Poulantzas, N. - Las Clases Sociales en El Capitalismo Actual [Fragmento] [1976]

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Autor: Nicos Poulantzas Libro: Las clases sociales en el capitalismo actual Año: 1976 Sobre el papel actual del Estado Todas estas observaciones y precisiones no excluyen, naturalmente, el hecho de que sucedan modificaciones importantes no sólo en la forma de Estado intervencionista respecto del “Estado liberal” del capitalismo competitivo, sino igualmente en el seno del Estado intervencionista según las fases del capitalismo monopolista. Las características propias de esas fases -de transición, de consolidación, y la fase actual-, las Codificaciones, pues, de las relaciones de producción capitalistas, sus Rectos sobre los demás modos y formas de producción, los grados de nacionalización que -marcan estas fases y que se traducen en relaciones particulares en el seno del bloque en el poder, ejercen efectos sobre las “funciones económicas” del Estado, el desplazamiento del predominio hacia el Estado y la relación del Estado con la hegemonía de clase según las fases del capitalismo monopolista. Así no cabe duda que asistimos, en la fase actual del imperialismo, a la aparición, en el seno de las metrópolis imperialistas, de modificaciones importantes del Estado intervencionista, que no pueden ser comprendidas más que teniendo en cuenta el conjunto de las luchas de clase actuales en las metrópolis. En especial, las “intervenciones económicas” del Estado jamás fueron tan marcadas, y el desplazamiento del predominio al Estado tan pronunciado como en la fase actual. Este papel (del Estado en favor del capital monopolista) se debe finalmente, en la fase actual, a la vez que a sus funciones tradicionales, a las funciones decisivas que ejerce: 1] en la forma actual de internacionalización de las relaciones capitalistas por la reproducción inducida del capital imperialista dominante en el seno mismo de las metrópolis, en la extensión paralela hacia el exterior de su propia burguesía, y en la reproducción de las nuevas formas de división social imperialista del trabajo: funciones que se han analizado en el ensayo precedente; 2] en las formas actuales de reabsorción de la diferencia entre propiedad económica y posesión correspondiente a la extensión de la explotación monopolista y a las formas dominantes de la explotación intensiva del trabajo: ahí es donde reside, entre otros, el papel actual del Estado en la centralización financiera, pero también en la concentración por la “reestructuración” o la “modernización industrial”, papel particularmente claro en Francia con el 6o. Plan; en cierto aspecto, su papel en las compras públicas, incluidos los gastos militares, etc.; 3] en los efectos actualmente dominantes de disolución de las demás formas de producción por el capitalismo 'monopolista: papel del Estado en la eliminación de la pequeña burguesía tradicional, en la dominación del capital monopolista sobre el capital no monopolista, en la penetración y la extensión del capital monopolista en el seno de la agricultura y el éxodo de los campos, etc. Aquí es principalmente donde se encuentra el papel de la financiación pública; 4] en fin, en la aplicación directa de las contratendencias principales a la baja tendencial de la tasa de beneficio, a saber: 1

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Autor: Nicos PoulantzasLibro: Las clases sociales en el capitalismo actualAño: 1976

Sobre el papel actual del Estado

Todas estas observaciones y precisiones no excluyen, naturalmente, el hecho de que sucedan modificaciones importantes no sólo en la forma de Estado intervencionista respecto del “Estado liberal” del capitalismo competitivo, sino igualmente en el seno del Estado intervencionista según las fases del capitalismo monopolista. Las características propias de esas fases -de transición, de consolidación, y la fase actual-, las Codificaciones, pues, de las relaciones de producción capitalistas, sus Rectos sobre los demás modos y formas de producción, los grados de nacionalización que -marcan estas fases y que se traducen en relaciones particulares en el seno del bloque en el poder, ejercen efectos sobre las “funciones económicas” del Estado, el desplazamiento del predominio hacia el Estado y la relación del Estado con la hegemonía de clase según las fases del capitalismo monopolista.

Así no cabe duda que asistimos, en la fase actual del imperialismo, a la aparición, en el seno de las metrópolis imperialistas, de modificaciones importantes del Estado intervencionista, que no pueden ser comprendidas más que teniendo en cuenta el conjunto de las luchas de clase actuales en las metrópolis. En especial, las “intervenciones económicas” del Estado jamás fueron tan marcadas, y el desplazamiento del predominio al Estado tan pronunciado como en la fase actual. Este papel (del Estado en favor del capital monopolista) se debe finalmente, en la fase actual, a la vez que a sus funciones tradicionales, a las funciones decisivas que ejerce:

1] en la forma actual de internacionalización de las relaciones capitalistas por la reproducción inducida del capital imperialista dominante en el seno mismo de las metrópolis, en la extensión paralela hacia el exterior de su propia burguesía, y en la reproducción de las nuevas formas de división social imperialista del trabajo: funciones que se han analizado en el ensayo precedente;

2] en las formas actuales de reabsorción de la diferencia entre propiedad económica y posesión correspondiente a la extensión de la explotación monopolista y a las formas dominantes de la explotación intensiva del trabajo: ahí es donde reside, entre otros, el papel actual del Estado en la centralización financiera, pero también en la concentración por la “reestructuración” o la “modernización industrial”, papel particularmente claro en Francia con el 6o. Plan; en cierto aspecto, su papel en las compras públicas, incluidos los gastos militares, etc.;

3] en los efectos actualmente dominantes de disolución de las demás formas de producción por el capitalismo 'monopolista: papel del Estado en la eliminación de la pequeña burguesía tradicional, en la dominación del capital monopolista sobre el capital no monopolista, en la penetración y la extensión del capital monopolista en el seno de la agricultura y el éxodo de los campos, etc. Aquí es principalmente donde se encuentra el papel de la financiación pública;

4] en fin, en la aplicación directa de las contratendencias principales a la baja tendencial de la tasa de beneficio, a saber:

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a) en las propias formas actuales de explotación intensiva del trabajo por la vía indirecta de la intervención del Estado en la productividad del trabajo y la extracción del plusvalor relativo: papel del Estado en la investigación científica y las innovaciones tecnológicas, en la reproducción de la fuerza de trabajo por el rodeo de su “calificación” escolar (escuela, educación permanente, etc.), de la urbanización, de los transportes, del dominio “salubridad”, de los equipos colectivos;58

b) en la desvalorización paralela de determinadas partes del capital constante, en las nuevas condiciones de establecimiento de la tasa media de provecho; éste es uno de los aspectos de la “modernización industrial” de las inversiones públicas, etc.

En suma, se trata de un conjunto de modificaciones que señalan el papel y el lugar del Estado, y que marcan las formas actuales de reproducción ampliada del capital. Pero no se trata, en las observaciones anteriores, de dar la lista limitativa de las intervenciones actuales del Estado. De lo que se trata, es de establecer modificaciones estructurales principales que rigen sus intervenciones, y no de operar una enumeración descriptiva o un recuento de éstas. Se podría, de hecho, mencionar toda una serie de otras intervenciones, muy importantes, del Estado, desde las ejercidas en el mercado del trabajo (la “política de las ganancias”), hasta las propias de los dominios de la distribución, del “consumo colectivo”, etc. Pero todas dependen y derivan finalmente de las modificaciones que acabo de señalar.

Esto me conduce a otra observación: las nuevas intervenciones del Estado de que tratamos aquí no se manifiestan siempre, directamente y en su conjunto, como “intervenciones económicas”, en el sentido estricto que este término podría revestir en el estadio del capitalismo competitivo: intervenciones sobre el “mercado” y en la construcción de la “infraestructura económica”, ferrocarriles, por ejemplo. Lo cual ha conducido a numerosos análisis según los cuales se trataría, actualmente, de una contracción de las “intervenciones económicas” del Estado, tomadas directamente a su cargo por los monopolios privados (organización del mercado, construcción de las autopistas, etc.), y de un aumento de sus intervenciones “sociales” y “políticas”.60

Esto me parece errónea, precisamente en el sentido en que se aplican, en estos análisis, términos tomados sin variación de un campo de aplicación que es el del capitalismo competitivo.61 En este estadio, marcado por el predominio de lo económico y de la explotación intensiva del trabajo, podría aún establecerse una distinción relativa entre las intervenciones del Estado en la reproducción ampliada de las condiciones de la producción, de una parte, y las intervenciones económicas directas del Estado, de otra; sin que esto quiera decir que dichas intervenciones fueran, en tal estadio, neutras y disociadas de las intervenciones político-sociales del Estado. Pero en el estadio actual y sobre todo en la fase actual, marcados por el papel dominante del Estado y el desplazamiento del predominio hacia la explotación intensiva del trabajo, ya no es el caso. Las propias “condiciones” políticas e ideológicas de la producción intervienen directamente en el proceso de reproducción ampliada del capital: constituyen sus propias formas de existencia.Dicho de otro modo, se trata de una nueva relación de lo político, de la ideología y de lo económico, que trasforma los propios campos y contenidos de dichos términos, en el sentido de que el espacio de la producción se reorganiza “en función” de las condiciones políticas e ideológicas de la reproducción, siendo ya a este respecto las intervenciones del Estado, como tales, intervenciones económicas.62. Es así indiscutible que, en la medida en que el papel dominante del Estado marca de manera creciente estas formaciones, y en que la dominación económica y la hegemonía política del capital monopolista se afirman de manera masiva, el Estado actual tiende cada vez más a reflejar esta situación: el juego de

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su autonomía relativa frente a la fracción hegemónica, el capital monopolista, se inscribe dentro de limites mucho más restringidos que en el. pasado. Desde el punto de vista del bloque en el poder, la restricción de estos límites no es, por otra parte, sino el efecto, entre otros, de la dependencia ampliamente realizada del capital no monopolista respecto del capital monopolista, y del hecho de que el capital no monopolista ha cesado en lo sucesivo, excepto en raras coyunturas precisas, de revestir el papel de una fuerza social autónoma.

2. Así, situando exactamente la relación actual entre el Estado y el campo de las contradicciones de clase, es como pueden solucionarse una serie de problemas adyacentes planteados por el papel actual del Estado:

a] De una parte, se hace evidente que este papel actual del Estado no puede en absoluto ser comprendido en el sentido de un “capitalismo organizado” que, por el rodeo de una “instancia racionalizante”, hubiera superado las contradicciones propias de lo que en general se designa como “anarquía de la producción”, y que no es finalmente otra cosa que la cristalización de las contradicciones de clase. El Estado cumple ciertamente el papel general de factor de cohesión de la formación social, es decir, un papel general de “organización” y de “regulación”; pero este papel no es distinto de sus funciones respecto de la lucha de clases: es la expresión concentrada de la hegemonía de clase. Lo cual equivale a tachar de falsas una serie de concepciones (que fueron ya de Keynes) relativas especialmente a la planificación capitalista —véase el Plan de Francia-, considerada como política “racional” y “coherente” de un aparato parcialmente “técnico” y “neutro”, que ha logrado neutralizar o conciliar las contradicciones capitalistas. Estas concepciones, repercutidas en el movimiento obrero por toda la corriente de la “revolución desde arriba”, es decir, por la creencia en un paso al socialismo sólo por la vía indirecta del Estado (Estado-providencia, incluso socialismo de Estado), pueden presentarse bajo varias formas. No basta, a este respecto, recordar, contra los análisis tecnocráticos actuales de tipo Galbraith, que la competencia capitalista se reproduce constantemente bajo el capitalismo monopolista, y que el aparato administrativo de Estado (el cuerpo burocrático) no puede concebirse como dotado de una voluntad y de un poder propios, imponiendo su política al conjunto de la sociedad. Hay que ir más lejos y subrayar, contra la concepción misma del capitalismo monopolista de Estado:

1] las contradicciones en el seno del bloque en el poder, efectos de la contradicción principal, que vedan precisamente considerar el terreno de dominación de clase como ocupado por una sola fracción, los grandes monopolios, abstractamente unificada e integrada, que cristaliza por el Estado-instrumento una política coherente unívoca;

2] el hecho de que no se puede hablar de ningún “núcleo racional” de la planificación capitalista como tal, correspondiente a un nivel cualquiera de las fuerzas productivas en sí, que las contradicciones de clase vendrían simplemente a sobredeterminar pervirtiendo su aspecto racional intrínseco. La planificación capitalista, en el sentido de un dominio efectivo de las contradicciones de la reproducción capitalista, es propiamente increíble (mito del capitalismo organizado);63 a lo cual corren el peligro de conducir los análisis del capitalismo monopolista de Estado, incluso si esta conclusión se halla expresamente combatida por sus autores. De hecho, repitámoslo, el papel actual del Estado y sus intervenciones son la condensación contradictoria de una relación de fuerzas, en oposición a la antigua, pero prodigiosamente persistente, concepción idealista burguesa que, de Hegel a Weber y a Keynes, ve en el Estado el núcleo racional de la “sociedad civil”. Para aportar, por lo demás, un ejemplo conexo en apoyo de estos análisis, me limitaré a señalar el funcionamiento actual, absolutamente capitalista, del sector nacionalizada.64 Lo cual no quiere decir, indudablemente, que la

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planificación sea una ilusión; corresponde a la vez a la lógica de la reproducción monopolista, y a la de la política actual del Estado como aparato político precisamente.

3] Pero, de otro lado, y en parte como reacción a las tesis del capitalismo monopolista de Estado, encontramos una serie de análisis actuales de la izquierda, a los que ya he aludido, y que ponen pura y simplemente a discusión el papel actualmente decisivo del Estado. El Estado habría sido vaciado de su “poder” frente al “poder concentrado” de los monopolios. No debemos ocultarnos que esto tiene el peligro de conducir a una posición política muy discutible, parcialmente recubierta por el debate actual sobre la “autogestión”, término que comprende numerosos aspectos políticos positivos: el objetivo principal de la lucha política no sería ya actualmente el Estado, en lo sucesivo envoltura vacía del capitalismo, sino únicamente el poder del capital en las empresas. Y no quiero decir con ello que las tesis sobre la autogestión coincidan necesariamente con estas posiciones; sin embargo, no hay más remedio que caer en la cuenta de que las posiciones sobre la “autogestión” y las relativas a la “contracción actual” del papel del Estado corren a veces parejas.

3. Estos elementos, conjugados con las formas actuales de la contradicción principal (burguesía-clase obrera) y con la extensión de la lucha de las masas populares en Europa pueden igualmente explicar una serie de fenómenos importantes que allí se desarrollan:

a] En primer lugar, la crisis hegemónica larvada que afecta actualmente a las burguesías europeas. En efecto, en el plano de la lucha de clases y del bloque en el poder, se había advertido que las burguesías europeas, en sus contradicciones con el capital imperialista norteamericano, están constituidas por conjuntos heterogéneos y coyunturales, lo cual es ya un factor importante de inestabilidad hegemónica, en la interiorización de las contradicciones del capital imperialista en el seno mismo de cada bloque en el poder “nacional” europeo. Paralelamente, las contradicciones internas de esos bloques en el poder no hacen sino acentuarse, en un período precisamente en que el papel del Estado es cada vez más importante y en que la restricción de su autonomía relativa se convierte, para el capital monopolista, en una necesidad imperiosa. Pero, si bien no es cierto que el Estado actual se trasforme en simple instrumento de los monopolios, no deja de serlo que cada vez es menos apto, en este contexto, para desempeñar eficazmente su papel de organizador de la hegemonía. La política estatal suele reducirse a una serie de medidas contradictorias y puntuales que, si bien son testimonio de la lógica del capital monopolista, no revelan menos las fisuras y desarticulaciones de los aparatos de Estado, reproduciendo las contradicciones del bloque en el poder, frente al debilitamiento de la capacidad hegemónica del capital monopolista. En el momento en que el papel del Estado es más que nunca decisivo, el Estado parece afectado por una crisis de representatividad de sus diversos aparatos (comprendidos los partidos políticos) en sus relaciones con las fracciones mismas del bloque en el poder; ésta es una de las razones de las controversias, en la forma al menos que revisten en el seno mismo de la burguesía, respecto del “dirigismo estatal”, de la “regionalización”, de la “descentralización”, etc.;

b] A esto se agrega un fenómeno suplementario, debido a la nueva articulación estrecha que se establece entre lo económico, el Estado y la ideología. Si el Estado actual parece haber logrado “regularizar”, en cierta medida, el aspecto “salvaje” de las crisis económicas del capitalismo (lo cual no tiene nada que ver con el mito del “capitalismo organizado”), ha sido siguiendo un camino paradójico en apariencia: esto no se ha hecho sino en la estricta medida en que esas crisis económicas se hallan desde ahora directamente extrapoladas en unas crisis de las superestructuras -del Estado, comprendidos sus aparatos ideológicos. Es entre

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otras cosas porque el Estado, al encargarse directamente de la reproducción ampliada del capital y al regularizar las “crisis económicas”, asume él mismo en adelante ciertas funciones cumplidas por esas “crisis”: desvalorización de determinadas partes del capital, inflación y desempleo directamente orquestados (inflación estructural o rastrera, etc.).65

El Estado tapón o válvula de seguridad de las crisis económicas se trasforma así en un Estado-caja de resonancia de las crisis de la reproducción de las relaciones sociales. En efecto, la relación misma de la lucha económica y de la lucha política de clases se encuentra actualmente trasformada: toda lucha económica choca objetivamente en la fase actual, y de manera más o menos directa, con funciones y aparatos, ramas y subramas del Estado. Más todavía, la extensión del proceso de valorización del capital y de las intervenciones del Estado en todo un conjunto de dominios (“condiciones y modo de vida”) que derivan en lo sucesivo directamente de la reproducción ampliada del capital, conduce a una politización notable de las diversas luchas por la calidad de la vida: luchas tanto más importantes cuanto que no vuelven a poner simplemente a discusión las “condiciones” de la producción, sino, de manera cada vez más directa, la reproducción de las relaciones mismas de producción.66 Así, determinado consenso político fundado sobre un Estado-fiador de la “expansión”, particularmente expresado por toda la ideología keynesiana, deja de funcionar en adelante. La sumisión del Estado a la lógica de la reproducción monopolista, es decir, lo vivido como “su” incapacidad de responder a las necesidades de las masas, jamás fue tan flagrante como en un momento en que interviene en todos los dominios en que dichas necesidades se manifiestan. Es completamente sintomático que la burguesía se vea obligada por primera vez a presentar un verdadero programa, en un momento en el que, menos que nunca, puede realizarlo.

Frente a esta situación, el Estado actual parece bien caracterizado por la inestabilidad de una gestión permanente de la crisis hegemónica larvada de la burguesía.

c] La estrategia de la burguesía frente a este estado de cosas consiste en proceder, por lo que valga, y conjuntamente a una recrudescencia de la represión, a reajustes de los procesos de legitimación, relativos a la relación entre las formas actuales de la ideología dominante y la reorganización de los aparatos de Estado.67 No tengo el propósito de encargarse directamente de las funciones orgánicas de estas crisis en la reproducción ampliada del capital. No se trata, pues, en modo alguno, de un Estado que haya logrado “evitar” las crisis, sino de una orquestación desde arriba de las crisis del capitalismo por el propio Estado, que trata simplemente de reglamentar su aspecto “salvaje”. Lo cual repercute directamente en crisis interna llegar aquí al fondo del tema. Indicaré simplemente que estos reajustes He legitimación, que no se reducen indudablemente a una simple readaptación de las relaciones parlamento-ejecutivo, pero no se identifican tampoco a un proceso de fascistización en el sentido estricto, remiten a trasformaciones considerables de la legitimidad burguesa tal como se había presentado hasta ahora, lo cual corre parejas con la crisis ideológica que afecta actualmente a estas formaciones. Estas trasformaciones comportan todas una gama, que va de un desplazamiento de la legitimidad de la soberanía popular a una legitimidad de la administración burocrática del Estado, a la modificación del papel de los partidos políticos y de los aparatos ideológicos, y a la alteración de los límites jurídico-ideológicos entre “privado” y “público” (subversión del propio dominio de las libertades fundamentales, por ejemplo). Parece así que no sólo la forma tradicional de la democracia parlamentaria, sino incluso cierta forma de democracia política a secas, bajo las trasformaciones estructurales del capitalismo actual, haya quedado liquidada ya para lo sucesivo. De todos modos, estas trasformaciones de legitimación tienen un objeto principal: ocultar, a los ojos de las masas populares,

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el papel actual del Estado y la índole del poder político que el Estado cristaliza,, bajo la apariencia de una instancia técnica y neutra, el tecnocratismo actual que suplanta el dominio, en el seno de la ideología burguesa, de la región jurídico-política de la ideología. La ideología del Estado “pluralista”, “arbitro” entre los intereses de los “grupos sociales” y portador de la “voluntad general” de los “individuos-ciudadanos”, ha sido suplantada por la del Estado-instancia “técnica” frente a las “necesidades” intrínsecas de la “producción”, de la “industrialización” y del “progreso técnico”.

No hay duda de que el Estado actual logra llevar a cabo, en cierta medida (pero ¿durante cuánto tiempo todavía?), esta operación ideológica de reproducción de la privatización de los “individuos” en el seno mismo del nuevo dominio del “público”. En efecto, si la lucha económica de las masas populares viene a chocar en adelante directamente con el Estado, es preciso ver bien los límites actuales de esta politización objetiva. La protesta violenta contra el Estado, que se advierte actualmente, suele ir unida a una confianza, por parte de los protestatarios mismos, en la derecha que maneja las palancas de mando: sabido es, particularmente, que en Francia se pueden muy bien quemar las oficinas de recaudación de impuestos o emprenderla contra los mantenedores del orden, y votar al mismo tiempo por la UDR*. Lo cual es tanto como decir que la ideología actual del tecnocratismo es dominante en cuanto a que domina todavía con frecuencia, bajo forma oposicional, las luchas de masa populares, que protestan contra un omnipresente “poder tecnocrático” sin descubrir siempre su índole política.68

Que la burguesía puede incluso presentarse a la vanguardia de estos movimientos descamándolos, ahí tenemos a Servan-Schreiber que no nos dejará mentir.

Notas:

58. M. Castells, Néocapitalisme, consommation collective et contradictions urbaines, mimeografiado, Centre d'Etudes des Mouvements Sociaux, 1973.

59. A. Granou, Capitalisme et mode de vie, 1973; P. Mattick, Marx et Keynes,1972.

60. Entre otros, el informe general de E. Maire al último Congreso de la CFDT,PP- 26-27 (junio de 1973).

61. Véase supra pp. 93 ss.

62. Pero, así como lo había señalado, se trata realmente de un desplazamiento de los limites entre el Estado y lo económico, y no de una supresión de su separación relativa propia del capitalismo. Esto implica, pues, que las intervenciones económicas del Estado actual no pueden trasgredir ciertos límites cosustancianles al capitalismo, límites uno de cuyos indicios más evidentes es en especial la crisis fiscal y financiera permanente del Estado actual (a tal respecto, J. O'Connor, The fiscal crisis of the State, 1973).

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63. Véase igualmente entre otros: E. Altvater, “Zu einigen Problemen des Staatsinterventionismus, en Janicke: Herrschaft und Crise; J. Hirsch,” Funktions-veranderungen der Staatsverwaltung in spátkapitalistischen Industriegesellschaften, en Blátter für deutsche u. intern. Politik, febrero de 1969; Muller-Neusüss, “Die Sozialstaatsillusion. . .”, en Sozialistische Politik, 1970; U. Jaeggi, Kapital und Arbeit in der Bundesrepublick, 1973; J. O'Connor, “Scientific and ideological elements in the economic theory of governmental policy”, en A critique of economic theory, coord. E. Hunt y G. Schwartz, 1972; Flatow-Huiskcn, “Zum Problem der Ableitung des burgerüchen Staates”, en Probleme des Klassenkampfs, núm. 7, mayo de 1973; Braunmühl, y otros: Probleme .emer materialistischen Staatstheorie, cit., en particular la contribución de J. Hirsch.

64. Ph.BTadiet,L'Etat-patron,théoriesetréalités, 1973

65. En efecto, es imposible considerar, como lo hace toda la ideología burguesa, las “crisis económicas” del capitalismo como momentos “disfuncionales” del “sistema” económico, que el Estado, instancia racionalizante, tendría por simple objetivo “evitar”. Las crisis económicas del capitalismo son momentos orgánicos de la reproducción del capital social; estas crisis, sin dejar de presentar posibilidades de expresión al nivel político en crisis políticas y situaciones revolucionarias, es decir, posibilidades de derrumbamiento del capitalismo, se presentan, al mismo tiempo, como concentración de las contratendencias a la baja tendencial de la tasa de beneficio (desvalorización masiva de los capitales, destrucción de las fuerzas productivas, etc.); estas “crisis económicas” desempeñan así igualmente el papel de “purga” del capitalismo y se presentan como condiciones de su reproducción ampliada y de su perpetuación. Lo cual basta para denunciar los errores economicistas, que ven en las crisis económicas un factor mecánico de hundimiento del capitalismo. Pero lo que es importante aquí es el papel actual del Estado a este respecto: el Estado, al regularizar en cierta medida las crisis económicas “salvajes” del capitalismo, debe así, al mismo tiempo, de los aparatos de Estado y en contradicciones permanentes entre sus diversas funciones económicas.

66. Véase supra, pp. 93 ss.

67. A este respecto, cf. J. Habermas, Legitimationsprobleme im Spátkapitalis-mus, 1973; C. Offe, Strukturprobleme des kapitalistischen Staates, cit.; I. Balbus, Politics as sports: an interpretation of the political ascendency of the sports metaphor in America, mimeografiado, 1973; M. Duverger, Sociologie de la politique, 1973.

68. Son de hecho los efectos parciales de esta operación ideológica, en oposición con numerosos análisis actuales sobre la “tecnocracia”: éstos, bajo una forma (H. Schelsky, “El Estado técnico” en Auf der Suche nach Wirklichkeit, 1965) o bajo otra (H. Marcuse, El hombre unidimensional, 1967), consideran que las “trasformaciones tecnológicas” actuales conducen a una efectiva despolitización (superación de la lucha de clases), e incluso a una “enajenación tecnológica” (“manipulación”) de los individuos. Es preciso, por otra parte, advertir que, pese a sus conclusiones aparentemente opuestas, estos autores aventuran supuestos completamente semejantes a los de los defensores de la “revolución científica y técnica”, de que se tratará ampliamente en el tercer ensayo.

* UDR: Union des Démocrates pour la République. [T.]

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