Tema 8 Liturgia

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1 Tema 8: Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía Escuela de Formación de Agentes de Pastoral de Carballo

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    Tema 8:

    Presencia real de Jesucristo en la Eucarista

    Escuela de Formacin de Agentes de Pastoral de Carballo

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    En qu sentido la Santa Misa es sacrificio?

    La Santa Misa es sacrificio en un sentido propio y singular, nuevo respecto a los sacrificios de las religiones naturales y a los sacrificios rituales del Antiguo Testamento: es sacrificio porque la Santa Misa re-presenta (= hace presente), en el hoy de la celebracin litrgica de la Iglesia, el nico sacrificio de nuestra redencin, porque es su memorial y aplica su fruto (cfr. Catecismo , 1362-1367).

    La Iglesia cada vez que celebra la Eucarista est llamada a acoger el don que Cristo le ofrece y, por tanto, a participar en el sacrificio de su Seor, ofrecindose con l al Padre por la salvacin del mundo. Se puede, por tanto, afirmar que la Santa Misa es sacrificio de Cristo y de la Iglesia.

    La Eucarista, presencia sacramental del sacrificio redentor de Jesucristo

    Como apenas hemos dicho, la Santa Misa es verdadero y propio sacrificio por su relacin directa de identidad sacramental con el sacrificio nico, perfecto y definitivo de la Cruz. Esta relacin fue instituida por Jesucristo en la ltima Cena, cuando entreg a los Apstoles, bajo las especies del pan y del vino, su Cuerpo ofrecido en sacrificio y su Sangre derramada en remisin de los pecados, anticipando en el rito memorial lo que aconteci histricamente, poco tiempo despus, sobre el Glgota. Desde entonces la Iglesia, bajo la gua y la virtud del Espritu Santo, no cesa de cumplir el mandato de reiteracin que Jesucristo dio a sus discpulos: Haced esto en memoria ma [como memorial mo] ( Lc 22,19; 1 Co 11,24-25). De este modo anuncia (hace presente con la palabra y el sacramento) la muerte del Seor (es decir, su sacrificio: cfr. Ef 5,2; Hb 9,26), hasta que El vuelva (por tanto, su resurreccin y ascensin gloriosa) (cfr. 1 Co 11,26).

    Este anuncio, esta proclamacin sacramental del Misterio Pascual del Seor, es de una particular eficacia, pues no slo se representa in signo, o in figura, el sacrificio redentor de Cristo, sino tambin se hace verdaderamente presente: se presencializa su Persona y el evento salvfico conmemorado. El Catecismo de la Iglesia Catlica lo expresa del siguiente modo: La Eucarista es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualizacin y la ofrenda sacramental de su nico sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo (Catecismo , 1362).

    Por tanto, cuando la Iglesia celebra la Eucarista, por la consagracin del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, se hace presente la misma Vctima del Glgota, ahora gloriosa; el mismo Sacerdote, Jesucristo; el mismo acto de oferta sacrificial (la oferta primordial de la Cruz) inseparablemente unido a la presencia sacramental de Cristo; oferta siempre actual en Cristo resucitado y glorioso. Slo cambia la manifestacin externa de esta entrega: en el Calvario, mediante la pasin y muerte de Cruz; en la Misa, a travs del memorial-sacramento: la doble consagracin del pan y del vino en el contexto de la Plegaria Eucarstica (imagen sacramental de la inmolacin de la Cruz).

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    En conclusin: la ltima Cena, el sacrificio del Calvario y la Eucarista estn estrechamente relacionados: la ltima Cena fue la anticipacin sacramental del sacrificio de la Cruz; la Eucarista, que entonces instituy Jesucristo, perpeta (hace presente) a lo largo de los tiempos, all donde se celebra sacramentalmente, el nico sacrificio redentor del Seor, para que todas las generaciones puedan entrar en contacto con Cristo y acoger la salvacin que l ofrece a la entera humanidad.

    La Eucarista, sacrificio de Cristo y de la Iglesia

    La Santa Misa es sacrificio de Cristo y de la Iglesia, porque cada vez que se celebra el Misterio Eucarstico, ella, la Iglesia, participa en el sacrificio de su Seor, entrando en comunin con l con su oferta sacrificial al Padre y con los bienes de la redencin que l nos ha obtenido. Toda la Iglesia ofrece y es ofrecida en Cristo al Padre por el Espritu Santo. As lo afirma la tradicin viva de la Iglesia, tanto en los textos de la liturgia como en las enseanzas de los Padres y del Magisterio. El fundamento de esta doctrina se encuentra en el principio de unin y cooperacin entre Cristo y los miembros de su Cuerpo, claramente expuesto por el Concilio Vaticano II: En esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadsima Esposa la Iglesia.

    La Iglesia ofrece con Cristo

    La participacin de la Iglesia el Pueblo de Dios, jerrquicamente estructurado en la oferta del sacrificio eucarstico est legitimada por el mandato de Jess: haced esto en conmemoracin ma [como memorial mo], y se refleja en la frmula litrgica memores... offerimus [ tibi Pater ] gratias agentes hoc sacrificium , frecuentemente utilizada en las Plegarias Eucarsticas de la Iglesia Antigua, e igualmente presente en las actuales Plegarias Eucarsticas.

    Como testimonian los textos de la liturgia eucarstica, los fieles no son simples espectadores de un acto de culto realizado por el sacerdote celebrante; todos ellos pueden y deben participar en la oferta del sacrificio eucarstico, porque en virtud del bautismo han sido incorporados a Cristo y forman parte de la estirpe elegida, del sacerdocio real, de la nacin santa, del Pueblo que Dios ha adquirido (1 P 2,9); es decir, del nuevo Pueblo de Dios en Cristo, que l mismo sigue reuniendo en torno a s, para que de un confn al otro de la tierra ofrezca a su nombre un sacrificio perfecto (cfr. Mal 1,10-11). Ofrecen no slo el culto espiritual del sacrificio de las propias obras y de su entera existencia, sino tambin en Cristo y con Cristo la Vctima pura, santa e inmaculada. Todo esto comporta el ejercicio del sacerdocio comn de los fieles en la Eucarista.

    Entre la oferta de la Iglesia y la de Cristo no hay yuxtaposicin sino identificacin. Los fieles no ofrecen un sacrificio diverso del de Cristo, pues al unirse a l hacen posible que incorpore la oblacin de la Iglesia a la suya, de modo tal que la oferta de la Iglesia llegue a ser la oferta misma de Cristo. Y es l, Jesucristo, quien ofrece el sacrificio espiritual de los fieles incorporado al suyo. La relacin entre estos dos aspectos no puede caracterizarse como yuxtaposicin ni como sucesin, sino como presencia de uno en el otro.

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    La Iglesia es ofrecida con Cristo

    La Iglesia, en unin con Cristo, no slo ofrece el sacrificio eucarstico, sino tambin es ofrecida en l, pues como Cuerpo y Esposa est inseparablemente unida a su Cabeza y a su Esposo.

    La enseanza de los Padres es muy clara a este respecto. Para san Cipriano la Iglesia ofrecida (la oblacin invisible de los fieles) est simbolizada en la oferta litrgica de los dones del pan y del vino mezclado con unas gotas de agua, como materia del Sacrificio del Altar. Para san Agustn es claro que en el Sacrifico del Altar toda la Iglesia es ofrecida con su Seor, y que esto se manifiesta en la misma celebracin sacramental: Esta ciudad plenamente redimida, es decir, la asamblea y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal por el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, se ofreci por nosotros en su pasin, para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza... Tal es el sacrificio de los cristianos: siendo muchos, no formamos ms que un solo Cuerpo en Cristo ( Rm 12,5). La Iglesia celebra este misterio en el sacramento del altar, bien conocido de los fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a s misma . Para san Gregorio Magno la celebracin de la Eucarista es un estmulo para que imitemos el ejemplo del Seor, ofreciendo nuestra vida al Padre como hizo Jess; de este modo llegar a nosotros la salvacin que proviene de la Cruz del Seor: Es necesario que cuando celebramos este sacrificio eucarstico nos ofrezcamos a Dios con contricin de corazn, porque quienes celebramos los misterios de la pasin del Seor debemos imitar aquello que hacemos. Y entonces la hostia ocupar nuestro lugar ante Dios, si nos hacemos hostias a nosotros mismos .

    La misma liturgia eucarstica no deja de expresar la participacin de la Iglesia, bajo el influjo del Espritu Santo, en el sacrificio de Cristo: Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Vctima por cuya inmolacin quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espritu Santo, formemos en Cristo un solo Cuerpo y un solo Espritu. Que l nos transforme en ofrenda permanente... . De modo semejante se pide en la Plegaria Eucarstica IV: Dirige tu mirada sobre esta Vctima que T mismo has preparado a tu Iglesia, y concede a cuantos compartimos este Pan y este Cliz, que, congregados en un solo Cuerpo por el Espritu Santo, seamos en Cristo Vctima viva para alabanza de tu gloria.

    La participacin de los fieles consiste ante todo en unirse interiormente al sacrificio de Cristo, hecho presente sobre el altar gracias al ministerio del sacerdote celebrante. No puede decirse en modo alguno que los fieles concelebren con el sacerdote, ya que slo l acta in persona Christi Capitis . Pero si que concurren a la celebracin del sacrificio, por el sacerdocio comn recibido en el bautismo. Esta participacin interior se ha de manifestar en la participacin exterior: en la comunin (en estado de gracia), en las respuestas y en las oraciones que los fieles rezan con el sacerdote; en las posturas; y tambin, a veces, en la realizacin de algunos ritos, como la proclamacin de las lecturas o la oracin de los fieles.

    Por lo que respecta al Magisterio contemporneo, baste citar ahora este texto del Catecismo de la Iglesia Catlica : La Eucarista es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con l, ella se

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    ofrece totalmente. Se une a su intercesin ante el Padre por todos los hombres. En la Eucarista, el sacrificio de Cristo es tambin el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oracin y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren as un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda ( Catecismo , 1368).

    La doctrina apenas enunciada tiene una importancia fundamental para la vida cristiana. Todos los fieles estn llamados a participar en la Santa Misa poniendo en ejercicio su sacerdocio real, es decir, con la intencin de ofrecer la propia vida sin mancha de pecado al Padre, con Cristo, Vctima inmaculada, en sacrificio espiritual-existencial, restituyndole con amor filial y en accin de gracias todo lo que de l han recibido. De este modo la caridad divina la corriente de amor trinitario, operante en la celebracin de la Eucarista transformar su entera existencia.

    Los fieles deben procurar que la Santa Misa sea realmente centro y raz de su vida interior, ordenando hacia ella todo su da, el trabajo y todas sus acciones. Esta es una manifestacin capital del alma sacerdotal. En esta lnea san Josemara nos exhorta: Lucha por conseguir que el Santo Sacrificio del Altar sea el centro y la raz de tu vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en un acto de culto prolongacin de la Misa que has odo y preparacin para la siguiente, que se va desbordando en jaculatorias, en visitas al Santsimo, en ofrecimiento de tu trabajo profesional y de tu vida familiar... .

    Las Misas sin participacin de pueblo, tienen tambin carcter pblico y social. Sus efectos se extienden a todo lugar y tiempo. De ah la gran conveniencia de que los sacerdotes celebren todos los das, aun cuando no pueda haber participacin de fieles.

    Fines y frutos de la Santa Misa

    La Santa Misa, en cuanto es re-presentacin sacramental del sacrificio de Cristo, tiene los mismos fines que el sacrificio de la Cruz. Estos fines son: el fin latrutico (alabar y adorar a Dios Padre, por el Hijo, en el Espritu Santo); el fin eucarstico (dar gracias a Dios por la creacin y la redencin); el propiciatorio (desagraviar a Dios por nuestros pecados); y el impetratorio (pedir a Dios sus dones y sus gracias). Esto se expresa en las diversas oraciones que forman parte de la celebracin litrgica de la Eucarista, especialmente en el Gloria, en el Credo, en las diversas partes de la Anfora o Plegaria Eucarstica (Prefacio, Sanctus, Epclesis, Anmnesis, Intercesiones, Doxologa final), en el Padre Nuestro, y en las oraciones propias de cada Misa: Oracin Colecta, Oracin sobre las ofrendas, Oracin despus de la Comunin.

    Por frutos de la Misa se entienden los efectos que la virtud salvfica de la Cruz, hecha presente en el sacrificio eucarstico, genera en los hombres cuando la acogen libremente, con fe, esperanza y amor al Redentor. Estos frutos comportan esencialmente un crecimiento en la gracia santificante y una ms intensa conformacin existencial con Cristo, segn el modo especfico que la Eucarista nos ofrece.

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    Tales frutos de santidad no se determinan idnticamente en todos los que participan en el sacrificio eucarstico; sern mayores o menores segn la insercin de cada uno en la celebracin litrgica y en la medida de su fe y devocin. Por tanto, participan de manera diversa de los frutos de la Santa Misa: toda la Iglesia; el sacerdote que celebra y los que, unidos con l, concurren a la celebracin eucarstica; los que, sin participar a la Misa, se unen espiritualmente al sacerdote que celebra; y aquellos por quienes la Misa se aplica, que pueden ser vivos o difuntos.

    Cuando un sacerdote recibe una oferta para que aplique los frutos de la Misa por una intencin, queda gravemente obligado a hacerlo

    La presencia real eucarstica

    En la celebracin de la Eucarista se hace presente la Persona de Cristo el Verbo encarnado, que fue crucificado, muri y ha resucitado por la salvacin del mundo, con una modalidad de presencia mistrica, sobrenatural, nica. El fundamento de esta doctrina lo encontramos en la misma institucin de la Eucarista, cuando Jess identific los dones que ofreca, con su Cuerpo y con su Sangre (esto es mi Cuerpo esta es mi Sangre), es decir, con su corporeidad inseparablemente unida al Verbo y, por tanto, con su entera Persona.

    Ciertamente, Cristo Jess est presente de mltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oracin de los fieles (cfr. Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los encarcelados (cfr. Mt 25,31-46), en los sacramentos y especialmente en la persona del ministro sacerdote. Pero, sobre todo , est presente bajo las especies eucarsticas (cfr. Catecismo , 1373).

    La singularidad de la presencia eucarstica de Cristo est en el hecho de que el Santsimo Sacramento contiene verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el Alma y la Divinidad de nuestro Seor Jesucristo, Dios verdadero y Hombre perfecto, el mismo que naci de la Virgen, muri en la Cruz y ahora est sentado en los cielos a la diestra del Padre. Esta presencia se denomina real, no a ttulo exclusivo, como si los otras presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es substancial , y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente ( Catecismo , 1374).

    El trmino substancial trata de indicar la consistencia de la presencia personal de Cristo en la Eucarista: sta no es simplemente una figura, capaz de significar y de estimular a la mente a pensar en Cristo, presente en realidad en otro lugar, en el Cielo; ni es un simple signo, a travs del cual se nos ofrece la virtud salvadora la gracia, que proviene de Cristo. La Eucarista es, en cambio, presencia objetiva, del ser-en-s (la substancia) del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, es decir, de su entera Humanidad inseparablemente unida a la Divinidad por la unin hiposttica, aunque velada por las especies o apariencias del pan y del vino.

    Por tanto, la presencia del verdadero Cuerpo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento no se conoce por los sentidos, sino slo por la fe , la cual se apoya en la

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    autoridad de Dios ( Catecismo , 1381). Esto lo expresa muy bien la siguiente estrofa del Adoro te devote: Visus, tactus, gustus, in te fallitur / Sed auditu solo tuto creditur / Credo quidquid dixit Dei Filius: / Nil hoc verbo Veritatis verius (Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto / pero basta con el odo para creer con firmeza / creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios / nada es ms verdadero que esta palabra de verdad).

    La transubstanciacin

    La presencia verdadera, real y substancial de Cristo en la Eucarista supone una conversin extraordinaria, sobrenatural, nica. Tal conversin tiene su fundamento en las mismas palabras del Seor: Tomad y comed: esto es mi Cuerpo bebed todos de l, porque sta es mi Sangre de la nueva alianza ( Mt 26,26-28). En efecto, estas palabras se hacen realidad slo si el pan y el vino cesan de ser pan y vino y se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, porque es imposible que una misma cosa pueda ser simultneamente dos seres diversos: pan y Cuerpo de Cristo; vino y Sangre de Cristo.

    Sobre este punto el Catecismo de la Iglesia Catlica recuerda: El Concilio de Trento resume la fe catlica cuando afirma: Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofreca bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta conviccin, que declara de nuevo el santo Concilio: por la consagracin del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Seor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia Catlica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciacin ( Catecismo , 1376). Sin embargo permanecen inalteradas las apariencias del pan y del vino, es decir, las especies eucarsticas.

    Aunque los sentidos capten verdaderamente las apariencias del pan y del vino, la luz de la fe nos da a conocer que lo que realmente se contiene bajo el velo de las especies eucarsticas es la substancia del Cuerpo y de la Sangre del Seor. Gracias a la permanencia de las especies sacramentales del pan, podemos afirmar que el Cuerpo de Cristo su entera Persona est realmente presente en el altar, o en el copn, o en el Sagrario.

    Propiedades de la presencia eucarstica

    El modo de la presencia de Cristo en la Eucarista es un misterio admirable. Segn la fe catlica Jesucristo est presente todo entero, con su corporeidad glorificada, bajo cada una de las especies eucarsticas, y todo entero en cada una de las partes resultantes de la divisin de las especies, de modo que la fraccin del pan no divide a Cristo (cfr. Catecismo , 1377) . Se trata de una modalidad de presencia singular, porque es invisible e intangible, y, adems, es permanente, en el sentido de que, una vez realizada la consagracin, dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarsticas.

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    El culto a la Eucarista

    La fe en la presencia real de Cristo en la Eucarista ha llevado a la Iglesia a tributar culto de latra (es decir, de adoracin), al Santsimo Sacramento, tanto durante la liturgia de la Misa (por esto ha indicado que nos arrodillemos o nos inclinemos profundamente ante las especies consagradas), como fuera de su celebracin: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas en el Sagrario (o Tabernculo), presentndolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevndolas en procesin, etc. (cfr. Catecismo , 1378).

    Se conserva la Sagrada Eucarista en el Sagrario:

    principalmente para poder dar la Sagrada Comunin a los enfermos y a otros fieles imposibilitados de participar en la Santa Misa;

    adems, para que la Iglesia pueda dar culto de adoracin a Dios Nuestro Seor en el Santsimo Sacramento (de modo especial durante Exposicin de la Santsima Eucarista, en la Bendicin con el Santsimo; en la Procesin con el Santsimo Sacramento en la Solemnidad de Cuerpo y Sangre de Cristo, etc.);

    y para que los fieles puedan siempre adorar al Seor Sacramentado con frecuentes visitas. En este sentido afirma Juan Pablo II: La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarstico. Jess nos espera en este Sacramento del Amor. No ahorremos nuestro tiempo para ir a encontrarlo en la adoracin, en la contemplacin llena de fe y pronta a reparar las grandes culpas y delitos del mundo. No cese jams nuestra adoracin;

    Hay dos grandes fiestas (solemnidades) litrgicas en las que se celebra de modo especial este Sagrado Misterio: el Jueves Santo (se conmemora la institucin de la Eucarista y del Orden Sagrado) y la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (destinada especialmente a la adoracin y a la contemplacin del Seor en la Eucarista).

    Por qu la Eucarista es el Banquete Pascual de la Iglesia?

    La Eucarista es el Banquete Pascual porque Cristo, realizando sacramentalmente su Pascua [el paso de este mundo al Padre a travs de su pasin, muerte, resurreccin y ascensin gloriosa, nos entrega su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos como comida y bebida, y nos une con l y entre nosotros en su sacrificio ( Compendio , 287).

    Celebracin de la Eucarista y Comunin con Cristo

    La Misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpeta el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunin en el Cuerpo y la Sangre del Seor. Pero la celebracin del sacrificio eucarstico est totalmente orientada hacia la

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    unin ntima de los fieles con Cristo por medio de la comunin. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros ( Catecismo , 1382).

    La Santa Comunin, ordenada por Cristo (tomad y comed bebed todos de l: Mt 26,26-28; cfr. Mc 14,22-24; Lc 22,14-20; 1 Co 11,23-26), forma parte de la estructura fundamental de la celebracin de la Eucarista. Slo cuando Cristo es recibido por los fieles como alimento de vida eterna alcanza plenitud de sentido su hacerse alimento para los hombres, y se cumple el memorial por l instituido. Por esto la Iglesia recomienda vivamente la comunin sacramental a todos aquellos que participen en la celebracin eucarstica y posean las debidas disposiciones para recibir dignamente el Santsimo Sacramento.

    Necesidad de la Sagrada Comunin

    Cuando Jess prometi la Eucarista afirm que este alimento no es slo til, sino necesario: es una condicin de vida para sus discpulos. En verdad, en verdad os digo que si no comis la carne del Hijo del Hombre y no bebis su sangre, no tendris vida en vosotros ( Jn 6,53).

    Comer es una necesidad para el hombre. Y, como el alimento natural mantiene al hombre en vida y le da fuerzas para caminar en este mundo, de modo semejante la Eucarista mantiene en el cristiano la vida en Cristo , recibida con el bautismo, y le da fuerzas para ser fiel al Seor en esta tierra, hasta la llegada a la Casa del Padre. Los Padres de la Iglesia han entendido el pan y el agua que el ngel ofreci al profeta Elas como tipo de la Eucarista (cfr. 1 Re 19, 1-8): despus de recibir el don, el que estaba agotado recupera su vigor y es capaz de cumplir la misin de Dios.

    La Comunin, por tanto, no es un elemento que puede ser aadido arbitrariamente a la vida cristiana; no es necesaria slo para algunos fieles especialmente comprometidos en la misin de la Iglesia, sino que es una necesidad vital para todos: puede vivir en Cristo y difundir su Evangelio slo quien se nutre de la vida misma de Cristo.

    El deseo de recibir la Santa Comunin debera estar siempre presente en los cristianos, como permanente debe ser la voluntad de alcanzar el fin ltimo de nuestra vida. Este deseo de recibir la Comunin, explcito o al menos implcito, es necesario para alcanzar la salvacin.

    Adems, la recepcin de hecho de la Comunin es necesaria, con necesidad de precepto eclesistico, para todos los cristianos que tienen uso de razn: La Iglesia obliga a los fieles () a recibir al menos una vez al ao la Eucarista, si es posible en tiempo pascual preparados por el sacramento de la Reconciliacin ( Catecismo , 1389). Este precepto eclesistico no es ms que un mnimo, que no siempre ser suficiente para desarrollar una autntica vida cristiana. Por eso la misma Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucarista los domingos y los das de fiesta, o con ms frecuencia an, incluso todos los das ( Catecismo , 1389).

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    Ministro de la Sagrada Comunin

    El ministro ordinario de la Santa Comunin es el obispo, el presbtero y el diacono. Ministro extraordinario permanente es el aclito. Pueden ser ministros extraordinarios de la comunin otros fieles a los que el Ordinario del lugar haya dado la facultad de distribuir la Eucarista, cuando se juzgue necesario para la utilidad pastoral de los fieles y no estn presentes un sacerdote, un dicono o un aclito disponibles.

    No est permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni el cliz sagrado por s mismos, ni mucho menos que se lo pasen entre s de mano en mano. A propsito de esta norma es oportuno considerar que la Comunin tiene valor de signo sagrado; este signo debe manifestar que la Eucarista es un don de Dios al hombre; por esto, en condiciones normales, se deber distinguir, en la distribucin de la Eucarista, entre el ministro que dispensa el Don, ofrecido por el mismo Cristo, y el sujeto que lo acoge con gratitud, en la fe y en el amor.

    Disposiciones para recibir la Sagrada Comunin

    Disposiciones del alma

    Para comulgar dignamente es necesario estar en gracia de Dios. Quien come el Pan y bebe el Cliz del Seor indignamente proclama san Pablo, ser reo del Cuerpo y de la Sangre del Seor. Examnese, pues el hombre a s mismo; y entonces coma del Pan y beba del Cliz; pues el que sin discernir come y bebe el Cuerpo del Seor, se come y bebe su propia condenacin (1 Co 11,27-29). Por tanto, nadie debe acercarse a la Sagrada Eucarista con conciencia de pecado mortal por muy contrito que le parezca estar, sin preceder la confesin sacramental (cfr. Catecismo , 1385).

    Para comulgar fructuosamente se requiere, adems de estar en gracia de Dios, un serio empeo por recibir al Seor con la mayor devocin actual posible: preparacin (remota y prxima); recogimiento; actos de amor y de reparacin, de adoracin, de humildad, de accin de gracias, etc.

    Disposiciones del cuerpo

    La reverencia interior ante la Sagrada Eucarista se debe reflejar tambin en las disposiciones del cuerpo. La Iglesia prescribe el ayuno. Para los fieles de rito latino el ayuno consiste en abstenerse de todo alimento o bebida (excepto el agua o medicinas) una hora antes de comulgar . Tambin se debe procurar la limpieza del cuerpo, el modo de vestir adecuado, los gestos de veneracin que manifiestan el respeto y el amor al Seor, presente en el Santsimo Sacramento, etc. (cfr. Catecismo , 1387).

    El modo tradicional de recibir la Sagrada Comunin en el rito latino fruto de la fe, del amor y de la piedad plurisecular de la Iglesia es de rodillas y en la boca. Los motivos que dieron lugar a esta piadosa y antiqusima costumbre, siguen siendo plenamente vlidos.

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    Tambin se puede comulgar de pie y, en algunas dicesis del mundo, est permitido nunca impuesto recibir la comunin en la mano.

    Edad y preparacin para recibir la primera Comunin

    El precepto de la comunin sacramental obliga a partir del uso de razn. Conviene preparar muy bien y no retrasar la Primera Comunin de los nios: Dejad que los nios se acerquen a M y no se lo impidis, porque de stos es el Reino de Dios ( Mc 10,14).

    Para poder recibir la primera Comunin, se requiere que el nio tenga conocimiento, segn su capacidad, de los principales misterios de la fe, y que sepa distinguir el Pan eucarstico del pan comn. Los padres en primer lugar, y quienes hacen sus veces, as como tambin el prroco, tienen obligacin de procurar que los nios que han llegado al uso de razn se preparen convenientemente y se nutran cuanto antes, previa confesin sacramental , con este alimento divino.

    Efectos de la Sagrada Comunin

    Lo que el alimento produce en el cuerpo para el bien de la vida fsica, lo produce en el alma la Eucarista, de un modo infinitamente ms sublime, en bien de la vida espiritual. Pero mientras el alimento se convierte en nuestra substancia corporal, al recibir la Sagrada Comunin, somos nosotros los que nos convertimos en Cristo: No me convertirs t en ti, como la comida en tu carne, sino que t te cambiars en M. Mediante la Eucarista la nueva vida en Cristo, iniciada en el creyente con el bautismo (cfr. Rm 6,3-4; Gal 3,27-28), puede consolidarse y desarrollarse hasta alcanzar su plenitud (cfr. Ef 4,13), permitiendo al cristiano llevar a trmino el ideal enunciado por san Pablo: Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en m ( Gal 2,20).

    Por tanto, la Eucarista nos configura con Cristo, nos hace partcipes del ser y de la misin del Hijo, nos identifica con sus intenciones y sentimientos, nos da la fuerza para amar como Cristo nos pide (cfr. Jn 13,34-35), para encender a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo con el fuego del amor divino que l vino a traer a la tierra (cfr. Lc 12,49). Todo esto debe manifestarse efectivamente en nuestra vida: Si hemos sido renovados con la recepcin del cuerpo del Seor, hemos de manifestarlo con obras. Que nuestras palabras sean verdaderas, claras, oportunas; que sepan consolar y ayudar, que sepan, sobre todo, llevar a otros la luz de Dios. Que nuestras acciones sean coherentes, eficaces, acertadas: que tengan ese bonus odor Christi (2 Co 2,15), el buen olor de Cristo, porque recuerden su modo de comportarse y de vivir.

    Dios, por la Sagrada Comunin, acrecienta la gracia y las virtudes, perdona los pecados veniales y la pena temporal, preserva de los pecados mortales y concede perseverancia en el bien: en una palabra, estrecha los lazos de unin con l (cfr. Catecismo , 1394-1395). Pero la Eucarista no ha sido instituida para el perdn de los pecados mortales; esto es lo propio del sacramento de la Confesin (cfr. Catecismo , 1395).

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    La Eucarista causa la unidad de todos los fieles cristianos en el Seor, es decir, la unidad de la Iglesia, Cuerpo Mstico de Cristo (cfr. Catecismo , 1396).

    La Eucarista es prenda o garanta de la gloria futura , es decir, de la resurreccin y de la vida eterna y feliz junto a Dios, Uno y Trino, a los ngeles y a todos los santos: Cristo, que pas de este mundo al Padre, nos da en la Eucarista la prenda de la gloria que tendremos junto a l: la participacin en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazn, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santsima Virgen Mara y a todos los santos ( Catecismo , 1419).