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UNAS PALABRAS AL LECTOR Llevaba yo unos doce años en Japón cuando crucé su puerta de salida. Clavado en él durante tanto tiempo, lo miraba con la simpatía de una segunda patria y no me había puesto a reflexionar si alguna vez volvería a dejarlo. Pero Dios había decidido que durante un año recorriera nuevamente Europa y América para que al volver reviviesen en mí con vigor doble los sentimientos de un pasado que ya se desdibujaba. La sacudida me hizo pensar. El contraste dos veces vivido de mundos tan distintos me hizo depurar mis experiencias. Y el deseo de que otros puedan beneficiarse de ellas me ha hecho coger la pluma para escribir. Viviendo se aprende, es cierto. Pero también leyendo, porque un libro puede condensar lo que haya de valor en una experiencia de largos años. Si hubiese escrito hace doce años lo que entonces era vida y ahora es recuerdo, el fondo hubiera sido el mismo, pero la perspectiva diferente. Creo que la pintura del conjunto hubiera sido menos exacta, tarada con los escorzos violentos de las situaciones difíciles, y los colores rabiosos de las impresiones sin sedimentar. Hoy puedo juzgar de otro modo el pasado. Los átomos de polvo que el tiempo ha ido desprendiendo sobre él han limado sus aristas violentas y han suavizado los contrastes de excesiva luz y sombra, dejando solamente lo que en el fondo es cierto, y por estar formado de verdades, siempre perdurable. Habrá quizás más objetividad en mi relación, porque el tiempo compensa el predominio que nuestra alma pretende dar al subjetivismo. Si hoy empezase a vivir mi vida misionera, muchas de mis orientaciones variarían. Siempre empleé -como todo el mundo hace- los métodos que me parecieron más conducentes a mi fin. Ahora puedo ver sus pros y sus contras con más serenidad, con visión quizás más amplia, tal vez, sin embargo, todavía con tintes muy personales. Pero pensando que lo vivido en estos años pueda ser útil a alguien, me he decidido a robar unas horas a mi trabajo en Japón, creyendo que serían de provecho para el mismo Japón.

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UNAS PALABRAS AL LECTOR

Llevaba yo unos doce años en Japón cuando crucé su puerta de salida. Clavado en él durante tanto tiempo, lo miraba con la simpatía de una segunda patria y no me había puesto a reflexionar si alguna vez volvería a dejarlo. Pero Dios había decidido que durante un año recorriera nuevamente Europa y América para que al volver reviviesen en mí con vigor doble los sentimientos de un pasado que ya se desdibujaba.

La sacudida me hizo pensar. El contraste dos veces vivido de mundos tan distintos me hizo depurar mis experiencias. Y el deseo de que otros puedan beneficiarse de ellas me ha hecho coger la pluma para escribir.

Viviendo se aprende, es cierto. Pero también leyendo, porque un libro puede condensar lo que haya de valor en una experiencia de largos años.

Si hubiese escrito hace doce años lo que entonces era vida y ahora es recuerdo, el fondo hubiera sido el mismo, pero la perspectiva diferente.

Creo que la pintura del conjunto hubiera sido menos exacta, tarada con los escorzos violentos de las situaciones difíciles, y los colores rabiosos de las impresiones sin sedimentar.

Hoy puedo juzgar de otro modo el pasado. Los átomos de polvo que el tiempo ha ido desprendiendo sobre él han limado sus aristas violentas y han suavizado los contrastes de excesiva luz y sombra, dejando solamente lo que en el fondo es cierto, y por estar formado de verdades, siempre perdurable.

Habrá quizás más objetividad en mi relación, porque el tiempo compensa el predominio que nuestra alma pretende dar al subjetivismo.

Si hoy empezase a vivir mi vida misionera, muchas de mis orientaciones variarían. Siempre empleé -como todo el mundo hace- los métodos que me parecieron más conducentes a mi fin.

Ahora puedo ver sus pros y sus contras con más serenidad, con visión quizás más amplia, tal vez, sin embargo, todavía con tintes muy personales. Pero pensando que lo vivido en estos años pueda ser útil a alguien, me he decidido a robar unas horas a mi trabajo en Japón, creyendo que serían de provecho para el mismo Japón.

Por eso, porque la experiencia me ha enseñado algunas verdades que antes ignoraba, si se diese el imposible, de reencarnarme en el yo de hace un decenio largo, ni volverla a andar igual camino, ni me alejaría excesivamente él. Avanzaría por el término medio que siempre hay entre nuestros fracasos más dolorosos y nuestros éxitos más halagüeños.

Queriendo escribir sobre mi trabajo en Japón, comencé a bogar rio arriba en la corriente de mis recuerdos.

Un trabajo en misiones supone una vocación; una vocación tiene una génesis; esa génesis es una trampa admirable de la Providencia, y tirando, tirando de los hilos de ese tejido de amor y sabiduría, llegue impensadamente a Madrid, a San Carlos, a Lourdes... Por eso me ha parecido oportuno comenzar estas memorias desde la época de estudiante de medicina.

Madrid, Lourdes, Loyola, Valkemburg; Viena, Cleveland, New York, Tokio, Hiroshima, es una trayectoria en zig-zag, pero en la que se descubre el hilo ininterrumpido de la amorosa Providencia de Dios.

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Sirvan pues, estas líneas para mostrar al Corazón de Cristo mi humilde agradecimiento por su magnanimidad, junto a la contrición más sincera por mi ingratitud.

Al mismo tiempo, sean un testimonio del amor filial para esa Compañía de Jesús, verdadera Madre que durante estos veinticinco años me ha engendrado y formado para Jesucristo.

Nagatsuka, 15 de Enero de 1952.

Fiesta de mis 25 años de vida en la Compañía de Jesús

PEDRO ARRUPE, S. J.

Arrupe, P. (1956). Yo viví la bomba atómica y Memorias. México: Editorial Patria.

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Pedro Arrupe y Gondra fue un sacerdote jesuita español de origen vasco

y 28º Prepósito General de la Compañía de Jesús entre 1965 y 1983. Fecha de nacimiento: 14 de noviembre de 1907, Bilbao, España Fecha de la muerte: 5 de febrero de 1991, Roma, Italia Libros: Yo viví la bomba atómica

Después de realizar sus estudios básicos en el colegio de los Escolapios de su ciudad natal, comenzó la carrera de medicina en la Universidad Complutense de Madrid, estudios que abandonaría en 1927 para entrar en la Compañía de Jesús, en el seminario de Loyola.

Realizados los estudios de filosofía en Oña (Burgos) y luego en Marnesse (Bélgica), estudió teología y psiquiatría en Valenburg (Holanda), donde fue ordenado sacerdote el 30 de julio de 1936. Al año siguiente, se trasladó a Estados Unidos, donde profundizó sus estudios teológicos y desarrolló su apostolado en favor de inmigrantes españoles y sudamericanos.

En 1938 puso en práctica su sueño de ser misionero en Japón, alternando su apostolado con clases de español en la Universidad de Vamaguchi, y con el desempeño de diversos cargos en el interior de la Compañía: maestro de novicios, procurador de la Misión y primer provincial de los jesuitas en Japón cuando la Misión pasó a ser Provincia. Gracias a su talento organizativo, dio un gran empuje al crecimiento de la Compañía durante su gobierno, así como a la Universidad de Sophia que los jesuitas tienen en Tokio.

Siendo maestro de novicios en Nagartsuka, pueblo cercano a Hiroshima, fue testigo de la explosión de la primera bomba atómica sobre aquella ciudad, experiencia que recogió en su libro Yo viví la bomba atómica. En 1950 fue llamado a Roma para informar a Pío XII sobre la marcha de la Misión; el papa le delegó entonces para visitar en su nombre algunos países como España, Portugal, Estados Unidos y Cuba.

En 1965 fue elegido general de la Compañía de Jesús, en sustitución del belga Jean Baptiste Janssens. En calidad de General de los jesuitas, tomó parte de las sesiones del Concilio Vaticano II, siempre al lado de los sectores más progresistas. Su propuesta de acercamiento a las clases pobres y desheredadas del Tercer Mundo encontró buena acogida por parte del papa Pablo VI.

Con Arrupe a la cabeza, la Compañía adoptó una posición de compromiso social ampliamente correspondida por sus miembros, especialmente en Filipinas, América Central y Brasil, y acogió abiertamente la Teología de la Liberación. Un símbolo de este compromiso por los pobres fue el hecho de abrir para las clases desposeídas los colegios que hasta entonces habían estado destinados a las clases más ricas. Pero, al ser elegido papa Juan Pablo II, la Iglesia católica dio un viraje hacia la derecha y se produjo un distanciamiento no exento de desavenencias entre el papa y el general de la Compañía de Jesús. El puesto preeminente que hasta entonces había ocupado la Compañía en ámbitos eclesiales fue asumido por el Opus Dei.

En 1979, Juan Pablo II expresa públicamente su preocupación sobre la actividad de los jesuitas, "que desconcierta al pueblo de Dios". Al año siguiente, el Padre Arrupe presentó su dimisión, pero el Papa no la admitió y, más bien, propuso alguna modificación en la orientación de la Orden que Arrupe no aceptó. En 1981, una trombosis cerebral le privó de su capacidad de movilización, motivo por el que Arrupe propuso como su sucesor interino al jesuita estadounidense Vicent O'Keefe; pero esta candidatura fue vetada por el Papa, quien consideraba a dicho candidato demasiado radical.

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Juan Pablo II decidió intervenir personalmente y nombró como delegado personal al jesuita italiano Paolo Dezza, el cual, a su vez, fue rechazado por el Padre Arrupe y por un buen número de jesuitas. El enfrentamiento se hizo más patente. El teólogo jesuita Karl Rahner escribiría en esa oportunidad: "Es francamente difícil descubrir el dedo de Dios en ese nombramiento... La historia de la Iglesia nos demuestra que su máxima autoridad no ha estado exenta de errores". En 1983, el capítulo de los jesuitas eligió como nuevo general al holandés Peter-Hans Kolvenbach, sugerido por el propio Arrupe.

Imposibilitado y aislado en Roma, con la simpatía, aprecio y testimonio de solidaridad de muchos fieles y miembros de su orden, moría el 5 de febrero de 1991. De él afirmó su sucesor, el Padre Kolvenbach: "Ha ejercido aquello que Cristo espera de sus discípulos: estar junto a los más necesitados y exigir una justicia que el mundo niega hoy a millones de personas". Y el filósofo español López Aranguren escribió a raíz de su muerte: "Para mí, como persona, encarna aquello que debería ser el Evangelio de Cristo". Entre las obras que escribió, además de la mencionada, cabe recordar A la generación joven y Este Japón increíble.

N.A. (s.f.) Pedro Arrupe. 24/10/2013, de Biografías y VidasRecuperado de: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/arrupe.htm

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P. Pedro Arrupe S.J.

Nacido el 14 de noviembre de 1907 en Bilbao, en el seno de una familia acomodada, último de cinco hijos, su padre era arquitecto y su madre hija de un médico, ambos profundamente creyentes. Cuando solo tiene 8 años muere su madre. Niño vivaz y estudiante extraordinario, como alumno de los Escolapios con once años entró en la Congregación Mariana, en cuya revista “Flores y Frutos” escribió en marzo 1923 un breve artículo sobre San Francisco Javier, Japón y las Misiones.

Ese mismo año empezó los estudios de Medicina en Madrid; era un excelente estudiante. Amaba extraordinariamente la música, iba con frecuencia a la ópera y con su hermosa voz de barítono cantaría más tarde en ocasiones especiales, como misionero en Japón e incluso como Prepósito General. Un compañero de estudios le invitó a hacerse miembro de las Conferencias de San Vicente y a visitar familias pobres en los suburbios de Madrid, experiencia que después describió del modo siguiente: “Aquello, lo confieso, fue un mundo nuevo para mí. Me encontré con el dolor terrible de la miseria y el abandono. Viudas cargadas de hijos, que pedían pan sin que nadie pudiera dárselo; enfermos que mendigaban la caridad de una medicina sin que ningún samaritano se la otorgase…”

En julio de 1926 después de la muerte de su padre, durante sus prácticas con los enfermos, viajó a Lourdes, donde fue testigo de tres curaciones extraordinarias: una religiosa paralítica pudo volver a caminar al paso de la custodia; una mujer con cáncer de estómago en estado terminal, curada en tres días; un joven con parálisis infantil que saltó de su silla de ruedas en el momento de la bendición eucarística. Sobre ellos escribió: “Sentí a Dios tan cerca en sus milagros, que me arrastró violentamente detrás de Sí.” Impresionado por las experiencias de Lourdes, maduró su decisión de hacerse jesuita.

El 25 de enero de 1927 Pedro Arrupe entró en el noviciado de la provincia jesuítica de Castilla, en Loyola, e hizo sus primeros votos en diciembre de 1928. Durante su primer año de juniorado despertó en él la llamada misionera, por lo que tras consultar a su director espiritual escribió una carta al General de la Orden, con la petición de ser enviado a Japón. Sin embargo, sólo recibió una lacónica respuesta, que no decía nada sobre el futuro. Un año después escribió una nueva carta y recibió la misma contestación. Quedó el joven jesuita profundamente decepcionado, pero más tarde, ya General, diría que él habría reaccionado de la misma manera a una carta semejante de un joven y entusiasta jesuita.

En 1931, Arrupe comenzó sus estudios de Filosofía en el Colegio Máximo de Oña, Burgos. En 1932 el anticlericalismo republicano llevó a la expulsión de la Compañía de Jesús de España y los jóvenes jesuitas debieron continuar sus estudios en el destierro, en Bélgica. De 1933 a 1936 Pedro Arrupe estudió Teología en Holanda, con los jesuitas alemanes. El 30 de julio de 1936, fue ordenado sacerdote con otros 40 compañeros jesuitas de su provincia, pero ningún familiar suyo pudo estar presente en la ordenación, pues en España acababa de estallar la Guerra Civil. En 1936, inesperadamente, su provincial le envió a Estados Unidos a especializarse en ética de la medicina.

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De 1937 a 1938 hizo en Cleveland su tercera probación, y, por fin, en 1938 recibió la tan deseada carta del General que le destinaba a Japón.

Antes de partir para Japón pasó algunos meses de trabajo pastoral en una prisión de alta seguridad en Nueva York, donde en poco tiempo se ganó el corazón de los presos.

Al llegar a Japón, experimentó no pocas dificultades: lengua extranjera, costumbres japonesas, comida japonesa, pero el joven misionero no se echó atrás, sino que siguiendo la tradición de los más venerables misioneros de la Compañía, se sumergió en la cultura japonesa y así se ejercitó en el tiro del arco, en la ceremonia del té, en la meditación Zen y en el arte de escribir japonés. Su primer destino fue de párroco en la ciudad de Yamaguchi, en la región de Chugoku sobre la isla de Honshu.

Poco antes de la entrada de Japón en la Segunda Guerra Mundial, el 8 de noviembre de 1941, el P. Pedro, sospechoso de ser espía, fue encarcelado. Pasó semanas llenas de inseguridad y privaciones en una prisión militar hasta el 12 de enero de 1942. Le conmovía profundamente que los feligreses de su parroquia en Nochebuena se arriesgasen a cantar un villancico de Navidad ante la celda de su cárcel.

En 1942, el P. Pedro fue nombrado maestro de novicios y pasó a Nagatsuka, cerca de Hiroshima. El 6 de agosto de 1945 fue testigo de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima: un relámpago, como un fogonazo de magnesio, cortó el cielo. 80.000 personas murieron en el acto; más de 100.000 quedaron heridas. El noviciado, distante siete kilómetros del centro de la ciudad, fue seriamente dañado, pero ninguno de los 35 novicios resultó herido. El P. Pedro decidió convertir el noviciado en un improvisado hospital, retomando los conocimientos de sus interrumpidos estudios de medicina, y en condiciones de lo más primitivo y sin anestesia, tuvo que hacer operaciones muy complejas y limpiar heridas gravísimas. De los 150 pacientes que atendió durante meses, sólo dos murieron.

El 22 de marzo de 1954, fue nombrado Viceprovincial de la Viceprovincia de Japón, que en 1958 fue erigida Provincia independiente y entonces fue su primer Provincial. El P. Pedro desarrolló una impresionante actividad, para algunos demasiado acelerada, por lo que el gobierno general de la Orden en Roma en 1964 nombró Visitador al holandés Padre George Kester, quien debía elaborar un informe sobre la provincia de Japón. Como General recién elegido, el P. Pedro se convertirá en el destinatario del informe.

De hecho, el 22 de mayo de 1965 Pedro Arrupe había sido elegido 28º General de la Compañía de Jesús. En una ajustada elección, entre los cuatro candidatos salió elegido en la tercera ronda. Comenzó así un generalato que ha pasado a la Historia por su carácter polémico.

Con él se iniciaron en la Compañía los cambios para afrontar los tiempos azarosos y renovadores en los que entraba la sociedad humana y, muy especialmente, la Iglesia después del Concilio Vaticano II, cambios que para muchos no estaban en consonancia ni con la primigenia espiritualidad ignaciana ni con la propia tradición de la Iglesia.

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Por las decisiones tomadas durante su administración tuvo que sufrir incomprensiones y contradicciones de todas partes, incluso, a veces, de las más altas instancias de la Iglesia. De hecho, sus detractores llegaron a decir de él que “un vasco (san Ignacio de Loyola) había fundado los Jesuitas y otro los iba a destruir”.

Pero, lo cierto es que el P. Arrupe marcó unos derroteros hoy ya imborrables para la Compañía de Jesús, que no dejaron de influir también en otros sectores de la Iglesia.

Las consecuencias no se dejaron esperar. La cantidad de jesuitas disminuiría durante el resto de la década de los setentas y también en la de los ochenta, aunque en países como India se acelerase el reclutamiento. A pesar de ello, los jesuitas seguían constituyendo una influencia de primer orden entre muchas comunidades religiosas, tanto masculinas como femeninas. Históricamente habían desempeñado un papel protagonista, y tampoco faltaba quien considerase que la dirección que habían tomado desde el Vaticano II era el camino del futuro. A fin de cuentas había sido confirmada y refrendada con entusiasmo por la trigésima segunda congregación general de la Compañía, celebrada en 1974.

Pablo VI siguió especialmente de cerca y con preocupación la evolución de los acontecimientos en la Compañía de Jesús, y ello por diversas razones: por la importancia que tenía en la vida de la Iglesia universal y, también, por la condición que le correspondía de Superior supremo de la Compañía, derivada del vínculo particular que, desde su fundación, ligaba la Orden al Romano Pontífice.

El 11 de diciembre de 1978, el P. Arrupe tuvo su primera audiencia con Juan Pablo II para jurar obediencia al nuevo Papa en representación de la orden. Diez meses más tarde, en la asamblea de presidentes de la Conferencia Jesuita (que se reunían una vez al año para acometer un análisis internacional de la Compañía), Juan Pablo II se dirigió al grupo por invitación del P. Arrupe. El mensaje fue categórico, y sorprendió a los oyentes. El Papa dijo que el escaso tiempo de que disponían le impedía enumerar todo lo positivo que estaba haciendo la Compañía. No obstante, Juan Pablo II fue al grano: “Deseo deciros que habéis sido motivo de preocupación para mis predecesores, y que lo sois para el Papa que os habla”. Por si no bastara con tan rotundo desafío, el Papa envió al Prepósito unas palabras críticas destinadas a ser leídas al gobierno central de la Compañía por Juan Pablo I, cuya muerte lo había impedido, añadiendo que él estaba de acuerdo con todo.

Cuenta George Weigel en su biografía de Juan Pablo II que, en junio de 1979, el P. Arrupe empezó a mantener conversaciones confidenciales con los cuatro asistentes generales de la Compañía, sus asesores más directos, sobre la posibilidad de jubilarse. Les dijo que había sido elegido ad vitalitatem, no ad vitam (mientras tuviera vitalidad, no vida), y que sentía menguar sus energías. Seis meses después, el 3 de enero de 1980, volvió a entrevistarse con el Papa para organizar otra reunión, a la que acudió con sus asistentes generales con objeto de que estos expusieran sus ideas sobre el porvenir de la Compañía y averiguaran cómo encajaban en las metas del pontificado. El Papa estuvo de acuerdo, pero no se puso fecha a la reunión.

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El P. Arrupe siguió pensando en la dimisión. En febrero de 1980 comunicó a sus cuatro asistentes generales que ya no tenía dudas sobre su decisión de dimitir. Durante la primera semana de marzo pidió a los asistentes un voto consultivo sobre su dimisión, alegando la edad como motivo de peso suficiente, el que exigían las constituciones jesuíticas. Después de una semana de reflexión oficial, los asistentes confirmaron que el Prepósito contaba con motivos suficientes para la dimisión.

Su veredicto fue comunicado al general por el primer asistente. Siguiendo el procedimiento establecido, se consultó a los ochenta y cinco provinciales jesuitas repartidos por todo el mundo, y el sí obtuvo una mayoría abrumadora.

Según las constituciones de la Compañía, el P. Arrupe tenía la obligación de convocar una congregación general, órgano legislativo supremo de la Compañía y único cuerpo con poder para aceptar o rechazar su dimisión, así se lo explicó a Juan Pablo II el 18 de abril de 1980, en audiencia privada. El Papa manifestó su sorpresa por el hecho de que el proceso de dimisión hubiera llegado tan lejos, y preguntó al P. Arrupe qué papel desempeñaba el Pontífice en todo ello, suponiendo que desempeñara alguno. El religioso le explicó que las constituciones de la Compañía no le atribuían ninguno, aunque la práctica consistiera en consultar al Papa cada vez que se hacían planes para una congregación general. A continuación, el Papa preguntó al Prepósito qué pensaba hacer si él se mostraba contrario a la dimisión. El P. Arrupe contestó que el Papa era su superior, con lo que Juan Pablo II dio fin a la audiencia diciendo que reflexionaría sobre el problema y que le escribiría una carta.

Dos semanas después, el 1 de mayo, el Pontífice pidió por carta al P. Arrupe que no dimitiera ni convocara una congregación general, por el bien de la Compañía y el de la Iglesia. Añadió que a su regreso de África entablarían un diálogo para resolver el problema. Los asistentes generales del General interpretaron que por fin conseguirían su reunión con el Papa, pero se demostró que no era ésa la idea de Juan Pablo II. Dicha reunión tuvo que esperar hasta el 17 de enero de 1981 y, en esta ocasión, no dio frutos.

Entretanto, la prensa italiana seguía especulando sobre las malas relaciones entre el Vaticano y la Compañía de Jesús. Los dos hombres volvieron a reunirse el 13 de abril de 1981. Juan Pablo II dijo al General que estaba preocupado por lo que pudiera hacer una congregación general sin el P. Arrupe como superior, pues la trigésima tercera congregación general propuesta se habría reunido para aceptar la dimisión de Arrupe, elegir a su sucesor y seguir con el tema que escogiese. Dijo el Papa que Pablo VI había acogido con gran preocupación los resultados de la XXXII congregación general, celebrada en 1974, y no cabe duda de que Juan Pablo II temía que una nueva congregación general post-P. Arrupe dificultara todavía más la situación. El religioso negó que la XXXII congregación general hubiera desafiado al papa Pablo VI, y más tarde escribió una larga carta a Juan Pablo para defender sus conclusiones. Al cierre de la entrevista, Juan Pablo II garantizó al P. Arrupe que seguirían hablando, pero un mes más tarde se produjo el atentado contra el Papa.

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El 7 de agosto de 1981, de regreso de un viaje a Filipinas, el P. Arrupe sufrió un derrame en el Aeropuerto Internacional Leonardo da Vinci de Roma, y lo llevaron al hospital; se le diagnosticó bloqueo de la arteria carótida con efectos sobre el hemisferio izquierdo del cerebro y el lado derecho del cuerpo. Los médicos comunicaron que en su opinión médica el P. Arrupe no debería volver a ocupar ningún puesto de responsabilidad.

El papa Juan Pablo II aprovecho esto para suspender el gobierno regular de la Compañía de Jesús nombrando como interino a un “delegado personal” del Papa. Cuando apareció la noticia en la prensa, fue el mayor impacto relacionado con los jesuitas desde que en 1773 el papa Clemente XIV suprimiera la Compañía.

La intervención papal enfureció a quienes, satisfechos con la labor del P. Arrupe al frente de la Compañía, deseaban verla retomada por su sucesor. De todos modos, la afirmación de que todo nacía de un malentendido general sobre lo ocurrido en la trigésima segunda congregación general no resulta convincente. Los años posteriores al Concilio Vaticano II coincidían con una crisis en la vida de las órdenes religiosas, y si bien es posible que Juan Pablo II no considerara peores que otros a los jesuitas, sí creía que su influencia era tan grande que se imponía un período de reflexión. Dijo a los padres a cargo que no habría intervenido de no haber tenido en muy alto concepto el carisma excepcional de la Compañía, y su capacidad de contribuir a una puesta en práctica del C. Vaticano II.

Por fin, el 3 de septiembre de 1983, en la XXXIII congregación general que, el P. Arrupe presentó su renuncia al cargo y el padre Peter-Hans Kolvenbach fue elegido General de la Compañía.

Falleció después de casi diez años de dolorosa inactividad, el 5 de febrero de 1991 en la casa generalicia de los jesuitas en Roma.

Alberto Royo. (2013). Pedro Arrupe: A los 30 años de una dimisión que hizo historia. 26/10/2013, de InfoCatolica Recuperado de: http://infocatolica.com/blog/historiaiglesia.php/1304221259-pedro-arrupe-a-los-30-anos-de

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P. Pedro Arrupe S.J.Su vida en fechas

1907

» El 14 de noviembre nace en Bilbao. Hace sus primeros estudios en el colegio de los Escolapios. Es miembro de la Congregación Mariana de los Kostkas en la Residencia SJ. de Bilbao

1922

» Comienza la carrera de Medicina en Madrid, donde fue compañero del premio Nobel Severo Ochoa. En ese tiempo trabaja en obras apostólicas de los suburbios. El contacto con los pobres le hace descubrir la vocación religiosa.

1927

» El 15 de enero ingresa jesuita en Loyola, a los 20 años de edad, donde hace el noviciado y juniorado. Los estudios de filosofía los hace en Oña y Marneffe (Bélgica), desterrado con sus compañeros jesuitas por el gobierno español. La teología la estudia, con los jesuitas alemanes, en Valkenburg Holanda, donde comienza a especializarse en moral médica.

1936

» El 30 de julio es ordenado sacerdote en Bélgica. Viaja a Estados Unidos para hacer el cuarto año de teología en St. Mary's, Kansas, y después el año de Tercera Probación en Cleveland, Ohio, donde es destinado por el General a la misión del Japón (1938).1938

» El 30 de septiembre embarca en Seattle, y el 15 de octubre llega a Yokohama, y después a Tokio. Después de varios meses de aprendizaje de la lengua y costumbres japonesas, es destinado a la parroquia de Yamaguchi (1940). Más tarde le nombran Maestro de novicios (1942).

1945

» El 6 de agosto, siendo Maestro de Novicios en Nagatsuka, cerca de Hiroshima, le sorprende la explosión de la 1 a bomba atómica,. Convirtió el Noviciado en un hospital improvisado. Con la ayuda de los novicios jesuitas salvó a cerca de 200 personas.

1954

» Superior Mayor de la Viceprovincia de Japón en 1954, que llega a ser Provincia en 1958. Llegó a reunir 300 jesuitas de 30 naciones para trabajar como misioneros en aquel país.

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1965

» El 22 de mayo es elegido 28° Superior General de la Compañía de Jesús, y participa en la 4' Sesión del Concilio Vaticano 11, y en los Sínodos de los Obispos de 1967, 1969, 1971 y 1974. Ejerció una actividad incansable y viajó por los cinco continentes: dinamizador de la vida religiosa. promotor de la fe y la justicia, impulsor de los laicos como "hombres para los demás", animador del diálogo con los no creyentes, creador del "Servicio Jesuita a los Refugiados" (SJR - JRS). En 1967 fue elegido Presidente de la Unión de Padres Generales, y reelegido sucesivamente.

1970

» Durante el mes de mayo hace una visita a todas las provincia de España, en una situación de crisis, interna en la Compañía española, y en la situación de conflictos sociales y políticos de los últimos años del franquismo.

1981

» El 7 de agosto, al regresar de un viaje a Filipinas, sufre una trombosis cerebral. Desde entonces es atendido en la enfermería de la Curia General hasta su fallecimiento.

1983

» El 3 de septiembre, la 33 Congregación General de la Compañía, acepta su renuncia al cargo de Superior General. Al día siguiente se lee la homilía de su despedida en la Capilla de la Storta

1991

» El 5 de febrero fallece en la Enfermería de Roma.

Su vida en fechashttp://www.jesuitas.info/Arrupe/fechas_arrupe.htm

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Géneros discursivos

Las diversas esferas de la actividad humana están relacionadas con el uso de la lengua. Y el uso de la lengua se lleva a cabo a través de enunciados concretos, que reflejan las condiciones específicas de cada esfera por su contenido temático, su estilo verbal y sobre todo por su composición y estructuración.

Un texto se considera como género discursivo si incluye las siguientes características: • El tema (de qué habla). • La estructura (cómo está organizado). • El estilo (qué recursos lingüísticos utiliza). • La función (para qué y para quién se habla)

La diversidad de géneros es muy grande, y hay que tener en cuenta la importante diferencia entre géneros discursivos primarios (simples) y secundarios (complejos)

Los géneros primarios se dan en la comunicación discursiva más inmediata, cotidiana. Son los géneros cotidianos, los diálogos del tipo cercano. Las cartas, saludos, las conversaciones. Todo lo que tiene que ver dentro de un ámbito más familiar (más de cara a cara).

Los géneros discursivos complejos o secundarios, son agrupaciones de los géneros simples, en cual, les da otra función del lenguaje, más allá del inmediato, surgen en la comunicación cultural más compleja, organizada y desarrollada, principalmente escrita. Ejemplos de géneros complejos son las novelas, investigaciones científicas, enciclopedias, artículos periodísticos, textos legislativos, bitácoras entre otros tipos de discursos.

Género y estiloTodo estilo está vinculado con una forma típica de enunciado, con un género discursivo. Tiene que ver con los recursos léxicos, fraseológicos y gramaticales de la lengua.El estilo y la composición del enunciado dependerán de cómo el autor perciba y se imagine a sus destinatarios. Todo género discursivo posee su propia concepción del destinatario. Por ejemplo los políticos utilizarán el género del discurso que concibe distintos destinatarios: aquellos a los que hay que convencer, aquellos a los que hay que arengar, aquellos con los que hay que polemizar. Además se reflejarán en el enunciado la posición social del destinatario, el grado de intimidad con el hablante, etc.

Análisis del discurso presentado por el P. Pedro Arrupe S.J. en su obra: Yo viví la bomba atómica y Memorias

Pertenece al género primario ya que está escrito para llegar al lector como una plática intima donde se le cuenta una relación de sucesos que derivan en una crónica de hechos presentados por medio de un estilo literal y personal, donde evalúa dichos eventos y fundamenta sus puntos de vista. (Narrativo, crónica y argumentativo)

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Bajtín, M. (2003). Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI editores.