Poética de un atentado celeste: Selección de poemas- Joaquín Pasos

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Joaquín Pasos Poética de un atentado celeste SELECCIÓN DE POEMAS

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Joaquín Pasos

Poética de un atentado celesteSELECCIÓN DE POEMAS

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Ésta no es ella Esta no es ella, es el viento, es el aire que la llama; es su lugar, es su hueco vacío que la reclama. Es sólo el aire que espera, es la brisa que la aguarda, pero no es ella, no es ella, no es ella la que me habla; es una luz en espejos, es una sombra ocupada, es el coche de su cuerpo. ¡Sólo es el coche que pasa! Sólo es el árbol, la hoja que la cubre y la acompaña, es sólo su gesto que hunde dedos de sueño en la nada. Es el brazo que se abre, es la mano que me llama, pero no es ella, no es ella aunque ésa sea su cara. Ésa es la cara del viento ésa es la boca del aire, esa bandada de besos vuela dispersa y sin alas. ¿Para qué quiero este hueco que le sirviera de almohada, si al llenarlo ofrece el pecho sólo un suspiro fantasma? ¿Para qué esta ausencia viva que crece dentro del alma? ¿Para qué el aire, este aire que con cara se disfraza? Allí donde estaba un cuerpo sólo un recuerdo se planta: y allí donde había voces, cadáveres de palabras… Hay una torre de iglesia que ha perdido sus campanas, hay una fuente en el monte que se ha quedado sin agua; cerca de un rosal sin rosas nace un día sin mañana, y en este hueco del viento donde estuviera entregada, sólo un vacío desnudo en forma de una muchacha.

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Imagen de la niña del pelo Barco que deja lentamente el puerto en medio de la noche, con rumores de oscuras aguas sordas removidas. Barco que ya se va, como una sombra que estuvo atada y que se suelta y huye hacia el mar de las sombras fugitivas. Recuerdo duro y vivo como un barco que apenas marca un tránsito de espumas en su nocturna huida de mi pecho. Ahora busco el mar y no hay caminos; sólo está el agua ciega que palpita turbada por el paso de los sueños. Siento un golpe de olas en la sangre que llama con su fuerza de agua sólida a la puerta de un puerto que se duerme. El viento se retira, y vuelve acaso despertando en la espuma los deseos de luchar con las algas bajo el muelle. Lucha con mano armada de cabellos, de cables que izan barcos y halan puertos y que pesca un amor con sólo un pelo. Estar bajo el jazmín, la casa sola, el viejo patio con su piedra en flor, y los sueños cayendo como pétalos en el silencio que produce olor. El viento mece la delgada rama que hiere al descubierto corazón, tengo toda la cara sumergida entre las hojas del jazmín en flor. Se olvida la raíz, se olvida el árbol, hasta se olvida la secreta fuente, muriendo así en el pelo de tu espalda y soñando vivir frente a tu frente. Resbala el tiempo entre las hebras claras y rueda, perfumado, por el suelo; en un instante quedan encerrados la luna, el sol, el mar, la tierra, el cielo… Que no me hablen del mar ni de la espuma ni de ese mar que en tu mirar se abisma, esta ausencia es más sola que un milagro este perderme así más que tú misma. Esto no es aire, es el espacio puro, el momento colgado con un nido mientras nosotros en la tierra, mientras mecen palmas arriba, en el olvido. Pero oigo venir tu sangre a gritos siento que sube tu pudor del suelo,

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me haces sentir que tengo, estremecida y ¡desnuda!, mi mano entre tu pelo. Tu pecho de oro en pájaro se encumbra, tormenta de campanas que arden locas, miles de ojos se encienden de penumbra, relámpagos de sangre abren las bocas. Como el agua brotando de las rocas el fuego sale, en púrpura te alumbra, y pues mi fuego con tu fuego tocas ya mi mano desnuda se acostumbra. El árbol loco por el ansia breve hace llover su perfumada nieve en alabastro diáfano y sonoro. Y la cabeza en luz, perfume y fuego —cabellera en batalla—, deja luego el suelo lleno de jazmines de oro. Colmado ya el delirio de la mano que al vaso breve le robó su vino, esta historia se sienta junto al piano. Sobre el piano el jazmín, en vaso muerto —mármol de tu perfume—, mudo al trino que en baile lleva de la sala al huerto. La mano tuya va, y la mano mía, mi mano al seno alude en vano acecho al compás de redonda melodía. En el ritmo en tambor, tu pie derecho sube y baja el pedal, como el corpiño que sube y baja el escondido pecho. Jugando estás con música de niño, la música en tu pecho se menea, se menea, se sale del corpiño; el sonido te envuelve en su marea, te baja al suelo y hasta el cielo te alza esta vuelta de vals que te rodea, este amor cadencioso que te valsa, esta armonía que en los ojos juega, esta nota infantil que te descalza. Una estatua desnuda en la memoria marca tu clara fuga, tu albo término. En viento va tu imagen reflejada y tu pelo en sus ondas va hacia el río. Esto que bebo en aire, en agua, en nada, esto que pasa en olas submarinas con el líquido tiempo que no moja, esto que llora como un sueño herido, que huye como música espantada, como pájaro blanco que se duerme en pleno vuelo sobre el mar callado, esto que siento en el reloj de pecho

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como nocturno ruido que se acuesta, como despertador que se levanta y, sin embargo, voy a la cocina, regreso al patio, entro de nuevo al baño con mi pequeño llanto atado al cuello, oigo el rumor sin ti de agua corriente, recojo un cachivache de tu hermano, toco una silla, vuelvo, voy adentro a ver si encuentro en el jazmín tu huella si dejaste una marca en la carpeta o una nota en bemol dentro del piano… sólo el tiempo tenaz que cabecea sobre este cofre negro y solitario, sólo una fruta muerta en la despensa, bajo el jazmín sólo la oscura tierra, lo borrado, lo neutro, lo cualquiera, lo que no es tuyo ya, pero que salvo de este naufragio loco a pura fuerza halando con un pelo, sólo un pelo en este mar preñado de tu ausencia donde se hunden las voces como pétalos donde el sueño ya es sueño que se duerme donde se acaba este pequeño mundo donde tus ojos últimos se pierden.

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Inocencia del mar Donde la soledad con mar, el agua triste sentada peina su cabello en algas, donde una descansada de olas lánguidas marca su cuerpo macerado en llanto, allí donde la huella de un pie humano es profundamente animal, casi un milagro el primer ser que apareció del agua, la primer violación de la materia, seguida de otras muchas como pájaros muertos, relojes descompuestos, plantas de flores incómodas, zapatos viejos. Las hijas de Dios que con el peso de la creación brotaron livianas de las sombras, las que soportan ahora los pecados navegables, los vicios flotantes, las que comunican a la tierra del fondo con la tierra de la superficie, las sufridas aguas sin defensa sin culpas, sin lagrimas propias sin tiempo, disfrazándose de azul para los niños, llevando a los ancianos un ramillete de espumas, poniendo en la boca de las mujeres el sabor de abismo pero el hombre golpeando su piel, enfureciendo sus instintos de madre, hiriéndolas, agitándolas, abriendo por último su enorme seno de paridora para hurgar los tesoros de su gran basurero de cristal. Pero esto es nada para su cuerpo paciente de ballena. Es nada, digo, pues al fin el pez nada y el agua goza. Para los dulces pescadores sin caña para las piernas húmedas, su ternura de elefante de ojos tristes su lamido de monstruo agradecido y manso. Para este mundo extraño de hombres con cabezas, su anchura en aburrido abrazo su imbecilidad más cariñosa que un cordero. Son cosas tristes, pero el mar ya hizo su costumbre en ellas. Decir que la vida es mala, que los sueños de los hombres dirigen el universo, hablar de poesía, de amor, de dinero, de cosas que el mar no entiende, de cosas que el mar no habla, luchar así contra su pecho puro, pretender incendiar sus aguas con un fósforo, cuando sólo la llama de Dios puede encenderlo.

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El hombre es malo y el mar apenas toma pequeñas venganzas personales. Sufre más su seno con un barco hundido que el placer ligero de su boca en el naufragio. Las cosas que son mar, la mar de cosas, la primera es la cosa soledad. En la arena, en la ola y en la espuma, en una hoja, un vidrio, una teja, un cadáver de pez, un alga rota, un zapato, un zapato submarino, una callada concha que suena a soledad. La soledad con mar, el agua sola. He aquí el amor del mar, su pasión íntima, su fuerte virginidad no derrotada. El hombre empuja pero el mar resiste en su gruesa pared de oscuro líquido. Es la invencible fuerza o luz o nada, que sube desde el fondo y va hasta el cielo haciendo el mar, el mar y, sólo, el mar. El ancho, el grande, el hondo, el solo mar, el mar bastante, el suficiente mar. Viene después la espuma, y es en ella donde el crimen del hombre sale a flote con el madero ennegrecido y roto con la rosa podrida. La garganta del mar hierve de cieno la sangre mana de su inmensa herida. De los oscuros pensamientos íntimos, de la perfidia en forma de argumento que cayó como un cuerpo de algún barco, de las almas sucias de los ríos que los hombres usan para lavarse las manos, de las malas entrañas de los muertos, de los pecados hondos y secretos, de allí brota la espuma, el zumo verde. Porque usamos el mar como una meta, el fin de nuestra tierra está en el mar, porque al mar van rodando nuestras cosas, las cosas que son mar y no son mar. El mar recibe, al recibir abraza, el mar nos ama en sordo sacrificio, el mar está presente a nuestra pena, siempre dispuesto a nuestra suciedad. Señores, basta una nube para averiguar la verdad. Basta mirar el aire con los ojos bien abiertos.

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Basta un pájaro, una sombra en el agua, un rumor de ola. ¡Basta!

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Mutta parola Aquí viven las palabras y yo quiero estar protegido ante ellas porque cada una oculta bajo su abrigo a un niño muerto y su cara está terriblemente adornada con un bigote y pequeños

espejuelos. Porque lo peor del mundo es una palabra: dicha o no dicha. No la dejes venir, esa palabra china, amarilla y amarilla; esa palabra esperanto, camaleónica como la Liga de las Naciones y esa palabra española que suena a las orejas occidentales como la campanilla de una iglesia misionera en San Francisco. Todas ellas tienen un color sucio; las palabras rusas —manchadas como la nieve ensangrentada; las francesas —servilletas con gotas de vino y miel; las oxidadas alemanas; las cuerdas de la mandolina italiana con sonido podrido y esas palabras inglesas —buenas para todos los exiguos

movimientos, pero vivas! Tíralas y dale al hombre el derecho de hablar su propia lengua, aún no conocida. Toma de mí el léxico entero. Corta de mi lengua cualquier otra lengua. Y, esta tarde, déjame ver las imágenes del libro blanco del Silencio.

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Mutta parola Here are the words and I want to be protected against them because everyone of the hides under its coat a dead child and its face is awfully flowered with a mustache and a pair of spectacles. Because the worst on the world is a word: said or unsaid. Don´t let her come, that Chinese word, yellow and yellow; that Speranto word, camaleonian like the League of Nations; that Spanish word that sounds to western ears like the tiny bell of a mission church in San Francisco. They all have a dirty color; the Russian words, spotted like the bloody snow; the French ones, napkins with drops of wine and honey; the iron-oxide German ones; the Italian mandoline´s strings of rotten sound, and these English words, good for all that means movement, but life! Throw them away, and give to man the right to speak his own language, yet unknown. Take from me the whole lexicon. Cut from my tongue any tongue. And, this afternoon, let me see the pictures of the white book of Silence.

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Canción canción a la mujer mujer Poema irritante Yo vi a una mujer esta mañana en una ventana. Ella quería cantar, pero el sol se le hizo agua en la boca. (Aquí se dicen todas las imprudencias) Yo vi a una mujer a todo correr. ¡Qué viento tan horroroso! (Aquí se grita y se patea) Yo vi a una mujer haciendo así, sin querer, (Aquí se pregunta: ¿cómo hizo?) Yo vi a una mujer sentada zurciendo una ilusión desgarrada. (Aquí no se dice nada) Yo vi a una mujer. Mujer mujer. (Aquí cae uno muerto)

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Liebpostal Una casa. Un árbol. Un camino. Un perro. La casa blanca. El árbol verde. El camino plomo. El perro

negro. El árbol verde junto al camino plomo. El perro negro junto

a la casa blanca. El perro negro sobre el camino plomo. El árbol verde sobre

la casa blanca. El camino plomo se aleja del árbol verde. El perro negro

entra en la casa blanca. Sin perro negro, sin camino plomo.

Solos. Locos de gozo. El árbol verde y la casa blanca.

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Raudal La corriente estaba muy fuerte y un verde vigor agitaba sus dedos en medio del canal. ¡Blancos dedos casi de humo! Así es como el agua masca con reprimida cólera, así golpea cabeza contra cabeza, mientras giran como viejos borrachos las hojas secas. Contra la piedra el pecho; dale a ver si se quiebra, si responde al llamado de los ruidos del bosque, a ese deseo ventoso de morir con alarde. Cuando se hacía el mundo, se oían algunos silbidos que las ramas recuerdan. También el aire raspa las axilas del río como amaneciendo en un día silencioso lleno de dinosaurios de la luz pura acabada de ordeñar. Adentro, en el concierto sordo de las aguas de prisa que forcejean con sus trompas de vidrio, el hombro grueso y liquido resbala sobre un cementerio de arena. Para mecer ojos de piratas de turbios cristalinos, para triturar extremidades y remos de madera y machacar cráneos y cascos naufragados… Y luego la orgullosa furia de estallar soles contra la punta del risco más ávida de sienes… ¡Dale a ver si se quiebra, si la manada de cerdos grises se hartará las estrellas y también sus tallos y sus hojas! Cuando el bosque caliente esconda su cabeza y esto se vuelva más frío de tanto sudar pájaros, cuando el agua te demuestre que no vale más un pez en la

mano, ni un fruto por caer ya cumplida su misión aérea; con aboles y gente de desprendidas raíces lodosas y el raudal no aparenta ser pavoroso sino un corazón gigante de pescado bramando entre las rocas contra la piedra el pecho, y de repente, arriba, el gran cielo, el enorme cielo persiguiendo a un pajarillo… Y , aún golpeado, el río sigue su mundo, van los remeros ayudándole y las hojas caídas, con los ojos cerrados… ¡Aún es larga la herida, de aquí al mar!

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Grande poema del amor fuerte Mi amor está con las alas abiertas sobre el mar. —Costas, aguas y espumas. Mi amor brilla como las aguas sobre las aguas. El mar es redondo. El mar es pequeño. Mi amor es un alga marina. Mi amor es como un pájaro. Mi amor es una perla de luz que crece con

la mañana. Quiero sembrar un árbol con esta ilusión que tengo. Yo quiero un cielo grande como un patio para dejar

resbalar mi amor. Sobre rieles de viento. Mi amor es azul y claro. Quiero hacer florecer esta rosa en capullo. Que tengo sembrada en el bolsillo. Sol, ¡sol!, ¡sol! Y agua. Mi amor es un muchacho esbelto dentro de una chaqueta. Yo lo agarro y lo pongo sobre la mesa como un muñeco y él vive con sus ojos inmensos. Mi amor es un niño que imita el pito del automóvil. Por la calle, yo llevo mi amor como una culebra faldera, amarrada del pescuezo por un hilo, y ella se abraza a la calle y dibuja la silueta del terreno. Crece, crece, pompita de jabón. Jocote en la punta de una rama madura, botella del vidriero, chimbomba de hule en la boca de un niño. Todo. Porque es esférico completamente y se envuelve todo. Y porque está cerrado sin juntura. Deja que la pelota de mi amor, brinque en los peldaños de la escalera y caiga en el agua de tu estanque. (Mi amor, es fresco y suave como la languidez de tus cabellos.)

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Mi amor, mujer, es como tú misma. ¿Por qué ha estallado esta flor? Mi amor está con las alas abiertas sobre el mundo. Mi amor brilla como el mundo sobre el mundo. Mi mundo es redondo. ¿El mundo es pequeño? —Mi amor es un mundo.

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Esto es la fotografía de una niña Desde el puente de tu frente se divisan las estaciones de las conversaciones y tras las lejanas ventanas de tus retinas, pasan en vaivenes los trenes lentos de tus pensamientos. En las lindas montañas de tus pestañas trepan las cabras de mis palabras y yo quiebro mi cerebro y bajo por el atajo de las pláticas estáticas para hablar contigo vis-à-vis y vos-a-vos. Cajón de frases perdidas, urdidas tras un viejo telón, tu alma se acuesta sobre la calma de esta siesta y llora la hora, mientras tu ternura apura en el veneno de tu seno tu última aventura. Luego el fuego, la mirada abrasada y la inutilizada protesta de esta fiesta en tus ojos rojos… Pero tu mano cálida como el verano me da una impresión de pajarito chiquito en confesión y ante la porosidad de tu sinceridad, llora de verdad el acordeón de mi corazón. Al son del solo de violoncelo pasamos del salón al silencio y nos sentamos sobre los celos, encendiendo los cigarrillos del desacuerdo, y tú persigues la seriedad inusitada y la suave seguridad de la compostura clásica, pero tus senos te acusan saltando en un sube-y-baja. En las ventanas de los cuadros se asoman nuestros antepasados, con sus ojos llenos de Historia Patria y sus orejas cargadas de recuerdos, acuciosos ante la escena obscena, pero yo estoy tranquilo, como un museo y tengo mis sensaciones quietas puestas sobre ti, como los sombreros en la percha, junto a la garúa del parpadeo de tus ojos

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me cobijo en el maderamen de tus cabellos, y percibo que eres húmeda como la sombra de un paraguas. Pero tu cabeza está tiesa con su moña ñoña y siento en tus piernas tiernas y en tus pies al revés, las perezas de las patas de las mesas y las cosquillas de las ancas de las sillas. Yo tengo la serenidad de un pilar, pero nuestros abuelos chatos como platos ¡qué flatos pasan en sus retratos! Tus miradas cargadas de babosadas ponen mi corazón acurrucado como un puño cerrado mientras el tuyo está inquieto como un secreto. Ahora es la hora en que cierras tus ojos flojos. Yo abro los paisajes de mis viajes, y uno a uno, en el pecho taladro los pasajes de la cita, y eres una casita que se durmió sobre su propio techo, en el rincón más mimado del cuadro. Pero amargo el momento de la despedida, cuando siento tu pensamiento como un tren de carga en la partida, cuando la ternura de tus besos tiene la premura de los expresos y me asomo por última vez a tus retinas para ver las colinas de mi amor en preñez, mientras tú tienes la fiebre de la liebre, el recato del pato y la estupidez del pez. Pero eres tan sencilla como una bacinilla.

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Canto de guerra de las cosas

[Frates]: ...Existimo enim quod non sunt condignae passiones hujus temporis ad futuram gloriam, quae revelabitur in nobis Nam exspectatio creaturae revelationem filiorum Dei exspectat. Vanitati enim creatura subjecta est non volens, sed propter eum qui subjecit eam in spe: quia el ipsa creatura liberabitur a servitute corruptionis in libertatem gloriae filiorum Dei... Scimus enim quod omnis creaturae ingemiscit, et parturit usque adhuc. Paulus ad Rom.8, 18-23

Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra, si es que llegáis a viejos, si es que entonces quedó alguna piedra. Vuestros hijos amarán al viejo cobre, al hierro fiel. Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras

familias, trataréis al noble plomo con la decencias que corresponde a

su carácter dulce; os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre; con el bronce considerándolo como hermano del oro, porque el oro no fue a la guerra por vosotros, el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño

mimado, vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido

acero… Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro, si es que llegáis a viejos, si es que entonces quedó algún oro. El agua es la única eternidad de la sangre. Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre. Su violento anhelo de viento y cielo, hecho sangre. Mañana dirán que la sangre se hizo polvo, mañana estará seca la sangre. Ni sudor, ni lágrimas, ni orina podrán llenar el hueco del corazón vacío. Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro

palpitante, la constancia viva de un grifo, el grueso líquido. El río se encargará de los riñones destrozados y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano

que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.

Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre. Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado

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sin dolor. Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro

cuerpo de metal igual al del soldado de plomo que no muere, que no pide, Señor, la gracia de no ser humillado por tus

obras, como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo, que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos, que por tu metal admitirá una bala en su pecho, que por tu agua devolverá su sangre. Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir

otro cuchillo.

Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte, porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño, aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes, y la ametralladora sigue ardiendo de deseos y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la

carne. Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas, si los campos no están sembrados de bayonetas, si no han reventado a su tiempo las granadas… decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo que no sea un fecundo nido de bombas robustas; decid si este diluvio de fuego líquido no es más hermoso y más terrible que el de Noé, sin que haya un arca de acero que resista ni un avión que regrese con la rama de olivo!

Vosotros, dominadores del cristal, he aquí vuestros vidrios

fundidos. Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica, vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros

corazones de bakelita, vuestros risibles y hediondos pies de hule, todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas, como se funde y escapa con rencor el acero que ha

sostenido una estatua. Los marineros están un poco excitados. Algo les turba su

viaje. Se asoman a la borda y escudriñan el agua, se asoman a la torre y escudriñan el aire. Pero no hay nada. No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros. Señor capitán, ¿a dónde vamos? Lo sabremos más tarde. Cuando hayamos llegado. Los marineros quieren lanzar el ancla, los marineros quieren saber qué pasa. Pero no es nada. Están un poco excitados.

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El agua del mar tiene un sabor más amargo, el viento del mar es demasiado pesado. Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje, los marineros se pregunta ¿qué pasa? Con las manos, han perdido el habla. No pasa nada. Están un poco excitados. Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.

No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los

juegos de la cábala. En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las de

navegar. Todos los signos llevaban a su signo. Izaba su bandera sin color, fantasma de bandera para ser

pintada con colores de sangre de fantasma, bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba al

viento. Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si

fuera viniendo. Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y

besaba a cada hombre. Acariciaba cada cosas con sus dedos suaves de sobadora de

marfil. Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía; cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la

trompa. Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas, sobre el río de todos los puentes, por el cielo de todas las ventanas. Era la misma vida que flota ciega en las calles como una

niebla borracha. Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de

mendigos, era un diluvio en al aire. Era tenaz, y también dulce, como el tiempo. Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio, con el hueco de un corazón fugitivo, con la sombra del cuerpo con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio, con el espacio vacío de una mano si dueño, con los labios heridos con los párpados sin sueño, con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del

resentimiento y el narciso, con el hombro izquierdo con el hombro que carga las flores y el vino, con las uñas que aún están adentro y no han salido, con el porvenir sin premio con el pasado sin castigo,

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con el aliento, con el silbido, con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de

líquido con el último verso del último libro. Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.

Somos la orquídea del acero, florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la

espada, somos una vegetación de sangre, somos flores de carne que chorrean sangre, somos la muerte recién podada que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un

inmenso jardín de muertes. Como la enredadera púrpura de filosa raíz, que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre y sube y baja según su peligrosa marea. Así hemos inundado el pecho de los vivos, somos la selva que avanza. Somos la tierra presente. Vegetal y podrida. Pantano corrompido que burbujea mariposas y arco iris. Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos

llorosos, nuestro dolor brillante en carne viva, oh santa y hedionda tierra nuestra, humus humanos. Desde mi gris sube mi ávida mirada, mi ojo viejo y tardo, ya encanecido, desde el fondo de un vértigo lamoso sin negro y sin color completamente ciego. Asciendo como topo hacia un aire que huele mi vista, el ojo de mi olfato, y el murciélago todo hecho de sonido. aquí la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo puede imaginar si vamos o venimos, pero venimos, sí, desde mi fondo espeso, pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos y en esta cruel mudez que quiere cantar. Como un súbito amanecer que la sangre dibuja irrumpe el violento deseo de sufrir, y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne y el rabioso corazón ladrando en la puerta. Y en la puerta un cubo que se palpa y un camino verde bajo los pies hasta el pozo, hasta más hondo aún, hasta el agua, y en el agua una palabra samaritana

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hasta más hondo aún, hasta el beso. Del mar opaco que me empuja llevo en mi sangre el hueco de su ola, el hueco de su huída, un precipicio de sal aposentada. Si algo traigo para decir, dispensadme, en el bello camino lo he olvidado. Por un descuido me comí la espuma, perdonadme, que vengo enamorado. Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces. Pájaros muertos, árboles sin riego. Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo. No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno, y parece que la vida se ha marchado hacia el país del

trueno. Tú, que viste en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza, tú, la invitada al viento en fiesta, tú, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas,

sobre la verja tú que miraste un caballo del tiovivo quedar sobre la grama como esperando que lo montasen

los niños de la escuela, asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.

Los frutos no maduran en este aire dormido sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos, y hasta los insectos se equivocan en esta primavera

sonámbula sin sentido. La naturaleza tiene ausente a su marido. No tienen ni fuerzas suficientes para morir las semillas del

cultivo y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de la

boca del hombre herido. Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del

olvido, débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre

mármoles inscritos. Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo. ¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido! ¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido! ¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo! Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo. He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos, el dolor verdadero. Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado en

seco. No es un dolor por los heridos ni por los muertos, ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de

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lamentos ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos

de huérfanos. Es el dolor entero. No pueden haber lágrimas ni duelo ni palabras ni recuerdos, pues nada cabe ya dentro del pecho. Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio. Todos los hombres del mundo forman un solo espectro. En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto vacío o lleno. Las vidas de los que quedan están con huecos, tienen vacíos completos, como si se hubieran sacado bocados de carne de sus

cuerpos. Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho, para ver cielos e infiernos. Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros: a través brilla un sol blanco, a través un astro negro. Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero: puedes pasar en el aire, a través de ella, tus dedos! He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo, días, cosas, almas, fuego. Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.

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