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13 revista de la facultad de filosofía y letras E S T U D I O El pensar y el vértigo Reflexiones sobre el intelectual Arturo Aguirre * Resumen El artículo señala al vértigo como la signatura histórica del intelectual, su ras- go más propio. Vértigo de esta figura, figuración moderna, porque se localiza y mueve entre la institucionalización, los sistemas de valoración del conoci- miento, la distancia con la comunidad por las dinámicas mismas que ésta tiene en la actualidad, la divulgación extrema, sus confines imprecisos del conoci- miento, así como los flujos de información por los medios de comunicación con los que se cuenta. Puesto así, la vocación del intelectual (científico por sus me- dios teóricos y su fundamental desinterés; educador llamado a la formación de la humanidad con plena convicción, según se concibió en la modernidad) se ve suspendida en vértice más alto de este tiempo en el cual parece jugarse no sólo una vocación, sino que se pone en cuestión, a su vez, el servicio que el in- telectual ofrecía o se pretendía debía ofrecer: la crítica severa y la propuesta para forjar el mundo de imposibles con un conatus siempre al porvenir. El in- telectual y nuestro tiempo son parte de una misma preocupación que ha de re- valorar el servicio aquél y lo que supone, desde ya, la ausencia, mejor aún, la suspensión de una vocación crítica y propositiva en nuestra comunidad actual. Palabras clave Intelectual, compromiso, sociedades del conocimiento, globalización, Latinoa- mérica, poder y saber. Abstract This paper emphasizes the vertigo as intellectual historical document, its own feature. Vertigo of this figure, modern figurative, because it is located and ope- rates between institutionalization, the valuation of knowledge, the distance to the community by the same dynamic that it has today, extreme promotion, un- certain limits of knowledge, and information flows media reach. As well, the vocation of the intellectual (scientist for his theoretical and critical media di- sinterest; teacher education required for all mankind with full conviction, as conceived in modernity) is highest vertex suspended this time in which seems to play not just a vocation, it is called into question, in turn, that the intellec- tual service offered or sought to offer: severe criticism and the proposal to build the world of the future impossible. The intellectual and our time are part of the same concerns that have to reassess that service and what it means, of course, the absence, even beer, the suspension of a vocation critical and proactive in our community today. Key words Intellectual, engagement, knowledge societies, globalization, Latin America, rule and knowledge. * Maestría en Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, BUAP.

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revista de la facultad de filosofía y letras

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El pensar y el vértigoReflexiones sobre el intelectual

Arturo Aguirre*

ResumenEl artículo señala al vértigo como la signatura histórica del intelectual, su ras-go más propio. Vértigo de esta figura, figuración moderna, porque se localiza y mueve entre la institucionalización, los sistemas de valoración del conoci-miento, la distancia con la comunidad por las dinámicas mismas que ésta tiene en la actualidad, la divulgación extrema, sus confines imprecisos del conoci-miento, así como los flujos de información por los medios de comunicación con los que se cuenta. Puesto así, la vocación del intelectual (científico por sus me-dios teóricos y su fundamental desinterés; educador llamado a la formación de la humanidad con plena convicción, según se concibió en la modernidad) se ve suspendida en vértice más alto de este tiempo en el cual parece jugarse no sólo una vocación, sino que se pone en cuestión, a su vez, el servicio que el in-telectual ofrecía o se pretendía debía ofrecer: la crítica severa y la propuesta para forjar el mundo de imposibles con un conatus siempre al porvenir. El in-telectual y nuestro tiempo son parte de una misma preocupación que ha de re-valorar el servicio aquél y lo que supone, desde ya, la ausencia, mejor aún, la suspensión de una vocación crítica y propositiva en nuestra comunidad actual.

Palabras clave Intelectual, compromiso, sociedades del conocimiento, globalización, Latinoa-mérica, poder y saber.

AbstractThis paper emphasizes the vertigo as intellectual historical document, its own feature. Vertigo of this figure, modern figurative, because it is located and ope-rates between institutionalization, the valuation of knowledge, the distance to the community by the same dynamic that it has today, extreme promotion, un-certain limits of knowledge, and information flows media reach. As well, the vocation of the intellectual (scientist for his theoretical and critical media di-sinterest; teacher education required for all mankind with full conviction, as conceived in modernity) is highest vertex suspended this time in which seems to play not just a vocation, it is called into question, in turn, that the intellec-tual service offered or sought to offer: severe criticism and the proposal to build the world of the future impossible. The intellectual and our time are part of the same concerns that have to reassess that service and what it means, of course, the absence, even better, the suspension of a vocation critical and proactive in our community today.

Key wordsIntellectual, engagement, knowledge societies, globalization, Latin America, rule and knowledge.

* Maestría en Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, BUAP.

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1. Vértigo señala la terrible sensación que padece aquel que experimenta su vida en el vértice, en el punto más alto de la di-vergencia. Por cuanto a la altitud de las cosas se refiere nos podrá parecer por demás extraño, o cuando menos ex-traordinario, que con una perspectiva tan privilegiada del panorama al cual se enfrenta, visor de un lado y el otro −que el vértice une tan pronto separa−, sea, en el paciente, el vértigo una afección interior e íntima más que un enfren-tamiento, una confrontación, es decir, una oportunidad de con-vergencia lúci-da de un mirar atento sobre dos trayectorias tan distintas y encontradas en el punto exacto del cual estamos hablando. Esto por cuanto a la altitud.

Sobre la experiencia, con los ojos bien abiertos, desorbitados, o bien cerrados, el mareo incontenible, junto con el frenesí por salir de la situación panorámica somete a la totalidad de lo real a la categoría de la vertiginosidad: la vida ex-puesta a la inestabilidad del equilibrio no reconoce en ese momento otra con-dición de sí ni de lo otro, únicamente lo vertiginoso que le resulta todo.

Piénsese que el vértigo es sólo un desplazamiento de la idea a la imagen de lo que aquí se quiere decir. El intelectual y el vértigo señala con la precisión del dedo índice orientado a una situación particular: el lugar de la y. Porque no se trata en absoluto aquí del “vértigo del intelectual”, ya que si se lo mira bien, podríamos hablar de la universidad y el vértigo, o anteponer a la simple como minúscula y, cualquier figura que se quiera para disertar sobre el magisterio, la educación, el libro, el conocimiento, el saber y la sociedad contemporáneos; en fin, cualquier sujeto de la realidad sociocultural mínimamente apreciado que puede ser objeto de la vertiginosidad o desequilibrio de nuestro tiempo.

Pues sabido es que cada vez con menos capacidad de análisis, esto es, no por incapacidad congénita del pensar, sino por un cada vez menor alcance de nuestros conceptos y categorías ante una realidad que se torna cada día más compleja, como reticular, homogénea y anónima en sus causas y sus imprevi-sibles efectos, nos vemos arrinconados a la esquina de las figuras, parábolas, alegorías y metáforas,1 o bien a la descripción de las dinámicas de lo social con recursos de una psicología incipiente y tergiversada.

De la misma manera, el intelectual en vértigo no es, aquí, sino una referen-cia que bien podríamos retener, pero en la cual no habríamos de agotar la com-prensión ni mucho menos la explicación de la función que ha desempeñado en los últimos dos siglos y medio de la historia cultural, política y social con la que se entreteje el trapo de nuestro presente.

No obstante, algo habrá que anotar aquí al margen: la idea vertical, la ima-gen de sí −del intelectual− como remate en el pináculo de la historia, su posi-tiva distancia de un arriba con lo “bajo” de la sociedad, la jerarquía de poder que el saber daba −verídica o ficcionalmente− al intelectual, y que sintieron desde Diderot, Zolá, Goethe, Gaudí, Picasso, Sarmiento, Vasconcelos, Ortega y Gasset, hasta Sartre, Gabriela Mistral, Cortázar, Simone de Beauvoir, Octavio Paz y tantos otros, es, una imagen que deberá tenerse presente. Con todo, pre-

1 Véase por ejemplo a Z. Baumman en sus relaciones de la liquidez de la realidad. Véase, por poner dos ejemplos, Baumman, Zygmunt. Modernidad líquida. FCE. Buenos Aires. 1999. Del mismo autor, Miedo líquido: La sociedad contemporánea y sus temores. Paidós. Barcelona. 2007. Asimismo, recuérdese la alusión al “trapero” (lumpen) como la figura más provocativa de la miseria humana que desde el siglo xix se esgrimió con el romanticismo en Europa y se consolidó filosóficamente con Walter Benjamin, ahí en donde lo que pretende dicha figura, no es justificar o prescribir algo, sino remitir a realidades colmadas de olvido e injusticia. (Véase Walter, Benjamin. Poesía y Capi-talismo. Iluminaciones II. Taurus. Madrid. 1980: 31 y ss.) Al respecto, sostiene Reyes Mate: “El trapero, en efecto, dispone de un punto de vista privilegiado para analizar las sociedades avanzadas. Al trapero no se le oculta que el sistema funciona creando desechos que luego recicla y aprovecha como alimento de la maquinaria”. Al respecto véase Mate, Reyes. “Sobre la fuerza subversiva del trapero”. Anthropos. Barcelona. Nº 225, 2009: 54.

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guntemos: ¿cómo se pasa del gozo de la verticalidad que otorga el saber al pa-decimiento del vértigo en “sociedades de conocimiento”? Podría apuntarse, también al margen −con mala letra y desgano−, que estamos indefectiblemente ante una decadencia del intelectual a fines del xx, y la absoluta caída en lo que va del xxi de aquella figuración o personaje, en realidad protagonista, vital para la modernidad.2 No obstante, todo parece indicar que no ha habido ni deca-dencias ni caída alguna, sino la alteración total de la situación en ese vertex: el cambio estrepitoso de lo vertical al vértice, cambio determinante del trazo de la realidad que posicionaba al intelectual mismo; una poligonía que lo ha dejado entre una tardomodernidad de ensayos políticos aplicados a naciones enteras, fracasos sociales, industrialización de la cultura y, del otro lado, la erección del capitalismo a ultranza, la sociedad del espectáculo y la banalización del saber −el orden indiscriminado de doxa y episteme que supuso la primera reforma de la filosofía y el logos con Sócrates y Platón−3 por la mediatización aparejada a la revolución tecnológica in crescendo desde la década de 1980, sobre todo con el arribo global de Internet.

Ante esto es de esperarse, al menos, tres visiones y versiones distintas que del intelectual pueden darse:

i) Aquella que en su reciente publicación (Una historia política de los intelec-tuales) Alain Minc refiere como una democratización de las sociedades avanzadas −europeas sobre todo− cuando el saber se emancipa de la au-toridad total del intelectual; figura esta por demás arcaica y propia de una política de monarquía, obsoleta a un orden social y político, no más vertical, sino horizontal que se está formando.4

ii) La visión que afirma que el intelectual no ha sido desplazado ni anulado de la esfera pública, sino que ha sido él mismo quien ha renunciado a su condición crítica y de lucha en un mundo con cada vez más desigualda-des, injusticias y terrorismo; el creador cultural con una vocación suspen-dida del compromiso con la historia (este el caso de la también reciente publicación de Berman: La huida de los intelectuales).

iii) En fin, la visión tercera que supone al intelectual como un neutro espec-tador, hoy reliquia, que ni toma causas ni se abandera a política alguna pues tanto unas como otras no dan la seguridad de ser el lugar correcto para situarse. Se entiende que no hay vértigo en donde no existe situa-ción, lo cual supone que la manera más auténtica de ser ciudadano o ciu-dadana, es decir, la reivindicación de cualquier avatar social es dedicarse a hacer lo mejor, al vérselas cada cual con su talento: escribir, pintar, es-culpir, conferenciar, “hacer muebles” o lo que fuere, pero con la concien-cia de que no hay trincheras, no existen ya las revoluciones, no se fabrican molotovs con ideas, y las izquierdas así como las derechas son zonas gri-ses, por cual mantener la casa en orden y el pan en la mesa es reinven-tar la intelligentsia misma; porque siendo así, intelectuales somos todos, lo que implica decir que lo es nadie (visión a la cual se suma el más va-

2 Para efectos de aclaración, contraste el lector dos textos: I. Kant, ¿Qué es la ilustración? disponible en soporte digital http://cibernous.com/autores/kant/textos/ilustracion.html Y el texto de M. Foucault, ¿Qué es la ilustración? disponible en soporte digital http://www.catedras.fsoc.uba.ar/mari/Archivos/HTML/Foucault_ilustracion.htm

3 Véase Nicol, Eduardo. La idea del hombre. FCE. México. 1977: 332 y ss. 4 Véase, Minc, Alain. Una historia política de los intelectuales. Duomo Perímetro. Barcelona. 2012: 89. En torno a

la horizontalidad social véase la idea de desmodernización en Alain, Touraine. ¿Podremos vivir juntos? 2ª Ed. FCE. México. 1997: 33 y ss.

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riopinto linaje actual de escritores, pintores, filósofos y un largo etcétera que no se consideran ni líderes, dirigentes, ejemplos o algo parecido).5

2. Aquí es imperioso reparar que las excentraciones recientes de generadores, divulgadores, gestores y receptores de conocimientos no remiten sólo a posicio-nes existenciales, tal y como lo proponía la paideia griega, los estudios liberales, el trivium y quadrivium, o la civilisation moderna; a la vez hemos de reflexionar sobre la repercusión del conocimiento hoy día en nuestras sociedades diversas, complejas y con alcances institucionales cada vez más expansivos. En el conoci-miento gravita mucho del poder, la producción de riqueza, la acumulación de la misma, la tecnología social, la industria cultura y demás inauditos que emer-gen en nuestros días. Por ello, no es simplemente un vano recurso lúdico o un ejercicio de autocrítica académica este reflexionar sobre el intelectual. Es por esas excentraciones y gravitaciones que el intelectual en vértigo se expone a sí mismo como un elemento fundamental para pensar nuestro tiempo, de igual manera que nos remite al ethos mismo que el filósofo, científico o el artista ha-brán de mantener o definitivamente llevar a la metamorfosis de sí para confec-cionar otras funciones, formas de ser y hacer.

En fin, comenzar por un riguroso proceder deconstructivo sobre el inte-lectual se evidencia como una tarea impostergable. Pensar las condiciones, los alcances, las estructuras y los factores que han posibilitado tanto su aparición como su vigencia; con la finalidad de aclarar la situación o desituacionalidad del intelectual en el mundo de hoy. Todo lo cual, habrá de hacerse antes de incorporarse a la renovada discusión sobre su pertinencia, existencia, tareas o anulación definitiva.6

En realidad, en la figura del intelectual pivota la idea central de la liber-tad o emancipación del hombre en su camino de súbdito devenido ciudada-no, es decir, la idea no sólo de la socialización y la racionalidad modernas, sino y sobre todo, la signatura del poder y su envés: el saber como el empo-deramiento político en su cercanía o alejamiento del Estado; la dinámica social o el empoderamiento social del medio burgués hacia la estabilidad institucio-nal de las universidades; y el reconocimiento social así como su división, no por la acumulación de bienes sino por la asimilación de conocimiento que da por resultado la elitización entre los pocos que saben y las mayorías ignoran-tes, a saber: el poder cultural. Y por paradójico que resulte, el envés que afir-ma la vocación libre, desinteresada y desactivadora del delirio de poder, de su desmesura y su ferocidad llevada a la práctica. En su complicada compo-sición el poder político, social y cultural han dado la concentración de esa fi-gura propiamente moderna, en la cual, según advertimos durante dos siglos, se da la resolución o fértil conflicto en un mismo individuo: el o la intelectual a pesar, en contra o con los poderes que consolidó su tiempo moderno, pero nunca ajena o ajeno a ellos. Quizá la figura más contraria de ello será el au-téntico antiintelectual del siglo xix Jean-Marie Jacocot, del que da razón Ran-cière. Jacocot, quien decía no saber nada aunque enseñaba a aprender todo en la universidad; que distanció el saber del poder; que fortaleció la volun-tad de apropiación tanto en el panadero como en el químico; y que jamás se

5 Secuela esta tercera versión de los fuertes cuestionamientos que autores como Blanchot hicieron de intelectual. Véase Blanchot, Maurice. Los intelectuales en cuestión. Esbozo de una reflexión. Tecnos. Madrid. 2003: 49 y ss.

6 Tarea que encontramos señalada con determinación en Subirats, Eduardo: “El intelectual en la crisis contemporá-nea”, en Filosofía y fin de siglo. Fineo. Madrid. 2009: 22.

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sintió promotor de un tiempo tal o cual. Caso único y condenado a la damna-tio memorie por la pedagogía contemporánea.7

Pero más allá de Jacocot, encontramos al intelectual como paradigma que ilumina y oscurece sus contextos, el intelectual que es digno de observaciones atentas a la historia de su formación. Porque lo que no se alcanza a ver en los debates sobre la muerte, la desaparición o huida de los intelectuales hoy día, es que el dintorno de dicha figura netamente moderna pone en cuestión pre-cisamente las relaciones de poder que desde el siglo xviii pretendían centrali-zarse en el Estado.

3. Constituyente de, o, al menos, próximo a la institución universitaria, la ge-nealogía de ambas creaturas (el intelectual y la universidad) se remite al me-dievo en la distancia que hay entre las escuelas catedralicias y la universidad estatal como tal, así como la que hay de los clercs medievales a la emergencia de la intelligentsia ilustrada del siglo xviii. Así, aunque el intelectual se configura y consolida en la modernidad, su poliédrica disposición se delineó lentamente a lo largo de los siglos; por lo que de los clercs se siguió el legista y el funcio-nario que dependían de la monarquía, pero fueron ellos quienes precisamente debieron defender contra el saber erigido en dogma, el derecho a la libertad de pensar, de investigar, de leer. Desde Petrarca hasta Moro, pasando por Bacon hasta Rousseau, y desde Raimundo Llull hasta Alonso de la Veracruz, poetas y escritores, encontraron la protección (y en ocasiones la desaprobación total, de-rivada de la protección primera), y pudieron vivir de su escritura con la apro-bación mínima o pública. En pocos siglos, las diversas especies de humanistas −escribas, expertos, letrados y profesores− evolucionaron hacia una laización, que hacia el siglo xix fue total en los más.8

Sin embargo, con un pie fuera y el otro dentro de la institución, el intelec-tual vehicularía el tránsito del saber intramuros a la crítica de lo social, lo cul-tural y lo político. Esto es, una característica fundamental del ser-intelectual se presenta en la crítica: en sus funciones, su nobleza y sus degradaciones; en un individuo al que, visto de lejos, no le basta con vivir sino que precisa pensar su existencia, su ser puesto con otros en el mundo y el tiempo. Con ello, la crítica que conoció y activó el intelectual moderno habría de irradiar desde la capaci-dad de la razón para pensar técnica, moral e históricamente esa realidad vivi-da y alterable en lo posible. Un replanteamiento de la topología de lo posible, o entre lo que es y no es, sino entre lo que se supone que debería ser con el man-tenimiento, la transmisión y la ampliación del saber mismo, al cual se le daría una función extensible al porvenir.9 La utopía y la crítica accionarían en la ar-gumentación que desde el siglo xix esgrimió el intelectual como vectores prin-cipales de su acción y reacción con el pensar técnico, moral e históricamente. Veamos.En su función técnica el intelectual se veía autorizado a ponerse en el lugar de aquellos que gobiernan o administran con la finalidad de sugerir un cambio de estructura, señalar cambios asequibles −y no llanas quimeras− con mayor voluntad y buen sentido. Con la crítica moral, se permitía confrontar al mundo o situaciones tal y como son para prescribir lo que deberían ser; sin sa-

7 Véase Rancière, Jacques. El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación del intelectual. Zozal. Buenos Aires. 2007: 18-29.

8 Para una revisión histórica véase Aron, Raymond. El opio de los intelectuales. RBA. Barcelona. 2011: 217 y ss. 9 Véase, sobre utopía, tiempo, espacio y el intelectual, Cerutti, Horacio. Utopía es compromiso y tarea responsable.

Monterrey: CECYTE, N.L.-CAEIP, cap. IX. “Tiempo y espacio de utopía”. Disponible con licencia en http://www.caeip.org/docs/altos-estudios/Utopia_es_compromiso.pdf p. 39

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ber bien a bien las consecuencias del rechazo y sin tener claros los medios para traducir en actos sus propuestas, la atención se centraba en un compromiso a la verdad, es decir, la proclamación como denuncia. Por último, en la delinea-ción temporal del siglo xviii la crítica habría de ser también histórica focalizada en considerar a la sociedad presente en nombre de una sociedad por venir, se tasaban las injusticias en el esbozo de un orden radicalmente distinto en don-de el hombre y la sociedad podrían realizarse plenamente.

Tanto Raymond Aron (en El opio de los intelectuales) como Rancière (El maes-tro ignorante) se han encargado de demostrar que el exceso crítico anterior rever-tiría en 1) la sujeción −cuando no el servilismo− del intelectual al poder político, 2) la resignación de hecho o la intransigencia verbal: decir a todo que no; y 3) el intelectual como paladín de la humanidad, pero de espaldas al mundo, in-capaz de vivir su presente.

4. Con los rasgos hasta ahora delineados podemos presuponer que el siglo de las luces vería la transmutación y consolidación de un agente que no sería ya el escriba, el letrado o el experto que la Edad Media y o el Renacimiento vieron florecer siempre cercanos a la sombra de la corte, del monarca, el mecenas o la universitas. La inercia estamentaria en que arraigó el Estado-Nación generó, además, un espacio propicio para que la autoridad y el prestigio se encarnaran ahora en novelistas, escultores, filósofos, poetas, pintores y demás (Minc, 2012: 186). De tal manera, indispensable y necesario bajo una estructura que se sa-bía jerárquica, el intelectual encontró su sitio como autoridad superior, porque ¿cómo se podría legitimar una opinión, un conocimiento, una idea, algo cultu-ralmente inédito? ¿Quién sino aquél podría mantener la vigilia sobre las fron-teras del razonamiento y la opinión, de la episteme y de la doxa?

No sólo transmisor de conocimiento como profesor universitario sino man-tenedor de un orden racional por el orden metodológico en el entramado de su saber; acervo vivo y ampliador del alcance de la cultura respecto de la na-tura. El intelectual: transfontera de la universidad y las dinámicas todas exten-diendo el hilo de lo posible por una ética de la emancipación de la humanidad futura; renovador e innovador de ideas, preocupado por la configuración hu-mana, mediador entre el saber de pocos y la ignorancia de muchos, generoso de sus conocimiento por sus libros, críticas y debates. Conversador, inteligente y reflexivo, este paradigma de la modernidad expuso el derecho de injerencia; la fe laica en el hombre y la razón; sostuvo la utopía y el cambio de la historia confrontando la realidad con ideas antes que con realidades; y en su persona logró ceñirse el estilo de su tiempo, la vanguardia hecha carne.

Por ello mismo, es comprensible que dicha configuración volcada sobre un individuo tan singular generase fascinación y potestad, dado que antes del si-glo xviii y después de la mitad del xx no es viable encontrar un acontecimien-to parecido en la historia de la humanidad. El proyecto de la modernidad, la edificación del Estado-Nación, la revolución industrial, la universidad, la sis-tematización pedagógica, los medios de comunicación desde las publicaciones periódicas, la radio y la televisión, la masificación educativa, la capacitación la-boral en las sociedades industrializadas, fueron determinantes para generar un sector poblacional mínimo pero con rangos de poder tan amplios: la intelligen-sia. Visto así, ¿de qué otra forma sería imaginable el vértigo y el intelectual de nuestros días cuando lo que prolifera es el comunicador, ideólogo y oportunis-ta preocupado por el mundo del blog, de las pantallas, del número de segui-

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dores, del dinero y el éxito, e indiferentes ante las violencias de nuestros días? En estas sociedades banalizadas, uniformadas, presumiblemente horizontales, sin más jerarquías ni canales privilegiados de comunicación; con las autorida-des debilitadas; con la crítica desactivada por el pesimismo; en este mundo, en fin, en este conglomerado global, transido por flujos financieros, se ven sumer-gidos en el vértigo el político, el líder religioso, el dirigente social, y desde lue-go el primero de ellos, el intelectual.

El poder −actualmente transmutado a bloques de poder financiero y de co-municación− da sitio al especulador, al administrador, y al tecnólogo; descen-trando las ideas, la fuerza o la movilización que antaño el intelectual removió en las universidades, en la política o en la sociedad. Así, efectivamente es sos-tenible que el intelectual haya desaparecido, muerto o renunciado a su empre-sa histórica, revolucionaria y megalómana que Rancière advirtió: pues también en el intelectual germinó el desprecio a una sociedad que le concedió un nivel honorable, viviendo de recursos colectivos y permitiéndole desarrollar sus ac-tividades sin trabas.

En el intelectual operó, en suma, también, la proclamación de que para eman-ciparse, progresar o ser mejor persona o sociedad o estado, se requería someterse al régimen de la educación, la cultura y la mesura del poder que, contradictoria-mente, sólo la intelligentsia podría aportar a eso que desde su atalaya llamó con desestimación, pero suma compresión: masa o pueblo. Así, Rancière sostiene:

La contradicción es fácil de exponer... un hombre de progreso, es un hom-bre que avanza, que va a ver, que experimenta, que cambia su práctica, que com-prueba su saber, y así sin final. Esa es la definición literal de la palabra progreso. Pero ahora, un hombre de progreso es también otra cosa: un hombre que piensa a partir de la opinión del progreso, que erige esta opinión al rango de explicación dominante del orden social.

Sabemos, en efecto, que la explicación no es solamente el arma atontadora de los pedagogos sino el vínculo mismo del orden social. Quien dice orden dice distribución de rangos. La puesta en rangos supone explicación, ficción distri-buidora y justificadora de una desigualdad que no tiene otra razón que su ser. Lo cotidiano del trabajo explicativo no es más que la calderilla de la explicación dominante que caracteriza una sociedad. Las guerras y las revoluciones, al cam-biar la forma y los límites de los imperios, cambian la naturaleza de las expli-caciones dominantes. (Rancière, 2007: 63)

Es de suponerse que los cambios radicales de las condiciones de vida indi-vidual y colectiva contemporáneos suspenda y prive de aquel privilegio y au-toridad a cualquiera que para sí derogue dicha ostentación: ser funcionario del progreso mismo. Que la institución universitaria albergue al profesor de despa-cho, lejano y distante de la realidad, “al filósofo de la filosofía” como lo llamó Gaos;10 es de esperarse que la distancia de la universidad con sus repercusiones sociales cada vez se midan más por impactos económicos, eficiencia terminal o eficacia del conocimiento; también puede mantenerse la idea de que el mun-do es como es porque el orden de lo posible se contrae al ahora de la capaci-dad de almacenamiento y utilidad tecnológica, y la genialidad antaño debatida y difícilmente concedida, se otorga al tecnócrata, al explotador o al ocurrente.

Al final, Horacio Cerutti y Eduardo Subirats confirman que en la memoria y en los olvidos culturales de Latinoamérica laten otras utopías que no fueron arrasadas por la

10 Véase Gaos, José. De la filosofía. FCE. México. “Del filósofo”, 1962: 443-444.

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tardomodernidad. Lo posible, piensan, se cosecha de las manos de intelectuales exilia-dos (como de los exiliados republicanos del 39) o de movimientos artísticos periféri-cos (como la Antropofagia brasileira) a la razón instrumental que vio nacer, alimentó y dictó caducidad al intelectual tal y como se conoció. Pero, se sabe que después de una correcta deconstrucción de los paradigmas y figuras de la modernidad, el bagaje críti-co habrá de activarse en técnica, moral e históricamente, pero tendrá que encontrar −atrevemos a pensar aquí− otras actitudes en las que no quepa el desprecio por los más; deberá abrir otros espacios que no sean reductibles al aula pero tampoco trivializados a programas televisivos; habrá que reinventar no al intelectual sino, por lo que hemos visto aquí, al poder, al derecho de injerencia, a la proclama, a las ideas, al manteni-miento de la crítica; habrá que apelar no a la utopía sino a la topología de lo im-posi-ble, de lo impensable, de lo imprevisible más allá del Estado-Nación, de lo relatos de la Historia, de las identidades y de los intereses tan privados como públicos. Saber es-tar, sí, “a la altura de los tiempos”, sin vértigos.

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