ÚLTIMA VERSIÓN ART1 BDMM
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MUJERES Y ARTICULACIONES TERRITORIALES ANDINAS EN COCHABAMBA Université Catholique de Louvain Doctorat: Art de Bâtir et Urbanisme Séminaire Habitat et Développement Bianca De Marchi Moyano Promoteur: Prof. Bernard Decleve
Louvain‐la‐Neuve, janvier / 2010
Índice INTRODUCCIÓN 1 1. RECONSTRUYENDO TRAYECTOS 3 2. INDIVIDUOS, GRUPOS Y ANÁLISIS TERRITORIAL 5 3. LOS 5 TIPOS DE LAVY: SIMILITUDES Y DIFERENCIAS 7 4. “COMPLEMENTARIEDAD ANDINA” 9 5. GÉNERO Y COMPLEMENTARIEDAD ANDINA 11 6. ¿UNA LECTURA RIZOMÁTICA? 13 7. HIPÓTESIS Y PREGUNTAS HACIA LAS SOBREPOSICIONES TERRITORIALES EN LA “COTIDIANIDAD” 14 8. NIVELES, CATEGORÍAS Y ENTRELAZAMIENTOS 16
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Las tres comunidades de partida y de selección de estudios de caso son disímiles en muchos sentidos: todas se encuentran a diferente distancia y dirección de la ciudad de Cochabamba, se sitúan a diversas alturas respecto al nivel del mar (entre 2500 y los 3800 msnm), cuentan con particularidades poblacionales y socioculturales específicas y con organizaciones locales y de gestión territorial no siempre coincidentes. Sin embargo, es posible asumir que también muestran elementos comunes, entre los que se destacan: su geografía montañosa, su base económica/poblacional ligada a la dinámica agropecuaria/campesina y su conexión con la mancha urbana de Cochabamba, con sus espacios de intercambio social y comercial.
En ese contexto, el artículo busca dos principales objetivos: el primero desarrollar argumentos de sustento para el mismo trabajo de investigación, analizando algunas experiencias de familias concretas recopiladas en campo; y el segundo se plantea utilizar y aportar elementos respecto al debate en torno a la centralidad y/o a las redes que hacen a los entramados territoriales urbanos, a los “modelos” arbóreos y rizomorfos3, retomados previamente por Mario Cicolecchia, Mauricio Anaya y Anis Mezoued como parte del Seminario Habitat et Développement ‐ 2009/2010.
Con esa intención, se presentan inicialmente dos casos de análisis4, expuestos en el primer apartado, uno vinculado a la zona donde se localiza Callarani, que corresponde a un sector vecino ya estudiado en una anterior investigación5 (Comunidad de Chimboata – Municipio Pocona). El otro caso se contextualiza en la comunidad de Linku y su recopilación de datos corresponde a las encuestas realizadas por el Proyecto Territorialidades, bajo la responsabilidad del equipo PRAHC‐UMSS en septiembre de 2009. Posteriormente, se analizan ambos casos tomando como referencia la primera parte de la investigación coordinada por Jacques Lévy: “Echelles de l’habiter” (2008) e ingresando al debate entre el estudio del territorio “cotidiano” desde el individuo o desde los conjuntos sociales, como la familia.
A partir de eso, se trata de abordar las miradas teóricas, iniciadas por Murra y Condarco, en torno al control vertical de pisos ecológicos en los andes, como matriz principal de apropiación territorial. En ese contexto se examina la dimensión de “género” de la complementariedad territorial planteada por esa línea de pensamiento “andinista” y se intenta ensayar la posibilidad de emplear o no la categoría “rizoma” para este tipo de lecturas territoriales. Finalmente se retorna a los casos inicialmente planteados y se debate la autonomía y la capacidad de producción territorial de los sujetos, particularmente de las mujeres, desarrollando hipótesis y preguntas de investigación en torno a las territorialidades de género sobrepuestas y dinámicas en los andes cochabambinos.
3 Modelos sugeridos y analizados por Deleuze y Guattari. 4 Los casos presentados en este documento corresponden a comunidades con semejanzas importantes, por ejemplo sus poblaciones son mayoritariamente bilingües (español/quechua) pero sobre todo quechuistas y, además, sus centros poblados se hallan entre los 2500 y 2800 msnm, lo que en cierta medida determina una producción agropecuaria similar, centrada en el maíz, el trigo, la papa y la cría de ganado ovino. Aún así, es importante que se tome en cuenta que Linku se halla a 28 Km del centro de la ciudad de Cochabamba, mientras Chimboata está a 140 Km de distancia, en el cono sur del departamento. El caso de Antakahua, aún no tomado para el presente análisis, muestra una población trilingüe (aymara/quechua/español) pero principalmente aymara, su centro poblado se encuentra sobre los 3500 msnm, lo que implica una matriz agropecuaria diversa (sobre todo de tubérculos, quinua, cría de camélidos, etc.) y se halla localizado a más de 80 km de la ciudad de Cochabamba. 5 Tesis de Maestría “Mujeres de Chimboata: Relatos de Territorios y Olvido”, Autora: Bianca De Marchi / Tutor: Andrés Loza Armand Ugon. Cochabamba – UMSS.
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1. Reconstruyendo trayectos
Caso 1: Una Familia de Chimboata
Guillermina Torrico y Felipe Claros tienen nueve hijos e hijas. Dos de ellos viven en la Argentina y los otros seis ‐casi siempre‐ viven en Cochabamba, aunque a veces retornan a Chimboata para ver a sus padres y participar en los trabajos de producción agrícola. En la ciudad de Cochabamba la pareja tiene una casa y una de sus hijas cuenta con un puesto en La Cancha, la gran feria que concentra las actividades comerciales y de intercambio del Valle Cochabambino. La única que permanece todo el tiempo a su lado en Chimboata es Marina, una mujer soltera de 33 años.
La dinámica cotidiana de la familia en Chimboata (a 140 Km del centro de la ciudad de Cochabamba) está marcada por los ritmos y las exigencias de la producción agrícola y de la elaboración y venta de chicha. Su casa en el poblado se convierte en un espacio de acopio, secado, remojo de grano y cocción de chicha. Felipe, el padre, titulariza los trayectos y las actividades vinculados a sus terrenos agrícolas, donde produce papa, trigo (principalmente en sus parcelas de altura, sobre los 3000 msnm) y maíz (más apropiado para terrenos bajos, sobre los 2500 msnm).
Las dos mujeres, además de colaborar en las actividades agrícolas y de concentrarse en las “domésticas”, se hacen cargo de la producción chichera. Así, todos los lunes, ambas van a la feria de El Puente, a 30 km de distancia, donde Marina vende chicha y su madre compra insumos para esta misma producción. Además de las responsabilidades domésticas y de producción chichera, ella se dedica al pastoreo y al cuidado de animales6 y al hilado de lana de oveja con rueca (pusk’a).
La instancia local más relevante de gestión territorial y movilización política de la zona es aquella en la que participa el padre como representante de la familia: el Sindicato Campesino. Así, una vez por mes, Felipe asiste a las reuniones sindicales como propietario de terrenos, es parte de las decisiones que en este espacio se toman y acata las instrucciones que llegan desde la instancia mayor agraria de la zona: la Central Campesina de Muyapampa.
Cuando algún miembro de la familia que ha quedado en Chimboata tiene problemas de salud, en general acude al hospital de Totora (a 15 km. aprox.) o a los servicios médicos –más especializados y diversos‐ que ofrece la ciudad de Cochabamba. Por eso, el contar con una casa en la ciudad y con hijos e hijas instalados principalmente allá es clave. Este contacto es indispensable no sólo en momentos de atención médica, sino además cuando se cubren las
6 Se trata de una actividad generalmente femenina y asignada sobre todo a las jóvenes o, en todo caso, a niños/as y ancianos/as.
FOTO 1: MUJERES VENDIENDO CHICHA EN LA FERIA DE EL PUENTE
FUENTE: PROPIA
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expectativas educativas de la familia. Por ejemplo, el hijo menor de la pareja, Carlos de 12 años, vive en la ciudad con sus hermanos donde asiste a la escuela secundaria7. Pero él retorna todas las vacaciones para ayudar a sus padres en las tareas agrícolas.
Los hijos que viven en la ciudad o en Argentina mantienen en algunos casos parcelas y propiedades en el poblado, que son cogestionadas junto a sus padres. Ejemplo de esto son las actividades familiares observadas en noviembre de 2008, que se centraban principalmente en la cosecha de papa del terreno con riego de Mario, uno de los hijos de la pareja que vive en Cochabamba con su esposa e hijos/as, pero que mantiene sus parcelas activas con ayuda de sus padres y hermana. Pese a esta dinámica intensa de trabajo, trayectos y actividades, Guillermina y Felipe se dan tiempo para asistir a las fiestas de la zona (por ejemplo, al año nuevo en Totora), a los matrimonios y velorios del pueblo. Marina prefiere quedarse en la casa de Chimboata, ella es aún soltera.
Caso 2: Una Familia de Linku
Timoteo Carrasco tiene 30 años y ha nacido en Linku8 donde vive ahora con su esposa, Rosemary Crespo, y sus dos hijos pequeños de 3 y 5 años. Él se dedica principalmente a las tareas agrícolas tanto en sus terrenos de Monte Kanto, donde está su actual residencia, como en los de Linku Abajo donde cuenta con 4 parcelas que le ha otorgado el Sindicato Campesino de su zona, luego de haberlas expropiado hace años y de repartirlas en partes iguales entre sus componentes. Timoteo participa ahora como Secretario de Actas del Sindicato, cargo que ocupará por un año consecutivo hasta las nuevas elecciones dentro de la organización.
En Monte Kanto, con la ayuda de su esposa, se dedica principalmente a la producción de papa, mientras en Linku Abajo obtiene en general maíz y ‐por primera vez‐ cebolla, gracias a las nuevas semillas a las que ha accedido a través del proyecto de “desarrollo” en el que participa el sindicato. Pero él tiene otras actividades que le exigen su tiempo, por lo que su esposa es una ayuda central en la producción agrícola familiar. Gracias a su formación como albañil, que obtuvo durante su estadía en el Chapare9 hace unos años, él a veces logra trabajar como
7 En el poblado de Chimboata el núcleo escolar sólo contempla el ciclo primario, por lo que los niños y niñas que desean seguir su educación secundaria se ven obligados a movilizarse en general a las ciudades vecinas de Totora y Pocona o a la ciudad de Cochabamba. 8 Linku es el nombre de un sector del Municipio de SipeSipe, aledaño a la ciudad del mismo nombre. La zona se halla gestionada y representada por el Sindicato Campesino del mismo nombre. Contempla tres sectores Linku Abajo, Linku Arriba y Monte Kanto. 9 Provincia del Departamento de Cochabamba, de características ambientales tropicales, que se ha constituido en la principal productora de coca de Bolivia.
FOTO 2: REUNIÓN DEL SINDICATO LINKU
FUENTE: PREDIAGNÓSTICO DE LINKU, PROYECTO TERRITORIALIDADES
(PRAHC‐UMSS, 2009).
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jornalero en SipeSipe o en Quillacollo, ciudades que hacen parte de la conurbación de Cochabamba.
Rosemary no es de Linku. Llegó hace 8 años cuando sus padres compraron una parcela y una vivienda en Monte Kanto. En esta casa viven ahora ella, su esposo y sus hijos. También es gracias a su familia, a sus hermanos que viven en el Chapare, que Timoteo ha logrado contar con terrenos de producción de coca (10 Ha) en esa zona. Cada mes él se desplaza en un viaje de más de 6 horas para asistir a las reuniones sindicales de los productores de coca del trópico cochabambino y para controlar su “kato”10 de coca, que es gestionado el resto del mes por los hermanos de su esposa.
Ella permanece en general en Linku, a cargo de las tareas domésticas y del cuidado de sus hijos, pero también de la producción agrícola cuando Timoteo está en el Chapare o trabajando como jornalero en la ciudad. Rosemary es responsable de la comercialización de la producción agrícola familiar, sobre todo “al raleo”, es decir: en pequeñas cantidades, en la feria de Quillacollo (a 15 Km de Linku). Sin embargo, ella no asiste todas las semanas a estos espacios de intercambio y más bien lo hace en temporadas de cosecha o cuando requiere insumos para la producción y el consumo cotidiano.
Las ciudades vecinas son también los puntos de referencia para las necesidades de atención de salud de la familia, por ejemplo, es en el Hospital de SipeSipe donde han nacido sus dos hijos. También la familia asiste a las fiestas que se dan en estas ciudades, tales como la de la virgen de Urkupiña en Quillacollo (15 de agosto) y del Carmen en SipeSipe (16 de julio).
2. Individuos, grupos y análisis territorial
Cuando el equipo coordinado por Lévy (2008), en la primera parte de su documento “Echelles de l’habiter”, realiza una serie de análisis a partir de los recorridos, medios de transporte, lugares y actividades que articulan en un año los individuos de tres ciudades francesas, obtiene una diversidad de trayectorias que ‐según su interpretación‐ difícilmente pueden responder a un patrón único.
Evidentemente, los casos presentados anteriormente de Chimboata y Linku no han sido recuperados con la metodología planteada por el equipo de Levy, en tanto no muestran información detallada y sistemática de recorridos anuales, ni se centran en “individuos” sino en “familias”, conformadas efectivamente por sujetos diversos pero en una articulación permanente que difícilmente puede ser leída de manera aislada.
Ese último elemento no es sólo casual, sino que responde a decisiones metodológicas contextualizadas en visiones de mundo y en intereses investigativos particulares. Así por ejemplo, el equipo boliviano del Proyecto “Territorialidades”, en su proceso de recopilación de datos ha decidido partir del análisis de las “redes territoriales de familia ampliada”, sustentándose en el argumento de que es en la articulación de sujetos que se genera la
10 El “kato” es la medida máxima de cosecha y comercialización de la hoja de coca permitida a los productores bolivianos (10 Ha). Se trata de una producción controlada, cuyo cultivo ha sido el eje de varios conflictos violentos entre las fuerzas del Estado y los sindicatos cocaleros, cuyo auge se dio en la década de los 90’s. Precisamente el límite del “kato” fue resultado de un acuerdo de estos conflictos.
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proyección territorial en los andes y ‐por lo tanto‐ su lectura debe ser integral y no fragmentada.
Sin embargo, uno de los riesgos de ese enfoque es el limitar la complejidad y la diversidad de una familia, de un grupo social para hacerla comunicable, lo que además es condicionado por las técnicas de recolección de datos utilizadas. Por eso es que en la aplicación de encuestas estructuradas, de las que se ha tomado el caso de Timoteo y su dinámica familiar, donde él fue el informante entrevistado, las actividades de su esposa Rosemary aparecen como laterales, sin que se logre leer en detalle su diversidad y aporte territorial; evidentemente esa información será complementada con técnicas más abiertas y profundas dentro del Proyecto “Territorialidades”, que en breve permitirán obtener mayor detalle de casos específicos, ya que su intención de aplicación fue precisamente la generalización de datos y no la particularización de los mismos. Al contrario, en el caso de la Familia Torrico Claros, se cuenta con una gran cantidad y detalle de información sobre las actividades de las mujeres, particularmente de Guillermina y de Marina, porque el estudio concluido del cual se ha recuperado la información se centró ‐de alguna manera‐ en individuos, en mujeres específicamente y en sus actividades territoriales cotidianas, recolectadas con entrevistas abiertas que más bien carece de datos sociales contextuales y generales sobre la zona de trabajo.
Esa contraposición de miradas para comprender el territorio cotidiano es parte de un debate importante que debe afrontarse, sobre todo en el contexto del análisis social y territorial de los Andes, donde la comprensión de la dinámica socioespacial se ha centrado en la noción “ancestral” del ayllu, como una familia ampliada ‐no siempre ligada por lazos sanguíneos ni contigua en términos geográficos‐ que permite a sus componentes funcionar articuladamente, generando estrategias efectivas de sobrevivencia y dominio territorial. Sin embargo es precisamente este aspecto, el visibilizar a los grupos andinos como unidades relativamente homogéneas, el que ha impedido comprender las diversidades, los conflictos y las crisis interiores que supone la institucionalidad familiar.
Es posible suponer que existen muchas estrategias en una misma unidad familiar, muchas creaciones territoriales, muchos usos espaciales y temporales que precisamente hacen a su unidad y a su efectividad, pero que no siempre han sido comprendidos ni incorporados como información importante para proyectos de organización territorial. ¿Cómo aprehender esta diversificación territorial si no es pasando por un análisis de los sujetos?
Lo mencionado antes se complejiza con otra cuestión: ¿Cómo comprender la particularidad de género de esa diversidad si ‐en términos globales‐ los informantes individuales asignados formalmente por la colectividad son hombres? el registro de las familias andinas, de sus apropiaciones territoriales, ya en las lecturas de los cronistas españoles de la colonia y hasta en los marcos institucionales vigentes en nuestros días (véase el ejemplo del Sindicato Agrario, cuya dinámica masculina es recién cuestionada), han pasado por privilegiar interlocutores varones y es evidente que cuando se pregunta a los informantes varones sobre la cotidianidad de sus compañeras, ésta es mostrada superficialmente. Por eso, una investigación de género y territorio debe tomar en algún momento la decisión metodológica de privilegiar “interlocutoras”, que permitan precisamente comprender la diversidad interna, pero sin que eso implique dejar a la familia como entorno de creación y recreación social clave, pero no único.
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3. Los 5 tipos de Lévy: similitudes y diferencias
El estudio de Lévy antes citado, afirma que las
“territorialidades” contemporáneas de los individuos entrevistados en tres ciudades francesas no se vinculan exclusivamente a la dupla domicilio ‐ trabajo, correspondiente a una era industrial en general ya superada en el contexto europeo contemporáneo. Así, propone 5 tipos de graficaciones que englobarían de alguna manera los trayectos y lugares en cuestión. Los mismos son mostrados en el cuadro 1. En ellos se revela una relación entre desplazamientos diversos que parten de un lugar de residencia hacia otros secundarios y ‐en algunos casos‐ terciarios en función al tiempo que permanecen en ellos y a las actividades que concentran.
Ahora bien, acá interesa notar que a pesar de la diversidad de metodologías y de fuentes
de información, es posible utilizar alguno de estos tipos para comprender los trayectos que realizan las dos familias cochabambinas citadas, ya que ellas ‐en sus desplazamientos‐ tampoco revelan la articulación simple y permanente de dos lugares (domicilio ‐ trabajo) y más bien desarrollan una multiplicidad de recorridos diversos, vinculados en ambos casos con la conurbación de Cochabamba, pero también a otros lugares (como la feria de El Puente y la ciudad de Totora, en el primer caso y el Chapare en el segundo).
CUADRO 1: LOS 5 TIPOS IDENTIFICADOS EN TRES CIUDADES FRANCESAS
FUENTE: LÉVY, 2008: 48 (Traducción al español propia)
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En ese sentido, posiblemente el tipo más coincidente con los recorridos y usos espaciales efectuados por las familias citadas es el 2, que implica no sólo la existencia de lugares secundarios articulados al sitio de residencia, sino también terciarios, con un énfasis particular en los medios de transporte y los recorridos utilizados ya que la “masa” de los lugares es más bien “débil”, lo que importa entonces es su articulación.
Esto es evidente cuando se comprenden los desplazamientos y los tipos de transporte que utilizan las dos familias. Tanto en el caso de Chimboata como en el de Linku, los sujetos efectivamente acceden a la conurbación de Cochabamba desde sus lugares de “residencia”, pero no sin antes pasar por otros puntos clave que a su vez son estaciones donde se concentran otras actividades relevantes.
Así, la familia Carrasco Crespo encuentra un punto de desarrollo de actividades en SipeSipe, que a su vez es un lugar de paso si se trata de ir a Quillacollo y ‐en el recorrido mensual de Timoteo hacia el Chapare‐ ambos lugares son parajes de tránsito hacia el centro de Cochabamba, donde él debe tomar el bus que lo lleva hasta la zona productora de coca para asistir, una vez por mes, a la reunión sindical de cocaleros. Por su parte, la familia Torrico Claros al salir de Chimboata debe llegar primero a Inca Cruce en la carretera, para tomar un transporte público hacia la ciudad de Cochabamba donde cuentan con una vivienda a cargo de sus hijos e hijas y un puesto en La Cancha, pero también es en la misma carretera donde se encuentra la feria de El Puente, espacio en el que Marina y Guillermina llegan en camión desde el poblado de Chimboata todos los lunes en la madrugada. Asimismo, en el contexto “local”, las familias cuentan con parcelas situadas a diferente altura dentro del sindicato o acceden a terrenos que les permiten recorrer el territorio permanentemente no sólo en función a lo agrícola, sino también del pastoreo.
Ahora bien, este trazo de articulaciones entre lugares y movilizaciones constantes no corresponde a una superación del modo de vida “industrial”. Es evidente que en Bolivia, particularmente en las zonas de estudio planteadas como escenario de partida del análisis, éste fue poco o nada incorporado como modo de vida, aun cuando haya tenido consecuencias importantes en la cotidianidad andina al momento de su implantación en las lejanas ciudades francesas que Lévy estudia. Para muchos estudiosos de los andes, precisamente aquéllos que se centran en el análisis de las “familias” como unidades, los desplazamientos constantes
11 El gráfico mostrado no corresponde a las distancias ni a las proporciones de la geografía que usan los sujetos citados. Más bien se trata de una representación que busca ejemplificar la combinación horizontal y vertical de estaciones y trayectos.
GRÁFICO 1: TRAYECTOS DE LA FAMILIA CARRASCO CRESPO11
FUENTE: PROPIA
Montecanto: vivienda/ producción de papa/ trigo/pastoreo Linku abajo:
producción de maíz/cebolla/sindicato
SipeSipe/Quillacollo:Feria/Fiesta/Atención Médica/ Jornaleo
Cochabamba:Parada/transito/transporte
Chapare:Kato/ Sindicato
Rosemary:Timoteo:
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responden a un tipo de estrategia territorial “andina” y que implica un permanente movimiento de población, basada en el aprovechamiento de la diversidad ecológica y productiva y en las relaciones familiares.
4. “Complementariedad Andina”
La investigación: “Familias Bolivianas Transnacionales en España” inicia su primer capítulo comentando:
En septiembre del 2006 murió en los Estados Unidos de Norteamérica John V. Murra, el célebre antropólogo creador de la escuela ecoetnológica andina, quien formuló y difundió a escala internacional la teoría del ‘control vertical de un máximo de pisos ecológicos’. Esta teoría hace referencia a las ancestrales y emblemáticas prácticas de movilidad poblacional gestadas en las sociedades andinas desde tiempos milenarios y que posibilitaron el surgimiento de enclaves prósperos y niveles técnicos y organizativos de desarrollo avanzados. Aunque está demostrado y reconocido por el mismo John Murra que el primero en dar cuenta de estas prácticas andinas fue el boliviano Ramiro Condarco Morales bajo el nombre de ‘simbiosis interzonal’. (HINOJOSA, 2009: 13)
Son efectivamente Murra y Condarco quienes inician un campo de producción teórica basto, ampliamente desarrollado en Perú y en Bolivia y retomado hasta la actualidad para comprender no sólo las migraciones internas, sino también hacia el exterior del país. Así, ese lente de análisis es aplicado en las zonas de estudio ahora abordadas en Cochabamba ya que en ellas, en el periodo precolonial, habitan diversos grupos humanos en parte denominados: “señoríos aymaras”, que en la etapa de mayor alcance de la civilización Tiahuanacota (entre el siglo VI a XI d.c. aproximadamente) se articulan a una organización de pisos ecológicos y grupos humanos desde lógicas de complementariedad y reciprocidad alimentaria y simbólica, permitiendo que se establezcan vínculos de comunicación e intercambio desde la Amazonía hasta las costas del Pacífico. Tal construcción histórico‐espacial de la zona implica un manejo de la tierra y de los recursos naturales, caracterizado por su dominio colectivo y vertical, configurado a través del “ayllu”, como la familia ampliada distribuida en asentamientos ecológicos diversos y discontinuos, permitiendo a los grupos sociales el intercambio y acceso a productos, especies y símbolos diferentes.
Asimismo, la llegada del Incario hacia lo que ahora se conoce como Cochabamba, bajo el gobierno de Tupac Yupanqui, se da superada la mitad de siglo XV y en cierta medida sustenta su desarrollo en una matriz similar de dominio territorial, pero acompañada de una importante empresa bélica y de movilización de las poblaciones conquistadas. Así, aproximadamente en 1460 se edifica el conjunto de Incarracay ‐situado en el sector alto del Sindicato de Linku‐ y en 1470 se construye por primera vez la ciudadela de Incallajta12 localizada en el Municipio de Pocona. Parte de los intereses del imperio inca en los valles del actual Departamento de Cochabamba tienen que ver con su vocación productiva cerealera,
12 Las ruinas de Incallajata son el principal rastro Inca en el territorio de la actual Bolivia. Asimismo Incarracay es el conjunto incaico más accesible desde el centro de la ciudad de Cochabamba. Además, en la zona de Quillacollo se habría situado un granero incaico en Cotapachi, con aproximadamente 4000 silos para el almacenaje de maíz con capacidad de más de 5000 toneladas.
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pero sobre todo con su carácter de “puerta” respecto al oriente amazónico, a los yungas, en tanto ecosistema ideal para el cultivo de la hoja de coca (LOZA, 2008: 56)13.
En este periodo de dominio incaico se da la llegada de nuevas poblaciones por el desplazamiento de los llamados “mitimaes”, capital humano que moviliza el Incario de acuerdo a los conocimientos de cada grupo conquistado. Las oleadas humanas se acoplan a la ya diversa población local del valle de Cochabamba, generando un paisaje multiétnico de gran complejidad (LOZA, 2008: 58‐64; DELGADO, 2005: 97). Así, se configura un dominio territorial que alcanza a gran parte de Sudamérica, complementando sus características ecológicas, a través de una importante comunicación caminera, la organización de sistemas de riego y drenaje, de producción agrícola (en la zona: de maíz y coca principalmente), pecuaria y de población tributaria, reproduciendo la complementariedad de pisos ecológicos ya implementada durante el dominio tiahuanacota.
La decadencia del imperio incaico, en la primera mitad del siglo XVI está ligada con la llegada y consolidación de la colonia española, con la implantación primero de las encomiendas (a partir de 1535), después con la consolidación toledana de las reducciones indígenas y los pueblos españoles (1573‐80) y ‐finalmente‐ la cimentación del sistema hacendal en Cochabamba (sobre todo desde inicios del siglo XVII) cuya lógica de dominio criollo/español se extiende durante el periodo republicano y decae recién con la Reforma Agraria de 1953.
En ese proceso de dominio colonial ibérico, la población indígena es presionada hacia diferentes desplazamientos, primero al retorno a sus comunidades de origen en el caso de los grupos mitimaes del incario y luego a la búsqueda de alternativas para eludir el tributo ‐impuesto a través de las reducciones‐ y la mit’a, institución española que recuperaba las movilizaciones colectivas realizadas en el incario, pero conducidas hacia su interés de explotación de las minas potosinas y de los cocales de las zonas tropicales aledañas. En ese contexto, el sistema hacendal, en el que los indígenas y comunidades son incorporados como “yanaconas” primero y después como “piqueros”, se constituye en una importante forma de sobrevivencia, que permitía a las comunidades acceder a la tierra, mantener cierta capacidad productiva autónoma y generar excedentes.
Esa capacidad de generar excedentes, permite la sobrevivencia de circuitos paralelos a los establecidos por los españoles que permiten el restablecimiento de espacios de intercambio verticales. Así se inicia el desarrollo de un sistema de ferias, del establecimiento de lugares de encuentro y trueque, algunas veces auspiciados por los hacendados criollos, pero protagonizados sobre todo por las mujeres indígenas y mestizas, donde se mantiene y profundiza la lógica de reciprocidad y encuentro entre pisos ecológicos. Es esa estrategia la que, a decir de los andinistas citados, sobrevive hasta nuestros días y permite explicar la capacidad de movilización e intercambio territorial de las familias andinas contemporáneas, que han incorporado a las ciudades como lugares articulados, tanto aquellas que se encuentran dentro de Bolivia, como las que están más allá de sus fronteras.
13 El carácter bélico de la conquista incaica marca un rumbo de hostilidad con los grupos amazónico/chaqueños, principalmente chiriguanos y ayoreos, que determina en gran parte el sentido de fortaleza atribuido a Inkallajta. Así, se inicia un proceso de ruptura de la lógica de intercambio que los antiguos pobladores establecen con sus vecinos del trópico. Las estrategias de intercambio de productos y símbolos aparentemente fluido antes del Incario “…se vieron comprometidas por la presencia inca en la región, cuya relación de beligerancia con las etnias habría determinado la ruptura de esta reciprocidad. Esta hipótesis se deriva del hecho de que en la temprana colonización española se habría observado la existencia de este tipo de relaciones en la microrregión, las mismas que fueron definitivamente rotas durante el proceso de colonización”. (LOZA, 2008: 55)
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5. Género y complementariedad andina
Las nociones de manejo territorial explicadas son calificadas por los andinistas como “complementarias y recíprocas”, como el encuentro entre dos partes que intercambian potencialidades equilibrándose y cuya metáfora principal es precisamente la reunión de entidades sexuadas: macho y hembra. Esos lugares complementarios, esos espacios pares incorporados al interior de las comunidades asumen una nominación específica en su origen aymara: Urcosuyo y Umasuyo y se hallan articuladas a la noción de “chachawarmi”14, es decir: “hombre/mujer”.
Ese tipo de argumento se justifica además en el análisis del mundo espiritual prehispánico donde una estructura dual, una “…jerarquía paralela de género ordenaba las deidades y categorías de seres humanos en el lenguaje de la descendencia” (GOSE, 2007: 480). Por eso, al igual que en el mundo andino aymara, vinculado a Tiahuanacu, los Incas sostienen su distribución territorial en elementos pares complementarios, desarrollados en distribuciones bipartitas y cuatripartitas, lo que ‐por ejemplo‐ queda plasmado en su autoconcepción como el “Tawantinsuyo”, dividido en cuatro dominios: Chinchasuyo, Antisuyo, Contisuyo y Collasuyo, manteniendo como centro simbólico y de acción a la ciudad de Cuzco (el “ombligo” del imperio) que a su vez se simboliza en los centros ceremoniales y administrativos de cada zona, tal es el caso de Incallajta. Esas son las raíces de las nociones ordenadoras y “complementarias” de la cotidianidad territorial de género de las familias andinas.
Es posible comprender mejor la forma en que se ha interpretado esas lógicas territoriales de género por los estudios “andinistas” revisando lo que plantea Rocha para el valle cochabambino, quien documenta, a través del lenguaje y las tradiciones, la noción básica de “yanantin” que “connota ‘diferencia’, esto es, supone dos seres (animales, personas, objetos) diferentes” (1999: 79). Khari‐warmi, la unión de hombre/mujer, implica el sentido “…de pensar, sentir, actuar juntos, pero desde una diferencia de la experiencia: dos ojos pero uno izquierdo y otro derecho, dos orejas pero una a la derecha y otra a la izquierda” (83).
Otro ejemplo de ese enfoque es mostrado por la Organización No Gubernamental CENDA (Centro de Comunicación y Desarrollo Andino) que realiza investigaciones tomando los ejes territorio y género. El estudio “Género. Trabajo agrícola y tierra” (LEDEZMA: 2006) contextualizado en las comunidades quechuas de la “Central Sindical Única de Campesinos Indígenas de Raqaypampa” es un ejemplo, en el que acuñan el término “complementariedad flexible” que posibilita comprender la dinamicidad de los roles de género en la comunidad, pero sin dejar de notar que: “El control de la tierra y el territorio está en manos de los hombres, éste se expresa en el sindicato agrario. En contraste, el control de la administración del hogar está en manos de las mujeres…” (172).
Otra vertiente ‐más crítica‐ de estudio de las zonas andinas, propone partir de un análisis histórico de las relaciones de género desde el contacto de los grupos andinos con la cultura
14 El chachawarmi implica: “…obligaciones duales de la ‘pareja casada’ en su contexto socio‐cultural plural o colectivo, y no de un individuo, sea hombre o mujer. Esto es, la ‘unidad política’ no es el individuo como en la ciudadanía más universal, sino como ‘la unidad doméstica’, en que además el concepto de ‘persona’ reconocida jurídicamente (jaqi) en los ayllus es la persona casada” (ARNOLD y SPEDDING, 2005: 157).
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ibérica, comprendiendo sus transformaciones y adaptaciones. En esta línea, Rivera asume tres horizontes históricos de análisis, uno colonial (1542), otro liberal (1870) y un último populista (1952). Así, en el primero, lo femenino indígena se mantiene invisible, como una “no ciudadanía absoluta”: “El sistema tributario colonial distinguía al que tributaba como jefe varón de la familia. Entonces, el que estaba sometido a la mita y al tributo era el varón, la mujer no.” (RIVERA, 2005: 30)15. En el horizonte liberal, el indígena se reduce a su propiedad de la tierra y en consecuencia es representado por el patrón, priorizando al hombre indio como negociador en función de la tenencia del terreno y a sus posibilidades productivas. Así se mantiene la lógica de “no existencia de las mujeres” dentro de la visión colonial androcéntrica. Finalmente, en el populismo, el proceso de dominación se traslada a la relación con los mestizos, quienes otorgan a los indígenas una “ciudadanía de segunda”, respaldada por los sindicatos cooptados, donde ‐pese al voto universal‐ aún se fomenta y consolida la comprensión del hombre como interlocutor privilegiado.
En ese proceso, la autora sostiene que los procesos de invisibilización de lo femenino, pese a la exclusión en el poder público, permiten a la población de mujeres indígenas y campesinas una relativa autonomía cultural y hasta económica. En ese contexto “…Larson ha documentado muy claramente [la situación] para el caso de Cochabamba, basándose en el estudio de las mujeres en su papel de productoras de chicha, de maíz, de harina, etc., que las vincula con una esfera propia de reproducción y de relativa libertad” (30‐31). Aún así, particularmente desde el populismo posterior al ‘52: “las señoras empresarias de la chicha invierten en la educación de sus hijos varones, en la esperanza de que ellos luego tengan el poder político” (33), lo que implica que se da una suerte de legitimación de los patrones dominantes en las mismas lógicas internas de reproducción cultural femenina. Asimismo, queda en evidencia, que las mujeres mantienen el rol de seguimiento a la educación y cuidado de los hijos, un “territorio” propio de lo femenino donde se mantiene un poder informal, clave y decisivo
15 Pese a ello, se legitiman sistemas de imposición, violencia y negación, crudos y traumáticos, cuyo fruto ‐de una u otra forma según la autora‐ es el mestizaje: “de una madre violada, de una mujer violada, forzada por el español” (RIVERA, 2005: 34).
FOTO 3: TRAYECTO DE MUJERES CHICHERAS, Chimboata ‐ El Puente
FUENTE: PROPIA
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6. ¿Una lectura rizomática?
Cuando se presenta la reflexión sobre una territorialización rizomorfa, diferente a la arbórea, se la plantea como una conjunción de líneas, una red horizontal de trayectos abiertos sin un trazo prefijado, con entrecruzamientos permanentes y aleatorios, sin puntos centrales que definan jerarquías. Así, se trataría de recorridos sustantivamente múltiples y heterogéneos, irrepetibles.
Evidentemente esa lectura no coincide en muchos sentidos con lo sostenido por los estudios andinistas antes abordados, sobre todo cuando se toma en cuenta que su principal referente histórico para ratificar el “control vertical de pisos ecológicos” o “simbiosis interzonal” está fijado en el proceso de la consolidación de imperios prehispánicos que (sobre todo en el Incario) reproducen una lógica de “calca” de un modelo de dominio territorial cuatripartito y centralizado en los espacios conquistados, tratando de evitar las líneas abiertas que implica el rizoma y buscando el control.
Sin embargo, el enfoque planteado por los andinistas guarda ciertos aspectos que podrían considerarse rizomáticos. Delgado, autor inscrito a esa tendencia, muestra el siguiente análisis en relación a comunidades de Tapacarí, que permite ingresar en algunos de ellos:
La complementariedad vertical ecosimbiótica es una estrategia fundamental para el acceso a territorios continuos y discontinuos específicos y puede haberse modificado pero existe una recreación de la concepción de la territorialidad porque va más allí del simple manejo del espacio físico natural y de los espacios socioeconómicos. El concepto de complementariedad ecosimbiótica por tanto, no solo abarca la verticalidad ecológica o las interrelaciones entre zonas simbióticas, sino es ‘una crianza recíproca de los comunarios del ayllu con la sociedad global, la naturaleza, el cosmos y las deidades, lo que implica acceder a los territorios continuos o discontinuos, a las ferias y a las festividades, tanto en el campo como en la ciudad, intercambiando dones, bienes y servicios, que permiten el diálogo intercultural, la reproducción biológica y social y la recreación del conocimiento y de la vida desde su propia identidad y cosmovisión". (6: 2006)
La cita evoca una permanente atención en los flujos y los movimientos, en los canales, constituyendo una especie de horizontalidad donde lugares y sujetos entrelazados, colectividades y medio ambiente se disuelven sin aparentes jerarquías, en una forma que podría comprenderse como una red territorial rizomática. Esto además permitiría comprender la sobrevivencia de tales lógicas en el tiempo, ya que pese a las redistribuciones de la población indígena, a su carácter multiétnico, a las imposiciones y rupturas coloniales, los trayectos verticales de intercambio se han reconstruido buscando nuevos trazos y construyendo caminos para mantener los lazos relacionales que les permiten acceder a la diversidad. Así la lectura del territorio planteada se aproxima a la afirmación de que un rizoma puede ser bloqueado en uno de sus trayectos, puede ser separado y cortado, pero seguirá vivo y trazando nuevas líneas.
Sin embargo, existe un elemento básico, que estructura los estudios andinos y además es central en el debate del presente artículo. Para Deleuze y Gauttari la dicotomía, como procedimiento de subdivisión de una unidad, es la base de un sistema arbóreo, ya que implica
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“…una fuerte unidad principal, la del pivote que soporta las raíces secundarias” (2: 1977). Entonces, si se plantea que el territorio andino en su cotidianidad implica el encuentro de espacios sexuados, macho y hembra, de dos partes de un todo ¿nos estamos refiriendo a un “pivote”, a algo unido que se separa, a una dicotomía básicamente arbórea?
En ese marco es clave agregar el tema del poder, particularmente porque éste, en su dimensión más jerarquizada, es excluido de lo que se entiende como rizoma al establecer el principio arbóreo de la dominación y del control, de la jerarquía. Entonces, si tomamos en cuenta que cualquier división de género es una organización cultural, un lenguaje específico16 en tanto una construcción social que parte de la diferencia biológica, pero asume un carácter particular en cada contexto, en cada tiempo y espacio social, estamos aludiendo a un sistema de significantes “dominante”, que evoca una profundidad histórica no simple ni repetitiva, pero sí utilizada como referente social que ordena el comportamiento y los cuerpos de los
sujetos con cierta estabilidad y control.
Entonces, en esos parámetros culturales arbóreos ¿existe espacio para la “autonomía”, para el desarrollo de las clandestinidades, en el sentido descrito por Silvia Rivera a partir de su análisis histórico de las mujeres andinas? Los casos analizados antes permiten precisamente imaginar rizomas territoriales que se construyen en la cotidianidad, tal vez más allá de las redes de la familia, donde se guardan espacios de libertad importantes, aunque no siempre tomados en cuenta.
7. Hipótesis y preguntas hacia las sobreposiciones territoriales en la “cotidianidad”
La Cancha, como un eje de articulación de la conurbación cochabambina, es un fenómeno “descontrolado”, que pocas veces ha sido intervenido con éxito por el municipio de Cochabamba. La feminización de ese espacio y
su connotación a veces “negativa” en el imaginario dominante de la sociedad cochabambina, ha hecho que se usen cotidianamente frases como “estás gritando como vendedora de La Cancha” cuando se quiere censurar a alguien. Al mismo tiempo, llama la atención la
16 Así por ejemplo, en lo que se refiere al lenguaje, Deleuze y Guattari mencionan: “…No hay lengua madre, sino toma el poder de una lengua dominante en una multiplicidad política. La lengua se estabiliza en torno a una parroquia, a un obispado, a una capital. Hace bulbo” (3).
FOTO 4: LA CANCHA
FUENTE: http://www.pitt.edu/~heinisch/Cocha‐Prov‐I.htm
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importancia de ese centro para las familias campesinas, tal es el caso de Guillermina, para quien el tener una hija con un puesto en La Cancha es una ventaja relevante.
Pese a esas tensiones, la relevancia de esa gran feria como motor de la conurbación cochabambina es evidente e innegable. Su dinámica articuladora se encuentra también en las ferias de los valles, permitiendo el aprovisionamiento y la relación estrecha entre los espacios agropecuarios del campo y comerciales/de servicios de la ciudad. Pero no sólo se trata de una organización económica, sino también simbólica, donde los encuentros, los trueques y conflictos, se hacen principalmente en un entorno femenino, cuando las mujeres intercambian con “otros” desde una relativa autonomía.
Es precisamente esa territorialidad paralela, sobrepuesta a la institucionalidad vertical del sindicato campesino masculino, la que busca aprehenderse en el análisis de investigación propuesto. Las mujeres andinas, parecen atravesar los “centros” de organización formal del territorio y llegar a los “espacios públicos” de las ferias resemantizándolos, agregando nuevas funciones, articulaciones y necesidades de equipamiento y de infraestructura, no siempre incluidas en su ordenamiento formal, en general gestionado desde los municipios. Eso queda en claro en los espacios que desarrollan Rosemary, Guillermina y Marina en las ferias de El Puente, de SipeSipe, de Quillacollo y en La Cancha misma.
Otra es la dinámica de los espacios de atención médica, que pueden considerarse centros también, pero menos gestionados por las mismas mujeres y más bien formalizados desde la medicina académica oficial, donde las “cholas” andinas ingresan posiblemente desprovistas de los códigos oficiales. Entonces, esos lugares de encuentro con “otros”, probablemente implican situaciones de autonomía relativa más precaria, como aquéllos que vivió Rosemary cuando tuvo a sus dos hijos en el Hospital de SipeSipe.
Esa libertad relativa, esas territorialidades femeninas no escapan de las identidades asignadas. Un espacio de “autonomía” territorial va a depender también de la relación y de la asignación, de lo que “nos dicen que somos” (LAGARDE, 1995: 29) y de lo que podemos hacer a partir de lo culturalmente vigente y legítimo en un sistema social particular. Lo que cada persona asume como propio en términos subjetivos, tiene que ver con la capacidad de seleccionar elementos desde una autoiniciativa siempre determinada por el contexto.
A partir de eso, la intención de la propuesta de investigación es introducirse y producir un nuevo aporte, un nuevo anclaje de comprensión que cuestione las nociones de complementariedad territorial de género andinas mostradas, precisamente planteando que la dicotomía en la que se sustenta es un principio de control básico, arbóreo y ‐por lo tanto‐ reproductor e invisibilizador de jerarquías territoriales complejas. Es decir, se trata de comprender críticamente por qué Guillermina y Marina, en el caso de Chimboata, aún teniendo un aporte definitivo para su familia en los trayectos de producción y venta de chicha, no intervienen ‐al menos no directamente‐ en el sindicato campesino o cómo es que, en el caso de Linku, Timoteo alcanza a articular lugares distantes como el Chapare a través de las redes familiares de Rosemary, cuando ella se desplaza a distancias mucho menos lejanas en su actividad comercial.
Se busca recuperar la capacidad de generación de territorios de relativa autonomía que atraviesan lo formal, sin simplificar una subordinación de los recorridos femeninos ni un dominio de los masculinos, reproduciendo una vez más una visión dicotómica simple, sino más bien sistematizando sus combinaciones y redes como trazos sobrepuestos, combinados y
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potenciados en la medida que se articulan no sólo a los circuitos “familiares” sino también a aquellas institucionalidades que parten desde el Estado en sus distintos niveles, instancia que en la actual Bolivia asume un papel clave y particular. Eso es relevante cuando se toma en cuenta el rol que juegan y jugaron los sindicatos campesinos, cocaleros17 y ‐más recientemente‐ los ayllus en la configuración del territorio administrativo y político, a través de figuras como el Territorio Comunitario de Origen o la Autonomía Indígena Campesina, pero al mismo tiempo, la trascendencia del circuito ferial y comercial de productos agrícolas y artesanales, articulados en La Cancha.
Esos trayectos sobrepuestos, esas cronotopías de género, pueden ser graficadas como en el estudio de Levy para permitir estudiar a las familias, pero sobre todo para poner a la luz las trayectorias de las mujeres andinas, sus recreaciones territoriales y sus requerimientos socioespaciales, de infraestructura y equipamientos urbanos concretos, pocas veces incorporados en el devenir histórico de Bolivia.
8. Niveles, categorías y entrelazamientos
Recuperando lo transitado en los anteriores párrafos, es posible generar una primera guía de investigación, que permita resumir y conducir las intuiciones, hipótesis y preguntas realizadas en el presente artículo. El siguiente cuadro define dos niveles básicos y complementarios de análisis. El primero se refiere a una revisión de las cronotopías de género en la familia, en una lectura global y no pormenorizada de los territorios sobre puestos de género al interior de la red familiar. La segunda hace alusión más bien a un seguimiento de mujeres particulares, priorizando y comprendiendo minuciosamente sus trayectos y sus lugares clave, las redes que desarrollan, a fin de lograr conclusiones que recuperen sus demandas y requerimientos sociales hacia la organización del espacio y del territorio.
CUADRO 2: CATEGORÍAS Y NIVELES
CATEGORÍAS: Temporalidad Distancia Lugares Actividades Medios de transporte
NIVELES: 1. Familia
2. Mujer
FUENTE: PROPIA
Las categorías incluidas en el cuadro, hacen alusión a aspectos claves e indispensables en cualquier construcción territorial: temporalidad, lugares, actividades, trayectos y transporte. Pero además se agrega un decodificador transversal, un lente de lectura que permite precisamente poner en juego en todos los niveles y categorías la capacidad de autonomía del sujeto o su dependencia, de mayor o menor libertad de decisión en la construcción de los
17 Es importante tomar en cuenta que Evo Morales, recientemente reelegido como presidente de Bolivia con más del 60% de votación, encuentra sus raíces políticas en los sindicatos cocaleros del Chapare cochabambino.
Poder: (subordinación/autonomía/supraordinación)
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territorios de género sobrepuesto. En ese sentido se incorpora la ventana “poder”, como aspecto indispensable.
Esa alusión permitirá entonces comprender en el primer nivel comparativamente y en el segundo en función a las mujeres exclusivamente, su relación con una configuración territorial. Así por ejemplo, si tomamos en cuenta el caso de la familia Torrico Claros, valdría la pena preguntarse ¿qué diferencias existen entre los trayectos, medios de transporte y actividades desarrolladas por Felipe y Guillermina, entre Marina y sus hermanos varones, en Chimboata, Totora, El Puente o en Cochabamba?, ¿cómo son los recorridos específicos de Marina y Guillermina y cuánto pueden decidir sobre ellos? y entonces: ¿es posible que ellas tengan mayor autonomía en los espacios feriales que en otros, tanto por su intervención como productoras de chicha como por el precedente histórico que hace de las mujeres andinas protagonistas de esos “centros” de encuentro?, en ese marco ¿cuánto construyen ellas, cuanto aprovechan y/o distorsionan la infraestructura y el equipamiento generado en los contextos feriales? y finalmente ¿en qué medida las autoridades municipales encargadas del aprovisionamiento y el equipamiento ferial, toman en cuenta esta dinámica territorial femenina?
Esta serie de preguntas podrían ser resueltas en profundidad, conjugando el estudio de la familia pero retomando en ella la especificidad de las mujeres y de sus aportes territoriales.
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