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- DOLOR Y CEREBRO Arturo Goicoechea. Neurología Hospital de Santiago “Todo dolor es una respuesta normal a lo que el cerebro considera como una amenaza” (Lorimer Moseley, Explain pain) “Pensar es creer” Rajesh Kasturirangan (Progress in Brain Research. 2008) Esta es una guía sobre conocimiento básico del origen cerebral del dolor. El dolor, como todo lo que percibimos, es un producto de nuestras neuronas, células especializadas en extraer y almacenar datos sobre la realidad y construir predicciones. Utilizando la experiencia propia y observando la ajena, el cerebro va adquiriendo conocimiento. En la especie humana este conocimiento se ve, además, extraordinariamente potenciado por la entrada directa de información a 1

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- DOLOR Y CEREBRO

Arturo Goicoechea. Neurología

Hospital de Santiago

“Todo dolor es una respuesta normal a lo que el cerebro considera como una amenaza”

(Lorimer Moseley, Explain pain)

“Pensar es creer”

Rajesh Kasturirangan (Progress in Brain Research. 2008)

Esta es una guía sobre conocimiento básico del origen cerebral del dolor. El dolor, como todo lo que percibimos, es un producto de nuestras neuronas, células especializadas en extraer y almacenar datos sobre la realidad y construir predicciones. Utilizando la experiencia propia y observando la ajena, el cerebro va adquiriendo conocimiento. En la especie humana este conocimiento se ve, además, extraordinariamente potenciado por la entrada directa de información a través de la cultura. El conocimiento adquirido determina las decisiones tomadas continuamente en la compleja red de neuronas que constituye nuestro Sistema Nervioso. Estas decisiones se expresan hacia el individuo consciente en forma de sensaciones, emociones, reflexiones y movimientos. Las decisiones cerebrales se elaboran de forma continua, autónoma e inconsciente. El individuo sólo tiene constancia de sus efectos y no del proceso de elaboración, aunque su colaboración es fundamental, explorando y aportando nuevos datos que permitan reafirmar o derribar conceptos. El objetivo principal de las reflexiones cerebrales es el de la predicción de situaciones de peligro que puedan afectar a la integridad de nuestras células y tejidos. La valoración de amenaza teórica a la integridad de una zona corporal, la percepción de peligro, genera frecuentemente dolor sin que se haya producido ninguna agresión real. En estos casos el dolor

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expresa únicamente una “preocupación” cerebral por lo que pudiera suceder.

Al exponer los conceptos básicos sobre generación cerebral del dolor por predicción anticipada de posible daño, muchos pacientes reaccionan con sorpresa y recelo y se producen con facilidad falsas interpretaciones. Ello es debido a la escasa y deficiente información existente sobre estas cuestiones. Se confunde fácilmente la actividad inconsciente del cerebro con la reflexión consciente del propio individuo. Comentamos por ello, en primer lugar, los errores de interpretación más frecuentes producidos a lo largo de la explicación. Es fundamental evitar estos errores para entender correctamente el tema.

Todo lo que sigue, se refiere a situaciones en las que se ha descartado previamente la existencia de una lesión o enfermedad demostrable que justifique plenamente la existencia del dolor, es decir, corresponde a una valoración-predicción errónea o exagerada del cerebro sobre peligro de lesión.

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1. MALENTENDIDOS Existen muchos tópicos erróneos sobre el dolor. Al explicar la relación del dolor con el cerebro estos tópicos producen una serie de malentendidos. Analizamos los más frecuentes, que, evidentemente, son falsos y deben ser desterrados:

1. 1) El dolor no existe. Es un producto de la imaginación

En ningún caso se afirma tal cosa. El dolor, independientemente de su origen, es siempre real. No existen dolores construidos directamente por la imaginación del paciente. No podemos ponernos ni quitarnos el dolor a la medida de nuestra imaginación consciente e intencionada. El poder de imaginar cualquier tipo de sensación (visual, auditiva, olfativa, táctil) es muy limitado: sólo podemos evocar una tenue sombra de lo que imaginamos. Intente imaginar cualquier percepción: picor, calor, frío, hambre, cansancio. No conseguirá más que una especie de imagen muy débil y fugaz de lo que se propone. El dolor nunca es fruto directo de la imaginación consciente del paciente 1. 2) El dolor es psicológico

El dolor puede generarse por una lesión o porque el sistema de alarma cerebral contempla esa posibilidad, como un aviso de peligro. Si llamamos a ese dolor-aviso, “dolor-psicológico” creamos confusión y se producen malentendidos por lo que debe ser evitado el término. En una situación muy parecida como la alergia, el sistema inmune reacciona intensamente, protegiéndonos preventiva e innecesariamente contra unas moléculas inofensivas (por ejemplo, el polen). La reacción alérgica no va precedida de una agresión por parte del agente que la desencadena (“alergeno”). El alergeno polen, por ejemplo, no produce ninguna acción directa sobre las mucosas nasales. Se limita a activar un programa de defensa que lo considera, erróneamente, como peligroso. Podríamos considerar en este caso, que, dado que el polen no ha producido (ni va a producir) por sí mismo ningún efecto físico sobre nuestras mucosas nasales, el picor, los estornudos y la producción continuada de mucosidad son “psicológicos” pero no es correcta la afirmación: los estornudos son “inmunológicos”, directa e inconscientemente decididos por

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los archivos erróneos del sistema inmune. El organismo se defiende de un agente que considera peligroso, aunque no lo sea. El dolor siempre es de origen neuronal (neurológico) y puede estar justificado (comunica una agresión actual a la integridad de una zona) o erróneo (valora como peligrosa una situación inofensiva)

1. 3) Duele porque nos obsesionamos con que va a doler

Las sensaciones se construyen en el cerebro y el individuo se limita a recibirlas. El dolor no es algo que se produce en la zona dolorida y se transmite al cerebro por los nervios sino que se produce en el propio cerebro y se proyecta a la conciencia. El dolor es un mensaje que surge de la “decisión” cerebral de activar la alerta defensiva en una zona del organismo. Si se recibe repetidamente, es lógico que el individuo acabe obsesionado con las llamadas, pero en ningún caso se producen por esta obsesión. Más bien, la obsesión se produce por la frecuencia de los avisos. Sin embargo, si al recibir la llamada, el individuo se contagia de la “preocupación” del cerebro, inconscientemente potencia el mantenimiento del estado de alerta, contribuyendo involuntariamente al mantenimiento de la llamada.

La obsesión es la consecuencia del dolor, no su causa

1.4) Podemos controlar el dolor pensando en que no está doliendo

La negación del dolor, por concentración mental, habitualmente lo intensifica. El pensar que no está sonando el teléfono no acaba con el sonido, sino que lo hace más intenso y continuado, dado que el comunicante (el cerebro) presionará para que se atienda el mensaje, ya que su objetivo es el de implicar al individuo en el estado de alarma obligándole a adoptar una conducta de protección. Hay que atender la llamada para conocer el motivo de la misma.

Tratar de ignorar el dolor generalmente lo hace más intenso

1. 5) El cerebro y YO somos la misma cosa.

Debe acostumbrarse a considerar al cerebro como cualquier otro órgano (corazón, hígado, páncreas o pulmones). Nadie se identifica con sus vísceras ni cree que éstas le obedecen. Sin embargo tendemos a atribuirnos

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el trabajo cerebral como si lo hiciéramos nosotros mismos o el cerebro fuera un mayordomo a nuestro servicio. Debe hacerse a la idea de que nuestro organismo incluye una especie de otra “persona” o robot que controla el estado interno y se comunica con nosotros a través de sensaciones.

El sistema nervioso es la parte electrónica e informática del organismo. Actúa constante e inconscientemente pero mantiene una especie de pantalla o supersentido (la consciencia) que le informa, a través de sensaciones y pensamientos, del estado de sus operaciones.

1. 6) Del cerebro no se sabe nada. Es muy misterioso.

En las últimas décadas hemos aprendido mucho sobre el funcionamiento cerebral pero los avances en el conocimiento sobre cerebro no se han trasladado a la práctica médica ni a la información al ciudadano.

1. 7) El cerebro es muy complejo y es muy difícil entender todo esto.

No existe ningún motivo que nos impida disponer de una idea simple sobre el trabajo cerebral, similar a la que tenemos del corazón como una bomba, del riñón como un filtro, del pulmón como un fuelle, o del sistema inmune como un ejército que nos protege de las invasiones de gérmenes, de los excesos de inmortalidad de las células cancerosas, de los tóxicos de las células muertas o de la ineficacia de las seniles o enfermas. El sistema nervioso es una compleja red de vigilancia que analiza constantemente la realidad (externa e interna) y lo que se comenta de ella, anticipa posibles efectos negativos y nos pone en alerta a través de sensaciones (en este caso, dolor). La vigilancia del sistema inmune se concreta en la detección y evaluación de moléculas-señal sospechosas y la del sistema nervioso en la detección y evaluación de estados de energía, señales de todo tipo (lugares o momentos) e informaciones y teorías que puedan indicar una amenaza de daño.

El cerebro es la sede central del sistema electrónico-informático de vigilancia. Evalúa constantemente la amenaza de daño (cuándo, dónde

y al desarrollar determinada actividad)

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1. 8) Los ejemplos se entienden bien pero no veo para qué pueden servirme.

Los ejemplos son la herramienta fundamental del cerebro para adquirir conocimiento. El cerebro es en esencia un constructor de ejemplos. Los que se utilizan en la consulta están cuidadosamente elegidos para transmitir información. Cuando se afirma que el dolor forma parte de un sistema de vigilancia y que, por ejemplo, es el equivalente a la sirena de un aparato de alarma es absolutamente cierto. Contiene la misma verdad que la afirmación de que el corazón es una bomba que mantiene la presión para que la sangre llegue a todas las zonas del organismo. Cuando se afirma que el dolor es un “castigo” que trata de modificar la conducta y atención del individuo y que el cerebro elabora y aplica un “código penal” se está describiendo exactamente la realidad del origen del dolor.

Los ejemplos son la herramienta fundamental para adquirir conocimiento

1. 9) Lo de los virus informáticos suena a ciencia-ficción

Es absolutamente correcto comparar al cerebro con un sistema informático conectado a una red en la que circula buena y mala información así como intereses de mercado. El modelo de organismo que aplica la Neurología para reflexionar sobre las causas y soluciones del dolor no contempla la existencia de una compleja organización informática (cien mil millones de microprocesadores-neuronas interconectadas con 10.000 conexiones cada una), integrada en una gran red informativa que difunde todo tipo de doctrinas. La Neurología se preocupa por los defectos (genética) y averías (enfermedades) del sistema informático pero desatiende el contenido, los programas, memorias, virus, etc, constituyentes obligados de un sistema nervioso normal (sano). Algo tan complejo como un organismo no puede ser entendido si no se valora la participación de su red informática. Nuestro “ordenador” está repleto de programas, memorias, hipótesis, temores…y virus culturales. Estos programas no sólo se utilizan para labores culturales (lectura, cine, conversación) sino que forman parte del día a día del funcionamiento del organismo. La frecuencia cardíaca, tensión arterial, respiración, secreción hormonal y, por supuesto, la forma en la que el cerebro nos hace percibir nuestro cuerpo, están influidos por la información transferida a través de la cultura.

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La cultura es una gran red de información que condiciona (positiva y negativamente) las decisiones cerebrales sobre organismo

1. 10) Realmente las explicaciones no van a cambiar el dolor y yo necesito una solución

Los pacientes con dolor acuden a la consulta con dos propósitos: entender su origen y recibir un tratamiento. Escuchan las explicaciones, se llevan estos folios (puede que los lean), piden una cita para la siguiente consulta y, en muchos casos (30-40%), renuncian a volver. La ausencia de “un tratamiento” y la convicción de que realmente existe una enfermedad impide generar un mínimo de credibilidad en el método de utilizar “sólo explicaciones”. Ello indica que no se acepta la trascendencia de las creencias, convicciones y expectativas en la generación del dolor. Sin embargo es un hecho sólidamente establecido por los investigadores fiables (científicos desinteresados) del tema. Si bien es cierto que todo dolor lleva acoplado un conjunto de cambios químicos internos, que, tratamos de modificar con fármacos, estos cambios están generados por una evaluación previa de peligro, efectuada por el Sistema Nervioso. Esta evaluación, a su vez, está influida por la cultura. Si modificamos las convicciones vigentes en la red neuronal, se modifican, lógicamente, los cambios químicos que acompañan al dolor. En el organismo la química está al servicio de la información y no al contrario.

La información nos puede hacer creer en el poder de las terapias y descuidar la importancia de las creencias. En el terreno del dolor, una vez descartada una lesión, las creencias son fundamentales y pueden y deben ser modificadas.

El cambio en las convicciones produce efectos químicos internospoderosos

1. 11) Bien, pero…¿qué se puede hacer cuando se inicia el dolor?

No se obtiene ningún resultado intentando “hacer algo contra el dolor” si previamente no se han modificado las convicciones sobre su origen. La estrategia sugerida habitualmente de tomar un analgésico rápidamente, relajarse, no hacer esfuerzos o refugiarse en un lugar silencioso y oscuro equivale al consejo de evitar la exposición al polen quedándose en casa en un luminoso día primaveral o de evitar entrar en un ascensor si se tiene fobia (miedo irracional). Es un buen consejo para tratar de calmar el dolor, los estornudos o la fobia pero sólo sirve para reducir el malestar a costa de anular los planes del individuo. La obediencia al cerebro o al sistema

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inmune puede aliviar el dolor, los estornudos y las fobias pero fortalece la decisión cerebral o inmune de haberlos activado. A medio y largo plazo la situación se refuerza o, incluso, empeora.

Concéntrese en defender sus planes y objetivos. No espere a eliminar previamente el dolor con un “tratamiento”. Lo importante no es

solucionar el momento sino las condiciones de fondo que lo generan. No se deje arrastrar por los programas que automáticamente pone en

marcha su cerebro para proteger un organismo que no está amenazado

1. 12). Si el analgésico me quita el dolor no entiendo por qué me recomienda que lo evite.

No damos ninguna recomendación concreta sobre la conducta que debe seguir con los analgésicos. El paciente debe tomar sus propias decisiones. Sólo pretendemos mejorar la información para que su decisión y la interpretación de lo que realmente sucede en el organismo cuando se toma un analgésico, sea la correcta. El alivio del dolor, en todo caso, no es la consecuencia simple y exclusiva de la acción del fármaco sino que intervienen otros factores, básicamente la forma en la que el cerebro valora esa acción: la de tomar el fármaco y la de no hacerlo. Puede que la química del fármaco haya modificado algo las complejas reacciones químicas acopladas al proceso de generar el dolor, pero el hecho de “tomar una pastilla” (o p.ej. recibir un masaje) es una acción compleja que tiene muchos más ingredientes que los del puro efecto molecular o muscular. Básicamente se trata de una conducta o acción del individuo que el cerebro siempre evalúa. Así como existen razones o motivos neuronales para activar el dolor (como parte del estado de alerta), existen también razones y motivos neuronales para desactivarlo si el individuo realiza una determinada acción (terapia). Basta con que esta conducta (terapia) esté considerada como necesaria y suficiente para eliminar la alerta y, por tanto, el dolor se vaya. La aplicación oculta de analgésicos apenas produce analgesia. Los estudios sobre eficacia de diversas terapias demuestran que el resultado se ajusta a las expectativas previas del paciente y no a la eficacia real del tratamiento.

Imagine una puerta con cientos de cerraduras distintas, altamente interconectadas (por ejemplo, una cerradura sólo se abre si previamente se han abierto una serie variable de las restantes). Las cerraduras están además cambiando continuamente. La puerta, salvo en condiciones excepcionales, debe permanecer abierta pero,

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de forma inesperada, comienza a cerrarse (aparece el dolor). Usted necesita hacer algo para volver a abrirla y pide lógicamente una llave adecuada. El analgésico sería una llave con cierta probabilidad de conseguirlo, pero sólo sirve para una cerradura. Usted se hace con la llave y la introduce en un buzón adherido a la puerta (la boca). Si al cabo de un rato de introducir la llave (tomar el fármaco) la puerta se abre es porque el cerebro (que tiene todo el manojo de llaves, incluida la que usted ha enviado) ha abierto después el resto. Su conducta de introducir la llave ha sido considerada como una condición necesaria y suficiente para volver a abrir la puerta. Nuestro objetivo sería el de conseguir que la puerta permanezca abierta si no hay condiciones que aconsejen el cierre y eliminar el proceso absurdo de cerrar la puerta sin necesidad y exigir después una determinada conducta (terapia) del individuo para volver a abrirla. Para ello debemos ayudar a nuestro cerebro a eliminar las decisiones de entornarla o cerrarla y, especialmente, la decisión de ir cerrando cada vez más cerraduras si no abrimos previamente con nuestra única llave (fármaco o cualquier otra “terapia”) una de ellas.

Existe una idea exagerada y simplista sobre la eficacia de los fármacos u otras terapias. No existen las terapias-llave maestra. Si el problema del dolor se afronta desde una perspectiva exclusiva de una solución externa disminuyen las probabilidades de resolución a medio y largo plazo, a pesar de la aparente eficacia inmediata. La súplica, comprensible y angustiada, de “que me quiten el dolor, ¡ya¡”, encierra inconscientemente un obstáculo serio para su resolución en el futuro. La reflexión de que “es imposible que el dolor se vaya sin hacer nada, sólo con palabras” es falsa.

No limite la esperanza del alivio del dolor a una ayuda externa inmediata en la que usted es absolutamente pasivo

1. 13) Bueno, por probar no se pierde nada. Lo que estamos intentando es instruir su cerebro (y a usted, lógicamente). Un conocimiento no se pone a prueba. Simplemente nos limitamos a exponer lo que actualmente sabemos sobre cerebro (memoria, creencias, expectativas, valoraciones, afrontamiento…) y dolor. Si conseguimos modificar el contenido de los programas y memorias cerebrales; si neutralizamos los virus informáticos, el dolor se modificará.

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Lógicamente la estrategia sólo es válida si conseguimos una convicción profunda sobre las ideas expuestas.

No basta con hacer una lectura rápida y superficial de este o cualquier otro folleto para que se produzca un efecto mágico, “curativo”. El dolor emerge de un sistema de memoria-predicción que contiene una serie de reglas que debe seguir el individuo para eliminarlo. El cerebro intenta presionar al individuo con el dolor hacia una conducta de evitación de una amenaza física teórica. Esta presión se basa en una serie de ideas, expectativas y creencias que residen en los “archivos” cerebrales. Nuestro objetivo es el de modificarlas. Si se consigue, el cerebro cambia, lógica y necesariamente, su actitud y sus reglas hacia el individuo. Independientemente de que tengamos éxito en el objetivo de librarle del dolor, hay hechos que son ciertos, simplemente, porque sabemos que el cerebro funciona así.

No convierta el conocimiento en una “terapia” que se pone a prueba

1. 14) Todo esto no lo había oído antes. Suena demasiado novedoso. ¿Por qué va ser cierto si los médicos habitualmente opinan de otra manera? Cada uno dice una cosa. La homeopatía, la acunpuntura, la naturopatía… Todos tienen sus teorías. Todos creen estar en lo cierto..

El modelo de organismo utilizado generalmente por los médicos (y en las llamadas “Medicinas alternativas”) no ha incorporado todavía los avances científicos en el conocimiento sobre cerebro y dolor. En el terreno de la investigación básica todos estos conceptos están ampliamente aceptados. Se sabe que las expectativas y creencias son poderosos activadores del dolor. Cualquier teoría sobre dolor que no tenga en cuenta la responsabilidad del cerebro, simplemente no es válida, como tampoco es válido ignorar el sistema inmune a la hora de explicar los estornudos de la alergia. Hoy en día no es aceptable ignorar la existencia de un sistema de vigilancia “inteligente”, basado en memorias y predicciones. Hemos educado a los pacientes en el modelo de diagnóstico-tratamiento. Este esquema es válido para muchas enfermedades pero no se debería generalizar y aplicarlo a padecimientos como el dolor sin enfermedad en los que no existe lesión sino programas cerebrales erróneos. Lo que proponemos es centrar el problema en su origen y aportar información para que se disponga de una idea de organismo más acorde con la realidad. Así como se han desarrollado programas de tratamiento en la alergia, que intentan cambiar la “opinión” del sistema inmune eliminando memorias con las vacunas, existen programas de tratamiento

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que intentan modificar las convicciones cerebrales. Los alergólogos no pueden “hablar” ni convencer al sistema inmune pero nosotros sí podemos hablar y tratar de convencer al sistema nervioso con información argumentada de profundo sentido biológico, libre de intereses del mercado de las distintas terapias.

El modelo propuesto se basa en el estado actual del conocimiento sobre dolor

1. 15) En definitiva, soy yo el que me produzco el dolor. Es culpa mía.

No existen culpas. El dolor es la consecuencia de varios factores. Cuando no existe daño físico el fundamental es la cultura, la educación. El paciente no es culpable de que su cerebro esté instruido en un determinado sistema de convicciones sobre organismo (al menos mientras desconoce que dicho sistema puede contener errores). Con este enfoque le damos una oportunidad para disponer de unos conocimientos que pueden ayudarle a dotar a su cerebro de más sentido común, de mejor información.

Ni los genes ni la conducta ni el carácter del individuo son responsables directos de la existencia del dolor. En muchos casos

tampoco existe una alteración física o daño en nuestros tejidos que lo expliquen satisfactoriamente.

1. 16) En parte estoy de acuerdo con lo que dice el folleto

Si sólo acepta parte de las explicaciones probablemente es que no hemos conseguido el propósito marcado. Los conceptos expuestos aquí no pueden trocearse. Forman un todo. No tiene sentido aceptar, en parte, que existe una red de neuronas que forman circuitos que aprenden a definir el peligro y que se sirven para lograrlo de la información que reciben de los distintos emisores expertos. Es un hecho. No tendría sentido, por ejemplo, aceptar, en parte, que existe un aparato digestivo que procesa los alimentos, extrae de ellos lo que necesita el organismo y elimina el resto y que dependemos de que la alimentación contenga todos los ingredientes precisos.

Acepte o rechace el contenido de lo expuesto en bloque, no seleccione aspectos parciales

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DOLOR Y DAÑO

Utilizamos indistintamente las palabras daño y dolor pero su significado es bien diferente y es fundamental comprenderlo. El daño es una agresión, una pérdida de integridad, tanto de un ser vivo como de un objeto inanimado. Se puede dañar la piel, un jarrón o una imagen. El dolor es una sensación privada, subjetiva, exclusiva de los seres vivos conscientes; no se puede medir ni detectar (salvo por quien lo sufre, lógicamente). El daño es un hecho ofensivo, un ataque, una agresión, mientras que el dolor es un hecho defensivo, una respuesta de protección. Por otra parte el daño puede ser imaginario pero el dolor siempre es real. Uno puede sentir miedo, o incluso terror o pánico, a que lo atraquen. El miedo (equivalente al dolor) es real, coloca al individuo en una posición defensiva, de alerta, pero el daño (el robo) es imaginado (mientras no se produzca). El polen produce un daño “imaginado” (por el sistema inmune) e irreal, pero la inflamación, el picor y los estornudos son reales. El estrés produce un daño “imaginado” (por el sistema nervioso) e irreal (en ese momento) pero el dolor es real. En el caso de la alergia el origen de los estornudos parece claro: “es el polen o el gato”. Lo mismo podríamos decir de un dolor de cabeza desencadenado por un disgusto o de un dolor articular en un día húmedo: “ha sido el disgusto”, “los cambios de tiempo me afectan a la rodilla”. Son verdades a medias. Las moléculas de polen no son gérmenes y los disgustos y una humedad ambiental alta no alteran la integridad física de la cabeza ni de las articulaciones. Nuestras articulaciones son tan insensibles a la humedad ambiente como las de los peces. El problema reside en la catalogación hecha de ellos por el sistema inmune y nervioso como posibles o probables productores de daño.

Los factores que “desencadenan” dolor (estrés, cambios hormonales etc) no son capaces de producir daño pero el cerebro los cataloga como peligrosos y prepara los programas defensivos correspondientes. El dolor forma parte de dichos programas

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SISTEMAS DE DEFENSA

El organismo es una compleja organización cuya integridad está constantemente amenazada. Existen varias estructuras que nos defienden sin descanso (incluso mientras dormimos). La piel, los huesos, las membranas, diversas sustancias con acción desinfectante, constituyen barreras fijas que impiden la entrada de gérmenes o resisten el impacto de golpes, estirones o exposición a temperaturas extremas. Son los mecanismos defensivos pasivos. No toman decisiones, simplemente están ahí y nos protegen. Además disponemos de dos poderosos sistemas activos, el sistema inmune y el sistema nervioso, que deben evaluar y decidir constantemente si activan o no sus mecanismos de protección. Son detectores de daño ya consumado y, también, de peligrosidad. Al nacer, ambos sistemas disponen de un conjunto de respuestas programadas que se activan ante la presencia de gérmenes (sistema inmune) o agresiones físicas mecánicas, térmicas o químicas (sistema nervioso). Son los recursos innatos, genéticos. No requieren aprendizaje. Después del nacimiento ambos sistemas contactan con el universo concreto que les ha tocado en suerte y complementan el catálogo innato de agentes peligrosos, averiguando por experiencia propia o ajena si el resto de agentes o situaciones son inofensivas, peligrosas o inciertas. Este conjunto de conocimientos adquiridos a través del contacto con el medio constituye el sistema de defensa adquirido o aprendido (inmune y nervioso). Los ciudadanos conocen básicamente el sistema inmune. La alergia es un fenómeno común, correctamente interpretado por los alergólogos y los pacientes como una respuesta excesiva, innecesaria e incluso peligrosa del sistema inmune adquirido. Estamos refiriéndonos con frecuencia a él para ayudar a comprender el otro sistema de defensa: el sistema nervioso. También este sistema produce respuestas excesivas, innecesarias e incluso peligrosas. Sin embargo los ciudadanos no han recibido una información similar sobre su funcionamiento. Los dos sistemas son sistemas inteligentes, es decir, recogen datos, los valoran y catalogan y los registran en los sistemas de memoria para utilizarlos en el futuro en la toma de decisiones. Estas decisiones pueden ir cambiando a lo largo del tiempo ya que se va adquiriendo experiencia, aprendizaje, pero ambo sistemas cometen errores. Es más frecuente que el error se produzca por exceso de celo (es más seguro pensar que una seta desconocida puede ser venenosa que comérsela y aprender agonizando). Cuando aparecieron las ciudades y, tras un largo período de tremendas epidemias, por la aglomeración excesiva y falta de higiene, mejoraron las condiciones sanitarias y la seguridad física, reduciéndose sustancialmente las experiencias con gérmenes y accidentes. Al reducirse el contacto con

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gérmenes y el riesgo de lesiones violentas, los Sistemas de Defensa, inmune y neuronal, disponen de menos información basada en experiencia propia sobre peligros reales y depende más de la información apoyada en sucesos de otros y en la interpretación facilitada por los expertos. Paradójicamente, a pesar de vivir en un ambiente más fiable, con menos gérmenes y menos accidentes, se ha producido un aumento de las acciones de protección erróneas del organismo. Nuestro mundo es más higiénico pero aumentan las reacciones alérgicas. Disponemos de agua y alimentos a voluntad pero, curiosamente, tenemos más sed y más hambre.. Ha disminuido la probabilidad del daño pero ha aumentado el dolor. Ello no es debido a que ha empeorado la calidad física de los organismos ni a que nuestro estilo de vida es más peligroso sino a que se ha ido modificando la actitud de ambos sistemas de vigilancia. La falta de experiencia real sobre situaciones de peligro los ha vuelto más alertas a situaciones teóricamente (culturalmente) nocivas pero absolutamente irrelevantes. Han desviado la atención hacia moléculas y estados inofensivos sobrevalorando su capacidad de generar daño. La Asociación Internacional para el estudio del dolor (IASP – International Association of Study of Pain -) define el dolor como:

“Una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a daño de tejidos, real o potencial, o que, es vivido como tal daño”

Es decir, basta con que haya una expectativa de daño para que aparezca el dolor. Basta que “se piense” que el polen, los disgustos o los ascensores puedan ser perjudiciales para que se activen las alertas defensivas. Los sistemas inmune y nervioso cometen por tanto errores. En muchas ocasiones aprenden de ellos pero en el caso de la alergia, el dolor sin daño y las fobias, no sólo no se corrige el error sino que se consolida con cada episodio.

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DOLOR E IMAGINACION

(el cerebro, ¡ese inconsciente¡)

“yo no pienso…¡me duele!”

El comentario es absolutamente correcto pero exige una aclaración. Tendemos a apropiarnos del trabajo de nuestro cerebro. La expresión “yo pienso” es tan errónea como la de “yo respiro”, “yo hago la digestión” o “yo veo”. La respiración, la digestión, el pensamiento y la visión son complejas tareas del organismo que se producen de forma autónoma en estructuras biológicas muy complicadas por lo que sería más correcto decir: “ello me hace pensar”, “ello me hace respirar”, “ello me hace comer” o “ello me hace mirar”. Nosotros, con nuestra voluntad colaboramos en ese proceso, metiendo aire en la vía respiratoria, masticando y tragando o abriendo los ojos y mirando, pero el intercambio de gases, el procesamiento de lo comido o la generación de la imagen se producen en el organismo, sin intervención de nuestra voluntad u opinión. En realidad somos los receptores, sujetos pasivos o beneficiarios del proceso de la visión, respiración o digestión, no sus ejecutores. Pensar o imaginar son acciones accesibles a la voluntad y control del individuo pero sólo en el universo de la consciencia. Así como distinguimos perfectamente entre oír y escuchar o ver y mirar y sabemos que sólo escuchamos parte de lo que nuestro cerebro oye y miramos sólo parte de lo el cerebro ve, tendemos, sin embargo, a reducir el ámbito del pensamiento y de la imaginación al que forma parte de nuestra consciencia, olvidando que nuestro pensamiento e imaginación consciente son sólo una parte del proceso, aquella que aflora desde el cerebro a nuestra pantalla. Necesitaríamos una palabra para designar, por un lado, el proceso global de pensamiento e imaginación consciente e inconsciente, equivalente a oir y ver y otra para el pensamiento e imaginación consciente, equivalente a escuchar y mirar. Al disponer sólo de una palabra tendemos a interpretar el pensamiento y la imaginación como procesos exclusivos del individuo consciente lo cual impide comprender correctamente el origen de muchas situaciones que se producen a consecuencia de un proceso de pensamiento-imaginación cerebral, inconsciente. La interacción continua entre lo que vemos y oímos y lo que miramos y escuchamos es fundamental para entender la audición y visión. De la misma manera debemos aceptar un diálogo continuo entre lo que el cerebro piensa e imagina y lo que nosotros, conscientemente pensamos e imaginamos.

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Todo lo que percibimos encierra una reflexión, una evaluación, un significado y una recomendación hacia una conducta determinada. La sed inevitablemente se acompaña de una reflexión sobre agua y una recomendación de que echemos un trago. El exagerado, alarmista e hipocondríaco cerebro “piensa” que podría faltar agua y presiona para que eliminemos la incertidumbre, interrumpamos lo que estamos haciendo, y, echemos un traguito. “yo no pienso…¡tengo sed!”. Es cierto, pero previamente nuestro cerebro “ha pensado” en aguas y nos ha “recomendado” que vayamos al grifo. La sed, habitualmente, es un acto de imaginación alarmista, anticipada, sobre escasez de agua, por parte de nuestro cerebro. Al percibirla nos sentimos presionados a una conducta de búsqueda de agua. En ese momento hacemos nosotros la reflexión-evaluación y decidimos echar el trago. En todo proceso imaginativo es el cerebro quien marca el inicio, tratando de implicar al individuo en su contenido, obligándole a participar tanto del proceso reflexivo como de las acciones que se consideren importantes para la resolución de la cuestión planteada. No se debe confundir por tanto la imaginación cerebral y la del individuo. El cerebro (al igual que los padres respecto a sus hijos) está siempre imaginando, anticipando lo que va a suceder en cada momento e intenta contagiarnos de sus preocupaciones. Lo consigue en muchas ocasiones, gracias al poder de cada percepción de dirigir nuestra atención hacia una determinada cuestión. Así el picor indica que el cerebro “imagina” parásitos o tóxicos químicos cutáneos y nos obliga a rascarnos, el mareo nos hace contagiarnos del temor cerebral a la pérdida de equilibrio y el dolor nos centra en un posible suceso anómalo en la zona donde lo sentimos El interior del organismo es un universo complicado para ser evaluado. Si no hubiera información, doctrinas, en definitiva cultura, el cerebro basaría sus valoraciones y predicciones en los datos que recibe constantemente sobre los procesos que se han ido produciendo a lo largo de la historia de la especie y del propio individuo. No habría posibilidad de construir hipótesis sobre muchos aspectos que actualmente nos preocupan porque se refieren a sucesos potenciales, teóricos (un infarto, una caída, una infección, tóxicos ambientales) que no generan ningún dato anticipado hasta que se producen. Sin embargo, para bien y/o para mal, la información sobre interior de organismo, sobre sucesos que podrían darse, es abundante, alarmista y de escasa precisión y fiabilidad en muchos casos. Ello facilita una reflexión-imaginación cerebral excesivamente confusa, vigilante y alarmista cuyo resultado es la proyección en la pantalla de la percepción

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consciente del individuo de muchos mensajes de alerta cuyo único significado es el de presionar al individuo a implicarse en un estado de amenaza sobre una zona El sistema inmune no tiene poder de imaginación. Cataloga las moléculas y una vez que ha decidido ponerles el sello de “non gratas” las registra en sus células de memoria. Cada molécula sospechosa tiene un clon (familia) de células inmunes que se dedica exclusivamente a vigilar su presencia. El polen está registrado en ese clon. Al llegar la primavera, la patrulla antipolen detecta la presencia del sospechoso y el sistema activa la respuesta inflamatoria. No se ha imaginado nada. Se ha detectado una molécula sin visado y se ha protegido al organismo con la acción decidida de los anticuerpos en nuestras mucosas frente a sus posibles ataques. El error está en la catalogación efectuada a lo largo del aprendizaje. El sistema nervioso es más evolucionado, más moderno. Observa, escucha, reflexiona, imita, evalúa, construye convicciones, duda, tantea, busca más datos, pregunta. Todo ello para disponer de una imaginación que le permita anticipar, predecir e interpretar. De los errores del catálogo de moléculas vienen las alergias y de los errores de la imaginación (cerebral) viene el dolor sin daño.

EL INDIVIDUO EN ACCION

(“COPIA EFERENTE”) (El concepto que trato de explicar ahora: la “copia eferente”, es sencillo e importante. Sorprendentemente muchos pacientes no lo captan y se hacen la idea de que es algo complicado. No se asuste con el nombre técnico e intente entender los ejemplos. Simplemente trato de explicarle que lo que percibimos está sometido a un proceso de filtrado o amplificación que el cerebro activa de forma anticipada. De esa manera percibimos el cuerpo silenciado (en ausencia de peligro) o amplificado (estados de alerta)

Habitualmente el funcionamiento del organismo es silencioso para el individuo. Si no hay un esfuerzo de atención sólo percibimos aquello que tiene en cada momento relevancia, por su trascendencia o por su novedad. Si después de prestarle atención comprobamos que no tiene interés desaparece la sensación. Al ponernos en movimiento, todos los estímulos generados por nuestras acciones pasan generalmente desapercibidos. El cerebro filtra y bloquea todas las señales que le llegan de músculos que se estiran o comprimen, de articulaciones que sufren violentos encontronazos con el suelo en un salto, siempre que se produzcan por acciones decididas

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(y por tanto conocidas) por él mismo y no superen los límites de resistencia de los tejidos. El conocimiento anticipado de lo que va a suceder (siempre que sea algo que no repercute negativamente) hace que no prestemos atención. Si, por ejemplo, se queda usted a dormir en un piso de unos amigos y se va a quedar sólo a la mañana siguiente y sus amigos le anticipan que hacia las 9 de la mañana vendrá la señora de la limpieza, abrirá la puerta y, lógicamente producirá ruidos, usted puede que los oiga, pero, al disponer de un conocimiento anticipado de la presencia de la señora, les quitará importancia e incluso dejará de percibirlos. Sus amigos le han anticipado lo que usted percibirá a las 9 de la mañana. Le han facilitado un expediente de estímulos sonoros derivados de la orden-autorización a la señora a entrar en el piso. Este expediente informativo se conoce como copia eferente y consiste en un informe anticipado a las zonas sensitivas del cerebro (en el ejemplo utilizado sería usted, durmiendo tranquilamente en el piso de sus amigos) de los estímulos que se producirán en aquellas zonas del organismo que van a ejecutar una acción, ordenada y autorizada y a la que no se atribuye ninguna probabilidad de daño. Así si su cerebro motor (el que programa, evalúa y ordena los movimientos) decide levantar el brazo, todos los estímulos producidos en músculos, tendones y ligamentos al ejecutar la acción programada, son filtrados antes de llegar al cerebro sensitivo y pasan desapercibidos para el sujeto. Por mucho que usted se esfuerce en percibir que está levantando varios kilos de peso al elevar su brazo, no lo conseguirá. Tendría que concentrarse en una especie de ejercicio de relajación para percibir que su brazo pesa. Lógicamente si sus amigos le anticipan algo tan inverosímil como: “probablemente entren a robar esta mañana”, cualquier ruido de la casa se convertirá en algo significativo y alimentará la hipótesis anticipada. En este caso se ha emitido una copia eferente del estado de alerta, del temor de sus amigos (el cerebro) sobre un posible o probable intento de robo. El filtro queda suprimido y en su lugar actúa un amplificador de estímulos. La copia eferente se produce en todas las especies animales y se ha investigado en concreto en grillos y lombrices. Cerca del “oído” el canto del grillo alcanza el nivel de 100 decibelios. Es imposible por tanto que pueda captar ningún sonido que no sea el suyo propio. Pues bien, su equivalente cerebral filtra su propio sonido, lo silencia y ello le permite captar perfectamente las señales sonoras de otros grillos. Las lombrices se desplazan por la tierra y su cuerpo está sometido a todo tipo de fricciones con sólidos. La lombriz se mueve por la tierra con la misma facilidad que nosotros a través del aire, sin importarle la resistencia y fricción. Si aplicamos un estímulo externo, similar a cualquiera de los múltiples estímulos producidos por su desplazamiento a través de la tierra, la lombriz reaccionará contrayéndose o huyendo. Ese estímulo no está anticipado, no

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está producido por su propio movimiento autorizado y por tanto, es sospechoso, y, vale más defenderse. Este mecanismo explica también por qué no nos podemos hacer cosquillas a nosotros mismos. La copia de la orden motora anticipa los estímulos que se van a producir y se filtran. En cambio las cosquillas aplicadas por otro no pueden ser anticipadas y filtradas. Al movernos, levantar pesos, correr, flexionarnos etc, los estímulos generados por las acciones decididas por nuestro cerebro son silenciados por la copia eferente. Levantar una extremidad para dar un paso implica un esfuerzo y estiramientos considerables pero no tenemos sensación de penosidad porque son acciones decididas (y autorizadas) por el propio cerebro. Sin embargo cuando existe una evaluación de posible daño asociado a nuestras acciones, el cerebro sensibiliza los estímulos producidos al movernos. Ello hace que un movimiento normal se vuelva penoso (cansancio y dolor). Los síntomas derivados de las acciones motoras o mantenimiento de posturas reflejan en ocasiones el estado de nuestro aparato locomotor, pero, con mucha mayor frecuencia, indican la evaluación que se les aplica anticipadamente. Por otro lado muchos de los sensores de daño (dispositivos especializados en detectar estados de energías peligrosos -temperaturas extremas, estirones, desgarros, compresiones etc-) están apagados en condiciones normales (sensores durmientes) y no mandan señal al cerebro salvo cuando se ha producido una inflamación, tras un episodio de daño violento a una zona. En ese caso, el proceso inflamatorio los activa, haciendo que cada movimiento produzca dolor vivo en la zona inflamada. Así queda protegida mientras se repara.. El sensor vuelve a apagarse cuando se concluye el proceso de reparación, al cabo de unos pocos días. Sucedería lo mismo con los sensores de un sistema de seguridad de una entidad bancaria. Estarían apagados en las horas de oficina y se activarían cuando se produce una incidencia de atraco o se teme que pueda haber un ladrón. No tendría sentido que los clientes activaran las alarmas al efectuar sus operaciones habituales. Las inserciones de tendones, las articulaciones, los músculos, son silenciosas cuando realizan las tareas de locomoción o mantenimiento de posiciones habituales. Los esfuerzos y tensiones del movimiento no los percibimos debido al silenciador de la copia eferente y a que gran parte de los sensores de daño están apagados, están “dormidos”. Sólo cuando se produce una agresión a la integridad de los tejidos (daño) se genera la inflamación, se encienden todos los sensores y se inactiva la función de la copia eferente, sustituyéndose por la copia de estado de alerta que modifica todos los programas de acción previstos, ajustándolos a la protección de la zona lesionada.

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El cerebro humano puede imaginar (erróneamente) que una zona pueda dañarse y anticipar el encendido de dichos sensores durmientes e inactivar la función de la copia eferente haciendo que el movimiento resulte doloroso y penoso (cansancio fácil incluso antes de iniciar el movimiento) sin que exista realmente ningún daño en la zona dolorida. El cerebro ha construido una hipótesis anticipada de daño que genera automáticamente dolor. En este caso, el dolor se produce por lo que el cerebro imagina. Puede construir cualquier sensación echando mano exclusivamente de sus archivos. Puede imitar la sensación de boca seca, con unas mucosas perfectamente humedecidas o la de hambre con unos depósitos de grasas bien repletos y por supuesto dolor sin daño. Si el cerebro imagina que la situación de daño puede darse, preventivamente enciende sensores durmientes (la llamada inflamación neurógena- generada por neuronas), sustituye la copia eferente de filtro por la de alerta-sensibilización y proyecta en la pantalla consciente la percepción de dolor. El movimiento no sólo es doloroso sino que su ejecución se produce con programas motores adaptados automáticamente a la protección de una zona valorada como “potencialmente amenazada”. Así, un cuello evaluado como potencialmente dañado, no sólo duele, sino que se encuentra algo contraído, con movilidad reducida. La función de exploración visual, efectuada normalmente en la columna cervical, desplaza los giros y flexiones a la columna dorsal. El resultado final es el de un cuello doloroso, rígido y anulado funcionalmente, con un cambio profundo en la programación de esquemas motores de exploración y seguimiento visual. Además del bloqueo de la copia eferente y el encendido de sensores durmientes, el cerebro dispone de otro mecanismo poderoso para limitar el movimiento: la motivación. Es una percepción que nos empuja a la acción, al afrontamiento de los planes y objetivos. Si el cerebro valora el esfuerzo como peligroso o condenado al fracaso sustituye la percepción de energía, de dinamismo, por la vivencia de debilidad, agotamiento. La desmotivación forma parte del llamado “programa de enfermedad”, uno de los múltiples recursos del Sistema de defensa, seleccionados para proteger la integridad del organismo, manteniendo al individuo quieto en el refugio. Se activa, por ejemplo, cuando tenemos gripe y es el responsable del malestar sentido. No sólo nos duele todo sino que no nos apetece hablar ni movernos. Estamos sin motivación.

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MUERTE CELULAR VIOLENTA Y PROGRAMADA

Cada célula de nuestro organismo puede ser considerada como un ser vivo individual. Nace, se desarrolla, trata de sobrevivir, cumple unas tareas y, finalmente envejece y muere. Está expuesta a incidencias que pueden producir su muerte por agentes y estados que superan su límite de resistencia (temperaturas, gérmenes, agentes mecánicos, tóxicos, falta de oxígeno y nutrientes etc). En estos casos se produce la muerte violenta, accidental. Se trata de una situación peligrosa para el organismo, ya que el interior de la célula contiene en su interior moléculas altamente tóxicas que al morir se liberarían e inducirían a su vez la muerte de las células vecinas creando una peligrosa reacción de destrucción en cadena. La muerte violenta se conoce como necrosis (puede representarlo como el fuego: si se produce en un lugar se extiende y acaba incendiando todo el edificio o toda una manzana de casas). La célula se hincha y acaba literalmente reventando, esparciendo a su alrededor, moléculas tóxicas. Es un suceso que el organismo, lógicamente, trata siempre de evitar o limitar. Si se produce, o se detecta un estado o agente que puede producirla, se activa rápidamente la inflamación, una compleja respuesta defensiva en la que participan de forma integrada el sistema inmune y nervioso, cuyo objetivo es proteger al resto del organismo de los tóxicos vertidos en la zona, por la muerte de las células afectadas. En ausencia de daño por agentes violentos, todas las células acaban muriendo de forma natural, en un período variable de tiempo. La muerte natural se lleva a cabo de forma controlada, sin poner en peligro a las células vecinas. Al nacer, todas las células contienen en el genoma el programa que ejecuta esta muerte controlada. Por ello también se conoce como muerte programada. Esta muerte programada consiste en un complejo y preciso proceso de desmontaje de los componentes de la célula, manteniéndose en todo momento intacta la membrana celular, impidiendo así el vertido de tóxicos al exterior. Existen varios programas de desmantelamiento celular. El más conocido y estudiado es el programa de la “apoptosis”, término griego que significa “caída de la hoja” que se refiere a la caída programada de las hojas en otoño. La necrosis, siguiendo con el símil de la caída de la hoja, se referiría a un arrancamiento violento de una hoja sana, productiva, que trabaja para el árbol (por ejemplo en primavera), por un viento huracanado, el golpe de una vara o por un bocado de un herbívoro. Las hojas que no están en buena condición activan en el árbol un programa de caída, bien sea global en otoño o local si se trata de una hoja enferma o defectuosa, en cualquier época del año. Los procesos

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degenerativos (de las hojas o de nuestro organismo) no ocasionan muerte violenta (necrosis) sino muerte programada (apoptosis) y no se acompañan de reacción inflamatoria. Por tanto no debieran generar dolor. El dolor tiene como objetivo la restricción de la utilización de una zona y, sólo se justifica desde el punto de vista biológico, cuando existe un proceso de necrosis (muerte violenta, imprevista) que la hace más frágil. Una zona dolorosa en la que no se está produciendo destrucción violenta de células (gérmenes, temperaturas extremas, agentes mecánicos, corrosiones…) soporta perfectamente la utilización por parte del individuo y, si no se producen incidencias de daño violento, no se justifica la restricción de su uso activando el dolor anticipadamente. La osteoporosis por ejemplo no activa ningún sensor de daño. Si se proyecta el dolor sobre una zona “con poco calcio” ello no es debido a que los huesos sufren la acción del peso y comprimen estructuras sensibles sino a que la zona está bajo sospecha cerebral, está vigilada, y se imponen restricciones para proteger un teórico daño. En el movimiento normal (autorizado por el cerebro) la carga del peso se distribuye por múltiples articulaciones por lo que cada una de ellas recibe poca presión. Si el cerebro protege una zona, elimina la movilidad de las articulaciones afectadas (“les da de baja”), convirtiéndolas en un bloque único y desplazando la carga hacia las restantes, pudiendo generarse dolor en ellas al conducir toda la carga del peso. Los programas defensivos, protectores, sólo deben permanecer activos mientras está activa la necrosis. Una vez reparada la lesión, la zona queda reorganizada, adaptada a la nueva situación y el cerebro repone los programas normales que distribuyen la carga por todos los segmentos articulados. Si permanece activa la idea de zona dañada (“desgastada”, “con pinzamientos”, etc) los programas de movimiento siguen evitando el juego articular y se consolidan unos programas de protección que acaban convirtiendo una zona potencialmente articulada, como el cuello, en un bloque rígido. Lo que genera y desarrolla el dolor y los “desgastes” es la valoración persistente de zona dañada por parte del cerebro. Es fundamental recuperar una convicción de zona apta para la participación en el movimiento (las “bajas” del cerebro deben durar sólo el tiempo imprescindible para la reparación). De otro modo los huesos, ligamentos y articulaciones sufren a lo largo del tiempo la carga de un programa cerebral defensivo, al igual que las arterias sufren por la persistencia de un programa cerebral defensivo que mantiene la cifra de tensión arterial por encima de lo necesario.

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DOLOR E INFLAMACION

La inflamación es una respuesta defensiva que se activa por tres mecanismos:

1) Sucesos que destruyen tejidos violentamente (necrosis), es decir, sucesos mecánicos (compresiones, estiramientos, desgarros…), térmicos (quemaduras y congelaciones) o químicos (moléculas corrosivas, ácidos).

2) Detección por el sistema inmune de moléculas sospechosas (gérmenes) que acabarían ocasionando muerte violenta de células.

3) Evaluación por el sistema nervioso (cerebro) de situaciones potencialmente nocivas.

En el primer caso la inflamación se activa por el daño producido en los tejidos. La agresión libera moléculas-señal que encienden las alarmas en el sistema inmune y nervioso. Sería equivalente a la activación por un atraco violento del sistema de seguridad de un banco. En los casos de activación por sospecha (detección de moléculas sospechosas en el sistema inmune y sospecha de efecto nocivo por información en el sistema nervioso) se producen muchos errores. La alarma puede activarse sin que se haya producido atraco ni se vaya a producir. Simplemente se ha “pensado” que podía producirse. El sistema inmune podría tener fichado a un honrado ciudadano como presunto ladrón y bloquearía su entrada al banco. El sistema nervioso tendría la “corazonada” de que se podría producir un atraco y activaría sus sistemas de vigilancia diseñados para ¡“puede que atraquen, salgan todos y no entren hasta nueva orden”!. El tipo de inflamación activado varía, así mismo, según se trate de un suceso consumado de daño (1), de una sospecha de invasión de gérmenes (2) o de una expectativa de efecto nocivo por múltiples situaciones (3). La inflamación activada por daño consumado (traumatismo, quemadura) o por detección de gérmenes (reales o imaginados) produce dolor, hinchazón, calor y enrojecimiento. Sin embargo la inflamación activada por expectativa cerebral de efecto nocivo, sin que se haya

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producido realmente ninguna agresión, es una inflamación limitada generalmente al despliegue de la alerta: sensibilización de sensores, activación del dolor, limitación de la actividad del individuo etc. Se prepara el terreno para detectar y protegerse de un daño que el cerebro teme que pueda suceder. El error del sistema inmune se produce por una mala catalogación de moléculas. El error del sistema nervioso se produce por una mala predicción. Tanto el dolor como la inflamación deben englobarse en el programa de prevención y protección de incidentes de muerte celular violenta. El dolor es simplemente la sensación que implica al individuo en el programa y le fuerza a ajustar su conducta en la prevención de daño (real o imaginado). A veces el programa sólo activa los componentes de alerta y modificación de conducta del individuo, no produciéndose todo el proceso de movilización de células inflamatorias ni la apertura de poros en los capilares para permitir su paso al foco de necrosis por lo que no existe calor, hinchazón ni enrojecimiento local. En la migraña y fibromialgia, por ejemplo, no se hinchan, calientan ni enrojecen las zonas doloridas pero los sensores de daño durmientes están operativos y los programas cerebrales de desmotivación-restricción de conducta del individuo le fuerzan a modificar sus objetivos y acciones. El hecho de que el dolor no se acompañe de signos inflamatorios no quiere decir que sea más leve. En general sucede todo lo contrario. Cuando se produce un foco de daño celular violento (necrosis), el propio organismo regula la extensión de la respuesta inflamatoria aportando moléculas cuya función es precisamente delimitar el lugar donde se va a aplicar la restricción de uso. En la frontera del foco inflamatorio hay moléculas antinflamatorias y analgésicos poderosos que delimitan perfectamente no sólo la respuesta sino la percepción de dolor. En el dolor por activación de alerta infundada, en cambio, sólo existe la química de la alarma que acaba convirtiéndose en la del pánico, ya que se alimenta a sí misma y no tiene unos límites definidos, tanto en su extensión como en su intensidad o persistencia. En general se abusa de la utilización del término inflamación y se utilizan sin necesidad fármacos antinflamatorios. Se asocia automáticamente dolor a inflamación, especialmente en el dolor considerado de origen óseo, articular o muscular.

SISTEMA DE OPIACEOS INTERNOS

El organismo dispone de un complejo y potente sistema de circuitos y moléculas que le permiten poner y quitar el dolor en función de las evaluaciones que haga en cada momento sobre la situación o previsiones de

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daño de una zona. Si no existe ninguna incertidumbre de daño sobre cualquier zona que vaya a utilizar el individuo, el cerebro silencia los sensores y pone un baño de “morfina” (además del filtro de la copia eferente) para que nada perturbe la ejecución de las acciones programadas. Esta “morfina” corresponde en realidad a una familia de moléculas de acción similar. Una de ellas es la más popular: la endorfina (“morfina interna”). En los estados de alerta o vigilancia sobre daño imaginado, el cerebro enciende sensores durmientes, anula la copia eferente y reduce el baño de endorfina. Ello facilita la aparición espontánea de dolor. Tan pronto como éste aparece, el cerebro rápidamente reconstruye las grabaciones de dolores previos y vuelve a reproducir un episodio similar. Cualquier intervención terapéutica que dé confianza al cerebro sobre eliminación del peligro, hace que se silencien los sensores, se reactive la copia eferente y se vuelva al baño de endorfina deseable. Pueden valer lo mismo un fármaco, un producto homeopático, un masaje, unas agujas o unas hierbas. En las situaciones de dolor-inflamación por daño real, el organismo aporta a la zona dañada tanto moléculas que activan la inflamación (y por tanto el dolor) como otras (las endorfinas, entre otras) que la contienen. El objetivo es demarcar claramente la zona dañada de la sana, prohibiendo el uso de la zona en peligro pero autorizando el de la zona ilesa. Generalmente el dolor producido en ausencia de daño real tiende a ser más frecuente, intenso y persistente que el activado a consecuencia de un episodio de necrosis celular. Ello es debido a que no sólo se sensibilizan los sensores de daño sino que se bloquea o reduce la secreción de las morfinas propias (“endorfinas”).

EFECTO PLACEBO

La capacidad del organismo de utilizar circuitos y moléculas para quitar y poner dolor (u otras sensaciones) corresponde al llamado “efecto placebo”. En una situación de dolor, independientemente de si coexiste con una situación de daño real o no, podemos engañar a los pacientes diciéndoles que les administramos un potente analgésico, cuando en realidad les aplicamos suero o un comprimido inerte, sin ninguna acción. En una proporción variable, algunos pacientes percibirán una reducción considerable del dolor. Ello se debe a que el cerebro ha decidido desactivar el estado de alerta hacia el individuo. La decisión puede ser equivocada ya que el efecto placebo puede producirse en un paciente aquejado de una lesión, p, ej. un infarto de miocardio, e inducir al doctor a pensar que el dolor era en realidad “psicológico”. Muchos de los efectos de los fármacos y otras terapias se producen por “efecto placebo”. Hay una corriente en

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Medicina que se niega a reconocer dicho efecto pero con las técnicas actuales de detección de la actividad cerebral es un proceso claramente documentado. Es especialmente notable en el dolor, la depresión y la enfermedad de Parkinson. El efecto placebo demuestra, sin ningún lugar a dudas, que el cerebro tiene capacidad para poner y quitar el dolor, el desánimo y la motilidad en función de sus evaluaciones sobre daño o posibilidad de éxito. Si al aplicar una falsa terapia el dolor cede (independientemente de que exista o no daño) ello quiere decir que el cerebro interpreta que el peligro ha cesado.

EFECTO NOCEBO

“…cuando las palabras son dolorosas…” F.Benedetti.

Universidad de Turín.

Es un concepto menos conocido que el placebo y se refiere a la capacidad de generar síntomas con información negativa. Está ampliamente demostrado con estudios de neuroimagen cerebral que las creencias y expectativas negativas facilitan la aparición y comportamiento del dolor. Así como los opiáceos internos (“endorfinas”) reducen la sensación dolorosa, existe en el organismo una sustancia de signo contrario: la colecistoquinina, que facilita la aparición de dolor. Cualquier valoración sobre zona dañada activa los programas defensivos de dolor y otros en ausencia incluso de lesión activa necrótica. El efecto nocebo complementa así a su contrario, el efecto placebo, y confirma la trascendencia de las evaluaciones cerebrales en la conducta del dolor.

HIPNOSIS Y DOLOR

Una de las áreas que más interés ha producido en el estudio del dolor es el de la hipnosis. Considerada de una forma simple, la hipnosis es un estado de atención concentrada. Cuando uno acude al cine, se deja hipnotizar por la película. Concentra su atención en la pantalla, se anulan estímulos externos y durante la proyección se identifica con el relato. La relación entre el cerebro y uno mismo en el dolor sin daño es muy similar a la de un estado hipnótico. El cerebro sería el equipo de proyección de la película y el individuo sería el espectador. Existen estudios sobre individuos a los que

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se les aplican estímulos dolorosos (corrientes eléctricas, temperaturas extremas, rayos lasser etc) mientras se procede a la hipnosis y se sugieren cambios en la intensidad de la sensación y grado de sufrimiento. Se comprueba que el dolor oscila según el contenido de las sugestiones. En el ejemplo de la hipnosis en la sala de cine, habría que introducir una variación importante. En la pantalla estaría el propio paciente y la película versaría sobre sucesos en el interior de su organismo. La hipnosis sólo es posible si el hipnotizado colabora. No existe un poder especial del hipnotizador. El cerebro (el hipnotizador) conseguirá su objetivo de alertar y proteger el organismo sólo si impone al individuo sus sugestiones. Una película que no convence, que no consigue absorbernos a la pantalla, no funciona. Una crisis de dolor tampoco funciona si no existe un grado de absorción del individuo hacia la proyección que efectúa el cerebro sobre la pantalla de la percepción consciente. La capacidad del cerebro para simular situaciones es muy poderosa y por ello consigue reproducir percepciones similares a las ocasionadas por hechos reales. En realidad los programas de dolor están grabados, dispuestos a ser activados. Una lesión que envía señales de una zona dañada (muerte celular violenta, necrosis) al cerebro, lo que hace es activar dichos programas, al igual que las señales procedentes de la retina al abrir los ojos, activan programas de visión, registrados en varias zonas del cerebro. El programa activado por una lesión aguda de un dedo activa el dolor sólo en ese dedo y, en principio, lo limita al período de inflamación. Sin embargo el programa de dolor activado por imaginación de daño tiende a extenderse y afectar a amplias zonas del cuerpo ya que no existe contención de un proceso real de daño, sino animación de otro, imaginado (temido).

CONTROL MENTAL (Imaginería guiada)

El individuo no es un juguete en manos de su cerebro. Somos responsables de nuestra integridad física y psíquica y disponemos de cierta capacidad de gestión sobre nosotros mismos. Podemos participar en las decisiones sobre nuestra conducta en todos los ámbitos. Decidimos qué, cuándo, cómo y cuánto comemos. Modificamos nuestro entorno. Nos desplazamos por el mundo, hacemos deporte, aprendemos a relajarnos, seguimos terapias varias con fármacos, aromas, agujas, hierbas, masajes o preparados homeopáticos, seguimos cursos de afrontamiento del estrés o de inteligencia emocional o nos esforzamos en controlar mentalmente el estado de nuestro organismo. Tal como hemos afirmado, el dolor es la consecuencia del daño que imagina el cerebro. Si dispusiéramos de un modo de controlar el contenido

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de la actividad mental cerebral, lógicamente el dolor se modificaría. Es una deducción correcta. Si se consigue modificar la “opinión” cerebral sobre organismo, el dolor desaparece. La imaginación es una función que integra el trabajo inconsciente del cerebro y el consciente del individuo. En cada episodio de dolor se activa el resultado de un proceso continuo imaginativo cerebral al igual que en cada acción motora se activa un programa que resume todo el proceso de aprendizaje previo. Si queremos modificar un hábito motor debemos utilizar la atención e imaginación para forzar un cambio en la dirección deseada. Los deportistas y músicos imaginan los componentes motores que deben corregir antes de proceder a su ejecución. El aprendizaje sin atención, concentración e imaginación no funciona.

¿Qué podemos hacer para cambiar la opinión cerebral?

No hay trucos, magia o atajos para conseguirlo

La opinión cambia cuando disponemos de información capaz de producir el cambio. No podemos trasvasar información directamente al sistema inmune para combatir la alergia, pero sí podemos trasvasar información al sistema nervioso para modificar la evaluación cerebral sobre la existencia de un estado de amenaza física y, por tanto, desbaratar la generación de dolor por parte del cerebro. El proceso no es ni fácil ni difícil, exige interés por el conocimiento, curiosidad por saber cómo funciona el cerebro. No sirve la necesidad de librarse del dolor ni el “control mental” si no hemos solucionado previamente el tema de la interpretación de lo que está sucediendo en nuestro organismo cuando sufrimos la tortura de una crisis dolorosa. Es una cuestión clave en el proceso. Debe estar meridianamente claro que el objetivo de la acción del paciente es el de modificar el modo en el que el cerebro imagina el interior del organismo. Suponga que le ofrecen un plato cocinado de un modo no tradicional, que, por informaciones, le merece poca confianza en cuanto a su grado de higiene. Si no tiene más remedio que comérselo es muy probable que el proceso de entrada del guiso al estómago sea difícil, desagradable e incierto. Su sistema nervioso interpondrá una barrera gustativa y olorosa para intentar que usted no decida comérselo. El sabor queda dominado por el recelo creado por la información. El mismo guiso en el contexto de un viaje turístico, con todas las garantías sobre higiene y con una conocida afición suya a los guisos exóticos y novedosos, hará que su cerebro genere

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sabores y olores agradables. Los seres humanos construimos las percepciones con una estricta dependencia de lo que opinamos sobre la realidad. El mismo guiso produce un efecto distinto si modificamos nuestras expectativas. Usted puede y debe guiar a su cerebro, a sus sistemas de memoria, a modificar la interpretación sobre organismo. Debe recuperar la convicción de zona no dañada y promover una estrategia de afrontamiento consistente en defender la acción que tenga programada a la vez que ayuda a su cerebro a modificar la evaluación grabada en sus archivos. Una acción motora de una zona dolorida y no dañada (por ejemplo un dolor lumbar sin evidencia de herniación discal aguda, reciente), se produce con una programación cerebral restrictiva y protectora que contrae en bloque la zona. Antes de ejecutar la acción prevista debe imaginar un estado de normalidad de su columna, ayudar a relajarla y proceder a realizar el movimiento de una forma elástica, fácil, sin esfuerzo. El modo en que habitualmente nos movemos cuando duele debe ser evitado y sustituido por otro que incluya elementos imaginativos relajantes, confiados. En sus actividades cotidianas se cuelan programas de “dolor-protección-de- zona-potencialmente-dañada…utilización restringida”, que deben ser detectados, percibidos atentamente y modificados con la imaginación: el proceso imaginativo no consiste en “pensar que no está doliendo”. Realmente se debe concentrar inicialmente la atención en el dolor, ser consciente de su presencia para, tras hacer un acto de relajación-confianza en que la zona dolorida no se va a alterar por ser utilizada, tratar de aplicar un programa motor imaginado, elástico, fácil, tranquilo, confortable.

GENETICA

La afirmación de que “todo está en nuestros genes” es básicamente correcta pero debe ser matizada y complementada. Nuestros genes humanos dirigen la construcción de una compleja red de neuronas, preparadas para recoger información y adaptar las decisiones a su contenido. Gran parte de esa información se adquiere por imitación y empatía, dos poderosos estimuladores (básicamente inconscientes, genéticamente determinados) de la creación de circuitos neuronales en la especie humana. Otra parte se busca activamente y se incorpora con un esfuerzo de atención y dedicación. Esto último sólo es posible en la especie humana y es debido a que nuestros genes lo permiten o determinan. Sin embargo los genes no contienen información sobre las condiciones concretas que nos vamos a encontrar en el mundo. No hay genes para hablar en chino o para determinar nuestros gustos culinarios. La

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incorporación de conocimiento sobre interior del organismo depende exclusivamente de la información aportada por una amplia variedad de expertos, con mensajes y doctrinas para todos los gustos, muchas veces contradictorios. Nuestros genes no contienen recetas para descubrir la verdad. Se limitan a dotarnos de circuitería capaz de asimilar, almacenar y utilizar la información disponible. No existen genes de la migraña, de la fibromialgia, de la depresión ni de la alergia. Habitualmente un gen influye en muchos caracteres y, a su vez, un carácter está influido por varios genes. Existen recursos genéticos para construir (con el concurso del aprendizaje) programas de dolor, tristeza, desmotivación, soledad o inflamación pero no existen genes específicos para el dolor de cabeza, otros para el dolor de cuello o para el lumbago. Tampoco existen genes para aprender castellano, chino o inglés. Existe una genética que nos capacita para que nuestro cerebro absorba el idioma que se encuentra en los primeros años de vida. Sucede lo mismo con la cultura: nuestros genes nos capacitan y, en gran parte nos obligan, a adquirir la información que nos rodea. Absorbemos lo que hay a nuestro alrededor. Se conoce actualmente la existencia de un sistema de copia de nuestras neuronas que permite reproducir acciones motoras, emociones e incluso percepciones, tras observarlas en otros. Este efecto de copia o imitación es más acusado entre familiares y allegados y es responsable de gran parte de la generación de dolores que, oficialmente, son interpretados como genéticos, despreciando e ignorando la trascendencia del sistema de copia cerebral (“neuronas espejo”). Además de lo copiado e imitado podemos, más adelante, tomar decisiones y aprender otros idiomas voluntariamente y con esfuerzo, o modificar nuestras convicciones sobre salud o enfermedades, informándonos. Este proceso de información es en gran parte pasivo. Los medios de comunicación, las conversaciones, nos sirven doctrinas aparentemente creíbles, simples, accesibles. Es el equivalente a nuestro idioma materno. Los genes nos han obligado a adquirirlo. Cuando se trata de modificar convicciones sobre salud y enfermedad muchos pacientes defienden su cultura de salud-enfermedad, la que han aprendido pasivamente, sin esfuerzo, la “cultura materna”. Esta cultura incluye la idea de interpretar la herencia (la existencia de varios casos de un proceso en una misma familia) como un hecho exclusivamente genético, sin considerar otros aspectos de la transmisión de caracteres o conductas (como la información, imitación o empatía) en el grupo familiar. La incidencia de varios casos en una familia siempre es el resultado de una interacción compleja entre un conjunto de genes que generan una mayor probabilidad de “ser” de una determinada manera y unas condiciones del entorno que generan una mayor probabilidad de actuar (decidir) en una u otra dirección. Si las condiciones del entorno son iguales para todos, la

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diferencia la marcan los genes. El entorno familiar nunca es similar (hay familias con migrañosos y otras sin ellos) por lo que en el caso de migraña inciden tanto los genes como el entorno (imitación y empatía por las “neuronas espejo” y la evaluación cultural -“son los genes”- predominante). El grupo humano con mayor riesgo de padecer migraña es el de los neurólogos y neurólogas que se dedican al estudio y tratamiento de la migraña. La incidencia de al menos un episodio al año llega a ser del 55% en ellos y del 81% en ellas. La proporción baja algo si se refiere a neurólogos no dedicados especialmente al estudio de las migrañas y se iguala con la población "normal" en los médicos de familia: 8% en varones y 15% en mujeres. Es difícil encontrar una explicación a este notable hecho estadístico que no sea la de una mayor exposición y convicción de una determinada doctrina (genes, estrés, hormonas, estilo de vida, alimentación etc) y una mayor exposición e implicación a relatos de dolor de cabeza en la consulta. Obviamente los más expuestos a creer algo son quienes lo predican. Los supuestos genes de la migraña no producen a la vez la vocación hacia la Neurología.

HABITOS Y ESTILOS DE VIDA

Además de la genética se tiende a inculpar frecuentemente al llamado “estilo de vida” para explicar la aparición de dolor. El dolor sólo queda explicado desde el punto de vista biológico si el estilo de vida produce daños violentos (desgarros, compresiones, quemaduras, infecciones…). El estrés, los cambios de tiempo, los hábitos alimenticios, el sueño, la actividad laboral en el pasado, los “desgastes”, las malas posturas, la sobrecarga, la ansiedad, el desánimo y un largo etcétera no tienen la capacidad de activar el dolor por sí mismos. Si lo hacen es por la evaluación que de todo ello hace el cerebro.

ESTILO DE VIDA CEREBRO DOLOR ausencia de daño evaluacióncelular violento actual de daño potencial

Las creencias sobre los posibles efectos nocivos de nuestros hábitos y actividades (pasadas, presentes y futuras) son capaces de activar por sí mismas todo tipo de percepciones. El cerebro tiende a buscar relaciones de

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causa-efecto entre todos los componentes de la actividad del sujeto y la integridad del organismo. Si la cultura sostiene que existen una serie de relaciones entre lo que hacemos y sus consecuencias, el cerebro puede transformar estas afirmaciones en conexiones neuronales y dar curso a la aparición de dolor si se dan las condiciones predicadas. En una casa con un sistema de seguridad dotado de catálogo de condiciones de peligrosidad, sensible a información experta, puede activarse un código que atribuya al acaloramiento de una discusión la capacidad de activar la sirena de incendios y sonar la alarma (prevista para los incendios) cuando se discute. Si el cerebro recibe una instrucción de “problemas que causan dolor de cabeza” puede acabar activando el dolor cuando existe el problema, pero está claro que los problemas del individuo no suponen un riesgo inmediato de destrucción violenta de neuronas. Cualquier situación relevante biológica o socialmente tiende a alertar sistemas de vigilancia. El “cambio de tiempo”, detectado consciente o inconscientemente, es de gran trascendencia para las tareas habituales de cualquier especie animal así como las variaciones hormonales femeninas, ya que no es lo mismo salir a cazar cuando luce el sol o llueve o estar en fase de búsqueda de varón para ser fecundada que “no lo he conseguido, otra vez será”. La influencia de la cultura sobre momentos sensibles biológicamente facilita la programación de estados de alerta expresados por dolor que habitualmente se interpretan erróneamente como un efecto directo del “cambio de tiempo” o de las hormonas. Los animales son muy sensibles a los cambios de tiempo, ya que ello trastoca todas sus tareas de aprovisionamiento de alimentos, protección y reproducción. Cuando “cambia el tiempo” no se modifican nuestras expectativas de adquisición de alimentos ni de resguardo y nuestro organismo ,, que sigue siendo sensible a la variación meteorológica, aplica dicha sensibilidad a aquello que considera pueda tener trascendencia. La cultura sobre “cambio de tiempo” potencia la idea de que influye sobre la salud de nuestras estructuras articulares, óseas, musculares o cualquier otra y ello hace que el cerebro nos alerte que cambia el tiempo, activando programas defensivos variados: dolor, cansancio, desgana o, incluso mareo. El ajetreo personal o la dedicación entusiasta a la actividad laboral se codifica culturalmente como un modo de vida desaconsejable (“trabajas demasiado”). Se recomienda un patrón de conducta intermedio en el que el individuo debe moverse en una estrecha banda de “no abuses de las comidas pero no pases muchas horas sin comer” o “no trabajes tanto ni estés tan ocioso” o “duerme más pero no tanto”. Ninguna de estas situaciones produce destrucción violenta celular por lo que no justifican el encendido del programa de dolor. Algunos de los consejos pueden ser razonables pero el dolor aparece si el cerebro aplica de forma exagerada programas destinados a la protección física frente a peligros de destrucción violenta de células (necrosis). Sería como “matar moscas a cañonazos”.

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MEMORIA DE DOLOR

Todo lo que percibimos (oímos, vemos, degustamos, palpamos, olemos) es el resultado de un complejo proceso cerebral que integra datos del momento, que entran a través de los sentidos, y otros disponibles en los archivos. En muchos casos la contribución de los datos de los sentidos es mínima y confusa pero los archivos permiten hacer evaluaciones correctas. Podemos reconocer el rostro de una persona aunque la veamos fugazmente en condiciones de escasa iluminación, o los garabatos de una receta gracias a que disponemos de archivos sobre esa persona o ese medicamento. Muchos de los episodios de dolor se construyen exclusivamente con material de archivo. El inicio, desarrollo, intensidad, localización y finalización del dolor están grabados y se editan una y otra vez, generalmente con las mismas características. Así como la música puede proceder de una ejecución real por un instrumentista o por la reproducción de un disco, el dolor puede provenir de un estado de daño violento actual, de una reproducción de un daño pasado o, lo que es más habitual, de una simulación de daño (daño imaginado). El dolor por daño imaginado tiende a ser mucho más intenso, frecuente y persistente que el dolor por daño real. Con cada episodio el sistema de memoria se refuerza e incluso evoluciona hacia la cronificación. El dolor activado por memoria de neuronas se apoya siempre en una evaluación de amenaza de daño. Si, por ejemplo, duele la cabeza cuando sale viento sur ello quiere decir que existe una evaluación en los sistemas de memoria de que el viento sur es peligroso para la integridad de la cabeza y que debe alertarse al individuo (con el dolor) para que la proteja. Cada nuevo episodio refuerza la convicción (cerebral y del propio individuo) de que el viento sur afecta a la cabeza. Nuestras habilidades motoras están grabadas y se ejecutan automática e inconscientemente cuando actuamos. Nuestras percepciones también lo están y se editan automáticamente cuando el cerebro así lo decide.

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MIGRAÑA

La cabeza no tiene ninguna característica física ni química que justifique la frecuencia con la que se produce dolor en ella. Su interior es evidentemente frágil y de alto valor pero está especialmente protegido dentro de un estuche óseo y meníngeo. Por otra parte es una zona sin articulaciones, no sufre cargas de peso ni está especialmente expuesta a desgarros, choques, compresiones, quemaduras o infecciones. Los circuitos de vigilancia y defensa son similares a los del resto del organismo y las moléculas que intervienen en la generación de dolor son las mismas que lo hacen para generar dolor en el pie. Las modificaciones bioquímicas que aparecen en la migraña son las mismas que se detectan en la fibromialgia, en el colon irritable o en el picor intenso de la dermatitis atópica. Son la traducción a moléculas del estado de alerta cerebral por presunción de amenaza de daño. Lo que diferencia a estos padecimientos es la evaluación que en cada caso hace nuestro cerebro sobre el supuesto peligro. En la dermatitis se activa un programa de vigilancia-defensa en la piel, seleccionado para librarnos (rascándonos) de parásitos y tóxicos químicos, en la fibromialgia un programa de evitación de daño en aparato locomotor, en el colon irritable el programa de prevención de entrada de tóxicos y gérmenes por vía digestiva y en la migraña el de protección frente a acciones o estados del individuo valorados como amenazantes para la cabeza. La cabeza no debiera doler si no existe un proceso infeccioso, una quemadura, una variación de presión interna o estiramiento o se aplicaran sustancias corrosivas. Sin embargo es la zona en la que se instala el dolor con más frecuencia (y, probablemente, violencia) sin causa justificada. La explicación oficial es que los migrañosos son individuos que han nacido con unos genes específicos que construyen un cerebro hipersensible, hiperexcitable, que activa misteriosamente el componente de alerta de la inflamación (dolor, amplificación sensorial) así como el cierre o la limpieza preventiva del aparato digestivo (falta de apetito o vómito). El dolor se asocia a vómito en la migraña pero no en el dolor del aparato locomotor porque el cerebro interpreta en el primer caso que la amenaza proviene de una alteración interna y en el segundo por acciones motoras o de carga. Corresponde a un efecto detectado por el investigador John García. (“efecto García”). Cuando el cerebro evalúa un estado de amenaza atribuido a un factor interno visceral activa el cierre-defensa digestivo. No lo hace si interpreta que el agente nocivo está actuando externamente o involucra al aparato locomotor. Un dolor de muelas o una ciática no produce vómito.

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Lo mismo sucede con la intolerancia a la luz y sonidos. Corresponden a un programa de evitación de salida al exterior, que, desde el punto de vista biológico, implica riesgo (depredadores). La luz, olores, ruidos producen malestar porque el programa defensivo de “meterse en el refugio” incluye una aversión hacia todo lo que suponga exterior. Habitualmente no se hace ninguna mención ni consideración a la función de imaginación de daño, promovida por la información. El encendido “misterioso” de la respuesta de defensa inflamatoria en la cabeza se produce en realidad por la hipótesis (equivocada) de daño. La migraña es equivalente a la alergia. En ambas situaciones se produce el sufrimiento por un error de catalogación o evaluación. A diferencia del sistema de memoria inmune, que es rígido e inamovible, la memoria neuronal es elástica y modificable por información. La información activa los avisos y también la información (de signo contrario, lógicamente) los desactiva. Con el enfoque pedagógico se intenta modificar los registros de evaluación responsables del encendido y desarrollo de las crisis de migraña. Ello se consigue en un porcentaje aceptable de casos (60-70%) en quienes lo intentan y concentran su atención en adquirir el conocimiento y convicción necesarios sobre el origen cultural de las crisis. El paciente debe esforzarse en comprender de forma simple pero sólida la función defensiva del dolor y su dependencia de la evaluación que el cerebro (y el propio individuo) desarrolla a lo largo de la vida, en función de sucesos y, sobre todo, de informaciones. Cada percepción es un paquete informativo que recibimos del cerebro que contiene tres elementos: la cualidad de la sensación dolorosa la motivación hacia una conducta de protección un intento de interpretación del episodio

El cerebro intenta que protejamos la cabeza forzándonos con el dolor a interrumpir la actividad, investigar su origen y calmarlo aplicando la conducta previamente programada (generalmente fármacos y refugio en lugar oscuro y silencioso). El afrontamiento del paciente debe ser de signo contrario:

imaginar un estado de normalidad en el interior de la cabeza proseguir con la actividad programada tratar de evitar (no siempre se consigue) la conducta de protección (fármacos y refugio).

Cada episodio de migraña debe convertirse en un ejercicio de intento de modificación del programa cerebral. El paciente debe desbaratar con su

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imaginación el programa de alerta activado desde el sistema de memoria. Esta acción de control la ejercemos todos los días en múltiples cuestiones. El cerebro nos bombardea continuamente con requerimientos de prevención de daño (sed, hambre, frío, calor, mareo, cansancio, sudoración, taquicardia, hiperventilación...). Por muy fiables que sean las condiciones externas de seguridad física, nuestro cerebro nos plantea anticipadamente posibles sucesos de deshidratación, desnutrición, congelación, golpe de calor, pérdida de verticalidad, preparación para luchar-huir etc. Sigue actuando como si viviéramos en un entorno físicamente amenazante (la sabana de nuestros ancestros) escaso en agua y alimentos y poblado de depredadores. Los programas de defensa están seleccionados para condiciones de amenaza externa o interna. Dado que no se producen incidentes de daño externo, estos programas de defensa se activan de forma sensible frente a cualquier estado o acción del individuo considerada como potencialmente perjudicial a través de cambios internos.

El cerebro protege sensible y excesivamente nuestro interior.

La cultura se encarga de mantener el estado de alerta atribuyendo una capacidad de daño a todo tipo de elementos: genes, hormonas, cambios meteorológicos, alimentos, “energías” negativas, estrés psicológico, campos electromagnéticos etc. Los mensajes culturales sobre vulnerabilidad a los que responde el cerebro serían equivalentes a una campaña de información que alertara al sistema inmune sobre la peligrosidad potencial de diversas moléculas (polen, látex, animales, alimentos), absolutamente inofensivas. El chocolate, el alcohol, el queso, el hambre, el estrés, no producen infecciones ni desgarran tejidos. La aparición de dolor tras tomar un vaso de vino indica la vigencia de un programa de evitación de consumo de alcohol, no la producción de un efecto perjudicial del vino sobre la cabeza. Evidentemente el alcohol genera señales extrañas en la red neuronal y cualquier cambio (no codificado y autorizado) alerta al sistema de defensa, y, por tanto, facilita la aparición de dolor. Así mismo, la inflamación nasal por exposición al polen es la consecuencia de la vigencia de un programa inmune de evitación de entrada del polen al organismo, no de una acción ofensiva de aquél.

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APARATO LOCOMOTOR

Habitualmente los pacientes afectados de dolor atribuido al aparato locomotor consideran que este se genera por alguna alteración en huesos, articulaciones, tendones, discos o músculos. Nadie piensa en estructuras electrónicas ni informáticas (sensores, circuitos, programas), es decir, en un sistema de neuronas. El hecho de que el dolor se modifique con el reposo, movimiento o postura hace que intuitivamente pensemos en alguno de los componentes físicos que producen o soportan el movimiento pero no en los programas neuronales que lo valoran, autorizan, limitan o penalizan.. Antes de que se produzca cualquier movimiento el cerebro evalúa sus consecuencias y activa los programas adecuados para conseguir por una parte el objetivo de la acción y, por otra, que ésta no ponga en peligro la integridad del organismo (especialmente de aquellas zonas implicadas en la ejecución de dicha acción). Cuando se produce daño agudo (necrosis o muerte celular violenta) se activa una respuesta de limitación del movimiento que inmoviliza la zona afectada hasta su reparación. Ello se consigue con el dolor, la activación de programas motores de protección (contractura e inmovilización local) desactivación de la copia eferente y una desmotivación a la movilidad. Cualquier gesto que produzca un estímulo en la zona desencadenará un dolor vivo. Automáticamente la zona dañada, en reparación, permanece quieta, inmovilizada y liberada de realizar acciones. Esta respuesta de protección se puede activar igualmente de forma preventiva cuando el cerebro interpreta que la actividad programada por el individuo puede afectar a una zona o componente del aparato locomotor. En este caso, los programas motores también están influidos por la intención de evitar la utilización de la zona bajo sospecha. El dolor, la contractura y la desmotivación aparecen de forma preventiva para evitar el daño imaginado previamente. Los “desgastes”, desviaciones, degeneraciones discales, osteoporosis, artrosis…no activan la inflamación y por tanto no explican el dolor por sí mismos. En esos casos el factor generador del dolor es la evaluación que el sistema nervioso ha ido elaborando sobre situación de integridad y resistencia de las estructuras. No existe ninguna correlación entre los cambios hallados en la Resonancia y el dolor. Un paciente puede tener varias “hernias” de disco, artrosis, osteoporosis, cambios estructurales diversos y no sufrir ningún dolor o, al contrario, disfrutar de una Resonancia absolutamente normal y estar sometido a dolor invalidante. El factor fundamental que determina la existencia de dolor y contracturas, en ausencia de daño agudo violento

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reciente, es la evaluación que el cerebro realiza sobre estado de integridad de la zona dolorida y la repercusión potencial que sobre ella puede tener la actividad del individuo. Las “malas posturas” y los excesos de carga modifican a la larga de forma compleja la estructura de la columna y las articulaciones y siempre es deseable desarrollar programas de adquisición de hábitos posturales correctos para cuidar la salud de nuestras articulaciones a largo plazo pero el dolor no es la consecuencia directa y exclusiva de una mala postura o de un desgaste articular sino que siempre interviene, de forma importante, la evaluación que el cerebro anticipa en sus programas sobre las consecuencias de la acción sobre la integridad. La desmotivación (cerebral) al movimiento es una parte importante de la respuesta de protección y se expresa hacia el individuo en forma de cansancio, generalmente asociado al dolor. El bloqueo de la copia eferente hace que la acción de levantarse contenga la percepción consciente del esfuerzo realizado. El cansancio tiene así dos componentes: el producido por la decisión cerebral de desmotivar el movimiento y el producido por la falta de filtro de la copia.

FIBROMIALGIA

Muchas mujeres (y algunos hombres) padecen actualmente un cuadro de dolor generalizado asociado a cansancio, etiquetado por gran parte de los reumatólogos como “fibromialgia”, una enfermedad de origen “misterioso” consistente básicamente (según ellos) en un foco de dolor originado en el aparato locomotor y amplificado por un cerebro que procesa dicho dolor de forma anómala, exagerada. Otros médicos consideran que no existe tal enfermedad y tienden a interpretar el dolor como una expresión de estados psicológicos alterados que producen una exageración del relato del sufrimiento por parte del paciente (“dolor psicológico”). Finalmente la mayor parte de los médicos están poco interesados en el tema y no toman postura sobre la cuestión considerándolo como un asunto confuso. Conviene precisar varias cuestiones:

1) el dolor es real, generalmente invalidante. Sus características las conoce solamente quien lo padece y si pensamos los demás que no es para tanto, lisa y llanamente estamos afirmando que la paciente

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miente, exagera o manipula para llamar la atención lo cual es una reflexión grave y gratuita y especialmente dolorosa para alguien que tiene la absoluta convicción de su sufrimiento.

2) Se ha demostrado de forma tajante que en las zonas dolorosas no existe ninguna alteración (inflamación). Ello no quiere decir que “no tienen nada” sino que el dolor no se asocia a cambios inflamatorios en la zona percibida como dolorosa por lo que su origen está en otro lado.

3) Está comprobado que el sistema nervioso está induciendo un estado de dolor facilitado, expresado en múltiples estudios por una serie de cambios bioquímicos, detectables en estos pacientes, referidos a los mediadores del estado de alerta neuronal (sustancia P, endorfinas, serotonina, hormonas, cambios inmunológicos...). Estos datos sirven para reafirmar la realidad física del problema y la fiabilidad del relato de los pacientes.

4) Es frecuente la asociación de un estado depresivo pero no debe deducirse por ello una interpretación simplista y probablemente incorrecta de que el dolor es secundario a la depresión. En principio es más razonable y aconsejable interpretar lo contrario: que la depresión es secundaria a un estado continuado de sufrimiento físico.

5) Las pacientes que mantienen, a pesar de todo, el ánimo y la continuidad de sus proyectos personales tienen mejor pronóstico que aquellas que optan por una interpretación de “enfermedad” tributaria de una consideración similar a otras enfermedades en el terreno de las discapacidades, invalidez y prestaciones sociales. Ello no indica que la paciente quiere rehuir la actividad física sino que la previsión catastrofista de un futuro de invalidez trae consigo la lógica reclamación de una pensión y que todo ello, aunque comprensible desde una perspectiva de enfermedad, cierra el camino de la resolución al dolor.

6) El reconocimiento por parte de familiares, allegados y profesionales de la realidad del sufrimiento expresado por las pacientes es un factor necesario para afrontar la resolución del problema. Habitualmente las quejas de las pacientes de falta de comprensión por parte de los profesionales están justificadas.

7) Existe un posicionamiento oficial (profusamente publicitado) de una determinada interpretación del problema, en el sentido de “enfermedad”, ampliamente defendido por las asociaciones de pacientes, que, puede resultar comprensible pero no necesariamente correcto (y, por tanto, beneficioso).

8) Las referencias oficiales a la participación del cerebro en el proceso, resaltan excesivamente los aspectos bioquímicos e ignoran o silencian los culturales (la información generada por los

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profesionales). La referencia a estos componentes culturales como factores determinantes provoca una reacción de rechazo injustificada así como falsas interpretaciones.

9) La dependencia del organismo humano de la cultura es poderosa y no existe función física que no esté influida por ella. Identificar origen cultural con origen psicológico es un error grave. La teoría cultural de la “fibromialgia” es una teoría biológica, protege la realidad del sufrimiento, lo reconoce y dignifica, pero, además, abre una vía a su resolución, siempre que la paciente acepte que (afortunadamente) su organismo está sano pero evalúa mal (al igual que el sistema inmune en la alergia) y que no se trata de curar una enfermedad encontrando primero su origen sino de modificar programas, archivos, evaluaciones, expectativas y convicciones, eliminando previamente los recelos a los enfoques que identifican el estado de dolor crónico generalizado como la consecuencia de un complejo proceso interpretativo del organismo, influido poderosamente por la información.

10) La analogía actualmente en boga de que en la fibromialgia (y también en la migraña) se produce un mal procesamiento de la información no es correcta. Más bien se trata de un excelente procesamiento de mala información. El procesador (sistema nervioso) está seleccionado biológicamente a través del proceso evolutivo y nos permite extraer de los sucesos de cada día toda la información que contienen para incluirla en las redes conceptuales distribuidas por el cerebro. Precisamente la excelencia del procesador nos condena a que una determinada carga informativa genere la probabilidad de una serie de errores de evaluación.

La defensa de la concepción de la “fibromialgia” como enfermedad, si bien alivia el sufrimiento derivado de una concepción “psicológica”, cierra el camino a la resolución a través de una concepción de origen cerebral, cultural, pedagógico. La ayuda psicológica desde una posición de afrontamiento activo es necesaria y útil pero resulta insuficiente si no va asociada a la eliminación del estigma de la idea de un aparato locomotor alterado.

El concepto de enfermedad es muy amplio y deben matizarse y distinguirse con nitidez los diversos mecanismos que generan invalidez y sufrimiento. Además de enfermedades tumorales, infecciosas, traumáticas, tóxicas, genéticas, deficitarias y degenerativas, existen las enfermedades por error de evaluación de peligro. Los dos Sistemas defensivos (Inmune y Nervioso) los cometen y generan invalidez y sufrimiento.

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Sin embargo sólo están bien precisadas las enfermedades por error de catalogación en el Sistema Inmune, quedando las producidas por error de catalogación del Sistema Nervioso englobadas en diagnósticos confusos, que incluso cuestionan la realidad de la invalidez y sufrimiento referidos por los pacientes, al considerarlos de origen “psicológico”. El enfoque de un origen cultural permite dirigir la acción terapéutica hacia la modificación de los programas cerebrales que generan, mantienen y desarrollan invalidez y sufrimiento con el dolor y cansancio, “protegiendo” innecesaria y peligrosamente la integridad de la estructura del aparato locomotor frente al intento de la paciente de levantarse, moverse y llevar una vida normal, al igual que el sistema inmune intenta que un paciente alérgico no respire una atmósfera normal, cargada de polen. La catalogación de “enfermedad”, entendida o vivida como lesión, anomalía, desgaste, sobrecarga, contractura o, simplemente, como algo misterioso, es en sí misma un factor que refuerza la idea de peligro de daño por movimiento, por lo que está contribuyendo a la realimentación y cronificación del problema por muy bien intencionada que pueda ser y de que, aparentemente, ofrezca a las pacientes una esperanza en el futuro.

TERAPIAS

Estamos educados a buscar la solución del malestar, tanto físico como psicológico, en ayudas externas (fármacos, hierbas, agujas, preparados homeopáticos, masajes, psicoterapia...). En el tema que nos ocupa, del dolor sin daño, cada propuesta de terapia se asocia siempre a la idea de un organismo alterado (desde los genes a la estructura) muchas veces por el mal uso que hacemos de él. El dolor sería la consecuencia de una mezcla variable de organismo vulnerable y estrés (físico o psicológico), la factura de una constitución frágil a la que hemos sometido a unas cargas excesivas. Generalmente no se hace referencia a la contribución de la evaluación que el organismo hace, sobre sí mismo y sobre las consecuencias del uso por parte del individuo. El cerebro evalúa constantemente la vulnerabilidad de cada zona corporal, en función de las acciones previstas por el individuo. Esta evaluación (“esquema corporal”) puede ser errónea y el cerebro nos sobreprotege, alertándonos con el dolor ante estados de amenaza de daño imaginarios. Las “terapias” tienen su justificación cuando el organismo es incapaz de afrontar un estado de adversidad física o psicológica. En el caso del sistema inmune también están justificadas cuando éste nos protege erróneamente de enemigos imaginarios ya que no podemos enseñarle a

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actuar correctamente. No dispone de capacidad de corregir el error una vez lo ha cometido. Sin embargo los errores del sistema nervioso son accesibles a la corrección. La información puede activarlos y la información puede desactivarlos.

La idea de organismo frágil y maltratado puede sustituirse por la de organismo robusto pero equivocado.

En este caso la ayuda externa corresponde a una acción pedagógica. El paciente se convierte en un estudiante y el médico en su instructor. El objetivo conjunto debe ser el de la reprogramación cerebral, el de sustituir unos programas cerebrales que consideran una zona o estructura como frágil y vulnerable cuando en realidad se encuentra en condiciones absolutamente adecuadas para mantener su integridad cuando el individuo ejecuta las acciones cotidianas programadas. Este modelo generador de dolor crónico o recurrente incluye no sólo una idea de fragilidad y abuso sino que, a través del sistema de aversión-recompensa, fuerza a la búsqueda directa del bienestar a través de la ayuda externa. Para ello, tal como sucede con las adicciones, proyecta previamente la percepción de malestar para obligar al individuo a buscar su neutralización, especialmente en una civilización que, a través de la publicidad hace todo tipo de ofertas y promesas sobre la capacidad para aliviar o eliminar el dolor a la vez que sensibiliza sobre los supuestos efectos negativos del estilo de vida o los efectos adversos de tóxicos ambientales o campos electromagnéticos. El organismo establece así un círculo irracional de potenciación de conductas preventivas o “terapéuticas” innecesarias, activando periódica o continuamente el dolor y el cansancio para que tomemos analgésicos o nos quedemos en casa. Este esquema es el mismo que mantiene el hambre a pesar de la obesidad o el consumo de tabaco, a pesar de sus conocidos efectos tóxicos. La activación continua del sistema de aversión-recompensa tenía sentido en un entorno difícil (la sabana escasa en alimentos y poblada de depredadores) forzando al individuo con la sensación de hambre hacia la caza o presionándole a quedarse en casa (dolor y cansancio) con una gripe con fiebre (ya que la actividad motora aumentaría peligrosamente la temperatura interna) pero se vuelve un problema en las ciudades actuales llenas de supermercados o cuando no existe daño violento en los tejidos. El movimiento es en sí mismo un acto analgésico (se liberan endorfinas) y está promovido en condiciones de necesidad, para contrarrestar la penosidad de las acciones exploratorias de búsqueda de alimento, pareja o resguardo, pero debe estar autorizado previamente por el cerebro. Cualquier código activo que atribuya al aparato locomotor una cualidad negativa de vulnerabilidad (daño potencial) activará los programas genéticamente previstos de protección de daño, es decir: dolor,

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desmotivación, cansancio, contractura, adaptaciones posicionales de protección etc. Todo es real pero no sólo hay músculos, tendones, articulaciones, huesos y discos. El organismo está sembrado de sensores, cables, circuitos sofisticados, programas motores y perceptivos. Muchos de ellos operan ya desde antes del nacimiento protegiéndonos de los agentes peligrosos. Otros programas se van construyendo a lo largo de la vida y dependen en gran parte de la información que recibimos. No hace falta un acto consciente de aprendizaje. El organismo absorbe la información como el aparato digestivo absorbe las moléculas de los alimentos o los pulmones el aire. Procesa los datos y construye hipótesis sobre aquellos estados definidos como peligrosos o inconvenientes. La construcción y aceptación de conceptos está además poderosamente influida por la presión de la cultura dominante. La red de conceptos incluida en nuestro cerebro es una red socializada, al igual que está socializado el aire que respiramos los habitantes de la misma ciudad. La llamada “fibromialgia” y la migraña son tan reales como la dermatitis atópica, el asma, el colon irritable, la cistitis intersticial, la diabetes juvenil o la artritis reumatoide. En todos los casos se han producido errores de catalogación de peligro por parte del sistema inmune o nervioso. Los errores del sistema inmune no están determinados por la información y, por tanto, no son accesibles a su corrección con la simple pedagogía (reprogramación), pero los errores y excesos del sistema nervioso están sustancialmente inducidos por la cultura y pueden y deben ser corregidos. Sin embargo ello sólo es posible si evitamos o corregimos el error de aceptar las teorías oficiales de “enfermedad” y asumimos con toda convicción un origen cultural, evaluativo, cerebral del dolor. La ayuda terapéutica es posible pero debe centrarse no sólo en la modificación de hábitos posturales y de movimiento o estilos de afrontamiento psicológico sino también en la modificación de hábitos interpretativos, expectativas y convicciones sobre aparato locomotor. El dolor de columna al intentar movernos no indica necesariamente que existe un nervio “pinzado” sino que simplemente está activo un programa de evitación de daño. El simple contacto de las estructuras óseas o ligamentosas con los nervios no indica que estos estén sometidos a una presión (pinzamiento real) que los lesiona. Todos los nervios están en contacto con estructuras rígidas. Cuando flexionamos la articulación se doblan. Los comprimimos contra la superficie dura de las sillas cuando nos sentamos. También podríamos decir que en ese momento están “pinzados”. De hecho lo están pero no se genera dolor (a no ser que esté activo un programa cerebral de protección preventiva de una zona). El cansancio no indica un estado anómalo de baja energía en el músculo. Las fibras musculares son normales y el metabolismo también. No hay problemas en la provisión de energía. El problema radica en el cerebro. La activación de los programas de protección frente al movimiento

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produce la percepción de cansancio y falta de ganas para ponerse en marcha. Las infecciones o destrucciones extensas de tejido, ponen en marcha el mismo programa. Este programa se denomina “respuesta de enfermedad” y está ampliamente investigado. Desde el foco de lesión (necrosis) se liberan señales químicas que llegan al cerebro y lo activan. Ello explica por qué nos sentimos enfermos. Este programa se activa también cuando el cerebro evalúa el entorno como precario u hostil y desmotiva al individuo hacia la exploración motora y la interacción social. También se activa cuando el cerebro desautoriza el movimiento porque le atribuye la capacidad de dañar el aparato locomotor. Dolor y cansancio son siempre la expresión del programa de protección conocido como “respuesta de enfermedad o lesión” pero ello no quiere decir que necesariamente exista la enfermedad o la lesión. La inflamación siempre es la expresión de la respuesta de defensa del sistema inmune pero ello no quiere decir que necesariamente se haya producido un ataque. La fibromialgia es la expresión de la activación de la respuesta de enfermedad pero esa enfermedad sólo existe como hipótesis cerebral y de una parte de los profesionales y pacientes. El nuevo nombre sugerido para la entidad de “Síndrome de hipersensibilidad central” es correcto pero sólo si considera los elementos de aprendizaje y recepción de información experta. Un cerebro hipersensible puede corresponder perfectamente a un cerebro con información que sensibiliza y alerta. Si el individuo considera sólo la posibilidad de hipersensibilidad constitucional, genética, o determinada por el estilo de vida, se cierra inconscientemente a la solución del problema que no es otra que la de conseguir consciente, activa y sólidamente la convicción de salud y proceder a librar la batalla contra su sistema de evaluación cerebral que contiene programas activos de protección de aparato locomotor que incluyen necesariamente dolor, cansancio y desmotivación al movimiento.

LA PERCEPCION COMO UN ESTADO ALUCINATORIO CONTROLADO

Lo que percibimos “a través de los sentidos” no es una consecuencia directa y exclusiva de lo que sucede en ese momento. El cerebro sueña la realidad constantemente, la predice y anticipa si puede hacerlo, gracias a sus poderosos sistemas de memoria. Si el exterior concuerda con lo que el cerebro imagina, nuestras percepciones y acciones están guiadas por ese trabajo continuo de predicción. Si aparece una novedad el cerebro enfoca su atención hacia ella y se guía de los sentidos para analizarla y darle la respuesta más conveniente.

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El interior es un universo poblado de sucesos teóricos posibles y probables. El cerebro sueña (teme) estados de peligrosidad, construidos con el paso del tiempo y con los hábitos del individuo. Cuando la valoración de un estado de amenaza pasa de posible a probable, emerge una sensación de alerta hacia el individuo. Si duele la cabeza, sin que en ese momento exista una condición que activa los sensores de daño de la zona dolorida, es porque el cerebro construye una hipótesis anticipada, teórica, de amenaza de daño violento (necrótico). Sería equivalente a una alucinación visual, por ejemplo, de una persona con actitud amenazante. En este caso no hay estímulos de radiación electromagnética que rebotan sobre una persona real y estimulan los receptores de la retina. Tampoco se está produciendo en el dolor sin daño ninguna estimulación de receptores de daño (nociceptores). Sin embargo la percepción de daño es absolutamente real para el paciente. Es “como si” algo estuviera activando dichos receptores, pero si pudiéramos inspeccionar la zona veríamos que no existe ninguna condición de energía mecánica, térmica o química capaz de estimularlos. El daño es imaginado, alucinatorio, al igual que la falsa persona amenazante de la alucinación visual. Una fotografía del lugar donde se produce la alucinación visual no mostraría ninguna persona ni una resonancia magnética mostraría ninguna alteración de la zona dolorida. Sin embargo se podría detectar un aumento de actividad en las zonas del cerebro que construyen la visión o el dolor. En las alucinaciones externas, la existencia de una alteración mental o tóxica impide la neutralización por parte del cerebro de la alucinación. El individuo se defiende de la persona amenazante como si fuera real. Si pudiéramos crear la convicción cerebral de que no existe esa persona, desaparecería. En la alucinación interna de nocividad, el individuo puede conscientemente, con su imaginación y sus convicciones, ayudar a su cerebro a desbaratar la hipótesis de que algo está dañando la zona dolorida. Habitualmente no se hace eso sino que, inconscientemente, se da por válido el trabajo cerebral de construir la alucinación de daño y el dolor va cogiendo cuerpo, reeditándose los programas previamente elaborados a lo largo del tiempo. La función de estos folios es la de aportar información para guiar el proceso de control de la tendencia del cerebro a construir hipótesis de daño. El dolor (sin daño) es la prueba de que se ha producido el error de confundir las hipótesis con la realidad. El individuo no debe defenderse de la alucinación de daño protegiéndose de los estímulos o del movimiento. El objetivo del paciente debe ser el de mantener los programas previstos y ayudar al cerebro a disolver el estado alucinatorio con una convicción sólida sobre normalidad de interior.

Vitoria 30 de Abril 2007

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