Sobre La Difunta Ceniza

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  • 7/28/2019 Sobre La Difunta Ceniza

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    Sobre La difunta ceniza, de Jacques Derrida(Ledo en la presentacin del libro, en la Biblioteca Nacional, el 28-11-2009)

    Eduardo Rinesi

    Intraducible, o al menos imposible de traducir sin prdida o sin resto, el ttulo de estelibro de Jacques Derrida (Feu la cendre: la difunta ceniza) presenta justamente estacuestin recurrente en la obra del filsofo francs del resto, o de los restos. Pone encomunicacin al fuego (feu) con aquello que, justamente, resta, con aquello que quedadespus de que el fuego (pero podramos decir tambin: despus de que la vida) hahecho su trabajo, que es un trabajo de consumicin, agotamiento y desrealizacin. Deaniquilacin. Qu queda, despus? Quedan las cenizas. La ceniza, las cenizas, son, enefecto, lo que queda, lo que resta, son como se dicelos restos, y lo que Derridasubraya en este ttulo tan sugerente es que esos restos no son lo otro de lo que, por asdecir, es (no son lo otro el puro no ser de lo que se dejara atrapar, en cambio, de lado

    del ser de la dicotoma parmendica, o hamletiana, del ser y del no ser), sino que estnen un vnculo al mismo tiempo tortuoso y necesario con ese ser, al que contaminan ysubvierten y desestabilizan, y que es tarea de la filosofa (una tarea en la que Derridavena empendose desde haca muchos aos y muchos libros) tratar de pensar esaligadura, esa relacin. Que las cenizas, entonces, estn en un vnculo necesario con elfuego (pero podramos decir tambin, insisto: con la vida, o con el ser), que se realizaconsumindose y dejando de s apenas eso ceniza que ya no es, que no es un ente,que ya no es nada, o casi nada, que ya no ms que el recuerdo o la huella o elsuplemento esa palabrita derrideana de lo que fue una vez. Como los espectros deEspectros de Marx o como el lenguaje de De la gramatologa. De hecho, igual que ellenguaje para Heidegger, la ceniza es para Derrida lo dice l as, con esta fraselamorada del ser, la casa del ser, pero ese ser es un ser siempre en fuga o en

    desaparicin.De manera que lo que tenemos aqu, en La difunta ceniza, es lo que podramos llamaruna ontologa del desvanecimiento o de la aniquilacin. Ontologa cuya figura ltima,tremenda, es la del holocausto, que es la quema, la combustin de todo (holos: todo,caustos: quemar), y que exige una reflexin sobre el ser que se realiza desrealizndose,dejando de ser, y dejando entonces, como testimonio de ese ser que ya no es, suscenizas. Las cenizas como testimonio pero tambin, entonces, como destino. Comodestino del ser, del fuego. La palabra encender (que es una palabra que usamos paradecir cosas como encender la esperanza o encender la pasin) contiene en su propio

    cuerpo a las cenizas, y las anuncia: en-cender. Lo mismo que in-cendio. Cendre: ceniza.En italiano, Cenicienta la Cenicienta del cuento se llama Cinderella. Y ya Freud nos hahablado de ella: la ms joven y la ms bella de tres hermanas, que lleva en su nombre larepresentacin misma de la muerte. Igual que la tercera de las hijas del rey Lear, quetambin es la ms joven y la ms virtuosa y la ms justa y que, frente a la gritonaelocuencia de sus dos hermanas, se muestra en cambio, ante su padre, muda, como lamuerte. E igual que el tercero de los famosos cofres entre los que debe hacer su eleccin

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    Basanio, en El mercader de Venecia, que no es el de oro ni el de plata, sino el de plomo,es decir, el gris, ceniciento, mortecino. Casi una urna funeraria.La ceniza es la morada del ser, escribe Derrida. Como el lenguaje, decamos: como los

    nombres, que es lo que queda despus de que la vida pasa, despus de que el ser seextingue (es decir, se realiza, porque ser es extinguirse). Slo Dios puede saber / La

    laya fiel de aquel hombre. / Seores, yo estoy cantando / Lo que se cifra en el nombre,escribi Borges en una estrofa de la hermosaMilonga para Jacinto Chiclana que resumeuna preocupacin de toda su obra. El hombre, muerto, es inaccesible para siempre. Noes. Lo que queda de l, como recuerdo, como suplemento, como cifra, es el nombre. O laceniza. Nombre y ceniza. Escritura y ceniza: formas del gris de ausencia que quedasealando tenuemente, como con la punta del dedo ndice, una presencia pasada, yasida. Moradas del ser, entonces, pero moradas frgiles, inconsistentes. Restos, ms bien,y restos desesperantemente mviles, inestables, in-quietos. Rest, rest, perturbd spirit(1.5.183), le rogaba Hamlet al espectro de su padre. Descans, quedate quieto. Quedatemuerto. Y quedate ah. Que los muertos se queden en su sitio. Que, dans ce qui reste de

    lui, il y reste, escriba Derrida, en Espectros de Marx, sobre el deseo del prncipeFortimbrs de que Hamlet, muerto y enterrado, no volviera ms, despus, no retornara,nunca ms, al mundo de los vivos. Que se quedara, y que se quedara ah, donde todospudieran saber que estaba. Donde todos pudieran saber que descansaban como dicenlos avisos de los diariossus restos mortales.El problema es que los muertos, los nombres, las cenizas, no se quedan ah. No sequedan quietas. No descansan. La ceniza, evanescente, impalpable, inconsistente, nopermanece ya junto a s misma, escribe Derrida, no se pertenece a s misma, no es una.Por eso la decimos a veces en plural: cenizas. Es una o son muchas? En francs, observaDerrida, la pregunta es indecidible: cendre se dice igualen singular o en plural: la sfinal, esa ese-suplemento, digamos, ese suplemento del nombre de ceniza (esesuplemento al cuadrado, entonces, o al cubo, porque es el suplemento del suplementodel suplemento del ser), esa ese suplementaria y final, digo, esa ceniza de la palabraceniza, esa ese casi evanescente, no se pronuncia. Derrida repite una y otra vez unafrase que, dice, lo persigue. Lo ronda, lo angustia: como los espectros. Lo busca. Quin

    sabe por qu razn / Me anda buscando ese nombre, escriba tambin Borges en lamisma milonga que citbamos recin: los nombres, las palabras, las frases, losespectros, nos buscan, nos asedian, nos persiguen. Una frase, entonces, repite Derrida: Ily a la cendre. Hay ceniza. O bien (y esta diferencia tampoco se pronuncia, o sepronuncia apenas, como un acento sutil, como una divergencia mnima, como unapequea presin, apenas perceptible, sobre una letra: hay cenizaah, Il y a l cendre.

    En efecto, si el lade la cendre es el artculo que determina a la palabra ceniza, laceniza est en singular, pero no sabemos dnde est. Dnde est la ceniza? Dndeest{n los restos? De quin es esta tumba, compaero (5.1.99), le pregunta Hamlet al

    sepulturero. Es desesperante, pone al mundo y al tiempo y a la vidafuera de quicio nosaber de quines son las tumbas, dnde estn los restos de los muertos.Si al lle ponemos en cambio un acento grave y la pronunciamos un poquito msfuerte sabemos ahora que la ceniza est ah (l: ah; Il y a l cendre), pero entonces

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    cendre, ceniza, se ha quedado sin artculo, y por lo tanto lo que no tenemos modo desaber, ahora, es si la ceniza es una o si son muchas, si es la ceniza o si son las cenizas: enfrancs las dos palabras se pronuncian igual. Se escriben distinto (apenas distinto: unaese, ese suplemento, esa diferencia), pero se pronuncian igual. De modo que hay quecorregir: no tenemos modo de saber si la ceniza es una o muchas si estamos escuchando;

    s tenemos modo de saberlo si estamos leyendo. Lo que hace de este libro de Derridauna nueva vuelta, otra vuelta de tuerca sobre otro de sus temas recurrentes, obsesivos,siempre presentes en su obra, cual es, justamente, el de la diferencia entre la palabraescrita y la palabra hablada, el de su interjuego, el de su mutua determinacin. Palabraescrita y palabra hablada: palabra y voz. Este libro, que tiene tambin algo (o mucho) deexperimento (est escrito en dos columnas, con citas auto-citas en una, y en la otra unasuerte de dilogo filosfico, cuyos interlocutores no estn exactamente claros: unoparece ser el propio Derrida, otros parecen hablar con l y a veces, entre ellos, sobre l),este libro, digo, fue ledo en voz alta por Derrida y otras personas, y esa lectura fuegrabada y esa grabacin circul junto con el libro escrito, y todo ello fue parte del

    experimento cuyos materiales la palabra y la voz: su relacin y su distancia, sudiferencia, en el doble sentido derrideano de diferenciarse y de diferir, de la distanciaque las cosas establecen entre s en el espacio y en el tiempo, cuyos materiales, digoentonces, son tambin su propio tema.Y lo mismo podra decirse del trabajo de traduccin empeado en la edicin castellanadel libro que ahora presentamos. Ejercicio imposible, aventura abismal que slo podafracasar y que sin embargo no fracasa, porque no se propone como lo que nunca podraser: el quimrico ensayo de reposicin en una lengua de un original escrito en otra, sinocomo un acto creativo y audaz, que tiene que inventar a cada paso y logra salir del paso,siempre, con ingenio y con destreza. Cmo, si no, traducir un juego de palabras? De losque aqu mencion, uno (el de la frase que persegua a Derrida: il y a la cendre) pierdetoda gracia si se lo traduce literalmente. lvaro y de Peretti hacen entonces algointrpido: lo reinventan, hacen ellos su propio juego de palabras, escriben ah haycenizas y subrayan una vez el verbo haber (hay) y otra vez el adverbio de lugar (ah),ycuando tienen que traducir la explicacin de Derrida sobre su juego de palabras nopueden hacerlo literalmente, porque el juego de palabras ha cambiado: ya no se trata dela presencia o de la ausencia de un acento grave arriba de la vocal de un artculo, sino lasutil diferencia entre el hay y el ah, diferencia apreciable en la escritura (cambia el sitiode la hache, cambia la y griega por la latina, aparece, sta ltima, acentuada), pero, comoen el juego derrideano, tenue y ligera al odo, lo que de nuevo nos lleva a la cuestin delos dos modos de ser de las palabras (el escrito y el hablado), que no deja de ser, como

    ya dije, uno de los temas de este libro.El otro juego de palabras que mencion aqu es el del ttulo,Feu la cendre, simplementeintraducible. Y entonces? Entonces (y como aqu, ante esta expresin magnfica,Feu lacendre, no se puede inventar otro juego que reemplace al del autor), lo que lvaro y dePeretti hacen es escribir, abajo, el ttulo en francs. La tapa del libro presenta el ttulo enespaol y enseguida, en la misma tipografa, en el mismo color (cul traduce a cul?cul es primero?), el ttulo en francs. El ttulo y despus por cierto el libro entero:

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    lvaro y de Peretti decidieron hacer una edicin bilinge en la que el francs, entonces,acompaa al texto en espaol como un espectro, como una sombra, como unsuplemento. El espaol versiona al francs, lo suplementa y lo suplanta, pero el francsacompaa despus al espaol suplementndolo a la vez, quedndose, restando,permaneciendo ah, como no queriendo irse del todo. Oprimiendo como una

    pesadilla como se lee en cierta clebre pgina de Marx el otro texto, el nuevo, elcastellano? Desde luego. Pero tambin convocado por ste otro texto, por este textosegundo, nuevo, castellano, que igual que los vivos que en esa misma pgina marxianaquieren cambiar el mundo, hacer algo diferente, nunca visto pide ayuda a los espectrosdel pasado, conjura temeroso en su auxilio, escribe Marx, a los espectros del pasado:

    del texto pasado, del texto primero, del texto del muerto. Suplemento de su propiosuplemento, ceniza de su propia ceniza, el texto de Derrida se ve llevado as a jugar unjuego de espejos que a Derrida sin duda le habra gustado, y que lvaro y de Peretticonsiguen hacerle jugar con destacables erudicin, sensibilidad y gracia