Trabajos premiados IES Auringis

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XXXI Certamen literario del IES Auringis

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XXXI Certamen literario

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Primer Premio de Educación Secundaria

Mi padre, el gran Bruno

Laura Tapiador Alcalá 1º ESO C

MI PADRE EL GRAN BRUNO

Mi padre se ha quedado en paro con 40 años, dos hijos, un perro, tres gatos y un Hamster.

Mi padre era alicatador, era el mejor del mundo en poner azulejos. Creo que ha hecho casi todas las casas de mis amigos. A partir de un día empezaron a pasar cosas raras y es que empezó a estar todo el día en casa, desayunaba con mi hermano y conmigo, nos llevaba al cole, nos recogía, nos preparaba la comida, nos ayudaba con los deberes, paseaba al perro, nos daba la cena, nos acostaba, mientras mamá trabajaba limpiando las casas que había hecho papá.

Yo tengo doce años, soy una niña bastante aplicada, saco muy buenas notas, hago ballet casi todas las tardes, pero lo que más me gusta hacer es cantar. Me sé todas las canciones actuales, y alguna que otra que canta mi abuela. Estoy deseando que sea el cumpleaños de algún amigo para ir al karaoke.

Que mi padre estaba en paro nos lo contó a mi hermano pequeño y a mí, un día en el que mi hermano le pidió que nos comprara una tablet y nos

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dijo que no había dinero para eso porque había perdido el trabajo por culpa de la crisis.

Ya me hubiese gustado a mí poder haber hecho lo que me gustaba desde pequeño.

Mi hermano y yo no sabíamos a lo que se refería.

¿Pero tú también querías una tablet de pequeño?- Le preguntó mi hermano.

Mi padre sonrió por fin.

No claro, eso ni siquiera existía en aquellos tiempos. Lo que a mí me gustaba de verdad era hacer magia.

¿Magia como los magos de la tele?-. Pregunté un poco extrañada, porque nunca había hablado sobre eso. No me podía imaginar a mi padre sacando un conejo de la chistera o haciendo juegos de cartas.

Y si es lo que más te gustaba hacer, ¿por qué no lo hiciste?. “Pues muy fácil”, contestó mi padre mostrándose seguro de sí

mismo. Conocí a vuestra madre siendo los dos muy jóvenes, teníamos la ilusión de tener nuestra propia familia, nuestra casa, nuestros hijos y claro, todo eso no se consigue haciendo magia. Después del instituto pensamos que era mejor ponerse a trabajar para hacer nuestro sueño realidad. Empecé a trabajar construyendo casas y no me fue del todo mal, conseguimos lo que queríamos, una casa y unos hijos estupendos- dijo con satisfacción en su cara.

Pero, ¿y qué pasó con tu sueño de hacer magia?- volvió a preguntar mi hermano pequeño.

Pues no lo sé-. Contestó mi padre ya sin la satisfacción en sus ojos.

El sábado que viene es el cumpleaños de Manuel, un amigo del cole-. Le dije a mi padre mientras nos preparaba por la mañana el bocadillo para el recreo-. Iremos al karaoke y comeremos tarta, ¿no es genial?

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“ Ya lo creo, con lo que te gusta a ti cantar”, contestó mi padre sin casi hacerme caso.

Me fui al cole contenta y volví a casa completamente feliz.

-Papá , papá- entré corriendo y gritando en casa-. Les he contado a mis amigos que eres mago, ¿y sabes lo que me han dicho?, que quieren que hagas magia en el cumpleaños de Manuel. No puedes decir que no, por favor, es tu gran sueño, tienes que ir para que yo te pueda presentar delante de mis amigos como el Gran Bruno, el mejor de todos los magos del mundo.

No podía parar de pensar en el gran éxito que iba a ser aquella fiesta.

Bajé de la nube cuando mi padre me dijo que me calmara, que no le disgustaba la idea, pero que para el sábado seguro que no tenía preparado un número de magia en condiciones.

Papá tú siempre nos has dicho que tenemos que esforzarnos para conseguir lo que queremos y esta es una gran oportunidad para hacer lo que siempre quisiste-. Mi padre se quedó pensativo, pero con un brillo de ilusión en sus ojos.

Está bien, intentaré hacer un número de magia decente en el cumpleaños de Manuel.

Durante esa semana mi abuela vino a casa casi todos los días, no para visitarnos, sino para prepararnos la merienda, ayudarnos a hacer los deberes del cole, y a veces hasta la cena. Mi padre estaba como no, preparando sus trucos de magia.

Así pasó la semana hasta que por fin llegó el sábado. Hacía un día radiante de primavera, y todos teníamos ganas de FIESTA. Fui a comprar el regalo para Manuel, como no teníamos mucho dinero, le compré unos lápices de

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colores, porque sé que la gran ilusión de Manuel es dibujar, espero que de mayor sea pintor como Velázquez, por lo menos.

Cuando llegó la tarde fuimos al cumpleaños, nunca había visto a tanta gente en una fiesta para niños, menos mal que era en un gran jardín. Había gente de todas las edades, niños, padres y abuelos. Los niños empezamos a jugar al escondite, mientras los mayores hablaban en grupos de sus cosas. Cuando llevaba un buen rato jugando alguien me llamó para que presentara al GRAN BRUNO, y así lo hice.

Lo único que puedo decir es que si ya admiraba a mi padre, después de ver su número de magia, lo requeteadmiraba. Vi cómo adivinaba todas y cada una de las cartas que los niños elegían al azar, también vi como sacó de una chistera vacía a nuestro hámster, que colaboraba con mi padre de una manera casi cómplice. Fue sorprendente como convirtió papeles de periódico roto en un montón de billetes de cincuenta euros. En ese momento pensé con satisfacción, que por fin tendríamos nuestra tablet sin ningún problema. Todos los niños se quedaron asombrados de lo que veían durante la hora que duró el número de magia de mi padre. En lo que quedó de fiesta todos los niños jugaron a ser magos, menos en el momento de soplar las velas de la tarta, en el que ese sí, el protagonista fue Manuel.

Una semana después de esa fiesta escuché que mi padre hablaba por teléfono con alguien que lo quería contratar para un cumpleaños, y luego para otros dos cumpleaños más, y después para diez más y así fue como mi padre se convirtió en EL GRAN BRUNO, y empezó a hacer su sueño realidad.

Que mi padre fuera el mejor alicatador del mundo no estaba mal, pero que fuera el mejor mago del mundo me hizo mucho más feliz. Ahora tiene tanto trabajo que mi madre dejó de ir a limpiar a las casas de mis amigos y lo acompaña como ayudante en sus espectáculos.

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Yo les pregunto cuáles son sus trucos, y ellos me dicen que no los hay, que es pura magia.

Algún día me gustaría que mi sueño también se hiciera realidad y dedicarme a cantar en grandes conciertos. Eso sí que sería magia.

Una tarde de domingo mi padre nos hizo sentar para enseñarnos un nuevo truco que había estado practicando. Sonreía mucho más ahora que cuando era un alicatador. Nos dijo: “He aprendido lo que es la magia. Y no lo habría conseguido sin vosotros”

Y metiendo la mano en la chistera, sacó orgulloso una tablet.

Laura Tapiador Alcalá

1ºC IES Auringis. Jaén

Segundo Premio de Educación Secundaria

Hora de la muerte

Laura Echevarría Carrascosa 4º ESO A

HORA DE LA MUERTEHora de la muerte, 04:36 a.m. En el quirófano se respira un profundo silencio. Me alejo de esa paz sepulcral con rumbo a la sala de espera. Allí está ella, ansiosa de conocer las nuevas que le traigo. Camino lento, fabricando mi diálogo en vano. La tengo frente a mí, tan hermosa como en el día que la conocí. Sus labios carmín temblaban; sus ojos encharcados;

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su cuerpo incapaz de mantenerse en pie; tras saber que su prometido acababa de matar a su padre hace apenas unos minutos.

Amanece. Está frente al cadáver de su padre, con la cara completamente hierática, como si fuera algo banal. La miro atentamente desde la puerta de la habitación, sin que se percate de mi presencia. Algo dentro de mí ha dejado de seguir su cauce tras la parada de ese corazón.

10:19 a.m. Volvemos a casa. La radio anuncia la desaparición de tres jóvenes la previa madrugada, que se habían trasladado aquí hace unos días, tras recibir una beca para estudiar en la universidad de la capital.

–Vaya, parece que hoy solo escucharé desgracias.- dice Sophie llena de resentimiento.

Mantengo ese silencio que me acompaña desde que le comuniqué la marcha de su difunto padre.

Llegamos a casa y seguimos sin intercambiar palabras. Ambos nos dirigimos hacia nuestro dormitorio. Me acurruco entre las sábanas esperando que ella haga lo mismo, sin embargo, salen de su boca unas palabras que sólo consiguieron acentuar mi agonía. –“Pásame mi almohada.”- Y ya con ella, se marchó a la habitación que hay al final del pasillo.

Me despierta la lluvia chocando con toda su braveza contra los cristales de las ventanas. La poca luminosidad que permite el cielo tormentoso; va desapareciendo como todas las noches. Me encuentro frente al espejo. Me repugna mi imagen. Sólo soy capaz de ver a un despreciable asesino. Salgo al pasillo con la necesidad de hablar con ella. Es en vano. Me dirijo apresurado a su lecho reciente. Abro la puerta sin encontrar ningún tipo de presencia. Busco su almohada, que también se ausenta. La desesperación circula a una velocidad inimaginable por mis venas tras el fracaso de mi búsqueda. Vuelvo al baño. Sigo viendo esa imagen que me altera. Y entonces caigo en la cuenta de que faltan todas sus pertenencias.

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Todas sus cremas, su maquillaje, su cepillo de dientes… Entonces es cuando confundo si esa tormenta está dentro o fuera de mí. Se ha ido.

De vuelta en la habitación, apenas capaz de coordinar mis pasos con normalidad, avisto que aún permanecen en su sitio algunas de sus ropas, extraviadas tal vez por las prisas. Vuelvo a sentir la necesidad de escuchar esa voz tenue. Descuelgo el teléfono, sabiendo casi con certeza que su terquedad le impediría responderme. Efectivamente, salta el buzón de voz. Dejo un mensaje repleto de súplicas, rogándole que vuelva. Necesito verla.

Sumido en la desesperación, trato de contactar con mi mejor amigo. Responde a mi llamada fríamente, hay algo raro en su voz. Noto como se aleja de las dos voces femeninas que lo acompañan. La reconozco, es ella. A cada instante que pasa me siento más alterado, tengo miedo de hacer una locura. Frank y su mujer son amigos nuestros desde hace más de 10 años. Intenta hacerme entrar en razón, pero no le dejo hablar, sólo sé culparlo. Le reprocho la falta que me hacía su compañía en ese momento y termino colgando bruscamente.

Voy al volante sin rumbo concreto. Mi único deseo ahora es encontrar a Sophie, disculparme con ella y explicarle cómo fue. Explicarle cómo ese maldito tumor se apoderó de su padre sin opción a salvar vidas. Pero no puedo, sé con certeza que no me escucharía. Aún llueve. Me dirijo hacia el mirador de ese pequeño pueblo. Busco soledad. Recuerdo la manera en la que le he hablado a mi mejor amigo. Soy repugnante. Observo el pueblo inmerso en su leve luminiscencia. Las nubes van desapareciendo poco a poco tras una tormenta torrencial. Se abren paso las estrellas. Siempre me han ayudado a mantener mis pensamientos firmes en ocasiones difíciles. Muchas noches me he sentido impotente al ver a cualquier otro paciente morir a la orilla de mis manos. Este era mi lugar, mi consuelo. He invertido horas y horas observándolas y ahora, nada me ayudan éstas a mantener la cordura. Sumido en mis pensamientos el sueño se apodera de mí.

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El crepúsculo me da los buenos días. Vuelvo a casa hambriento tras largas horas de ayuno. En esa temprana hora aún soy incapaz de asimilar la realidad. Tras un desayuno copioso, decido darme una ducha. El agua me golpea con firmeza en la cara. Me viene a la mente un bonito recuerdo de hace apenas dos veranos. Sophie y yo veraneamos en la costa durante unas semanas. Era un lugar idílico, sin apenas gente. Era algo similar a lo desierto, lejos de todo, pero que nos hizo acercarnos más que nunca. Día y noche sin prescindir el uno del otro. Desde entonces, nunca he sido capaz de pasar más de dos días sin estar a su lado. Me devuelven a la realidad unos golpes secos en la puerta de afuera. Salgo apresurado con una toalla cubriéndome el cuerpo. Por un momento imagino que es Sophie, pero la voz de Frank ahoga mi pensamiento.

–Vamos tío, tenemos que hablar. Abre la puerta, no puedes seguir así.-

Le abro sin saber qué decir. Me abraza sin ninguna clase de escrúpulos. Ahora recuerdo por qué es mi mejor amigo.

Hablamos durante horas, me disculpo sobre la manera en la que le hablé el día anterior. Él le quita importancia y me pregunta cómo me ha ido desde que estoy solo. Le detallo cómo la pena se apoderó de mí tras la marcha de Sophie.

Tras horas y horas de charla con mi querido amigo, un manto nocturno cubría el cielo. Decide marcharse llegada la medianoche. Siento algo más de sosiego después de esa larga conversación, he desahogado mis pensamientos.

En la temprana mañana posterior a esa charla, me despiertan unos delicados toques en la puerta, como si de manos de marfil se tratase. Camino hasta ella somnoliento. Mi perplejidad es inmensa tras avistar su rostro desde la mirilla. Sin mediar palabras, con un simple gesto, la invito al interior de la casa.

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De nuevo la tengo enfrente, mi boca no es capaz de hilar sonidos para formar una simple frase, de lo que ella se percata. Es entonces cuando lee la incertidumbre en mis ojos, a lo que enseguida responde: -No te preocupes, simplemente vengo a por un par de camisetas que olvidé antes de irme.- Acompañada de una fría pausa y, mientras se dirige hacia la habitación, me comenta lo delgado que estoy, como si los últimos tres días jamás hubieran formado parte de nuestras vidas.

Desde la cocina, la escucho abrir y cerrar cajones. Por fin soy capaz de articular palabras invitándola a que desayune en casa. Responde algo apresurada aceptando mi invitación, pero concreta que sólo tomará un café rápido. Obedezco, añadiendo a la mesa un par de tostadas y algunos bollos por si cambia de opinión.

Me percato de que el sonido que formaba en el dormitorio había parado. Voy a ver cuál es el motivo. Una vez allí, vuelvo a echar de menos su presencia. Encima de la cama yacía una bolsa de viaje y todas sus ropas desordenadas. Ahora su sonido proviene de la cocina.

Entro y un portazo me peina la nuca. Ha sido ella. Se sitúa a menos de un metro de mí. Sus ojos reflejan el odio infernal que corre por sus venas. El miedo se apodera de mi cuerpo. Sus mejillas están rojas, ardientes de cólera. De mi boca sale un último perdón. Se acerca lentamente hacia mí, pegando su boca en mi oído.

–No soy yo quién te tiene que perdonar.- Me susurra fríamente, mientras la afilada hoja del cuchillo que sostenía entre sus delicadas manos rebana mi cuello.

Mi cuerpo se desploma inmediatamente sobre el suelo. Lo último que mis ojos pudieron ver fue su preciosa sonrisa satisfecha.

Hora de mi muerte: 09:24 a.m.

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Laura Echevarría Carrascosa

4º ESO A IES Auringis Jaén

Accésit Educación Secundaria Obligatoria

El niño soldado

José Daniel Villena Sánchez 2º ESO E

EL NIÑO SOLDADOSi todos los niños y niñas soldados que se forman para la guerra se cambiasen por dinero, estaríamos en el planeta más rico de la historia. Si todas las guerras que ha habido, hay y habrá se cambiaran por felicidad, alegrías y sonrisas, no habría lugar en este mundo para ninguna lágrima ni para ninguna mirada triste.

Me llamo Gareth Gailwhalk y hubiera hecho lo que sea para evitar que ocho mil niños y niñas de mi edad se formaran durante siete años, desde que teníamos ocho a los hasta los quince para la guerra de Etiopía, el principal país del cuerno de África. Yo nací en Neghelli, una ciudad situada al sur.

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Ahora tengo 27 años y no estoy orgulloso de lo que me pasó cuando era niño y lo intento olvidar.

Mi familia era pobre y sin recursos: vivíamos mis hermano, Jeff; y mis tres hermanas, Eve, Mary y Anne en una choza que había que reconstruir continuamente porque cuando había un poco de viento se la llevaba. Mi madre murió en el parto del quinto hijo, mi hermana Anne. Mi padre trabajaba doce horas en una fábrica de zapatos en la que le pagaban una miseria, que no le daba ni para el viaje de 70 kilómetros que tenía que realizar en un burro viejo todos los días desde la choza. Yo era el mayor de mis hermanos y tenía que cuidar de los demás. A las seis de la mañana me tenía que levantar para ir a por agua a un riachuelo que estaba a doce kilómetros para lavarnos y poder cocinar. Cuando volvía tenía que levantar a mis hermanos y llevarlos al “colegio” si se podía llamar así, porque las clases las daba un mismo profesor debajo de un árbol.

Con ocho años, mi padre me envió a un campo de entrenamiento para la guerra porque se necesitaba gente joven y mi padre necesitaba el dinero, “se juntaron el hambre y las ganas de comer”, eso nunca se lo perdonaré a mi padre, me vendió a la guerra por diez mil cochinas monedas de oro.

El primer día en el campo nos dieron un CETME 75 cargado de munición, veinte cajas de balas y una granada. El nombre del CETME lo recordé durante 5 minutos, al cabo del rato le llamaba “tecme”, “mecte” y cada vez lo llamaba de una manera diferente. Al día siguiente, nos llevaron una especie de clase donde nos enseñaron que la guerra no es lo que perece y que nos estaban prepararon para ser hombres y mujeres respetables, bravos y el país nos recordaría por ser los héroes constructores de los cimientos de la recuperación y del rechazo a los abusos recibidos a nuestro país. Todos los niños se lo creyeron y estaban deseando coger el CETME y empezar a disparar a diestro y siniestro a nuestros enemigos para liberar al país. Pero un futuro buen amigo y yo nos dijimos al salir:

-Si quieren que muramos luchando en vez de ellos, que lo digan. Pero que no digan que estamos a las puertas de heroísmo y el reconocimiento social – le dije.

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-Estoy de acuerdo contigo, además les han comido el cerebro a nuestros padres para vendernos a la guerra- me dijo Ali Hajhab.

Salimos al campo de tiro, un gran escalofrío me recorrió el cuerpo de arriba a abajo. Nos enseñaron a como tratar un arma, como cogerla y como dispararla. Por más que me lo decían, no entendía como cargarla y disparar el cañón en miniatura que nos dieron.

Un día llego una carta de mi padre, escrita por mi hermano Jeff, que aparte de mí, es el único que sabe escribir.

“Querido GG, (que era como me llamaban) tengo que agradecerte que estés ahí, preparándote para luchar para tu país. Nosotros estamos mejor, nos hemos comprado una pequeña casa con las monedas de oro que nos dio el director del campo de entrenamiento, el capitán Terral. Gracias por sacrificarte por nosotros. Sé que allí lo estás pasando mal, pero cuando vuelvas verás como todo irá mejor”

Esa carta me emocionó bastante y me hizo pensar que estaba haciendo felices a cinco personas, entando allí arriesgándome en el futuro a morir en el campo de batalla. A los demás les daba igual lo que pasara, si les pegaban un tiro por equivocación o adrede.

Durante cuatro años nos estuvieron entrenando: como camuflarnos, como defendernos etc. El segundo año fue muy malo, el hambre cundió en todos los países del cuerno de África, y Etiopía no se libró. En el campamento comíamos una vez, con suerte, en el día y no todos los días. Muchos muchachos murieron a causa del hambre. Pero la cosa mejoró y la salud de muchos de nosotros el tercer año.

Al final aprendí como disparar el CETME, pero no me gustó. Todo lo que hacía allí era forzado no quería utilizar un arma que me servía para matar a otros niños entrenados como yo para defender a su país de los mandamás, que abusaban de ellos.

Una mala noche, unos rebeldes nos atacaron con granadas y bombas de humo. Salimos corriendo con el CETME, pero no quería disparar, solo defenderme con ella. Corría atravesando el campo de batalla como un

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loco, las balas se cruzaban continuamente, las granadas, las bombas y toda la artillería. Gente mayor y niños iban cayendo a ambos lados.

Me encontré a Ali herido en el brazo, lo cogí y me lo llevé conmigo. Llegamos a especie de cueva donde estuvimos poco tiempo. Ambos odiábamos lo que estaba pasando, decidimos huir en dirección al campo de entrenamiento. Cuando llegamos, todo estaba destrozado, había sangre por todas partes. Nos sentamos en el suelo, nos abrazamos y empezamos llorar desconsoladamente .

Pensamos adónde ir y, al cabo de un rato, decidimos ir a la casa nueva de mi padre. Pero, cuando llegamos, no había nada, bueno un montón de escombros.

Ali y yo empezamos a levantar el escombro pero no encontramos nada. Cada vez levantábamos más escombro hasta que encontramos a todos mis hermanos, afortunadamente vivos, pero con heridas y muy asustados. Pero mi padre no aparecía. Ali le pregunto a Mary, mientras yo seguía levantando escombro como un loco, que si sabía dónde estaba mi padre, ella dijo que un hombre con muchas estrellas en una chaqueta verde grande vino a buscarle. Tenía que ser el sargento Albert Gywowh, el director actual del cuartel, ya que el capitán Terral dirigía nuestras maniobras defensivas.

Nos juntamos con la familia de Ali, que vivía cerca del riachuelo al que iba a por agua, y huimos en carro a Sudáfrica, que era el país más seguro de África en aquel momento. Por lo que pudimos saber mi padre huyó a Libia, y pudimos establecer contacto con él.

Actualmente vivo en Sudáfrica, concretamente en Pretoria, con mi mujer Liz y con mis dos hijos Gareth y Jay. Trabajo de arquitecto en un pequeño negocio que creé yo. Principalmente, diseño edificios que me encargan las ONGs. Lo hago gratuitamente, para ayudar a familias como la mía que no tienen recursos y no tienen una vivienda digna.

José Daniel Villena Sánchez

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IES Auringis. Jaén 2º ESO E

Mención de honor Educación Secundaria Obligatoria

Alea iacta est

Rocío Marco de la Rosa 4º ESO A

ALEA IACTA EST

Hace algunos años, se fundó una ciudad cuya base económica era el juego. La población de la ciudad se componía casi exclusivamente de ludópatas y de gente dispuesta a aprovecharse de ellos. Cabe destacar que la gran mayoría de los edificios eran casinos. Hubo gente más empática que decidió ir allí para abrir centros de rehabilitación, pero o se arruinaron o

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se cerraron “bajo extrañas circunstancias”. La ciudad no estaba pensada para establecerse allí y hacer vida normal, ya que el juego, las mafias y la corrupción lo hacía un lugar poco hospitalario y seguro para la gente que pasaba por allí. Aunque eso no impedía que alrededor del 20% de la ciudad sean hoteles o viviendas.

Unos años después de la fundación de la ciudad, llegó una mujer un tanto especial: Noah. En un principio, Noah era una mujer normal, como otra cualquiera, salvo por una particularidad: fuese el momento que fuese del día, nadie la había visto nunca sin sus inseparables gafas de sol. Era una persona de la que sabías que podías confiar casi de forma inmediata. Y ella lo sabía, pero no quería aprovecharse de la desgracia ajena. Se extendieron muchos rumores acerca de su misterioso pasado, pero ninguno era verdad. Principalmente, porque ella nunca habló de él. Algunas personas se percataron de ello y empezaron a ver a Noah con aire misterioso, como si tuviese algo muy gordo callado.

Noah siempre ignoraba los rumores sobre su pasado, ya que tenía cosas más importantes a las que prestar atención. Al fin y al cabo, no se había mudado a la ciudad por sus bellas vistas. Tenía un proyecto entre manos y tenía intención de llegar al final.

Y ese proyecto era, efectivamente, un casino: el “Alea iacta est”. Pero el día de su inauguración no fue nada del otro mundo: poca gente fue a jugar allí, aunque les gustó el sitio. Y era normal: a diferencia de los otros casinos, Noah no contrató a grandes empresas de anuncios para que le ayudase a publicarlo, sino que extendió la voz, como un rumor. Aunque Noah era feliz sabiendo que alguien tuvo interés en un casino de barrio normal y corriente.

Sin embargo, el casino se empezó a hacerse famoso con el tiempo. No se sabe con seguridad si es porque Noah (la dueña) confiaba tanto en su clientela que se ponía a jugar con ella, o porque su hiperactividad había causado muchos revuelos en el casino, o porque sólo abría una noche al

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mes (que le daba un aire misterioso). Pese a que sus ganancias eran descomunales, Noah no hizo más modificaciones al casino que trasladarlo a edificios más espaciosos para que permitiese más aforo y comprar algunas mesas más, y ya. La competencia no entendía el porqué de tanto éxito si precisamente era mensual, pero sabían que era una amenaza real.

Pasaron 2 años, y el casino se hizo literalmente el más popular de la ciudad. Tanto, que la misma noche que abría, las ganancias de los otros casinos se volvían nulas. Obviamente, la competencia intentó derrumbar aquel monstruoso éxito por métodos más rastreros: pagaron a personas normales de la calle para que se infiltrasen y descubriesen su secreto, forzaron a responder a la gente que trabajaba allí, sobornaron a los policías para que clausurasen o embargasen el casino, etc. Pero Noah se mantuvo firme ante todo los problemas, y lograba transmitir un aire de seguridad hacia los croupiers que les daba ánimos, pese a todos los problemas que habían tenido.

Y entonces llegó el frío y tormentoso mes de Noviembre. Pronto iba a ser la 25º apertura de Alea iacta est, y Noah tenía preparado un bombazo para aquella noche.

La noche de la 25º apertura del casino era horrible: el viento y la lluvia torrencial forzaba a todo el mundo que estuviera en la calle a ponerse bajo techo lo antes posible. Esa noche, el casino estaba a rebosar de gente aficionada y mundanos en busca de refugio. A Noah no le interesaba que viniesen a jugar o no.

A estas alturas, Noah había logrado extrañamente no obsesionarse con el dinero que ganaba, ya que consideraba una inutilidad amar algo inerte que viene y va. Pero Noah necesitaba el dinero: lo necesitaba para operarse.

Su páncreas tenía una malformación que lo hacía fabricar adrenalina desmesuradamente y lo soltaba una vez al mes. Precisamente ese día Noah preparaba todo lo necesario para el casino: avisaba a los croupiers,

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preparaba el edificio para la noche y corría la voz sobre su apertura. Y durante la noche los nervios se le ponían a flor de piel, haciéndola alterable por cualquier cosa. La enfermedad es grave, y tenía que remediarla como sea. Pero a ella le gustaba ironizar el problema diciendo que abría el casino “cuando le salía del páncreas”.

Aun así, Noah salía a jugar con los otros jugadores del local por diversión, pese a que era propensa a tener ataques de nervios e ira. Lo extraño es que ese tipo de comportamiento ahuyenta la clientela, pero la clientela en sí era tan obsesiva que era un comportamiento normal. De alguna forma, durante el juego, Noah lograba sacar información de los demás y conocerlos. Algunos jugadores pasaron a formar parte del casino; otros se hicieron amigos de Noah, y otros se hicieron enemigos. Por otra parte, salía a jugar con ellos para identificar posibles infiltrados y echarlos de allí.

Pero esa noche intentaría guardar la calma lo máximo posible. Una de las mesas era notoriamente grande y nueva, con un hueco circular en su centro. Esperó un poco a que el ambiente se animase y atrajo la atención con un par de silbidos.

-¡Atención todo el mundo! – exclamó. – Para conmemorar el 25º aniversario del casino, he preparado un macro torneo de póquer. El ganador se lleva el secreto del éxito del casino.

Silencio sepulcral. Todo el mundo (los croupiers incluidos) se quedaron impactados. ¿De verdad iba a desvelar un secreto multimillonario celosamente buscado por la competencia, así porque sí? ¿En serio iba a apostar un secreto tan poderoso en un torneo de póquer de poca monta?

-Sin duda alguna, a Noah le gustan las emociones fuertes.

-Pero a lo mejor ha ido demasiado lejos.

La clientela empezó a cuchichear esos pensamientos entre susurros. Noah silbó un par de veces más para continuar su interrumpido anunciamiento.

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-*Ejem* como iba diciendo, en el torneo se juega el secreto, pero yo también participo en él. Así que si gano yo, nadie se quedará el secreto. Bien, los que quieran participar, coged hueco.

No pasaron ni 3 minutos hasta que se llenó por completo la mesa. El croupier empezó a barajar y a repartir. Noah, al llevar gafas, podía mirar de reojo a los competidores y sacar conclusiones del comportamiento. Pero se detuvo casi al llegar al oponente opuesto a ella. Cerca había un jugador con apariencia agresiva, atuendo de color camuflaje y con otras gafas de sol que reflejaban el alrededor. Ya lo había visto antes, pero no recordaba de qué lo conocía. Y algo le decía que él también la miraba fijamente. Él también la recordaba.

El croupier carraspeó para atraer la atención de Noah. Hacía ya unos minutos que había repartido las cartas y ella ni se había inmutado. Noah despertó del trance y cogió las cartas.

La partida transcurría con tensión. Muchos de los jugadores se echaron atrás o por la cobardía o porque habían perdido lo suficiente. Pero ni Noah ni el jugador agresivo se echaron atrás. Y conforme pasaba la partida, la gente que veía la partida notaba que entre ellos había también tensión, aunque no estaba claro de qué tipo. Empezaron a surgir rumores sobre posibles historias del pasado de los dos. Podrían haber escrito perfectamente una biografía de lo que se decía. Pero, como siempre, todo era mentira.

Pese a ello, Noah intentó escuchar en vano por encima los rumores a ver si alguno le refrescaba la memoria. La presión y la adrenalina le estaban matando. Simplemente quería levantarse bruscamente y preguntarle que quién era. Quizás de manera algo más directa. Y violenta. Bueno, Noah simplemente quería estallar.

Aunque a duras penas, lograba mantenerse firme en la partida. Sin embargo, reprimir tan celosamente la adrenalina le estaba pasando factura. Empezaba a darle espasmos y tics en las manos, los brazos y la

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cara. Hasta le contagió a sus rivales los nervios que desprendían sus movimientos bruscos.

Lentamente, y pasando muchos riesgos, quedaron al final Noah y el extraño.

Noah logró relajarse en lo que cabe, pues estaba en la cumbre del torneo. Por fin iba a tener la ocasión de hablar con él.

-Me recuerdas, ¿verdad? – dijo el extraño

Su voz bastó para que se le alumbrara una pequeña luz a Noah.

-Tú eres… el de aquella vez… - Noah hacía mucho esfuerzo en memorizar – te vi en otro torneo, ¿verdad?

-¿Cómo? ¿No me recuerdas? – preguntó, algo decepcionado – yo soy el motivo de esas gafas de sol a todas horas.

Acto seguido, se quitó sus gafas. Y a Noah se le encendieron todas las bombillas que tenía.

Cara ovalada, piel más clara de lo habitual, cejas pobladas pero estrechas, pelo con greñas oscuro con las puntas rubias, nariz normal, frente despejada, labios finos…

Y ojos verdes, como esmeraldas, a punto de cazar a su presa. Dignos de cualquier ave rapaz.

No cabía duda. Era “el cazador”. Y esa chispa bastó para que la adrenalina de Noah llegase a su cénit. Noah asomó sus dientes como muestra de desagrado y de sublevación.

-¿Qué te trae por aquí? – Noah empezaba a soltar la ira que le provocaba la adrenalina - Pensaba que ya te derroté la otra vez…

-Cierto – interrumpió el cazador. Se levantó y se dirigió hacia ella – la otra vez me derrotaste, y me hundiste toda la reputación. Así que

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simplemente hundiré la tuya – el cazador se acercó hasta chocar frente a frente – te lo debo.

-Y yo que pensaba que ya te habías vengado. Además, tendrías motivos para vengarte si tu reputación hubiese sido merecida, ¡tramposo!

El cazador se echó ligeramente atrás, escuchando atentamente.

-¿Y dónde pone que tú tampoco las haces? – acusó.

-¿Acaso dudas de mi credibilidad?

-¡Oh, venga ya! ¿No irás a decirnos que has llegado a la final limpiamente?

-Sal afuera y lee el rótulo: Alea jacta est, “la suerte está echada”. A diferencia que en los otros casinos, éste le hace un buen tributo al significado de “aleatorio”. Y no estoy dispuesta a jugarme el dinero que necesito con un sinvergüenza.

Ni siquiera habían empezado la primera ronda y ya habían tensado aún más el ambiente en la sala. La gente no daba abasto: por fin Noah desvelaba algo de su pasado, y parecía que iba a estallar otra vez. Noah y el cazador se quedaron mirándose fijamente, sin decir nada, durante unos minutos que se les hicieron eternos a todos.

-Bien, - prosiguió el cazador – si tanto quieres que me largue, échame a patadas de aquí, estás en tu derecho. Pero entonces podrías perder tu oportunidad de vengarte.

-¿Vengarme? ¿VENGARME? – Noah no aguantó más - ¡Sólo con una final de póquer no me puedo vengar de esto!

Y se quitó las gafas con un movimiento brusco.

Con razón las llevaba. Bajo las gafas se desvelaron un ojo color azul zafiro y otro con una cicatriz que le rozaba el ojo que sobresalía por la

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cara. El ojo en cuestión se veía inyectado en sangre, pero no herido por fuera.

La gente se asustó. No se veían hemorragias internas en el ojo así como así.

-¡Si hubiese querido vengarme lo habría hecho hace ya mucho tiempo! ¡Y más siendo una herida irreversible!

-Yo me preocuparía más por lo de la adrenalina. Ya sabes, por lo de las posibles taquicardias...

Noah se detuvo. No había mencionado a nadie lo de su problema hormonal. El cazador la tenía pillada. Era la hora de tender una trampa.

-No sé si lo sabes, pero todo el mundo tiene un precio. Y el tuyo es el vicio por el juego. – Noah evitó la mirada del cazador, afirmando explícitamente lo que el cazador acababa de decir – Vengo a pedirte disculpa. Aquella vez, después de que me ganases, tuve que poner la otra mejilla. Pero puedes vengarte aquí y ahora con la final. Dices que no te vengarás tan burdamente. Sin embargo, el póquer es tu especialidad, ¿verdad? Así que ¿por qué no? ¿Por qué no me derrotas ante todos tus amigos? ¿Estás segura de que no quieres jugar?

Era cierto: Noah había desarrollado un vicio al póquer. Aunque siempre era precavida en las apuestas, casi siempre se la veía jugando al póquer. Todo el tiempo.

-…Una última vez – decidió al rato de pensarlo.

“Eso dicen todos” pensó el cazador, sonriendo para sus adentros.

Y comenzó la última partida del torneo. Los relojes ya marcaban una hora muy avanzada en la madrugada. Noah y el cazador se sentaron y esperaron a sus cartas. La gente se estaba emocionando. No se esperaban una disputa de hace tiempo en una noche como otra cualquiera. La tormenta de fuera empezaba a amainar.

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Noah fue precavida como siempre, pero una pequeña parte de ella la presionaba para apostar más, y hacer la derrota del cazador más dolorosa. Empezó a apostar más de lo normal, pero le fue bien.

Y de repente el cazador se quedó sin nada con que apostar.

-¿y qué piensas hacerme ahora? ¿Me vas a rajar el otro ojo? – preguntaba con sarcasmo.

Sin decir nada, cogió un frasco que tenía guardado en la chaqueta y lo apostó. Dentro de la botellita se veía un líquido ligeramente blanco.

-¿Qué es eso?

-Noah, tú decides, – le dijo el cazador – puedes usar el dinero que has ganado en operarte, o puedes tomarte esto.

-Un tratamiento directo con sólo un frasco… ¿Dónde pone que me he de fiar de ti?

-¡Venga ya! He perdido mucho dinero en el torneo. ¿De verdad crees que te iba a dar algo falso? Además, he venido para ofrecerte mis disculpas.

Y Noah comprendió que ese iba a ser su método de disculpa: la medicina. La había inducido a que jugase la última partida para llegar a este momento. Pero, ¿por qué se molestaba tanto?

-Está bien, pero supongo que querrás que apueste fuerte, ¿verdad?

-Precisamente ahí está la gracia.

-Apuesto mi casino – dijo sin pensarlo 2 veces

Todo el mundo se quedó petrificado y sorprendido. Si pierde el casino, también perdería su reputación.

-Así me gusta: directa al grano.

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El croupier barajó las cartas y las repartió. Y de pronto, Noah se sorprendió a sí misma: ¿pero qué acababa de hacer? ¡Había apostado su reputación! ¡Tal y como quería el cazador! ¡No era más que una trampa!

Pero ya era demasiado tarde.

Noah cogió sus cartas disimulando sosiego. Descartó 3 de las 5 con una mano temblorosa. El cazador prefirió quedarse con sus cartas. El croupier le dio un 3 y 7 de diamantes y una reina de picas.

A Noah le había tocado full. Nada más verlo puso su mayor empeño en poner cara de palo. El cazador le podría ganar, pero era difícil.

-Empezaré yo. – dijo el cazador – Color

Y dejó sobre la mesa sus cartas. Efectivamente, era color.

-…Full.

Noah se quedó sin habla. Había ganado. El casino seguiría siendo suyo.

La gente rompió en gritos de alegría y aplausos. Nunca habían visto tal apuesta y que saliesen ganando.

El cazador se acercó a ella a hablare.

-Tú ganas. Como siempre. Aquí tienes la medicina. Siéntete libre de tormala.

Noah paró a pensar.

-…No. No lo haré.

Y arrojó la botella por una ventana.

El cazador se quedó de piedra.

-¡¿Por qué has hecho eso?!

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-He trabajado duro en este proyecto. Y he hecho grandes progresos en mi persona. Te perdono. Me has permitido volver a derrotarte. Eso es mucho decir. Gracias. Hasta siempre.

Y que la suerte te acompañe.

Rocío Marco de la Rosa

IES Auringis. Jaén. 4º de ESO A

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