Serial

3
Serial Javier Velasco

description

Cuento corto de Javier Velasco

Transcript of Serial

Serial

Javier Velasco

La habitación tenía un agobiante olor a pescado. Imagino que saben a qué me

refiero, es un olor desagradable, fácilmente identificable con el olor del pescado. No

afirmo, advierto, que en efecto fuese un pescado la fuente emisora del olor, pero era

algo así. Haciendo honor a esa convención, digamos que se trataba de un olor muy

similar al del pescado, si es que no a pescado mismo; el pequeño hijo de Manuel se

acercó a su padre, un tipo cansado que viene llegando a una hora razonable a la casa

(es verano y el sol entra firme por la ventana del living en este departamento hermoso

cerca del parque Bustamante), para decirle que hiciera algo, porque había olor a

pescado y se volvía insoportable. Manuel llega hasta la pieza y le encuentra la razón a

su hijo; considera que el mal olor no es soportable y que hay que ponerle fin; así que

comienza a buscar la fuente de las emisiones. Primero piensa en que aquello que tanto

lo perturba es un elemento en proceso de descomposición, e imaginando que es

comida que el niño escondió, se dirige a los lugares en que pudiera estar depositada;

bajo la cama, en el clóset, en el interior de una zapatilla o en la mochila. Nada. Cambia

de tesis, puede ser una fuga de gas tristemente malinterpretada. Si bien el padre de

Manuel reconoce la diferencia de olores, nunca se puede estar seguro, así que retoma

su búsqueda con mayor pasión, dado lo mortífero de esta posibilidad.

Un par de horas más tarde estaba todo descartado, incluso el departamento

vecino, la calle y el restorán de al frente. Nada parecía emitir olor a pescado, mientras

en la habitación persistía; la situación estaba de hecho, poniendo a Manuel nervioso,

sacándolo poco a poco de sus casillas, tanto porque el olor empeoraba, como por el

hecho de que se sentía vulnerado en su rol de padre protector y superhéroe infantil

para Manuel. Cuando se disponía a bañar a su hijo, en un acto de desconfianza sólo

achacable a su desesperación, entra Alejandra, su hermosa mujer con unos jeans que

lo distraen del mal humor por un segundo, y le pregunta calmadamente qué pasa, que

porqué se encuentra alterado y qué puede hacer para solucionarlo. Pregunta una cosa

tras otra y Manuel no está de humor. Luego de una conversación que amenaza

volverse discusión, Alejandra señala posibilidades, Manuel responde que ya cotejó

esas opciones, y luego ella tiene una gran idea.

Caminan juntos, con una ansiedad que crece (Manuel tiene la capacidad

extraña de contagiar a su mujer con sus estados de ánimo, y a una velocidad que

merece admiración) y el niño los sigue de cerca. Empiezan a oler atentamente cada

lugar plástico del que emane calor producido por una fuente eléctrica; soquetes de

ampolleta, enchufes, más enchufes, alargadores y algunos electrodomésticos. Como la

pieza no es muy grande, no demoran en dar con el causante. Es la televisión. Un

aparato viejo que dejaron casi simbólicamente en la habitación de José. Manuel no se

extraña, de hecho le parece predecible; Alejandra lo lamenta, ese artefacto se lo dio su

padre a comienzos de los noventa, fue el primer televisor con control remoto que

tuvo, y en aquellos días, era una revolución en el hogar.

El olor no venía del enchufe o del cable, sino del interior mismo del aparato,

como rápidamente comprobaron, así que Manuel trae las herramientas y decide que

se encuentra capacitado para deshacer el entuerto con sus propias manos. Saca la

cubierta, y dentro del aparato encuentra media docena de pescados. A este respecto

debo recular y decir que en efecto, el olor al plástico de un enchufe o un gollete

expuesto peligrosamente al calor resulta muy similar al olor del pescado, pero en este

caso se trataba de pescado real, así que imaginaran, como es ya muy probable, que era

un olor aun más parecido al del pescado.

En el noticiero, ambos habían escuchado a los reporteros aludir una y mil veces

al asesino serial conocido como el pescador; pero con esa mágica ilusión que provoca

un mundo sobrepoblado, moderno y cosmopolita, nunca hicieron la operación mental

de ponerse ellos mismos dentro del relato de la realidad que les planteaban. Es como

Pedro y el lobo; la sociedad administrada, la realidad hecha a medida de los poderosos,

tiene instaladas pantallas en cada rincón, de todo tipo color y aroma, y vomita por ellas

información acerca del peligro de estar vivo y del peligro funeral de vivir arriesgándose

a poner un pie fuera del horizonte de predictibilidad; tarde o temprano, tanto discurso

de violencia, de agresión y muerte, de desmedido peligro y absurdos resultados

lesivos, termina por cauterizar la mente y dejarlo a uno extenuado, escéptico a tal

punto que puede enajenarse de ese todo caricaturesco que nos tatúan desde los

medios de comunicación masivos y las unidades familiares. Así fue como un detalle

más dentro del cuadro del Bosco que uno mira cada día en las noticias de las nueve no

afectó a la feliz, joven y pequeña familia conformada por dos Manueles y una

Alejandra. Desde la nada misma, ahora todo se les venía encima como una tormenta.

El pescador era un sujeto que gustaba de asesinar a pequeñas, jóvenes y felices

familias; particularmente aquellas de las que habitan en comunas ubicadas sobre plaza

Italia (recordemos que estos tres individuos viven en un departamento justo más

arriba de la plaza por una o dos calles) y su firma es dejar, horas antes de hacer su

ataque, media docena de pescados en algún lugar del hogar, y una botella de pilsener

Cristal a la mitad en la parte de las verduras del refrigerador. Alejandra y Manuel se

miran asustados y corren a la cocina para abrir el refrigerador y encontrar, como es de

esperarse, la botella de Escudo de Manuel a la mitad, pero no la de Cristal. Suspiran

absurdamente tranquilizados por la ausencia de cerveza, como obviando la presencia

terrible de los pescados en el televisor, y en ese momento escuchan un eructo a sus

espaldas. Se voltean y ven a un sujeto de un metro setenta y cinco vestido

completamente de negro, con una máscara hecha de piel de pescado en forma de pez

globo, en la cual sus ojos negros sobresalen como espadas. “Disculpen” les dice

empinando la botella por última vez, antes de comprobar la cantidad restante en su

interior y ponerla en la sección de verduras del refrigerador.

“Ahora si”