Tomassoni_Paula - A Fin de Cuentas

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8/19/2019 Tomassoni_Paula - A Fin de Cuentas http://slidepdf.com/reader/full/tomassonipaula-a-fin-de-cuentas 1/5  A FIN DE CUENTAS Paula Tomassoni A lo largo de todo el día Mariana se cuestionó si era lógico tanto escándalo por una  pregunta que había hecho solamente para no quedarse callada. Se había levantado primera, Camila dormía (el aire del mar la agotaba) y Julián se había quedado un rato más en la cama. Ya en la cocina del departamento, despejó la mesa, puso la pava para el mate y preparó algunas tostadas con el pan del día anterior. Es cierto que  podría haberse vestido y molestado hasta la panadería de la otra cuadra para comprar medialunas rellenas con dulce de leche y bañadas en chocolate, que eran las preferidas de su marido, pero esta vez le dio fiaca y optó por un desayuno más sencillo. Entonces se había levantado Julián, que se acercó hasta la mesa vestido como había dormido (remera con el dibujo del planeta tierra y calzoncillos negros), y casi sin decir “buen día” le había contado lo que soñó. - Yo era yo, digo, estábamos acá, en San Bernardo, y venía un tipo ruso o algo así y me pedía que me subiera a un avión para ir a bombardear. “Es fácil” me decía, “Con esta palanca volás el avión y con el botón rojo tirás las bombas”. Entonces yo ya estaba vestido como soldado y aunque le repetía que nunca había volado un avión ni tirado una bomba, ya me estaba subiendo para proceder. ¿Entendés? Es de locos. ¿No es de locos? Yo manejaba un avión y tiraba bombas en la guerra mundial. Ahí había hecho una pausa, y la había mirado. Ella estaba sorbiendo el mate y le sonrió mordiendo la bombilla. Y cuando volvió a echar agua del termo sobre la yerba nueva,  preguntó: - ¿Aviador? ¿En qué guerra? ¿La primera o la segunda? La cara de Julián se había crispado al punto de hacer temblar al planeta tierra que llevaba en la remera. Rechazó el mate que ella le ofrecía y antes de levantarse de la mesa le contestó:

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  A FIN DE CUENTAS

Paula Tomassoni

A lo largo de todo el día Mariana se cuestionó si era lógico tanto escándalo por una

 pregunta que había hecho solamente para no quedarse callada.

Se había levantado primera, Camila dormía (el aire del mar la agotaba) y Julián se había

quedado un rato más en la cama. Ya en la cocina del departamento, despejó la mesa, puso

la pava para el mate y preparó algunas tostadas con el pan del día anterior. Es cierto que

 podría haberse vestido y molestado hasta la panadería de la otra cuadra para comprar

medialunas rellenas con dulce de leche y bañadas en chocolate, que eran las preferidas desu marido, pero esta vez le dio fiaca y optó por un desayuno más sencillo. Entonces se

había levantado Julián, que se acercó hasta la mesa vestido como había dormido (remera

con el dibujo del planeta tierra y calzoncillos negros), y casi sin decir “buen día” le había

contado lo que soñó.

-  Yo era yo, digo, estábamos acá, en San Bernardo, y venía un tipo ruso o algo así y

me pedía que me subiera a un avión para ir a bombardear. “Es fácil” me decía, “Con

esta palanca volás el avión y con el botón rojo tirás las bombas”. Entonces yo ya

estaba vestido como soldado y aunque le repetía que nunca había volado un avión ni

tirado una bomba, ya me estaba subiendo para proceder. ¿Entendés? Es de locos.

¿No es de locos? Yo manejaba un avión y tiraba bombas en la guerra mundial.

Ahí había hecho una pausa, y la había mirado. Ella estaba sorbiendo el mate y le sonrió

mordiendo la bombilla. Y cuando volvió a echar agua del termo sobre la yerba nueva,

 preguntó:

-  ¿Aviador? ¿En qué guerra? ¿La primera o la segunda?

La cara de Julián se había crispado al punto de hacer temblar al planeta tierra que llevaba

en la remera. Rechazó el mate que ella le ofrecía y antes de levantarse de la mesa le

contestó:

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-  ¿Y eso qué mierda tiene que ver?

Más recordaba Mariana la escena, más ridícula le parecía la reacción de su marido: se

había cambiado de ropa y había dejado el departamento para volver después del almuerzo a

decirle que eso no daba para más, que se volvían a Buenos Aires y él se iba a ir a dormir por un tiempo a lo de su vieja.

-  ¿Por una guerra mundial?

Con el comentario de “No sé si sos o te hacés” Julián se había metido adentro del cuarto y

cerrado la puerta. “Otra vez” pensó Mariana metiendo los platos sucios en la pileta. Miró a

su hija: ajena por suerte a todas las batallas, se chorreaba comiendo una naranja.

Julián se había quedado encerrado toda la tarde. A las seis, cuando apareció en la cocina,Camila recién se levantaba de la siesta y Mariana había preparado unos mates (esta vez sin

tostadas porque se le había cerrado el estómago). La escena era tan parecida a la del

desayuno que se juró a sí misma quedarse callada, pero entonces él le dijo que ya había

metido la ropa en los bolsos, que sacara a pasear a la nena mientras cargaba el auto y

ordenaba el departamento.

 No muy convencido de que hiciera falta agregar algo había dicho: “No da para más. Es

una tras otra. La de hoy a la mañana colmó el vaso, pero no da para más”. Se refería, claro,a la sucesión de discusiones que venían teniendo los últimos tiempos. Así fue como

Mariana levantó a la nena, le puso el vestidito que estaba sobre la silla, la peinó y salieron.

Caminó cinco cuadras con su hija a upa. Recién cuando estuvieron sentadas en el

Trencito de la alegría, del lado de la ventanilla, empezó a reconocer que era cierto, que se

estaban peleando mucho últimamente, pero ¿Qué hubiera sucedido si esa mañana ella no le

 preguntaba nada? Si le hubiera dicho que qué buen sueño, o qué loco, o hubiera respondido

cualquier cosa, ¿Hubiera durado más su matrimonio? ¿Y sus vacaciones?

Una Superpoderosa de cabeza gigante pasó por el pasillo del tren regalando caramelos.

Ben 10, un muchacho delgadísimo de traje brillante, recorría los asientos pidiendo los

 boletos. El Hombre Araña se sacaba fotos con unos chicos en la vereda.

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  Arrancaron. La música fuertísima retumbaba en las paredes metálicas del vagón, se

mezclaba con las luces de colores. Mariana y Camila agitaban una maraca plástica con

movimientos mecánicos. Un padre bailaba en el pasillo con la Superpoderosa y el resto del

 pasaje aplaudía siguiendo el compás. Cada ocho o diez cuadras, el tren aminoraba su

marcha para el espectáculo del Hombre Araña. El superhéroe bajaba de un salto y se

adelantaba unos metros, cortando camino por terrenos baldíos o calles transversales. Se

trepaba a un árbol, un techo o una medianera y, colgando de las piernas como un acróbata,

esperaba que pasara el vagón con sus admiradores. El conductor del tren lo anunciaba por

el micrófono: “todo el mundo mirando a la izquierda” y corría a iluminarlo con una luz

redonda como la de un circo.

Recién había empezado a anochecer cuando el trencito se detuvo y ante la orden del

 parlante los pasajeros fueron a observar al Hombre Araña que se balanceaba en la rama más

alta de un pino de tronco pelado. “¿Cómo se subió?” preguntaba uno de los chicos mientras

su mamá aplaudía. Lo vieron después cruzar la plazoleta haciendo medialunas y más tarde

suspenderse agazapado en lo alto de la reja del portón de un depósito. “Altísimo”

comentaron. El tren siguió andando y al grito de “Todo el mundo mirando a la derecha” los 

de la izquierda se abalanzaron sobre las ventanillas del otro lado del pasillo. “¡Allá!” gritó

alguien que estaba sentado cuando la luz iluminó la esquina de un paredón de ladrillos

salientes, a unos tres metros del piso. El Hombre Araña, apoyado de espaldas a la pared, sesostenía de los pequeños huecos que le dejaba el revoque caído de las juntas. Giraba la

cabeza hacia ambos lados, buscando villanos. Mariana, que había tenido que pararse, subió

a la nena a upa para ver si podían ver algo entre el tumulto. No pudo y fue una suerte

 porque de pronto escuchó el ruido de un golpe y un grito. O al revés. Y enseguida la

explicación: “Se cayó”. La gente gritaba y se lamentaba sin correrse de sus puestos de

observación. “Sangre” gritó una señora. Todos coincidieron en que estaba perdiendo mucha

sangre. Alguien pidió que buscaran una ambulancia. “Ya llamaron” fue la respuesta, y huboque esperar.

Mariana había vuelto a su asiento y entretenía a la nena con la maraca. Lo único que le

faltaba a su hija ese día era ver al Hombre Araña con la cabeza rota en la vereda.

-¿Está muy mal?- pregunto a una mujer que había decidido volver a su lugar.

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- Hay mucha sangre- le dijo- Ahora le van a sacar la capucha. Para mí, está muerto.

Si estaba muerto, iba a salir en el diario. Primero pensó en Julián, que a esa hora estaría

cargando los bolsos en el baúl del auto. Después se preguntó qué pensarían los pibes que se

habían sacado fotos con el Hombre Araña en la vereda, cuando leyeran la noticia. Una cosaera un recuerdo con el superhéroe, otra muy distinta era una foto con el que, minutos

después, se había muerto trágicamente cayéndose de una pared. Seguro que alguno la

guardaba en el álbum abrochada al recorte con la noticia.

Qué vacaciones. Pensar que después de un año entero de peleas, acusaciones y

sospechas, los dos habían pensado que unos días en la playa iban a calmar las aguas. Tomar

sol sobre toneles de pólvora. No era tanto una cuestión de guerras mundiales, después de

todo. Entonces Mariana pensó en el álbum de fotos de Camila, que ni siquiera habíaempezado el jardín. Habían sacado muy pocas en el brevísimo tiempo que habían estado en

la playa: una cosa era el recuerdo de cuando fueron al mar, otra muy distinta era el registro

fotográfico del fin de su joven familia.

Paró una ambulancia y los médicos alejaron a la gente del cuerpo. Algunos, que habían

 bajado, volvieron a subirse al tren. La primera información entró como un rumor, como

llega una ola a la orilla: “Respira”. Todos se sintieron más aliviados (o eso dijeron). Una de

las Superpoderosas paró de llorar para explicar: “Ya recobró el conocimiento. Y responde a

las preguntas de los médicos”. La segunda información llegó como un grito: “¡Es una nena!

¡El Hombre Araña era una nena!”. Y enseguida: “Hijo de puta”: los insultos iban dirigidos

al conductor, dueño del Trencito de la alegría, que hablaba nervioso con el chofer de la

ambulancia. La gente opinaba: “No tiene más de catorce”. Algunos volvieron a levantarse

 para verla. La describieron: era joven, morochita, tenía el pelo atado, había sangrado

mucho, decían. Alguien exigió que avisaran a la policía. “Ya la llamaron”.

 Nadie informaba nada, así que los que venían en el trencito terminaron de ocupar sus

asientos. “Quién se iba a imaginar” alguien dijo. Un chico de unos diez años que había ido

sentado atrás de Mariana, le preguntó a su madre por qué, si era una chica, no la habían

disfrazado de Mujer Araña. “Andá a saber”.

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  Se preguntó si Julián estaría preocupado por la demora. No le había dicho que iban a

andar en el trencito, capaz creía que estaban comiendo algo por ahí. A esa hora estaría

 pasando un trapo al piso del departamento. Saldrían en un rato, le gustaba manejar de

noche. ¿Qué opinaría sobre este asunto de que el Hombre Araña era mujer? Que era una

 boludez, seguro, como siempre: todo lo que para ella era importante, para él era una

 boludez.

La ambulancia partió prendiendo la sirena. El tren volvió a arrancar, manejado por Ben

10 que, sin careta, aparentaba dudosos dieciocho años. El dueño se subió al patrullero. Al

despejarse el lugar, quedó sobre la vereda una mancha grande de sangre, ni femenina ni

masculina, desarmándose en hilitos que buscaban discurrir por las inclinaciones de las

 baldosas. El viaje de regreso fue lento y sin música. La gente no hablaba. Los chicos más

chicos se durmieron. Camila no, porque había dormido la siesta. Mariana la miraba y

 pensaba si alguna vez iba a perdonarlos. ¿Y si Julián las esperaba en la estación del tren y

cuando llegaban iban a cenar y arreglaban todo? Si al fin y al cabo, se querían.

Cuando bajaron por la escalera de chapa del Trencito de la alegría ya era de noche. La

calle peatonal estaba llena de gente, música y espectáculos callejeros. Nadie sabía lo del

Hombre-Niña Araña. Nadie sabía que Julián quería irse de casa.

Fueron a comer un pacho, un poco porque tenían hambre y un poco porque ella queríademorar el regreso. Al llegar al edificio, estaba el auto en la puerta y él adentro. Le dio la

llave del departamento para que fueran al baño antes de salir.

Decidió no contarle nada del tren. Después de asegurar a Camila en el asiento de atrás,

Mariana se sentó y apoyó la cabeza sobre el asiento blando, pensando en la vereda filosa y

dura. Se puso el cinturón de seguridad y se acomodó para dormir dándole la espalda a

Julián y sus guerras mundiales. Él arrancó el auto y puso bajito el cd de los Rolling. Así

que eso era separarse.