Marco Aurelio

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BUSTO DE MARCO AURELlO, EMPERADOR ROMANO DE LA DINASTíA DE LOS ANTONINOS ENTRE LOS AÑOS 161 Y 180 D. C.

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Emperador Marco Aurelio

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BUSTO DE MARCO AURELlO, EMPERADOR ROMANO DE LA DINASTíA DE LOS ANTONINOS ENTRE LOS AÑOS 161 Y 180 D. C.

Penúltimo augusto de la dinastía de los Antoninos, Marco Aurelio reinó sobre sus dominios con sobriedad, pero también con generosidad. Sus súbditos recordarían con reverencia al que la historia conocería como "el emperador filósofo".

El reinado de Marco Aurelio está marcado por las crecientes invasiones de los veci­nos pueblos bárbaros y por una decisión no aplaudida ni por sus contemporáneos ni por el curso de los acontecimientos a su muer­te: la ruptura de la continuidad sucesoria, hasta ese momento basada en méritos, y no en consanguinidad.

117 d. C.

LOS BÁRBAROS Marco Aurelio verá invertirse la tendencia conocida hasta entonces por Roma: de con­quistadora, la potencia pasará a ser objeto de las incursiones bárbaras. Logrará conte­nerlas, pero aquello sería sólo el principio: el Imperio nunca dejaría ya de padecer el castigo del enemigo exterior.

96d.C. Nerva funda la dinastía de los Antoninos, que llevará a su apogeo al Imperio romano. Fallecido

en 98, le sucede ll'ajano, a quien había adoptado.

Muerte de Trajano, conquistador de la Dacia, Armenia, Me­sopotamia y el noroeste de Arabia. Roma ha alcanzado su máxima expansión territorial.

121 d. C. Marco Aurelio nace en la capital durante el rei­nado de Adriano, sucesor de Trajano. El Empe­rador, admirado por su inteligencia, le procurará una espléndida educación.

138 d. C. • A la muerte de Adriano, el estado está pacificado y cuenta con órganos de gobierno eficientes y con una legislación en su ma­yoría unificada.

• Marco Aurelio es adoptado por el nuevo emperador, An­tonino Pío, que respeta así el deseo de Adriano.

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144 d . C. Marco Aurelio con­trae matrimonio con Faustina la Jo­ven, hija de An­tonino pío.

161 d. C. Fallece Antonino Pío, que ha consolidado la plenitud del 1m pe­rio. Marco Aurelio ac­cede al poder como augusto y nombra corregente (aunque sin concederle poder real) a su hermano adoptivo, Lucio Vera.

LA SUCESiÓN La línea dinástica de los Antoninos se había fundamentado no en la monarquía heredita­ria, sino en la adopción de un miembro de una familia vinculada al emperador, que se demostrase capaz para gobernar. Su deci­sión de dejar el Imperio en manos de su hijo Cómodo se convertiría en un error.

concluye la guerra contra los partos, que en 161 habían invadido varias po­sesiones asiáticas de Roma. Cómodo y Annio vero, hijos de Marco Aurelio, son elevados a cé­sares (sucesores del augusto).

167 d. C. Las legiones regre­san victoriosas de Oriente, pero llevan la peste a Italia. Se abre otro frente bé­lico: diversos pue­blos germanos han cruzado la frontera del Danubio.

el trono

175 D. C. Los invasores germanos son rechazados por Mar­co Aurelio, aunque las hostilidades no tardarán en reanudarse. Entretan­to, uno de sus legados, Avidio Casio, se procla­ma emperador en Siria.

Marco Aurelio rechaza a los germanos más allá del Danubio. Avidio Casio, héroe de la lu­cha contra los partos, es nombrado legado de las provincias asiá­ticas. Al año siguiente muere el coaugusto Lucio Vero.

Se alcanza un perío­do de paz genera 1. Los bárbaros son autorizados a esta­blecerse en deter­minados puntos del Imperio como colo­nos. Marco Aurelio pasa el invierno en Alejandría.

177 d. C. Tras derrotar al usurpador Avidio Casio, Marco Au­relio acomete una nueva guerra danu­biana. Cómodo es investido coaugus­too El Emperador emprende el regre­soa Roma.

178 d. C. Nueva campaña contra los bárbaros del Danubio. Marco Aurelio se despla­za al frente germano para dirigirla personalmente.

180 d. C. Marco Aurelio pierde la vida en Vindobona (la actual Viena) a causa de la peste. Le suceden Cómodo y una Roma amenazada para siempre.

PARA SABER MÁS

BIOGRAFIA

GRIMAL, Plerre. Marco Aurelio. Madrid: Fondo de Cultura Económi­ca, 1997. El hom­bre, el emperador, el filósofo. Un análisis de Marco Aure­lio y su época a cargo de un prestigioso especialista.

ENSAYO

BRAVO, Gonzalo. Historia de la Roma antigua. Ma­drid: Alianza, 1998. Para situar en su contexto el rei­nado de Marco Aurelio, así como sus antecedentes y consecuencias.

CLÁSICOS

AURElIO, Marco. Meditaciones. Madrid: Alianza, 1999. Obra tan valiosa como bre­

ve, reúne la esencia del pen­samiento estoico de Marco Aurelio. Un clásico de la filo­sofía universal.

GIBBON, Edward. Historia de la decadencia y caída del Impe­rio Romano. Bar­celona: Alba, 2<XXl. Uno de historiadores británi­cos más destacados del si­glo XVIII, retrata con simpatía a la dinastía antonina.

LITERATURA

HAEFS, Gisbert. La primera muerte de Mar­co Aurelio. Bar­celona: Edhasa,

2004. Una trama de acción con toques de intriga en tor­no a una conjura para asesi­nar a Marco Aurelio.

INTERNET

Marc Aurele OU

La fin du monde antique http://visualiseur.bnf. frl Visualiseur?Destination= Gallica&O=NUMM-89448 Edición digital de la obra del escritor deci­monónico Ernest Re­nan realizada por la Biblioteca Nacional Francesa.

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DOSSIER .

El Imperio romano

LOS PRIMEROS SíNTOMAS DE LA DECADENCIA

Perteneciente a una dinastía de emperadores

capaces, con nombres tan relevantes para la historia

como los de Trajano o Adriano, Marco Aurelio fue

digno de la línea de gobierno que hizo de Roma

el dominio más grande del mundo. Sin embargo,

tendría que enfrentarse a la aparición de males que,

a largo plazo, supondrían el declive del Imperio.

JULlÁN ELLlOT, PERIODISTA

• DOSSIER

I reinado de Marco Aure lio señala un punto de inflexión entre el período más es table y el principio del fin en el Imperio romano.

La potencia le fue legada al empera­dor filósofo apaciguada, próspera y tolerante. Esto fue posible gracias a la capacidad de su linaje, el de los An­toninos, para regir el Estado. La di­nastía a que pertenecía Marco Aurelio supo guiar a Roma a un apogeo inu­sitado durante la mayor parte del siglo II d. C. Trajano había ampliado el te­rritorio hasta su máxima expansión. Adriano, más tarde, lo había pacifica­do. Sucesor de éste, Antonino Pío pu­do llevar así las riendas de un imperio tan gigantesco como saneado.

Continuismo sucesorio - Una clave que explica la estabilidad conse-

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guida en el siglo de los Antoninos es el continuismo sucesorio. La dinastía había evi tado mediante un senci llo mecanismo el peligro de inseguridad institucional que solían acarrear los in­terregnos*. El augusto* de turno ele­gía un sucesor con cierta antelación. Este no era un hijo a la manera de las

miliar como había sucedido en la eta­pa de los Julio-Claudios*, que comenzó con un Augusto y acabó en un Nerón.

Además, se pretendía que el con­sejo privado del mandatario aprobara la designac ión. Constituía una ga­rantía más. Una vez escogido el futu­ro dirigente, solía promocionárselo

a césar*. A veces este nombra-

El emperador escogía como sucesor a qUien poseyera las aptitudes para gobernar

miento recaía en dos varones, para proteger la continuidad dinástica ante cualquier even­tualidad y para que los can­didatos no cejaran en su ca-

monarquías hereditarias, cuyas gene­raciones se relevan en el poder por vía sanguínea. Se trataba de un miembro de una familia próxima al emperador, que poseyera aptitudes evidentes pa­ra una responsabilidad como la de go­bernar el Imperio. En caso afirmativo, el príncipe lo adoptaba, con lo que se evitaban procesos de decadencia fa-

pacitación. Nerva, el primer Antonino, adoptó a Trajano, quien más tarde hizo lo mismo con Adriano. Este último dio un paso más allá cuando llegó el momento de designar un heredero. Eligió a Antonino Pío, que tenía SO años, para ocupar el tro­no tras él y escogió también al prínci­pe siguiente. Era un muchacho recto y despierto, Marco Aurelio, que des-

DOSSIER .

Los Antoninos a Nerva (30-98) El Trajano (53- Adriano (76- El Antonino Pío

Fue elegido empe- 117). En política 138). Consciente (86-161). Impulsó

radar tras el ase si- exterior favoreció el de las limitaciones reformas en la jus-El linaje que gobernó de 96 a 192 nato de Domiciano, expansionismo, con económicas y mi- ticia y la adminis-condujo al Alto Imperio romano su antecesor. Para las conquistas de litares del Imperio, tración, a la vez a una edad de oro. Su efectividad evitar conflictos e Dacia y Mesopota- renunció a las que tomaba medi-comenzó a decaer durante el man- intrigas a su muer- mia. En el interior conquistas de su das sociales para dato de los dos últimos augustos*. te, escogió como mantuvo una rela- predecesor en Me- beneficiar a los

sucesor a Trajano, ción cordial con el sopotamia. A lo lar- sectores más des-..... Relación de adopción un prestigioso mi- Senado. Recibió el go de su reinado favorecidos. - Relación biológica litar al que adoptó título honorífico de realizó varios viajes

como hijo. Optimus princeps. por las provincias.

I Annia Faustina, o Faustina la

Joven. Hija de Antonino Pío, su padre rompió su compromiso matrimonial con Lucio Vero pa­ra casarla con Marco Aurelio.

ü.~ El Marco Aurelio (121-180). Conocido como el "emperador filósofo", expresó su pensamiento en sus conocidas Medita­ciones. Vio aparecer los primeros sínto­mas de decadencia del Imperio.

Lucio vero (130-169). Hermano adoptivo de Marco Aurelio, con el que compartió la Corona imperial. Se ocupó de cuestiones militares sin disfrutar de poder efectivo.

Annia Lueilla AnnioVero Antonino Vibia Domieia Fadilla a Cómodo (161-192). El hijo al que (e 148-e 182) (163-170) Hermano geme- Aurelia Faustina Marco Aurelio designó sucesor. Con su Contrajo ma- Nombrado lo de Cómodo, Sabina llegada al trono (180) se rompió el principio trimonio con por Marco murió a los cua- adoptivo vigente hasta entonces. Su go-Lucio Vera, her- sucesor jun- tro años. mano adoptivo to con Có-de su padre. modo.

de ese instante empezó a prepararse para ceñir algún día la Corona.

Antonino Pío respetó el deseo de Adriano en lo referido a la sucesión. Actuó como un verd adero padre y maestro para Marco Aurelio aunque adoptara también a otro joven, Lucio Vero. Mantuvo además la tendencia de incorporar expertos en leyes, economía y otras áreas a su consejo privado. Pero superó a su antecesor, Adriano, al con­certar unas relaciones fluidas con el Senado, en el que aumentaron los miembros orientales por pertenecer al hemisferio más pujante del Imperio.

No fue tan diplomático en el con­trol de los asuntos exteriores. Hubo una campaña militar contra los bri­gantes de Britania y otra, más ardua, para sojuzgar las oleadas de berébe­res que incursionaban en Mauritania. Ambas guerras concluyeron positi­vamente para Roma. Salvo estas dos contiendas puntuales, Antonino Pío

biemo tiránico se caracterizó por toda clase de extravagancias, como la de llamar a Ro-ma "Colonia comodiana". Murió asesinado.

consiguió prolongar la paz general di­señada por Adriano.

A su vez las arcas imperiales rebo­saban gracias a la eficiencia adminis­trativa de sus inmediatos antecesores, que moderaron la construcción de monumentos aparatosos y vigilaron con celo los ingresos y las partidas de gastos del tesoro público. Él mismo contribuyó a la riqueza fiscal con su fortuna privada. En varias ocasiones aprovisionó a las tropas y a la ple-be de la capital con fondos de su propia bolsa. Ade­más, el Emperador amplió los productos de la anona*. Sumó al tradicional repar-to popular de trigo los de aceite y vino. También se adelantó

Antonino Pío. En la página anterior, Trajano.

a su época en materia de tolerancia religiosa y permitió la práctica de di­versos credos orientales. Esta flexibi­lidad favoreció al cristianismo, que se fue difundiendo poco a poco.

Así pues, Marco Aurelio recibió a la muerte de su padre adoptivo, en el año 161, un estado en paz, bien orquestado política y administrativamente, con excedentes en el tesoro y con una so­ciedad sin problemas acuciantes pese a no estar, ni mucho menos, armonio­

samente equilibrada. Parte del crédito de esta plenitud co-

rrespondía a su propia ges­tión. En su calidad de cé­sar, o heredero ejecutivo, Marco Aurelio había con­tribuido en primera línea

al bienestar común. Como augusto perseve­

ró en esta intención, lo que incluía la obediencia a sus as­

cendientes dinásticos. Nada

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. DOSSIER

El triunfo de Marco Aurelio. Alegoría del pintor Giandomenico Tiepolo, s. XVIII .

más ser investido emperador, elevó a la misma dignidad a su hermano adoptivo, Lucio Vero. Aunque Mar­co Aurelio ostentó el grueso del po­der real, la corregencia, que se pro­longó hasta la muerte de Lucio, volvió a poner de relieve el carácter continuista del nuevo cabeza delli­naje an ton ino. Más tarde ofreció muestras de un desprendimiento si­milar. Sin embargo, esta vez Marco cometió un error funesto para el fu­turo de Roma. Asoció a su mandato a sus propios hijos, Cómodo y Annio Vero. O sea, que rompió la tradición antonina de adoptar a los más capa­ces entre los leales entroniza bies, el mecanismo que había deparado re-

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sultados tan espléndidos. Annio Ve­ro murió al poco tiempo de su desig­nación, pero Cómodo, también un niño por entonces, sobreviviría.

Fronteras en tensión - Pero aún faltaba tiempo para este relevo. El hombre que acababa de hacerse car­go del Imperio romano, Marco Aure­lio, era excepcional. El destino, no obstante, le había reservado un di­fícil papel. Apenas comenzado su reinado tomó forma el desafío más serio a que habría de enfrentarse no sólo él, sino el Imperio como tal. Tan grave fue que terminó por represen­tar al conjunto de factores -muy va­riados, pero todos ellos relaciona­dos- que desmembraron la potencia más colosal de la Antigüedad. Y es que en el fin de Roma desempeña-

ron un papel determinante las inva­siones bárbaras. A Marco Aurelio le tocó atajar sus inicios.

Las fronteras imperiales nunca habían sido impenetrables. Sin em­bargo, jamás como hasta entonces se vieron tan amenazados los limes*. De pronto las incursiones alcanzaron una envergadu ra masiva, y una vez detenida una agresión surgía otra en otro lugar, cuando no ataques simul­táneos en diversos puntos. Roma, que había abandonado la política ofensiva con Adriano, tuvo que pasar a la defensiva una generación más tarde. Ya no volvería a ser la conquis­tadora. Se había convertido en el bo­tín más grande de l mundo.

Estaba rodeada por naciones a su entender menos civilizadas y obje­tivamente más escasas de recursos.

Un exceso de confianza o de menos­precio la llevó a ignorarlas. No obs­tante, nada más sencillo para estos pueblos marginados que atravesar los límites imperiales y rapiñar aque­llo que les hiciera falta. Una mala cosecha, un empobrecimiento de­bido a un conflicto tribal, cualquier desequilibrio de sus condiciones de vid a podía compensarse atracando a los acaudalados romanos. La pre­sión fronteriza desembocó en lucha armada coincidiendo con la coro­nación de Marco Aurelio. A

a las fuerzas productivas-, los ger­manos volvieron a las andadas. Mar­co Aurelio hubo de marchar sin de­mora al Danubio, y estaba en este frente cuando le soprendió la muer­te en forma de peste.

Convulsión general - Su man­dato había sido un extenuante ir y venir de una frontera a otra y de un problema al siguiente. Pero además de las grandes campañas contra los partos y los germanos debió plantar

partir de entonces el acoso se­ría permanente. Y la caída del Imperio, cuestión de tiempo.

Primero fue el turno de los partos, en Oriente. Ocuparon

Para los bárbaros, Roma se había convertido en el botín más grande del mundo

las regiones romanas de Ar­menia y Siria. Tras enfrentarse a la maquinaria legionaria, estos pueblos de procedencia irania perdieron las conquistas tras cinco años de ago­tadora contienda. Sin embargo, el armisticio no significó un respiro pa­ra Marco Aurelio. Las tropas que re­gresaban de Asia portaban con ellas la peste, que se propagó por todos los confines del Imperio. Sus efectos diezmaban al ejército y los civiles cuando surgió una segunda confla­gración. Esta vez en el Danubio.

Un puñado de naciones germa­nas vadearon el río en busca de las riquezas latinas. Su avance fue tan profundo que culminó en la mismí­sima Italia. Era inaudito para los ciu­dadanos del Imperio. Los bárbaros, no obstante, fueron repelidos. Pero inmediatamente volvió a saltar la alarma en Oriente. Avidio Casio, legado asiático del Emperador, se alzó en ar­mas y se proclamó au­gusto. Marco Aurelio cortó de cuajo esta usur­pación y regresó a Roma para ocuparse de distintos asuntos. Tras un breve pe­ríodo de tranquilidad -muy relativa, pues la epidemia con­tinuaba aniqui­lando a la pobla­ción y con ella

cara a un avispero de revueltas inter­nas. En África se reanudaron las hos­tilidades mauritanas y emergió una insurrección egipcia que llegó a las puertas de Alejandría antes de ser reprimida. Europa occidental tam­poco estuvo quieta. Los galos desa­fiaron a las autoridades imperiales. Los catos merodearon por el limes germánico de Renania. En Britania hubo que sofocar disturbios. Incluso Hispania, una colonia tan antigua, vio levantarse vientos de guerra.

Demasiados frentes abiertos; por todo ello urgía aumentar las unida­des del ejército. La situación era tan desesperada que se reclutaron tropas entre los gladiadores y hasta entre los esclavos y los reos. Marco Aurelio incluso echó mano de un recurso in-

sólito por su extremismo. En­grosó las filas imperiales

con combatientes bár­baros. Era la primera vez que se incurría en un riesgo semejante . El augusto tomó esta

decisión entre los dos ataques germanos en el

limes danubiano . Ade­más, estableció colonias

de extranjeros en la zona. Se trataba de

Annio vero, hijo de Marco Aurelio.

DOSSIER .

GLOSARIO

SeNicio gubernamental de la antigua Roma que se encargaba del abaste­cimiento de la metrópolis. La anona también designaba los artículos sumi­nistrados, en general trigo para hacer pan, así como aquellos que el Estado perCibía anualmente en concepto de impuesto en especies sobre la pro­ducción agrícola.

TItulo de los emperadores romanos. El Senado lo asignó por primera vez a Oc­tavio, primer emperador y fundador de la dinastía de los Julio-Claudios* (a l que a menudo se conoce como Augus­to), en 27 a. C Era en origen un epíteto reseNado a los lugares y objetos san­tos, con lo que Octavio se convertía en un personaje de carácter sagrado.

Título adoptado por todos los empera­dores romanos en memoria de Julio César. A partir de Adriano (76-138), el emperador dio este título a su sucesor.

En la antigua Roma, el segundo orden social, situado entre el senatorial yel plebeyo. Sus miembros, los éqUites, o caballeros, controlaban a menudo la economía.

Lapso durante el cual se interrumpen las funciones gubernamentales o se carece de dirigencia en un estado. Suele definir el período que se extien­de entre dos mandatos individuales o dinásticos.

La primera dinastía imperial romana (27 a. C-68 d. C).lniciada con Augusto (27 a. C-14 d. C), se organizó por suce­sión hereditaria. Las intrigas familiares por el poder, que incluyeron diversos asesinatos, aceleraron su decadencia.

Frontera fortificada del Imperio romano. Especialmente, aquella establecida en una zona sin defensas naturales.

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paliar las desastrosas consecuencias agropecuarias de una inundación del Tíber y otra del Po, la escasez de tra­bajadores que acarreó la peste, el hambre generalizada que arreció tras un período de malas cosechas y la se­rie de terremotos que asoló Asia Me­nor. Sin embargo, pronto desmontó

Ya en la contienda contra los partos, al principio de su reinado, Marco Aure­lio debió sufragar los gastos militares mediante impuestos extraordinarios y empréstitos obligatorios. L a vora­cidad del aparato bélico también le obligó a transformar en oro, armamen­to, pertrechos y víveres parte de sus

Los gastos bélicos obligaron a Marco Aurelio a convertir en oro parte de sus bienes

joyas, propiedades y otros ob­jetos patrimoniales.

Pese a las partidas excep­cionales, Marco Aurelio se las ingenió para continuar ofre­ciendo a la plebe una anona

los asentamientos. Los soldados y campesinos foráneos empezaron a agitarse y el Imperio no podía hacer frente a más conflictos.

Éste era el panorama en la re­taguardia mientras la guerra, en las fronteras, bebía la sangre de los hom­bres más fuertes junto con cantidades fabulosas de dinero. Porque la boyan­te economía de los primeros Antoni­nos comenzaba a acusar el desgaste.

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generosa y no pocos espec­táculos de gladiadores. Y eliminando, además, los sustanciosos gravámenes sobre estos juegos, una losa para los erarios municipales, que ahora de­bían pagarlos por entero. Ciertos es­tudiosos han interpretado en estos gastos una ruptura con la política económica de sus predecesores, ba­sada en el ahorro y en el control fis­cal. Lo cierto es que el Emperador cuadró la economía reajustando otros

Legionarios romanos. Relieve, siglo I d. C. En la pág. siguiente, figura de Jesús en un fresco cristiano de entre los ss. 11 y 111 d. C.

sectores. Por ejemplo, se abstuvo de fundar ciudades, redujo la inversión estatal en construcciones suntuosas, incentivó la producción a todos los niveles y mejoró los mecanismos tributarios. En resumidas cuentas, su época fue bastante más austera que la de un Adriano o un Antonino Pío. Pero tampoco había asomado aún la galopante crisis económica que padecerían sus sucesores.

Marco Aurelio también siguió en cierta forma a los precursores de su dinastía en lo relativo a la adminis­tración pública y de la justicia. Con­tinuó centralizando la primera y hu­manizando la segunda. Asimismo afianzó las buenas relaciones con el Senado, en la estela de Antonino Pío. Lo renovó con miembros de las fa­milias patricias, como de costumbre, pero también de las oligarquías pro­vinciales, del orden ecuestre* o con gestores y juristas profesionales. Además, amplió las competencias senatoriales y le derivó mayores atri­buciones de supervisión de las ciu­dades en general. Un dato que revela la sintonía entre el Emperador y el Senado fue la aprobación de un viejo plan de Adriano que Antonino Pío abolió por la oposición de éste. Con­sistía en atomizar Italia en distritos. Marco Aurelio colocó al frente de las nuevas circunscripciones a los sena­dores y se acabó la discrepancia.

El problema cristiano - El con­tinuismo de este emperador se dejó sentir también en otro aspecto im­portante de la vida institucional ro­mana: la religión, y, de modo singu­lar, en el cristianismo. En este caso, sin embargo, se remitió a un modelo más antiguo que el de sus anteceso­res inmediatos, el de Trajano. Los fieles de esta confesión, joven y has­ta sospechosa a ojos latinos, se ne­gaban a asistir a los actos de culto oficiales, paganos para su credo. Este malentendido recíproco condujo al martirio a muchos cristianos.

El intento de usurpación de Avidio Casio UN INCIDENTE APARENTEMENTE MENOR QUE REVELÓ LA INESTABILIDAD DE LA POTENCIA DEL TíBER

El legado que había comandado las operaciones en Oriente, Avidio Casio, tenía una estrecha relación con Marco Aurelio y una más es­trecha todavía con la esposa de éste, Faustina la Joven. La mujer, hija de Antonino Pío, era tan bella como intrigante. Sacando partido de la vanidad de Casio, que según parece descendía de una familia real, le ofreció el trono de Roma junto con su mano.

El legado, vencedor fáctico de los partos, vivía una borrachera de or­gullo por entonces. Tras el sonoro éxito contra los iranios, Marco Au­relio le había confiado en 168 el gobierno de Asia y Egipto. Casio realizó una magnífica labor cui­dando los intereses imperiales. Residente en Siria, se desplazó a Egipto, por ejemplo, donde aplastó una peligrosa revuelta. De ahí que no lo pensara dos veces cuando a

la tentadora invitación de Faustina se sumó un informe falso que de­claraba el fallecimiento de Marco Aurelio. Corría 175. Avidio Casio se autoproclamó augusto*.

sostener una guerra abierta con­tra la mayor potencia de la época, murió a los dos meses a manos de sus propios hombres. Marco Aure­lio, tras este incidente, pudo ocu­parse de nuevo de asuntos más trascendentes. Pero el intento de usurpación de Casio manifestó a los cuatro vientos que el Imperio había entrado en un período de inestabilidad desconocido desde la llegada de los Antoninos.

El Imperio experimentaba la an­gustia de las invasiones y la peste. Para la ciudadanía, las calamidades representaban un castigo por haber desatendido a los dioses. De este modo, hubo en tiempos de Marco Aurelio un auge de la religión ances­tral. Los romanos se apresuraban a realizar sacrificios y elevar plegarias para aplacar la ira divina. Todos me­nos los cristianos . Éstos , con su ne­gativa a intervenir en las ceremonias públicas, confirmaban lo que decía de ellos la intelectualidad del mo­mento: que eran sujetos perniciosos para el orden político y social. En el lenguaje más expeditivo de los ma­gistrados, esta reticencia constituía llanamente una traición al estado . De ahí las ejecuciones. No se trataba de un asunto de fe, sino de patriotis­mo en momentos de emergencia.

Marco Aurelio permitió los ajus­ticiamientos, pero no los promovió. Tampoco inició persecuciones, pese a la inquietud que le producía el cris­tianismo con sus ritos extraños y su intensa propaganda, que también consideraba potencialmente sedicio­sa. Simplemente dejó actuar a las au­toridades competentes.

Fin de una dinastía - Hombre excepcional, pero de su época, al fin y al cabo, Marco Aurelio tuvo acier­tos y cometió errores en su gestión del Estado . Aunque batalló incan-

Cuando se dio cuenta de que el legítimo seguía vivo era demasia­do tarde. Ya no pOdía volver atrás. Mantuvo su postura y se pronun­ció en rebelión. Sus sueños dura­ron un suspiro. Proscrito por el Senado y sin recursos con que

sablemente en las fronteras, no legó a sus sucesores una solución sosteni­ble a este problema. Ciertamente no lo era sufragar con medidas económi­cas de urgencia un conflicto que se preveía duradero. Tampoco resultó oportuno dejar en manos de un mu­chacho de diecinueve años, su hijo Cómodo, el destino del Imperio. Lo hizo pensando que al heredero lo asesoraría un consejo privado fuerte, con abundantes atribuciones y notable profesionalidad. Sin embargo, al igual que el Senado, este gabinete era un escenario natu-ral de lucha política.

Abundaban entre sus miembros los per­tenecientes al orden ecuestre, cuyos inte­reses se contraponían a los de una cámara dominada por ciudada­nos de Oriente. Cómo­

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do, muy joven y de ten­dencia despótica, no supo armonizar ambas instituciones. Carecía de la inteligencia de su padre y de los otros Antoninos. Se dejó guiar a ciegas por la facción de los caballe­ros. Hubo un complot senatorial para matarle. La conjura fue descubierta y sus responsables, eliminados. Creció el malestar en las altas esferas, donde tampoco gustaba que el nuevo prínci­pe se identificara públicamente con

Hércules, como un dios vivo, o que perdiera el tiempo entre gladiadores.

Respecto a la contienda en el li­mes danubiano, el asunto más grave cuando Cómodo ascendió al trono, optó por una paz instantánea. Hizo bien. La guerra estaba royendo un erario que ya acusaba los años de es­fuerzo bélico constante, por más ma­labarismos que hubiera hecho Marco Aurelio. Lo relevante era que el Da-

nubio se había calmado. Fue úni-camente temporal, porque la

rueda había comenzado a girar y ya no se detendría.

El hijo del filósofo no tuvo que enfrentarse a invasiones. Sí a una inflación que intentó congelar devaluando la moneda y gravando artículos de primera necesidad. Estas medi­

das drásticas, no obstan­te, sólo aumentaron el

descalabro económico y el descontento con su gobier-

no. En el año 192 Cómodo fue asesinado. Hacía más de un siglo que el Imperio no sufría un magnicidio. Ése fue el triste final de la dinastía más apta que jamás haya regido Ro­ma, y una señal inequívoca del caos que se avecinaba. Tras el apogeo del siglo Il , la potencia se derrumbaría en el siguiente en una de las crisis más agudas de su historia. HyV

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. DOSSIER

on Marco Aurelio, heredero de Traja­no y Adriano y últi­mo gran emperador de la dinastía his­pánica de los Anto­ninos, parecía cum­

plirse aque l ideal de Platón que auguraba la felicidad de los pueblos cuando los reyes fueran filósofos. Sin embargo, las leyes de la política y la guerra exigieron que este romano ejemplar, de alma republicana, dedi­cara su vida de césar a guerrear contra los bárbaros, algo que detestaba de joven pero que con el tiempo llegó a disfrutar tanto como lo hiciera con las disquisiciones filosóficas .

Estoico por naturaleza, Marco Au­relio aceptaba la realidad como un

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dictado natural al que hay que some­terse. Para él lo importante era que cada ciudadano, fuera porquero o em­perador, se entregase a su tarea con la mente limpia y el ánimo dispuesto. Por eso, desde pequeño, admitió sin queja lo que el destino fue acumulan­do sobre sus robustos hombros.

Grandes responsabilidades -A los seis años fue elevado al orden ecuestre por el propio Adriano, un rango aristocrático que le obligaba a comparecer desde niño en las cere­monias y distanciarse de sus compa­ñeros de juegos, lo que hizo de él un muchacho taciturno. Cumplidos los ocho, se le admitió solemnemente en el colegio sacerdotal de los salios, una de las cuatro cofradías religiosas

Banquete. Pintura procedente de la ciudad romana de Herculano. siglo I d. C.

-junto a arvales, lupercios y fecia­les- que ayudaban a las tareas cere­moniales del colegio de pontífices para la celebración de fiestas periódi­cas y ejecutaban, además, los ritos de guerra y alianza en nombre del pue­blo romano (Pro populo romano). Al chico retraído le abrumaba incluso la vestimenta, pues con la gruesa túni­ca carmesí del colegio, una coraza y casco de bronce y el pesado manto de brocado debía ejecutar las com­plicadas danzas sacerdotales. Aun­que lo peor era soportar los banque­tes rituales, en los que se comía y bebía demasiado, impropios para su edad. Tal vez de aquellos ágapes in­terminables, durante los cuales los sacerdotes creían poner en contacto al dios Júpiter con el pueblo, le vino su desagrado por los excesos en la mesa y su inclinación a la sobriedad.

Por entonces, el joven Marco habi­taba la casa de su bisabuelo mater­no en el monte Celia, un enclave de mansiones patricias que rivalizaban con las villas imperiales del Palatino. Su madre, Domicia Lucilla, mujer tan exigente como cariñosa, vivía entre­gada a la labor de cuidar del retoño, en quien había puesto los ojos el mis­mísimo emperador. Tan culta como aquellas mujeres de la República que filosofaban con los hombres, Domicia insistió en que Marco hablara y escri­biera en griego, porque para ella la lengua de Platón era el vehículo ade­cuado del pensamiento.

Huérfano de padre y tras quedar­se también sin abuelo paterno, el an­tiguo prefecto de Roma Annio Vero, Marco gozó de la protección viril de su bisabuelo, el respetado Catalina Seve­ro. El venerable patricio supo ver las virtudes de su prometedor descen­diente y le concedió la exención de la escuela pública para que estudiara en casa con reputados seguidores de Sé­neca y de su escuela estoica, conocida como El Pórtico, que le enseñaron so­bre todo literatura latina. Para com­pletar su formación Domicia llamó a Diognetes, otro maestro del Pórti-

ca con quien los jóvenes aristócratas aprendían pintura, canto y danza. É l fue, más que ninguno, quien inició al joven discípulo en la reflexión fi losófi­ca. Entre aquel círculo de pensadores que formaban la vanguardia intelec­tual de la época áurea de Adriano pasó su juventud Marco Aurelio.

Un filósofo militante - En plena adolescencia Marco decide "ser" un filósofo de verdad, no quiere quedar­se sólo en las palabras . "Lo que es bueno para un pastor no tiene por qué ser malo para mí -argumenta a su madre-o Vestiré la túnica más tosca, me acostaré sobre tablas en el suelo. Demostraré que un aprendiz de filósofo nacido en una casa rIca es capaz de practicar su filosofía y no limi­tarse a hablar de ella".

Los preceptores tra­tan como igual a este prínci­pe modesto que disfruta con las disquisiciones y propone razonamien-

Trajano, emperador de Roma, con la corona de laurel. Sextercio del siglo 11 d. C.

tos ponderados. Nuevos pensadores se van añadiendo a la nutrida lista de tutores. Entre ellos destaca Junio Rus­tico, el filósofo que le hace conocer -y amar- la obra de Epicteto El En­quiridión, un manual de aforismos morales que le servirá de guía

que aunque le repugnara no llegó a suprimir. Esta moral de aceptación, precursora de la resignación cristiana, hacía pensar al aprendiz de césar que aunque Epicteto hubiera sido esclavo y Nerón emperador, la crueldad del

e inspiración literaria. Pero el más importante de todos los preceptores es Camelia Fron­tón, maestro, confidente y ami­go queridísimo con quien man­tendrá un vínculo fraternal que

Según su filosofía, ninguna situación, por injusta que fuese, debía reformarse

durará muchos años. Los principios estoi­

cos de Marco Aurelio eran la armazón de

una mentalidad que trataba de dar a cada cosa su justo valor. Una sabiduría sin sub­terfugios. Pero esa ética impla-

cable con las cosas del mundo y el acon­

tecer diario entrañaba una trampa sutil: nada,

ninguna situación por injusta que fuese, debía reformarse, pues to­do había que aceptarlo como expre­sión de la naturaleza y el cosmos. In­cluso la esclavitud , una lacra social

destino se compensaba porque el pri­mero había sido sabio, y por tanto más grande y respetado por la posteridad, mientras que el segundo resultó un fantoche detestado por sus súbditos.

En la primavera de 136, cuando acaba de cumplir quince años, toma la toga viril y comienza a ser considerado como adulto en audiencias, rituales y banquetes. A diario recibe alusiones y encuentra presagios. En una saluta­ción que los sacerdotes salios hacen a Marte arrojando cada uno una guir­nalda hacia su estatua, la de Marco cae justo sobre la cabeza del dios mientras las del resto quedan a sus pies. Admi­rados, sus compañeros le otorgan sig­nos de reconocimiento: será un cónsul victorioso. Cuando a veces se queja de los largos ceremoniales o los banque-

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· DOSSIER

El Imperio en armas MAR

GERMAN

• EL FRENTE DEL DANUBIO DOS GUERRAS CONTRA LOS GERMANOS QUE ANTICIPARON LAS INVASIONES BÁRBARAS

El conflicto con los partos en Oriente había desplazado allí al grueso de las fuerzas romanas estacionadas en el limes del Danubio. Aprovechando este descuido, diversas naciones ger- " manas, entre ellas la marcomana, la cuada, la sármata y la longobarda, arremetieron contra ~

la frontera imperial para saquear la zona a sus anchas. Esta inesperada campaña de pillaje ..... v anunció el funesto destino que aguardaba al estado más opulento de la Antigüedad. "-

~ 'f

1 Italia invadida 2 Concesiones a los bárbaros

LUGDUNENSE GALlIA

AQUITANIA

COI

Regiones del Danubio como Panonia, Mesia, Dalmacia y Dacia se convir­tieron en pasto de la furia germana desde 167. Pero los bárbaros se in­ternaron en el territorio imperial has­ta tal punto que llegaron a asediar la ciudad italiana de Aquileya. Se leva­ron con urgencia dos legiones en la península, incluyendo en sus filas a cualquier hombre en condiciones de pelear. Gracias a esta y otras medi­das de emergencia, los germanos fueron repelidos más allá del Danu­bio en 168. La campaña se prolongó hasta la rendición de los pueblos in­vasores. Los marcomanos capitula­ron en 172, los cuados en 174 Y los sármatas al año siguiente.

Roma exigió la repatriación de los prisioneros de guerra y la devolución del botín incautado. Los bárbaros cumplieron estas cláusulas a regaña­dientes. Sin embargo, Marco Aurelio, interesado en evitar nuevos ataques, ofreció a los germanos áreas que co­lonizar. Buscaba pacificar el Danubio, y de paso repoblar la región, de baja densidad demográfica y necesitada de brazos que cultivaran la tierra. Pa­ra garantizar la tranquilidad general, estableció un amplio perímetro de seguridad al norte del río, y en los Al­pes italianos asentó legionarios, co­mo si se tratara de una provincia recientemente conquistada.

SAROII

MAURITANIA CESARENSE

MJ

3 Nuevas hostilidades Pese a ello, hubo un levantamien­to germano que dio al traste con la convivencia pactada. El Imperio dio marcha atrás en el proyecto pionero de las colonias bárbaras. Nuevamente expulsados, los sár­matas y los marcomanos volvie­ron a atacar la frontera en 177. Marco Aurelio, que venía de de-

rrotar al usurpador Avidio Casio en Siria y de una breve estancia en la capital, dirigió en persona la segunda fase del enfrentamiento. Levantó su campamento en las márgenes del Danubio. Sin em­bargo, allí la peste acabaría con su vida. De otro modo, quizá se hablaría hoy de la incorporación

al Imperio de los territorios cir­cundantes para afianzar la inte­gridad del estado.

deudas anteriores. De todos mo­dos, el respiro supuesto por esta política duró poco. El Imperio ro­mano estaba sentenciado. Los pueblos marginados de su entor­no regresarían incesantemente en el futuro. Serían las temibles invasiones bárbaras del siglo 111

y los posteriores: el fin de Roma.

tes, los ayos le animan con una mezcla de compasión y envidia: "Esto no es nada, ya verás lo que te espera" .

y así, empedrándole el camino ha­cia la púrpura y tratándole con adula­ción, los cortesanos tratan de ganarse su favor sin advertir que ese hombre en ciernes huye en cuanto puede para dedicar su tiempo a la lectura. Adriano lo llama para pasear por su fastuosa vi-

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Cómodo, el hijo y sucesor del Augusto, acordó la paz con los ve­cinos rebeldes con objeto de en­derezar la maltrecha economía romana, carcomida por los es­fuerzos bélicos de su padre y por

lla a las afueras de Roma, tratando de buscar en esos ojos glaucos que tanto le recuerdan a él mismo, bálsamo a su melancolía y certeza a la sucesión.

Príncipe heredero - Cuando el Emperador designa al cónsul An­tonino Pío como futuro augusto, le pide como condición que adopte a M arco como sucesor. Con 18 años,

Marco tiene que trasladarse a su pe­sar al Palacio Imperial del Palatino junto a su madre Domicia como cé­sar asociado al trono. Todo el mundo piensa que él es el auténtico herede­ro, pues Antonino Pío, con 50 años y salud frágil, no será más que un inte­rregno hasta que Marco madure.

Al año siguiente es nombrado cón­sul y cuatro años después, en 145, se

• ORIENTE ATACA LOS PARTOS, LOS PRIMEROS EN ASOLAR EL IMPERIO ROMANO DE FORMA MASIVA

D OSS I E R .

1 Un monarca belicoso

De raíces escitas y afincados en el actual Irán, los par­tos constituían un viejo problema para Roma. No era la primera vez que atravesaban la frontera oriental del Imperio cuando lo hicieron en el año 161. Sin embargo, nunca hasta entonces se habían atrevido a entrar en suelo latino con todo un ejército. Marco Aurelio, recién coronado augusto, hubo de emplearse a fondo para re­cuperar sus posesiones asiáticas.

El conflicto se desencadenó por el afán de conquista del rey parto Vo­logesio 11 1. Ambicionando las fértiles provincias orientales de los roma­nos, dividió sus tropas en dos gran­des cuerpos. Al primero, comandado por el general Cosroes, lo envió con-

tra Armenia. Al segundo, en direc­ción a Siria. Cosroes cumplió su misión. Ocupó Armenia y entronizó a un soberano, pacoro, leal a Vologe­sio. Entretanto, la expedición siria se hizo con el control de esta región tras derrotar allegado imperial.

2 La contraofensiva romana Marco Aurelio, alarmado, delegó en su corre­gente, su hermano adoptivo Lucio vera, el mando del ejército. Primero la acción se cen­tró en Armenia, donde los legionarios devas­taron ciudades y campos hasta doblegar a los partos y sus vasallos. Pese a estos éxitos

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SICIUA

CRETA

casa con Faustina, la hija de Antonino Pío, para establecer lazos d inást icos más sólidos. La futura emperatriz no estuvo a la altura de la elección. No es que Marco mostrara un amor desme­dido por ella, aunque sí la quiso, pero la ausencia de decoro de Faustina se hizo célebre, y sus relaciones con gla­diadores fornidos llegaron a ser la co­midilla de la corte imperial.

PON TUS EUXINUS

parciales, la victoria correspondió princi­palmente a otro legado, Avidio Casio.

ARMENIA

El contraataque que dirigió desde 163 no sólo consiguió reconquis­

tar las tierras perdidas. Aprove­chando su avance imparable,

se aventuró en MeSQ­potamia, donde fue

PERSIA adueñándose de las metrópolis de peso hasta establecer un limes en el Tigris.

3 Un triunfo amargo La guerra contra

los partos, que duró de 161 a 166,

conllevó dificultades para el Imperio, pero

al finalizar la contienda Roma se había engran­decido. En la capital, Marco Aurelio y su her­mano Lucio celebraron el triunfo de rigor. Sin embargo, junto con los

soldados aclamados por el pueblo llegó a Italia un monstruo invisible y le­tal, la peste, que segaría las vidas de dos mil lares diarios de personas úni­camente en la ciudad del Tíber. El propio Mar­co Aurelio moriría de uno de sus rebrotes en el año 180, en la distante Vindobona (Viena).

E n 138 m uere el gran Adriano, con la sati sfacción de haber llevado la paz al belicoso imperio que le le­gó Trajano y haber encontrado digno sucesor. Antonino Pío ciñe la diade­ma imperial, pero su reinado no será tan breve como se suponía. Durante veintitrés años continuará la política de pacificación, obras públicas y sua­ves reformas de su antecesor. Con-

firmado como césar asociado, Marco continúa su aprendizaje durante esos años sin moverse de Roma, apegado al corazón del Imperio. No le intere­san las aventuras militares en lejanos territorios. Sigue apegado a sus libros y a los maestros del Pórtico.

El nuevo augusto - En el mo­mento en el que por fin accede al tro-

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. DOSSIER

La muerte de Marco Aurelio. Lienzo del pintor francés Eugime Delacroix, siglo XIX.

no imperial, Roma ha alcanzado su mayor expansión: desde la gran isla de Britania en el oeste hasta Palesti­na en el este y desde los bosques del Danubio hasta las arenas de Maurita­nia, además de los magníficos territo­rios de Anatolia e Hispania en los bor­des de Oriente y Occidente, incluidos los palacios de Siria. El limes es la lí­nea que separa la avanzada civiliza­ción romana del resto del mundo, una frontera siempre amenazada.

Marcus Elius Aurelius Verus An­toninus Imperor es consciente de ser el depositario de una edad de oro que debe conservar y defender: una civili­zación ecuménica, más ambiciosa, que con la dinastía hispánica de los Anto­ninos había unificado Oriente y Occi­dente, tratando de imponer el modelo romano tanto por las armas como por la razón y el progreso. Durante veinte años pondrá todo su empeño en suje­tar los numerosos territorios que abar­caba la ciudad imperial sin intentar nuevas conquistas. Al contrario que muchos de sus contemporáneos, Mar­co Aurelio no cree que el orbe romano sea el único asiento de cultura. Para establecer relaciones con otros pue­blos envía embajadores a lugares tan distantes como China e India, aunque los contactos siempre resultan escasos y llenos de dificultades.

De filósofo a guerrero - Pero, a pesar de los buenos augurios y sus excelentes propósitos, graves pro­blemas acecharon su reinado desde el principio, como si el destino qui­siera enmendar con ferocidad los do­nes recibidos. La buena voluntad del Emperador se estrellaba una y otra vez contra desgracias y revueltas . Marco Aurelio tuvo que pasar la ma­yor parte de los veinte años que duró su gobierno yendo de una frontera a otra, achicando las vías de agua que se abrían en la pesada nave del Im­perio. Gracias a su tenacidad, con­siguió ir venciendo las dificultades y encontró tiempo para escribir sus M editaciones, un compendio de es-

46 HISTORIA Y V ID A

toicismo en el que el soldado olvida la armadura y busca la dignidad de la naturaleza humana.

Mientras pudo Marco Aurelio no salió de Roma, pero cuando las campañas reqUlfleron su presencia no eludió ponerse a la cabeza de su ejército. Resulta sorprendente que aunque careciera de experiencia mi­litar se desempeñara en esa tarea de manera tan brillan te, algo en lo que sin duda le ayudó su conciencia de ser el primer servidor del estado.

Ser el jefe de las legiones le des­cubre pronto una popularidad muy distinta al clamor del populacho en Roma. Confiesa que le gusta recibir las aclamaciones y el afecto de quie­nes se juegan la vida con él. Disfruta, y mucho, con la vida ruda del cam­pamento, la sobriedad sin afeites ni mujeres y la disciplina espartana.

En esta segunda etapa de su vida sus amigos no son ya filósofos, sino generales de su Estado Mayor, como Claudio Pompeyano o Helvetio Per­tinax, cuyo nombre es ya glorioso. Una tras otra, las tribus que amena­zan la frontera caen derrotadas. E l antiguo sedentario mueve ahora el frente en todas direcciones, su hogar es la sencilla tienda donde por la noche lee y escribe. Las legiones le adoran y los bárbaros le temen: COSto­bocos, marcomanos, cuados, sárma­tas, todos se rinden al nuevo Alejan­dro que busca la paz perpetua y los convierte en colonos feudatarios con tierras y concesiones.

Hasta Faustina, la esposa impe­rial que entretenía la separación en Roma con un tálamo concurrido, se hizo eco de su reputación entre las legiones y fue hasta el campamento

de Sirmium a comienzos del año 175, con dos de sus hijas pequeñas, para acompañar al Emperador, que esta­ba enfermo. Allí, la hija de Antonino Pío debió de sentir la llamada dinás­tica y se mostró como verdadera em­peratriz, acudiendo a las ceremonias militares, atendiendo ruegos y aren­gando incluso a la tropa cuando Mar­co Aure lio no podía abandonar el lecho. De esta forma consiguió tal popularidad que las legiones le otor­garon espontáneamente el título de Mater Cas trorum (Madre de los cam­pamentos). A Marco Aurelio le llenó de tal orgullo el títu lo que lo añadió a la nueva acuñación de moneda en la que aparecía la efigie de Faustina.

Viaje de regreso - Pacificada Asia, e l Emperador pasó el invierno de 175-76 en Alejandría, la magnífi-

ca urbe que competía e n esple ndor con Roma y en cuya biblioteca pasó sus mejores horas. L uego regresó a Europa por tierra, atravesando Pa­les tina y Si ria, donde se quedó ho­rro rizado de la escasa civilización de las tribus del des ierto y escribió: "¡Oh cuados, oh marcomanos , oh sármatas, al fi n he visto gentes más hurañas que vosotros!". AIlle­

DOSSIER .

La tolerancia del Emperador hacia los derechos de los demás causó asombro en la vieja ciudad ática.

A finales de año entró en Roma, donde le esperaba un recibimiento triunfal. El largo cortejo atravesaba las avenidas y los foros imperiales entre el delirio de la multitud cuan­do de pronto, el Emperador descen-

gar a H alala, frente al Taurus, la emperatriz Faus tina murió ines peradamente. L a leyen­

Marco Aurelio creyó que

da dice que había vuelto a sus escándalos sexuales y que el Emperador sugirió a su espo-

la dignidad imperial lograría enderezar a su hijo Cómodo

sa el suicidio por decoro, en la mejor tradición es toica, pues su paciencia tenía un límite.

Marco Aurelio deseaba regresar a Roma. Se detuvo en Esmirna, ciudad plagada de palacios que tuvo la dicha de conocer antes del terremoto que la destruyó al año siguiente y donde hubo de advertir a su hijo Cómodo contra su licenciosa vida. E l joven, con apenas dieciséis años, era violen­to y vo lup tu oso, todo lo con trario que su pad re ; tenía co mo amante a un griego maestro en intrigas y pa­recían interesa rle sólo las cosas del circo. Marco Aurelio no se hacía ilu­siones respecto a sus cualidades, pero quería hace rle césar y heredero del Imperio. El padre confiaba en que la dignidad imperial consiguiera ende­rezar al chico. La historia demostró su desastrosa equivocación.

El mal corregente - T ras Esmirna el séquito se dirigió a Atenas, la patria espiritual de Marco Aurelio. Allí visitó to-das las escuelas filosófi cas y creó un colegio, germen de las universidades me­dievales, con cuatro cátedras para las co­rrientes existentes : estoicos, aristoté li -cos (peri paté ticos), cínicos y epicúreos.

Faustina, esposa de Marco Aurelio. Estatua, s. 11 d. C.

dió del carro y dejó que lo guiara Cómodo para continuar él a pie. La mala fama del muchacho, a quien ya había hecho corregente, no engañó a los romanos. Se oyeron silbidos e im­precaciones entre la multitud.

No pudo disfrutar de su querida ciudad, pues los bárbaros del Danu­bio vol vieron a levantarse. Marco Aurelio, queriendo transmitir al pue­blo su fe mística en la grandeza de Roma, arrojó una lanza ensangren­tada en dirección al enemigo hacien­do un gesto expreso de Sumo Pontí­fice . De nuevo volvió al frente . Pasó el año 179 en el campamento de Car­nutum intentando pacificar la zona,

escribiendo pensamientos que a menudo trataban sobre

la muerte e intentando sembrar en Cómodo la responsabilidad del E s-

tado. Pero la peste cruel, que a cualquie­ra alcanzaba sin res­petar siquiera la digni­dad de un gobernante verdaderamente pre­ocupado por su pue­blo, le arrebató la vi­da en 180.

Murió el gran em­perador y le sucedió un hijo inepto con el

que se precipitó la lar­ga caída del Imperio. Pero Marco Aurelio , el césar filó sofo, ha­bía cumplido su papel.

Con creces. HyV

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