¡Sí, puedes!: 40 píldoras estimulantes para mentes ...

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Índice

PortadaDedicatoriaIntroducción1. La suerte es Dios que trabaja desde el anonimato2. Tal vez la pregunta más incómoda3. Don Limpio es un fraude, para mí sigue siendo Mr. Proper4. Un equipo para conquistar el cielo5. Cambia para cambiar el mundo6. Fábula del río y de los peces7. ¿Cómo te comerías a un elefante?8. Yerras todos los tiros que no intentas9. Descubre al innovador que llevas dentro10. Una piedra en el camino11. El día que fui un ratito el malo de la peli de James Bond12. El profesor de autoescuela de Fernando Alonso13. Cuando seamos los alemanes del sur de Europa14. El consejo de administración de tu vida15. La indecisión es la peor decisión16. El mejor libro de management17. Las mentiras más grandes del mundo18. Un angelito llamado Al Capone19. Extirpar a los terroristas20. El ego es como un perro21. Si la vida te sonríe es porque ya sabe cómo va a joderte22. Graba tu disco de jazz23. Las supermodelos no se casan con albañiles24. No dejes que coarten tu creatividad25. Las hormigas siempre llegan a fin de mes26. Los débiles de espíritu son los más flojos de memoria27. Qué dirán de ti en tu velatorio28. ¡Salvad a los enanos!29. Nunca discutas con un imbécil30. Siete REMEDIOS para un bolsillo vacío31. Alérgico a las balas

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32. No, ¡gracias!33. El deporte nacional34. Pájaros contra cerdos35. La diferencia entre tomar y vender copas36. Las ideas están sobrevaloradas37. El estigma del hombre hecho a sí mismo38. Los pies en el suelo y la cabeza bien alta, junto a las nubes39. De los cajeros automáticos a los ciudadanos automáticos40. La lotería de existirFinalNotasCréditos

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Dedicado a mi padre.A ratos siento con horror, a ratos con satisfacción, que cada día que pasa me parezco más a él.

(Para ser sincero, hay más de los primeros.)

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Introducción

Este libro es una mezcla de sentimientos y de ideas que me pasan por la cabeza, yque quería compartir contigo.

Se trata de pequeños textos inspiradores y motivacionales que son aplicables yválidos para tu vida personal, y también para la profesional. Los he denominado«píldoras». Reflejan un estado de ánimo y, en sí mismos, una forma de ver la vidadesde un punto de vista activo y emprendedor.

Por supuesto, ésta no es una verdad única. Simplemente es la mía, y estoyconvencido de que puede llegar a ser interesante para mentes inquietas que la leancon optimismo y anchura de miras.

Así que aquí estamos los dos. Bienvenido.Si buscas algo de inspiración, un poco de motivación, alguna respuesta y una

pizca de sarcasmo, estás en el lugar indicado. Así que no se hable más. ¡Queempiecen los juegos!

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1. La suerte es Dios que trabaja desde el anonimato

«El que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, no debe quejarse si se pasa.»

Miguel de Cervantes

Tengo la convicción de que una de las cosas que más frustración nos suscita es laconfusión que existe entre dos conceptos que, aunque similares, no significan lomismo. Me refiero a la suerte y a la fortuna. Es importante diferenciarlos, ya que aveces pueden provocar equivocaciones que afectan a nuestra vida cotidiana.

La suerte —ya sea buena o mala— es fruto del azar y, por lo tanto, es pocoprobable que haga aparición de forma inesperada en nuestras vidas. Sin embargo, lafortuna llega a nosotros siguiendo el curso natural de las cosas. Te pondré unejemplo. Imagina que en un avión con destino a un lugar paradisíaco del mar Caribeviajan dos personas bien distintas. El hijo del sultán de Brunei tiene la fortuna deviajar en primera clase, ya que su estatus económico y familiar se lo permiten —dehecho, podría permitirse comprar la línea aérea si se encapricha en pleno vuelo—.Por su parte, Pepe, becario de una multinacional española, tiene la suerte de quedebido a un exceso de pasaje, la tripulación le haya trasladado a los asientos deprimera clase.

La suerte en pequeñas dosis influye constantemente en nuestras vidas. De hecho,si lo pensamos fríamente, la vida es rutinaria y predecible, excepción hecha de lasconstantes interrupciones del azar y de la mala suerte. Yo me tomo un café cada díaen el bar que hay debajo de mi oficina y tengo la certeza de que ese café no mematará. Es decir, se trata de una acción rutinaria que no pone mi vida en ningún tipode riesgo —pese a que a veces creo que el dueño de la cafetería pretende todo locontrario—. Ahora bien, si al cruzar la calle, un mensajero kamikaze me atropellacon su moto, en ese caso el azar, por medio de un golpe de mala suerte, rompe deforma fatídica mi rutina diaria —y, de paso, tal vez algunos huesos.

Podríamos afirmar que existen dos grandes motivaciones vitales: la salud y la

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riqueza, y para alcanzar esta última hay tres vías muy diferentes:

—A la vieja usanza. Es decir, por medio del esfuerzo, del tesón, del talento, deldesarrollo de un acertado plan vital y del trabajo duro.

—La fortuna. Por ejemplo, merced a una herencia o a una acción dada —naceren determinada familia o entorno.

—La suerte. Un regalo de los dioses, un vaivén de la vida. Por ejemplo, elpremio gordo de la lotería.

Como puedes comprobar, la suerte y la fortuna son diferentes. Podríamos

resumirlo de la siguiente manera: siempre obtendremos las cosas positivas a travésde nuestras habilidades, mientras que las negativas llegarán a nosotros incentivadaspor nuestros defectos.

Cuando alguien —generalmente gente joven— se dirige a mí hablándome de su«mala suerte» en el mundo de los negocios, intento aplicar una cruel dosis derealismo —tal vez demasiado duro— y le hago ver a mi interlocutor que quizá no setrate de mala suerte. Los errores de previsión, de mercado, de análisis yde publicidad —entre otros— que cometen esos jóvenes suscitan generalmente losproblemas. Si algo te sale mal debes analizar fríamente si podrías haber tomadodecisiones mejores. Si tus decisiones no han sido las correctas —y eso incluye lainacción, que también constituye una decisión en sí misma—, entonces puedesconsiderarte desafortunado, ¡pero no has tenido mala suerte!

Esto último es especialmente importante. Si permaneces de forma pasivapensando en que tienes mala suerte, no creces, no reaccionas y externalizas tuproblema hacia los demás —la sociedad, el momento económico, etc.—. Si hascometido errores de forma objetiva, entonces tienes la posibilidad de crecer, detrabajar, de superarlos e ir al encuentro de tu fortuna.

Tu proyecto vital debe disfrutar de un golpe de suerte. Si en realidad se trata deuna racha de buena suerte, no sólo debes disfrutarlo. ¡Tienes que hacer una fiesta entoda regla! Pero en ningún caso puedes ser ingenuo y apostar todo tu destino a labuena suerte. Es estúpido e irresponsable y, aun así, sucede en muchas ocasiones. Loúnico verdaderamente seguro de la suerte es que siempre cambia.

Personalmente me costó algo de tiempo y de perspectiva aprender a diferenciarla suerte de la fortuna. Lo hice como consecuencia de algo que me sucedió, aunqueno fue una relación inmediata de causa y efecto. En realidad, tardé años encomprenderlo, y tal vez aún hoy lo sigo asumiendo lentamente.

Tenía veinte años cuando cometí un pecadillo de juventud: decidí gastarme casitodo mi dinero en un Mercedes-Benz deportivo. Hoy sé que aquélla no fue una buena

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decisión. En esos momentos representaba un gasto superficial que no deberíahaberme permitido. Además, no era un coche apropiado para un chico tan joven. Y,sin embargo, lo hice.

Disfruté mucho de ese coche durante los primeros diez días. Creo recordar quedebí hacerlo tal como sólo puede disfrutarse de algo accesorio a esa edad. Elproblema es que me duró exactamente eso: los primeros diez días.

Una noche de fin de semana llevé a mi novia a su casa en mi flamante cochenuevo. Ella vivía a las afueras de Madrid, en un chalet de una zona residencial muytranquila y solitaria. Recuerdo que era muy tarde, tal vez las cinco o seis de lamañana. Me detuve en la puerta de su casa, paré el motor del coche y hablamosdurante un momento antes de despedirnos.

Lo que sucedió poco después pudo cambiar mi vida. De hecho, en cierta forma lohizo. Todo transcurrió muy rápidamente. En un momento determinado oí que uncoche frenaba justo en paralelo a nosotros. Ella gritó y miré por la ventanilla.Acababan de bajar dos personas del otro coche, mientras el conductor permanecía alvolante. Los tres llevaban pasamontañas de color negro que les cubría el rostro hastael cuello. De los dos que teníamos junto a nosotros uno llevaba una pistola en lamano, y el otro un cuchillo largo, estilo jamonero.

Si no recuerdo mal, intenté cerrar el pestillo del coche, pero no me dio tiempo.Habían transcurrido apenas dos o tres segundos desde el frenazo cuando ya tenía lapuerta del coche abierta y una pistola en la sien. Fue entonces cuando aquelsimpático personaje me obligó a bajar del coche. Segundos después hicieron lopropio con mi acompañante, con la terrible imagen de aquel enorme cuchilloamenazante pegado a su cuello.

Todo resultó muy confuso. Los amables encapuchados nos colocaron en mitad dela calle a fuerza de cuchillo y de pistola, nos obligaron a darles la cartera, losanillos, los relojes..., todo lo que lleváramos de valor. No debían haber trascurridoni dos minutos desde el frenazo. Aun así, al recordarlos me parecen eternos.

Finalmente, uno de los encapuchados se subió a su coche y el otro, el que llevabala pistola, lo hizo en el mío. A simple vista parecía que al menos podríamos salirenteros del atraco. El encapuchado encendió el motor e intentó arrancar, pero nopudo ponerlo en marcha. El coche tenía una caja de cambios automática, algo que enaquella época no era tan frecuente como hoy en día. Impotente, el atracador abrió lapuerta y me apuntó a la cabeza. Tal vez pensaba que le había hecho algo al cochepara que no pudiera arrancar, o simplemente se estaba poniendo nervioso. Como side una montaña rusa emocional se tratara, pensé que nuestra suerte había cambiado yque la situación degeneraría peligrosamente para nosotros.

Sin embargo, de forma instintiva, pude reaccionar y le grité a aquel inútil:

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—¡Ponlo en la D!La frase fue afortunada. De hecho, me parece divertido pensar que tal vez sea la

más brillante que haya pronunciado jamás, porque quizá a ella le deba la vida.Después de comprobar lo que le había dicho, el atracador probó de nuevo,comprobó que estaba en lo cierto y desaparecieron a toda velocidad.

«Ojalá se maten», pensé. Pero no, lamentablemente no tuve esa suerte.Pocas horas más tarde estábamos en una comisaría de policía, muertos de miedo

y confusos, poniendo una denuncia. Aunque no me sirviera de mucho consuelo, lapolicía me aseguró que buscarían a los asaltantes y, por ende, también mi flamantecoche nuevo.

De aquellos duros momentos recuerdo con especial viveza la actitud funcionarialdel agente que nos atendió, al que habíamos molestado con nuestras pequeñeces aaltas horas de la madrugada. Y lo lamento de veras, porque aprecio y admiro eltrabajo que cotidianamente realiza la policía. El caso es que aquel agente, despuésde hacerme esperar durante mucho tiempo, sólo acertaba a preguntarme conindiferencia una y otra vez:

—Pero, vamos a ver, ¿la pistola era de verdad?Debido a su insistencia, acabé perdiendo la paciencia y le contesté:—¡Y yo qué coño sé! ¡No he tenido tiempo de pedírsela para peritarla!A ese hombre le importaba un carajo lo que nos había sucedido. Para él sólo era

rutina. Por el contrario, nosotros lo recordaremos siempre. Cosas así suelen dejarsecuelas, y la mía fue llenar mi cabeza de preguntas. Me obsesionaba pensar quealguien pudiera tener algo contra mí. Si todo era casual, me preocupaba que fueran ami casa, ya que en la guantera del coche tenían mis llaves —aunque cambié lacerradura— y la dirección de mi domicilio en los papeles del coche. Tuvedificultades para dormir en las semanas siguientes, y durante meses me costó salir apasear por la calle de noche. Intentaba evitarlo, y cuando no podía hacerlo iba atodas partes con prisa, con mil ojos puestos en todos lados. Cuando alguna nocheacompañaba a mi novia, casi la arrojaba —literalmente— dentro de su casa. Jamásvolvimos a detenernos a charlar en la puerta, y desde entonces nunca dejo abiertoslos seguros del coche.

Con el tiempo he terminado por extraer de aquella noche algunas conclusionesque han condicionado mi forma de ser y de pensar, conclusiones que he idomadurando a lo largo de los años.

La primera de ellas es que siempre encontrarás a gente mala, gente capaz dehacerte daño. Sería ingenuo pensar lo contrario o sentir rabia debido a ello. Si tetoca, te ha tocado. La gente que se obsesiona y no supera pensamientos del tipo«¿por qué a mí?», o la rabia contra el agresor gratuito, nunca superará lo que le haya

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sucedido. Hay que tomárselo con cierta ironía y sentido del humor. Al menos BinLaden ya no está disponible para hacernos daño. Ése sí que era malo. Y fíjate quehabía que ser un gran hijo de puta para que te haya ordenado matar al mismísimopremio Nobel de la Paz.

La segunda conclusión es que en todas las historias difíciles podemos encontrardos perfiles de personas de carácter negativo que aparecen de forma recurrente. Hellegado a la conclusión de que es inútil enfadarse por ello y/o echárselo en cara anadie. Simplemente hay que pensar que sucederá, y que forma parte del juego.

El primero de esos perfiles es el del «imbécil». Resulta estadísticamenteirremediable: siempre hay uno. En el caso que te acabo de narrar, el vecino de lacasa de al lado nos dijo al día siguiente del atraco que se despertó con el frenazo,que lo había visto todo desde su ventana y que, como creyó que era un sueño, sehabía vuelto a la cama. Por supuesto, nadie le pedía que saltara desde la ventanacomo Sandokán. Pero, ¡hombre!, no hubiera estado de más hacer una llamadita decortesía a la policía, sobre todo ante la estampa, justo debajo de tu ventana, de unostipos con pasamontañas apuntando con una pistola en la cabeza a tus vecinos. No tehagas mala sangre: siempre encontrarás a alguien que no te ayudará, aunque esto seailógico y esté en disposición de hacerlo. Es ley de vida, y hay que contar con ello.

El segundo perfil es el del «insensible». En mi historia está encarnado en elagente que me atendió. Lejos de empatizar, ayudar o comprender el momento y elsufrimiento ajeno, el insensible mantiene una insalvable distancia emocional ypersonal con lo que te ha ocurrido, por desagradable que haya sido. Cosas así logranque guardes un recuerdo aún más negativo —si cabe— de lo que te ocurrió. En otraspalabras, del mismo modo que encontraremos a los que no ayudan —el vecino—,con frecuencia nos toparemos con personas que permanecerán absolutamente pasivasante los problemas de los demás —el agente.

Sin embargo, la verdadera lección que aprendí de todo ello es que a diferenciade lo que me decían mis allegados o familiares —el típico «¡qué mala suerte!»—,acabé leyendo la situación de forma diferente. Era cierto que nos había «tocado lachina», pero también lo era que habíamos tenido una fortuna inmensa al salir ilesosde aquella situación tan peligrosa.

La chica que me acompañaba en aquella fría noche es actualmente mi mujer. Hanpasado veinte años desde entonces, y tenemos una hija maravillosa. Si además demala suerte no hubiéramos tenido buena fortuna, posteriormente nada de eso hubieraocurrido.

¡Se me olvidaba! Por si acaso sientes curiosidad, te diré que el coche aparecióalgunos días después en Valmojado, un pueblecito de la provincia de Toledocercano a Madrid. Según me indicó la policía, lo habían rociado con gasolina y, tras

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desvalijar lo que había en su interior, le prendieron fuego para no dejar huellasdactilares en los asientos de cuero. Cuando lo vi parecía la viva estampa de uncoche bomba tras un atentado terrorista.

—¡Coño, qué chorizos tan pulcros! —me lamenté—. Tantas molestias para nodejar huellas... ¡Si me lo hubieran pedido les habría llevado personalmente, y consumo gusto, una botella de Ajax pino!

Tan sólo pude recuperar un trozo de llanta metálica chamuscada, que aúnconservo. La aseguradora no se hizo cargo de nada. Se consideró acto de terrorismoo de banda organizada, ya que en la denuncia hicimos constar varios aspectos delrobo que así lo indicaban: pasamontañas en la cabeza, grupo organizado y armas defuego.

En tan sólo diez días perdí mi coche, mi ilusión y mis ahorros. Pero tambiénaprendí mucho.

Ahora recuerdo todo aquello con cierta distancia, sin rencor, incluso con unaligera sonrisa por la lección personal bien aprendida. Además, viéndolo de formaoptimista, es una historia bastante eficaz si quieres callarle la boca al típico amigocoñazo que intenta amargarte la tarde explicándote, una y otra vez, la mala suerte queha tenido al rayar la puerta de su coche con la columna del garaje.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLa fortuna hace posible que te rías de la suerte. Es una venganza por las vecesque ella se ha reído de ti. #sipuedesver detalles

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2. Tal vez la pregunta más incómoda

«Felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace.»

Jean-Paul Sartre

Tal vez la pregunta más incómoda que se le puede hacer a una persona, si estádispuesta a pensarla durante unos minutos y responder con total sinceridad, sea lamás sencilla: «¿Eres feliz?».

Entiendo que hay personas a las que la respuesta a esa pregunta les puederesultar muy sencilla. Un rotundo «sí» o un «no» pueden zanjar el tema sincontemplaciones. Pero eso no sirve. Una pregunta de tal calibre merece un análisisprofundo y complejo que parta de la base de indagar qué es la felicidad para cadauno de nosotros, tratando de hallar nuestra posición exacta y sincera dentro de esapaleta de color que alberga multitud de tonalidades que conducen hasta la felicidadabsoluta.

Simplificándolo mucho, podríamos decir que me considero moderadamente feliz.No creo que exista la felicidad completa. En mi opinión, se puede ser bastante o muypoco feliz, pero no pienso que exista una felicidad absoluta en la que podamosinstalarnos. Eso es algo utópico, e incluso siendo profundamente feliz se puedenencontrar estímulos que acrecienten aún más esa sensación. Por lo tanto, cuandoalguien responde directamente «sí» o «no» a la pregunta que te planteaba, se dan dosposibilidades: o bien no está reflexionando en profundidad, o bien no estápensándolo y simplemente huye de un tema que, reconozco, puede ser algopeliagudo.

El mundo desarrollado tiene la convicción de haber avanzado mucho en todos loscampos de la existencia humana, tanto a nivel espiritual como en el plano material.Tal vez por ello contemplamos las naciones del denominado Tercer Mundo conabsoluta suficiencia. Sinceramente, tal vez debamos replantearnos si estamos en locierto.

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El Reino de Bután es un pequeño país asiático. Estoy convencido de que casinadie ha oído jamás hablar de él. De hecho, la gran mayoría de nosotros nosabríamos localizarlo correctamente en un mapa. Bután está situado en el tramooriental de la cordillera del Himalaya, entre India —Estado de Sikkim, que le separade Nepal— y China —región del Tíbet—. Aunque parezca lo contrario, podríamosaprender mucho más de lo que pensamos —y de lo que nos gustaría reconocer— deese pequeño reino asiático. Nuestra tecnología, nuestra calidad de vida, nuestrofrenético ritmo laboral pueden ser puestos en entredicho en determinados aspectospor el más humilde de los países. Con esto no quiero decir que ellos vivan mejor quenosotros. Lo que afirmo es que somos tan soberbios que muchas veces, embriagadospor nuestro concepto del bienestar y anclados en nuestro modo de vida, hacemosoídos sordos y no tenemos en cuenta a otras naciones que podrían aportarnosvaliosas enseñanzas.

Jigme Singye Wangchuck es el rey de Bután. Fue coronado en 1974 cuandocontaba tan sólo con diecisiete años de edad, tras la muerte de su padre. En uno desus primeros viajes a la India, un periodista le preguntó con cierta ironía sobre elProducto Interior Bruto (PIB) de Bután. Su respuesta dejó a todos perplejos: leindicó que el PIB de su nación era totalmente intrascendente, y que más quepreocuparnos por los factores económicos deberíamos crear otras métricas, como uníndice que reflejara si los habitantes de cada país son felices. Era la primera vez encientos de años que un líder mundial hablaba de medir la felicidad. Y así lo hizo.Acuñó el término «Felicidad Interna Bruta» —Gross National Happiness—, y a suregreso al pequeño país creó el Ministerio de la Felicidad con el único objetivo depoder mejorar el índice de felicidad de sus habitantes. Desde entonces, en Bután semide el progreso mediante el índice de la felicidad objetiva, e incluso su modeloproductivo está basado en la felicidad, en la igualdad de género y en la preservaciónmedioambiental.

Ni que decir tiene que existen muchos aspectos por los que no me mudaría aBután. Sin embargo, con la misma objetividad y claridad de ideas, debo afirmar queninguno de nuestros gobernantes se ha preocupado nunca por nuestra felicidad, quedebería constituir nuestra propia esencia, y que lo han hecho exclusivamente por loque tenemos. Tal vez se necesite un nuevo índice que mida el PIB y la felicidad deforma conjunta para solventar el problema.

Tras Bután, más de cuarenta Estados empezaron a planear diferentes formas demedir la felicidad de sus habitantes. Hace tan sólo unos años, el ex presidentefrancés Nicolas Sarkozy sugirió en una comparecencia pública la necesidad desuperar el concepto PIB y buscar un indicador mixto que midiera no sólo el progresoeconómico, sino también el bienestar social de los franceses.

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Cuando en España se realizan estudios demográficos mediante el padrón —unode los pocos momentos en los que la Administración pública se dirige personalmentea cada familia en busca de respuestas—, se nos preguntan cosas como cuántossomos, de qué edades, dónde vivimos y qué personas dormirán esa noche en nuestrodomicilio. Ni tan siquiera se nos pregunta cómo nos encontramos. No me cabe lamenor duda de que eso cambiará en el futuro, y que esos indicadores serán cada díamucho más importantes, síntoma del progreso real de un país y la meta clave en eltrabajo de nuestros dirigentes.

Si el progreso es sólo económico y tecnológico, al final del camino te sientesvacío, especialmente cuando tienes inquietudes y pretendes hacerte preguntas demayor calado.

Hace muchos años, mi amigo Jacinto se trasladó a Barcelona y montó unaagencia de marketing. Como necesitaba capital para lanzarse tras años trabajandopor cuenta ajena, buscó la ayuda de un viejo amigo de su familia, que era el dueño deuna conocida empresa de productos cárnicos. Para él fue realmente sencilloconseguir la inversión necesaria para montar su empresa, ya que a aquel empresariole gustaba la gente joven y veía que financiar el proyecto era un simpático guiño a ély su familia. Además, para ese conocido empresario se trataba de una cantidad dedinero irrisoria.

Jacinto le visita puntualmente una vez al año a modo de singular consejo deadministración para ponerle al día del devenir de la compañía y, en última instancia,del rumbo de su inversión. Los primeros años acudía cargado de papeles con los quele explicaba las cuentas, los clientes y las nuevas acciones que se debían llevar acabo en el futuro. Hace ya algún tiempo, su inversor le dijo que estaba encantado deverle tan contento y ocupado, pero que en lo sucesivo podrían solventar de maneradiferente esos consejos anuales y la presentación de cuentas y objetivos. Sería conuna sola pregunta:

—Sólo dime cómo estás, y si eres feliz.Desde entonces —y de esto hace ya más de diez años— esos consejos de

administración anuales se llevan a cabo en una comida, con una buena copa de vino yun poco de conversación. Jacinto tiene una empresa con decenas de clientessatisfechos que progresa cada día. Además tiene un inversor maravilloso con el quepuede recordar en cualquier momento cuáles son las cosas realmente importantes dela vida, y comprobar que muchas veces son más sencillas de lo que pensamos en unprimer momento.

Por supuesto, entiendo que se trata de un caso extremo, y que muy posiblementeno encuentres un inversor así. Pero la historia de mi amigo es mucho más realista yedificante que las de otros muchos que conozco, que me han llegado a asegurar que

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sufren verdaderos disgustos —e incluso depresiones, problemas cardíacos y desalud— porque «ha caído la cuota de mercado del detergente para lavavajillas». Lavida es mucho más simple que todo eso. No tenemos que hacer que nuestra felicidadgire alrededor de aspectos superfluos, sino de los realmente importantes. ¡Que le dena la cuota de mercado del detergente para lavavajillas! Si cae, ya subirá. Y si no esasí, ni nuestra salud ni nuestra felicidad pueden reposar sus pies sobre superficiestan arenosas.

La felicidad se evapora. Puedes estar feliz ahora y unas horas o minutos mástarde haber perdido los motivos de tu felicidad. No puede fabricarse industrial niartificialmente, y a lo único que podemos aspirar es a propiciar las condicionesnecesarias para poder disfrutarla.

En la sociedad occidental perseguimos la felicidad de una forma peculiar, muydiferente a como lo hicieron nuestros antepasados. La buscamos y creemos hallarlafuera de nosotros mismos, en las cosas que nos rodean —las posesiones materiales,o la acumulación de objetos de consumo—, en vez de buscarla en nuestro interior.Las mejores cosas que nos puede ofrecer la vida son gratis, son pequeñas y no soncosas.

Por ese motivo, la crisis financiera que hemos vivido con posterioridad al año2007 ha provocado una crisis de felicidad con igual virulencia. Sales a la calle y lagente está triste, angustiada. Incluso he llegado a oír en un bar a obreros de laconstrucción hablar con preocupación de conceptos macroeconómicos como la«prima de riesgo» del país, que no debería trascenderles lo más mínimo en su vidacotidiana. Como nuestra felicidad hunde sus raíces en el consumo, la crisiseconómica y las limitaciones económicas que hemos sufrido han supuesto un durogolpe en la línea de flotación de nuestro estado del bienestar y, en consecuencia, denuestra felicidad.

Jonathan Moldú lo condensó en una brillante frase que nos define: «Las personasfueron creadas para ser amadas, y las cosas fueron creadas para ser usadas. La razónpor la que el mundo está en caos es porque las cosas están siendo amadas y laspersonas están siendo usadas».

Ése es nuestro problema. Hemos perdido el foco de lo importante, y muchaspersonas de nuestro alrededor malgastan el dinero que en realidad no tienencomprando absurdas cosas que no precisan, tan sólo para impresionar a susallegados, a los que realmente no les importa. Algunos lo llaman consumismo inútil.El error es creer que ahí reside nuestra felicidad.

Hay una vieja historia oriental que explica cómo, en muchas ocasiones, novaloras o no te das cuenta de lo que necesitas para ser feliz.

Ajay se encontró con un hombre mientras iba a pie a lo largo de la carretera que

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conducía a la ciudad. El hombre tenía el ceño fruncido.—¿Qué pasa? —preguntó.El hombre levantó una maleta hecha jirones y se quejó:—Lo he perdido todo. Lo que tengo en este mundo apenas llena esta miserable

maleta.—Vaya, es una lástima —dijo Ajay. Entonces le arrebató la maleta de las manos

y, ante la sorpresa del hombre, corrió lo más rápido que pudo, robándole todas suspertenencias.

El hombre, tremendamente sorprendido, ni tan siquiera logró salir tras él paracapturarlo.

Después de haberlo perdido todo se echó a llorar y, más miserable y resignado asu suerte tras el robo que había sufrido, siguió caminando. Mientras tanto, Ajay, quehabía corrido rápidamente, se detuvo en una curva del camino por la que debía pasaraquel hombre, y allí colocó la maleta para que éste la encontrara pocos minutosdespués.

Cuando el hombre vio su maleta en la carretera se echó a reír de alegría, y gritó:—¡Mi maleta! ¡Pensé que la había perdido para siempre!Escondido tras unos arbustos, desde donde contemplaba la escena, Ajay se rió

entre dientes. «Bueno, ¡es una buena manera de hacer feliz a alguien!», pensó.

RESUMEN EN UN TUIT:@alejandrosuarezSi encuentras la felicidad descubrirás que está casada, es ilegal o engorda.#sipuedesver detalles

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3. Don Limpio es un fraude, para mí sigue siendo Mr. Proper

«Fama es que te conozcan todos. Prestigio, sólo los que importan.»

Gilbert Keith Chesterton

Uno de los grandes cambios que ha traído consigo el uso masivo de internet, y muyespecialmente de las redes sociales, es el concepto de la marca personal.

La marca personal es como los culos: todos tenemos uno, pero algunos lomueven y enseñan con más alegría que otros. Tener actividad digital en el ámbitopersonal en redes como Facebook o Twitter es una opción de cada individuo, ypodría citar muchos motivos por los que resulta interesante e incluso razonable. Enla actualidad tener cierta actividad en redes como las anteriormente mencionadas, oen LinkedIn —la red por antonomasia en la esfera profesional—, se ha convertido enalgo fundamental.

Todos, sin excepción —incluso los que creen no hacerlo—, dejamos un rastrovital en internet, lo que comúnmente se denomina timeline o «línea de vida». Sisomos activos en las redes sociales, esa información suele ser más cuantiosa. Enotras palabras, se trata de una hemeroteca pública y vital.

Debo reconocer que cuando realizo una selección de personal me guío poco —cada vez menos— por el currículum del candidato, que me proporciona unainformación muy básica —lo que se supone que sabe hacer—. Si tras una primeraentrevista personal creo haber encontrado a la persona que busco, echoirremediablemente un vistazo en sus redes sociales personales y profesionales paraaveriguar algo más acerca de su biografía.

Hace casi un año entrevisté a una chica para un puesto directivo de una de misempresas. Su formación, perfil profesional y edad eran los apropiados y, además,tenía una experiencia empresarial propia que garantizaba un aspecto que siempre

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valoro: parecía una persona con iniciativa. Entre otras cosas, recientemente habíaintentado, sin éxito, abrir una empresa junto a otros socios. La entrevista había sidoimpecable y parecía la candidata ideal. Pese a ello, y por miedo a equivocarme,pospuse unos días mi decisión para valorarlo fríamente. Así fue cómo, tras unpequeño paseo por la red, descubrí con sorpresa que en un foro de internet se dabancita algunas personas que se consideraban estafadas por la candidata tras su últimaactividad profesional. De hecho, se estaban colegiando para denunciarla debido a lacantidad de impagos que llevaba a sus espaldas. Indagué algo más y mis sospechasse confirmaron: comprobé que en su cuenta de Facebook insultaba cruel yalegremente tanto a sus socios como a sus anteriores empleadores, e incluso aparecíamuy poco favorecida en sus propias fotografías, con evidentes síntomas deembriaguez. El colmo fue que se atrevía a proferir todo tipo de comentarioshomófobos y racistas en su perfil, que estaba, como la gran mayoría, abierto a todoel mundo. Tras comprobar sus actitudes y su rastro digital, decidí no contratarla.Estoy convencido de que obrando de esa manera logré evitar problemas en el futuro.

Aquella candidata no perdió una oportunidad laboral por culpa de internet. Lohizo por ser ingenua y descuidada. Las redes sociales son un amplificador: nadapueden airear que tú no quieras que se sepa. Si eres idiota se amplifica tu idiotez,razón por la cual tiene bastante sentido que no dejes tu rastro en público para el restode tus días. Sin embargo, como debería ocurrir en tu vida «real», tienes quepreocuparte por cuidar tu imagen o tu marca personal. Al final tu rastro digital será,en unos años, incluso tu legado accesible a tus predecesores.

Si te resulta posible, debes cultivar una marca personal, un sello que te garanticeque cualquier persona que quiera saber algo de ti acceda a una informacióncontrolada que te enorgullezca y demuestre tus habilidades sociales o profesionales.Crear una potente marca digital cuesta tiempo y esfuerzo —¡como la vida misma!—,pero es un patrimonio que te acompañará durante toda tu existencia. Pregúntate quépodría encontrar cualquiera que busque información acerca de ti en las redessociales o, en sentido más amplio, en internet. Si no tienes ninguna referencia, tal vezpueda interpretar que no has hecho nada relevante o, peor aún, podrá toparse —yesto es posible— con tus multas de tráfico impagadas publicadas en el BoletínOficial de tu comunidad autónoma. Si alguien quiere saber algo de nosotros, esposible que prefieras que haya otro tipo de información, más edificante, disponible.En resumen, dado que no puedes evitar que los demás hablen de ti, procura escribirtú mismo lo que quieres que la gente encuentre si busca tu nombre.

Cuando tienes una marca, debes cuidarla y permitir que crezca de formasaludable.

Como tantos otros niños de mi época, crecí viendo los espantosos anuncios de

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Mr. Proper en televisión. Podemos reírnos mucho de la marca y del concepto delproducto, pero debemos reconocer que los esfuerzos publicitarios lograron que seconvirtiera en una referencia social para una generación —incluso creo que a fuerzade insistir acabé sintiendo cierta simpatía por el personaje—. Un buen díacomprobamos con estupor cómo un malvado gurú del marketing decidió, de golpe yplumazo, cambiarle de nombre por Don Limpio, con lo que se provocó —indudablemente de forma no deseada— un enorme efecto de rechazo. ¡Hoy todosseguimos acordándonos de Mr. Proper! Ahora, cada vez que veo un anuncio delproducto en televisión, sonrío para mis adentros y pienso: «¡Ni Don Limpio nileches! ¡Para mí este tío siempre seguirá siendo Mr. Proper!».

Aquel espantoso cambio de nombre tenía razones de peso. Dado el éxito quellegó a tener el producto, comenzó a piratearse a sí mismo. Como Mr. Proper era elnombre global en todos los países de un producto líder de mercado, y que su precioestaba adaptado al nivel adquisitivo del mercado de cada país, algunos avispadosempresarios importaban, literalmente, camiones repletos del producto desde lospaíses más baratos para venderlo después en las grandes cadenas de distribución desus países de origen, con lo que aumentaban su margen de beneficio. Por ese motivo,los también «avispados» dueños de la firma decidieron renunciar al nombre de lamarca, que tanto esfuerzo y dinero había costado implantar. Su solución al problemafue llamarlo de forma distintiva en cada país. De ese modo, en España pasó adenominarse Don Limpio —¡espantoso! Coño, ¡si es un corsario!—; en México,Maestro Limpio —para echarle de comer aparte...—; y en Estados Unidos, Mr.Clean —muy norteamericano este último, y posiblemente no suena tan mal como losanteriores.

Deja que te diga algo que me parece importante. Si debido a tu repercusión eninternet o a tu buen hacer profesional logras posicionarte en tu sector de actividad ycrear alrededor de ti una marca personal de éxito, ¡jamás te cambies de Mr. Proper aDon Limpio! Cuida y defiende el patrimonio que tanto te ha costado construir.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezTu jefe, tu pareja, tu madre, el FBI. Todos ven habitualmente tu muro deFacebook. Ahí lo dejo... #sipuedesver detalles

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4. Un equipo para conquistar el cielo

«Juntarnos es el comienzo. Permanecer juntos, el progreso. Y llegar juntos representa el éxito.»

Henry Ford

Para afrontar cualquier proyecto ambicioso necesitas ir acompañado. Esto esespecialmente significativo en proyectos empresariales. La imagen idílica de unosjóvenes creando una puntocom en el garaje de sus casas sin más herramientas que sutalento y sus ordenadores personales puede resultar evocadora y romántica. Pero note engañes. Sin medios, sin dinero y sin más personas dispuestas a remar al unísono,es pura retórica, pese a lo que te intenten vender desde Hollywood. Bien es ciertoque puede convertirse en el germen de algo bonito. Sin embargo, para ser algogrande necesitará más manos que acompañen —y una buena chequera—. Por esocontar con un buen equipo es fundamental. ¿O acaso conoces a algún ermitaño rico?

Lo principal para formar un equipo es dar con un grupo de personas compatiblesentre sí que aporten distintas cualidades complementarias. Además, se debe lograrde ellas un compromiso similar con la tarea. En ocasiones —sobre todo si resultafinancieramente factible— se escoge a los mejores para cada puesto, y en más de unaocasión acaba resultando un desastre. Hay una sencilla razón: la clave consiste enescoger a las personas adecuadas para la tarea, no necesariamente a los mejores.Podemos apreciar algo similar en decenas de equipos de fútbol, que a cargo depersonajes pudientes aglutinan talento a golpe de talonario sin que eso garantice uncompromiso similar en el equipo. Ésa es la principal causa por la que cuando lleganlas dificultades el grupo se resquebraja.

Además del compromiso, la motivación en la tarea resulta esencial.El descubrimiento de la aviación comercial supuso un caso célebre de

motivación de equipos. A principios del siglo xx, la carrera por desarrollar la

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aviación como modelo de negocio era similar a las compañías de internet en laactualidad: un emergente sector en el que se podía conseguir un rotundo éxito en unplazo de tiempo más que razonable si se encontraban nuevos nichos de mercado y seera un innovador sagaz.

Muy posiblemente nunca hayas oído hablar de Samuel Pierpont Langley. Al finalde esta historia descubrirás el motivo. Era el gurú de la aviación del momento,cuando todo el mundo intentaba conseguir el hito del primer vuelo autotripulado.Samuel era el mejor colocado en la carrera. Tenía dinero, ya que había recibido delDepartamento de Defensa norteamericano 50.000 dólares de la época. Tenía la idea.Tenía incluso a los medios de comunicación jugando a su favor, amplificando suslogros como si de un héroe nacional se tratara. Y, por supuesto, tenía a los mejoresingenieros del mundo, pagados generosamente, participando en su proyecto.

A cientos de kilómetros de donde Samuel trabajaba, unos hermanos regentabanuna tienda de bicicletas. Eran los hermanos Wright. Su sueño era similar: lograr elprimer vuelo autotripulado. La diferencia entre ellos consistía en que no teníandinero. Por eso financiaban su sueño con las ganancias de su tienda de bicicletas. Nodisponían de ningún medio de comunicación que amplificara sus logros, y formaronun equipo de aficionados que querían ayudarles en el proyecto. Lejos de contar conlos más brillantes ingenieros de la época, aquel grupo no tenía ni un solo licenciadouniversitario. Ni siquiera lo eran los propios hermanos Wright.

Samuel Pierpont Langley quería ser el primero, convertirse en rico y famoso. Loshermanos Wright querían cambiar el mundo y cumplir un sueño.

El equipo de Samuel trabajaba por una suculenta paga. El pequeño grupo de loshermanos Wright lo hacía por algo mucho más poderoso: luchaban por una ilusión.

Cuando los hermanos Wright salían a probar sus prototipos llevaban cinco setscompletos de recambios. Por norma general, ésas eran las veces que se estrellabanantes de la hora de cenar. Su proyecto parecía una quimera sin medios en la locacarrera del hombre por hacerse con los cielos.

Alguien lo consiguió el 17 de diciembre de 1903. Contra toda lógica ypronóstico, fue el equipo de los hermanos Wright. La noticia no trascendió hasta díasmás tarde, ya que ni un solo periodista seguía la trayectoria de ese atajo de locos.

Éste es sólo un ejemplo de que la ilusión, el entusiasmo y el compromiso puedencon el talento y el dinero en la formación de equipos de trabajo.

Un grupo suficientemente motivado logra metas mucho más ambiciosas. Por lotanto, una vez seleccionados los compañeros de viaje adecuados, una de lasprincipales tareas del promotor consiste en mantenerlos motivados. Éstos sonalgunos consejos que pueden ayudarte:

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—Valorar en público y reconocer como un activo la diversidad de cadamiembro del equipo.

—Potenciar individualmente los talentos tanto personales como profesionales.—Dar autonomía a cada uno como principal señal de confianza.—Recompensar a los mandos o encargados de cada proyecto no sólo por sus

decisiones y logros profesionales, sino también por mejorar la calidad, lascondiciones y el compromiso del equipo.

—Unificar los valores personales en una filosofía de grupo.—Reconocer con pequeñas recompensas los éxitos individuales y colectivos.—Mantener una estructura que permita que el grupo esté informado de los

objetivos, de los logros y de las necesidades.—Compartir los buenos y los malos momentos con ellos. Eso hará que en los

malos perviva el compromiso.

Si eres aficionado al ciclismo habrás visto por la televisión los finales de lasetapas míticas de las grandes rondas, como el Tour de Francia, la Vuelta a España oel Giro de Italia. Aunque a simple vista parezca que las victorias son cosa de unospocos héroes que están ligeramente por encima de los demás, lo cierto es que detrásde cada uno de sus éxitos se esconde el trabajo de todo un equipo.

Si la etapa culmina en lo alto de una montaña, el líder permanece arropado portodo su equipo hasta que llega el momento del ataque, generalmente a pocoskilómetros de la cima. De ese modo tratan de protegerle y de eliminar a susadversarios.

Si el líder sufre una avería en su bicicleta, siempre habrá un miembro de suequipo que le dará la suya para que pueda continuar —de hecho, pocos saben quesuele ser una bicicleta hecha a medida para el líder, aunque no sea del tamañoóptimo para su compañero.

Cuando el pelotón avanza a toda velocidad en formación de a uno, el lídersiempre permanece guarecido y mantiene a tres o cuatro de sus compañeros pordelante de él. Incluso en los avituallamientos, no es él quien recoge la comida, sinoun miembro del equipo —el «aguador»—, que se encarga de aportar bidones de aguay alimento a quienes lo necesiten.

Cuando el líder siente debilidad y se lo hace saber a sus compañeros, éstos harántodo lo posible para ralentizar el ritmo del pelotón —o de los escapados, si es elcaso—, incluso dejando en segundo plano una posible victoria de etapa por parte dealgún otro miembro del equipo.

En resumidas cuentas, el equipo es un todo compuesto de partes que trabajan deforma sincronizada para la obtención de un mismo fin: la victoria de etapa o, si se

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tercia, la clasificación general.Una carrera ciclista por etapas es como una escalera con muchos peldaños. Si

quieres llegar a lo más alto debes avanzar poco a poco y tener siempre a alguiendispuesto a tenderte una mano. Cualquier líder que merezca serlo dedica susvictorias a todo su equipo, y no son palabras vanas o cumplidos de cara a la galería.Sin sus compañeros, el líder sabe que estaría solo y que no podría realizar lashazañas que todos vemos en la televisión. Se trata de un esfuerzo de generosidad, detrabajo en equipo, aunque sólo nos trascienda de él la imagen triunfal del ganadorfinal.

Multitud de buenos ciclistas nunca han logrado victorias significativas por elmero hecho de no tener un equipo que los arrope, que los apoye y que los motivepara aportar lo mejor de sí mismos. Puedes ser un gran ciclista pero no ganarás unacarrera si no tienes en cuenta a los que están a tu lado. A tus compañeros, a tuequipo.

Trata de aplicar esto a tu vida diaria. Verás que:

1. Cuando compartimos un objetivo común y nos sentimos parte de un equipotenemos muchas más posibilidades de alcanzar nuestras metas.

2. Siguiendo la filosofía del ciclista de fondo, debemos mantenernos unidos conlos que comparten nuestros mismos objetivos.

3. Obtenemos resultados óptimos cuando repartimos las tareas más difíciles.4. Un buen compañero nunca cesará de motivar a los demás miembros del

equipo. La motivación mutua resulta fundamental en la consecución de logrosy metas comunes.

5. Tu compañero siempre estará a tu lado, incluso cuando las cosas se ponganfeas.

Siguiendo con el ciclismo, te pondré un ejemplo. En el Tour de Francia 2012,

Bradley Wiggins, que entonces iba vestido de amarillo, tuvo verdaderos problemaspara seguir la rueda de Chris Froome, su compañero de equipo, en la ascensión delalto de Peyragudes, última dificultad montañosa de la carrera. En un momento dado,Froome aceleró el ritmo para eliminar a los rivales de su líder, pero aceleró tantoque Wiggins se quedó rezagado. En lugar de continuar la ascensión en solitario yasegurarse la victoria de etapa, esperó a su líder y le ayudó a mantener la ventajacon sus principales adversarios. Aquello le permitió a Wiggins lograr la victoria enla clasificación general.

Al finalizar la etapa, los periodistas le preguntaron a Froome, que era segundo enla clasificación general, y que podía haberse vestido definitivamente de amarillo tras

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aquella mítica ascensión, si no había tenido la tentación de ganar el Tour de Francia.Entonces el ciclista británico, con cara de asombro, respondió: «Wiggins es mi líder.¿Cómo iba a atacarle?».

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezUn iPad sin internet es tan útil como un abanico. El equipo hace la fuerza.#sipuedesver detalles

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5. Cambia para cambiar el mundo

«¿No sería más progresista preguntar hacia dónde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a ir a parar?»

Mafalda

En lo concerniente al cambio, la simplicidad de los pensamientos binarios al poder:si no te gusta algo, ¡cámbialo! Si no te gusta cómo eres, no lloriquees: ¡cambia! Enotras palabras, podemos mejorar cualquier elemento de nuestro entorno si somosnosotros mismos quienes mejoramos con el cambio.

El viejo cliché de que «con entusiasmo todo es posible» es inspirador yromántico, aunque lamentablemente no es cierto. Por mucho entusiasmo que sientas,también deberás suscitar un cambio en lo que haces para obtener mejores resultados.

Hay dos aspectos verdaderamente imprescindibles para llevar a cabo cualquiertipo de cambio.

En primer lugar, la perspectiva y el análisis. Se trata de abstraerse y buscar unnuevo enfoque desde el que contemplar la situación con más objetividad y desde unnuevo ángulo; es decir, dejar de estar en el centro del problema. La frondosidad delbosque a menudo nos impide ver las bifurcaciones del camino. Para solventar esaceguera parcial no hay nada mejor que subirse a un árbol para, desde allí, hallar unanueva perspectiva.

En segundo lugar, la disciplina y la tenacidad. Muchos de los cambios que nosresultan deseables consisten en dirigir de forma diferente nuestros comportamientosestablecidos, impuestos por comodidad. Para cambiar esos hábitos se requiere sertaxativo en el esfuerzo y en la disciplina, ya que necesitan fuerza de voluntad y noresultan cómodos. En ese punto la disciplina y la seriedad de nuestro propósito nopueden sustituirse por el entusiasmo. Es fácil que te entusiasmes pensando en cómoestarás y te sentirás si pierdes 20 kilos de peso, o si dejas de fumar. ¡Ojalá bastara

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con la ilusión! ¡La vida sería mucho más fácil! En pocas palabras, el esfuerzo, laconstancia y la disciplina son las claves para alcanzar nuestro objetivo.

En el ámbito laboral ocurre algo realmente curioso. Normalmente estamosabiertos al cambio y a continuar formándonos, al menos hasta cierto punto. Perocuando alcanzamos el éxito empresarial, o un buen trabajo que parece estable, unagran mayoría deja de formarse y se resiste al cambio. Ese fenómeno se denomina «lacurva del aprendizaje acelerado», que deja a las claras que hasta los ocho años deedad somos auténticas esponjas: lo cuestionamos todo, tenemos una curiosidadinsaciable y aprendemos de cualquier cosa. A partir de esa edad el ritmo seralentiza. Cuando terminamos nuestra formación y tenemos una posición estable en elmercado laboral, el ritmo se detiene.

El sistema productivo ha cambiado. Ha desaparecido del mapa la vieja ideasegún la cual el joven aprendiz que empezaba a trabajar de maletero podía llegar aser en unos años el director del hotel. En los tiempos que corren, ese hipotético hotelsacaría una plaza a concurso y contrataría a un profesional formado en los últimosavances de gestión del negocio, con certificados de idiomas y un másterespecializado. Del mismo modo, el modelo antiguo de los oficios —el que nos decía«mi padre trabajó aquí, yo trabajaré aquí»— ya tampoco tiene mucho sentido. Poruna sencilla razón: debido a la vertiginosidad del cambio en el modelo productivo,tal vez no sólo la empresa, sino también ese sector o ese oficio no sobrevivan hastala siguiente generación. Por ello tenemos dos tipos de profesionales biendiferenciados: los que cada vez que se queden sin empleo o deseen un cambiodeberán formarse durante años, ya que estarán fuera del mercado y sin posibilidadesreales de encontrar un trabajo; y los que no cesarán de formarse, obligándose a estaral día a través de una formación continua.

Me atrevería a afirmar que los profesionales dispuestos a mantener una curvaactiva de aprendizaje a lo largo de su vida profesional verán colmadas —porcomparación y exclusión— sus aspiraciones profesionales de una manera muydistinta a la de los que quizá fueron más rápidos, e incluso estaban mejor situados otenían más talento, pero que se acomodaron como la mayoría, dejaron de cambiar y,por lo tanto, de adaptarse a los nuevos tiempos.

Estamos a las puertas de una meritocracia voraz en la que ser el mejor empleadode la empresa hace dos años no garantiza tener trabajo el año que viene si nomantienes tu ritmo de desempeño laboral, sobre todo debido al empuje de las nuevasgeneraciones, que cada vez están más preparadas.

Cuando estás inmerso en un proceso de cambio constante y de reciclajeprofesional puedes obtener lo que deseas. Si quieres ser lo suficientemente flexiblecomo para cambiar tu propio mundo puedes seguir estos sencillos pasos:

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—Pasión. Haz lo que verdaderamente te apasiona. Los frikis son capaces de

todo. Bill Gates le dijo a su hijo en cierta ocasión: «Trata bien a los frikis. Algúndía trabajarás para uno de ellos».

—Ideas. Prueba sin rubor. Mira siempre hacia adelante y trata de innovarconstantemente con nuevas ideas. Mira hacia el futuro suscitando y poniendo aprueba esas nuevas ideas.

—Foco. Sé específico en tus objetivos. Fíjate un plan y cúmplelo.—Inspira e inspírate. Rodéate de gente positiva. Inspírales. Cuestiónalo todo y

deja que te cuestionen.—Ley de los pequeños pasos. Piensa en tu foco y hazte la siguiente pregunta:

¿qué puedo hacer hoy para avanzar un pasito más hacia mi objetivo? No te vayas a lacama sin sentir que has avanzado algo, por poco que sea.

—Desarrolla empatía con los que te rodean y apoyan. Antes de juzgar a losdemás, indaga en los problemas, enúncialos de forma diferente y búscalessoluciones.

—Positividad. Ahí afuera hay que venderse y vender. Y esto es igualmenteválido para vender una empresa o un producto, o incluso para venderseprofesionalmente uno mismo. La negatividad no vende nada. Hay que buscarle ellado positivo a todas las cosas.

—Innova y prueba sin miedo a equivocarte.—Forja tu equipo. No existen líderes sin seguidores. Crea un equipo en torno a

ti y a tus ideas.—Evoluciona. Los cambios que suscites no durarán para siempre. Estamos en

constante transformación. No te amoldes ni te acomodes demasiado a tu objetivo, yaque la vida pronto lanzará sus dados. Por innovadores que sean, tus proyectosquedarán obsoletos si no cesas de mejorarlos.

Tal vez estés pensando que la capacidad de cambio es una virtud propia de

nuestro tiempo, pero no hay nada más lejos de la realidad. Alexander Fleming nacióen 1881 en Escocia. Pertenecía a una humilde familia de granjeros, y su destinoconsistía en heredar el pequeño negocio familiar. Sin embargo, Alexander era unniño tímido y curioso a quien le apasionaba el conocimiento. Sus padres eranconscientes de ello, aunque sabían que no podrían pagar los estudios para que su hijollegara a ser lo que quería, ya que el niño, desde una edad muy temprana, quería sermédico. Pero no había nacido en el lugar y momentos adecuados, como aun hoy endía nos sucede a muchos.

Mientras realizaba las labores del campo, el padre de Fleming oyó a un niño

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pedir auxilio. Se acercó al lugar del que procedían los gritos y vio que un muchachose había quedado atrapado en el fondo de un pozo. Como no podía ser de otramanera, le ayudó a salir de allí. Al día siguiente, un elegante carruaje aparcó en laentrada de la humilde casa de los Fleming, y lord Randolph Churchill presentó susrespetos a la familia. Como recompensa por lo que había hecho por su hijo Winston,les dijo que sufragaría todos los estudios de Alexander. Así fue como el jovenFleming logró estudiar la carrera de medicina.

Para Alexander, salir de la granja para estudiar en una de las ciudades másgrandes del mundo fue un cambio traumático, pero logró terminar sus estudios deforma brillante.

Después de la primera guerra mundial, en la que Alexander había participadocomo médico de campaña, se empeñó en lograr un objetivo audaz. Habíacomprobado con sus propios ojos que las infecciones y la septicemia[1] mataban amás personas que las propias balas. Así que se propuso hallar el remedio para curarla septicemia. Quería librar al mundo de la principal causa de muerte de su época.

Pasó muchos años investigando en el hospital St. Mary de Londres. Sin embargo,todos sus esfuerzos parecían infructuosos. Hasta que un día, aquejado de un fuerteresfriado, estornudó involuntariamente sobre una placa de Petri en la que crecía uncultivo bacteriano. Pocos días más tarde se dio cuenta de que las bacterias habíansido destruidas de forma misteriosa en el lugar donde se habían depositado susfluidos nasales. Fruto del azar, había dado comienzo el descubrimiento del hongoPenicillium notatum, el origen de la penicilina.

Pero no todo fue un camino de rosas para Alexander y su descubrimiento.Cuando la llegada de las tropas del Tercer Reich a Londres era inminente, Fleming,junto a otros científicos de su época, tuvo que emigrar a Estados Unidos. Eso lecreaba un grave problema: si se marchaba perdería todo el cultivo del hongoPenicillium que había logrado acumular durante sus años de investigación, y aún nosabía por qué extraña razón había surgido el hongo en aquella placa de Petri. Demodo que decidió llevarlo consigo. Pero el hongo era muy frágil, y resultaba másque posible que muriera durante el largo trayecto en barco que le esperaba. Comosabía que el hongo sobrevivía mejor en condiciones de humedad, decidió impregnarsu propia ropa con todas las muestras que pudo recoger, y no se la cambió en toda latravesía. Al llegar a Estados Unidos verificó las muestras: su estrategia habíafuncionado. El hongo seguía vivo en sus ropas.

Estados Unidos era muy diferente a la vieja Inglaterra, tanto en mentalidad comoen las costumbres. Pero Alexander supo una vez más cambiar y amoldarse a su nuevasituación. Continuó trabajando, hasta que el 12 de febrero de 1941 se trató al primerser humano con el nuevo fármaco.

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Aquel joven había cambiado su vida y su suerte para cambiar el mundo.Resultaría imposible cuantificar el número de pacientes a los que ha salvado eldescubrimiento de Fleming. El equivalente de nuestros días a la importancia de estedescubrimiento sería comparable a una cura definitiva para el cáncer.

Incluso cuentan que durante la segunda guerra mundial, Winston Churchill estabagravemente enfermo y una infección pulmonar hacía peligrar su vida. Leadministraron una dosis de penicilina, y Churchill se recuperó. Por eso se dice quelos Fleming salvaron dos veces a quien después sería reconocido como una de lasmayores personalidades políticas e intelectuales del siglo xx. Primero el padre, en sugranja escocesa; después el hijo, con el descubrimiento de su nuevo fármaco.Aunque nosotros sabemos que tal vez fuera el padre de Churchill el que salvara a supropio hijo en aquella segunda ocasión al permitir a Alexander costearse la carrerade medicina.

Fleming nunca quiso patentar su descubrimiento, lo que lo hubiera convertido eninmensamente rico. Fue fiel a su objetivo y donó su descubrimiento a la humanidad.Recibió el Premio Nobel de Medicina en 1945, y poco después fue nombrado sir porla reina de Inglaterra. Murió en 1955 de un ataque cardíaco y fue enterrado como unhéroe nacional en la cripta de la Catedral de San Pablo, en Londres.

Alexander Fleming representa el perfecto ejemplo de una persona en constanteevolución. Supo cambiar y adecuarse a las circunstancias. Gracias a ello cambiónuestra existencia y la vida de millones de personas. Sin ejemplos como éste, elmundo sería hoy algo muy diferente a lo que es realmente.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezTodo lo que necesitas saber es que siempre te queda algo por aprender.#sipuedesver detalles

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6. Fábula del río y de los peces

«Un padre es un tesoro, un hermano es un consuelo; un amigo es ambos.»

Benjamin Franklin

Cuentan de un hombre que un día, acuciado por los problemas que se cernían sobresu vida, decidió pasear una mañana por la orilla del río Jiyun. La primaveraestallaba en floridos tonos a ambos lados de la orilla, y el aire, a diferencia del quese respiraba en Pekín, parecía limpio, diáfano. La luz del sol, cortada en el horizontepor la silueta de los rascacielos, teñía de oro viejo las profundas aguas del río.Mientras paseaba, el hombre reflexionó sobre sus problemas, pero no lograba hallarpara ellos solución alguna. En los últimos meses habían surgido conflictos en sulugar de trabajo, y sus compañeros se burlaban de él porque aún no había logradocambiar su viejo coche, a pesar de llevar más años que ellos en la compañía. Paracolmo había tenido serias discusiones con su mujer por cuestiones banales, e inclusocomenzó a llevarse mal con su hija, que era ya toda una adolescente. En pocaspalabras, el mundo se le venía encima, y no sabía cómo hacerle frente a su desdicha.

Siguió caminando. A lo lejos, encorvada y difusa, vislumbró una silueta. Seacercó más y comprobó que se trataba de un anciano que estaba sentado junto a unacaña de pescar. Tenía el rostro arrugado y un sombrero de paja coronaba su cabeza.Aquel hombre siguió acercándose y se sentó no muy lejos de donde el anciano seencontraba.

—¿Hay suerte? —le preguntó, sin saber siquiera si el anciano le oiría.—No demasiada. Pero no me preocupo. A veces la suerte tarda en llegar. Todo

depende de nuestra paciencia —respondió el anciano con voz pausada, comosaboreando lentamente cada una de sus palabras.

El hombre fijó su mirada en el río. Se quedaron en silencio contemplando el

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ligero vaivén de la superficie del agua, su relampagueo furioso, las sombrasalargadas de los juncos. Poco después la caña se agitó, nerviosa. El anciano, congesto tranquilo, se levantó trabajosamente, recogió el hilo de su caña y del aguaemergió un hermoso ejemplar de escamas plateadas. Entonces, con manostemblorosas, le quitó al pez el anzuelo de la boca y lo devolvió al río. El hombre, sinsaber por qué, contempló aquella escena como si estuviera ante algo trascendente,sin poder dar una explicación a lo que estaba ocurriendo.

—¿Por qué lo ha hecho? —le preguntó súbitamente al anciano.—¿El qué? —preguntó éste a su vez.—Devolver el pez al río —afirmó el hombre tratando de mirarle a los ojos, que

permanecían ocultos bajo la sombra de su visera.El anciano se quedó un momento pensativo mientras volvía a cebar el anzuelo

con sus manos temblorosas y arrugadas.—Era más importante para el río que para mí. Aún tiene mucha vida que dar —

dijo pausadamente el anciano.—¿Lo hace por afición? ¿Porque le sobra el tiempo? —preguntó el hombre, que

sin saber por qué empezaba a impacientarse.—El tiempo no sobra nunca, joven. Es lo más escaso en nuestra vida. Por eso

hay tantas cosas que dependen de cómo se viva el momento.Aquel hombre, en silencio, trató de comprender. Inusitadamente, la conversación

estaba virando hacia algo que le tocaba por dentro, como si el anciano sospecharalos motivos de su paseo.

—¿Qué quiere decir? ¿Acaso no pretendía comerse ese pez? —preguntófinalmente.

—Desde luego que sí. Cuando vine esta mañana al río lo hice con la intención decomer pescado a mediodía. Pero cuando saqué ese pez del agua me di cuenta de queno era su momento, de que aún tenía muchas crías que darle a estas aguas. Hay cosasmás importantes que nuestros propios deseos, aunque a veces nos parezca locontrario.

El anciano volvió a sentarse. Su sombrero de paja le daba la apariencia de un sersin ojos, sin boca.

—¿Y qué hay más importante que la comida de un día? —le preguntó de nuevo alanciano intuyendo que su respuesta era más importante de lo que en principio cabríaesperar.

—La comida de varios días —respondió el anciano—. El pez que había pescadoestaba a punto de desovar. Si me lo hubiera comido tal vez me hubiese faltadocomida dentro de un mes, o de dos, o de tres. En ocasiones nuestros actos delpresente tienen consecuencias insospechadas en el futuro. Hay cosas importantes, y

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otras que lo son menos.El hombre fijó de nuevo su mirada en las aguas del río. El anciano se giró

levemente y tomó el canasto en el que recogía su pesca.—Trataré de explicarme de otra manera. ¿Ve este canasto? Voy a llenarlo de

piedras —y cogió varios puñados de gruesos cantos rodados que depositó despacioen él—. Respóndame ahora a una pregunta. ¿Está completamente lleno?

El hombre echó una ojeada rápida al canasto y respondió:—Sí. Está completamente lleno.Entonces el anciano cogió varios puñados de piedras más pequeñas, e igual de

despacio que la vez anterior fue depositándolas en el interior del canasto. Laspiedras pequeñas ocuparon el espacio que las grandes habían dejado libre.

—Dígame, ¿ahora lo ve lleno?El hombre, cada vez más intrigado, respondió:—Sí. Efectivamente, ahora está completamente lleno.Entonces el anciano cogió un par de puñados de la fina arena del río y los

introdujo en el canasto.—Y ahora, ¿podemos decir que está lleno?—Sí, ahora no hay duda. ¡Está lleno! —respondió el hombre con una tenue

sonrisa en su boca.El anciano se giró levemente, hurgó en una bolsa de tela que tenía a su lado y

sacó un recipiente. Acto seguido volcó parte de su contenido dentro del canasto. Elhombre pudo sentir el tibio aroma del té verde.

—Dígame, buen amigo, ¿está lleno ahora?El hombre no respondió. Se quedó, pensativo y confuso, mirando el interior de

aquel pequeño cesto. El anciano, como si hubiera adivinado la pregunta que le surgíaen el interior de su cabeza, continuó:

—Si me hubiera comido el pez tal vez habría satisfecho mi hambre de hoy, perome arriesgaría a pasar hambre mañana. Mi hambre de hoy es sólo arena. El pez y lavida que lleva dentro, son los cantos rodados que llenan ahora este cesto o, siprefiere, mi alimento de mañana. Es lo verdaderamente relevante.

Como el hombre permanecía reflexivo y en silencio, el anciano prosiguió:—Este canasto representa la vida. Las piedras grandes son las cosas importantes,

la familia, los hijos, la salud, los amigos, el amor... Son cosas que aunqueperdiéramos todo lo demás, serían suficientes para llenar nuestra vida. Las piedraspequeñas representan las cosas que nos importan, como el trabajo, la casa, el coche.La arena representa las cosas aún más pequeñas. Si hubiese metido primero la arenaen el canasto, no habría espacio para las piedras pequeñas, ni para las más grandes.Lo mismo ocurre en la vida. Si utilizamos todo nuestro tiempo y energía en las cosas

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pequeñas, nunca tendremos lugar para las cosas que son realmente importantes. Endefinitiva: hay que prestar atención a las cosas que son cruciales para nuestrafelicidad. Juegue con sus hijos, tómese el tiempo para cenar con su mujer, practiquesu afición favorita. Siempre habrá tiempo para las cosas pequeñas. Ocúpese primerode las piedras grandes, que son las cosas que importan. El resto es sólo arena.

El hombre se quedó pensativo. Sin apartar su mirada del río preguntó:—¿Y qué representa el té?El anciano sonrió levemente y su rostro pareció iluminarse con la primera luz de

la mañana.—El té nos demuestra que aunque estemos absortos en nuestro día a día y nuestra

vida nos parezca llena, siempre habrá algo de sitio para compartir una taza de té conun buen amigo.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezEstar cabreado y atascado en medio del tráfico significa que al menos tienescoche. #sipuedesver detalles

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7. ¿Cómo te comerías a un elefante?

«Las palabras son cera; las obras, acero.»

Luis de Góngora y Argote

Hace algún tiempo vi en la televisión un programa en el que aparecía el consultor yformador español Emilio Duró. Transmitía una idea que resultaba divertida, unaespecie de teoría del caos que se resume en que «no hay nada más peligroso que untonto motivado». Siempre que se lo comento a alguien se dibuja una ligera sonrisa enla cara de mi interlocutor. Al tratarse de una idea muy gráfica, durante unos segundosviene a nuestra mente, de forma casi instintiva, alguna persona cercana. A mí tambiénme ocurre: reconozco que al citarlo cierro los ojos y veo la nítida imagen de un expresidente del Gobierno español con el rostro risueño. Y entonces sólo logro sonreírmaliciosamente.

El concepto es simple, y lo comparto plenamente. Sin embargo, le doy más valora la idea inversa. Es decir, si partimos de la base de que tontos hay por todos lados—¿o no ves la televisión?—, pero que no hay tanta gente peligrosa en los rinconesde nuestras calles, llegaremos a la conclusión de que el factor diferencial entre elloses la motivación.

Durante años no he valorado como merecía el hecho de estar suficientementemotivado. Posiblemente sea una de esas cosas que cuando se tiene no se aprecia, ytan sólo se empieza a echar en falta cuando flaquea. Por eso mismo, para hablar demotivación debo empezar entonando un mea culpa. Durante mucho tiempo se hancruzado en mi camino personas que posiblemente tenían problemas de motivación, yno he sabido comprenderlo. Especialmente cuando en mis empresas han trabajadopersonas con ese perfil, creo que no he sabido afrontar el problema de raíz, y que he

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llegado a ver en ellas simplemente desgana o poco interés. Ahora comprendo que larazón era otra, y que seguramente tenía arreglo.

En una ocasión escuché una divertida —y real— historia del dueño de un casinode Las Vegas. Era una persona extremadamente rica, tanto como huraña, que teníaganas de dejar de fumar. Lo había intentado todo: acupuntura, hipnosis, alternativasal tabaco y una amplia variedad de tratamientos. Su estrés diario le impedía dejar defumar ni siquiera durante diez días. Tenía un problema de motivación que resolvióde forma brillante y eficaz. Como era terriblemente huraño, publicó en la prensalocal un anuncio junto a su fotografía en el que hacía una promesa: ofrecía 100.000dólares en efectivo a cualquier persona de la zona de Las Vegas que le viera fumaren los siguientes noventa días. Tres meses más tarde logró evitar pagar esa cifra y,por consiguiente, había dejado de fumar. De esta divertida y extraña historiapodemos sacar la siguiente conclusión: si quieres encontrar el premio que te motive,debes hallar la forma de que se concrete en algo práctico. Plantéate una meta realistay haz todo lo que esté en tu mano para alcanzarla. En eso consiste también lamotivación.

Si no te parece divertido lo que haces en tu vida cotidiana, es un síntomainequívoco de que, sea lo que sea, no lo estás haciendo con motivación. Sí,reconozco que a Lionel Messi le resultará menos complicado sentirse motivado quea un peón de la construcción encargado de esparcir hirviente hormigón en lascarreteras. Eso es cierto. Sin lugar a dudas, el operario de la construcción necesitamás ánimo para levantarse cada día que la estrella de fútbol. Aun así, todos podemosencontrar algo en nuestra vida, en nuestro trabajo, en nuestro día a día, que nosinspire y nos motive. Si no es así significa que no estamos haciendo lo correcto. Enotras palabras, debemos encontrar algo en nuestra actividad: un reto, un objetivo, unamotivación personal. Incluso los que odian su trabajo pueden hallar en esa razón elestímulo suficiente —encontrar un trabajo mejor, huir del que no quieren o grabar undueto con Lady Gaga. ¡Lo que sea!—. Se trata, en definitiva, de mejorar.

En ocasiones es difícil tener las pilas puestas debido a la complejidad o eltamaño del reto. En esos casos resulta imprescindible marcarse pequeñas metastemporales, o si no acabaremos por abandonarlo.

¿Cómo te comerías a un elefante? La respuesta correcta es: con mucho cuidado...,troceándolo. No podrías hacerlo de otra forma. Del mismo modo, hay que trocear losproblemas para poder resolverlos.

Tal vez hayas intentado resolver en alguna ocasión un cubo de Rubik. Se trata deun reto intelectual que puede resultar divertido y complejo. De hecho, haycampeonatos del mundo que añaden la tensión de tener que hacerlo en el menortiempo posible —en internet puedes ver cómo hay casos excepcionales de resolución

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en muy pocos segundos—. Aunque haya técnicas específicas para hacerlo, podemossimplificarlas en lo siguiente: si te resulta difícil, lo razonable es hacerlo poco apoco, resolver pequeñas zonas para ir avanzando. Resolverlo todo de golpe seríamucho más complicado y desmoralizador. Cuando compruebas que una parte resueltaqueda de nuevo dañada, el desánimo podrá contigo. Es preciso simplificar las cosaspara mantener la motivación constante. Las cosas complejas hacen que estés tenso ypreocupado. En ese estado todo es mucho más difícil.

En Estados Unidos llamaban coloquialmente false courage —«falso coraje»— alas bebidas alcohólicas en la época de la «ley seca». La definición es acertadísima.Era la manera de encontrar motivación y valor para hacer cosas que, generalmente,nos resultarían difíciles. Si bien no estamos en esa época (y eso lo atestigua el hechode que incluso aunque tengas trece años encontrarás con facilidad cerca de tudomicilio un local regentado por algún amable chino dispuesto a venderte a buenprecio unos litros de whisky), en la actualidad no tendremos que vernos obligados abatirnos en un duelo con armas de fuego en el momento más inesperado. Por esopodemos determinar que la motivación sería una suerte de alcohol de origenintelectual cuyo efecto dura más que el del licor. Otra de sus mayores ventajas es quepodemos producirlo nosotros mismos en grandes cantidades, que no deja resaca ycuyo consumo no nos obliga a pagar impuestos especiales a la Agencia Tributaria.

Te propongo algunas claves para mantenerte motivado en cualquier aventura queemprendas.

—Pensar en positivo. La negatividad aporta poco. Las personas creativas y

positivas tienden a estar mucho más motivadas y a prestar mayor atención a lo quehacen. Es una garantía de éxito personal.

—Saber mirar atrás. Si eres consciente de lo que has conseguido hasta la fecha,resulta mucho más fácil seguir avanzando. Todo lo que empezamos es como unaescalera que contiene etapas y éxitos temporales a modo de escalones, y que debetener un objetivo final visible. Hay que ser consciente de ello, descansar y ganarperspectiva al valorar el camino recorrido mirando hacia abajo.

—Visualiza un objetivo. Debe ser real, tangible e inspirador por él mismo paratener la motivación de obtenerlo. Los objetivos imposibles no te permiten mantenerla tensión. Por su parte, los objetivos demasiado fáciles hacen que lograrlos seconvierta en una costumbre, no en un éxito.

—Acción inmediata. Aunque te equivoques, el mejor momento para hacer algoes, precisamente, cuando piensas que es un buen momento. Hay que actuar. Sinacción no hay objetivos que conseguir, ni metas que alcanzar. En otras palabras, nose puede estar motivado para jugar la final de la Liga de Campeones si no juegas las

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eliminatorias previas.—Genera tu propia banda sonora. ¡Ponle música a tu vida! Y no sólo música:

¡ponle imagen! Cada persona encuentra su estímulo ideal en determinados sonidos yescenas. Es bueno tenerlos a mano y dejar que te estimulen. Por ponerte un ejemplo,a mí me motiva escuchar a alto volumen Viva la vida, de Coldplay. Es el ejemploperfecto de lo que podríamos denominar una «canción motivacional». También mesirve ver la escena épica del discurso de William Wallace a sus tropas escocesasantes de la batalla final contra los ingleses en la película Braveheart. Sin embargo,lo que funciona conmigo puede no serte de utilidad a ti. Reconozco que yo seríaincapaz, pero hay personas a las que gritar, bailar y cantar a grito pelado les motivaespecialmente. En resumidas cuentas, da igual cómo: ¡elige y usa tu propia bandasonora!

—Transforma obligaciones en ocio. Piénsalo durante un momento. Si debesestar toda la noche en vela con tus compañeros de trabajo preparando un informeurgente, eso resulta tedioso, es agotador y necesitas café, snacks, alcohol u otrosestimulantes. Si quedas con las mismas personas para salir una noche o jugar a lascartas, a la consola o a un juego de mesa, el tiempo pasa volando sin la necesidad deesos «sucedáneos de la motivación». Las mismas personas, el mismo tiempo y, sinembargo, diferentes sensaciones. Transformar las obligaciones en algo divertidosiempre funciona y nos hace rendir más, mejor y más a gusto.

—Compite. La palabra «competir» ha adquirido una connotación peyorativa enlos últimos años. No lo comparto. Desde Darwin sabemos que la evolución escompetición. Incluso a nivel biológico, nacimos tras una competición de millones deespermatozoides por fecundar un óvulo. Resulta curioso comprobar que hay personasmuy motivadas en la práctica deportiva y muy poco en sus vidas diarias o en sustrabajos. Eso sucede porque en el deporte encuentran un reto: pueden superarse yhacerlo con un rival. En mayor o menor medida, todos tenemos inscrito en nuestroADN ese espíritu competitivo. Si haces de tu vida una pequeña competición, y tepones objetivos y retos, la motivación está garantizada.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLa persona con mente dispuesta ve abono donde los demás sólo ven mierda.#sipuedesver detalles

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8. Yerras todos los tiros que no intentas

«Casi todo lo que realice será insignificante, pero es muy importante que lo haga.»

Mahatma Gandhi

No hay nada que me moleste más que estar inactivo. Ahora te diré una obviedad que,en realidad, no lo es tanto: si no haces nada, generalmente no sucede nada.

Hasta cuando un brujo de la selva amazónica danza agitando los brazos ygritando hacia el cielo reclamando a sus dioses que envíen lluvia está haciendo unpoco más que los que no hacen nada y le observan inmóviles. Posiblemente sea pocoeficaz, pero siempre es una opción mejor que permanecer quieto. Si desde nuestraperspectiva occidental consideramos que bailar invocando a los dioses en medio dela selva es hacer más bien poco, ¿qué deberíamos pensar de los que permanecensentados contemplando la estampa esperando a que algo suceda? ¿Por qué noaplicamos la misma lógica para darnos cuenta de que en nuestra vida cotidiananosotros, en muchas ocasiones, no hacemos mucho más que ese brujo?

Son varias las causas por las que no actuamos y no nos ponemos en marchacuando deseamos hacerlo. Esto último suscita una frustración con nosotros mismosque, con el tiempo, da paso a un sentimiento de fracaso. El más absoluto de losfracasos es siempre no haberlo intentado.

La principal causa de no ponernos manos a la obra es lo que se denomina«parálisis por análisis». En pocas palabras, se trata de un intento de controlar todaslas variables y tener todas las certezas en la mano antes de emprender un proyecto.En realidad no hablamos de disponer de todo el control. De lo que hablamos es demiedo. A veces resulta difícil abandonar la «zona de confort», tomar riesgos. Poreso nos relaja pensar que aún debemos realizar más pruebas, averiguar más datos oasegurar con una mayor fiabilidad las operaciones. Haciendo un paralelismo, es

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como el estudiante que, tras finalizar su carrera, decide que debe hacer un MBA, yluego otro curso de posgrado, y que se niega a salir al mercado laboral e intentaalargar su vida estudiantil. Pese a que sus padres y amigos le animan a ello, élconsidera que lo más adecuado es enlazar cursos entre sí porque cree que es lamejor manera de afinar un poco más su preparación. En realidad tiene miedo a salirdel cascarón y enfrentarse al mundo real para el que lleva años preparándose.

Tu posible talento e inspiración —no lo demos por sentado, ¡no es tan fácil!—son absolutamente inútiles si no enlazan con una acción.

La inacción es especialmente dañina en proyectos empresariales. A lo largo deestos últimos años he tenido la oportunidad de impartir multitud de charlas aemprendedores por toda España. Una de las cosas que más me ha sorprendido hasido reconocer en determinados foros, a los que he sido invitado con frecuencia, lasmismas caras entre el público. He llegado a la extraña conclusión de que existen«profesionales» de este tipo de eventos, personas que han hecho de su presencia enellos casi su propio trabajo, no sé si en busca de la motivación necesaria, de algúndetalle que les ponga en marcha o, simplemente, porque se divierten. Su vida es unentrenamiento constante, mientras que la adrenalina ¡está en jugar el partido!

Uno de esos chicos me llama la atención significativamente. Se trata de unaspirante a empresario que trabaja en un proyecto de hostelería vinculado a internet,y se ha convertido en un clásico de mi vida. Ha realizado un completo modelo denegocio y se pasea con él y con sus tarjetas de visita por muchas de las charlas quehe impartido en distintas ciudades. Me atrevería a decir que en tan sólo cuatro años,le he podido ver y saludar más de una docena de veces. De hecho tengo la sensaciónde que si me pongo enfermo podría ser el sustituto ideal, ya hasta debe saber lo quevoy a decir. Normalmente me espera cuando concluyo mi intervención y charlamosunos minutos sobre cómo va su proyecto. El problema es que su proyecto no va nibien ni mal: simplemente no avanza, mientras que el tiempo, irremediablemente, sí lohace. Y él busca una solución sin afrontar el problema, sino esperando escuchar algoen esas conferencias que, como si de una inspiración divina se tratara, le abra losojos de forma definitiva. Y mira que lo siento, pero entre semana no hago milagros.

En la última conferencia en la que le vi, tras decirme que sabía que teníaprogramada otra a las pocas semanas, le dije —tal vez «demasiado» directamente:

—Contaré casi lo mismo que en ésta, y en ésta, como has visto, casi lo mismoque en la de hace unos meses. Hazte un favor: no vengas. Te veo muy liadointentando poner tu proyecto en marcha, y es eso en lo que deberías ocupar todo tutiempo. Oír mi mensaje por enésima vez no creo que te aporte mucho más de lo quehaya podido hacerlo hasta ahora. ¡Dedica tu tiempo y esfuerzo a ponerte en marcha!

Espero que no se lo tomara a mal. Desconozco si me hará caso. Y aún no sé si le

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veré en las próximas citas que tengo marcadas en mi agenda. Acudir a eventosformativos es bueno porque encuentras a personas con similares inquietudes eintercambias ideas. Sin embargo, convertirte en un profesional de esos mismoseventos te genera dudas. Y las dudas conllevan a la inacción.

Para que esa parálisis no te asalte te recomiendo lo siguiente:

—Intenta comprender la lógica de lo que quieres hacer, y no el ciento porciento. Jamás podrás comprenderlo todo antes de ponerte en marcha, ni conocertodas las variables de tu aventura. Refleja esos porcentajes en tu plan de negocio, asícomo los márgenes de error que desconoces y que podrían variar sensiblemente losnúmeros iniciales.

—No compres todos los cursos, no te hagas con todos los libros —con unaexcepción: puedes comprar los míos sin ningún problema, porque son excepcionales—, no vayas a todos los seminarios y conferencias. No te conviertas en unprofesional del medio. Hay que saber elegir: apunta, selecciona la formación, lasconferencias y los libros que te pueden ayudar, formar e inspirar. Pero luego,¡dispara! El cazador que siempre apunta y nunca cree tener el blanco a tiro llega acasa, ineludiblemente, sin una sola pieza cobrada. Y ten en cuenta que un blancopequeño es un error pequeño.

—Aprende y aplica. Esto quiere decir que formarse es muy importante —¡porsupuesto!, no digo lo contrario—. Sin embargo, puedes seguir haciéndolo mientrasaplicas y avanzas. De lo contrario te quedarás descolgado y, en ocasiones, elproyecto dejará de tener sentido cuando hayas abarcado todo el conocimiento queprecisas.

—Enfócate. No puedes —ni debes— saber de todo. Si no quieres volverte locoy deseas llegar a buen puerto, tienes que dejar en manos de gente de tu confianzaciertos elementos del negocio. Realmente no necesitas conocer en primera personatodos los procesos.

—No analices lo que no puedes hacer. Aunque parezca una perogrullada, haymultitud de personas que se empeñan en encontrar soluciones a problemasinexistentes e irreales. ¿De qué sirve realizar un plan de marketing de una nuevalínea de productos si, por ejemplo, aún no dispones de la financiación paradesarrollarlos, o no puedes permitirte invertir en publicidad? Afronta tus retos delpresente de forma realista.

—Evita la confusión. Si deseas encontrar la verdad, no cabe la menor duda: laencontrarás. Sé práctico y analiza sólo los datos fundamentales. Si quieresconocerlos todos te enterrarás en papel y tendrás un problema de tiempo de análisis.

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Recuerda que el cielo nunca ayuda al hombre que no actúa.Nada lo ilustra mejor que una historia muy antigua, contenida en la obra titulada

El hombre más rico de Babilonia (George S. Clason, Ediciones Obelisco, 2003).Trata sobre un mercader egipcio que salió de su ciudad en busca de animales quecomprar para regresar con ellos a su ciudad y poder comerciar con las pieles y lacarne. Como la ciudad en la que vivía estaba sitiada, era muy importante para élconseguir rápidamente piezas de ganado que después vendería a un precio elevadoen la ciudad amurallada, con lo que obtendría suculentos beneficios. Tras diez díasde viaje no logró hallar a ganadero alguno que le vendiese sus reses, de modo quedecidió emprender el camino de vuelta. Llegó a los pies de la muralla de noche,cuando las puertas estaban ya cerradas, así que tanto él como su séquito tuvieron queacampar a la intemperie.

La casualidad hizo que en la misma zona coincidiera con un viejo ganadero, quetambién había tenido que acampar en las proximidades tras el cierre de la murallapor la noche. Entonces el viejo se acercó al mercader. «Honorable señor—le dijo—.Parecéis un comprador de ganado. Si es así, me gustaría venderos el excelenterebaño de ovejas que traemos.» Y el ganadero le contó al mercader cuáles eran susinquietudes: su mujer estaba gravemente enferma, de modo que tenía que volver loantes posible a su casa. El cierre de la muralla suponía un enorme retraso en sucamino, ya que tendría que pasar allí la noche y esperar a la mañana siguiente parapoder entrar y vender su mercancía en la ciudad. Así que le propuso al mercadercerrar el trato allí mismo, a la luz de la luna, con un precio muy beneficioso,renunciando el ganadero a una parte de sus ganancias con tal de poder partir deinmediato sin demora. Le detalló el número de cabezas de ganado de las quedisponía, y le sugirió que podía inspeccionarlo usando una antorcha a la luz de laluna. Sin embargo, aquella tarea resultó imposible, y el mercader, aunque pudoobservar que el rebaño era nutrido y se encontraba en buen estado, le dijo alganadero que esperaría hasta la mañana siguiente para poder contar adecuadamenteel número y apreciar el estado de las ovejas.

Aquel ganadero, urgido por su situación, le propuso otro trato: para poder cerrarla venta cuanto antes y regresar con su mujer enferma indicó que podía pagarle enese momento las dos terceras partes del precio, y a la mañana siguiente, cuandocontara las cabezas del rebaño a la luz del día, le daría el resto a uno de sussirvientes, que se quedaría con ellos hasta entonces. De ese modo él podría salir enese mismo momento hacia su casa y reencontrarse con su mujer, cuyo estado de saludle preocupaba.

A pesar de desear hacer negocios con aquel hombre, y que el trato parecía muyprovechoso, el mercader dudó. Finalmente, por miedo al riesgo del estado del

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rebaño, se negó. No le parecía conveniente cerrar un trato de esa manera a pesar dela oportunidad que representaba, de modo que regresó a su tienda y esperó a quedespuntaran las primeras luces del día.

A la mañana siguiente, nada más abrir la muralla, antes de que se despertaranuestro mercader, otros comerciantes se acercaron al impaciente ganadero y lepagaron por sus ovejas tres veces más de lo que éste le propuso la noche anterior.Los comerciantes volvieron a la ciudad y, como había una enorme carestía de ganadoy de alimento, obtuvieron enormes beneficios con su venta. El primer mercader,debido a su reticencia, echó por la borda un negocio inmejorable, ya que se levantó yvio cómo la mercancía que pudo comprar la noche anterior por un precio asequible,y con ello la posibilidad de pingües beneficios, había volado.

Hay dos tipos de personas: las que cogen el tren de las oportunidades y las queesperan que llegue el siguiente.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLas mejores historias nunca empiezan con un «casi». #sipuedesver detalles

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9. Descubre al innovador que llevas dentro

«Percibe prioritariamente todo aquello que no puede ser visto por el ojo humano.»

Miyamoto Musashi

Hoy más que nunca el mundo de la empresa requiere, además de mucha suerte,sangre fría, entusiasmo y talento. En otras palabras, se necesitan innovadores.

Reconozco que me da algo de pereza hablar de innovación. Es una palabra queha quedado un poco desgastada por el uso. Los políticos —¡pavor!—, losempresarios, incluso la gente de la calle, la utilizan con una ligereza tal que muchasveces creo que se confunden conceptos tales como «esfuerzo», «crecimiento»,«modernización» o «creatividad» con el de «innovación». La crisis es, entre otras, lagran culpable de la prostitución del concepto, así como el fallecimiento del graninnovador de los últimos años: Steve Jobs.

La cúspide de la innovación puede ser para muchos crear maravillosos aparatoscomo el iPhone, pero innovar también es tomar algo tradicional y aplicarle unospequeños cambios que varíen el producto final.

Hace unos días mi hija, de siete años, insistió en que quería una peonza. Deboreconocer que no le presté demasiada atención, aunque me pareció simpático pensarque posiblemente mi padre, o incluso mi abuelo, ya jugaban con ellas. El caso es quele compré la peonza y jugó un rato con ella, pero se quejaba amargamente: «En elcolegio todos los niños tienen una peonza, pero ésta no es la buena, no es la que yoquiero». Entonces cogí la peonza. Era una simple peonza, sin más. ¿Dónde estaba elproblema? Ante mi sorpresa, mi hija me explicó —la pobre tiene más paciencia queun santo con mi marcada inutilidad para los problemas infantiles— que ésa no era lapeonza que ella quería porque ahora había peonzas diferentes.

Como padre responsable, me comprometí a buscar el juguete que quería

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pensando que, a todas luces, sería fácil de encontrar. Primero lo intentó mi mujer,que volvió con las manos vacías, lo que hizo que la paciencia de la niña comenzara averse superada por nuestra manifiesta incapacidad. Al día siguiente salí con ella.Recorrí todo tipo de jugueterías: Toys “ ” Us, El Corte Inglés... Nada. Al vermedesesperado, y tras explicarle que aparentemente «ésas no eran las peonzas queestábamos buscando», una caritativa dependienta se apiadó de mí y me dijo: «En lacalle de atrás hay un enorme bazar. Vaya allí. Sé que tenían algunos modelos haceunos días —y concluyó—: Cada semana vienen niños pidiendo lo mismo».

Ni corto ni perezoso, entré en una nave industrial que me pareció el bazar chinomás grande del mundo, y allí estaban las peonzas. Pero mi hija empezó a perder losnervios: tampoco eran ésas.

A esas alturas, mi estado de ánimo empezaba a sugerirme hacer todo tipo debarbaridades con la mierda de las peonzas que veía por el camino. Mentalmenteempezaba a recrearme en ello. Ya estaba casi dándome por vencido, mientrassalíamos de la enorme tienda, cuando pasamos junto a la caja registradora y a mi hijase le iluminó la cara. ¡Eureka! Colgadas de un cartón, había lo que, a simple vista,eran otras peonzas de distintos colores. Como ya estaba medio desesperado, casisalté de alegría. Costaban cinco o seis euros, mucho más que las del interior, quecreo recordar que valían tan sólo un euro, y eran de plástico y de colores vivos.

Le dije al dependiente:—Por favor, deme una peonza de ésas, la morada.El joven asiático que me atendía casi se ofendió, y me miró con desprecio, como

si fuera un imbécil.—Eso no es una peonza. ¡Es una cobra!Pagué sin rechistar, y pensé:—¡Joder! Este pobre no entiende ni papa de español.Con mi hija más contenta que unas castañuelas, salí encantado hacia el coche tras

pagar cinco veces más por una peonza morada que por una de madera. Esa cantidadestaba magníficamente invertida, ya que al menos había logrado evitarle a mis oídosmás quejas infantiles durante el fin de semana. ¡Todo solucionado! Me sentí como unpadre tremendamente eficaz.

Al subir en el coche mi hija —muy prudente, y es de agradecer que no lo hicieraen público— me aleccionó debidamente:

—¡Papá! Ese señor tiene razón. ¡Es una cobra, no una peonza!Cogí aquel dichoso objeto de colores abigarrados —creo que las peonzas se

saltaron mi generación, porque gracias a Dios nunca jugué con ellas. ¡Pero siparecen un coñazo!— y observé varios cambios. Era de plástico ligero, tenía unapunta de neopreno que, según me explicaron, se intercambiaba para poder ser usada

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en el parquet sin que éste sufriera daños, la cuerda se podía guardar en el interior dela peonza —perdón, ¡de la cobra!— y la punta era flexible, no fija como en latradicional, para permitir que se pudiera jugar mejor y que el niño más torpe —doyfe de ello— la pudiera utilizar sin demasiado entrenamiento. ¡Ah! Y en la partesuperior tenía una cobra en relieve —esto último parece una tontería, pero debe serrealmente importante: un fabricante de peonzas ha creado una marca con ello.

Al día siguiente, en el colegio, se confirmó lo que pensaba. Decenas de niñosjugaban con el mismo tipo de artilugio.

¿Qué había ocurrido? Sencillamente que hace tiempo, tal vez años —aunque yolo acabo de descubrir—, alguien realizó cuatro o cinco cambios lógicos en unjuguete tradicional y logró que volvieran a ponerse de moda. En pocas palabras, unsimple objeto que ya estaba obsoleto en mi generación aparecía decenas de añosdespués con renovado brío, lo que le permitió a su fabricante venderlo a un preciomuy superior, ponerlo de moda y generar su propia marca.

Entonces, ¿cómo podemos innovar en nuestra vida cotidiana?En primer lugar, siendo conscientes de que podemos aspirar a logros limitados, y

de que, por norma general, no seremos el nuevo Da Vinci —¡felicidades si loconsigues!

El mayor enemigo de la innovación somos nosotros mismos. Preferimos la rutinay seguimos el camino al que estamos acostumbrados sin hacernos demasiadaspreguntas. Por ponerte un ejemplo, seguro que en alguna ocasión te has dado cuentade que siempre vas a trabajar por el mismo trayecto. Sin embargo, un día descubresque hay un recorrido mejor, tal vez más rápido, con menos tráfico o simplemente convistas más agradables. ¿Por qué no lo habías visto o no lo habías encontrado antes, sisiempre estuvo allí? Tan simple como que no lo buscaste o no te planteaste laposibilidad de cambiar de camino. En consecuencia, no puedes hallar respuestaspara las preguntas que nunca te has hecho.

Es cierto que en ocasiones «te topas» con respuestas que no te hacías en esemomento. Por ejemplo, ocasionalmente aparecen ideas brillantes y creativas,eminentemente innovadoras, que parecen llegar fruto de la inspiración —es el casode Newton y la manzana, o de Arquímedes gritando desnudo por la calle «¡Eureka!»tras descubrir, relajado en su bañera, el principio de la densidad de los cuerpos—.Pero eso es tan sólo un reflejo habitual de nuestro cerebro que, tras un trabajointenso y sostenido en un campo concreto, halla la respuesta buscada al estar enreposo, de forma natural y lejos de la presión y del estrés del trabajo. En otraspalabras, por mucho que se me hubiera caído la manzana en la cabeza jamás podríahaber enunciado la teoría de la gravitación universal. De hecho, se me podría habercaído encima un tráiler repleto de manzanas... y nada, porque ni soy Newton ni me he

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preocupado nunca por esa cuestión.Seguro que en alguna ocasión has oído hablar de que tenemos dos cerebros. El

cerebro derecho, que representa la creatividad y la emoción, y el izquierdo, másconocido como «analítico». Generalmente se considera que sólo se puede resolverproblemas con la parte izquierda del cerebro. Es la más racional y, por lo tanto,parece más adecuada para atajar problemas que requieren respuestas precisas yelaboradas. Sin embargo, en los últimos años se ha descubierto que eso no es deltodo cierto. La parte derecha del cerebro también puede resolver problemas, y lohace de una manera diferente, mucho más creativa, y que aporta ideas másinnovadoras para su resolución. El hemisferio derecho se puede activar mediante lapráctica y algunos ejercicios para que participe activamente en la resolución deproblemas. Algunas técnicas consisten en forzarse a romper el pensamiento lineal,relajarse y tratar de soñar despierto, o mover el cuerpo, como correr, bailar ocaminar mientras se está pensando. Algunos autores incluso sugieren cambiar dehábitos personales para suscitar nuevas situaciones en las que entre en juego nuestro«yo» más creativo.

Cuando buscas ideas creativas y adquieres cierta práctica podrás observar quemuchas de ellas son locas y que no pueden llevarse a cabo en nuestro día a día.Incluso nos pueden parecer arriesgadas. Un buen método es generar nuestras ideasinnovadoras, anotarlas y dejarlas madurar durante días o semanas para despuésvolver a ellas, releerlas y comprobar si siguen teniendo sentido, y cómo han idomadurando en nuestro inconsciente.

Para un emprendedor —que en la tesitura actual debe agudizar su ingenio comonunca antes lo había hecho—, desarrollar la creatividad con objeto de innovar en susprocesos, sus productos o sus servicios es la mejor manera de ganar su sitio en elmercado. Para un trabajador por cuenta ajena también resulta crucial —especialmente en un momento como éste, en el que muchas personas se estánquedando sin empleo—, para demostrar a sus jefes que puede aportar el valoradicional que le proporciona a una compañía su perfil innovador.

Pese a que la innovación es útil en ambos casos, también es cierto que muchasveces su aplicación no resulta sencilla. Un innovador que pertenezca a la estructurajerárquica siempre lo tendrá mucho más difícil que un emprendedor que estámontando una startup, en la que los riesgos son limitados y los asume uno mismo. Enun organigrama complejo suele haber mucho más que perder. En ocasiones lospropios mandos, mediocres y aferrados a su sillón, pueden ver al innovador y a susideas como amenazas para su estatus personal o para su concepto de empresa. A finde cuentas, los mandos son personas que pueden tener más que perder que ganar. Losindividuos con mucho que perder se ven amenazados por la innovación y por las

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personas que la encarnan. Por ese motivo, si este último es tu caso, trata de ofrecersoluciones a medio y corto plazo, y de adelantarte a los problemas y a las pegas quea buen seguro encontrarás en tu camino para que las nuevas ideas sean aceptadas.

Personalmente me gusta aplicar el concepto filosófico japonés del Kaizen, quesignifica «mejora continua», según el cual se aplican paulatinamente pequeñoscambios en los procesos existentes para generar, finalmente, cambios incrementales.

No tiene mucho sentido tratar de cambiar el mundo durante la primera semana.Es preferible que te adaptes a él para aplicar poco a poco tus cambios.

Eso no te convertirá en Steve Jobs, pero a medio plazo podrá hacerte muyinnovador en tu vida cotidiana y en tu organización.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezPiensa en tres cosas al azar e intenta hacer algo útil con ellas. ¡Ya me contarás,MacGyver! #sipuedesver detalles

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10. Una piedra en el camino

«Hay derrotas que tienen más dignidad que la misma victoria.»

Jorge Luis Borges

Siempre encuentras dificultades. En cualquier aventura que emprendas hay undenominador común: jamás será un camino de rosas. Los problemas existen, llegarány, posiblemente, serán de mayor gravedad de lo que podemos esperar en un primermomento.

Cuando doy charlas a aspirantes a futuros empresarios les sugiero partir de esaidea y complementarla con otra: preparar el terreno una y otra vez no evita losproblemas futuros. Eso es algo inevitable. Si no puedes vivir con la presión deafrontar los problemas y aspiras secretamente a no tener que enfrentarte a ellos,debes abandonar la idea de ser empresario. Ésta es una de las pocas cosas que noson negociables en nuestro campo. Por ello cualquier aspirante a empresario debereflexionar y pensar si el mundo de la empresa está hecho para él.

Los problemas llegan, te lo aseguro. Y deberás convivir con ellos e intentarresolverlos. Si trabajas en una gran organización verás que para cada problema haygeneralmente un responsable. Si se rompe una mesa, un encargado de mantenimientola repara o la sustituye. Si un cliente no paga, el departamento legal tomará lasmedidas pertinentes. Y así en un largo etcétera. En una empresa de nueva creación,todos los problemas que no están definidos en el organigrama de recursos humanos—por lo general, poco amplio— acaban en la misma persona: el iniciador delproyecto. Esto hace que si quieres montar tu negocio debas ir convirtiéndote en unexperto apagafuegos, o que al menos te veas capaz de hacerlo sin que eso merme tucalidad de vida personal. Debes ser consciente de que tienes que convivir con losproblemas y de que si eres emprendedor, aunque tengas una función definida en el

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seno de la empresa, tu función siempre llevará la coletilla «y todo lo demás». Enotras palabras, podrás ser el director general «y todo lo demás», o tal vez el directorde Marketing «y todo lo demás» de la empresa. Todo te afectará, y a todo deberásdar respuesta. Cualquier piedra en el camino será, por definición, una piedra en «tu»camino. Y aunque en ocasiones puedas delegarlo, al final hacerlo no te resultará nifácil ni sano.

No cabe duda de que resulta imposible estar formado y preparado en todos loscampos profesionales. Por eso estar bien rodeado y solucionar imprevistos de formacreativa te ayudará a afrontarlos.

Conozco un cuento infantil que lo ilustra a las mil maravillas. Es lo que tienenlos cuentos infantiles, que en ocasiones encierran más enseñanzas para los adultosque para los propios niños.

Dice la historia que hace mucho tiempo existía un monarca bondadoso,inteligente y de buen corazón al que sus súbditos acudían cuando verdaderamentenecesitaban ayuda. Sin embargo, la ayuda del rey se fue convirtiendo en unacostumbre, y ya todos le pedían que resolviese cualquier asunto, por banal eintrascendente que fuera. Al cabo de algún tiempo, el rey se dio cuenta de que habíacreado malos hábitos en su reino, y de que ahora nadie actuaba por su propia cuenta,sino siempre con él como intermediario. Entonces el monarca ideó un plan paraevitar que esos malos hábitos se eternizasen.

Dicen que esperanzado por su idea, mandó a sus criados que colocaran unaenorme roca en el camino principal de la aldea. La piedra dificultaba el paso a losviandantes y a las carretas, y resultaba verdaderamente molesta. Sin embargo, nadieen el reino hizo nada para solucionar el problema. ¡La piedra era muy pesada, y serequería mucho esfuerzo! Pasaron varios días y la enorme roca permaneció en sulugar.

Una noche pasó por allí el hijo del molinero. Decían de él que era trabajador yaltruista, y que no se amedrentaba ante los obstáculos que le ponía la vida. Aunqueestaba cansado después de varios días de trabajo en el molino, pensó: «Esta piedraestá en muy mal lugar. Por la noche alguien podría pasar y golpearse con ella. Opeor aún, podría hacer volcar a una carreta llena de pasajeros o de mercancías.Intentaré empujarla y apartarla del camino».

No resultaba fácil. Pero al cabo de un buen rato, el muchacho, sudoroso yfatigado, logró lo que se proponía. Desplazó el obstáculo del camino, y cuál fue susorpresa al descubrir que bajo la piedra había un agujero, y que en el interior delagujero se encontraba una bolsa llena de monedas de oro junto a una nota manuscritaque decía: «Esta bolsa es para quien haya retirado la piedra del camino».

El muchacho, emocionado por su hallazgo, se marchó corriendo a la aldea y les

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contó a todos lo sucedido. Y cuentan que desde ese preciso momento, los súbditosde aquel reino no volvieron a dejarse vencer por la comodidad. El rey, que ademásde bondadoso era sabio, había logrado su objetivo.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezComo no eres un libro de matemáticas no puedes esperar que otras personasresuelvan tus problemas. #sipuedesver detalles

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11. El día que fui un ratito el malo de la peli de James Bond

«Vive como si no fueras a morir nunca, actúa como si fueras a morir mañana.»

Lin Yutang

¿Qué tal si vives tu vida? Hay gente que se empeña en vivir una y otra vez la vida delos demás. Y muy pocas personas a las que esto les sucede y son capaces de verlo.

En cierta ocasión, en un programa de radio al que acudía a una tertulia, escuchéalgo que me pareció cruel pero con un cierto poso de realidad. Un profesoruniversitario, de avanzada edad, creo recordar que catedrático de Economía, decíacon semblante serio que teníamos la obligación de transmitir un mensaje demoderado optimismo en el futuro, que no hay que preocuparse demasiado, ya quetodo saldrá bien «siempre y cuando no nos portemos como españoles».

La coletilla final, eso de «portarnos como españoles», me confundió. Primeroporque adivinaba una intención sarcástica en todo ello. ¿Cómo no vamos a portarnoscomo españoles? ¡Si somos españoles! Y aún más, ¿cómo nos portamos exactamentelos españoles? No pude evitar hacerle esta última pregunta al anciano profesorquien, encogido de hombros, como si la esperara, me respondió: «Bueno, lollevamos desde pequeñitos inscrito en el ADN. En nuestra sociedad, cada uno estámás pendiente de lo que le ocurre al de la mesa de al lado que de lo suyo propio.Todo irá bien cuando cambiemos esa actitud».

Aunque parezca un tanto descarnado, esto último tiene un cierto viso de realidad.Sin embargo, me atrevería a decir que no es un problema español, sino un problemaeuropeo. Se trata de clichés y de estereotipos sociales que tenemos que considerarcomo tales, y no como dogmas de fe. Según ellos, el español es envidioso, el italianochapucero, el francés chovinista o el alemán cuadriculado. ¡Bienvenido a Europa!Resulta alentador, ¿verdad?

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Siempre habrá gente envidiosa, que hable mal e intente intoxicar. Hay que vivircon ello y darle la importancia justa, es decir, ninguna. Lamentablemente, laspersonas que parecen más preocupadas de tu propia vida que de la suya sufren unenorme déficit: ¡no tienen vida propia! Olvídate y no des importancia a las actitudesenvidiosas y a los comentarios hirientes y despectivos de personas más interesadasen tu vida que en la suya propia. Aunque ahora me sea fácil decirlo, hace algunosaños yo no me lo tomaba con tanta deportividad. De hecho, me costó algún que otrodisgusto.

Fue en el año 2009 cuando, junto a algunos amigos, me dispuse a crear unaempresa biotecnológica llamada Genolab que, finalmente, resultó un intento fallido.Se trataba de un proyecto bonito que tenía como objetivo realizar análisis de ADNpor medio de la saliva en individuos sanos para conocer su grado de propensión adeterminados tipos de enfermedades. De ese modo se podría aumentar su esperanzay calidad de vida, especialmente al aplicar con ellos remedios de medicinapreventiva. Hoy existen varias empresas así en diversos países del mundo.Habíamos involucrado a médicos de prestigio y a un gran equipo científico,invertido mucho dinero en un costoso laboratorio y depositado muchas ilusiones enel proyecto. El caso es que aún en fase de desarrollo, es decir, sin que nadie —nisiquiera yo mismo— hubiera podido probar el producto, apareció una noticia quenos mencionaba en el hoy desaparecido diario Público. En aquel artículo se hablabade los test genéticos, y se indicaba que una prometedora iniciativa española llamadaGenolab aparecería en breve. Hasta ahí, todo normal. Lo que no me pareció tannormal fue uno de los comentarios en la versión de internet del citado periódico enel que me citaban descalificándome y, lo que era más grave desde mi punto de vista,también al producto y a los resultados de nuestro test, que todavía estaba en fase dedesarrollo. ¿Cómo era posible una crítica así? ¡Si aún no habíamos salido almercado! ¡Si ni siquiera lo había probado yo mismo! Me dolió tanto aquella «malaleche» gratuita que no quise que se retirara el comentario: lo que pretendía era quese identificara al que lo había escrito para poder demandarle por injurias ycalumnias, y que así, obligado por las circunstancias, saliera de su anonimato aquelmediocre con tanta mala uva. Inducido por mis abogados, tardé semanas encomprender que aquél era un esfuerzo estéril, que haciéndolo podría conseguir unacierta sensación de fugaz victoria personal o de venganza, pero que no valía la penael esfuerzo. A fin de cuentas, los comentarios con maldad y envidia son algointrascendente, suceden y no debemos darles la más mínima importancia.Terminamos por pedirle al citado diario la retirada del comentario y seguimosadelante. En otras palabras, una tontería semejante nos había hecho perder un tiempoprecioso. Desde entonces procuro obviar hacerme mala sangre y gastar energías en

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este tipo de cosas. Muchas veces, cuando alguien demuestra mala baba antecualquier avance profesional de alguno de mis allegados, me remito a una fraseatribuida a Cervantes:[2] «Ladran, luego cabalgamos, amigo Sancho».

La única manera en la que se puede vivir de manera lícita la vida de otro en vezde la de uno mismo es tener nómina de actor. Yo no lo soy, aunque reconozco haberhecho de manera fugaz y divertida mis pinitos poniéndome en la piel de uno duranteno más de treinta intensos minutos.

Tal vez ya te hayas dado cuenta, pero si no es así, en confianza te diré que soy unmaniático. Tal vez por ese motivo reconozco que le cogí cierta inquina a un actor sintan siquiera conocerle personalmente. Y todo a raíz de una imagen suya en eltelediario hace ya algunos años en la que aparecía en una manifestación gritandocomo un poseso. La verdad es que me sentí tan ridículamente ofendido por aquelloque decidí no ver ninguna de sus películas —en el más puro sentido de «que se jodael capitán: hoy no como rancho»—. Esto es divertido, porque mucha gente de mientorno me contaba que, a raíz de aquellas imágenes, habían adoptado la mismadecisión con alguna variante. Por ejemplo, un amigo de mi infancia había decidido lomismo, pero él decía que más que «no verlas, las descargaría de internet»,escenificando que ahí era aún más radical su postura y molestaría más si cabe. Comodirían en mi pueblo, «Pá gustos, colores». Sin embargo, pese a nuestro intensoboicot, extrañamente parecía que a Javier, lejos de generarle una intensapreocupación, le iba relativamente bien, y eso sin que algunos acudiéramos en masaa disfrutar de sus películas, que parecían ser éxitos de taquilla. Incluso llegó a misoídos que había ganado un Oscar y que había sido nominado para otro par de ellos.

Hubo mucho pitorreo en mi círculo más cercano —conocedor de mi curiosaanimadversión— el día que varios diarios publicaban, con foto aérea incluida, queJavier, casado recientemente con otra conocida actriz, pronto se mudaría a la casa deésta en una pequeña urbanización de Madrid, que estaban reformando. Caprichos deldestino... Sí, ¡íbamos a ser vecinos! Lo que no sabía es que meses más tarde elmismo destino me depararía otra sorpresa. Sería de la mano del propio Javier, de laque podría vivir durante un ratito la vida de otra persona. En este caso, la suya.

A él le solían atosigar los grupos de paparazzi que se agolpaban en la entrada dela urbanización para seguirle en todas sus salidas. Dado que en ocasionescompartíamos el mismo conductor, éste me propuso algo que parecía divertido. Enun momento dado acordamos que intercambiaríamos nuestros coches, de tal formaque yo me iría en el coche habitual de Javier y él en el mío, ambos con las lunastintadas. Yo saldría antes para que los coches y motos de los fotógrafos mesiguieran. Les daría un «paseo» considerable, ya que ese día iba al centro deMadrid. Y así lo hicimos.

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Fue entonces cuando se desvaneció la imagen que me había creado de formaequivocada. Era simpático, agradecido y encantador. Además, fue divertido metermede forma colateral en la vida de una estrella de Hollywood y pasearme durantetreinta minutos a toda velocidad junto a un séquito de paparazzi. Eso es algo quemerece ser vivido, aunque sólo sea una vez en la vida y, eso sí, con la posibilidadabierta de poder regresar al statu quo anterior.

Al llegar a mi destino tendría que haber grabado la cara y los comentarios queme dedicaron los amables paparazzi, ya que fueron indescriptibles. Imagino quecosas así son gajes de su oficio. Ésa fue la única vez que me metí en la vida de otrapersona. Un breve instante, aunque intenso y reconfortante.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezTodos los chistes empiezan con «van un inglés, un francés y un español...». Esasí porque Europa es una broma. #sipuedesver detalles

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12. El profesor de autoescuela de Fernando Alonso

«El que conoce a su prójimo es erudito. El que se conoce a sí mismo es sabio.»

Lao Tse

El coaching es un método que consiste en instruir, dirigir y entrenar a una o a variaspersonas con el objetivo de que puedan alcanzar alguna meta, o para que lleguen adesarrollar habilidades específicas. Estas técnicas pueden incluir charlasmotivacionales, seminarios, talleres o prácticas supervisadas.

Debo reconocer que hace algunos años, cuando el concepto se empezaba a ponerde moda, lo observaba a cierta distancia. Casi me atrevería a decir que con recelo.El coaching es como el psicólogo: anclado en tu soberbia, siempre piensas que lepuede venir bien a los demás, pero que tú no lo necesitas para nada. Entono el meaculpa, ya que con el tiempo me he dado cuenta de que estaba equivocado.

Una de las primeras cosas que hizo que me replanteara su utilidad fue descubrirla anécdota de que Tiger Woods, posiblemente el jugador de golf de más talento dela historia, tomaba clases con un coach cuando realizaba un mal torneo y volvía acasa. En aquel momento me divirtió y me llamó la atención el concepto. ¡Dar unaclase de golf a Tiger Woods! Era algo así como ser el profesor de literatura deCervantes, o ser el de autoescuela de Fernando Alonso... Debe tratarse de unasituación, cuanto menos, curiosa e incómoda para el profesor, que a buen seguro sesabe tremendamente inferior a su alumno.

El hecho de bajar del Olimpo del golf, en el que habitualmente reside Woods, ytomar clases a pie de calle demuestra, en primer lugar, una loable honestidad y, ensegundo lugar, una humildad difícil de encontrar. En alguna ocasión le preguntaron aldeportista acerca del motivo de esas clases, y él respondió con aplastante lógica quecuando se concentra en el juego no hay nadie mejor que alguien ajeno a su entorno

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para poder detectar y destripar sus fallos, para criticarle y hacerle ver sus errores.Precisamente ésa es la labor de un coach.

En los últimos cinco años han sido muchas mis participaciones en seminarios,clases universitarias de máster y conferencias impartidas por toda España. Todo ellose acrecentó tras el éxito de ventas de mi primer libro. Poco después, tras muchosaños haciendo lo mismo, decidí que había llegado el momento de profesionalizar unpoco más esos momentos. Sentía que había tocado techo, que había llegado hastadonde había podido por mis propios medios aplicando la lógica de la que disponía,pero que me faltaba una base teórica para mejorar mis charlas y presentaciones.Inspirado en el ejemplo de Tiger Woods —«si a este tipo, que es el número uno delmundo en lo suyo, le aporta algo, ¿cómo a mí no me serviría lo mismo?»—, no lodudé. Comencé con un curso personalizado de coaching, que sólo me llevaba un parde horas a la semana, para mejorar mis presentaciones y conferencias. Así conocí aJavier, quien hoy en día se ha convertido en mi coach.

En junio de 2012 me invitaron a acudir a una entrevista en La nube, un nuevoprograma de La 2 de Televisión Española. Con toda franqueza diré que no conocíael programa, ni el formato ni al presentador, y que no presté demasiada atención alcompromiso hasta pocas horas antes de acudir al plató. Había pisado decenas deellos en los últimos años, y tal vez por eso no podía imaginar que aquella vez fueradiferente.

Cuando llegué al plató me encontré con Raúl, mi responsable de comunicación,quien, como tantas otras veces, vino a acompañarme. Era de noche. El programa seemitía en directo, y tenía un formato innovador e interactivo. Lo primero que mesorprendió fue el marco: un enorme hangar que resultaba ser el mítico Estudio Unode Prado del Rey, un lugar mágico que no conocía y en el que me explicaron que segrabaron durante décadas los programas que han marcado la historia televisiva deeste país. La segunda sorpresa que me llevé fue la cantidad de gente involucrada:decenas y decenas de personas. Nunca había visto a tantas personas y mediostrabajando para un mismo programa. Ciertamente, y pese a que estaba habituado aestas situaciones, me intimidaba un poco. ¡Si hasta había una dotación de bomberospor si ocurría algo!

La entrevista transcurrió sin grandes novedades. Cuando terminó el programaencendí mi móvil mientras le preguntaba rutinariamente a Raúl qué le había parecidotodo.

—Muy bien, muy claro. Has estado bien —comentó.Debo reconocer que mi sensación era similar: la del trabajo bien hecho. Afuera

me esperaba el coche de producción para volver a casa. Me despedí, y en el trayectode regreso fui leyendo, entretenido, la multitud de comentarios que se habían

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generado en Twitter en relación con mi participación en el programa.Aparentemente, había gustado.

Unos días más tarde, Javier me envió un correo electrónico. Sugería que leyeraun documento que había escrito tras mi participación en el programa. De ese modopodríamos comentarlo en nuestra rutinaria sesión de cada lunes por la tarde. Loimprimí para ojearlo más tarde, ya que no lo vi prioritario. De cualquier modo, ¡todohabía salido bien! ¿O no?

Poco después me percaté de que... ¡eran tres o cuatro folios! ¿Tantos comentariospara una entrevista en televisión de quince minutos? Me resultó chocante, sobre todoporque «yo sabía» que había estado bien. Los leí con atención. El lunes por la tardesiguiente trabajamos sobre ello y vimos el vídeo varias veces. Analizamos mismovimientos, mis comentarios, mis gestos y mis errores. Yo no era en absolutoconsciente de muchas de las cosas que me indicaba. De hecho, ni siquiera recordabahaber hecho algunos de los comentarios que, indudablemente y a juzgar por elvídeo..., ¡había dicho!

Por su parte, mi coach no me las decía. Se limitaba a analizarlas conmigo ypreguntarme sobre ellas. Creo que ése es un punto esencial: un coach no es unprofesor que impone su opinión. Se trata de una persona que hace que te replantees ati mismo, que reflexiones sobre las cosas que de otra forma no harías. De ese modoacabé por hacerme algunas preguntas que no me hubiera hecho de otra manera, yaque creía tener las respuestas claras. Visto lo visto, eso no era así.

En aquella ocasión analizamos la relación y aparente falta de feeling y empatíacon el presentador. También mi postura, cómo se llegaba a apreciar que estabainquieto en algunos momentos. ¡Y todo sin que fuera consciente de ello!

Tras la sesión y el análisis del vídeo algo había cambiado. Al margen de loscomentarios que había leído, de mi sensación personal y de la gente de mi entorno —que sirvió para reafirmar la mía al concluir el programa—, en ese instante empezabaa ser consciente de que tal vez no había estado tan bien como creía. En otraspalabras, no había aprovechado los minutos que me dieron. Si algún experto en lamateria, crítico y objetivo, no hubiera analizado conmigo todo aquello enprofundidad, no habría descubierto mis fallos, mi margen de mejora y las cosas enlas que me equivoqué.

Y no sólo eso. Si alguien cercano a mí me hubiera criticado por algo que dije enese programa —cosa que no sucedió—, no me lo hubiera tomado demasiado enserio, ya que la reacción general, mi propio feeling y lo que había leído al terminarhabían sido muy positivos.

Aquel día salí del plató pensando que todo había ido bien. Una semana más tardeaprendí y fui consciente de que había estado algo flojo, de que quedaba mucho

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margen de mejora. Y, lo más importante: me obligué a ser crítico conmigo mismo,con lo que detecté «dónde» estaba ese margen de mejora.

La cuestión no es hacer mejor las cosas, sino hacer cosas mejores. Ahí reside elsentido del verdadero proceso de cambio. Para afrontarlo debemos ser conscientesde dónde está, cuáles son nuestros puntos fuertes y cuáles los débiles.

Contar con una mano amiga crítica que te ayude a darte cuenta por ti mismo delas cosas te hace reconsiderar elementos que creías dominar. Te plantea preguntaspoderosas y te obliga a enfrentarte a ellas, enseñándote con ello a encontrar tuspropias respuestas.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezCuando ya lo sepas todo, tan sólo te quedará por aprender lo que sabe el restodel mundo. #sipuedesver detalles

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13. Cuando seamos los alemanes del sur de Europa

«El dinero no nos proporciona amigos, sino enemigos de mejor calidad.»

Noël Coward

Desde que era pequeño he oído hablar de la eficiencia y de la productividadalemanas. Parece que todos los analistas están de acuerdo en que ambas cualidadesson estereotípicas. No me siento con argumentos de peso para discutirlo enprofundidad. Es posible que así sea. Con todo, me inclino más a pensar que laspersonas que utilizan ese tipo de razonamientos son muy similares a los que en otrospaíses consideran que los varones españoles son mayoritariamente toreros, y que lasmujeres —como no podía ser de otro modo— son todas folclóricas.

Al margen de que esté o no en lo cierto, demos por verdadera la máxima según lacual países como Alemania, Austria o los países nórdicos son los reinos de laproductividad, y que los países de la Europa mediterránea son mucho menosproductivos.

La eficiencia y la productividad son virtudes que aportan valor a la vidacotidiana de cada individuo. Sin duda. Pero también debo decir que pertenecen a lalista de virtudes humanas para las que me da algo de pereza sobrepasar ciertoslímites. Al igual que el valiente que se excede es un temerario y, por lo tanto, un tipopeligroso para los demás, una persona excesivamente eficaz y brillantementeproductiva corre el enorme riesgo de ser asocial y, posiblemente, se permita juzgar alos demás con incomprensión y cierta cara de amargura. Vamos, que podría ser comoun clon de Angela Merkel, y eso inquieta. Si la observas detenidamente, ¿creeríasque es la imagen de una persona feliz? No te rías. Cada vez nos parecemos más aellos, y no me extrañaría que dentro de poco veamos a la buena de Angela dirigirse anosotros en el discurso televisado de Nochebuena arrancando con eso de

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«Españoles..., me llena de orgullo y satisfacción...».Para su desgracia, los alemanes viven en un lugar muy frío. Los mismos

«analistas serios» a los que me refería al principio de este capítulo sugieren quetienen la cabeza algo más cuadrada que el resto de la humanidad. En definitiva, sitodas esas cosas son una consecuencia directa de la productividad, casi prefierovivir en el sur de Europa, disfrutar de la vida y ser un pelín menos productivo quenuestros vecinos del norte —eso sí, ¡dejemos que sigan siendo ellos los queproduzcan y diseñen los Mercedes-Benz!

Soy de la opinión de que la productividad no puede ser tratada en términosabsolutos. La productividad te debe permitir ser algo más eficiente de lo que eres enel presente, pero sin volverte loco, buscando un término razonable de mejora, y no laenfermiza aproximación al sol. Merced a la productividad puedes ser algo másproductivo que las personas de tu entorno y un poco más eficiente de lo que hoy eres,lo justo para que eso aporte una mejora en tu vida. Pero, ¡ojo!, sin convertirte enningún caso en una máquina de producción, ya que eso te haría un esclavo deltrabajo. La eficiencia y la productividad deben poseer un valor común: ser el punto apartir del cual mejoras tus procesos, así como tu calidad de vida personal yprofesional.

Te pondré un ejemplo. Si ser más productivo en el trabajo hace que en vez detramitar 100 expedientes a la semana, como el resto de tus compañeros, tu jefedescubra que tu frenético ritmo da para poder entregarte un 50 por ciento deexpedientes más con el mismo sueldo e incentivos que los demás, tal vez lo queconsigas, a cambio de nada, sea llegar a vértelas de forma prematura con terriblesjaquecas y problemas cardíacos. Eso no interesa, no aporta nada destacable a tu viday, además, te mantendrá frustrado y de mal humor.

Me parece importante señalar la diferencia existente entre ser productivo y«trabajar más». La productividad real consiste en hacer más en el mismo tiempo. EnEspaña eso no funcionaría. Ocurriría como en el ejemplo anterior y te darían mástrabajo. Eso me recuerda lo que le dijeron a un buen amigo mío al ser contratadopara su primer trabajo. Le sugirieron que cuando caminara por la empresa, fueraadonde fuera, aunque estuviera de charla en la máquina de café, siempre lo hicieracon un papel en la mano. Se trata de aparentar actividad y trabajo. Pasear sin nada enla mano es peligroso, parece que no estás haciendo nada. Haz lo que te dé la gana,pero sé listo y hazlo con un informe a la vista de todos. Parecerá que rebosasactividad.

Bestsellers como 7 hábitos de la gente altamente efectiva, de Stephen R. Covey(Paidós, 2011), ¡han hecho mucho daño! Lograron generar una enfermiza obsesiónpor la efectividad cuando, en realidad, en muchas etapas de nuestra vida no hay por

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qué buscarla. Simplemente debemos disfrutar del camino recorrido, sin más. Haypersonas que gozan con un tranquilo paseo en coche por una carretera de montaña.Otras, mientras tanto, se preocupan por el rendimiento y eficiencia del motor, lo queevita que disfruten del paisaje. Incluso diría más: nosotros no llevamos la eficienciainscrita en nuestro ADN. ¡Si somos españoles! Y seguro que buscarla con demasiadoahínco nos sienta mucho peor que a los habitantes de otros países. ¡Y no queremosenfermar!

Éstas son algunas claves que pueden hacer aumentar tu productividad diaria sinque mueras en el intento:

—Utilizar la tecnología sin ser su esclavo. El correo electrónico, el

Smartphone, son grandes avances si no nos creemos que son un mensaje del cielopara que nos convirtamos en los supervisores del mundo y estemos en todos lados.Por poner un ejemplo, aplicaciones y servicios como Dropbox o Evernote hancambiado mi vida y mi productividad diaria.

—Delega, haz sólo lo útil que te sea propio. En otras palabras: deja que otraspersonas realicen las tareas secundarias, aprende a delegar —y reconozco que éstees un punto que a mí me resulta especialmente complicado.

—Adelantarse a los acontecimientos. La mejor manera de evitar el estrés quenos hace improductivos y nos bloquea mental y físicamente es intentar adelantarse alos posibles problemas, no dejar cabos sueltos al azar y tenerlo todo bajo control.

—Descansa. En muchas ocasiones no hay nada que resulte más productivo querelajarse y disfrutar de las cosas más triviales. Muchos de nuestros problemasdesaparecen como por arte de magia tras un período de descanso. Una personasaturada y bloqueada no produce. Relájate. No lleva mucho tiempo, pero créeme site digo que es más complicado de lo que parece. A oscuras, al menos un par deminutos al día, deja la mente en blanco y abstráete de todo.

—Ten disciplina. Es fundamental. Tienes que estar centrado en lo que haces y, sies preciso, obligarte a ello. Sin unas mínimas dosis de disciplina cualquier acciónque requiera esfuerzo resulta, simplemente, imposible.

—Separar lo urgente de lo importante. Lo urgente e importante se parecen,pero nada tienen que ver entre sí, como igualmente diferentes son los resultados quese obtienen al priorizar lo uno o lo otro.

—Suscitar un pequeño cambio diario. Por pequeño que sea, ¡no importa! Esosí, que resulte medible y cuantificable. Aunque suponga algo tan personal einsignificante que sólo tú te des cuenta. Ese pequeño cambio hace que tengas unhábito diario de mejora. Eso es importante y genera una tendencia positiva.

Me gustaría comentarte un par de cosas relativas a delegar tareas en el ámbito

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profesional. Esto me servirá un poco como catarsis y podré entonar el mea culpa,porque me considero el campeón del mundo absoluto del concurso «Gente que nodelega».

En el ámbito profesional delegar es muy importante. Establece roles correctos,envía el mensaje a tu equipo de que confías en ellos y, por supuesto, te proporcionacalidad de vida al no obligarte a controlar en primera persona todos los procesos.Puedes supervisar algunos, o incluso ni siquiera eso. Por norma general, deberíasdelegar cualquier función que los demás pueden hacer igual o mejor que tú.Reconozco que, pese a conocer la teoría, me parece la labor más complicada delmundo. No sólo necesito controlar y supervisar todos los procesos en su día a día,sino que además participo e incluso llevo a cabo muchos de ellos. Supone para mí unenorme problema que tiene un elevado coste de tiempo en mis actividadescotidianas. Si te sucede algo parecido, debes saber que no eres el único. ¡Llámame ymontamos un club!

Uno de los secretos de las organizaciones más creativas del mundo, como 3M oGoogle, es lograr un alto grado de eficiencia colaborativa en el seno de susestructuras utilizando equipos pequeños. Al margen de que con sus pruebas deselección buscan incluir perfiles creativos muy concretos en sus plantillas, otro desus secretos es formar pequeños equipos independientes entre sí de no más de cincoo seis individuos, de manera que logran abstraer esos entornos de trabajo de laburocracia que generalmente acarrea una gran empresa de miles de empleados. Algotan simple como eso hace que una gran empresa pueda avanzar mucho más rápido yser más productiva. Sin embargo, suele resultar muy difícil imponer criteriossimilares en grandes corporaciones, normalmente aquejadas de vicios que tienenadquiridos del pasado.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezSi sólo buscas ser productivo sin medida te parecerás a Angela Merkel con unascopas de más, de fiesta en Puerto Banús. #sipuedesver detalles

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14. El consejo de administración de tu vida

«Nunca damos otra cosa con tanta liberalidad como nuestros consejos.»

François de la Rochefoucauld

Dar consejos es gratis. Tal vez por eso la gente los reparte con una generosidaddesmedida.

¿No tienes algún amigo que siempre tiene respuestas para todo? Si lo piensasdetenidamente, estamos rodeados de personas que saben muchísimo de cualquiertema del que se hable, y que serían capaces de discutir de teología con el papa y demedicina con Marañón. Son consejeros y opinantes profesionales que además deresultar cansinos, generalmente nos hacen un flaco favor. Son los que durante el díatienen preparado el típico «te voy a dar un consejo» —¡no, por favor!— o «yo en tulugar haría...» —pero ¿¡por qué!?—. Si observamos detenidamente su vida, resultacurioso comprobar que casualmente son los que menos consejos deberían dar o, pordecirlo de forma más fina, los que, a pesar de su indudable sapiencia, han decididono aplicarse a sí mismos su filosofía para no abrumar a los demás, entregándoseexclusivamente al servicio del prójimo.

No soy de los que dan ni reciben consejos. De hecho, nada me molesta más quela gente que se empeña en resolverme problemas que no tengo, o decirme qué haríaen mi situación —¡si no lo estás, y posiblemente ni te importa!—. Tal vez por esocreo firmemente que los consejos no solicitados son una mala práctica. Es comopisar el jardín de una casa ajena a la que no has sido invitado sólo porqueconsideras que, al conocer al dueño, tienes derecho a hacerlo. En cierto modo setrata de una toma de confianza innecesaria, así como de un problema de educación.Que una persona cercana te comente alguna situación concreta de su vida no te otorgael derecho a dar consejos —sobre todo si no te los han pedido— y, menos aún, a

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resolver qué debería hacer esa persona en el futuro con respecto a ello.A fin de cuentas, un consejo no es más que la forma encubierta de intentar

manipular la conducta de otro para que actúe como tú desearías que lo hiciera. Elconsejero profesional suele justificarse con frases del tipo «lo digo por tu bien»,«para que no te equivoques» o, de forma más altruista, «por hacerte un favor». ¿Concuántas personas bien intencionadas —y con mucho tiempo libre— puedes cruzartecada día? Me temo que con decenas de ellas.

Juanjo y Carlos trabajaban en una correduría de seguros en Madrid. Ambos eranamigos y solían hablar con frecuencia, ya que sus mesas estaban muy próximas la unaa la otra. En cierta ocasión, un día de otoño, Carlos parecía algo apesadumbrado ytriste. Juanjo, que veía que su compañero andaba preocupado, se interesó por lo quele pasaba mientras tomaban un café de la máquina de la oficina.

—Carlos, ¿qué te pasa últimamente, que andas tan cabizbajo? —preguntó Juanjo.—Puf, estoy enterrado en papeles. Todo esto me tiene frito. No paro de darle

vueltas a las cifras, y no saco nada en claro. No acabaré nunca la malditacontabilidad trimestral. ¡Qué coñazo! Llevo ya tres semanas con todos estos temas, ynada. Hasta tengo dolores de cabeza. Lo que realmente me gustaría es irme unos díasa la playa con mi chica, pero con este panorama...

—¿No te puedo ayudar en algo? —preguntó de nuevo Juanjo.—No, tú ya tienes lo tuyo... Aunque, claro, reconozco que me gustaría estar en tu

lugar.—¿Por qué?—Porque tu trabajo es mucho más sencillo que el mío. Cuando te veo trabajar me

digo: «¡Qué suerte tiene este cabroncete! ¡Parece el ojito derecho de la jefa!». Y note creas que lo digo con mala intención...

—Pues, tío, escaquéate un poco, y vete a la playa con tu novia. Coge una bajadurante unos días. Di que tienes gripe, y como sólo serán unos días no tendrás que iral médico a que la certifique... Ponte malito el jueves y el viernes, te pasas un fin desemana de lujo con tu chica, y el lunes vuelves como nuevo con las pilas cargadas.

—Joder, ¡qué buena idea! No lo había pensado —dijo Carlos.Y así lo hizo. El miércoles por la noche envió un mensaje al móvil de Nuria, la

supervisora de su departamento. Le explicaba que se encontraba mal, que no podía ira trabajar, y que no se preocupara porque se le pasaría pronto. Parecía sólo unapequeña gripe sin importancia. Sin embargo, lo que Juanjo no sabía es que, porcasualidad, Nuria había escuchado la conversación que ambos habían mantenidojunto a la máquina de café, de modo que estaba al tanto de sus intenciones.

—Juanjo, ¿puedes venir a mi despacho un momento? —le pidió Nuria el mismojueves por la mañana.

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—Claro. Dime.—Verás, Carlos está de baja por enfermedad, así que tendrás que hacer su

trabajo. Es muy urgente. Lo siento muchísimo, pero hay que cerrarlo como sea antesdel fin de semana.

—Pero ahora no puedo, Nuria. Tengo aún temas pendientes, y sólo con ponermeal día de en qué estado lo tenía Carlos tardaré horas...

—Deja todo lo tuyo, eso no corre prisa. Lo importante es que alguien termine eltrabajo de Carlos lo antes posible. El gerente lo espera el lunes a primera hora. Demodo que, ya sabes, ponte con ello rápidamente.

—¡Pero me llevará todo el fin de semana! —protestó.—Es posible, y mira que lo siento. Pero es un caso de fuerza mayor. Entiendo

que es un gran esfuerzo, pero si es necesario tendrás que prescindir de tu fin desemana.

Durante lo que quedaba de semana, Juanjo tuvo que ponerse al día con lacontabilidad de su amigo. Tal como preveía, no llegó a tiempo. Avisó a su mujer ehijos de que tendría que trabajar durante todo el fin de semana en la oficina hastaaltas horas de la noche. De ese modo comprobó que su compañero se quejaba conrazón, porque aquel balance contable era un verdadero desastre. Terminó agotado,con dolores de cabeza y con un fin de semana de película de terror.

El lunes, a primera hora de la mañana, Carlos y Juanjo —que apenas habíatenido tiempo de descansar— se encontraron, como era habitual, junto a la máquinade café. Uno de ellos estaba sonriente y descansado, mientras que el otro parecía untanto enfadado.

—Me siento genial. ¡Menudo fin de semana! Gran consejo el tuyo. Me hacíamucha falta un descanso así, de verdad. Creo que en un par de semanitas me pondrémalito otra vez... —dijo Carlos guiñándole el ojo.

—Ya... Oye, a todo esto, ¿sabes lo que ha dicho la jefa? —preguntó Juanjo.—No. ¿Qué ha dicho?—Pues ha dicho que si se entera de que te pones enfermo de nuevo en época de

mucho trabajo te echará a la calle. Así que yo, en tu lugar, me lo pensaría dos vecesantes de hacerlo —sentenció Juanjo.

Nuria contemplaba la escena desde su despacho, en la distancia. Al fin y al cabo,había logrado su objetivo. Les había dado una lección.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLos únicos consejos a los que hago caso son los de mi almohada, y eso que elúltimo que me dio iba sobre dragones. #sipuedesver detalles

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15. La indecisión es la peor decisión

«Cuando una persona no toma una decisión, ¡está tomando una decisión!»

Proverbio judío

Cuando en 2011 publiqué mi libro Ha llegado la hora de montar tu empresa,escribí una frase que levantó alguna que otra ampolla, aunque para mí fuera unsimple y divertido chascarrillo gráfico. En ella decía que uno de los principalesproblemas de las vocaciones emprendedoras en España son las madres cuando tedicen asustadas: «¡Cómo vas a montar una empresa! Tú deberías trabajar en elbanco, como tu padre...». Recuerdo que ésa fue una de las frases seleccionadas parala promoción del libro en la radio, y que me obligó, en tono de broma, a dar algunaque otra explicación a mi propia madre, que pareció tomárselo como algo personalde tanto escucharlo al encender la radio cada mañana.

Sin ánimo de incidir en el malestar de mi progenitora, diré que me reafirmo enese concepto, y que por eso me gustaría profundizar algo en él.

Hay algunos grandes males que azotan a la gente joven a la hora de lanzarse acualquier actividad. Uno de ellos es el miedo que todos tenemos de abandonarnuestra «zona de confort» —bueno, con la que está cayendo, ¡si es que aún la tienes!En caso contrario, casi peor, ya que todo, créeme, es susceptible de empeorar—. Esen ese miedo, que todos tenemos incorporado «de fábrica» en nuestro ADN, en elque nuestro entorno, ya sean nuestros padres, nuestra pareja, los amigos o cualquierpersona cercana, puede incidir suscitándonos, aún más si cabe, temores e inquietud.

En mi opinión, únicamente hay una cosa más dañina que ese miedo: laindecisión. La falta de acción por indecisión es el gran cáncer de la sociedad actual,una sociedad en la que muchos de sus individuos desean realizar cientos de cosas,hablan de ellas, e incluso en ocasiones hasta las planifican, aunque jamás las

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concluyen y rara vez las comienzan. De hecho, me atrevería a decir que hedesarrollado un cierto sexto sentido para detectar situaciones de ese tipo.

Hace un par de años, mientras comía con unos amigos de la infancia, uno de ellosnos explicó con visible entusiasmo que había decidido darse un margen de tiempo ensu trabajo —era consultor de software— para preparar su gran salto al mundo de laempresa. Sentía que había tocado techo, y que con treinta y pocos años queríaaspirar a algo más que hacer siempre lo mismo. Llegó a la conclusión de que siquería crecer económica y profesionalmente debía protagonizar un cambio «a logrande». De ese modo apareció en su mente la decisión de hacerse emprendedor, yllevaba ya algunos meses trabajando en su proyecto. Tenía claro cómo quería venderpor sí mismo productos de consultoría a grandes empresas, más o menos dóndeubicaría la oficina, qué nombre comercial utilizaría e incluso me mostró varios delos logotipos que le había preparado un diseñador gráfico amigo suyo. Tenía hasta lafecha de comienzo de su actividad: tan sólo seis meses más y lo pondría en marcha.Todo parecía cuadrar, y él estaba muy ilusionado. Tanto que no se habló de ningunaotra cosa en aquella cita.

Fue el primero en marcharse al terminar la comida. El resto del grupo se quedóen el restaurante tomando un café y haciendo sobremesa. Entonces alguien rompió elhielo.

—Bueno, quién me lo iba a decir... ¡Parece que David se convierte enempresario!

Sonreí levemente y de inmediato, como si lo hubiera estado esperando, el restode los comensales pidieron mi opinión. Me aventuré a decir rotundamente lo quepensaba. Total, nunca he sido muy prudente ni políticamente correcto.

—Jamás lo hará. Está intentando convencerse a sí mismo de que lo puede hacer,pero no se atreverá y dentro de unos meses encontrará la excusa perfecta para nosólo no hacerlo, sino además para reafirmar que su sitio, y su mejor opción, están ensu trabajo.

Aquella opinión poco prudente y algo radical encendió un intenso debate. Alfinal se cruzaron todo tipo de opiniones, e incluso alguna que otra divertida apuesta.Acordamos esperar y no contarle nada a nuestro amigo hasta que pasara el plazo enel que nos había asegurado que se establecería por su cuenta. Yo sostenía la teoríade que, como muchas otras personas, David necesitaba reafirmar su profesión y suelección de vida por medio de defender mentalmente, de cara a sí mismo y a losdemás, que había intentado cambiar, que había buscado mejores opciones y quehabía llegado a la conclusión de que lo más sensato era continuar tal como estaba,pese a que eso no le hiciese completamente feliz.

Conozco muy bien las sensaciones de miedo o de vértigo porque las he vivido. Y

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te pondré un ejemplo que tal vez sea ridículo. Siempre he querido vivir la sensaciónde tirarme en paracaídas. Subir a un avión, lanzarme y disparar mi adrenalina unoscuantos segundos. Observar cómo me acerco a la tierra y cómo vuelo durante unosinstantes me parece una sensación que, sin duda, merece ser vivida. Lo he pensadocientos de veces. ¡Quiero hacerlo! Hasta he llegado a informarme sobre fechas yprecios, y me han hablado de un sitio ideal para vivir la experiencia en Toledo... Elproblema es que no me atrevo. Me veo en el aire disfrutando y lo tengo claro:¡quiero sentirlo! Me imagino junto al avión dos minutos antes de embarcar, y sépositivamente... ¡que no me subiría! El miedo podría conmigo y, pese al deseo devivir la experiencia, no sería capaz de hacerlo. Vamos, que aunque hubiera pagadoel precio que fuera, y por muy mentalizado que estuviera, sé que a pie de pista ni laGuardia Civil habría podido subirme a ese avión.

De forma similar veía la postura de mi amigo David. Creía percibir en sus ojosque encontraría, llegado el momento, el argumento perfecto para no embarcar. El quequiere llegar busca caminos; el que no quiere encuentra excusas.

Tan sólo hubo que esperar unos meses para, en una reunión posterior, escucharde boca de nuestro amigo la noticia de que había recibido una leve subida de sueldoy que, dada la mala situación económica por la que estábamos atravesando, decidióposponer sine die su sueño. Sonreí. Estaba bastante seguro de que acertaría, y unasensación de intenso alivio recorrió mi cuerpo. Te explicaré por qué. Meses antes,en aquella entretenida sobremesa, había apostado enfrentarme con mis fantasmas: sifallaba en mi vaticinio prometí que sería yo el que tendría que lanzarse enparacaídas...

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezSi sólo intentásemos lo que estamos seguros de conseguir, la vida sería unfracaso. #sipuedesver detalles

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16. El mejor libro de management

«Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra uncarácter y cosecharás un destino.»

Charles Reade

No seré yo el que discuta la utilidad de los libros de empresa, entre otras cosasporque he escrito alguno.

Eso sí, se leen muy pocos libros de empresa. Para mi sorpresa, resulta que enperíodos de crisis económica global, como el que estamos padeciendo desde el año2007, en los que millones de personas se han quedado sin puesto de trabajo, la ventade este género editorial no ha aumentado de forma proporcional. Y eso que dichoaumento parecería perfectamente lógico, dada la —cada vez mayor— necesidad deformarse, mejorar y diferenciarse para poder tener una oportunidad profesional, yasea por cuenta ajena o creándola uno mismo.

La lectura a lo largo de los años me ha aportado una visión más amplia deconceptos cuyo manejo, pese a ser indispensable, no forma parte de nuestra culturani de nuestra educación convencional. Me gustaría mencionar uno que merecomendaron hace ya algún tiempo, que no había incluido en principio en mi listade lectura personal y que me sorprendió profundamente.

Estaba escuchando una conferencia de Jim Rohn[3] cuando, en un momento dado,explicó que para él no había ninguna duda sobre cuál era el libro de management porantonomasia. Aquello captó mi atención. En aquel momento hubiera apostado mimano derecha a que se referiría a alguno de los clásicos. Y, en cierto modo, fue así.Era «algo» clásico. Se refirió a... ¡la Biblia! A bote pronto pensé: «¡Menudo bluf!»,y también que, sin sospecharlo siquiera, nos había metido un gol. De hecho, deboreconocer que llegué a imaginármelo por unos segundos vestido de mormón,regalándonos a todos una Biblia mormona a la salida, orgulloso por habernos

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llevado hábilmente al huerto. Pero nada de eso sucedió, e incluso tuvo laoportunidad de explicarse. Y debo reconocer que no se le puede quitar parte derazón.

Argumentó que muchos libros habían influido en su vida, que se consideraba ungran lector de títulos de management, pero que el primer título de empresa, el quesienta las bases para el correcto devenir de cualquier proyecto emprendedor en elmundo, se encuentra en la Biblia, concretamente en la parábola del sembrador.

Y es cierto. Más de dos mil años después no puede rebatirse. El concepto deltexto es muy simple: «El que siembra, recoge». Pese a lo simple del mensaje, ennuestra vida pocas veces hacemos caso a esa máxima.

La historia dice que había un sembrador, y que éste era ambicioso. Teníasemillas excelentes, pero algunas caían fuera de la tierra fértil, en los caminoscercanos, y otras se las comían y llevaban los pájaros.

Los pájaros encarnan las dificultades que siempre nos encontraremos encualquier camino que tomemos en la vida. Irremediablemente, siempre estarán ahí, ysólo los ingenuos pueden pensar que no será así.

Ahí estaban los pájaros. Pese a todo, nuestro sembrador siguió sembrandoporque entendió la lógica por la que no debía lamentarse, sino que debía sembrarmucho más de lo que los pájaros se pudieran llevar.

Otras semillas caían en suelo pedregoso y poco propicio. El sembrador tampocopodía controlar esto último. Aun así, lejos de lamentarse, seguía trabajando en suempeño.

Había semillas que caían en tierra poco profunda. Cuando pasaban unos díascomenzaban a crecer, pero con la llegada del calor la planta se secaba y rápidamentemoría. Eso tampoco era algo que pudiera evitar nuestro amigo.

Así que siguió sembrando y sembrando. Cierto número de aquellas semillas cayóen zona espinosa. Aunque las plantas comenzaban a crecer, pronto los tallosespinosos las estrangulaban por completo, impidiendo así su crecimiento. Esasespinas son la metáfora de nuestras preocupaciones, de todo lo que día a día seinterpone en nuestro camino y nos impide vislumbrar nuestro objetivo.

El esfuerzo del sembrador parecía en balde. Sin embargo, algunas de lassemillas cayeron en tierra fértil y crecieron satisfactoriamente. En conclusión, si teesfuerzas y siembras durante suficiente tiempo, sin perder energías en quejarte o endetenerte en dificultades que no puedes evitar, siempre recogerás tus frutos.

Así, una parte del terreno produjo poco, de manera poco satisfactoria para elsembrador. Sin embargo, otra parte lo hizo abundantemente, con lo que obtuvo lamerecida recompensa a su constancia y esfuerzo.

Siempre habrá algunos que cuando vean tus resultados, cuando vean tu cosecha,

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podrán llamarlo suerte. Pero si te has esforzado lo suficiente, sabrás en tu fuerointerno que simple y llanamente continuaste sembrando.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezEl mejor libro de management es la Biblia, aunque sería genial que incluyese lafórmula de convertir el agua en vino. #sipuedesver detalles

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17. Las mentiras más grandes del mundo

«La humanidad, partiendo de la nada y con su solo esfuerzo, ha llegado a alcanzar las más altas cotas demiseria.»

Groucho Marx

A raíz de la implantación masiva de internet, hay una frase que vemos cada día en lapantalla de nuestro ordenador —«comprendo, he leído y acepto los términos delservicio»— que se ha convertido en la mentira más grande del mundo. Por normageneral, cada vez que hacemos clic en «Acepto» nos estamos tragando tres mentirasde una sola tacada.

Antes de la llegada del doscerismo, la mentira más grande del mundo era unafrase hecha que expresaba teorías similares a «no es necesario que te esfuerces,trabaja más eficientemente». Ese tipo de consideraciones no son certezas, sinocreencias, y además son autolimitantes.

Nuestras mayores limitaciones nos las imponemos nosotros mismos. Sonataduras mentales que asumimos como axiomas inalterables, y que en ocasionestienen su origen en creencias infantiles que asumimos plenamente, cuya vigencia nitan siquiera nos planteamos. Muchas de las cosas que consideramos ciertas —y queno nos cuestionamos— nos limitan, y pueden finalmente resultar tremendamenteerróneas. Esto, que sucede con las pequeñas cosas, puede ocurrir también con lasmás importantes. Ésa es la principal razón por la que para ser creativos y hacer quefluya nuestra imaginación, lo primero que tenemos que hacer es sortear las barrerasmentales que nos limitan.

Te pondré un ejemplo la mar de tonto. Cuando era pequeño decidí que no megustaba la salsa de soja. No recuerdo bien el motivo, y si soy sincero no creo que lahubiese probado nunca. El hecho objetivo era que cada vez que iba a un restaurantechino me tiraba de cabeza a por la salsa agridulce. Y no es que me encantara.

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Tampoco era especial. De hecho, es pastosa y pesada. Pero decidí que, poreliminación, era mi opción más lógica.

Hace tres o cuatro años me llevaron a un restaurante filipino de show cookingpara una cena de trabajo. Todos teníamos el mismo menú, que acababa con carnecocinada en salsa de soja.

—¡Mierda! —pensé—. No hay muchas opciones...Ese día descubrí que me encantaba la soja. De hecho, al día siguiente fui a

comprar un surtido completo. Actualmente —no sé si para recuperar el tiempoperdido— le echo soja prácticamente a todo, hasta extremos casi inconfesables.Tengo muy definidas mis marcas de soja favoritas, y no comprendo cómo habíaestado condicionado y convencido de que era un sabor desagradable que debíaevitar a toda costa. Si se lo contara a un psicólogo seguro que me preguntaría sihabía tenido algún trauma infantil, o si de pequeño me hacía pis en la cama. Peropara tu tranquilidad, en absoluto. Nada más lejos de la realidad. Simplemente habíadejado que una creencia se convirtiera en una certeza, y eso me había autolimitado.

El ejemplo de la soja es anecdótico y se concreta en una pequeña parcela de miexistencia. Sin embargo, las creencias llegan a ser potencialmente peligrosas. Poreso hay que racionalizarlas y zafarse de ellas. La forma más sencilla para lograrloconsiste en replanteárselo todo, pensar si hay evidencias físicas, legales, científicaso sociales en las que creemos, y en caso contrario ser conscientes de que sontotalmente subjetivas.

Algunas de esas creencias son sociales. Están inducidas por nuestro entorno,nuestra infancia o el ambiente familiar en el que hemos vivido. Otras son religiosas.Recuerdo que cuando aún era un niño, mi abuelo, persona muy religiosa que vivía enla ciudad de Plasencia, en Extremadura, en un entorno social firmemente religioso,me explicaba que era contrario a hacerse una transfusión de sangre incluso si su vidadependía de ello. La religiosidad llevada al extremo no sólo es limitante, sino queademás puede hacer que nuestras creencias sean peligrosas para nuestra propiaintegridad.

Desde que somos niños, nuestros mayores nos tutelan y nos limitan. Buscando lomejor para nosotros, así como un entorno seguro, nos impiden tomar ciertasdecisiones y nos crean algunos condicionantes que más tarde se convierten encreencias, las aceptamos y no las discutimos. De nuevo es un grave error. No hayque tenerle miedo al cambio, ni a replantearse una y mil veces las cosas. A lo quehay que tener miedo es a no evolucionar, ya que supone una enorme limitación parael crecimiento personal.

Vencer nuestras limitaciones autoimpuestas logra que podamos realizar gestasextraordinarias. Para ello necesitamos, sobre todo, claridad, tanto mental como

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emocional, ya que las creencias suscitan confusión. Primero debemos localizarnuestras creencias irracionales y modificarlas. De ese modo también cambiaránnuestras emociones asociadas a ellas y, por lo tanto, cambiaremos nosotros mismos.

Pensar en grande y modificar nuestras creencias negativas nos libera y nos hacerecuperar la autoconfianza.

A la hora de tomar una decisión debemos preguntarnos qué es lo mejor paranosotros en ese preciso momento, valorar si esa creencia concreta nos proporcionaalgún beneficio o nos protege de algo, y evitar definir algunas opciones comoimposibles desde el principio. Debemos valorar sin prejuicios, de forma libre, todolo que permita la lógica.

Hay un ejemplo claro de atadura mental extraído del mundo animal. En la India,el elefante es una entidad sagrada. Su nacimiento coincide con el origen de la vida.Cuenta la leyenda que Brahma, el dios creador en la religión hindú, creó a Airavata,antepasado de los elefantes, que fue el primero en salir de la concha fundadora deldios. Sus cuatro poderosas patas son los cuatro pilares sobre los que se apoya eluniverso. Por eso la montura del rey se representa mediante la figura de un elefante.Ganesha, dios de la sabiduría, tiene cabeza de elefante, y el gran elefante blanco esvenerado por los hindúes por ser la montura de los dioses. En definitiva, para losindios el elefante es símbolo de deidad, de poder y de sabiduría.

A pesar de todo, los elefantes se utilizan actualmente en la India como ganado defuerza, especialmente para el transporte de mercancías. Para ello los indios handesarrollado un curioso método de domesticación. En Koni, núcleo rural que seencuentra ubicado en el Estado de Chhattisgarh, hay un centro de adiestramiento paraelefantes. Su técnica es a la vez simple y eficaz. Cuando aún es una cría, se ata unade las patas delanteras del elefante a un pequeño poste por medio de una gruesacuerda. A tan temprana edad, la cría no tiene la fuerza suficiente para romper lacuerda o el poste. Lo suele intentar durante algún tiempo y después, vencida, seresigna a su cautiverio. El método funciona de forma tan eficaz que a pesar de que elelefante crece y adquiere una fuerza descomunal, ya nunca intenta escapar. Y todoello por una sencilla razón: piensa que como no pudo romper sus ataduras cuandoera pequeño, no lo conseguirá jamás. En definitiva, tiene la profunda convicción, lacreencia, de que está atrapado para siempre, aunque eso no sea cierto en modoalguno.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezCreer es más fácil que pensar. Ésa es la razón por la que existen muchos máscreyentes que filósofos. #sipuedesver detalles

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18. Un angelito llamado Al Capone

«Hay tres clases de personas: las que se matan trabajando, las que deberían trabajar y las que tendrían quematarse.»

Mario Benedetti

Alphonse Gabriel Capone, más conocido como Al Capone, nació en Brooklyn en1899. Era hijo de inmigrantes italianos que viajaron a Estados Unidos en busca deuna vida mejor. Tuvieron nueve hijos, entre los que se contaba el pequeño Alphonse.A la edad de catorce años abandonó la escuela. Comenzó a trabajar en una tienda decaramelos y como dependiente de una bolera. Allí fue donde conoció a JohnnyTorrio, un conocido y temido gánster que introdujo al joven Capone en las bandasjuveniles, que en la época eran la antesala de la Mafia. Ahí comenzó a fraguarse laleyenda.

El chico se ganó pronto una buena reputación en su entorno. Comenzó a trabajarcomo guardaespaldas del mafioso Frankie Yale y también como camarero de un clubnocturno propiedad de este último. Fue ahí donde, tras un altercado con un cliente,Al Capone sufrió tres heridas de navaja en la cara, momento a partir del cualcomenzó a llamársele Scarface —«cara cortada»— debido a las cicatrices que lasheridas dejaron en su rostro.

En 1919 se trasladó a Chicago y siguió trabajando para su antiguo mentor, JohnnyTorrio. Ambos estaban a las órdenes de James Big Jim Colosimo, tío de Johnny,quien en aquella época era considerado «el rey del vicio». Poco tiempo después,debido al asesinato de su tío, Johnny tomó el mando de la organización, y Capone seconvirtió, de golpe, en su mano derecha.

En 1925, Al Capone adquirió el control de la organización tras el retiro deJohnny. Se dedicaba, esencialmente, a lucrativos y discutibles negocios al margen dela ley. Como imaginarás, se trataba de lo mejor de lo mejor: la explotación de la

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prostitución, el juego ilegal y el tráfico de alcohol —la «ley seca» prohibíacualquier comercio y consumo de bebidas alcohólicas.

Capone comprendió que si quería controlar todo aquel entramado ilegal quegeneraba sustanciosos beneficios, debía eliminar, en el más literal sentido de lapalabra, a sus rivales. Y así lo hizo. Asesinó sistemáticamente a todo aquel queosara contradecirle, y la muerte se convirtió en un hecho cotidiano en las calles delChicago de la época. En 1929, Capone tomó el control absoluto de la Mafia y loejerció con mano de hierro. En el mundo del crimen organizado nada, ni nadie,escapaba de su dominio.

En 1931, Capone fue arrestado y encarcelado, curiosamente por lo único por loque se pudo reunir pruebas contra él: por evasión de impuestos.

¿Se arrepintió, en algún momento de su vida, de todos los crímenes, extorsionesy asesinatos, de todo el terror que había dejado a sus espaldas? ¿Reconociófinalmente su culpa?

Nada de eso. Desde prisión, una de sus más célebres declaraciones tiempo mástarde fue una amarga queja contra la injusticia que con él se había cometido: «Hepasado los mejores años de mi vida dando placer a todo tipo de hombres,ayudándoles a pasar buenos ratos. Todo lo que he recibido a cambio son insultos. Lamía es la triste existencia de un pobre hombre perseguido».

Si Al Capone, el mafioso más conocido de la historia, le echaba la culpa a losdemás de su malograda existencia, ¿cómo podemos esperar que una persona más«normal» reconozca sus propios errores sin echárselos en cara a la gente que lerodea?

Al Capone es un ejemplo de victimismo existencial. En psicología existe unfenómeno que se denomina «atribución causal», y que consiste, esencialmente, enbuscar explicaciones de nuestros propios actos mirando siempre a los demás,evaluando su intencionalidad. Pues bien, eso funciona con bastante frecuencia ennuestras vidas. Cada vez que nos sucede algo, sobre todo si ese «algo» es negativo,tendemos a hacernos las víctimas en lugar de buscar respuestas y responsabilidadesen nosotros mismos. Y eso es un grave error que hace que consumamos muchaenergía buscando culpables inexistentes de nuestros propios errores.

El victimismo te inhabilita para poder resolver tus problemas. Cuando teconsideras a ti mismo una víctima no afrontas tus fallos, y por ello, entre otras cosas,no puedes tomar medidas para que no vuelvan a producirse, ni puedes resarcir eldaño causado o cambiar de rumbo, ya que te consideras un sujeto pasivo que nadapuede hacer contra lo que le sucede.

El victimismo es algo inherente al ser humano y supone una tentación para evitarafrontar nuestros fallos. Nos sitúa en un punto en el que lejos de sentirnos culpables,

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solicitamos implícitamente la atención, la lástima y el consuelo de los demás. Todossomos —en mayor o menor medida— estrategas del victimismo, lo que nos lleva ala postura egoísta de no resolver nuestros problemas y esperar sentados a que lohagan los demás, ya que les consideramos corresponsables de todo lo que nossucede.

En muchas conferencias en las que he tenido la ocasión de expresar a perfilesemprendedores de todo el país mis diferentes puntos de vista, he observado uncreciente sentido de victimismo colectivo. Las personas que tienen un proyecto entremanos y que, por ejemplo, quieren crear una empresa, se quejan —con razón— delos crecientes problemas que sufren para financiarlo. A ese respecto encontramosdos tendencias diferenciadas: los resolutivos, que intentan hallar soluciones pormedio de la lógica —hay gente que lo consigue y, por lo tanto, parece sensato imitarsus pasos—, y los victimistas, que se quejan amargamente y no juegan nunca suscartas porque consideran que la baraja está marcada y que todo está tan mal que «noserviría de nada». A juzgar por lo aprendido de la vida de Al Capone, más vale queno pertenezcas al segundo grupo si pretendes llevar a buen puerto tus ideas.

El victimismo te inmoviliza, te incapacita para resolver problemas y para tomardecisiones. Es una postura fácil y tentadora que todos tomamos puntualmente enmayor o menor medida, y de la que resulta sano y constructivo abstraerse lo másposible.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLas excusas son, una vez tras otra, el producto más vendido del año. #sipuedesver detalles

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19. Extirpar a los terroristas

«A comentarios negligentes y negativos, el sonido del silencio es la mejor respuesta.»

Anónimo

Una de las cosas más difíciles en el ámbito profesional —y eso incluye a curritos y adirectivos, a empleados y a empleadores— es detectar a la gente tóxica.

Durante el año 2012 tuve el placer de impartir un curso de intraemprendimiento adirectivos de una filial del Banco Santander llegados de varios países. El cursoestaba coordinado por Juan Carlos Cubeiro, consultor experto en liderazgo y talento,y autor de numerosos libros. En uno de los recesos entre su intervención y la mía,mientras charlábamos amigablemente, me habló de lo que él denominaba «terroristascorporativos», esto es, personas que se levantan cada mañana con el más firmeobjetivo de desestabilizar y perjudicar a su propia empresa. Vamos, ¡que son unoscapullos!

Su definición me hizo mucha gracia. Me quedé muy sorprendido cuando JuanCarlos me explicaba que lejos de ser un problema menor, estas personasabsolutamente tóxicas suponen en las grandes estructuras empresariales hasta un 17por ciento del total de sus empleados.

Incluso en algunas de las multinacionales que copan los primeros puestos en lalista de mejores lugares donde trabajar a nivel mundial no se desciende de tasas del7-10 por ciento de saboteadores dentro de la propia plantilla. Tal vez las cifras nosparezcan poco significativas, pero en las grandes corporaciones —algunas con másde 50.000 empleados— suponen un auténtico ejército de kamikazes dispuestos ainmolarse a diario contra nuestras propias iniciativas.

Resulta imprescindible detectar a tiempo a estas personas dentro de nuestroequipo de trabajo. Y no sólo eso. También en nuestra vida personal debemos huir de

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la gente negativa que transmite apatía y negatividad. ¡Tenemos que rodearnos depersonas inspiradoras! Como si de un tumor se tratara, si no se le pone freno, unapático o un saboteador profesional acaba, irremediablemente, extendiendo suinfluencia a muchas de las zonas con las que entra en contacto hasta invadirlas total oparcialmente, tomando el control sobre ellas.

En su libro Gente tóxica (Ediciones B, 2011), el psicólogo argentino BernardoStamateas clasifica a estos angelitos, que cada año causan pérdidas mil millonarias alas corporaciones,[4] en las siguientes categorías:

1. Socio-psicópata.2. Quejica victimista o llorón profesional.3. Jefe autoritario.4. El mediocre.5. El presuntuoso.6. Agresivo físico o verbal.7. Chismoso metomentodo.8. Descalificador.9. Envidioso.10. Neurótico.

Me gustaría hacer especial hincapié en la importancia de evitar los mandos

tóxicos. Se trata de personas que, en la práctica, reducen la calidad de vida de sussubordinados. Stamateas los clasifica desde el jefe autoritario o «Darth Vader»,hasta el bufón mediocre o «Mr. Bean».

Si en una multinacional esto supone un problema, en una pyme o en un pequeñoproyecto emprendedor —especialmente si está en fase startup— es un punto crítico.En otras palabras, supone un verdadero cáncer, y como tal debe ser tratado. Sólo hayuna opción: la inmediata detección y extirpación. Por el contrario, en una estructurapequeña es un problema más fácilmente detectable y de inmediata solución, ya queno requiere analizar y prescindir de los servicios de cientos de personas.

Aunque no hay una norma establecida a tal efecto, toda mente inquieta debepermanecer vigilante en busca de los preocupantes síntomas de la apatía y lanegatividad. Por eso recomiendo detectar a las personas que son críticas sin más.Les gusta mostrar problemas y jamás participan con el grupo en hallar lassoluciones. Existen auténticos profesionales de la detección de fallos, especialmenteen el trabajo de los demás, de los que jamás se consideran responsables. Es fácilverles entrar en el despacho de sus jefes al grito de «esto es una mierda», «esto nofunciona» o «el producto de la competencia es mucho mejor que el nuestro». Al

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menos en principio, los espíritus críticos, si no son estériles, aportan algo positivo—es decir, cuando no escalan problemas a sus superiores sin ofrecer variasposibilidades de solución—. Si una persona de tu equipo te presenta problema trasproblema sin ofrecerte junto a ellos un par de posibles soluciones tentativas en lasque debe haber estado trabajando, entonces esa persona se convierte en el problema:tu problema.

Se han escrito brillantes manuales de management que tratan, desde todas lasperspectivas posibles, sobre cómo mantener motivado a un equipo para evitar queafloren actitudes negativas. No seré yo el que los discuta, ni el que no dé laimportancia que se merece a estos textos. Aun así, debo confesar que por muchoesfuerzo que queramos dedicar a la motivación de nuestro propio equipo, existe unpunto en el que determinadas personas dejan de aportar al grupo y empiezan a sernegativas. Eso, en resumidas cuentas, por mucha literatura que haya al respecto, esdifícilmente solucionable.

Asumámoslo: hay personas que te quitan el aire, aunque, gracias a Dios, tambiénhay otras que te lo brindan e inspiran. No trates de cambiarlas: tan sólo huye de lasprimeras.

No soy el único que piensa así, aunque tal vez sean pocos los que lo afirmen deuna manera tan rotunda. Déjame que lo ejemplifique con un cuento clásico que ilustrami argumentación.

Había una vez una rana sentada en la orilla de un río. El pobre animal se aterrócuando salió a su paso un desafiante y poderoso escorpión que le dijo:

—Amiga rana, ¿podrías ayudarme a cruzar el río? ¡Puedes llevarme en tuespalda!

—¿Que te lleve en mi espalda? —se sorprendió la rana—. ¡Ni pensarlo! ¡Eres unescorpión! Si te llevo en mi espalda, sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás.

—No, amiga. No seas boba —replicó el escorpión—. ¿No ves que si te pinchocon mi aguijón te hundirás en el agua, y como no sé nadar también me ahogaré? Esono tendría sentido. Quiero, como tú, llegar al otro lado del río. ¡En ningún momentote haría daño!

De tanto insistir, la rana accedió a su petición, confiada en la lógica aplastantede que sería absurdo que ella corriera peligro alguno.

El escorpión, agradecido, se colocó sobre la espalda de la rana y comenzaron acruzar el río. Cuando habían llegado a la mitad del trayecto, el escorpión,obedeciendo a su instinto natural, picó fuertemente con su aguijón a la rana. Éstasintió el picotazo y cómo el veneno la paralizaba y se extendía por su cuerpo enpocos segundos.

Mientras se ahogaba veía cómo se hundía con ella el asesino escorpión. Entonces

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pudo sacar las últimas fuerzas que le quedaban para gritarle:—¿Por qué lo has hecho? ¡Ahora moriremos los dos! ¡Tú también vas a morir!El escorpión la miró impasible y respondió:—¡Porque soy un escorpión! Y ésa es mi naturaleza.Desconfía de la gente peligrosamente tóxica. Hay personas que lo llevan escrito

con letras de oro en su ADN y son incapaces de luchar contra su propio instinto. Notrates de entenderlas ni de cambiarlas. No intentes aplicar lógica alguna.Simplemente minimiza y evita el contacto con ellas. ¡Sé práctico!

Alejémonos de la gente tóxica en todos los campos de nuestra vida. Si no tal vezte levantes un día y llegues a la conclusión de que de tanto tratar con ellos, eres túquien se ha convertido en alguien tóxico.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezEl otro día cerraron mi empresa por peligro de contaminación tóxica. —No jodas,¿amianto? —Peor aún, ¡personas! #sipuedesver detalles

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20. El ego es como un perro

«El ego es como tu perro. El perro tiene que seguir al amo, y no el amo al perro. Hay que hacer que elperro te siga. No hay que matarlo, sino domarlo.»

Alejandro Jodorowsky

He leído algunos libros y artículos que tratan de revelarnos el secreto para limitarnuestro ego, como si se tratara de una parte negativa de nuestra humanidad quedebiéramos minimizar u ocultar. Y no sólo les ocurre a las personas. Los países y lasempresas también tienen su dosis de ego corporativo.

Con los años he llegado a la conclusión de que tengo un ego «bien desarrollado».En ocasiones, sobre todo en discusiones familiares, me hacen alguna insinuación alrespecto, y siempre respondo lo mismo: que no tengo el más mínimo interés ni lamenor intención de reducirlo u ocultarlo.

Para mí el ego es una herramienta de trabajo y un mecanismo de defensa que meayuda a generar la autoestima necesaria para mis actividades cotidianas. El matizque comparto es que nuestro propio ego no debe cegarnos ni limitarnos. No puedesser el esclavo del tuyo, sino más bien ponerlo a trabajar a tu servicio. Se trata de unamagnífica herramienta de autoprotección que debes saber utilizar, puesto que tepuede resultar de mucha ayuda.

En junio de 1997, The Wall Street Journal publicó un significativo estudiodenominado «Early Management Consultant» en el que se concluía que una terceraparte de los directivos tomaban decisiones que, objetivamente, podían justificarseúnica y exclusivamente por su ego. En el mismo estudio se revelaba otro datocurioso: un 60 por ciento de los directivos encuestados jamás valoraba alternativascuando ya habían tomado una decisión en primera persona, especialmente si éstasllegaban de la mano del personal de menor rango. El exceso de confianza en nuestracapacidad, así como la minusvaloración de las capacidades de las personas que

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tenemos a nuestro alrededor, es una enfermedad de los mandos dirigentes de lasorganizaciones que podríamos equiparar al «mal de altura». Cuanto más arriba teencuentres, más debes preocuparte por sufrir el contagio de un narcisismo extremoque, aunque no lo sepas ver, te hará frágil o previsible tanto personal comoprofesionalmente.

Si bien resulta importante conocer y utilizar tu propio ego, también lo es saberleer y valorar la dependencia que del suyo propio tienen los demás. En el mundoempresarial, eso supone una ventaja significativa frente a los rivales, y en empresasque son muy personalistas es un punto que se debe tener en cuenta y trabajar. Lautilización de la autoestima propia como mecanismo de defensa exterior así como lahábil lectura de la ajena para que trabaje en nuestro beneficio constituyen, por símismas, un verdadero arte.

Cuando tenía tan sólo diez años, Andrew Carnegie cazó una coneja. La conejatuvo numerosas crías, y Andrew no tenía nada con que alimentarlas. Entonces se leocurrió una idea: les dijo a los niños del vecindario que si le llevaban comida paralos conejos le pondría a las crías el nombre de quienes cooperaran. Y funcionó. Apartir de ese momento, los conejos nunca pasaron hambre, y Andrew aprendió unagran lección que puso en práctica durante toda su vida.

Años más tarde ya se le conocía como «el rey del acero». A pesar de no sabergran cosa del negocio de la metalurgia, tenía la habilidad de conseguir lo que seproponía merced a su trato con los demás. Cuando ya era presidente de una de lasmás importantes empresas del mundo en su momento —la Carnegie Steel Company—, tenía en mente vender raíles de acero a Ferrocarriles de Pensilvania. Se tratabade un excelente negocio porque en aquella época —finales del siglo xix—, elferrocarril se estaba extendiendo rápidamente por Estados Unidos, y un cliente comoaquél reportaría suculentos beneficios. Sin embargo, había otras empresas rivalesque trataban de hacerse con ese contrato. Entonces el hábil Carnegie, con objeto deganar el contrato del Estado de Pensilvania, tuvo una idea audaz: abrió en Pittsburguna enorme planta de altos hornos a la que le puso el nombre de Edgar Thomson, queera, ni más ni menos, el presidente de Ferrocarriles de Pensilvania o, en otraspalabras, la persona que debía tomar la decisión sobre el proveedor al que comprartodos los raíles de acero necesarios para aquellas nuevas líneas ferroviarias. Elresto pertenece a la historia. Pocos meses después, Thomson, agradecido y adulado,firmó con Carnegie un contrato de exclusividad. Así fue como el empresario se hizocon una importante cuota de mercado. Carnegie había analizado perfectamente lapersonalidad de aquel hombre, y había puesto a trabajar a su ego en beneficio de suspropios intereses.

Eran momentos en los que el sector ferroviario era el auténtico motor económico

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de la época. Años más tarde, Carnegie tuvo la oportunidad de poner de nuevo enpráctica su técnica para convencer a sus semejantes utilizando su egocentrismo enbeneficio propio. Su empresa llevaba tiempo desarrollando algo novedoso: losvagones-cama. Se trataba de una verdadera innovación para el momento, ya quepermitía, por primera vez en la historia, realizar grandes trayectos sin necesidad depermanecer sentado durante largas horas. El caso es que la compañía de Carnegiecompetía abiertamente por implantar los vagones-cama con otra empresa igualmentepoderosa. El presidente de ésta, George Mortimer Pullman, no daba el brazo atorcer, y ambas corporaciones hicieron lo imposible por quedarse con la cuota demercado de su adversario, lo que incluía una importante bajada de precios quereducía radicalmente los márgenes de beneficio del «negocio del siglo». Aquelladescarnada competencia resultaba especialmente dañina para los intereses del mítico«rey del acero», hasta el punto de convertirse durante años en su principalquebradero de cabeza.

Uno de los más suculentos contratos del momento era el de la Union PacificRailroad Company. Carnegie, muy preocupado por la competencia destructiva quemantenían por aquel importante contrato, que le obligaba a bajar cada vez más susmárgenes de beneficio, tuvo la oportunidad de reunirse con Pullman, su rival, en elhall del Hotel St. Nicholas, de Nueva York. Entre ambos se entabló unaconversación que debió ser, más o menos, como ésta.

—Buenas tardes, señor Pullman —dijo Carnegie—. ¿No le parece que nosestamos comportando como dos verdaderos tontos?

—¿Por qué? —replicó Pullman.—Nuestras compañías se están haciendo daño mutuamente por una cuota de

mercado que podríamos compartir —explicó Carnegie—. Si uniéramos nuestrasfuerzas, lograríamos mayores beneficios.

Y le contó su idea. Carnegie quería fusionar ambas empresas para compartir lospedidos que pudiera hacer la Union Pacific Railroad. De ese modo, no tendrían quecompetir abaratando los precios, lo que perjudicaba a ambas partes. Pullman noparecía muy convencido con la idea, y sin aparente interés acordó que estudiaría lapropuesta. Carnegie regresó con las manos vacías a la espera de una respuesta que,sin embargo, no llegó.

Pese a no cumplir su objetivo, aquella conversación no había sido del todoestéril para «el rey del acero». Se dio cuenta de que Pullman era una personatemerosa de perder su estatus, egocéntrica y preocupada por su imagen pública y elperjuicio que supondría perder esos contratos.

Meses más tarde decidió reunirse de nuevo con Pullman, y le planteó una vezmás su propuesta. Aparentemente, Pullman no tenía el más mínimo interés en fusionar

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ambas compañías, hasta que preguntó con cierto interés:—Y dígame, ¿cómo se llamaría la nueva empresa si aunáramos nuestros

esfuerzos?—¡Por descontado, sería la Pullman Car Palace Company! —sentenció Carnegie

sin apenas pestañear, con lo que a su interlocutor se le iluminó el rostro en señal deaprobación.

Regresaron al hotel de inmediato y su duro rival se mostró dispuesto a entablarnegociaciones, que concluyeron rápidamente en la resolución del problema o, enotras palabras, en la fusión de ambas empresas. Una vez más, así fue como Carnegielogró lo que se proponía. Había aprovechado una oportunidad única. Y lo consiguiópor tener en cuenta —y saber dominar— el ego de su adversario.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezEl ego es como el traje negro de Spiderman: te hará más fuerte si no dejas quese apodere del control absoluto. #sipuedesver detalles

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21. Si la vida te sonríe es porque ya sabe cómo va a joderte

«Hay dos grandes días en la vida de cualquier persona. El día en que nace, y el día en que descubre paraqué.»

Anónimo

Cuando nos vamos de viaje de fin de semana preparamos al detalle una hoja de rutaque nos permita aprovechar el tiempo, cumplir todos nuestros planes y, sobre todo,que nos haga creer que lo tenemos todo bajo control.

En mayor o menor medida, todos podemos marcarnos objetivos ambiciosos ylanzarnos organizadamente hacia su culminación. Sin ningún tipo de duda, para ellonecesitamos un plan propio. Incluso diría que necesitamos dos: un plan que nos guíeen el ámbito personal, y otro en el profesional.

Aunque resulte curioso, llevamos a cabo una planificación similar en nuestravida cotidiana —como, por ejemplo, para aprovechar un simple viaje de fin desemana—, pero le restamos importancia cuando planificamos algo mucho másimportante y duradero: nuestra propia vida.

Para ser feliz hay que definir un horizonte propio y avanzar hacia él condeterminación. Si no lo hacemos corremos el riesgo de que la inercia social nos hagaavanzar mucho más lentamente, y a la deriva. El trabajo sin objetivo es como lacomida sin sal: sosa. Acabaremos siendo lo que se espera de nosotros debido a loscondicionantes sociales y/o familiares, o por el entorno en el que nos hemos criado yvivido. En muchas ocasiones ése es un error irreparable.

Por sorprendente que pueda parecer, muchos de nosotros no tenemos un plantrazado. Haz la prueba. Pregúntale a tus seres más cercanos «hacia dónde» caminano cuál es su dirección trazada. Comprobarás de forma certera que casi ninguno tienesus objetivos meditados y predefinidos. La mayoría de las personas flota, se dejallevar, avanza sin tener muy claro hacia dónde lo hace. Eso convierte nuestra

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existencia en algo estéril. Como decía Séneca, «para quien navega sin rumbo ningúnviento es favorable».

Las personas que no tienen un plan definido llegan a ser un auténtico peligro paraquienes las rodean, por una sencilla razón: son imprevisibles. Y eso hace que puedanprovocar confusión e inseguridad.

Si en las horas previas a una operación escuchamos a nuestro médico comentarque no tiene previsto cómo va a afrontarla, sus palabras nos suscitarán unainseguridad tal que, muy posiblemente, pondremos los pies en polvorosa y no nosvolverán a ver jamás por ese hospital. Los planes generan seguridad en el entornoque nos rodea, aunque eso no quiera decir que con ellos lo tengamos todo bajocontrol. ¡Ni mucho menos! Simplemente significa que sabemos hacia dónde nosdirigimos. Éste es un matiz realmente importante. Quien considera tenerlo todocontrolado suele ser un mal compañero de viaje, ya que no se ha planteadorespuestas posibles ante las incidencias que siempre, de forma irremediable, acabanhaciendo acto de aparición en todo lo que intentemos.

Por lo tanto, si la vida te sonríe, ¡cuidado! ¡Tal vez sea porque ya sabe cómo vaa joderte!

Es de vital importancia que tú, en primera persona, diseñes tu propia estrategia,tu plan vital. No dejes que nadie —ni tus padres, ni tus maestros, ni tu pareja— lodiseñe por ti. No hay nada más frustrante que ser una persona que reniega de supasado porque no le dejaron cumplir su plan vital. Seguro que has escuchado aalguien decir: «Yo quería hacer aquello, pero no me dejaron...». En esos casos elproblema es que esa persona no tuvo la capacidad, la fuerza o la confianzasuficientes para seguir con su plan hasta sus últimas consecuencias, se plegó a losdeseos e imposiciones de los demás y por eso se arrepentirá toda su vida.

Nunca sueltes una liana sin tener agarrada la siguiente. Debes marcarte unobjetivo claro que te resulte edificante, que te haga sentir orgulloso y que sea desuficiente entidad como para mantenerte implicado en su búsqueda durante el tiemponecesario. En ocasiones existen muchos objetivos, por lo que resulta difícil priorizarcuáles son los más factibles. Yo suelo ponerlos por escrito y valorarlos del 1 al 5según su importancia, de menor a mayor. Después los vuelvo a valorar del 1 al 5según el tiempo que tardaría en conseguirlos, siendo 1 la valoración para los querequieren más tiempo y son proyectos a largo plazo. Finalmente, sumo las dos cifrasy obtengo un número por el que ordeno, en orden de trascendencia, mis objetivos.Esto suele funcionarme muy bien y me ayuda a priorizar y aclarar ideas.

Cualquier plan de acción debería responder a estas preguntas fundamentales:

—Objetivo. ¿Qué quieres hacer o conseguir?

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—Compromiso. ¿Qué estarías dispuesto a hacer por ello?—Motivación. ¿Para qué lo quieres hacer?—Tareas. ¿Qué y cómo lo vas a hacer?—Tiempo. ¿Cuánto tiempo esperas tardar en conseguirlo?—Recursos. ¿Qué o a quién necesitas para conseguirlo?

Si no tienes respuesta para alguna de estas preguntas, todavía no has definido

completamente tu plan, por lo que te será más difícil ponerlo en marcha. Si estás enesa fase y no avanzas en la definición, entrégate a una palabra para clarificar tusideas: «diferente». Piensa diferente, rodéate de gente diferente, obtén informacióndiferente y, sobre todo, haz cosas diferentes: think outside the box.

Una vez que diseñes el plan de acción ya tendrás una dirección bien definida:siempre hacia adelante. Si tienes clara tu propia estrategia, incluso la gente que tepegue una patada en el culo te estará impulsando hacia adelante, aun sin saberlo.

Si tus objetivos dependen de la ayuda y del entusiasmo de otros, a los que tu plandebe seducir, te recomiendo que este último sea inspirador. Martin Luther King pasóa la historia por su discurso de 1963 en Washington D.C. ante 200.000 personas. Enél comenzaba diciendo: «Yo tengo un sueño» ( I have a dream). Evocabainspiración. Actualmente, la mayoría de nuestros políticos no son seguidos —pese aque les gustaría serlo— porque sus planes no resultan inspiradores. No tienen unsueño en el que involucrar a las masas. Ellos «sólo» tienen un plan.

Para elaborar una hoja de ruta que te inspire, y que haga lo propio con los demásde tu entorno, tiene que cumplir ciertos requisitos:

—Debe ser automotivador. El mejor plan para que vivas tu vida viene dado por

lo que te motiva. Si no te inspira a ti mismo, no lo hará con los demás.—Debe poder cumplirse en un tiempo razonable. ¡Los pupitres de primaria

son extremadamente pequeños para que sigas en ellos a los veinticinco años!—Debe incluirte en primera persona. Incluye en el plan el propósito de invertir

en ti mismo y en tu formación, lo que te capacitará para cumplir el objetivo. Muchagente invierte más tiempo, conocimiento y dinero en su trabajo que en su propiapersona.

—Debe ser un desafío. ¡El destino adora a los intrépidos!—Debe ser un plan de acción. Aunque tus pensamientos determinan quién eres,

sólo tus acciones determinan en quién te conviertes.

Muchos planes se centran en la consecución de éxito profesional y, en ciertomodo, de dinero. Esto me trae a la cabeza una frase de George Bernard Shaw, que

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decía que «el primer paso para ser rico es... ¡no ser pobre!». Puede parecer unaobviedad, pero no lo es en modo alguno. Si tienes poco dinero y quieres ser rico, ¿aqué esperas? ¡Empieza con tu plan hoy mismo! Lo que no resulta posible es sertotalmente pobre y querer ser rico. Si es así, antes que nada tendrás que cubrir tusnecesidades básicas. En ese caso, tu plan debe consistir en comer caliente todos losdías. Primero trabaja en ese plan vital, y al cumplirlo podrás pensar en lossiguientes.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezEs necesario tener un plan, incluso en el caso de que no tener un plan sea tu plan.#sipuedesver detalles

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22. Graba tu disco de jazz

«No basta con oír la música; además hay que verla.»

Igor Stravinsky

Crecí en Madrid a finales de la década de los ochenta, una época singular que aúnañoro. Aunque esto pueda parecer el comienzo de una historia del abuelo cebolleta,no hace tanto tiempo de aquello.

Estudiábamos algo llamado EGB, que poco o nada tiene que envidiar al desastrede la educación actual. Teníamos tan sólo dos canales de televisión, y laspoquísimas veces que quería cambiar uno de ellos me tenía que levantar y apretar unbotón. Vivíamos rodeados de enormes casetes, y el no va más llegó con las doblespletinas y el walkman. Rebobinábamos las cintas con un boli Bic, y aun asísobrevivimos y salimos normales, sin estar tan protegidos ni rodeados de tantatontería como hay ahora.

Eran tiempos en los que no teníamos demasiados juguetes. Recuerdo un MazingerZ de medio metro de altura que disparaba unos dardos rojos con las manos. Loconservé hasta que mi hija, que en aquel momento tenía tres años, ignorando el valorsentimental de ese viejo trozo de plástico descolorido, decidió que le daba miedopor su parecido al malo de Toy Story . ¡Maldito Walt Disney! ¡Desde que erapequeña siempre ha estado boicoteando mis ilusiones! Mis intentos por salvarlo yesconderlo en un armario no fructificaron. Ella lo acabó descubriendo y, para poderdormir por las noches, exigió su completa expulsión vía el cubo de basura amarillo,el de reciclaje de plásticos inservibles.

Mi hija tiene cientos de juguetes y maneja desde hace años el iPad como sihubiera nacido con uno debajo del brazo. Los estímulos de nuestra infancia son muydiferentes. En ese punto resulta evidente que a ella le ha tocado la mejor parte.

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En mi época, la gran mayoría de los jóvenes quería ser futbolista o estrella delpop. En eso los tiempos no han cambiado demasiado. Si se lo preguntamos a unadecena de chicos de menos de quince años, algunos nos dirán que quieren ser comoMessi o, si tienen peor gusto y no les importa ser algo más horteras, querrán sercomo Cristiano Ronaldo.

La diferencia está en la segunda parte: en convertirse en una estrella del pop. Elmovimiento musical estaba entonces en plena ebullición —¡ahí mi generación sí quesale ganando respecto a la actual!—. El pop rock español nos ofrecía un enormereguero de creatividad. Pese a los pocos medios técnicos del momento, aparecieronun sinfín de grupos hoy míticos —Hombres G, Los Secretos, La Unión, Mecano,Nacha Pop...—, algunos de los cuales sobreviven actualmente, aunque bien es ciertoque su momento de gloria ya pasó. Lo trascendente para nosotros es que habíaenormes historias de éxito. Ahora son más bien escasas. Somos lo que comemos yqueremos lo que vemos. Por eso a finales de los ochenta y principios de los noventa,los chavales querían ser como Butragueño y hoy siguen queriendo ser como Messi.La diferencia está en que antes querían emular a Mecano pero hoy muchos menostienen ese sueño, ya que para la sociedad actual no representa un éxito tan rotundocomo hace años.

Los tiempos cambian y hay que adaptarse a ellos. El mejor ejemplo es la música.Un artista de éxito era el perfecto ejemplo de una historia de triunfo. Había casos deéxito y oportunidades para ello. Cada año salían a probar fortuna decenas de gruposnuevos. Algunos lo conseguían, la mayoría se quedaba en el camino. Hoy la industriade la música no está atravesando su mejor momento. Apenas se venden discos y elconsumo digital no puede paliar esa pérdida económica en números absolutos. Esose traduce en menos oportunidades, mayor fenómeno de artistas globales, menoshistorias locales de éxito, y en los pocos casos de triunfos recientes que podemosencontrar, una recompensa económica sustancialmente menor a la que se conseguíahace años. En conclusión, mucha menos gente intenta agruparse para formar elpróximo grupo musical de éxito, y hay más con la pelota para probar fortuna en elfútbol.

Los ídolos musicales en nuestro país son, hoy en día, diferentes. Muchos de ellossurgen de concursos televisivos y son un reflejo del cambio de paradigma y ritmo delmundo. Carreras rápidas, fáciles y exitosas.

A menor premio económico y menor proyección social, menor es el número devocaciones. Eso provoca que se modifiquen los gustos e intereses de nuestros chicosjóvenes. Algo similar ocurre en el mundo de la empresa. En España tenemos elejemplo perfecto en la época dorada de Mario Conde. Él era la viva encarnación deléxito cuando en el año 1987 vendió Antibióticos, S. A., al grupo químico italiano

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Montedison por 58.200 millones de pesetas —de cuando los millones pesaban deverdad cerca de «un kilo»—. Posteriormente fue nombrado presidente de Banesto.En aquellos años, además de dispararse el consumo de gomina, que luego caería tanradicalmente como su imagen, miles de jóvenes deslumbrados querían serbanqueros. Hoy me atrevería a decir que ser banquero es vergonzante, incluso estásocialmente mal visto. En cambio, una generación entera desearía convertirse en elpróximo Steve Jobs o Mark Zuckerberg. Los tiempos han cambiado.

Siguiendo con el ejemplo de la música, debido a la situación actual y a lapiratería galopante que golpea a esa industria en recesión, tal vez sea el momento deencontrar un nicho distinto. Pienso, por ejemplo, en la música clásica o el jazz. Sondos de los pocos segmentos en los que las ventas no han caído significativamente enlos últimos años, ya que sus clientes no suelen tener el hábito de descargar músicade internet. Y, sinceramente, aunque así lo hicieran, esas composiciones son muchomás difíciles de encontrar en la red.

En otras palabras, inspírate en encontrar tu sitio. Debes hallar tu propio hueco enla industria, una actividad que te guste y que represente una oportunidad. Trata dedistinguirte del resto. En ocasiones es más fácil encontrarlo donde nadie mira, lejosde la luz a la que acuden como mosquitos todos a una.

Prepárate. Sé diferente. Y si además ves la posibilidad de crecer como persona ycomo profesional, mejor que mejor. Si lo ves claro, nada debe impedírtelo. No te lopienses demasiado. ¡Empieza a grabar tu propio disco de jazz!

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLo que hace unos años era guay, después fue cool y ahora es Trending Topic.#sipuedesver detalles

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23. Las supermodelos no se casan con albañiles

«La belleza es muy superior al genio. No necesita explicación.»

Oscar Wilde

Tengo la sensación de que estaremos de acuerdo en una cosa: las supermodelos secasan generalmente con empresarios de éxito o con deportistas famosos. Lassupermodelos no se casan con albañiles. ¿Por qué será?

Nos puede parecer justo o injusto, e incluso podríamos divagar y destripar a lasarpías modelos por superficiales y por no entender que lo importante está en elinterior —y bla, bla, bla...—. Permíteme que te diga algo obvio: aunque se tedebería juzgar por el interior, y seguramente tengas un corazón que no te cabe en elpecho, la primera impresión es muy difícil de cambiar. En tu vida habrá personasque no se quedarán sentadas esperando unos días a descubrir tu esencia.Sencillamente, te juzgarán por lo que ven. Y por nada más.

Las apariencias son importantes. Y alguien que aspire a ser un líder debeempezar por comportarse como tal, debe sentirse como tal y... ¡debe parecerlo!Puede resultarnos ambicioso o muy difícil, pero no lo es tanto. Por definición, lo quehace a una persona líder es contar con un primer seguidor.

Para sentirse así hay que estar en forma. Para ello es importante cuidarse, hacerejercicio y tener un estado físico saludable. Esto no sólo es sumamente importantepara nosotros, sino que además puede serlo para nuestros amigos y compañeros quetrabajan a nuestro alrededor. A menudo uno no se para a pensarlo.

Hace tres años, un fondo de capital riesgo en Madrid, con el que colaboré comoasesor de inversiones en empresas tecnológicas, tenía encima de la mesa un proyectode reservas a través de internet. Debo reconocer que era atractivo y que, en unprimer momento, apoyé de forma entusiasta aquella inversión. Se inyectaría algo más

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de un millón de euros en aquella empresa. Uno de los emprendedores tenía en suhaber una larga trayectoria comercial que parecía representar una cierta garantíapara la comercialización del producto. Durante unas semanas de Due Diligence[5]comercial todo parecía cuadrar: un sector en expansión, buena recepción inicial porparte de los clientes, un equipo profesional y maduro enfocado a la comercializacióndel producto... Parecía un tema cerrado, y la perspectiva era tan buena que me ofrecía invertir personalmente acompañando a la inversión del fondo de capital riesgo.Como te habrás podido dar cuenta por mi implicación, aquel proyecto me gustaba.

En una de las reuniones previas, en la que se presentaban los resultados de laprospección de mercado y se destacaba la capacidad comercial del emprendedor,uno de los gestores del fondo hizo una reflexión que nos dejó fríos, ya que ningunode nosotros lo había valorado: la salud del emprendedor. Se estaba construyendo unaidea y una inversión alrededor de los excepcionales contactos y capacidad comercialde una persona que gozaba de una salud delicada, y que había sufrido variasoperaciones ese mismo año. Ninguno había considerado fríamente que tal vez esofuera un enorme hándicap para el proyecto, y las dudas empezaron a asaltarnos. Lavelocidad de implementación comercial resultaba esencial, y el mayor activocomercial de la empresa no parecía gozar de una salud adecuada para la envergaduradel reto. Se barajaron varias opciones para salvar in extremis el trabajo hecho,incluyendo —nunca había pensado en ello, ni había visto algo similar— lasuscripción a un seguro de vida que garantizara el retorno de la inversión en caso decomplicaciones en la salud de los promotores. La cantidad que había que invertir eralo suficientemente importante para que pensaran en tomar todas esas precauciones.Todo se volvió tan complejo que el proyecto cayó como un castillo de naipes. Loque parecía una inversión cerrada y clara en la que íbamos a participar dos fondosde capital riesgo y varios inversores privados a nivel particular, quedó en agua deborrajas. Debido al enorme riesgo que suponía y a la incertidumbre que representabala salud de uno de los fundadores, al finalizar la reunión se retiró la propuesta deinversión. En resumen, si un proyecto depende de un líder, ese líder debe dar, tener ytransmitir seguridad, lo que incluye también una buena salud física. Si no la tienedebe dar un paso atrás y buscar a una persona adecuada que lidere el proyecto y quele asista en los momentos difíciles.

El liderazgo se pone a prueba cada minuto: en una comida, en una charla porteléfono, en un encuentro fortuito en un ascensor... Hay que tener las ideas claras yuna correcta preparación mental. Es esencial tener una visión y una misión, poderdefinir una hoja de ruta y unos objetivos que sean factibles y creíbles para lossocios, los amigos y los subordinados. Lo ideal es que ese itinerario trazado, esavisión, pueda resumirse en una sola frase, y que ésta sea fácilmente comprensible

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por el gran público. Si tienes claro a lo que te dedicas, lo que haces, el servicio queprovees o lo que vendes, tienes que poder sentarte con tu madre y hacérselo entendercon una sola frase, en un solo minuto, sin preguntas. Si eso no es así, significa que notienes una misión y una visión claras, que resulten comprensibles para el común delos mortales.

Te pondré dos ejemplos muy claros de esto último: los fundadores de Googleafirman que la misión y la visión de su empresa es «ordenar toda la información delmundo». Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, define la suya como «hacer queel mundo esté más conectado». Tanto Facebook como Google son enormes ycomplejas empresas, pero tienen algo en común: una misión sencilla y fácilmentecomprensible propuesta por quienes las lideran.

En múltiples ocasiones he asistido a largas presentaciones de complicadosPowerPoint de los que, pasados unos minutos, no entiendo absolutamente nada. Y alfinal me hago siempre la misma pregunta: «Pero ¿a qué coño se dedican éstos?». Sivendes libros en internet, ¡dilo! Empieza así, claramente: «¡Vendo libros porinternet!». Y deja de marear la perdiz. Lo sencillo vende y, además, resultaesclarecedor para el resto.

En esto, como en tantas otras cosas, la sencillez es una muestra de inteligencia.Vivimos en un mundo que ya de por sí es demasiado complicado. Si eres sencillo enlo que haces y, por extensión, en tu vida cotidiana, verás que ocurre algomaravilloso: todo se reduce a argumentos simples, accesibles a tu comprensión y ala de los demás. Que no te líen. No por ser más complicado eres mejor persona —nimejor profesional.

¡Ah, se me olvidaba! Por muy a rajatabla que apliques todos estos principios, loque sí te sugiero es que olvides lo de las supermodelos...

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLa principal característica de un líder es que no necesita que le digan cómo debeser un líder. #sipuedesver detalles

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24. No dejes que coarten tu creatividad

«Nacemos desnudos, hambrientos, sedientos, húmedos y doloridos. Después todo empeora.»

Dicho popular

Una de las cosas que empeora a medida que nos vamos haciendo mayores, conformevamos superando etapas de nuestra vida, es nuestra capacidad creativa.

La creatividad es un valor en alza, un rasgo distintivo entre individuos que cadavez, de forma irremediable, como si de una epidemia se tratara, se parecen más entreellos mismos. Podríamos definirla como el proceso a través del cual se produce algonuevo, algo así como una herramienta mental que permite resolver nuestrosproblemas de una manera distinta, por medio de una mezcla de imaginación y deconocimiento.

Existe la creencia generalizada de que la creatividad es algo dado, de queexisten personas creativas y otras que no lo son. Eso no es cierto en modo alguno. Sibien es verdad que todos tenemos un diferente grado de capacidad creativa, no lo esmenos que en las personas que consideran no tenerla, ésta permanece oculta, peropueden estimularla para que aflore.

Si preguntamos a varias personas dónde o cuándo tienen sus mejores ideas,comprobarás que un número significativo de ellas coincide en su respuesta: ¡en laducha! Es lógico, ya que la creatividad es un proceso que requiere un nuevo plano,un aislamiento del mundo exterior que te permita estar a solas y relajado. Debido alfrenético ritmo de vida occidental, en muchas ocasiones el único momento en el queeso sucede cada día es mientras nos damos una ducha.

La relajación es una de las grandes claves del proceso creativo. Por ejemplo,cuando no encontraba respuestas, un gran genio como Albert Einstein dejaba detrabajar y relajaba de forma activa su cuerpo y su mente. En el caso de Einstein,

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cuentan que era frecuente verle en la cocina de su casa tocando el violín hasta que depronto gritaba exultante y anotaba en una hoja de papel la resolución de losproblemas que le mantenían bloqueado. Un caso similar es el de Churchill, que enesas situaciones optaba por la pintura para adquirir una nueva perspectiva. Esto tieneuna base científica. Al relajarnos por medio de un ejercicio creativo activamos elhemisferio derecho del cerebro, y con ello empezamos a procesar los problemas deuna manera distinta, más emocional y creativa, lejos de la forma analítica delhemisferio izquierdo. Con ello, en esos momentos de relajación obtenemos unanueva perspectiva.

En ambos casos estamos hablando de una relajación activa, y esto es sumamentetrascendente. La relajación pasiva no aporta absolutamente nada al proceso creativo.Tirarse en el sofá a ver la televisión no va a resolver problemas ni hará aflorarposibles soluciones para los mismos. De hecho, una de las cosas que te puedorecomendar para mejorar la creatividad es apagar —¡al menos durante un rato!— latelevisión. La relajación y la diversión pasiva que proporciona la televisión noenriquecen en absoluto tu mente ni aportan soluciones ni nuevos puntos de vista queresulten enriquecedores. Tienes que tomar el control. Convierte tu vida en un RealityShow de televisión, si eso es lo que quieres, pero deja de ver el de los otros, aunquesólo sea porque a ellos les pagan por ello, y a ti no. Se me ocurren mil y una manerasde buscar estímulos que resulten activos e interactivos: internet, un libro —este quetienes en tus manos, modestamente, es uno extraordinario—, el correo electrónico,las redes sociales pueden ser otros divertimentos que te relajen manteniendo tucabeza en funcionamiento. Tener la costumbre de tumbarte a ver la televisión a unahora determinada como parte de tu rutina diaria, echen lo que echen, anestesiará tualma y mermará tu creatividad, y además se tratará de un descanso ficticio.

Siempre me gustó lo que decía Groucho Marx. Presiento que él estaría deacuerdo conmigo en este caso, ya que él afirmaba que «no hay nada más educativoque la televisión. Cuando alguien la enciende, me voy a otra habitación y abro unlibro».

Otra de las claves para ser una persona creativa radica en la búsqueda de retos.Y hoy en día eso no es sencillo. En ocasiones la vida nos echa un pulso y pone unreto delante de nosotros. En ese caso, generalmente no tenemos más remedio queafrontarlo. Pero ¿qué ocurre cuando esto no sucede? Si uno no tiene retos, ¡debebuscarlos y afrontarlos! No hay mejor ejercicio que ponerse retos y el objetivo deconquistar pequeñas metas en nuestra vida cotidiana.

El reto es un estímulo, una oportunidad para ser resolutivo, eficaz y creativo.Vivimos en un mundo en el que todo está diseñado para garantizar y mejorar nuestroconfort, para que estemos más relajados evitando retos y problemas. Eso puede estar

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bien en determinados momentos, pero sin olvidar que los retos diarios son elprincipal acicate que nos hace agudizar el ingenio y ser capaces de dar respuesta alas adversidades. Sin retos no hay respuestas. Sin respuestas no hay soluciones. Ysin soluciones no hay creatividad.

¡Eso no quiere decir que sea estimulante renunciar a las comodidades!Simplemente significa que tenemos que aprender a vivir con ellas, pero también apoder vivir sin depender de ellas.

Me viene a la memoria mi primer coche, hará más de veinte años. Se trataba deun Volkswagen Polo de la época, de color blanco. Lo recuerdo bien porque debido auna mal entendida nostalgia, me he empeñado hasta hace bien poco en conservarlocomo si de una pieza de museo se tratara, pese a que la evidencia había dejadomeridianamente claro que ya no servía ni de decoración. El caso es que recuerdoalgo que me dijo mi padre cuando, al comprarlo, le hice notar que como muchoscoches de aquella época, no tenía aire acondicionado ni dirección asistida.

—Así luego sabrás apreciar esas cosas cuando por fin las tengas.Pues bien, creo que no hay que llegar a tanto, ni sufrir evitándonos ciertas

comodidades que se nos ofrecen para nuestro disfrute. Debemos vivir con ellas sinvivir para ellas, ni depender de ellas para estar plenamente satisfechos.

Todos tenemos una «zona de confort» y necesitamos pasar por ella cíclicamente.Hay personas que lo hacen para reactivarse y descansar, para reflexionar y tomarimpulso. Hay otras que deciden vivir en ellas. Estas últimas son más pasivas y lasmenos emprendedoras. Si tienes una mente inquieta, el descanso debe ser unanecesidad, no un objetivo.

Al comienzo de este capítulo comentaba —e igual te ha sorprendido— que lacreatividad es, junto a la salud, una de esas pocas cosas que empeora con el tiempo.Hasta los cuatro años somos extremadamente curiosos. Todo debe tener un porqué, yla necesidad de conocimiento es en ese momento acuciante. A partir de los sieteaños se produce un cambio. Ya no preguntamos tanto el porqué de las cosas. Añosmás tarde, cuando somos adolescentes, poco queda de aquella curiosidad innata conla que habíamos crecido hasta entonces.

Uno de los causantes de esa merma en nuestra curiosidad —el signo distintivo dela creatividad— es el sistema educativo, que nos va minando, lenta peroirreversiblemente, nuestra vis creativa. No se nos educa para ser músicos, nipintores, ni bailarines. Las actividades creativas se consideran en un segundo planoy se premian otras virtudes que se valoran como «socialmente útiles». Cuandoterminamos una carrera universitaria ya hemos sido abducidos y pensamos que nosomos nada creativos y que, además, serlo no aportaría gran cosa a nuestras vidasporque tenemos que dedicarnos a realizar tareas realmente útiles y provechosas. Nos

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hemos convertido en adultos, seres que han perdido la creatividad propia de lainfancia. Como si de un mecanismo de defensa se tratara, en esas edades yavisualizamos el peor escenario en cada momento y no dejamos un espacio abierto alos sueños ni a la imaginación. Nos han educado para perder la creatividad, enningún caso para estimularla.

Hace poco tiempo llevé a mi hija, de siete años, al Museo Nacional de ArteReina Sofía en Madrid —MNACRS—. Echando la vista atrás, recuerdo que una delas mayores aberraciones que cometieron mis profesores en mis años de colegio fuecuando siendo muy pequeños, nos «depositaron» —literalmente— en el Museo delPrado para pasar allí una larga mañana. A tan corta edad, aquello era tan difícil deentender, y un coñazo tal que no me extraña que la gran mayoría de mis compañerosdesarrollara cierta animadversión por el arte. Por eso mismo decidí que Candelapasara un breve tiempo en el MNACRS aquella mañana. «No más de una hora», mepropuse. Mi objetivo no era aprovechar la visita, sino que se quedara con ganas, queella misma quisiera volver.

A mi hija le encanta pintar. Tal vez sea amor de padre, pero considero que a sucorta edad tiene una especial destreza para hacerlo. (Aunque mi editor no me dejaráhacerlo, ese «amor de padre» me podría llevar a incluir, en este capítulo, algunas desus creaciones pictóricas.) Paseamos por varias salas en busca del Guernica, dePicasso, del cual le había hablado. El caso es que curiosamente, la obra de Picassoapenas le suscitó interés, mientras que a mí me maravilla cuando la veo. A ella,desde sus siete años de edad, le pareció intrascendente. Sin embargo, algunas obrasmenores de carácter más realista fueron las que más le impactaron. ¿Qué ocurrió?Sencillamente que Picasso es un genio creativo, y los niños también lo son. A losadultos, esas caras, esas figuras cuasi geométricas típicamente picassianas nosllaman poderosamente la atención. Constituyen una especial visión del mundo. Sonpura creatividad. Por su parte, a los niños no les parece algo extraordinario, loconsideran casi habitual, ya que en esas edades rebosan de espíritu creativo. Ni quedecir tiene que al pasar por algunas obras de Miró tuve que dar todo tipo deexplicaciones, porque mi hija consideraba todo aquello casi una broma, un insulto asu joven, pero digna, inteligencia —«Papá, ¡pero si esto lo puedo hacer yo!», medecía una y otra vez—, mientras que los ejercicios de técnica pictórica de calidad,sin más valor artístico detrás, le parecieron increíbles y estimulantes —«¡Qué bienpinta este señor, papá!».

Sir Ken Robinson es un célebre autor inglés, afincado en Estados Unidos,experto en creatividad y educación. Tuve la ocasión de escucharle en unaconferencia hace ya casi diez años, en la que explicaba que los sistemas educativosactuales se siguen basando en el obsoleto modelo educativo del siglo xix. En ellos se

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prioriza la práctica y todos los contenidos tienen como único fin prepararnos para launiversidad y cortarnos a todos por el mismo patrón. No se trata de prepararnos parala vida, más bien parece que el objetivo fuera convertirnos a todos en profesoresuniversitarios o políticos. Ésta es una curiosa paradoja, ya que para votar hay quepasar por un colegio (electoral), y para ser un político electo en ocasiones no esnecesario siquiera pasar por un colegio. Así nos va. Sea como fuere, una de lashistorias que utilizaba Robinson para respaldar su argumentación me resultógratamente edificante. Hoy la recuerdo como si la hubiera escuchado ayer.

Con apenas ocho años, Gillian Lynne era una niña británica inquieta. Lo era hastatal punto que en los años treinta sus profesores decidieron hablar con sus padres, yaque la actitud y el comportamiento de aquella cría eran un desastre.

—Creemos que la pequeña Gillian tiene un problema de aprendizaje —le dijerona su madre.

Les explicaron que la niña no paraba de moverse, que no se enteraba de grancosa y que no dejaba a sus compañeros atender en clase. Si esto ocurriera en laactualidad, muy posiblemente le hubieran diagnosticado un Trastorno por Déficit deAtención e Hiperactividad —TDAH.

Aún con el susto metido en el cuerpo, la madre de Gillian la llevóinmediatamente a ver a un especialista. Allí la sentaron en una silla y el especialistaestuvo haciendo preguntas durante cerca de media hora. Indagó todos los problemasque la niña pudiera estar teniendo en la escuela, por qué no hacía los deberes y quépodía causar que no prestara atención en clase. En un momento dado indicó quequería hablar con la madre en privado.

—Gillian, necesito hablar un momento con tu madre. Espéranos aquí sentadaunos minutos, por favor.

El médico y la madre, que seguía sumamente angustiada, se levantaron y sedispusieron a salir de la habitación. Justo antes de hacerlo, el especialista encendióla radio que tenía sobre su escritorio, dejando a la pequeña acompañada por lamúsica.

Al salir, la madre estaba cada vez más inquieta. El médico la tranquilizó.—Relájese. Simplemente quédese quieta, y observe —le pidió.Por la ventana veían cómo la pequeña empezaba a moverse al ritmo de la

música. La observaron durante unos minutos. Poco después el especialista rompió elsilencio.

—Señora Lynne, su pequeña no tiene ningún trastorno. No está enferma.Simplemente es una bailarina. ¡Llévela a una escuela de danza!

Y así lo hizo. Gillian Lynne lo recuerda como una época maravillosa de su vida.—Entré en esa habitación y estaba llena de gente como yo. No podíamos estar

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quietos. Todos necesitábamos movernos para pensar, para expresarnos.Practicábamos todo tipo de bailes, y finalmente, años después, llegué a tener unaaudición para el Royal Ballet.

Pasaron los años y aquella inquieta pequeña se convirtió en una magníficabailarina y coreógrafa. Se graduó, formó su propia empresa y actualmente es laresponsable de algunas de las coreografías de musicales más maravillosas de lahistoria —Cats, o El Fantasma de la Ópera—. Con ellas ha entusiasmado amillones de personas y se ha convertido, literalmente, en una mujer multimillonaria.

Si del sistema educativo hubiera dependido, a la pequeña Lynne la hubieranmedicado y obligado a tranquilizarse. Ése es el efecto que hoy tiene la educaciónsobre nosotros: no permite que podamos ser y expresarnos en todo nuestroesplendor, lo que limita, de facto, nuestra capacidad para convertirnos en individuosplenos.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLos momentos en que me siento más creativo son cuando ni yo mismo sé lo queestoy haciendo. #sipuedesver detalles

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25. Las hormigas siempre llegan a fin de mes

«Hacer nada es el camino para no ser nadie.»

Anónimo

Jim Rohn solía decir en sus seminarios que tenías mucho camino andado sicompartías algo tan sencillo como la filosofía que rige la vida de las hormigas.

Dentro de sus minúsculos cerebros, las hormigas encierran un modo de entenderla vida simple y eficazmente colaborativo. Podríamos definirlo en tan sólo cuatroclaves vitales que son aplicables a nuestra vida cotidiana:

1. PERSISTENCIA

Una hormiga jamás se rinde. No hay impedimento alguno en el camino que pueda conellas. Si hay un obstáculo, lo rodean, lo mueven, pasan por debajo... Hacen todo loque esté en su mano para poder conseguir su objetivo salvando las dificultades. Unahormiga jamás renuncia a llegar a donde debe llegar. En pocas palabras, nuncaretrocede y vuelve a su hormiguero.

2. PREVISIÓN

Las hormigas son previsoras. Piensan en el invierno durante todo el verano y hacenacopio de la comida que podría serles necesaria. Incluso me atrevería a decir que alcomienzo del verano ya piensan en las tormentas que suelen producirse en tanplácida estación. Son mucho menos ingenuas que el hombre. Durante los años debonanza económica, la gran mayoría de las personas que estaba disfrutando de unasituación financiera boyante vivía el verano pensando... ¡que duraría eternamente!¿Te suenan frases como «el ladrillo nunca baja»? Algunos aún hoy se preguntan en

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voz alta: ¿quién podría pensar que estábamos en una burbuja inmobiliaria, o quevenía una crisis? Ésas son las hormigas ingenuas, ¡las que no entendían que despuésdel verano, irremediablemente, siempre llega el invierno! Aunque parezca unaobviedad, la realidad es que los ciclos económicos son, por definición, eso mismo:cíclicos. E igual que ocurre con las estaciones, siempre llegan tiempos más fríos.Así, los que fueron previsores y guardaron para el invierno, como las hormigas,seguro que están en mejor situación que los que no siguieron su ejemplo. De hecho, ypor mucho que estemos en medio de una crisis económica mundial, las hormigas másprevisoras hoy ya están pensando en cómo actuar con los primeros rayos de sol.Porque la primavera se acerca de nuevo.

3. MOTIVACIÓN, FILOSOFÍA DE VIDA

Para ser una hormiga —debe ser durillo, ¡eh!— resulta tan importante ser previsoren verano para preparar el invierno como, por el contrario, recordar en invierno queluego vendrá el verano. La hormiga sabe que un invierno no durará eternamente, yque tras él llegarán épocas mejores. Eso la mantiene activa.

¡Cómo se distinguen de nosotros cuando decimos que no se ve la luz al final deltúnel! Y todo por estar inmersos en una situación económica adversa. Ése es unenfoque negativo y erróneo. Al final del túnel siempre hay luz. Tan sólo debemosesforzarnos en recorrer el camino lo antes posible para ir a su encuentro.

4. HASTA EL INFINITO Y MÁS ALLÁ

Es una de las lecciones fundamentales de la hormiga. Durante el verano, ¿cuándosabe que ha recolectado y acumulado alimento suficiente para el invierno?Sencillamente, no lo sabe. La hormiga no se detiene y recolecta siempre la mismacantidad de alimento: todo el que sea posible. Una hormiga satisfecha con un trabajorealizado antes de tiempo no regresa en ningún caso al hormiguero a descansar,dándolo así todo por acabado de forma anticipada.

Sí, lo sé. Somos personas, seres racionales, y no hormigas... Tal vez por esoellas no tienen por qué lamentarse hoy de las consecuencias de lo malgastado durantetodos estos años.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezSi las miras bien, las pequeñas cosas pueden ser todo, menos pequeñas.#sipuedesver detalles

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26. Los débiles de espíritu son los más flojos de memoria

«La satisfacción de encontrar un solo agradecido compensa las amarguras de muchas ingratitudes.»

Modesto Lafuente

Si deseas no sólo alcanzar un cierto éxito, sino además permanecer en él, una de lascualidades que debes tener es la memoria. No me refiero a la memoria como laconcebimos objetivamente: un lugar de nuestro cerebro en el que almacenar datos.Muy al contrario, se trata de una memoria emocional.

Resulta paradójico cómo se invierten las tornas y las situaciones en unos pocosaños. Eso hace que tengamos que desarrollar una memoria «bidireccional» que noshaga recordar quiénes hacen cosas por nosotros y, al mismo tiempo, siguiendo esamisma lógica, nos debe animar cuando podemos ser generosos haciendo cosas porlos demás, con la esperanza de que ellos guarden el mismo registro mental para elfuturo. Es algo así como sembrar para, tal vez, no recoger inmediatamente, o inclusono hacerlo nunca, pero tener la conciencia tranquila de haber cumplido con nuestraobligación. Así, cuando necesitemos algo, tal vez haya personas que puedanayudarnos y que estén encantadas de echarnos una mano recordando que otras vecesnosotros hicimos lo propio.

Sin embargo, si acumulas de forma masiva enemigos y muertos en los armarios,éstos reaparecerán inevitablemente en tu futuro, con lo que se cumpliría, una vez másy de la forma más cruel posible, la ley de Murphy. He tenido la ocasión de sertestigo de cómo un empleado que fue humillado por sus compañeros en su empresa,años después era el director general del que dependía un expediente de regulaciónde empleo (ERE) de la plantilla; es decir, él decidiría quién sería despedido. O, mássangrante aún, cómo aquel chico del que te reías en el colegio era el encargado dedecidir el proveedor de un importante contrato al que se presenta tu empresa. Por

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supuesto, estos casos suelen acabar como el rosario de la aurora... Ya lo dicenuestro refranero: «Arrieritos somos, y en el camino nos encontraremos».

En su audaz libro Las 48 leyes del poder (Espasa, 2008), Robert Greene nosindica puntualmente una de ellas, tal vez de las más importantes: «Jamás ofendas alas personas equivocadas». Se trata de saber con quién se está tratando, y ya que esoes especialmente difícil y no tenemos una bola de cristal, te sugiero, simplemente,que no ofendas a nadie, más que nada porque no te resultará ni bueno ni inteligenteen el futuro.

Los errores se perdonan. Una persona ofendida nunca olvida.Te contaré una de mis experiencias. Pese a que no me gusta realizar labores de

consultoría e intento evitarlo por todos los medios, algunos amigos me piden concierta frecuencia el favor de revisar los proyectos tecnológicos de sus empresas.Algo así ocurrió hace algunos años cuando un socio mío me pidió que me reunieracon un íntimo amigo suyo en Madrid. Se llamaba Pascal, y en aquel entonces eradirector de Marketing de la mayor cadena de hipermercados de España.

Para ser sincero, acudí un poco a regañadientes a la primera reunión en uno desus centros comerciales en Madrid. Normalmente ando bastante justo de tiempo, y nohay nada que me desespere más que las salidas inútiles de la oficina que noconducen a nada y consumen gran parte de mi día. El caso es que, tras conocerle, mepareció un buen conversador, congeniamos rápido y acepté ayudarle. Celebramosvarias reuniones en la sede de su empresa y algunas comidas en las que intentamosabordar el problema que tenían con su adaptación a internet. Él tenía el enorme retoy mandato de la dirección general de lograr que las ventas en internet seincrementaran rápidamente y, en especial, que ese incremento no se centrara en lascompras de supermercado —que tienen un menor margen de beneficios—, sino enotro tipo de artículos de consumo, como electrónica o electrodomésticos, entre otros,para los que los márgenes eran mayores que en alimentación. Pese a ser una empresade enorme tamaño, la tecnología no era, al menos por aquel entonces, su fuerte, ydurante algunas semanas les ayudé a definir los cambios necesarios en su web, asícomo una estrategia digital más acertada. Les hablé de la afiliación como aliado deventas y les puse en contacto con las empresas ideales para ello actuando comocicerone. Repasamos el posicionamiento en buscadores para atraer más clientes, eldiseño y la usabilidad, claves para poder convertir los visitantes de la web en unmayor número de ventas. Poco a poco las conclusiones fueron aplicándose a laespera de resultados.

Al finalizar, Pascal me pidió que le hiciera una factura por la consultoríarealizada. Recuerdo que sonreí y le dije que no era necesario: «Yo no me dedico aesto, no es mi negocio. No te pienso cobrar un solo euro por ello». Él se sorprendió.

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No llegaba a entenderlo. Insistió varias veces. Lo cierto es que lo había hechoencantado. Habíamos establecido una relación de confianza, y tal vez no sería laprimera de las cosas que haríamos juntos. Apliqué a rajatabla mi propia filosofía.Estaba sembrando.

Unos meses después, mientras tomábamos un café, mi socio me agradeció laayuda con su amigo, ya que parecía que había logrado dejarle en una buena posición.

—Pascal está como loco. Han subido mucho las ventas en internet. Estáencantado. Eso sí, ¡no ha entendido por qué no le pasaste una factura! Me dijo quepor una consultoría así ellos estaban acostumbrados a pagar 40.000 o 50.000 euros,¡y que no le habías querido cobrar! No entiendo por qué, ¡si son enormes, si lessobra el dinero!

Traté de explicarle mis motivos: seguro que cuando necesitara algo habríaocasión de resarcirme, y eso era lógico. A fin de cuentas, la vida es un constante«hoy por ti, mañana por mí».

—¡Pues está tan contento y agradecido que me ha dicho que te va a mandar acasa una furgoneta cargada hasta arriba de jamón ibérico! Le tienes a tu disposiciónpara todo lo que necesites.

Tan sólo unos meses después de esa conversación, me alegró saber que esa grancadena de hipermercados había nombrado a Pascal nuevo director ejecutivo enEspaña, esto es, la cabeza visible de su organización en nuestro país. No meaventuraría a asegurar que se debió solamente a su reciente éxito en internet, peroentiendo que tras el enorme incremento de la cifra de ventas, algo habría ayudado.

Tenía la impresión de haber dejado a un amigo agradecido y, curiosidades de lavida, ahora resultaba ser un personaje influyente y destacado.

Debieron pasar uno o dos años cuando me dispuse a publicar mi primer libro,Ha llegado la hora de montar tu empresa (Deusto, 2011). En una reunión editorial,nos dimos cuenta de que contar con el apoyo de esta cadena en la implementacióndel libro y en la posición en sus hipermercados sería muy positivo. Además, paraellos no representaba ningún riesgo, ya que si no se vendía lo devolverían, comosuele ocurrir en el mundo editorial, y «aquí paz y después gloria».

Como yo tenía hilo directo y una relación fluida con el máximo representante dela firma, le escribí para pedirle apoyo.

No recibí respuesta. La verdad es que lo intenté varias veces, pero no hubomanera. Finalmente le llamé, y tampoco cogió el teléfono. Ni siquiera logré hablarcon él, ni que respondiera a mis llamadas ni a mis correos electrónicos. En pocotiempo se había esfumado la oportunidad de devolverme, con un mínimo chasquidode sus dedos, el favor que le había hecho poco antes.

Tal vez hoy, visto con la suficiente perspectiva, creas que me equivoqué y que

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debería arrepentirme de haberle dedicado mi tiempo y mi conocimiento.Sinceramente, no hay nada más alejado de la realidad. Me reafirmo en que debemossembrar relaciones y ayudar a los demás siempre que podamos. Encontrarás, comome pasó a mí, algunos casos en los que las personas no sabrán apreciarlo ocorresponderte, pero eso no es óbice para que no haya que seguir actuando de lamisma manera. Éste es un compromiso moral que te animo a suscribir cada día.

Lo que trato de decirte con esto es que en ocasiones los más pobres de espíritusufren de una aguda desmemoria. Es absurdo y ridículo, pero debes ser consciente deque sucederá, y de que forma parte del paisaje, porque es humano. Lo inteligente esrecordar a quién se le deben favores, ser agradecido y cumplir con estas personas enla medida de nuestras posibilidades. Del mismo modo, a mí me satisface más que medeban muchos favores que ser yo el que los deba, ya que un día tal vez deberíaafrontar muchos pagos pendientes. Sé consciente de que hay personas que «usan ytiran». Si perteneces a esa categoría, debes saber que eso implica, sin ningún tipo dedudas, que en algún momento acabarás quedándote sin más pañuelos.

¡Ah!, por si te quedaba alguna duda: la furgoneta de jamón ibérico debióperderse en el camino porque..., ¡evidentemente, nunca llegó a mi casa!

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezSi te tomas la vida demasiado en serio, un día acabarás teniendo que tomártelacon vodka. #sipuedesver detalles

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27. Qué dirán de ti en tu velatorio

«Si a fin de cuentas, su optimismo resultara injustificado, al menos habría vivido de buen humor.»

H. G. Wells

El optimismo está de moda. Si a cualquiera de nosotros nos preguntaran si queremosrodearnos de optimistas o de pesimistas, me atrevo a aventurar que aunque tú mismoseas un cenizo, siempre elegirás estar acompañado por personas positivas.

Siempre he pensado que hay dos tipos de optimismo: el racional y el que yodenomino como el kamikaze.

El optimista racional es una persona cuerda, capaz de convertir lo que se lepresenta en la vida en lo que quiere, que intenta no desfallecer y ser consciente de supropio potencial, cualidades que generalmente subestimamos.

Se trata de afrontar de forma positiva los retos de la vida. Vivir el presente es laúnica manera de encarar el día con la energía vital que se requiere. Las personas queviven del pasado se convierten en esclavos del tiempo, desaprovechanoportunidades y se frustran al darse cuenta de que lo mejor ya no regresará. Laspersonas que viven obsesionadas por el futuro desarrollan miedos que les impidenpoder enfrentarse a los problemas de la vida cotidiana, que frente a futuraspreocupaciones pueden parecer, con frecuencia, insignificantes. Demasiada gentehuye de algo que, en realidad, no le persigue.

La vida es como un concierto de rock, y hay que estar lo suficientementedespierto para disfrutarlo. Hace poco tuve la ocasión de acudir junto a mi mujer a unconcierto de Coldplay en el estadio de fútbol madrileño Vicente Calderón. Recuerdouna imagen que suscitó en mí cierta incomprensión: había cientos de personasalrededor nuestro que no contemplaban el explosivo espectáculo, sino que lomiraban a través del teléfono móvil con el que lo grababan. Lejos de vivir una

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magnífica experiencia en directo, la estaban siguiendo en la pequeña pantalla de susterminales. ¡Todo un insulto a los sentidos! Aunque eso te permita conservar untrocito de ella para el futuro, es realmente absurdo. El optimista no se preocupa deese futuro en detrimento de no disfrutar del presente. Vive el momento. Y luego, siquieres, ¡cómprate el DVD del concierto!

El positivismo kamikaze es el optimismo por el optimismo, irracional encualquier circunstancia, por absurda que ésta parezca. Esto me parece discutible, yaque antepone un estado de ánimo al raciocinio más elemental.

Durante una temporada copresenté en Gestiona Radio, un programa llamadoGestiona 2.0. Recuerdo que en uno de los programas tuvimos la ocasión deentrevistar a Aitor Zárate, antiguo jugador de baloncesto de la ACB reconvertido enescritor y conferenciante de éxito. No conocía personalmente a Aitor y me llamómucho la atención la rotundidad de una de sus afirmaciones:

—Si a alguien le despiden, le digo: «¡Felicidades! Ahora puedes dejar lo que abuen seguro era un trabajo lamentable con un jefe insoportable, y dedicarte a lo quede verdad deseas».

El mensaje era potente. Según él, en pocas palabras, ser despedido puedeconvertirse en una oportunidad para desarrollarte y convertirte en lo que de verdaddeseas. Sin embargo, y a pesar de la capacidad comunicativa y del entusiasmo denuestro interlocutor, no puedo estar de acuerdo con este tipo de afirmaciones, queconsidero ejemplos del citado optimismo kamikaze. La razón para mí es obvia:también puedes dedicarte a lo que de verdad deseas —si es que realmente no quieresseguir en tu puesto de trabajo— sin necesidad de pasar por el mal trago de serdespedido. En otras palabras, puedes mantener todas tus opciones y no verteobligado a elegir tu camino porque una de ellas se te ha cerrado.

La máxima expresión de este tipo de enfoque la puedes encontrar en El secreto,de Rhonda Byrne (Urano, 2007). Esta obra se ha convertido en un enorme bestsellera escala mundial que incluso tiene como secuela una película documental. ¿Cuálesson las razones de ese éxito? Un argumento tan simple como éste: hay quedesarrollar un pensamiento positivo para que influya progresivamente en la vidareal. Según esta teoría surrealista —que algunas personas siguen a pies juntillas—,basta con desear algo y visualizarlo para que eso se materialice. Haz la prueba.Piensa en una vida de lujo y excentricidades en tu nueva mansión de diseño enMiami, y verás lo que ocurre. Nada. Bueno, sí, tal vez babees un poco. Pero notarásque ni es real, ni aun así estarás más cerca de lograrlo. Eso sí, me temo que tesentirás defraudado a medio plazo.

Abogo por huir de esa clase de optimistas tanto como de los pesimistas. Delmismo modo que en una reunión en la que se tomará una decisión importante no tiene

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mucho sentido rodearse de los cenizos del grupo, tampoco parecería racionalacompañarse por los kamikazes. Y juntarte con todos posiblemente haría que acabesen el manicomio.

Resulta fundamental que vivamos los problemas sin que nos susciten una angustiadesmedida que nos bloquee y nos impida actuar. Sin embargo, las dificultades nopueden hacer que perdamos la oportunidad que representa enfrentarse a ellos, ya quela vida es una escuela. El optimismo racional es hacer oídos sordos al reinantenegativismo colectivo modificando para ello nuestro lenguaje negativo interno yexterno. Ser razonablemente optimista también supone disponer de un «plan B» porsi algo se tuerce. Esto es esencial en la vida profesional. El pesimista nunca tiene un«plan B» porque no cree que algún día le será necesario. El optimista kamikazesiente lo mismo por distintas razones e idéntico motivo: está convencido de que nolo va a necesitar. Son maneras de pensar en términos absolutos de todo o nada.

Desde luego, mantener una expectativa racional de optimismo vital no es lapanacea. Existen altibajos, subidas y bajadas del estado de ánimo. Ésa es la razónpor la que resulta indispensable estar preparado de forma creativa y lógica para esosmomentos. Sabemos que momentos así aparecen siempre, y que todos tenemos un«yo cenizo» (el mío es, a ratos, muy intenso) en nuestro fuero interno al que debemosminimizar y dar respuesta para que no nos engulla cuando las cosas se tuercen.

Las estadísticas muestran que en épocas de guerra la ratio de suicidios desciendede forma sustancial. Eso es así porque el pesimismo es una consecuencia directa denuestra ociosidad, que desbocada lleva a la depresión, y el grado extremo de ladepresión conduce al suicidio. Si tenemos que preocuparnos de sobrevivir y acabarel día, y además de cuidar de los nuestros, el negativismo y la depresión son lujosque no nos podemos permitir. Por ese motivo, en los períodos de guerra apenas haysuicidios, porque en esos instantes tener una depresión supone un lujo.

Para desarrollar el pensamiento positivo vital tenemos, entre otras cosas, queentrenarlo. Muhammad Ali era una persona optimista en el sentido racional, lo que lellevó a dominar el deporte del boxeo y a ser tres veces campeón del mundo en lacategoría de los pesos pesados, una hazaña nunca antes lograda. Uno de sus secretosera enfrentarse con confianza a todos y cada uno de sus combates. Su optimismo seceñía a un entrenamiento muy racional. Cada vez que tenía que enfrentarse a unoponente analizaba sus principales cualidades, y así elegía un sparring queconsiderara mejor que él en ese campo. Si peleaba con un boxeador muy alto y veíaen ello una dificultad, trabajaba y entrenaba con un boxeador más alto que él. Si suadversario tenía un potente golpe de izquierda, buscaba otro que, aunque tuvieraotras deficiencias, gozara de una izquierda igualmente potente. De ese modo, en elmomento del combate ya había previsto las dificultades a las que se enfrentaría y

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podía afrontar cada uno de sus retos con un entrenamiento que le permitía serrazonablemente optimista. Nada mejor para afrontar nuestros retos con un buenestado de ánimo que el conocimiento y el entrenamiento de la respuesta a lasdificultades.

Y es que ser optimista, pero con mesura, tiene toda la lógica del mundo y es unaventaja competitiva.

¿Te echarán de la empresa en la que trabajas? ¡Seguro!¿La empresa que has levantado con esfuerzo acabará cerrando? ¡No lo dudes!¿Vas a tener problemas de salud? Sí, ¡indudablemente!No deberías preocuparte tanto por los vaivenes de la vida ya que, a fin de

cuentas, no vas a poder salir vivo de ella. Partiendo de esa realidad, tienes que sercapaz de ver el mundo con más optimismo relativo. Se precisa ser práctico. Laspersonas pesimistas no lo son, puesto que se consideran víctimas de las situaciones—frases como «todo está tan mal que no me darán el crédito», «no presento elproyecto a concurso porque estará concedido de antemano», «ahora, con la crisis, novale la pena intentarlo...», etc.—, y creen que no pueden hacer nada para remediarlo.Por eso cuando la NASA realiza una selección de personal busca optimistas, porqueson resolutivos —estar a miles de kilómetros de distancia y tener que llamar a casadiciendo «Houston, tenemos un problema» debe ser mentalmente muy duro si no eresoptimista y, por lo tanto, resolutivo—. Ahí afuera, en el espacio, no hay posibilidadde llamar y pedirle cita al psicólogo.

Aunque te pueda resultar extraño, en la actividad profesional contar con algúnpesimista en tu equipo puede tener cierto interés. ¡De hecho son los primeros endetectar los problemas de nuestros productos o servicios! Sin embargo, la normageneral es no confeccionar una plantilla con mucho peso de esos perfiles. Lo másracional es no contar con más de dos personas que sean pesimistas por naturaleza enun grupo de diez individuos.

En cierta ocasión leí el caso de una multinacional en la que a la hora de realizaruna selección final entre tres candidatos para el puesto de director de Ventas de lacompañía, se reunieron con ellos de forma simultánea. El director de RecursosHumanos les planteó una situación sorprendente:

—Imagine que ha fallecido y que estamos en su velatorio. ¿Qué le gustaría que sedijera sobre usted?

Perplejo, tras vacilar unos segundos, el primero de los candidatos respondió:—Que fui un gran jefe de Ventas, una buena persona y un buen padre.Con la ventaja de haber tenido unos segundos más para reflexionar, el segundo

candidato trató de afinar más aún su respuesta:—Bueno, a mí me gustaría que dijeran que fui una gran persona, un magnífico

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jefe de Ventas, que transformé mi empresa y fui una inspiración para lasgeneraciones futuras. En pocas palabras, que dejé un legado.

Por su parte, el tercero simplemente apostilló:—Lo que realmente me gustaría que dijeran en mi velatorio es: «Mira, ¡mira! ¡Si

se está moviendo! ¡Aún está vivo!».Era el optimista del grupo. Ni que decir tiene que fue contratado.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezEl único evento procedente de Facebook al que estaría dispuesto a asistir sería ami propio velatorio. #sipuedesver detalles

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28. ¡Salvad a los enanos!

«He llegado a comprender por fin qué quería ser de mayor: un niño.»

Joseph Heller

Me he acostumbrado a que en algunas de mis conferencias aparezcan políticosmiembros de las administraciones locales e intercambiar algunas palabras con ellos.La presencia de algunos sólo se debe a figurar en la foto como impulsores deiniciativas emprendedoras. La de otros, sin embargo, se justifica por un cierto interésy preocupación real por el grado de actividad empresarial de sus comunidadesautónomas.

El mensaje que me lanzan estos últimos suele ser bastante claro eindiscriminado: «¡Anímalos a emprender!». Cuando eso ocurre les explico que ésano es mi función —¡contrata a un animador sociocultural para eso!—. Lo único quepuedo hacer es compartir mi experiencia, que ya he tratado de reflejar en varioslibros, cursos, conferencias y a través de internet, tanto en mi blog personal como enmi cuenta de Twitter. Comprendo que lo que cuento pueda ser edificante y reafirmara algunas personas en su ánimo de emprender, y que algún día los ayude aconvertirse en empresarios. Sin embargo, tras conocer mi experiencia, algunos delos asistentes se dan cuenta de que eso no está hecho para ellos. De estos últimos esde los que me siento más orgulloso.

No soy un talibán del mundo de la empresa. No tengo la necesidad —ni lacapacidad— de convencerte para que busques un modo de vida parecido al mío.¡Haz lo que te dé la gana! Pero cuando una persona contacta conmigo y me dice que,tras leerme o escucharme, se ha dado cuenta de que eso de ser empresario no es losuyo, siento que he hecho algo útil: he colaborado a que no cometa un error quepodría haberle resultado demasiado caro y tener duras consecuencias personales y

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familiares.A pesar de todo, existe una excepción que no puedo pasar por alto. Hay un caso

para el que siempre estaré dispuesto a animar y estimular el espíritu emprendedor deforma indiscriminada y entusiasta: con los niños.

Seamos sinceros. Cuando eres mayor, casi todo el pescado está vendido. Eres loque eres: el resultado de tu formación, de tu familia, de tus inquietudes personales ysociales. Tienes tus ideas y puedes profundizar en ellas o tal vez cambiarlas un poco,formarte mejor, estimularte... Pero no podrás cambiar la persona que eres de lanoche a la mañana. Si estás acostumbrado a trabajar de 9.00 a 15.00 h, nomodificarás tus hábitos de vida por muchas charlas que puedan darte a no ser queestés dispuesto a un sacrificio y cambio profundos. Es y será duro. No seré yo el quete diga que es fácil. Lo que trato de decirte es que valdrá la pena.

Sin embargo, los niños son esponjas creativas. Están en la edad ideal paraofrecerles y enseñarles las alternativas vitales y profesionales que pueden encontraren el futuro. Al niño se le puede estimular la inquietud que todos llevamos dentropara que se active y dé la cara, y que él mismo lo vaya descubriendo. Y es ahí, connuestros hijos pequeños, y especialmente en las escuelas con alumnos menores dedieciséis años, donde deberíamos fomentar el estímulo de la capacidademprendedora. No con el objeto de forjar a emprendedores para el futuro —¡nimucho menos!—, sino simplemente para formar a personas de mente abierta,iniciadoras, más activas y que tomen riesgos en la vida. En pocas palabras, paramoldear a personas que tengan una mente inquieta y no se conformen con lo que lavida les ponga por delante. Que busquen y generen oportunidades y retos.

La inocencia y la creatividad de los niños, que se va perdiendo a lo largo de losaños, resulta esencial si deseas sembrar en ellos la semilla del emprendimiento.Cuando somos mayores evolucionamos y perdemos esa inocencia y esa creatividad.Asumimos complejos, miedos y condicionamientos sociales que nos convierten enmalas copias unos de otros, en personas vestidas con el mismo traje gris que teje lasociedad, como si fuera el predeterminado para llevar puesto durante nuestraexistencia. En esos momentos ya es demasiado tarde.

¿Qué podemos hacer por los más pequeños para estimular en ellos algo distinto?En primer lugar, ayudarles a seguir siendo niños. A no perder su niñez, a asumir

riesgos y a continuar siendo creativos. A probar cosas y a ser imprudentes ¡todo loque quieran! A sentir inquietudes y que no les importe equivocarse. Todo ello sonvirtudes propias de la inocencia infantil que, para nuestra desgracia, vamosdesgastando a lo largo de los años. En resumidas cuentas, hay que fomentarla ynutrirla. La creatividad, el deseo de soñar y la inocencia infantil son el camino. Nohay que perderlos.

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Te contaré una anécdota. En cierta ocasión una amiguita de mi hija estabahablando con otro niño de su edad. Este último le decía que tenían tres coches encasa: el de papá, el de mamá y el de su hermano mayor. Ella, con cara de sorpresa,no pudo sino exclamar muerta de inocente envidia:

—Hala, ¡qué suerte! ¡Nosotros sólo tenemos dos: el Ferrari y el PorscheCayenne!

Era difícil no sonrojarse al escucharlo. Bendita inocencia.Ésa es la bendita inocencia que los niños deben perder lo más tarde posible, la

misma que los adultos tenemos que compartir y disfrutar al máximo.No reñirles por sus errores y estimularles a intentarlo una vez más. Esto

último es fundamental, ya que la sociedad en la que vivimos, con una arraigadacultura de intolerancia al error, no podrá lavarles el cerebro y quitarles lo que ya hanaprendido. No podemos confiar en el sistema educativo. La formación de nuestrospequeños es demasiado importante, y tenemos que dejar en ellos nuestra propiahuella. Cuando un niño se equivoca resulta crucial que los padres no le solucionen lapapeleta, sino que, lejos de arreglarle su problema, le incentiven a probar de nuevo ya resolverlo por sus propios medios.

Es muy importante enseñarles a marcarse metas. Podríamos clasificarfácilmente a sus mayores en personas con objetivos marcados y personas a la deriva.En el mundo en que vivimos hay muchas más del segundo grupo que del primero. Nodigo que les vaya mal, o que no puedan ser felices actuando así. Sin embargo, tengola convicción de que las personas que se marcan metas y se esfuerzan por cumplirsus objetivos disfrutan más del camino y, en consecuencia, acaban logrando unamayor satisfacción personal y disfrutando más de los éxitos, ya que están pautados yson deseados.

Desde niños hay que enseñarles el valor de las cosas. Todo tiene un precio,todo cuesta un determinado esfuerzo. Deben ser conscientes de ello y aprender aaprovecharlo. Deberíamos comprar a nuestros hijos dos pelotas de fútbol: la primerapara jugar hasta destrozarse los zapatos, la segunda para alquilarla a sus amiguitos.

Cuando vivía en Estados Unidos como estudiante de intercambio, comprobé queera habitual ganar un dinerillo extra trabajando en un restaurante fast food los finesde semana, o cortando el césped del vecino. Eso no sólo era algo frecuente, sino queademás estaba socialmente muy bien visto. Al regresar a España, lejos de serincentivado para ello, recibí algunas reprimendas por intentar llevar a cabo algunaactividad que me garantizara unos ingresos adicionales: simplemente, a mi edadestaba mal visto. «Tu trabajo es estudiar. Punto», me decían. Incluso hoy en día,veinte años más tarde, si le propusiera al hijo de mi vecino cortarme el césped deljardín, es posible que recibiera una reprimenda del padre o, peor aún, una denuncia

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por explotación infantil. Por eso será mejor que lo siga haciendo el jardinero.Los chicos deben aprender a aprovechar las oportunidades, y tienen que ser

recompensados por ello. En cierta ocasión asistí a una conferencia en la que elconferenciante sacó de su bolsillo un billete de 10 euros y preguntó en voz alta:

—¿Quién lo quiere? ¡Que se levante!Ni tan siquiera el 10 por ciento del auditorio hizo el ademán de moverse. Ése es

el fiel reflejo de las personas que ven pasar las oportunidades delante de sus naricessin la más mínima intención de levantarse a por ellas. En estas personas se mezcla lapasividad, la incredulidad y la vergüenza. Si entras en una clase de niños de diezaños y preguntas quién quiere un paquete de chuches, estoy convencido de que habrátortas, te pisotearán y se abalanzarán sobre ti. ¡Ésa es la actitud que se precisa!

Hay que estimular el espíritu emprendedor desde la infancia, ya que muchos delos adultos representan una causa perdida. ¡Centrémonos en cuidar, mimar y salvar alas generaciones venideras! ¡Salvemos a los enanos!

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLa educación termina cuando al fin has logrado olvidar lo que te han enseñado enel colegio. #sipuedesver detalles

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29. Nunca discutas con un imbécil

«El primero que comparó a la mujer con una flor, fue un poeta; el segundo, un imbécil.»

Voltaire

Dentro de mi interminable lista de defectos podría destacar uno de los que meprovoca más quebraderos de cabeza: mi puntual falta de prudencia. Con los años heido aprendiendo a controlarla. Es algo que he tenido que aprender a golpes y que meha obligado a pasar por situaciones incómodas en las que, con una sonrisa en laboca, lo más que he acertado a pensar ha sido el clásico «tierra, ¡trágame!».

Una de mis más celebres imprudencias la cometí la primera vez que salí a comercon la que hoy es mi familia política. Recuerdo que éramos muchos. Yo apenasconocía a la mayoría de los presentes, y salimos a comer a un restaurante en lasafueras. Era un secreto a voces que por aquel entonces mi suegro no eraprecisamente muy fan mío, y eso hacía la situación un poco más incómoda de lo que,ya de por sí, son los primeros encuentros, en los que uno pretende dejar una buenaimpresión. Recuerdo que picamos unas tortillas. No sé por qué extraño motivo laconversación derivó en si la tortilla se debía partir con cuchillo o con tenedor —tenedor, por favor, ¡si es evidente!—. Me adorné demasiado para finalizar, cuandodejé caer que no era tan trascendente, quitándole hierro al asunto, ya que peor «eranlos horteras que pelan las gambas con cuchillo y tenedor». Mi suegro tragó saliva.Mi mujer, con un ataque de risa, se recreó en explicar, lenta y detalladamente, que supadre siempre las pelaba así en su casa. Di un sorbo al vino. Acabábamos deempezar y la comida ya me estaba pareciendo muy larga. Y, aun así, curiosamente, alfinal mi suegro me dejó casarme con ella.

Desde joven —¡eh!, aún sigo siéndolo. ¡Qué estoy por debajo de los cuarenta!—me gustó coleccionar pintura. Actualmente puedo hablar sobre ello con gente de mi

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edad, pero cuando tenía veinticinco años ése no era un tema recurrente deconversación al salir a tomar una copa con mis amigos. Al margen de queactualmente hay poca cultura artística, en aquel entonces a la gente de mi edad y demi entorno le importaba un carajo —por ejemplo— mi opinión sobre la evolucióndel realismo mágico de uno de mis artistas favoritos, el pintor extremeño EduardoNaranjo. Bueno, de hecho creo que hoy siguen siendo pocos los que se interesan porese tema, y cuando me enrollo asienten mecánicamente, lo que es posible que quieradecir que han desconectado y estarán preguntándose qué habrá de cena esa noche.Pero imagino que conversaciones así de coñazo, de vez en cuando, son el precio quedeben pagar por disfrutar de mi grata compañía.

Tuve la suerte de conocer a Ramón, un anticuario que tenía un enorme local queantes había sido un gimnasio cerca de la casa de mis padres, en el barrio madrileñode Chamberí. Ramón, de etnia gitana, es de mi edad, y tiene un sexto sentido para lapintura antigua. Teníamos apenas treinta años y en seguida congeniamos yempezamos a pasar juntos algún tiempo. Durante años, de vez en cuando me metía ungol vendiéndome un cuadro mucho más caro que el precio de mercado, o yo se lodevolvía comprándole otro muy por debajo del precio que en realidad tenía. Eracomo un juego, aunque, para ser sincero, reconozco que casi siempre era él quien mellevaba a su terreno. Las pocas veces que le saqué ventaja fue, sobre todo, porfortuna.

Ramón creció junto a su padre, también anticuario de profesión. Podemos decirque se crió viendo pintura desde niño. Aún hoy es su pasión. Él todavía no lo sabe,pero no es un comerciante: es un coleccionista, y eso limita su negocio. Su vida es lapintura. Descubrirla, investigarla y guardarla. Se encariña de las buenas piezas y lasesconde incluso de sus propios clientes. Sólo en las ocasiones en las que la gananciaes grande, o cuando lo necesita, liquida una pieza para hacerse con otra mejor yacaba vendiendo esas obras. Algunos de esos cuadros que no quiso vender, e intentóno hacerlo, decoran desde hace tiempo las paredes de mi casa.

Hace ya bastantes años fuimos juntos a Feriarte, la feria del arte y de lasantigüedades de Madrid, en la que cada año se reúnen los más destacadosanticuarios y galeristas. El evento es tan importante que suele haber —literalmente—tortas entre los profesionales por conseguir un stand. Para los anticuarios y galeristaslas ferias son un lugar en el que se pueden ver obras interesantes, hacer contactos ymedir el pulso de cómo va el mercado. Rara vez compran, y cuando lo hacen sonoperaciones de trastienda, antes o después de la apertura al público, a precios muydiferentes de los que se ofrecen a un cliente particular. Generalmente, estas feriasson caras para comprar, ya que el galerista tiene que cubrir los altos costos deldesplazamiento y del stand y, además, son pocas las grandes ferias que le permiten

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hacer caja con mayúsculas. Ésta es una de ellas. El caso es que al acudir en aquellaocasión con Ramón pasé a recibir de los expositores un trato más parecido al de unanticuario, y no como hacían habitualmente, de coleccionista.

Nos detuvimos en el stand de un conocido galerista valenciano —que noidentificaré—, y me interesé por una obra de Miquel Barceló. Ante mi interés, trasunos minutos contemplando la pieza, el galerista nos explicó la importancia de laobra, y nos propuso un precio muy elevado. Lo justificaba por la época en la que fuecompuesta, principios de los años noventa, la época de Malí: «La más cara deBarceló», dijo. En aquel momento me pareció un atraco de tal magnitud que entabléuna discusión, primero cordial, pero por instantes cada vez más acalorada, con elpersonaje. ¡Eso no era así! Yo conocía bien la obra de Barceló y lo que nos decía noera cierto. ¡Ese tío era como Curro Jiménez! Sabía positivamente que lo más caro desu obra eran las series de plazas de toros, y no la época de Malí, pese a tenertambién una buena cotización. Durante unos minutos intercambiamos opiniones yacabé detallándole los precios de cotizaciones y subastas que conocía bastante bien.¡No podía permitir que nos tomara por tontos! El hombre empezó a acalorarse y afrustrarse ante un joven al que doblaba la edad que le discutía sus razonamientos. Yomiraba a Ramón, que sonreía y hacía gestos ostensibles para que dejara aquelladiscusión estéril. Imagino que al final salí victorioso aunque, evidentemente, nologré hacerle rectificar, y mucho menos pude comprar la pieza.

Salí del stand con cierta frustración y pensé en cuánta razón tenía Quevedo:«Todos los que parecen estúpidos lo son, y además lo son la mitad de los que no loparecen».

Al alejarnos, Ramón me dijo algo que tiene toda lógica, y que me aleccionó parami vida cotidiana.

—Ganar una discusión no aporta nada. Enseñar lo que sabes empequeñeciendo atu contrincante, y discutir, aunque veas que te toman por tonto, tampoco. Al final tellevas una efímera satisfacción. Es ficticia. Has perdido, te vas a tu casa y no tellevas el cuadro.

Me quedé pensando en ello. Era sensato, y tenía toda la razón. Hoy trato deseguir su consejo. Aquel día no compré lo que tal vez, con otro precio, hubieraquerido. Lo único que conseguí fue darle una lección a otra persona que, muyposiblemente, debió quedarse pensando «menudo idiota», y todo por demostrarleque no podía tomarme por tonto. No obtuve lo que deseaba y suscité un rencor inútilque podría perjudicarme en el futuro en el caso de que tuviera algo que me resultarainteresante. Eso sí, me llevé la lección aprendida: nunca discutas con un imbécil.Siempre te llevará a su terreno, y allí te ganará por su amplia experiencia.

Esto último me recuerda a una frase de Pau Gasol tras un partido contra Los

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Angeles Clippers en 2012. Su equipo, Los Angeles Lakers, había ganado. Sinembargo, la imagen del partido era la de uno de sus rivales, un mastodonte llamadoBlake Griffin —apodado «el Cyborg»—, machacando el aro por encima de Gasol ygolpeándole violentamente al hacerlo, en una enorme demostración de fuerza.Cansado de las preguntas sobre la jugada, repetida hasta la saciedad por lastelevisiones, Gasol declaró inteligentemente: «Perfecto. Para nosotros el partido,para ellos los highlights».[6]

Gasol tenía razón. Los Lakers habían ganado el partido. Eso mismo es lo quetenemos que hacer nosotros cada día.

Decía el filósofo español Miguel de Unamuno que hay dos clases de tontos. Los«tontos pasivos», que lo son pero que no hacen alarde de ello, y los «tontos activos»,que no saben que son tontos y presumen habitualmente de su propia estupidez. Hazmecaso. Si te topas con alguno de estos últimos, déjalo pasar. No merece la penadiscutir con un tonto que se enorgullece de su propia tontería. Una vez leí en unapared que nunca te debes pelear con un cerdo. Te llenarás de barro, y encima a él legustará.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezEl mejor truco para ser estúpido es intentar parecer muy sofisticado e inteligente.#sipuedesver detalles

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30. Siete REMEDIOS para un bolsillo vacío

«En la vida hay que escoger entre ganar dinero o gastarlo. No hay tiempo suficiente para ambas cosas.»

Édouard Bourdet

Se han escrito multitud de libros que prometen la riqueza y la abundancia. He leídocon curiosidad algunos de ellos. Unos están escritos por voraces inversores,tiburones y magnates; otros, por bienintencionados autores de mayor o menor éxito ycalidad, y me atrevería a decir que la mayoría fueron escritos por —para decirloclaro— jetas y oportunistas. La mala noticia en este punto es que no vas a lograrhacerte rico por leer un libro. Esos maravillosos secretos, si existieran —convendrás conmigo que es poco probable—, serían exprimidos hasta la extenuaciónpor su poseedor, que no los compartiría con el gran público. En otras palabras, si yofuera el propietario de la fórmula de la Coca-Cola, ¿qué haría?

¡Pues, sin duda, elaboraría y vendería Coca-Cola sin descanso! Noche y día.Puedo garantizarte que no se me pasaría por la cabeza hacer una estupidez tal

como escribir un libro explicando cómo puedes elaborar Coca-Cola. Estoyconvencido de que no eres tan ingenuo como para verte decepcionado por estaafirmación. De hecho, me juego la mano derecha a que estás en sintonía con micomentario. No te preocupes. Si ésa era la mala noticia, también existe una buena:algunos de esos libros —sin duda los menos pretenciosos, créeme: no se puedeesperar nada de títulos como Hágase rico en una semana o Conviértase hoy enmultimillonario— resultan muy útiles para enseñarnos la lógica de la inteligenciafinanciera. Y eso no se aprende en las escuelas.

En algunos de los capítulos de este libro apreciarás que tengo una cierta fijacióncon el modelo educativo. ¿Cómo podría explicarlo de forma sutil? En mi opinión, agrandes rasgos y sin ánimo de exagerar un ápice u ofender a nadie, el sistema

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educativo es una mierda. Una basura, una enorme tomadura de pelo. Nuestroscolegios y universidades son un absoluto desastre, y eso es algo que reconocen ellosmismos en petit comité. Eso sí, muchos profesores con los que hablo del tema medan la razón y afirman que «es cierto, muchos de mis compañeros son auténticosfuncionarios». Pero ninguno, con los que he hablado, se mete jamás en el mismosaco.

Durante la bonanza económica, la universidad ha sido una fábrica de«mileuristas», para ahora, durante la recesión, convertirse en una fábrica de parados.De nada sirve tener en producción una fábrica estatal de carretes de fotografíacuando lo que la gente usa y demanda son ya máquinas digitales. Mientras intentemosmantener artificialmente lo que está obsoleto y no funciona, no avanzaremos unápice. Podría escribir una tesina basada en mi crítica al funcionarial sistemaacadémico. Simplificando mucho, éstos son dos de mis principales argumentos.

El primero se basa en lo siguiente: nos preparan para un engaño, para buscar unprimer puesto de trabajo como becario —como si ésa fuera la única vía—,instalados en el camino único de la producción en serie. Aunque también es ciertoque en estos últimos años, movidos por la crisis económica, se está empezando aplantear que existen otras alternativas tales como emprender, formarse para podercrear una empresa, o incluso autoemplearse.

Mi segunda queja es que nos enseñan cosas surrealistas. Bueno, tal vez en esohemos ido mejorando a lo largo de los años. Reconozco que no me tocó memorizarla utilísima lista de los reyes godos, como a mis predecesores. Pero no nos enseñana manejarnos con las finanzas o con el dinero, que es, indudablemente, una necesidadvital y marca diferencias durante todo nuestro futuro. Parece que eso se debe a uncomplejo del ámbito académico, en el que palabras como «dinero» provocan unsarpullido. Instalados en su burbuja artificial, los académicos atribuyen a palabrascomo ésa una moral inferior y, por lo tanto, les resultan menos edificantes. Conozcoel caso de algunos profesores universitarios que han llegado a decir a sus alumnosque conceptos como «dinero» o «empresa» contaminan el ámbito universitario, y que«ya habrá tiempo para eso cuando acaben su formación». Como si estuvieran sobreun terreno sagrado y lo citado fueran bajos instintos. ¡Pero si una parte importante desu formación es precisamente prepararse para ello! Señor presidente del Gobierno,no limiten las prejubilaciones a temprana edad. Haga algo más útil: ¡prejubilen a losprofesores que piensan así! Hacen muchísimo daño, ¡y además son un auténticocoñazo para sus alumnos!

Es de justicia señalar que como el hambre agudiza el ingenio y como desde hacealgunos años «papá Estado» no puede pagar las nóminas, le hemos visto las orejas allobo y en algunas facultades se está produciendo un cambio de enfoque. Esto se

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debe, especialmente, a los docentes más jóvenes, que no están anquilosados cualtelarañas en sus despachos y que comprenden que no hay mejor manera de facilitarsu puesto de trabajo que abrir nuevas vías laborales. Adaptarse al mundo. Elprincipal problema que se encuentran las personas que buscan esas nuevas vías, quemiran hacia el mundo del emprendimiento activo, es que son sólo un michelín dentrode un cuerpo que lleva décadas sin hacer deporte. Les va a costar Dios y ayudaeliminar toda esa grasa acumulada. Espero de todo corazón que lo consigan, porqueme consta que en muchísimos casos, sin los medios necesarios, ese esfuerzo estásiendo meritorio y enorme. Suerte en ello.

Los bolsillos vacíos tienen cura. Éstos pueden ser algunos remedios para ello:

1. Ahorra una parte de las ganancias. Hazlo, al menos, con un 10 por ciento detus beneficios. De ese modo tendrás un remanente en el caso de que lleguen las vacasflacas. Trata de pensar a largo plazo.

2. Controla tus gastos. Gasta lo imprescindible. Date cuenta de que cuanto másganas, más gastas, lo que indica que muchos de esos gastos son superfluos.

3. Que tu oro se multiplique. Invierte parte de lo que hayas ganado. Cada euroque ahorres es un ayudante que trabaja para ti.

4. Protege tu tesoro. No se trata de invertir a lo loco. Se deben seleccionar conmucho rigor las oportunidades de inversión. En ese sentido, la toma de riesgos debetener un objetivo concreto. En definitiva, el riesgo ha de ser meditado.

5. Que tu vivienda sea tu primera inversión rentable. Es muy importante. Del90 por ciento de los ingresos que te sirven para vivir, una parte debe consagrarse allugar en el que vives y/o trabajas. Evalúa tus capacidades y necesidades y opta porla solución más inteligente —compra o alquiler, casa o apartamento, etc.

6. Ata ingresos futuros. No lo dejes todo en el aire. Imagina el momento en elque ya no puedas o no quieras trabajar más. Cúbrete las espaldas. Si no lo has hecho,cuando llegue ese instante verás que te será imposible dejar de trabajar porque notienes una fuente de ingresos. Piensa en el futuro.

7. Sigue buscando formas de generar ingresos. Aunque los tengas, trata de irmás allá de tus capacidades actuales: desarrolla tus habilidades, buscaoportunidades alternativas, fórmate en otros ámbitos. Si lo haces, verás que en pocotiempo todo tu esfuerzo dará sus frutos. ¡No hay mejor antídoto contra la monotonía...y contra los imprevistos!

Una mínima y correcta formación financiera resulta imprescindible en la vida decualquier persona. Aunque sólo sea para sonreír y poder mandar al carajo al directordel banco que intenta colocarte unas «atractivas participaciones preferentes».

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RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezYa que todo lo relacionado con la educación financiera no lo aprenderás en clase,ten inquietud y fórmate por ti mismo. #sipuedesver detalles

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31. Alérgico a las balas

«La lógica te llevará de A hasta B. La imaginación, a donde tú quieras.»

Albert Einstein

Decía Henry Ford que «tanto si piensas que puedes como si piensas que no puedes,estás en lo cierto». Tal vez por ello, tomando su cita de forma literal, tenga sentidopensar que cuando nos proponemos algo, si tenemos los pies en el suelo, casisiempre podemos hacerlo.

En un mundo en el que reina el desánimo y la negatividad, podemos encontrarcasos de personas que debido a su optimismo vital resultan interesantes estímulos delos que debemos tomar ejemplo. Y al decirlo no estoy pensando en ejemplaresextremos y únicos de inspiración espiritual, como Mahatma Gandhi. Por supuesto, lavida de grandes hombres puede ser inspiradora, pero nos resulta excesivamentelejana. Me refiero sobre todo a encontrar en nuestro día a día las actitudes positivasde lucha a pequeña escala. Aunque no lo creas, son mucho más habituales de lo quepodemos pensar, una joya para el que sabe observarlas y, por medio de ellas,encontrar sus respuestas. Observa alrededor, y seguro que encuentras a algunapersona que crecida ante sus dificultades diarias puede darte un ejemplo de tesón yconstancia.

Hay gente formidable, hombres y mujeres extraordinarios de los que se aprendeuno de los aspectos más fundamentales en esta vida: la actitud para enfrentarse a lascosas. Los hay a nuestro alrededor, aunque a veces no lo parezca. Sólo tienes quedetenerte un poco, escuchar y observar con atención. Verás como a tu lado tienes aalguno de esos tipos que inspiran ánimo y ganas de vivir. Si no lo encuentras, miracon otros ojos, no con los de la rutina, el hastío o la melancolía. Que no te cieguentus prejuicios. En todos los desiertos crecen flores. Pocas, pero crecen. Saberlo es

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ser realista, y si eres positivo debes ser capaz de salir a buscarlas.Ha llegado a mis oídos una historia que quiero compartir contigo. Trata sobre

una de esas personas que califico como «flores del desierto». Siempre estaba debuen humor y tenía algo positivo que decir. Si alguien le preguntaba qué tal le iba,contestaba la misma cosa:

—Mejor, imposible.Era un ejemplo natural. Si uno de sus compañeros tenía un mal día, ahí estaba él

para hacerle ver el lado positivo de las cosas. En cierta ocasión alguien le preguntó:—¿Cuál es tu secreto? ¿Cómo es posible que siempre estés dispuesto a animar a

los demás?Entonces él simplemente contestó:—No es ningún secreto. Cuando me levanto por la mañana me digo a mí mismo:

tienes dos opciones, estar de buen humor o estar de mal humor. Siempre escojo estarde buen humor. Cuando me sucede algo malo también tengo dos opciones: ser unavíctima o aprender de ello. Y siempre escojo aprender de ello. Cada vez que alguiense acerca a mí a quejarse, tengo dos opciones: puedo aceptar su queja o bien puedoseñalarle el lado positivo de la vida. Y escojo esto último.

—No puede ser tan fácil —dijo su interlocutor.—Lo es. Todo en la vida depende de tus elecciones. Tú eliges cómo vivir tu vida

—sentenció.Años más tarde, nuestro optimista vital sufrió un atraco. Le asaltaron, la

situación degeneró y los asaltantes le dispararon. Tuvo suerte y le llevaronrápidamente a las urgencias de un hospital. Tras varias operaciones y muchos mesesde rehabilitación, logró salir de allí con vida.

Algún tiempo después, un amigo suyo, a quien hacía mucho tiempo que no veía,le preguntó cómo se encontraba.

—Mejor, imposible —contestó.Su amigo, enterado de lo que le había ocurrido y admirado por su actitud, le

preguntó qué había pasado por su mente en el momento en que le dispararon.—Recuerdo que cuando me vi en el suelo y sangrando, tuve la convicción de que

tenía dos opciones: podía elegir vivir o podía elegir morir. Elegí vivir. Después, enel hospital, los médicos se portaron muy bien conmigo, y no dejaron de darmeánimos. Sin embargo, cuando me llevaron al quirófano para ser operado de urgencia,comprendí que a juzgar por la expresión de sus caras, la cosa no iba nada bien. Eracomo si me estuvieran diciendo: «Amigo, estás muerto». Entonces comprendí quetenía que tomar una decisión.

—¿Qué hiciste?—Uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo. Respiré profundo y le

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contesté: «Sí, a las balas». Y aprovechando que mi chiste les hizo gracia, añadí:«Doctor, he elegido vivir. Sólo les pido una cosa. Opérenme como si estuviera vivo,no como si ya estuviera muerto».

Nuestra flor del desierto, nuestro optimista vital, logró salvarse gracias a lapericia de sus médicos. Pero yo me atrevería a decir que también influyó, de formadefinitiva, su actitud positiva.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarez—Pero ¿de qué te ríes, si te acaban de caer cinco años de cárcel? —Sí, ¡pero soncinco años sin pagar alquiler! #sipuedesver detalles

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32. No, ¡gracias!

«El hombre es un experimento; el tiempo demostrará si valía la pena.»Mark Twain

Una de las cosas que más trabajo me ha costado aprender a lo largo de mi vida es adecir «no». Creo que he tardado en hacerlo treinta y nueve años, mi edad actual. Yno pondría la mano en el fuego si el año que viene pensara que he tardado...cuarenta. En otras palabras, estoy intentando curarme de ese mal, que si bien resultadañino en el ámbito personal, es una auténtica tragedia en el campo profesional.

Hay algo que todos tenemos por igual, y algunos lo aprovechan mejor que otros.Mañana serán 24 horas, 1.440 minutos... Unas personas les sacarán todo su jugo.Otras, sin embargo, no lo harán tanto. Esa suma de actividad diaria hace que algunoslleguen más lejos que otros a medio y a largo plazo. Por ese motivo hay quefocalizarse en lo importante. No debes permitirte el lujo de malgastar tu tiempo encualquier cosa que no te acerque a tus objetivos.

Te haré una confesión: sé que tengo un problema, al que intento poner coto —aúnsin mucho éxito—, con el correo electrónico. Vivo por y para él. Cuantos más e-mails respondo, más e-mails recibo. Cuanto antes contesto, antes me responden. Aveces tengo una sensación casi de angustia si no reviso mi correo durante unascuantas horas —¿habrá sucedido algo importante? ¿Estará alguien esperando unarespuesta de mi parte?—. Situaciones como las que te estoy relatando precisan unaprofunda racionalización: debemos hacer que la tecnología nos asista, pero siempresin depender de ella.

Al margen de la tecnología, la principal causa del malgasto del tiempo son laspersonas. Trataré de explicarme. Muchas veces me llegan propuestas de personascercanas y de desconocidos que pretenden que dedique mi tiempo a dar clases,conferencias, cursos, a leer sus proyectos y a opinar sobre ellos para poder

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mejorarlos; o a que me registre en sus páginas webs y testee el producto en el queestán trabajando, y así tener mi feedback... Te conozcan o no, tengan o no relacióncontigo, todas esas personas lo interpretan del siguiente modo: «¿Qué te cuestahacerlo? ¡Es sólo algo de tiempo...!». Ahí reside precisamente el problema. ¡Es mitiempo, y es lo más valioso que tengo, lo único que no puedo recuperar! Tengo unacantidad limitada de horas, de días y de años, y tengo que aprovecharlos ydisfrutarlos al máximo. Es mi único bien no recuperable.

Pues bien, si miro hacia atrás llego a la conclusión de que he perdido una enormecantidad de tiempo en actividades que no me interesaban ni me aportaban lo másmínimo, ni a mí ni a nadie de mi entorno, simplemente por compromiso y porque ensu momento me resultó violento decir: «No, gracias».

Un ejemplo reciente. Por increíble que parezca, suelo recibir varias propuestassimilares a ésta... ¡cada semana!

El caso es que me escribió un conocido mío solicitándome una colaboración conuna prestigiosa universidad situada en el norte de España. No identificaré a launiversidad porque me parecería de mal gusto y supondría un golpe a su prestigio.Mi única intención es poner de manifiesto que este «buenrollismo» estágeneralizado, y que peticiones así, de entidades grandes, pequeñas y medianas,llegan casi a diario.

Estaban lanzando un proyecto destinado a emprendedores. Me solicitaban que loavalara con mi nombre e imagen en su página web —absurdo: ¡si no lo conocía!— yque además escribiera un par de artículos al mes en una publicación en línea queestaban lanzando. Como contraprestación a mi tiempo, ya que no tenían el másmínimo interés en pagar mis colaboraciones, me ofrecían dar una clase magistral asus alumnos. Me quedé perplejo. Me ofrecían como compensación que dedicara mástiempo, perdiera más días de trabajo, preparara una clase y siguiera trabajando paraellos..., ¡gratis! Y a ellos todo esto les parecía razonable. Confundenconscientemente colaborar con que les dediques tiempo y trabajo a cambio deabsolutamente nada. Y se quedan tan anchos. Como digo, esto sucede con algunas delas principales instituciones del país. Imagina con otras de perfil más bajo...

Iré al grano. Por miedo a parecer soberbio o maleducado, hasta hace pocotiempo solía responder con una mueca de agradecimiento y alguna mentira piadosa,del tipo:

—Gracias por pensar en mí, pero lamentablemente no podría, ya que este mesando muy liado...

O bien:—Muchas gracias, pero para ese día ya tengo la agenda cerrada...En algunas ocasiones excusas así me permitían evitar una pérdida de tiempo

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mayor. Sin embargo, cada vez era más frecuente que las mismas personas que meofrecían esas «colaboraciones abusivas» respondieran a mis argumentos sin darsemínimamente por aludidos:

—Faltaría más. Sin ningún problema. Como este mes estás ocupado, ¡empezamosel mes que viene!

O también:—No te preocupes. Cuento contigo para la semana siguiente. Me lo apunto para

recordártelo.Por cosas así me he obligado a responder con claridad meridiana, aun a riesgo

de parecer algo borde:—No, ¡gracias!Pero entonces ocurre que me piden explicaciones por los motivos de mi negativa,

e incluso algunos se ofenden por no estar interesado y decirlo tan claramente. Otros—los menos— lo comprenden perfectamente y dejan de insistir.

Si alguien no aprecia tu tiempo y te lo demuestra con propuestas en las que saleganando él y a ti te cuestan tiempo o dinero, su opinión no debe preocuparte.Créeme. No debes tener el más mínimo pudor al contestarle: «No, ¡gracias!».

Saber decir «no» es un arte, una de las cosas que más puede reforzar tuproductividad y darte el tiempo necesario para dedicarte a lo que realmente importa.En el trabajo, como en la vida, hay que rechazar propuestas que en realidad noquieres llevar a cabo. Si te resulta difícil decir «no» vivirás tu vida resolviendo lasnecesidades de los demás, y eso será un lastre para conseguir tus metas y deseos.

Para aprender a decir «no»:

—Pregúntate si realmente quieres hacer lo que te están pidiendo.Independientemente de las expectativas de la persona que te realiza la propuesta, ode tu vinculación emocional con ella, no respondas nunca «sí» de forma automática.Valora fríamente la propuesta, si te resulta interesante o provechosa, o si merece lapena...

—Valora si es viable. Si tras pensarlo te apetece, o si crees que es interesantehacerlo, piensa en si podrías, si tienes tiempo suficiente o medios para cumplir conel compromiso que te piden. Si algo te apetece pero no puedes llevarlo a cabo,estarás metiéndote en un berenjenal en el que al final no te gustaría estar.

—A la hora de decir «¡no, gracias!». Intenta hacerlo de forma amable, peroclara. Sé tajante en tus razones, ya que si no lo haces algunos tenderán a forzarte eintentarán aprovecharse de ello. Intenta no ofender ni herir a la persona que te hacela propuesta. Si es cercana, extiéndete en tus motivos y busca su comprensión.Muestra empatía, pero también firmeza en tu decisión. Di que no con elegancia, pero

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también con pleno convencimiento de lo que dices.—Una vez hecho. No te sientas mal. Estás en tu derecho de decir «no» y

desechar una propuesta. Es importante que en ningún caso nadie te lleve a pensar locontrario. Ése es uno de los derechos fundamentales de la persona asertiva.

Benjamin Franklin dijo en cierta ocasión que «el tiempo es oro». Haz todo lo

posible para que no te lo roben. Los ladrones de tiempo acechan en cualquieresquina. Hoy son mucho más abundantes que los ladrones materiales, y además noestán socialmente tan mal vistos.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezNada te posiciona más ni mejor que el lujo de permitirte decir «no». #sipuedesver detalles

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33. El deporte nacional

«La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen odejan de hacer los demás muestra cuánto se aburren.»

Arthur Schopenhauer

Desengáñate. El fútbol —o tal vez te gusten más los toros— no es ya signo deidentidad nacional. El deporte nacional es... ¡la envidia! Y ahí sí que somos loscampeones del mundo.

Tal vez sea algo inherente a nuestro carácter. El caso es que la felicidad siempreparece relativa según con quién nos comparemos. La mayoría de la gente se sientesatisfecha —o no— con su salario dependiendo de con quién se compara.

El profesor Bruno Frey, de la Universidad de Zúrich, uno de los gurús de lallamada «ciencia de la felicidad», lo explica muy gráficamente al creer que no es elnivel absoluto de ingresos lo que nos aporta satisfacción, sino la posición quetenemos respecto a los otros individuos. En otras palabras, el hombre llevaimplícitamente inscrita en su ADN la palabra «envidia», y generalmente somos máso menos felices en lo económico respecto a los demás.

Tal vez por esta paradójica situación soy dado a pensar que durante los años debonanza económica previos a la crisis no hemos disfrutado, en general, todo lo quehubiéramos debido. Por una sencilla razón. Aunque nuestro nivel de vida erasuperior al actual en el 99 por ciento de los casos, siempre había alguien cercanoque vivía mejor. Y eso lo ensombrecía. Es triste, pero real como la vida misma.

Un amigo me relató recientemente uno de los casos más curiosos que jamás heescuchado. Me contó que tras la fusión entre iguales de dos empresas, éstas seunieron en un mismo edificio. Con una mezcla de estupor y vergüenza ajena, miamigo me contaba que había visto cómo uno de los subdirectores, cinta métrica en

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mano, medía su despacho para, posteriormente, hacer lo propio con el delsubdirector de la otra compañía. No era una cuestión de problemas de espacio. Elasunto consistía en ser más que el otro para así poder sentirse satisfecho. Pese a sertriste, estos gestos ruines son más habituales de lo que podríamos pensar en unprimer momento.

Cuenta la Biblia que una buena mañana de verano un terrateniente se despertócon el ánimo de comenzar la vendimia. Sus viñas eran tan numerosas que loshombres que habitualmente contrataba para esas labores no bastaban para realizar eltrabajo en un tiempo razonable. Sabedor como era de que en la plaza pública habíahombres a la espera de un empleo, cogió su caballo y se dispuso a llegar a un tratocon ellos.

—¿Quién quiere trabajar? —preguntó al llegar a la plaza—. Tengo muchasviñas, y quiero vendimiarlas antes de que llegue la lluvia. Necesito todas las manosque sea posible.

—¿Cuánto pagarás? —preguntó uno de los hombres.—Un denario a cada uno. Ése es el trato.—De acuerdo. Iremos contigo —dijo otro jornalero.Las horas pasaban velozmente, y el propietario de aquellas fértiles tierras se dio

cuenta de que con aquellos hombres no bastaba. El trabajo avanzaba lentamente, y suobjetivo estaba lejos de cumplirse. Así que a las nueve de la mañana montó de nuevoen su caballo y se dirigió a la plaza pública en busca de más hombres. Los hallósentados a la sombra, ociosos y cabizbajos, a la espera de que alguien les ofrecieratrabajo.

—¿Quién quiere trabajar? —preguntó nuevamente—. Necesito brazos fuertespara vendimiar mis viñas.

—¿Cuánto pagarás? —le preguntaron.—Si trabajáis bien, podré pagaros un denario a cada uno.—Está bien. Aceptamos —dijeron varios de ellos poniéndose en marcha.El sol se alzaba ya en lo más alto del cielo y el terrateniente seguía sin estar

satisfecho con el ritmo de trabajo. Las viñas estaban demasiado cargadas, y noparecía que aquellos hombres pudieran terminar antes de que finalizara el día. Demodo que montó por tercera vez en su caballo, se dirigió a la plaza pública y hablócon los hombres desocupados que allí estaban.

—¿Quién quiere trabajar? —preguntó a los que allí se congregaban.—Nosotros —respondieron varios de ellos—. ¿Cuánto pagarás?—Un denario hasta el anochecer.Varios aceptaron y le siguieron hacia la hacienda.Estaba oscureciendo cuando el terrateniente llamó a su capataz para que les diera

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a los hombres lo acordado. Comenzó por los que habían llegado en último lugar.—¿Cuánto les pagamos? —preguntó el capataz.—Un denario —dijo el propietario de aquellas tierras.Los demás jornaleros pensaron que a ellos les pagaría más aún, ya que habían

trabajado durante más tiempo. Se acercaron al capataz y éste le preguntó alpropietario.

—Y a ellos, ¿cuánto les pagamos?—Un denario —dijo el propietario, cumpliendo lo acordado.Y así fue como les pagó a todos lo mismo. Sin embargo, los primeros en llegar

protestaron airadamente, indicando al propietario que aquello no era justo, ya queellos habían vendimiado mucho más que los demás, por lo que merecían unarecompensa mayor. A lo que el propietario replicó:

—No estoy cometiendo injusticia alguna. Acordamos que os pagaría un denario,y cumplo lo pactado. Quiero pagaros a todos lo mismo, porque para mí igual deimportantes habéis sido los primeros que los últimos, ya que sin ellos no habríapodido vendimiar todas mis viñas. ¿O acaso sentís envidia de mi generosidad?Marchaos con vuestro denario, que bien os lo habéis ganado.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLa envidia debe ser muy sana, porque consigue que los daltónicos se ponganverdes. #sipuedesver detalles

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34. Pájaros contra cerdos

«No sé cómo será la tercera guerra mundial, pero sí la cuarta... Con piedras y palos.»

Albert Einstein

Soy consciente desde hace años de que vivo en una burbuja. Después de pensarlodetenidamente, he llegado a la conclusión de que eso no es ni bueno ni malo, siemprey cuando seas consciente de ello. Mi burbuja está llena de gadgets y bytes: es elmundo tecnológico.

Mi dedicación a internet ha hecho que tenga interés en adquirir y probar losúltimos avances, aplicaciones y tendencias del mercado. Muchos de ellos —la granmayoría— son absolutamente inútiles e intrascendentes. Algunos otros se terminanhaciendo imprescindibles en mi vida, y además me han permitido observar elcurioso proceso de implementación general a medida que han empezado a utilizarsede forma masiva. Reconozco haber hecho alguna tontería que encarecía radicalmentelos precios por el mero hecho de tener en mis manos un producto unos días osemanas antes de que saliera a la venta en España. Bueno, ¡de acuerdo! Han sidovarios: iPhone, iPad, Nike Fuel...

En la actualidad, incluso personajes como Bill Gates o el dalái lama utilizanTwitter, que está considerado como una red social. Para mí es algo diferente, algomás simple que todo ello: es un nuevo canal de comunicación.

Abrí mi cuenta en Twitter a principios de 2008. En aquel momento los queprobábamos el servicio desde España probablemente cabíamos en un autobús.Recuerdo que leí, y me pareció una definición bastante acertada, que en Twitterestábamos «los yonquis de internet». Meses más tarde su uso empezó apopularizarse, y escuchaba a mis compañeros de burbuja reconocer que «noentendían» al resto de la humanidad —considerándola instalada en cierto grado de

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analfabetismo— que no comprendía la utilidad del servicio o se negaba a utilizarlo.En cierta medida, eran retrasados tecnológicos.

Es cierto que muchas personas de mi sector pecan de infravalorar a las que noadoptan la tecnología a la misma velocidad que ellas, pero no es menos cierto quepara tener opciones de éxito en determinados proyectos es preciso contar con elinmenso avance tecnológico que estamos viviendo. Un anuncio de hace algunos añosde la Dirección General de Tráfico decía que «velocidad, la justa, ni más ni menos».Ésa debería ser la norma en nuestra relación con la tecnología: la velocidad justaque no provoque que vivamos en un atraso permanente y, como contraposición, quetampoco llegue a ser una carrera enfermiza por probarlo todo y estar a la última, yaque en muchas ocasiones eso resulta estéril, una verdadera pérdida de tiempo. Setrata de encontrar el punto medio en el que la nueva ola aporte algo a nuestra vida, ysubirse en el momento en el que esas nuevas tecnologías están implantándose deforma masiva y asumible en precio. El resto, que siempre quiere llegar antes, es,como diríamos coloquialmente, pá frikis —como yo, en cierto modo, pordeformación profesional.

Aun así, tengamos en cuenta que la tecnología no está cambiando el mundo. ¡Yalo ha cambiado! Y ese ritmo va a ser más vertiginoso todavía, si cabe, en lospróximos años.

Hace algún tiempo, mi padre, ahora recién jubilado, descubrió el teléfono móvil.Lo hizo tarde, muy tarde, ya que en sus inicios había sentido que no era tan útil ni tannecesario. A fin de cuentas, aplicando la lógica, ¡había vivido más de sesenta añossin esos cacharros! Recuerdo que el día que descubrió los mensajes SMS me locomentó de manera entusiasta:

—Esto de los mensajes SMS ¡es la de Dios! ¡Ahora puedo felicitar a quienquiera, sin tener la necesidad de hablar con él si no me apetece! —me dijo mientrasme mostraba una protocolaria felicitación enviada a mi tío en un mensaje de texto.

Le reí la gracia. La estampa de mi padre descubriendo los SMS diez años mástarde de lo habitual, así como la utilidad insospechada que les había encontrado, mepareció simpática. Es posible que si lee estas líneas, la situación no le parezca tansimpática a mi tío. ¡O tal vez sí!

Así entran muchas veces los más séniors en la tecnología: como elefantes en unacacharrería, tarde y patosamente, que es la peor manera de afrontarlo.

Unos meses más tarde, a las 7.30 de la mañana, sonó mi móvil. Miré el teléfono.Sonreí. El mensaje decía: «Feliz santo, hijo».

En estos tiempos de cambio constante se ha producido un fenómeno curioso: envez de exprimir las innovaciones al máximo, el ritmo intenso del cambio hace queaun cuando sólo estamos saboreando la última novedad y no le hemos sacado ni el

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10 por ciento de su rendimiento, ya estamos esperando la siguiente. Del mismo modoque nos ha facilitado la vida, los avances nos han convertido en seres adictos a lacomodidad. Tal vez represento un caso extremo de falta de memoria o de dejadez,pero aun así logro recordar el número de teléfono de casa de mis compañeros decolegio cuando tenía doce o trece años y, sin embargo, con toda franqueza, hoy norecuerdo el de mi oficina. Eso, que puede parecer imposible, es bastante habitual enlos tiempos que vivimos. No necesito conocer ciertas cosas, por lo que dejo depedirle a mi cerebro que trate de recordarlas. Este fenómeno se traduce en un ahorroenergético, aunque también en una falta de entrenamiento que luego nos pasa factura,nos acomoda y nos hace depender de los gadgets, de internet y, en definitiva, de laduración de las baterías de nuestros cacharros.

Si tienes un coche de gran cilindrada y no aceleras a fondo de vez en cuando, enpoco tiempo le costará rugir cuando se lo pidas. Aunque nuestra capacidad seamayor, vivir a pocas revoluciones nos relaja y, por consiguiente, nos limita. Estoyconvencido de que tus padres o tus abuelos te habrán dicho alguna vez que eso deque puedas usar una calculadora resulta muy cómodo, pero que ellos tenían quehacerlo a mano. Seamos francos: hacer logaritmos «a pelo» es un tostón inútil, a noser que tu hobby sea resolver mentalmente las pérdidas de presión de las bombashidráulicas. Sin embargo, con la popularización de las calculadoras científicas enlos años ochenta y noventa, ya no lo sentíamos como necesario, y era un esfuerzoinútil. Los que estudiamos en aquella época representamos una generación con unenorme déficit en matemáticas, ya que, en cierto modo, no era imperativo saberresolver tales problemas.

Multipliquemos el efecto de la calculadora científica prácticamente hasta elinfinito. El efecto en las matemáticas se ha producido hoy en día en casi todo lo quehacemos. Los cambios de los últimos años han revolucionado la práctica totalidadde lo existente, e incluso han creado muchos segmentos que ni tan siquiera existíanhace pocas décadas.

Algo muy similar ocurre con la tecnología que tiene una aplicación social. Sihace veinte años perdías un número de teléfono o un viejo amigo cambiaba dedomicilio, significaba, por norma general, un adiós para siempre. Era difícilvolverse a encontrar, especialmente en las grandes ciudades. Pero las cosas hancambiado, y eso que no han pasado tantos años. Aquel compañero de clase del queno sabías nada desde hacía veinte o treinta años aparece y te localiza en internet.Esto implica un cambio brutal a nivel social, e incluso aún mayor para nuestroshijos, que desde ahora mismo no experimentarán ese vacío. Si bien es cierto queantes la gente se «desconectaba» porque los vínculos existentes eran frágiles y serompían con facilidad, el que ahora quiera dar un giro a su vida y desaparecer lo

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tendrá mucho más difícil.En mi opinión, deberíamos establecer una filosofía vital en relación con todo

ello, apostar a que la tecnología nos haga la vida más útil sin hacernos dependientesde ella. Sin adormecernos, pero sin hacernos parecer versiones humanas vintage delos años ochenta.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezAún estoy esperando el día en que hacer una raíz cúbica me salve la vida o mesirva para algo, lo que sea. #sipuedesver detalles

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35. La diferencia entre tomar y vender copas

«La perseverancia es la virtud por la cual el resto de virtudes da su fruto.»

Arturo Graf

Según el diccionario, perseverar es «ser constante, tener firmeza o tesón en larealización de una actividad concreta». En otras palabras, puedes llegar a cualquierparte del mundo siempre y cuando estés dispuesto a andar lo necesario.

Conozco a muchas personas con talentos innatos. En ocasiones eso representauna ventaja competitiva sobre los que, como yo, no tenemos un talento natural quenos haga destacar por encima de los demás. El gran peligro de tener mucho talento esel exceso de confianza en tus propias capacidades. Un vendedor de seguros puedeser un genio para convencer a cinco de cada diez personas a las que entrevista de laconveniencia de contratar un seguro de vida. Aun así, si le proponemos competirdurante un tiempo concreto con un vendedor mediocre, pero persistente, este últimovencerá. La persona con talento, consciente de su capacidad, será más eficiente quesu rival. Por su parte, su rival realizará con tesón todas las entrevistas que seannecesarias para progresar y mejorar su ratio de respuesta. Y vencerá por medio desu esfuerzo. Si tiene que hacer el doble de entrevistas que su talentoso compañero,las hará. En resumidas cuentas, el talento no es suficiente. Es una bendición que tansólo representa un par de metros extra en la larga carrera de la vida. Laperseverancia y el esfuerzo son los factores realmente trascendentes y diferenciales.Y si a ello además le sumas una dosis de genialidad, ¡fantástico!

En su libro Los fuera de serie (Taurus, 2009), Malcolm Gladwell considera queson necesarias 10.000 horas de práctica para lograr la excelencia en cualquierámbito. Muchas veces esa práctica y ese esfuerzo se confunden con tener talento, undon natural para algo. Al contrario de lo que podríamos pensar en un primer

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momento, resulta bastante habitual encontrar personas con talento a nuestroalrededor. Todos tenemos alguno. En la competición que representa la vida,descubrirlos e incentivarlos con pasión es lo que nos puede hacer marcar ladiferencia con las personas de nuestro entorno.

Siempre admiré al malogrado Dražen Petrović, posiblemente el jugador debaloncesto europeo más genial de la historia. Petrović era croata, y desde muy jovenmanifestó cualidades innatas para la práctica de ese deporte. ¿Era especial? Bueno,sí, tan especial como otros jóvenes que tenían una brillante capacidad para jugar yuna altura cercana a los dos metros. Sin embargo, lo que realmente hizo especial aPetrović fue la persistencia y el esfuerzo que aplicó a ese talento innato. Mientrasque otros muchos no explotaban y no llegaban a nada, o simplemente se convertíanen buenos profesionales sin más, Dražen era el mejor. Su secreto —que no tantaspersonas conocen— era que cada día, cuando terminaban los entrenamientos de suequipo y todos se habían marchado con la satisfacción del trabajo cumplido, elcroata continuaba practicando varias horas más en las que se marcaba el objetivo delanzar mil tiros extras. Esos lanzamientos diarios suponían la diferencia que marcabadía a día, desde una temprana edad, con el resto de los jugadores del mundo.

En la temporada 1988-1989 fichó por el Real Madrid, y les hizo una peculiarsolicitud a los dirigentes del club merengue. Petrović pidió la llave del pabellón debaloncesto de la Ciudad Deportiva del Real Madrid y que se le buscara una viviendapróxima para poder entrenar en cualquier momento del día. Fue su dedicación lo quele convirtió en un mito.

No triunfamos por predestinación o destino, sino por estar decididos a ello, y sercapaces de aplicar el esfuerzo y la perseverancia necesarios para la consecución denuestros fines.

A veces me encuentro por casualidad a conocidos de mi época de estudiante queal comprobar cómo nos ha tratado la vida y cuál es la situación de cada uno, meconfiesan «lo bien que lo hice» o «la suerte que tuve». Yo no puedo quejarme lo másmínimo de mi situación personal, pero no es menos cierto que achacarla al talentosería poco acertado. Aunque monté mis primeras empresas siendo muy joven, parami desgracia no tengo desarrollado —al menos que yo sepa— ningún talentoespecial que me proporcione cierta ventaja para los negocios. Al mismo tiempo,afirmar que la «suerte» condicionó mi trayectoria me parece francamente injusto. Adía de hoy no me ha tocado ningún suculento premio en la lotería, ni nadie me haregalado la fórmula de la transubstanciación del hierro en oro. Lo que muchos deestos conocidos parecen olvidar es que durante sus fines de semana, con veinte añosrecién cumplidos, ellos disfrutaban de su tiempo de ocio tomando copas en ladiscoteca, mientras que yo hacía algo distinto: trabajaba, ya que en aquel entonces

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era, literalmente, el dueño de esa discoteca. Visto con la suficiente perspectiva, creoque me lo pasaba casi tan bien como ellos, aunque, eso sí, con algunaspreocupaciones de más. Tenía veintipocos, pero sentía que no estaba desperdiciandoel tiempo: lo estaba invirtiendo.

Lo que ha marcado la diferencia que ellos señalan en nuestras conversaciones noson ni las circunstancias, ni la suerte, ni el talento. Se trata de algo mucho mássencillo: un objetivo marcado con antelación, esfuerzo y perseverancia.

Hubo una vez un hombre que movido por la «fiebre del oro» se lanzó en busca deuna mina que le reportara enormes riquezas. Viajó al oeste norteamericano, compróuna pequeña parcela de terreno y comenzó a cavar con brío. Tras varios meses deduro trabajo obtuvo su recompensa: una veta de metal brillante de primera calidad.

Necesitaba maquinaria para poder extraer todo el metal de su mina, pero lamaquinaria costaba mucho dinero. De modo que volvió a su pueblo, les contó a sufamilia y amigos lo que había encontrado y les propuso participar en el negocio. Enmayor o menor medida, todos contribuyeron con sus ahorros.

Cuando adquirió la costosa maquinaria necesaria para continuar su trabajo,volvió a la mina y siguió trabajando con empeño. Su fortuna le estaba esperando conlos brazos abiertos.

Pero ocurrió un imprevisto: tras sacar un par de carros de metal precioso, la vetade oro se agotó. Apesadumbrado, fue consciente de su mala fortuna, ya que la minale había dado lo justo para cubrir gastos y deudas. Después de varios intentosfallidos, decidió abandonar su aventura, vender la maquinaria a un chatarrero poruna cantidad ridículamente pequeña de dinero y volver a su pueblo. ¡Había tenidomala suerte!

El chatarrero que compró la maquinaria, consciente de que su anterior dueñohabía extraído de la mina varios carros de oro, contrató a un ingeniero, que hizo unaprospección del terreno, y le indicó que la verdadera veta de metal precioso seencontraba... ¡a unas decenas de metros de la que había descubierto el minero! Laveta principal no se había agotado, sino que se trataba de una secundaria, de unaperitivo antes del gran festín.

El chatarrero había confiado todos sus ahorros a un sueño, y el sueño se hizorealidad. Pagó al ingeniero, y con la maquinaria recién adquirida extrajo de la minatodo el oro que albergaba en sus entrañas. Así fue como amasó una inmensa fortuna.Y todo por haber sabido perseverar, por haber continuado lo que otros dejaron amedias.

En pocas palabras, el que desiste y no persevera en su empeño se arriesga adejar a los demás parte del trabajo realizado.

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RESUMEN EN UN TUIT:@alejandrosuarezSer realista es elegir lo imposible cuando lo posible no es suficiente. #sipuedesver detalles

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36. Las ideas están sobrevaloradas

«No me interesan las ideas, sólo los hombres que las defienden.»

William Faulkner

Te seré sincero. Pese a que he invertido en una docena de empresas en los últimosaños, te aseguro que nunca lo he hecho en una idea.

Tener una idea más o menos brillante no garantiza, en ningún caso, la capacidadde materializarla. Todos tenemos ideas, algunas de ellas locas, brillantes,divertidas... El mundo de las ideas es muy amplio, pero tener una idea no te aseguraabsolutamente nada. De hecho, si necesitas alguna... ¡pídela! A cualquiera le sobranlas ideas, e incluso yo podría regalarte unas cuantas. Además, una idea que para míresulte absurda para ti puede ser el principio de algo grande. Las ideas no tienenrelevancia por sí solas, sino con respecto a los individuos, a su momento personal yprofesional, a su energía, a sus medios y a sus capacidades.

Pongamos un ejemplo cualquiera. Como los canales de TDT en España son casitodos espantosos, tengo la idea de crear un canal de cine de calidad, ya que piensoque arrasaría en cuota de pantalla. Por ese motivo busco un inversor o un banco queapoye el proyecto. Nadie discutirá que la idea puede ser más o menos acertada, perolo importante en este caso son los contactos con los generadores de contenidos y conlas operadoras, la capacidad de poder comprar o alquilar una licencia de TDT, degestionar toda esa estructura y los derechos audiovisuales, incluyendo elconocimiento y los contactos del medio, tener toda la experiencia técnica necesariapara ello, y un largo etcétera que resultaría inútil detallar. La idea en sí es algo tanobvio que no vale apenas nada. No es más que un punto de partida. La clave resideen demostrar la capacidad para llevarla a cabo.

A veces es difícil convencer a las personas que tienen una idea de que eso no es

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lo verdaderamente importante. Creen que con ello tienen un tesoro y muchos acabanmuriendo cuidándolo y ocultándolo en vez de hacerlo crecer. Por original queparezca, esa idea puede estar en miles de cabezas de forma simultánea. Dicho deotro modo, la idea es el plano, pero si no construyes o, al menos, bocetas el edificio,no hay nada que hacer. La idea debe ir acompañada de, al menos, un equipo idealque trabaje en ella, un prototipo, unas primeras pruebas del producto, e incluso unasprimeras ventas.

En una calurosa tarde de 1887, un extraño personaje llegó a caballo a Atlanta,ató su montura y entró sigilosamente en una farmacia por la puerta trasera. Su misiónera venderle algo al dependiente que allí trabajaba. Regatearon el precio durante unbuen rato y poco después llegaron a un acuerdo. Aquel hombre volvió a salir, cogióalgo de las alforjas de su caballo y se lo entregó al comprador, que le extendió deinmediato un fajo de billetes con la cantidad acordada: 2.300 dólares, los ahorros detoda una vida. Se trataba de una cantidad importante, una verdadera fortuna para laépoca. Después se despidieron amigablemente, y aquel extraño hombre se marchó acaballo. El farmacéutico, a solas, observó detenidamente su adquisición: una viejatetera con una paleta de madera que contenía un extraño líquido. Junto a ella había unpedazo de papel manuscrito.

Posiblemente había hecho una locura, pero confiaba en su tetera y pensó quemerecía la pena arriesgar todos sus ahorros en ella. Tenía una idea que le rondaba lacabeza. Quería prosperar, quería fundar su propio negocio. Quería que laprosperidad también llegara al lugar que habitaba. Era muy ambicioso y esperabaque otras familias, en su pueblo y en los colindantes, pudieran vivir de ello. Encierto modo aspiraba a que aquella tetera mágica pudiera cambiar su vida y la de suentorno. Tenía ilusión y un proyecto en mente. En resumidas cuentas, se arriesgó aperder todos sus ahorros por llevar a cabo su sueño.

Aquel extraño personaje que había llegado a caballo y que se marchó satisfechocon el dinero era un veterano de la guerra de Secesión norteamericana y se llamabaJohn Pemberton. Tras la guerra buscó la forma de hallar un remedio que fuera legal—por lo que no podía contener alcohol— para los dolores de cabeza y el estrés, yesperaba que se pudiera comercializar en las farmacias.

Pemberton no tenía demasiado olfato comercial, al igual que hoy en día lesocurre a otros muchos pioneros e inventores. Fabricó su bebida y trató decomercializarla en los pueblos de alrededor. Pero las ventas no fueron las esperadasy, además, comenzaba a tener problemas de salud. Aquella calurosa tarde de 1887 lehabía vendido la fórmula de su invento, junto a la muestra del brebaje en la tetera, aun farmacéutico llamado Asa Griggs Candler que trabajaba en Atlanta.

La tetera no era mágica, aunque desde una perspectiva actual podría

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parecérnoslo. Contenía la fórmula de la más universal de las bebidas: la Coca-Cola.En la actualidad, The Coca-Cola Company factura más de 46.000 millones de

dólares al año. Es el producto universal por excelencia, el que todo el mundoconoce. En pocas palabras, es una de las marcas más reconocidas del mundo.

¿Era posible imaginar en 1887 que una vieja tetera pudiera dar lugar a uno de losimperios comerciales más grandes jamás conocidos? El verdadero secreto de lamarca Coca-Cola no es una fórmula que se conserva en una caja fuerte en Atlanta. Elmayor secreto fue el tesón y todo el trabajo de aquel hombre y de cientos depersonas que le ayudaron a expandir su producto. El hecho de que la compañíamantenga el secreto de la fórmula de su bebida estrella responde a una mera cuestiónde marketing sobre la que constantemente se especula. La realidad es que no tieneninguna importancia. ¿O acaso crees que un buen laboratorio químico no podríadeterminar sus ingredientes «secretos»? Si mañana tuvieras acceso a la «fórmulamágica», no te garantizaría crear un imperio y competir con la Coca-Cola. Ahí noestá la clave del éxito, de la misma manera que hacer hamburguesas más sabrosasque McDonald´s no es el medio para levantar una empresa más importante que la delsonriente payaso Ronald McDonald. ¿De verdad piensas que si hicieras mejoreshamburguesas que McDonald´s lograrías tener decenas de miles de restaurantes en elmundo? En nuestras casas todos hacemos mejores hamburguesas que las que ellosvenden. Entonces, ¿por qué no podríamos ser McDonald´s? Por una sencilla razón:el verdadero secreto es siempre... la ejecución del proyecto y los medios necesariospara dimensionarlo.

Las ideas son como las flores silvestres: por muy buenas que sean, si no teesfuerzas por ellas y te ilusionas por llevarlas a cabo, morirán en poco tiempo.

Pemberton tuvo una idea. Candler creó un imperio. Si un inversor hubieraapostado por el primero habría obtenido un porcentaje de aquellos 2.300 dólares. Silo hubiera hecho por el segundo, posiblemente todos sus descendientes serían, en laactualidad, literalmente multimillonarios.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezTodos tenemos ideas. La diferencia es el pequeño porcentaje de personas que sedeciden a ponerlas en marcha. #sipuedesver detalles

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37. El estigma del hombre hecho a sí mismo

«Nada le es más desagradable a un hombre que tomar el camino que conduce a sí mismo.»

Demian, de Hermann Hesse

El empresario está socialmente mal visto. Se le ha otorgado al término cierta cargapeyorativa, y desde muy jóvenes se nos inculca la idea de que el empresariado tratasiempre de ganar lo más posible haciendo el mínimo esfuerzo, para lo que intentanpagarte una pequeña fracción del valor real de tu trabajo. Esto no sólo ocurre enEspaña, sino en la mayoría de los países del Mediterráneo. Por ejemplo, Italia oGrecia tienen arraigados sentimientos similares, y dichos sentimientos limitan sucapacidad económica nacional. La esencia del empresariado reside en crear riquezay empleo. Si no hay vocaciones, no habrá ni empresarios ni empresas y, por lo tanto,no habrá empleo.

Curiosamente existe un subgénero de la categoría empresarial que estáespecialmente mal visto. Es el hombre que se ha hecho a sí mismo. Como no tieneuna formación específica para ello, incluso en los círculos empresariales se lecontempla como algo diferente, siempre con recelo. Además, se suelen atribuir suséxitos a la suerte. En pocas palabras, se considera que «no es uno de los nuestros alciento por ciento». Esto último le deja en una situación de absoluta incomprensión.Una parte de la sociedad le rechaza por ser empresario, y la otra, la que deberíaacogerle, por no tener pedigrí.

Cuando alguno de esos hombres franquea una cierta barrera en lo económico o enel ámbito empresarial —por ejemplo, el caso de Amancio Ortega, fundador delimperio Zara—, todo eso se olvida y se le considera miembro de pleno derecho delgremio, independientemente de cómo haya llegado hasta allí. De hecho, al llegar aese umbral abundan los abrazafarolas y los aduladores para agasajarle.

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Una situación así, en la que personas con origen humilde, sin la formación quepuede proporcionar un todopoderoso MBA, salen adelante y logran éxitosmemorables, me recuerda a una similar que se vivió a principios del siglo xx. Elprotagonista de la historia fue otro personaje hecho a sí mismo al que casi nadiecomprendía demasiado bien en su época: Henry Ford.

En el transcurso de la primera guerra mundial, se celebró en Estados Unidos unjuicio que podemos calificar, cuanto menos, de curioso. Los litigantes eran el propioFord —ya por aquel entonces una de las primera fortunas de su país— y un diario deChicago. Este último había publicado con anterioridad algunos editoriales en los quese le trataba en términos no demasiado amigables. Según los editorialistas, Ford eraun «ignorante pacifista» debido a sus públicas reticencias a la intervención deEstados Unidos en el conflicto armado que asolaba Europa. Ford, movido por uncierto ánimo de revancha, demandó al diario y se celebró un estrambótico juicio enel que los abogados de la parte demandada trataron de demostrar ante el juez y eljurado que, en efecto, Henry Ford era un «ignorante». Cosas así de raras suelenocurrir en un país tan judicializado como Estados Unidos.

Durante su turno, los abogados de la defensa trataron de poner de manifiesto lapertinencia del calificativo que habían usado los editoriales al referirse a HenryFord. Para ello le hicieron toda suerte de preguntas, entre las que podemos destacarlas siguientes:

—¿Quién fue Benedict Arnold?—¿Cuántos soldados enviaron los británicos a las colonias norteamericanas para

sofocar la rebelión de 1776?A esta última pregunta Ford contestó lo siguiente:—Ignoro la cantidad exacta de soldados que enviaron los británicos, pero he

oído decir que fue una cifra considerablemente superior que la de los queregresaron.

Ante tal respuesta, imagino que pudieron oírse ciertos murmullos de sorna yaprobación en la sala. Sin embargo, el abogado defensor no cejaba en su empeño, ycontinuó planteándole a Ford preguntas del mismo tipo para poner de manifiesto laveracidad de las opiniones vertidas en el diario. Finalmente, tras escuchar unapregunta especialmente ofensiva, Ford terminó por perder la paciencia, se inclinóligeramente hacia adelante en el estrado y, señalándole con el dedo, le dirigió alabogado defensor el siguiente razonamiento:

—Si de veras quisiera responder a la pregunta tonta que acaba de hacerme, o acualquiera de las otras que me ha formulado, permítame recordarle que en miescritorio tengo una hilera de botones, y que apretando el adecuado puedo llamar enmi auxilio a los hombres más capaces de responder a cualquier pregunta en lo que

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concierne al negocio al que he dedicado todos mis esfuerzos. Ahora dígame para quénecesito llenarme la cabeza con conocimientos generales con el fin de contestar a suspreguntas, mientras dispongo de hombres a mi alrededor que pueden proporcionarmecualquier conocimiento que les pida.

Semejante razonamiento dejó desconcertado al abogado defensor, y también alpúblico que asistía a la vista oral. En ese momento comprendieron que Ford no sólono era un ignorante, sino más bien todo lo contrario: era un hombre capaz decomprender dónde estaban los límites de su conocimiento, y también era capaz dedelegar en personas más competentes las funciones para las que sus conocimientosno bastaban.

Ford había revolucionado la industria automovilística. Incluso podríamos decirque cambió para siempre la forma de producir objetos mediante la implantación delensamblaje en serie. Pero no por esa razón debía tener constancia de todos lospormenores del proceso, y menos aún disponer de conocimientos generales que paracasi nada podían servirle. En resumidas cuentas, sabía lo necesario para poderdesarrollar sus ideas. Para ponerlas en práctica, lo más realista era tener a sudisposición a personas inteligentes que supieran a la perfección cómo hacer bien sutrabajo.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezLo que realmente debería molestar de una persona con éxito es verla por laventana, y no frente al espejo. #sipuedesver detalles

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38. Los pies en el suelo y la cabeza bien alta, junto a las nubes

«Nadie fabrica cerradura sin llave.»

Anónimo

Incluso las personas más afortunadas acaban sufriendo algún revés o pérdida en susvidas. Ante estos golpes, que irremediablemente recibiremos, no siempre podemosprotegernos del todo, y a lo máximo que podemos aspirar es a ser buenosencajándolos.

Como norma general, recomiendo pensar que no hay que retrasar la respuesta yla puesta en marcha ante un problema o dificultad. En otras palabras, menospreocupación y más ocupación. La forma correcta de afrontar un problema no espreocuparte por él, sino ocuparte de él.

Cuando pienso cuál es la mejor manera de reponernos de los golpes duros quenos acompañan en el camino, de los reveses a los que cotidianamente estamosexpuestos, me viene a la mente la imagen de la jirafa. Sí, ¡de la jirafa! Seguro queahora estarás murmurando: «Se le ha ido la pinza, poner a las jirafas como ejemplode algo tan trascendente...». En cierto modo, tienes razón. Pero hay que reconocerque, en ocasiones, las metáforas más simples son las más clarificadoras. Trataré deexplicarme.

La jirafa no lo tiene fácil cuando tiene que dar a luz a su cría. De hecho, debido alos constantes peligros que la amenazan, puede regular el instante del alumbramientoy posponerlo —o adelantarlo— cuando lo considere necesario. Debido a la amenazade los depredadores, que siempre acechan, la jirafa hembra no puede tumbarse, porlo que da a luz de pie. La cría sufre una dolorosa caída desde una altura cercana alos dos metros. Pero ésa no es su principal preocupación. Lo primero que debe hacer

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es... ¡levantarse!El alumbramiento de una hembra jirafa representa un grave peligro para toda la

manada. Los depredadores, generalmente hambrientos en un medio tan hostil para lavida, aprovechan cualquier descuido para atacar a la joven madre y a su cría. Lamanada trata de hacer lo posible para evitarlo, aunque eso no impide que tanto elalumbramiento como los primeros pasos de la cría deban llevarse a cabo a lavelocidad del rayo. Es una cuestión de supervivencia. De vida o muerte.

Cuando la cría está en el suelo, antes de cualquier otra cosa, la madre trata deponerla en pie. Agacha su largo cuello, lame a su cría para darle seguridad y, actoseguido..., ¡la golpea! Sí, la desplaza violentamente de un lado a otro con supoderosa cabeza para que comprenda que debe alzarse sobre sus patas. La cría tieneque actuar rápido. De lo contrario, tanto su vida como la de otros miembros de lamanada corren peligro.

Y no todo termina ahí. Torpemente, con enormes dificultades, la cría lograponerse en pie. Tambaleante, trata de guarecerse bajo las patas de su madre. Y ésta,de forma incomprensible..., ¡vuelve a golpear a su cría! Lo hace para que recuerdecómo hay que ponerse en pie, cómo hay que levantarse cuando se acerca el peligro.

¿Sabes cuánto tarda en dar sus primeros pasos la cría de una jirafa? ¡Alrededorde quince minutos! ¿Qué te parece si hacemos lo mismo ante las dificultades que nospresenta la vida?

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezPuedo darte mil motivos para que te levantes, pero ninguno será tan eficaz comoque tengas ganas de ir al baño. #sipuedesver detalles

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39. De los cajeros automáticos a los ciudadanos automáticos

«Un banco es un lugar que te presta dinero si puedes probar que no lo necesitas.»

Bob Hope

La frase, con cierta dosis de sarcasmo, no es mía, sino de un amigo director de unasucursal bancaria. Le divertía que tras muchos años en los que los ciudadanossacábamos dinero de los cajeros automáticos, ahora que éstos están vacíos, sean lasentidades bancarias las que exprimen al ciudadano automático. ¡Cruel realidad! Eslo que me divierte del sarcasmo: supone una forma elegante de poder ser un hijo deputa.

Los bancos no existen. No están ni se les espera en un futuro cercano. Punto.Bueno, puede que eso no sea del todo exacto. Están, aunque algunos bancos y

muchos cientos de sucursales van a dejar de estarlo en breve. Y existen si tienesdinero que quieras depositar, un seguro que suscribir o unas cómodas cuotas demantenimiento que pagar. En el camino es posible que te intenten seducir paradomiciliar tu nómina —si eres de los cada vez más afortunados que aún conservanuna—. Pero para «lo otro», para lo que ha sido su negocio histórico, es decir, paraprestar dinero, mejor ni lo intentes. Ésa es la realidad.

Lo recuerdas, ¿verdad? Eso de «el ladrillo nunca baja»... Pues, como dice elrefrán, «de esos polvos estos lodos».

Hace años decidí abrir un restaurante argentino en Madrid. Lo hice en la calleOrtega y Gasset. Aún sigue abierto, pero no vayáis, porque desde que lo vendí hallovido mucho, e igual hasta se come fatal. Recuerdo que decidimos buscar a unexperto de ese tipo de cocina, así que contratamos a Sergio, de nacionalidaduruguaya y experto en su país en la preparación de carnes al carbón. Sergio realizabaun buen trabajo y fue ascendiendo profesionalmente hasta convertirse en el primer

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maître del restaurante, se fue a vivir con su novia, una de nuestras camareras, y echóraíces en España. Para él todo parecía de color de rosa: una buena nómina, un buentrabajo en Europa —muy lejos de la situación de su país— y un más que aceptablenivel de vida. Pudo ahorrar e irse a su país en verano, y allí debió tener unrecibimiento típico de Bienvenido Mr. Marshall . Montevideo, según me decía, erauna fiesta. Aún recuerdo cómo me explicaba que le compraría una propiedad allí asu madre, que mandaría pintar la casa de algún familiar, y que pagaba grandescomilonas con decenas de comensales... Debía ser una situación parecida a la quesucedía cuando regresaban a España aquellos inmigrantes patrios que durante lasdécadas del franquismo se tenían que ir a trabajar a Alemania, y que volvían alpueblo en las vacaciones de verano, con temple triunfal y un Mercedes-Benz dealquiler. Aunque tuvieran que hipotecarse para hacerlo, era la demostración gráficade que habían prosperado.

Sergio había decidido ingresar su nómina en la misma sucursal bancaria con laque trabajábamos en el restaurante. Poco a poco fue estableciendo la típica relacióncon el personal de la oficina. Pidió varios préstamos que le fueron concedidos sinrechistar, y con ellos pagaba sus viajes estivales, las comidas y las compras querealizaba en Montevideo. Me sorprendió que en aquellos años un banco pudieraotorgar créditos tan alegremente a una persona sin un arraigo de largo alcance en elpaís. Pero así eran las cosas por aquel entonces, muy distintas a las de ahora.

¿Qué ocurrió? Lo inevitable. Llegó la crisis. Tras sus primeros síntomas, y conunos miles de euros prestados por el banco, el bueno de Sergio debió pensar que lavieja Europa no era un buen sitio para quedarse, y que era mejor volver de prisa ycorriendo a casa.

Y así fue como, de golpe, cortó de raíz su arraigo. También se acabó su novia, elpiso alquilado que tenían juntos, el restaurante que le acogió, y todo se fue a pique.De la noche a la mañana volvió con el dinero en el bolsillo —cortesía de un bancoespañol, que jamás lo recuperará— que le garantizaba su futuro en el país que le vionacer.

Hoy es copropietario de un restaurante en Montevideo. No sé cómo se llama sunegocio, pero tal vez debería haberle puesto el nombre de la entidad bancaria que selo sufragó a fondo perdido. Vivir para ver.

Multiplica eso por mil, súmale hipotecas absurdas a precios insultantes, y sabráspor qué los bancos españoles tienen una tasa de morosidad del 10 por ciento. Confranqueza, incluso me parece poco.

No sufras por la estupidez de estas entidades. Todos nosotros estamos pagandoahora sus imprudencias. Tanto tú como yo. Todos, al menos los que no nos hemosido a Montevideo...

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El negocio tradicional de la banca se ha dado de bruces con la crisis financiera.Su misión ha dejado de ser «dejarte dinero» para pasar a freírte a comisiones,venderte seguros y captar todo el dinero que puedan. Eso crea un grave problema. Sinecesitas dinero, te dirán que «por el dinero no te preocupes, porque no hay». Elpoco que queda es precisamente para la gente que no lo necesita, es decir, para losclientes que lo pueden devolver, o bien para los suicidas que quieran comprar unapropiedad inmobiliaria de esas que los bancos se han comido y deben sacar a todaprisa de su balance de cuentas.

Para las entidades, hoy resulta más fácil invertir en deuda soberana la liquidezde que disponen —asfixiados como están por las medidas económicas y de controlcada vez más estricto sobre ellos—, garantizada por Europa y con tipos de interéscercanos al 6 por ciento, que jugársela otorgando un crédito a alguien que saben queestá achuchado por la crisis económica como el resto de los mortales, y que podráofrecer pocas garantías de devolución. Esos garantes eran tradicionalmenteinmuebles. A día de hoy, si a tu banco le sobra algo es precisamente eso.

Pero, claro, ahora te preguntarás: «Si no fluye el crédito, ¿para qué hemosrescatado con inmensas paladas de dinero público —es decir, dinero de todos— aestas entidades?». Querido lector, ésa es una pregunta sagaz a la que sólo podríaresponderte parafraseando al bueno del ex presidente norteamericano FranklinDelano Roosevelt, quien a preguntas de los periodistas sobre el motivo delrecibimiento en la Casa Blanca del cruel dictador nicaragüense Anastasio Somoza ysu séquito espetó:

—Son unos hijos de puta. Pero son nuestros hijos de puta.Pues eso.Posiblemente cosas así hayan hecho que mi opinión personal acerca de los

banqueros y de los bancarios empeore notablemente, al igual que la de la mayoría dela opinión pública. Si antes recibías comentarios del tipo «tú, lo que necesites»,ahora lo más que puedes esperar de ellos es «tengo que estudiarlo e introducir losdatos en el ordenador, pero si quieres ingresar dinero a plazo fijo te regalo unacubertería». Eso es lo que hay. No sólo te está sucediendo a ti. Los directores de lassucursales bancarias, que antes tenían rango de acción de operaciones de más de unmillón de euros, han pasado a estar literalmente tutelados y a tener que pedir permisoa su jefe de zona para otorgar un préstamo de 10.000 euros. La misma entidad que teprometía no cobrar cuota por el mantenimiento de tu tarjeta de crédito ha empezado ahacerlo —por norma general, sin avisarte, ¡qué amables!—, y cada vez que vas asacar dinero al cajero te hacen cargar con comisiones que parecen más de otrostiempos que del nuestro. Cosas como ésas, o incluso peores, deberían estar descritasen Wikipedia bajo el epígrafe «usura» —no lo busques, yo ya lo he hecho, ¡y no

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salen!—. Pero alguien, tarde o temprano, las pondrá, ¡te lo aseguro!¿Qué ha sucedido? No es que hayas dejado de ser simpático. Los economistas lo

llaman «cambio de ciclo», que, en líneas generales, viene a decir lo que podríamosexplicar del siguiente modo: ¡estamos jodidos! Aunque, para ser justos, deboreconocer que al menos lo estamos todos. Los bancos, las personas, y el país engeneral.

Los bancos han cambiado sus políticas de atención al cliente. Ahora te percibencomo un presunto moroso del que hay que defenderse incluso antes de entrar por lapuerta. Y eso aunque tu situación diste mucho de ser la percibida. Entre otras cosas,es un síntoma de la mala apreciación y confianza de las propias entidades bancariasdel país.

Una de las circunstancias más ofensivas que he llegado a vivir —y que describede forma muy gráfica cómo son y cómo piensan esas entidades— me tocó en suertecuando vino a mi despacho para presentar sus credenciales un nuevo director de laoficina en la que centralizo mis operaciones. En esa conversación, el nuevo directorme informó de que siguiendo «órdenes directas de su jefe», había prohibido quenadie cancelara o trasladara las cuentas a otra sucursal de la misma entidad, almenos durante un año. ¡Anda, mi madre! Así es como piensan. ¡Creen que puedenmanejar tu dinero, tu operativa y tu patrimonio, porque piensan que todo eso es suyoy que pueden gestionarlo o limitarlo como mejor les convenga! Ésos son los bancoscon los que nos peleamos cada día. No creo que sea necesario mencionar de nuevola frase de Roosevelt...

¡Ésa es España! Con la que está cayendo, ¡tan lejos de su historia y tan cerca desu televisión!

La situación es verdaderamente compleja. Este libro no tiene como finalidadexplicarla —no creo que pudiera, o que fuera la persona adecuada para hacerlo—.Sin embargo, me gustaría animarte a que tengas presente la situación, y a que seaspráctico. Evita quejarte y maldecir a las entidades bancarias. Pon una equis a esaopción y pasa a la siguiente. Como se dice comúnmente: «Haberlas, las hay».

Tienes otras opciones que acudir a un banco en el que te van a reclamar queposeas más dinero del que solicitas. Si eso ocurre, piensa lo siguiente: «Que lesden..., ¡no los necesito!».

Mira a tu alrededor. Observa lo que tienes y trata de conseguir la financiaciónque necesitas para tu proyecto. En muchas ocasiones nos empecinamos en seguir uncamino y no vemos las ramificaciones que surgen a nuestro paso. Un viejo dichoespañol viene al pelo para retratar lo que trato de decirte: «Se ahoga más gente enlos vasos que en los ríos».

Huye de tus propios pensamientos negativos. Frases del tipo «No tengo otra

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opción», «Ya no sé qué hacer», «No veo otra salida», no te ayudarán en absoluto.Relájate y analiza, con la mente despejada, todas las posibilidades, incluso las queparezcan absurdas. Estoy convencido de que alguna de ellas te guiará en tu caminode emprendedor.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezPara sacar dinero del banco antes necesitabas un aval. Ahora un pasamontañas.#sipuedesver detalles

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40. La lotería de existir

«Lo peor de la ignorancia es que a medida que se prolonga, adquiere confianza.»

Anónimo

No sé si existe vida después de la muerte. Lo que tengo claro es que sí existe antes, yviendo a algunas personas con las que me cruzo por la calle, a veces no la percibo.

Vivir es un asunto urgente. Por ello resulta fundamental que te centres en lo querealmente quieres, identificarlo y exprimir al máximo el tiempo. Desde el momentoen que tenemos claro lo que queremos, debemos hacer lo imposible para conseguirloantes de que se consuma nuestro reloj de arena vital. Comúnmente lo denominamos«ley de vida». Cada día que pasa se destruyen, como media, cerca de 12.000neuronas en nuestro cerebro. ¿No te parece que es un motivo más que suficiente paraque seamos conscientes de la importancia de aprovechar el tiempo y el «ahora»?Dejar pasar el tiempo hace que las cosas sean más difíciles, que nuestros objetivosse alejen de forma permanente o que, simplemente, nos sea más difícil alcanzarlos.

Es evidente que en nuestra vida personal debemos aprovechar —y sobre tododisfrutar— nuestro tiempo, pero por ese motivo resulta especialmente importanteoptimizar nuestra vida profesional, sobre todo para que no invada más terreno delque le corresponde. Es por ello que ahorrar tiempo en nuestro trabajo resulta tanrelevante.

Te pondré un ejemplo. Desde muy jovencito mi amigo Carlos siempre habíatenido muy claro que su objetivo era ser banquero. Aunque hoy en día, debido a lamala imagen social de la banca —especialmente tras la crisis económica de la quees corresponsable—, pueda parecernos sorprendente, en aquel entonces no era uncaso extraño. Hace algo más de veinte años la encarnación del éxito en España eraMario Conde. Era el banquero más popular de nuestro país, la viva imagen del éxito,

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aunque más tarde caería en desgracia (bueno, y en la cárcel). Pues bien, Carlosquería emular su carrera, y se lo tomó de forma tan obsesiva que se convirtió parasus amigos en «la alegría de la huerta». Incluso cuando nos tomábamos una copa demadrugada los fines de semana parecía no existir más tema de conversación para élque la banca de inversión. Ahora puedo decir sin reparos que era un auténticocoñazo, afirmación con la que hoy incluso él mismo estaría de acuerdo.

Años más tarde de aquellas salidas nocturnas que nos amargaba, logró suobjetivo, y además se casó con una chica fabulosa y tuvo su primer hijo. Trabajóintensamente durante años con el objetivo de ser nombrado socio de una de las másprestigiosas firmas de banca de inversión de nuestro país. A todo esto, esa mismaempresa fue una de las primeras víctimas de la crisis y desapareció hace ya algúntiempo.

Su dedicación al trabajo durante aquellos años era tan obsesiva que dejamos deverle. No supimos de él durante meses, incluso años, hasta el punto de que casiperdimos el contacto. En pocas palabras, vivía por y para su labor de consultoría deinversión.

La última vez que me lo encontré fue en el centro de Madrid, mientras ambosrealizábamos nuestras compras navideñas. Para celebrar aquel feliz reencuentro nostomamos un café y me confesó que algo había ocurrido en su vida, algo que le habíahecho reflexionar y establecer nuevas prioridades.

Me explicó que meses antes, una noche llegó muy tarde a su casa después de unlargo día de trabajo. Estaba enfrascado en las inversiones en Europa de unimportante cliente, un grupo inversor asiático. En el salón le esperaba su hijo, queestaba ya a punto de irse a la cama, y que se impacientaba por no haber podido veraún a su padre. Carlos me confesó que esa escena se había convertido en algohabitual. Sonrió y le dio un beso en la frente a su hijo. Pero aquel día hubo uncambio en la foto fija. En lugar de marcharse de forma sumisa a la cama, el pequeñole preguntó:

—Papá, de mayor quiero ser como tú. Hoy hemos hablado en el cole de lostrabajos de nuestros padres, y de que es muy importante trabajar para poder ganardinero y comprar cosas. Papá, ¿cuánto ganas cada hora?

Mi amigo, sorprendido por la inesperada pregunta de su hijo, le intentó explicar:—Bueno, papá ha trabajado mucho para llegar donde está, y la verdad es que

gana bastante dinero... Mi empresa cobra a sus clientes unos 200 euros por cada horaque trabajo.

El niño se fue a la cama, y Carlos no le dio mayor importancia a aquella breveconversación.

Pasaron algunos días y empezó a ser evidente que el pequeño se traía alguna

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travesura entre manos.—Mamá, ¿me puedes dar 10 euros para mi hucha, por favor? Quiero ahorrar

para tener mucho dinero —le preguntó a su madre poco después.La madre accedió, aunque le sorprendió su repentino interés por el dinero. ¿Por

qué se lo pedía? ¿Tal vez quería comprarse alguna cosa? «Enredos del enano»,pensó.

Semanas más tarde, el pequeño llamó emocionado a sus padres y les pidió quefueran a su habitación. Carlos acababa de llegar a casa, cansado y tarde comosiempre, tras una larga jornada de trabajo. Cuando cruzaron la puerta de lahabitación, el pequeño les mostró su hucha con orgullo. Había sacado todo el dineroque tenía ahorrado y lo había esparcido por el edredón de la cama. Entonces le dijoa su padre con aire sonriente y satisfecho:

—¡Papá! ¡Ya tengo suficiente! He ahorrado 200 euros. ¡Quiero comprarte unahora y que me lleves a jugar al fútbol este fin de semana!

Ése fue el punto de inflexión que propició un profundo cambio personal en susprioridades. Y por lo que me cuenta, desde entonces le ha ido la mar de bien.

En cierta ocasión escuché una historia que relató el formador mexicano MiguelÁngel Cornejo. Me pareció curiosa, y al menos conmigo cumplió su objetivo: mehizo reflexionar sobre la trascendencia del tiempo.

Trata sobre un hombre que un día descubrió que había ganado en la lotería, y noun premio menor, sino el verdadero «gordo entre los gordos». Ciego de entusiasmo,aunque todavía temeroso de que se tratara de un error, acudió al banco para hacerefectivo el premio. Los empleados le trataron como a un señor y le gestionaron sinmayor problema la transferencia hacia su cuenta corriente. La vida le sonreía.Cuando volvió a su casa se sentía tan bien que decidió descorchar una botella dechampán y brindar por su buena suerte. Pero cuál fue su sorpresa cuando a altashoras de la noche, alguien llamó a su puerta de tal forma que parecía que temblara latierra. Al abrir se topó de frente con la muerte que, con una voz venida de otromundo, le dijo:

—Tienes que venir conmigo. Ha llegado tu hora.El hombre no podía dar crédito a lo que le estaba pasando. Acababa de ganar la

lotería, y justo en ese momento la muerte se cruzaba en su camino. Dubitativo, elhombre trató de negociar.

—¡No puede ser! —dijo—. ¡Justo ahora, que iba a ser un hombre rico! Mira,hagamos una cosa. Te daré la mitad de mi dinero si me dejas vivir... ¡un año! Sólo unaño, y todo ese dinero será tuyo.

La muerte permaneció imperturbable y dijo:—No puede ser. Debes venir conmigo.

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El hombre trató de pensar más rápido aún, y siguió negociando con la muerte unasalida pacífica de aquel atolladero en el que estaba metido.

—Mira, te propongo algo mejor. Te daré las tres cuartas partes de todo lo quetengo si me dejas vivir... un mes. ¡Sólo un mes!

—No puede ser —dijo de nuevo la muerte—. Debes venir ahora.El hombre no salía de su asombro. ¡Era imposible lo que le estaba sucediendo!

Sabiéndose perdido de antemano, lo apostó todo a una sola carta.—¡Está bien! —le dijo a la muerte—. Te daré todo lo que tengo, ¡todo!, si me

dejas vivir cinco minutos. ¡Tan sólo cinco minutos!La muerte se lo pensó un momento. Después dijo:—Está bien. ¡Pero sólo cinco minutos!Resignado, aquel pobre hombre cogió papel y lápiz, y sin perder ni un sólo

segundo escribió lo siguiente: «Vive la vida intensamente, pues de tanto pensar en elfuturo dejamos el presente de lado. La angustia por el porvenir empalidece nuestrosmomentos más entrañables. Atrévete a ser feliz ahora, en este preciso instante, y dejade lamentarte por lo que te sucedió en el pasado. El único equipaje que podrásllevarte contigo es el aroma de la felicidad que damos a los demás y a nosotrosmismos».

Después de leer su nota varias veces, la dejó sobre la mesa, se despidió de suvida y se marchó.

RESUMEN EN UN TUIT:

@alejandrosuarezSiempre llega un día en el que te arrepientes de las cosas insignificantes para lasque nunca tenías tiempo. #sipuedesver detalles

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Final

Si esto fuera un cuento, en esta página debería decirse eso de «colorín, colorado...».Por suerte, o quién sabe si por desgracia, el libro que acabas de leer no lo es.

Nada llega a nuestras manos por casualidad. Si te ha gustado, entretenido yaportado algo positivo, deja que te pida que lo cojas ahora mismo y se lo envíes porcorreo a un buen amigo o amiga, a quien consideres que podría hacerle reflexionar yaportar algo positivo. Intenta que sea de forma anónima, sin remitente, con tan sóloun Post-it amarillo manuscrito en esta página.

Por supuesto, si quieres conservarlo, hazlo. Pero si sabes a quién puedeayudarle, compra otro y envíaselo sin que nadie sepa quién lo hace. Harás feliz a laeditorial y dejarás que esta estimulante rueda continúe en movimiento. Mi editor, elfabricante de Post-it 3M y yo mismo te estaremos eternamente agradecidos.

Si además quieres hacerme llegar tu feedback, adelante. Seré todo oídos desdemi cuenta de Twitter @alejandrosuarez, o en mi blog personal, desde donde mepuedes hacer llegar un correo electrónico.

Quiero acabar agradeciendo a algunas personas su contribución en estos mesesde trabajo.

A Raúl Ortiz, que cual fiel mozo de espadas, me acompaña siempre en elproceso, sin ruborizarse por mis locas ocurrencias.

A Ana Ramírez, que diseñó la portada.A Andrés Almagro, que fue la voz de mi conciencia y mi ayuda más fiel.A mi familia, especialmente a Isabel, mi mujer, y a mi querida hija, Candela. Y

también a mis pobres gatos, que aguantaron estoicamente mis cambios de humor,estrés y efímeros momentos de constante bipolaridad.

A Javier González, que me ayuda a ir encontrando, despacio pero de formaconstante, algunas de mis respuestas.

A José Antonio Salaverri, que siempre está ahí para defenderme de los malos, yen ocasiones hasta de mí mismo.

A Daniel Vera, que resumió cada capítulo de este libro con sus tuits másbrillantes.

Al crack de Cipri Quintas y sus amigos, que me ayudaron con los remates finales.A Roger Domingo, mi editor, y a Sandra Bruna, mi agente, con gratitud, pese a

que presiento que esta vez tampoco me harán millonario.A José Luis, que me demostró con su ejemplo que cualquiera puede llegar a ser

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presidente del Gobierno, y a Mariano, que fue tan amable de defraudarmerápidamente, evitando así una lenta y sufrida agonía.

Y, especialmente, a ti, que eres tan peculiar que hasta lees los agradecimientosde un libro (háztelo mirar). Gracias por leerlo y por soportarme.

Con cariño, gracias,Alejandro

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Notas

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[1]. Infección en la sangre por presencia y crecimiento de gérmenes.

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[2]. Realmente no aparece en ninguna parte del Quijote. El origen, según el escritor y articulista Arturo OrtegaMorán, es el poema «Labrador», del poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe (1808).

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[3]. Empresario estadounidense, autor y orador motivacional (1930-2009).

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[4]. Según cálculos de Tom Rath y Don Clifton en su obra ¿Está lleno tu cubo? (Empresa Activa, 2005), lasactitudes negativas de los propios empleados tienen un coste equivalente al 10 por ciento del Producto InteriorBruto.

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[5]. Mecanismo de comprobación anterior al cierre de la operación, muy parecido a una auditoría. Se basa en lainformación que facilita la empresa, que abre sus archivos al inversor.

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[6]. Momentos estelares del partido. Generalmente, los más espectaculares.

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¡Sí, puedes!Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni sutransmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabaciónu otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puedeser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal)

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© Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña, 2013

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Primera edición en libro electrónico (epub): marzo de 2013

ISBN: 978-84-15678-17-5 (epub)

Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.www.newcomlab.com

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