Tañarandy - La Revolución del arte

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Pueblo de Arte es un proyecto de difusión de la cultura y el arte del Tañarandy. Busca visibilizar el trabajo de un colectivo de personas que a través del arte logró exponer su identidad, crear una fiesta popular sin precedentes y motivar un cambio social que trasforma a un pueblo. Para más información sobre el proyecto, visite: www.pueblodearte.com ---Tañarandy Koki RuizCheli ThompsonProyecto Pueblo de ArteIdea y coordinación · Oniria\TBWAProducción ejecutiva · Rodrigo WeiberlenDireccion cretiva y contenidos · Camilo GuanesTañarandy, la revolución del arteCoordinación editorial · SoporteFotografía · René GonzálezTexto · Andrés Colmán GutiérrezDiseño editorial y edición · Alejandro Valdez SanabriaCorreción editorial · Silvia Sánchez Di MartinoRetoque digital · Negib GihaImpresión · Artes Gráficas Zamphiropolos © Todos los derechos reservados

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Un aporte de Itaú a la difusión de la cultura paraguaya

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Pueblo de Arte es un proyecto de difusión de la cultura y el arte del Tañarandy. Busca visibilizar el trabajo de un colectivo de personas que a través del arte logró exponer su identidad, crear una fiesta popular sin precedentes y motivar un cambio social que trasforma a un pueblo. Para más información sobre el proyecto, visite:

www.pueblodearte.com

Tañarandy Koki RuizCheli Thompson

Proyecto Pueblo de ArteIdea y coordinación · Oniria\TBWAProducción ejecutiva · Rodrigo WeiberlenDireccion cretiva y contenidos · Camilo Guanes

Tañarandy, la revolución del arteCoordinación editorial · SoporteFotografía · René GonzálezTexto · Andrés Colmán GutiérrezDiseño editorial y edición · Alejandro Valdez SanabriaCorreción editorial · Silvia Sánchez Di MartinoRetoque digital · Negib Giha

Impresión · Artes Gráficas Zamphiropolos

© Todos los derechos reservados

Un aporte de Itaú a la difusión de la cultura paraguaya

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Fotografías de René GonzálezTextos de Andrés Colmán Gutiérrez

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ITAÚ: COMPROME TIDOS CON L A CULTUR A PAR AGUAYA

Roberto LamyPresidente Banco Itaú Paraguay

Desde nuestra llegada a este país, hemos apostado a la difusión de su riqueza cultural, pues esta-mos convencidos de que la cultura es una herramienta esencial para la construcción de la identidad de un país y un medio eficaz para la promoción de la ciudadanía y el desarrollo sostenible.

Este compromiso constante con las tradiciones y valores que sustentan el legado cultural para-guayo es parte integral de nuestra filosofía corporativa. Es por esto que nos complace ser parte de este gran libro que hoy llega a sus manos: Tañarandy: La revolución del arte.

A través de los textos de Andrés Colmán Gutiérrez y las fotografías de René González se retrata un proceso que comenzó como una pequeña intervención de rescate de las tradiciones populares de las celebraciones de Semana Santa y convirtió al pequeño pueblo misionero de Tañarandy en un destino cultural y turístico que hoy convoca entre diez mil y veinte mil visitantes cada año.

El presente libro forma parte del proyecto denominado Pueblo de Arte, el cual busca documen-tar a través de este material más un documental y una página web la revolución cultural que se inició en Tañarandy en el año 1992, la cual persiste hasta hoy y se proyecta hacia el futuro.

Esta gran legado llega a todos nosotros gracias a la colaboración y el apoyo del reconocido ar-tista plástico Koki Ruiz, los vecinos de Tañarandy, Cheli Thompson y los jóvenes pintores del pueblo, la ministra Liz Cramer y la Secretaría Nacional de Turismo, el equipo de Oniria, y los equipos encar-gados de la producción del libro, el documental y la página web.

Con gran orgullo de ser partes de este legado cultural, le invitamos a disfrutar de este libro que encierra en sus páginas el recorrido que hizo de Tañarandy un pueblo de arte.

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Una inmensa galería de arte al aire libre. Una utópica aldea rural en el interior del Paraguay, con humildes casas pintadas en alegres y coloridas imágenes de estilo naif. Quince mil personas caminando sobre una alfombra de estrellas encendidas en medio de la noche. La Última cena de Leonardo Da Vinci encarnada por actores campesinos en medio de un verde anfiteatro natural. Verdes y bucólicas calles sin asfalto, limpias y cuidadas, adornadas con basureros floridos, carteles poéticos y señales de tránsito diseñadas como cómicos dibujos animados. Gente simpática, orgullosa y hospitalaria, que abre de par en par las puertas de su casa y de su corazón. Un lugar donde la religiosidad y la cultura popular son una permanente clave de identidad, una vital tradición que se renueva, una festividad colectiva permanente. Imagine todo eso. Imagine Tañarandy.

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SEMANA SANTA EN LA TIERRA DE LOS IRREDUCTIBLESCuando el sol empieza a caer detrás del verde horizonte, se encienden las fogatas y se inicia el momento mágico. Más de quince mil luminarias, hechas con cáscara de apepu, bordean los tres ki-lómetros del sendero de tierra de la calle principal, conviertiendo al Yvaga rape (camino al Cielo) en una especie de alfombra llameante, sobre la cual transitan las personas con la sensación de andar entre estrellas.

Acompañando la procesión de la Virgen de los Dolores, la multitud avanza lentamente, candiles de colores en las manos, flotando en el quejumbroso canto de los estacioneros, noche adentro, país adentro, al encuentro de las raíces de una identidad más antigua que la memoria.

Es Viernes Santo en el pequeño poblado campesino de Tañarandy, en las afueras de la ciudad de San Ignacio Guasu, Misiones, a unos 226 kilómetros de Asunción. La celebración de la Semana Santa Yma Guare —parte de una expresión artística comunitaria conocida como «barroco efímero», protagonizada por los habitantes de Tañarandy y dirigida por el pintor Koki Ruiz— se encuentra en su momento de apogeo.

La experiencia, iniciada de manera experimental en 1992 con un reducido grupo de pobladores, ha ido creciendo hasta convertirse en todo un fenómeno religioso, artístico, cultural y turístico, que año tras año convoca a una impresionante multitud de personas que llegan desde diversos puntos de Paraguay y del exterior.

Ya es noche cerrada cuando la procesión se acerca al gran anfiteatro natural de la Fundación La Barraca, a la entrada del pueblo, donde el espectáculo central tendrá su momento culminante con un gran montaje que cada año sorprende en su variedad.

Suenan en vivo las arpas barrocas. Voces líricas entonan canciones de época. Se encienden luces y reflectores para configurar escenas oníricas en rústicos escenarios. Escenas de obras maestras de la pintura universal son recreadas por actores de carne y hueso. Tecnología digital multimedia com-binada con la creatividad más artesanal. Todo contribuye a la creación de un clima sensorial que durante pocos minutos envuelve al público en un estado de éxtasis difícil de describir y de narrar.

TAÑAR ANDY, L A RE VOLUCIÓN DEL ARTEAndrés Colmán Gutiérrez

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El Viernes Santo convoca a una muchedumbre de aproximadamente 15.000 a 20.000 personas que desborda los espacios geográficos de Tañarandy, buscando apropiarse de sus secretos, de sus-encantos y sus misterios.

Promocionada por los catálogos turísticos como «la mayor y más espectacular celebración de la Semana Santa en el Paraguay», la «celebración de las luces» de Tañarandy es, sin embargo, mucho más que una multitudinaria procesión religiosa, un gran espectáculo cultural o un exitoso evento turístico. Es la conmovedora historia de una comunidad que, alentada por el artista Koki Ruiz, supo descubrir en su propia memoria, en su tradición cultural y religiosa más antigua, y en el arte incorporado como forma de expresión y organización social, la esencia vital que le ayudaría a dejar atrás todos los años de soledad para conectarse y proyectarse al mundo sin traicionar ni modificar su propia identidad.

LOS TAÑARANDYGUA: HEREJES Y DEMONIOS IRREDUCTIBLESHace más de cuatrocientos años, cuando los misioneros de la Compañía de Jesús iniciaron la funda-ción de sus legendarias Reducciones Jesuíticas en la región sur del Paraguay, hubo pueblos indíge-nas que se resistieron a ser reducidos e incorporados al proyecto misionero.

Uno de ellos se encontraba muy cerca de la Misión de San Ignacio Guasu, fundada el 29 de diciembre de 1609. Su feroz resistencia a la cruzada evangelizadora y su actitud rebelde e insumisa le valieron a sus habitantes el rótulo de demonios (aña, en guaraní) y herejes. Es el mismo pueblo conocido hasta nuestros días con el nombre de Tañarandy.

Investigando acerca del origen de la denominación, Koki Ruiz encontró una carta del misionero jesuita Roque González de Santa Cruz —canonizado como el primer santo paraguayo— en la que menciona que «a sólo media legua» (dos kilómetros y medio) de donde se encontraba la Misión de San Ignacio Guasu, estaban aquellos que no querían formar parte de las Reducciones, viviendo «en estado salvaje».

Desde hace más de una década, un colorido cartel a la entrada del pueblo explica a los visitan-tes: «Tañarandy (tierra de los herejes o demonios). Esta denominación proviene del tiempo de las Reducciones, pues en este lugar habitaban los indígenas que se negaban a ser sometidos. En la ac-tualidad, el revisionismo histórico le otorga el significado equivalente de tierra de los irreductibles».

Esta marginación casi voluntaria de la aldea se mantuvo con el tiempo. Hasta principios de 1990, Tañarandy era una compañía rural en los suburbios de la ciudad de San Ignacio, habitada por campesinos considerados humildes e incultos, aquellos que en la visión cultural campesina del Paraguay son considerados como campañagua o koygua (habitantes del campo, poco instruidos), y hacia quienes existe tradicionalmente cierto sentimiento de desvalorización, marginación o des-precio por parte de los ciudagua (habitantes de la ciudad).

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«Cuando era niño (entre 1950 y 1960), la gente de la ciudad siempre se refería a los pobladores de Tañarandy con un tono burlón, considerándolos los koygua, los campañagua. Tañarandygua era una especie de insulto, de burla», recuerda Ruiz.

La granja de los abuelos de Koki —convertida en centro y espacio de creación de toda su acti-vidad cultural y donde actualmente vive con su familia— se encuentra a la entrada de Tañarandy. El artista recuerda que en el seno de su propia familia, prácticamente tan tañarandygua como sus vecinos, se manejaban los mismos prejuicios discriminadores: «Una de nuestras hermanas nació aquí, en la estancia de mis abuelos, porque se adelantó el parto y no hubo tiempo de ir al hospital. Nosotros, que habíamos nacido en la ciudad, nos burlábamos diciéndole que era de Tañarandy. Ella lloraba porque no quería ser una koygua, no quería ser de la campaña».

Los propios habitantes de Tañarandy aceptaban esta situación y se resignaban a ser los habitan-tes de una aldea olvidada de los alrededores de San Ignacio. Hasta que un día cualquiera de 1992, aquel mita’i akahata, hijo de los Ruiz Pérez y antiguo vecino del pueblo, entonces ya convertido en un joven artista plástico que, contradictoriamente, buscaba sus raíces mientras soñaba emigrar a Estados Unidos o Europa, regresó a su Misiones natal para desencadenar un proceso que se trans-formaría en una de las más revolucionarias experiencias que el arte haya provocado hasta ahora en un pueblo del Paraguay.

LOS INICIOS DE UNA REVOLUCIÓN ARTÍSTICADelfín Roque Ruiz Pérez, más conocido por su nombre artístico, Koki Ruiz, nació en San Ignacio Guasu en 1957.

Realizó sus estudios primarios en su ciudad natal. Las lecciones de dibujo y pintura de la her-mana Silvestra, una talentosa monja eslava de la Congregación de las Vicentinas, despertaron su temprana vocación artística ya en las aulas del preescolar. Cursó la secundaria en el colegio San Blas de Obligado, entre maestros y sacerdotes alemanes, donde integró el club de pintores. Tras concluir la secundaria, fue a estudiar arquitectura a São Paulo, Brasil, pero se desencantó de la carrera y regresó a Asunción.

«En sus inicios, Koki utilizaba los dedos como pincel, empleaba aceite usado de tractor para plasmar sobre bolsas de arpillera sus figuras que eran coloreadas con jabón y harina», narra el perio-dista Javier Yubi en un reportaje para el diario ABC Color. «Pintor autodidacta, fue experimentando con colores que él mismo conseguía de la naturaleza, y en sustitución de los pinceles, usó su dedo y otros elementos a manera de espátula», comenta el crítico Lisandro Cardozo en el Diccionario de las Artes Visuales del Paraguay.

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A los 25 años de edad, un cuadro suyo fue entregado a una subasta de beneficencia. El propie-tario de una galería lo descubrió y contactó con él; con este golpe de suerte inició su exitosa carrera de pintor. En 1977, Koki Ruiz obtuvo el Primer Premio Artista Joven en el Bosque de los Artistas, y en 1979 el Primer Premio en Dibujo en el Salón de Humor del diario La Tribuna. En 1985 realizó su primera muestra individual, «Cosecheros de algodón», en la Galería Propuestas. En 1986 participó en la prestigiosa Feria ARCO de Madrid, España. En 1987 expuso en la First Art Biennial Canning House, en Londres, Inglaterra. Desde entonces, su nombre integra la lista de pintores paraguayos más renombrados y cotizados internacionalmente.

A principios de 1990, Koki fue invitado por el gobierno municipal de San Ignacio para realizar una obra a la entrada de la ciudad. Esto permitió al municipio participar del Concurso de los Pue-blos, promovido en aquella época por la Dirección Nacional de Turismo. El proyecto llevó a Koki a instalarse varias semanas en La Barraca, la antigua granja de sus abuelos en Tañarandy. «La invita-ción me tomó por sorpresa. En esa época, yo soñaba como todo artista con mudarme a Nueva York, París o Madrid, exponer en las galerías importantes junto a los grandes pintores internacionales. Pero también quería colaborar con mi ciudad natal, aunque sea esporádicamente», recuerda.

La antigua granja de sus abuelos estaba un poco abandonada y deteriorada, pero el contacto le trajo recuerdos de su niñez. Empezó a realizar refacciones, pensando que podía convertirla en un lugar para pasar las vacaciones en familia.

Al otro lado del arroyo estaba la olvidada comunidad de Tañarandy, la que tantos recuerdos le traía de su niñez. Andando por sus calles polvorientas, saludando a la gente, reconociendo a viejos amigos, Koki empezó a considerar que era posible realizar una intervención artística en esa comu-nidad tan particular. Mientras las ideas daban vueltas en su cabeza, empezó a diseñar el portal que le pedía el municipio.

«Buscaba un tema relacionado con la historia y la identidad cultural de San Ignacio, que uniera la cultura guaraní con la jesuítica. Se me ocurrió trabajar el tema del tiempo. Los misioneros te-nían una visión renacentista del tiempo. Lo organizaban en horarios precisos para aprovecharlo al máximo, para vivir santa y dignamente el día entero. Incluso escribieron un libro, El buen uso del tiempo. Tenían horas para levantarse, comer, trabajar, ir a misa, dormir… todo muy bien ordenado.Los indígenas, en cambio, concebían el tiempo de manera diferente, en ciclos naturales, y para ellos cada ciclo tenía un sentido distinto. Diseñé una escultura que tenía como centro un reloj solar de piedra.» El portal se encuentra sobre la Ruta 1, a la entrada de la ciudad. Las semanas que Koki pasó trabajando en el proyecto despertaron otras ideas.

Era 1992 y se acercaba la Semana Santa. Recordó que los habitantes de Tañarandy mantenían prácticas rituales que en su niñez siempre le parecieron mágicas, con antorchas encendidas y lumi-narias hechas con cáscaras de apepu y grasa animal, con procesiones y el canto de los estacioneros. Cuando se enteró que esas prácticas se habían ido perdiendo, pensó en preparar una celebración pequeña que permitiera rescatarlas.

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«Mientras trabajaba en la construcción del portal, tuve tiempo de visitar con más frecuencia a los vecinos de Tañarandy. En esos días se había emitido por televisión un reportaje sobre una exposición que realicé en Punta del Este, Uruguay. Las personas me reconocían, se acercaban y me decían ‘Te vi anoche en la tele’. Sucedió algo curioso. Los habitantes se hicieron la idea de que yo era un artista que tallaba o pintaba santos. Me invitaban a visitar sus casas para mostrarme sus propios santos y capillas hogareñas. Así descubrí algo precioso: la gente de Tañarandy seguía conservando una religiosidad popular muy profunda.»

Esa sensación se ahondó cuando empezó a asistir a los funerales de la comunidad: «Me fascinó todo el ritual de los velorios, las mujeres vestidas de negro, el luto cerrado y algunas cuestiones simbólicas, como por ejemplo mantener la silla vacía del difunto en la mesa del comedor durante el almuerzo. Supe que aquí había una veta cultural muy rica para trabajar en lo artístico, y que había que hacer algo bueno con toda la gente de Tañarandy».

La primera procesión, aquella Semana Santa de 1992, fue apenas un ensayo pequeño en el patio de La Barraca. La granja de la familia Ruiz Pérez está ubicada en medio de un huerto de denso folla-je, en un entorno agreste. A la entrada hay una gran zanja y una elevación causada por la remoción de tierra para construir el terraplén del camino, un anfiteatro natural que Koki utilizó para ambien-tar una réplica del Monte del Calvario.

«La primera celebración la hicimos sólo en el patio de La Barraca. Invité a unos pocos vecinos de Tañarandy, que me ayudaron a hacer las luminarias y las antorchas. Aunque ya no se hacían los can-diles de apepu, varios adultos mayores recordaban la técnica y nos la enseñaron. Lo mismo pasó con las antorchas de takuara. Todo estaba muy vivo en la memoria. Entre los que asistieron estaba don Taní (José Estanislao Coronel, excombatiente del Chaco, poblador pionero ya fallecido) y sus hijos. Me interesaba que estuvieran sobre todo las hijas, que siempre vestían de negro. Para contrastar le pedí a los varones que vistieran camisas blancas. Para mí eran personajes reales de una obra artística, parte de una escenografía fantástica. La procesión que hicimos fue de apenas unos cien metros. Re-sultó algo muy lindo, pero entonces no pensamos que tendría continuidad. A los pocos días regresé a Asunción», recuerda el artista. Pero la semilla ya estaba sembrada. Lo que había sucedido en aque-lla primera Semana Santa de 1992 ya estaba corriendo de boca en boca entre la gente del pueblo.

TAÑARANDY HACE SUYA LA PROPUESTA«Aunque el punto de partida fue una procesión religiosa —el rescate de la celebración de Semana Santa a lo Yma—, buscaba desarrollar fundamentalmente un hecho artístico con la gente.» Así re-sume Koki Ruiz la manera en la que fue tomando forma lo que hoy denomina «barroco efímero».

Le había impresionado mucho la obra del fotógrafo norteamericano Spencer Tunick, quien re-corría varias ciudades del mundo convocando a la gente a posar desnuda en su famosa serie de

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desnudos colectivos. La gran participación que lograba le resultaba asombrosa. «Quería hacer algo parecido, pero no quería solamente «contratar» personas para posar en la obra mientras otros ob-servaban, sino que todos fueran partícipes de la misma creación de la obra, que los espectadores sean parte misma del espectáculo. Ese fue el propósito de lo que comenzamos a elaborar, aunque muchos lo veían sólo como una celebración ritual de la Semana Santa, o incluso como un evento turístico», explica.

En la Semana Santa de 1993, la segunda procesión con luminarias y antorchas se realizó nue-vamente en el patio de La Barraca, pero esta vez tanto el camino recorrido como la cantidad de personas que participaron fue mucho mayor. Varios habitantes de Tañarandy se habían acercado a Koki semanas antes diciéndole que querían participar en la organización, aportando ideas nuevas y agregando elementos de la tradición que en principio no estaban contemplados.

Al final de esa segunda celebración, todavía «casera», el compromiso entre el pintor y los habi-tantes había quedado pactado: la siguiente procesión de Semana Santa debía hacerse a lo largo de la calle principal del pueblo para que todos los habitantes y visitantes pudieran participar.

En abril de 1994, la tercera procesión se inició en La Barraca y llegó hasta el primer cruce de Tañarandy, recorriendo aproximadamente setecientos metros entre unas mil luminarias de apepu y una hilera de antorchas de takuara iluminando el camino. «Para ese tercer año, toda la gente estaba emocionada, entusiasmada. Me encontraba con personas de la comunidad que me decían ‘Este año va a venir mi hija a participar desde Buenos Aires’. La gente se fue apropiando de la propuesta, co-laborando activamente, aportando ideas. Yo vivía en Asunción, pero viajaba unos quince días antes de Semana Santa para organizar todo junto con la comunidad», cuenta Koki.

La organización fue creciendo. Se formaron grupos para confeccionar las luminarias, los can-diles y las antorchas. Otros se encargaban de reparar los caminos, de armar los escenarios, de pintar y engalanar los frentes de las casas por donde pasaría la procesión. Tañarandy se había apropiado de la propuesta.

CECILIO THOMPSON: LA REINVENCIÓN DE UN ARTISTA Y DE UN PUEBLOCuando vio un cartel pintado por Cecilio Thompson, Koki Ruiz sintió que al fin encontró lo que estaba buscando. Cecilio era un agricultor de Tañarandy a quien le gustaba pintar. Su técnica era rudimentaria, pero estaba impregnada de talento y creatividad.

En 1996, a Koki se le ocurrió otra idea fuera de lo común: promover el uso carteles publicitarios artesanales hechos por pintores populares en los comercios de la ciudad de San Ignacio. Esto con el doble propósito de dar trabajo a los artistas locales, como Cecilio, y dotar de una identidad artística propia al entorno. La idea no prosperó en San Ignacio, pero sí en Tañarandy.

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El pequeño pueblo sólo tenía dos almacenes muy pequeños y humildes, cuyos propietarios no estaban en condiciones de pagar los carteles artesanales. Así que decidieron, más por diversión que por negocio, pintar unos pequeños carteles al frente de cada casa con el apellido de la familia y un dibujo alegórico al oficio o la actividad principal del hogar. Si la familia tenía vacas lecheras y vendía leche, pintaban a una señora ordeñando una vaca. Si el jefe de familia era un excombatiente de la Guerra del Chaco, aparecía con su uniforme militar en la trinchera.

«Los pobladores se fueron entusiasmando a medida que veían el trabajo terminado. Muy pron-to, todo el proceso se convirtió en una fiesta popular. Las visitas para pintar carteles se convirtieron en una excusa para matar gallinas, encender el tatakua y preparar sopa paraguaya. Había quienes pedían que les pintemos sus paredes; así nacieron los murales y las ventanas falsas. Cecilio estaba a la vez sorprendido y entusiasmado. Comenzó siendo un pintor serio y formal, pero enseguida asomó su veta más creativa y juguetona, al punto que su técnica naif se convirtió en el sello visual de Tañarandy.»

El cambio visible del pueblo se reflejó en el propio Cecilio. «Hasta entonces era solamente un ve-cino más, pero al descubrir las preciosas pinturas que iba dejando casa por casa, todos se sorpren-dieron: ‘E’a, ¿koa piko Cecilio rembiapo?’ (‘Increíble, ¿esto es obra de Cecilio?’). Él se sintió valorado, querido, respetado. Empezó a dar lo mejor de sí», evoca Koki Ruiz. En 1998, Cecilio Thompson fue seleccionado para representar al Paraguay en la Bienal de São Paulo, Brasil. Era la primera vez que un artista popular del interior del país accedía a un evento internacional de tanta trascendencia.

A Cecilio se fueron uniendo otros pintores populares como Teodoro Meza, con quienes Koki formó el taller Felipe Santiago Apocatú como parte de la Fundación La Barraca. Ésta se convirtió en un centro de enseñanza para los jóvenes lugareños que deseaban aprender pintura, escultura en piedra y tallado de madera, a lo que luego se sumaría la experiencia de teatro y danza, así como la creación de los famosos cuadros vivientes.

Aunque fallecido prematuramente, Cecilio Thompson sobrevive en los murales, carteles y pin-turas de toda Tañarandy. Su legado continúa en el trabajo de sus compañeros y en el de una nueva generación de jóvenes artistas, entre quienes se destaca su hija, Cheli Thompson. Entre todas las obras de Cecilio, la más recordada es la que dejó en la Calle Amorcito.

UNA CALLE PARA ENAMORARSESi usted viaja desde Asunción, aproximadamente dos kilómetros antes de llegar a San Ignacio, a la mano izquierda de la Ruta 1 encontrará un polvoriento camino de tierra que se interna en medio de un verde valle campesino. La única referencia visible es un rústico cartel del lado derecho que dice «Kandiré, arte en bambú». Es una de las entradas al onírico mundo rural de Tañarandy. No dude en ingresar allí.

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Apenas haya transitado unos pocos metros, en un recodo del camino se encontrará con un colorido cuadro de pintura de estilo naif, que representa en cuatro escenas la vida de una pareja campesina. En el primer cuadro, el hombre y la mujer se abrazan y se declaran su amor bajo un cielo de luna y estrellas. En el siguiente, ambos están vestidos de novios ante el altar. En el tercero, el hombre acaricia con ternura la abultada panza de su esposa, y en el último la pareja posa con sus seis hijos bajo un radiante sol. Una leyenda le informa que usted ha llegado a Amorcito, la calle más romántica de todo el Paraguay.

«Casualmente, sobre esa calle vivían unas hermosas chicas de quienes los jóvenes del taller de arte estaban perdidamente enamorados. Cuando comenzamos a pensar en qué nombre le íbamos a dar al lugar, uno de los pintores suspiró: ‘En esa calle vive mi amorcito’. Al instante, otro exclamó: ‘¡Y llamé-mosle Amorcito, entonces!’. La propuesta fue aprobada al instante por unanimidad», recuerda Koki.

Gracias al sello característico de Cecilio Thompson, la complicidad de Teodoro Meza y varios jóvenes del taller Felipe Santiago Apocatú, así como a la activa participación de los vecinos, la calle Amorcito se transformó en una exposición permanente. El proyecto se concibió como un largo co-rredor de arte a cielo abierto, donde cada poste de alumbrado público, cada cercado, cada vivienda, cada elemento del entorno es integrado como obra de expresión creativa.

La mayoría de los motivos de las pinturas en las paredes de las casas se eligieron a pedido de los dueños. Así, la familia Ojeda pidió que se pinte en la puerta del pequeño oratorio una imagen de Santa Lucía, a quien la familia rinde culto desde hace varias generaciones. En cambio, los niños de la familia León pidieron a los artistas que retrataran a su brava madre montando precisamente al animal que designa su apellido. A lo largo de la calle, los artistas fueron diseminando también car-teles con ñe’enga y frases románticas; en muchos casos encerraban mensajes en clave para alguna muchacha destinataria de sus amores.

Con los años, el viento, el sol y la lluvia comenzaron a desteñir y borrar muchas de las pinturas. Un equipo integrado por una nueva generación de artistas se encargó de restaurarlas a fines de mayo de 2011. Entre ellos estuvo Cheli Thompson, quien restauró varias de las pinturas de su padre, agre-gando algunas nuevas. El proyecto fue acompañado por creativos de la agencia publicitaria Oniria, y registrado por la cineasta Renate Costa, celebrada directora del documental Cuchillo de Palo.

Orgullosos de las maravillas artísticas que pueblan sus calles, los tañarandyenses reciben con amabilidad a los visitantes, invitan con agua fresca y comparten su alegre modestia mientras cuen-tan las historias que dieron vida a cada uno de los cuadros. Y desde hace algún tiempo se ha empe-zado a difundir una leyenda: la calle Amorcito es el mejor lugar para enamorarse.

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ECUADROS QUE RESPIRANRepresentada por actores de carne y hueso, La última cena de Leonardo Da Vinci se traslada al agres-te paisaje de una aldea rural del Paraguay. Esta es una de las muchas escenas representadas en los cuadros vivientes de Tañarandy, una de las principales atracciones de la Semana Santa misionera. Algunas de ellas —como la recreación de obras maestras del arte clásico— se repiten a pedido del público año tras año, pero también se dan constantes innovaciones y sorpresas.

La experiencia empezó en 2004, cuando se programó la visita de un grupo de estudiantes para conocer de cerca lo que se hacía en Tañarandy. A Koki Ruiz se le ocurrió crear una atracción nueva, utilizando a los jóvenes de la comunidad como estatuas vivientes.

«Recreamos la historia precolombina con sus rituales, las misas chamánicas. Creamos una am-bientación de la misa indígena y, en contraposición, de la misa gregoriana con música de Domenico Zipoli, compositor de la época de las Reducciones Jesuíticas. Los jóvenes que actuaron se entu-siasmaron tanto que decidimos agregar cuadros vivientes a las celebraciones de Semana Santa», cuenta Ruiz.

Desde entonces, los cuadros vivientes coronan el fin de la procesión. Algunos son reproduccio-nes de obras pictóricas, como La última cena de Da Vinci; otros son recreaciones animadas a partir de esculturas, como el Éxtasis de Santa Teresa del italiano Lorenzo Bernini.

Los cuadros vivientes atraían a un numeroso público en el anfiteatro al aire libre de La Barraca. A partir de 2010, los organizadores decidieron trasladar el espectáculo a un teatro montado en un antiguo molino del centro de San Ignacio, cobrando la entrada. La nueva ubicación permite que el público aprecie el espectáculo con mayor intensidad, y a la vez aporte recursos a la organización.

TAÑARANDY, EXPERIENCIA ABIERTA AL FUTUROLa experiencia de Tañarandy delinea con claridad los retos de asumir el presente sin perder el arraigo del pasado ni la visión del futuro. Es en sus tradiciones y en su encanto de pequeño pueblo rural donde radica su principal fortaleza. Fue la propia comunidad quien se opuso a que la Municipalidad de San Ignacio pavimente la calle principal de tierra donde se realiza el Yvaga rape: «Los habitantes del pueblo saben que es eso justamente lo que se valora de Tañarandy, este paisaje rústico, con color rojo y verde. Saben que los candiles encendidos sobre el asfalto ya no tendrían sentido», afirma Koki.

Para la gente de Tañarandy, el asfalto no es la única señal de progreso. Como explica Koki, el pueblo eligió mantener su identidad rural: «Esto no significa que la comunidad no haya mejorado su nivel de vida, que todo lo que hicimos y seguimos haciendo no haya ayudado a su crecimiento, a su organización y desarrollo». Los pobladores han empezado a generar una serie de pequeños proyectos de emprendedores, como puestos de artesanía, cantinas, comedores, playas de estacio-namiento de vehículos y alojamientos campestres.

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A pesar de múltiples y repetidas ofertas, Koki y los habitantes de Tañarandy se han resistido a caer en la tentación de comercializar la experiencia. Gran parte de los costos de la organización se financian con fondos recaudados por la venta de sus cuadros. La Fundación también ha comenzado a obtener recursos propios, como el cobro de entradas para ver el espectáculo de cuadros vivientes en el teatro. La mayor parte del trabajo sigue siendo voluntario y es asumido por toda la comunidad.

La Semana Santa de Tañarandy ha sido un éxito tal que la experiencia se ve amenazada preci-samente por su convocatoria multitudinaria. Es por eso que Koki Ruiz y los vecinos están replan-teándose la organización: «La excesiva multitud desnaturaliza lo que queremos lograr. Viene tanta gente que ya no se pueden apreciar los detalles. Resulta ya difícil sentir el contacto con el fuego, con la música, con el arte y la espiritualidad. La muchedumbre no hace justicia a la experiencia sen-sorial que debe ser Tañarandy. Este último año ya no hubo espacio ni para caminar, mucha gente ya no podía ver lo que se estaba representando. Por eso estamos pensando realizar modificaciones sustanciales para los próximos años, buscar la manera de fragmentar la experiencia, crear nuevos espacios para que la gente pueda volver a tener ese contacto único, ese piri que da participar de nuestra celebración de Semana Santa».

¿Es Tañarandy una experiencia de anarquía, utopía socialista o sencillamente, una revolución del arte? Los investigadores sociales probablemente encontrarán los rótulos más apropiados. Mien-tras tanto, Tañarandy continúa viviendo su experiencia única y singular, la de una comunidad hu-milde y laboriosa que encarnó en sí misma la célebre frase del escritor ruso Leon Tolstoi: «Pinta de blanco tu aldea y serás universal».

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Cada pincelada que da vida a los personajes de los cuadros vivientes no sólo llena de colores la vida y la piel, sino el alma de los tañarandygua.

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El Éxtasis de Santa Teresa, del italiano Lorenzo Bernini, y los apóstoles del cuadro La última cena, de Leonardo da Vinci. Dos versiones libremente recreadas por los actores de Tañarandy en los ya célebres cuadros vivientes. Una propuesta artística que une el mundo campesino paraguayo con el arte universal.

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Fuego en las manos. Encender la vida, encender la memoria, encender la esperanza con el resplandor de una mezcla cultural. Barroco efímero y sustancial.

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¿Es el arte el que imita a la realidad, o es la realidad la que imita al arte? En Tañarandy, el paisaje de la vida cotidiana se confunde a menudo con el paisaje de los murales al aire libre. Quizás siempre hayan sido una sola y misma realidad.

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Tañarandy es naturaleza, es arte, es vida. Una aldea utópica a metros del asfalto y de las luces de neón, conservando todo el encanto y la magia del Paraguay más profundo y campesino.

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Don Roque Griffith es el último excombatiente de la Guerra del Chaco aún vivo en Tañarandy, y un ejemplo de heroísmo cívico para las nuevas generaciones.

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Se dice que Tañarandy es un pueblo humilde, insinuando que es un pueblo pobre. ¿Cómo puede ser pobre un pueblo que tiene la mayor riqueza, que resplandece y se ofrece generoso al visitante que llega y recorre sus calles verdes? ¿Cómo puede ser pobre la gente que tiene la alegría, la amabilidad y la sonrisa siempre a flor de labios, a flor de piel, a flor del alma?

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Como todo pueblo del interior, Tañarandy también tiene éxodos y ausencias que duelen. Pero aun

las ausencias componen vida y arte, como el cuadro del niño junto a la ventana falsa en la

pared de una casa abandonada, casi cubierta de malezas. Ese niño ya no está, pero persiste en la

pintura y en la risa de otros niños que juegan.

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El estilo de las pinturas naif de Cecilio Thompson quedó impregnado en todo el universo cultural de Tañarandy. Los artistas que dan continuidad a su legado rescatan la esencia de su obra.

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Koki Ruiz y Cheli Thompson dan nueva vida a la imagen de Santa Cecilia, pintada hace una década en la puerta del pequeño oratorio de la familia Ojeda, en la calle Amorcito. Tanto en la vida cotidiana como en sus expresiones de arte, la religiosidad popular es una presencia constante en Tañarandy, presencia que cobra su máximo esplendor en las celebraciones de Semana Santa.

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Las paredes de Tañarandy son también puertas que comunican a otras dimensiones: las del arte, la fantasía, los sueños, la imaginación, la utopía.

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Las obras cumbre de la pintura universal cobran vida a través de actores; uno de los juegos mágicos que hicieron célebre a Tañarady. El barroco efímero se repite en cada Semana Santa, nunca igual pero siempre encantador.

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Los cuadros vivientes fueron durante muchos años la atracción masiva del Viernes Santo en el anfiteatro al aire libre de La Barraca. Actualmente, conforman un museo viviente en el Teatro El Molino de San Ignacio, parte de un circuito diferenciado de las celebraciones de Semana Santa.

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Junto a los candiles de apepu, las antorchas de velas cubiertas de papel celofán amarillo son características de la procesión del Viernes Santo. Por cuestiones prácticas, se sustituyó la base de madera de takuara por trozos de mangueras de plástico.

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Semana Santa Yma Guare. El canto de los estacioneros, como la luz del candil, llega desde

una época antigua que se resiste a morir.

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Una cáscara de naranja silvestre cortada a la mitad, vaciada, rellena de sebo de vela y con un pabilo de tela: los candiles son hoy el símbolo más reconocible de la comunidad. La antiquísima técnica de elaboración de candiles de apepu fue recuperada del borde de la extinción por Koki Ruiz y los pobladores de Tañarandy.

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En cada Semana Santa se elaboran más de 15.000 candiles, proceso en el que participa gran parte de la comunidad

de Tañarandy. Al caer el sol, los visitantes se suman al encendido, formando una alfombra de luces a lo largo de la calle principal por donde se realiza la procesión.

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Yvaga rape. Camino al Cielo. Casi como caminar entre las estrellas.

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La multitud avanza, flotando en el quejumbroso canto de los estacioneros, noche adentro, país adentro, al encuentro de una identidad cultural más antigua que la memoria. Un mismo momento inmortalizado por dos expresiones del arte: la fotografía de René González y la pintura naif de Cecilio Thompson.

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La capilla de Tañarandy llama la atención por su sencillez en medio del verde paisaje rural. Adentro, el original estilo que se ha convertido en el sello del pueblo se despliega en la intervención de los pintores liderados por Koki Ruiz.

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Detalles que evocan la historia y la riqueza pictórica de las Misiones Jesuíticas conviven junto a viñetas curiosas, como el elemento de la puerta falsa, en el interior de la capilla de Tañarandy.

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El arte pictórico se ha revelado en Tañarandy como una herramienta de expresión y desarrollo social comunitario. Un elemento que se ha incorporado a distintas etapas de la vida de los pobladores, desde la hoja de cuaderno de una escolar

hasta el entorno visual que enmarca una historia de amor.

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La recreación de La última cena con actores campesinos es la más aclamada entre los cuadros vivientes de Tañarandy. Aunque la inspiración de Koki Ruiz ofrece anualmente nuevas expresiones del barroco efímero, el público reclama una y otra vez la puesta en escena de la obra maestra de Da Vinci.

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Jóvenes pobladores de Tañarandy y San Ignacio encarnan a las figuras emblemáticas de los cuadros de pintura universal. El personaje más disputado es siempre el de Jesús en La última cena.

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Lienzo y piel. Personaje real confundido con personajes pintados en un cuadro de fondo. Planos distintos que se unen y se superponen. Arte y realidad entremezclados, sin fronteras ni barreras.

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Una pequeña elevación rodeada de un espejo de agua es el escenario más privilegiado para las expresiones del barroco efímero en el anfiteatro natural de la Fundación La Barraca.

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La artesanía en takuara o bambú es otra de las atracciones características del poblado misionero. En la foto, Sindú en el taller de Kandiré.

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La lechuza y el gato son animales de culto popular en Tañarandy y aparecen frecuentemente en piezas escultóricas.

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Como en la mayoría de las poblaciones rurales del Paraguay, las mujeres de Tañarandy componen la fuerza movilizadora de la vida social. Son la memoria, la cuna, el abrigo, la vida y la esperanza de una revolución hecha con arte.

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En la calle Amorcito, la más romántica del Paraguay, se recomienda no hablar de otra cosa que no sea el amor. Y por si alguien se olvida, los carteles se lo recuerdan.

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Cecilio Thompson, Teodoro Meza y otros pintores del taller Felipe Santiago Apocatú estamparon historias de amor y

pequeños milagros en los murales de la calle Amorcito durante los años 90. Veinte años después, Koki Ruiz animó a una nueva

generación de pintores a repintar y recrear las obras. Cheli Thompson, hija del desaparecido Cecilio, es parte de esa nueva

generación que realizó la restauración en mayo de 2011.

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ANDRÉS COLMAN GUTIÉRREZNació en 1961 en Yhu, Paraguay. Es periodista, escritor y guionista. Ganó el Premio de Narrativa El Lector con su novela El último vuelo del pájaro campana, lanzada en 1995 y reeditada en 2007. El país en una plaza, su segunda novela, fue publicada en 2004. En 2006 publicó un cómic sobre el asesinato del periodista Santiago Leguizamón, Mediodía en la tierra de nadie, y al año siguiente lanzó el libro de cuentos El Principito en la Plaza Uruguaya, reeditado en 2010. Recibió el Premio Vladimir Herzog (Brasil, 1985), el Premio Nacional de Periodismo Santiago Leguizamón (Paraguay, 2000) y el Premio Periodista Amigo de la Niñez y la Adolescencia (Paraguay, 2010). Es integrante de la Unidad de Investigación y Reportajes del diario Última Hora en Asunción y presidente del Foro de Periodistas Paraguayos (FOPEP).

A Koki Ruiz y a todos los y las tañarandygua, que me hacen sentir en casa cada vez que sueño sus calles.

LOS AUTORES

RENÉ GONZ ÁLEZNació en 1981 en Posadas, Argentina. Trabajó como reportero gráfico en varios medios de prensa locales. Ha colaborado con agencias internacionales de noticias como Reuters, Associated Press, y actualmente trabaja con la agencia china Xinhua. Trabaja además para distintas agencias de organismos internacionales. Es fotógrafo voluntario de la Fundación Operación Sonrisa en Paraguay. Sus reportajes han aparecido en revistas nacionales e internacionales. Participó en exposiciones colectivas e individuales, así como en la publicación de cuatro libros. En abril de 2010, obtuvo el primer premio por la mejor fotografía publicada en 2009 en el Concurso de Fotoperiodismo organizado por el Citibank.

Dedico este ensayo fotográfico a mis hijas: mi Paz es con Abril. Agradecimientos totales a la comunidad de Tañarandy, a Jorge Sáenz y al diario Última Hora.

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