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histórica, como otras, no escapa a los intentos de renovarse, ode aparentar renovarse, modificando su vocabulario. Pero ¿lasideas están por ello más claras? Diez años han pasado, yacepta-mos con gusto esta oportunidad que se nos ofrece de hacer unbalance.

LA SOCIABILIDAD, LA SOCIOLOGÍA Y LA HISTORIA ¿LA SOCIABILIDAD ES UNA CATEGORÍA HISTÓRICA?

¿Sociabilidad? ¿O "sociabilidad"? Para decirlo de otromodo, ¿se trata de una categoría histórica reconocida, o sólo dela iniciativa singular de un investigador o de algunos investigado-res? El autor de estas líneas tiene su cuota de responsabilidad eneste pequeño problema, por haber dado el título de Sociabilidadmeridional a un estudio publicado en 1966 cuyo subtítulo preci-saba el contenido de la siguiente manera: "Confraternidades yasociaciones en la Provenza oriental en el siglo XVlII".l Se con-sideraba que la densidad y la vitalidad de los grupos sociales or-ganizados, así fueran burgueses o populares, laicos o religiosos,expresaban la aptitud general de una población a vivir intensa-mente las relaciones públicas (sociabilidad), y que esa aptitud re-conocida (o, más exactamente, sospechada, entrevista, supuesta)en Provenza caracterizaba el temperamento regional (meridio-nal). Dos años después, nos apartábamos de tales consideracio-nes. Para una reedición de la obra en París, adoptamos un títulomás representativo del contenido concreto de la"obra: Penitentes ymasones de la antigua Provenza, y el tema relegado como subtítulo:"Ensayo sobre la sociabilidad meridional'l.é

Sin embargo, a pesar de ese tímido retroceso, la "sociabilidad"había prendido, como puede prender una moda, una salsa o uninjerto. A partir de 1967, Emmanuel Le Roy Ladurie aceptaba eltérmino sin comillas en su contribución a la Histoire du Languedoc.'Desde entonces, muchos otros lo hicieron, ya que la bibliografía

El empleo del término "sociabilidad" en historia no es normal.En primer lugar, observemos que parece contradecir el sentidoomún y atravesar los límites impuestos por los diccionarios.t Enfecto, éstos reconocen dos definiciones. Una, muy general, es la

aptitud de la especie humana para vivir en sociedad, aptitud quelas especies animales no poseen sino por excepción y de manerarudimentaria y no evolutiva (abejas, elefantes, etc.); la sociabili-dad contribuye, en lo esencial, a definir lo que separa al hombrelel animal. La otra definición se refiere a la aptitud del individuo

de frecuentar agradablemente a sus semejantes; en tal sentido, elhombre (o el niño) sociable es lo contrario del niño tímido, re-traído, "salvaje", misántropo. La sociabilidad es entonces unr sgo del carácter, que por lo general se erige como virtud. Pero'5 fácil ver que, para el historiador, la primera de esas aplicacio-nes del término es demasiado amplia y la otra, demasiado estre-ha. Los objetos de la historia están, precisamente, entre ambas,

más allá del individuo singular y más acá de la especie.Sin embargo, a pesar de los diccionarios, la aplicación del tér-

mino "sociabilidad" a grupos humanos relativamente definidos(" casi tan antigua como el término mismo. Pero observemos( n mayor detenimiento.

No parece que se conozca un empleo anterior al siglo XVIII. ElIIictionnaire de l'Académie Francaise, cuyo retraso respecto del uso eshi n conocido, lo admite en su edición del año V. Según los lexi-( 6grafos,5 el primer autor que habría fijado la sociabilidad como

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de la que la sociabilidad es un componente.P Pero ahora debe-mos distinguir las direcciones de las investigaciones, tanto de lasque ya han sido frecuentadas como de las que deberían serlo enmayor medida. La geografía de los temperamentos y la historia delas mentalidades pertenecen al primer grupo; la historia de lasasociaciones (como criterio posible de sociabilidad), al segundo.

encerradas en el interior; 3) una estructura social democráticadesde el Antiguo Régimen, con campesinos más o menos pu-dientes y propietarios, con una nobleza popular y sin altivez,condiciones que permitían relaciones de familiaridad, dignidady proximidad espiritual entre las clases.

Este tercer punto, digámoslo sin rodeos, es poco convincente.No cabe duda de que Benoit, entrenado por su inclinación ideoló-gicamente conservadora, ha idealizado e incluso deformado laantigua sociedad provenzal. Ésta incluía tanto a nobles arrogan-tes y opresivos como a campesinos muy pobres, muy oprimidos,que alternaban entre la rebeldía y el servilismo. En cuanto a la fi-neza, la cultura y el espíritu "republicano" precoces de los artesa-nos y de una parte de los campesinos, se explican mejor por laestructura del hábitat, que los obliga a estar junto a la burguesíadel poblado (el primero de los motivos, que acabamos de men-cionar), que por el supuesto achatamiento de la jerarquía social(el tercer motivo mencionado) .15

Debemos ser justos con Benoit y reconocer al menos que sustres causas participan también de una intención racional: explicarla sociabilidad, rasgo de temperamento colectivo, no a través deuna misteriosa herencia de raza, o de una afinidad climática algomenos inquietante, sino por el resultado de relaciones sociales,conómicas e históricas objetivas. Las razones que colocaba en pri-

mer y segundo lugar siguen siendo inatacables. Es evidente quehay una vida social más rica, más intensa y más diversificada, mássociabilidad en definitiva, en aldeas y burgos que en fincas aisla-das. Ya había señalado André Siegfried que las costumbres demo-ráticas (el espíritu de igualdad, de independencia, etc.) y luego

las ideas democráticas (voto a la izquierda) hallan condiciones dedesarrollo más favorables en el primer tipo de espacio (Provenza).que en el segundo (los territorios parcelados por setos y arboledasde Bretaña y Anjou) .16 En cuanto a la noción de que las costum-bres y las ideas también dependen, en parte, de la penetración deinfluencias metropolitanas (nacionales, parisinas) y de que laProvenza, guiada por Marsella, su verdadera capital, debía estar

SOCIABILIDAD Y TEMPERAMENTOS REGIONALES

Seamos equitativos. No hemos extraído el término de Lerminier,ni de D'Alembert, ni tampoco de Michelet. Nos saltó a la vista enla obra de un viejo maestro marsellés, el añorado folclorista, ar-queólogo e historiador Fernard Benoit, quien publicó en 1949una hermosa síntesis sobre la Provenza.l'' Allí evocaba, en primerlugar, "el país y el hombre" y sugería, luego, que existe un carác-ter provenzal que Michelet había entrevisto (esta referencia a Mi-chelet es digna de mencionar, al pasar, ya que Benoit no pertene-cía a la misma familia de ideas). Ese carácter es menos rudo queel dellanguedociano, marcado por las pasiones religiosas. En estepunto Benoit abre un párrafo titulado "Sociabilidad y espíritu de-mocrático", con esta fórmula inicial: "Hay una unidad de tempe-ramento provenzal cuyo principal elemento es la sociabilidad".

Más notable aún que la elección de ese término y que sualianza (sobre la que volveremos) con el de "democracia" era lamanera en que Benoit intentaba explicitarlo y explicar el asunto.A grandes rasgos, mencionaba tres motivos: 1) el hábitat concen-trado, "el marco comunitario ~n el que evoluciona el provenzal,agrupado en el poblado o el burgo, creó puntos de contacto quevanamente se buscarían en los países de hábitat disperso ..."; 2) laapertura al mundo exterior por el comercio, "por el Ródano y porel mar", esto es, la apertura "a la penetración de las ideas prove-nientes del exterior" gracias a ciudades que son, sobre todo, fron-terizas o periféricas, a diferencia de las metrópolis languedocianas

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avanzada, en ese sentido, respecto de un Languedoc simbolizadopor Tolosa, capital de la tierra por excelencia, es un esquema expli-cativo que recientemente ha recobrado cierta vigencia. 17

Desde un punto de vista intelectual (si no cronológico), la ea-racterología regional de la que Benoit nos ofrecía un ejemplo seubica entre dos series de especulaciones: la de los grandes obser-vadores impresionistas del pasado (el Michelet del Tableau de laFrance, el Taine de las Notes sur la province), que sentían los tem-peramentos y que, a falta de mejores explicaciones, los ligaban ala raza, el clima o el suelo, y la de los analistas de las ciencias po-líticas émulos de Siegfried, para quienes el temperamento regio-nal sirve para explicar, en última instancia, las diferencias de com-portamiento electoral, de las que la economía o la sociologíaevidentemente no dan cuenta .

.Sin embargo, persiste una dificultad: para establecer relacio-nes lógicas convincentes habría que comparar varias regiones so-metiéndolas a criterios comunes de análisis. ¿Los signos proven-zales de sociabilidad, por ejemplo, no se hallan realmente en lasregiones que se sienten como menos "sociables" y que se cono-cen como menos democráticas (por el voto)? Probablemente,pero ¿quién lo demostrará? En efecto, es relativamente fácil car-tografiar el grado de concentración del hábitat; será ya menoscómodo evaluar, con criterios simples, la frecuencia y la rapidezde las relaciones con la o las metrópolis, y menos cómodo aúnapreciar la calidad de las relaciones sociales y culturales entrecampesinos y burgueses de aldeas. En cambio, sería tal vez mássimple utilizar el signo de sociabilidad por el que habíamos co-menzado: la densidad de la existencia de asociaciones constituidas.Habría que volver sobre este punto y pasar de la sociabilidad in-tuitivamente percibida o cualitativamente descrita a una mediciónde hechos sociológicos precisos.

El otro enfoque -que prioriza el análisis de la sociabilidad en elespacio antes que en el tiempo- nos conducirá a una conclusiónsimilar.

SOCIABILIDAD E HISTORIA DE LAS MENTALIDADES

La sociabilidad se halla en la duración, sugería Michelet. El cafés un personaje histórico, al igual que el salón y el club. ¿Ypor

qué, entonces, no lo serían también la aptitud que llevó a la crea-ión de esas instituciones y el gusto de gozar de ellas? Sin em-

bargo, el estudio de ese tipo de realidad seguiría siendo, muchotiempo después de Michelet, el ámbito de la historia anecdóticade la vida cotidiana. La gran historia, académica y universitaria,tenía bastante ya con la religión, la política, la economía y la re-volución. Pero hoy nos damos cuenta de que todo lo ocurrido esdigno de interés, y que es anticientífico distinguir materiales his-tóricos nobles de otros que serían fútiles. También se vuelve evi-dente que todo evoluciona, incluso las cualidades que se creenpermanentes, porque están estrechamente vinculadas a la condi-ción general del hombre. Si el sentimiento de la familia, si lasformas de la piedad, si incluso el amor y la muerte, tienen unahistoria y están en la Historia, ¿por qué no habría de tenerla, afin de cuentas, la sociabilidadz-f

Como señalamos al comienzo de estas reflexiones, el simpletérmino "sociabilidad" ha sido recibido y reproducido con faci-lidad en la bibliografía histórica reciente, tal vez porque -y en lamedida en que- nuestra historiografía universitaria ha recupe-rado la vida cotidiana, el folclore y la fiesta, la cultura popular yla revuelta. Muchos autores tienden a utilizar el término "socia-bilidad" para reunir, como si se tratase de un cómodo y gran ca-jón, la mayoría de las formas elementales de la vida colectiva, di-versas pero omnipresentes. Un término nuevo, en definitiva, paradesignar las realidades clásicas que antes etiquetábamos como"vida cotidiana", "civilización" o "historia de las costumbres".

Pero seamos justos. Algunos fueron aún más lejos e hicieronnovedosos descubrimientos. El estudio insólito del criterio dehonestidad en las relaciones sociales en Languedoc en el sigloXVIII, como el que hizo Yves Castan.J? es admirable por su pre-isión y su fineza, pues -para decirlo brevemente- el autor logra

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pasar del análisis de los comportamientos objetivos al de los pro-cesos psicológicos. Ese libro deberá seguir siendo un modelo.Pero, para avanzar un poco más, había que reunir una docu-mentación inmensa y encerrarse en una época (en este caso, me-nos de un siglo), del mismo modo que otros, como nosotros, paracomprender una evolución histórica han tenido que limitarse auna provincia o un departamento. En materia de historia de lasmentalidades o (y) de los hechos sociales de masas, la comparaciónentre las épocas es también deseable, aunque rara vez llevada acabo (quiero decir, montada sobre datos comparables), comoentre zonas geográficas.

Si la sociabilidad meridional u otra20 se emplaza en la histo-ria, ha debido seguir una evolución. El sentido común bien ·10sabe. ¿Acaso los más pesimistas de nuestros contemporáneosno se lamentan porque la televisión aísla a la gente en veladasmicrofamiliares y termina con el pequeño bar de antaño? Perosi ese bar desfallece, ¿acaso no es porque ha vivido una bellaépoca, unajuventud e incluso un nacimiento? Tal vez ya se en-tienda lo que queremos decir. La historia de la sociabilidad es,de algún modo, la historia conjunta de la vida cotidiana, ínti-mamente ligada a la de la psicología colectiva. Se vuelve enton-ces necesario contemplar una amplitud y variedad de aspectostal que resulta desalentador y se corre el riesgo de acumularuna cantidad de observaciones que son poco esclarecedoraspor no ser comparables. Sin duda, sería mejor y más útil, a pe-sar del carácter a primera vista restrictivo y parcial del pro-yecto, identificar instituciones o formas de sociabilidad especí-ficas y hacer su estudio concreto. El resultado podría ser menosmodesto de lo que parece.

Como ya se habrá adivinado, ingresamos aquí en la historia de lasasociaciones, que para nosotros fue al comienzo un ensayo completa-mente empirico y ahora se convierte en un proyecto razonado.

SOCIABILIDAD Y VIDA DE LAS ASOCIACIONES

La idea de que la vitalidad de las asociaciones es un buen indica-dor de la sociabilidad general de una colectividad humana nodebería dar lugar a objeciones. Cuanto más numerosas y diversason las relaciones interpersonales, más grupos se ponen en

juego: la familia, la parroquia, el trabajo o el grupo de edad sonuna suerte de mínimo encuadre, al que vendrán a agregarse, ono, el partido político, el club deportivo, la sociedad de benefi-cencia, o lo que pueda imaginarse. Por otro lado, cuantas másactividades tiene una asociación, más requiere fortalecer su orga-nización interna: los jóvenes que juegan a la pelota en un te-rreno baldío no necesitan presidente ni tesorero, pero si quie-ren tener un terreno cerrado, comprar material reglamentario yparticipar en competencias oficiales, el grupo de amigos deberíaonvertirse en un club con oficina, local y estatutos.Una evolución progresiva de la sociabilidad consistirá, enton-

es, en la aparición de asociaciones voluntarias (el partido, ellub, por oposición a la familia, el taller, el estado) cada vez más

numerosas y diversificadas, y, por otro lado, en el paso del esta-dio informal (jóvenes futbolistas en un terreno baldío) al estadioformal (club deportivo). Si admitimos que la sociabilidad así defi-nida es una de las modalidades de la historia de la civilización enla llamada época "contemporánea" (desde fines del siglo XVIIIhasta nuestros días), y que, además, su relativa rapidez e influen-ia y sus diferencias de aspecto son un elemento de comparación

y de estudio para las costumbres y la psicología diferencial de las di-v rsas entidades territoriales, podemos preguntamos por qué no sela estudia un poco más. Podría haber dos motivos: uno relativo anuestra historiografía, otro, a nuestra sociología.

Ya hemos dicho lo esencial sobre nuestra historiografía. El es-tudio verdadero de la civilización ha sufrido la fragmentaciónrradicional que ha caracterizado a nuestra disciplina hasta una(poca reciente: confraternidades estudiadas por la historia reli-i sa, partidos estudiados por la historia política, sociedades

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eruditas estudiadas por la historia de las "ideas", y círculos, cafésy clubes diversos estudiados por ... la pequeña historia. Sólo me-diante la ambición totalizadora de la historiografia actual podre-mos conseguir mañana una historia verdadera de ese gran hechosocial que es la asociación.

Pero ¿es esa la única razón? Tal vez hacía falta también que loshistoriadores aceptaran considerar la sociología, e incluso, porasí decirlo, una sociología adecuada.

SOCIOLOGÍA CLÁSICA Y SOCIOLOGÍA FORMALISTA

Si todo el pasado es histórico, todos los métodos de enfoque ytodas las disciplinas pueden volverse históricos al aplicárselos alpasado. La historia política puede incluir una "politología" his-tórica, la historia de las relaciones internacionales una "polerno-logía" histórica, la historia de la vida material una etnología histó-rica, y así sucesivamente. En nuestro caso, la sociología histórica,y primero la sociología misma. Pero los sociólogos franceses quehan formado o, con mayor frecuencia, impregnado e influen-ciado indirectamente a los historiadores franceses, no han hechodemasiado hincapié en la sociabilidad. Sólo, tal vez, el descono-cido Eugene Fourniére.é! teórico del socialismo reformista alre-dedor del 1900, esbozó la evolución, para él necesaria y feliz, dela sociedad contemporánea, como un triple desarrollo: de lademocracia (en el orden político), del socialismo (en el ordeneconómico) y de la asociación, que también llama "sociabilidad"o "socialidad" (en el orden que llamaríamos cultural).

En el Manuel de sociologie,22 Armand Cuvillier no emplea esetérmino sino en la parte histórica de la obra, en la que exponelas teorías de otros, que no comparte. Incluso a veces se tiene laimpresión de que la noción le es sospechosa, como si estuvieraplagada de excesos de abstracción. "La sociología -escribe- noes, primordialmente y en el orden de lo abstracto o intemporal,

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una teoría de las relaciones ni de las formas de sociabilidad. Esateoría pertenece más a la construcción filosófica que a la sociolo-gía propiamente dicha, pues no hay sociología sin historia. La so-ciología es la ciencia de los grupos humanos reales y concretos,s decir arraigados en la historia."23Es cierto que las asociaciones forman parte de la historia con-

creta, pero la asociación en singular no es, desde esa perspectiva,una materia de estudio valorizada. Sin embargo, es justo decirque Cuvillier la menciona y señala lo esencial: la creación de aso-iaciones es un proceso de compilación social que permite al in-

dividuo ser no sólo el hombre de su grupo natural único, sinoun hombre ubicado en el cruce de círculos sociales diversos, esdecir que puede elegir una personalidad y una independencia.v'Por otro lado, observa que las asociaciones libres (en general)uelen funcionar como contrapeso del estado y como garantía

de la libertad del ciudadano.PGeorges Curvitch-" nos aclara más el panorama, pues la no-

ión de sociabilidad parece concernirle en mayor medida. Nobstante, es cierto que la emplea sobre todo en el ámbito micro-ciológico (relaciones entre un individuo y los demás), lo querresponde a la segunda definición de los diccionarios (la psi-lógica: ser o no ser tímido, etc.), y que la aplicación al ámbitola macrosociología (es decir, la sociología) sigue siendo teó-

Ii a. Pero hay algo más. La (macro) sociología, explica Gurvitch,Ii ne por objeto las "sociedades globales" y las "agrupacionesparticulares". Pero la sociología francesa, bajo la influencia com-I inada de Karl Marx y Émile Durkheim, ha estudiado, sobreI do, las clases, mientras que las agrupaciones particulares hani O estudiadas en mayor medida por los sociólogos extranjeros,( bre todo norteamericanos.é?

Las expresiones que antes enunciamos en francés* y que aquí111 ncionarernos en inglés, "voluntary associations" y "formal (or infor-/l/al) organizations", son mucho más usuales que en las bibliografías

* En francés en el original. Aquí traducidas al español. [N. del T.]

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sociológicas estadounidenses (y,agreguemos, aunque no la haya-mos sino rozado de segunda mano, alemana) que en la fran-cesa.28¿Por qué? ¿Porque los alemanes y los anglosajones tenían,con ese formalismo que Cuvillier consideraba demasiado filosó-fico, un esquema teórico inicial mejor adaptado? ¿O porque vi-vían en países donde las asociaciones voluntarias eran efectiva-mente más densas, habían sido más precoces y atraían más laatención que en Francia? Ambas razones, sin duda. La segundase comprueba empíricamente y es, incluso, trivial.29 La primeratampoco debe dejarse de lado. Distinciones conceptuales bási-cas, como la de Tórmies (Gemeinschaft-Gesellschaft) 30 o de MacIver (Community-Association) ,31 ayudan más que cualquier otrotérmino a tomar la vía del estudio específico de la asociación o, sise prefiere, de la sociabilidad organizada.

Es Max Webe~2 el que ha dado como tarea explícita a la socio-logía el estudio de "todas las estructuras comúnmente llamadas so-ciales, es decir, todo lo que se halla entre los poderes organizadosy reconocidos, el estado, la comuna, la iglesia establecida, por unlado, y la comunidad natural de la familia, por otro. Se trata, en loesencial, de una 'sociología de las asociaciones' en el sentido másamplio del término: del club de bochas al partido político y a losgrupos religiosos, del círculo artístico a la secta literaria".

"Del club de bochas al partido político", qué bello programa(nos atreveríamos a decir "meridional") y, sobre todo, qué im-portante aval para planes de estudio, que ya no nos atreveríamosa calificar de fútiles ...

Si bien es cierto que en Alemania, Inglaterra y los EstadosUnidos hubo algunas interacciones entre la realidad social, pro-ductora de materiales de estudio, y la teorización sociológica, lamisma solidaridad sería aplicable a Francia: las carencias de lainvestigación histórica francesa en la materia se reproduciríanen el ámbito sociológico, y la responsabilidad de esa falta seríacompartida.é''

En materia de asociaciones, como en otros ámbitos, el soció-logo trabaja normalmente sobre dos series heterogéneas de datos,

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los del presente (datos que debe recoger por su propio oficio) y losdel pasado (respecto de los cuales es tributario de los libros delos historiadores). El grado ideal de colaboración consiste en unadialéctica de préstamos recíprocos: el sociólogo provee al historia-d~r de nociones sociológicas que aclaran su investigación y le per-rruten elaborar los materiales. Después de integrar esos materialesn su reflexión, el sociólogo produce conceptos más precisos, y así

sucesivamente. Este esquema inicial no tenía otro objeto más queonducirnos a una última observación acerca de la prudencia que

debería demostrar el historiador en los préstamos que toma de losS ciólogos. Por ejemplo: tomamos la noción de clase social, perono se nos ocurriría tomar la lista de las categorías socioprofesiona-I s del INSEE [Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Econó-micos de Francia] para aplicarlas a los habitantes de cien añosatrás; sería caricaturescamente inadaptada.

En la materia que nos ocupa, adoptar una problemática gene-ral de la sociabilidad no implicará necesariamente que adopte-mos una clasificación actual de las asociaciones. En efecto, hoyesbastante común clasificar y definir las asociaciones según la fun-C'i ' n social que ayudan a cumplir; como si fuera evidente que sonunifuncionales. Sospechamos, sin embargo, que se trata de una'videncia falsa y que, en algunos momentos, al menos durantelos siglos XVIII YXIX franceses, las asociaciones tenían una plu-ialídad de funciones y que, por lo tanto, hay que adoptar otrosprincipios de clasificación de las asociaciones más acordes conII'~'pocas consideradas, es decir, más "históricos", sin que dejen11(' ser, por supuesto, sociológicos por naturaleza.

Esta última hipótesis será uno de los hilos conductores del es-Illdi parcial concreto que nos proponemos anexar ahora a estas11·/1 xiones generales.é?

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Una pequeña autobiografíaintelectual

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" Este texto fue publicado por primera vez en Metanges de la Casa delIelázquez, 2004, nueva serie, tomo 34-1.

Antes que nada, quisiera agradecer por esta invitación 1

a la Casa de Velázquez. * Agradezco, en particular, haber elegidocomo programa de este encuentro mi trabajo personal, como si,en la reflexión y los debates anunciados, yo debiera figurarcomo objeto y como participante activo al mismo tiempo. Es ungran honor para mí, un tanto abrumador. Es muy halagador,pero también podría ser preocupante: ¿acaso no es como antici-par una noticia necrológica, por lo demás, no demasiado lejana?

Pero dejemos esa cuestión de lado. Otro motivo de confusiónproviene del hecho de que este modesto homenaje me es ofre-ido en España, país que conozco poco (incluso como turista) yuya lengua no domino. Antes de conocer a mis colegas france-

s s hispanófilos, y luego a historiadores españoles que trabajan.n París, sobre todo aJordi Canal, no he tenido con España y elhispanismo más que dos lazos indirectos y bien discretos.é

El primer lazo se llama -se llamaba- André Joucla-Ruau, ca-marada de la Escuela Normal durante dos años, luego colega enI s liceos de Marsella y, por último, en la Facultad de Letras de

ix-en-Provence, camarada también en otro sentido de la pala-bra, y amigo personal. Fallecido prematuramente en 1970, eraIIn hombre extraordinario, de una ciencia, un brillo y una se-rIu ción poco frecuentes. Por un apego admirativo y por su me-111 ria, me he atrevido a escribir para las Mélanges que le fueron

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ofrecidas un pequeño ensayo de historia comparada titulado ")':1comienzo del 'Movimiento' en las pequeñas ciudades" (Provenznde diciembre de 1851, Andalucía dejulio 1936).3

El segundo intermediario es nada más ni nada menos que S'IMajestad el reyJuan Carlos. En efecto, yo era profesor en la Univcisidad de París I (Panteón-Sorbona) cuando la asamblea directivade ese establecimiento otorgó el título de doctor honoris causa aldigno y liberal soberano de su país. Por cierto, no tuve el honor dI"serle presentado, tampoco a la reina Sofía. Como nunca me decidía procurarme una toga, no podía figurar en las primeras filas ddanfiteatro y me senté, en traje de calle, en medio del público gene-ral. Pero escuché y aplaudí el discurso de agradecimiento del mo-narca, que leyó en un francés impecable y donde expresó un granrespeto por los principios del estado contemporáneo. El "buen re-publicano" que se supone que soy no se sintió molesto por contri-buir, desde su modesta fila, a la fiesta de coronación de un rey.

Esta confesión me ofrece una cómoda transición para pasarde las anécdotas preliminares a la reflexión seria.

A menudo he disertado sobre la "República" y el "republica-nismo", y he sostenido que, para un francés republicano, la distin-ción entre el bien y el mal no oponía los estados con un jefe de es-tado elegido a los estados con un monarca hereditario, sino queseparaba a aquellos regidos por el derecho, la democracia y la li-bertad de los estados (aunque fueran designados como "Repúbli-cas") gobernados arbitrariamente por dictadores. Los estados po-líticamente honorables pueden ser monarquías constitucionales orepúblicas, tenemos más respeto por el rey de España que por elpresidente de Gabón, etc. Lo que acabo de decir es trivial.

Pero, cuando se es historiador, uno deriva, con bastante natu-ralidad, de la reflexión cívica sobre la política que conviene apli-car en el mundo actual (mejor ser solidario de las monarquías li-berales de la Europa del noroeste que de las repúblicasllamadas populares del tercer mundo) hacia la reflexión histó-rica sobre las causas de esa complejidad. ¿Por qué el estado mo-derno (el estado de derecho, la democracia liberal) reviste la

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forma de monarquía constitucional en Inglaterra, Bélgica, Sue-cia, etc., y la forma de república en Francia o en Italia? En otraspalabras, ¿por qué la monarquía constitucional en Francia hafracasado constantemente, en 1830 con los Borbones, en 1848con los Orléans, en 1870 con Napoleón III?

El tema de la república ligada al destino francés por lo generalse enuncia con la expresión, ya trivial, de "excepción francesa".Es un tema para los debates políticos, ya todos saben cuánto loexplotan los adversarios de la construcción europea. Pero estambién un tema para el historiador desde el momento en quedesea prolongar las descripciones con las explicaciones.

Que este preámbulo hispano-monárquico sirva, al menos,para esta primera máxima: reflexionemos, tratemos de com-prender y no sólo de narrar. Y de comprendernos a nosotros mis-mos, ya que es lo que ustedes han deseado hacer al personalizarun poco este encuentro.

Pertenezco a la generación que ha leído, desde su publicación,la obra de Henri Marrou titulada De la connaissance historique+ Ma-rrou, por cierto, no promovía la subjetividad en el trabajo. Nocuestionaba que uno deba ser "objetivo", aplicar reglas del oficiode erudito codificadas desde hace varias generaciones. Pero se-ría ingenuo negar su subjetividad. Es mejor tomar conciencia deella, asumirla y reconocerla. Sería un tanto ingenuo afirmar queel buen historiador no pertenece "a ningún tiempo y a ningúnlugar". Tiene sus condicionamientos, ya que ha sido formado enuna zona cultural, un medio, una educación. No depende denosotros ser cristianos o agnósticos, ser de derecha o de iz-quierda, ser "sociales" o elitistas. Conocer nuestras preferenciasespontáneas puede ayudar a relativizarlas o a controlarlas.

Ello ayuda, en primer lugar, a comprender la elección denuestros ámbitos de estudio y también nuestras curiosidades.

Todos sabemos que, para dedicar nuestra vida a un mismocampo de investigación, es necesario que lo que allí encontremosno nos desagrade demasiado. Hace falta ser cristiano para tenerganas de dedicarse por completo a la historia religiosa, al contacto

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con documentos, personajes y ambientes que nada agradarían alateo. Se necesita cierta cultura socialista, comunista o sindicalistapara trazar con el detalle que merece la "historia del movimientoobrero", sin hallarla fastidiosa. En todos esos casos, nuestras "sensi-bilidades" nos ayudan en nuestro trabajo, alentándonos o mante-niéndonos dispuestos cuando las exigencias profesionales austerasy abstractas de la exhaustividad y el análisis no son suficientes.

La subjetividad de nuestra formación original sin duda tam-bién puede dar lugar a derivas partidarias. Entonces uno deberecordar la ética "Langlois-Seignobos", pues es cierto tambiénque se debe ser exigente y riguroso. La formación en la disci-plina histórica, según Marrou, de ningún modo negaba la educa-ción "positivista" tradicional, sino que apuntaba a prolongarlarefinándola inteligentemente.

Una palabra más sobre este capítulo de deontología general.Es cierto que el historiador corre más riesgos de deriva partida-

ria cuando su objeto se acerca al presente. Es cierto, pero ¿qué ha-cer? En ese caso también las ideas de nuestros maestros han cam-biado un poco. Antes se admitía que la historia reciente está muycerca de la política y que, por lo tanto, no puede ser serena. La se-renidad viene con la "distancia" y,por ende, no se debe hacer his-toria cuando ésta es muy corta (o, en todo caso, habría que darlcotro nombre). Sin embargo, la experiencia demuestra que la dis-tancia no aporta, por sí misma, serenidad. Lo hemos visto hacediez o quince años con la gigantesca experiencia intelectual delbicentenario de la Revolución, que, debemos reconocer, era tandetestada en 1989 como lo había sido en 1889.5

El historiador de hoy acepta abordar períodos cercanos parapoder obtener las ventajas de la proximidad, pues las hay. Si bienlos archivos de acontecimientos demasiado recientes aún estáncerrados, las posibilidades de encontrar actores y testigos vivosson muy altas. Entonces, de manera muy consciente, proced .mos a trabajar por etapas. Esquematicemos: en la actualidad, tcstigos vivos, pero archivos cerrados. Es el momento de la "historia

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inmediata", a veces llamada (a causa de la importancia de las en-trevistas) "historia oral". Sus relatos son irreemplazables y provi-sionales a la vez. Mañana los testigos estarán muertos, pero losarchivos estarán abiertos. Entonces, se podrá pasar a una nuevaetapa, una nueva síntesis, más completa.

Ahora ha llegado el momento de hablar de mi propia subjetividad,ya que me han hecho el honor de invitarme.

A decir verdad, puedo ser muy breve sobre el condiciona-miento original ya que, gracias a Pierre Nora, gran y eficaz inspi-rador y organizador de nuestra conciencia histórica nacional,tuve mi lugar,junto a otras siete grandes figuras (sin duda era yola "figura" menor de ese escenario ...), en los Essais d'ego-histoire.6

Mis padres eran maestros públicos y combinaban la herenciaprotestante de Cévennes de uno con la influencia familiar cató-lica pero arqueorrepublicana y laica del otro. Ambos fueron cria-dos al término de la Gran Guerra en el pacifismo, es decir máscercanos al partido socialista que al viejo partido radical. Por lotanto crecí en un contexto de izquierda tan típico que es casi ca-ricaturescamente siegfriediano. Cierto condicionamiento fami-liar más íntimo, más particular por su alto tenor en puritanismo,sin duda contribuyó, al término de la Segunda Guerra Mundial,a que me lanzara,junto con una multitud de jóvenes de mi gene-ración, a la aventura del comunismo. Fui un celoso miembro delPartido Comunista Francés de 1946 a 1960.7

Hoy en día sigo estando dividido entre dos sentimientos con-tradictorios: el lamento de haber creído, repetido, escrito, ya ve-ces ejecutado, cierto número de tonterías, y el beneficio, tantohumano como profesional (histórico), de haber encontrado rea-lidades apasionantes y comprendido muchos procesos, tantosociológicos como ideológicos.

Como la mayoría de mis congéneres, he hallado, aunque unpoco más tarde que los más brillantes, mi camino de Damasco. Peropermanecí (el principal condicionamiento obliga) en el campode la izquierda moderada, es decir del socialismo democrático.

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Esto no es una revelación, ya que, en 1995, figuré en la larga ybrillante lista del destacado Comité Nacional que apoyaba la can-didatura presidencial de LionelJospin, lo cual me da una reputa-ción de "hombre de la izquierda" que acepto. Y también de "histo-riador de la izquierda", que discutiré un poco, en varios niveles.

Rechazaré, sin embargo, la etiqueta y la noción de historiador"comprometido". Historiador determinado, condicionado, sí,todo lo que acabo de decir, lo reconozco. Pero la palabra "com-prometido" posee una connotación militante, casi militar, entodo caso partidaria, que no acepto.

No he hecho una historia con una finalidad militante ni (mu-cho menos) con tintes partidarios. Por lo demás, la carrera uni-versitaria que estoy a punto de terminar no habría sido posible sino hubiera tenido amigos, profesores, jueces y electores proce-dentes de sensibilidades y opiniones muy diversas.

De modo que ahora me toca dar mayores precisiones, comen-zando por las más triviales. ¿He seguido un recorrido rectilíneo?¿O, por el contrario, un recorrido zigzaguean te? Ysi hubo virajesy cruces, ¿a qué tipo de encuentros he de atribuirlos? ¿A losvaivenes de la vida colectiva? ¿O a los de la reflexión pura?

Comencemos por los primeros.

CIRCUNSTANCIAS DE LA VIDA

Se me ha dicho que soy reconocido como "historiador de la Re-pública", que la República estaría en el horizonte de todo lo quehe escrito. Procedo a enumerar:

En primer lugar, el recurso a la "sociabilidad" para explicar lascondiciones estructurales del éxito de la democracia allí más queen otro lado. La République au villagl' sería la obra que muestra esasprimeras luchas. Le siguen los relatos de la Segunda República,luego de las siguientes. La serie de "Marianne" mostraría el acom-pañamiento folclórico. Incluso De Gaulle, en último lugar, para

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atraer su memoria hacia el panteón de la izquierda. Ese exceso delógica, que hace girar todo en torno a la entidad "República Fran-cesa", es una reconstrucción posterior, que no reconozco. Estoybien posicionado -mejor posicionado que nadie- para saber quenecesariamente hay encuentros externos fortuitos, influencias ypedidos, es decir contingencias, en una carrera lo bastante larga.

Como saben, he propuesto llamar Histoire vagabondtfJ la reco-pilación en tres volúmenes de mis artículos dispersos, y el edi-tor solicitado, Pierre Nora, que me conoce bien, consideró queel epíteto era apropiado, aun cuando se aviene a la autocríticatanto como ala pintoresco. Pues el vagabundeo no conllevasólo placeres, también puede tener sus inconvenientes. Lo que,para los amigos, es espíritu de investigación inventiva puedeser calificado de digresión fantasiosa por aquellos que nosquieren menos.

Dejo de lado la cuestión de si es bueno o malo cambiar, de vez encuando, de programa. El hecho es que siempre me he sentido másseducido por los cambios de itinerario -de diversa naturaleza u oca-sión, como se verá- que por la fidelidad a un proyecto permanente.

He contado en los Essais d'eg(}-histoireque el hecho contingentede mi domicilio provenzal (fui profesor de liceo en Talón, luegoen Marsella) yel determinismo fácil de mi convicción comunistade ese entonces se combinaron para hacerme elegir un tema detesis (naturalmente dirigida por Ernest Labrousse) sobre las evo-luciones económicas, sociales, políticas, "obreras", bien cercanoa la actualidad, es decir, en esa época, a la Tercera República, enProvenza. Pero sucedió que ese terreno ya estaba ocupado y tuveque retroceder hacia el Var anterior a 185l.

De modo que, sin haberlo elegido del todo, llevado hacia la po-lítica democrática más arcaica, me encontré siendo el historiadorde la primera politización del pequeño pueblo provenzal y no desu despliegue triunfalista. De alguna manera, Martin Bidouré-''más que Clemenceau ... El éxito de mi République au village mástarde me consolaría, pero a decir verdad yo no había elegido eseaspecto del problema.

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Estudiando la facilidad con la que los pobres campesinos delVar, que eran casi urbanos y vivían en grandes poblados cercanosunos de otros, donde frecuentaban grupos sociales complejos (ar-tesanos, burgueses, etc.), se habían convertido en republicanos,hallé la hipótesis de la sociabilidad, formulada en un libro algo an-terior por el arqueólogo y folclorista Fernand Benoir.!! La origina-lidad de la Provenza se debería a ciertas condiciones geográficas ysociológicas generadoras de un "carácter provenzal" cuyo rasgoprincipal sería la sociabilidad. Nunca he disimulado mi deuda paracon el autor de esa intuición, que más bien fue quien me dio la pri-mera pista para mi investigación. Mi mérito consistió en ir un pocomás lejos, colocar la sociabilidad en relación con condiciones devida objetivas más que con el concepto, bastante vago, de "tempe-ramento", y sugerir finalmente que la sociabilidad podía ser unacategoría útil para la sociología histórica y la historia social, dema-siado absorbidas entonces por los análisis de origen económico.

Esa "sociabilidad meridional" dio lugar a una tesis de tercer ci-clo, que fue publicada en 1966 en Aix-en-Provence, en ediciónmultigrafiada 12y, en 1968, en París, como libro,13 es decir antesde la tesis principal defendida en 1969 y publicada en 1970. Asífui identificado como "el inventor de la sociabilidad" antes dser "el historiador de la República".

Posiblemente sea éste el germen de una verdadera bifurcaciónen relación con mis curiosidades y mi especialidad.

"Mi" sociabilidad dio lugar, gracias a mi designación en París en1972, a estudios de alcance nacional y,en particular, a un libro quec.onsidero importante, Le cercle dans laFrance bourgeoise (1810-1848).Etude d'une mutation de sociabilité, que fue publicado por una presti-giosa editorial. 14Esa mutación (el fenómeno moderno del círculo ,o del café-círculo, que se impuso poco a poco junto a la antiguainstitución del salón y casi en contraste con ella) era el objeto cen-tral y específico del estudio. Muy lejos de la Provenza, de los cam-pesinos y de la República. Era otro terreno del que anunciaba, algoosadamente, que sería extendido, primero, a un estudio de la so-ciabilidad popular en el transcurso de la misma mitad de siglo y,

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luego, a un estudio de la diversificación de la vida asociativa en ge-neral tras el siglo XIX. A partir de entonces, debería habermetransformado en el maestro, o en uno de los maestros, de los dosgrandes ámbitos de la historia social francesa del siglo XIX que es-taban constituyéndose entonces, la historia de las asociaciones vo-luntarias (la sociabilidad organizada, "del club de bochas al partidopolítico") y la historia de las costumbres (hábitos, vida privada,familia, folclore, embebidos todos de sociabilidad informal).

DE LO SOCIAL A LO POLÍTICO

Como se sabe, los dos libros prometidos no fueron escritos, y la vo-cación o el magisterio que se vislumbraban para mí no se hicieronrealidad.

¿Por qué? ¿El infiel había vuelto a la República como a labandera que había desertado? No, no veo nada de eso en misrecuerdos.

Encuentro, en cambio, el recuerdo de un gran sabio y un hom-bre de mucha influencia, recientemente fallecido pero no olvi-dado, Georges Duby.l" Una vez más, una circunstancia contin-gente -para decirlo más simplemente, una suerte- hizo que en1957 yo fuera elegido por Pierre Guiral16 como asistente de histo-ria moderna y contemporánea en la Facultad de Letras de Aix-en-Provence donde Georges Duby podía entonces conocerme, y dehecho me conoció, a pesar de las dos barreras que podían separar-nos (la que hay entre medioevistas y contemporaneístas, y entreprofesores y asistentes, sin contar la barrera de la diversidad polí-tica, también presente). Duby, si bien todavía algo provincial, yaera una suerte de especialista en las empresas de edición de obrasde síntesis erudita y a la vez dirigidas al público en general, e inspi-radas por las nuevas tendencias históricas (básicamente la Escuelade los Annales). Por aquel entonces yo no había publicado más queartículos de erudición local, y él me honró seleccionándome parasu primera historia de Francia colectiva, la de Larousse.l" tituladaHistoire de la France. En la distribución de temas, recibí la Segunda

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República. Ese primer éxito fue el origen de otro: las Editions <111Seuil, por su parte, me confiaron el volumen sobre la Segunda República de su Nouvelle histoire de la France contemporaine (colección PoinisHistoire, en formato de bolsillo).18 Este libro sería el más leído y elmás conocido de mis trabajos, y constantemente se reedita desdehace treinta años. Pero entonces, y sobre todo para mí, se producía elpasaje del ámbito provincial al nacional, es decir de la erudición d(·tipo tesis de doctorado a la síntesis realizada de segunda mano. Merefiero al inevitable pasaje a la reflexión general predominantementepolítica. Dejaba de ser provenzal, ruralista y experto en análisis de especificidades sociales para convertirme en uno de los dos o tres prin-cipales especialistas de la República de 1848 a 1852. La ocupación deun nicho editorial y\comercial disponible, alentada desde el exterior,tuvo más importancia en la explicación biobibliográfica que deboesbozar aquí, que el llamado de la bandera de la República.

Más adelante me referiré a la importancia intelectual de minueva vocación por ese período, abordado de esa manera.

Habiendo llegado a la división nacional, como se dice en e! ámbitodeportivo, por intermedio de Duby y de editoriales innovadoras, asícomo por e! hecho de que se trataba de un período poco disputado,permanecí allí por bastante tiempo. Luego fui llevado, como fabri-cante de síntesis, a convertirme en generalista reflexivo y a deslizarm«hacia el siglo XX. Tendré que explicar esta cuestión más adelante.

Por supuesto, institucionalmente permanecí en el microcosmosuniversitario como hombre de 1848, y por mucho tiempo puse mimejor empeño en adentrarme en esa época de mediados del sigloXIX. y, a título personal, como analista preciso e investigador deprimera mano, escribí dos artículos originales por los cuales, con osin razón, siento mucho apego. Uno sobre los orígenes político-so-

. 1 ., de los ani 1 1'1ciales de un problema inesperado, a proteccion e os amma es, .y otro sobre la irrupción en e! interior de un tipo de hombrenuevo, el político de cabeza de distrito de cantón.é"

Dicho esto, y a pesar de! interés que pudiera despertar lo queacabo de mencionar, ¿qué es lo que podía llevar a un estudioso delsiglo XIX a escribir sobre el siglo XX?

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DEL SIGLO XIX AL SIGLO xxEl paso del tiempo, ante todo, que poco a poco hace ingresar enla historia lo que antes era actualidad política. En las generacio-nes que, por poco, precedieron a la mía, historiadores de re-nombre hicieron tesis sobre los inicios del siglo XIX antes de en-contrarse, para una larga segunda carrera, como investigadoresy maestros del siglo XX. Se habrá reconocido en esta referenciaal entrañable Jean-Baptiste Duroselle y a René Rémond.

Uno también puede interesarse por el siglo XX porque ve que~llí tienen lugar problemas que se han identificado en el siglo an-terior. Así, pensando esta vez en mi propio ejemplo, podría decirque lo esencial de! proyecto político de la República de Jules Ferryera el corolario de la franca decepción política de los revoluciona-rios de 1848: el sufragio universal se había vuelto contra la demo-cracia republicana, es decir que e! sufragio universal no era la pa-nacea. La panacea sería el sufragio universal completado por lainstrucción pública laica, que republicanizaría al ciudadano. So-bre este aspecto importante, la Segunda República fue la madrede la Tercera, hija a veces ingrata, por otras razones.

Pero, una vez más, influyó la contingencia de las convocatoriaseditoriales. Me llamaron para escribir sobre el siglo XX y me dejéconvencer, a veces con más dudas que diligencia. Los que me lla-maron fueron, primero, André Nouschi, para los manuales de laeditorial Nathan, y luego, una vez más, Georges Duby, para la granhistoria de Francia ilustrada y publicada por Hachette.

Duby, asociado con Emmanue! Le Roy Ladurie y Francois Fu-ret, buscaba un cuarto socio. Acepté en principio la invitación,agradecí y propuse hacer del siglo XIX "mi" ámbito y dejar a Fu-ret el siglo XX, ya que, al ser más parisino que yo, conocía a másde un actor aún con vida. Se negó argumentando, con razón,que deseaba tratar el siglo XIX como prolongación de su lecturade la Revolución. Entonces, yo tenía que hacer e! siglo XX onada ... De modo que acepté e! prestigioso pedido y, poco apoco, fui tomándole el gusto. Es cierto también que mi pasadopolítico operaba en el mismo sentido.

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A partir de 1970, y en ese entonces por excepción, fui impul-sado por un amigo a escribir una monografía basada en una in-vestigación de erudición auténtica, sobre la jornada marsellesadel 12 de noviembre de 1947 (la que vio a compañías republica-nas de seguridad, CRS, de dirigencia comunista, en una posicióndelicada ante la revuelta de sus camaradasj.é! Libro de pocoéxito con el público, pero juzgado meritorio por los expertos: unrelato honesto, tan alejado de la apología como de la denunciafuribunda, y capaz de sugerir la existencia en el Partido Comu-nista de fluctuaciones y complejidades en lugar del monolitismoesperado. Era poco frecuente en esa época y, evidentemente, eslo que me valió ser designado en 1974 por Henri Michel parapresentar, en el coloquio organizado por el CNRS [centro nacio-nal (francés) de investigación científica] con ocasión del trigé-simo aniversario de la Liberación de París del dominio nazi, uninforme sobre el Partido Comunista Francés.V

Con estos antecedentes y pasado cierto tiempo, seguramenteconsideré que, habiendo entrado el comunismo -al que habíaconocido personalmente desde el interior entre 1946 y 1960- enel terreno de la historia, yo era un historiador bastante prepa-rado para integrar su análisis en sus relatos. Ésta fue una de las ra-zones que finalmente me hicieron aceptar la propuesta de GeorgesDuby y Francois Furet.

Además, el comunismo contribuyó a mi obra por otra vía, la quelleva a De Gaulle. Aún era militante en 1958 cuando instamos a re-sistir al 13 de mayo del General, pues veíamos allí una repeticióndel 2 de diciembre de Badinguet. Como buen militante, yo habíaproferido y difundido esos discursos bastante poco precisos. Peromás tarde, ya como historiador patentado, me había convertido enuno de los expertos más destacados en el tema del 2 de diciembrede 1851. Era entonces el francés mejor posicionado para recono-cer la gran diferencia que había entre la realidad de terror blancoque habría tenido lugar entre diciembre de 1851 y enero de 1852,y el clima de campaña electoral libre y bonachona de mayo-sep-tiembre de 1958. Decido era entonces un doble deber, en que mi

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competencia como especialista y la honestidad acumulaban sus exi-gencias. Es el origen de Coup d'Etat et République,23 que anunciabaDe Gaulle, histoire, symbole et mythe.24

Esta última obra, donde "symbole" [símbolo] y "mythe" [mito]ocupan los lugares principales, también es, por otro lado, pro-ducto de la última de las grandes inflexiones de mi carrera -des-pués del pasaje a generalista político yal siglo XX-: el pasaje a lahistoria de lo simbólico en las imágenes.

DE LO "REAL" AL SÍMBOLO

Voya ser más breve respecto de este asunto, que es hoy más cono-cido. Solamente deseo negar, una vez más, la idea complaciente ydemasiado lógica según la cual yo habría conducido con constan-cia un proyecto sobre la República Francesa: después de haberlaestudiado en sus obras políticas e institucionales, y mientras otrosla estudiaban mejor que yo en sus doctrinas, decidí estudiar susrepresentaciones visuales, en una palabra, "Marianne't.P

Pero las cosas no sucedieron así, Encontré el tema, y el interéspor el tema, en el terreno de la erudición local, un poco comoantes había encontrado la sociabilidad, mucho antes de ver allíuna prolongación lógica posible de la temática nacional. En elVar, con su insurrección de diciembre de 1851 (La République auvillage) descubrí la curiosa tendencia de las multitudes revolucio-narias a elegir a la (poco frecuente) mujer militante para hacerlas veces de "diosa" y llevar su bandera. y, en el Var, yendo de unpoblado a otro para consultar los archivos, descubrí en varios lu-gares públicos que la República triunfante de los años 1880 habíaencaramado sus efigies hasta en las fuentes.

Comencé coleccionando esas "mujeres" como una curiosidadmenor, un pasatiempo de vacaciones, del Var, luego provenzal,origen de un posible estudio marginal del folclore meridional, an-tes de darme cuenta de que en París también había estatuas ydiosas Razón y de que la mujer también estaba en las estampi-llas del correo, y demás. En resumen: la alegoría femenina de la

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República era un gran tema posible. Se convirtió en uno de misterrenos, luego en el principal y, por último, ahora, en el terrenocasi único y probablemente el último.

Ésos son los encuentros del primer tipo, los de la contingenciabiográfica, editorial, profesional, y el de las revelaciones queofrecen, de forma inagotablemente innovadora y sorprendente,los archivos y las bibliotecas.

Para el pensamiento y la prolongación de la escritura, quedanlos encuentros de las ideas.

ENCUENTROS DEL PENSAMIENTO

KARLMARX

Siendo comunista en esa época, oficialmente era marxista-le-ninista.

Mi "patrón" Labrousse también podía ser considerado comoun marxista. Aunque tan sólo sea por respeto a él, nunca dirénada malo de Karl Marx. Por otro lado, incluso sin el recursosentimental a ese intermediario, pienso que Karl Marx es muyrespetable. Joven de la burguesía acomodada, hijo de un funcio-nario judío convertido al protestantismo para asegurar su posi-ción en una monarquía prusiana en curso de modernización va-gamente liberal, tenía una buena base de partida. Estaba biendotado para el trabajo intelectual. Todo lo destinaba a una grancarrera en el servicio público o en la universidad, Por convic-ción, sacrificó todas esas perspectivas para convertirse en un pu-blicista subversivo, agitador, militante, exiliado y expatriado, de-pendiente en gran medida de los subsidios de su amigo FrédéricEngels, por fortuna, heredero de una fábrica. Ejemplo clásico desacrificio de una carrera a las convicciones.

¿Qué convicciones? Decir que el capitalismo genera gananciasa expensas de los obreros que venden su fuerza de trabajo encondiciones forzosamente desiguales; decir que allí residen las

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bases de un conflicto de clases que, con la toma de conciencia,se transportaría un día u otro al plano sindical, luego político;decir que ello es importante y, por generalización, que la suce-sión de los sistemas económicos constituye uno de los motoresde la evolución humana. Todo esto es cierto grosso modo, no se lohabía dicho antes que él con la misma fuerza, y merecía ser di-cho. Celebremos entonces a Karl Marx como persona, a KarlMarx como teórico, y a la clase obrera, algo menos despreciadagracias a él. Sigo pensando lo mismo. Y por mi parte he hechoalgunas contribuciones, muy fragmentarias por cierto, a esa his-toria, relatando los comienzos del movimiento obrero en el arse-nal de Tolón, así como en la industria de los tapones de corchoen el macizo de Maures. Sin contar las luchas más o menos equi-valentes de los campesinos pobres de la misma región, para loscuales Marx no ofrecía un modelo.

¿Dónde está el problema entonces? Quiero decir, mi problemacon el marxismo.

Sobreviene cuando me convocan, como ya conté, para la his-toria general de la Segunda República. Primero había que na-rrarIa completa, en toda su duración. No, la noche no cayó so-bre la República a finales de junio de 1848 con la represión de lainsurrección obrera por el gobierno de Cavaignac. Era la luchade clases (¿cómo llamarla, si no?). En esa lucha, el aconteci-miento de junio formaba el cierre de un episodio, el fin de undesdichado capítulo. Pero la lucha de los republicanos para for-mar un derecho político nuevo (segundo semestre de 1848), yluego para defenderlo (pacíficamente de enero de 1849 a no-viembre de 1851, militarmente en diciembre de 1851), conti-nuó. Esos pocos años demostraron que "la República burguesa"no estaba compuesta solamente por "burgueses" que querían de-rrotar a los obreros, sino también por "republicanos", que defen-dían el nuevo derecho democrático y liberal. Para los mejores deellos, es la misma energía que los había hecho alejar el espectro deuna dictadura blanquista en junio de 1848 y que los haría resistir ladictadura bonapartista en diciembre de 1851.

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Un Cavaignac no se reduce entonces a su papel represivo en la lu-cha de clases. Siguió siendo republicano, y lo demostrará. Deciresto, escribirlo incluso ... podía parecer una suerte de rehabilita-ción de Cavaignac, cuya imagen, para la izquierda, hoy siguesiendo mala, y ello ha hecho fruncir el entrecejo a más de uno.Pero bueno ... magis amica veritas ...

Mi idea, que creo acertada en términos generales, es ésta: sí, lalucha de clases existe, es el aporte meritorio y enriquecedor deKarl Marx a nuestros estudios, pero no suprimió las demás luchasy problemas. Después de todo, para quien conoce incluso suma-riamente el siglo XIX francés, es evidente que los notables de iz-quierda y de derecha (partidarios de los principios de 1789 con-tra defensores de la contrarrevolución) pasaron mucho mástiempo y desplegaron muchas más fuerzas para combatir entreellos que para combatir a la clase obrera.

La historia real, la que deben trazar los historiadores serios, esla del conjunto: narrar e intentar explicar la política francesa reales intentar demostrar cómo se conjugaron la lucha de clases sur-gida de la sociedad económica y la "guerra de religión" iniciadaen 1789 entre el campo del progreso global y el de la reacción.

Pues, cuando se tiene esa visión de conjunto, pueden com-prenderse mejor los enigmas particulares contra los que chocanlos autores simplificadores. En efecto, "enigma" es l~ palabra queantes empleó el autor de un rico y simpático relato de la Comunade París (Georges Soria, publicista comunista, es decir marxistaortodoxo) para calificar la designación de Cluseret a la cabezadel intento de ejército de la comuna.é'' Cluseret era un militar deformación y, en los años 1860, recorrió el mundo para luchar encualquier lugar donde se luchara, Sicilia, Irlanda, Estados Uni-dos ... Para Soria, Cluseret era un "aventurero". Sin embargo, al-canzaba con saber que Cluseret, como Garibaldi, habían partici-pado en diversas luchas nacionales-burguesas y siempre lo habíanhecho del lado considerado "bueno" por los espíritus republica-nos y liberales en cada ocasión en el campo de batalla. La aspira-ción a la "República Universal" era un valor que los partidarios dela Comuna ponían en el mismo nivel que lajusticia social.

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Jacques Rougerie ya había escrito, en 1964,27que los defensoresde la Comuna tenían más odio contra los sacerdotes que contralos patrones, lo que los convertía más en republicanos clásicos queen anticipado res del socialismo. La Comuna formaba parte de lalucha de clases por sus integrantes y por su implantación, pero nopor sus motivaciones. Se pensaba, sobre todo, como un movi-miento republicano resuelto a interponerse a un retorno juzgadoinminente de la monarquía.

El futuro los desmentiría, ya que la República sería fundada final-mente en los años siguientes gracias a la adhesión de Thiers, alacuerdo imprevisible pero decisivo del oportunismo de éste con elde Gambetta. Pero, en ese momento, en la primavera de 1871, losdefensores de la Comuna no lo sabían y no podían adivinado. Capri-chosa y despiadada, la historia volvió su lucha irrisoria, si no absurda.

Nosotros, que conocemos el desarrollo de los acontecimientos,estamos bien ubicados para comprender los sentimientos que po-día inspirar el Thiers de los años 1830-1870, que era muy distintode aquel de 1872-1877. Y lo comprendemos mejor si recordamosno sólo los hechos brutos sino también la pluralidad de las deter-minaciones que orientan su agrupación. Debemos ser completos,debemos ser antisimplificadores, en ocasiones hemos tenido queoponernos a amigos bienintencionados sentimentalmente, peroque pecaron de dogmatismo.

MICHEL FOUCAULT

Me ha sucedido que he llegado a conclusiones algo similares alanalizar el aporte a la historia de otro gran filósofo, Michel Fou-cault (1926-1984). En este caso, no se trata de un personaje histó-rico conocido por las bibliotecas y los cursos de la Sorbona, sinode un vecino cercano.

Ambos ingresamos a la Escuela Normal Superior en la misma pro-moción (1946), nos leímos recíprocamente y pudimos mantenerconversaciones y debates dentro de un pequeño grupo selecto. Fuiyo el que contribuyó más activamente a organizar la confrontaciónentre el autor de Suroeiller elpunir y los historiadores especialistas de

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los problemas sociales del siglo XIX. Han quedado rastros es.critos(L'impossible prison) que dan prueba, a la vez, de mucha considera-

. d ibl 28ción y de algunos desacuerdos irre ucn es.Foucault es un espíritu grande y poderoso, un filósofo de una

envergadura excepcional, reconocido por sus pares desde su tesisde doctorado.j" Desde el comienzo de su obra, expresa una pode-rosa intuición sobre los peligros de la razón. La razón (crítica) esla que realiza las distinciones, las clasificaciones. La razón p~c~ca,moderna, aplicada a la sociedad, es lo que incita a materializaresas clasificaciones. Aislar a los delincuentes de los honestos esplantear el principio del encarcelamiento. Aislar a l~s .enfermos escrear el hospital. Aislar a los locos es crear el hospicio. En el ex-tremo de la lógica de la razón está el "encierro", palabra clave. Tales la nueva justificación de la sensibilidad anarquista recurrentepara la que el estado moderno resulta peligroso. . . . ,

Aplicada a la historia del primer siglo XIX, esa msp1raClo~llegaa sugerir una imagen muy negra del régimen liberal, surgido de1830, que sin duda fue el que más innovaciones realizó en Silépoca para la humanidad y la libertad. En el odio ba~aliza~o COIl-

tra Luis Felipe y la burguesía de Proudhon, el anarqmsmo intelcc-tual de Foucault reemplaza al obrerismo surgido de Marx. ParaMarx y sus continuadores hasta el comunismo contemporáneo, elestado era detestable porque estaba "al servicio del capital". ParaFoucault y sus continuadores libertarios de hoy, el estado esdetestable intrínsecamente, pues es la razón organizadora.

En ese odio por el estado burgués, liberal, moderno, un estado verdaderamente afirmado como tal en 1830 y expandidoen la Tercera República, ¿dónde está el error?

Desearíamos sugerir, como hicimos antes respecto de IZarlMarx, que el error no está en el análisis innovador (la intuicióninicial que vincula la razón clasificadora con el "encierro"),. si11ti

en considerarlo de forma exclusiva, dejando de lado una mirad.iglobal. Tomemos un ejemplo. Uno de los blancos favoritos (\(.Foucault y de los libertarios hasta nuestros días es la ley (1(.

1838 que creó los asilos de alienados (hoy en día, h?sp.it(~kpsiquiátricos, a razón de uno por departamento, en pnnClpl()

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Se trataba de una ley de "encierro" típica y peligrosa, viéndola hoy,porque el internamiento se decidía a veces con demasiada facili-dad. Actualmente, se la discute y se la enmienda.

Pero si el historiador dedicado al siglo XIX francés examina lacuestión a partir de la pregunta: "¿Cómo se trataba a los enfermosmentales antes de la ley de 1838?", ¿qué encuentra? Esquemática-mente, lo siguiente: existían casas de salud medicalizadas, peroprivadas, pagas, es decir inaccesibles para las familias de las clasespobres. En estos casos, los locos permanecían con su familia sieran más o menos tolerables y aunque fuera un calvario para la fa-milia, o bien, solitarios, caían en el abandono y el vagabundeo: el"idiota del pueblo", personaje típico. Finalmente, si eran dema-siado peligrosos como para quedar libres se los encerraba dondefuera, donde su pudiera, en un asilo de ancianos o en la cárcel,calvario esta vez para los compañeros de infortunio, ancianos opresos que no estaban locos ... Y todo ello sin la atención médicaadecuada. Cuando se consideran todas esas situaciones socialesreales, se vuelve necesario aceptar que la ley de 1838 fue filantró-pica y liberal, y no por antífrasis.

La historia debe apreciar los hechos y los efectos a partir de unamirada global y no del proyector fulgurante y parcial del especialista.

FRAN<;OIS FURET

Ahora quisiera darles un último ejemplo de ese banal precepto apartir de otro gran historiador, Francois Furet (1928-1997). ComoFoucault, pertenece a mi generación. Más que Foucault, fue miamigo personal. El lazo de nuestra juventud, en su casa, no estabadado por la calle de Ulm,* sino por el militantismo político delbarrio latino. Amigos y socios en aventuras editoriales diversas,que he relatado antes, estuvimos en campos diferentes durante laépoca del bicentenario de la Revolución. El antagonismo fue pú-blico, notorio, pero afectó mucho menos de lo que podría creerse

'" Calle donde se encuentra la Escuela Normal Superior de París.[N. de T.] .

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nuestros sentimientos recíprocos. Por lo demás, eso poco im-porta aquí. Solamente quiero decir que, al igual que con Fou-cault, no cometo ningún acto indigno al proseguir una discusióndespués del deceso del contrincante, porque la habíamos co-menzado cuando ambos estaban vivos, tanto por escrito comoen encuentros personales. Tampoco cometo un abuso al conti-nuar ese debate con una persona fallecida, porque sus tesis con-tinúan vigentes y son mayoritarias en el pequeño mundo univer-sitario y mediático. Soy yo el que hoy en día sigue sintiéndoseacusado, siendo sospechoso de criptoestalinismo o de republica-nismo tardío, o bien de una vaga mezcla de esas dos taras.

Furet y yo, alejados ambos del estalinismo juvenil de antaño,estábamos apegados a la libertad política. La cuestión es saberquién la defiende y quién la ataca en la historia.

Furet considera que la herencia de la Revolución Francesa hasido peligrosa para la libertad, generadora de tendencias liberti-cidas, y que por ende era un error proceder a esa famosa cele-bración del Bicentenario. En cambio, yo pienso (como antañopensaban todos los republicanos) que la herencia de la Revolu-ción fue esencialmente liberadora y que el bicentenario consti-tuía una buena y útil pedagogía cívica.

No voy a retomar aquí mis escritos sobre el tema; me limito aremitir sólo al principal de ellos, que figura como artículo desta-cado en el número La Liberté de la revista Pouvoirs.3o Atenién-dome al espíritu de la reunión de hoy, me centraré en señalarlos aspectos metodológicos del debate. Como en los casos ante-riores, más antiguos y más ilustres (Marx, Foucault), creo que esimportante señalar, a la vez, la fuerza de una idea (encomiable) yla hipertrofia de su valor explicativo (discutible).

La idea del gran especialista de historia de las ideas en que se ha-bía convertido Furet consistía en evidenciar las virtualidades antili-berales del pensamien to de Jean-]acques Rousseau y rastrear su in-fluencia nefasta en algunas teorías constitucionales importantes(Siéyes), en algunas teorías sumarias que produjeron efectoscomo el Terror, en la tradición jacobina y sus veleidades de ex-plosión dictatorial en el siglo XIX (el blanquismo) y, por último,

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en la facilidad con que de ese modo se preparó el terreno para elestalinismo (el Comité de Salvación Pública fue un antecedentenacional considerado honorable en la dictadura del proletariado).Contra esa hidra jacobina, que creció en el centro mismo de laRevolución, la defensa liberal, frágil hasta el siglo XX, no podía ve-nir sino de pensadores liberales marginales y meritorios: BenjaminConstant, Tocqueville. Jacobinismo (surgido de la Revolución) y li-beralismo (nacido en su contra) son los antagonistas abstractos deese gran duelo penosamente ganado por el segundo.

Mi objeción es que ese duelo está demasiado separado de lacomplejidad de la historia real como para resultar útil para sucomprensión. Se debe recordar que, durante largo tiempo, losactores principales de la historia política francesa posrevoluciona-ria no fueron los hermanos enemigos liberal yjacobino, sino unenorme campo contrarrevolucionario: partido del orden, clerica-lismo, monarquismo, tradición y autoridad en todas sus formas.Partido siempre amenazante por ser mayoritario en el país hasta1880 aproximadamente, y frente al cual, a pesar de sus lógicas ín-timas, liberales yjacobinos a menudo se vieron obligados a unirfuerzas. ¿Acaso los liberales a la francesa debieron jacobinizarseun poco en esa frecuentación histórica y, recíprocamente, los ja-cobinos a la francesa, aprender los procedimientos de la libertad,es decir convertirse en republicanos? Pero todo ello se tradujo enluchas complejas, confusas si se quiere, en las que las doctrinascontaban menos que las pasiones y las coyunturas.

Si se considera la evolución global de nuestro país desde arriba,tan arriba como sea necesario para identificar las grandes masas ylas grandes corrientes, se ha de reconocer que todas las libertadesdemocráticas de las que gozamos fueron establecidas por los regí-menes que expresamente se declaran hijos de la Revolución (laMonarquía de Julio, la Segunda y Tercera Repúblicas) y que, poruna verdadera confirmación a contrario, cada vez que un poder I 0-

lítico profesó la hostilidad a la Revolución, las libertades de los ciu-dadanos resultaron amenazadas (el fin de la Restauración, '1 Segundo Imperio en su período autoritario, el "Orden Moral" yVichy, por último).

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En nuestra historia considerada globalmente, el vínculo en-tre cultura de la Revolución e instauración de las libertades espositivo, no negativo. Ninguna consideración sobre el jacobi-nismo como fermento de autoritarismo latente puede prevalecercontra esa evidencia.

Se debe considerar todo. Para tomar un ejemplo a menudo em-pleado por Francois Furet, veamos el fenómeno fastidioso de lapotencia del comunismo estalinista en la Francia de 1934-1935 a1956. Nadie negará que esa potencia fue facilitada por el hábitoque tenía la izquierda de respetar la Revolución, dictadura robes-pierrista incluida (véase la obra de Albert Mathiez). Pero tambiénes necesario tener en cuenta que la misma cultura republicana,tan diversa, puso los frenos más eficaces a la expansión del estali-nismo en Francia. Para contener a los estalinistas en el movi-miento obrero y en los microcosmos intelectuales y universitarios,la tradición republicana, versión socialista democrática, no tuvomás que retomar y transportar la vieja y eficaz panoplia del anticle-ricalismo forjada por un siglo de polémicas populares: denun-ciar el partido del extranjero (Roma), el partido de la disciplinaboba y sin crítica, y el partido del espíritu serio, refractario a laalegría gala.

En términos de mentalidades colectivas, aspecto esencial de larealidad global en relación con la cual argumentamos, el antico-munismo debe tanto a la tradición republicana, como el comu-nismo. Además de que el comunismo en Francia no logró teneruna presencia importante sino en el período (posterior al virajede 1934) en que había dejado de promover el poder de los So-viets para aceptar el viejo marco del electoralismo republicano.

Una vez más, me parece que es acertado preferir una mirada degeneralista exhaustivo a los razonamientos de un especialista enun sistema dado. Por más valiosos que sean los sistemas en susaportes particulares, es necesario integrados. No es tarea fácil, y esnecesario continuar debatiendo infinitamente sobre la calidad delas construcciones sintéticas propuestas, ya que son múltiples.

Notas

PRESENTACIÓN

1 Cf. Agulhon, Maurice, 1988, Histoire vagabonde l. Ethnologie et politique dansla France contemporaine, París, Gallimard; íd., 1988, Histoire vagabonde ll.Idéologie et politique dans la France contemporaine, París, Gallimard; íd., 1996,Histoire vagabonde Ill. Le politique en France, d'hier d aujourd 'hui, París,Gallimard.

2 Cf. entrevista a Maurice Agulhon, Bar-sur-Aube, 18/12/2008.3 Cf. Delacroix, C.; Dosse, F.; García, P., 2005, Les courants historiques en

France. XIX-XXe siécles, París, A. Colin, Folio histoire; Peschanski, D.;Polak, M.; Rousso, H., 1991, Histoire politique et sciences sociales, París,Complexe; Déloye, Y.;Voutat, B., 2002, Faire de la science politique,París, Belin; Noiriel, G., 2006, lntroduction d la sociohistoire, París, LaDécouverte.

4 Si El círculo burgués está destinado a dar cuenta de una formacaracterística de sociabilidad típicamente burguesa, en él hacereferencia a una futura investigación sobre la sociabilidad obrera,proyecto que no llevó a cabo en las dimensiones que se habíapropuesto entonces. El lector encontrará sin embargo unas primerasreflexiones y algunas pistas sumamente sugestivas en su artículo"Clase obrera y sociabilidad". Se trata de un trabajo que fuepublicado en inglés en 1984 en un libro homenaje al historiador EricHobsbawm y que fue traducido al francés en Histoire vagabonde l, ob.cit., pp. 60-97. Este artículo conoce dos traducciones al español. Laprimera aparece en la revista Historia Social de Valencia en 1992, yposteriormente en la traducción al español de su Histoire vagabonde I,por el Instituto Mora de México, en 1994.

5 El encuentro, organizado por Jordi Canal, buscaba hacer un balancecrítico de los campos que las investigaciones pioneras de MauriceAgulhon habían abierto o renovado. El ejercicio de homenaje invivo, cuya silenciada ambivalencia no dejó de señalar con ciertohumor el propio Agulhon, fue la ocasión de clarificar su relacióncon ciertos autores y corrientes de pensamiento. Algunos de estostextos, entre ellos una versión de la conferencia de Agulhon, fueronpublicados en 2004. Cf. Mélanges de la Casa de Velázquez, 2004, nuevaserie. t. 34-1.

6 Cf. Agulhon, Maurice, 2005, Histoire et politique d gauche, ~arís. Perrin.