Sándor márai. "Confesiones de un burgués"

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Sándor Márai: “Confesiones de un burgués”

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Capítulo del libro "Lágrimas de papel" de Joseantonio Trujillo dedicado a Sándor Márai.

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Sándor Márai: “Confesiones de un burgués”

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Sándor Márai fue la conciencia melancólica de la Europa Central del siglo XX. Representó la “burguesía humanista” de la Hungría de esa época. Su dominio

del lenguaje en los temas situados en los aledaños del alma humana, le confirió un perfil de gigante de la literatura universal. Patria, burguesía, humanismo, lengua y literatura fueron palabras clave en la

vida de este escritor. No podemos acercarnos al gigante literario húngaro si no entendemos el contexto en el que nació y creció, y que de forma tan determinante influyó en su obra.

Comenzaremos conociendo las circunstancias históricas de su país, que tanto influyeron a la hora de decidir sobre cuestiones fundamentales en su vida. A renglón seguido, nos acercaremos a su familia para entender lo que supuso

para él la defensa del concepto “burguesía humanista”. Finalmente, a través del hilo conductor de la literatura, conoceremos sus épocas de madurez profesional, sus posicionamientos frente al nazismo y el comunismo, y

entenderemos las razones de su exilio y posterior compromiso con la libertad y la cultura de su país a través de su lengua. En esos momentos, estaremos en disposición de acompañar al Márai sufriente.

Hungría escribió su historia en el siglo pasado en clave de drama. La bella y culta nación magiar representó la agonía de una tradición y cultura europea que sufría la indiferencia de los países occidentales. La suerte de los más de

cien millones de europeos que representaban una “periferia” que conformaba el antiguo imperio astrohúngaro fue la del perdedor y olvidado. El proceso brutal de bolchevización emprendido por Rusia a mitad del siglo XX agotó la

esperanza de un pueblo culto, occidental, humanista y europeo, y lo sumió en uno de sus más tristes periodos históricos. La monarquía Astro-Húngara dualista, con sede en Viena y Budapest, del siglo

XIX, regida por Francisco José I de la casa de los Habsburgo, propició un desarrollo importantísimo de la burguesía a través de la industria y el comercio como ejes de la economía, y también una interlocución de igual con el resto de

grandes potencias europeas, como se vio en el congreso de Berlín de 1878. A ese periodo de estabilidad le siguieron las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, que comenzó precisamente con el asesinato en Sarajevo del

heredero al trono de los Habsburgo. El Tratado de Trianón (nombre del palacio en Versalles donde se firmó el pacto) en 1920, acabada la Primera Guerra Mundial, le supuso la pérdida de

más de un 70% de su territorio, que fue cuarteado y repartido entre Rumania, Checoslovaquia, Austria y la futura Yugoslavia. Una parte importante de la población magiar cambió de dueño de la noche a la mañana, dejando bolsas

de ciudadanos y hablantes de este país en determinados rincones de otros, remisos a la asimilación, como Transilvania y la región de los Cárpatos rumanos, donde viven más de dos millones de húngaros. Quienes en el siglo

XIV fueron el bastión de Occidente contra los tártaros y los eslavos, ahora quedaban convertidos en los parias de Europa. Millones de húngaros pierden su identidad imperial y pasan a formar parte de

nacionalidades que en el Imperio eran de segunda clase. Hungría se convierte en un pequeño país, pero con los años reconvierte su antigua estirpe basada en la monarquía dual, en un país con un Estado

republicano que intenta no perder del todo sus antiguas señas de identidad.

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Es la historia de una república burguesa, de la reconversión del antiguo fasto de los Habsburgo en una burocracia que mantenía sus rasgos feudales con sus terratenientes, y construía una administración centralizada que pretendía

ostentar un respeto por las jerarquías que hiciera olvidar antiguas humillaciones. Se convierte así en un país dedicado a prosperar económicamente e introducir

elementos de modernidad, sin perder los valores del iluminismo monárquico de su historia. Hungría, en espera de la subsanación de los agravios padecidos a

consecuencia del citado Tratado de Trianon, se convirtió paulatinamente en aliada de Alemania y de Italia, y por medio de ellas, en parte, pudo recuperar los territorios perdidos. Todo ello comprometió al país con las “potencias del

eje”, y así en 1941 Hungría se convirtió en parte beligerante en la Segunda Guerra Mundial. Primero tuvieron que soportar a los nazis y sus excesos, por todos conocidos, y después, ante la mirada distraída de las potencias

occidentales sucumbió, acabada la Segunda Guerra Mundial, al afán expansivo ruso. La entrada en Hungría del bolchevismo supuso la pérdida de las fortunas privadas, la recesión agrícola y el tejido industrial. El comunismo impidió el

mantenimiento o el crecimiento de las clases medias. Quedó anulada la clase que dio origen a la cultura occidental de nuestro tiempo, el “humanismo burgués”, como lo denominó Sándor Márai.

Un ministro suizo llamado Schumann relató que cuando había ido a Moscú a ver a Stalin, mientras conversaba con él, no dejaba de mirar el mapa de Europa y Asia; en un momento dado, puso una mano encima de Europa y dijo de forma

quejosa: “Qué pequeña es Europa”. Palabras que se convirtieron en muerte y destrucción debido a la ambición desmedida del dictador ruso, como bien conocemos.

Muchos húngaros que evitaron los trenes de la muerte de Hitler fueron enviados por Stalin a Siberia para convertirse en esclavos. La identidad húngara quedó gravemente afectada hasta que en el año 1989,

con la caída del muro de Berlín, comienza un nuevo proceso de democratización del país que le lleva a su actual situación de miembro de pleno derecho de la Unión Europea y desde 1999 miembro también de la OTAN.

Sándor Márai conoció el devenir de su Hungría querida en casi todo el siglo XX, pero no pudo disfrutar observando la caída del muro de Berlín, con todo lo que eso supuso posteriormente. Sándor Károly Henrik Grosschmid (Sándor Márai) nació el 14 de Abril de 1900 a las ocho de la tarde en el domicilio familiar de la ciudad de Kassa, Kaschau en húngaro y Kosice en eslovaco. Era una ciudad con una población de lengua magiar, alemana y eslovaca y una

fuerte presencia judía, centro cultural y comercial de la Hungría del norte. 1

1 Ernö Zeltner. “Sándor Márai”. Publicaciones de la Universidad de Valencia. Valencia 2005.

Gracias a esta biografía, la más importante y completa en español, podemos conocer mucho más en

detalle a Sándor Márai. Ernö Zeltner la publicó en el año 2001. Ha sido traducida al español por Elisa

Renal. Zeltner (1935) estudió Filología Húngara en Budapest. Posteriormente se trasladó a Viena, en el

año 1956, y continuó estudiando Filología Alemana y Dramaturgia. Actualmente es escritor, traductor y

asesor editorial. Desde hace unos años reside en el Tirol. Para todos los amantes de Sándor Márai

recomendamos vivamente la lectura de esta biografía, que ha sido fuente para gran parte de los hechos

que nos interesaban y considerábamos relevantes para nuestro objetivo.

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Biografía sobre Sándor Márai

En su famoso poemario “Cielo y Tierra”, aún no traducido del todo al español, recuerda a su ciudad natal:

“Nací cuando soplaba el viento, al caer la noche, hacia las ocho, he amado Kaschau y los poemas,

las mujeres, el vino y el honor, también la razón, cuando habla al corazón.

No amo, por lo demás, ninguna otra cosa. Nadie conoce el resto.

Ni ruegos ni súplicas, no os compadezcáis de mí.”

El escritor pertenecía a una familia de clase media y de origen sajón (su apellido real era

Grosschmidt). Hijo de un abogado, Géza Grosschmid, que llegó a convertirse en vicenotario real, y una profesora de la Höhere Mädchenschule, Margit Ratkovszky. Fue el mayor de 4 hermanos - entre ellos, el conocido director de cine Géza Radványi. Tras la derrota de las potencias centrales en la Primera Guerra Mundial, la Alta

Hungría y, con ella, también la ciudad de Kaschau, pasaron en 1921 a formar parte de Checoslovaquia en aquel momento, Eslovaquia en la actualidad. Kaschau, a pesar de estar enclavada más bien en la periferia de Europa,

concretamente en el borde de los Cárpatos, era con sus raíces medievales, los orgullosos burgueses de la ciudad y su espíritu europeo introducido originariamente por mediación alemana, una de las cunas de la cultura

burguesa y urbana de Hungría. La familia fue un pilar para él desde su más tierna infancia Ésta estuvo ligada a la burguesía y todos sus miembros reconocieron esta especial ligazón como

algo constitutivo de la misma. Familia y burguesía se entrelazan en su vida y su obra de una forma muy marcada. Tanto es así que escribe: “Mis antepasados, los burgueses de origen sajón que llegaron como pioneros al país de un pueblo

abigarrado, interesante y que allí construyeron ciudades y una cultura urbana, vivieron sobriamente de acuerdo con las normas burguesas. Protegieron sus ciudades y las rodearon de altos muros y también de privilegios y no dejaron

entrar ni a la nobleza ni a los campesinos. Mostraron su orgullo, tanto hacia arriba como hacia abajo, porque eran burgueses, porque su rango no procedía de la gracia de Dios, sino que había sido conquistado con los puños. (…) Los

sajones eran una casta singular, capaces de difundir por el mundo su fuerza creativa, trabajaban y creaban por todas partes.” Márai reivindicó siempre la cultura burguesa. La vida del burgués estaba

ordenada por el esfuerzo. No era una vida lírica. Se vivía con la conciencia del

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deber, la importancia de la palabra empeñada y la preocupación constante por influir en la época que les había tocado vivir.

Para Marai ser burgués no era una categoría social sino una vocación. Defender los ideales burgueses, era defender a una cultura europea que había generado su mejor exponente en el humanismo, y en definitiva, era defender a

su familia, sus orígenes, su educación, sus ideales. En Kaschau pasó Márai, con algunas breves interrupciones, los primeros dieciocho años de su vida. En esta ciudad políglota y de encuentro de

diferentes culturas, fue educado en los ideales burgueses de un siglo XIX que expiraba y que difícilmente iban a sobrevivir en el XX.

Grabado antiguo representando Kaschau

El escritor húngaro elevaría después a categoría de mito nostálgico, las vivencias de su infancia y primera juventud, la historia de su ciudad, su heroica

tradición burguesa y su cultura. A pesar de que Márai abandonó Kaschau cuando aún era joven, y sólo regresó a ella de manera esporádica, ésta nunca dejó de ser su ciudad ni él el típico

hijo de una familia burguesa y patricia de la Alta Hungría. Al menos la mitad de sus obras hablaron precisamente de Kaschau y de la defensa de su ideal burgués y humanista. De hecho, en los años treinta uno de sus temas preferidos era

el de la descomposición de la burguesía húngara, a la que él pertenecía. Esa burguesía, escribía en unos de sus libros, "dentro de cuyo estilo de vida yo nací, que observé, conocí y escruté en todos sus aspectos hasta alcanzar las raíces, y que ahora veo desintegrarse del todo. Tal vez este es el único deber de mis escritos, de mi vida: delinear el curso de esa desintegración". En el año 1918 el joven Sándor Márai se traslada de su ciudad natal a la capital húngara, Budapest. Allí precisamente debía realizar su examen de madurez, para posteriormente

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matricularse en la carrera de leyes, como era tradición en su familia, en la Universidad de Budapest. La capital húngara se le presentaba como una oportunidad magnífica de encontrarse con numerosos periódicos, revistas, teatros, círculos literarios. Él sentía la llamada de la literatura y necesitaba plasmar su afición primera y su posterior vocación en alguno de los medios que existían al uso en esa bella ciudad. Vivió intensamente los días en Budapest ya que se sucedieron acontecimientos políticos de envergadura a una velocidad de vértigo. Éstos comenzaron en Octubre de 1918 con la Revolución burguesa, seguidos en la primavera de 1919 por el traspaso de poder a los comunistas y el inicio de la República de los Consejos Obreros, y finalizaron en el otoño de 1919 con el acceso al poder del movimiento contrarrevolucionario dirigido por Miklós Horthy. Él fue testigo ocular de todos estos acontecimientos que plasmó en colaboraciones en diferentes periódicos. Es precisamente, en 1918, cuando vio la luz su primer volumen de poesía “Libro de recuerdos”. Preocupa a su familia su participación como periodista en todos esos sucesos revolucionarios, y deciden enviarlo con diecinueve años al extranjero. Esta decisión se adecuaba bien al deseo de ese joven sensible que era Sándor y respondía también a su personalidad inquieta y errabunda. Nadie preveía, ni él mismo, que su aventura europea durara 10 años y que lo llevara a lugares tan diferentes y ricos como: Praga, Leipzig, Viena, Weimar, Frankfurt, Berlín, Florencia, Londres y París, lugar predilecto para la vida bohemia y cosmopolita de la época. Viajó también por Egipto, Siria y Palestina. Fue un periodo de aprendizaje trascendental para él, aunque no ocurriera el mismo dentro de las aulas de ninguna facultad. Esos años demostraron ser decisivos con posterioridad para el desarrollo de su personalidad y para su progreso profesional en el periodismo y la literatura. Se matriculó en el Instituto de Periodismo de Leipzig, donde aguantó un semestre. Después cambió a la universidad y acudió a clases durante otro medio año. En su periplo europeo colaboró con diferentes periódicos y suplementos culturales. Disfrutó muchísimo con las diferentes tertulias literarias a las que asistió en los diferentes cafés de las diversas ciudades en las que vivió, como el conocido “Romanisches Café” de Berlín.

Nos detenemos en este momento en su estancia en Berlín. Allí conoce a la que se convertiría en la mujer de su vida, Illona Matzner (Lola). Ella era hija de una familia judía acomodada de Kaschau, y viajó hasta Berlín por indicación de sus padres, con la intención de que una estancia en la ciudad alemana le ayudaría a olvidar un amor de juventud, que según ellos no le convenía. Sándor Márai no había cumplido todavía los 23 años, aspiraba a ser poeta y vivía de lo que su familia le daba junto a lo que cobraba por diferentes colaboraciones periodísticas. No era precisamente un buen partido, para una mujer joven, rica y culta. El escritor húngaro recuerda su primer encuentro con Lola: “En el salón de té de la Kurfürstendammm, Lola y yo estuvimos charlando una media hora; luego nos

quedamos callados, mirando a los que bailaban en la pista. Me acuerdo con total nitidez de cada detalle de esa tarde. Todavía no habíamos empezado a hablar de cosas personales y yo ya estaba un poco preocupado, observaba a los bailarines y me preguntaba de qué

viviríamos”.2

Sándor Márai e Illona Matzner acordaron unir sus vidas para siempre el 17 de Abril de 1923 en Budapest de forma civil. La ceremonia religiosa no tuvo lugar hasta trece años más tarde, toda vez que Lola había adoptado la fe católica y recibido el bautismo en una pequeña parroquia junto a Veszprim. Los padres de ambos no se tomaron en serio el compromiso de los jóvenes, pero el hecho cierto es que se mantuvieron juntos sesenta y dos años y ocho meses, coincidiendo el final de su relación con la muerte de Lola. En la primavera de 1928 decidieron regresar a Hungría desde su residencia en París. Llegaron a Budapest y alquilaron una casa en el barrio de Christina, en la calle Mikó.

Comenzó a colaborar con diferentes periódicos y se lanzó a la aventura literaria con novelas de gran calidad.

2 Sándor Márai. “Confesiones de un burgués”. Editorial Salamandra. Barcelona 2004.

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Sándor Márai en su terraza de Budapest

Los siguientes quince años serían los más productivos de su carrera literaria. Comienza a escribir de manera infatigable: 16 libros entre 1930 y 1939, los que fueron saludados de diferente manera por los diversos grupos culturales de la época. Con todo, Márai logra tener un amplio público lector. De esta época son sus conocidos libros “Los jóvenes rebeldes” o “Confesiones de un burgués”, entre otros. Escribía también teatro con mucho éxito, como con la obra “La última aventura”. No abandonó la poesía y publicó su conocido poemario “Cielo y Tierra”. Alcanzó mucha popularidad con sus colaboraciones en periódicos del prestigio del diario “Pesti Hírlap”. Todo este éxito le llevó a tener trato frecuente con escritores del renombre del que consideró siempre su modelo como Deszö Kosztolányi, o el prohombre de la literatura húngara de aquellos momentos Ferenc Herczeg o el alemán y premio Nobel Thomas Mann. En 1938 fue elegido miembro de la renombrada sociedad literaria Kisfaludy. Márai había triunfado de forma rotunda, se le consideraba uno de los escritores más relevantes del país, leer sus obras era signo de erudición y buen gusto entre el gran público. Finalmente en 1942 es elegido miembro correspondiente de la Academia Húngara de las Ciencias. Es su época de mayor madurez literaria la de los años 30 y 40. Consigue el favor del público y el reconocimiento de los entendidos. Encarna en esos años su ideal de persona

liberal, burguesa y humanista. Su compromiso con las ideas liberales lo muestra en sus columnas periodísticas que eran muy seguidas. Su apuesta por los temas humanistas quedan reflejados en sus novelas, obras teatrales y poesías. En 1932, siendo ya un escritor consagrado, relataba: “…escribía un libro, luego otro (…). Poco a poco el trabajo acabó dominando mi vida como una enfermedad”.

En Marzo de 1944, Hungría es ocupada por las tropas alemanas de Hitler. Sándor Márai conoce este hecho en el transcurso de una cena en su casa celebrando su onomástica. Desde ese momento, Márai fue consciente que su

vida iba a cambiar de una forma importante, y que su época de periodista y escritor influyente iban a dar paso a un tiempo de dificultades, penurias y privaciones. En el diario Magyar Nmezet reflejaban la siguiente noticia: “Sándor

Márai abandonó la pluma el 19 de Marzo de 1944 (…) no estaba dispuesto a proseguir con su trabajo bajo la ocupación alemana”. Su silencio produjo el efecto de una protesta clamorosa. No publicó desde ese instante ni una sola

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línea y su vida social se redujo a la mínima expresión. Decide en esos momentos comenzar a escribir un diario. Parte de este diario se publica como un libro autobiográfico conocido en español como “Tierra, tierra”. En él deja

bien claro lo que pensaba del nazismo, que en muchas columnas periodísticas criticó duramente. Siempre se declaró “profundamente antifascista”, algo poco recomendable en la Hungría de aquel momento. Su inmensa fama lo

salvaguardó de algunas represalias de calado, pero en el fondo le afectó mucho la expansión nacionalsocialista por Europa, y más en concreto en Hungría. Parte de la familia de su mujer, que eran judíos, fueron asesinados en

campos de concentración nazis. Con la finura en él característica pone en boca de un pariente amigo de los nazis en su libro “Tierra, tierra” lo que opinaba verdaderamente de ellos: “Tú no puedes comprenderlo –repitió de manera

mecánica, y se golpeó el pecho-. Ahora se trata de nosotros, de los que no tenemos talento –precisó con una extraña actitud de confesión, como el héroe de una novela rusa-. ¡Ésta es nuestra oportunidad!”3.

En Mayo de 1944 se trasladó el matrimonio Márai a Leányfalu, un pueblo que era residencia de muchos artistas situado junto a una curva del Danubio,

veinticinco kilómetros al norte de Budapest. Desde ese lugar a través del tren o del barco podía ir y venir a Budapest con cierta rapidez. Nunca más regresarían a su casa de la calle Mikó.

En esa casa tenían un jardín. Pertenecía a un amigo de su familia, y se alzaba cerca de un bosque. Los nazis no se interesaron por ella. Allí intentó concentrarse en su trabajo y finalizar las novelas “La hermana” y “Los

ofendidos”. En las navidades de 1944 las tropas soviéticas llegan a Hungría y en Enero de 1945 inician el asedio a la ciudad de Budapest. Algunas tropas del Ejercito Rojo

se acuartelan próximas a la casa de Márai en Leányfalu. Allí tiene contacto frecuente con los soldados rusos. Se vio sometido a compartir su casa con una treintena de ellos. Esa vivencia le permite hacer consideraciones muy ricas a

propósito de los mismos, como la que sigue: “Pertenecían a un pueblo que había vivido en estado de esclavitud durante mucho tiempo y parecían saber que su destino no había cambiado: los dueños de antaño se habían ido, habían

llegado los nuevos, y ellos continuarían siendo tan esclavos como antes”. Tras el asedio ruso, los alemanes abandonaron Budapest. Márai comprueba que su casa había sido destruida, con su biblioteca de seis mil libros. El edificio

no había soportado el impacto de bombas incendiarias y multitud de granadas. Buscó un nuevo alojamiento cerca de su casa destruida y en Marzo de 1945 regresan de nuevo a Budapest.

Vuelve el escritor húngaro a una normalidad relativa en este tiempo, con la esperanza de que el país se pudiera reconstruir y comenzar a tener de nuevo esperanza. Del 1945 al 1948 la presión ejercida por los comunistas es

asfixiante, y el control ejercido por la URSS, anula a Hungría como país soberano. Los medios de comunicación fueron cayendo en manos del “partido” y el asedio de los comunistas sobre su persona comienza a ser muy

3 Sándor Márai. “Tierra, tierra”. Editorial Salamandra. Barcelona 2006.

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importante. Tanto es así que el historiador de la literatura y filósofo marxista, Georg Lukács, se atrevió a escribir: “Sólo su nivel como escritor mismo es más bajo aún que su nivel político y humano”.

Comprendió en esos momentos que su mera presencia en Hungría podía avalar de alguna forma el régimen dictatorial impuesto por los comunistas, y comenzó a pensar seriamente en el exilio. Posiblemente su salida del país,

significaría el precio a pagar por Márai para que “no puedan comprarme como individuo”. En esos momentos tiene palabras muy duras para sus vecinos comunistas: "el ruso sabe que la persona no importa mucho... sólo importa si

es posible utilizar al hombre en cuestión, es decir, el material disponible". Entre 1945 y 1948 publicó ocho libros, pero su repercusión fue muy pobre. En el verano de 1948, el escritor húngaro acepta la invitación para asistir en Ginebra al tercer “Reencontré Internationale”, una reunión de escritores, artistas y científicos de diversos países europeos. Las autoridades húngaras le

habían autorizado el viaje a toda su familia. Era su oportunidad para exiliarse. En su diario dejó reflejado lo que sintió cuando el expreso de Arlberg que venía de Budapest alcanzó la línea de demarcación junto al Enns y cruzó el río: “Era

una noche tranquila. El tren se puso en movimiento sin hacer ruido, rodó lentamente sobre el puente. Avanzamos hacia la noche estrellada al encuentro de un mundo en el que no nos esperaba nadie. En ese instante –por primera

vez en mi vida- sentí miedo, comprendí que era libre. Comencé a asustarme”. La decisión de exiliarse junto a su familia, inicialmente a Europa y posteriormente a EEUU, le afectó de una forma profunda en lo personal y en lo

literario. No existe otro acontecimiento en su vida sobre el que escribiera posteriormente de forma tan frecuente y conmovida. Desde el instante en que pisa Suiza, presiente que su auténtica patria desde ese momento iba a ser su

lengua, que le procuraba la libertad y la estabilidad emocional que necesitaba. Tras siete semanas en Ginebra, Sándor Márai decidió partir para Italia, más concretamente a Nápoles. Desde allí escribió para numerosos periódicos en

lengua húngara de Europa, EEUU y América del Sur. Continuó con su labor literaria, tanto en su vertiente teatral como la novelística, finalizando una parte de “Confesiones de un burgués”. En el verano de 1951 escribió la que sería sin

duda su composición poética más profunda, la “Oración fúnebre”, un dramático monólogo sobre la pérdida de la patria y de la lengua propia. Colaboró con un programa radiofónico de la Radio Europa Libre durante muchos años.

Por diferentes circunstancias, la familia Márai decide embarcar rumbo hacia Nueva York en el año 1952. Su mujer consiguió trabajo y él siguió prodigándose con diferentes colaboraciones en distintos periódicos y revistas.

Su actividad literaria no fue muy intensa. En 1957 juró la constitución estadounidense y se hizo ciudadano norteamericano. Posiblemente este hecho estuviera relacionado con los sucesos sangrientos de 1956 en su país natal .

Con la nueva nacionalidad pretendía proteger a su familia del odio represivo de los comunistas húngaros. En 1959 los Márai realizaron un viaje largo por California, Arizona, Nuevo

México, Texas, Luisiana, Florida y después regresaron a Nueva York. En este viaje pudo comprobar la riqueza cultural y paisajística de ese país.

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Sándor Márai en San Francisco

El invierno de 1963 los Márai lo pasaron en Nápoles y permanecieron allí hasta Marzo. Estos meses los dedicaron también a viajar por diferentes países europeos, como Austria, Suiza y España. A pesar de las pocas noticias que

tenemos sobre su viaje a España, sí conocemos que años antes recibió desde Barcelona la edición española de “El legítimo” y le llenó de alegría mientras permanecía en Ginebra, primera etapa de su exilio. El escritor húngaro se sintió

siempre atraído por España, y de hecho fue lector de Ortega y Unamuno. De éste último, que conoció en su estancia en París, escribió: “Todas las tardes pasaba por allí Unamuno

con su suave sonrisa de sabio, aguantando las incomodidades de la emigración forzosa con comprensión y serenidad; a su alrededor se reunían los intelectuales y aventureros de la nueva España, oficiales, filósofos, escritores. A mí me gustaba estar con ellos. Eran personas tristes, como todos los que frecuentábamos Montparnasse: allí todos éramos personas perdidas y con multitud de defectos, todos buscábamos un lugar en el mundo, una patria física y espiritual”. Se reconoció también ferviente admirador de Cervantes y su genial novela “Don Quijote de la Mancha”, la cual estuvo leyendo hasta en los años finales de su vida, por tenerla entre sus lecturas favoritas.

Como contrapartida, en España tuvo como valedor al destacado humanista Ferenc Oliver Brachfeld (1908-1967), quien tradujo “A la luz de los candelabros” (Destino, 1946) y “Música en Florencia” (Destino, 1951), así como “La verdadera” (Nausica, 1951). En el prólogo a una de sus versiones, informa Oliver que también existían versiones españolas de “Los rebeldes” y de “Divorcio en Buda”. En español, en la actualidad, la Editorial Salamandra tiene previsto ir publicando

alternativamente ficción y diarios a lo largo de varios años.

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En Mayo de 1967 deciden dejar EEUU. Tras quince años en Nueva York, el balance que hace Sándor Márai es el siguiente: “Quince años en una ciudad donde no pude conectar con nada. Fracaso total, fracaso humano, fracaso

literario. No se publicó en inglés ni una línea mía; (…) El hecho de marcharme representa tanto la aceptación de un fracaso total como un profundo alivio”. Su destino nuevamente fue Italia, más concretamente, Salerno. Vivieron allí

doce años, un lugar según el escritor húngaro poco propicio para su ocupación pero muy tranquilo y gratificante. El 6 de Mayo de 1980 se trasladaron definitivamente a EEUU, esta vez a San

Diego, ciudad con buen clima, conocida por ellos y donde vivía su hijo János. Pensaron que debido a sus avanzadas edades, debían estar cerca de su hijo y próximos a una atención sanitaria del más alto nivel. Tuvo multitud de ofertas

de regresar a su país, pero su posición fue siempre la misma: sin democracia no existía posibilidad de regreso. En esa ciudad permanecerían juntos hasta su muerte. La mayor parte de sus escritos en el exilio fueron memorias y diarios. La prohibición de su obra en Hungría, unida al hecho de que nunca dejó de escribir en húngaro fueron las

causas de que su vastísima producción estuviera prácticamente condenada al olvido. Publicó en pequeñas editoriales financiadas por húngaros en diversas partes del mundo, la más constante de las cuales fue la de Stephen Vörösváry-Weller, en Toronto, de su amigo el editor húngaro István Vörösváry.

Sándor Márai

Hasta aquí hemos conocido las claves fundamentales en la vida del genial escritor húngaro Sándor Márai. Su vida puede resumirse utilizando el título de su conocido libro, en las “Confesiones de un burgués”. Hombre de familia

acomodada, sufrió todo tipo de vicisitudes por su defensa clara de sus ideales humanistas, incompatibles con cualquier tipo de totalitarismo, que le llevó a un duro exilio durante muchos años. No pudo nunca regresar a su amada patria

húngara. No alcanzó a gozar cómo la democracia volvía a florecer en su país, la muerte le sorprendió antes. Hemos repasado los hechos biográficos más relacionados con la parte épica de su vida. Es el momento de que nos

acerquemos a su vida más intima, al lado lírico de su existencia. La vida no le ahorró el dolor y la muerte de los suyos y posteriormente el suyo propio.

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Hemos divisado hasta ahora sus contornos de gigante, ahora nos proponemos utilizar el microscopio y entender las razones de su alma. La muerte de sus seres querido produjo en Sándor Márai una impronta

profunda que supo describir con suma maestría a través de su pluma. En el año 1934, en plena época de madurez literaria de Sándor Márai, su padre falleció. De forma magistral escribió sobre ese suceso: “Un día de otoño, a las

ocho y media de la tarde, murió mi padre. Murió en plenas facultades mentales, con dignidad, de forma ejemplar, como si quisiera enseñarnos cómo se debe morir. Murió en mis brazos, y desde entonces cambió mi miedo a la muerte: ya

no tengo tanto pánico, no temo a la muerte, al menos no una muerte desconocida y horrible, más bien me da miedo dejar la vida, le reclamo a la muerte los sabores y aromas de la vida; en el instante en que mi padre cerró

los ojos, comprendí que la muerte no es ni mala ni buena, que no posee ninguna característica”. La forma serena con la que se enfrentó a la muerte de su padre debemos enmarcarla precisamente dentro de un contexto de

estabilidad del escritor húngaro en su terreno personal y de triunfo en su terreno profesional. Las reflexiones que hizo ante este hecho entran dentro de lo que se podía esperar de un buen hijo y una persona razonable, que acepta

las obligaciones de la realidad en lo que tiene que ver con la vida y la muerte. No es una muerte que desestructure la personalidad de su hijo sino que le invita a hacer reflexiones jugosas en lo familiar. Así escribe Márai, recordando

el momento en el que seguía al féretro con los restos mortales de su padre hasta el cementerio, lo siguiente: “En ese camino comprendí que mi padre había sido la única persona con quien yo había tenido algo que ver, con quien

yo había tenido algo en común, algo personal, un asunto que no se podía arreglar o aclarar, un asunto del cual nunca habíamos hablado, y comprendí que esa conversación inexistente, jamás ocurrida, ya nunca se produciría”.

La sensación descrita por el escritor húngaro es muy común entre los hijos que al perder a uno de sus padres entienden los lazos invisibles que lo unen a él y que desgraciadamente nunca han tenido tiempo u ocasión de expresarlos de

forma explícita, quedando con una sensación de deuda no pagada en lo emocional. Es común por parte de los padres también el hecho de ahorrar a sus hijos el equiparar la deuda de gratitud que cualquier bien nacido tiene con

sus progenitores con la obligación de devolver emocionalmente la misma. El amor entiende más de gratitud y generosidad que de justicia. Finalmente, en esos momentos de dolor Márai escribió ante su sensación de pérdida: “Tras la

muerte de mi padre tuve que reconocer que en toda mi vida él había sido el único que me había tratado bien, que había sido bueno conmigo sin esperar nada a cambio, a su manera triste y civilizada, tuve que reconocer que yo no

era capaz de amar a nadie más, que en mi interior había vanidad, heridas dolorosas y ganas de venganza en vez de amor y humildad. La razón y la comprensión pueden apaciguar las emociones; yo no creo en la cura, ni

siquiera en la paz interior. Sabía que nunca más sería capaz de establecer una relación incondicional con nadie, que debía entregarme totalmente a mi trabajo, a mi modo de vivir, y trasladar allí todo lo que en mí y en mi mundo quedaba de

humano”. Esta reacción de Márai buscando un sentido a todo lo ocurrido es significativa. Está casado, tiene una estabilidad emocional, le va bien en su trabajo y acepta

a fin de cuentas, y sin grandes aspavientos, el hecho de la muerte de su padre, dentro de un sentido de la vida de no sobrevivir a los padres. Podemos decir

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que su dolor y su sufrimiento en aquellos momentos fueron soportables, civilizados y por qué no, burgueses. La vida no le iba a ahorrar posteriormente pruebas mucha más duras como ahora veremos.

Sándor Márai con su mujer Lola tuvo dos hijos. El primero de ellos nació el 28 de Febrero de 1939, y fue bautizado con el nombre de Kristóf Géza Gábor. Nació en la época donde el escritor húngaro era un personaje reconocido en

todo su país, y la feliz noticia del nacimiento de su primogénito fue festejada en toda Hungría. El pequeño Kristóf falleció a las seis semanas de su nacimiento. La causa de

su muerte fue la de una hemorragia interna, ya que parece que padecía de hemofilia, enfermedad que le transmitió su madre. Estuvo en las mejores manos médicas del momento, pero nada se pudo hacer por él.

Este suceso afectó profundamente a Sándor Márai. Su familia recuerda que el escritor se quedó “literalmente helado”. Pasados los años y cicatrizada en parte la herida, encontramos a un hombre herido que expresa su dolor en el

poemario “Cielo y Tierra” de la siguiente manera:

¿Qué ha quedado de él? Su nombre, en este cepillo, el perfume de su cabello, nada más

un paño manchado de sangre y este poema.

El mundo está hecho de espíritu y de locura de poder, no, no comprendo por qué me han hecho esto

no pienso disputar. Sólo guardar silencio y seguir viviendo,

ahora es un ángel, si es que hay ángeles pero aquí, abajo, todo es banal y vacuo.

No soy capaz de perdonar. A nadie y nunca más.

La diferencia en su reacción ante la muerte de su hijo y la de su padre es palpable y comprensible, En la primera hubo racionalización de todo lo ocurrido

dentro de una realidad de la que no quería rebelarse. En la segunda existe un dolor y sufrimiento profundo que le impide conceder ningún tipo de sentido a ese hecho.

Posteriormente en su libro “La mujer justa”, pone en boca de dos de sus personajes principales unas reflexiones a propósito de la muerte del hijo de ambos, que seguro tienen mucho que ver con lo que él vivió en primera

persona. En una parte del libro pone en boca del padre: “Cuando uno empieza a llorar es que está intentando engañara al prójimo. En ese momento, el curso de los acontecimientos ya ha concluido. No creo en el llanto. El dolor no tiene

lágrimas ni palabras”. Esta última expresión es durísima. Un escritor de la talla de Márai se atreve a escribir que el dolor no puede expresarse con palabras. Qué gran misterio y qué humana reacción la suya. La pérdida de un hijo, sin

duda, es una de las mayores pruebas a las que puede ser sometida cualquier persona, y el sufrimiento debe ser tan profundo que no puede llegar a ser expresado, sólo sentido y vivido. Quizás las cosas felices y tristes de nuestra

vida, como la alegría, el amor, el dolor, el sufrimiento, tengan esa característica común de tener que ser sólo vividas. De esta forma, quizás esas situaciones humanas puedan revestirse de toda autenticidad y verdad. No puedo

asegurarlo con rotundidad, pero sí debe ser de alguna forma un alivio para el que sufre, pequeño, pero alivio, saber que el dolor no debe ser revestido del

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lenguaje de las palabras siempre, y que incluso gigantes de la literatura se quedan sin ellas para poder compartir su pena. Después en ese mismo libro pone en boca de la madre del niño fallecido lo

siguiente: “¿Y qué pasó conmigo durante esas semanas? Ahora, a través de la distancia del tiempo trascurrido, podría decir que juré venganza. Pero ¿venganza contra quién? ¿Contra el destino? ¿Contra la gente? Son palabras

necias. Al niño lo trataron los mejores médicos de la ciudad, como podrás imaginar. Ya sabes lo que se dice en estos casos, que se hizo todo lo humanamente posible. Pero eso sólo son palabras. Para empezar, no se hizo

todo lo humanamente posible. La gente tenía otras muchas preocupaciones durante los días en que el niño estuvo agonizando, y el más insignificante de sus problemas era más importante que salvar a mi hijo. Esto, por supuesto, aún

no he podido perdonarlo. Pero también juré venganza de otro modo, no con la razón sino con los sentimientos. Me consumían las llamas heladas y salvajes de una extraña apatía y un desprecio feroz. No es cierto que el sufrimiento nos

purifique y nos haga mejores, más sabios y más comprensivos. Nos vuelve demasiado lúcidos, fríos e indiferentes. Cuando, por primera vez en la vida, comprendes de verdad lo que es el destino, adquieres una especie de

serenidad, te sientes aliviado y terriblemente solo en el mundo. Durante aquellas semanas seguí yendo a confesarme, como había hecho siempre. Pero ¿qué podía confesar? ¿Cuál era mi pecado? ¿En qué había fallado? Me sentía

el ser más inocente del mundo. Ahora ya no me siento así. El pecado no es sólo aquello que nos enseña el catecismo. No sólo es un pecado el que cometemos sino también el que nos gustaría cometer, pero no nos atrevemos a

ejecutar. Cuando mi marido –por primera y última vez en la vida- me atacó con aquella voz áspera y cruda en la habitación del niño, comprendí que me consideraba culpable de no haber sido capaz de salvar a nuestro hijo”.

Este párrafo es muy esclarecedor de lo que Márai sintió con la pérdida de su hijo, que intenta expresarlo a través de la ficción de una de sus personajes de una de sus novelas. Muestra lo que significa de terrible la experiencia de

pérdida de un hijo, que si bien puede no enseñarnos directamente sí que nos puede hacer madurar de una forma más veloz. De alguna forma también expresa la importancia de quedarse con lo esencial y renunciar a todo lo

superfluo cuando intenta encontrarse un sentido a la situación. Pero me interesa sobremanera su reflexión a propósito del pecado y el sentimiento de culpa, y la explicación de todo lo ocurrido bajo esos parámetros. No debemos

olvidar que Márai había crecido en una familia católica, y su formación se había desarrollado dentro de lo que suponen los principios cristianos. Observamos que pretende explicar su sufrimiento y encontrarle un sentido dentro de los

parámetros de sus ideas cristianas, sin buscar de ninguna manera la caricia de un Dios cercano ni su explicación consoladora a tanto dolor. Su explicación se entiende dentro de un contexto de dolor profundo, aunque no dentro de la

ortodoxia católica o cristiana. Su tentativa de dar explicación al problema del dolor y el sufrimiento no sólo la incluyó en la novela antes citada, sino que también en otra obra suya “La

hermana”, abunda en el tema valiéndose esta vez de lo que un médico le comunica a un paciente: “Porque la enfermedad no es más que la violación del orden del mundo. Dios abandona al hombre, se retira de él… y entonces surge

la enfermedad. Claro que en los libros de medicina no se habla de este proceso. En esos libros se habla del hígado y el bazo. Y del corazón. Y está

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bien que así sea, porque los médico verdaderos son pocos y enfermos hay muchos. Por eso en tiempos de las guerras médicas Hipócrates permit ió a sus colegas chamanes que iniciaran a profanos en los secretos de la medicina.

Porque en las grandes culturas sólo a los sacerdotes se les permitía curar… quiero decir, en las culturas vivas, en armonía con el Dios vivo, como era la caldea, la griega, y más adelante la cristiana. Aquel médico de Praga era un

chamán: recondujo a sus pacientes a Dios. (…) Un médico de verdad cura sin medios auxiliares”. Existen en este fragmento de su novela elementos de nuevo que están

relacionados con su formación cristiana, donde incluye la relación entre la enfermedad y la culpa, y finalmente la existencia de un Dios que da coherencia a una explicación determinada sobre el dolor y sufrimiento.

Desde mi sencilla formación católica, entiendo que la explicación dada por Márai a través de los personajes de sus diferentes novelas al problema del dolor y sufrimiento en clave religiosa nada tiene que ver con la ortodoxia

cristiana, y no es más que una visión muy personal del asunto. El evangelista San Juan lo dejó bien claro en su capítulo nueve, cuando relató lo siguiente: “Al pasar, vio un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron:

Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego? Jesús contestó: ni él ni sus padres han pecado, sino que ha ocurrido así para que se manifiesten en él las obras de Dios”.4

Independientemente de nuestra reflexión sobre cómo expresa Márai el dolor por la muerte de su hijo, y si es ortodoxamente cristiana su visión o no, que en este caso es lo de menos, sí que resulta muy interesante la diferencia que

supuso en su vida la muerte de su primer hijo con respecto a la muerte de su padre. Los Márai tuvieron otro hijo, János, en este caso adoptado. De hecho en el año

1947, ocho años después del fallecimiento de su primer hijo, aparece la siguiente noticia en un periódico húngaro: “Sándor Márai ha vuelto a ser padre”. Todo lo que rodea a la adopción de este niño es algo confuso y diversas

fuentes divergen en su información al respecto. El hecho cierto es que el niño había nacido en el año 1941, y que el escritor húngaro pudo conocerlo en sus frecuentes viajes en barco desde Léanyfalu a Budapest en plena segunda

guerra mundial. La versión más plausible es que Sándor Márai pudo iniciar cierta relación con el niño, y que finalmente según él escribe en sus diarios con posterioridad decidieron adoptarlo. Unas fuentes dicen que sus padres

fallecieron en la guerra, pero el mismo Márai escribe: “Cuando yo adopté a Janos en 1945 en una notaría de Pécs estaban presentes sus padres, gentes sencillas del Transdanubio a quienes la guerra había separado”. Llama la

atención el año a que hace referencia 1945, cuando el periódico se hacía eco de la noticia en el año 1947. Sea como fuere, el hecho cierto es que los Márai adoptaron a János, además sólo un tiempo antes de tomar la decisión de su

exilio. János les acompañó, desde ese momento, siempre, y a todos los efectos fue un hijo para ellos.

4 San Juan 9: 1-3.

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Sándor Márai con hijo János

El 23 de abril de 1987 murió su hijo János de forma inesperada en San Diego. Márai era un anciano en ese momento, que vivía sólo y muy lejos de su tierra,

y escribió: “János había sido durante cuarenta y tres años nuestro fiel compañero de viaje a través de mares y continentes, era la personificación de la honradez, la fidelidad y la delicadeza(…) Según la autopsia, ha muerto de

una endocarditis”. Este es un nuevo mazazo para Sándor Márai, en unos momentos muy difíciles para él, como veremos posteriormente. Se encuentra totalmente sólo, enfermo

y sin ganas de vivir. Escribe en sus diarios unas hermosas palabras sobre János y al final de ellas muestra de forma descarnada su estado de ánimo: “No me daba cuenta de hasta qué punto lo quería. Un húngaro de extracción

humilde, honesto, fiel, discreto, silencioso. Nunca pedía nada, siempre estaba agradecido por todo. En cuarenta y dos años nunca me engañó ni mintió. Con sus propias manos construyó un hogar en el extranjero y fundó una familia. Nos

amaba con una discreción peculiar que demostraba gran nobleza. A los cuarenta y seis años cayó fulminado como quien recibe un golpe mortal por la calle. Las palabras Dios, piedad, misericordia; todo lo que han dicho los curas y

los filósofos es una completa mentira. No existe un propósito ni un sentido. Sólo existen los hechos descarnados. Todo es un asco”. Su desesperación era absoluta, su soledad era total. En esos momentos no

tenía a nadie de su familia en el mundo. Su mujer había muerto un año antes, hecho del que nos ocuparemos en detalle a continuación, su hermano Gábor había fallecido casi al mismo tiempo que ella, y su hermana Kató y su hermano

Géza meses después que ella. Con la muerte de János en palabras de Márai: “El círculo mágico se ha cerrado, ya no vive nadie de mi familia”. El 4 de Enero de 1986 había muerto Lola, la mujer de Sándor Márai. Lola fue

todo para el escritor húngaro. Fue su autentica roca donde se refugio tantas y tantas veces. Tras una larga y penosa enfermedad Lola falleció en un hospital de San Diego. Márai siempre estuvo a su lado, no se separó de ella ni un

momento, procuró ofrecerle todo lo que estuvo en su mano. Sabía que perdiendo a Lola perdía su razón de vivir, su enganche con la vida, su hilo transparente de relación con lo humano. Sabía que su amor a la literatura no

iba a ser suficiente seguro para seguir sorprendiéndose con la vida. Escribió en sus diarios: “Hoy hace cuatro semanas que murió, el sábado a las dos menos

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veinte de la tarde, aproximadamente. (…) Literalmente “exhaló el último suspiro”. Me quedé durante media hora más junto a su lecho, contemplándola. No estaba seria ni hermosa, sólo diferente. Como si todo el maquillaje de la

vida –ira, dolor, alegría tristeza-, todo lo que reviste el rostro humano, se hubiera borrado. Sólo capté en ella la serenidad y nobleza, dos rasgos que siempre quedan ocultos en la cara de los vivos”.

La muerte de su mujer lo sumió en una profunda tristeza. Su vida se convirtió en un mar de amargura. La pérdida de su familia le hace sentirse rodeado de un abismo que le conduce a la autodestrucción. Continúa escribiendo en su

diario: “La bestia agazapada salta desde las tinieblas. La furia. Primero se quedó ciega y sorda, después la enterraron en la tumba de un colchón hospitalario porque se desmayaba y no podía andar, luego la echaron al fuego

y después al agua, y ahora a la nada. Salmos sobre la compasión. Eso no existe. Sólo hay indiferencia negra, despiadada. Odio hacia todo y hacia todos, que estalla en días y noches entumecidos. Es lo único que me ayuda a esperar

el momento en que pueda abandonarlo todo, sin lástima ni autocompasión”. Resulta difícil leer estas líneas si sentir desazón por todo lo que tuvo que pasar Sándor Márai a lo largo de su vida tanto en el terreno profesional, con un exilio

y olvido incluidos, como en el personal donde pierde poco a poco a toda su familia, incluidos sus dos hijos. El escritor húngaro, gigante de la literatura universal, que escribió páginas bellísimas donde ensalzaba la belleza de lo

humano y defendía como pocos el ideal humanista, se encontraba al final de su vida con la dureza de la cruz de la realidad que en su caso significaba su soledad más absoluta. Solo y en tierra extraña no pudo encontrar la caricia del

amigo, la compasión del hermano ni el alivio de la esperanza en lo eterno. Llegados a este punto sólo nos resta acercarnos a sus últimos días. Márai no tuvo nunca una naturaleza enfermiza. Conocemos que padeció en su

Hungría natal algunos problemas con su tensión arterial, complicados con una arritmia cardiaca, precisamente en la época que estaba pensando en tomar la decisión de exiliarse. Posteriormente, residiendo en Italia tuvo una hemorragia

intestinal. En sus últimos años en EEUU padeció de hipertensión ocular, y a propósito de la misma escribió: “La capacidad de adaptación del ser humano es increíble: me acostumbro a vivir medio ciego, a tientas, a percibir las distancias

transformadas”. Nos interesa sobremanera una época en la que tuvo problemas con el alcohol coincidiendo con su etapa en Alemania, y ya conviviendo con su esposa Lola.

Escribe en su libro “Confesiones de un burgués”: “Yo había empezado a beber en Frankfurt, y al llegar a Berlín me convertí en un alcohólico hecho y derecho”. Tan solo con veintiún años hace esa revelación tan contundente. Explica

posteriormente la razón de su adicción: “Yo empecé a beber para vencer el pánico. (…) En mi fuero más íntimo me atormentaba el recuerdo de alguna humillación antigua e insoportable, la vergüenza me atenazaba la garganta una

y otra vez, me atacaba y casi me vencía, me asfixiaba; yo me mareaba al acordarme o mejor dicho, cuando mi cuerpo lo recordaba, por algún motivo que nunca descifré”.

La reacción de su mujer fue ejemplar, conociendo que llevaban poco tiempo juntos, y el escritor húngaro lo reconoce así: “Lola no sabía nada de todo esto. Sólo notaba con desesperación que yo estaba mal. La naturaleza de mi

enfermedad le resultaba oculta e incomprensible. (…) Lola lo intuía y se adaptaba a su papel de enfermera invisible. (…) Ella se mantenía a mi lado por

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su extraordinaria fuerza interior, y estoy convencido de que fue Lola la que me ayudó a superar la etapa más difícil de mi vida”. Sándor Márai reconoció su adicción al alcohol, pero en el fondo se reconocía

como un “neurótico”. Muchos escritores han padecido en sus vidas algún tipo de neurosis, nosotros hemos visto el ejemplo de Francisco Umbral en el capítulo anterior. El escritor húngaro hizo una reflexión muy esclarecedora

sobre cómo luchó frente a su enfermedad mental: “Detesto mi neurosis e intento luchar contra ella por todos los medios, que son la fuerza de mi conciencia, la de mi voluntad y la de mi humildad. Creo que el carácter y su

máxima forma de manifestación, la conciencia humana, pueden mantener en equilibrio nuestros instintos enfermizos; también creo que la vida y el trabajo son síntesis, y los que no son capaces de realizar esa síntesis, que vivan como

quieran o que perezcan”. Sándor Márai tras el fallecimiento de su mujer, y aún estando vivo su hijo János, no dejaba de pensar sobre el final de su vida. En el terreno personal no

quería ser un estorbo o una carga para nadie y también tenía decidido no regresar a Hungría en tanto que todavía la democracia no había llegado a ella. En lo profesional todo estaba concluido, incluida su última obra que era una

novela policíaca. En esos momentos ocurrió un hecho muy importante, del que da fe en sus diarios: “Hace dos semanas fui a una tienda del otro extremo de la ciudad para comprarme un arma de fuego. (…) Es la primera vez desde hace

meses que siento algo parecido a la tranquilidad. No tengo planes de suicidio, pero si el envejecimiento, la debilitación, la pérdida de mis capacidades avanzan al mismo ritmo, es bueno saber que podré acabar con ese humillante

deterioro en cualquier momento, y no tendré que temer lo peor: terminar en uno de esos vertederos institucionales, en un hospital o una residencia de ancianos. Sin embargo, hay que tener suerte incluso para eso, porque la apoplejía puede

impedir la huida”. Es la primera vez que escribió sobre la posibilidad de suicidarse. Luego conocemos que su hijo János, y todos sus hermanos fallecieron en un

corto espacio de tiempo. Sándor Márai se encontraba medio ciego debido a su hipertensión ocular, era octogenario y estaba absolutamente sólo viviendo en San Diego. Su nuera y sus nietas lo visitaban alguna vez. En una carta a una

antigua amiga de Roma, Zsuzsa, en el mes de octubre de 1988, le escribió: “La muerte, que tampoco anhelo demasiado, no es un problema, sino una necesidad, hasta el momento todo el mundo la ha llevado tras de sí no han

llegado quejas ulteriores”. En noviembre de 1988 recibió con alegría la edición de lujo de su novela sobre la saga familiar y generacional “Los Garrens”. La editorial Vörösváry de

Toronto, del matrimonio de editores del mismo nombre y muy amigos de Sándór y Lola, con esta obra elaboró el testimonio literario del escritor húngaro que estaba esperando su muerte. De hecho él le escribió al matrimonio su

última carta: “Lo siento pero no puedo seguir así. La debilidad no desaparece; si la cosa sigue así, me enviarán de inmediato a un hospital para que me cuiden. Quisiera evitarlo”.

La última anotación que hizo Sándor Márai en su diario fue la del 15 de Enero de 1989 y decía lo siguiente: “Espero la orden de incorporación, no estoy impaciente, pero no quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ya es hora”.5

5 Sándor Márai. “Diarios 1984-1989”. Editorial Salamandra. Barcelona 2008.

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El 21 de Febrero de 1989 Sándor Márai se suicidó de un disparo en la cabeza. Sus cenizas, días después, fueron diseminadas por el Océano Pacífico, respetando así su voluntad y reposando así eternamente en el mismo lugar que

su mujer Lola y su hijo János. Triste y solitario final para un gigante de la literatura que sufrió la pérdida de los suyos, la dureza del exilio, el olvido de sus contemporáneos y la distancia de

sus lectores. La justicia universal posiblemente tenga poco que ver con el tiempo. En estos momentos, y gracias a las traducciones al español publicadas en la editorial Salamandra, podemos decir sin equivocarnos que Sándor Márai

es el gran escritor húngaro del siglo XX y se encuentra entre los novelistas que han alcanzado la relevancia suficiente para considerarse como un clásico de la literatura universal.

Sándor Márai representa la creencia en el humanismo. Sus novelas son la cortesía de lo humano.