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PRESENTACIÓN Luisa Balseiro de Tijera, la artista, la maestra, la amiga, la alegría, la loca, la del goce estético. Una y distintas marcas hacen a Luisa a quien igualmente la podemos llamar Luisa Cabildo. Luisa ha sido la primera en tejer una historia de vida muy valiosa para la propuesta pedagógica y cultural de la Normal. Podemos decir que este es uno de los grandes aportes para el proyecto CABILDO. La escritura del texto ocurre en distintos momentos, por ello hay momentos que se repiten. Los personajes que hace la historia nos ayudan a “ver” la educación, la pedagogía, la maestra, los estudiantes, la práctica pedagógica, los referentes y las ideas de casi un siglo. La memoria de Luisa es rica en palabras y rica por lo selecto de las vivencias que narra. Luisa, su tía, es un punto de referencia fundamental; igual lo es la abuela a quien canta para que la vida vivida recobre la memoria. También el padre que fue capaz de mantener a dos mujeres, por lo menos. Las historias, los juegos, el teatro, la música hacen parte de aquello que Luisa introduce en el aula y en la institución toda para menoscabar el autoritarismo y la rigidez disciplinaria. Las fechas, los lugares, las anécdotas ayudan a entender la vida de la Normal. Y no se trata de meras ocurrencias, de recuerdos fortuitos, de minucias. Se trata de aquello que ha sido trascendental para la formación del maestro en Cartagena de Indias. Desde el proyecto Biografías de maestros, formación y practicas pedagógicas consideramos que tenemos que buscar la pedagogía en los pedagogos que vivimos y sentimos a Cartagena. En buena hora, año 2010, Luisa ha sido nombrada por el Distrito de Cartagena, a través del Instituto de patrimonio y cultura, la gran lancera. Es un orgullo para nuestra institución saber que Luisa representa toda la gesta libertaria de la heroica. Ella es pues un referente para seguir con la búsqueda de aquellas maestras y maestros que nos ayuden y permitan escribir “historias de la pedagogía en Cartagena de Indias”.

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PRESENTACIÓN

Luisa Balseiro de Tijera, la artista, la maestra, la amiga, la alegría, la loca, la del

goce estético. Una y distintas marcas hacen a Luisa a quien igualmente la

podemos llamar Luisa Cabildo. Luisa ha sido la primera en tejer una historia de

vida muy valiosa para la propuesta pedagógica y cultural de la Normal.

Podemos decir que este es uno de los grandes aportes para el proyecto

CABILDO.

La escritura del texto ocurre en distintos momentos, por ello hay momentos que

se repiten. Los personajes que hace la historia nos ayudan a “ver” la

educación, la pedagogía, la maestra, los estudiantes, la práctica pedagógica,

los referentes y las ideas de casi un siglo. La memoria de Luisa es rica en

palabras y rica por lo selecto de las vivencias que narra. Luisa, su tía, es un

punto de referencia fundamental; igual lo es la abuela a quien canta para que la

vida vivida recobre la memoria. También el padre que fue capaz de mantener

a dos mujeres, por lo menos. Las historias, los juegos, el teatro, la música

hacen parte de aquello que Luisa introduce en el aula y en la institución toda

para menoscabar el autoritarismo y la rigidez disciplinaria.

Las fechas, los lugares, las anécdotas ayudan a entender la vida de la Normal.

Y no se trata de meras ocurrencias, de recuerdos fortuitos, de minucias. Se

trata de aquello que ha sido trascendental para la formación del maestro en

Cartagena de Indias. Desde el proyecto Biografías de maestros, formación y

practicas pedagógicas consideramos que tenemos que buscar la pedagogía en

los pedagogos que vivimos y sentimos a Cartagena. En buena hora, año 2010,

Luisa ha sido nombrada por el Distrito de Cartagena, a través del Instituto de

patrimonio y cultura, la gran lancera. Es un orgullo para nuestra institución

saber que Luisa representa toda la gesta libertaria de la heroica. Ella es pues

un referente para seguir con la búsqueda de aquellas maestras y maestros que

nos ayuden y permitan escribir “historias de la pedagogía en Cartagena de

Indias”.

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LUÍSA BALSEIRO DE TIJERA

HISTORIA DE VIDA

Me crié al lado de una mamá que desbordaba alegría y buen humor; siempre

contestaba a las preguntas de los nacimientos de sus cuatro hijos con unas

historias solo creíbles por nosotros en la época de niñez; como por ejemplo: La

cigüeña nunca tuvo tiempo de aterrizar en la cama, sino en los lugares mas

difíciles del entorno (deja al recién nacido enganchado en el alambre de la

cerca, en las orillas del arrollo, etc.) A mi me toco sobre un árbol frondoso de

mango, escucharon el llanto y me rescataron. Me gustaba tanto ese cuento de

los nacimientos extraños, que insistía en la repetición. Lo seguro del relato era

la existencia del árbol en el patio de la casa y en el pueblo de San Onofre.

Mi papá era un errante terrateniente que se la pasaba del pueblo a la ciudad y

de la ciudad para el pueblo, pues eran dos hogares a quienes complacía.

Parece que lo hacia de lo mejor, porque nosotros los hijos de Manuela “la

querida”, como la llamaban en aquel tiempo, siempre estábamos contentos.

Nací entonces en San Onofre, pero mi infancia estuvo rodeada de mar. Crecí

en un pueblito costero en donde el elemento principal de recreación era el

juego dentro del agua. Recuerdo una melodía que me emocionaba mucho, la

jugábamos entre dos y decía así:

Tío Pepe deme un bolo,

Otro: muchacho eso esta verde

Tío Pepe démelo así,

Otro: muchacho cógelo ahí.

De los hombros del compañero de juego, me lanzaba a las profundidades del

mar. Al emerger, los pescadores nos regalaban el bolo (patilla redondita). Me

sentía como el pez, casi todo el día en el agua. La primera pizarra donde

aprendí a dibujar fue la arena mojada por las olas y el inicio de los problemas

matemáticos consistieron en la repartición de caracoles, cangrejos y

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caracuchas con los amigos y amigas de infancia. Algunas soluciones

terminaban con la rotura de una que otra cabeza pero el mar estaba ahí con

nosotros para lavar y cicatrizar la herida y otra vez darnos la zambullida. Del

hermoso pueblito costero; “Berrugas”; así lo llamaban, me mude a otro mayor,

San Onofre, dejando nostálgicamente mis sueños infantiles pero prometiendo

regresar en vacaciones.

Empecé formalmente a estudiar la primaria en el colegio Santa Clara, dirigido

por monjas Franciscanas vestidas con atuendos negros, muy rígidas en sus

costumbres y altamente peligrosas en la enseñanza de la religión. El diablo y el

pecado era tema obligado en sus conversaciones. No encajé en el molde

Franciscano pero descubrí el talento que tenia para el teatro, debido al fomento

de este arte en cuanto evento se realizaba en el colegio.

La calidad de mis interpretaciones la media a través del publico que hacia llorar

en el drama o reír en la comedia, convirtiéndose el juego teatral, desde muy

temprano, en parte de mi personalidad. Nutriéndolo con la fantasía de los

imaginarios del pueblo en el que me toco nacer, pues en épocas de carnaval se

transformaba y revivía con la aparición de danzas y disfraces que me

atemorizaban pero que asombrosamente enriquecieron mis anhelos de estética

y movimientos.

Las danzas del gallinazo, los gorilas, las comparsas, lo mismo que los disfraces

de personas del pueblo que en días comunes conservaban una imagen de

austeridad pero en esos espacios locos del carnaval se contagiaban

trastocando su personalidad; despertando y desbordando la risa pues siendo

hombres se transformaban en mujeres preñadas por los irresponsables

machos; lloraban, reclamaban y se contentaban como damas dolidas.

También ayudó mucho en el desarrollo de mis fortalezas creativas mi querido

papá, quien se encargaba de la parte intelectual, regalándome los mejores

cuentos literarios. Imposible olvidar la gran influencia de una abuela materna

quien se apasionaba reviviendo sus recuerdos de bailarina acompañada del

tamborcito loco que la hacia vibrar toda la noche hasta el amanecer. Esos

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espacios furtivos de creación donde se estremecía bailando eran los llamados

Cabildos de Negros, donde ella la Diosa dejó su huella en una de sus nietas,

esos recuerdos narrativos se quedaron inconscientemente grabados en mi

alma.

Desde los cinco años observé el alegre y abnegado trajinar de una maestra de

escuela: mi tía cuyo nombre es Luisa como yo y tiene actualmente 93 años.

Todavía recibe el saludo respetuoso y amoroso de sus ex alumnos. Esa

experiencia fue la fuente de inspiración que me orientó hacia el magisterio pues

cariñosamente ella me tomaba de la mano y nos dirigíamos al a escuela, a su

salón de clase, y allí sentada en un banquito una niña pequeñita daba repasos

a los alumnos grandotes de la tía, que no se sabían la lección.

También compartí con ella el gusto por la poesía pues declamaba desde muy

temprano poemas tradicionales de Julio Flórez, José Asunción Silva y otros.

Era un recreo para las dos, todavía cuando la visito, la única manera de

sacudirla del letargo de la vejez es empezar a recitar a viva voz y ella se anima

y continúa.

Mis padres no estaban de acuerdo con las cualidades que notaban en mí y

presagiaban un futuro incierto para aquel o aquella que se dedicara a la

pedagogía. Para mi mamá, cualquiera podía ser maestra: la bobita, la maluca,

la cojita, etc. Me decían burlonamente y a manera de sentencia: Si estudias

magisterio, morirás arruinada y soltera.

Estudié entonces la primaria en el pueblo y para el bachillerato y comercio me

trasladé a Cartagena, siendo ya una adolescente, que encendía la llama del

amor, siempre rodeada de jóvenes guitarristas, poetas y artistas, haciendo

fiesta por cualquier cosa. Entregue mis ilusiones primeras a un joven

seminarista, bastante respetuoso y sin decisiones propias pero que escribía

cartas muy lindas y era dueño de unos ojos muy azules cambiantes como el

mar, eso me gustaba y entretuvo mi vida de adolescente y juventud por mucho

tiempo.

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Recibí el titulo de bachiller en filosofía y letras y el de comercio en el Gimnasio

Bolívar, un colegio que lleno mis inquietudes artísticas. Don Ramiro Álvarez C.

el gran rector chocoano decía:” Hay que educar el oído” y ambientaba los

recreos y días de fiesta con lo mejor de la música selecta de nuestro país y del

folclor andino. Ahora cuando en algún lugar escucho casualmente esas

melodías, revivo mis recuerdos estudiantiles e imágenes queridas me

cosquillean el alma.

De ese alegre trajinar por el bachillerato, recuerdo a doña Catalina Sebastiery,

directora del internado y maestra inteligente que vivía orgullosa de ser

egresada de la Normal Superior de señoritas de Cartagena. En ella estaba

reflejada “la esencia del ser maestro”. A través de sus orientaciones me atreví

por primera vez a escribir un texto sobre ese pueblecito marino llamado

Berrugas y reviví mis dotes de declamadora. Fui feliz interna en el gimnasio

Bolívar, recuerdo que al despedirme de mis profesores expresaron una frase

para mi inolvidable: se va la alegría del colegio, a pesar de que era la número

uno en cuento desorden se inventaba.

Regresé entonces a Cartagena y aproveché unas vacaciones para empezar a

estudiar la pedagogía en los cursos de profesionalización que ofrecía la

UNESCO en convenio con la escuela Normal Piloto de Bolívar. Rodeada de lo

más granado de los pedagogos, aprendí a reconocer las verdaderas

herramientas de mi trabajo: la planeación de una clase; iniciación o motivación,

desarrollo y finalización. Era como un molde por donde todo maestro debía

transitar. Admire y seguí las orientaciones del Licenciado Aníbal Bustos

(q.e.p.d.) quien con solo mirarlo se le reconocía su vocación; su profesión de

maestros de maestros la transmitía con gusto, espontaneidad y sencillez,

compartiendo el conocimiento con creatividad e insistiendo en la importancia

del material didáctico para cada una de las clases. Al exponer sus temas tenia

un hábito frecuente: mecánicamente colocaba en el bolsillo de su camisa el

dedo índice y el pulgar a manera de pinzas para sacar imaginariamente una

tiza.

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Para él preparé por primera vez una clase teniendo en cuenta como elemento

primordial la motivación pues la consideraba y la sigo reafirmando como

esencial para cualquier actividad o proyecto que se emprenda. Imagine a los

alumnos en una granja: observando, tocando y hasta seleccionando algunos

gusanos ya que el tema lo ameritaba, animales vertebrados e invertebrados-

¡que horror! Destruyendo a seres de la naturaleza pero según el profesor fue

una gran clase. Ahora con toda la experiencia y el sentido de preservación de

la especie animal me siento avergonzada.

Recuerdo también a una profesora, Oneida Pastoriso, que insistía en Sócrates

y su método pero lo hacía de tal manera que se creía la personificación de él,

preguntaba y preguntaba hasta el cansancio y yo me distraía observando su

forma de pavonearse ante sus discípulos; la vanidad de sus gestos y palabras,

los collares, las pulseras y los perfumes, mejor dicho era un pavo real. Para

cerrar con broche de oro apareció en escena el futuro gran amor de mi vida, “el

tenorio de maestras”, este señor tenía una gran fama de picaflor entre el

gremio al cual yo deseaba pertenecer. Era el jefe del distrito educativo de

Magangué, era el sol y todos los nombramientos o plazas vacantes giraban a

su alrededor, Cariñosamente lo llamaban el profe tijera y dictaba una clase de

relleno, tediosa y aburridora que no me interesó, pero el personaje tenía su

atractivo, todos mis dardos los dirigí hacia él.

Comencé a cultivarlo y él a conquistarme, me nombró en Magangué y acepté.

Llegué a esa población donde no conocía a nadie. En la primera semana como

maestra de niños encontré a un grupo de artistas frustrados por no poder hacer

la función de estreno de una obra de teatro, pues la protagonista, se negaba

por estar de duelo muy reciente. Me ofrecí para reemplazarla; una semana más

y estaba actuando en el mejor teatro de la localidad. Allí estaba él como

invitado especial, logré cantar la melodía de su predilección y me hice conocer

como la artista y maestra que recién llegó al pueblo. Esa actuación la interioricé

tanto que marco mi vida futura en el hogar, pues en la obra pierdo una hija y en

la vida real se murió mi primer hijo.

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Magangue fue testigo del romance definitivo en mi vida y del disfrute con la

posición de primera dama del magisterio en ese lugar. Visité Isla Grande en

sus fiestas patronales, Madrid, la Prasca y otros caseríos, transportándome

algunas veces en chalupa; acompañada por el jefe y otros por los estudiantes.

Esas salidas exploratorias, recibían la censura de las compañeras de trabajo;

quienes no se atrevían a refrescar los pies en las orillas del río magdalena que

las vio nacer, ni a salir de excursión con el estudiante, pues se le

desordenaba el grupo.

Por obra y gracia de mi futuro esposo fui trasladada a Cartagena a formar

parte en 1.968 del grupo de maestras consejeras de la Anexa Nº 1, localizada

en una vieja casona colonial del centro de la ciudad amurallada, muy cerca a la

Normal Piloto de Bolívar. Existía poca comunicación entre los maestros de las

dos instituciones, y los pedagogos orientadores de la práctica docente,

algunas veces se trasladaban a las Anexas para observar de cerca el

desempeño de las futuras maestras.

Lo más relevante de la enseñanza pedagógica eran las estrategias que el

normalista utilizaba en el proceso de la clase, donde se complacía más al

maestro consejero, que al niño motivo del aprendizaje. Noté que en ese

“cuartel del temor” había que seguir la ley de las maestras veteranas y la

familiarización con el vocabulario frecuente: no sirve, no me pasa, repita y

repita la planilla, toda la verdad se centraba en ellas y en los programas o guías

alemanas. El alumno practicante no se podía olvidar de lo que había escrito

con anterioridad, me sentía también como una practicante más, guarde mis

sonrisas y me mantuve uniformada por mucho tiempo.

Me avergüenzo de esta época tiránica de la práctica y la guardo como un mal

recuerdo. Una vez, cierta joven practicante se acerca a corregir la planilla y no

muestra su rostro. Le pregunto ¿por qué? Con rabia me contesta: Su rostro me

produce temor. Cuanto agradecí al estudiante la forma de describirme, esa

reacción me ayudó a encontrarme con el verdadero significado de mí profesión.

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1968 fue el tiempo de grandes decisiones en mi vida: hubo matrimonio; “por

fin”, casaron a la mariposa y al gran tenorio de maestras. La boda se realizó en

el pueblo con bombos y platillos, deje amigas y amigos, recochas y demás

arandelas, para consagrarme a dar felicidad como lo manda la Santa Madre

Iglesia. En el mismo año quede embarazada pero la ilusión se truncó al nacer,

pues fue muy poco el tiempo que tuve para arrullarlo entre mis brazos, el hijo

tan deseado murió causándonos un gran dolor, que solo el trabajo logro disipar.

Dos años después fui trasladada a la concentración Antonia Santos en donde

se respiraba un ambiente y energía diferente. La directora Marlene Agudelo

irradiaba alegría, positivismo, comunicación y disposición para actuar en bien

de los estudiantes y compañeros. Sucedieron tantas cosas agradables tales

como: bodas, primeras comuniones, bautizos, excursiones que nos permitieron

estrechar lazos de amistad y comadrazgos que todavía perduran. Afloraron los

talentos de compañeras en el arte de declamar, escribir, decorar jardines,

organizar eventos; era una forma agradable de establecer relaciones que

salpicaban y humanizaban la práctica pedagógica. Mi pasión era hacer coplas,

destacando las cualidades y defectos de los compañeros o describiendo las

cotidianidades del quehacer escolar.

Recuerdo a una compañera demasiado pobre y solitaria se le murió la abuela

quien había hecho las veces de madre y padre .No había medios económicos

para llevarla al cementerio, tomamos la sabia decisión de transpórtala en una

camioneta destapada de otra compañera y le dimos cristiana sepultura. De

Marlene salió la idea de buscarle compañía a Zoila, nuestra gran amiga y no

descansó hasta llevarla al altar; hoy ella goza de un compañero, muchos hijos y

nietos.

Se abrió un mejor espacio para practica pedagógica; se les permitía un día de

la semana para corregir la planilla, lo cual era aprovechado para conocer sus

vivencias, para negociar en la diversidad y para aprender a vivir juntos los

maestros consejeros y los alumnos practicantes .Traigo a colación la anécdota

de una practicante a la cual le pregunté ¿Por qué arrastras los pies con

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dificultad al momento del desarrollo de la clase?, ella me respondió: estos

zapatos no son míos, tuve que prestarlos para venir a dar las clases.

Lo más relevante de la enseñanza pedagógica eran las estrategias que el

normalista utilizaba en el proceso de la clase, en el cual se complacía más al

maestro consejero que al niño motivo del aprendizaje. Noté que en ese “cuartel

del temor” había que seguir la ley de las maestras veteranas y la familiarización

con el vocabulario frecuente: no sirve, no me pasa, repita y repita la planilla,

toda la verdad se centraba en ellas y en los programas o guías alemanas. El

alumno practicante no se podía olvidar de lo que había escrito con anterioridad,

me sentía también como una practicante más, guarde mis sonrisas y me

mantuve uniformada por mucho tiempo.

Me avergüenzo de esta época tiránica de la práctica y la guardo como un mal

recuerdo. Una vez, cierta joven practicante se acerco a corregir la planilla y no

muestra su rostro. Le pregunté ¿Por qué? Con rabia me contestó: Su rostro me

produce temor. Cuanto agradecí a la estudiante la forma de describirme; esa

reacción me ayudó a encontrarme con el verdadero significado de mí profesión.

Mi espíritu inquieto, se reveló siempre ante las normas establecidas en el aula

de clases. La disciplina rígida del niño sentado en una dura silla y entre cuatro

paredes no se parecía a mi manera de ser. Empecé a crear estrategias para

disfrutar de un mejor ambiente escolar: el comienzo de una clase era deleitado

con los cantos y narraciones del pueblo. En esa forma creaba lazos afectivos

con el estudiante y conocía los diferentes estados de ánimo que presentaban.

El jugar con la imaginación era frecuente. Cualquier objeto del salón; silla,

pupitre, regla, bolso, papel, periódico leído; se transformaba en cueva, espada,

gorro, cima de una montaña etc. El objetivo consistía en alimentar la fantasía y

el desarrollo de la creatividad. Hoy reflexionando sobre mí hacer reconozco

que fui hiperactiva, pues era yo la primera que se montaba en el pupitre.

Encuentro todavía personas que me conocieron cuando joven y lo primero que

me preguntan es ¿todavía te montas en las mesas a bailar? Con mucha pena

les contesto sinceramente: todavía. Es que los artistas somos así, nos gusta el

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espectáculo, vivimos para ello y morimos en ello. Me gustaría tanto que en las

escuelas reinaran los maestros artistas en el arte de enseñar, en el arte de reír

y de disfrutar del maravilloso espectáculo de la vida…

Regresando nuevamente a mi vida sentimental, hice varios intentos por

engendrar un hijo, algunas veces quedé nuevamente embarazada pero no

llegamos a buen término. Decidimos entonces recurrir a la adopción en el año

de 1975, así cobijamos a José Luis en nuestro corazón, afirmamos los lazos de

amor filial, siendo los padres más dichosos con su llegada. Mi hijo también

participó de todas las tías adoptivas que tenia en la escuela, principalmente de

una amiga Miriam, quien se robo el corazón de la familia y todavía convive con

nosotros, como un miembro importante del hogar.

Transcurrieron muchos días semanas y años de cotidianidades familiares, me

dedique a estudiar música en la Escuela de Bellas Artes, e interpretaba

canciones con la flauta y comenzaba a tocar la guitarra, pero notaba la

prevención de un profesor que sabia mucho, pero no estaba escalafonado con

el gobierno y veía en todo aquel maestro que se acercaba a experimentar en la

música a un futuro rival .Me aleje de mis ambiciones que solo llegaban a

deleitarme no a mencionarme en la época de evaluación.

Logre matricularme en la primera escuela de arte dramático que existía en

Cartagena, en ese espacio de creación reviví mis actitudes de teatrera, conocí

gente maravillosa sensible y aventurera. Mis tardes libres y parte de la noche

las comprometí con el teatro, era un especie a la entrada al paraíso de las

fantasías, compañeros y compañeras apasionados por este arte me enseñaron

a ver la vida de una manera descomplicada, nuevamente rodeada de artistas.

Existía en el grupo una mujer, llamada “María Mercedes” la considerábamos

mecenas del grupo por que nos proporcionaba hasta su casa para hacer las

practicas. Hizo un teatrito en su casa e invitábamos a cuanto artista nacional

llegaba a la ciudad. Un día cualquiera dejamos la escuela y nos declaramos

grupo independiente. Un profesor de la escuela, venido de Manizales, nos hizo

la propuesta a un grupo como de doce y nos transformamos en el grupo “El

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Camino”; hacíamos nuestras propias creaciones teniendo como referente la

historia de Cartagena. Fuimos apoyados por Colcultura para llevar las obras a

las poblaciones vecinas Turbana, Santa Catalina; en el pueblo de Soplaviento

participamos en un homenaje a Rafael Escalona, con tan mala suerte que el

espacio detrás del escenario había un nido de avispas y cuando pasábamos de

un lado a otro alborotamos el avispero, picando a más de uno.

Otra vez, estando en Santa Catalina íbamos a iniciar la obra “Cartagena tierra

de Calamari” pero el publico era infantil, es la forma como el común del

costeño resuelve el problema de una invitación artístico–culural; enviando a los

hijos mas pequeños. Ni cortos ni perezosos, decidimos acercarnos a los

lugares en donde posiblemente se reunían los adultos: cantinas, plazas,

billares etc., así, vestidos a la usanza antigua y ejerciendo presión dramática

invitamos a la gente para que apreciaran el montaje.

Todo este hacer artístico cultural no me aleja de mi labor como maestra, al

contrario enriqueció mi quehacer pedagógico, porque poco a poco lo fui

incorporando en el aula; de tal forma que mis alumnos tenían su sello: las

maestras a través de sus gestos decían – tu eres alumno de Luisa -.Cuando

casualmente me encuentro con ex alumnos profesionales se emocionan y

pregonan su participación en obras infantiles. Curiosamente, no recuerdan

para nada que los enseñé a leer, escribir, sumar, restar o multiplicar.

De estas obras infantiles, llevadas al teatro era mi predilecta “El gigante

egoísta” de Oscar Wilde , logre ponerla en escena en dos escenarios distintos

:Comfenalco con niños de la concentración Alberto Elías Fernández Baena,

ganándose el primer lugar y el Colegio Británico , con niños de la clase alta en

el escenario del centro de convenciones donde recibí muchos aplausos. Me

gane el puesto de profesora de teatro en un colegio que me ofrecíó buena

remuneración; a pesar de la posición y valoración que ello significaba, opte

por los niños de la clase económica bien baja porque allí si que había talento y

están mas prestos a la creación.

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Doce años después, en el año 1.982, nuevamente nos trasladamos de Antonia

Santos a la Concentración Educativa Alberto Elías Fernández Baena, a través

de un decreto emanado por la Secretaria de educación, en ese entonces,

“Doña Catalina Sebastiery” mujer normalista quien en sus ajetreos po líticos

olvido su identidad pedagógica, sepultando la razón social de la Normal Piloto

de Bolívar e impuso el tradicional yomper a cuadros similar para todas las

escuelas oficiales del departamento. El titulo que recibían los graduados sería

el de Bachiller Pedagógico. En esa fatal mudanza, perdimos tantas cosas: Un

hermoso piano de cola, un baúl repleto de instrumentos musicales, cajas

chinas, xilófonos, triángulos, flautas, panderos etc. necesario para las clases de

música y las famosas ollas donde hacíamos el sancocho de ángeles somos.

El grupo compacto de recién llegadas se instaló en las alturas del Bosque,

desde allí divisábamos embelesadas gran parte de la ciudad. Era este un

recinto histórico de gran influencia en el ayer de importantes profesionales de la

ciudad, quienes dejaron su huella reflejada en los mosaicos de egresados que

adornaban las carcomidas paredes. El doctor Alberto Elías Fernández Baena,

notable educador de su tiempo, tenía sus leyendas misteriosas que se fueron

transmitiendo de generación en generación; por vecinos, alumnos, ex alumnos,

y docentes llegando hasta atemorizarnos un poco, de tal forma que estábamos

a la expectativa de lo que pudiera suceder.

Según nos contaban sigilosamente, el demonio venía cada año por un

estudiante porque dicho personaje había hecho un pacto de sangre con el

rector. En mis andanzas investigativas, en una de esas habituales salidas con

los estudiantes, entrevistamos a un vecino, docente egresado viejo y ciego

quien fue la fuente que sacio nuestra sed de conocimientos por tan

extraordinario lugar. Reinaba en ese espacio, privilegiado por la naturaleza, un

nutrido bosque de cauchos centenarios que posibilitaba el hábitat de búhos,

lechuzas, ardillas, iguanas, camaleones etc. Que despertaba la admiración de

la comunidad infantil, quien la mayoría de las veces prefería seguir las

andanzas de tan cercanos habitantes, en vez de escuchar la rigidez de una

clase magistral.

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Algo que también me impactó de esa Institución Educativa fue la inmensidad

de las aulas, con tarimas elevadas que separaban al maestro del alumno,

marcando las diferencias de autoridad. Un fuerte apoyo para mi profesión de

maestra lo recibí de la directora del Bachillerato pedagógico, doña Judith de

Baena, quien me ofreció unas clases de títeres, rompiendo el paradigma de

que sólo los licenciados podían dar clases en el bachillerato.

LUISA BALSEIRO.

Las historias de vida no son acabadas, se reinicia y se vuelven a narrar a

medida que aparecen recuerdos de otros escenarios y que se van volviendo

a vivir a medida que los narramos.

LAPROFESIÓN DOCENTE:

Me inicié en esta profesión sin tener titulo de maestra, era apenas Bachiller,

eso sucedió en año de 1965 en colegios privados dirigidos por religiosas,

donde improvisadamente se escogían personas para ejercer esta misión,

pagándole bajos salarios. Este trajinar, tan joven en la enseñanza, no fue del

agrado de mi familia porque existía en esos momentos, el paradigma

generalizado de que “Las maestras no se casan” o “se mueren de hambre”, les

pagan con ron… el ejemplo lo tienes en la tía Luisa. En fin un futuro

desalentador para una principiante.

Escogí las vacaciones para estudiar en Cartagena, me inscribí para obtener el

titulo de maestra en un programa de la Escuela Normal Piloto de Bolívar,

Auspiciado por la UNESCO era una oportunidad para lograr el tan anhelado

deseo de seguir la profesión de la tía que me enseñó a leer, allí conocí a los

mejores pedagogos de la ciudad y de la Normal, a escuchar y aprender

pedagógica, a conducir a través de métodos y corrientes pedagógicas

(Montessori y Pestalozzi), a los estudiantes en el proceso de enseñanza

aprendizaje. Imposible olvidar al profesor Aníbal quien me califico una clase de

ciencias naturales como la mejor (animales vertebrados e invertebrados porque

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para hacerla escribí en la planilla que escogería el ambiente de una huerta,

seleccionaría algunos minúsculas animales “gusanos, mariposas” etc., para

pegarlos en una lamina y llegar a la conclusión de que tienen o no tienen

huesos. Reflexionemos hoy sobre ella, considero que planear una clase de

horror y de muerte delante de unos pequeños en un ambiente tan lleno de

vida como la naturaleza, no es lo más adecuado. Gracias a Dios eso quedó

sólo como un plan de clase que nunca se ejecuto.

Allí también conocí al hombre de mi vida, al esposo de hoy, quien ejercía el

ostentoso titulo de Inspector Central de Educación en Cartagena, tenia el poder

de nombrar maestros a través de decreto y era profesor de estadística,

asignatura tediosa de la cual no aprendí nada, pero lo interesante de él estaba

en que existían muchas maestras haciéndole aureola, buscando puesto entre

ellas estuvo mi persona quien encontró un nombramiento oficial para la ciudad

de Magangue. Ese lugar mágico que fue testigo del idilio que culminó mese

más tarde en boda.

Recuerdo como aspecto sobresaliente mi personalidad la osadía que tuve al

remplazar a una maestra en una obra de teatro, actué y atrape al publico, pero

sobre todo al director central del Distrito Educativo, desde entonces reconocí

en mí un talento, una gran fortaleza para las artes escénicas.

Regresé a Cartagena y entre por la puerta grande la mejore escuela, de la

ciudad, en esa época (1968) Anexa No 1 Laboratorio Educativo donde los

estudiantes hacen observación y ayudantía y prácticas pedagógicas,

orientadas por maestros consejeros, (Bastante mayores, cascarrabias y

gritonas) quienes eran supervisados por los profesores de pedagogía de la

Escuela Normal Nuestra señora del Carmen, quienes nos visitaban con

frecuencia, exponían sus métodos o recetas: de lo simple a lo complejo, de lo

fácil a los difícil. Algunos se pavoneaban como sabios y hacían del método

socrático, llegar a la verdad a través de la preguntas. Aquí entre nos, eso de

preguntar y preguntar cohíbe, parecen técnicas para juzgar a un reo. Por el

contrario a mi me seducía la lluvia de ideas, las diversas formas de expresar lo

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que pensamos y sentimos, las muchas opciones que tiene el ser humano para

plantearse y responder sus interrogantes.

Acaté las normas de ese tiempo, me uniformé y seguí el régimen que se

planteaba; ajustar severamente al practicante, leer y releer las planillas

buscando errores y pasar de curso en curso y pasar de curso en curso 1º, 2º,

3º, 4º, y 5º dentro de una vieja casona colonial oscura, sin patio ni jardines,

añorando mis primera experiencias como estudiante. Como persona que

gustaba de las aretes, algo relevante fue compartir la afición por el teatro, con

otra maestra joven, con quien establecí fuertes lazos de amistad que todavía

perduran, su buen humor me encendió la chispa del ingenio.

En el tiempo transcurrido entre 1970 y 1980 la Normal Nuestra Señora del

Carmen pierde su sede. Empezó el desarraigo, las anexas también son

trasladadas del centro hacia otras escuelas en los barrios. Me correspondió, en

esta ocasión la Anexa Antonia Santos, con un nuevo grupo de maestras

egresadas de la Normal, con ese perfil normalista impregnado hasta en la

sangre. Se hacia la comunidad, resaltaban los valores del practicante y

continuaban con el ritual de cantar emocionadas todas las mañanas el himno

a la Normal. En este escenario se reflejaba la mística del se y hacer del

maestro, predominaba el compañerismo, la solidaridad y en ese ambiente

pedagógico y humano nacieron los hijos de cada una de nosotras todas nos

hicimos comadres, de tal manera que para hacer un llamado de atención la

directora involucrada en ese proceso familiar debía valerse de muchas

estrategias para no herir susceptibilidades.

La famosa idea de las grandes concentraciones educativas tocó la puerta de la

Normal y en el año 1982 se creó la Concentración Educativa Alberto Elías

Fernández Baena por orden emanada de la Secretaría de Educación Doña

Catalina Sebastiery “Normalista egresada de esta institución” quien ordena el

traslado y como gaiteros trashumantes. Nos correspondió llegar… perdimos

nombre, sede y entramos a formar parte del bachillerato pedagógico durante

15 años.

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La Normal escondida, disfrazada y con una identidad pedagógica debilitada, en

una colina del Bosque, en el singular y hermoso paisaje rodeado de árboles de

cauchos centenarios y de animales indefensos (iguana, búho, lechuzas) vuelve

a empezar. Renace en ese lugar, el inmenso espacio, la tranquilidad reinante,

despierta en mí la necesidad de escribir e impulsar la literatura en los niños.

Son muchos los poemas guardados en el baúl de San Alejo, en donde se

refleja la emoción, la sensibilidad por las cosas cotidianas que encierra toda la

cultura de la escuela. Esta aptitud literaria era compartida con los niños y niñas

quienes participaban en los eventos literarios programados en la ciudad,

logrando siempre los primeros puestos.

Recuerdo también como compañeros de esa época a un profesor de castellano

que entre descanso y descanso se cabeceaba debajo de los árboles, no era

bien visto por los demás pero gracias a él tenemos hoy la recopilación de los

mejores versos de los escritores bolivarenses y un texto donde se muestran

todos los mitos y leyendas regionales

Otro detalle que llamó poderosamente mi atención eran las tarimas que

encontramos en cada salón donde el profesor catedrático se sentaba y desde

lo alto exponía sus teorías. Se le daba preferencia a la elocuencia, al discurso a

la distancia entre maestro alumno.

Comencé ha escalar hacia el bachillerato pedagógico como profesora de

títeres. Doña Judith (directora) me ofreció unas clases. Fui sincera y le expresé

el poco conocimiento que tenía sobre el tema. Me respondió que mi creatividad

suplía el inconveniente. Me motivé de tal manera que entre a Bellas Artes para

iniciar en mis tiempos libres el estudio teatral. Así conocí el mundo de lo

artístico guiada por personas maravillosas que no hablaban demasiada

pedagogía pero lo hacían desde el juego, la experimentación, la imaginación

hasta llegar a la creación.

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CABILDO: UN ESPACIO SIGNIFICATIVO EN LA ESCUELA NORMAL.

La música ancestral es un legado espiritual que se genera desde el proyecto

VOCES, TAMBORES Y DANZAS ANACESTRALES DE BOLÍVAR. Es la

expresión artística que enseña a percibir la emoción placentera cuando se

empieza a escuchar la melodía de una gaita o el acertado toque de un tambor.

Es la armonía contagiosa que se vive en la Escuela Normal Superior Cartagena

de Indias que llegó para irrumpir en la severidad y el silencio autoritario de las

aulas. Cuando se interpreta el aire musical popular sin presiones, cuando fluye

generosamente del contacto directo de la percusión o el solfeo de una gaita

hembra o macho, de esos instrumentos autóctonos propios de nuestro

mestizaje, ahí está CABILDO.

Se recuerdan con satisfacción algunas anécdotas experimentadas: El niño de

preescolar o de primaria que mueve el lápiz haciendo rítmica con el rose

constante del pupitre, lo mismo cuando se dirige al tablero en cualquier

actividad lleva una expresión corporal salpicada de gracia al caminar, sobre

todo cuando escucha a lo lejos el retumbar de un tambor.

Los jóvenes normalistas juegan con los ritmos ancestrales (mapalé, cumbia,

garabato) tocando, danzando espontáneamente, haciendo un verdadero

mosaico, interrelacionando las tres culturas, traspasando las barreras que

algunas veces le impone la religión, el genero, la raza o la cultura. Ejemplo de

ello son los niños evangélicos que llegan a la escuela con la prohibición de

danzar, se les respeta la decisión y se les brindan otras opciones para

expresarse, pero terminan contagiados disfrutando alegremente de la danza;

de otra parte, los niños de las familias provenientes del interior del país,

también olvidan las inhibiciones propias de su raza, de su idiosincrasia y se

lanzan a la aventura de interpretar los ritmos costeños, apoyados por su grupo.

Es en este hacer del Cabildo Normalista donde se materializan y fomentan los

valores: el respeto mutuo, la tolerancia y la solidaridad.

Las habilidad musicales y dancísticas fomentadas y desarrolladas en la escuela

sirven de base para que muchos estudiantes descubran su talento, profundicen

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sus saberes y se vinculen a grupos de gaita y danza en los barrios o se

integren a los grupos folclóricos más representativos a nivel local y regional. En

este proceso de reconstrucción de identidad cultural el proyecto Cabildo

experimenta desde el proyecto Cartagena ayer y hoy una estrategia

innovadora para unir el pasado con el presente. Es así como a partir del año

2002 se presenta a la comunidad cartagenera una danza trietnica

contemporánea, conformada por 60 estudiantes quienes reflejan en su

expresión corporal, escénica, rítmica, la influencia de las culturas aborigen,

europea y africana, que se entrelazan y dan origen a la multiculturalidad de

nuestro país.

Es un proceso formativo permanente que ha permitido la integración de los

actores comprometidos en reconstrucción de raíces. Se pudo comprobar como

el padre o madre de familia, docente, estudiante, artista, ex alumnos, amigos

de la escuela desde el evento Expo sociales 2003 se integró al Cabildo con una

muestra pluricultural, destacándose la presencia activa de a cada actor,

exponiendo ante la numerosa comunidad la trayectoria de los elementos

culturales negroides e indígenas, costumbres que a través del tiempo han ido

formando el gran engranaje de la cultura caribeña (corralejas, papayeras,

sombrero vueltiao, pilón, chinchorro, abarcas, mechones, etc.)

Fue este evento generador de comunidad, conocimiento, integración y

comunicación. En cada Stand se pudo apreciar en un gran montaje los

diferentes ritmos, paisajes, costumbres, culinaria, etc. Allí estuvo presente

desde el conocido tambor hasta la desconocida arpa, interpretado por un

docente costeño y bailada por una estudiante llanera del ciclo complementario.

También se le hizo un espacio a la música polémica “champeta”, representada

por un artista cartagenero perteneciente a las barriadas de Olaya quien

estremeció a toda la comunidad con sus interpretaciones.

En este espacio cultural comunitario propiciado por el proyecto humano, se

negociaron saberes dando cabida a nuevas formas de ver la escuela. El padre

o madre de familia, el estudiante, la palenquera, el docente artista, cambiaron

su rol, brindando el privilegio de ser maestros a los personajes cotidianos y

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logrando una transformación en el contexto cultural. Se recreó el valor heroico

de la palenquera, el oficio de llevar alegría a cada hogar cartagenero, a cada

aula de clases, contando sus cuentos tradicionales, sus anécdotas, juegos,

bailes y recetas culinarias, aprovechando la comunidad educativa esa gran

fuente de identidad cultural.

Una nueva manera de compartir el espacio lúdico formativo en donde se

fomentan los valores grupales, se afianza la cooperación, el dialogo crítico, el

respeto mutuo, la creatividad, la autonomía y la autoestima fue la escogencia

de la Chica Caribe o reina del Cabildo. Es la niña y también la joven que por

sus características físicas propias de su raza, por su carisma para estimular a

la alegría a la población cartagenera en su desfile tradicional, vive la fantasía

del momento a través del ritual del Cabildo, mostrándose y dirigiéndose al

poder festivo a través de una gran maraca. Se nota en el estudiante como

siente y quiere lo que hace y lo manifiesta cuando se le da la oportunidad de

organizar la comunidad, de realizar acciones propias del Cabildo.

Para cada una de las actividades de ese día hubo un comité representado por

los estudiantes de 8º al 11º grado. La integración se fortaleció porque ese era

el fin de la estrategia: las niñas acomodadoras ingeniándose por utilizar el

mínimo espacio físico al máximo. Grupos con diferencias y antagonismos

trabajaron juntos, otros se dedicaron a la decoración sencilla y significativa de

la escuela, adornándola con los colores primarios del Cabildo (amarillo, rojo y

verde). La emisora estudiantil fue otro acierto, transmitió el evento con agilidad

y creatividad. Pero lo más relevante fue el toque patriótico a través de los

himnos tradicionales, observándose el fervor, emoción y sentido de pertenencia

al entonar el himno de la escuela, una de cuyas estrofas resalta el gran hacer

del proyecto Cultural Cabildo.

Fue una manifestación de sentido de pertenencia hacia un día de Cabildo,

donde sus mentes, sus manos, su actitud, su espiritualidad estuvo al servicio

del trabajo de proyección comunitario de la escuela. Día de sorpresas gratas,

de satisfacción colectiva, demostrando que el Cabildo “símbolo” de la Normal

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se vive, se siente, se comparte, fluye espontáneamente contagia y es ejemplo

de comunidad y convivencia.

Son muchas las formas de expresar nuestra identidad y son los proyectos de

aula los que propician las actividades. Por ejemplo, el preescolar y la básica

primaria participan con su gran programa “MASCARAS, CAPUCHONES Y

ANTIFACES”, comprometiéndose a rescatar los elementos lúdicos del Cabildo

e incorporándolos a la gran comparsa MANGLE, trabajando en talleres,

elaborando las mascaras, investigando y exponiendo los avances obtenidos en

el tema. Se vincula el proyecto al programa Ondas de Colciencias, el cual

financia la investigación de los estudiantes con un aporte como patrocinio del

proyecto mangle.

Para tener Cabildo por “siemprre” y como una herencia cultural para

Cartagena, la familia Normalista dentro de sus estrategias presenta el

semillero, desde preescolar y básica primaria. En este espacio pedagógico

innovamos con: semillero de bufones, danza del congo, ritual del cabildo,

pregones palenqueros, son de negros, contribuyendo así con la integración de

los niños y niñas desde temprana edad al proceso de construcción de identidad

cultural, y que desde temprana edad disfruten espontanea y alegremente de

su cultura, se responsabilicen e identifiquen con ella y se conviertan en sus

principales defensores.

Existe un espacio lúdico festivo especial en donde la comunidad normalista se

viste de tradición y desfila en un majestuoso carnaval de colores alegría y

creatividad acompañados por representantes del Cabildo de Getsemaní, reina

y cabildantes. Es ya tradicional el recorrido festivo que se hace con el

propósito de celebrar la independencia de Cartagena. En este evento la

participación de la comunidad normalista es masiva, a el se vinculan padres de

familia, estudiantes, profesores, egresados y la comunidad en general. Esto le

ha merecido el reconocimiento de la ciudadanía, se ha logrado un

posicionamiento y las estrategias para desarrollarlo han sido óptimas, porque

se proyecta nuestro quehacer a varios barrios de Cartagena. Comenzamos en

el barrio el Bosque, luego fuimos expandiendo hacia alto Bosque, Bruselas

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donde la comunidad se desbordó de alegría en la decoración de las calles, la

concentración y toma del parque. Continuamos nuestra labor de rescate

cultural con la celebración de “Ángeles somos” en los mismos días previos a

las fiestas de independencia.

Siguiendo con la expansión del Cabildo a los barrios de Cartagena, en los

últimos años nos tomamos el centro de la ciudad, se traslada la puesta en

escena de nuestro macro proyecto al corralito de piedra, acompañados de

zanqueros normalistas, danzarines, banderas de todos los colores, ritmos

diversos. Entramos como antaño a la ciudad amurallada y vivimos la

verdadera fiesta de carnaval Cartagenero. El estudiante se sensibilizó, se

emocionó y se reconoció como sujeto participante en la transformación del

contexto, dispuesto a darle vida a lugares históricos que un día fueron el

escenario lúdico, festivo de la ciudad.

Estudie a Stanislasky y aprendí a interpretar técnicas y teorías de su gran texto

“Un actor se prepara”, dirigido al juego teatral. En ese proceso lúdico entendí

que se producen y reproducen saberes a través de la comunicación sincera

con el estudiando, cuando el maestro de su yo y lo convierte en nosotros. Con

esta valiosa experiencia mi desarrollo como profesional de la educación se fue

transformando, de la rutina de una clase o lo ceremonial de los actos cívicos

pasamos a una permanente vivencia de la lúdica, coherente y significativa en la

Normal. La magia de la lúdica, el arte y la cultura se entrecruzan para hacer

de la clase un encuentro placentero y fructífero, donde predomina la fantasía,

la imaginación y la creación. Encuentros donde el salón se convierte en un

castillo, la escoba te transforma en caballito, la regla en espada, el pupitre es

una fortaleza. Este mundo mágico permite crear significados y saberes

colectivamente. Fue en este espacio donde fui encontrando nuevas formas de

enseñar y de aprender.

Al pasar el tiempo me fui encontrando conmigo misma, ese encuentro de sí,

que le permite al maestro dar sentido a sus prácticas; yo lo encontré al ir

desplegando el conocimiento del aula al barrio hasta articularse a un contexto

sociocultural más amplio. Surgen nuevos espacios de aprendizaje, se rompe

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con el asignaturismo, y se fortalece la reflexión sobre los saberes populares y

las raíces ancestrales; así encontré nuevas formas de vivir la escuela, me

gozaba el día a día sin rutina, ni rituales.

Algunas compañeras me miraban con recelo, me tildaban de loca y floja,

porque para ellas era más fácil manejar y controlar al alumno, desde un salón

cuadriculado, cerrado, alejado y en silencio, recitando lecciones de memoria en

lugar de aplicar los grandiosos postulados de Rousseau quien afirmaba que se

debe educar al niño para que sea libre como es libre la naturaleza, se le debe

enseñar a ser diferente a responder por su formación desde el reconocimiento

de sus habilidades y aptitudes. Recuerdo la mirada acusadora de de Elida, la

gran coordinadora de disciplina, cuando encontraba a los estudiantes fura del

salón “trabajando” pero en diferentes expresiones corporales, totalmente

opuestas a lo reglamentado en la institución. Al principio fue duro… pero luego

se fue acostumbrando y termino complacida aceptando los argumentos de los

niños y de la maestra.

En el año 1997 programa la Universidad de Cartagena un proyecto de

cualificación y formación para maestros desde la facultad de Ciencias Sociales.

Surge la idea de diseñar una investigación en el que se recuperaba el proceso

de formación de Maestros de la Escuela Normal Nuestra Señora del Carmen

desde 1840 a 1997.

Siendo Rocío directora de esa época con una misión bien definida de

normalista, propuso la conquista. Participemos en la Investigación y

Capacitación 18 maestros dividiéndonos en dos grupos

: El primero se dedicó a recopilar datos escritos en los diferentes archivos de la

ciudad, a realizar entrevistas a los egresados referentes al quehacer de las

prácticas pedagógicas de antaño.

Me correspondió el honor de entrevistar a una de las primeras egresadas

(1928), cuando la Normal recibía el nombre de Escuela Normal Nacional de

Institutoras: la señora Enriqueta Aguilar de Boom con 91 años, residente en la

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ciudad de Barranquilla; Expresaba todavía mucha pasión por la enseñanza,

coherencia y fluidez en el diálogo.

En el proceso de charlas y orientaciones recibidas por la tutora Dora Piñeres,

empiezo a dialogar acerca de lo que se estaba ya trabajando

desorganizadamente en la escuela. Todo ese aprendizaje se canaliza hacia la

elaboración de un proyecto cultural cuyo objetivo principal era la recuperación

de la tradición festiva y carnavalesca, las buenas costumbres y el desarrollo de

acciones investigativas donde el niño y el joven cartagenero aprendieran a

reconocerse en la ciudad donde les tocó vivir, teniendo como escudo sus

raíces culturales: su identidad.

Seguiríamos las huellas del barrio Getsemaní, zona cultural de Cartagena,

quien venía rescatando la tradición festiva en torno a la Independencia de

Cartagena que se había debilitado por la celebración del reinado de belleza. La

fiebre y pasión por esta estampa folclórica nos invadió. Nos apoyamos en la

experiencia de sociólogos, historiadores, artistas, folcloristas y todo aquello que

podía aportar el conocimiento de los carnavales de aquella época.

Visité y entrevisté a Juan Zapata Olivella bastante conocedor del tema quien

generosamente brindó información y desempolvamos así ese gran legado

cultural que constituye el patrimonio de cartageneros dejado por los ancestros

africanos: EL CABILDO.

Entrega total de nuestro tiempo, toda la escuela vibrando por la recuperación

de las tradiciones lúdicas y carnavalescas, por el fortalecimiento de nuestra

identidad cultural. En ese trajinar logré graduarme como licenciada en Ciencias

Sociales, y la tesis de grado la sustenté sobre la necesidad de devolverle a

Cartagena las buenas costumbres, el civismo lo que le correspondía como

histórica, como cultural. Algunas compañeras al referirse a mi persona me

apodaban Luisa Cabildo.

Actualmente todas y todos somos Cabildo porque nos identificamos

plenamente con este espacio comunicativo de formación cultural que abre la

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escuela Normal Superior de Cartagena de Indias y que forma parte de la

tradición étnica africana, donde se logra desde lo ético; la recuperación de

valores tales como el respeto, tolerancia, solidaridad, compañerismo, sentido

de pertenencia. Desde lo social; el desarrollo de las relaciones interpersonales,

las intrapersonales, la proyección a la comunidad y la comunicación y desde lo

cultural la identidad que debemos tener por todo lo que nos corresponde como

pueblo del Caribe, con raíces africanas.

CABILDO es el núcleo de formación cultural de la Escuela Normal Superior de

Cartagena de Indias que hace camino al danzar desde hace ya nueve años. Es

nuestro proyecto bandera que hace reflexionar a las áreas y componentes en el

cómo articular el conocimiento de una manera lúdica y creativa, desde el

contexto hacia la cultura del estudiante. Desde allí se fortalecen las relaciones

entre maestro y maestro, alumno y maestro, maestro-padre de familia. Son

frecuentes los encuentros, las reuniones, las negociaciones permanentes de

saberes disciplinares. Es el trajinar con la palabra, el apoyo de un área con la

otra, todo para transformar el currículo para enriquecer el PEI.

Escribo desde la nueva sede teniendo como inspirador el mirador pedagógico.

Atrás quedaron nuestras desagradables experiencias cuando convivimos en el

colegio El Terminal (1999-2002) cuando nuestra dignidad como profesionales

de la educación fue bastante maltratada. El espacio físico y humano era

inconcebible llegando hasta impedir la entrada porque el gobierno no había

cancelado el arriendo. Los salones parecían bodegas para almacenar

productos agrícolas, las sillas escasas provocando violencia e incertidumbre.

Era ese colegio una gran mole de asfalto, con escasos árboles ocupada por

maestros y estudiantes agresivos que se sentían los dueños del lugar. Nuestra

mística resistió esta situación tan difícil hasta lograr en Junio del 2003 un

espacio propio.

Estoy estrenando sede y la Normal nombre, ahora le llamaremos “Escuela

Normal Superior de Cartagena de Indias”, sonrío satisfecha porque por fin

tenemos una armoniosa, acogedora y segura planta física-propia. De los

maestros tradicionales, de esos árboles frondosos con una sabiduría casi

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innata quedamos pocos, hoy me encuentro rodeada de jóvenes profesionales

de la educación con un acento universitario bastante marcado (Comenio,

Herbart, Pestalozzi, Rousseau) logrando con su discurso el dominio y

admiración de la audiencia, bastante comprometidos en la formación de

formadores en el proceso de acreditación.

Concluyo este relato contándoles que el último apodo recibido, se convierte en

sello que me identifica: “La del goce estético”. Debe ser porque para ser feliz

como pedagoga hice deleite de cada momento educativo y vi en muchos de

mis alumnos la maravillosa fórmula de seguir proyectándome teniendo como

referente la mejor aula de clases, el gran museo histórico y cultural “La ciudad

amurallada”, “el corralito de Piedra”, Cartagena de las Indias que hace también

parte de mis amores.

Dentro de cinco años me veo en una bella mecedora compartiendo todas mis

experiencias al lado de mi compañero, mi amante, mi amigo fiel, organizando

mis recuerdos y con nuestras inquietudes.