Texto de Descartes Comentado

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Ren Descartes, Discurso del Mtodo. Partes II y IV. Madrid: Alfaguara, 1981, pp. 14-18, 24-30.

Segunda parte

Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tom la resolucin de avanzar tan lentamente y de usar tal circunspeccin en todas las cosas que aunque avanzase muy poco, al menos me cuidara al mximo de caer. Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por completo algunas de las opiniones que hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razn, hasta que no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar el verdadero mtodo con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas de las que mi espritu fuera capaz.

Haba estudiado un poco, siendo ms joven, la lgica de entre las partes de la filosofa; de las matemticas el anlisis de los gemetras y el lgebra. Tres artes o ciencias que deban contribuir en algo a mi propsito. Pero habindolas examinado, me percat que en relacin con la lgica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven ms para explicar a otro cuestiones ya conocidas o, tambin, como sucede con el arte de Lulio, para hablar sin juicio de aquellas que se ignoran que para llegar a conocerlas. Y si bien la lgica contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo, mezclados con estos otros muchos que o bien son perjudiciales o bien superfluos, de modo que es tan difcil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mrmol an no trabajado.

Igualmente, en relacin con el anlisis de los antiguos o el lgebra de los modernos, adems de que no se refieren sino a muy abstractas materias que parecen carecer de todo uso, el primero est tan circunscrito a la consideracin de las figuras que no permite ejercer el entendimiento sin fatigar excesivamente la imaginacin. La segunda est tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido en un arte confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una ciencia que favorezca su desarrollo. Todo esto fue la causa por la que pensaba que era preciso indagar otro mtodo que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios de tal forma que un Estado est mejor regido cuando no existen ms que unas pocas leyes que son minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran nmero de preceptos del cual est compuesta la lgica, estim que tendra suficiente con los cuatro siguientes con tal de que tomase la firme y constante resolucin de no incumplir ni una sola vez su observancia.

Exposicin de la temtica del texto

Descartes es consciente de la complejidad de su proyecto de filosfico por el que pretende construir de nuevo el edificio entero del conocimiento sobre la base slida que le proporciona el uso exclusivo de la razn. Por ello decide evitar a toda costa la precipitacin que supondra ponerse directamente a eliminar todas las creencias que posee y que descansan sobre bases distintas a la razn. Antes de emprender esa tarea considera necesario dotarse de un buen mtodo que le gue por el buen camino del conocimiento y le evite cometer errores.

Descartes decide recurrir a los mtodos ya conocidos para intentar aprovechar todo aquello que pueda ser til en la tarea de elaborar el nuevo mtodo que ahora sabe que necesita para lograr el objetivo que se ha propuesto. Los mtodos a los que recurre son los de la lgica, el lgebra y la geometra. Los tres presentan ventajas e inconvenientes. Concretamente, en el caso del mtodo de la lgica la ventaja se halla en algunos de sus preceptos, que Descartes valora muy positivamente. Por otra parte, los inconvenientes proceden de que esos preceptos estn mezclados con otros errneos y que el mtodo de la lgica no sirve para descubrir nuevos conocimientos, sino para explicar lo ya conocido.

En cuanto a los mtodos de la geometra y el lgebra, ambos comparten un defecto relacionado con su contenido ms que con su mtodo: se ocupan de asuntos muy abstractos, lo que las hace aparecer como disciplinas poco tiles. Considerndolas ya por separado, el mtodo de la geometra tiene el inconveniente de hacer depender al entendimiento de la imaginacin, puesto que todas sus reglas se aplican sobre figuras que hay que imaginar. Por su parte, el mtodo del algebra depende de su aplicacin sobre cifras y algunas de sus reglas son confusas; lo que provoca que el entendimiento en lugar de desarrollarse se vea entorpecido por el mtodo.

La conclusin de Descartes es que debe elaborar un mtodo que recoja las ventajas de estos tres y evite sus inconvenientes. Ese nuevo mtodo no debe ser una mera suma de reglas adecuadas de los tres mtodos porque entonces tendra muchas reglas y sera complicado de usar. Es prioritario que el mtodo cuente con pocas reglas para que resulte fcil de aplicar y as se evite cometer errores.

El primero consista en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la haba conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado deba evitar la precipitacin y la prevencin, admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.

El segundo exiga que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas ms fcilmente.

El tercero requera conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos ms simples y ms fcilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los ms complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros.

Segn el ltimo de estos preceptos debera realizar recuentos tan completos y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada.

Las largas cadenas de razones simples y fciles, por medio de las cuales generalmente los gemetras llegan a alcanzar las demostraciones ms difciles, me haban proporcionado la ocasin de imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y que, abstenindose de admitir como verdadera alguna que no lo sea y guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir.

No supuso para mi una gran dificultad el decidir por cuales era necesario iniciar el estudio: previamente saba que deba ser por las ms simples y las ms fcilmente cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que han intentado buscar la verdad en el campo de las ciencias, solamente los matemticos han establecido algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba que deba comenzar por las mismas que ellos haban examinado. No esperaba alcanzar alguna unidad si exceptuamos el que habituaran mi ingenio a considerar atentamente la verdad y a no contentarse con falsas razones.

Pero, por ello, no llegu a tener el deseo de conocer todas las ciencias particulares que comnmente se conocen como matemticas, pues viendo que aunque sus objetos son diferentes, sin embargo, no dejan de tener en comn el que no consideran otra cosa, sino las diversas relaciones y posibles proporciones que entre los mismos se dan, pensaba que posean un mayor inters que examinase solamente las proporciones en general y en relacin con aquellos sujetos que serviran para hacer ms cmodo el conocimiento. Es ms, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder aplicarlas tanto mejor a todos aquellos que conviniera.

Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales proporciones tendra necesidad en alguna ocasin de considerar a cada una en particular y en otras ocasiones solamente debera retener o comprender varias conjuntamente en mi memoria, opinaba que para mejor analizarlas en particular, deba suponer que se daban entre lneas puesto que no encontraba nada ms simple ni que pudiera representar con mayor distincin ante mi imaginacin y sentidos; pero para retener o considerar varias conjuntamente, era preciso que las diera a conocer mediante algunas cifras, lo ms breves que fuera posible. Por este medio recogera lo mejor que se da en el anlisis geomtrico y en el lgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los procedimientos de la otra.

Y como, en efecto, la exacta observancia de estos escasos preceptos que haba escogido, me proporcion tal facilidad para resolver todas las cuestiones, tratadas por estas dos ciencias, que en dos o tres meses que emple en su examen, habiendo comenzado por las ms simples y ms generales, siendo, a la vez, cada verdad que encontraba una regla til con vistas a alcanzar otras verdades, no solamente llegu a concluir el anlisis de cuestiones que en otra ocasin haba juzgado de gran dificultad, sino que tambin me pareci, cuando conclua este trabajo, que poda determinar en tales cuestiones en qu medios y hasta dnde era posible alcanzar soluciones de lo que ignoraba.

En lo cual no parecer ser excesivamente vanidoso si se considera que no habiendo ms que un conocimiento verdadero de cada cosa, aquel que lo posee conoce cuanto se puede saber. As un nio instruido en aritmtica, habiendo realizado una suma segn las reglas pertinentes puede estar seguro de haber alcanzado todo aquello de que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que l examina. Pues el mtodo que nos ensea a seguir el verdadero orden y a enumerar verdaderamente todas las circunstancias de lo que se investiga, contiene todo lo que confiere certeza a las reglas de la aritmtica.

Pero lo que me produca ms agrado de este mtodo era que siguindolo estaba seguro de utilizar en todo mi razn, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la prctica del mismo habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma ms clara y distinta sus objetos y puesto que no lo haba limitado a materia alguna en particular, me prometa aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo haba realizado con las del lgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el mtodo prescribe.

Pero habindome prevenido de que sus principios deberan estar tomados de la filosofa, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase de establecerlos. Y puesto que era lo ms importante en el mundo y se trataba de un tema en el que la precipitacin y la prevencin eran los defectos que ms se deban temer, juzgu que no deba intentar tal tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se posee a los veintitrs aos, que era mi edad, y hasta que no hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en prepararme, tanto desarraigando de mi espritu todas las malas opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberan constituir la materia de mis razonamientos, como ejercitndome siempre en el mtodo que me haba prescrito con el fin de afianzarme en su uso cada vez ms.

Aqu tenemos las cuatro reglas del mtodo nico que Descartes propone y que nos han de conducir a un conocimiento cierto, seguro y alejado del error. La primera es la regla de evidencia que nos sirve para establecer un criterio que permita distinguir lo verdadero de lo falso. La segunda es la llamada regla del anlisis y nos indica que lo primero que debemos hacer cuando tratamos de conocer algo complejo es descomponerlo en sus componentes ms simples. La tercera regla es la de la sntesis. Esta regla nos recomienda que una vez descompuesto lo complejo en sus partes simples, emprendamos el camino inverso recomponiendo lo complejo a partir de lo simple. La cuarta y ltima regla nos ensea cmo proceder para asegurarnos de no haber cometido ningn error una vez que ya se ha completado todo el recorrido que nos conduce al conocimiento. Se trata por tanto de una regla de repaso y, puesto que hemos realizado dos movimientos, el anlisis y la sntesis, debemos realizar dos tipos de revisiones: la enumeracin o recuento repasar el anlisis asegurndonos de no haber olvidado nada, y la revisin repasar la sntesis garantizndonos que no nos hemos saltado ningn paso necesario.

Cuarta parte

No s si debo entreteneros con las primeras meditaciones all realizadas, pues son tan metafsicas y tan poco comunes, que no sern del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he establecido, me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas. Haca tiempo que haba advertido que, en relacin con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones opiniones muy inciertas tal como si fuesen indudables, segn he advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la bsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, despus de hacer esto, no quedara algo en mi creencia que fuese enteramente indudable.

As pues, considerando que nuestros sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decid suponer que no exista cosa alguna que fuese tal como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con las ms sencillas materias de la geometra y que incurren en paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las razones que hasta entonces haba admitido como demostraciones. Y, finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolv a fingir que todas las cosas que hasta entonces haban alcanzado mi espritu no eran ms verdaderas que las ilusiones de mis sueos.

Pero, inmediatamente despus, advert que, mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dndome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones de los escpticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgu que poda admitirla sin escrpulo como el primer principio de la filosofa que yo indagaba.

Posteriormente, examinando con atencin lo que yo era, y viendo que poda fingir que careca de cuerpo, as como que no haba mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no poda fingir que yo no era, sino que por el contrario, solo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se segua muy evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con solo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que haba imaginado hubiese sido verdadero, no tena razn alguna para creer que yo hubiese sido, llegu a conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, ms fcil de conocer que este y, aunque el cuerpo no fuese, no dejara de ser todo lo que es.

Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere para afirmar que una proposicin es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar una que cumpla tal condicin, pensaba que tambin deba conocer en qu consiste esta certeza. Y habindome percatado que nada hay en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgaba que poda admitir como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en identificar correctamente cules son aquellas que concebimos distintamente.

A continuacin, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser no era omniperfecto pues claramente comprenda que era una perfeccin mayor el conocer que el dudar, comenc a indagar de dnde haba aprendido a pensar en alguna cosa ms perfecta de lo que yo era; conoc con evidencia que deba ser en virtud de alguna naturaleza que realmente fuese ms perfecta. En relacin con los pensamientos que posea de seres que existen fuera de mi, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba dificultad alguna en conocer de dnde provenan pues no constatando nada en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mi, poda estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto que posee alguna perfeccin; si no lo eran, que procedan de la nada, es decir, que los tena porque haba defecto en mi. Pero no poda opinar lo mismo acerca de la idea de un ser ms perfecto que el mo, pues que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible y puesto que no hay una repugnancia menor en que lo ms perfecto sea una consecuencia y est en dependencia de lo menos perfecto, que la existencia en que algo proceda de la nada, conclu que tal idea no poda provenir de m mismo. De forma que nicamente restaba la alternativa de que hubiese sido inducida en m por una naturaleza que realmente fuese ms perfecta de lo que era la ma y, tambin, que tuviese en s todas las perfecciones de las cuales yo poda tener alguna idea, es decir, para explicarlo con una palabra que fuese Dios.

A esto aada que, puesto que conoca algunas perfecciones que en absoluto posea, no era el nico ser que exista (permitidme que use con libertad los trminos de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese otro ser ms perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo que tena. Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por mi mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la misma razn, tener por mi mismo cuanto saba que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que poda comprender que se daban en Dios. Pues siguiendo los razonamientos que acabo de realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la ma, solamente deba considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en m alguna idea y si poseerlas o no supona perfeccin; estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican imperfeccin estaban en l, pero s todas las otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mi mismo me hubiese complacido en alto grado el verme libre de ellas. Adems de esto, tena idea de varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soaba y que todo lo que vea o imaginaba era falso, sin embargo, no poda negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que haba conocido en m muy claramente que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composicin indica dependencia y que esta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no poda ser una perfeccin de Dios al estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existan cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser deba depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podran subsistir sin l ni un solo momento.

Posteriormente quise indagar otras verdades y habindome propuesto el objeto de los gemetras, que conceba como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que podan poner diversas figuras y magnitudes, as como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los gemetras suponen esto en su objeto, repas algunas de las demostraciones ms simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no est fundada sino que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advert que nada haba en ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. As, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un tringulo, entonces era preciso que sus tres ngulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese tringulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tena de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del tringulo est comprendida la de que sus tres ngulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostracin de la geometra.

Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran dificultad en conocerle y, tambin, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jams elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y que estn hasta tal punto habituados a no considerar cuestin alguna que no sean capaces de imaginar (como de pensar propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo aquello que no es imaginable, les parece ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la mxima que los mismos filsofos defienden como verdadera en las escuelas, segn la cual nada hay en el entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos. En efecto, las ideas de Dios y el alma nunca han impresionado los sentidos y me parece que los que desean emplear su imaginacin para comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para or los sonidos o sentir los olores. Existe an otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u odo, mientras que ni nuestra imaginacin ni nuestros sentidos podran asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese.

En fin, si an hay hombres que no estn suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por m, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razn, cuando se trata de una certeza metafsica, no se puede negar que sea razn suficiente para no estar enteramente seguro el haber constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres. Pues cmo podemos saber que los pensamientos tenidos en el sueo son ms falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios ms capaces estudien esta cuestin cuanto les plazca, no creo puedan dar razn alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no es vlido ms que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de l. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede provenir sino de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es decir, que no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfeccin, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la verdad o perfeccin proceda de la nada. Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendramos razn alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfeccin de ser verdaderas.

Por tanto, despus de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la certeza de esta regla, es fcil conocer que los sueos que imaginamos cuando dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que algn gemetra lograse alguna nueva demostracin, su sueo no impedira que fuese verdad. Y en relacin con el error ms comn de nuestros sueos, consistente en representamos diversos objetos de la misma forma que la obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia el que nos d ocasin para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente sin que durmamos como sucede a aquellos que padecen de ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los astros u otros cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamao mucho menor del que en realidad poseen. Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jams debemos dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razn. Y es preciso sealar, que yo afirmo, de nuestra razn y no de nuestra imaginacin o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy claramente no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamao con que lo vemos y fcilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de len unida al cuerpo de una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la razn no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el contrario nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algn fundamento de verdad, pues no sera posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo. Y puesto que nuestros razonamientos no son jams tan evidentes ni completos durante el sueo como durante la vigilia, aunque algunas veces nuestras imgenes sean tanto o ms vivas y claras, la razn nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser todos verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos ms bien que en los que tenemos mientras soamos.

En este fragmento de texto nos anuncia Descartes tres cosas importantes:

Aquello de lo que va a ocuparse a continuacin es un asunto que puede ser excesivamente profundo para el pblico en general (el libro estaba escrito en francs con la intencin de que pudiera ser ledo por el pblico en general).

Es necesario ocuparse de estos asuntos aunque no sean del gusto de la mayora porque son el fundamento de toda su concepcin del conocimiento y de la realidad. Si los pasara por alto, no se entendera el resto de su planteamiento.

Hay que proceder de muy distinta forma cuando se trata de decidir sobre la conducta y cuando lo que se pretende es conocer la verdad. En el mbito de la conducta vale ms ser cauto y aceptar lo que dicen y hacen otros, an a riesgo de equivocarnos. En cambio, en lo que se refiere al conocimiento de la verdad, Descartes apuesta por la valenta de dar por falso aquello que puede no serlo, pero de lo que no estamos seguros que sea verdadero.

Descartes expone aqu su duda metdica. Con ella se pretende emprender la bsqueda de una verdad indudable rechazando como falso todo aquello de lo que podamos tener la ms mnima duda. En el Discurso del Mtodo nos propone Descartes tres motivos para dudar de aquello que la mayora de nosotros aceptamos como verdadero acrticamente. Con cada uno de los motivos va poniendo en cuestin una parte de la realidad generalmente aceptada como buena:

El primer motivo es la falibilidad de nuestros sentidos. Esto nos lleva a no fiarnos de las cualidades de las cosas que percibimos.

El segundo motivo es la posibilidad de errar de nuestra razn. Con ello son puestos en cuestin todos nuestros razonamientos

El tercer y ltimo motivo es el de la incapacidad para diferenciar cuando estamos despiertos y cuando soamos dormidos. Este motivo de la duda nos lleva a cuestionarnos la realidad de todos los objetos del mundo exterior a nosotros.

Aqu se expone como logra Descartes alcanzar su primer objetivo: hallar una verdad indudable, una verdad que escape a la duda metdica y que por lo tanto le libre de caer en la duda escptica. Esa primera verdad es la de la existencia del yo concebido como un sujeto pensante, como algo que piensa y que, por ello, debe existir, puesto que no es posible que algo que no exista pueda pensar.

Esta primera verdad cumple un doble papel en la filosofa cartesiana: es la primera verdad y, adems es el fundamento, la base sobre la que edificar toda su concepcin sobre la realidad y nuestro conocimiento de ella.

Una vez aceptada la existencia del yo, Descartes se pone a analizar en profundidad las connotaciones de esa verdad; los lmites precisos de lo que implica y lo que, en cambio, no debemos confundir con ella. La conclusin fundamental a la que llega consiste en afirmar que la existencia del cuerpo no est implicada en el reconocimiento de la propia existencia a partir de la constancia de que est pensando. Hay algo que soy yo, que consiste en pensar y que existe mientras est pensando. A ese algo lo llama aqu alma. Pero para pensar no necesito tener un cuerpo, por lo tanto, al reconocer mi propia existencia a partir del pensamiento, no estoy reconociendo que tenga un cuerpo. Por tanto, Descartes concluye a partir de este planteamiento que el cuerpo y el alma son dos realidades completamente independientes la una de la otra.

Entre el prrafo anterior y ste otro hay un considerable salto en lo que se refiere a la temtica. El prrafo anterior aborda el problema metafsico de la separacin entre cuerpo y alma como dos realidades diferentes. El presente prrafo, en cambio, aborda la cuestin epistemolgica de las caractersticas que debe presentar una idea para que sea considerada como verdadera. Esas caractersticas se obtienen a partir del reconocimiento de la primera verdad como tal y son la claridad y la distincin. Estas dos caractersticas son las que ya Descartes haba apuntado como aquellas en las que consiste la evidencia, que era la primera regla del mtodo.