Pablo R Arango-La Naturaleza de la Moralidad-en Introducción a la Filosofía Moral

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Pablo R. Arango Introducción a la Filosofía Moral

Introducción a la filosofía moral

(teórica y aplicada)

Por: Pablo R. Arango

UNIVERSIDAD DE CALDAS 2005

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GLOSARIO

Cæteris paribus: una expresión latina que puede traducirse por "Si todas las demás cosas relevantes permanecen iguales".

Descriptivo: en este contexto, se entiende que un enunciado es descriptivo cuando solamente dice cómo son las cosas, sin incluir evaluaciones. Ejemplos de enunciados descriptivos son: "X mató a Y", "La silla es roja". e.g.: abreviatura para la expresión latina exampli gratia, que equivale en castellano a "por ejemplo". i.e.: abreviatura de la expresión latina id est, equivalente en castellano a "es decir..." o "esto es..."

Monismo moral: una teoría moral es monista si sostiene que sólo existe un único valor intrínseco. Típicamente, la teoría utilitarista de John Stuart Mill sostiene que el único valor intrínseco es la felicidad o el bienestar general; todas las demás cosas —incluidos otros valores como la igualdad— sólo son instrumentalmente valiosas: tienen valor en la medida en que promuevan o faciliten aumentos en el bienestar general o disminuciones en el perjuicio general.

Normativo: una afirmación es normativa cuando no se limita meramente a describir un hecho, sino que incluye una evaluación o prescripción. Enunciados típicamente normativos son: "Matar es malo", "La libertad absoluta de expresión es buena" o "No se debe robar".

Pluralismo moral: lo contrario del monismo moral. El pluralismo sostiene que hay más de un valor intrínseco. Para el pluralista, valores intrínsecos distintos pueden "convivir" entre sí, sin que ninguno sea más importante que el otro. Por ejemplo, la justicia es tan importante como el bienestar general, y no puede supeditarse a éste (el pluralista argumentaría que sería moralmente incorrecto castigar injustamente a un inocente sólo porque eso aumentaría o promovería el bienestar general).

Prima facie (deberes, razones): se utiliza la expresión latina para distinguir, por ejemplo, las razones que son concluyentes para realizar una acción de las razones que no son concluyentes. Así, por ejemplo, uno tiene el deber prima facie de no mentir, pero dicho deber no es concluyente porque, probablemente, habrá situaciones en las que hay razones mejores para mentir. Literalmente, significa "a primera vista".

Tautología: se dice que una frase o proposición es tautológica cuando es verdadera y, además, es imposible que sea falsa. Un ejemplo: la frase "los tíos tienen parientes" es verdadera, independientemente de cómo es el mundo, puesto que, por definición, un tío es un hermano de progenitor. Así, es verdadera, incluso aunque no existan tíos. Las tautologías son, en cierto sentido, redundantes y, por eso, aunque sean necesariamente verdaderas, no nos proporcionan información nueva sobre el mundo, sino sólo sobre las relaciones entre nuestros conceptos.

Valor instrumental: se dice que algo es instrumentalmente valioso cuando es valioso sólo como un medio para conseguir o facilitar otra cosa. Un ejemplo típico de algo que sólo tiene valor instrumental es el dinero: el dinero no es valioso por lo que es en sí mismo —un trozo de papel impreso— sino porque es un medio eficiente para conseguir otras cosas. En pocas palabras, la importancia de algo que sólo tiene valor instrumental siempre es relativa a lo

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que se puede conseguir o lograr utilizando ese algo. Valor intrínseco: sinónimo de "Valor no-instrumental". Algo es intrínsecamente valioso cuando vale por lo que es, por sí mismo. Es justamente lo contrario de valor instrumental. Un caso típico de algo que se supone tiene valor intrínseco es una persona: vale por lo que ella es —precisamente porque es una persona— y no por lo que se pueda obtener a través de ella.

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I

LA NATURALEZA DE LA MORALIDAD

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La religión de nuestros días: el relativismo moral

Moral, adj: Conforme a una norma de derecho local y mudable. Cómodo. Dícese que existe en el Este una cadena de montañas y que a un lado de ellas ciertas conductas son inmorales, pero que del otro lado son tenidas en alta estima; esto resulta muy ventajoso para el montañés, porque puede bajar ora de un lado, ora del otro, y hacer lo que le plazca, sin ofensa.

Ambrose Bierce.

Una buena parte de la cultura de nuestra época está dominada por ciertas formas de escepticismo y relativismo, que se caracterizan por supuestas sospechas fundamentales sobre la objetividad del conocimiento humano —incluida la ciencia—, y en particular sobre la posibilidad de que los juicios morales sean objetivos. Según esta perspectiva, que ha llegado a convertirse en una moda, qué sea lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto, son cuestiones que, o bien dependen de las decisiones de cada individuo o de cada cultura, o bien no tienen ninguna solución racional. En este capítulo se examinan críticamente los argumentos más populares a favor de este tipo de relativismo, y al final se proponen algunas sugerencias de cómo puede concebirse la moralidad objetivamente.

La tesis del relativismo Distintas culturas tienen códigos morales diversos. Heródoto cuenta, por ejemplo, el siguiente encuentro entre los griegos y algunos miembros de la tribu de los calatias, incitado por el rey Darío I:

Darío convocó a los griegos que vivían en su tierra y les preguntó por qué precio consentirían comer a sus padres cuando éstos murieran. Los griegos respondieron que nada en la tierra los induciría a hacer tal cosa. Luego Darío convocó a unos indios llamados calatias, entre los cuales era uso comer el cadáver de sus propios padres; estaban allí presentes los griegos, a quienes un intérprete declaraba lo que se decía. Venidos los indios, les preguntó por qué precio consentirían enterrar los cadáveres de sus padres cuando murieran. Los calatias le suplicaron a gritos que no dijera por los dioses tal blasfemia. (Heródoto —citado por Popper (1997:47-48)).

Supongamos que éste y otro tipo de divergencias culturales son suficientes para pensar que hay diferencias fundamentales en las normas de conducta, los ideales de vida y, en suma, las concepciones de lo bueno, lo justo, etc., entre

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distintas culturas. En otras palabras, supongamos que tenemos una explicación clara —lo cual está lejos de ser cierto— de qué es una cultura y de cómo puede distinguirse de otras; y que sabemos con certeza que esas culturas tienen, cada una, una concepción moral —en el más amplio sentido de la palabra— muy distinta de la de las otras. Con estas aclaraciones podemos formular la tesis del relativismo moral: lo que es bueno o malo, justo o injusto, depende de los valores o reglas morales de cada cultura. En pocas palabras, cada cultura es la que define lo que es moralmente correcto o incorrecto.

Primer argumento: diferencias culturales El primer argumento a favor de esta posición se basa en las consideraciones anteriores. La idea es que, como no hay un acuerdo intercultural sobre lo bueno o lo malo, como la misma acción —e.g., comer los cadáveres de los padres— es considerada por unas culturas como correcta y por otras como incorrecta, entonces es cada cultura la que debe definir qué es lo bueno o lo malo, etc. Puesto así, este argumento requiere una premisa adicional para poder apoyar la conclusión relativista. Esto se hace más claro si se considera que una persona que niegue la tesis relativista podría aceptar, sin embargo, el argumento de las diferencias culturales. Por ejemplo, un sacerdote cristiano podría decir, sin caer en contradicción, que si bien es cierto que varias sociedades tienen concepciones morales distintas, eso no implica que lo bueno o lo injusto dependan de los valores de cada cultura. Por eso, para poder derivar la tesis relativista a partir de las diferencias en las concepciones morales entre culturas, se requiere una premisa adicional. La premisa que presuponen quienes argumentan desde las diferencias culturales hasta el relativismo moral es cierta afirmación acerca de lo que se requiere para que la moralidad no dependa de los valores culturales. En pocas palabras, la idea implícita es que sólo si no hubiera diferencias entre las culturas se podría pensar que lo bueno no depende de los valores culturales. Para poder analizar más detalladamente el argumento, resumámoslo de la siguiente manera: Primera premisa: Distintas culturas tienen concepciones morales diferentes. Segunda premisa (implícita): Para que las cuestiones sobre lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto no dependan de las concepciones morales de cada cultura, se requiere que todas las culturas tengan las mismas concepciones morales. Conclusión: Por tanto, las cuestiones sobre lo que es bueno o malo, justo o injusto, dependen de las concepciones morales de cada cultura. Aunque formulado de esta manera el argumento relativista ya es válido (i.e., la conclusión se sigue de las premisas), hay razones para pensar que la premisa implícita (la segunda) es falsa. La premisa supone que debe haber un consenso intercultural para que la moralidad no dependa de lo que cada cultura define como bueno o malo. Pero quizás eso es un error. Para ver por qué,

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consideremos la siguiente analogía. Supongamos que queremos establecer si hay planetas con vida en el sistema solar de Alfa Centauro. Supongamos, además, que diferentes culturas piensan cosas distintas acerca del asunto: unas creen que sí la hay y otras que no. ¿Implica eso que no hay una respuesta objetiva a la cuestión? Es decir, ¿la respuesta depende de lo que cada cultura piense al respecto? Si es así, entonces hay un problema. Porque el ejemplo estipula que, para algunas culturas, hay vida allá, y para otras no. Y, como la respuesta a la cuestión de si hay vida sólo puede ser objetiva si todas las culturas están de acuerdo; entonces, como hay desacuerdo, literalmente se sigue que hay vida y no la hay. Esta comparación sirve para mostrar que, por lo menos en los asuntos que no involucran evaluaciones morales, parece erróneo sostener la idea implícita en la segunda premisa del argumento relativista. Simplemente, la cuestión de si hay o no vida en el sistema solar X no parece depender de que nos pongamos de acuerdo. Podríamos ponernos de acuerdo todos en una respuesta, y

después podría resultar que estábamos en un error1. ¿Por qué, entonces, deberíamos pensar que en el caso de las cuestiones morales el consenso es un requisito para que haya objetividad? Aquí el concepto clave es el de objetividad. La pregunta "¿Hay planetas con vida en el sistema solar de Alfa Centauro?" es objetiva porque hay una respuesta correcta independientemente de lo que cualquier persona o sociedad piense acerca del asunto. Así, la objetividad de los juicios morales consiste —si es que la hay— en que un juicio moral puede ser verdadero o falso independientemente de lo que cualquier persona o cultura piense con respecto a ese juicio. Esto es precisamente lo que rechaza el relativismo que estamos considerando. Y la segunda premisa del argumento relativista implica una concepción de la objetividad según la cual ésta sólo es posible, en el caso de la ética, si hay un consenso universal, si todas las culturas están de acuerdo. Pero, en términos generales, esto es un error, porque la objetividad no depende del consenso (lo cual no significa que el consenso no sea importante en otros respectos). Si la objetividad dependiera del consenso, entonces casi ninguna cuestión importante —acerca de la moral o de cualquiera otra área— sería objetiva, porque es un hecho patente que hay desacuerdos en casi todas las áreas del pensamiento humano, hasta en las matemáticas. Pero el hecho de que haya desacuerdo no implica que tales asuntos no sean objetivos. Aún más, la objetividad es un requisito para cualquier desacuerdo racional, pues si no hay ninguna respuesta independiente de nuestras propias creencias,

1Naturalmente, alguien podría argumentar que la comparación que el ejemplo introduce no es viable, debido a que la pregunta sobre la existencia de vida extraterrestre es puramente empírica, mientras que las cuestiones morales no son empíricas sino evaluativas o normativas. Parte de la respuesta a esta objeción está al final del capítulo, y consiste en mostrar que, de cualquier manera, es un error explicar los juicios morales en términos de las decisiones de una autoridad, así como es un error pensar lo mismo acerca de la solución a una pregunta empírica.

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que esté aguardando ahí para ser encontrada a través de la discusión y la investigación, entonces ¿sobre qué estamos discutiendo? ¿Cómo vamos a determinar si una respuesta es mejor que otra? La única manera de llegar a algo sería poniéndonos de acuerdo. Pero aun así podríamos equivocarnos. Puede haber consenso sobre creencias falsas y, por tanto, el consenso no define la objetividad, ni tampoco es un requisito de ésta. En resumen, hay buenas razones para pensar que la segunda premisa del argumento relativista es falsa, y quizás este argumento no logra apoyar realmente la tesis relativista. Por tanto, es necesario buscar otras razones a favor, o empezar a sospechar que la tesis misma es un error también.

Segundo argumento: tolerancia y autoritarismo De hecho, se han propuesto algunos argumentos distintos para apoyar el relativismo moral. Uno de los más difundidos tiene que ver con las críticas a la actitud autoritaria y dogmática de ciertas sociedades hacia culturas extrañas. La idea es que, al parecer, si hubiera valores morales objetivos, independientes de las decisiones de las culturas, entonces se justificaría la intervención autoritaria de una nación en otra para castigar a los malos y salvar a los inocentes. En pocas palabras, el argumento consiste en la idea de que, si los juicios morales fueran objetivos, entonces tendríamos que ser intolerantes con otras culturas. En este sentido, Nowell-Smith se expresó de la siguiente manera acerca de quien acepte la objetividad de los juicios morales:

Él atribuye, necesariamente, la negación de la verdad por parte de su oponente, a una perversidad voluntaria. Y, sosteniendo como lo hace que, a pesar de su negativa, su oponente debe reconocer la verdad todo el tiempo, se da cuenta de que lo que éste necesita no es un argumento sino un castigo... No es accidental que las persecuciones religiosas sean el monopolio de los teóricos objetivistas. (Citado por Roger Trigg, 1973: 135).

Pero esto es una confusión. En primer lugar, debe señalarse que, por sí sola, la idea de que los juicios morales son objetivos —i.e., que su verdad o falsedad no depende de lo que alguien piense acerca de ellos— no implica una actitud autoritaria o intolerante. Uno puede decir, sin contradecirse, que el asunto de si una acción es justa o no es independiente de lo que cualquier cultura o individuo piense sobre el carácter moral de dicha acción y, al mismo tiempo, sostener que sería un error intervenir autoritariamente para hacer lo que consideramos correcto. Aceptar la objetividad de los valores no implica que uno tenga que pensar que debe haber imposición y control interculturales o interpersonales. En segundo lugar, si la idea de este segundo argumento a favor del relativismo es que sólo si somos relativistas podemos ser tolerantes, y que debemos ser tolerantes, entonces el razonamiento es autodestructivo. Porque se basa en la presuposición de que, objetivamente, la intolerancia y el autoritarismo son malos, injustos, moralmente incorrectos. En otras palabras, si lo que es bueno o malo depende de lo que cada cultura considere como bueno o malo, el relativista no tiene razones para criticar a las sociedades que son intolerantes,

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pues ellas están actuando de acuerdo con sus propios valores y, por tanto, desde la perspectiva del relativista, lo están haciendo bien. Sólo si se adopta la tesis de que, después de todo, los juicios valorativos son objetivos, se puede criticar racionalmente la intervención autoritaria en la vida de otras culturas o personas. Louis P. Pojman ilustra este problema de la siguiente forma:

Los relativistas fallan al tratar de ofrecer las bases para criticar a quienes son intolerantes [...] Las acciones genocidas de Hitler, en la medida en que sean culturalmente aceptadas, son así tan legítimas desde el punto de vista moral como las obras de caridad de la Madre Teresa. Si se acepta el relativismo, entonces el racismo, el genocidio de minorías impopulares, la opresión de los pobres, la esclavitud, e incluso la defensa de la guerra por la guerra misma, son acciones tan correctas como sus opuestos. (Pojman, 2000: 47).

Probablemente la tolerancia es necesaria, es la actitud mínimamente justa hacia las prácticas y formas de vida distintas de las nuestras. En este sentido, la intolerancia y el autoritarismo pueden ser el resultado de la ignorancia, de la ceguera para aceptar que no hay una única forma adecuada de conducir la vida. Quizás esto es una razón para pensar que la intolerancia es mala y la tolerancia deseable. Pero si esto es así, entonces por lo menos estos juicios de valor acerca de la tolerancia son independientes de los valores de cada cultura y, nuevamente, el relativista moral no puede apelar a estas consideraciones para apoyar su punto de vista. Tenemos, entonces, que el segundo argumento a favor del relativismo tampoco funciona. Una vez más, debemos elegir entre la búsqueda de un argumento adicional o, más bien, abandonar el intento de apoyar la concepción relativista y asumir que es falsa, para así tratar de encontrar cuál es el error fundamental de dicha tesis.

Tercer argumento: "Si Dios no existe, todo está permitido" Consideremos un último argumento muy popular a favor del relativismo moral. A menudo se interpreta la famosa sentencia de Nietzsche, "¡Dios ha muerto!", para expresar la idea central del argumento. En este mismo sentido se interpreta la famosa afirmación de uno de los personajes de Los Hermanos Karamazov: "Si Dios no existe, entonces todo está permitido". La idea es que la creencia de que los juicios éticos son objetivos implica que hay valores absolutos, reglas morales que se aplican de la misma manera por encima de cualquier circunstancia. Pero, continúa el argumento, como no hay tales valores absolutos —matar es malo en ocasiones, pero en otras está justificado, por ejemplo— entonces los juicios morales no pueden ser objetivos. De nuevo, la argumentación se basa en una confusión. Para sacarla a la luz, consideremos el siguiente análisis (adaptado del que desarrolla Garrett Thomson (2002: 165-166)). Tenemos la siguiente tabla de opuestos:

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Absoluto

Relativo

Objetivo

Subjetivo

Asumiendo que los conceptos opuestos no pueden utilizarse simultáneamente para caracterizar la misma cosa sin caer en contradicción, precisamente lo que nos muestra el cuadro es que es una contradicción sostener que la moralidad es absoluta pero relativa, o que es objetiva pero subjetiva. Pero, por la misma razón, también nos muestra que no es una contradicción afirmar que la moralidad es objetiva y, aun así, negar que sea absoluta. En otras palabras, aceptar que los juicios morales son objetivos no implica que sean absolutos, que sean verdaderos por encima de cualquier circunstancia. En este sentido, pude decirse que los juicios morales son objetivos, pero relativos. La pregunta importante aquí es: ¿Relativos a qué? El relativismo moral que estamos considerando sostiene que la verdad de los juicios de valor es relativa a lo que cada cultura piense acerca de ellos. Pero hemos visto que dos de los argumentos más comunes a favor de esta posición son inadecuados. El argumento que estamos examinando en esta sección también falla, pues desconoce la siguiente posibilidad. Si la objetividad de los juicios morales no implica que sean absolutos, entonces se puede sostener que la moralidad es objetiva, sin necesidad de afirmar que también es absoluta. Se puede argumentar que los juicios morales son objetivos (i.e., que su verdad no depende de lo que ninguna cultura o individuo piense sobre ellos), y sostener también que son relativos... a las circunstancias en las que se aplican. Para decirlo de otra manera, los juicios de valor son objetivos porque el que sean o no verdaderos no es una cuestión que dependa de lo que una cultura diga. Pero no son absolutos, porque su verdad es relativa a los hechos. Podemos sostener que la verdad de un juicio de valor como "no se debe matar" depende de factores circunstanciales —como, por ejemplo, en los casos de defensa personal, el hecho de que la propia vida puede perderse si no se mata a otro—, y en este sentido los juicios morales son relativos. Pero no son relativos a —o no dependen de— lo que una cultura o un individuo decida con respecto a su valor de verdad. Si este análisis es correcto, entonces la tesis de que los juicios morales no son absolutos tampoco sirve para apoyar el relativismo moral que estamos examinando. En resumen, un objetivista también puede ser relativista, pero con la diferencia esencial de que no relativiza la moralidad a lo que una autoridad —en este caso cada cultura— defina como moralmente correcto o incorrecto. Esto muestra que el relativismo moral con el que comenzamos es, en el fondo, una tesis autoritaria. Sobre esta base se pueden también percibir las razones que hay para rechazarlo

Argumento en contra: la moral no depende de ninguna autoridad

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En efecto, el relativismo moral es una concepción autoritaria de la ética, porque sostiene que es una autoridad la que define lo que es bueno o malo, justo o injusto. En este sentido, es un punto de vista tan autoritario como su opuesto tradicional, la teoría religiosa judeocristiana, según la cual quien define lo correcto y lo incorrecto es Dios. La única diferencia que introduce el relativista moral es que postula una autoridad distinta: cada cultura. Garrett Thomson plantea un argumento que, de ser correcto, sirve para mostrar que cualquier concepción autoritaria de la moralidad conduce a conclusiones absurdas (Thomson, 2002: 168-172). Lo que el argumento muestra es que cualquier concepción autoritaria de la moralidad tiene la consecuencia absurda de que es imposible —lógicamente imposible— decir que la autoridad en cuestión acepta o aprueba lo que es malo. Si la autoridad es la que define lo bueno y lo malo, entonces es imposible que apruebe algo malo. Para ver más claramente esta objeción, consideremos el argumento tomando cada cultura como la autoridad. Si el relativismo moral fuera correcto, entonces la palabra 'bueno' significaría algo como 'lo que es aprobado por una cultura', y la palabra 'malo' significaría 'lo que es desaprobado por una cultura'. Dadas estas definiciones relativistas, evaluemos —positiva y negativamente— lo que una cultura aprueba: 1 Lo que una cultura aprueba es bueno. 2 Lo que una cultura aprueba es malo. Ahora sustituyamos las palabras morales por su definición relativista: 1* Lo que una cultura aprueba es lo que es aprobado por una cultura. 2* Lo que una cultura aprueba es lo que es desaprobado por una cultura. Esta sustitución nos muestra claramente que la definición relativista de los conceptos morales es inadecuada, porque, si fuera correcta, las oraciones 1 y 1* serían equivalentes, pero no lo son. No lo son porque 1 puede ser negada sin caer en contradicción (i.e., la oración "lo que una cultura aprueba no es bueno" no es una contradicción), mientras que 1* no puede ser negada —es una tautología (ver el glosario). Pero la segunda oración ilustra aún mejor el punto. La cuestión es que, claramente, la oración 2 no es contradictoria. Es posible. Pero si la definición relativista de 'malo' fuera correcta, entonces la oración 2 sería equivalente a 2*. Sería una contradicción. Por tanto, la definición relativista es incorrecta. Esta es una forma un tanto técnica de explicar la objeción directa y simple de que el relativismo moral tiene que ser falso, puesto que implica la idea absurda de que es lógicamente imposible decir que lo que una cultura aprueba es malo. Esta misma objeción puede aplicarse al caso del relativismo individual (que consiste en la tesis de que es cada uno el que define lo que es bueno o malo). Porque si lo que es bueno o malo se define en términos de lo que cada individuo aprueba, entonces sería lógicamente imposible decir que un individuo

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aprueba lo que es malo. Pero siempre es posible decir esto. Por tanto, el relativismo individual también es una manera equivocada de concebir la moralidad. Otra forma de percibir el mismo problema consiste en considerar la pregunta que el relativismo está tratando de contestar. La posición pretende responder la pregunta "¿Quién decide lo que es bueno o malo?" Comparemos esta pregunta con "¿Quién decide que Marte gira en una órbita cercana a la de la Tierra sin estrellarse con ésta?" Esta última parece absurda, porque el asunto que pregunta no es una cuestión de decisión por parte de nadie; simplemente, así es el mundo, y lo único que alguien puede hacer al respecto es tratar de comprender las causas del fenómeno. Entonces, la pregunta está basada en la suposición falsa de que el asunto —con relación a Marte— depende de lo que alguien decida. De la misma manera, quizás la primera pregunta está mal planteada. Si es así, entonces tratar de responderla es un error. Precisamente, el relativismo es un intento por responder esta pregunta dudosa, la cual, en lugar de ser resuelta, debe ser rechazada. Quizás podríamos cambiar la pregunta por algo como: "¿Cuáles son los factores que hacen que una acción sea buena o mala?", pregunta que no introduce ninguna autoridad, ningún alguien —o grupo— que decida (he adaptado este análisis de Thomson, íbid).

Conclusiones Hemos considerado tres argumentos a favor del relativismo moral, y hemos visto que, en cada caso, el argumento se basaba en una confusión. En el primer argumento, el error radica en asumir que, para que los juicios morales sean objetivos, se requiere que haya consenso intercultural. Pero como el consenso no es un requisito de la objetividad, entonces el argumento se basa en una suposición falsa. En el segundo argumento, el de la tolerancia, vimos que el relativista comete dos errores. El primero consiste en pensar que la única forma de promover la tolerancia es aceptar que la moralidad es relativa a los valores de cada cultura. De hecho, esto no sólo es falso, sino que el relativista no puede criticar a las culturas o sociedades intolerantes —puesto que ellas son quienes definen lo que está bien o mal, según el propio relativista. El segundo error es que, al asumir que debemos ser tolerantes, que es mejor la tolerancia que la intolerancia, el relativista se contradice, pues está diciendo que, objetivamente, la tolerancia es la actitud correcta, cuando su propio punto de vista sobre la moral implica que no hay juicios morales, o valores, objetivos. En el tercer argumento, el error reside en que supone, equivocadamente, que la única alternativa ante una perspectiva absolutista de la moralidad consiste en sostener que los juicios morales son relativos a las decisiones de una cultura o individuo. Es decir, el argumento omite la posibilidad real de explicar los juicios morales de tal manera que sean objetivos —su verdad no depende de lo que nadie piense acerca de ellos— y aun así relativos a factores circunstanciales. Para resumir, la respuesta al tercer argumento es que no es cierto que la ausencia de valores absolutos implique que no hay juicios morales objetivos.

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Finalmente, hemos diagnosticado el error del relativismo mostrando que consiste, fundamentalmente, en una concepción autoritaria de la moralidad, puesto que define lo bueno o lo justo en términos de las decisiones de una autoridad —cada cultura. Pero cualquier concepción autoritaria tiene el problema de que implica la idea absurda de que es imposible que la autoridad se equivoque. Podemos concluir, entonces, que no es necesario aceptar el relativismo moral para dar sentido a la idea, probablemente correcta, de que no hay valores o deberes absolutos. Podemos sostener que, en un sentido importante, la moralidad es relativa a las circunstancias, que quizás no hay patrones de evaluación moral que se apliquen por encima de la amplia gama de diferencias sociales e individuales. Pero pensar que, por esta razón, alguna autoridad como la cultura o el individuo debe venir a suplantar los valores absolutos, es un error que puede tener consecuencias prácticas desastrosas (como la justificación de la intolerancia, por ejemplo). Incluso la idea de que hay muchas formas distintas de llevar la vida que deben ser aceptadas por una sociedad justa, presupone que los juicios morales son objetivos, que la cuestión de lo que es justo o injusto no puede dejarse a merced de lo que decida o piense ninguna autoridad.