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Patrones del arrendamiento rural en Michoacán. Puruándiro y su región, 1821- 1910* Heriberto Moreno García El Colegio de Michoacán Comúnmente se ha dicho que la renta del suelo es uno de los vehículos de capitalización de la agricultura, ya que el pro- pietario que cede su tierra percibe una remuneración que le posibilita un incremento en sus inversiones, y el arrendatario se ve en la urgencia de implantar una racionalidad y una escala de productividad que le permitan satisfacer el pago de la renta y de la mano de obra contratada y le aseguren su tasa de ganancia como empresario. Si eso es cierto, lo tendrá que ser no tanto porque la renta concurra a desarrollar un modo de producción capitalista en el interior de la agricultura, cuanto por facilitar, con su circu- lación, el desarrollo de las relaciones mecánicas entre la agricultura y el sistema capitalista en su conjunto.1 Por eso, el asunto de la renta del suelo, que ha suscitado un cúmulo de literatura superior a toda posibilidad de comentarla en el espacio de este artículo, más que analizarse desde la expresión teórica de sus formas precapitalista o capitalista, tendrá que ser transferido del ámbito del modo de producción al campo * Una versión parcial y provisional de este trabajo fue presentada en el Simposio Origen y Evolución de la Hacienda en México: siglos XVI al XX, de El Colegio Mexiquense, 27-30 de septiembre de 1989.

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Patrones del arrendamiento rural en Michoacán. Puruándiro y su región,

1821- 1910*

Heriberto Moreno García El Colegio de Michoacán

Comúnmente se ha dicho que la renta del suelo es uno de los vehículos de capitalización de la agricultura, ya que el pro­pietario que cede su tierra percibe una remuneración que le posibilita un incremento en sus inversiones, y el arrendatario se ve en la urgencia de implantar una racionalidad y una escala de productividad que le permitan satisfacer el pago de la renta y de la mano de obra contratada y le aseguren su tasa de ganancia como empresario.

Si eso es cierto, lo tendrá que ser no tanto porque la renta concurra a desarrollar un modo de producción capitalista en el interior de la agricultura, cuanto por facilitar, con su circu­lación, el desarrollo de las relaciones mecánicas entre la agricultura y el sistema capitalista en su conjunto.1 Por eso, el asunto de la renta del suelo, que ha suscitado un cúmulo de literatura superior a toda posibilidad de comentarla en el espacio de este artículo, más que analizarse desde la expresión teórica de sus formas precapitalista o capitalista, tendrá que ser transferido del ámbito del modo de producción al campo

* Una versión parcial y provisional de este trabajo fue presentada en el Simposio Origen y Evolución de la Hacienda en México: siglos XVI al XX, de El Colegio Mexiquense, 27-30 de septiembre de 1989.

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de la historia de una formación social.2 Tal vez, no alcance­mos a tanto en este trabajo; pero sí a establecer los patrones de arrendamiento rural que históricamente se impusieron en la región que estudiamos.

Ambito y objeto de estudio

En armonía con tales lincamientos y no obstante que el objetivo de este trabajo es sólo el de sistematizar los datos empíricos relativos al arrendamiento rural,3 es conveniente apuntar que en la información recabada aparece una variedad de elementos que si se tomaran en sí y por sí mismos, fácilmente podrían sugerir la oportunidad de argüir en pro de la vigencia de una u otra de aquellas dos formas de renta del suelo, cuando en realidad están pidiendo un análisis histórico del fenómeno del arrendamiento.

Así, tenemos compromisos de renta que han de pagarse en tiempo de trabajo, en especie y en dinero o sola plata; pero los inquilinos no se hallan incardinados por servidumbre o peonaje a la gran propiedad. Su renta no es tributo. Casi siempre los arrendatarios, rancheros o simples campesinos, aprestan sus instrumentos y aperos de labranza, aunque no es raro que también contraten, junto con los predios, todo el equipo y hasta el ganado del propietario. Ellos mismos asumen, si no es que aportan, la mano de obra de peones y jornaleros, privados del medio de producción esencial, la tierra, pero que aún conservan algunos instrumentos de tra­bajo, como azadas, hachas, arados, yuntas, carretas, etcétera.

El mundillo del arrendamiento puruandirense se mueve en una atmósfera económica que ha dejado atrás la produc­ción natural y consuntiva, pues en muchas de las cláusulas de sus contratos notariales subyacen la intención y el motivo mercantiles y se manifiestan las orientaciones hacia la comer­

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cialización y la obtención de un margen de ganancia por encima del pago del arriendo. Pero a diferencia del clásico esquema tripartita que hacía entrar en la mecánica de la renta del suelo al gran propietario que se mantenía separado de la producción agropecuaria, al arrendatario o empresario capi­talista que asumía el control directo de la finca y al operario que sólo poseía su fuerza de trabajo que venderle a cambio de un jornal, aquí no siempre el propietario deja de ser productor, pues continúa con otros trabajos agropecuarios, ni el arrendatario es un típico empresario, pues muchas veces maneja el rancho con la participación de la familia, y ni el jornalero es sólo un obrero agrícola, pues tanto posee algún medio de producción como también radica en la finca y recibe raciones de alimento. Por lo demás, cualquiera de ellos se puede implicar en las tareas del comercio, la arriería o la elaboración de mezcal, harina, quesos, escobas, etcétera.

El uso de los edificios, instalaciones, sistemas de riego y caminos, nos ponen de manifiesto la dificultad de distinguir el alcance del arrendamiento rural frente a la mera renta del suelo y, aun refiriéndonos sólo a ésta, a la casi imposibilidad de discernir la renta absoluta de la renta diferencial y hasta de la renta monopólica; pero sí aparecen algunos elementos que nos hacen pensar que, por el mero hecho de recurrir a un notario que avale los arreglos, las partes se están comprome­tiendo sobre predios importantes y capaces de surtir algo más que el pago de la renta absoluta. Igualmente, el que un arrendatario aspirara a este o aquel predio, a este o aquel rancho, implícitamente le deparaba al propietario la ocasión de imponerle una tasa de renta diferencial, o por fertilidad y ubicación o por las inversiones suplementarias permanentes que conjuntara el predio. No faltarán momentos en que la prohibición de cultivar tal o cual especie en un cierto terreno

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o en una cierta temporada, fundamente una renta de mono­polio para aquellos otros propietarios que lo permitan.

Aunque en este trabajo no lo consideramos expresamente, hay que apuntar que también la tierra, y no sólo los efectos de la producción agroganadera, es objeto de transacciones mercantiles que tanto anteceden como precipitan los pagos de los arrendamientos en dinero y, con ellos, la circulación de la renta, que si todavía no es del todo capitalista, ya la está preanunciando. Tampoco estarán lejanas las relaciones de producción capitalista y la difusión del trabajo asalariado en los intercambios de la ciudad y el campo, que apuntan tanto a la oposición como a la complementación; en la ciudad, como Morelia y otras de Michoacán y algunas del bajío guanajuatense, por la producción de manufacturas a cargo de los obreros proletarizados; en el campo, por la creciente necesidad que van sintiendo hacendados y rancheros arren­datarios de comprar fuerza de trabajo de parte de los campe­sinos sem ¡proletarizados.

Pero habrá que reconocer que aunque ya se produce excedente "capitalista" y que ya circula, éste se halla invertido mayormente en el sector rural y todavía articulado con la renta, freno de la acumulación por determinar la vinculación material del capital y el trabajo a los derechos de propiedad de la tierra. No obstante, la impresión que se recoge de parte de los arrendatarios de haciendas, fracciones de hacienda, ranchos y terrenos, no es la de quien pretende la tierra para tener acceso a la renta fundiaria, sino la de quien tiene necesidad de la tierra como medio para ganarse la vida trabajando y comerciando.

El mercado de los productos campiranos y de las transac­ciones sobre la tierra se va encajando en el desarrollo econó­mico y social, también político, de las ciudades y villas que se mencionan como lugares de residencia u origen de propie­

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tarios y arrendatarios. Ahí se concentran, cerca de funciona­rios y gobernantes, y en un tiempo también de eclesiásticos y militares, los comerciantes, prestamistas y hacendados; éstos, indudablemente, buscan la ciudad más para situarse en el centro privilegiado de los intercambios y negocios, que para disfrutar de las comodidades citadinas y rodearse de rumbo social. Sus nombres, algunos de personajes bastante conoci­dos, en esta ocasión los omitimos por hallarnos más interesa­dos en los patrones del arrendamiento rural que en la historia agraria de la región.

No se nos oculta lo arbitrario de aislar el fenómeno del arrendamiento de todo su contexto campirano; si bien, lo consideramos relevante para el desarrollo del estudio sobre la economía y sociedad campesina. Enfocaremos nuestro traba­jo, en primer lugar, sobre el arredamiento predial de hacien­das, fracciones de hacienda, ranchos de hacienda, ranchos independientes y terrenos en su proyección económica agrí­cola. No quisimos dejar de lado, en segundo lugar, el asunto del arriendo de molinos y yuntas de labor, cuando se realizó tras convenio específico, pues en muchas ocasiones la cesión de una hacienda o un rancho se hacía en su totalidad, com­prendiendo tierras, animales de cría y trabajo, aperos, equipo, instalaciones, etcétera.

Una limitante en el enfoque que aplicamos al caso de los arrendamientos rurales de Puruándiro y su región, es la de la aparente inexistencia de las comunidades indígenas que, por cierto, no eran las que caracterizaban demográfica y laboral- mente la comarca. No es que no existieran ahí, ni que las haciendas y los ranchos no tuvieran qué ver con ellas. Lo único que se puede aseverar es que sus interrelaciones sobre los arriendos, a diferencia de las protocolizadas entre los propietarios de aquellas unidades agrícolas y los arrendatarios individuales, no pasaron por la fe de un notario. Con todo, de

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vez en cuando, las comunidades se dejan ver aun después de 1856.

Fuentes de información

El material que fundamentalmente surte este artículo provie­ne de los protocolos de 22 notarios (13 de Morelia, 5 de Puruándiro y 4 de La Piedad), todos ellos del Archivo de Notarías de la ciudad de Morelia, que en 95 de sus partidas requisitaron 29 arrendamientos de haciendas, 17 de fraccio­nes de hacienda, 12 ranchos de hacienda, 23 de ranchos independientes y 14 de terrenos; además de 8 partidas sobre arriendo de molinos de harina y 7 de yuntas; es decir, que dispusimos de 110 escrituras notariales. Entre los nombres de los más frecuentados están los de los morelianos Ramón Huerta y Mariano Laris Contreras, de los puruandirenses Luis G. Burgos y Benito Hurtado y el del piedadense José Jurado. De todos ellos, el que más años cubrió (1872-1910) y más operaciones certificó (39 casos), fue Burgos.4 Valgan tales detalles como apunte del carácter regional, lugareño, de los intercambios y en abono de la seguridad de que en la región de nuestro estudio las relaciones de arrendamiento entre hacendados y rancheros arrendatarios estaban superando los arreglos verbales y prioritariamente personales y formalizán­dose notarialmente, a diferencia de lo que parece sucedía en otras comarcas del centro de México.5

La serie de los registros

Todas las décadas comprendidas entre 1821 y 1910 cuentan, al menos, con alguna fecha de registro de arrendamientos prediales. Obviamente, las más escasas son las seis primeras; en ellas sólo encontramos los años de 1826,1833,1842,1845,

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1853,1854 y 1865 con un arrendamiento en cada caso, y 1869 con dos. Por su reducida frecuencia, decidimos tomar como un único periodo todo el lapso inicial (1821-1870). De ahí en adelante, tenemos cuatro decenios: el de 1871-1880, con 20 casos, pero sin registros en 1874 y 1875; el de 1881-1890, con 13, pero sin que aparezca partida alguna en 1888; el de 1891-1900, con 17, mas no en 1895, y el completo de 1901- 1910, con 36. Con su distribución por Haciendas (HA), Fracciones de Hacienda (FH), Ranchos de Hacienda (RH), Ranchos Independientes (RI) y Terrenos (TE), compusimos el siguiente cuadro, en que también calculamos sus corres­pondientes porcentajes por periodos:

HA FH RH RI TE HA FH RH RI TE

(Periodo) (Casos) (Porcentaje)

1821-1870 3 2 2 1 1 33.3 22.2 22.2 11.1 11.11871-1880 7 6 3 3 1 35.0 30.0 15.0 15.0 5.01881-1890 7 1 3 0 2 53.8 7.6 23.0 0 15.31891-1900 6 3 1 5 2 35.2 17.6 5.8 29.4 11.71901-1910 6 5 3 14 8 16.6 13.8 8.3 38.8 22.2

No obstante lineamientos tan bastos, trazados sólo con base en las frecuencias de los protocolos, es posible apreciar un aumento absoluto en las cifras de los ranchos arrendados, tanto si nos fijamos en los pertenecientes a haciendas, como en los independientes. Juntos llegaron a significar el 47.1 por ciento, en la última década, cuando en la anterior acumularon un 35.2 y en la primera etapa un 33.3 por ciento.

En cambio, los ranchos independientes, por separado, terminaron ocupando mucho más de la tercera parte de todos los arrendamientos que hubo entre 1901 y 1910. Si conside­ramos juntamente con los ranchos también a los terrenos arrendados en esa década, hallamos que los predios medianos y pequeños en arriendo representaron el 69.3 por ciento.

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En la contraparte se puede observar, al final del proceso, la notable disminución del arrendamiento de haciendas y fracciones de hacienda; si bien está pidiendo una explicación especial el caso del pronunciado repunte de la cantidad de las haciendas arrendadas en la década de los ochenta, como si en el ascenso del porfiriato las haciendas arrendadas en totalidad, hubieran significado para los arrendatarios una gran oportu­nidad de aprovechar las ventajas del ensanchamiento del mercado. Mas este fenómeno, alternativamente, se ha anu­dado tanto con el del acceso al manejo directo de lá unidad por parte de los capitalistas, grandes o medianos, como con el repliegue de una clase latifundista en aprietos económicos, que opta por ceder la tierra a cambio de un renta discreta que le permita mantenerse magramente en su estado. El caso es que entonces no se protocolizó, entre los notarios comarca­nos, ningún nuevo arrendamiento de ranchos independientes. Luego privará la preferencia por el arrendamiento de esas unidades de tamaño mediano.

Las haciendas puruandirenses

Importantes haciendas se hallaban ubicadas en el territorio nuclear del antiguo distrito de Puruándiro que, por cierto, comprendió, junto con el de su cabecera, los municipios de Angamacutiro, Panindícuaro, Huaniqueo, Villa Morelos y Coeneo, y que cuando conoció su mayor extensión, entre 1855 y 1861, controló también a Zacapu y Cuitzeo. Fisiográ- ficamente, la región se ubica en la depresión del río Lerma, especie de franja meridional de la Altiplanicie Mexicana que, en Michoacán, se ve dividida en valles, originados por las entradas que con sus sierras y montañas hace en ella el Sistema Volcánico Transversal. Algunos ríos de mediano caudal y arroyos, que a su paso van llenando numerosos

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EL DISTRITO DE P ü RUÁNDIRO Y SU REGIÓN EN 1909

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bordos y presas, descargan en el Lerma los excedentes de veneros y escurrimientos que abundan en las vertientes sep­tentrionales del Sistema Volcánico Transversal. En la vertien­te frontal del Lerma, en Guanajuato, el panorama se repite y, así, nuestra región se desdobla y amplía; si bien, por ahora, sólo la podemos contemplar desde las fojas de los notarios michoacanos.

Nos encontramos, entre las más mencionadas, a las ha­ciendas de Botello, El Cuatro, La Labor, Pomácuaro, San Isidro, San Miguel Tecacho, Tariácuri, Urundaneo, Ururuta, Bellas Fuentes, San Nicolás Epeján, Rosario, Villachuato, Copándaro, San Juan Bautista Cerano; esta última en Yuriria, Guanajuato. Al lado de ellas existe, a diferencia con otras regiones de Michoacán dominadas territorialmente por la gran propiedad privada y comunal, un numeroso conglome­rado de ranchos y medianas y pequeñas propiedades que, prácticamente, desde finales de la época colonial, comparten y confrontan sus actividades con la gran hacienda.

Forma y duración de los arrendamientos

Algunas de aquellas haciendas aparecieron repetidas veces arrendadas en su totalidad; por ejemplo, la hacienda de Bote­llo fue rentada cinco veces, entre 1878 y 1894; la de Pomá­cuaro, otras cinco, entre 1881 y 1898; la de San Miguel Tecacho una, entre 1833 y 1840, y cuatro entre 1871 y 1899; la de Ururuta, completa o por fracciones, realmente estuvo siempre arrendada entre 1876 y 1909, pues protocolizó nueve partidas; en cambio, la de Tariácuri sólo se arrendó dos veces, entre 1899 y 1903, imponiendo la última vez el alquiler más elevado de toda la serie. El promedio de duración de los arrendamientos sobre haciendas enteras fue de 5 años.

Los propietarios acostumbraban también arrendar frac­

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ciones de sus haciendas. Así, en 1853 y 1854 se arrendaron sendas fracciones de la de Villachuato; una parte de la de Ururuta se cedió en 1877, y dos en 1904. En 1877, 1879 y 1880 se rentaron porciones de la de San Isidro. En 1894 y 1897, las secciones cuarta y segunda de la del Rosario. La hacienda de Bellas Fuentes, en 1876, aunque una sola vez al igual que otras, también recurrió a este trámite. La hacienda con cánones más altos para la renta de su fracciones, fue la de Villachuato. Los plazos para este tipo de arrendamiento fueron los que registraron una menor duración y no supera­ron, en promedio, los 4.4 años.

En forma parecida, si bien no con la misma frecuencia, también los arrendatarios se interesaban en alquilar ranchos de haciendas. La del Rosario fue la primera que, según nuestra documentación, hizo cesión, en 1865, de uno de sus ranchos; en 1869 la secundó la de San Isidro; la de San Miguel Tecacho en 1871, 1886 y 1887; la de Ururuta, en 1908; la de Villachuato ya en 1872 y 1873 tuvo que ajustar cuentas con dos de sus rancheros y en 1901 y 1905 entregó también un par de ranchos que, por cierto, también resultaron los de más alto alquiler. Los arrendatarios de ranchos de haciendas lo­graron locaciones por un promedio de 4.8 años.

Los más numerosos acabaron siendo los arrendamientos de ranchos independientes. El primero de estos arrendamien­tos protocolizados fue, en el rumbo, el de Patámbaro, propie­dad del Colegio de San Nicolás, realizado en 1845. El segun­do se dio hasta 1872, sobre el rancho de Orapóndiro. Desde entonces se multiplicaron por toda la región. Ranchos caros fueron el Bolivia, el Cótiro, el de Jesús María, el de La Palma y el Pelillal. El promedio en este género de plazos fue, con mucho, el más alto: 6.6 años.

En lo que puede tener de significación, a lo largo de todas las etapas, el escaso número de terrenos rentados, se aprecia

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que también eran de los predios contratados por tiempos más largos, pues su promedio fue de 5.5 años.

La revisión de los 82 casos en que se precisó la duración del arrendamiento predial, nos demostró que los plazos más ambicionados eran los de 5 años (31 casos) y los de 7 años (21 casos). Si a esos 52 casos, sumamos los de 6, 8 y 9 años, alcanzan a 64; es decir, que fueron predominantes, con un 79 por ciento de la parcial, las locaciones de duración mayor, ideales para todo arrendatario; además de que algunos conse­guían la reconducción, como los inquilinos de la hacienda de Botello en 1879, que obtuvieron otros 4 años de arriendo hasta completar 9, y los del del rancho del Paraíso en 1898, otros 3 hasta sumar 10.

Las mejoras

Una de las estipulaciones más interesantes y comunes de los contratos de arrendamiento se refería a cuál de los contratan­tes debía correr con los gastos de las mejoras permanentes realizadas en una finca. En el caso de las haciendas, en proporción de 7 a 2, las mejoras gravarán sobre el arrendador; en el de fracciones de hacienda, de 2 a 5 sobre el mismo; en el de ranchos de hacienda, de 1 a 4 en ese orden; en el de ranchos independientes, la relación se invierte en contra de los arrendatarios: de 9 a 5; en los terrenos no hay mayor desproporción, pues alterna uno u otro o comparten gastos.

En las dos últimas décadas, (1891-1910), entre las parti­das de los diferentes arrendamientos de propiedades media­nas y grandes que señalaron al responsable de los costos de las mejoras, contamos 8 casos en que cargaron sobre los arrendadores y 14 sobre los arrendatarios; lo que pudiera hablarnos de la presión social en el acceso a la tierra, mientras que el propietario que entregaba toda una hacienda tendría

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más dificultad en captar un inquilino de su altura económica. Muy pocas veces se manifestó que los contratantes irían a medias; de seguro, porque esa era la práctica tradicional, a la que tácitamente se sometían los firmantes de una escritura.

El pago de la renta

Con relación a los pagos de la renta anual, disponemos de 35 ejemplos en que se aclararon los plazos de sus entregas: 16 serían al semestre y, repetidamente, 2 al cuatrimestre, al trimestre y al mes. En 13 contratos se explicitó que se harían una vez al año y suponemos que así se tendrían que interpretar el sentido y cumplimiento del pago de la renta anual en las otras partidas que no lo expusieron tan claramente; esto es, que generalmente se acostumbraba pagar al cerrar el ciclo agropecuario anual o al cumplirse cada año del convenio; aunque en 1879 la hacienda de Botello exigió que el pago de los tercios fuera en octubre, enero y agosto.

También hubo sus casos en que se exigía el anticipo de la renta. Cuando se arrendó la sección segunda de Bellas Fuen­tes en 1876, el locatario entregó al comienzo el total de la renta de los cinco años comprometidos; él no cobraría por ello ningún interés ni el dueño otra renta. También por unos ranchos de la hacienda de San Isidro, en 1869, se adelantó la renta de los dos años del arreglo. En cambio, en el arriendo por siete años de una fracción de la hacienda de La Colorada, en 1898, los dueños se contentaron con las tres cuartas partes del primer pago anual. Los hacendados de Ururuta, en 1876, estuvieron dispuestos a rebajar un 2.5 por ciento en los anticipos de los pagos semestrales; pero castigaban los retar­dos con un 10 por ciento. Más severos se mostraron los de la hacienda de San Isidro, en 1879, pues declararon que rescin­dirían el contrato al faltar el entero de un semestre vencido.

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Asimismo, en el arriendo del terreno del Carreño se entregaron, para comenzar, 2 mil pesos, cuando el monto total por un quinquenio era de la mitad; contra ese préstamo forzoso, de quedar impago por parte del arrendador, sólo obraba la esperanza de adquirir la propiedad fundiaria. La misma hacienda de San Isidro, en 1869, pidió un anticipo de1 mil 500 pesos sobre los 1 mil 800 del valor final. Cuando se rentó el terreno de los Otates, el inquilino anticipó también2 mil pesos por la renta total de 1 mil 350 pesos de 9 años, a cambio de recibir la devolución con un 6 por ciento de rédito anual.

La tasa de las rentas

En todas las escrituras de contrato de arrendamiento se expre­só, en pesos, el monto de la renta anual o total; pero no era raro que también se satisficieran los propietarios con objetos materiales. El dueño del rancho de Curicipo, en 1873, aceptó pagos en dinero, maíz o cerdos. En el ajuste de una deuda por rentas atrasadas de un rancho de Villachuato, en 1872, los inquilinos pagaron con reses. Asimismo, buena parte de los arrendadores que asumían el costo de las mejoras que practi­cara el inquilino en sus fincas, reconocían sus gastos a cuenta de renta, siempre y cuando las hubieran aprobado previamen­te. Los de Ururuta, en 1877, absorbieron las mejoras hasta por un valor de doscientos pesos. En los arreglos de un sistema de riego, mediante unos bordos que iba a realizar el arrenda­tario de un par de ranchos de esa misma hacienda, en 1908, los dueños condicionaron la aceptación de los gastos al buen funcionamiento de las mejoras. También se estiló que el dueño se encargaría de llevar a efecto las mejoras o arreglos de las instalaciones, pero el inquilino debía anticipar en metálico su valor que, como en el rancho de San Martín, en

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1892, ascendió a 3 mil 700 pesos sobre los 5 mil 600 que significaba la renta de ocho años. El caso contrario se dio en el arriendo del terreno de Deva, en 1903, al comprometerse el dueño a dar 2 mil pesos para mejoras que practicaría el inquilino. Con relación a otro terreno de Jaripitiro, en 1905, el arrendador se obligó a construir un bordo para el agua.

Pero, obviamente, la forma más común de la renta era el dinero. Debieron ser particularmente difíciles los años de 1902 y 1903 para los dueños de la hacienda de La Trinidad y del rancho de La Palma, quienes respectiva e igualmente, exigieron que sus inquilinos les cubrieran las rentas "en pesos fuertes del cuño nacional y no en otra cosa ni especie".

Los montos de la renta fueron variadísimos. Los hubo desde 720 pesos de renta anual, como por la hacienda de La Cañada, en 1907, hasta 26 mil, por la de Tariácuri, en 1903; pero en el primer ejemplo, la cesión fue entre la madre y un hijo, que asumiría muchos compromisos para con la familia y en el segundo se iban a invertir sus buenos pesos en la construcción de unas cajas de agua y otras obras de irrigación, además de incluir una segunda hacienda, la de San Antonio y Resbaladero. En el rango de los terrenos, el de Deva fue de los más caros: 5 mil 800 pesos anuales; en cambio, hubo terrenos como el de los Otates y el Metate que se entregaron por 150 pesos.

Pero también eran muy variables. Si nos detenemos en los cinco arriendos que entre 1878 y 1889-1894 efectuó la hacienda de Botello, si bien no en todos se completaron los plazos convenidos, tenemos los montos sucesivos de 1 mil, 2 mil 384, 2 mil 460,2 mil 600 y 2 mil 525 pesos de renta anual. El descenso de la última cifra era sólo aparente, ya que habría que añadirle otros 175 pesos por el pago de un subarriendo que también debían enterar los inquilinos; es decir, que en once años, más los cinco del último contrato, la renta anual

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subió de 1 mil a 2 mil 700 pesos. La hacienda de Pomácuaro, en cuatro arriendos contratados entre los años de 1881 y 1893-1898, consiguió rentas sucesivas de 1 mil 200 pesos, dos veces, y de 1 mil 400 y 1 mil 250; aunque en la última ocasión permitió que los inquilinos subarrendaran por su cuenta hasta las tres cuartas partes de la finca y ya no sólo la mitad. Al final de los diecisiete años habían subido apenas el canon en 50 pesos. La hacienda de Ururuta fue la que consi­guió mayores incrementos. Entre el año de 1876 y 1903- 1909, exigió rentas anuales sucesivas de 1 mil, 2 mil 400, 5 mil y 7 mil 500 pesos; si bien el último contrato se rescindió tras dos años de vigencia.

También hubo mucha diversidad en la proporción del monto de la renta anual y el valor de la finca. Cuando se comprometió, en 1896, un rancho de la hacienda de Copán- daro, por 1 mil 500 pesos de renta anual, se estipuló que al final del arriendo los inquilinos lo podrían comprar por 30 mil pesos; en ese caso, la renta anual estuvo calculada en el acostumbrado 5 por ciento del valor de la finca. La hacienda de Botello obtuvo un valor de venta, en 1879, también de 30 mil pesos. Su último dueño, rodeado de deudas, la había dado en arrendamiento, poco antes, por 1 mil pesos; es decir que sus cálculos andaban por abajo de ese porcentaje. En 1880 los nuevos dueños, como dijimos, la cedieron en arriendo por2 mil 384 pesos y en 1889 por 2 mil 700, y finalmente en 1898 la enajenaron por los mismos 30 mil pesos, permitiéndonos apuntar que sus cuentas sobre aquella relación oscilaban entre el 7.9 y el 9 por ciento; éstas sí eran elevadas. Pero este apunte es tan relativo como relativas son las circunstancias que obligan, por ejemplo, a un dueño endeudado, como lo estaba el de 1879, a vender por abajo del valor real.

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El ciclo de los arrendamientos

La distribución de los contratos, según los meses de la fecha de su celebración, nos revela una cierta tendencia a comenzar las labores en los predios cedidos por los hacendados, como eran las haciendas enteras (HA) y sus fracciones (FH) y ranchos (RH), en el ciclo de invierno; en cambio, en el arriendo de los ranchos independientes (RI) y los solos terre­nos (TE), se prefería o se tenía que aceptar iniciar en el ciclo de verano o de lluvias, conforme se señala en este cuadro:

MESES HA FH RH RI TE TOTAL

OCTUBRE 2 0 1 4 0 7NOVIEMBRE 4 3 1 0 0 8DICIEMBRE 4 0 1 1 1 7ENERO 4 1 1 2 1 : 9FEBRERO 4 1 1 4 2 12MARZO 2 3 2 2 2 11ABRIL 2 3 2 0 0 7MAYO 2 3 1 2 0 8JUNIO 2 0 0 3 1 6JULIO 1 1 0 2 2 6AGOSTO 2 1 1 3 2 9SEPTIEMBRE 0 1 1 0 3 5

TOTAL 29 17 12 : 23 14 95

Quizá no sea tan imaginativo de nuestra parte el suponer que había un mayor interés en la racionalidad de los arrenda­tarios más pudientes por iniciar los trabajos en la temporada de secas en que, de aprovechar una humedad suficiente y, tal vez, hasta un buen sistema de riego, podrían comei¡izar ^aba­jando el trigo, miidio más rediticio que el maíz, tradiciéníal- mente cultivado con las aguas de mediados de año que bien podían ser irregulares y que, en todo caso, podían coadyuvar

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a complementar las ganancias del primer periodo. Por otro lado, según se asentó en 1909, con motivo de la rescisión de un contrato sobre la hacienda de Ururuta, al aludir al mes de septiembre se dice de él que es la fecha en que culmina el año agrícola; dato que concuerda con el del repunte de la apertura de contratos a partir del mes de octubre. De ahí nos valimos para señalar el comienzo y el fin del ciclo anual en el cuadro anterior.

Esta táctica seguida por los arrendatarios es muy patente en el arriendo en que por un solo año, a partir de noviembre de 1878, se comprometió la hacienda de Botello, pues se aclaró con todas sus letras que el inquilino haría una siembra de riego y otra de temporal. Entendemos que la primera, la más promisoria para el sector capitalizado de los arrendata­rios, sería la más segura y la otra, debido al desempeño tan tradicional que durante ella presentaba la agricultura, tendría que resultar la más eventual y riesgosa. De modo que entre septiembre y octubre iba terminando el ciclo del maíz y entre mayo y junio, el del trigo, y que éste, en los predios de los hacendados utilizaba el riego, mientras que en los otros se sembraba de temporal.

No es de extrañar que los ranchos independientes y los terrenos se den en arriendo con una mayor frecuencia a partir de junio, después de cosechar el trigo, pero que conlleven la necesidad de acelerar la preparación de los terrenos para el cultivo del maíz. Quien aceptaba tales premuras, no hacía sino someterse a una de las últimas oportunidades de tener acceso a la tierra en ese periodo de lluvias; quien, en cambio, entraba de arrendatario en los meses sucesivos, de seguro, echaba sus cálculos sobre una tierra descansada que acondicionaría para la siembra del trigo o del garbanzo durante el invierno y que explotaría todavía en el siguiente ciclo maicero. Ambos casos en el tipo de agricultura de temporal, pues los arrendatarios

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de pertenencias de las haciendas disponían de más gajes y oportunidades al tomar predios integrados a las unidades agrícolas con una mejor estructrura para la producción. Como una última reiteración de este reparto estacional, tal vez valga señalar que la cantidad de los arriendos realizados entre junio y septiembre sobre los predios de las haciendas representa el 17.2 por ciento de su total, y que sobre los ranchos inde­pendientes y los terrenos solos fue del 43.2 por ciento.

El uso del agua, la tierra y otros recursos

Sin ser la región de Puruándiro excesivamente húmeda, salvo en su porción meridional colindante con la ciénega de Zacapu, contaba con bastantes corrientes y aguajes. En 21 de nuestras escrituras de haciendas, fracciones de haciendas y ranchos, se mencionaron explícitamente condiciones y circunstancias de sistemas de riego, como zanjas, canales, cajas de agua, bordos y presas; así como la coexistencia en una misma finca de terrenos de riego y de temporal. Al menos en tres casos de terrenos se estipularon cláusulas relativas al derecho al uso de los manantiales y bordos.

Unos y otros se comprometen a mantener y entregar en buenas condiciones de operación y a usar con toda responsa­bilidad esas instalaciones. La presa debía ser más atractiva para un arrendatario que el casco de la hacienda, sobre todo si el acceso al agua era problemático. La hacienda de Ururuta aceptó un nuevo parcionero en 1904, a condición de que en el uso del agua de riego contara con el parecer de los inquili- • nos viejos, y a otro de que se le daría el agua, mientras funcionara la presa. En el remoto año de 1842, el arrendatario de la hacienda de La Labor aceptó iniciar sus actividades arreglándose sobre el agua con los dueños de la hacienda de San Isidro. De igual manera, quien tomó en arriendo una

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porción de esta hacienda en 1880, se sumó al litigio que sus dueños venían arrastrando por la toma de agua que se había agenciado el molino de la hacienda de Tecacho. En varias ocasiones el interés de un arrendatario por un rancho, aunque no tuviera presa, podía radicar en el aprovechamiento de una corriente, como el del inquilino que entró en 1903 al rancho de La Cieneguita, regado por un río que avenaba la ciénega de Zacapu.

Muy vigilantes se mostraban los propietarios respecto al uso que harían los inquilinos sobre los recursos de la finca. Muchos prohibían terminantemente la apertura de nuevas tierras, como los hacendados de Pomácuaro en 1881 y 1883, y más de un arrendador de terreno; quizá con el fin de mantener altas las rentas. Otros la permitían, pero no sin sacar su ventaja. Los inquilinos de una fracción de la del Rosario, en 1897, podrían abrirlas con yuntas, mas no con azadón, dejando para los hacendados una roturación más honda. Unos rancheros de Villachuato, a quienes en 1901 se les autorizó a abrir tierras, en un caso las trabajarían a medias con la hacienda, y en otro, a partir del segundo año de su uso, pagarían 25 pesos por cada nueva fanega de sembradura..

Paralelas a tales requisitos, venían las constantes limita­ciones a los desmontes y tala de árboles, entre los cuales se cuidan en particular los sabinos, fresnos y mezquites; como lo aceptaron los rancheros de Guadalupe, en 1892. Casos hubo en que, como el hacendado de La Calera, en 1878, llamó a cuentas al inquilino por rapar el bosque y le impuso un nuevo convenio. También lo hizo el dueño de los terrenos de Uña de Gato y el Moral, en litigio con¡ su arrendatario que resultó un talamontes. En varias ocasiones se permite el uso de la leña, pero se excluye la comercialización y, sobre todo, la confección de carbón. A este respecto, son reiterativos los ejemplos de Villachuato en 1853, de San Miguel Tecacho en

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1887 y 1894, de Ururuta en 1903, de Bolivia en 1906, de Sabinitos en 1907, de Huaparate en 1908. Asimismo, la hacienda de Cerano prohibió ese mismo año que arrendatarios y subarrendatarios explotaran la raíz de zacatón, sobre el que tenía echadas sus cuentas para la fabricación de escobas y escobetas.

En cambio, cuando el hacendado consideraba que el uso de algún plantío era indispensable para su conservación, entonces lo permitía; así la dueña de Tunguitiro incluyó en su cesión de 1910 el uso comercial de los magueyes. Lo mismo había sucedido con los chilares irrigados de un rancho de San Isidro, en 1869.

No faltaron tampoco las imposiciones sobre el tipo de siembra que haría el arrendatario; como cuando en el ciclo de invierno de 1879 el inquilino de Botello no debía sembrar trigo sino sólo garbanzo; de seguro para ahorrarles a los dueños el agua o la competencia. En el convenio sobrp el terreno del Metate sólo se autorizó la siembra de maíz y linaza y la cría de ganado.

Entre otros gajes de los arrendadores entraba el derecho que se reservaban de seguir pastando sus ganados en los potreros cedidos. Así lo pidió la hacienda de Pomácuaro en 1889 y 1893; la testamentaría que se instauró sobre Ururuta en 1897 consiguió ese derecho hasta para las reses de todos los herederos. Y, claro, junto con los potreros, los dueños reclamaban, que los arrendatarios les devolvieran, al finalizar los contratos, todos los terrenos con la mitad, al menos, de los rastrojos de las últimas cosechas. Tal práctica se observaba en la hacienda de Pomácuaro todavía en 1910.

Lá práctica de los subarrendamientos ' ü -:

Otro fenómeno bastante frecuente era el del subarriendo. De

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23 casos registrados, en 18 ocasiones se autorizó y en 5 se denegó. Estos últimos correspondieron a fracciones de las haciendas de Villachuato, en 1853, de La Colorada, en 1898, y de Pomácuaro, en 1910, y a los ranchos de Jaripitiro y Huaparate, en 1894 y 1908. En cambio, San Miguel Tecacho tanto en 1871 como en 1886 sí lo permitió sobre sus ranchos. Se estilaba principalmente dentro de las haciendas. La de Botello, al concederlo en 1885 y 1889, exigió que el arrenda­tario en turno respetara a los inquilinos establecidos con anterioridad; asimismo, otras haciendas, como la de Urunda- neo en 1826, obligaban al inquilino a cobrar todas las rentas de los subarrendatarios y a aceptar sufrir un incremento de la renta, según aumentara el número de sus inquilinos, hacién­dolo entrar, de esta manera, en el ámbito de la administración de la finca. Subarriendos fueron las dos cesiones sobre partes de la hacienda de Ururuta, en 1904. Los terrenos, obviamente, se prestaban menos para esas combinaciones; así hallamos que sólo el propietario del de Jesús María permitió subarren­dar.

Los trabajadores de las fincas

Buen cuidado tenían los propietarios al autorizar el subarrien­do, pues temían que llegara a establecerse en su propiedad todo tipo de gente; por eso comprometían al arrendatario a prohibir la venta de bebidas, los juegos de baraja y la residen­cia de indeseables y maleantes. Eso fue lo que exigieron los dueños de la hacienda de Ururuta en 1908, al igual que lo practicaba la hacienda de Villachuato desde 1853. En cambio, cuando fue necesario convocar más brazos, la misma hacien­da de Ururuta, esto en 1897, no había dudado en autorizar al arrendatario, salva la seguridad, a que admitiera nuevos po­bladores, así como a modificar los asentamientos estableci­

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dos. La hacienda de Tariácuri, en 1903, también permitió que el nuevo inquilino cambiara de lugar sitios y asientos.

En estos y en otros casos los arrendatarios también tuvie­ron que asumir el control y manejo de los peones de la hacienda que hasta contablemente quedaban bajo su respon­sabilidad; a veces, para cobrarles las deudas; a veces, para abonarles lo que la hacienda les quedaba debiendo. Así suce­dió en 1873, al darse en arriendo la hacienda de La Calera.

Muchas veces el contingente de los peones traspasados o contratados por el arrendatario quedaba comprometido a prestar su fuerza de trabajo en los momentos de punta de las faenas de aquella parte de la finca que el hacendado se reservaba o de otra de sus propiedades, como lo estipuló Ururuta en 1904. La misma hacienda, en 1908, también los exigió a un ranchero como fuerza de seguridad; esto es, la típica acordada. Mas en este caso convino en que sería "mediante el pago acostumbrado". Esas obligaciones de con­currir con fuerza de trabajo y seguridad en favor de los propietarios, también las exigió, en 1906, el subarrendador de esa misma hacienda de parte del inquilino de uno de sus terrenos.

Otras haciendas no se contentaban con la mano de obra, sino que exigían el servicio de carretas y hasta, como lo impuso la de Villachuato en 1905, el de yuntas. En esa oportunidad el hacendado señalaría 15 días de labor en que el ranchero pondría a su disposición 25 yuntas para el cultivo del trigo; de no hacerlo, pagaría 100 pesos.

Los hacendados también procuraban estar protegidos contra eventualidades y trastornos sociales. El militar propie­tario, en 1833, de San Miguel Tecacho, y el eclesiástico, en 1842, de La Labor, aclararon con el arrendatario que en caso de revolución, correría cada uno con la mitad de los daños. En mayor grado se respaldaba, en 1871, el hacendado de San

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Miguel Tecacho que había entrado en conflicto con la comu­nidad indígena de Teremendo y que se había visto privado de los pagos de todos sus medie ros, pues al inquilino le hizo aceptar que no tendría derecho a rebaja alguna so pretexto de ataques por parte de rebeldes, gavillas u ocupación de las fuerzas gubernamentales.

El arriendo de yuntas de labor

Directamente relacionadas con una agricultura más evolucio­nada, las yuntas en arriendo nos permiten acercarnos a las condiciones de trabajo y propiedad de un sector de agriculto­res que no posee equipo particular y, a veces, ni propiedad fundiaria. No obstante, esos agricultores no son meros peones o campesinos, pues la menor cantidad de yuntas que se arrendó en su favor fue de 13. Que disponen de recursos relevantes, se arguye del hecho de que tres de ellos contrata­ron 50 yuntas que, sin duda, se iban a ocupar en terrenos trigueros, pues los meses en que las adquirieron fueron los de septiembre, octubre, diciembre, enero y abril. Quienes menos yuntas contrataron, lo hicieron por periodos más cortos: 10 meses; en cambio, los que más yuntas alquilaron, las ocupa­ron por 3 y hasta por 5 años.

En los casos de los arriendos de 1898, 1902 y 1906, en que unos hermanos puruandirenses alquilaron yuntas, se dio la coincidencia de que también habían entrado de arrendata­rios de la hacienda de Villachuato en 1897, de un terreno de la de Ururuta en 1900 y de un molino, también de Villachuato, en 1900 y 1902; así como que un antepasado suyo había alquilado la sección cuarta de esa misma hacienda, junto con su molino, en 1854. Esa familia, como es obvio, en sus cálculos preferían alquilar tierras e implementos a tener que invertir en ellos de fijo sus capitales.

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Se ve que los arrendatarios de yuntas tenían muy bien echadas sus cuentas, sin importarles el tener que pagar el alguiler en limpias monedas de plata o, en momentos de escasez, como en 1906, en su equivalente en hectolitros o cargas de trigo. A algunos les interesaba, al final del contrato, comprar las yuntas, aunque todos debían, si era el caso, pagar el costo de las cabezas perdidas.

En las ocasiones en que se expresaron el costo de cada par de animales y sus arneses, 45, 60 u 80 pesos, y el monto de la renta anual correspondiente, 10,11 ó 12 pesos, se entrevio que los propietarios de las yuntas tenían calculadas sus tasas de arriendo en un 22.2, un 18.3 o un 15 por ciento; es decir, que a más tardar el alquiler de cinco años igualaba su valor y que, en todo caso, el promedio de sus ingresos anuales era muy superior al de la producción agropecuaria. Un solo individuo registró cuatro contratos de arriendo sobre sus yuntas, y en una ocasión las entregó a una persona de Sala­manca. En tales condiciones, aunque ese arrendador de yuntas se presente ante el notario como un labrador, lo podemos considerar como un individuo que va especializando y mone- tarizando las relaciones y los intercambios que se agencia entre el sector de la producción o crianza pecuaria y el de los servicios, prestados aun en áreas distantes.

Arrendamiento de molinos de trigo

Un grado más en la entrada de capital en las relaciones rentísticas es el que corresponde al arriendo de los molinos harineros; sin embargo, sólo dimos con 7 partidas notariales de celebración de contrato, más una de rescisión. Entre los molinos contratados se hallaron el del Vado de Aguilar, el de la Providencia de la hacienda de Botello, el de la de Villa-

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chuato, el del Carmen de la Estancia del Río (Angulo) y el de la Concepción de Huaniqueo.

El de Villachuato fue rentado por 2 mil pesos en 1900, cuando la importante hacienda se hallaba en franca fase de maquinización. Los hermanos que lo tomaron, ya lo dijimos, eran labradores y comerciantes de Puruándiro, y se compro­metieron a instalar cilindros mecánicos en lugar de las tradi­cionales piedras de molienda. El gasto sería costeado por el dueño, quien también ofrecía facilitarles una trilladora de vapor para la cosecha. El compromiso sólo se mantuvo por dos de los cinco años pactados, pues dejó de convenir a los arrendatarios. En cambio, la testamentaría del dueño del modesto molino del Vado de Aguilar, que en 1875 se había dado por 250 pesos anuales de renta, junto con un mesón y dos terrenos agrícolas, consiguió renovar el contrato por cinco años más; no obstante que todas las mejoras serían por cuenta del arrendatario, quien también corría el riesgo de perder el contrato si omitía el pago de la renta de un cuatrimestre.

En el arrendamiento por ocho años del molino de la hacienda de Botello en 1879, por la cantidad de sólo 75 pesos al año, el inquilino debía establecer la maquinaria necesaria y terminar la presa del río y la limpia de la zanja conductora, aunque los gastos irían a medias. Al final del contrato, se haría un avalúo del inmueble y los dueños, un comerciante agricul­tor y su hermano clérigo de Huaniqueo, pagarían al arrenda­tario la diferencia de valor; mas si no pudieran hacerlo, entonces el inquilino la pagaría, convirtiéndose en dueño. Así debió suceder, pues en 1894 hallamos que los papeles se habían invertido. La familia del nuevo dueño cobra 800 pesos anuales de renta al sobreviviente de los dos hermanos. El pago de esa renta la iría entregando el inquilino hasta cubrir una deuda de 4 mil pesos que ante un tercero reconocen los nuevos propietarios. Estos, además, han conseguido de parte del

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arrendatario el ahorrarse el pago de maquila en el molino por la cantidad de trigo que introdujeran en él y disponer de agua para regar sus terrenos limítrofes.

La cesión en arriendo del molino de la Concepción nos pone de manifiesto algunas de las transacciones financieras a que daban lugar los arrendamientos. La renta total sería de 6 mil pesos; 2 mil 500 se entregarían en efectivo y 1 mil 500 quedarían pendientes; así como otros 2 mil que, en nombre del dueño, debía pagar el arrendatario en favor de una tercera persona, a razón de 1.25 por ciento de interés mensual. En ese caso se tuvo que hipotecar el molino. No dudamos que el empresario tuvo que haber hecho muy bien sus cálculos, ya que el incumplimiento monetario se vería agravado por el hecho de poner en predicamento la propiedad del arrendador.

Reflexiones finales

Una impresión general que se recaba de todo el conjunto de escrituras es la de que, conforme se acercan al cambio del siglo y en la última década de la serie, las cláusulas de los contratos son más numerosas y abundantes en sus disposicio­nes. Ya el simple hecho de haber requisitado un arreglo, nos asegura que ni siquiera en el mundo campirano bastaban las conocencias y relaciones personales para garantizar el respeto de los tratos, en que iban de por medio tantas cosas y valores. Si en un principio sólo se alude a hipotecas que, como resguardo, comprometen los bienes del arrendatario, más adelante hacen su aparición los fiadores. En 1903, dos her­manos que salieron fiadores del ranchero que tomó La Palma, tuvieron que dar en hipoteca su propio rancho. En este avance hacia relaciones menos personales, en 1909, los propietarios de Ururuta y su socio-arrendatario acordaron, con motivo de la rescisión de contrato, que acudirían a un trío de personas

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como intercesores en todas las diferencias que pudieran surgir en el finiquito. Asimismo, en las diferencias que acaecieran con motivo del arriendo que en 1903 se realizó sobre el molino de la Estancia del Río, las partes habían aceptado la mediación de un eclesiástico.

Pero lo que no deja dudas es que el origen de los arrenda­tarios no era de lugares muy distantes y que, de alguna manera, eran conocidos para los propietarios. A diferencia de otras regiones, no radicaban como arrimados en la finca, sino que llegaban de fuera con recursos nada despreciables y suficientes para contratar haciendas y ranchos enteros.6 Quizá eran más del tipo de sus vecinos los guanajuatenses que constituían un interesante grupo humano como amplio sector intermedio entre la élite poseedora de tierra y la masa de los habitantes rurales.7

Se presentaron 20 como originarios de Puruándiro, 14 de Coeneo, 8 de Angamacutiro, 8 de Panindícuaro, 6 de Huani- queo y 5 de Quiroga, y en menor cantidad de Morelia, Zacapu, Villa Jiménez, Villa Morelos, etcétera. Tambiéif\los hubo de algunas haciendas de Guanajuato, así como de León, Moro- león, Pénjamo, Salamanca y Salvatierra, y hasta uno del pueblo jalisciense de Jesús María. Esto nos permite ver que las relaciones e intercambios de Puruándiro y su región, al tiempo que se afianzaban en la comarca, también se iban extendiendo y alcanzando a las de las ciudades y villas vecinas donde, seguramente, se realizaban comercialmente los efectos campiranos.

Entre 77 arrendatarios que declararon su profesión u ocupación, 66 reiteraron su condición de labradores, ya como agricultores, rancheros o hacendados; pero 9 también eran comerciantes y hubo un abogado y un clérigo. Entre los 42 propietarios que se presentaron como labradores, 12 también figuraban como comerciantes, 8 como eclesiásticos, 5 como

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abogados, y uno como militar; pero ninguno de estas tres últimas profesiones estuvo entre los arrendadores de terrenos. La simple enumeración revela que el sector implicado en el arrendamiento rural, sin aludir ya al de los terratenientes que, obviamente, se encontraban en los niveles más altos de la composición social comarcana, estaba integrado por el grupo de los pudientes, o de los más pudientes. Su educación y solvencia económica para afrontar una negociación que los impelía a sacar los mejores gajes de los compromisos, pode­mos decir que eran las notas infaltables en todo aspirante a arrendatario de haciendas o ranchos. Por otro lado, también se puede apreciar que ese sector, con excepción de los meros labradores, observaba una escasa especialización en sus acti­vidades e inversiones, con gran diversificación de sus inte­reses y negocios.

Según todo lo expuesto en forma tan somera, parece que se puede sugerir que la generación de riqueza en el campo michoacano del siglo XIX tenía ámbitos regionales; quizá, hasta sólo microrregionales; que era el comercio, el sector o actividad que, al tiempo que estimulaba la producción, con un cierto predominio por el lado de las relaciones rentísticas, dominaba las relaciones y acumulaba los beneficios genera­dos en el campo.

Asimismo, que las prácticas del arrendamiento no sólo fueron comunes en la región, sino que constituyeron, sobre todo, para las haciendas más grandes, un recurso que pudiera calificarse casi como estructural; si no en la producción y manejo laboral y administrativo de la finca, sí en la comple- mentación de la economía.

En ese sistema se implicaron todos los tipos de propiedad y trabajo agrícola, en sus escalas mediana y grande, como las haciendas, fracciones de hacienda y ranchos, y hasta pequeña, como los simples terrenos.

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Si bien es cierto que las condiciones impuestas por los propietarios eran pesadas y perentorias, también lo es que los arrendatarios nunca escasearon; indudablemente porque, a pesar de las exigencias, eventualidades y trastornos, se sen­tían seguros y bien pagados de los esfuerzos, pues con una racionalidad y un enfoque más de empresarios que de sólo terratenientes, podían optimizar el uso de los recursos agríco­las, pecuarios y humanos que el arrendador ponía a su dispo­sición.

Es ya sólo repetir lo dicho, el recordar que hacia el final de la serie la preferencia estuvo puesta sobre los ranchos, y mejor si irrigados, y que las grandes fincas o sus fracciones se iban retirando de los cálculos de los arrendatarios que, quizá, estaban convencidos de que con menos, proporcional­mente, podían conseguir más. Esto nos permite recalcar el hecho de que en la región puruandirense, al final del porfiria- to, no se hallaba como fundamento de la inversión del capital en la agricultura el fenómeno de la expansión e imposición de la gran propiedad sobre la mediana o la pequeña.

En este sentido nos remitimos a un trabajo anterior sobre el crédito agrícola en la misma región y periodo,8 en el que pudimos mostrar esa misma tendencia. En aquel caso, hacia el final del periodo, se había ido reduciendo el número de préstamos sobre haciendas y, como nunca, se fue incremen­tando el destinado a ranchos y unidades menores. Así, como durante las últimas décadas que contempló este estudio sobre los arrendamientos, también privó la preferencia por los ranchos. Terminamos con estas preguntas: ¿Sería que en la región puruandirense empezaba a verse la economía de la hacienda como menos interesante que la de las unidades de producción menores? En ese momento de contracción de la economía, al final del porfiriato, ¿era más interesante, propor­cionalmente a su valor y al monto de la renta, la unidad

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menor? ¿Estaba ya en camino de desaparecer ia hacienda, primero, operacionalmente, en favor de los rancheros, y después, jurídicamente, de los ejidatarios?

NOTAS

1. Kostas Vergopoulos, “Capitalismo disforme. El caso de la agricultura en el capitalis­mo”, en Samir Amin y Kostas Vergopoulos La cuestión campesina y el capitalismo, trad. de Gerardo Dávila. México, Editorial Nuestro Tiempo, 1977, p. 235.

2. Samir Amin, “El capitalismo y la renta de la tierra”, ibídem, pp. 22,26.3. La documentación que surte este artículo forma parte de un proyecto de investigación

sobre la economía y sociedad campesina de la porción del nor-centro michoacano, la región de Puruándiro, en el periodo de 1821 a 1910, y fue recopilada con la asistencia del Lic. Sergio García Ávila.

4. Para toda comprobación documental, bastará localizar, en el listado final, la designa­ción del arriendo mencionado en el texto, junto con la fecha y el nombre del notario.

5. Cfr. Jan Bazant, “Peones, arrendatarios y aparceros: 1851-1853”, en Historia Mexica­na. Vol. XXIII, núm. 2, (90), Octubre-Diciembre 1973, p. 352; David A. Brading, Haciendas and Ranchos in the Mexican Bajío. León? 1700-1860. Cambridge, Cam­bridge University Press, 1978, p. 103.

6. Cfr. Jan Bazant, op. cit., pp. 351,352.7. Cfr. David A. Brading, op. cit., p. 38.8. “El crédito al sector agrario. Puruándiro y su región de 1821 a 1910”, ponencia

presentada ante el vn Seminario de la Formación del Capitalismo en México: El enfoque regional, celebrado en Morelia, en noviembre de 1988, bajo la coordinación de COMECSO y la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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R e fe r e n c ia s n o t a r ia l e s : a r r e n d a m ie n t o s p r e d ia l e s

FINCA NOMBRE NOTARIO FECHA

HACIFRAC Bellas Fuentes See. 2 A. León 1876-01-14RACH-IND Bolivia R. Huerta 1906-06-28HACIENDA Botello A. Alvarado 1878-11-26HACIENDA Botello L. Burgos 1879-10-15HACIENDA Botello L. Burgos 1880-08-30HACIENDA Botello L. Burgos 1885-08-15HACIENDA Botello L. Burgos 1889-01-17RACH-IND Buenavista A. León 1879-10-29HACIENDA Buenos Aires R. Altamirano 1891-12-03TERRENO Carreño J. Jurado 1898-03-28RACH-HDA Copándaro M. Laris 1896-10-27TERRENO Cortijo F. Barroso 1903-02-04RACH-IND Cótiro A. Gutiérrez 1906-01-30RACH-IND Curicipo L. Burgos 1873-01-02TERRENO Deva F. Barroso 1903-01-20TERRENO Deva F. Barroso 1905-03-21HACIENDA El Cuatro M. Laris 1890-03-13RACH-IND El Paraiso B. Hurtado 1898-12-22RACH-IND El Paraiso B. Hurtado 1901-06-12RACH-IND Guadalupe E. Lerín 1892-08-30RACH-IND Huaparate L. Burgos 1907-08-24RACH-IND Jaripitiro M. Ibarrola 1894-02-06TERRENO Jaripitiro P. Ángeles 1905-08-17TERRENO Jeracuaro L. Burgos 1906-09-06TERRENO Jesús María A. Gutiérrez 1903-07-24RACH-IND Jesús María P. Ángeles 1909-08-14HACIENDA La Calera L. Burgos 1873-04-04HACIENDA La Calera L. Bernal 1878-06-15HACIENDA La Cañada L. Burgos 1907-11-04RACH-IND La Cieneguita P. Ángeles 1903-05-22HACIFRAC La Colorada H. Gómez 1898-11-24HACIENDA La Labor N. Péréz 1842-02-24RACH-IND La Palma R. Huerta 1903-02-25RACH-IND La Palma M. Larios 1906-02-17RACH-IND Laredo J. Jurado 1908-05-25

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FINCA NOMBRE NOTARIO FECHA

TERRENO Metate L. Burgos 1902-12-30RACH-IND Mogote San Cristóbal L. Burgos 1906-03-09RACH-IND Orapóndiro L. Burgos 1872-10-26TERRENO Orapóndiro L. Burgos 1881-06-10TERRENO Otates P. Saavedra 1898-07-26RACH-IND Patámbaro N. Pérez 1845-02-08RACH-IND Pelillal L. Burgos 1910-03-09HACIENDA Pomácuaro L. Burgos 1881-03-21HACIENDA Pomáuaro L. Burgos 1883-02-22HACIENDA Pomácuaro L. Burgos 1889-01-12HACIENDA Pomácuaro E. Lerín 1893-01-26HACIFRAC Pomácuaro B. Hurtado 1910-03-12RACH-HDA Rosario F. Cano 1865-02-07HACIFRAC Rosario Sec. 2 B. Hurtado 1897-03-31HACIFRAC Rosario Sec. 4 L. Burgos 1894-07-02RACH-IND Sabinitos L. Burgos 1907-07-25RACH-HDA San Diego Buenavista L. Burgos 1884-03-19RACH-HDA San Isidro A. León 1869-09-03TERRENO San Isidro A. León 1869-09-15HACIENDA San Isidro A. Alvarado 1873-05-23HACIFRAC San Isidro R. Huerta 1877-05-15HACIFRAC San Isidro R. Huerta 1877-05-16HACIFRAC San Isidro R. Huerta 1879-09-24HACIFRAC San Isidro R. Huerta 1880-02-06HACIFRAC San Juan B. Cerano A. Gutiérrez 1908-08-14RACH-IND San Martín J. Jurado 1892-07-23HACIENDA San Miguel Tecacho M. Valdovinos 1833-12-16RACH-HDA San Miguel Tecacho R. Huerta 1871-04-25RACH-HDA San Miguel Tecacho R. Huerta 1886-12-03RACH-HDA San Miguel Tecacho R. Huerta 1887-04-30HACIENDA San Miguel Tecacho M. Laris 1894-02-27HACIFRAC San Nicolás Epeján R. Altamirano 1889^11-20HACIENDA San Nicolás Epeján J. Jurado 139.3-10-05RACH-IND Tacaro M. ¡Laris Í901t06-12RACH-IND Tanhuato B. Hurtado 1898-10-06HACIENDA Tariácuri M. Laris 1899-11-15HACIENDA Tariácuri F. Barroso 1903-02-09TERRENO Tirimícuaro C. Navarro 1882-09-22

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FINCA NOMBRE NOTARIO FECHA

HACIENDA Trinidad F. Ibarra 1902-06-10HACIENDA Tunguitiro L. Burgos 1910-04-28HACEFRAC Tunguitiro Sec. 1 M. Larios 1906-05-04TERRENO Uña de Gato L. Burgos 1879-02-13HACIENDA Urundaneo J. M. Aguilar 1826-11-21HACIENDA Ururuta L. Burgos 1876-12-30HACEFRAC Ururuta V. González 1877-04-21HACIENDA Ururuta A. León 1883-01-24HACIENDA Ururuta M. Laris 1897-07-20HACIENDA Ururuta A. Gutiérrez 1903-12-23HACIFRAC Ururuta L. Burgos 1904-03-14HACIFRAC Ururuta L. Burgos 1904-04-14TERRENO Ururuta L. Burgos 1906-08-16RACH-HDA Ururuta L. Burgos 1908-08-10HACIENDA Ururuta L. Burgos 1909-05-11RACH-HDA Villachuato L. Burgos 1872-11-29RACH-HDA Villachuato L. Burgos 1873-01-07RACH-HDA Villachuato L. Burgos 1901-03-12RACH-HDA Villachuato L. Burgos 1905-05-01HACIFRAC Villachuato See. 10 M. Valdovinos 1853-11-22HACIFRAC VilJachuato See. 4 M. Valdovinos 1854-04-19RACH-IND Zapote F. Ibarra 1901-10-14

Clave de abreviaturas HACIFRAC = Fracción de Hacienda RACH-HDA = Rancho de Hacienda RACH-IND = Rancho Independiente

REFERENCIAS NOTARIALES: ARRIENDOS DE MOLINOS Y YUNTAS

OBJETO UBICACION NOTARIO FECHA

MOLINOMOLINOMOLINOMOLINOMOLINO

BotelloEstancia del Río Huaniqueo Providencia Vado de Aguilar

R. Huerta L. Burgos R. Huerta L. Burgos L. Burgos

1879-10-211903-01-061903-06-271894-04-071875-03-11

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OBJETO

MOLINOMOLINOMOLINOYUNTASYUNTASYUNTASYUNTASYUNTASYUNTASYUNTAS

UBICACIÓN

Vado de AguilarVillachuatoVillachuato

JanamuatoJanamuatoJanamuatoZiquitaro

NOTARIO

L. Burgos L. Burgos L. Burgos J. Jurado B. Hurtado F. Ibarra B. Hurtado B. Hurtado L. Burgos A. Martínez

FECHA

1878-03-281900-07-171902-01-311887-01-081899-12-301902-01-311898-04-041898-10-141906-12-201884-09-30