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verbo divino Sonetos de Jesús crucificado Francisco Contreras

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,!7II4I1-gjeeic!ISBN 978-84–8169–448–2

Este libro-poemario posee una singularnovedad. Jesucristo no es el tema objeto de lainvocación o súplica, como ocurre tradicional-mente en la poesía religiosa. No habla el poeta-creyente al Señor, sino que es él mismo quiennos habla desde la cruz. No son sonetos a, sinosonetos de Jesús crucificado. El único Señor yDueño de la Palabra nos revela su divinidad yhumanidad; nos regala el don de su amor y superdón; nos comunica su vida eterna. Tambiénse queja y nos echa en cara nuestro olvido ydesdén. Se nos abre de par en par el alma deJesús, que él pone en la boca de estos sonetos.

El libro sigue la estructura de las siete pala-bras que el Señor pronunció en la cruz. Estadisposición permite un marco asequible paratodos. Los poemas aparecen no como undesnudo rosario de sonetos, sino presentadoscon un amplio comentario. La mayoría de lasveces son comentarios a las escenas másimportantes de los cuatro evangelios y textosdel Nuevo Testamento relativos a la Pasión.Así, la Palabra de Dios ilumina el misterio delCrucificado. También aparecen con profusiónpasajes de los santos padres, en sorprendentesintonía y actualidad con el Evangelio de lacruz. No faltan testimonios de escritoresespirituales contemporáneos que han sabidocomunicar el drama divino-humano de laPasión.

Cristo habló a Francisco de Asís desde lacruz y le dijo: «Francisco, repara mi casa, que,como ves, está en ruinas». El mismo Cristosigue interpelándonos a nosotros. Nos comunicasu más íntima revelación. Ojalá estos Sonetosde Jesús crucificado sirvan para ungir con elamor de Cristo las grietas y heridas de muchoscorazones en la casa de Dios, que es la Iglesia.

Sonetos de Jesúscrucificado

F R A N C I S C OC O N T R E R A SMOLINA, sacerdoteclaretiano, nació enGranada en 1948.Estudió en Granada,Salamanca y Roma.Doctor en teología,licenciado en Sagra-

da Escritura, licenciado en Filología Semítica,diplomado en Cinematografía, es actualmentecatedrático de Sagrada Escritura en la Facultadde Teología de Granada.

Publicaciones

Obras bíblicas:El Espíritu en el Apocalipsis, Salamanca 1987;Comentario al Libro del Apocalipsis, Madrid 1990;El Señor de la vida, lectura cristológica delApocalipsis, Salamanca 1991; Iglesia de testigossegún el Apocalipsis, Granada 1993; Estoy a lapuerta y llamo, Salamanca 1995; La nueva Jeru-salén, esperanza de la Iglesia, Salamanca 1998;Un padre tenía dos hijos, Verbo Divino, Estella1999.

Al mismo tiempo cultiva la poesía. Ha escritoestos poemarios:Revelación de amor «A zaga del Cantar de losCantares», Madrid 21991; La canción del Naci-miento, Madrid 21993; El Espíritu, fuente vivadel amor, Madrid 1998; A la sombra de Dios Tri-nidad, Verbo Divino, Estella 2000.

Francisco Contreras

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Índice

INTRODUCCIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7Confesión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7En la fe de la Iglesia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Estructura del libro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17Expresión literaria: sonetos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19Sonetos en un contexto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21Sonetos de Jesús crucificado y sus fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . 23

PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33Por quererte hasta la muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35Lo mismo que te amé, así te amara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

PRIMERA PALABRA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43Mis brazos siempre abiertos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45Judas, amigo mío, ¿a qué has venido? . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49Más florece el perdón con que te espero. . . . . . . . . . . . . . . . 53

SEGUNDA PALABRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57Tú que fuiste ladrón arrepentido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59¿Qué has hecho del amor que yo te he dado? . . . . . . . . . . . . 65Si hablan vivas, en flor, ensangrentadas . . . . . . . . . . . . . . . . 69Yo soy Jesús, a quien tú crucificas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73Bájame de esta cruz donde me han puesto . . . . . . . . . . . . . . 77

TERCERA PALABRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81Ahí tienes a tu madre y madre mía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83Madre junto a mi cruz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87

CUARTA PALABRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91Desde lo más profundo alzo mi grito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93Eloí, Eloí, lammá sabaktaní? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

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Introducción

Confesión

Confieso que durante muchos años de mi vida, enespecial estos últimos, he experimentado y siento

una atracción irresistible hacia Jesús en la cruz. El cora-zón tira de mí, me arrastra con mucha fuerza hacia sucontemplación y meditación. Me paso largos ratosdelante de su imagen, mirando al Señor crucificado ydejándome mirar por él. ¡Cuánto he deseado, entonces,entre otras ansias, poder ir al lugar mismo del Calvarioy estar allí donde Jesús fue crucificado por nosotros!

La providencia de Dios, que es buena y escuchanuestras más sinceras aspiraciones, me ha permitidoacudir tres veces a Tierra Santa. Para cualquier cristianoresulta un privilegio poder visitar, pisar y besar la tierraen donde Jesús ha nacido, vivido, muerto y resucitado.En las tres ocasiones he podido ir –de otra manera nolo habría conseguido– como guía-responsable de ungrupo de peregrinos cristianos. Con todos ellos hecompartido generosamente el entusiasmo de nuestra fey la comunión festiva entre los hermanos que se aman.Al hacer memoria, estoy suscitando otro nuevo motivode gozo y de acción de gracias al Señor.

En esta última ocasión –año jubilar del 2000– Diosme ha concedido el inmerecido regalo de estar durante

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una noche –¡toda una noche entera!– en la iglesia delCalvario y del Santo Sepulcro, el lugar donde fue cru-cificado y sepultado nuestro Señor Jesucristo, dondetambién resucitó gloriosamente.

Bien sabe Dios cómo soñaba con tan prolongadaestancia y que, más allá de otras aspiraciones legítimas,sólo albergaba esta íntima ilusión inmensa: poder que-darme una noche con el Señor, sin el estruendo habi-tual, sin el bullicio de ruidos y prisas, plantado en laoración y en el silencio, a la vera del Calvario. Él medio esa noche, con él estuve. Escuché hasta el canto delgallo (tal vez a la misma hora en que lo escuchó sanPedro, a las 4.15 de la mañana). Esa noche ha sido paramí la culminación de un largo camino, que vengo reco-rriendo desde hace ya bastante tiempo.

En un momento de gracia, sagrado, pude escribirunas líneas. Quiero dejarlas aquí transcritas, tal comobrotaron. Son una ferviente oración al Señor, que mesalió espontánea del corazón:

«Señor, estoy aquí, en el monte Calvario, donde túfuiste clavado en la cruz; estoy junto a ti, mi Señor cru-cificado.

Desde hace ya muchos años, tú me has dado una gra-vitación hacia tu presencia de Crucificado. Veo unaimagen tuya, clavada en la cruz, y se me van los ojos yel alma hacia ti.

Mirándote, a mí también se me llena el corazón deestremecimiento, y los ojos de lágrimas, al contem-plarte en el mismo lugar, en el Calvario, crucificado portodos los hombres y por todas las mujeres del mundo,también por mí, indigno y pecador. Hoy, has queridoconcederme esta noche, acompañándote, permane-

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ciendo en vela contigo ¡Gracias, Señor! ¡Qué generosoeres conmigo!

Aquí estoy, Señor, junto a ti, en la fe y en la noche.He venido también con una ilusión muy grande:

presentarte la esperanza de una obra que tú me hasinspirado: poder escribir tus sonetos, Sonetos de Jesúscrucificado. Para que puedas proclamar y gritar al mundotu misericordia desde la cruz. Porque hay en tu corazóntraspasado tanta riqueza de amor, tantos tesoros ocul-tos..., y veo, por otra parte, que la humanidad estásedienta... Yo me quemo por dentro, sufro al ver tantahambre y sed, y tan cerca la fuente del agua de la vida,que eres tú, mi Señor. ¡Quiero hacer algo con urgencia,remediar un poco tanta necesidad!

Siento muy hondo que has querido ponerme comoun instrumento tuyo, para que diga tu Palabra de amor almundo, para que sea como tu boca y tu corazón.

¿Y quién soy yo, sino el más pequeño y el más insig-nificante? En muchas ocasiones he querido rebelarmecontra este sentimiento. ¿Cómo voy a hablar en tunombre, cómo usurpar la Palabra del Crucificado, cómoemplear versos que salgan de tu corazón, sabiendo muybien cómo es el mío, tan miserable y mezquino...? Perosiento una fuerza avasalladora bullir dentro de mí, tanpoderosa que acalla mis dudas y me empuja a seguir estainspiración.

Si tú quieres, Señor, aquí estoy: pondré mis energías,mi sensibilidad, mi esfuerzo..., todo lo que soy y lo quetengo para hacer esta obra.

Tú lo sabes todo. Me conoces a fondo. Ya sabesquién soy yo: soy Francisco, el hijo del Corazón de tuMadre, María, “la esclava del Señor”. Mírala a ella, y

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en ella mírame a mí: “Hágase en nosotros según tuPalabra”. Cuento con la ayuda de nuestra Madre, queella guíe mi mano.»

Estas palabras son una íntima confesión de fe, yconstituyen mi declaración de intenciones. Expresancon sincera transparencia cuál es mi objetivo al presen-tar este libro.

En los sonetos habla Jesucristo, el Crucificado. Nohablo yo, o mis sentimientos de adoración, o de pecado,o de arrepentimiento...

Tal es la nota original del libro, cuya peculiaridad espreciso recalcar. El poemario no toma como referente ycentro de focalización nuestra piedad o impiedadhumana, sino el lugar personal de Cristo. El Crucifi-cado no se convierte, pues, en el objeto de nuestradevoción o advocación, de nuestra contemplación...,como ocurre tradicionalmente en la poesía religiosa,sino que es él mismo quien absolutamente habla einterpela, se erige en sujeto protagonista de toda lasecuencia: nos mira y habla al corazón.

Es Jesucristo, en definitiva, el Dueño y Señor de laPalabra. Con su honda interpelación se dirige a noso-tros; a mí, a ti, lector... Nos revela intensamente losdesignios de su corazón traspasado; nos colma con laelocuencia de su dolor callado; nos ofrece el don impe-recedero de su amor, y nos comunica su vida eterna.También se queja y nos echa en cara nuestro olvido ynuestro desdén.

Porque la cruz de Jesús es también «juicio» («krisis»):«Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe deeste mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levantadode la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,31-32).

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Ante la cruz, cada uno se enfrenta a su propia respon-sabilidad. Se dictan las más radicales decisiones: elbuen ladrón se convierte; el otro sigue cerrado en suobcecación; Pedro llora amargamente y se convierte,pero Judas no quiere mirar a Jesús, no se arrepiente... La cruz de Jesús escenifica la parábola del juicio final(Mt 25,31-46): la separación de ovejas y carneros segúnla libre opción que se adopte en favor o al margen deJesús crucificado, presente entre los hermanos máspobres.

Tengo que confesar que si como poeta he buscadoalguna vez una ambición, si he deseado una gloria, si hecorrido sediento detrás de una ilusión..., ahora mesiento recompensado y premiado con creces, enaltecidohasta donde no podían sospechar ni siquiera mis másaltos sueños. Toda mi ansia de grandeza está colmada;mi aspiración poética, cumplida. ¡Qué mayor gloria,qué más hermosa diadema puede ceñir mi frente, sinoel haber permitido que, a través de estos mis pobresversos y palabras, Jesús crucificado comunique al mun-do el misterio de su amor!

En la fe de la Iglesia

Nos acercarnos al misterio de Jesús crucificado den-tro de la fe de la Iglesia, junto a tantos hermanos

nuestros creyentes –una inmensa nube de testigos nosacompaña– que así lo contemplan e invocan; quienes,sobre todo, sufren la misma cruz, el dolor del abandono,la muerte. Acompañamos a Jesús crucificado. Quere-

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mos decir que acompañamos, por tanto, a todos estoshermanos nuestros, sin excluir a nadie. Profesamos concorazón unánime nuestra fe cristiana y hacemos unacto de comunión con toda la Iglesia de Dios.

Nosotros hemos recibido de nuestra madre Iglesiaeste vivo tesoro de la fe en nuestro Señor Jesucristo,muerto y resucitado. En el seno de la Iglesia lo vivimos,lo celebramos y confesamos.

Acudimos a la certeza que nos da la fuerza de la Pa-labra de Dios. El apóstol Pablo, aunque se reconoceindigno del nombre de «apóstol», se siente un eslabónmás en una larga cadena de la tradición eclesial. Es tes-tigo privilegiado de Jesucristo, y comunica generosa-mente lo que gratis ha recibido. Los cristianos hemosheredado el don de la fe, que se expresa en pocas perosustanciales palabras. He aquí la formulación del credomás antiguo de nuestra Iglesia:

«Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mivez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados,según las Escrituras; que fe sepultado y que resucitó altercer día, según las Escrituras» (1 Cor 15,3-4).

Por la historia sabemos que Jesús murió en la cruz.De su veracidad apenas se discute hoy. «Sin su muerteen cruz, Jesús no habría sido histórico» (Wellhausen).Y Jesús murió por crucifixión. La muerte en cruz no sóloera un tormento «especialmente cruel y horrible» (cru-delissimum taeterrimumque suplicium; Cicerón), sino unapena humillante: era el castigo infligido a los esclavos(servile supplicium; Tácito). Recuérdese la crucifixiónque impuso Roma para castigar al esclavo Espartaco. Apesar de la aureola con que después se ha enaltecido, lacruz significaba la muerte más denigrante. Entre los ciu-

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dadanos romanos, «la idea de la cruz tiene que mante-nerse alejada no sólo del cuerpo, sino hasta de los pen-samientos» (Cicerón); ni siquiera estaba bien miradohablar de la cruz. Y Jesús fue ajusticiado con el castigopúblico de la crucifixión.

Este hecho de pena capital, su muerte en cruz,resulta humillante e indignante, rebaja hasta los degra-dados límites de la repugnancia la dignidad del Maes-tro. ¿Qué religión, a lo largo de la historia universal, haosado presentar a su fundador como un reo condenadoal suplicio, ejecutado en un maldito madero?

Gracias a la fe de la Iglesia, guiada sabiamente porDios, sabemos algo más decisivo, para nosotros trans-formante y salvador: no sólo que Jesús murió, sino quemurió por nuestros pecados, a saber, para quitarnos lacondena de la muerte y darnos la plenitud de la vidadivina.

Es preciso ponderar un gran milagro. Únicamente elEspíritu Santo, que asiste a la Iglesia y la conduce desdelas sombras hacia la luz plena de la verdad, ha hechoposible este cambio de mentalidad y de sentido. Sólo elpoder iluminador que brotó de la presencia del Resuci-tado pudo inspirar las mentes y los corazones de los pri-meros cristianos para contemplar la Pasión de Jesús den-tro de los designios de Dios y como un paso necesariohacia la gloria: «Entonces abrió sus inteligencias paraque comprendieran las Escrituras, y les dijo: “Era precisoque el Mesías padeciera y resucitara de entre los muertosal tercer día y se predicara en su nombre la conversiónpara perdón de los pecados”» (Lc 24,45-47). Detengá-monos unos instantes en este proceso de esclarecimientode nuestra fe cristiana.

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El relato de la Pasión ocupa en cada evangelio unlugar importante y en cierto sentido desproporcionado,aunque a nosotros, lectores ya tardíos, nos resulte total-mente normal tal desmedida. Pero conviene recordarque los evangelios han sido redactados después de laresurrección de Cristo y por personas que, viviendo enla atmósfera radiante de este acontecimiento glorioso,tenían conciencia de ser «testigos de la resurrección»(cf. Hch 1,22; 2,32; 3,15; 1 Cor 15,14).

No era de esperar tanta insistencia en la escenas dolo-rosas de la Pasión; antes al contrario, una acentuación enla dimensión «positiva» de la vida pública de Jesús: susmilagros portentosos, su enseñanza con autoridad o, mástarde, sus apariciones. La Pasión podía ser narrada, sí,pero a modo de un breve paréntesis lamentable, que, gra-cias a Dios, no tuvo consecuencias irreparables.

Así «debería escribirse» la secuencia ideal de losrelatos de la vida de Jesús, y también así se responderíaa la inclinación natural del corazón humano, que buscacontinuamente rehuir la dureza de la existencia y refu-giarse en un mundo irreal e ilusorio. De este modo se haescrito toda la literatura de ficción a través del tiempo.Así se redactaron las antiguas proezas de los héroes enlos mitos paganos. Así se compusieron las vidas de lossantos, repletas hasta el hartazgo del alarde de los mila-gros y ejemplos edificantes, tan grandiosos que resulta-ron a la postre admirables pero nunca imitables. Tantoénfasis en la Pasión (se ha dicho –M. Kähler– que «elevangelio es la historia de la Pasión con una larga in-troducción») demuestra que el mensaje cristiano no esuna invención legendaria que trata de olvidar «el duroespesor de la vida y de la realidad».

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La cruz de Jesús no escamotea la fuerza corrosiva delos hechos: la presencia devastadora del mal, las insidiashumanas, la envidia, la traición, la cobardía (de toda estaperversa amalgama se fraguó la historia de la Pasión)...,aunque tales elementos se revelen incomprensibles einsoportables. La cruz se nos muestra como un combatea muerte contra el mal; manifiesta de forma inaudita laentrega que Jesús hizo de la propia vida. Revela asi-mismo el desenlace de toda vida cristiana tomada enserio y llevada hasta sus últimas consecuencias.

La Pasión de Jesús se presenta no como una creaciónliteraria inédita, debida a la exclusiva individual decada evangelista, sino a la manera de una proclamacióneclesial, de una confesión de fe (cf Jn 21,24). Así laleemos y la contemplamos. Así queremos fielmenteadentramos en su misterio: «La Pasión de Jesús es eltesoro de la Iglesia, y es la Iglesia quien nos lo presenta»(A. Vanhoye).

La resurrección de Jesús ilumina, desde dentro, estecombate y da valor al sacrificio generoso; confirma quela vida no acaba fatalmente en el absurdo sin sentido dela muerte, en el olvido de una tumba ignorada. La luzde la resurrección revela el alcance de la Pasión de Jesúsy engrandece el valor de toda entrega generosamentevivida, «des-vivida» por los demás...

El amor de Jesús ha sido capaz de operar este vuelcotrascendental; hacer del ludibrio y la vergüenza de lacruz el motivo máximo de su gloria; sólo su amor hasido el artífice de tan radical cambio transformador.

En estos sonetos, el Señor comunica, mediante larica virtualidad de los registros humano-divinos de lapalabra del Evangelio y del arte del verso, su amor a la

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Iglesia, a cada uno de nosotros. Evidencia vivamentehasta qué extremo ha amado a la Iglesia y cómo su amorle ha llevado a la cruz y a la muerte. Quiere que el cris-tiano vea y oiga para que, viendo y oyendo estas seña-les y palabras, crea en su nombre y tenga la vida eterna(cf. Jn 21,24).

Este amor entregado de Jesús y esta vida ofrendadano se marchitan en un estanque cerrado; se difundenvigorosamente por medio de la práctica sincera delamor fraterno: «En esto hemos conocido el amor: enque él dio su vida por nosotros. También nosotros debe-mos dar la vida por nuestros hermanos» (1 Jn 3,16).

Ojalá que, al final de la lectura del presente libro,pudiera cada lector vibrar con los hondos sentimientosde Pablo cuando, afianzado el apóstol en la roca incon-movible de su fe en Jesucristo, desafía al tiempo, a lavida, a la muerte, al poder humano y sobrehumano, yafirma retadoramente con un grito de victoria:

«Porque estoy convencido («pepeismai», escrito enperfecto griego, lo que indica una certidumbre sólida-mente arraigada, exenta de cualquier duda, y que per-severa con firmeza) de que ni la muerte ni la vida ni losángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro nilas potestades ni la altura ni la profundidad ni otra cria-tura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifes-tado en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rm 8,38-39).

Quien tiene esta fe en Jesucristo, muerto y resuci-tado, quien –sólo gracias a Dios posee la serena convic-ción que otorga la fe– ha pasado de la muerte a la vida,ha vencido al mundo y su malicia:

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«Y lo que ha conseguido la victoria sobre elmundo es nuestra fe. Pues ¿quién es el que venceal mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo deDios? Éste es el que vino por el agua y la sangre:Jesucristo» (1 Jn 5,4-6).

Así pues, dentro de la fe de nuestra madre Iglesia,con la que íntimamente comulgamos, nos acercamos ala cruz de Cristo para escuchar de sus labios y de sucorazón abierto sus mismas palabras: «Los sonetos deJesús crucificado.»

Estructura del libro

La disposición del libro no es compleja ni compli-cada; trata de reproducir los acontecimientos dolo-

rosos que padeció Jesús en la cruz. Los sonetos se hallaninsertos dentro de las siete célebres palabras.

El libro-poemario, por tanto, sigue básicamente laestructura del sermón de las siete palabras, que tantasveces hemos escuchado en la tarde del Viernes santo.Pero ¿por qué siete y sólo siete palabras? Quiero pensarque el número siete –como ocurre con frecuencia en laBiblia– es una cifra simbólica; significa la plenitud, laperfección, la suma de todas las palabras.

Se presentan cuarenta sonetos. De nuevo idénticainterrogación: ¿por qué cuarenta? Respondo en seguiday con llaneza que son cuarenta porque así nacieron conespontaneidad, justamente con ese número exacto.¿Por qué una familia tiene tres hijos, otra dos...? Son

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preguntas sin respuesta. No indaguemos demasiado enlas razones de un corazón que canta de amor y que lloraarrepentido. Por otra parte, cuarenta resulta una buenacantidad. No parecen muchos, pero tampoco son esca-sos. Además, cuarenta es también una cifra simbólica.Cuarenta años estuvo el pueblo de Dios peregrinandoerrante por el desierto; cuarenta días estuvo asimismoJesús tentado en el desierto. Cuarenta es, en definitiva,tiempo de prueba y de tentación; cada uno da la tallaexacta de sí mismo, se define ante Dios y los hombres.

En estos cuarenta sonetos, Jesucristo se nos muestratal cómo es él en su hondo misterio; se nos revela llenode divinidad y de humanidad, Dios y hombre verda-dero, y nos grita hasta la saciedad y el paroxismo que hasubido a la cruz, y que ha muerto por nuestro amor, paraquitarnos el pecado y darnos su vida eterna.

Al ubicarse los sonetos dentro de las célebres sietepalabras de Jesús, se sitúan en una estructura tradicio-nal. Esta articulación les otorga un marco asequiblepara la piedad cristiana, y que cualquier lector puede enseguida reconocer.

Pero se hace precisa una aclaración. Las siete pa-labras no deben entenderse en sentido restringido,estricto, sino como dilatados marcos de referencia,copiosos motivos teológicos que engloban los diversossonetos que se sitúan por su afinidad temática dentro detal ámbito. Son, pues, amplios rótulos que cobijangenerosamente los diversos sonetos relacionados con eltema que anuncian las palabras-epígrafes.

Pues bien sabemos que junto a estas siete palabras seencuentran otras muchas «palabras» o gestos asimismoelocuentes de Jesús en la cruz, como el derramamiento

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de agua y sangre, o que surgieron del silencio del Cru-cificado, pues la «Palabra ha brotado del silencio» (sanIgnacio de Antioquía).

Dos sonetos al principio (prólogo) y dos al final(epílogo) enmarcan el conjunto.

Todo el poemario se presenta como una emotiva homilía –homilía quiere decir «conversación»– o ser-món de Jesús en la cruz. «El alma tiene Jesús / en sussantísimos labios», escribió el arrepentido Lope deVega, que tan hermosamente cantó la pasión de Jesús;y no se puede expresar mejor la hondura de las palabrasde Jesús en la cruz.

Es su último discurso de despedida, o de «hastaluego» (porque su palabra última no es la muerte) atodo hombre o mujer que se acerca con fe a la cruz, oque se halla clavado en alguna de las muchas cruces demuerte o herido por las cornadas de la vida.

Expresión literaria: sonetos

En cuanto a la forma, he adoptado de manera siste-mática una de las más clásicas y célebres estrofas en

la historia de la literatura española –de tanta raigambreen la poesía mística–: el soneto. Puede parecer en prin-cipio una severa cárcel para la inspiración, una jaulademasiado estrecha para el vuelo de los versos. Pero suequilibrada arquitectura obliga a contener la emociónque clama en estado puro; a modelar y ceñir el ímpeturepentino, que debe condensarse para decir, con el tono

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justo, la belleza de una oración, la súplica vehementede un deseo, el grito febril del corazón...

He intentado previamente el empleo de otras formasexpresivas, poéticas, en la búsqueda del más idóneocauce de comunicación. Tras varios ensayos estérilesme decidí felizmente por el soneto. Creo que ha sidouna opción acertada.

He seguido fiel a la métrica y rima del soneto clá-sico, y también fiel a la libertad que depara su uso entrelos poetas modernos, pero siempre ajustada al canon decatorce versos, distribuidos en dos cuartetos y dos ter-cetos. Los seis versos de los tercetos se combinan segúnel arbitrio del poeta, con dos o tres rimas. Las posibili-dades combinatorias, pues, son grandes (entre otras au-toridades, lo reconoce Lázaro Carreter).

El soneto es una composición poética que admitemuchas fluctuaciones: soneto terciario, tetralingüe, detrece versos, trisílabo, truncado, de versos blancos, deversos enlazados, con versos de vuelta, sonetillo osoneto octosílabo.

La versatilidad del soneto, embridada siempre dentrode sus límites normativos, resulta sorprendentementefecunda1.

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1Puede consultarse este notable estudio sobre el soneto: El soneto y

sus variedades (Antología). Selección y edición de M. López Hernández,Salamanca 1998. Se presentan sus variantes ocurridas a lo largo de lasetapas literarias más señaladas, que son fundamentalmente éstas: elsiglo XV, el Renacimiento, el Siglo de Oro, los siglos XVIII y XIX, elmodernismo, el postmodernismo y, por fin, el soneto en la épocaactual.

Puede verse también una amplia información en T. Navarro Tomás,Métrica española, Madrid-Barcelona, 1978, pp. 252.306.350.400.472.

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Actualmente se tiende al modelo de cuartetos abra-zados –ABBA, ABBA–, pero los tercetos –normalmentedispuestos de esta manera: CDE; CDE– admiten todaclase de arreglo. Así aparece cultivado por Vicente Ale-xandre, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, García Lorca,Gerardo Diego, Leopoldo Panero, Miguel Hernández yotros.

«Anhelante arquitecto de colmena, / voy labrandoceldilla tras celdilla / y las voy amueblando de amarilla/ miel y de cera virgen morena.» Con este afán labradorarrancan los primeros versos del soneto de GerardoDiego titulado justamente Soneto mío. Con semejanteanhelo y paciencia he ido, también yo, llenando de«miel y cera» esta arquitectura de íntimas emocionessagradas: Los sonetos de Jesús crucificado.

Sonetos en un contexto

Pero el presente libro no es un rosario de sonetos (asírezaría el título abreviado de un conocido libro de

Miguel de Unamuno), no es una larga retahíla de poe-mas alineados uno detrás de otro, sino que tiene la par-ticularidad de «situar» y «ubicar» los sonetos dentro deun ámbito propicio, a saber, dotarlos de un comentarioque lo encabeza y prepara. Dicho comentario no quiere–y aunque lo pretendiera, resultaría vano empeño–explicar el soneto, pues todo poema es –ya lo sabemos–,de por sí, inefable e inexplicable.

Esta exposición (o hábitat natural) permite crear elclima cordial para que los sonetos puedan ser leídos y

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contemplados. Ofrece unas líneas para ambientarlos enel contexto nutricio de la Palabra de Dios, en la tradi-ción del pueblo de Dios, dentro de la fe cristiana.

La mayoría de las veces –mayoría absoluta– soncomentarios a las escenas de los evangelios relativas ala Pasión de Jesús. Pero evitan el dato frío, la erudiciónseca, el academicismo. Son paráfrasis evangélicas, lí-neas que ofrecen la unción y la sabiduría con que laPalabra de Dios habla del misterio de la muerte deJesús. He intentado conjugar y reconciliar al profesorde Biblia con el poeta.

Aparecen también con profusión pasajes antológi-cos de los santos padres. Admito que me he hecho tie-rra de fatiga. Me he aventurado en un paisaje tan vastocomo atrayente. He indagado con paciencia entre suinmensa producción escrita, he realizado una largatarea de exploración y búsqueda; al fin, he podido reco-ger de su campo abundantemente sembrado una apre-tada recolección y, de tan granada cosecha, seleccionarlas mejores y más maduras espigas de sus escritos espiri-tuales. El lector comprobará maravillado cómo estosescritos de los santos padres sintonizan con extrañaconnaturalidad y actualidad con la Palabra del Evange-lio de la cruz. Debidamente colocados en una perspec-tiva estratégica, le ayudarán a una profundización de sufe y a su apertura al misterio de Cristo.

También nos acompañan otros escritores espirituales–no importa su condición ni su patria o filiación– quese han destacado por transmitir con veracidad creíble yconmoción el misterio de Jesús, el enigma del dolorhumano, la soledad, la muerte...

Toda esta «compañía», este variopinto cortejo de pa-

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sajes de la Sagrada Escritura, lecturas, testimonios..., or-gánicamente fraguados, va conformando un acompaña-miento idóneo y acogedor, un ambiente vital, que sólopretende ayudar –nunca servir de obstáculo o interferen-cia– a un encuentro más pleno y personal, siempreíntimo, entre el poema de Cristo crucificado y el lector.

Con el empleo de este recurso pedagógico –poemasmás un comentario– estoy adoptando la pauta didác-tica que tan magistralmente empleó san Juan de laCruz, quien fue a la vez autor de versos y comentaristaesclarecedor de sus poemas en algunos de sus más insig-nes libros.

“Sonetos de Jesús crucificado” y sus fuentes

Ya afirmaba Eugenio d’Ors que todo lo que no es tra-dición (especialmente en poesía) resulta un plagio.

Este libro ha bebido en el venero fecundo de fuentesviejas y nuevas. Ha bebido sobre todo en la asidua lec-tura, meditación y contemplación de la pasión y muertede Jesús en la cruz, referida por los cuatro evangelios y,también, los restantes escritos del Nuevo Testamento.De aquí ha sacado el agua más viva y verdadera. Nopodía ser de otro modo. También se ha inspirado en elcontexto amplio de la Biblia, Antiguo y Nuevo Testa-mento, pues toda la Sagrada Escritura es una larga pre-paración que culmina en el misterio de la muerte yresurrección de Jesús.

Nosotros somos herederos de un pasado glorioso, de

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un pueblo que ha vivido el misterio de la Pasión deJesús con hondura, a través del mensaje de la mística yde la imagen, ambas fecundamente hermanadas. Noshallamos enraizados en suelo español, inmersos en estecontexto vital, imbuidos y troquelados por él. No pode-mos renunciar a tanta riqueza espiritual y estética quenos ha sido dada, en la que por necesaria ósmosis respi-ramos y existimos.

Hemos presenciado innumerables procesiones de laSemana santa, escuchado múltiples sermones, leídolibros... Guardamos, pues, en nuestra retina y memoriaancestral, desde la más lejana infancia, los dolorosospasos de Jesús y su Madre en la Pasión. Nuestro hondosentir está influido por esta herencia, alimentado portan añeja tradición.

La Pasión de Jesús, por nosotros recibida e intensa-mente vivida, posee las notas de la humanidad y delrealismo, las características peculiares de la visión plás-tica y de la representación vigorosa. Sentimos la emo-ción ante la tragedia del Calvario. Van de la mano losescritos de nuestros místicos como san Pedro de Alcán-tara o fray Luis de Granada... con las imágenes expresi-vas de la escultura española.

Hagamos, pues, un somero ejercicio de memoria his-tórico-espiritual. San Pedro de Alcántara describe lallaga del costado de Cristo. Véase con qué riqueza orna-mental y acierto de paralelismos bíblicos decora su co-mentario: «¡Oh, río que sales del paraíso y riegas contus corrientes toda la sobrehaz de la tierra! ¡Oh, llaga delcostado precioso, hecha más con el amor de los hom-bres que con el hierro de la lanza cruel! ¡Oh, puerta delcielo, ventana del paraíso, lugar de refugio, torre de for-

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Tú dices: «Mi señor me ha abandonado» . . . . . . . . . . . . . . 103Más hondo que el dolor de mi costado . . . . . . . . . . . . . . . . 107Mírame en esta cruz: ¡dame tu mano! . . . . . . . . . . . . . . . . . 111

QUINTA PALABRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115Tengo sed. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117Tu Cristo soy: Dios y hombre verdadero. . . . . . . . . . . . . . . 123Sangre y agua me brotan del costado . . . . . . . . . . . . . . . . . 127¿Quién podrá apagar ya mi desvarío? . . . . . . . . . . . . . . . . . 131Esta vida que estalla del costado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135Mil muertes por ti padecería . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137Naciste de un Adán crucificado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139Porque te amaba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143 Ven, amor, a probar la santa cena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147Toma la rosa de mi pecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149¿Quieres probar mi ardiente cáliz? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151

SEXTA PALABRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155Consummatum est! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157¡Consumado amor! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161Soy un hombre, soy Dios y soy un reo . . . . . . . . . . . . . . . . 165«¡Ven!», te grita mi sangre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167¡Cuánto te quiero, amor, ay, amor mío! . . . . . . . . . . . . . . . 169

SÉPTIMA PALABRA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173Vuelvo a ti, Padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175Mi victoria es más firme que la muerte. . . . . . . . . . . . . . . . 177¿No te basta la sangre de un Cordero? . . . . . . . . . . . . . . . . 181Ya no me queda más con qué quererte . . . . . . . . . . . . . . . . 185¡Muerte, estás de muerte herida! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189

EPÍLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193¡Ay, si pudieras...!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195¿Qué más podría hacer tu Dios por ti? . . . . . . . . . . . . . . . . 199

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