Tan lejos y tan Nos encontramos en México cerca...

107Espiral, Estudios sobre Estado y Sociedad Vol. VI. No. 18 ❏ Mayo / Agosto de 2000

✦ Coordinador de la Comisión de Investiga-ción del Departamento de Estudios Socio-políticos y Jurídicos.Instituto Tecnológico y de Estudios Superio-res de Occidente

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Tan lejos y tancerca... distancias

entre la gente y lospartidos políticos

David Velasco Yáñez, S.J.✦

Se trata de una presentación muy sintéticay esquemática de algunos elementos de lapropuesta teórico metodológica de Pierre

Bourdieu, en torno a la política. Auncuando su referente sea más bien lo que él

llama la clericalización de la política,creemos que nos ofrece elementos

suficientes para pensar nuestra políticamexicana y, a partir de ahí, descubrir losmecanismos no siempre explícitos que

impiden pensar políticamente la política.Además, la posibilidad de pensar la política

en términos de campo nos lleva a unacomprensión más radical de lo que está enjuego en los períodos electorales y, sobre

todo, las relaciones profundas entre lospartidos políticos y la gente, al interior decada uno de los partidos y las condiciones

sociales de producción de los discursospolíticos y de los productores de

discursos políticos.

Nos encontramos en Méxicoante una enorme paradoja.Cuanto más agudo y sentidose ha vivido el problema dela pobreza y el número de lospobres llega a números es-candalosos, los candidatospresidenciales carecen de

propuestas políticas serias y, lo quees peor, el debate entre ellos se mue-ve en los sótanos, por decir lo menos.Con el agravante de que también setrata de una campaña de medios enlos que, entre golpes de encuesta–esa ciencia sin sabio– y golpes me-diáticos, nos llevan a la considera-ción de que hacía mucho tiempo quelos políticos mexicanos, en particularlos candidatos presidenciales, no seencontraban tan lejos de la gente co-mún y corriente.

No es precisamente el momentode la aparición de los “políticos polí-ticos”, como podría pensarse en pe-ríodos de campañas electorales envistas a una elección presidencial enla que, gane quien gane, el sistemade dominación no va a padecer par-ticulares sacudidas. Más bien esta-mos inundados de políticos tecnócra-tas que han hecho de la política sumonopolio particular, excluyendo así

David Velasco Yáñez, S.J.

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al resto de la gente, no sólo al reducto de algunos partidospolíticos, sino a toda posibilidad de representación por lacual la gente haga valer sus intereses. Éste es el mayordrama que estamos viviendo en los meses previos a las elec-ciones presidenciales. ¿Cómo se da esta ausencia de repre-sentatividad real?

En este trabajo pretendemos abordar otra paradoja quetiene que ver con las condiciones de posibilidad de “pensar lapolítica” de la manera más radical y, al mismo tiempo, desta-car algunos elementos conceptuales que nos permitan acer-carnos a la realidad del campo político mexicano. La parado-ja radica en que la política que vemos y oímos y en la que casitodos nos sentimos con la capacidad para dar nuestra opi-nión requiere, para ser pensada con radicalidad, de nocionesaparentemente abstractas y sin relación alguna con la prác-tica concreta.

Para este propósito echamos mano de los elementos teóri-cos elaborados por el sociólogo francés Pierre Bourdieu conrelación a la política. Aprovechamos, además, las discusionesdel actual curso-taller de análisis estructural y coyunturalque desarrollamos en el Instituto Libre de Filosofía y Cien-cias Sociales, en Guadalajara, Jal., en el que, al mismo tiem-po que se estudian los materiales del fundador del Centro deSociología Europea, se hacen ejercicios particulares de análi-sis de coyuntura política.

Un primer apartado lo dedicamos a las condiciones epis-temológicas y políticas para pensar la política. En parte soncuestiones de método, pero también es opción por una teo-ría política determinada y queremos explicarla. Aquí, ladistinción de dos conceptos fundamentales es clave y nospermite formular una hipótesis. En torno a las eleccionespresidenciales, la verdadera disputa no ocurre tanto en elcampo de la política, sino en lo que Bourdieu llama “campode poder”. De esta distinción se desprenden consecuenciasfundamentales para la comprensión de la relación entre los

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partidos y la gente, pero sobre todo, para comprender loque está en juego en la política y en estas elecciones presi-denciales.

Un segundo apartado tiene que ver con la comprensión dela política misma, tanto como campo social, en tanto sistemade relaciones objetivas, como en términos de diversos habi-tus políticos que disputan diferentes especies de capital1 po-lítico objetivado.

Un tercer apartado tiene que ver con las condiciones so-ciales de producción de los discursos políticos. En buena me-dida, la política radica en los discursos que, por otro lado, nose reducen a su expresión verbal, ya que cada vez más des-cansan en la imagen de los candidatos y en los golpes mediá-ticos. Partimos del planteamiento de Bourdieu acerca de lascondiciones de posibilidad y los límites de la eficacia política.

Un cuarto apartado lo dedicamos más directamente alproblema de la representación política, uno de los aspectosde las relaciones entre los partidos y la gente, no el único,pero sí el que nos acerca al “misterio del ministerio”, a lacomprensión del efecto político en las mayorías desprovistasdel capital necesario para distinguir al verdadero del falso“representante popular” y cuáles son las condiciones socialesque favorecen esta falsa identificación. En este mismo apar-tado destacamos el efecto más nocivo que ocurre en el campode la política, y es la fetichización del representante político,a partir de la delegación espontánea que la mayoría de lagente sin identidad política aparente realiza por tradición ycultura, propio de un habitus popular.

1 Esta noción, tan cara a la economía, Bourdieu la rescata para darle un conte-nido diferente para aludir al conjunto de recursos, beneficios, ganancias que nopueden reducirse a sus expresiones monetarias y tienen que ver con el recono-cimiento y el honor, el prestigio y el conjunto de relaciones, pero también con laenergía social o el cuerpo. Se puede consultar su artículo “Los tres estados delcapital cultural”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales (ARSS), No. 30, Francia,noviembre de 1979 y publicado en español en Revista Sociológica, Vol. 2, Núm. 5,México,1987.


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Cerramos nuestro trabajo con unas conclusiones que másbien proponen aspectos que conviene analizar e investigarcon profundidad, tomando como referencia los resultadoselectorales a lo largo de este año 2000. Se destacan las elec-ciones presidenciales, las elecciones locales en la ciudad deMéxico, en Jalisco y en Chiapas.

Las dificultadespara pensar la política

En tiempos electorales, pareciera que la política es com-prensible para la mayoría de la gente. En parte porque pen-samos o tenemos la impresión de que a todos les interesa,todos hablan de ella, pero ocurre que se habla de los candida-tos o de la política, en general, como quien habla del tiempo ode la lluvia. Para Bourdieu es parte de la dificultad para pen-sar ese aspecto tan cotidiano de la realidad social, pues seña-la que “si es verdad que, como lo pensaba Durkheim, lailusión de la comprensión inmediata es el principal obstáculopara la ciencia del mundo social, no hay sin duda nada quesea más difícil de acceso que la cotidianidad política” (Bour-dieu, 1988b:2-3).

Una escucha más atenta de los comentarios más concurri-dos, entre la gente común, la podemos asociar al efecto me-diático o, en el mejor de los casos, a la percepción espontáneaque mucha gente tiene de lo que hacen y dicen los candida-tos, mediado, nuevamente, por los medios de comunicación.Pero la razón de la dificultad, Bourdieu la coloca en la políti-ca misma, pues “esta región del mundo social, más que nin-guna otra, produce e impone su propia representación por símisma” (Bourdieu, 1988b:2-3).

De la política sabemos por lo que nos cuentan los periodis-tas, tanto los de la televisión como los de la prensa escrita,pero, además, existen lo que Bourdieu llama los “políticosmediadores”: “Modernos herederos de aquéllos que Platón



llamaba los doxósofos, personajes ambiguos, que tienen unpie en la ciencia y otro en el objeto de la ciencia: sabios apa-rentes, se sirven de la apariencia de ciencia que saben exhi-bir para intervenir, a nombre de la ciencia, en la realidad queellos fingen analizar; sabios de la apariencia, ellos dominantambién las recetas y las astucias de la representación políti-ca para explotarlas bajo apariencia de analizarlas” (Bour-dieu, 1988b:2-3).

Pocas campañas presidenciales se habían visto tan asisti-das por especialistas de todo tipo, desde estrategas que pla-nifican las rutas de las giras de los candidatos, hasta psicólo-gos que moldean su comportamiento con la gente, ante lascámaras o en posibles debates; también mercadólogos queconvierten al aspirante presidencial en un producto de con-sumo, al gusto del cliente. La política, como cualquier merca-do en la era del Mercado, es un espacio de ofertas y deman-das de productos políticos y todo este conjunto requiere deespecialistas en el arte de presentarse a sí mismo.

Pero hay una dificultad mayor todavía. Para Bourdieu, laciencia política cometería un grave error si, en el intento depensar su objeto, se detuviera en las críticas a sus errorescientíficos o, peor aún, se detuviera en los límites que le mar-ca la “decencia social”, dado que la política, en la mayoría delos espacios sociales, no es bien vista, es algo sucio, deshones-to y, por tanto, no merece ser objeto de estudio de la ciencia.De ahí que sea necesario transgredir las normas sociales queestablecen una separación entre la cultura y la política, en-tre el pensamiento puro y el ágora, entre quienes se sientende una esencia superior y el populacho. Para pensar la políti-ca, dice el sociólogo francés, es necesario bajar a la plaza pú-blica, rompiendo con los cuidados de los ritos iniciáticos y conlas separaciones sacralizantes.

Para realizar esta operación, Bourdieu plantea dos meca-nismos básicos: a) La reconstrucción de la génesis histórica,cuyo olvido está al principio de la ilusión de la evidencia y b) la


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necesidad de pensar políticamente la política, ya que no ha-cerlo implica aplicarle modos de pensamiento que casi siem-pre han sido construidos contra ella (Bourdieu, 1988b:2-3).

Aplicar estos dos mecanismos a la política realiza la “con-versión de la mirada” que es necesario aplicar a los objetospolíticos de nuestra cotidianidad preelectoral, como puedenser las siglas de los partidos y alianzas contendientes, lossímbolos y colores, los emblemas y logotipos y someterlos a loque Bourdieu llama “una mezcla mundana de análisisfenomenológico sin rigor y un análisis estructural sin necesi-dad que practican voluntarios los espíritus preocupados porla ‘modernidad’” (Bourdieu, 1988b:2-3).

Así nos damos cuenta de que no resulta tan sencillo hacerla comprensión de lo que ocurre en la parte política del noti-ciero de televisión o de radio y, mucho menos, hacer la críticade un golpe mediático como el manejo sucio que las televiso-ras hacen de los candidatos de oposición o la exposición posi-tiva del candidato oficial. Se requiere, lo recuerda Bourdieu,hacer una observación a la manera del etnólogo, el etnobotá-nico o el etnolingüista, que llevan al día los esquemas cog-noscitivos que están investidos en actos, discursos u objetosextraños a su tradición (Bourdieu, 1988b:2-3).

Las intuiciones de la familiaridad tienen que ver con es-tructuras mentales formadas en y por el Estado y ahí radicala dificultad mayor para pensar la política y, con ella, pensaral Estado, sin el cual no se comprendería la dificultad de lasrelaciones entre los partidos y la gente. Vale la pena citarcompleta la advertencia de Bourdieu:

“Proponerse pensar el Estado significa exponerse a retomar porcuenta propia un pensamiento de Estado, a aplicar al Estado unascategorías de pensamiento producidas y avaladas por el Estado, por lotanto, a no reconocer la verdad más fundamental de éste. Esta afirma-ción, que puede parecer a la vez abstracta y perentoria, acabará impo-niéndose con mayor naturalidad si, al llegar a la conclusión de la



demostración, se acepta volver a este punto de partida, pero armadocon el conocimiento de uno de los poderes más importantes delEstado, el de producir y de imponer, en particular mediante la escuela,las categorías de pensamiento que aplicamos a todo lo que en elmundo hay, y al propio Estado” (Bourdieu, 1992b:91-125).

Este mismo pensamiento relacional le hace deslindarse delplanteamiento de Marx, de quien afirma Bourdieu, dio res-puestas teóricas falsas a un problema práctico real: “La nece-sidad para cualquier acción política, de reivindicar lacapacidad, real o supuesta, en cualquier caso creíble, de ex-presar los intereses de un grupo; de manifestar –es una delas funciones principales de las manifestaciones– la existen-cia de ese grupo y la fuerza social actual o potencial que escapaz de aportar a quienes lo expresan y, por eso mismo, loconstituyen como grupo” (Bourdieu, 1989b:48).

Este planteamiento de Bourdieu, con Marx y contraMarx, permite establecer el nudo básico que relaciona parti-dos y gente, aun cuando el sociólogo francés no use el términode partido, sino de “grupo movilizado por y para la defensade sus intereses”. Este nudo radica en las condiciones de po-sibilidad de su existencia misma como grupo, “a costa y alcabo de una labor colectiva de construcción inseparablemen-te teórica y práctica; pero todos los agrupamientos socialesno son igualmente probables y ese artefacto social, que essiempre un grupo social, tiene tantas más posibilidades deexistir y de subsistir duraderamente cuanto que los agentesque se agrupan para constituirlo estuvieran ya más próxi-mos en el espacio social (lo que también es cierto de una uni-dad basada en una relación afectiva de amor o de amistad,esté o no sancionada socialmente)” (Bourdieu, 1989b:48).

Respecto al “campo del poder”, a diferencia de la nociónclásica de Estado, justifica su introducción en las cienciassociales “para dar cuenta de unos efectos estructurales queno había manera de comprender de otro modo” (Bourdieu,


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1989b:48). Pero sobre todo conviene advertir que no debeconfundirse con el campo político y que no se trata de uncampo como los demás: “Es el espacio de las relaciones defuerza entre los diferentes tipos de capital o, con mayor pre-cisión, entre los agentes que están suficientemente provistosde uno de los diferentes tipos de capital para estar en dispo-sición de dominar el campo correspondiente y cuyas luchasse intensifican todas las veces que se pone en tela de juicio elvalor relativo de los diferentes tipos de capital” (Bourdieu,1989b:48).

En esta perspectiva podemos observar la relevancia quetiene una contienda electoral como la que vivimos en México,pero además, el concepto de “campo de poder” nos permitecomprender que no se trata de una competencia entre tales ocuales candidatos presidenciales –seis en total–, sino que setrata de una expresión de las luchas al interior del campo delpoder, es decir, al interior de un espacio en el que convergenlos dominantes de todos los campos sociales.

Una de las disputas fundamentales en el campo del poderno se da sólo en la competencia electoral. Se trata de la dis-puta por el control de lo que Bourdieu llama la “tasa de cam-bio” entre las diferentes especies de capital que poseen losagentes sociales, en particular aquéllas que afectan a los tí-tulos escolares o a cualquier otro tipo de título o de certifica-do. Aquí es donde entra una variación del concepto, cuandoBourdieu plantea el capital estatal como una suerte de“metacapital” por su capacidad de conversión de una especieen otra.

Bourdieu advierte sobre la importancia de “pulverizar lanoción tradicional de Estado”, con el afán de “volver a lascosas mismas”, que diría Husserl. En realidad, dice, “lo queencontramos concretamente es un conjunto de campos buro-cráticos o administrativos (los cuales a menudo adoptan laforma concreta de comisiones), donde los agentes y grupos deagentes gubernamentales o no gubernamentales luchan en



persona o por procuración por esta forma particular de poderque es el poder de regir una esfera particular de prácticas(v.gr., la producción de viviendas individuales o habitaciona-les colectivas) mediante leyes, reglamentos, medidas admi-nistrativas (subsidios, autorizaciones, etc.), en fin, todoaquello que corresponda a una política (policy)” (Bourdieu yWacquant, 1992ª:74).

Para tener alguna oportunidad de pensar un Estado quese piensa aun a través de aquéllos que se esfuerzan en pen-sarlo (como por ejemplo Hegel o Durkheim), dice Bourdieu,hay que procurar poner en cuestión todos los presupuestos ytodas las preconstrucciones inscritas en la realidad que setrata de analizar y en el pensamiento mismo de los analistas(Bourdieu, 1992b:92).

La dificultad más radical para pensar la política –y conella, los partidos, el Estado, las elecciones, etc.– radica en latendencia, advertida por Bourdieu, “a reducir a un cuestio-namiento político (...) lo que es y pretende ser un cuestiona-miento epistemológico” (Bourdieu, 1992b:92-93).

Dada nuestra cultura política formada durante 70 añosde partido de Estado corporativo, pensar la política requierede una ruptura epistemológica con el pensamiento de Esta-do; es decir, una ruptura procesual y social con “el acuerdoperfecto entre las estructuras mentales y las estructuras ob-jetivas” (Bourdieu, 1992b:94).2

Es posible que, al hablar de “nuestra cultura política cor-porativa”, podamos dar pie a una visión natural de un hechohistórico. De esta manera podríamos dar por supuesto que lamanera ordinaria, es decir, natural, como la gente debiera

2 Al respecto se puede destacar, como una de las propuestas fundamentalesde Bourdieu, la llamada “complicidad ontológica” entre el habitus y el campo, laespontánea afinidad de las estructuras mentales y determinadas condiciones so-ciales de los campos. De aquí se sigue, por ejemplo, que la política la pensemos, demanera ordinaria, en conformidad con las condiciones históricas en las que he-mos nacido, crecido y, en nuestro caso, pretendemos pensar en radicalidad lacultura política mexicana.


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relacionarse con los partidos políticos es, precisamente, comomiembros de alguna de las organizaciones corporativas delpartido. Pero la cultura política, nos advertiría Bourdieu, esun arbitrario cultural, el resultado de una acción del Estado,el cual, al instituirlos a la vez en las cosas y en las mentes(por el sistema escolar, básicamente), confiere a un arbitra-rio cultural todas las apariencias de lo natural (Bourdieu,1992b:95).

La ruptura epistemológica con el pensamiento de Estadotiene varias dificultades. No es posible una comprensión di-ferente de la política si mantenemos dicho pensamiento. Siesto ocurre con gente de mayor capital cultural, cuanto máspodremos imaginarnos con gente desprovista de las herra-mientas conceptuales necesarias para comprender la políti-ca de una manera distinta. Bourdieu advierte la importanciade comprender la eficacia más específicamente estatal y laubica en el poder de moldear las mentalidades. Para com-prender esto supone la superación de tradiciones intelectua-les tradicionalmente incompatibles. “Así, inicialmente hayque superar la oposición entre una visión fisicalista del mun-do social que concibe las relaciones sociales como relacionesde fuerza física, y una visión “cibernética” o semiológica quela convierte en relaciones de fuerza simbólica, en relacionesde sentido, en relaciones de comunicación” (Bourdieu,1992b:115-116).

La ruptura con ese arbitrario cultural que es la maneraestatal de pensar la política implica, además “romper con elintelectualismo de la tradición neokantiana y vislumbrarque las estructuras cognoscitivas no son formas de la con-ciencia, sino disposiciones del cuerpo, y que la obedienciaque otorgamos a los imperativos estatales no puede ser com-prendida como sumisión mecánica a una fuerza ni como con-sentimiento consciente a un orden (en los dos sentidos mas-culino y femenino de la palabra). El mundo social está llenode llamadas al orden que sólo funcionan como tales para



aquéllos que están predispuestos a percibirlas y que despier-tan unas disposiciones corporales profundamente arraiga-das, sin pasar por las vías de la conciencia y del cálculo”(Bourdieu, 1992b:118).

Si entre académicos es ya un debate plantear el problemaepistemológico de pensar la política, hablar de la gente conmenos recursos, en todos los sentidos, y su posición ante lospartidos y la política, significa que nos estamos dando laoportunidad de comprenderla en un nivel previo de la llama-da “toma de conciencia” para ubicarnos en los terrenos de lacreencia, de la adhesión tácita y espontánea, en lo que Bour-dieu llama “las disposiciones corporales”, uno de los estratosmás profundos de los habitus.

Con esto nos aproximamos a las posiciones más generali-zadas de la gente ante la política, ante los partidos y ante elEstado. Sin embargo, es necesario superar otra versión de latradición neokantiana, la durkheimiana, con la finalidad,dice Bourdieu, de pensar los hechos simbólicos como siste-mas. Para eso se vale del estructuralismo simbólico a la ma-nera de Lévy-Strauss o un aspecto de Michel Foucault. Enesta línea, Bourdieu afirma que “el orden simbólico se asien-ta sobre la imposición al conjunto de los agentes de estructu-ras cognoscitivas que deben una parte de su consistencia yde su resistencia al hecho de ser, por lo menos en apariencia,coherentes y sistemáticas y de estar objetivamente en conso-nancia con las estructuras objetivas del mundo social” (Bour-dieu, 1992b:119)

Estas aproximaciones teóricas, aparentemente muy abs-tractas, nos permiten comprender que las posiciones genera-lizadas de mucha gente ante la política y los partidos sonposiciones social y políticamente construidas desde el Esta-do. Que en los años recientes estemos viviendo un períodoque algunos llaman de transición no quita el grueso de lasituación mayoritaria de los mexicanos, pero sí permite com-prender las posibilidades de cambio en su comportamiento


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político, que habría que analizar todavía qué tan profundo esese cambio y no una mera alternancia de partidos en el go-bierno, pero con una misma cultura política.

Por eso sorprende el optimismo de muchos analistas y es-tudiosos de la política mexicana. Porque olvidan esta conso-nancia inmediata entre las estructuras incorporadas, comoestructuras cognoscitivas, disposiciones profundas del habi-tus, y las estructuras objetivas. Ahí está la raíz que explica lafacilidad con la que los dominantes imponen su dominación,los gobernantes (los menos) se imponen a los gobernados (lasmayorías).

Resulta paradójico el aparente rodeo que hace Bourdieupara proponernos pensar la política y realizar la ruptura conlas tradiciones intelectuales que nos dan de ella una visiónparcializada: su lectura de los escritos sobre la religión deMax Weber. “Así, para dar cumplida cuenta de la dimensiónpropiamente simbólica del poder estatal, se puede recurrir ala contribución decisiva que Max Weber aportó, en sus escri-tos sobre la religión, a la teoría de los sistemas simbólicos,reintroduciendo los agentes especializados y sus interesesespecíficos” (Bourdieu, 1992b:121).

En el origen del concepto de “campo”, el propio sociólogofrancés se refiere a su estudio de Weber. Lo interesante esque, ahora, nos permite comprender con hondura la nociónde campo político y, en particular, de las relaciones entre lagente y los partidos. Aquí podemos seguir una analogía pro-funda entre el campo religioso y el campo político. Bourdieuseñala, con Weber, que para comprender la religión, es nece-sario estudiar “a los productores del mensaje religioso a losintereses específicos que los mueven, a las estrategias queemplean en sus luchas” (Bourdieu, 1992b:121). Pero a estosestudios de Weber, Bourdieu aplica “el pensamiento estruc-turalista no sólo a los sistemas simbólicos, sino también a lastomas de posición simbólicas (que no se reducen a los “discur-sos”), sino también al sistema de los agentes que los producen



o, mejor aún, al espacio de las posiciones que ocupan (lo queyo llamo el campo religioso, por ejemplo) en la competenciaque los enfrenta, para proveerse del medio de comprenderestos sistemas simbólicos a la vez en su función, en su estruc-tura y en su génesis” (Bourdieu, 1992b:121-122).

La analogía la establece Bourdieu entre el campo religio-so y el Estado. A nosotros nos ayuda a la comprensión delcampo de la política, desde donde es posible concebir de unamanera distinta la relación entre los partidos y la gente e,incluso, romper con sus nociones tradicionales. Como ilus-tración, ayuda el siguiente gráfico utilizado por el autor enuno de sus artículos sobre Weber: (Bourdieu, 1971:00-21).


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La construcción del campo de la política podría seguir unesquema análogo al que Bourdieu construye para el camporeligioso. Sería tema de otro trabajo.

La comprensión de lapolítica y del campo político

Si la dificultad para “pensar la política” radica en un “pen-samiento estatal”, la dificultad para comprender su prácticareal requiere de una doble ruptura. La primera, con el pensa-miento estatal y, la segunda, con las nociones corrientes quedan al voto universal el equivalente de ciencia política infusadistribuida homogéneamente. Bourdieu parafrasea un textode Marx y Engels para plantear, de manera radical, el pro-blema de la política: “No existen hombres políticos, sino todolo más hombres que, entre otras cosas, practican la política”(Bourdieu, 1988a:405).3

La segunda ruptura, sobre todo, está suponiendo eldesenmascaramiento de una situación de hecho por la cualse da “la ‘concentración en algunos individuos’ de la capaci-dad de producción del discurso sobre el mundo social y, conello, de la capacidad de acción consciente sobre ese mundo”(Bourdieu, 1988a:405).

Para comprender radicalmente el problema de la políticaes necesario, por tanto, plantearse algunas cuestiones quenos eviten la polarización entre un populismo que le concedea toda la gente la misma capacidad para elegir y opinar enpolítica y un elitismo hiperselectivo que sólo concede a losespecialistas la práctica de la política.

Bourdieu advierte que “aunque al pueblo idealizado se leatribuya un conocimiento completamente práctico, si no delmundo social como tal, al menos de su posición y de sus inte-

3 La obra aludida es La Ideología alemana: “No existen pintores, sino todo lomás unos hombres que, entre otras cosas, practican también la pintura”.



reses en ese mundo, aún quedaría por examinar si, y cómo,ese sentido político puede expresarse en un discurso confor-me con la verdad que encierra en estado práctico y convertir-se, de ese modo, en el principio de una acción consciente4 y,mediante el poder de movilización que encierra la explicita-ción, realmente colectiva...” (Bourdieu, 1988a:406).

En el análisis que hace el sociólogo francés, concluye quehay una práctica política de la mayoría de la gente, que secaracteriza por abstenerse ante encuestas y estudios de opi-nión políticas, y lo mismo cabría ampliar su observación en elcomportamiento electoral de los abstencionistas, en particu-lar, los que son por partida doble: los que estando en edad devotar ni siquiera se inscriben ante los órganos electorales ylos que, habiéndose inscrito, no participan en las elecciones.Esta abstención tiene una distribución especial en funcióndel sexo, de la edad, del nivel de instrucción, de la profesión,del lugar de residencia y de la tendencia política. Bourdieuafirma que “el abstencionismo es, quizá, menos un fallo delsistema que una de las condiciones de su funcionamientocomo sistema censatario desconocido como tal, en consecuen-cia reconocido” (Bourdieu, 1988a:406).

En el caso de los agentes sociales que sí tienen algún tipode participación política, como el ser electores tradicionalesde un partido o tendencia política, o ser lectores de algúnperiódico o revista de opinión o, incluso, ser militante de al-gún partido, dice Bourdieu, que ahí se da un caso particularde coincidencia entre una oferta y una demanda:

“... por un lado, el campo de producción ideológica, universo relativa-mente autónomo, donde se elaboran, en la competencia y el conflicto,los instrumentos de pensamiento del mundo social objetivamentedisponibles en un momento dado del tiempo y donde se define al

4 Bourdieu advierte: “Si se acepta la ecuación que Marx plantea en La ideologíaalemana: “El lenguaje es la conciencia real, práctica”. Op. Cit., p. 406, nota Núm. 3.


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mismo tiempo el campo de lo pensable políticamente o, si se quiere, laproblemática legítima; por el otro, unos agentes sociales que ocupanunas posiciones diferentes en el campo de las relaciones de clases yestán definidos por una competencia política específica más o menosgrande... (Bourdieu, 1988a:407).

Este planteamiento nos ubica frontalmente ante un aspectode las relaciones entre los, así llamados, “ciudadanos” y lospartidos políticos. Es decir, hay relación, en la medida en quehay una competencia política específica y un sentimiento deser competente. En la mayoría de la gente, aquélla que espe-cialmente rechaza la política y muestra su apatía y desinte-rés en realidad está expresando su incapacidad e incompe-tencia políticas, pero sobre todo, su exclusión objetiva de lapolítica.

Analizando las variaciones de los “no contestan” de losestudios de opinión política, Bourdieu establece los factoresque influyen en la posibilidad de tener una opinión:

● Mayor para un hombre que para una mujer.● Es tanto más alta cuanto más joven se sea.● Cuanto mayor sea el tamaño de la población en

que se habita.● Cuanto más importantes sean el capital escolar (medido

por la titulación alcanzada) y el capital económico (medi-do por los ingresos) poseídos.

● Y cuanto más elevada sea la posición social ocupada.

O, por el contrario, de no tener opinión política alguna:

● Cuanto más alejados de la experiencia estén los proble-mas planteados.

● Más abstractos sean.● Más desgajados estén de las realidades ordinarias, tanto

en su contenido como en su expresión.



● También, pero en segundo lugar, cuanto más reciente-mente hayan aparecido en el campo de la producción ideo-lógica.

● Y cuanto con mayor insistencia requieran una respuestaengendrada a partir de principios propiamente políticos(lo que se revela en la propia sintaxis y en el propio léxicode la pregunta) (Bourdieu, 1988a:408).

Con estas apreciaciones del análisis que hace Bourdieu dealgunos estudios de opinión, podemos rescatar un elementopara nuestro asunto de las relaciones entre la gente y lospartidos políticos: cuanto más alejada se encuentre de la pro-blemática cotidiana de la mayoría de la gente, la “oferta polí-tica” de los partidos, tanto mayor será la distancia que lossepare. Un botón de muestra que puede parecer de caricatu-ra, pero es sintomático de lo que estamos señalando: la ofertade Francisco Labastida de que los niños mexicanos estudieninglés y computación, cuando la realidad de muchos niños yniñas es su desnutrición y el analfabetismo real y funcionalde sus padres.

La tragedia de nuestra política cotidiana radica en que aesa palabra y a esa opinión política autorizada y reconocida–estatutaria, la llama Bourdieu– “le corresponde el silenciode la incompetencia no menos estatutaria que, vivida comoincapacidad técnica, condena a la delegación, esa privacióndesconocida y reconocida de los menos competentes en favorde los más competentes, de las mujeres a favor de los hom-bres, de los menos instruidos a favor de los más instruidos,de los ‘que no saben hablar’ a favor de los ‘que hablan bien’...”(Bourdieu, 1988a:424).

Más adelante retomaremos el problema de la delegaciónpolítica. Por el momento, bástenos señalar que el principiode la división del trabajo político radica, por un lado, en esadelegación y, por el otro, en la reivindicación de los que sesienten con la competencia necesaria para tener una opinión


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autorizada y actuante. Son “dos representaciones opuestaspero complementarias de la división del trabajo político quereproducen en las disposiciones, las prácticas y los discursosla división objetiva de los “poderes” políticos entre las clasesy los sexos y que contribuyen con ello a reproducir esa divi-sión” (Bourdieu, 1988a:424). Así es como nos encontramoscon la paradoja de que la extensión del sistema escolar teníala finalidad de hacer efectivo el sufragio universal y de cons-truir ciudadanos responsables y conscientes; sin embargo,nos encontramos con el hecho de que es un mayor capitalescolar lo que genera a los portavoces autorizados y, de esamanera, la mayor educación funciona como un principio deselección que justifica y legitima la desigual participación enla política y, advierte Bourdieu, tendencialmente, toda la di-visión del trabajo político (Bourdieu, 1988a:424).

Lo más interesante de esta paradoja de la división del tra-bajo político es que los políticos así constituidos como porta-voces autorizados existen porque hay gente que delega enellos su opinión, sus intereses, sus posibilidades de expresarsus problemas. Esta condena al silencio da lugar a lo queBourdieu llama la fides implicita, la confianza tácita. Contodo, el período electoral al que asistimos tiene una caracte-rística peculiar y es la crisis de esta confianza, una crisis decredibilidad en los políticos, “ya no hay a quién creerle”...Como antes, se supone...

Bourdieu llama la atención sobre tres modos de produc-ción de las opiniones políticas:

1. El principio de producción de la respuesta puede ser elethos de clase, fórmula generadora, no constituida comotal, que permite engendrar, sobre todos los problemas dela existencia ordinaria, unas respuestas objetivamentecoherentes entre sí y compatibles con los postulados prác-ticos de una relación práctica con el mundo.



2. Puede ser también un «partido» político sistemático (en elsentido en que se habla de un «partido» artístico), es decir,un sistema de principios explícitos y específicamente polí-ticos, dispensados del control lógico y de la aprehensiónreflexiva; en pocas palabras, una especie de axiomáticapolítica (en el lenguaje ordinario, una «línea» o «un pro-grama») que permite engendrar o prever la infinidad delos juicios y de los actos políticos inscritos en el algoritmoy únicamente éstos.

3. Y puede ser, por último, el producto de una elección en dosgrados, es decir, del reconocimiento, operado sobre elmodo del saber, de las respuestas conformes a la «línea»definida por un partido político –en el sentido, esta vez, deorganización que suministra una «línea» política sobre unconjunto de problemas que el mismo contribuye a consti-tuir como políticos– pudiendo a su vez, la adhesión impli-cada en esa delegación tácita o explícita, tener por princi-pio, como se verá, el reconocimiento práctico operado porel ethos o la elección explícita con arreglo a un «partido»(Bourdieu, 1988a:429).

Estos modos de producción de la opinión política nos acercana otro elemento clave de nuestra construcción de las relacio-nes entre los partidos y la gente: el “ethos” –entendido comofórmula generadora de acciones concretas “razonables” sinser racionales– es una forma de adhesión y delegación en unpartido político, pero también es un comportamiento prácti-co, prerreflexivo y que se mueve más por familiaridad con elentorno con base en una creencia, a una fides implícita.

Aquí podemos distinguir dos tipos de relaciones entre lospartidos y la gente que son una expresión de la oposición en-tre diferentes capacidades para producir una opinión y/o ac-tividad propiamente políticas. Bourdieu llama la atenciónsobre el caso de los partidos de masa, por un lado, y los pe-queños partidos o grupos de “vanguardia”: “La que, la mayo-


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ría de las veces en nombre del realismo, exige un alto gradode delegación a favor de la dirección central, y la que invita ala autogestión de la opinión política mediante una universa-lización inconsciente de la relación con la política propia delos pequeños propietarios de sus instrumentos de producciónde opiniones políticas, que no tienen ninguna razón para de-legar en otros el poder de producir opiniones en su lugar”(Bourdieu, 1988a:433).

Es el caso tan diferente del PRI y del PAN. En el primero,70 años de corporativismo generan una clientela identificadacon el partido casi como una segunda piel; en el segundo,originalmente se va formando con pequeños grupos de mili-tantes y una enorme clientela política, en términos de electo-res. Sin embargo, en uno y otro caso, habría que analizar conmás profundidad la crisis del corporativismo y el avanceelectoral, los desprendimientos internos y el aumento de lamilitancia, los efectos de las últimas elecciones federales ylocales y el comportamiento de la “clientela político-electo-ral” de cada uno de esos partidos. A simple vista, las actualescampañas presidenciales van mostrando rasgos comunesque pudieran expresar una misma cultura política en coloresdiferentes que pueden incluir también al PRD. Con mayorhondura, habría que caracterizar lo que Bourdieu llama las“variaciones de la relación entre los delegados y sus mandan-tes”, entre las que destaca: “Los modos de reclutamiento, deformación y de promoción de los responsables políticos; delas características sociales de la base, en particular, de sunivel de educación general y de los modos de pensamientopolítico que tiende a utilizar; de los modos de elaboración deldiscurso político o, lo que viene a ser lo mismo, de los modosde organización de los grupos en los que ese discurso se ela-bora o se difunde” (Bourdieu, 1988a:433).

En el origen de las relaciones y de todo acto propiamentepolítico, nos encontramos con la creencia, la doxa origina-ria, la illusio, como también la llama, que no es otra cosa



que fides implícita “que obedece a la propia lógica de la elec-ción política como elección de portavoz y apoderados, comoelección de ideas, de opiniones, de proyectos, de programas,de planes, encarnados en unas “personalidades” y que de-penden en su realidad y en su credibilidad de la realidad yde la credibilidad de esas ‘personalidades’” (Bourdieu,1988a:434-435).

Otro aspecto de la lógica política que viene describiendoBourdieu es el hecho de que “el trabajo de formular unos pro-blemas o unas soluciones políticas y de su imposición estéconfiado necesariamente a unos hombres, de suerte que es-tos ‘apoderados’ puedan ser siempre elegidos ya sea por suprograma (objetivado), en el sentido de catálogo de juicios yaformulados y de medidas que habrá que tomar ya anuncia-das y hechas públicas (en la lógica del juramento), ya sea porsu ‘personalidad’, es decir, por su habitus como programa (enel sentido de la informática) incorporado, como principio ge-nerador de un conjunto de juicios y de acciones (las ‘medidaspolíticas’) que no son formuladas explícitamente, en el mo-mento de la ‘elección’, ni por el candidato ni por el elector, yque deben, pues, ser presentidas mediante los sutiles indi-cios de las disposiciones que no se ponen de manifiesto másque por medio de la hexis corporal, de la dicción, del porte, delas maneras” (Bourdieu, 1988a:435).

Así es como podemos comprender con profundidad el he-cho, no siempre a la vista del público, de la corte de especialis-tas que rodea a los candidatos y que trabajan, fundamental-mente, su imagen, sus gestos, sus discursos, los símbolos(uno de los debates más recientes se centró más en las ‘señas’en el uso de los dedos de la mano, con todo el significado devictoria, en un caso, de decisión presidencialista, en otro, y desímbolo fálico, en otro más). La noción de habitus político esla que nos permite comprender esta relación espontánea yprerreflexiva entre la gente y los candidatos, a partir de dis-posiciones incorporadas, que permite una identificación casi


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“gutural” y, sobre todo, por la hexis, es decir, la postura corpo-ral. De ahí que podamos señalar la importancia del programaincorporado por encima del programa objetivado, porque estámás al alcance del mayor número de gente. Todos los llama-dos a elevar el nivel del debate político, a que se discutanpropuestas políticas en torno a los grandes problemas nacio-nales, no son sino “llamadas a misa”, porque lo que está enjuego es la posibilidad de llevar al mayor número de electoresque crean en el candidato, no en el programa del partido.

Esta contradicción será tanto mayor, advierte Bourdieu,“cuanto que, en razón de las condiciones ocultas del acceso ala competencia política (y en particular de la instrucción), losposeedores del monopolio de la producción, o incluso de lareproducción del programa explícito, son el producto de con-diciones sociales de producción (perceptibles en los signos vi-sibles de su habitus) que tienen todas las probabilidades deser diferentes de aquéllas en las que se producen sus man-dantes” (Bourdieu, 1988a:437).

Por el contrario, el candidato oficial, candidato de la conti-nuidad del sistema político, no tiene que hacer ese esfuerzo,salvo para mostrar su trayectoria política expresada en suprograma político de conservación incorporado.

Es evidente que no es posible comprender cualquier com-portamiento político, o de cualquier otra índole, sólo por unprincipio explicativo y ni siquiera por la adición de diversosfactores. De ahí la potencia explicativa de la noción de habi-tus y, en particular, la de habitus político. “En efecto, el ha-bitus integra en la unidad originariamente sintética de unprincipio generador el conjunto de los efectos de las determi-naciones impuestas por las condiciones materiales de exis-tencia (...). El habitus es la clase incorporada (que incluyeunas propiedades biológicas socialmente moldeadas, talescomo el sexo y la edad) y, en todos los casos de desplazamien-to inter o intrageneracional, se distingue (en sus efectos) dela clase objetivada en un momento dado del tiempo (bajo la



forma de propiedades, titulaciones, etc.) en que perpetúa unestado diferente de las condiciones materiales de existencia,aquéllas de las que es producto y que difieren más o menosen este caso de las condiciones de su actualización” (Bour-dieu, 1988a:448-449).

A partir de esta consideración nos podemos aproximar ala comprensión de las posiciones políticas de la gente, segúnsu habitus de clase y su propensión a votar por cambiar lascosas o por mantenerlas como están. De ahí que se haga ne-cesario, como advierte Bourdieu, no hacer abstracción detodo lo que se capta mediante los indicadores ordinarios delorigen social. Tres efectos importantes destaca el autor:

1. El efecto de la trayectoria que conduce de la posición origi-nal a la posición actual.

2. El efecto de los condicionamientos sociales inscritos enuna condición particular, y especialmente importantecuando se trata de entender las posturas políticas comoposturas expresas en el mundo social.

3. El efecto de inculcación propiamente dicho, al recibirsela educación política, así como la educación religiosa quees una forma eufemística de la primera, desde la infan-cia y en la familia, por lo menos en parte (Bourdieu,1988a:450).

El análisis de estos tres efectos nos conduce a establecer rela-ciones diferenciadas entre los partidos políticos y su clientelapolítica, en la que se destaca, por ejemplo, un mayor acerca-miento del PAN hacia sectores populares, en especial en laszonas rurales, en donde su presencia era nula hasta hacealgunos años. La presencia del PRD en sectores intelectualesy universitarios, o la modificación de los sectores más tradi-cionalmente priístas, hacia los sectores que directa o indirec-tamente se han visto beneficiados en los últimos tressexenios.


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Hay un aspecto más que conviene tomar en cuenta paracomprender mejor las relaciones entre la gente y los partidospolíticos. Bourdieu habla del efecto de trayectoria, que yamencionábamos anteriormente. Especialmente si tomamosen cuenta no la trayectoria individual, sino sobre todo la tra-yectoria social de un grupo. “Una de las características másdeterminantes de las elecciones políticas reside, en efecto, enque hacen intervenir, más que todas las demás elecciones,más sobre todo que las oscuras y profundas elecciones delhabitus,5 la representación más o menos explícita y sistemá-tica que uno se hace del mundo social, de la posición que en élse ocupa y de la que se “debería” ocupar en él; y el discursopolítico, cuando existe como tal, a menudo no es otra cosa quela expresión más o menos eufemística y universalizada –ysiempre irreconocible a los propios ojos de los que lo expre-san– de esa representación” (Bourdieu, 1988a:464).

Sobre todo si subrayamos la representación que la gentese hace de la posición que se “debería” ocupar en el espaciosocial, la actual coyuntura electoral mexicana muestra unmalestar en todos aquellos grupos sociales cuya “trayectoria”es descendente, en más de un sentido. El malestar no se loca-liza tanto en los sectores sociales de “pobreza extrema”, sinoen los “nuevos pobres”, los que ha castigado y excluido lapuesta en práctica de las políticas de ajuste estructural oneoliberalismo, o lo que algunos llamarían la prácticamentedesaparecida “clase media”. Porque la sobrevivencia de algu-nos sectores medios apostaría por una relativa continuidaddel modelo; el problema radica en aquellos sectores “ilustra-dos”, es decir, de cierto capital cultural, pero que han sido

5 Cfr. Nota Núm. 53, de la p. 464: De igual modo que lo que se transmite pormedio de la herencia biológica es, sin duda, más estable que lo que se transmitepor medio de la herencia cultural, el inconsciente de clase inculcado por lascondiciones de existencia es un principio de producción de juicios y opinionesmás estable que los principios políticos explícitamente constituidos, puesto que,precisamente, aquél es relativamente independiente de la conciencia.



castigados fuertemente en sus ingresos económicos. El pro-blema de los “pobres de siempre” es que representan el “votoduro” del PRI, son los consumidores de los programas oficia-les, de los Progresa y los Procampo, los que reciben despen-sas debidamente etiquetadas o los damnificados sociales casipermanentes. Para muchos de estos sectores –pensemos sóloen los grupos indígenas priístas, por no señalar a la clientelatradicional de la Central Nacional Campesina–, su habituspolítico los inclina a votar por el PRI y no les resulta compren-sible que otros, de su misma condición, puedan ser electoresde otros partidos políticos.

De aquí se sigue el problema de la producción de los dis-cursos propiamente políticos, es decir, las “ofertas” que tra-tan de lograr la identificación de la experiencia ordinaria dela gente, movida siempre por su ethos, con un logos políticoofrecido. Ahí es donde intervienen los productores profesio-nales, una manera como se establece otro tipo de relaciónentre la gente y los partidos políticos.

Mención aparte merece el discurso político del EZLN. Es laexpresión del malestar de los pobres entre los pobres, lospueblos indios de México. Aquí sólo queremos destacar laconvergencia entre el “discurso de las armas” como pretextoy ocasión para el discurso político propiamente dicho. Desdela I hasta la V Declaración de la Selva Lacandona, pasandopor infinidad de comunicados, propuestas, poesía y demás,encontramos uno de los más ricos y propositivos discursospolíticos de los años recientes. Valdría la pena, sólo comoejemplo, analizar el concepto y la práctica de la política enMarcos y los zapatistas, sólo para destacar que nos enfrenta-mos a otra política y otro concepto de poder y de ejercicio depoder.6

6 De hecho, Marcos, en un comunicado reciente, “anuncia” que va a escribirun libro sobre cómo entienden los zapatistas la política. En la práctica, bastaríahacer una revisión de sus comunicados y las diversas iniciativas políticas en estosseis años, para tener una aproximación.


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Las condiciones socialesde producción de losdiscursos políticos

En la mayoría de la gente, desprovista de los instrumen-tos de producción de un discurso que cubra todos los requisi-tos de lo legítimamente considerado como político, se da uncomportamiento, en todas las esferas del espacio social, guia-do más por su ethos, que por un logos explícito y consciente.Es decir, que el problema de la producción de los discursospolíticos comienza con esta constatación, pero que, en tiem-pos electorales, esta misma gente se vuelve objeto de disputapor los candidatos quienes se presentan como los verdaderosy auténticos representantes de la mayoría de la gente. ¿Quées lo que hace posible que haya determinados discursos polí-ticos y cuáles son sus límites?

La noción del campo político nos permite aproximarnos asu comprensión en términos de mercado, un espacio en elque se ofrecen y se demandan productos políticos: “El campopolítico es el lugar donde se generan, en la competencia entreagentes que ahí se encuentran, productos políticos, proble-mas, proyectos, análisis, comentarios, conceptos, aconteci-mientos, entre los cuales la gente ordinaria, en el estatuto de“consumidores”, deben luchar, con oportunidades de malen-tendido tan grandes como ellos estén más alejados del lugarde producción” (Bourdieu, 1981a:3-4).

La mayor o menor cercanía, la mayor o menor distanciaentre la gente y los partidos políticos radica, precisamente,en la acción política que se desarrolle y, por tanto, del tipo dediscurso político que se produzca. Más aún, las posibilidadesmismas de la política, en cuanto tal, radica en el hecho deque “los agentes, que forman parte del mundo social, tienenun conocimiento (más o menos adecuado) de ese mundo yque se puede obrar sobre el mundo social obrando sobre suconocimiento de este mundo” (Bourdieu, 1981b:69).



El efecto mayor de la actividad política es que “tiende aproducir y a imponer representaciones (mentales, verbales,gráficas o teatrales) del mundo social que sean capaces deobrar sobre este mundo tratando sobre la representación quese hacen los agentes. O, más precisamente, en hacer o desha-cer los grupos –y, al mismo tiempo, las acciones colectivasque pueden emprender para transformar el mundo socialconforme a sus intereses– produciendo, reproduciendo o des-truyendo sus representaciones que hacen visibles estos gru-pos por ellos mismos y por los otros y que pueden tomar laforma de instituciones permanentes de representación y demovilización” (Bourdieu, 1981b:69).

Nos encontramos, por tanto, en el origen mismo de la polí-tica, con lo que Bourdieu llama la “complicidad ontológica”,entre los habitus y el campo, entre las estructuras mentalesy las estructuras sociales; es la creencia, la fides implícita,que se encuentra mucho más a fondo de lo que es posiblereconocerla para la comprensión de los hechos tradicional-mente llamados políticos. De ahí que sea necesario ir más afondo para señalar que una de las condiciones de la produc-ción de los discursos políticos, en particular de aquéllos quese pueden considerar heréticos por ir en contra del orden es-tablecido, sea precisamente la subversión cognoscitiva. Esdecir, aquélla que pone en cuestión la adhesión tácita al or-den social, la que pone en tela de juicio la familiaridad espon-tánea con el entorno, la que sospecha de lo natural de algu-nos hechos sociales, desde el más obvio como el registro civilo cualquier constancia oficial, hasta la existencia de ricos ypobres, pasando por la complejidad de los momentos electo-rales en todas sus expresiones.

Los tiempos electorales son tiempos de crisis. No de cual-quier crisis, porque de ellas se ha dicho demasiado al puntode familiarizarnos con ellas. Es crisis en el sentido de queponen en suspenso las posibilidades de continuidad de un ré-gimen, o porque abren las esperanzas de un posible cambio.


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Estas circunstancias, advierte Bourdieu, son propiciaspara “el reencuentro entre el discurso crítico y una crisis ob-jetiva, capaz de romper la concordancia inmediata entre lasestructuras incorporadas y las estructuras objetivas de lasque son producto y de instituir una suerte de época práctica,de puesta en suspenso de la adhesión primera al orden esta-blecido” (Bourdieu, 1981b:69). Esta crisis posibilita, por tan-to, la lucha electoral en términos de lucha entre ofertaspolíticas diferentes pero, sobre todo, como lucha entre habi-tus políticos distintos en los que la gente pueda reconocerse.Cada uno de los candidatos presidenciales, y sobre todo delos candidatos al gobierno de la ciudad de México, represen-tan muy nítidamente hexis corporales relativamente dife-renciadas y distinguibles: Creel, del PAN, es el “señorito”;López Obrador, del PRD, es el luchador social; Silva Herzog,del PRI, es el clásico burócrata.

El discurso político es, por tanto, un enunciado performa-tivo, es decir, “una acción que orienta a hacer venir eso queanuncia; contribuye prácticamente a la realidad de eso queanuncia por el hecho de anunciarla, de pre-verla y de hacerlapre-ver, de hacerla concebible y, sobre todo, creíble y de crearasí la representación y la voluntad colectivas que puedencontribuir a producirla” (Bourdieu, 1981b:69).

Algunas de las expresiones más generalizadas de estostiempos electorales, sobre todo a nivel popular y, quizás,también en las llamadas clases medias, es la de que “todosson iguales”, “no hay a quién creerle”. El problema es la per-cepción generalizada, desde el ethos, de que todos los políti-cos son iguales, sean del partido que sean. Para ello, losproductores de los discursos políticos desvían, por ejemplo, elproblema de la corrupción atribuido ordinariamente al parti-do oficial, para mostrar que gobiernos de los partidos de opo-sición han caído en las mismas prácticas.

En la producción de los discursos políticos hay tambiéncompetencia y, por tanto, se puede distinguir el discurso que



procura el mantenimiento del sistema y aquél que lo impug-na. Es el discurso de la ortodoxia y el discurso herético. Laeficacia de éste, nos señala Bourdieu, “reside no en la magiade una fuerza inmanente al lenguaje, tal como la fuerzailocucionaria de Austin, o la persona de su autor, tal como elcarisma de Weber –dos conceptos pantalla que impiden inte-rrogarse sobre las razones de los efectos que no hacen sinodesignar–, sino en la dialéctica entre el lenguaje autorizantey autorizado y las disposiciones del grupo que lo autoriza y seautoriza”. (Bourdieu, 1981b:70).

La finalidad de los discursos políticos no se termina con elfinal de la jornada electoral. Su propósito es la construcciónde grupos, de todo tipo, hasta la formación de partidos políti-cos que luchen y hagan real el discurso pronunciado. Con ellose ha pasado del nivel de las disposiciones prácticas, de lasadhesiones tácitas al orden social visto como natural, al esta-do de la representación objetiva en un partido político con undiscurso propio que los identifica.

Para Bourdieu es muy importante señalar el principio declasificación por el que se pasa del grupo práctico –orientadopor el ethos de clase– al grupo constituido –por un logos polí-tico en clase, nación, etc.: “No hay grupo que no sea el lugarde una lucha por la imposición del principio legítimo de cons-trucción de los grupos y no hay distribución de propiedadesque, se trate del sexo o de la edad, de la instrucción o de lariqueza, que no pueda servir de base a divisiones y a luchaspropiamente políticas” (Bourdieu, 1981b:70-71).

Así podemos visualizar, a grandes rasgos, por la presenta-ción del partido oficial en términos de “nuevo PRI, más cercade ti”, o la insistencia de la propaganda del PAN para “votarpor el cambio”, o el llamado del PRD a “votar por México”. Enrealidad, cuando hay un número extraordinario de electoresindefinidos –más allá de los electores tradicionales del PAN,del voto corporativo del PRI o del PRD–, no hay principios cla-ros de separación entre un partido y otro que sean fácilmente


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percibidos por la mayoría de la gente, salvo por las hexis delos candidatos.

De ahí se sigue que las luchas internas que atraviesana todos los partidos políticos, en particular en vistas a laelección de los candidatos a diputados y senadores, refle-jen, en parte al menos, la situación interna de las oposicio-nes que viven estos partidos políticos y cómo, en algunoscasos, se reivindican principios de clasificación para dis-tinguir mayores méritos que, en realidad, son mecanismosinternos para la designación de los candidatos: los másantiguos, los méritos de campaña, la cercanía con los can-didatos presidenciales, la cercanía familiar con los dirigentesdel partido, etc.

Si el discurso político herético enfrenta las inercias pro-fundas del ethos de clase, el discurso político de la ortodoxia,cuando resulta difícil mantener el silencio de la doxa, sobretodo en períodos de crisis como los períodos electorales, “seesfuerzan en producir, por un discurso puramente reaccio-nal, el substituto de todo lo que amenaza la existencia mismadel discurso herético. No encontrando nada para decir delmundo social tal como es, se esfuerzan en imponer universal-mente, por un discurso totalmente impregnado de la simpli-cidad y de la transparencia del buen sentido, el sentimientode evidencia y de necesidad que este mundo le impone; te-niendo interés en el laisser-faire, trabajan en anular la políti-ca en un discurso político despolitizado, producto de untrabajo de neutralización o, mejor, de denegación que orientaa restaurar el estado de inocencia originaria de la doxa y que,estando orientado hacia la naturalización del orden social,toma prestado siempre el lenguaje de lo natural” (Bourdieu,1981b:71).

Así nos encontramos con una de las raíces profundas delapoliticismo y del conservadurismo en política: es el resulta-do de una acción programada desde el discurso oficial. Si lapolítica es mala y sucia, esa visión es producida por el discur-



so político dominante. De ahí que, como decíamos anterior-mente, el abstencionismo y la apatía política son más unacondición de funcionamiento del sistema que una de sus con-secuencias.

De ahí que la competencia entre los productores de discur-sos políticos juegue en el margen y la discontinuidad que secrea entre las evidencias del ethos y las manifestaciones pú-blicas del logos político. Los discursos de campaña, la propa-ganda política en los medios, incluso el contacto físico de loscandidatos, buscan no sólo generar simpatizantes y nuevoscreyentes, sino producir un efecto de identificación entre larepresentación que la gente se hace de su situación –su pro-blemática económica, social y cultural– y las posibilidades desolución que le son ofrecidas. Este efecto de teoría, como lallama Bourdieu, será tanto más eficaz, cuanto que el discur-so tenga mayores bases fundadas en la realidad; es decir, “lascategorías según las cuales un grupo se piensa y según lascuales se representa su propia realidad contribuyen a la rea-lidad de ese grupo” (Bourdieu, 1981b:72).

Para Bourdieu es importante destacar el papel de “la cien-cia de los mecanismos sociales”, ya que se puede utilizar paraasegurar la reproducción del orden establecido más interesa-da en racionalizar el funcionamiento de sus mecanismos.“Pero ella puede verdaderamente servir de fundamento auna política orientada hacia fines totalmente opuestos que,rompiendo tanto con el voluntarismo de la ignorancia o de ladesesperanza como con el laisser-faire, se armaría del conoci-miento de los mecanismos para intentar neutralizarlos; yque encontraría en el conocimiento de lo probable no una in-citación a la renuncia fatalista o al utopismo irresponsable,sino al fundamento de una negativa de lo probable fundadosobre el dominio científico de las leyes de producción de laeventualidad negada” (Bourdieu, 1981b:73).

No es difícil encontrar, entre los productores de discursospolíticos, a un sector relativamente independiente que se ha


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propuesto pensar un proyecto de país más allá de los parti-dos políticos y de las elecciones. La llamada “agenda social” o“poder ciudadano” trata de eso.

El problema de larepresentación política

Hemos visto cómo el campo de la política, como un campode fuerzas en el que compiten diversos productores de discur-sos, es un espacio de ofertas y demandas políticas, un merca-do que, al descansar en el monopolio de los profesionales, esun mercado de los menos libres.

Los más desprovistos de herramientas políticas coincidencon los más desprovistos social, económica y culturalmente.Los efectos de censura que todo campo ejerce, en el campopolítico se manifiestan reduplicativamente por el efecto“oligopólico” de los profesionales de la política. Los consumi-dores, es decir, la mayoría de la gente, son condenados a re-forzar sus fidelidades como mecanismo de seguridad, perotambién a la delegación incondicional en sus representantes.El origen de los partidos políticos, en contraposición a lasmeras asociaciones, radica en la necesidad de los grupos do-minantes por dar continuidad y permanencia a la lucha y/oal control del poder pero, a partir de la propuesta a sus mili-tantes, de un programa de pensamiento y de acción (Bour-dieu, 1981a:4-5). De aquí se sigue que “la existencia de unaorganización permanente, relativamente independiente delos intereses corporativos y coyunturales, es la condición dela representación permanente y propiamente política de laclase, (pero) ella encierra también la amenaza de la despose-sión de los miembros ‘cualquiera’ de la clase...” (Bourdieu,1981a:5).

Nos encontramos así con una relación entre los partidos yla gente que no es visible, porque la desposesión no se ve ni setoca; sin embargo, ahí está: los “mandantes” pierden el con-



trol sobre sus “mandatarios” debido a que no tienen los me-dios de producción del discurso político. De ahí que, “aquéllosque dominan el partido y que han partido ligados con la exis-tencia y la persistencia de esta institución y con los benefi-cios específicos que ella asegura, encuentran en la libertadque les deja el monopolio de la producción y de la imposiciónde los intereses políticos instituidos la posibilidad de imponercomo intereses de sus mandantes sus intereses de mandata-rios” (Bourdieu, 1981a:5).

En las épocas de crisis, como en los actuales tiempos elec-torales, esta “desposesión” también entra en crisis. Así escomo se ha visto en elecciones pasadas por el llamado “votode castigo” de parte de electores tradicionalmente priístas,en entidades donde el PAN ha ganado la gubernatura, o enfraccionamientos y desprendimientos al interior del partidooficial, con los mismos resultados. Pero también es cierto locontrario, a través de la promoción del “voto del miedo”. Qui-zá lo más radical de los “desposeídos” políticamente sea lareacción del apoliticismo y la abstención política activa, quereprueba el alejamiento de los partidos de los problemas rea-les y cotidianos de la gente, expresa una doble impotencia:“Impotencia frente a frente de la política y de todas las accio-nes puramente seriales que ella propone, impotencia delantede los aparatos [N del A: en el sentido de las ‘institucionestotales’] políticos... el apoliticismo... es fundamentalmenteuna contestación del monopolio de los políticos que represen-ta el equivalente político de lo que hizo, en otros tiempos, larevuelta religiosa contra el monopolio de los clérigos” (Bour-dieu, 1981a:5).

Dado que cada campo social específico desarrolla una es-pecie particular de habitus (como el religioso, el estético o eldeportivo), así también el campo político exige y desarrollaun habitus político que sólo se da con el tiempo y con un espe-cial entrenamiento, con las siguientes características quedestaca Bourdieu:


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1. Todo el aprendizaje necesario para adquirir el cuerpo desaberes específicos (teorías, problemáticas, conceptos,tradiciones históricas, datos económicos, etc.) producidosy acumulados por el trabajo político de los profesionalesdel presente o del pasado o de las capacidades más gene-rales, tales como el dominio de un cierto lenguaje y de unacierta retórica política, aquélla del tribuno, indispensableen las relaciones con los profanos, o aquélla del debater,necesaria en las relaciones entre profesionales.

2. Esta suerte de iniciación, con sus pruebas y sus ritos depaso, que tienden a inculcar el dominio práctico de la lógi-ca inmanente del campo político y a imponer una sumi-sión de hecho a los valores, a las jerarquías y a las censu-ras inherentes a ese campo o a la forma específica que suscoacciones y sus controles tienen en el seno de cada parti-do (Bourdieu, 1981a:5-6).

Para la comprensión completa de los discursos políticos quese ofrecen en un momento dado, además de comprenderlos habitus políticos, es necesario el “análisis del procesode producción de los profesionales de la producción ideoló-gica; luego el marcaje, operado en función de una defini-ción frecuentemente implícita de la competencia felicitada,que los designa por sus funciones, y la formación general oespecífica que los prepara a asumirlas, hasta la acción denormalización continua que se imponen, con su complici-dad, los miembros más antiguos del grupo, en particularcuando nuevos elegidos acceden a una instancia políticaen la que podrían importar un hablar franco y una liber-tad de maneras atentatorias de las reglas del juego” (Bour-dieu, 1981a:6).

Estas distancias que se dan entre la desposesión de lasmayorías incompetentes políticamente y el monopolio de losprofesionales va en aumento y su mejor expresión se da eninstituciones en las que se forman “los productores profesio-



nales de discursos políticos”, a las que Bourdieu llama “con-centración de los medios de producción de los instrumentosde producción de discursos”. Es decir, en México, institucio-nes como el Colegio de México o el ITAM, por no mencionar lasuniversidades extranjeras, se han convertido en los espaciosdonde se forman los profesionales de la política. De aquí queBourdieu plantee la “ciencia política” que ahí se enseña comola “racionalización de la competencia que exige el universode la política y que colocan en estado práctico los profesiona-les: ella orienta a aumentar la eficacia de este dominio prác-tico poniendo a su servicio técnicas racionales, como elsondeo, las relaciones públicas o el marketing político, al mis-mo tiempo que tiende a legitimarla dándole las aparienciasde la cientificidad e instituyendo las cuestiones políticas ennegocios de especialistas que pertenecen a los especialistasde zanjar a nombre del saber y no del interés de clase” (Bour-dieu, 1981a:6).

Estas observaciones nos permiten abonar la hipótesis deque los resultados electorales son, precisamente, resultadosde batallas anteriores. Una de las más importantes es, preci-samente, la batalla entre los profesionales de la política, loque, para Bourdieu, es “la forma por excelencia de la luchasimbólica por la conservación o la transformación del mundosocial, por la conservación o la transformación de la visióndel mundo social y de los principios de división de este mun-do” (Bourdieu, 1981a:8).

Los profesionales, además, se organizan en partidos polí-ticos y cada uno de ellos es, a su vez, un campo de batallas.Hemos aludido, por ejemplo, a las diversas maneras como enlos partidos, y en las diferentes alianzas, se vienen definien-do las candidaturas a diputados y senadores. Incluso, no hafaltado el medio de comunicación que, atizando las luchasinternas, ha mostrado un paralelismo entre el regateo ordi-nario entre vendedor y comprador en cualquier mercado. Esoes lo que se alcanza a ver. El análisis político nos lleva a dis-


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tinguir, entre las luchas internas, aquélla que es más cons-tante y Bourdieu nos proporciona una pista: “Entre las lu-chas de las que cada partido es el lugar, una de las másconstantes se establece entre aquéllos que denuncian loscompromisos necesarios para aumentar la fuerza del partido(por tanto, de aquéllos que lo dominan) pero en detrimentode su originalidad, es decir, al precio de un abandono de lastomas de posición distintivas, originales y que apelan portanto a un retorno a los caminos, a una restauración de lapureza original y, por otro lado, aquéllos que inclinan a bus-car el reforzamiento del partido, es decir, el alargamiento dela clientela hecha al precio de transacciones y de concesioneso incluso de un enredo metódico de todo lo que las tomas deposición originales del partido pueden tener de muy ‘exclusi-vo’. Los primeros atraen al partido hacia la lógica del campointelectual que, colocado justo en el límite, puede despojarlode toda fuerza temporal; los segundos tienen para ellos lalógica de la Realpolitik, que es la condición del acceso a larealidad política” (Bourdieu, 1981a:13).

A reserva de un análisis más detallado y advirtiendo enlos adjetivos ordinariamente utilizados, pero es lo que ocurreen el PAN entre los llamados “doctrinarios” y los “neopanis-tas”; en el PRD, entre los “pragmáticos” y los que defiendenlos principios; y en el PRI, de mucha mayor compleja compo-sición, entre “tecnócratas” y “dinosaurios”. No es posible, portanto, establecer líneas de relación claras y distintas entrelos partidos políticos y la gente, sino más bien entre determi-nadas corrientes al interior de los partidos y algunas perso-nas que simpatizan o se adhieren a esas posiciones políticas.

El capital político es “una forma de capital simbólico, cré-dito fundado sobre la creencia y el reconocimiento o, más pre-cisamente, sobre las innumerables operaciones de créditopor las cuales los agentes confieren a una persona (o a unobjeto) los poderes mismos que le reconocen” (Bourdieu,1981a:14).



La confianza de los electores, una de las principales dis-putas entre candidatos durante los tiempos electorales, esalgo más que una simple adhesión. Dice Bourdieu que se tra-ta de un “poder objetivo que puede ser objetivado en cosas (yen particular en todo lo que hace la simbología del poder,tronos, cetros y coronas), es el producto de actos subjetivos dereconocimiento y, en cuanto crédito y credibilidad, no existesino en y por la representación, en y por la confianza, lacreencia, la obediencia. El poder simbólico es un poder queaquél a quien somete da al que lo ejerce, un crédito que loacredita, una fides, una auctoritas, que le confía colocando enél su confianza. Es un poder que existe porque aquello que losomete cree que existe” (Bourdieu, 1981a:14).

El problema al que asistimos, como señalábamos ante-riormente, es que la crisis que vivimos en tiempos electora-les, resultado de la acumulación de todas las crisis anterio-res, y entre ellas la más importante es el empobrecimiento delas mayorías, es una crisis de credibilidad. No hay la con-fianza de otros tiempos.

La fuerza del político descansa, precisamente, en la con-fianza de la gente, en el hecho de que la gente crea en él. Deahí que la guerra de descalificaciones del debate actual estéminando las posibilidades mismas de la acumulación de ca-pital político, que es “puro valor fiduciario que depende de larepresentación, de la opinión, de la creencia, de la fides queel hombre político, como hombre de honor, es especialmentevulnerable a las sospechas, a las calumnias, al escándalo, enuna palabra, a todo lo que amenaza la creencia, la confianza,haciendo aparecer al gran día los actos y los propósitos guar-dados, secretos, del presente o del pasado, que son propiospara desmentir los actos y los propósitos presentes para des-acreditar a su autor” (Bourdieu, 1981a:14-15).

Si observamos bien, el más reciente escándalo de “las lis-tas del Fobaproa” no se puede comprender sino como partede una campaña política a favor del PRD y sus candidatos y


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en contra del PRI y del PAN, partidos a los que pertenecensupuestos o reales beneficiarios de préstamos fraudulentos.

Aquí nos encontramos con uno de los aspectos de mayorfinura en la relación que los partidos tienden a establecer conla gente: cuidar la imagen del político. Por eso Bourdieu ex-plica cómo surge el político ligado al periodista, quien poseeun poder sobre los instrumentos de gran difusión que le daun poder sobre toda especie de capital simbólico (Bourdieu,1981a:18, cfr. Nota # 31).

Hay políticos, verdaderos o falsos “representantes popula-res” que, a lo largo de casi toda una vida, han acumulado unaespecie de capital político de notoriedad. Piénsese sólo en loshistóricos líderes sindicales. Pero también surgen los políti-cos al amparo, no de su trayectoria personal, sino del capitalsimbólico del partido al que pertenecen. Se trata de un capi-tal delegado y tiene su lógica propia, que Bourdieu planteacomo “la ley que rige los intercambios entre los agentes y lasinstituciones”: “ La institución da todo, comenzando por elpoder sobre la institución, a aquéllos que han dado todo a lainstitución, pero para que ellos no tengan nada fuera de lainstitución y sin la institución y que ellos no puedan renegarde la institución sin negarse pura y simplemente privándosede todo lo que son por y para la institución a la cual debentodo” (Bourdieu, 1981a:19).

Las diversas especies de capital político, en el supuesto dela delegación y para hacerla posible, se requiere de suobjetivación en instituciones permanentes, llámense parti-dos, puestos de autoridad o instrumentos de movilización(Bourdieu, 1981a:19-20).

El aumento en el número de “puestos” a ofrecer, por partede una institución política, aumenta también el número desus militantes e, incluso, el aumento de sus cuadros profesio-nales, de sus “permanentes” como los llama Bourdieu. A lainversa de lo que ocurre en fases iniciales o cuando el partidoes oposición. Cuando es gobierno, entonces ocurren fenóme-



nos curiosos, como los que se pueden observar en los estadosdonde han ocurrido alternancias. De los aspectos más nota-bles, y que habría que verificar, son, por ejemplo, que la mili-tancia del PAN aumentó; que en su interior es más beligeran-te y más violenta la disputa por los puestos –candidaturas algobierno del estado, a diputaciones federales y locales, asenadurías y de ahí para abajo–; que los militantes antiguossubordinan la declaración de principios ante el beneficio delas “prebendas”.

Esto puede ocurrir, según Bourdieu, dependiendo de lassiguientes características del partido político:

1. Si sus mandantes están más disminuidos culturalmentey más atados a los valores de fidelidad.

2. Si están más inclinados a la delegación incondicional ydurable.

3. Si son más antiguos y más ricos en capital políticoobjetivado, por tanto, más fuertemente determinados, ensus estrategias, por el camino de “defender lo adquirido”.

4. Si están más expresamente amenazados en vistas de lalucha, por tanto, organizados según el modelo militar delos aparatos de movilización.

5. Si sus cuadros y sus permanentes están más desprovistosde capital económico y cultural, por tanto, más totalmentedependientes de la consideración del partido (Bourdieu,1981a:22).

Un aspecto que valdría la pena investigar a fondo es el de la“disciplina” en los partidos políticos. No sólo cómo la entien-den, sino cómo la viven. En una competencia política, comoésta del 2000, tan particularmente señalada como reñida ycompetida, pareciera que, en buena medida, se va a definirpor el grado de disciplina de los partidos. Sin embargo, estacompetencia nos muestra simplemente la enorme ambigüe-dad de la lucha política, “ese combate por ‘ideas’ e ‘ideales’


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que es inseparablemente un combate por poderes y, se quierao no, por privilegios, está al principio de la contradicción quefrecuenta todas las empresas políticas arregladas en vistas ala subversión del orden establecido” (Bourdieu, 1981a:24).

Por tanto, el problema de la representación política se re-duce a la comprensión del campo político como un campo deluchas a propósito de un campo de luchas y de la representa-ción legítima de esas luchas. El problema que se deriva es elde ¿cómo ocurre la delegación política en los representantes,a su vez convertidos en fetiches políticos? Dicho con Bour-dieu, “cómo es posible que el mandatario pueda tener podersobre el que le da el poder” (Bourdieu, 1984:49).

Nos acercamos así a uno de los aspectos de mayor comple-jidad en las relaciones entre los partidos políticos y la gente,aquélla que se da entre el representante –plenipotenciario,ministro, delegado, portavoz, diputado, parlamentario, etc.–y los intereses de un grupo, clase o gente en particular.

Hay una prenoción de la relación de delegación que creauna ilusión y disimula la verdad de la relación de representa-ción. Se trata de una relación circular: “Porque el represen-tante existe, porque él representa (acción simbólica), es comoel grupo representado, simbolizado, existe y hace existir a surepresentante como representante de un grupo” (Bourdieu,1984:49).

Lo que oculta esta relación circular, dice Bourdieu, es lacuestión del fetichismo político que surge, precisamente, porla enorme dificultad que tienen los grupos sociales más des-provistos económica y culturalmente para constituirse comogrupos a menos que se den un portavoz. “Los fetiches políti-cos son gentes, cosas, seres, quienes parecen no deber sino aellos mismos una existencia que los agentes sociales les handado; los mandantes adoran su propia criatura. La idolatríapolítica reside precisamente en el hecho que el valor que estáen el personaje político, este producto de la cabeza del hom-bre, aparece como una misteriosa propiedad objetiva de la



persona, un encanto, un carisma; el ministerium aparececomo mysterium” (Bourdieu, 1984:49).

La delegación política es un acto por el que los grupos seconstituyen como tales dotándose de un portavoz, de un re-presentante, al que le delegan un poder. Pero el segundo actode delegación, advierte Bourdieu, “es el acto por el cual larealidad social así constituida, el Partido, la Iglesia, etc., va aremitir un mandato a un individuo” (Bourdieu, 1984:50).

Bourdieu propone dos pasos para analizar esta “caja ne-gra”. Primero, el paso de individuos aislados, atomizados a la“oficina”; segundo, el paso de la “oficina” al secretario. Por elprimer paso se genera un portavoz, un representante capazde actuar en sustitución del grupo de sus mandantes, de pre-sentarse él mismo como si fuera el grupo representado ycomo signo de la totalidad del grupo. Esto sucede porque, enel hecho mismo de la delegación, los mandantes otorgan a surepresentante una especie de “cheque en blanco”, de confian-za plena, de fides implícita, como hemos señalado. Esta con-fianza es tanto mayor, cuanto más desposeída económica yculturalmente se encuentre la gente, más se ve obligada aacudir a los portavoces para poder tener una palabra política.

En los casos más extremos, los grupos surgen al hacer sur-gir a un representante que, a su vez, es capaz de movilizar algrupo y, finalmente, es el grupo mismo que manifiesta. Haysituaciones, relativamente cotidianas y, en ocasiones, extre-mas, en donde se da el caso de la “usurpación del portavozautorizado”. Una es el caso de los llamados “sindicatos deprotección”, un oficio muy socorrido por las centrales obrerascorporativas que venden contratos a empresas, “como si”existiera realmente un sindicato con sus representantes. Ensituaciones extremas, por ejemplo en casos de desastres,como en los sismos de la ciudad de México en 1985 o en lasexplosiones del 22 de abril de 1992 en Guadalajara, surgencomo por arte de magia, “representantes” que no representana nadie, pero que les da posibilidades de obtener algunas pre-


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bendas. Así es como podemos encontrarnos con organizacio-nes de membrete, inexistentes como organizaciones, pero conexistencia porque existe una oficina, un portavoz y un sello.

La usurpación del representante existe en estado poten-cial en todo acto de delegación. Se siguen las estrategias porlas que el mandatario tiende a autoconsagrarse. En primerlugar, está la fusión al grupo, reducirse al grupo (Bourdieu,1984:51).

El “líder” tradicional (o “lideresa”) es un ejemplo típico en-tre nosotros de eso que hemos señalado como “autoconsagra-ción”. Las experiencias negativas, sabidas o percibidas, ha-cen que mucha gente lleve su desconfianza en los partidospolíticos hasta las organizaciones vecinales o asociaciones decualquier tipo. Hay, de alguna manera, la percepción de queel “líder” o representante de un grupo va a traicionar la con-fianza de la gente. Aquí es donde radica lo que Bourdieu lla-ma “el misterio del ministerio”, en que “sólo actúa bajo lacondición de que el ministro disimule su usurpación y elimperium que ella le confiere, afirmándose como simple mi-nistro” (Bourdieu, 1984:51).

Con esta descripción llegamos a uno de los conceptos demayor complejidad construido por Bourdieu, el de “podersimbólico”, que nos permite comprender con hondura la com-plejidad de las relaciones entre los partidos políticos, o gru-pos o asociaciones, con la gente. “Un poder simbólico es unpoder que supone el reconocimiento, es decir, el desconoci-miento de la violencia que se ejerce a través de él. Entonces,la violencia simbólica del ministro no puede ejercerse sinocon esta cierta complicidad que le otorgan, por el efecto deldesconocimiento que alienta la denegación, aquéllos sobrelos que esta violencia se ejerce” (Bourdieu, 1984:51).

Una vez surgido el fetiche político, el líder, el representan-te, el dirigente o la autoridad, lo que sigue es “hacerse nece-sario”. Bastaría con asomarse a cualquier reunión casi decualquier tipo, para ver actuar al dirigente y sorprenderse de



la manera tan peculiar como se hacen necesarios. Pero sobretodo, admira la manera como logran imponer sus puntos devista, al grado de que hacen creer que es bueno para la genteque representan, lo que es bueno para ellos. Es parte delefecto de autoconsagración del representante. Bourdieu ad-vierte de cómo una observación de este tipo, la situación deasamblea, se presta para hacer del análisis lingüístico uninstrumento de crítica política y de la retórica una ciencia depoderes simbólicos (Bourdieu, 1984:52).

Lo que ocurre en el “misterio del ministerio” es que el re-presentante sirve realmente a sus representados, pero se sir-ve sirviéndoles. Les resulta provechoso servirles y es impor-tante que así sea para que funcione.

La mayor complejidad de este sistema de relaciones obje-tivas que constituyen el campo político, y por tanto es lo me-nos visible, es el de las relaciones al interior de los partidospolíticos. Ya no en términos de las relaciones entre la gente ylos partidos, ni siquiera entre partidos políticos diferentes,sino al interior de uno solo de los partidos.

De aquí se sigue un mecanismo semejante a la autoconsa-gración del representante; es la autoconsagración del parti-do, del sindicato, de la asociación. Bourdieu la llama “unateodicea del aparato”. Por ello, el autor de La reproducciónplantea su crítica a la “clericatura política”, porque “ha hechoque la enajenación política... ha dejado de ser percibida y que,al contrario, es la visión sacerdotal de la política que se haimpuesto, a tal punto de echar en la culpabilidad a los que noentren en los juegos políticos. Dicho de otro modo, se ha hechointeriorizar tan fuertemente la representación según la cualel simple hecho de no ser militante, de no estar comprometi-do en la política, era una especie de falla de la cual hacía faltaeternamente redimirse, que la última revolución política larevolución contra la clericatura política, y contra la usurpa-ción que está inscrita en estado potencial en la delegación,queda siempre por hacer” (Bourdieu, 1984:55).


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Y por ahí iría el señalamiento en torno a lo que se ha dadoen llamar “la crisis de representatividad de los partidos polí-ticos” o la enorme distancia que guardan respecto de los pro-blemas cotidianos de la gente. Se trata de entender enprofundidad la política real, pero también de proponer unamanera distinta de hacer política en la que no esté de pormedio la disputa de los puestos, en el gobierno o en los parti-dos, sino la realización de un poder capaz de resolver los pro-blemas ordinarios de la gente ordinaria.

Conclusión

Ha faltado analizar las causas profundas de la apatía y elabstencionismo político, de las que aquí sólo hemos señaladoalgunas líneas de estudio e investigación empírica. Es nece-sario pensar políticamente la política, pero no sólo comoorientación política en la política, sino como política de larazón.7

Es importante pensar la política en términos de campo.Un campo que sólo tiene la apariencia de la universalidad, apartir del voto, pero que se descubre como el monopolio de losespecialistas, de los más capaces y estatutariamente recono-cidos y autorizados.

Ese pequeño universo de los productores profesionales dediscursos políticos se ve en competencia entre la ortodoxia,que busca la conservación del sistema de la distribución detodo género de bienes y servicios, y la herejía que descubrelos mecanismos ocultos de la representación política y delfetichismo político.

Finalmente, nos encontramos con el “misterio del minis-terio” y el enorme desafío que implica desarrollar nuevos

7 No es casual, por ejemplo, la reciente edición, en Argentina, de un libro querecopila artículos y conferencias de Pierre Bourdieu en los que plantea el papelde los intelectuales y su relación con la política y el poder. Cfr. Bourdieu, P. Inte-lectuales, política y poder. Eudeba, Buenos Aires, 2000.



mecanismos de representación social y política que favorez-can la participación real de la gente y rompan con el esque-ma mental de la representación, mediante el cual se da ladelegación. La participación activa y real de la gente vendrámás de una experiencia diferente y de condiciones socialesnuevas y no de meras exhortaciones y buenos deseos. A estedesafío se enfrentan los actuales partidos políticos en Méxicoy posiblemente en otras latitudes. La gente ordinaria, de di-ferentes posiciones en el espacio social, está demandando es-pacios de participación real, sin representantes oficiales yreconocidos. Ahí está la cultura india y su manera de enten-der la participación y el ejercicio democrático del “mandarobedeciendo”, del “para todos todo, nada para nosotros” y,sobre todo, del derecho a revocar el mandato. Pero la políticay el poder en las culturas indias es otra historia...

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Bibliografía

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