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Ray Bradbury ¿los marcianos somos nosotros? Suplemento sabatino de arte, literatura y sociedad SÁBADO 18 DE AGOSTO DE 2012. AÑO III. 176 Pág. 4-5 Pág. 2-3 El maestro de los ojos Bradbury se convirtió en un hito de la ciencia ficción con todas aquellas historias en que lo más importante eran los protagonistas. ÁNGEL YUING Sergei Mikhailovitch Eisenstein, lo llamo el maestro de los ojos. Nació en la Ciudad de México el 4 de fe- brero de 1902. Asistió a escuelas católicas del 1908 al 1914, pero se puso a trabajar en 1915. Se dice que la primera vez que Manuel Álvarez Bravo tomó una fotografía, fue con una cámara prestada, mientras paseaba con unos amigos por el campo. Conoz- co historias parecidas a esta. Las nuevas generaciones de fotógra- fos deberán conocer, al menos, su más elemental obra. Pionero de la fotografía artís- tica en México, es considerado como el mayor representante de la fotografía latinoamericana del siglo XX. Figura emblemática del periodo posterior a la Revolución mexicana conocido como renaci- miento mexicano, cuya riqueza se debe a la feliz, aunque no siempre serena, coexistencia de un afán de modernización y de la búsqueda de una identidad con raíces pro- pias en que la arqueología, la his- toria y la etnología desempeñaron un papel relevante, de modo para- lelo a las artes.

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Ray Bradbury ¿los marcianos somos nosotros?

Suplemento sabatino de arte, literatura y sociedad

SÁBADO 18 DE AGOSTO DE 2012. AÑO III.

176

Pág. 4-5

Pág. 2-

3

El maestro de los ojos

Bradbury se convirtió en un hito de la ciencia ficción con todas aquellas historias en que lo más importante eran los protagonistas.

ÁNGEL YUING

Sergei Mikhailovitch Eisenstein, lo llamo el maestro de los ojos. Nació en la Ciudad de México el 4 de fe-brero de 1902. Asistió a escuelas católicas del 1908 al 1914, pero se puso a trabajar en 1915.

Se dice que la primera vez que Manuel Álvarez Bravo tomó una fotografía, fue con una cámara

prestada, mientras paseaba con unos amigos por el campo. Conoz-co historias parecidas a esta. Las nuevas generaciones de fotógra-fos deberán conocer, al menos, su más elemental obra.

Pionero de la fotografía artís-tica en México, es considerado como el mayor representante de la fotografía latinoamericana del siglo XX. Figura emblemática del

periodo posterior a la Revolución mexicana conocido como renaci-miento mexicano, cuya riqueza se debe a la feliz, aunque no siempre serena, coexistencia de un afán de modernización y de la búsqueda de una identidad con raíces pro-pias en que la arqueología, la his-toria y la etnología desempeñaron un papel relevante, de modo para-lelo a las artes.

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Rayuela3Péndulo de Chiapas | Sábado 18.08.2012

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Bicicletas en Domingo, 1966, Manuel Álvarez Bravo. Diego Rivera, León Trotsky y André Bretón, 1930´s. Manuel Álvarez Bravo.

Enterramiento en Metepec. 1932. Manuel Álvarez Bravo.

La buena fama durmiendo, 1938, Manuel Manuel Álvarez Bravo.

Lucy, 1980. Manuel Álvarez Bravo.

Manuel Alvarez Bravo - fruta artwork.

Obrero en huelga, asesinado, 1934. Manuel Álvarez Bravo.

Rufino Tamayo, 1989, Manuel Álvarez Bravo.

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Rayuela4 Péndulo de Chiapas | Sábado 18.08.2012

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Ray Bradbury:los marcianos somos nosotros

Bradbury se convirtió en un hito de la ciencia ficción con todas aquellas historias en que lo más importante eran los protagonistas.

E.J. RODRÍGUEZ

Una nave espacial es alcanzada por un me-teorito. Los astronautas, embutidos en sus trajes espaciales y provistos de escafan-dras, salen despedidos al vacío, disper-

sándose en varias direcciones, separándose irremediable-mente los unos de los otros hasta que no pueden verse. Sólo se escuchan a través de las radios de sus cascos.

Quedan flotando en el espacio. Van a morir. Todos lo saben. Tarde o temprano el oxígeno de sus trajes se terminará. Es cuestión de horas. Alguno, quizá, puede ser alcanzado por otro meteorito de los que abundan en esa

región del espacio y tendrá una muerte rápida. Están condenados, no pueden hacer nada para remediar

su trágica situación. Todo lo que pueden hacer es hablar a través de la radio. Y es entonces cuando

emergen los miedos y pesares de cada astron-auta en forma de voces invisibles en el éter: unos lloran, otros ríen nerviosos, otros guar-dan un pavoroso silencio. Los hay que se lamentan de las oportunidades perdidas en el pasado y los hay que se muestran satisfe-chos del modo en que han vivido. También surgen rencores; algunos se echan en cara

cosas que tenían guardadas, o se insultan, o tratan de agredir verbalmente al otro para des-

truirlo. Perdidos en el espacio y sabiendo que el fin está cerca, quedan completamente desnudos

como seres humanos; se ven —o se escuchan— unos a otros tal cual son. Este será su final y

cada uno lo afrontará como buenamente pueda.

Esta especie de versión inter-planetaria de La muerte de Ivan

Ilich, llamada Caleidoscopio, no es una extravagancia fu-turista de León Tolstoi, sino que apareció a finales de los cuarenta dejando un sello de tétrico existencialismo en la más improbable de las publicaciones: Thri-lling Wonder Stories, una revista de ciencia ficción con portadas al más puro estilo “pulp”: dibujos de alienígenas extravagantes que acechaban a chicas

atractivas de generosos es-cotes y torneadas piernas,

ilustraciones dirigidas —ob-viamente— a captar la atención

del público masculino, preferentemente adolescente. Sin embargo, al contrario que otras revistas “pulp” e incluso que las pocas revistas verdaderamente serias de ciencia ficción que existían en su momento, Thrilling Wonder Sto-ries tenía una política editorial flexible que admitía relatos como aquel extraño Caleidoscopio, en el que no había la elucubración tecnológica propia de la ciencia ficción seria, ni aventura pura y dura propia de la ciencia ficción más juvenil. Aquellos eran los dos grandes pilares del género, comercialmente hablando, y pocos editores de revistas se atrevían a traspasarlos. Los relatos repletos de reflexiones sobre la alienación e incomunicación de los individuos que escribía aquel tal Ray Bradbury no habían tenido cabida en algunas de las más conocidas publicaciones del género, y no pocas veces el Bradbury de los inicios, que intentaba hacer de aquello su profesión, tuvo problemas para ver sus historias publicadas. Pero siempre hay excepciones y revistas como Thrilling Wonder Stories, Planet Stories o Weird Tales dieron cancha a Bradbury en un momento en que otras publicaciones lo consideraban, literariamente ha-blando, un bicho raro. Pocos editores habían entendido su estilo, que frecuentemente carecía de acción, que prestaba poca atención al rigor científico —y aún menos al entrete-nimiento fácil— y cuya principal preocupación era lo que sucedía en el interior de sus protagonistas. Sus historias se centraban en los personajes, toda una rareza en la ciencia ficción de su tiempo.

Pero gracias a sus rarezas se terminó ganando a un público entusiasta. Bradbury no quería novelizar la cien-cia ni tampoco proporcionar divertimento fácil, como se estilaba y como, insistían los editores, eran las dos únicas maneras de vender el género. Su meta era capturar el co-razón de los lectores, algo bastante insólito en las revistas del mundillo. No quería epatar, sino emocionar, actuar por simpatía. Sus historias, no pocas veces, eran una alu-sión indirecta a los sentimientos del lector. Como estaba bastante alejado de la visión encorsetada de la ciencia fic-ción que tenían quienes se encargaban de editar y vender las revistas del género, Ray Bradbury creía ciegamente que a la gente, incluso a los lectores de aquellas revis-tas, le interesaban tanto los personajes como las naves espaciales o los monstruos alienígenas. Y acertó. Pese a que los más puristas aficionados —muy especialmente los defensores de la “hard science fiction”— siempre tuvieron reparos hacia la “excesiva” carga de lirismo de sus relatos. Unos reparos que el pobre Bradbury terminó interiorizando, cuando decía que su única novela de cien-cia ficción era Fahrenheit 451… como dándole la razón a quienes se empeñaban en sacarlo del exclusivo club de los amigos de la física y la química.

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Rayuela5Péndulo de Chiapas | Sábado 18.08.2012

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Pero el lector medio del género se sintió irremediablemente atraído por la visión huma-nista, por momentos conmovedora, de las pe-queñas historias de Ray Bradbury. Algunos de sus relatos cortos se hicieron célebres por ser un impactante reflejo de los incipientes males de la era moderna, caso de El peatón, en don-de un hombre era considerado disfuncional por pasear a solas disfrutando de una tranquila no-che en una sociedad donde la televisión había monopolizado el ocio de los ciudadanos y cual-quier otra alternativa era considerada anormal. Esto, a principios de los años cincuenta. Aque-llas lecciones morales sin moralina, aquel cui-dado por las consecuencias en las personas de posibilidades por entonces impersonales, triun-faron por contraste en unas revistas repletas de clichés. Bradbury, pese a la incomprensión ini-cial de los editores durante los años cuarenta, triunfó. De hecho, por aquella misma época se empezaron a compilar y editar en forma de libro

algunas series de relatos cortos que habían re-volucionado el género desde las páginas de las revistas, caso de Crónicas marcianas o El hom-bre ilustrado. Y sólo unos pocos años después, aparecía Fahrenheit 451, su novela distópica en la que hablaba de un futuro sorprendentemente parecido al pasado: donde el ataque a la cultura es el prólogo del ataque al individuo, donde la quema de libros presagia la quema de personas. Bradbury se convirtió en un hito de la ciencia ficción con todas aquellas historias en que lo más importante eran los protagonistas, y no las leyes de la física, ni los inventos de la ciencia, ni los ataques de criaturas del espacio exterior.

Y, curiosamente, el Bradbury escritor había sido, primero y ante todo, un fan de la ciencia ficción más típica y tópica. Jules Verne y H.G. Wells, los dos pioneros, habían estado entre sus primeras lecturas. Otra de sus influencias más tempranas fue el género del terror fantástico, muy especialmente Edgar Allan Poe, en quien muchos han querido ver un antecedente de la tendencia de Bradbury a la abstracción por en-cima de los límites de género. Pero en reali-dad, el adolescente nacido en Illinois y crecido en Los Angeles no tardó en aficionarse a los seriales de la ciencia ficción más populachera, aventuras espaciales sin demasiada profundi-dad que combinaba sin problema con la lectura de una narrativa más convencional. Leía cuanto fanzine y revista de ciencia ficción caía en sus manos, y en su juventud incluso intentó poner en marcha un fanzine propio, aunque sin mu-cho éxito. En el futuro, su propia obra tendría

poco que ver con las “space opera” que tanto le gustaba leer, pero no se puede ignorar el hecho de que Bradbury fue un apasionado amante de los clichés del género, aquellos mismos clichés que él mismo no podía evitar transgredir. Como sucede a menudo en el arte, el revolucionario sólo lo es tras haber asimilado con pasión los cánones establecidos y las restricciones estilís-ticas, por más arbitrarias que éstas pudieran ser. A Ray Bradbury le encantaba Flash Gordon. Tal vez por estos motivos asumió casi como pro-pias las críticas del sector “duro” de la ciencia ficción, para quienes la respetabilidad del géne-ro estaba mejor representada por los Asimov o los Clarke. Hoy puede parecernos una tontería, pero Bradbury fue verdaderamente una Ceni-cienta del mundillo de la ciencia ficción.

Pero, como decíamos, su popularidad lo estableció como un grande del género al que él mismo decía no pertenecer, y cada cual que lo haya leído y apreciado tendrá su obra de re-

ferencia. En mi caso, mi favorita indiscutible es Crónicas marcianas. Resulta difícil descri-bir las sensaciones que me produjo ese libro la primera vez que lo leí, siendo yo todavía un proyecto de adolescente. No sabía por entonces que Crónicas marcianas era en realidad una re-copilación de relatos publicados por separado —aunque, eso sí, escritos con toda la intención de formar parte de un todo— y la manera de na-rrar la historia a base de capítulos heterogéneos me pareció absolutamente fascinante. El proce-so de colonización humana del planeta Marte, con la consiguiente destrucción de la ancestral cultura nativa (un proceso que siempre he vis-to como claro paralelismo de la colonización europea de Norteamérica) era reflejado en un mosaico de pequeños argumentos independien-tes que seguían un hilo conductor reconocible, pero que parecían piezas sueltas, evidentemen-te extraídas de un mismo puzzle pero que no terminaban de encajar a la perfección. Era, por así decir, una novela impresionista; una saga intermitente hecha de retales, lo cual convertía el relato en un apasionante viaje a través de di-versos prismas.

Aunque lo más bello de la epopeya marcia-na, como de tantos otros de sus relatos, era la compasión con la que Bradbury retrataba a sus personajes: verdugos y víctimas estaban todos sujetos a las mismas limitaciones. Terrícolas y marcianos no podían evitar ser quienes eran, y sus actos eran producto de sus imperfeccio-nes. En Crónicas marcianas no se producía una guerra interplanetaria; la cosa resultaba más

simple: había dos razas incapaces de convivir entre sí. Una raza que sólo pretendía conservar la tranquilidad de su hogar y otra raza —voraz, estúpida, insensible; la nuestra— que no puede evitar contaminar de sí misma todo aquello que toca.

¿Aventura? Poca. ¿Acción? Ninguna. Si uno pregunta a los viejos aficionados a la cien-cia ficción por una palabra que defina a Ray Bradbury, la mayoría de ellos responderá muy probablemente con una misma palabra: poesía. Identificar Bradbury con “poesía” es ahora uno de esos lugares comunes del género, pero que no por tópico resulta menos cierto. Bradbury no hablaba sobre las causas de los fenómenos ni sobre la manera de resolverlos o de com-batir sus efectos, como era habitual entre sus más ilustres colegas. Hablaba sobre el trasunto humano de esos mismos fenómenos, sobre el efecto que las cosas del universo tienen sobre el espíritu de los individuos, y lo hacía con bellas metáforas que no jugaban con el lenguaje —como la poesía convencional— sino que juga-ban con las ideas y el significado de las ideas. Hablaba sobre el efecto que nosotros tenemos sobre los demás, y sobre el modo en que nos condiciona la sociedad en la que vivimos; una sociedad que no es un ente autónomo ni ajeno a sus componentes, sino sencillamente la mane-ra en que nosotros mismos decidimos tratarnos mutuamente. Bradbury, como escritor, adopta-ba un punto de vista clásicamente divino: dis-tante pero a la vez paternalista. El ser humano estaba en el punto de mira de todo cuanto escri-bía; no intervenía para salvar a sus personajes, pero les recordaba continuamente que la salva-ción estaba a su alcance y después los dejaba decidir por sí mismos.

Estamos en un picnic de un millón de años. Todos moriremos tarde o temprano. Como Ray Bradbury, que acaba de morir unas horas an-tes de que escriba estas mismas líneas. Pero quedarán nuestros hijos, que aprenderán lo que nosotros hayamos querido enseñarles, bueno o malo. En el futuro la gente será lo que noso-tros, desde el hoy, les permitamos ser. Tendrán bosques y ríos, o por el contrario tendrán pára-mos repletos de basura. Vivirán en una socie-dad compasiva y equilibrada, o en una sociedad fría y alienante. Pasará un millón de años y el mundo estará habitado por lo que hoy, si pudié-ramos verlos, quizá nos parecerían marcianos. Porque tal vez, si la gente de hace un millón de años pudiera vernos a nosotros, pensaría algo que los lectores de Crónicas saben desde hace tiempo. Algo que es una de las muchas leccio-nes que Bradbury dejó en sus escritos y que de-bería descubrir cualquiera que aún no se haya acercado a su obra:

Los marcianos, ahora, somos nosotros.

Gracias a sus rarezas se terminó ganando a un público entusiasta. Bra-dbury no quería novelizar la ciencia ni tampoco proporcionar diverti-mento fácil, como se estilaba y como, insistían los editores, eran las dos únicas maneras de vender el género. Su meta era capturar el corazón de los lectores, algo bastante insólito en las revistas del mundillo.

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Rayuela6 Péndulo de Chiapas | Sábado 18.08.2012

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El horror en el gato negroORNÁN GÓMEZ

Después de leer El gato negro de Allan Poe, los pensamien-tos ya no son los mismos. Aquel con tendencias psicó-

patas, seguro hallará un buen pretexto para seguir despreciando al género humano, y por consecuencia, cometer un asesinato. Sin embargo, la lectura de Poe no solo con-sidera a aquellos con tendencia a asesinos, mas bien a todos. ¿Acaso en algún mo-mento no hemos sido objetos del deseo de asesinar o provocar sufrimiento? Lo más seguro es que sí, no obstante, la diferencia entre acariciar la idea y concretarla estriba en la frialdad del carácter y la necesidad de liberar los demonios que constituyen al ser humano y y los cuales, siempre ha sido así desde la aparición de las instituciones, son desterrados al olvido, pero que desde allá buscan reinvindicarse a través de las acciones del hombre. En el cuento de Poe se describe lo anterior cuando la necesidad de destruir se apodera del individuo a tal grado que olvida todo lo aprendido.

¿En qué momento la mente humana tiende hacer aquello que se le prohíbe? No se sabe con certeza, pero lo que sí puede afirmarse es que el individuo pasa mucho tiempo acariciando la idea antes de revelar-se. Quizá porque bajo el disfraz de hombre educado y exitoso, subyace un demonio con la necesidad de dañar para sentirse pleno. El personaje de Poe en El gato ne-gro es un claro ejemplo de lo anterior. En la narración el personaje señala: “Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abri-gaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros”. Si el personaje, teniendo una infancia maravillosa donde la bondad es su virtud, ¿en qué momento decide torcer su vida aborreciendo a los animales que amó y prodigó cuidado y alimento? Sin duda la psicología es de ayuda para clarificar los pensamientos que se apoderan del ser humano cuado decide dejar de lado los pensamientos y emociones que por años aprendiera de su contexto social.

En el cuento, Poe no se contenta con que su personaje aborrezca, es indispen-sable que destruya aquello que ama. Ello prueba que en la mente del personaje hay una mezcla de egoísmo y masoquismo que hacen de él un ser frío y despiadado. El autor, conocedor de las pasiones humanas, nos comparte un mundo donde la violencia y el horror se plantean como parte inhe-rente de la naturaleza del individuo, y de

la cual es difícil renunciar pues al hacerlo el ser humano entra en confrontación con-sigo mismo. En el relato que menciono, el personaje requiere de convicción espiritual para arribar al asesinato. De esta manera en el cuento sobresalen emociones que el in-dividuo es capaz de fabricar como parte de su naturaleza y que las sociedades conde-nan. Ejemplo de ello son el odio, el rencor y la nostalgia.

El horror, plantea el autor de El gato negro, no es un mal que deba satanizarse, es parte de la humanidad. Es la capacidad que este tiene para responder a actos que sobrepasan sus concepciones y compren-sión de los hechos. Con un estilo lúcido, Poe nos plantea el tema del horror en una acción como es el asesinato estimulado por la aversión, primero a los animales, después al género humano. “Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos aje-nos”, dice el personaje en un acto de con-fesión cuando percibe que Plutón rehúye a su presencia y, en venganza, le extir-pa un ojo pues al hacerlo experimenta placer. Sin embargo, el personaje no se limita a lastimar al animal, es necesario asesinarlo para demostrar superioridad y fortaleza, lo cual no es ajeno a lo que mu-chos homicidas hacen antes de ejecutar a sus victimas: torturarlos física y verbal-mente, pues el sufrimiento sirve como alimento del odio.

Hundido en la melancolía y atormenta-do por el sentimiento de culpa, el personaje busca refugio en el alcohol y cuando este no logra mitigar el dolor, busca reparar el daño sustituyendo a Plutón, su gato, por otro. Con ese acto el personaje, al igual que un niño que comete una falta y lo compensa con obe-diencia, intenta resarcir el daño y liberarse del sentimiento de culpa que lo atormenta en las noches. Al hallar a otro

gato el personaje reacciona con los mismos deseos de destrucción cuando el animal lo provee de mimos. Al fin intenta asesinarlo, pero cuando lo hace su esposa se interpone.

Después de matar a su mujer, el per-sonaje resta importancia a su acción toda vez que el odio que arde en sus venas está dirigido al animal y quien se interponga, así sea la esposa, es asunto nimio en comparación a lo planeado. Actualmente algunos asesinos comparten esa misma tendencia. ¿Pero qué pasa después de co-meter el crimen? En la narración vemos a un personaje tranquilo, consciente de su acto. Un ser cuidadoso al planear la des-aparición del cuerpo. Después de pensar en todas las posibilidades, encuentra una solución: emparedarla, lo cual se parece a otros asesinos que, desde antes de la acción, calculan la forma en cómo des-aparecer las evidencias.

Lo intrigante del personaje es que des-pués de cometer el asesinato, busca presu-mir su crimen. En la actualidad algunos ase-sinos dejan cabos sueltos de su acción porque el objetivo es protago-nizar por sus actos una vez que son apresados, y que en el caso del per-sonaje de Poe se delata al golpear con el bastón la pa-red donde está su esposa. Sin

embargo, en la realidad y en la ficción, las sorpresas son determinantes, y en el relato sucede cuando después de los golpes se es-cucha un alarido ahogado que delata al ase-sino que, movido por las prisas, supongo, no supo el momento en que ocultó al gato en compañía del cuerpo de su esposa.

La historia de El gato negro termina cuando el personaje, se sugiere en la his-toria, es apresad; sin embargo, lo que hay qué preguntarnos es, ¿las prisiones ayudan para que un individuo se “adapté” de ma-nera natural a la sociedad que lo condenó, después de cumplir una larga condena en la oscuridad de las celdas? Considero que la intención del cuento, además de las des-trezas literarias del autor, es mostrar las pasiones que hacen del individuo un ser despiadado y calculador, capaz de produ-cir vida como de generar destrucción como una forma de reivindicar su humanidad y mostrar los demonios que lo habitan y que la sociedad condena.

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Rayuela8 Péndulo de Chiapas | Sábado 18.08.2012

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La Máquina Hamlet

“No creo en una historia que tenga pies y cabeza”.

Máquinahamlet Heiner Müller

POR MARCELINO CHAMPO

Fuimos entrando en bloques de veinte, quince, hasta diez personas. Cada uno llevaba consigo una pequeña maleta

con pertenencias básicas, la cual fue arrebatada a culatazos de nuestras manos. Hacia frio, apenas podía mo-verme, en la entrada pude distinguir un letrero con la leyenda Arbeit ma-cht frei (El trabajo os hace libres), Justo a llegar a un alambrado que separaba el patio de una bodega, el grupo al que pertenecíamos mi padre y yo, fue puesto a la disposición de

los oficiales en turno. Comenzaron a elegir casi de manera azarosa, mien-tras algunos se dividían hacia el ca-mino que llevaba a los hornos, otros fuimos enviados a las bodegas para comenzar el trabajo de rutina. Esa, fue la última vez que vi a padre.

Esta historia se reescribió una y otra vez, durante la segunda guerra mundial en los campos de concen-tración, reencarnada en versiones distintas pero de mismos desenlaces. Habrá quien las cuente y describa de manera más tétrica o sanguina-ria, pero pocos se han valido de es-tas narraciones para llevar a cabo

Maus

“Aunque había subido más de cuatrocientas veces los dos escalones de hormigón que conducían a las cámaras espe-ciales, siempre sentía un vivo interés por el hombre que iba a ser sometido a la operación: por la mirada de terror e impaciencia, de sumisión, sufrimiento, timidez y apasio-nada curiosidad con que el condenado iba al encuentro del hombre que iba a matarle”.

Vasili Grossman.

una obra de arte. Art Spiegelman (Estocolmo, Suecia 1948) historie-tista, guionista, dibujante, uno de los artistas más influyentes en la historia del comic, y creador de la única novela grafica acreedora de un premio Pulitzer: Maus.

Maus, relato de un supervi-viente, nos cuenta la historia del padre de Art, Vladek Spiegelman, en un campo de concentración, y a su vez también su éxodo hacia tierras americanas. Una narración verídica retocada con la fina inge-niosidad de Art que se encargado sumergirnos en un mundo Orwe-lliano ensombrecido por las ma-quinarias bélicas.

Ratones para representar a los judíos (Maus en alemán significa ratón), gatos para los alemanes, cerdos para los polacos, ranas para los franceses, ciervos para los sue-cos y perros para los estadouniden-ses, esta fue la simbología utilizada por Spiegelman para sus dibujos, cuyos trazos expresionistas en blanco y negro, acentúan la atmos-fera que se extiende en cada pági-na. En un principio fue publicada en dos partes: Mi padre sangra historia (My Father Bleeds His-tory, 1986) e Y allí empezaron mis

problemas (And Here My Troubles Began, 1991) para después reedi-tarse en un solo volumen.

Existe una división importante en la historia del comic a partir de la aparición de Maus, que da origen a la novela grafica contem-poránea; independiente y autobio-gráfica, centrada en otro tipo de problemáticas, presentando textos de autores que buscaban trasladar el mundo del comic a la literatura y al arte grafico, incluyendo temas que podían trastocar y causar po-lémica en los diferentes círculos sociales.

La sagacidad de Art Spiegel-man nos lleva sutilmente por los diferentes paisajes que nos brinda su ágil narrativa y una selección fina de imágenes, que tejen en el lector un cumulo de sensaciones que van de la compasión a la em-patía , de la hilaridad a la asfixia.

Posiblemente una de las obras más notables del siglo pasado, Maus continua cosechando adep-tos alrededor del mundo, atrapan-do a las nuevas generaciones en su universo de animales dantescos que impregnan sus hojas. Impres-cindible y atemporal, eso es Maus.

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DIRECTORIONoé Farrera MoralesDIRECTOR GENERAL

PÉNDULO DE CHIAPAS

Noé Juan Farrera GarzónDIRECTOR EDITORIALPÉNDULO DE CHIAPAS

Ángel Yuing SánchezCOORDINADOR Y EDITOR

RAYUELA

Misael Palma, César Trujillo, Ornán Gómez, Marcelino Champo, Pascual Yuing, Chary Gumeta,

Gely Pacheco, Gamaliel Sánchez Salinas,Juan Carlos Recinos, Luis Enrique Ríos Aguilar.

CONSEJO EDITORIAL

Paolo Renato LópezEDITOR FOTOGRÁFICO

Enrique Ríos Aguilar-Ulyses Nafate DISEÑO EDITORIAL

Javier Ríos JonapáPRODUCCIÓN E IMPRESIÓN

LEGALESRayuela, suplemento de arte, literatura y sociedad del periódico Péndulo de Chiapas, No. 176. Año III, sábado 18 de agosto de 2012. Impreso en 14 Poniente Norte Núm. 640, colonia Magueyito. Código Postal 29000, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Teléfono (961) 61 24529. Se prohíbe la reproducción total o parcial de los contenidos sin el consentimiento expreso de sus autores. La redacción no responde por originales no solicitados. Los contenidos, así como parte de los títulos y subtí-tulos son responsabilidad exclusiva de quien los firma y no representan necesariamente el punto de vista del periódico Péndulo de Chiapas.Correspondencia: [email protected]

Rayuela2 Péndulo de Chiapas | Sábado 14.08.2012

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El maestro de los ojosSoy un fotógrafo de los domingos tomo mi cámara y me hecho a la calle, por ahí, a donde quiera, y siem-pre, siempre encuentro motivos interesantes. Todo está lleno de poesía. ¡Hasta en los versos hay veces que hay poesía...!”

MANUEL ÁLVAREZ BRAVO

[ÁNGEL YUING]

Sergei Mikhailovitch Eisenstein, lo lla-mo el maestro de los ojos. Nació en la Ciudad de México el 4 de febrero de 1902. Asistió a escuelas católicas del

1908 al 1914, pero se puso a trabajar en 1915. Se dice que la primera vez que Manuel Ál-

varez Bravo tomó una fotografía, fue con una cá-mara prestada, mientras paseaba con unos amigos por el campo. Conozco historias parecidas a esta. Las nuevas generaciones de fotógrafos deberán conocer, al menos, su más elemental obra.

Pionero de la fotografía artística en Méxi-co, es considerado como el mayor represen-tante de la fotografía latinoamericana del siglo XX. Figura emblemática del periodo posterior a la Revolución mexicana conocido como re-nacimiento mexicano, cuya riqueza se debe a la feliz, aunque no siempre serena, coexisten-cia de un afán de modernización y de la bús-queda de una identidad con raíces propias en que la arqueología, la historia y la etnología desempeñaron un papel relevante, de modo paralelo a las artes.

Empieza a aprender fotografía pidiendo ase-soría de proveedores de materiales fotográficos. La llegada de Edward Weston y Tina Modotti en 1923 es crucial para el desarrollo de Álvarez Bravo y compra su primera cámara en 1924.

En 1931, Álvarez Bravo ganó su primer premio en el concurso de La Fábrica de Ce-mento Tolteca, en el que había que expresar el espíritu de la fábrica. El resultado fue una imagen casi abstracta, en donde resalta un muro blanco y un piso de grava. Un año más tarde realiza su primera exposición individual en la Galería Posada. En 1934 conoce a Strand, quien está filmando su película “Redes”, jun-to al río de Veracruz, Álvarez Bravo produce cerca de ahí su fotografía “El obrero en huelga asesinado que muestra precisamente el cuerpo de un obrero tendido bañado en sangre.

Fue miembro de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios que tenía la intención de detener el fascismo. En 1935 expone con Cartier- Bresson en el Palacio de Bellas Artes de México y en 1938 Rivera lo presentó con André Breton, quien lo invitó a participar en la exposición que organiza la Galería de Arte Mexicano.

Presentó más de 150 exposiciones indivi-duales y participó en más de 200 exposiciones colectivas. Según numerosos críticos, la obra de este “poeta de la lente” expresa la esencia de México, pero la mirada humanista que re-fleja su obra, las referencias estéticas, literarias y musicales que contiene, lo confieren también una dimensión universal. Falleció el 19 de oc-tubre de 2002, a los cien años.

LOS MARCIANOS somos nostotros. Ray Bradbury.22 de

agosto de 1920 -5 de junio de 2012)

Manuel Álvarez Bravo ( Fotografía Paul H

ill )

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Rayuela7Péndulo de Chiapas | Sábado 18.08.2012

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CÉSAR TRUJILLO

En los sueños primigenios dibujé tu rostro con la espiga de piedra: bus-caba darte nombre para no inven-tarte, para dejarte en la historia del

tiempo, en el pico de la gaviota desolada, en los brazos del sol, en el vaivén de las olas del mar, pero te hiciste polvo como mis sue-ños se hicieron ceniza asqueada de fuego y desangré mi corazón en la arena para que el hechizo del viento invocara tu nombre.

Aún busco ese camino nebuloso, un de-sierto quizá, de esos que guardan algo de mar en sus alforjas para darnos de beber a quienes morimos de amor y sed tras caminar en círculos interminables. Desde ese tiempo

he jugado a crearte, a ponerte mil nombres hasta tomar el que hoy te pertenece: Lorena, niña tibia, sumida en la premura de mis ver-sos, tienes la voz de un libro roto, la sonrisa tímida que se sonroja con la menor provo-cación… en un ojo guardo un lunar para bo-rrar pasados insidiosos, ¿recuerdas?

Aún tengo la postal triste de mi vida, aquella en que tu cuerpo reposaba entre mis manos, mientras caminábamos con el olor a dudas en la vieja mochila para escribir a la orilla del abismo nuestros nombres de gue-rra, esos que roídos se arrodillaban en el de-seo de la entrega y se extraviaban extasiados hasta despedazarse con caricias.

¿Dime qué hacer con esa brújula que me invita a encontrarte mientras dibujo mariposas en un cuadro de Dalí? El tiempo

desenfunda su arma, dispara ráfagas para evitar que siga buscándome en tu ausencia. La caracola ha borrado el sonido del mar y mis escamados pasos no encuentran tu ori-gen. Altamira se fundió en la lava del vol-cán, como una ciudad dormida en el sopor de la madrugada, busca desorientarme para que deje de escribir tu nombre en las nubes y pululen mis versos con la lluvia hasta en-contrarte.

El sombrerero de Alicia se ha negado a sonreír cuando más lo necesito. No es retórica decir que el corazón se vuelca en circunloquios de insomnio, en reflexiones infructuosas donde observas mis ojos dise-cados. Déjame encontrarte, la búsqueda es cansada y mis pasos empiezan a languidecer con la llegada del alba, no me evites.

Desvarío: recuerdos de un pasado inmediato

“Ven a dormir conmigo, no haremos el amor,

él nos hará.” Julio Cortázar

A Lorena, por supuesto

Viaje literario a la ciudad del Támesis

El libro ‘Guía literaria de Londres’, recopila textos de grandes intelectuales sobre la urbe.

JAVIER MOLINA

“Me voy de Londres porque el clima es demasiado bueno. No soporto cuando no llueve”, dijo una vez (sarcástica-mente) el gran cómico estadounidense Groucho Marx. Razones no le faltaban. Y a pesar de su clima plúmbeo, Londres siempre fue una de las ciudades más queridas y visitadas del mundo. La urbe ha cautivado a los intelectuales desde hace siglos, y buena parte de ello se re-fleja en los textos recopilados en Guía literaria de Londres (Ático de libros, 2012). Un complemento indispensable para quienes quieren ir más allá del espectáculo olímpico y profundizar en la cultura y la historia de la ciudad del Támesis.

El libro, editado por Joan Eloi Roca, propone un triple viaje: en el espacio, hacia los monumentos londinenses; en el tiempo, hacia otras épocas de la his-toria; y en el espíritu, hacia las mentes más creativas de la literatura universal. Las crónicas históricas son el género más común de la obra. Comenzando

desde el principio, cuando Londinium fue fundada por comerciantes roma-nos en el año 43, hasta el emocionado discurso del príncipe Carlos en 1987, pasando por el Londres medieval y el moderno; el de la Gran Peste y el Gran Incendio de 1665 y 1666 respectiva-mente, quizás los dos peores años de su historia.

La obra también nos propone un re-corrido a través de 38 de los mayores escritores e intelectuales de todos los tiempos. Tácito (55-120) fue el primer gran historiador que aludió a la ciudad, cuando no era más que un enclave co-mercial periférico. Al gran cronista del Imperio romano le acompañan los textos de Beda el Venerable (672-735), considerado “padre de la historia ingle-sa”, del escritor romántico Washington Irving (1783-1859), del creador de Ro-binson Crusoe, Daniel Defoe (1660-1731), del paradigma de la novela vic-toriana, Charles Dickens (1812-1870), y del maestro de maestros de la novela psicológica, Fiodor Dostoievski (1821-1881). Las mejores páginas pertenecen

a los autores decimonónicos, muchos de ellos testigos del esplendor y las cloacas de la Revolución Industrial y la Época Victoriana.

El lector puede subir a la Torre de Londres, atravesar el puente sobre el Támesis o explorar las tumbas y las ca-pillas de la abadía de Westminster y la catedral de San Pablo

Los avatares de la ciudad y sus am-bientes lúbricos son temas muy con-curridos. John Evelyn y Samuel Pepys describen minuciosamente los incen-dios, pestes e invasiones que sufrió la urbe. Aunque Jack London era norte-americano y Rudyard Kipling nació en la India, ambos aparecen como ex-pertos guías turísticos londinenses. En otro tono, Oscar Wilde y James Boswell penetran en los bajos fondos del liber-tinaje y la prostitución (explícitos los diarios del segundo).

Esta guía literaria es, además, un paseo por algunos de los lugares em-blemáticos de la ciudad. El lector puede subir a la Torre de Londres, atravesar el puente sobre el Támesis o explorar las

tumbas y las capillas de la abadía de Westminster y la catedral de San Pablo. Puede optar por recrearse en los fuma-deros de opio y los barrios de prostitutas en el Haymarket, deleitarse con el pai-saje urbano del Picadilly Circus, trasno-char en los muelles cargados de niebla o despertar en los diáfanos amaneceres del Hyde Park.

A pesar de algunas ausencias inex-plicables, como la de Virginia Woolf (fantástica su descripción de la ciudad en Orlando), Arthur Conan Doyle (véa-se la saga de Sherlock Holmes) o Geor-ge Orwell (el autor de 1984 escribió el muy recomendable, Sin blanca en París y Londres), la Guía Literaria de Londres compone un fresco bastante completo de una de las ciudades más interesantes del mundo y demuestra que hay tantos Londres como habitantes y visitantes. Y tantos admiradores como maldicientes.