para qué?—sacudió la cabeza con tristeza—Nadie debería tener esa

clase de poder, Odín. Especialmente un dios. Solo traería dolor. Déjalo

estar. Al menos por ahora.

—¡Quiero mi oro?—su voz se alzó y golpeó la mesa con un puño,

haciendo que varios clientes se diesen la vuelta para mirar.

—Actuar como un niño malcriado no va a llevarte a ninguna parte—le

reconvino la bardo—Especialmente con Xena.

—Vuelve al Valhalla, Odín—la guerrera señaló la puerta—Déjame pensar

en esto un poco más. Tenemos mucho tiempo. No hay necesidad de

poner a nadie en peligro abriendo esa jaula y arriesgándonos a que el

Grindl escape. Te lo prometo. Intentaré encontrar una manera. Si lo hago,

volveré al Valhalla. Hasta entonces, tengo pensado quedarme en mi

buena y relativamente segura cabaña en la aldea amazona, y continuar

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construyendo una vida con la persona con la que planeo estar durante

toda la eternidad.

—¡Ya lo veremos, Xena!—el rostro de Odín estaba rojo de ira—No creas

que me despachas tan fácilmente. Me las pagarás, de una manera u

otra—. Se colocó el manto y salió como una tromba de la posada,

desvaneciéndose después en una nube de chispas.

La bardo observó pensativa por la ventana hasta que no quedó rastro

del dios nórdico. —Qué tipo más desagradable—se giró y se sentó,

palmeando el banco a su lado hasta que Xena la siguió. —¿No vas a

contarle lo de Grinhilda?

—Es una cobardía, ya lo sé—la guerrera bajó la vista y entrelazó sus

dedos, estudiándolos con atención. —Pero esa es la parte del plan que

tengo que desarrollar, más que meterme en la jaula y recuperar el anillo.

Quiero averiguar cómo devolver a Grinhilda a su estado original. De

verdad, Gabrielle, no quiero soportar la ira de Odín por eso. Pensaré hasta

que descubra una manera de arreglarlo, no hay por qué decírselo hasta

entonces. Grinhilda ya estaba desencantada con él, gracias a mí. Creo

que pensaba dejarle igualmente, aunque no de la manera en que lo hizo.

—¿Ella le quería?—incitó la bardo suavemente.

—No lo sé. Supongo—unos ojos azules y tristes la miraron—Si por mi fuera,

encontraría una manera de devolverle su estado normal a Grinhlida y

neutralizar el poder del anillo al mismo tiempo.

—Si alguien puede encontrar una manera, esa eres tú, Xena—Gabrielle

se inclinó, apoyando la cabeza sobre un ancho hombro.

—Gabrielle, cuando ese día llegue, tendré que pedirte…—dos dedos se

presionaron contra sus labios, callándola.

—No quiero escucharlo—. Sintió a la guerrera besar sus dedos—

Hablaremos de ello, si ese día llega. No tiene sentido enfadarnos por algo

que a lo mejor no pasa.

—Cierto—Xena le sonrió, intentando sacudirse una corazonada.

—¿Quieres comer algo?—Gabrielle olisqueó el aire, captando el olor de

pan fresco y de las especias de algún tipo de estofado.

—Sí—la guerrera le hizo cosquillas—Y algo de postre.

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—Postre—unos ojos verdes se deslizaron por el largo cuerpo que tenía al

lado—Creo que un buen trozo de postre se impone.

—Y siempre me ha encantado cómo piensas—Xena la besó

rápidamente en los labios y después se levantaron para encargar su

comida.

Fuera seguía lloviendo.

Dos cuencos de estofado cada una y media hogaza de pan más tarde,

guerrera y bardo estaban de vuelta en su habitación, su definición de

“postre” aplazada en deferencia al letargo inducido por la comida.

Gabrielle estaba sentada en la mesa, recopilando cuidadosamente sus

aventuras en el inframundo en sus pergaminos, mientras Xena miraba por

la ventana, viendo la lluvia caer.

Era una lluvia lenta, regular y muy húmeda, sin rayos ni truenos ni nubes

negras, más bien un gris estático cubría el cielo hasta donde alcanzaba

la vista. No había señal de que fuese a parar de llover pronto. El suelo

estaba completamente saturado, y el agua se acumulaba en charcos

sobre el barro, que se juntaban y avanzaban juntos colina abajo sin

destino aparente.

Todo parecía lloroso, mientras pesadas gotas se desprendían de las hojas

de los árboles y amenazaban con colarse por los techos cubiertos de

paja de la pequeña aldea. Unas cuantas vacas de mirada triste vagaban

por el lugar, con las pezuñas cubiertas de espeso barro, y mugían, como

si buscasen alivio. Rio brevemente cuando un dejado gato salió reptando

del granero hasta la puerta trasera de la posada, acuciado

aparentemente por el hambre. El pequeño felino se agenció el

contenido de un cuenco que había sobre el escalón y se escabulló de

nuevo hasta el granero, salpicando sobre los charcos mientras tanto.

El tiempo acompañaba su humor, la postura de Xena era totalmente

caída. Levantó una pierna hacia ella y apoyó sobre esa rodilla el mentón,

repasando eventos pasados, la mayoría de los cuales no había forma de

cambiar, no importaba lo mucho que lo desease. Sus ojos vagaron hasta

la bardo, estudiando en silencio su perfil mientras la mano de Gabrielle se

deslizaba sobre el pergamino.

De vez en cuando la bardo pararía y alzaría la vista, mirando fijamente el

espacio, ordenando sus ideas. Sus cejas se agitarían durante estas

Page 322: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

pausas, y a veces se llevaría el extremo de la punta de metal hasta la

boca y la mordisquearía. Una pequeña sonrisa jugó en los labios de la

guerrera al observar la revelación aparecer en el rostro de Gabrielle,

mientras la cabeza rubia se inclinaba una vez más para que su mano

recogiese cualquier idea que pasase por su mente. Una mente brillante,

pensó Xena.

Muy a menudo en público, las ideas y opiniones de la bardo se perdían

tras la personalidad más enérgica de Xena. Dolía, la guerrera lo sabía,

aunque Gabrielle casi nunca se quejase cuando otras personas no le

prestaban atención. Más de una vez la guerrera había tenido que llamar

la atención de esta gente, pidiéndoles amablemente que escuchasen a

su compañera. La bardo no forzaba a la gente a escucharla, era más

tendente a escuchar y a incitar a la gente, y normalmente tenía éxito al

hacerles pensar que las ideas habían sido suyas.

Y a veces…los ojos azules se cerraron…como hoy…Gabrielle no

necesitaba decir nada en absoluto. “¿No vas a contarle lo de

Grinhilda?”. Unas palabras dichas suavemente que sin embargo

punzaron. No me había dado cuenta antes. Maldita sea si no iba a

enamorarme de lo que nunca habría necesitado para ser honesta.

Como si leyese sus pensamientos, Gabrielle alzó la vista y frunció el ceño,

después dejó la pluma y se levantó, caminando hasta estar a su lado,

jugando distraída con su pelo. —¿Qué pasa por aquí?—la palmeó la

bardo en la cabeza.

—Crees que estoy equivocada, ¿verdad?—Xena apoyó la cabeza sobre

la cadera de la bardo.

—¿Equivocada?—la bardo frunció los labios. —No creo normalmente

que estés equivocada, cielo. ¿Qué tú y yo vemos las cosas de formas

totalmente diferentes? Oh, sí. Definitivamente. Pero he aprendido que

normalmente, si te doy la oportunidad de explicarte, tus razones por las

que dices o haces las cosas tienen sentido, al menos para ti. ¿Puedes

echarme un cable? ¿Equivocada sobre qué?

—Por no hablarle a Odín de Grinhilda.

—Oh—. Gabrielle buscó una respuesta—Sí, supongo que sí. Entiendo que

no quieras enfadar a Odín, y entiendo que no sabes cómo arreglarlo.

Pero no me parece bien que nadie sepa qué ha sido de ella. Que Odín

piensa que se ha desvanecido, o que ha huido. Creo que su memoria

debería ser honrada. Quiero decir, si era una persona honorable. ¿Lo era?

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—Sí—Xena atrajo a su compañera a su regazo. —Era la mejor parte del

Valhalla. Sus intenciones eran puras y altruistas. Mantuvo a Odín a raya,

eso seguro. Los dioses saben que hice todo lo que estaba en mi mano

para intentar corromperle. Creo que ella estaba a punto de rendirse con

los dos como causas perdidas, lo que te da una idea de lo bajo que caí.

No creo que Grinhilda se rindiese, con nada o nadie, fácilmente.

Gabrielle, cuando echo la vista atrás y veo quién era, me avergüenzo.

Posiblemente, más de lo que me avergüence cualquier otra cosa que

haya hecho—. Sintió a la bardo acariciar su cabeza y continuó. —Me

convertí en lo que más me repugnaba. Le hice a Odín exactamente lo

mismo que César me hizo a mí. Dejé que Odín creyese que le amaba, y

después le traicioné. Debía de haber mucho bien en Odín, a pesar de su

exterior gruñón. Es un dios. Puedo decir que si yo hubiera tenido el poder

de los dioses cuando César me traicionó, habría caído fulminado en el

sitio.

—Lo haces parecer como si tú hubieras sido la única persona malvada

del Valhalla—sonrió Gabrielle con tristeza.

—Lo era—suspiró Xena pesadamente—Al menos por lo que sé. El Valhalla

era un sitio relativamente pacífico hasta que yo di lo mejor de mí para

que dejara de serlo. Gracias a los dioses que no tuve éxito.

—No puedo decirte qué tienes que hacer, cielo—. Odiaba que Xena se

torturase. Parecía que últimamente pasaba con cada vez más

frecuencia, y a Gabrielle se le ocurrió que cuanto más se acercaba Xena

al centro de la cuestión, para ella, la guerrera parecía pensar las cosas

con más detalle de lo que lo había hecho en el pasado. No es que Xena

no fuese inteligente. Lo era. Pero la Xena que conoció parecía intentar

solamente hacer el bien, como si intentase equilibrar la balanza de su

pasado. Esta Xena, la que había recorrido un largo camino en los cinco

años que llevaban juntas, parecía reflexionar con frecuencia no solo

sobre lo que había hecho en el pasado, o cómo arreglarlo, también en

el por qué había hecho ciertas cosas, como si intentase entender quién

era.

—Sé que no—unos largos dedos se enredaron en su pelo—No te lo pido,

tampoco. Supongo que solo te pido que me des el beneficio de la duda

en esto. La oportunidad de averiguar un poco más, incluso si eso significa

no hablarle a Odín de Grinhilda aún.

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—Xena—la bardo envolvió la cintura de su compañera con los brazos,

consciente de las costillas partidas. —No tienes que pedirlo siquiera. Si

decides no decírselo nunca a Odín, no te amaría menos, o te respetaría

menos. Eres mi amiga. Parte de ser amigos significa no jugar al otro.

—Gracias—la guerrera sonrió finalmente, acariciando la frente de su

compañera con la suya—Dioses, te quiero.

—Igualmente—. La bardo se acurrucó más sobre ella, uniéndose a su

compañera en la vigilia silenciosa en la ventana.

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Capítulo 10

ena se revolvió, parpadeando en la penumbra mientras se

despertaba. Sus sentidos le decían que era media tarde. Que

estaba desnuda, al igual que Gabrielle, y que ésta estaba envuelta

a su alrededor, roncando felizmente. La guerrera sonrió. Un largo rato

observando la lluvia había llevado a una larga sesión de mimos, que llevó

a donde estaban ahora, tendidas casi agotadas en la confortable cama.

Estiró las piernas todo lo que pudo, agitando los dedos de los pies bajo las

mantas con places. Podía escuchar aún la lluvia caer regularme fuera.

Ah…no viajaremos por lo menos hasta mañana. Y será, con suerte, un

camino lleno de barro. Otra sonrisa. Secretamente adoraba el barro,

excepto por el hecho de limpiar las botas y los cueros después de saltar

sobre los charcos.

Sus oídos se aguzaron, captando la caída regular de las gotas contra el

techo saturado. Otro sonido de goteo le dijo que probablemente

necesitarían poner un cubo en una esquina. El techo no podía retener

más agua. Un sonido diferente llegó a sus oídos y frunció el ceño. Los

arroyos ya no sonaban como un leve gorjeo, sino como una pesada

masa de agua. El ceño se profundizó y se apartó de la bardo dormida.

Pasando las piernas por encima del borde del colchón, caminó

cautelosamente sobre el suelo frío. De un tirón abrió las contraventanas y

asomó la cabeza, permitiendo que la lluvia cayese sobre su cabeza

mientras miraba hacia abajo. La mayoría del suelo estaba cubierto de

una buena piscina de agua, una piscina agitada, de hecho, que se

extendía hacia donde no alcanzaba a ver más allá de la gruesa cortina

de agua. Otro rugido lejano permeaba el aire e inclinó la cabeza hacia

un lado, escuchando atentamente. Eso no puede ser bueno.

Volvió a meter la cabeza y la sacudió, esparciendo gotas sobre el suelo

y el banco bajo la ventana. Recuperando sus cueros y las botas,

garabateó una breve nota para Gabrielle y salió de la habitación,

trotando pasillo abajo hacia la habitación principal, donde localizó al

tabernero en la barra, y a Kallerine y Morrigan sentadas en una mesa

disfrutando de un tardío almuerzo, o quizás de una cena temprana. —

Hola—asintió hacia ellas, y después se acercó a la barra—¿Hay algún río

cerca de aquí?

X

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—¿Río?—preguntó el tabernero, como si no supiese lo que significa la

palabra—La verdad es que no. Quizás un par de kilómetros por detrás de

la posada. ¿Por qué?

—Porque creo que está a punto de acercarse algo más que un par de

kilómetros—la guerrera aceptó una jarra de cerveza no solicitada—¿Un

camino rápido hacia allí?

—Sí—se acarició la barba canosa, pensando—Da la vuelta a la posada,

deja el granero atrás y sigue el campo y la línea de árboles. Debería

haber un camino entre dos grandes abetos, a la derecha.

—Gracias—vació la jarra y metió la mano en el monedero, dejando caer

una moneda en la madera húmeda de la barra. Se acercó a la cazadora

y la druida, dejándose caer en el banco al lado de Kallerine—Creo que

tenemos un problema.

—¿Qué pasa, Xena?—Morrigan apuñaló un trozo de jamón, untándolo

con una espesa salsa de carne.

—Una inundación—las miró seriamente—Voy a ir a comprobarlo, pero os

sugeriría que fuerais a guardar vuestras cosas. Kallerine…cuando acabes,

ve a despertar a Gabrielle y dile que empaquete las nuestras también.

Toda la posada debería estar preparada para la evacuación hacia el

lugar más alto cuando yo vuelva, solo por si acaso. Sé que no es mucho—

miró por la ventana, hacia las casitas desperdigadas—pero estos señores

deberían estar sobre aviso—.

—¿Inundación—los ojos marrones de Kallerine se ensancharon—¿Estás

segura?

—No tiene sentido—el posadero se les unió después de haber escuchado

la conversación—No hemos tenido una inundación desde hace quince

veranos—.

—Sí, ¿pero cuánto ha llovido desde los últimos días?—la guerrera se giró,

permitiendo que la gravedad de la situación asomase a sus ojos.

—Bueno, bastante, ahora que lo mencionas—su propio rostro se

contorsionó por la preocupación—Aún así…

—Junta toda la lluvia con la nieve que se derrite en las cumbres y sí, tus

quince veranos están a punto de terminarse—se levantó, recuperando su

manto, que había dejado colgando de un gancho en la pared—Id a

empacar—los miró a todos—Volveré lo más pronto que pueda.

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—¿Necesitas ayuda, Xena?—Morrigan hizo amago de recuperar su

manto.

—Sí—Kallerine también se levantó—Tú nos ayudaste hace unos días.

Quizás podamos devolverte el favor.

—No—Xena sonrió, a pesar de la situación. No era común que alguien,

aparte de Gabrielle o Eponin, se ofrecieran voluntariamente para seguirla

al peligro—Lo mejor que podéis hacer para ayudar es conseguir que

todos estén listos para evacuar cuando yo vuelva. De hecho, si todo el

mundo está listo antes de que vuelva, id colina arriba, hacia las montañas

por las que vinimos. Os alcanzaré.

—Está bien—la cazadora posó una mano sobre su brazo—Ten cuidado,

Xena. No quiero tener que cumplir esa promesa.

—Nah—la guerrera le acarició el mentón—Haría falta más que una

inundación de nada para derribarme. Vuelvo en un rato—con eso, salió

antes de que nadie parpadease.

Durante los primeros metros el agua le llegaba hasta los tobillos, y la

atravesó el camino con dificultad, salpicando grandes cantidades de

agua en todas direcciones a cada paso. Los tobillos pasaron a ser la

pantorrilla cuando llegó a la línea de los árboles, donde había una breve

elevación a través del bosquecillo de abetos. Hizo una pausa,

cambiando agua por los tobillos por barro, mientras el mejunje rodeaba

completamente sus pies, haciendo desagradables sonidos de succión

cada vez que tiraba de las botas para poder andar.

Bueno. Desde donde estaba, era difícil decir dónde terminaba la colina,

pero seguro que lo hacía más allá de la línea de árboles, ya que el terreno

delante de ella estaba cubierto de agua que corría lentamente. Su

capucha estaba empapada, y se la retiró impaciente, permitiendo que

la lluvia cayese regularmente sobre su cabeza. Las gotas caían sobre sus

pestañas y la punta de su nariz, y se pasó la mano por los ojos, molesta.

El aire estaba saturado de humedad y el olor a lluvia, barro y la hierba

empapada, una mezcla fresca y placentera para su aguda nariz. Hacía

fresco pero no frío, y casi deseó haber dejado el manto atrás, ya que el

peso del agua la estaba retrasando. El sonido del río se hizo más

pronunciado, incluso cuando estaba a un buen trecho todavía.

Había esperado que sería un paseo de rápida ida y vuelta, pero sus

sentidos y su sentido común le decían que el agua que fuera a

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encontrarse más adelante solo sería más profunda. Con resignación, se

quitó el manto y trepó a un árbol, colgando la prenda sobre una rama

relativamente desnuda para mantenerla a salvo. Ahí estás. Así se estaba

mucho mejor, y se regodeó por un instante en las gotas que caían sobre

sus brazos desnudos y muslos. Estaba extremadamente contenta de

haber descartado los pantalones de cuero. El cuero húmedo era la

sensación más desagradable contra la piel.

Con una voltereta saltó del árbol, sobrepasando una profunda poza llena

de barro y aterrizando en una cama de hojas marrones. Las hojas estaban

desperdigadas por el resto de lo que parecía un camino colina abajo y

ella lo siguió, contenta de poder tomarse un respiro momentáneo de

charcos y barro. El barro era divertido pero el barro hasta las rodillas era

una lata a la hora de correr.

Pronto, sin embargo, volvió a tener el agua por los tobillos. —Gabrielle me

va a matar, en líneas generales—murmuró en silencio. Estaba

oficialmente empapada de la cabeza a los pies, e iba a tomar mucho

tiempo limpiar y engrasar las botas y cueros. Había dejado la armadura

atrás, cogiendo solo la espada y el chakram para su protección, y para

usarlos como herramientas en caso necesario. Dadas las circunstancias,

la armadura no parecía necesaria. Además, sus costillas aún seguían

resentidas, y los broches de la armadura solo habrían agravado su

estado.

El agua profundizaba su camino de forma regular hasta estar por sus

rodillas. Desesperadamente deseaba que los rumores de que en Eire no

había serpientes fuesen ciertos, especialmente la variedad de las más

venenosas, las acuáticas. Al menos había llegado al río, que rugía al nivel

de la orilla. No se había desbordado aún, pero no tardaría mucho, quizás

una marca más, supuso.

A pesar del peligro, el río era una visión impresionante. El agua pasaba

haciendo remolinos, el ruido era atronador, algo que podía sentir incluso

más que oírlo. A juzgar por las ramas o los troncos que pasaban flotando,

no parecía que hubiesen encontrado mucho a su paso. No había signos

humanos en el agua. Había esperado algo más que árboles rotos.

Su nariz se arrugó mientras el cadáver de un ciervo, completamente

empapado, pasaba flotando, seguido rápidamente por unos cuantos

más. Una riada, un poco más arriba, razonó. Al acercarse se dio cuenta

de uno de ellos se movían. Un cervatillo que, milagrosamente, había

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quedado atrapado entre ramas. Su boca estaba abierta, y sus gritos

quedaban silenciados por el rugido del agua.

Maldita sea. Intentó ignorarlo. Es solo un ciervo, guerrera. Los matas y te

los comes por regla general. Sí, se replicó en silencio. Pero no cervatillos.

Cervatillos nunca. Los ciervos jóvenes tenían una oportunidad para

crecer antes de convertirse en una presa justa en una caza.

¿Gabrielle querría que tuviese cuidado, o que salvase al ciervo? Mientras

se debatía, flotaba aún cerca, y la miró a los ojos, soltando un balido

lastimero que llegó a sus oídos por encima del rugido del agua. Maldita

sea otra vez. Suspiró larga, profunda y resignadamente, tomó aliento y se

lanzó al agua, nadando en diagonal lo mejor que pudo, esperando

alcanzar alguna poza sin corriente para poder llegar al ciervo.

El agua estaba fría y se quedó un momento sin aliento. Rápidamente se

acostumbró, y casi se olvidó de la temperatura. Sus músculos acusaban

la presión del esfuerzo, y sentía sus costillas ser presionadas por el agua.

MalditoseaelHades, debo de estar loca. Hace cinco veranos no me

habría lanzado a un río desbordado para salvar a un ciervo, por el amor

de los dioses.

Al menos estaba en una buena posición para relajarse un poco, y dejó

que el río hiciese parte del trabajo por ella, dejando su cuerpo flotar hacia

la agitada criatura. Una curva en el río casi la desvía de su camino, y se

agarró a la balsa de ramas del ciervo, justo cuando estaba a punto de

sobrepasarla. Los ojos confusos del animal estaban ensanchados por el

terror y la miraban, inseguro de si debería tener miedo o no. —Hola—

permitió que su voz cayese una octava, grave y tranquilizadora. —Vas a

estar bien.

Parecía sentir que era una amiga, y dejó de agitarse, subsidiendo sus

gritos a meros lloriqueos. Sumergió una mano y agarró el chakram,

usándolo para deshacer parcialmente el entuerto en el que estaban

atrapadas las patas del animal. Rápidamente, lo tuvo liberado, y lo

sostenía contra su pecho con los brazos, manteniendo su cabecita por

encima del nivel del agua como si mirase sobre su hombro.

Su intención era aprovechar la corriente de nuevo para volver a la orilla.

Ese plan fue descartado rápidamente cuando cambió el sonido del

agua. Oh, ohk. —Aguanta—. De alguna manera, consiguió acurrucar al

cervatillo entre sus brazos y se giró contra corriente, usando su cuerpo

como parachoques al quedar repentinamente atrapados en unos

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rápidos. Era apaleada por todas partes por rocas, murmurando

maldiciones hasta que el agua se calmó de nuevo.

—Genial—le dijo a su compañero ileso—Con mucha suerte, solo sigo con

las costillas partidas, y no partidas en pedazos—. El dolor era mucho más

intenso y podía sentir que el vendaje alrededor de su torso, bajo los

cueros, estaba mucho más flojo que antes. Apretó los dientes y miró a las

dos orillas, intentando averiguar cómo iba a llegar a las orillas,

preferentemente a aquella de la que había partido.

Otro rugido más insistente la hizo girarse en redondo. —¡Maldita sea!—sus

ojos centellearon con enfado. —Vale. Agárrate otra vez—se acurrucó

alrededor del cervatillo, justo cuando eran lanzados por unas cascadas.

No muy grandes, probablemente cinco o seis veces la altura de Xena,

pero cascadas al fin y al cabo. Las sobrepasaron, acabando en una

arremolinada piscina.

El cervatillo estaba vivo pero mudo, con el corazón latiendo al triple de

velocidad bajo su brazo—Mejor será que vivas para ser el bicho más

longevo del lugar después de esto—. Se acercó más el ciervo hacia sí y

se dejó ir lentamente hacia el borde. Al menos habían salido de los

remolinos más cerca de la orilla a la que ella quería dirigirse, y con

eficientes pateos alcanzó la orilla.

Se arqueó para alcanzar una rama baja que colgaba de un árbol con

una mano, aún sosteniendo al ciervo en la otra. Durante unos minutos se

limitó a sostenerse allí, con medio cuerpo fuera del agua, intentando

recuperar el aliento. Sus costillas la estaban matando y estaba segura de

que se le habían saltado los puntos de la cabeza.

Vale. Hay que moverse. Levantó las piernas, encogiéndolas bajo ella

hasta estar completamente fuera del agua. Unas cuantas vueltas y un

impulso final, y estaban de nuevo en la orilla, con el barro de nuevo por

las rodillas, jadeando los dos en busca de aire. Se dio cuenta de que

probablemente su pequeño amigo no sería capaz de sostenerse si lo

dejaba en el suelo. Un rápido examen revelo que el cervatillo estaba

mojado, embarrado y aterrorizado, pero por lo demás parecía ileso.

—Vamos—suspiró—Vamos a dar un paseo. Es tu día de suerte—. Unos

acuosos ojos negros la miraron, y el animal moteado de marrón y blanco

hocicó su pecho, y después alzó la cabeza para darle un lametón en la

mejilla. —Eh—gruñó—Basta.

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Finalmente se irguió, colocándolo con cuidado sobre sus hombros para

moverse con más facilidad. —Y ahora…—miró a su alrededor, sin localizar

nada conocido. —Vamos a averiguar cuantos puñeteros metros hemos

recorrido río abajo, y cuánto nos va a llevar volver a la posada—.

El cervatillo baló con suavidad una vez, después suspiró y cerró los ojos,

contento de que su personal método de transporte hiciera todo el

trabajo.

El pequeño grupo de aldeanos y viajeras salían por la puerta de la

taberna para sumergirse en la lluvia que arreciaba. A ninguno de ellos le

hacía especial gracia verse obligados a desplazarse hasta las colinas,

pero una ojeada a la cantidad creciente de agua que se acumulaba

tras la posada les convenció de que era necesario. Junto con los

aldeanos había un aluvión de ganado, ovejas, cerdos, caballos, erros y

unos cuantos gatos con suerte suficiente como para encontrar sitio en las

carretas o los brazos de sus dueños. La mayoría de la gente intentaba

llevarse las más cosas personales en sus espaldas o carros, y el avance

era mucho más lento que el que prefería Gabrielle.

De pie frente a la posada, les observaba pasar delante de ella hasta que

desaparecían por un recodo del camino. Kallerine y Morrigan les

guiaban, ambas sabían el camino a las montañas. Todo el mundo tenía

una pinta horrible, y la propia bardo sintonizaba con ellos, aunque la

fuente de su malestar era otra.

Habían pasado dos marcas desde que Xena fue a comprobar el río.

Conocía a su compañera. Cuatro millas de viaje, incluso bajo una lluvia

torrencial, no llevarían tanto tiempo para su compañera. Algo pasaba, lo

sabía, simplemente. Le había dicho a Kallerine y Morrigan que iba a

esperar otra media marca, después las seguiría si Xena no aparecía. Las

tres sabían que eso no era así. Esperaría a que Xena volviese, aunque

acabase sentada en el techo de la posada para que el agua no se la

llevase.

El posadero le había dicho por dónde se había ido Xena, cómo encontrar

el camino del río que le había indicado a la guerrera. Gabrielle estaba

furiosa con su compañera, o lo habría estado si no fuese por la

preocupación que sobrepasaba su furia. Sabía que Xena no

contemplaría una excursión al río para dejarla atrás—sería una promesa

rota. La guerrera tenía toda la intención de ir y volver rápidamente. Lo

Page 332: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

sabía. Pero una parte de ella estaba herida porque la guerrera no había

considerado despertarla primero, en lugar de dejarle una nota y que

Kallerine la despertase. También sabía que probablemente Xena había

pensado que necesitaba descansar, y eso la hacía sentir cuidada y

frustrada al mismo tiempo.

Así que ahí estaba, de pie con la capucha del manto puesta. Los bultos

de ambas estaban en uno de los carros, salvo unos cuantos elementos

indispensables que llevaba en una mochila bajo su manto—una porción

de carnes y frutas secas, un par de túnicas de repuesto y, como idea de

última hora, el botiquín; solo por si acaso. Los dioses sabían que un simple

paseo de Xena podía acabar con astillas o un par de puntos. Una botella

de agua parecía ridículamente innecesaria, dado el clima, así que eso

también iba en el carro.

Dio golpecitos con la punta del pie en el suelo de madera, con las manos

en las caderas, mientras pensaba. Vale. Tenía sentido dar una vuelta y

volver a la posada, así podría ver a Xena cuando volviese. Se aseguró

mejor la capucha en la cabeza y salió del porche a la lluvia, vadeando

por el barro y el agua que corría por los tobillos, alrededor de la pared y

por la parte trasera.

Miró con dolor a sus botas de cuero empapadas. Odiaba la sensación

de los calcetines mojados metiéndose entre los dedos de sus pies, pero

no podía hacer nada. Solo había una pequeña zona cubierta en la parte

trasera de la posada, y se metió bajo ella, observando las cataratas de

agua caer desde el tejado. Maldición. Quedándose allí quieta no hacía

nada de provecho, y solo se preocupaba más.

Sabía lo que tenía que hacer, lo que su corazón le decía que hiciese. Con

un pesado suspiro, salió del porche a la lluvia y comenzó a vadear

lentamente hacia la línea de árboles. Como su compañera, había

escogido dejar atrás su conjunto de pantalones y corpiño de cuero, y

llevaba la falda naranja y su corpiño de cuero corto que había

comprado en Egipto. Los sais estaban en su sitio, en las botas. Algo le dijo

que se llevase la vara, y ahora la usaba como palo de andar.

El aire era frío y húmedo, y el olor a lluvia lo colmaba todo. Se sintió casi

como si se derritiera al caminar, y tuvo que empezar a luchar contra la

claustrofobia. Copiando el truco de Xena, se echó la capucha hacia

atrás. No era mucho, pero tener la cabeza despejada marcaba la

diferencia. Así que es por eso por lo que casi nunca se tapa la cabeza.

Gabrielle sonrió. Sin la capucha, la visión periférica ya no estaba

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bloqueada, y podía escuchar con más claridad. Su cabello, a la altura

de los hombros, se le pegaba de nuevo al cuello y los hombros, pero valía

la pena.

El agua había profundizado bastante, y pronto estuvo vadeando con el

barro por las rodillas. Podía ver la línea de los árboles, acercándose cada

vez más, pero el agua crecía por momentos, y si continuaba moviéndose

acabaría con ella por los muslos, haciendo su avance extremadamente

lento. Justo cuando estaba a punto de rendirse y dar la vuelta, localizó

un trozo de negro en la espesura verde de los árboles, y guiñó los ojos.

Parecía…se esforzó más…¿eso es el manto de Xena? Dioses, Xena, ¿en

qué te has metido esta vez?

Con renovada determinación vadeó con más fuerza, llegando al árbol

en cuestión. El agua había bajado allí, solo hasta los tobillos. Alzó la vista,

localizando la tela negra que colgaba de una rama alta. Sip. Estaba casi

segura de que era el manto de su compañera, lo que significaba que la

guerrera tendría que volver a por él. Suspiró. Mejor sería dejarlo aquí. Es

mucho más seguro que intentar bajarlo y llevarlo conmigo.

Solo podía hacer el camino que llevaba a la colina. Ahora estaba

cubierto de agua, pero decidió que avanzaría un poco más hasta el río,

que ya podía oír como un rugido sordo que sobrepasaba por poco el

ruido de la lluvia. Retrocedió y dio un par de pasos antes de sentir que

perdía pie al resbalar con hojas de pino sumergidas. Oh, dioses. Resbaló

y rebotó unas cuantas veces antes de caer de culo con el agua por la

cintura. Puaaj. Escupió un puñado de hojas de pino y lluvia.

UUUGHH. Su ropa y su manto estaban completamente empapados. Alzó

la vista hacia el manto de Xena, y después decidió volver a la pequeña

colina, trepar al árbol y juntar su manto con el de la guerrera.

Deslizándose por el tronco del árbol, agarró su vara y la usó para

ayudarse a volver a la colina. El suelo se nivelaba de forma que solo

quedaba una pequeña pendiente que conducía hasta el río.

Siguió el ruido, segura de que su compañera había hecho lo mismo.

Pronto estaba vadeando en aguas profundas de nuevo. Al llegar a un

punto en que el agua corría con velocidad y le llegaba por la cintura, se

detuvo. No era seguro seguir, y conocía suficiente a Xena como para

saber que no estaría jugando con aguas a estas profundidades solo por

diversión. Algo había pasado.

Xena.

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Miró a su alrededor, pero no había rastro de su compañera. No es que lo

hubiera esperado, con esa riada a su alrededor. Estaba rodeada por

agua embarrada y árboles empapados. No se veía ningún animal. Ni

sombras, ya que el sol estaba oculto. Ni siquiera pájaros. Toda criatura

viviente había sido arrasada por la riada. Algo pasó serpenteando bajo

el agua y dio un salto, retrocediendo. Casi toda criatura viviente, se

corrigió.

Bueno. Si los peces se encontraban cómodos nadando por aquí,

probablemente era hora de volver a tierra firme. Se giró, vencida, y

alzando sus ya exhaustas piernas sobre la corriente. Xena, ¿dónde estás?

Se mordió un tembloroso labio. Vuelve conmigo, ¿me oyes? Sé que te

gusta jugar en el agua, pero esto es llevar las cosas demasiado lejos.

Sonrió ante el recuerdo de su querida compañera saltando con ambos

pies sobre unos charcos a las afueras de la aldea amazona. Gabrielle

había doblado una esquina y había observado el infantil

comportamiento, con el corazón desbordado al saber que, en algún

lugar de su interior, Xena aún tenía esa parte de sí intacta. La guerrera

había dado un salto final, haciendo un salto mortal y aterrizando con un

buen salpicón, mirándola. Los ojos azules se habían ensanchado por la

sorpresa, y sus mejillas se había coloreado por la vergüenza.

La bardo había saltado prácticamente encima de ella, dándole un

inesperado abrazo. Nunca había sido capaz de explicar

adecuadamente ese abrazo a la perpleja guerrera. Ahora deseaba

desesperadamente poder abrazar a Xena.

De vuelta al árbol y al manto, hizo una pausa para recuperar el aliento,

presionando su mejilla contra el tronco húmedo. El agua estaba

subiendo, y sabía que debía seguir a los demás, pero Xena estaba ahí

fuera, en algún lugar, y era reacia a dejar la zona cercana a la posada.

Alzó la vista al cielo, maldiciendo en silencio las nubes. No había manera

de determinar qué hora era, pero parecía que estaba oscureciendo; no

podía dilucidar si por la tormenta o el ocaso.

Cerró los ojos, apartando unas lágrimas de frustración. Llorar no arreglaría

nada. Bueno, concluyó, lo único seguro era que Xena tenía que volver a

por el manto. Cyrene se lo había hecho, y solo una riada a pleno

rendimiento había impedido a la guerrera llevarlo consigo. Gabrielle

estaba cansada de estar en el agua, y decidió que las altas y gruesas

ramas del árbol serían un buen lugar para sentarse y esperar. Agarró la

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rama más baja, usando los huecos del tronco como apoyaderos, y trepó

hasta llegar a la rama donde estaban colgados sus mantos.

Sosteniéndose cuidadosamente con un brazo, se abrigó más en su manto

y después se sentó en una encrucijada de ramas, apoyada en el manto

de Xena y la espalda contra una rama un poco más elevada. Hurgó en

la bolsa impermeable y encontró un trozo de venado seco y unos

puñados de pera seca. Masticó sin ganas, sabiendo que necesitaba la

comida pero sin saborearla.

Desde donde estaba sentada tenía una visión clara de la posada y las

tierras de alrededor. No había manera de que se le escapase su

compañera, a no ser que la guerrera sobrepasase completamente la

posada. Seguro que Xena viene aquí primero, ¿verdad? Solo para

asegurarse de que la aldea está despejada. Sí. La bardo asintió, de

acuerdo consigo misma. Sería propio de su compañera asegurarse de

que la pequeña colección de chozas están vacías antes de unirse a los

demás. Xena era así de responsable.

Satisfecha al estar en el mejor lugar posible para espera, se recostó en su

incómodo asiento y posó la mirada firmemente en la posada.

Le dolía todo. Cada músculo gritaba de dolor, y podía sentir más

moratones de los que podía contar por todo el cuerpo. Su pequeña

carga dormía felizmente cruzada sobre sus hombros, ajena a su

incomodidad.

El agua subía casi tan rápido como el sol bajaba por el cielo. Todo lo que

podía hacer era seguir río arriba hasta donde había partido. Su sentido

del tiempo le decía que habían pasado, por lo menos, tres marcas de

vela desde que se fue de la posada, y la riada se acercaba. Se alegraba,

sin embargo, de que se tratase de una crecida regular, y no de una

tromba repentina. Mientras el río rugía rápidamente por el centro, el agua

que lamía las orillas fluía calmada. Era aburrido, y castigaba a los ya

agotados músculos, pero mientras no le llegase más arriba de la cintura,

era vadeable.

Estaba más preocupada por las costillas, porque estaba segura de que,

por lo menos, una tenía rota. Cada aliento que tomaba presionaba sus

cueros pegajosos y empapados, incrementando mucho más su dolor

costal. Le dolía hasta la cadera. Tenía un dolor de cabeza capaz de

Page 336: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

tumbar a un minotauro, y una breve parada en su cuero cabelludo reveló

que se le habían saltado los puntos y que el corte sangraba de nuevo.

Se esforzó por atravesar los árboles, escuchando cuidadosamente el

sonido del río en busca de cualquier cambio súbito. Cada ruido que la

rodeaba provenía del agua: la lluvia, el río, y sus botas salpicando. Por lo

menos…golpeo un tronco cercano…ya no había rayos.

El ciervo se movió a su espalda, y suspiró feliz, con la cabeza de forma

que su respiración le hacía cosquillas en la oreja mientras dormía. Habría

dado cualquier cosa porque fuese Gabrielle la que respirase ahí.

Sus pensamientos nunca se habían apartado de su compañera, y se

preguntaba a qué distancia estarían ya los aldeanos, y si ella encontraría

refugio antes de que cayese la oscuridad. ¿Estarían a salvo de la riada?

Gabrielle estaría preocupada. Eso era un hecho. Odiaba ser ella la causa

de su preocupación. Menos mal que eres rubia, bardo mía.

Probablemente, ya tendrías docenas de canas a estas alturas, gracias a

mí. Sabía que la bardo le parecería preciosa, con canas o sin pelo en

absoluto, pero estaba segura de que a Gabrielle no le haría ninguna

gracia tener canas desde tan joven.

Pensó en ello, intentando imaginarse a su encantadora compañera

dentro de veinte veranos. ¿Cómo serían entonces? ¿Aún serían sanas y

seguirían en forma? ¿Seguirían viviendo con las amazonas? Un intenso

escalofrío atravesó su torso. ¿Cuántos hijos tendrían?

Sus pensamientos eran tristes y alegres a la vez. Era difícil para ella

imaginar vivir dentro de veinte veranos. Muy pocos guerreros lo

conseguían. Pero una chispa de esperanza en el futuro la acompañaba

esos días. Necesitaba llegar a vieja, por el bien de Gabrielle. Meterse en

el río había sido una estupidez muy arriesgada, y se dio cuenta de que

necesitaba empezar a pensar más claramente en los impulsos que la

llevaban a tomar esas decisiones. Había mucho que perder.

Al final, el resplandor gris creció y se encontró en el claro que llevaba a

la aldea. Apresuró el paso, a pesar de la lluvia, y tomó una curva,

localizando la posada solo unas millas más adelante. No había actividad

en la posada o el granero, y las cabañas no tenían humo en sus

chimeneas. Bien. La evacuación parecía haber ido bien.

Salió justo de la línea de los árboles, acordándose del manto. En parte

era una tontería, se dio cuenta, perder tiempo para recuperar la prenda,

pero también sabía que, una vez que se pusiera el sol, probablemente lo

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necesitaría, especialmente en las colinas a las que se dirigía. El agua le

llegaba por las rodillas, y fluía más rápidamente en terreno abierto. Estaba

segura de que el río ya se había desbordado, y que el agua sobre la que

ahora caminaba era en parte lluvia y en parte agua del río.

Los árboles que bordeaban la parte alta del río aparecieron en su campo

de visión, y apretó el paso de nuevo, deseando poder correr. Cuando

llegó a la loma, se dio cuenta de que ya no estaba por encima del agua,

pero que a pesar de esto solo le cubría por las pantorrillas. Iba a ser

divertido trepar al árbol con el bebé a la espalda. El cervatillo pareció

sentir sus pensamientos y estiró el cuello, hocicando su oreja. —Eeeeh.

Para.

—¿Que pare qué?—contestó una voz soñolienta.

Pegó un bote, agarrando el chakram como reflejo. Sé que el maldito

ciervo no me ha contestado. Alzó la vista, y ensanchó los ojos al localizar

a su compañera, subida a la rama donde estaba colgado el manto. —

¿Qué Tártaro haces ahí arriba?

—¿DÓNDE Tártaro has estado?—la bardo le tiró el manto y después bajó

del árbol, parándose en la rama más baja para estudiar a su compañera.

—¿Y qué llevas en los hombros?

Xena sonrió con timidez—Se iba a ahogar.

—¿Xena…—la bardo se sentó sobre sus talones, pensando que si saltaba

al suelo, el agua le iba a llegar por las rodillas, a juzgar por las piernas

cubiertas de su compañera. —Has estado fuera una eternidad. Me he

quedado dormida en ese árbol dejado de la mano de los dioses,

esperándote. Por favor, dime que no he perdido cinco veranos de mi vida

por la preocupación por salvar un ciervo—inclinó la cabeza—Xena,

parece que te hubieran dado una paliza. Y…estás

sangrando…y…¡eeeeeh!

La guerrera agarró la rama y tiró hacia abajo, después la soltó, y esto

provocó que Gabrielle saliese volando. Cortó hábilmente la caída de su

compañera tomándola por la cintura cuando aterrizaba. —¿Por favor, te

puedes ahorrar el sermón hasta que salgamos de aquí? Si perdemos

mucho más tiempo, ambas dormiremos en ese árbol.

—No soy yo la que ha perdido el tiempo—gruñó la bardo—Y contéstame

una pregunta, ¿por favor?

—Estáa bieeen—los ojos azules se pusieron en blanco.

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—¿De dónde, exactamente, has rescatado a este ciervo?—los ojos

verdes centellearon con furia.

—Em…del medio del río—murmuró Xena, casi demasiado bajo como

para ser oída.

—¿Perdona?—la bardo apretó a su compañera.

—Auu—la guerrera sintió un fogonazo de dolor—Despacio. ¿Costillas

rotas, recuerdas?

—Oh, lo siento—Gabrielle aflojó su agarre—¿Te he escuchado decir que

te has metido en un río desbordado para salvar a algo que llamaríamos

“cena” dentro de seis meses?—. Miró atentamente al cervatillo ofensor,

nariz con nariz con él—Sí, ya me has oído. Tu nombre es Cena,

¿entendido?

—Yo…intentaba hacer lo correcto—la cabeza morena se bajó con

remordimiento—Me miró, Gabrielle, con esos ojos grandes. No podía

dejarle morir. No pude.

—¿Y si hubieras muerto tú?—la voz de la bardo era un susurro rasgado,

después la guerrera sintió el cuerpo de la pequeña mujer comenzar a

temblar contra ella.

—Oye—. Apoyó la cabeza rubia contra su pecho, deteniéndose un

momento al escuchar varios sollozos ahogados—Lo siento, cariño. Si

tuviera que hacerlo otra vez, no lo haría. Solo…salté. No pensé en que

sería tan duro.

—¿Pensaste en mí, Xena?—. La bardo alzó la vista, apartando

involuntariamente los mechones húmedos de la frente de la guerrera—

¿Pensaste en cómo me sentiría yo si no volvías?

—Yo…estaba pensando en ti—. Acarició la cabeza de su compañera,

después su mejilla—Pensé, mejor dicho, en la Gabrielle que conocí. ESA

Gabrielle habría quedado embobada por este pequeñín y me habría

suplicado que intentase salvarle. A veces, Gabrielle, cuando pienso en ti,

tengo que pensar mucho en separar lo que fuiste de lo que te has

convertido.

—¿Te…Lamentas que ya no sea esa niña de ojos grandes, Xena?—hipó

la bardo, aun derramando lágrimas. Bajó la vista, temerosa de la

respuesta que podría ver en esos ojos azules.

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Unos dedos suaves le alzaron la barbilla. —No—una sola palabra, pero el

amor en los ojos de Xena le daba más poder que todos los poemas de

Safo. —Amo a la preciosa y compleja persona en la que te has

convertido, bardo mía. Además, nunca podría haber hecho esto con esa

niña—Inclinó su cabeza y besó los labios cálidos, reafirmando

suavemente a su compañera en cosas que las palabras no podían

expresar.

Xena sintió parte de la tensión abandonar el cuerpo de su compañera y

se apartó, juntando sus frentes. —Vamos. Vamos a buscar refugio, ¿eh?

—Buena idea—. La bardo tomó su mano, y juntas pasaron vadeando la

posada y se encaminaron por el camino de las colinas. Miraba de reojo

al cervatillo, que batía sus largas pestañas con incerteza hacia ella. —Es

bonito, ¿eh?

Una suave risa grave fue la única respuesta.

No había huellas que seguir para llegar a los aldeanos y sus compañeras,

pero el estrecho sendero que guiaba hasta las montañas seguía siendo

transitable, aunque no fácil. Era la única ruta lógica que podrían haber

seguido. Xena percibía de vez en cuando alguna rama rota y vegetación

aplastada, que indicaría el paso de los carros de los aldeanos. Estaba

empezando a temblar, y sabía que era por algo más que la lluvia.

Maldición. Otra vez no. Arriba ese ánimo. Gabrielle ya se va a volver loca

cuando vea mis heridas. Intentó distraerse del frío que la calaba hasta los

huesos estudiando el terreno que las rodeaba. La lluvia estaba

empezando a ponerla de los nervios, y todo lo que quería era irse a casa.

Esto provocó una risita sofocada. ¿Quién hubiera pensado que alguna

vez pertenecería a la aldea amazona? Apretó su agarre sobre el brazo

de la bardo. Mi hogar es dondequiera que esté Gabrielle. Sintió a su

compañera acercarse más a sí, e inmediatamente su cuerpo se calentó

un poquito.

Había recorrido ese camino tras su vuelta del inframundo, y su mente

lógica disfrutó rememorizando la topografía desde la dirección opuesta.

Una vez que pasaba por un camino, raramente lo olvidaba. Era parte de

ser un guerrero vagabundo. Era solo que nunca sabías cuándo recordar

un oscuro caminito o una cueva oculta iba a servirte de algo.

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Repasó el camino en su cabeza, retándose a recordarlo con precisión.

Vamos a ver…ahí debería haber dos altos pinos tras esa curva de ahí.

Después un bosquecillo de hojas perennes y caducas tras ellos. Un par de

robles tras una gran colina después de eso…después otra alta colina con

un gran monte de rocas cerca de la cima. Eh…

—Gabrielle…—se quitó al cervatillo de los hombros—¿Puedes sostenerlo

un momento? Tengo que ir a comprobar una cosa.

—Xena…—la bardo sintió la calidez de la criatura sobre su cuello, y

después vio a su compañera saltar por los aires. —¡Xena!—Gabrielle

pateó el suelo, frustrada. —Cabezota…¿Qué Hades está tramando

ahora?

El ciervo le lamió la mejilla como respuesta.

—Está herida y aún tiene cosas que hacer—la bardo hablaba con su

amiguito de cuatro patas—No tiene problema en malgastar energías de

ese modo—. Intentó ponerse a su altura—Apuesto a que acaba

lamentando haber salvado tu flacucho trasero.

Pasó un cuarto de marca antes de que alcanzase a la guerrera. El manto

colgado por una rama cercana era la única pista de su presencia, y tuvo

que buscar un rato antes de localizarla en la cima de la colina. —¡Xena!

¡Qué Tártaro estás haciendo?—Su compañera estaba casi en la cima,

que terminaba en una gran pila de piedras sueltas, rocas y sedimentos.

Hizo un gesto de dolor cuando las botas de la guerrera resbalaron sobre

la gravilla.

—Estoy deteniendo una riada—gritó una voz perfectamente cuerda.

—¿Qu…?—miró a su alrededor, intentando localizar un buen lugar donde

dejar al cervatillo. Una roca plana parecía una buena elección. —Xena,

¡voy a subir!

—¡No!—la guerrera se detuvo, con voz severa e inquebrantable—

Necesito que te quedes ahí abajo. Puedo llegar a necesitar bajar rápido

de aquí. ¿Por favor?

Ha dicho por favor. Oh, mierda de jabalí. —Está bien—la bardo se sentó

de mala gana en una roca, que estaba frente a la colina. Parecía tan

buen lugar como otro cualquiera para apartarse.

Xena llegó a la cima de la colina y sonrió triunfante, mirando a su

alrededor. Justo como había sospechado, al otro lado de la colina era

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mucho más empinado y alto, una montaña comparado con la ladera

que acababa de ascender. Justo debajo de ella estaba el río, y un

recodo que se curvaba hacia la aldea. No había nada a kilómetros, más

que árboles y colinas. Perfecto.

Escrutó la zona, midiendo ángulos y distancias desde la montaña al otro

lado del río, posando su vista en un grueso roble cerca de su cumbre. Más

perfecto todavía. Retrocedió, agarrando el chakram y lanzándolo. Siseo

y voló, ganando velocidad a medida que se acercaba al roble. Desde

ahí, rebotó hacia ella, golpeando una gran roca en la base de la pila

sobre la que estaba posada.

Las rocas retumbaron y comenzaron a descender colina abajo, mientras

el chakram volvía al roble, rebotaba una segunda vez y volvía a ella. Ni

siquiera tuvo que moverse para atraparlo. Observó el deslizamiento

ganar velocidad, retumbando por la montaña y recolectando más

rocas, gravilla y árboles muertos.

—¡Xena!—escuchó la voz de la bardo, incluso por encima del rugido de

las rocas.

—¡No pasa nada, Gabrielle!—enganchó el chakram en su sitio, en el

cinturón—Estaré ahí en un minuto—. Observó el deslizamiento hasta que

las primeras rocas se asentaron, cayendo en el río agitado. Minutos

después el deslizamiento remitió, formando una pequeña presa justo por

encima de la curva del río. Con satisfacción, vio el curso del agua

desviarse, fluyendo y alejándose de la aldea.

Era difícil decir, desde donde estaba, si aquello detendría las

inundaciones definitivamente, pero seguro que marcaría la diferencia

entre perderlo todo y quizás secar algunas alfombras. La última roca se

asentó, y el tranquilo sonido de la lluvia fue el único que quedó en el aire.

Miró atrás una vez más y después empezó a descender por la colina,

evitando la grava a favor del barro. No es que fuera mucho mejor, pero

al menos tenía menos posibilidades de perder pie.

Cuando sus pies tocaron el camino sintió una oleada de mareo y se

tambaleó. Sintió los brazos de la bardo alrededor de su cintura,

estabilizándola. Sacudió la cabeza para despejársela, y su visión se

aclaró. Se sentía débil como un recién nacido.

—Xena—la voz de la bardo penetró la niebla—¿Estás bien?

—Genial—Intentó erguirse totalmente—Solo un poco cansada.

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La bardo la arropó con su manto, cogiéndolo del árbol. —¿Por qué has

provocado un deslizamiento?

—He desviado el curso del río—un pequeño escalofrío hizo castañetear

sus dientes—Creo que los aldeanos me deben una.

—Xena—la mano de la bardo estaba en su frente, y la suave piel era

increíblemente fría contra su cabeza—Estás ardiendo.

—Estoy bien—gruñó la voz rasgada—Solo necesitamos encontrar refugio.

—Estás enferma—Gabrielle frunció el ceño, poniéndole la capucha.

—Eso dicen—ella se la apartó.

—Xena, hablo en serio—líneas de preocupación marcaban la cara de la

bardo—Creo que estás más caliente que cuando viniste con la gripe.

—Nada de lo que pueda ocuparme hasta que encontremos un lugar

para descansar—. Reconoció su propio mal humor como uno de los

síntomas de su enfermedad—Vamos—obligó a su voz a suavizarse—

Vamos a buscar a los demás y te prometo que me tomaré las hierbas.

Necesito estar coherente hasta entonces, y las hierbas me dejarán fuera

de juego durante un rato. Si son tan fuertes como yo pienso que las

necesito, añadió en silencio.

—Al menos déjame llevar a nuestro amigo—Gabrielle tomó al triste

cervatillo y lo acomodó sobre sus hombros.

Xena estaba demasiado cansada como para discutir. Su visión era

ligeramente borrosa y se dio cuenta de que tendría que tener cuidado

para no tropezar y caerse. Debería habérmelo tomado con calma al subir

a esa colina, gruñó internamente. Creo que ha sido lo que me ha

matado, especialmente la última pirueta.

Estaba totalmente oscuro y habían pasado dos marcas cuando

finalmente alcanzaron a los aldeanos. Kallerine había tomado como

puesto de guardia el final del estrecho camino que llevaba a una vieja

mina. No parecía haber sido usada en años, pero aún tenía vigas fuertes

y, lo más importante, un gran número de habitaciones, lo que significaba

que el ganado podría estar en cuartos separados a los humanos. El

liderazgo natural de Morrigan había hecho acto de presencia, y cuando

la guerrera y la bardo llegaron, la mayoría de la gente y los animales

estaban cómodamente instalados. Gracias a la previsión del alguacil,

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quién había llevado una carreta con leña seca, un gran fuego había sido

prendido en el centro de la cámara principal.

—¿Están nuestros petates colocados?—Gabrielle no se molestó en

saludar, cuando la cazadora las alcanzó en el camino.

—Sí—unos preocupados ojos marrones estudiaron el rostro de Xena,

pálido y de ojos vidriosos. Observó parpadear a la guerrera y se dio

cuenta de que no la había reconocido. —¿Qué le pasa a Xena?—

Kallerine se quitó la capucha para ver mejor a su héroe.

—Fiebre—La bardo ya sostenía a su compañera cuando se acercaban a

la mina.

—Estoy bien—murmuró Xena—No habléis de mí como si no estuviera aquí.

Oh, chico. —Lo sé, cariño. Lo siento—Gabrielle echó una mirada

preocupada en la dirección de Kallerine. Vocalizó las palabras “agua

caliente” y recibió un silencioso asentimiento de la cazadora. —Vamos a

meterte dentro y a ponerte ropa seca, ¿de acuerdo?

—De acuerdo—la guerrera se recostaba pesadamente contra ella, y sus

pasos eran extremadamente vagos.

—¿Quién es vuestro amigo?—la cazadora rascó la cabeza del cervatillo.

—Mi “amigo” es la razón por la que mi tozuda compañera tenga fiebre,

ya que decidió que era imperativo meterse en un río desbordado para

salvarlo—Gabrielle sintió alzarse su ira—¿Todo bien por aquí, y a dónde

nos dirigimos?

Kallerine le describió la mina, describiéndole la disposición. —Hemos

puesto vuestras cosas en una pequeña habitación cerca del final, lejos

del ganado.

—Gracias—la bardo intentó sacudirse la preocupación.

—Tengo que estar al frente—protestó Xena—Vigilar.

—Un turno de vigilancia ya ha sido establecido, gracias a Morrigan—

respondió Kallerine.

—Apúntame—insistió la guerrera—No podemos depender de un puñado

de aldeanos desentrenados para protegernos.

—¿Xena…?—Kallerine sintió un codazo de la bardo y se detuvo a mitad

de frase.

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—Me aseguraré de ello, cielo—la preocupación de la bardo crecía

exponencialmente. Xena, en un estado normal, habría entendido que no

había casi posibilidades de que algo o alguien les atacase durante la

tormenta. Reconocía el comportamiento de su compañera como

automático. No es bueno.

Al final alcanzaron la mina, y la bardo guio a su compañera, siguiendo a

Kallerine a sus habitaciones. Sus petates estaban desplegados juntos, y

un montón de madera estaba arreglado dentro de un pequeño círculo

cerca de la pared. —¿Puedes encender eso?—Gabrielle empezó a

quitarle a Xena el cuero húmedo, contenta de no tener que lidiar con la

armadura.

—Oh, Xena—. El cuerpo desnudo de la guerrera era un enorme moratón.

Desató la tela empapada de sus costillas y siseó en voz baja. La zona de

las costillas estaba roja e hinchada. —Cielo—palmeó la mejilla de Xena—

Xena, creo que te has roto las costillas—. Cuidadosamente, testó y

obtuvo un gemido de protesta de su compañera—Perdona. ¿Las vendo

o eso empeorará?

—Véndalas—el acento irlandés de Morrigan le contestó desde atrás.

—Morrigan—la bardo dio un rápido abrazo a la druida—Está muy

enferma. Tengo nuestro botiquín, pero puede que necesite algo más

fuerte. ¿Puedes echarle un vistazo al botiquín del sanador? ¿Tienen

sanador?

—Sí, seguramente—La druida observó a Gabrielle mientras metía a la

guerrera entre las pieles, cubriéndola cuidadosamente con una gruesa

manta. —Ha hecho falta una carreta grande para traer todos sus

suministros.

—Bien. Cuanto más tenga donde elegir, mejor—. La bardo escuchó el

crujido del fuego cuando Kallerine utilizó el pedernal sobre la madera. —

Gracias, Kallerine. ¿Puedes decirles a los aldeanos que Xena ha

conseguido desviar la riada?

—¿En serio?—los ojos de la cazadora brillaron con maravilla—¿Por qué

me sorprendo? ¿Necesitas algo? Puedo traer más mantas, y algo de

estofado de cordero.

—Quizás podamos añadir a Cena como venado extra—. La bardo echó

un ojo al cervatillo, que descansaba dócilmente al final de sus pieles de

dormir. Baló como protesta, como si entendiese sus palabras. —Era una

Page 345: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

broma—acarició al animal antes de levantarse—El estofado estaría

genial, y necesito un par de botellas de agua. No debería ser muy difícil

de conseguir—. Inclinó su cabeza, escuchando el distante sonido de la

lluvia cayendo—Morrigan, ¿puedes sentarte aquí mientras voy a revisar

el botiquín del sanador?

—Sin problema, Gabrielle. Tómate tu tiempo—. La druida se dejó caer en

las pieles de la bardo, cruzando las piernas. Tocó la frente de la guerrera.

—Tts. Está caliente como ese fuego, ¿verdad?

—Sí—los ojos de Gabrielle ardían. —Sí. Creo que no ha tenido una fiebre

así desde…bueno…desde hace mucho tiempo—. Apartó recuerdos de

su camino por una montaña nevada. Esta vez no vas a morirte, princesa

guerrera. ¿Me oyes? —Ahora vuelvo.

—No me dejes—jadeó la guerrera.

—Xena, cielo…—la bardo se arrodilló, acariciando la cabeza

empapada—Solo voy a por unas hierbas. Volveré tan rápido como

pueda.

—Te quiero—los ojos azules se giraron hacia ella, con una súplica

desesperada reflejada en ellos.

—Yo también te quiero—besó su frente—Ahora vuelvo—. Se levantó,

saliendo de la habitación. La mina estaba llena de pequeños ruidos de

gente preparándose para pasar la noche. El especiado olor del estofado

permeaba la habitación, junto con la siempre presente esencia de la

lluvia. Un bebé llorando se oía en una de las habitaciones, y el suave

balido de las reses y las ovejas llegaba a sus oídos. Unos cuantos aldeanos

la miraban con curiosidad. La mayoría de ellos no tenían ni idea de quién

era ella, además de la compañera de viajes de la destructora de

naciones. Desafortunadamente, así era como recordaban a su amante

en esa parte del mundo. Xena no había visitado Eire en sus días de señora

de la guerra, pero las tierras nórdicas estaban suficientemente cerca

como para que su reputación hubiera llegado a los celtas.

Encontró al sanador y le comunicó los síntomas de su compañera. Él

quería echarle un vistazo, pero cuando describió los rápidos reflejos de

Xena y su estado mental, estuvo de acuerdo en que sería mejor que

Gabrielle atendiese a la guerrera. Había encontrado las hierbas más

fuertes cuando Kallerine entró en la cámara del sanador. —Gabrielle,

Xena pregunta por ti. Está realmente agitada. Creo que está llorando.

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Oh, dioses. —Gracias—tomó una selección de frascos y siguió

rápidamente a la cazadora a su cámara, agachándose. —Xena, cielo,

estoy aquí.

—¿Has vuelto?—las lágrimas se acumulaban en los ojos azules.

—Te dije que volvería en un momento—la bardo buscó una taza entre sus

bolsas, y comenzó a mezclar hierbas, mientras que Kallerine y Morrigan la

miraban con preocupación.

—Te quiero—la mano de Xena apareció por debajo de las pieles,

envolviendo su muñeca.

La bardo liberó un profundo suspiro. —Xena…—se detuvo, observando a

su audiencia—¿Os importa si…?

—Vamos, Kallerine—Morrigan captó su señal—Vamos a asegurarnos de

que todo el mundo está debidamente, y a vigilar.

—¿Pero y si Xena…?—un fuerte tirón en su brazo la hizo ponerse en

marcha—Está bien, está bien—alisó su falda—Lo capto. Vigilancia. Lo

capto.

La bardo las escuchó marcharse, y la habitación enmudeció, salvo por el

crujido del fuego y la respiración trabajosa de la guerrera. Vertió algo de

agua en la taza y mezcló la amarga poción con el dedo. Sintió los dedos

de la guerrera acariciar suavemente su pierna, y consiguió sonreír.

—Te quiero—susurró la guerrera nuevamente, cerrando los ojos, con el

alivio pintado en la cara.

La bardo se preguntó si la mente febril de su compañera había escogido

esas palabras como una especie de mantra. Oh, bueno, podía ser peor,

supongo. —Yo también te quiero, Xena—sintió los dedos apretar su rodilla.

—Me alegro de que hayas vuelto—los ojos de Xena se abrieron un poco.

—Cielo…—Gabrielle estaba confundida. Vale, tiene fiebre, está un poco

confusa. —Por supuesto que he vuelto. Toma, tienes que tomarte esto,

tengo que erguirte un poco. ¿Puedes hacer eso por mí?

—Lo que sea por ti—la guerrera gimió cuando el brazo de Gabrielle se

deslizó bajo sus hombros, y la bardo se acordó de sus costillas rotas. Xena

se bebió la mezcla sin una sola queja. Permaneció en silencio, pero

vigilante, mientras la bardo le cosía la cabeza y limpiaba los rasguños más

serios.

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—Caray—no tenía tiras ni vendas para las costillas de la guerrera—Xena,

tengo que ir a por un par de cosas, ahora vuelvo.

—No—la guerrera febril se agitó, tratando de sentarse. Gritó suavemente

ante el dolor en su costado, y se tumbó de nuevo—No me dejes, por

favor.

—Xena…—Gabrielle se acercó más, de nuevo acariciando el cabello

húmedo de su compañera. La mano de Xena atrapó la suya libre,

apretándola con un firme agarre. —Cielo, necesito…

—No me dejes otra vez, por favor—unas cuantas lágrimas saltaron de sus

ojos inyectados en sangre. —Por favor.

—Tus costillas…—la bardo apretó los dientes. Xena le estaba apretando

la mano mucho. —Xena, me estás haciendo daño en la mano, cielo.

—Oh. Lo siento—Xena liberó su agarre—Nunca te haría daño.

—Lo sé—Gabrielle se inclinó, acariciando con sus labios los de su

compañera durante un momento—Te prometo que vuelvo en un

momento.

—Te quiero—la derrota máxima en el tono de la guerrera rompió el

corazón de Gabrielle. —Cásate conmigo. Te quiero—Xena cerró los ojos,

dejando la mano de la bardo contra su mejilla.

—Xena, nos vamos a casar, ¿te acuerdas?—la bardo tiró del anillo del

dedo de Xena, y los ojos azules se abrieron de nuevo.

—Te quiero mucho—. Rogó—No te cases con Pérdicas. Por favor.

Oh, dioses. La bardo se estremeció como reacción al darse cuenta en

qué lugar exactamente estaba la mente de su compañera. —Xena…—

Gabrielle parpadeó para apartar sus propias lágrimas—Pérdicas y

yo…Calisto…Pérdicas está…—¿Qué le digo? Cambió de opinión. —No

amo a Pérdicas. Quiero casarme contigo.

—¿Lo harás?—los dientes blancos aparecieron en una temblorosa

sonrisa. —¿Me quieres de verdad?

—Con toda mi alma y mi corazón—Gabrielle besó la mano caliente—

Ahora, ¿me dejas ir a por unas vendas para tus costillas?

La guerrera suspiró, y parte de la tensión abandonó su rostro. —Está bien.

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Gabrielle salió rápidamente, donde se apoyó en la pared durante largos

minutos, con los ojos cerrados por el dolor absoluto. Habían hablado de

aquello, y Xena había admitido que lloró después de dejar Potedaia.

Hablar de ello y contemplar las emociones en el rostro desarmado de la

guerrera eran dos cosas totalmente distintas. Xena había dicho que

llevaba enamorada de ella mucho tiempo. Era algo que sabía, pero no

había visto hasta ahora. —Siento mucho haberte hecho tanto daño,

amor—susurró—Daré lo mejor de mí para no volver a causarte tal dolor.

Encontró rápidamente las vendas y volvió a la cámara, vendando las

costillas rotas con más cuidado y ternura que nunca. Xena la observó en

silencio, y la ayudó completamente, permitiendo que la bardo deslizara

una túnica sobre su cabeza, y persuadiendo a la guerrera para que

comiese la mitad de un cuenco de estofado. No fue hasta que Gabrielle

se unió a ella bajo las mantas que Xena se relajó completamente,

acurrucándose alrededor de la bardo y suspirando de alivio. Pasó un rato

largo hasta que la preocupada bardo la siguió en el sueño.

Xena se agitó, murmurando incoherencias en el sueño. Se giró,

apartando las mantas mientras su cuerpo se retorcía, incómodo.

Gabrielle se despertó y miró a su alrededor, centrándose. El fuego se

había reducido a brasas y el aire estaba húmedo, igual que el dorso de

su camisa de dormir, donde Xena había estado apoyada.

Se sentó y tocó la frente de la guerrera. Seguía caliente, pero debía haber

llegado a un punto crítico, ya que su pelo y su ropa estaban empapados.

Gabrielle se estiró hasta sus bolsas y buscó una camisa seca. —Espero que

esta aguante, es la única seca que te queda, amor—. Deseó estar en

casa, donde podría cuidar a su compañera mucho mejor.

—Xena—la bardo alzó con cuidado a su compañera hasta dejarla

sentada, no quería sorprenderla—Tengo que cambiarte, ¿de acuerdo?

—Es mi culpa—los ojos azules se abrieron de golpe, casi plateados a la luz

del fuego. Estaba confusa, y miraba a su alrededor intentando entender

dónde estaba. —No debería haberte traído aquí.

—Xena, sabes que quería venir contigo—Gabrielle se preguntaba dónde

estaba la mente de la guerrera en este momento. No tuvo que esperar

mucho.

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—Debería haber matado a Krafstar. Nunca confié en él—alzó sus brazos

dócilmente, permitiendo que la camisa húmeda se deslizase por su

cabeza y que la seca la reemplazase. —Es mi culpa.

—Oh, Xena—Gabrielle colocó la camisa y acarició la cabeza de su

compañera, atrayéndola a su hombro. —¿Es aquí a donde vas cuando

tienes pesadillas?—. Le recordó a casa de nuevo el que la parte de Xena

que era una asesina no dudase en tomar la vida de alguien que se

atreviese siquiera a mirar mal a Gabrielle. El lado humano de la guerrera

practicaba el autocontrol. No tenía ninguna duda de que si Xena hubiera

conocido las verdaderas motivaciones de Krafstar, su vida habría

acabado antes de salir de Grecia. Le sorprendía encontrarse casi

deseando que hubiese sucedido. Eso también reafirmaba cuánta culpa

llevaba todavía su compañera en el corazón, aunque no lo expresase a

menudo.

—Solan—Xena se estremeció—También es mi culpa—. La guerrera

empezó a llorar y se agarró indefensa a la camisa de su compañera. —

No debería haberte culpado. Lo siento mucho.

—Cariño—. Las lágrimas de Gabrielle se mezclaron con las de la guerrera

cuando bajaron por su cuello hasta su pecho. Sorbió, y respiró con

dificultad. —Por favor, vuelve conmigo. No pasa nada—. Xena continuó

sollozando en silencio mientras la bardo peinaba su cabello con los

dedos, besando su cabeza y acunándola ligeramente. Era extraño ver

este lado desprotegido y vulnerable de su compañera. En todo el tiempo

que duró ese breve distanciamiento, nunca había sido capaz de sostener

a Xena o consolarla realmente por ese tema en particular. Lo había

aceptado con culpa, una necesidad a un nivel que no se había dado

cuenta de que tenía, y se preguntaba si el cerebro embotado por la

fiebre de su compañera lo recordaría al desaparecer.

—Te perdí—la guerrera acarició su cuello con su cara—Nunca te merecí.

Gabrielle sintió encogerse su corazón por la pena. —Nunca me perdiste—

la sostuvo con más fuerza, consciente de los múltiples moratones y las

costillas rotas de Xena. —Nunca. Xena, me tendrás siempre. Toda la vida,

cariño. No voy a irme a ningún lado. Tendrás que dejarme para librarte

de mí.

La guerrera se incorporó y retrocedió, con el rostro cubierto de

indignación. —Nunca de dejaría.

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—Entonces supongo que estamos pegadas para siempre—la bardo urgió

a su compañera a descender a las pieles. —Duerme, Xena. Estás

enferma. Lo necesitas—inclinó su cabeza y besó la mejilla acalorada. —

Estaré aquí contigo. Te lo prometo.

—Quiero irme a casa—suspiró Xena lánguidamente, y permitió que

Gabrielle la atrajera hacia sí.

La bardo se preguntó brevemente a qué se refería la mente vaga de su

compañera con “casa”. ¿Anfípolis? ¿Grecia? ¿La aldea amazona?

Grecia, lo más seguro, supuso. —Yo también—se acurrucó detrás de la

guerrera, echando las mantas por encima de las dos. —Yo también—

susurró.

Xena tenía la garganta seca, y su cabeza palpitaba por el dolor. Miró

alrededor, a su pequeño refugio. No tenía ni idea de dónde estaba.

Podía sentir a Gabrielle acurrucada a su alrededor, con las piernas de la

bardo encajadas en la curva de sus piernas. Un brazo posesivo estaba

asentado alrededor de su cintura, que también le dolía. Oh, sí, costillas

rotas, se recordó.

Vagamente recordó el camino de vuelta desde el río, y el deslizamiento,

y su excursión hasta aquí, donde puñetas fuera que estuviesen, asumió.

Todo lo que venía después era un misterio. Tragó dolorosamente. Brasas

muertas estaban apiladas en un anillo para el fuego al otro lado de la

habitación. No era una cueva, exactamente. Vigas de madera

apuntalaban las paredes de roca. El suelo estaba relativamente plano y

dormían sobre sus petates.

Una piel de agua al pie de las pieles la llamaba, y se apartó ligeramente

de su compañera, sentándose y tomándola, tragando grandes sorbos

del frío líquido. Sus oídos le decían que estaban bastante adentradas en

donde fuera que estuvieran, ya que el sonido exterior estaba bloqueado,

o eso, o la lluvia había cesado. También oía pequeños ruiditos más allá

de las puertas, y asumió que debían estar en un lugar seguro, de otra

manera no habría dejado que durmieran sin vigilancia. Su nariz se retorció

al detectar el olor de ganado, mezclado con el olor a humo.

Se sentía débil, los brazos le temblaban un poco después de alzar la piel

de agua. No es bueno. Al empezar a centrarse, se preguntó que habría

sido de la riada y de la aldea. Se le ocurrió que los ruidos de fuera podían

ser de los aldeanos, y de que estaban en alguna clase de refugio. Se

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preguntaba dónde estaban Kallerine y Morrigan, y cuánto tiempo

llevaban allí.

Gabrielle se agitó, buscándola, y permitió que una mano estirada

agarrase la suya. La bardo sonrió durmiendo, atrapando su mano y

llevándola contra su pecho. Frunció el ceño al estudiar a su compañera

más atentamente. Los ojos cerrados de Gabrielle estaban muy

hinchados, y había rastro de lágrimas en sus mejillas. ¿Qué ha pasado,

amor? Las puntas de sus dedos encontraron suave piel, acariciándola.

Sumando dos y dos, y dada su falta de memoria, se maldijo en silencio.

Apuesto lo que sea a que yo soy la razón por la que ha llorado. Debo

haber estado muy enferma. Probablemente la he matado del susto.

Suavemente, tiró de su hombro—Gabrielle. Querría saber que estoy bien,

¿no? —¿Cariño?

Unos precavidos ojos verdes se abrieron y Gabrielle la miró con expresión

inquisitiva. —¿Xena?—se sentó, tocando automáticamente la frente de

la guerrera. Las líneas de preocupación desaparecieron inmediatamente

de su rostro. —Gracias a los dioses. Estás fría—Xena tosió como respuesta,

cubriéndose la boca, sintiéndolo en los pulmones—Pero obviamente aún

no estás bien.

—Estaré bien—la guerrera aceptó el abrazo de la bardo—¿Dónde

estamos?

—En una mina abandonada, a medio camino hacia el inframundo, me

temo—Gabrielle permitió que el cuerpo caliente la consolase,

disfrutando de las caricias de Xena sobre su espalda—¿Cómo te sientes?

—Débil. Me duele la cabeza. Me pica la garganta. Sedienta hasta más

no poder—inclinó el mentón de la bardo—¿Por qué las lágrimas?

Gabrielle bajó la vista, pensando. —En parte porque estabas ardiendo

por la fiebre y casi fuera de ti.

—¿Y…?—los pálidos ojos azules se suavizaron.

—Y preferiría dejar el resto para más tarde, si te parece bien—se mordió

el labio inferior.

—Está bien—Xena frunció el ceño, atrayendo más a su compañera—

¿Algo que pueda arreglar?

—No creo—Gabrielle cerró los ojos—Supongo que será mejor que te lo

diga ahora, ¿no?

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—Supongo, especialmente si no puedo hacer nada al respecto—Xena le

besó la cabeza. —Quién sabe, si me lo cuentas, a lo mejor sí que puedo

hacer algo después de todo.

Lo dudo, suspiró la bardo para sí. —Tú…perdiste el norte durante la

noche…te fuiste a un par de sitios—la bardo contó a su compañera su

confusión sobre Pérdicas, Solan y el lugar donde estaban.

Xena escuchó en silencio, con el corazón dolorido por el dolor de su

compañera. —Lo siento, amor—se apartó, quitando los mechones de los

ojos de la bardo. —No tengo mucho control sobre los sueños. O la fiebre,

aparentemente. No voy a mentirte. Tu boda con Pérdicas y la muerte de

Solan son probablemente los dos temas que ocupan mis pesadillas. Eso,

y saber que cuando perdí a Solan, estuve muy cerca de perderte a ti

también. Hemos hablado de todo esto y, por lo que has dicho, retomarlo

no hace ningún bien.

—Es cierto—Gabrielle le ofreció una sonrisa temblorosa—Solo odio

haberte hecho tanto daño en el pasado. Que nos hayamos hecho daño.

Me hace preguntarme si alguna vez desaparecerá.

—¿Honestamente?—la guerrera continuaba deslizando sus dedos sobre

el cabello rubio. —Cosas como estas no desaparecen. Lo sabes. Pero se

hace más fácil lidiar con ello cuando pasa el tiempo. Durante mucho

tiempo, bardo mía, tuve pesadillas cada noche. Me despertaba cada

mañana temiendo que fuesen ciertas, y que te hubieras ido.

Ahora…quizás alguna vez al mes. El tiempo lo cura todo, Gabrielle. Y el

amor. Tenemos mucho de las dos cosas.

—¿Y algunos recuerdos que hacer?—Gabrielle tocó el rostro de su

compañera, necesitando la conexión—¿Podemos irnos a casa?

¿Quedarnos durante un tiempo? ¿Nada de barcos y vueltas al mundo?

—Si eso es lo que quieres—Xena giró la cabeza, besando la palma de la

mano de la bardo. —Lo que Gabrielle quiere, lo consigue—susurró

suavemente—Eso sigue siendo verdad. Siempre lo será.

—Eso es muy dulce, Xena, pero no es muy justo para ti—se acercó más,

abrazando a la bardo.

—¿Después de la vida que he llevado?—resopló la guerrera—Es más que

justo. ¿Sabes cuántas veces te he mirado para entender lo que era

correcto? Más veces de las que pueda contar.

—¿Y tu deuda con Odín?—la bardo sintió entumecerse el largo cuerpo.

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—Incluso eso—Xena replicó resignada—No haré nada sin hablar antes

contigo. Te lo prometo.

—Oye—cansada de pensamientos deprimentes, pero no de abrazarse,

Gabrielle se sentó de mala gana. —¿Por qué no voy a buscarnos algo de

desayuno y vemos cómo están las cosas ahí fuera, mientras tú te tomas

una dosis de esas hierbas y te bebes el resto del agua?

—Trato hecho—Xena sonrió, y la atrajo para un breve beso. —Mmmm—

se apartó—Otra razón para irnos a casa y curarme. Más besos. Y todo lo

que eso conlleva—le guiñó un ojo.

—Oh, sí—la bardo se levantó y se giró hacia la puerta, recibiendo una

suave palmada en el trasero. —Oye—se giró de repente—No empieces

algo que no puedas terminar, princesa guerrera.

—¿Eso es un reto?—una ceja se arqueó sensualmente.

—Puede—Gabrielle le sonrió de igual manera—Tienes un viaje completo

en barco hasta casa para probarlo.

—Hmmm—Xena rio en voz baja, observando a su compañera

abandonando la habitación—Creo que podría aceptarlo.

Gabrielle estaba sentada en un banco a la popa del barco, con su diario

desplegado en su regazo. El barco estaba anclado en el puerto de la

aldea de Morrigan, y su tripulación estaba preparada para embarcar al

ocaso, una media marca después. La bardo mordisqueaba la punta

metálica de su pluma, observando a su compañera, quién permanecía

de pie a proa, con el viento apartándole el pelo de la cara. Los ojos de

la guerrera estaban cerrados y parecía estar disfrutando del raro

momento de paz. Gabrielle absorbió el momento con el corazón alegre,

después mojó la pluma en tinta y continuó registrando sus aventuras en

Eire:

Ha sido una locura de semanas. Pasamos dos días en la mina

abandonada, que fue bueno para el cuerpo de Xena, pero bastante

malo para su mente. Se aburre realmente rápido, y podría haberme

sentado encima de ella si no le hubiera hecho más daño en las costillas.

Todo por un ciervo. ¡Un ciervo!

“Cena” está viviendo en el granero de Morrigan hasta que sea

suficientemente mayor como para volver al bosque. Morrigan, por

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supuesto, viene con nosotras, así que uno de sus vecinos cuidará a Cena

hasta que Morrigan vuelva a Eire con Bridgid.

Si vuelve.

Está tan enamorada de Hércules. Está claro para todos nosotros. Va a

estar en nuestra ceremonia de unión, y planeamos invitar a Afrodita

también así que…no sabes lo que puede pasar. El Grandullón, como a

Iolaus le gusta llamarle, se merece algo de felicidad, especialmente

después de su boda con Serena. Qué tragedia. Como dijo Morrigan, no

ha tenido suerte en el amor. Creo que cada mujer que se ha enamorado

de él lo han dejado o han muerto, incluida Xena, y no puede recuperarla

a ella. Es mía.

Morrigan es muy noble. Algunas cosas son más importantes que el deber.

Xena y yo hemos aprendido que el bien supremo puede cambiar. No

parece justo que Morrigan se sacrifique por Eire. Tiene que haber una

manera para que pueda tener su país y su amor. Xena está conmigo

porque yo soy su bien supremo. Ahora mismo, escojo vivir en la aldea

amazona porque me necesitan. Nos necesitan. Xena escoge vivir

conmigo. Pero ella es mi bien supremo. Si llega el día en que la aldea

amazona no es el mejor lugar para ella, dejaré a las amazonas. Hay

algunas cosas que ya no estamos dispuestas a sacrificar. No hay nada

más importante para Xena y para mí que nosotras. Nada.

Hércules y Morrigan, si realmente quieren estar juntas, encontrarán una

manera. Xena y yo lo hicimos. El amor encuentra una manera, si le das la

oportunidad.

Podríamos planear algo para Iolaus también. Aparentemente está

embelesado de esa pirata llamada Nebula, que ha resultado ser una

princesa sumeria. Voy a enviarle una invitación diplomática para nuestra

unión. Xena dice que conoció a Nebula, en los mares, cuando la misma

Xena era pirata. Dijo que Nebula es clavada a Cleopatra. Bastante raro,

teniendo en cuenta de dónde venimos. Como Xena, Meg, Diana y Leah.

Me hace preguntarme si Ares ha estado haciendo de las suyas. Eugh.

Bueno, me voy del tema. La lluvia paró finalmente y la riada cedió. El

deslizamiento de Xena funcionó, al menos en parte. Como pensaba, la

mayoría de las cabañas de la pequeña aldea estaban empapadas, pero

por lo menos nadie perdió su casa. Estaban tan agradecidos a Xena.

Xena pretendía parecer avergonzada por la atención, pero sé que parte

de ella lo absorbe como una esponja. Lo necesita. Es una prueba muy

Page 355: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

pequeña de que ha cambiado, de que acepta que ha marcado la

diferencia para la gente, para el bien. No creo que siga siendo conocida

como la Destructora de Naciones en Eire. Creo que he escuchado a unos

aldeanos planear hacer una estatua en su honor, e incluso renombrar la

aldea como Xenapolis.

Nos quedamos unos cuantos días para ayudar a limpiar, y es lo único que

conseguí para que Xena se lo tomase con calma. Corrió levantando

cosas, afilando hachas, barriendo barro, y haciendo todo lo que no

debería haber hecho con las costillas rotas. Juro que es tan terca como

Tobías a veces.

Echo de menos a Tobías. Echo de menos nuestra casa. Creo que Xena

también. Hablamos mucho de este viaje, porque ha sido realmente difícil

para nosotras. Yo, por supuesto, siempre intento descubrir qué significa

todo.

Xena, por su parte, es más práctica. “Gabrielle, vinimos a Eire, matamos

a Alti “otra vez”, destruimos la máscara, salvamos el mundo, detuvimos

una riada y ahora nos vamos a casa”. Justo al grano, así es como es, a

menos que se ponga pastelosa conmigo.

Vale, así que salvamos el mundo.

Es una cosa extraña para mí pensar en eso. Yo, la chiquilla de Potedaia.

A veces sacudo la cabeza, intentando descubrir cómo he llegado a ser

lo que soy. Entonces miro a Xena y lo sé. Seguí mi corazón.

Lamento muy pocas cosas, y cuanto más estoy con Xena, más de esas

cosas desaparecen. Acercarnos tanto a Britania ha sido difícil para las

dos. Pero creo que había una razón para que viniésemos aquí. TENÍAMOS

que empezar a cerrar esas puertas.

Siempre estará ahí, por supuesto. Xena tiene razón. A veces las cosas son

demasiado trágicas como para olvidarlas. Pero el tiempo y el amor han

sanado muchas heridas. De alguna manera extraña, somos más fuertes,

creo que, en parte, por las cosas que nos pasaron en Britania. Fue muy

complicado, y no estuvo totalmente resuelto hasta que corrí hacia Xena

en el bosque a las afueras de Potedaia, después de caer al pozo de lava

con Esperanza.

Fue un punto de inflexión para nosotras. Después de aquello, fuimos

nosotras. NOSOTRAS. No Xena. Nos convertimos en iguales. Empezó a

escucharme realmente, y estaba dispuesta a seguirme, si hubiera tenido

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necesidad de hacer algún viaje. Nuestra situación ahora mismo es un

ejemplo de igualdad, porque Xena, por si misma, no habría vivido con las

amazonas ni en un millón de veranos.

Ha recorrido un largo camino. La pillé ayer en el mercado, comprando

unos regalos para Pony y otras guerreras de las que se ha hecho colega.

Un par de cuchillos, esas cosas. Intentó esconder los paquetes, pero era

demasiado tarde. Es tan mona cuando se sonroja. Incluso más cuando

se sonroja y gruñe y murmura al mismo tiempo.

Creo que nuestra estancia en Eire a reafirmado para las dos que estamos

en el buen camino. Pertenecemos a la otra. Eso nunca cambiará. De

momento, pertenecemos a las amazonas, e incluso Xena echa de menos

nuestra casa.

Nuestra casa.

Nunca hemos tenido un lugar al que llamar hogar. Pero anoche,

estábamos de vuelta en la posada de la aldea de Morrigan. Finalmente

tuvo una oportunidad de recordarme que es un auténtico semental

cuando quiere. Vaya. Puede encenderme con una sola caricia. Estaba

bastante satisfecha de si misma después, o con mi respuesta, o lo que

sea.

En fin…después…estábamos en esa pequeña cama y me abrazaba,

como siempre hace. Estábamos hablando de nuestra cabaña, y de

nuestro jardín y nuestro baño, que es muy bonito. Era bastante obvio que

no podíamos esperar a volver allí.

Será primavera, así que ayudaremos en los campos, y Xena entrenará a

una nueva camada de potrillos. Creo que tres yeguas estaban preñadas

cuando nos fuimos. Echo de menos a nuestra gata, Problema, y a Tobías,

Argo y Estrella. Echo de menos tomar el té por la tarde con Raella y

realmente echo de menos estar con Xena por las noches.

Creo que vamos a ir a nuestra cascada y nuestra cueva cuando

volvamos, y pasaremos unos días, volviendo al día a día. Xena dijo que

quería hacer nuevos recuerdos allí, dada que su última experiencia allí

casi la mata.

Este barco es un mercante lleno de tripulación. Hemos tenido que pagar

el pasaje esta vez, pero valdrá la pena para poder descansar. Les pedí

que nos dejasen el camarote sobre cubierta. Como intercambio, les

contaré historias cada noche después de cenar. Ha pasado un tiempo

Page 357: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

desde que conté historias cada noche. Tengo mucho material nuevo

para exponer, desde luego.

Raella y Morrigan comparten un camarote, y Morrigan se muere de la

ansiedad por ver a Bridgid. Kallerine y Amarice no han salido de su

camarote desde que subieron a bordo. No las vimos mucho en la posada

ayer, tampoco. Tuve una pequeña charla con Kallerine. ¿Dioses, alguna

vez fui tan joven? Eran realmente monas cuando volvimos a la aldea. No

se separaron ni un minuto. Kallerine piensa que está enamorada de

Amarice. Admitió que no habían pasado de los besos. Me alegro de eso,

aunque sospecho que no durará mucho.

Como si yo pudiese hablar, ¿eh? Xena y yo esperamos…¿qué, dos días?

Quizás poco menos de dos días. Pero ninguna de las dos éramos vírgenes,

aunque creo que, de alguna forma rara, ha sido nuestro primer amor

para las dos. Es algo dulce en lo que pensar. El pasado de Xena es

bastante loco, pero soy su primer amor, y definitivamente ella es el mío.

Me alegro de que nos hayamos enamorado juntas por primera vez.

Oh, Odín apareció ayer por la noche después de cenar. De nuevo. No

me gusta. Me gusta menos que Ares. Al menos Ares, de alguna forma

retorcida, se preocupa por Xena. Odín no, eso seguro. Es arrogante. Qué

dios no lo es, ¿eh? Quiere que Xena lo compense de alguna manera, y

no parece preocuparle si sale herida o muerta, siempre que enmiende el

gran error de su pasado.

La conozco. Vamos a tener una buena bronca por esto, me temo, antes

de que se acabe. Odín es un dios, y creo que debería solucionar su

maldito problema solo. Xena siente culpa. Por supuesto. Y es

suficientemente cabezota para intenta solucionarlo. Claro que sí.

Odín dijo que había encontrado una solución para Loki y Kernunnos. Los

dioses nórdicos ponen y quitan maldiciones, así que Loki se librará de la

roca, después de todo este tiempo. Pero a dónde van a enviarle…quizás

desee quedarse con las cadenas.

Odín conoce la situación de Callisto y todo eso. Debe ser cortesía de los

inmortales o algo así. Ares nos dijo hace tiempo que Calisto está en un

lugar peor que el Tártaro, llamado Infierno. Xena dijo que el inframundo

celta y nórdico es parecido al Tártaro. Un lugar asqueroso, así que solo

puedo imaginarme cómo es el Infierno. Van a enviar a Loki y a Kernunnos

al infierno, durante toda la eternidad. Dijo que es el único lugar

Page 358: Los ojos de Eire de Linda Crist (16 de marzo 4))

suficientemente lejano y bien custodiado para que no sean una

amenaza.

Si no recuerdo mal, Kernunnos fue hecho mortal. Solo puedo asumir que

está vivo. No hubo manera de encontrarlo cuando volvimos a la aldea

de Morrigan, y Odín confirmó que era parte del equipaje de Loki de

camino al Infierno. No quiero saberlo. Si está vivo y le envían al infierno,

será horrible. Si le matan antes de mandarlo, bueno, como he dicho, no

quiero saberlo.

Esta ha sido una de las lecciones más difíciles para mí. Que hay gente tan

mala que no merecen vivir. Solía pensar que había algo de bien, incluso

en la peor gente. Ya no lo creo. Sé que eso rompe el corazón de Xena, y

no hablamos de ello.

Kernunnos era un dios, así que es más fácil para mí digerirlo. Sigo

encontrando difícil matar. Pero solo lo haría para proteger a alguien a

quien quiero, como Xena. Como hice en Egipto. No soy una asesina, pero

protegeré a Xena, sin importar lo que tenga que hacer.

Así que aquí estamos, a punto de zarpar hacia Grecia. Hay grandes

planes que terminar, y creo que tendremos que posponer nuestra

ceremonia de unión hasta el solsticio de verano, para darles la

oportunidad a nuestros amigos a desplazarse hasta la aldea,

especialmente a aquellos que vienen desde tan lejos como Cleopatra y

Nebula.

Hemos hablado algo más de tener niños. Xena dijo que estaría dispuesta

a pedirle un favor a Ares si tuviera que hacerlo. Creo que tiene que haber

otra manera. Podría hablar yo misma, con Artemisa o Afrodita, o con las

dos. Se me exige que dé una heredera a la máscara de las amazonas,

que gobierna Artemisa. Estoy enamorada de Xena, que es territorio de

Afrodita. Son una pareja de diosas capaces. Seguro que pueden pensar

algo y ayudarnos a Xena y a mi para que tengamos un hijo juntas.

Quiero un bebé que se parezca a ella, y ella, claro, dice que quiere que

se parezca a mí. Creo que aceptaremos lo que sea, aunque espero de

verdad que no se parezca a Solan o a Esperanza. Este niño será querido,

sea como sea. Quiero esto para ella, y ella lo quiere para mí. Será una

segunda oportunidad para las dos. Ambas tenemos tanto amor que dar.

Para nosotras y nuestra familia.

Es tan mona. Cuando hablamos de tener un hijo, acaba acariciándome

la tripa, como si ya hubiera uno creciendo ahí. Puedo imaginar lo

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sobreprotectora que va a ser si me quedo embarazada. Si quiere

mimarme durante nueve lunas, ¿quién soy yo para detenerla?

Y hablando de mimar, creo que cerraré esto por ahora, y voy a ver qué

hay dentro de esa preciosa y complicada cabeza.

Xena se giró, sintiendo acercarse a su alma gemela. —Hola, amor. ¿Ya

has terminado de escribir?

—De momento—Gabrielle se deslizó tras ella, rodeando la cintura de la

guerrera y dejando su mejilla contra la espalda cubierta de cuero—Vaya

aventura, ¿eh?

—Sip—la guerrera se giró, sentándose sobre la barandilla y atrayendo a

Gabrielle hasta que estuvo entre las piernas de Xena. Xena inclinó su

cabeza y besó profundamente a su amante, fundiéndose hasta sentir

que el cuerpo de la bardo se quedaba lacio en sus brazos. —Mmmm.

—Mmm mmm—los ojos verdes se abrieron lentamente—Qué bien.

¿Alguna razón en particular?

—¿Necesito una razón para besar a mi chica favorita?—Xena acarició

suavemente la cabeza rubia, metiéndola bajo su mentón. —Bonita

puesta de sol.

Gabrielle se movió, girando la cara hacia el sol que se ponía, sintiendo los

últimos rayos de calor sobre su rostro. —Sí. Claro que sí. Bastante

romántico, navegar al ocaso contigo.

—Oh, bardo mía. Te prometo que compartiremos ocasos hasta que

seamos viejas y canosas y tengamos que guiñar los ojos para verlas—.

Besó la cabeza de Gabrielle. El barco se mecía suavemente y la fresca

brisa del océano les hacía cosquillas en la nariz, junto con la suave

esencia de Gabrielle. Eso era la paz.

—¿Cómo puedes hacer una promesa así, cielo? Podría pasar algo…—

una mano suave cubrió su boca, y mordió la palma de Xena jugando.

—No me importa—la voz de Xena vibraba con determinación—Voy a

envejecer contigo, y no me importa lo que tenga que hacer…a lo que

tenga que renunciar para que eso pase.

Gabrielle se recolocó en el cálido abrazo, observando descender la

palpitante órbita brillante en el cielo. —Nos vamos a casa de verdad,

¿verdad? Parece que ha pasado una vida.

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Algo le hizo cosquillas a la mente de la guerrera. Había pasado una vida.

Lo sintió, la verdad de lo que habían aprendido con Nayima. Habían

hecho falta unas cuantas vidas para llegar aquí. —Gabrielle, yo ya estoy

en casa.

No hacían falta más palabras cuando dos corazones compartían uno de

muchos ocasos. El futuro estaba desplegado frente a ellas, lleno de

posibilidades y promesas que no serían rotas.

Fin

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Biografía

Linda Crist es la autora de la serie de

Kennedy y Carson, que comienza con

The bluest eyes in Texas, y es la finalista

de los premios Goldie de 2006. Ha sido

la receptora de numerosos premios a

las escritoras online, incluyendo los

Royal Academy of Bards, los Hall of

Fame, los Xippy, y los Bard´s

Challenge. También participó en la

temporada virtual de Xena con

subtexto.

Empezó a escribir a una corta edad

componiendo historias con los boletines de

la iglesia. Tiene una carrera como Periodista de la

Universidad de Texas. Después de la universidad, trabajó durante dos

años en la sección de Edición en el periódico Dallas Times Herald.

Se describe a sí misma como una Xenite, y en general una friki de la

ciencia ficción/fantasía. Es una apasionada del medio ambiente y el

bienestar de los animales. Le gusta montar en bici, excursionismo, hacer

piragüismo, submarinismo, viajar, la fotografía, la música, la buena

conversación con un buen café, y por supuesto, escribir.

La web de Linda es http://texbard.com y su Facebook

http://www.facebook.com/texbard

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Serie 16 de Marzo:

—First Solstice (historia corta precuela de la serie)

—The Families We Make (historia corta precuela de la serie)

—#1 March the 16th/16 de Marzo

—#2 A Solstice Treaty/Un Tratado de Solsticio

—#3 Cleopatra 4 A.D.

—#4 Divinity

—#5 The Eyes of Fire

—#6 Beyond Sight

—#7 Loaves and Fishes

—#8 Right of Cast