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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE SINALOA FACULTAD DE HISTORIA MAESTRÍA EN HISTORIA LAS LETRAS SINALOENSES EN EL OCASO DEL PORFIRIATO: LA BOHEMIA SINALOENSE (1897-1899) Y ARTE (1907-1909) T E S I S QUE PARA OBTENER EL GRADO DE MAESTRO EN HISTORIA PRESENTA: LIC. ADALBERTO GARCÍA SANTANA DIRECTOR DE TESIS DR. RIGOBERTO RODRÍGUEZ BENÍTEZ LECTORES DRA. MAYRA LIZZETE VIDALES QUINTERO DR. CARLOS MACIEL SÁNCHEZ CULIACÁN ROSALES, JUNIO DE 2010.

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE SINALOA

FACULTAD DE HISTORIA

MAESTRÍA EN HISTORIA

LAS LETRAS SINALOENSES EN EL OCASO DEL PORFIRIATO:

LA BOHEMIA SINALOENSE (1897-1899) Y ARTE (1907-1909)

T E S I S QUE PARA OBTENER EL GRADO DE

MAESTRO EN HISTORIA PRESENTA:

LIC. ADALBERTO GARCÍA SANTANA

DIRECTOR DE TESIS DR. RIGOBERTO RODRÍGUEZ BENÍTEZ

LECTORES DRA. MAYRA LIZZETE VIDALES QUINTERO

DR. CARLOS MACIEL SÁNCHEZ CULIACÁN ROSALES, JUNIO DE 2010.

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Agradecimientos

A la Universidad Autónoma de Sinaloa. A la Facultad de Historia: a su personal académico y administrativo, a sus alumnos. A mi camarada Bertha y a Sandra Luz. A mis compañeros. A mi director de tesis, Dr. Rigoberto Rodríguez Benítez; a mis lectores Dra. Mayra Lizzete Vidales Quintero y Dr. Carlos Maciel Sánchez. Doris, Emilio, Alejandro, Matilde, Gerardo, Marcelino, Martha, Octavio, Sergio, Roberto, son algunos nombres que pronuncio con frecuencia, a ellos le debo mucho. A Richi y Marilú que colaboraron decididamente y con puntual solvencia. A mis padres y hermanos, y el resto de mi familia. Azalia y Adalberto viven en mi corazón y lo mantienen vivo, casi alegre. Sin ellos no haría nada. A mi mujer le corresponde el aliento; a mi hijo el estilo.

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A Rony (hijo del Schubert y Marilolis),

mi amigo.

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La historia es un carnaval de máscaras y gestos.

Álvaro López Miramontes

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Índice

Introducción ................................................................................................................................... 6

Capítulo I. La Belle Époque ......................................................................................................... 18

1.1 Identidad y Diferencia .................................................................................................. 18

1.1.1 De parnasianos, simbolistas y decadentes .................................................. 18

1.2 El Modernismo ............................................................................................................. 20

1.2.1 El sur también existe .................................................................................... 21

1.2.1.1 Las huestes de Darío ................................................................. 24

1.2.2 El Duque Job y sus heredades ..................................................................... 33

1.2.2.1 Las publicaciones ....................................................................... 35

1.2.2.2 Los autores ................................................................................. 43

Capítulo II. La sociedad mexicana finisecular: tradición y modernidad....................................... 54

2.1 El porfiriato o la cultura del progreso ........................................................................... 54

2.2 El Cañedismo: modelo a escala .................................................................................. 72

Capítulo III. La Bohemia Sinaloense: la vindicación del modernismo ......................................... 86

3.1 Entre tirios y troyanos ................................................................................................ 101

3.1.1 Los “Bohemios” .......................................................................................... 110

3.1.1.1 Poetas y prosistas .................................................................... 110

3.1.1.2 Las féminas .............................................................................. 115

Capítulo IV. Arte: de la seducción al olvido ............................................................................... 121

4.1 Pluscuamprefecto y su gavilla ................................................................................... 131

4.1.1 Enrique González Martínez ........................................................................ 132

4.1.2 Sixto Osuna ................................................................................................ 137

4.1.3 José Sabás de la Mora. .............................................................................. 139

4.2 Los autores ................................................................................................................ 141

4.2.1 Locales ....................................................................................................... 143

4.2.2 Nacionales .................................................................................................. 145

4.2.3 Extranjeros.................................................................................................. 154

A manera de conclusión ............................................................................................................ 158

Bibliografía ................................................................................................................................. 160

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Introducción

Al igual que otros estados de la República, entre ellos Oaxaca, patria chica del

héroe de Tuxtepec, Sinaloa tuvo su versión tropical del porfiriato, en este caso en

manos del gobernador general Francisco Cañedo Belmonte, quien habría de

beneficiarse del dictum porfiriano “Juntos luchamos, juntos subimos”. Así las

cosas, Cañedo Belmonte detentaría el poder en Sinaloa durante treinta y dos años

(1877-1909), es decir, desde inicios del porfiriato hasta su muerte. Durante ese

lapso el estado vivió acontecimientos de diversa índole, entre los que destacan: el

auge de la prensa sinaloense; el cólera que azotó Mazatlán (1902); el asesinato

de José Cayetano Valadés (1879); el primer carnaval de Mazatlán (1898); el

tendido de las vías férreas a lo largo del estado; la oferta de 10 mil pesos por la

cabeza de Heraclio Bernal, el Rayo de Sinaloa; la aparición de las revistas

literarias La Bohemia Sinaloense (1897) y Arte (1907); la construcción de: el

Puente Negro, la iglesia del Santuario (para que la primera dama del estado no

fatigara sus beneméritos pasos hasta la catedral, tres cuadras más arriba), la

capilla de Nuestra Señora de Guadalupe (en Pericos), el Teatro Apolo (1895); y

también el arribo a Sinaloa del arquitecto Luis F. Molina y la soprano Ángela

Peralta, etcétera.

Se trata, pues, de una época de contrastes: auge económico y violencia política,

construcción de edificios y brotes de enfermedad, oropel de salones y tertulias y

miseria en el campo, modernidad comunicativa y analfabetismo. Si el cañedismo

no llegó a ver las revueltas revolucionarias, si alcanzó a vislumbrar cómo éstas

maduraban al interior de una sociedad que no cesaba de repetir la fórmula “paz y

progreso” como si de un pase mágico o de un exorcismo se tratara.

En el seno de esa pax porfiriana, de ese progreso positivista, surge en Culiacán La

Bohemia Sinaloense, revista literaria dirigida por Julio G. Arce (Guadalajara, Jal.,

1865-1914), poeta y farmacéutico, y Manuel Bonilla (San Ignacio, Sin., 1867-1957)

novelista y topógrafo, a quienes acompañaron en la empresa plumas tan

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distinguidas como las de Enrique González Martínez, Amado Nervo, Esteban

Flores, Eustaquio Buelna, Herlindo Elenes Gaxiola, Francisco Medina, José Ferrel,

Cecilia Zadi, Samuel Hijar, Francisco Verdugo Fálquez, Jesús G. Andrade,

Ricardo Carricarte, entre otros. Se trata de escritores que más tarde figurarán con

luz propia en las letras nacionales, sobre todo González Martínez y Nervo, pero

también Esteban Flores y Samuel Hijar; o formarán parte de un fragmento nada

desdeñable de la historia de Sinaloa: Eustaquio Buelna, historiador, fundador de la

Universidad (a la sazón Colegio Civil Rosales); José Ferrel, candidato a

gobernador, demócrata, maderista; Chuy Andrade, el vate-profeta que sentenció a

Obregón desde su ebriedad consuetudinaria: “Mocho, ¿oyes esas campanas que

están repicando en tu honor? ¡Pues pronto doblarán a muerto!”.

Una década más tarde la revista Arte irrumpiría desde Mocorito en las letras

sinaloenses, continuando con el derrotero que la revista culiacanense había

marcado. Dicha publicación era dirigida por Enrique González Martínez y Sixto

Osuna. Sus páginas albergarían textos de una calidad más que notable, y sus

autores gozan hoy día (unos más que otros) de un sitio de honor en la literatura

universal: Rubén Darío, que renovó la literatura de lengua española y conquistó

para la poesía y la prosa hispánicas de este lado del atlántico carta de ciudadanía

literaria; Antonio Machado, uno de los más talentosos poetas pertenecientes de la

generación del 98; Leopoldo Lugones, al que Borges tanto admiró y terminó

dedicando El hacedor; Giovanni Papini, entonces muy joven y sin el renombre que

más tarde alcanzaría; Anatole France, Paul Verlaine, Catule Mendés, y tantos

otros.

El trabajo de investigación que ahora presento, intenta esbozar los primeros trazos

de lo que se pretende sea un paisaje literario, un artefacto cultural. Dibujar este

paisaje es trabajo para un cronista, iluminarlo, darle brillo y color para un estilista,

interrogar sobre las luces y las sombras que se proyectan en dicha representación

es tarea para un historiador. En mi modesta condición de estudiante de historia,

pretendo ensayar, así sea torpemente, el conjunto de las tareas arriba anunciadas.

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Tengo para mí que la realidad es texto, auque no afirmo, ni mucho menos, que

sea sólo eso; sostengo, sí, que el hecho de aparecer como texto-huella ofrece la

posibilidad de estudiar esa realidad desde la perspectiva de la significación.

Producción y reproducción de la vida social coinciden con las formas de

representación que ésta hace de sí misma y que se expresa en productos

culturales, tales como periódicos y revistas, y todo tipo de textos que circulan y

crean opinión.

En el caso de Sinaloa se puede considerar a los periódicos locales como un

antecedente inmediato de las revistas literarias, tal como sucedía en otras partes

del mundo. Se trata, pues, de una constante cultural. A esto hay que agregar que

los periódicos de la época eran dirigidos por quienes tenían algún cargo en la

directiva de las revistas en cuestión: Julio G. Arce, director de La Bohemia

Sinaloense, dirigía también el diario Mefistófeles (Culiacán, 1898-1909) y José

Sabás de la Mora, editor propietario de Arte, era director de Voz del Norte

(Mocorito, 1903-1911). A este cruce de actividades corresponderá una serie de

intereses de carácter político, económico y social que se traducirá en textos

ideológicos, esto es, escritos cargados de sentido y de interés.

Sobre el método

En un pasaje que ya es famoso y suele citarse con arreglo a propósitos similares a

éste que hoy me ocupa, Marx plantea a sus lectores alemanes, la falta de

coincidencia entre método de investigación y método de exposición:

Por cierto que el procedimiento de exposición debe distinguirse formalmente del de investigación. A éste le corresponde apropiarse de la materia en todos sus detalles, analizar sus distintas formas de desarrollo y descubrir sus vínculos íntimos. Una vez cumplida esta tarea —pero sólo entonces— puede exponerse el movimiento real en su conjunto. Si esto se logra, de modo que la vida de la materia se refleje en su producción ideal, ese espejismo puede hacer creer en una construcción a priori.1

1. “Palabras finales a la segunda edición alemana”, en Karl Marx, El Capital, t. I, Buenos Aires, Editorial Cartago, 1974, p. 31.

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Por mi parte, tengo que señalar que mi recorrido fue de lo particular a lo general:

primero ubique (consulté, leí, estudié) las revistas sobre las cuales iba a ejercer

eso que Michael de Certeau (pero no sólo él) llama operación historiográfica;

después de ello, ubiqué el discurso de mis “hablantes” (las revistas, los textos, los

autores) en el contexto de una tradición literaria, en este caso específico la de la

lengua española, sobre todo la que se identifica bajo el término de Modernismo, y

su relación con otras corrientes literarias, sobre todo francesas: el simbolismo y el

parnasianismo (que en algún momento se conoció bajo el peyorativo de literatura

decadentista). Por último, traté de reconstruir la problemática nacional (y regional)

en la cual se movían, sí, como peces en el agua, mis “modernistas”. Como podrá

observarse apenas se atienda al índice de este trabajo, he invertido (aunque no

simétricamente) el orden de mi exposición: toda vez que parto de la revisión del

modernismo latinoamericano en general, y mexicano en particular, para después

de ello examinar el contexto histórico nacional (porfiriato) y el sinaloense

(cañedismo) para, ahora sí, estar en condiciones de abordar el “mundo del texto”

en que se inscriben La Bohemia Sinaloense y Arte.

Cuestión de teoría

Según la fórmula de Marc Bloch,2 el historiador despliega su ejercicio a partir de

huellas, unas materiales, otras espirituales o “imaginarias”, en todo caso huellas

mudas (o en interlocución latente.) Es por ello que las huellas por sí solas

conducen a callejones sin salida. Recuerdo una frase de Lo Duca: “para hablar del

silencio, el silencio no es suficiente”. Corresponde, pues, al historiador cuestionar

esas huellas, poner en acto su potencial discurso, su testimonio.

El problema, entonces, es ¿desde dónde nos erigimos como entes inquisitivos (y

no meros inquisidores), facultados, comisionados, propicios para con esas

huellas?, y también ¿ese lugar, ese topos, nos proporciona suficiente acceso a

una relación dialógica con nuestros “informantes”?

2. Marc Bloch, Introducción a la Historia, México, FCE, 1989.

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Parece claro que se interroga desde una teoría. El problema es que no existe

“una” teoría, sino “las” teorías. Las muchas teorías. Mi referente teórico más

preciso lo constituye la obra de Roger Chartier, particularmente los ensayos

contenidos en El mundo como representación y El juego de las reglas: lecturas.

Del primero, retomo el giro que se expresa en esta afirmación: “(pasar) de la

historia social de la cultura a una historia cultural de lo social”, es decir, concebir a

la cultura como el eje rector para el análisis de la res gestae, entendida ésta como

la historia de las prácticas de representación y apropiación del mundo (rerum

gestarum).3

En este sentido, planteo la necesidad de asumir el problema de las revistas

literarias tal como Chartier lo plasma en el ensayo “Introducción a una historia de

las prácticas de lectura en la era moderna (siglos XVI-XVIII)”, esto es:

(en) tres polos… por un lado el análisis de textos, ya sean literarios u ordinarios, descifrados en sus estructuras, sus motivos, sus objetivos; por otro, la historia de los libros [de las revista para mí], y más allá, de todos los objetos y de todas las formas que realizan la circulación de lo escrito; por último, el estudio de las prácticas (la lectura, sobre todo) que, de manera diversa, se apoderan de los objetos o formas produciendo usos y significaciones diferenciados.4

Esto indica que hago mía la distinción entre “el mundo del texto” y “el mundo del

lector” que Paúl Ricoeur propone para la asunción de su “operación

historiográfica” en Tiempo y narración,5 y que subyace en el fondo del análisis de

Chartier, esto es: una historia de las formas de leer que identifique las

disposiciones específicas que operan entre comunidades de lectores y tradiciones

de lectura.

3. La obra de Roger Chartier goza de gran difusión en lengua española: Argentina, España y México se disputan con vertiginosa celeridad, en ocasiones infundada, libros y compilaciones de este historiador francés, lo que da como resultado una bibliografía un tanto abultada, pero siempre sugerente.

4. Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre la práctica y la representación, España, Gedisa, 2002.

5. Paúl Ricoeur, Tiempo y narración, México, Siglo XXI editores, (tres tomos), Tercera edición en español, 2000.

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Las revistas son una mercancía que se produce y se vende, un soporte de

contenidos culturales y un objeto físico, específico en su material, presentación y

fabricación. Considerados como mercancías, “los textos” pueden estar sometidos

primeramente a los procedimientos de una historia económica, atenta a

reconstituir la coyuntura de la reproducción impresa, la distribución citadina de los

talleres y almacenes, las áreas, itinerarios y volúmenes de las librerías. A esta

primera aproximación debe seguir una historia de carácter social sobre los

miembros (colaboradores, directivos, libreros, editores): el estudio de estos grupos

de profesionales permitirá desentrañar fortunas y alianzas, hurgar formas de

trabajo y mecanismos de pacto entre intelectuales y clases sociales, intelectuales

e iglesia, en fin, entre saber y poder. Como portadoras de “textos”, que son

elementos de la cultura escrita de un tempo, las revistas literarias representan una

guía privilegiada para una historia de la lectura (o de la recepción) que se propone

interpretar lo que una sociedad ha pensado (por escrito) y que quiere leer, en

términos de distancias culturales, por ejemplo, las diferenciaciones y similitudes

socioeconómicas del Sinaloa cañedista respecto del resto del país.6

Uno de los signos que mejor expresan la vitalidad de una disciplina científica, es la

discusión entre la comunidad que la compone. Dicha discusión puede adquirir

diferentes formas y foros de expresión: polémicas, recensiones, seminarios,

mesas redondas, etcétera.

En México, alentamos esa discusión con un retraso de por lo menos una década,

lo que significa un desfase de considerable importancia en el concierto

historiográfico internacional. Hay que reconocer, sin embargo, que la situación era

aún más desventajosa en el pasado, y que actualmente en la capital del país (y

quizá también en Guadalajara) se discute, así sea esporádicamente, con

pensadores e historiadores de primera línea. Por otro lado, la incorporación de

buena parte de la población urbana a la internet y el uso que los académicos

6. A este respecto en el capítulo III, trataré sobre la relación que tuvo lugar entre un considerable número de revistas de provincia y La Bohemia Sinaloense, a partir de la columna permanente “Esbozos” que bajo el pseudónimo de Jorge Ulica, escribiera mes tras mes Julio G. Arce.

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hacen de esta herramienta, supone una vía de acceso al conocimiento que más

temprano que tarde habrá de reducir la mentada desventaja que por décadas

hemos padecido.

De esta manera, mientras algunas polémicas que en Europa o Estados Unidos o

en Asia (tal es el caso de la India y los subalterns studies) tienden a declinar, entre

nosotros apenas despuntan. Llegamos tarde, es cierto: tarde pero sin sueño.

Una de las corrientes que más tardíamente se ha incorporado al concierto

historiográfico mexicano es la que se conoce bajo la denominación de Historia de

los Conceptos (Begriffsgeschichte) o Semántica Histórica, capitaneada por

Reinhart Koselleck. Sin embargo, hay que señalar que tal retraso no acontece

única o exclusivamente en nuestro país, pues, como afirman José Luis Villacañas

y Faustino Oncina, la fórmula Begriffsgeschichte surge en el siglo XVII, aunque es

hasta mediados del siglo XX que adquiere prestigio filosófico:

Sólo a partir de los años cincuenta la Begriffsgeschichte encuentra un caldo de cultivo propicio entre los historiadores de la filosofía. Recibirá un importante impulso de la Academia de las Ciencias y la Literatura de Maguncia, con la creación del Archivo para una historia conceptual (Archiv für begriffsgeschichte), revista periódica de enorme difusión e implantación en Alemania. Su principal promotor, con un compromiso indiscutible con la historia de la filosofía, es E. Rothacker, a quien pronto se sumarán K. Gründer y H.-G. Gadamer.7

Como se deja ver en esta cita, la Historia Conceptual data de largo y su abanico

de posibilidades, su práctica historiográfica, es múltiple. Marcada, entonces, desde

su origen, no existe una sola vía practicable para la historia de los conceptos. Hay

muchas formas posibles, entre las que destaca la Histoire conceptuelle du

politique que en 1986, con motivo de su ingreso al Colegio de Francia, propusiera

Pierre Rosanvallon. No es el propósito de este preámbulo revisar la historia

7. José Luis Villacañas y Faustino Oncina, “Introducción” en Historia y hermenéutica, Barcelona, Paidós Ibérica, 1997. “Comprender e interpretar, no es sólo una instancia científica, sino que pertenece con toda evidencia a la experiencia humana del mundo. No existe un método hermenéutico. Todos lo métodos descubiertos por la ciencia pueden dar frutos hermenéuticos, si se aplican correctamente y si no se olvida que un poema no es una muestra que pueda explicarse como caso representativo de algo más general, tal como ocurre con la muestra de un experimento en cuanto caso de una ley de la naturaleza.” Hans-Georg Gadamer, ¿Quién soy yo y quién eres tú?, España, Herder, 1999, p. 148.

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conceptual en su desarrollo, y los campos de influencia que en ella convergen.

Intentaré apenas esbozar los alcances de la semántica histórica propuesta por

Reinhart Kosellek, misma que tiene su cumbre en el Diccionario histórico de los

conceptos político-sociales básicos en la lengua alemana, preparado (y publicado)

en colaboración con Werner Conze y Otto Brunner entre 1972 y 1997, y que el

pensador alemán ponderara puntualmente en Histórica y hermenéutica, discurso

preparado para conmemorar el octogésimo quinto cumpleaños de H.-G. Gadamer

celebrado el 16 de febrero de 1985 en la Universidad de Heidelberg.

En ese texto Kosellek se interroga por las condiciones de posibilidad de la historia

en la estrecha relación que mantiene con el lenguaje y los textos, reconociendo el

nivel hermenéutico del análisis histórico, pero destacando la importancia de una

historia prelingüística al replantear los nexos entre acontecimiento y

representación.8 A la pregunta sobre si se agotan las condiciones de posibilidad

de una historia en el lenguaje y los textos, responde que los presupuestos sobre

los que descansa la Histórica no se agotan en el lenguaje ni remiten (únicamente,

exclusivamente) a los textos, por lo que rechaza el estatuto de subsidiaridad (o

subcaso) para con la hermenéutica, reclamando un reconocimiento epistemológico

de mayor dignidad.

La Histórica, a diferencia de los exegetas, siempre tiene en cuenta un estado de cosas extratextual, aún cuando constituye su realidad sólo con rudimentos lingüísticos.9

Mi tema de investigación tiene como “representación escrituraria” dos

publicaciones literarias sinaloenses: La Bohemia Sinaloense (1897-1899), editada

en Culiacán en la Imprenta Retes, en la que fungieron como director el poeta y

farmacéutico Julio G. Arce y como subdirector el novelista y topógrafo Manuel

Bonilla; y la revista Arte (1907-1909), que se editaba en Mocorito en la imprenta

del periódico Voz del Norte, propiedad de José Sabás de la Mora, en la que se

8. Discípulo directo de Gadamer, Kossellek reformula los conceptos hermenéuticos, al otorgar a éstos una dimensión temporal que antes apenas si acusaban. De esta manera, representación, horizonte de interpretación, expectativa, significación y otros conceptos claves del discurso hermenéutico clásico adquieren un estatuto epistémico diferente.

9. José Luis Villacañas y Faustino Oncina, “Introducción” en Historia y hermenéutica, Barcelona, Paidós Ibérica, 1997, p. 43.

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desempeñaba como director el joven médico y poeta Enrique González Martínez y

como subdirector el filósofo y poeta Sixto Osuna. Se trata de dos publicaciones

que surgen en plena época prerrevolucionaria, lapso que representa para la

historia (res gestae) de México una especie de periodo bisagra (sattelzeit) que

marcará las representaciones y las prácticas de la sociedad mexicana. Pasamos

de “hijos de la chingada” a “hijos de la Revolución”.

Volviendo a las revistas en cuestión, hay que decir que ambas participan del

espíritu de la época (zeitgeist) y se adhieren al movimiento artístico considerado

por muchos estudiosos la primera contribución original de Hispanoamérica a la

literatura mundial: el modernismo. En este sentido, haré uso de los conceptos

modernismo/modernista, con arreglo a la Semántica Histórica. Cabe destacar

también que existe una serie de términos que ayudan a configurar el mapa

conceptual: Clásico, Modernidad/Posmodernidad, Progreso, Racionalidad,

etcétera.10

Como se puede ver, el concepto de modernidad apareció hace dieciséis siglos,

aunque no siempre ha tenido el mismo significado, pues si al principio se utilizó

para diferenciar prácticas religiosas coexistentes en el siglo V, con la Ilustración

francesa adquiere un sentido eminentemente temporal o epocal. Nuestros dos

primeros elementos son, entonces, una práctica religiosa y un situarse en el

10. Reproduzco dos definiciones que me parecen relevantes para abordar el modernismo: una procede de la teoría de la cultura y otra de la historia. Aclaro que no son las únicas que se pueden tener a la mano, pero sí las que mejor engloban la problemática del modernismo: “El término modernismo procede de la palabra latina modernus, del siglo v, utilizada para distinguir un presente oficial cristiano de un pasado romano pagano. En el siglo XVII, con la aparición de la Ilustración francesa, vemos aparecer una nueva concepción de la Modernidad: es como un periodo distintivo y superior en la historia de la humanidad. El término mismo señala algún tipo de cambio. Generalmente se presupone, en las discusiones sobre el posmodernismo, que lo que se está dejando atrás, o se está superando es la Modernidad o el Modernismo. La palabra Modernidad se utilizaba para referirse al desarrollo de determinadas formas de organización industrial, metropolitana y urbana, ante todo el fordismo y su precursor, el taylorismo”. James Curran, David Morley, Valerie Walkerdine, Estudios culturales y comunicación, España, Paidós, 1998; “el término modernismo como denominación de un movimiento estético fue acuñado por un poeta nicaragüense que escribía en un periódico guatemalteco sobre un encuentro literario que había tenido lugar en el Perú. Rubén Darío inició en 1890 una tímida corriente que adoptó el nombre de modernismo, inspirada en las sucesivas escuelas francesas de los románticos, parnasianos y simbolistas, a favor de una ‘declaración de independencia cultural’ respecto a España que desencadenaría, en la hueste de los años noventa, la emancipación del pasado de las propias letras hispánicas. En inglés, la noción de ‘modernismo’ apenas entró en el uso general antes de mediados de siglo, mientras que en castellano era corriente una generación antes. Aquí lo atrasado abrió camino a los términos del avance metropolitano, de modo muy parecido a como en el siglo XIX el ‘liberalismo’ fue un invento de los españoles que se levantaron durante la época napoleónica contra la ocupación francesa, una expresión exótica de Cádiz que sólo mucho más tarde se aclimató en los salones de París y Londres”. Perry Anderson, Los orígenes de la posmodernidad, Barcelona, Anagrama, 1998, p. 65.

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tiempo, un zeitgeist propiamente dicho. Dejando de lado el primer aspecto, es

necesario resaltar que una situación epocal tiene, como Jano, dos caras: por un

lado remite a una tradición instaurada por prácticas y representaciones de sí

misma, y por otro, acusa el influjo del cambio, de la ruptura. Moderno es aquello

que cambió, que devino actualidad, acto, plenitud de ser.

Pero lo moderno no cancela el pasado, únicamente lo desplaza, lo deja de lado, lo

arrincona, lo torna vestigio, lo anacroniza. Este movimiento de la modernidad que

se instaura como razón de ser, contiene elementos que inevitablemente nos

remiten a su origen diferenciador, es decir, implica una declaración de fe, en este

caso una fe laica, racional, científica. En este sentido modernidad y progreso se

implican, se interpelan, son dos caras de la misma moneda. Por otra parte, lo

moderno tiene su espacio privilegiado: la ciudad, la metrópoli, que se opone (que

se impone) al campo, tierra fértil para la tradición. Es por ello que modernidad

también designa un modelo de organización industrial.

Finalmente —last but not least— moderno significa una actitud frente al arte, una

adscripción estética que, en América, supone un movimiento independentista

respecto de una metrópoli que ha dejado de serlo: la España peninsular.

Entre 1823 y 1829 Hegel pronunció en Berlín una serie de cursos sobre arte y

literatura, que son conocidas como Lecciones sobre estética y fueron editadas en

1835 por su discípulo H. G. Otto. En ese texto se encuentra un concepto que no

ha tenido mucha fortuna entre los estudiosos de la filosofía y la historia: se trata

del concepto que Rafael Gutiérrez Girardot traduce como “prosa del mundo” o “el

estado mundial de la prosa”.11

¿Por qué la importancia de dicho concepto para este trabajo de historia cultural?,

porque designa no sólo una época, sino también el conjunto de prácticas que ésta

11. A excepción de Foucault y del propio Gutiérrez Girardot, no he encontrado referencias al respecto. Cfr. Michael Foucault, Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI Editores, 2004, particularmente el capítulo 2 titulado precisamente “La prosa del mundo”, y Rafael Gutiérrez Girardot, Modernismo. Supuestos históricos y culturales, México, FCE, 2004.

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implica. Se trata del estado en el que el individuo es al mismo tiempo medio y fin

de otros individuos, aspecto que Hegel profundizará en sus Lecciones de filosofía

del derecho, en otras palabras se alude a la “sociedad burguesa” (en su acepción

de sociedad civil) que hacia 1789 habría de poner fin al Ancien Riqimen, al viejo

orden cuya legitimidad recaía en el derecho divino de los reyes y mantenía una

división social rígida: la aristocracia, la iglesia y el tercer estado.

En esta sociedad de ciudadanos (no se siervos), de personas privadas (no de

súbditos ordenados en jerarquías), en la que dominan el egoísmo como principio

general, las dependencias recíprocas, el interés propio y el principio de utilidad; en

este estado mundial de la prosa, el arte ya no puede expresar el máximo menester

del espíritu, esto es, el hombre con su mundo social, político y religioso concebido

como una totalidad sustancial. Ese mundo del hombre íntegro pertenece al

pasado, fue el de la imagen ideal de Grecia que se había venido cincelando desde

Winckelmann.12

Como el presente ejercicio obedece a requerimientos académicos que no se

pueden omitir, aunque se parta de la convicción (en mi caso no puede ser de otra

manera) de que la lógica de la investigación histórica poco tiene que ver con los

protocolos propios de disciplinas apodícticas, planteo las sigientes hipóteis de

trabajo:

1. Las representaciones del mundo, que rigen, norman, alientan e

institucionalizan prácticas, participan de una dimensión epocal (zeitgeist),

que rebasa con mucho los límites geográficos y político administrativos en

que éstas se inscriben.

12. Rafael Gutiérrez Girardor, op. cit. Como se ve, el concepto prosa del mundo tiene diversas aristas que bien vale la pena observar, por ejemplo: modernidad/tradición/ruptura, Antiguo régimen/sociedad civil, Estado moderno, etc. Sobre la primera triada bien vale la pena consultar los muchos ensayos y comentarios sueltos que Octavio Paz produjo a lo largo de su obra. En el caso de Winckelmann hay que apuntar que haber entendido al arte como parte del “estado mundial de la prosa”, lo llevaría a historizar la literatura, esto es: a concebirla en su despliegue espacial y epocal y a polemizar con Lessing en franca oposición al carácter meramente estetizante que la obra de arte representaba para este último.

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2. Que en la sociedad sinaloense finisecular, dichas prácticas se

institucionalizan en correspondencia con los intereses de segmentos

sociales (clases, órdenes, familias, etcétera) que disputan el poder

(material, espiritual, tradicional) que les permite mantener su lugar de

privilegio en un concierto cultural propicio: el porfiriato, cuya versión

doméstica se conoce como cañedismo.

3. El entramado de prácticas de la modernidad cañedista en lo referente al

plano cultural, tiene su anclaje en la élite local y su expresión más acabada

se puede ubicar en la prensa estatal y en las revistas La Bohemia

Sinaloense y Arte.

4. A partir del estudio de los textos de las dos revistas literarias más

importantes del cañedismo, podemos tener una visión del imaginario

sinaloense y sus autores nacional y mundial, de reputación modernista.

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Capítulo I

La Belle Époque

1.1 Identidad y Diferencia

Tradición y ruptura representan en el arte y la literatura (y en otros tantos aspectos

de la realidad) dos momentos de un mismo proceso: el de la construcción de la(s)

identidad(es). Una sociedad o un individuo sólo se constituyen como tal a partir de

reconocerse como herederos de valores y actitudes sobre los cuales se moldea su

presente y se dibuja, con trazos ciertamente difusos pero no por ello falsos, el

horizonte de expectativa que los impulsa a elegir, a apostar. El pasado se

presenta, entonces, como condición de posibilidad, para acceder a lo que se es,

en el sentido más profundo del ser, esto es: tiempo, historia.

Pero el tiempo no es un continuo que acaece inevitable, fatalmente, no: da rodeos,

impulsa saltos, disemina retrocesos, aletargamientos, siembra rupturas: el tiempo

no pasa sin el hombre, que es ante todo voluntad, sujeto.

En medio de continuidades y rupturas el hombre (la sociedad) avanza,

imprimiendo en este recorrido su propia historicidad, su propia finitud, su legado.

1.1.1 De parnasianos, simbolistas y decadentes

En 1866 apareció en París Le premier Parnasse Contemporaine que recogía

textos de Leconte de Lisle, Catule Mendés, L. X. de Ricard, Sully-Prudhome, J. M.

de Heredia y F. Coppée, y otros. Entre las características de los textos allí

reunidos destacan el culto de la belleza formal y una renovación de la rima que el

romanticismo simplemente no había considerado dignos por poner el acento en

aspectos menos exquisitos, más terrenales. Su concepción del arte por el arte, ha

dado lugar a muchos malentendidos que socavan la importancia de sus

aportaciones. Uno de los parnasianos que menos se deja encasillar es, qué duda

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cabe, Stéphane Mallarmé, cuyo poema Un coup de des (1897) es una de las

tentativas más ambiciosas en el campo de la experimentación literaria. Se trata de

una aventura del lenguaje al interior de sí mismo, destinada, sabe Dios, al fracaso

y sin embargo irrenunciable.13

El simbolismo lleva a cabo una doble ruptura: por un lado rompe con la retórica y

las pretensiones didácticas del romanticismo, sobre todo el de cuño francés (V.

Hugo, Lamartine, Vigny, Musset) y, por otro, con sus partenaires parnasianos, con

los que no termina de ajustar cuentas. Entre los simbolistas existió un ala radical:

la representada por los poetas malditos: Verlaine, Laforge, Banville, Villiers de

l’Isle Adam, Lautremont (que es considerado por muchos, Breton entre otros, el

padre del surrealismo) y, sobre todo, Arthur Rimbaud, reinventor del verso libre y

del “artista vidente” (mediante el famoso desarreglo de todos los sentidos), cuya

obra fue escrita en el breve lapso de cuatro años, siendo éste muy joven.

En sentido estricto, se llama decadente a la actitud que asume el personaje de Á

rebours (A contrapelo, Contra Natura), Jean Floressas Esseintes del escritor

francés Joris-Karl Huysmans; dicha obra es considerada por muchos (Rafael

Gutiérrez Girardot, entre ellos) como el “manual de la decadencia”. La obra de

Huysmans se caracteriza formalmente por la heterogeneidad de los elementos

que la componen: diario, “ensayo”, supuesto testimonio, etc.; lo cual no es una

novedad: basta recordar al Marqués de Sade y su Filosofía del tocador. Lo que la

diferencia de sus predecesoras es la actitud frente a la “prosa del mundo”:

…las “novelas de artistas” tienen de común el que, en la respuesta a la pregunta por el “para qué” del arte, sus protagonistas se afirman mediante la negación de la sociedad y del tiempo en que vivieron y en la búsqueda de una utopía, de una plenitud o de mundos lejanos y pasados.14

13. Stéphane Mallarmé, Poesías (seguidas de Una tirada de dados), traducción de Francisco Castaño, Edición bilingüe, Madrid, Hiperión, 2003.

14. Rafael Gutiérrez Girardot, op. cit., p. 57. Hay que recordar que el término decadentista tiene que ver con la admiración por los autores de la decadencia de Roma (Lucano, Petronio) y de la Edad Media.

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1.2 El Modernismo El hombre moderno tiene la pretensión de pensar despierto. Pero este despierto pensamiento nos ha llevado por los corredores de una sinuosa pesadilla, en donde los espejos de la razón multiplican las cámaras de tortura.

Octavio Paz

Durante los años de su nacimiento, y hasta 1932 que Federico de Onís publica su

Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932), el modernismo

es considerado como la expresión hispana de una crisis universal, producto de la

imposición del orden capitalista que trajo consigo una profunda

internacionalización de la vida misma, y que cambió la faz del mundo engullendo,

ahora sí, a América Latina en las entrañas del Noveau Régimen. Pero el

modernismo implica no sólo incorporación, sino también, desapego, abandono,

disenso:

Rubén Darío inició en 1890 una tímida corriente que adoptó el nombre de ‘modernismo’, inspirada en las sucesivas escuelas francesas de los románticos, parnasianos y simbolistas, a favor de una ‘declaración de la independencia cultural’ respecto a España que desencadenaría, en la hueste de los años noventa, la emancipación del pasado de las propias letras hispánicas.15

Dicha sociedad burguesa, presentaba una doble actitud frente al arte: por un lado

otorgaba al artista una libertad estética que no habían gozado ni con mucho los

románticos, pero por otro, lo marginaba socialmente y lo desterraba al reino de lo

inútil. El primer aspecto remite al siempre discutible “arte por el arte”, cuya máxima

expresión se traducirá en la “novela de artista”, mientras que el segundo se

expresa, por ejemplo, en la distancia que marca la sociedad respecto de los

poetas y su obra:

¿Por qué te vas, mi bien, por qué motivo ¿Por qué te vas? ¿No sabes ángel mío, sin razón te separas de mi lado, que con tu ausencia el alma me asesinas, dejándome de pena contristado que extasiado de amor yo me extasío y sumergido en el dolor más vivo? contemplando tus gracias peregrinas? ¿Por qué apartas de mí tu rostro esquivo y a otra parte lo vuelves enojado? ¿Por qué te vas, por qué tanto desvío? —Voy a echarle maíz a las gallinas.16 ¿Qué causa dio rigor tan impensado a furor tan cruel e intempestivo?

15. Perry Anderson, Los orígenes de la posmodernidad, Barcelona, Anagrama, 1998, p. 33. 16. Luis González, La ronda de las generaciones, México, Dirección General de Publicaciones de la SEP, 1984, pp. 40-41.

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Esto no quiere decir que el poeta no tuviera eventualmente un lugar en la

sociedad, lugar de privilegio, si lo decorativo tiene semejante alcance; lo que se

quiere hacer notar es la distancia que separa al héroe romántico del dandy

modernista, la ausencia de una dimensión épica en la prosa del mundo.

1.2.1 El sur también existe

En 1886, Rubén Darío se mudó a Santiago de Chile, donde habría de pasar los

años más importantes de su formación. Fue ahí donde se familiarizó con las obras

de los parnasianos y simbolistas franceses, publicando en 1888 su obra señera:

Azul. Como se desprende de las fechas que se han barajado hasta ahora, no es

tarea fácil establecer con exactitud el acta de nacimiento del modernismo:

dependiendo del sesgo que cada quien quiera imprimirle se escogerá fecha y

evento, lo que no cancela, ni mucho menos, el énfasis en otras variables y su

consecuente contradicción, así sea de matiz. Lo cierto es que nace (y rápidamente

se reproduce) en América, y logra su carta de ciudadanía en Francia en la

Exposición Universal de París celebrada en 1900, donde triunfó en cada expresión

expuesta. Dicho sea de paso, Sinaloa participó en el evento con una delegación

que presentaba entre otros haberes la revista La Bohemia Sinaloense.

Se ha señalado con insistencia acerca del influjo que la poesía francesa tuvo para

con este movimiento, lo cual, pese a ser cierto omite, o por lo menos ocluye, la

influencia que la poesía inglesa ejerció sobre un considerable número de sus

miembros. Entre los escritores de lengua inglesa destacan por lo menos Oscar

Wilde, Stefan George, Edgar Allan Poe, Walt Witman. Al respecto, Octavio Paz se

ha expresado con la claridad y elegancia que lo caracterizan:

El progreso técnico había suprimido parcialmente la distancia geográfica entre América y Europa. Esa cercanía hizo más viva y sensible nuestra lejanía histórica. Ir a París o a Londres no era visitar otro continente sino saltar a otro siglo. Se ha dicho que el modernismo fue una evasión de la realidad americana. Más cierto sería decir que fue una fuga de la

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actualidad local —que era, a sus ojos, un anacronismo— en busca de una actualidad universal, la única y verdadera actualidad.17

Entre los escritores modernistas se cuentan algunas plumas que hoy día gozan de

cabal prestigio: José Martí, Leopoldo Lugones, José Asunción Silva, Amado

Nervo, Salvador Díaz Mirón. Es verdad que entre sus contemporáneos los

modernistas eran observados con recelo (y acaso con envidia), cosa que, nolens

volens, sucede con casi todos los movimientos emergentes. En el caso del

modernismo fueron los escritores de la “Generación del 98”18 quienes mayor

reserva oponían a sus congéneres trasatlánticos. Es paradigmático que Antonio

Machado manifestara cierta distancia acerca de sus excesivas audacias métricas,

y no han faltado quienes atisben en algunas estrofas de “Retrato” un abierto

repudio al modernismo, pues en ese poema Machado rechaza puntualmente el

preciosismo y la novedad artificiosa. Hay que decir que tanto Darío como otros

modernistas, Gutiérrez Nájera a la cabeza, se opusieron enérgicamente a los

excesos preciositas que el poeta español desdeña. Álvaro Ruiz Abreu señala con

razón que persistir en hacer de Machado un “enemigo acérrimo del modernismo”

se contradice con un elogio/saludo que éste escribiera a Darío en 1904.19

Pero aparte de este homenaje de Machado, el poeta más importante de su

generación, existen voces más jóvenes que saludan al modernismo con

entusiasmo, no exento de admiración y estupor. Tal es el caso de Juan Ramón

Jiménez quien más tarde será calificado por algunos críticos como uno de los más

17. Octavio Paz, Cuadrivio, México, J. Mortiz, 1969, p. 63. Sobre las influencias que necesariamente tuvo el modernismo, Paz apunta: “La originalidad del modernismo no está en sus influencias sino en sus creaciones”.

18. Se conoce como “Generación del 98” a un grupo de escritores, que tomaron el nombre en alusión a los desastres marcados por esa fecha: pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, últimos vestigios (perdón por el oximoro) del otrora poderoso Imperio español. Tiene razón Ricardo Gullón al percibir en este nombre inventado por Azorín un tufo perturbador y regresivo. Los integrantes más destacados de este grupo son: Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Ramón del Valle Inclán, Antonio Machado, José Ortega y Gasset, Manuel Bartolomé Cossío y Ramón Menéndez Pidal.

19. Álvaro Ruiz Abreu, Modernismo y generación del 98, México, Trillas, 1991: “Algunos críticos han intentado oponer Modernismo y Generación del 98, como si se tratara de dos corrientes divorciadas, cuando no son más que dos matices del mismo movimiento que abarca toda una época caracterizada por la aventura de la renovación” El poema se titula “Al maestro Rubén Darío”. Vale la pena reproducirlo completamente: Este noble poeta, que ha escuchado/ los ecos de la tarde y los violines/ del otoño en Verlaine, y que ha cortado/ las rosas de Ronsard en los jardines/ de Francia, hoy, peregrino/ de un ultramar de Sol, nos trae el oro/ de su verbo divino./ ¡Salterios de loor vibran en coro!// La nave bien guarnecida,/ con fuerte casco y acerada proa,/ de viento y luz la blanca vela henchida/ surca, pronta a arribar, la mar sonora.// Y yo le grito:”Salve” a la bandera/ flamígera que tiene/ esta hermosa galera/ que de una Nueva España a España viene.

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destacados conversos al movimiento literario latinoamericano. Su testimonio es

elocuente:

Antes de salir yo para Madrid, Villaespesa me había mandado un montón de revistas hispanoamericanas. En ellas encontré por primera vez, algunos de los nombres de aquellos poetas distintos, que habían aparecido, como los astros nuevos de diversa magnitud, por los países, fascinadores para mí desde niño, de la América española: Salvador Díaz Mirón, Julián del Casal, José Asunción Silva, Manuel Gutiérrez Nájera, Leopoldo Lugones, Guillermo Valencia, Manuel González Prada, Ricardo Jaimes Freyre, Amado Nervo, José Juan Tablada, Leopoldo Díaz, ¿otros?, y siempre Rubén Darío, Rubén Darío, Rubén Darío.20

Juan Ramón Jiménez constata en la práctica modernista dos actitudes, dos

desplazamientos: la primera se vive como un enfrentamiento con la cultura poética

de su tiempo, caracterizada por una dictadura del contenido. El modernismo niega

esta práctica y se propone desplazarla colocando en su lugar un frisson noveau,

es decir una nueva sensibilidad. Este desplazamiento implicaba no sólo a los

poetas hispanoamericanos, sino (¡y sobre todo!) a los peninsulares. La estética

modernista21 no sólo se proponía obtener poemas de singulares belleza y calidad,

sino afirmar a través de las obras su capacidad para promover o producir lo nuevo,

término que en la ideología de Rubén Darío, puede considerarse como

equivalente a original.

La segunda actitud no es menos atrevida: se abandona la poesía española (a

sabiendas de lo que ésta implica, sobre todo a nivel idiomático) y se vuelca sobre

la poesía francesa, en una actitud a un tiempo cosmopolita y latinoamericanista. A

cien años de independencia, las “Españas ultramarinas” se ven a sí mismas de

manera diferente, nueva: se trata de un segundo momento independentista con

todo lo que la expresión pueda tener de excesiva.22

20. Apud, Álvaro Ruiz Abreu, op. cit., p. 72. Ahí mismo “El modernismo no fue sólo una tendencia literaria: el modernismo fue una tendencia general. Alcanzó todo. Creo que el nombre vino de Alemania, donde se producía un movimiento reformador por los curas llamados modernistas. Y aquí en España, la gente nos puso ese nombre de modernistas por nuestra actitud. Porque lo que se llama modernismo no es cosa de escuela ni de forma sino de actitud. Era el encuentro de nuevo con la belleza sepultada durante el siglo XIX por un tono general de la poesía burguesa. Eso es el modernismo: un gran movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza”.

21. Respecto a la estética modernista, no existe cuerpo doctrinal común entre sus practicantes, nada más natural: el siglo de las vanguardias tardaría todavía algunos años en hacer su aparición con su cauda de manifiestos y libelos doctrinarios, de Breton a Marinetti. Sin embargo, Ricardo Jaimes Freyre publicó en 1912, lo que bien puede ser considerado un libro protodoctrinario: Leyes de la versificación castellana.

22. Es lo que señala Perry Andersón. Ver nota 10, p. 10.

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1.2.1.1 Las huestes de Darío

Por tratarse de un movimiento continental; por ser América un mosaico de

culturas, con tradiciones diferentes y valores también distintos, el modernista

presenta en cada país rasgos típicos que obligan a estudiarlos en su singularidad.

La lista es larga, fatigosa, pero una muestra como la siguiente bien puede

considerarse no sólo representativa, sino casi completa.

José Martí (1853-1895)

Nació en Cuba. De padre valenciano y madre canaria. Desde Muy joven (o acaso

antes) concibió la independencia de Cuba como uno de sus grandes sueños. En

1869 es condenado a seis años de prisión, pena que más tarde es conmutada,

siendo desterrado a España, donde en 1871 publica el folleto El presidio político

en Cuba y en 1873 La República Española ante la revolución cubana. Sale de

España en 1874 y tras residir en México y Guatemala, en 1881 se muda a

Caracas donde funda la Revista Venezolana y, finalmente establece su residencia

en Nueva York, que será su centro de operaciones para la organización de una

guerra separatista en Cuba. De su matrimonio con Carmen de Zayas Bazán le

nace un hijo, al que dedica quince composiciones poéticas que pública en 1882

bajo el título de Ismaelillo.23

La métrica utilizada en Ismaelillo no es para nada novedosa: se trata de versos de

cinco, seis y siete sílabas, y los neologismos apenas aparecen por aquí y por allá,

¿qué es entonces, lo que anima a los críticos a ver en estos poemas el terminus a

quo del modernismo? Según Henríquez Ureña, las imágenes y el tono general de

la expresión poética.

23. Como ya se ha señalado anteriormente, las actas bautismales del modernismo abundan: algunos especialistas han fijado esta publicación como el punto de partida del modernismo. Al respecto véase Max Henríquez Ureña, Breve historia del modernismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1978.

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Por las mañanas ¡Qué suave espuela mi pequeñuelo sus dos pies frescos! me despertaba ¡Cómo reía con un gran beso. mi jinetuelo! Puesto a horcajadas Y yo besaba sobre mi pecho Sus pies pequeños, bridas forjaba ¡dos pies que caben con mis cabellos. en sólo un beso! Ebrío él de gozo (Mi caballero) de gozo yo ebrio, me espoleaba mi caballero:

La falta de rebuscamiento es notoria en los versos, y será una constante en la

producción poética de Martí: lo mismo en Versos libres que en Versos sencillos, e

incluso en Flores del destierro, puede aplicarse la máxima martiana: el verso es

perla (agrega): “no han de ser los versos como la rosacentifolia, toda llena de

hojas, sino como el jazmín del Malabar muy cargado de esencia”.

Martí fue uno de los primeros en ofrendar su vida a la causa de la independencia

cubana: el 19 de mayo de 1895 murió cuando apenas iniciaba la refriega.

Julián del Casal (1863-1893)

Cubano, igual que Martí, Julián del Casal escribió sus primeros versos mientras se

desarrollaba la primera Guerra de Independencia de Cuba (1868-1878). A la

muerte de su padre, en 1885, tuvo que sostenerse por cuenta propia. Se convierte

así en asiduo colaborador de La Habana Elegante, semanario a cargo de Enrique

Hernández Millares, gran promotor de la producción modernista continental. El

mismo año de la publicación de Nieve (1892) pasó por La Habana Rubén Darío,

quien iba a España como representante de Nicaragua en los festejos del IV

Centenario del Descubrimiento de América. Durante los pocos días que el

nicaragüense estuvo en La Habana, Casal no se separó de él: juntos recorrieron la

ciudad ahogados en poesía y en alcohol, las tertulias eran extenuantes pero

irrenunciables. Cuando Darío tuvo que partir, Casal sintió la despedida como

eterna, fatal, premonitoria al fin y al cabo.

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Si hubieramos más tiempo juntos vivido no nos fuera la ausencia tan dolorosa. ¡Tú cultivas tus males, yo el mío olvido! ¡Tú lo ves todo en negro, yo todo en rosa!

Un año después del episodio habanero, el 7 de octubre de 1893, Casal escribe a

Darío:

Si ha caído en tus manos, por casualidad, algún periódico cubano de estos últimos tiempos, te habrás enterado de que me encuentro muy enfermo, tan enfermo que, desde julio a la fecha, he recibido dos veces los santos sacramentos […] Te escribo estos renglones para demostrarte que, aun al borde de la tumba, a donde pronto me iré a dormir, te quiero y te admiro cada día más.24

Cuatro días más tarde, la noche del 21 de octubre, moría Julián del Casal,

después de vomitar sangre en repetidas ocasiones. Su obra, aunque corta como

su propia existencia, apenas treinta años, deja constancia de los fantasmas que

en vida le agobiaron: su enfermedad, la angustia por el nihilismo de la vida

contemporánea, la melancolía de fin de siglo, etcétera.

Sobre Nieve se expresó así Paúl Verlaine:

El talento de Julián del Casal tiene veinticinco años: es un talento solido y fresco, pero mal educado. Sí, le diré a usted: yo no sé quiénes fueron sus maestros ni cuáles son sus aficiones, pero estoy seguro de que los poetas que más han influido en el son mis viejos amigo los parnasianos. Eso se ve fácilmente en todas las páginas de Nieve, y especialmente en los “Cuadros de Moreau” y en “Cromos españoles”. Su factura, como la de ellos, es preciosa, pero demasiado igual… Creo, sin embargo, que el misticismo contemporáneo llegará hasta él, y que cuando la fe terrible haya bañado su alma, los poemas brotarán de sus labio como flores sagradas.25

Julián del Casal fue un alma atormentada por el Mal du siecle, con el agravante de

sentirse asfixiado por su entorno latinoamericano, que si bien no le era hostil,

tampoco representaba tierra fértil para su espíritu: vivió siempres off side. Aunque

soñó con él, no conoció París.

24. Apud, Álvaro Ruiz Abreu, op. cit., p. 132. 25. Ibid, p. 124.

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Ansias de aniquilarme sólo siento, o de vivir en mi eternal pobreza con mi fiel compañero el descontento, y mi pálida novia, la tristeza (Nihilismo)

José Asunción Silva (1865-1896)

Si alguien dotó al modernismo de una métrica novedosa (¡y extraña!), ése fue

José Asunción Silva. Con más de un siglo en sus haberes, el “Nocturno” es una

mezcla de versos asonantes de cuatro, ocho, doce, dieciséis y veinte sílabas,

atravesados repentinamente por algún hexasílabo o un decasílabo. El poema

apareció a mediados de 1894 en una modesta revista de Cartagena de Indias, La

Lectura.

Lo primero que destacan los biógrafos de Silva es el hecho de no haber concluido

sus estudios de secundaria, para poder así ayudar a su padre a atender un

almacén de su propiedad. Ello no le impidió, ni mucho menos, escribir un poco y

leer copiosamente a los románticos franceses. Por esos tiempos tradujo, entre

otros a Béranger (Las golondrinas), Víctor Hugo (Realidad, Chansons des rues et

des bois) y a Maurice de Guérin (Imitación). A los 18 años realizó un viaje por

Europa: París, Londres y Suiza. A su regreso a Colombia le acompañaba una

importante cantidad de libros de autores franceses. Estas lecturas habrían de

cincelar el espíritu del poeta, pero su gran influencia fue Edgar Allan Poe: la

estructura poemática de “Día de difuntos” guarda gran parecido con “Las

campanas” (The Bells).

En ese sentido, el temperamento poético de Silva, sus lecturas, sus obsesiones,

sus gustos, su lucidez crítica frente a lo europeo en general y lo hispánico en

particular, lo colocan más cerca del simbolismo que de la escuela parnasiana,

tomando como modelos a Poe, Bécquer y Martí, antes que a Banville, Gautier, o

Mendés. José Fernámdez, su alter ego en De Sobremesa, ensaya diversas

propuestas sobre la definición de conceptos estéticos, a lo largo del diario que

lleva, y en el cual registra con extraordinaria dignidad y aplomo, el paso

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inconmovible del “fin de siglo angustioso” que le toco vivir. Sobre la poesía nos

dice que es “la tentativa mediocre de decir en nuestro idioma las sensaciones

enfermizas y de sentimientos complicados que en formas perfectas expresaron en

los suyos Baudelaire, Verlaine, Swinburne”, acentuando de esta manera el

carácter exógeno de las influencias inglesas y francesas en este lado del Atlántico.

En este sentido, es notable la coincidencia que guarda con Huysmans, ya que

José Fernámdez, el personaje de su novela, al igual que Des Esseintes en A

rebours, se presenta como la conciencia artística en conflicto con la sociedad

burguesa, sociedad que encuentra escindida, extraviada en la Prosa del mundo,

de la cual él es su testigo de cargo.

Respecto del simbolismo de Silva, el propio Fernámdez escribe en su diario: “Es

que yo no quiero decir sino sugerir y para que la sugestión se produzca es preciso

que el lector sea un artista”, reclamando de esta manera la participación activa del

lector (una suerte de lector-colaborador), que es quien finalmente realiza el

fenómeno literario como ciclo perfecto: poeta-poesía-lector-poesía. Esta visión

aristocratizante del fenómeno literario, no deja de tener su ángulo democrático si

se concibe la literatura como un ciclo de producción/consumo.26

Es en esta atmósfera, en sus gustos y expresiones, en sus balances del mal del

siglo, en su concepción del arte y del mundo donde hay que buscar las

aportaciones del poeta colombiano a la estética modernista. Uno de los temas que

más (y mejor) abordó fue el de la muerte: en el “Nocturno”, en “Ronda”, en “Día de

difuntos”, en “Muertos”, en “Psicopatía”. Este gusto particular por la muerte lo

expresa cabalmente al describir la desazón de Lázaro por haber resucitado:

¡Ven, Lázaro —gritóle Cuatro lunas más tarde, entre las sombras el Salvador—. Y del sepulcro negro del crepúsculo oscuro, en el silencio el cadáver alsóse entre el sudario, del lugar y la hora, entre las tumbas ensaya caminar, a pasos trémulos, de antiguo cementerio, olió, palpó, miró, sintió, dio un grito Lázaro estaba sollosando a solas y lloró de contento. y envidiando a los muertos.

26. Para la historia cultural, por otra parte, es precisamente en el consumo donde se materializa (y se dimensiona) la práctica escrituraria; esto es, donde tiene lugar la producción/reproducción de sentido.

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29

Sobre el suicidio de Silva se ha escrito con soltura. Max Henríquez Ureña lo refiere

así: una mañana, el 24 de mayo de 1896, encontraron a Silva muerto en su cama.

La víspera había ido a visitar a su amigo el doctor Juan Evangelista Manrique, y

en el curso de la conversación le preguntó si era cierto que la percusión permitía

establecer, con cierta precisión, la forma y las dimensiones del corazón.

Me suplicó —agrega Manrique (Revista de América, París, enero-abril, 1914)— que hiciera sobre él la demostración. Me presté gustoso a satisfacerlo, y con un lápiz demográfico tracé sobre el pecho del poeta toda la zona mate de la región precordial. Le aseguré que estaba normal ese órgano, y para dar más seguridad a mi afirmación, le dije que la punta del corazón no estaba desviada. Abrió entonces fuertemente los ojos y me preguntó en donde quedaba la punta del corazón. “Aquí”, le dije, trazándole en el sitio una cruz con el lápiz que tenía en la mano. Silva regresó a su casa, recibió la visita de un grupo de amigos con quienes charló animadamente. Horas después, ya de madrugada, se disparó un tiro en el sitio marcado por el doctor Manrique. Nadie oyó el disparo.

No obstante la temprana edad a la que se suicidó, algunas composiciones de Silva

alcanzaron gran popularidad, casi inexplicable si a esto agregamos la hostilidad

que el poeta y su entorno mantuvieron (algunos lo llamaban “José Presunción”).

Tal es el caso del celebérrimo “Nocturno” escrito tras la muerte de su hermana

Elvira, a quien va dedicado el texto. Sin embargo, publicó poco: es hasta 1908 que

aparece en Barcelona (con prólogo de Miguel de Unamuno, quien en verdad le

admiraba) la primera edición de su poesía, aunque comprensible,

irremediablemente parcial, como vendrá a corroborarlo más tarde y con toda

oportunidad la edición de su Obra Completa a cargo de Eduardo Camacho

Guizado y Gustavo Mejía.27

Leopoldo Lugones (1874-1938)

En mayo de 1896, Darío publica en El Tiempo un artículo sobre Lugones (“un

muchacho de veintidós años, de chambergo y anteojos”), “Un poeta socialista”,

27. Ignacio Díaz Ruiz, El Modernismo hispanoamericano, México, UNAM, 2007.

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30

donde afirmaba que apenas llegado a Buenos Aires, “empezó a rugir”, es decir a

publicar.28 Uno de esos rugidos fue la “Marcha de las banderas” que culmina:

Oh, bandera roja que erige la Aurora; dolorosa púrpura del poniente trágico: ¡Hosanna!

Y es que, en efecto, influenciado por Víctor Hugo, Lugones quiere descifrar el

porvenir y ser el profeta de una nueva humanidad. Pero la influencia del novelista

francés es de corte literario y ni la realidad que Lugones quiere cambiar, ni el

propio Lugones, se agotaban en la literatura por más estruendosa (o

revolucionaria) que ésta se considere. Su verdadera dimensión no es estética sino

ética, o si se prefiere, política. Y llegados a ese punto tendrían que barajarse los

nombres de los socialistas franceses, de los anarquistas y de Marx. No es mi

objetivo corretear fantasmas por esos senderos, sólo quiero destacar la

puntualidad de la práctica política de Lugones en este aspecto.29

Pero el socialismo no fue la única matriz política a la que se adhirió Lugones: sus

virajes ideológicos lo llevaron del socialismo a que alude Darío al liberalismo de

principios de siglo de corte populista, pasando por el conservadurismo, para

arribar (como D´Anuncio) al fascismo. La decáda de 1930 no fue lo más propicia

para Lugones y acaso su militancia política no le resultaba del todo cómoda y

decide terminar con su vida el 18 de febrero de 1938 en un hotel de Buenos Aires

llamado “El Tropezón”. La fórmula: una mezcla de cianuro y whisky, que es como

decir de política y poesía.

28. Rubén Darío. “Un poeta socialista: Leopoldo Lugones”, en Juicios, 1893. Fue recogido en Rubén Darío, El modernismo y otros ensayos, edición de Iris M. Zavala, Madrid, Alianza 1989, pp. 153-156; este mismo texto es compilado por Ignacio Díaz Ruiz, op. cit.

29. No quiero dejar pasar la oportunidad de señalar que a diferencia de Rimbaud, que también quería “cambiar la vida”, Lugones tiene un planteamiento teórico-político (programático) para ello. Así, el 1 de abril de 1897 en La Montaña, periódico quincenal que fundara José Ingenieros aparece en la primera página esta declaración de principios: “Somos socialistas: a) porque luchamos por la implantación de un sistema social en que todos los medios de producción estén socializados, en que la producción y el consumo se organicen libremente, de acuerdo con las necesidades colectivas, por los productores mismos, para asegurar a cada individuo la mayor suma de bienestar, adecuado, en cada época, al desenvolvimiento de la humanidad; b) porque consideramos que la autoridad política representada por el Estado es un fenómeno resultante de la apropiación privada de los medios de producción, cuya transformación en propiedad social implica, necesariamente , la supresión del Estado y la negación de todo principio de autoridad; c) porque creemos que a la supresión de todo yugo económico y político seguirá, necesariamente, la de la opresión moral, caracterizada por la religión, la caridad, la prostitución, la ignorancia, la delincuencia, etcétera; d) porque, en resumen, queremos el individuo libre de toda imposición o restricción económica, política y moral, sin más límite a su libertad que la libertad igual de los demás. Así —solamente así— concebimos la misión que el Socialismo ha de realizar para la libertad, por la Revolución Social”.

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Su producción lírica es copiosa e influye generosamente entre sus

contemporáneos, entre éstos los tímidos modernistas sinaloenses, que podían

leerlo con relativa facilidad, pues lo mismo aparecía en Mocorito (Voz del Norte),

Mazatlán (El Correo de la Tarde), Culiacán (La Bohemia Sinaloense), que en

publicaciones de provincia que circulaban con heróica regularidad por estas tierras

(Flor de Lis, El Verbo Rojo, El Mundo), o de la capital (La Revista Azul, La Revista

Moderna, Gil).

Rubén Darío (1867-1916)

Nacido en la pequeña población de Metapa, Nicaragua, Rubén Darío empezó a

escribir poesía a los trece años, mereciendo por ello el reconocimiento del “poeta

niño”. A los quince llegó a la República de El Salvador donde trabó amistad con

Francisco Gavidia, quien lo introdujo a la lectura de poetas franceses

contemporáneos, que tanta influencia ejercieran en su obra personal y en el

modernismo que el poeta nicaragüense encabezara. En 1885 apareció en

Managua su libro Epístola y poemas, que no circuló sino tres años más tarde con

el nombre de Primeras notas. Se trata de un conjunto de poemas de brillante

factura, donde el artificio y el arrebato juvenil se dan la mano. Sólo eso, pero ya

anunciaban su futura producción. En 1886 se traslada a Chile, donde trabaja para

diversos periódico y estrecha amistad con Pedro Balmaceda Toro, cuyo

seudónimo era A. de Gilberto, y quien ejercerá una influencia decisiva en el joven

poeta. En 1887 publica Abrojos, cuya cercanía de Campoamor es notoria, sobre

todo con sus Humoradas. En julio de 1888 aparece en Santiago la primera edición

de Azul,30 dividida en dos partes: la primera, Cuentos en prosa, y la segunda, (en

verso) El año lírico, que consta de cuatro composiciones que corresponden a las

estaciones del año: Primaveral, Estival, Autumnal e invernal. En las composiciones

de este libro se puede rastrear la influencia de un poeta francés de segunda línea:

Catule Mendés, y otros de similar monta como Armand Silvestre y René

30. “En cuanto al título de Azul…, en el cual don Juan Valera encontró cierta relación con la frase de Victor Hugo L’art c’est l’azur, expresión que Rubén Darío declaró no haber conocido antes, pudo ser inspirado por el poético grito de Mallarmé: Je suis hante L’azur! L’azur! L’azur!, o por estos versos de Victor Hugo (Les Châtiments), que Darío conocía al igual que los de Mallarmé: Adieu, patrie, … / l’onde est en furie! / Adieu, patrie! … / Azur!”, Max Henríquez Hureña, op. cit., p. 93.

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Mayzeroy, mismos que serán bien rehabilitados por sus subsiguientes

compañeros modernistas de todo el continente.

En cuanto a la influencia que ejercieran otros poetas hispanoamericanos sobre

Darío, se habla de Díaz Mirón (es notorio el parecido entre “A Gloria” del

veracruzano y “A un poeta” del nicaragüense), Gutiérrez Nájera (en “Tarde del

trópico” y “Su alcoba”, de Darío, se perciben ecos del Duque Job) y Martí (sobre

todo el Martí de los Versos sencillos), y la lista bien pudiera alargarse, sin dejar de

ser por ello posicional.

A propósito del corpus literario del poeta nicaragüense, Adolfo Castañón distingue

tres etapas a las cuales corresponden un número preciso de títulos; esta

distinción, esta disección, no obliga, sin embargo, a renunciar a ver la obra de

Darío como un todo, en el cual se pueden advertir momentos particularmente

significativos, como el que se refiere a los textos que según el autor de América

sintaxis condensan el espíritu modernista:

El cuerpo poético de Rubén Darío se podría dividir en tres partes: la inicial que corresponde a Rimas y abrojos donde el poeta va haciendo sus armas, la medular y modernista —y no se olvide que el término modernismo fue inventado por él— que abarca los tres libros principales Azul, Prosas profanas y Canto de vida y esperanza, y la final que inicia con el Poema de otoño, sigue con El canto errante y desemboca en los poemas póstumos. Entre estas tres partes hay ruptura y continuidad.31

Entre 1893 y 1898 Rubén Darío reside en Argentina, donde es acogido

cordialmente y con claras muestra de admiración: estamos en el apogeo del

modernismo, y Buenos Aires, una de las dos capitales de Hispanoamérica según

Max Henríquez Hureña (la otra es México), fue el lugar que Darío eligió para

fundar la publicación oficial del movimiento: la Revista de América, de la cual se

editaron sólo algunos números. Es precisamente en Buenos Aires donde publica

en 1986 Prosas profanas y Los raros.

31. Adolfo Castañón, América sintaxis, México, Siglo XXI Editores, 2009, p. 397. Sobre si el término modernista fue “inventado” por Darío, se pueden barajar una serie (casi) interminable de referentes teórico literarios, y el punto de acuerdo sería más bien borroso, por no decir irreconocible, confuso. Sin embargo, juzgo pertinente, de manera provisional por lo menos, convenir con Castañón en este punto.

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Para cerrar este apartado, es menester echar mano de las palabras de Adolfo

Castañón:

Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado y no cesará; quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos que lo continuamos. Lo podemos llamar el Libertador.32

Como se podrá apreciar en estos botones muestra, el modernismo fue variopinto y

sus especímenes se agrupan en una legión donde no faltan suicidas, alcohólicos,

próceres, criminales, aristócratas, mendigos, y un largo etcétera que los

modernistas mexicanos ampliarán con creces.

1.2.2 El Duque Job y sus heredades

Hablar del modernismo en México supone estar dispuesto a nadar entre aguas

procelosas; poetas, fechas, poemas, acontecimientos, publicaciones, se entreve-

ran según el arbitrio de los interlocutores, sobre todo si lo que está en discusión

son valoraciones del orden estético o de preceptiva literaria. En el caso de esta

investigación el asunto va por otro camino. Me interesa menos lo que el

modernismo es, que lo que significa en el concierto de las letras nacionales y en la

conformación del imaginario sinaloense. Esto no significa, ni mucho menos, que el

fenómeno literario sea concebido como algo meramente tangencial, se trata más

bien de un problema de perspectiva, en este caso de perspectiva histórica.

Para decirlo en pocas palabras: el modernismo aparece aquí como problema, por

tratarse de un fenómeno histórico que tuvo lugar en el México decimonónico y de

principios de siglo, y que impactó nítidamente en la creación del imaginario

sinaloense prerrevolucionario, o porfirista, o cañedista. La canción es la misma.

32. Adolfo Castañón, op. cit., p. 395.

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Para Luis González y González el modernismo se asentó en México gracias al

tutelaje eurocentrista que ejercieron los intelectuales pertenecientes al cenáculo

donde oficiaba el ministro Limantour; una moda extranjera que ponía fin a la

batalla librada por los polígrafos de la “primera independencia” de México.

Se le identifica con el ambiguo y confuso mote de generación modernista por culpa del ricachón Jesús Valenzuela, quien a raíz de la muerte del Duque Job y su Revista Azul, juntó a sus compatriotas coetáneos distinguidos en las páginas de la revista moderna, sostenida por él de 1898 a 1911.33

Resulta claro que los modernistas carecías del aura catequizador de Ignacio

Ramírez, Altamirano o Riva Palacios; tampoco emprendieron monumentos

escriturales como El Renacimiento o México a través de los siglos. Su proyecto, si

es permitido hablar así, era distinto. A cambio de dejar de lado la preocupación por

forjar la identidad mexicana pos independentista, nos legaron en cambio dos de

las tres grandes revistas literarias del siglo XIX: La Revista Azul y La Revista

Moderna. Ambas con pretensiones cosmopolitas, un tanto ajenas a la realidad

nacional.

Cuando se cocinó la hornada modernista (México tenía) ocho millones de habitantes: ochocientos mil (el 10%) en el Norte, o sea, en el 53% de la superficie toda del país; algo más de seiscientos mil (el 8%) en Transtehuania (Tabasco, Chiapas y la península de Yucatán), que cubre el 12% de la superficie de la República, y poco más de seis millones y medio (el 82%) en sólo el 35% del suelo nacional. No es, pues, aberrante que el vastísimo norte únicamente haya aportado el 12% de las famas de la generación azul; Transtehuania, el 5%, y la zona troncal, el 81%. En cambio si es absurdo que únicamente el 17% de las luminarias azules hayan nacido en el campo, siendo que en la República de entonces todavía el 80% de la población era campesina, y más aberrante aún que ningún insigne de aquel grupo fuera indio en un país en que el 38% de sus habitantes ignoraban el español y se entendían, según el caso, en una de las cien lenguas aborígenes. Como las generaciones de la Reforma, porfiriana y científica, la pléyade azul no fue representativa de la población mayoritaria del país.34

33. Luis González, op. cit., p. 52. 34. Ibid, p. 53.

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1.2.2.1 Las publicaciones

Entre 1870 y 1910 se da en México y en Hispanoamérica un diálogo entre las

diversas corrientes que forman parte del paisaje literario de la época. Así,

decadentes, románticos, parnasianos, modernistas ofrecen un entramado de

publicaciones que entre otras tareas asume la de ser el canal de comunicación

entre dichas corrientes. Es claro que existe un público-lector romántico que es

interpelado por sus congéneres, y lo mismo se puede decir del modernismo, o el

parnasianismo, por lo que el intercambio de opiniones, credos, gustos, prejuicios,

habilidades entre las revistas es una constante cultural (estaba a punto de decir

antropológica) que amerita la debida atención de quienes exploren sobre ese

terreno, por cierto muy fértil. Tiene razón Adela Pineda Franco cuando destaca la

importancia que publicaciones como:

…la Revista de América (1894) de Buenos Aires y El Cojo Ilustrado (1892-1915) de Caracas […] instauraron un sistema de intercomunicación entre los modernistas de diversos países hispanoamericanos, como Rubén Darío, José Martí, Gutiérrez Nájera, y Julián del Casal con su epicentro cultural, París; asimismo, fungieron como talleres para la experimentación formal y como vehículos de profesionalización literaria.35

La crítica suele destacar tres publicaciones como las estelares de la literatura

mexicana decimonónica: El Renacimiento (1869), de Ignacio Manuel Altamirano,

la Revista Azul de Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo, y la Revista

Moderna (1898-1911) dirigida por Jesús E. Valenzuela. En efecto se trata de tres

publicaciones que funcionan como núcleos de un sistema de producción/

reproducción de textos representativos de la época: el costumbrismo de El

Renacimiento, el romanticismo de la Revista Azul y el modernismo de la Revista

Moderna. Respecto de ésta última, tiene necesariamente que hablarse de una

voluntad de renovación hispánica, ya que el modernismo es un fenómeno literario

a nivel continental o, si se prefiere, a nivel mundial pues toda la producción de los

35. Adela Pineda Franco, “El cosmopolitismo de la Revista Moderna 1898-1911: una vocación porfiriana” en La república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, vol. II, publicaciones periódicas y otros impresos, Edición Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra, México, UNAM, 2005.

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más destacados modernistas tiene como horizonte de expectativa el viejo mundo,

representado por París, la Ciudad Luz.

Sobre la Revista Azul hay que decir que en sentido estricto tuvo dos épocas: la

correspondiente a la dirección de El Duque Job y Carlos Díaz Dufoo y que en el

primer número, aparecido el 6 de mayo de 1894, decía a sus lectores: “Nos

proponemos no llegar jamás a casa , a esta casa que es vuestra, con las manos

vacías: traemos ya la novela, ya la poesía, ya la acuarela, ya el grabado, ya el vals

para la señorita, ya el juguete para el niño”.36 Es decir, la Revista Azul es la

primera publicación periódica “modernista” del México decimonónico,

caracterizado por la pujanza de sus comunicaciones (ferrocarril, telégrafo,

teléfono, periódicos, etcétera), con los que trataba de ponerse al día respecto a

países con mayor desarrollo económico y cultural —en el sentido de alta cultura,

que era el sentido predominante, por no decir el único.

El peso de la Revista Azul para el estudio de finales del siglo XIX, descansa no

sólo en el impacto que tuvo en su momento, ni tampoco en la contemporaneidad

de sus aportes literarios, que se insertaron con toda oportunidad en el concierto

hispanoamericano. Lo que mejor define a esta publicación es la posibilidad que

nos brinda de asomarnos a etapas de la historia de México, donde la relación

entre cultura y Estado mantuvieron una relación si no cordial, por lo menos37

auspiciante.

...además de considerarse la primera publicación periódica del modernismo en México, sostuvo una posición ambigua frente a la cultura y a la política del porfiriato: al ser vehículo de una estética acrática y libertaria (el modernismo) pero fungir, a la vez, como suplemento del periódico semioficial El Partido Liberal (1885-1896).

36. Revista Azul, t. I, núm. 1, 6 de mayo de 1894, p. 2. 37. Adela E. Pineda Franco, “Positivismo y decadentismo. El doble discurso en Manuel Gutiérrez Nájera y su Revista Azul,

1984-1896” en Clara Agostioni y Elisa Speckman, Modernidad, tradición y alteridad. La ciudad de México en el cambio del siglo (XIX-XX), México, UNAM, 2001, p. 195.

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Para 1907 aparece en la ciudad de México la (otra) Revista Azul dirigida por el

periodista Manuel Caballero, quien ocasionalmente colaborara en la primera

Revista Azul, con poemas a todas luces menores. Se trata, en este caso, del típico

periodista de la época: pobre, sin más recursos que el que le brinda su pluma y

con expectativas de progreso material muy escasas, siempre tratando de llevar su

vida y sus intereses por el camino políticamente correcto. Si alguna vez Dufoo lo

describió como “el infatigable, el nunca vencido, el entusiasta forever”, lo cierto es

que no era propiamente un as de los negocios. Más bien era malo para los

mismos. Así lo describe este pasaje:

La vida de Caballero, así como la de la gran mayoría de periodistas de la época, es característica por su pobreza. Caballero publicó algunos libros como sus Almanaques histórico-artísticos y monumentales y sus Historias bienales, pero ninguno de ellos le dio más que para vivir con modestia. Salado Álvarez, en sus Memorias, menciona que caballero parecía un personaje balzaciano, el mismo Balzac, por su amor a los negocios y por su mala estrella para conducirlos y llevarlos a término.38

Manuel Gutiérrez Nájera trabajaba entonces como jefe de redacción de El Partido

Liberal, uno de los treinta periódicos subvencionados por el gobierno de Porfirio

Díaz, cuando Apolinar Castillo, el director del periódico decidió que la mancuerna

Gutiérrez Nájera/Díaz Dufoo dirigiera una revista que sustituiría la edición

dominical del mismo.

Por contrato celebrado entre el propietario de El Partido Liberal y los señores Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo, directores y propietarios de la Revista Azul, cuyo primer número aparecerá el domingo próximo, deja de publicarse el día domingo el número correspondiente de El Partido, y en su lugar se dará a los suscriptores la Revista Azul, publicación de 16 páginas en folio a dos columnas, pulcra y elegantemente impresa, cuyos ejemplares valen, sueltos, doce y medio centavos, es decir, el doble de lo que vale cada número de este diario.39

De esta manera surge la publicación literaria más importante del fin de siglo

mexicano; por un lado, con una nómina de lectores proveniente del porfirista

Partido Liberal, periódico que no tiraba arriba de mil ejemplares y que

desaparecería el 15 de octubre de 1896, llevándose entre las patas a la Revista

38. Milada Bazant, “Lecturas del porfiriato”, en Historia de la lectura en México, México, El Colegio de México, 1993, p. 143. 39. “La Revista Azul”, en El Partido Liberal, 4 de mayo de 1894, p. 1.

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Azul. Sin embargo, hay que reconocer que la periodicidad les fue muy favorable ya

que del 6 de mayo de 1894 al 11 de octubre de 1896 se consiguieron editar 128

números, cifra nada despreciable ni entonces ni ahora.

La publicación se mantuvo casi invariable en su forma y contenido: abría con un

artículo principal, casi siempre a cargo de Gutiérrez Nájera, algunos (cuatro o

cinco) textos literarios, el artículo de Díaz Dufoo, tres o cuatro colaboraciones más

y el artículo firmado por petit blue (D. Dufoo). En cuanto a los países, el balance

general habla de la importancia que la revista otorgaba a la literatura nacional, la

francesa y la española: 93, 69 y 45, respectivamente. De la literatura francesa

abarcaron desde el naturalismo de Zola, pasando por el romanticismo, el realismo,

el parnasianismo y el simbolismo; siendo el parnasianismo (más tarde asimilado

sin más, y por lo mismo manidamente como decadentismo) el de mayor

incidencia, el referente obligado, la elección más recurrente: Leconte de Lisle, Suly

Prudhomme, Théodore de Banville, Catulle Mendés, entre otros.

Esta inclinación hacia el parnasianismo obedecía al aprecio que esta corriente

francesa tenía por la experimentación verbal y su denodado espíritu de

reinvención, renovación o revolución del lenguaje, atributos que en

Hispanoamérica enarbola la corriente modernista, con Rubén Darío como capitán

de a bordo.

Durante los tres años en que se publica, la Revista Azul incluye colaboraciones de

96 autores latinoamericanos, seguidores del modernismo, de 16 países, sin contar

a los mexicanos. Darío va a la cabeza con 54 colaboraciones, y le siguen Del

Casal y Santos Chocano, con 19 cada uno, y Martí con 13.40

El 3 de febrero de 1895 murió desangrado Manuel Gutiérrez Nájera, a raíz de la

operación de un tumor bajo el brazo izquierdo. Murió en su casa de los Sepulcros

de Santo Domingo, en el corazón de la ciudad de México; el hemofílico Duque Job

40. Respecto a los mexicanos, quienes más publicaron fueron Salvador Díaz Mirón (7) y Manuel José Othón (11) aunque este último haya permanecido reacio a que se le considerara modernista.

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había nacido en esa misma vivienda treinta y un años antes. La Revista Azul le

sobreviviría 188 números más, bajo la dirección única de Carlos Díaz Dufoo, que

mantuvo la primera página con textos antiguos del malogrado poeta y director

moral de la publicación.

Si bien la Revista Azul pudo sobrevivir a su director fundador, no pudo contra el

embate de la prensa industrial del México finisecular. El 15 de octubre de 1896, El

Partido Liberal se despidió de sus lectores:

El Gobierno ha juzgado conveniente suprimir los varios periódicos que sostenía como El Partido Liberal, o que ayudaba a vivir, como a otros colegas, para fundar un diario grande, interesante, rompiendo los antiguos moldes de la prensa ministerial. Está para ello en su perfecto derecho, y así debe convenir a los intereses del país. Nosotros acatamos la disposición, recogemos nuestra vieja bandera de combate en la prensa y seguiremos ayudando a la administración con todos nuestros esfuerzos y nuestro entusiasmo inquebrantable, cada uno según sus facultades y en el círculo en que se encuentre.41

El “diario grande” al que hacía referencia el obituario del Partido Liberal era El

Imparcial dirigido por Rafael Reyes Espíndola. El intento de revivir la Revista Azul,

nació y murió en 1907. No obstante su brevedad, algunos estudiosos como

Fernando Curiel señalan su importancia por haber dado origen a la que es

considerada como la primera gran polémica del siglo XX. Antes de dirigir esta

nueva publicación Manuel Caballero tenía ya seis años editando El Entreacto.

Bisemanal de espectáculos, literatura, arte. Asumir esta nueva empresa fue para

este pertinaz periodista una verdadera declaración de guerra, donde no cabían las

medias tintas. Desde el primer número (o prospecto) echó su tercio a espadas:

Si la revista de Gutiérrez Nájera se ufanaba de no tener programa, la de Caballero se esforzó por hacer lo más visible posible el suyo. Dice en sus anuncios: “Nuestro programa: ¡Guerra al decadentismo! Restauremos el arte limpio, sano y fuerte”. Para cumplir la primera parte, incluyó la sección “Notas de combate”; para realizar la segunda ofrece “Modelos de poesía clásica, antiguos y modernos”. Comprende también las secciones “Bocetos de crítica literaria”, “Notas bibliográficas”, “Música y drama” (crónicas teatrales), “Cartas color de cielo” (correspondencia para las damas, sección homóloga de “Azul pálido”) y Materiales diversos.42

41. “El Partido Liberal desaparece”, en El Partido Liberal, 15 de octubre de 1896, p. 1. 42. Jorge Von Ziegler, “Las Revistas Azules”, en Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra, op. cit., p. 219.

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Al margen de la falta de programa, lo que caracteriza a esta segunda Revista Azul,

y la torna decididamente contrastable con la primera es el tono de arrogancia, su

rostro asaz intolerante y sensacionalista. Otrosí, los decadentistas a los que se

hace referencia en 1907 ya no son los parnasianos de fin du siecle; se trata de los

modernistas, que tanto brillo daban a las letras hispanoamericanas.

Por otra parte, los modernistas o decadentistas como los llama Caballero, no

necesitaban más una Revista Azul, pues desde hacía ya una década que

contaban con la Revista Moderna que dirigía Jesús E. Valenzuela. Además, junto

a los modernistas propiamente dichos, se alzaba una nueva generación de

intelectuales que compartían con los primeros ese aire de renovación que tanto

molestaba a Caballero. Varios de esos intelectuales, hay que decirlo de una vez,

pasarían a formar parte del Ateneo de la Juventud. Entre los más de treinta

intelectuales que firmaron una “Protesta literaria”, a favor de los modernistas, se

puede contar a Ricardo Gómez Robledo, Pedro Henríquez Ureña, Max Henríquez

Ureña, Alfonso Cravioto, Rafael López, José de Jesús Núñez y Domínguez, Jesús

Acevedo, Alfonso reyes, entre otros. La protesta se publicó el 7 de abril de 1907

en forma de volante, en algunos periódicos (no en El Imparcial), y en la Revista

Moderna de México, y después en la mismísima Revista Azul. El siguiente párrafo

es contundente:

Protestamos porque el Duque Job fue justamente el primer revolucionario en arte, entre nosotros, el quebrantador del yugo pseudoclásico, el fundador de un arte más amplio; y el anciano reportero pretende hacer todo lo contrario, esto es, modificar nuestra literatura, lo que equivale a hacer retrogradar la tarea de Gutiérrez Nájera, y lo que es peor, a insultarlo y calumniarlo dentro de su propia casa, atribuyéndole ideas que jamás tuvo.43

43. Remito a la Revista Azul, Segunda época, núm. 2, 14 de abril de 1907. Hay que señalar que Caballero hizo publicar también esta protesta en El Entreacto con el título “Protesta de los modernistas” convirtiendo las publicaciones a su cargo en verdaderas arenas de lucha de las letras nacionales. La batalla, por lo demás, se libró no sólo en la letra impresa: “La tarde del 17 de abril los adversarios de Caballero, junto con numerosos estudiantes, desfilaron de la plaza de Santo Domingo a la Alameda con un estandarte en el que se leía la frase ‘Arte libre’. En el quiosco de la Alameda, Rafael López y Alfonso Cravioto leyeron, cada uno, un poema, el segundo de Jesús E. Valenzuela; Max Henríquez Ureña y Ricardo Gómez Robledo pronunciaron discursos. Por la noche tuvo como escenario el teatro Abreu una velada musical y literaria en honor de El Duque Job, en la que Luis G. Urbina leyó el poema “Pax Animae” y Jesús Urueta hizo el elogio del poeta y la condena del agravio que contra él estaba cometiendo Manuel Caballero”, en Jorge von Ziegler, op. cit., p. 220.

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Las contraprotestas no se hicieron esperar. Llama especialmente la atención una

firmada desde la ciudad de Aguascalientes, por los escritores Enrique Fernández

Ledesma, Eduardo J. Correa, y el muy joven poeta Ramón López Velarde:

Ha llegado a nuestro conocimiento la manifestación ruda y de todo punto injustificada con que algunos escritores modernistas han pretendido atacar el viril programa de Revista Azul. Por estar dicho programa enteramente de acuerdo con nuestras convicciones artísticas y por ser Revista Azul el órgano defensor de los fueros del purismo castellano a la vez que el fustigador del modernismo, creemos un deber hacer constar nuestro fervor por la nobilísima causa que alienta el referido programa, a la vez que protestar enérgicamente contra la punible manifestación a que aludimos. La vieja bandera tiene sus adeptos. ¡Viva esa bandera!44

Pero la suerte ya estaba echada y la revista desapareció sin despedirse. El 19 de

mayo El Entreacto notificó la suspensión provisional hasta nuevo aviso, dejando el

camino despejado a la Revista Moderna. El episodio de las revistas “azules”, es de

singular importancia pues este estira y afloja muestra a las claras la diversidad en

que abrevaron la próxima generación de escritores mexicanos.

La Revista Moderna, por su parte, tuvo dos etapas (o épocas, como suele

llamársele): la primera va de su fundación en 1898 hasta 1903 bajo el nombre de

La Revista Moderna. Arte y ciencia, y la segunda de 1903 a 1911 conocida como

Revista Moderna de México;45 entre ambas constan de 96 números (16 tomos) y

son un referente obligado para los estudiosos de la literatura mexicana.

Si bien es válido considerar a la Revista Moderna como la más importante

publicación modernista, no es menos cierto que sus páginas albergaron aves de

diferente plumaje, entre otros a quienes estaban llamados a ser el relevo

generacional de éstos: los escritores asociados al Ateneo de la Juventud

Mexicana: Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Rafael López, entre otros. Es

de justicia consignar el destacado papel que en este aspecto jugara su director,

44. Contra-Protesta, en Revista Azul, Segunda época, núm. 4, 28 de abril de 1907, p. 50. 45. En realidad el nombre completo de esta nueva época es más extenso, así lo consigna Adela Pineda Franco: “…en 1903

aumenta el número de fotografías, reduce su formato y cambia de nombre, transformándose en una publicación más incluyente: Revista Moderna de México, Magazine mensual, político, científico, literario y de actualidad”. Ver Adela Pineda Franco, “El cosmopolitismo de la Revista Moderna (1898-1911): una vocación porfiriana”, en Belem Clarck de Lara y Elisa Speckman Guerra, op. cit., p. 233.

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añadiendo, por si falta hiciera, que además de mediador entre ambos bandos

Valenzuela fue el mecenas de muchos de ellos. Más allá de esta apertura

generacional, dicha publicación navega entre dos visiones diferentes pero

complementarias: el modernismo literario y el positivismo histórico, este último,

expresión política del porfiriato.46 En la segunda época de la revista, por ejemplo,

aparecen diversos artículos de difusión científica para un público no especializado;

los tópicos varían: “El nacimiento de un satélite” (enero de 1904), “Las maravillas

del imán” (agosto de 1904), “La iluminación de Mockel” (diciembre de 1908).

En el terreno político esta impronta se evidenció con la proliferación de fotografías

sociales, noticias gubernamentales, discursos e informes con sesgo propagan-

dístico encaminados a posicionar (el verbo es un anacronismo) los buenos oficios

de la administración pública. A partir de 1905 la revista da paso a constantes

salutaciones a gobernadores, senadores y al mismo presidente Díaz. Respecto a

la visión histórica, la revista no ofrece nada que se salga de los cánones que

dictan los criterios rankeanos esgrimidos como profesión de fe por Justo Sierra:47

la historia se concibe como curso ordenado sobre el progresivo desarrollo de la

sociedad. Se trata de una visión triunfalista que no deja pie a constatar lo que en

realidad vive la sociedad mexicana: un acceso a la modernidad con costos muy

elevados para las clases pobres, que no tienen lugar en el discurso de los

científicos porfirianos del orden y el progreso.

Y es que la diferencia más notable entre la revista de el Duque Job y la de

Valenzuela es precisamente el tono acrático de la Revista Azul, deliberadamente

asumido por su director. Esto no quiere decir, por supuesto, que Gutiérrez Nájera

y compañía hayan recusado de la mieles del porfiriato, simplemente se trata de

una actitud estética que los mantuvo alejados del programa político del héroe de

46. “A pesar de su programático rechazo al pragmatismo positivista, la revista publicó numerosos ensayos y discursos sobre Taine, en particular el discurso de Urueta (agosto de 1899), y sobre Comte, como el discurso de Porfirio Parra (octubre de 1898), y las crónicas referidas al proyecto de erigirle una estatua en París. La revista también rindió repetidos homenajes a Gabino Barreda. Además, trató temas sociales, como el feminismo, desde la perspectiva comteana o evolucionista”. Adela Pineda Franco, op. cit., pp. 230-231.

47. En una reseña de Urueta Justo Sierra es elogiado por poseer una metodología y el conocimiento necesario para interpretar el “hecho histórico”, t. IV, núm. 3, 15 de febrero de 1901, pp. 50-54.

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Tuxtepec. La mano caritativa de Díaz, por otra parte, dispensaba favores en casi

todos los asuntos de la vida nacional: sin el subsidio otorgado a José Vicente

Villada, fundador de El Partido Liberal, y más tarde a Apolinar Castillo, director y

propietario del periódico al momento del reemplazo dominical por la Revista Azul

de Nájera-Dufoo, esta última hubiera tenido que esperar años, lo que equivale a

decir que no hubiera existido, habida cuenta de la prematura muerte de su director

principal.

Con lo dicho anteriormente es fácil adivinar que de los países que más

colaboradores aportaron a la Revista Moderna, Francia lleva una ventaja sobre

cualquier otro, en cualquier lengua. Nuestros modernistas tenían los pies en

México y el corazón en París, tal era su geografía sentimental.

1.2.2.2 Los autores

El modernismo mexicano es heredero de una gran tradición poética: de

Netzahualcoyotl a Sor Juana, de Sandoval y Zapata a Manuel Gutiérrez Nájera: se

trata de una continuidad sostenida durante cuatro siglos. Los representantes

mexicanos más reputados del modernismo son Amado Nervo y Enrique González

Martínez: el primero fue acaso el que con mayor énfasis inscribió su obra en el

movimiento modernista, mientras que el otro, llegado el momento, siente la

necesidad de romper amarras y alejarse del mismo: célebres son las dos aves que

signan el paso de González Martínez por la literatura: el cisne (que representa la

estética modernista, y al que más tarde habrá de torcerle el cuello) y el búho (sí, el

de Minerva, el emblema de la sabiduría griega). Ambos poetas participan casi en

las mismas revista y publicaciones literarias de la época, aunque con diversa

intensidad, según sea el caso. En estos menesteres Nervo lleva la ventaja: su

paso por el periodismo lo dota de una versatilidad que parece rayar en una suerte

de pluropartogénesis literario-periodística llevada al paroxismo.

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Con todo y la gran tradición mexicana en la poesía, lo cierto es que el siglo XIX no

es un siglo particularmente brillante en este aspecto. Sería en todo caso la prosa

de corte costumbrista la que mejor parte sacaría en un balance acucioso: frente a

Navidad en las montañas o Clemencia o El zarco de Ignacio Manuel Altamirano,

apenas si se pueden considerar cotejables el “Nocturno” y “Ante un cadáver” de

Manuel Acuña.

Como quiera que sea, a los precursores (a los primeros, al menos) de los

modernistas mexicanos habría que buscarlos en México, antes de izar velas con

destino a Francia. Y es que un puñado de poetas cercanos al modernismo,

dominan el escenario y dan lugar a una serie de actividades alrededor de las

cuales gira la república de las letras: las tertulias en los elegantes salones marcan

la vida social del México porfiriano rebosante de orden y progreso, las imprentas

surgen en diversos puntos del país, llevando consigo el germen de una opinión

pública más compleja y con mayores expectativas. Para 1894, Manuel Gutiérrez

Nájera, el Duque Job, funda la primera publicación modernista (o protomodernista,

si así se quiere): la Revista Azul.48 En ella se darán cita las mejores plumas de su

tiempo: Nervo, Tablada, etcétera. La nómina de poetas modernistas de relevancia

universal no es muy fatigosa: José Emilio Pacheco, Max Henríquez Ureña, José

Joaquín Blanco y otros tantos estudiosos del modernismo los cuentan con los

dedos de las manos. Como quiera que sea, los modernistas mexicanos son pilares

en el movimiento.

Como dijera Cristo: ni son todos los que están, ni están todos los que son. Y es

que la literatura es una religión (a veces) laica, con su santoral y sus capillas; y no

hay historia cultural que lo remedie.

48. Llevados por el título de un poema del Duque Job, algunos críticos han señalado que éste tenía preparado un libro Azul, antes que Darío publicara el suyo, por primera vez, en Valparaíso (1988). El poema de marras es “Del libro azul”. A Gutiérrez Nájera se le considera el más mexicano de los poetas: un poeta del valle del Anáhuac, acabó con el énfasis mal entendido e inauguró el ámbito de la sencillez desplazando la elegancia rebuscada con la discreción y la fuerza. Dueño de un humor fino y ácido a la vez, ejerció en el periodismo unas veces como cronista otras como crítico o cuentista, o ensayista. De muchas maneras hizo público su propósito de no tener relaciones con la política. Como lo escribiera el mismo: “¡Jesús, qué de cosas han de ver los ciegos!”.

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Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895)

A Gutiérrez Nájera se le consideró desde siempre un gran poeta (lo es); sin

embargo, pasar por alto la párvula maestría con la que irrumpió en los periódicos

de finales del siglo XIX, o su labor editorial ya como redactor de El Partido Liberal,

ya como director de la legendaria Revista Azul 49 es tanto como ignorar el sino que

marcó la vida del poeta: La literatura. Como más tarde Borges, Gutiérrez Nájera

sabía que su destino era (inevitablemente) literario. Estudioso de modernismo, del

cual nuestro poeta es uno de los más reconocidos precursores, José Emilio

Pacheco nos dice en su Antología de la poesía mexicana:

Gutiérrez Nájera no tiene más biografía que su trabajo disperso a lo largo de 22 años en casi todas las publicaciones de la época. No quiere ser sino escritor y da a los periódicos crónicas, reseñas, cuentos, artículos, gacetillas, multiplicadas al infinito por la necesidad y también por el incontrolable gusto, que acaban pronto con su vida pero dejan su obra en la historia literaria.50

Su primer libro fue Cuentos Frágiles de 1883, al que siguió un año después

Cuentos color de Humo, cuyos textos aparecieron casi en su totalidad en diversos

periódicos entre 1892 y 1894.

En su Crónica de la poesía mexicana, José Joaquín Blanco inicia su comentario

sobre el Duque Job aludiendo a un artículo que éste había publicado en El Partido

Liberal donde se lamenta de la mala calidad de los poetas españoles y la pobreza

de la poesía que a la sazón se escribía en Francia. El dictamen de Gutiérrez

Nájera parece más bien superficial, cuando no lamentable, injusto:

… y el resultado es que no hay poetas! El poeta más poeta que actualmente hay en España, es un poeta que no hace versos: Castelar… Pero, ¿será una decadencia peculiar de España? ¡No agoniza, aquí y allá, como una pobre tísica, la poesía? ¿Qué gran poeta nuevo ha surgido en Francia? Diríase que todos los poetas franceses están pobres, porque Víctor Hugo gastó mucha poesía. Lecomte de L’Isle pone en verso francés la poesía helénica […]

49. A propósito del nombre de la revista, Max Henríquez Ureña ha resaltado que Gutiérrez Nájera es quizá el primero en la literatura hispanoamericana que acusa una notable inclinación por los colores (poesía: “Musa blanca”, “Blanco”, “Negro”, “Pálido”, “De blanco”, “El hada verde”; crónica: “El cielo está muy azul”, “Crónica color de rosa”, “Crónica color de bitter”, “Crónica de mil colores”, “Crónica color de muerto”).

50. José Emilio Pacheco, Poesía Mexicana I, 1810-1914, México, CLM, 1979, p. 219.

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¡No hay Béranger, ni hay Musset, ni hay Lamartine! ¡Cada día hay más poetas que hacen versos bonitos y atildados y pulcros; pero hay menos poetas!51

Lo destacable de esta cita es que el Duque Job cerraba la puerta a decadentistas,

parnasianos y simbolistas franceses, y a los poetas españoles inmediatamente

anteriores a la generación del 98, tras lo cual la poesía hispanoamericana

reclamaría su lugar de privilegio que finalmente obtendría bajo la impronta del

modernismo, con Rubén Darío a la cabeza.

No obstante lo anteriormente dicho, lo cierto es que el Duque Job, al igual que

Darío, estaba impregnado de un “galicismo mental”, según la expresión de Juan

Valera: “Es usted un parisiense —le decía en 1891 Ignacio Manuel Altamirano

(1834-1893)— que ha conquistado su derecho de ciudad con la punta de su

estilo”.52 La sentencia de Altamirano no debe hacernos pasar por alto que a

Gutiérrez Nájera, autor de “Hamlet y Ofelia”, se debe la profusión de textos

extraídos de las tragedias de Shakespeare por buena parte de sus

contemporáneos, tal es el caso de “Otelo ante Dios” de Manuel Puga y Acal.

Al lado de Martí, Casal y Silva, Gutiérrez Nájera es uno de los iniciadores del modernismo para el cual son decisivas su obra y su actividad como editor, con Carlos Díaz Dufóo, de la Revista Azul […] Nada le sorprendería tanto como saber que hoy apreciamos más que sus poemas, la excelente literatura con que intervino los periódicos mexicanos del otro fin de siglo.53

Como ya se apuntó respecto a la disputa entre las revistas azules, “Para

entonces” ha sido visto, sobre todo por el gran público, como una especie de

testamento en artículo mortis, y aunque no sea el mejor logrado, ni siquiera el más

antologado, se trata sin duda del poema que más ha arraigado en la imagen

popular:

51. José Joaquín Blanco, Crónica de la poesia mexicana, Culiacán, UAS, 1979, p. 77. El artículo en cuestión fue publicado el 23 de junio de 1889 en El Partido Liberal, periódico dirigido por Apolinar castillo y del cual Gutiérrez Nájera era jefe de redacción; en la edición del 2 de mayo de 1894 se anuncia la “edición literaria de este título”, que llevará por nombre Revista Azul, de la cual Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo aparecerán como “Directores y propietarios”.

52. Apud, Max Henríquez Ureña, op. cit., p. 67. 53. José Emilio Pacheco, op. cit., p. 219.

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Para entonces Quiero morir cuando decline el día, Morir cuando la luz, triste, retira en altamar y con la cara al cielo; sus áureas redes de la onda verde, donde parezca sueño la agonía, y ser como ese sol que lento expira: y el alma, un ave que remonta el vuelo. algo muy luminoso que se pierde. No escuchar en los últimos instantes, Morir, y joven: antes que destruya ya con el cielo y con el mar a solas, el tiempo aleve la gentil corona; más voces ni plegarias sollozantes cuando la vida dice aún: soy tuya, que el majestuoso tumbo de las olas. aunque sepamos bien que nos traiciona.

Salvador Díaz Mirón (1853-1928)

Si Díaz Mirón hubiera sido novelista, acaso hubiera acabado con sus personajes

en alguno de sus múltiples arrebatos de cólera, o los hubiera abandonado a media

página como se abandona un cadáver en medio del desierto. Pero fue, Dios lo

quiso así, poeta.

Poeta erótico y cívico a la vez, Díaz Mirón reúne en su poesía todo el ímpetu de

quien busca la belleza en cualquier circunstancia y en todo momento. Aún en la

fealdad y la pobreza, en el horror o la desgracia, el poeta espera encontrar ese

brillo que sólo la belleza puede desplegar.

Es acaso el parnasiano más encumbrado de México. Su libro Lascas (1901), es

considerado por muchos como una pieza de acusada perfección técnica, aunque

ello mismo le ocasionara redundantes críticas, seguramente porque entre sus

lectores aún quedaban ecos de los poemas dedicados a Byron y Victor Hugo

frutos de su etapa romántica de Poesías (1885).

Su vida está llena de tropiezos que el poeta parece buscar desesperadamente:

uno de sus múltiples duelos lo ha dejado inútil del brazo izquierdo y la cárcel se ha

convertido en su segundo hogar, con todo lo que esto tenga de chocante.

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La nube ¿Qué te acongoja mientras que sube No tiembles. Deja que el viento amague del horizonte del mar la nube, y el trueno asorde y el rayo estrague negro capuz? campo y ciudad. Tendrá por ella frescura el cielo, Tales rigores no han de ser vanos… pureza el aire, verdor el suelo, ¡Los pueblos hacen con rojas manos matiz la luz! la Libertad!

Díaz Mirón hace todo lo posible por invertir la imagen que edificó de sí mismo en

su juventud: vanamente persigue a los primeros revolucionarios de 1910, acepta la

dirección de El Imparcial y cubre de elogios a Victoriano Huerta. Se exillia, no

acepta pensiones de los gobiernos posrevolucionarios, ni un homenaje nacional,

rodeado de la tormenta que siempre lo acompañó muere cuando los estudiantes

de la preparatoria que dirige en Veracruz se ponen en huelga porque Díaz Mirón

ha golpeado a uno de ellos con la pistola de la que nunca se desprendió.54

En su célebre “Poema de los árboles”, Juan B. Delgado lo retrata con estos trazos,

rápidos y arteros:

Salvador Díaz Mirón, fuerza y orgullo, trabajador incansable y firme en el pulimento de su obra; el olímpico vate veracruzano en cuyo broquel de gladiador han embotado sus dardos la envidia y crítica: el acucioso artista a quien el verso moderno debe trascendentales innovaciones rítmicas, y cuya labor robusta y sabia hiere, cual música divina, el delicado sensorio de la élite, es el Roble.55

Manuel José Othón (1858-1906)

Un poeta en el que vale la pena detenerse es Manuel José Othón (1858-1906), ya

que si bien puede considerarse un precursor del modernismo (como sugiere

Marco Antonio Campos en El San Luis de Manuel José Othón y el Jerez de López

Velarde), su hostilidad hacia este movimiento es de un talante proverbial, y en la

primera oportunidad se lanza con dicterios dignos de mejor empresa. Muchas de

sus opiniones más acérrimas se pueden leer en la correspondencia que Othón

mantenía con el poeta Juan B. Delgado. Algunos botones de muestra:

54. Ibid, p. 204. 55. Arte, núm. 6, t. I, 1° de diciembre de 1907.

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Esto me hace pensar con gran seguridad —se refiere a un poema de su destinatario— que no irá usted por esos malos caminos del malamente llamado modernismo, tan mal comprendido y peor ensayado por esos mentados decadentistas y vates histéricos de morbosa inspiración, de cuyo contagio Dios libre a usted […] el montón de modernistas que no han entendido el arte francés y que sólo por moda o extravagancia lo siguen servilmente sin comprenderlo […] En el número anterior de la Revista [Moderna] viene un “himno a la luna” de Lugones, que, o es pastiche con que quiso tomar el pelo a nuestros modernistas —y lo logró—, o don Leopoldo se ha vuelto loco de remate. Ya veremos. Creo que es lo último, porque Darío está hace tiempo lo mismo. Le encargo los “Heraldos”, en las Prosas profanas.56

Como puede verse, los antecesores nacionales del modernismo son variados, no

sólo pintos y colorados, por lo que resulta en verdad fascinante asomarse por las

muchas (y fugaces) revistas literarias de toda la provincia mexicana: La Lira

Chihuahuense, La Bohemia Sinaloense, La Estrella Occidental, el Verbo Rojo y

Flor de Lis, de Guadalajara, Crisantema de Michoacán, et alter, publicaciones que

albergaron poemas de Manuel José Otón.

En el desierto. Idilio salvaje II Mira el paisaje: inmensidad abajo, Asoladora atmósfera candente inmensidad, inmensidad arriba; do se incrustan las águilas serenas, en el hondo perfil, la sierra altiva como clavos que se hunden lentamente. al pie minada por horrendo tajo. Bloques gigantes que arrancó de cuajo Silencio, lobreguez, pavor tremendo el terremoto de la roca viva; que viene sólo a interrumpir apenas y en aquella sabana pensativa el galope triunfal de los berrenos. y adusta, ni una senda, ni un atajo.

Manuel José Othón es autor de un poema musicalizado anónimamente, es decir,

por autoría popular, de una longevidad extraordinaria, tal como sucedió con

algunos versos sencillos de Martí, particularmente con “La guantanamera”; en el

caso de “La casita”, existe una versión satírico-política que era pieza obligada en

las peñas literarias de los ochentas. La interpretaba Óscar Chávez.

56. Tomados de El San Luis, de Manuel José Othón y El Jerez, de López Velarde de Marco Antonio Campos, México, Dos Filos Editores, 1998.

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Los escritores mexicanos propiamente modernistas representan un número

considerable aunque a este respecto no se tiene un criterio único para llenar la

nómina, y por lo mismo ésta aumenta y disminuye según se elijan los parámetros,

y se amplié o reduzca la cronología que da cuenta de ellos. Hemos elegido a

algunos modernistas, sin que eso signifique que no existan otros o que todos ellos

lo sean de una vez y para siempre —tal es el caso de González Martínez.

A principios del siglo XX el movimiento modernista centró sus actividades en

México; a la sazón, Darío se encontraba en Europa y la revista El Mercurio de

América había desaparecido, al mismo tiempo que muchos modernistas

argentinos abandonaban su país (Leopoldo Díaz, Enrique Larreta, Manuel Ugarte,

entre otros). En México se gestaba una revolución que los políticos y las clases

encumbradas no alcanzaban a leer con claridad, y los salones y tertulias miraban

con desdén fuera de sus paredes. En ese contexto hay que ubicar el nacimiento

de la Revista Moderna. Arte y Ciencia (1898-1903), posteriormente Revista

Moderna de México (1903-1911).57

Luis G. Urbina (1864-1934)

Considerado por muchos de sus contemporáneos (entre ellos Pedro Henríquez

Ureña, el gran crítico dominicano radicado en nuestro país) como el más mexicano

de los poetas mexicanos, en cuya pluma comulgaban la melancolía, el tono menor

y el ambiente crepuscular, características que Riva Palacio destacaba en la lírica

romántica nacional; a Urbina corresponde también haber concebido a la literatura

en estrecha relación con las circunstancias sociales en las que se produce.58

Uno de los aspectos de la vida de Urbina que más llama la atención, es el desliz

que tuvo al apoyar desde las páginas de El Imparcial el cuartelazo de Victoriano

Huerta, lo que le obligó a exiliarse del país. Es la única y dolorosa mancha en una

vida por lo demás llena de probidad, modestia y trabajo. Resulta difícil entenderla

57. En el primer caso: Director Jesús E. Valenzuela, Imprenta de Dublán, México, julio 1898-agosto 1903, 6 Vols.; en el segundo: Directores Jesús E. Valenzuela y Amado Nervo, México, septiembre de 1903-julio de 1911.

58. Al respecto, véase su prólogo a la Antología del Centenario y La vida literaria en México, en Luis G. Urbina, Obras Completas, México, El Colegio Nacional.

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en un hombre que bajo la euforia aristocratizante y europeizante del porfiriato

convirtió en motivo de orgullo su clase y su ascendencia indígena.

Antes de ser un gran amigo (y un gran admirador de Gutiérrez Nájera), Luis

Gonzaga Urbina había escrito ya dos libros de poesía de notable registro

romántico, en los que se destaca la influencia de Campoamor: Versos (1890) e

Ingenuas (1902). Se ha considerado a la poesía de Urbina como una suerte de

empalme entre el romanticismo y el modernismo, toda vez que en ella tienen lugar

las innovaciones propias del movimiento de una manera espontánea, coexistiendo

de esta manera las formas tradicionales y las formas modernistas. El aspecto más

destacable de su obra lo constituye el acento íntimo, melancólico, crepuscular:

Vi un árbol a la orilla del camino Amé, sufrí, gocé, sentí el divino y me senté a llorar mi desventura. soplo de la ilusión y la locura, tuve una antorcha, Así fue, caminante la apagó el destino, que me contemplas y me senté a llorar mi desventura con mirada absorta a la sombra de un árbol y curioso semblante. del camino. Yo estoy cansado, sigue tú adelante; mi pena es muy vulgar y no te importa. (Así fue)

Los libros de Urbina que se consideran más modernistas son: Puestas de sol

(1910) y Lámparas en agonía (1914), en 1917 apareció su Antología romántica

que contiene poemas de éstos y sus anteriores libros. El glosario de la vida vulgar

(1916), El corazón juglar (1920) y Los últimos pájaros (1924) son sus restantes

libros de poesía, mientras que de prosa destacan: Cuentos vividos y crónicas

soñadas (1915), Psiquis enferma (1922), Hombres y libros (1923). La vida literaria

de México es la compilación de una serie de conferencias que el poeta dictó en

Buenos Aires y se publicó en 1917. Es también célebre su Antología del

centenario (1910), publicación oficial que preparó con Pedro Henríquez Ureña y

Nicolás Rangel. Justo Sierra dice al respecto:

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La obra magna que, en colaboración con los señores Henríquez Ureña y Rangel, ha comenzado a realizar mi amigo el señor don Luis G. Urbina, no necesita de mis recomendaciones, como no ha necesitado, por cierto, de mi dirección efectiva. Toda mi labor, gratísima sin duda, ha consistido en esto: aprobar un plan de trabajo; oir los informes que sobre su ejecución solía trasmitirme mi amigo; interesarme cada vez más en ella; leer, a medida que era redactada, la bella y vivaz introducción con que ha decorado la obra y que no es un simple centón, sino una excursión crítica a través de nuestra literatura vernácula en los comienzos del siglo XIX.59

Efrén Rebolledo (1877-1929)

Al igual que Tablada, Efrén Rebolledo era un devoto de la escritura japonesa, lo

cual ya se acusa en sus primeros libros: Cuarzos (1902), Hilo de corales (1904)

que más tarde serían fundidos bajo el título de Joyeles (1907), Más allá de las

nubes (1903), Estela (1907) y El enemigo (novela corta, 1907).

Se desempeñó en el servicio diplomático como secretario de Federico Gamboa,

en la ciudad de Guatemala y más tarde regresa a México para hacerse diputado.

Su actividad literaria habría que situarla como colaborador, primero, y director más

tarde, de la Revista Moderna y Pegaso, respectivamente.

En 1907 se desempeña como secretario de la Legación mexicana en Tokio,

regresando a México hasta 1916, lapso éste en el que escribe Rimas japonesas

(1909), Nikko (1910), Hojas de bambú (novela, 1910).

El vampiro Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos Tus pupilas caóticas y hurañas por tus cándidas formas como un río destellan cuando escuchan el suspiro y esparzo en su raudal crespo y sombrío que sale desgarrando mis entrañas, las rosas encendidas de mis besos. y mientras yo agonizo, tu, sedienta, finges un negro y pertinaz vampiro En tanto que descojo los espesos que de mi ardiente sangre se sustenta. anillos, siento el roce leve y frío de tu mano, y un largo calosfrío me recorre y penetra hasta mis huesos.

59. Justo Sierra, Antología del Centenario y La vida literaria en México, en Luis G. Urbina, Obras Completas, México, El Colegio Nacional, p. 469.

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En el prólogo a los Poemas escogidos (1932), sostiene Xavier Villaurrutia que los

doce sonetos que integran Caro victrix (“Carne victoriosa”, 1916) son “los más

intensos y hasta ahora mejores poemas de amor sexual de la poesía mexicana”.60

En 1968 Luis Mario Schneider realizó la compilación de sus Obras Completas,

rindiendo así un justo reconocimiento al gran poeta que fue Efrén Rebolledo; sin

embargo, acaso hoy día, sigue siendo aún un poeta inexplicablemente olvidado

por las nuevas generaciones que prefieren el arrebato y desenfado de Tablada, a

la delicadeza formal y el pulimento riguroso de Rebolledo.

60. Apud, José Emilio Pacheco, Poesía… , p. 288.

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Capítulo II

La sociedad mexicana finisecular: tradición y modernidad

2.1 El porfiriato o la cultura del progreso

“Me siento herido; una parte del país se alzó en armas para derribarme y la otra se

cruzó de brazos para verme caer. Las dos me eran deudoras de una porción de

cosas”, le dijo don Porfirio a Federico Gamboa, en su exilio parisino. Una porción

de cosas. De eso trata este capítulo precisamente: de una porción de cosas.

Entre los años de 1877 y 1910 México vive una de las etapas más relevantes de

su historia: el Porfiriato. Del triunfo de la revuelta militar de Tuxtepec, al inicio de la

Revolución, el Porfiriato representa en el drama mexicano una etapa de contrastes

que la historiografía posrevolucionaria se ha encargado de abultar sin mayores

reparos.

Porfirio Díaz, el militar, el héroe de Tuxtepec, merece sin duda un estudio que nos

informe de sus destrezas y sus estrategias, de su concepto de combate, de su

experiencia bélica. Hacen falta sin duda lecturas que nos planteen nuevas

preguntas, o que las reformulen desde otras perspectivas que las ya ensayadas

hasta ahora, hacen falta miradas que vean (y señalen) nuevos escenarios que

nuestra manera de ver no registra. La historia militar tiene mucho por decir pero su

dicho no cuenta con el apoyo de la conciencia cívica, a la que se le ha atado

desde siempre. Ya les llegará la hora, y entonces... ¡cuántos caballos se quedarán

sin jinete, legiones de estatuas truncas cabalgarán entonces por las praderas de la

historia nacional!

Porfirio Díaz, el presidente, el político, el dictador, ése sí, ha sido objeto de un

examen que no cesa de repetirse, como si se tratase del gran filón de la historia

de México, más por sus consecuencias que por sus acontecimientos. Condenado

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por la historia oficial, resurge redimido en el último tramo del siglo XX, para arribar

más que potable a la quermés del centenario que celebra su declive.

La vida como nación independiente no fue para México, y acaso no lo haya sido

en ninguno de los casos latinoamericanos, una etapa exenta de obstáculos e

inconveniencias, sobre todo de carácter político y económico. Las disputas entre

yorquinos y escoceses, en el primer caso, y entre impuestos federales y alcabalas

estatales en el segundo, son tan solo dos ejemplos que podrían multiplicarse

hasta el cansancio.

Para llevar a cabo su programa político, hacia 1884 Díaz echó mano de una

corriente filosófica europea: el positivismo de Augusto Comte. Esta corriente

concibe a las sociedades como sistemas orgánicos, cuyos miembros tienen un

papel específico en el entramado social y cuyo status garantiza la evolución

progresiva del sistema. En este desarrollo de las sociedades, sostiene el

positivismo, se operan transformaciones merced a la cuales se vuelven cada vez

más complejas, constituyendo así estadios de tránsito que habrán de conducir

inequívocamente a una etapa superior y definitiva. El espíritu que anima este

tránsito es el progreso.

El positivismo expresa claramente su subsidiaridad respecto de las ciencias

experimentales, es decir, la física, la biología y la química, como reacción frente a

las construcciones metafísicas, que son la piedra de toque contra la cual se

levanta. Considera a la ciencia como el único instrumento capaz de garantizar el

progreso indefinido de la humanidad. En cierto sentido, el positivismo se basó en

la tradición del empirismo clásico, o sea, en la idea de que cualquier conocimiento,

para ser verdadero, debe apoyarse en la experiencia. Así, la razón discursiva

positivista elabora los datos empíricos en forma de leyes generales, reduciendo la

realidad a hechos conmensurables que siguen el mismo derrotero que los hechos

de las ciencias naturales: observación, recolección de datos y comprobación

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experimental. Cualquier tesis no comprobable empíricamente se considera

metafísica y no puede ser considerada como verdad científica.

Para el positivismo, la filosofía tiene la expresa misión de elaborar una concepción

totalizadora del mundo, capaz de organizar los saberes parciales de las diversas

ciencias, pues todos ellos proceden de una misma matriz epistémica: la

experiencia. El logos deviene praxis, aunque se trata de una praxis ciega, sin la

luz de la razón teórica.

Para Comte, la sociología era asumida como la ciencia positiva de la sociedad,

que debía estudiar las relaciones sociales y las conductas humanas como

resultado de la vida colectiva, convirtiéndose así en una física de las costumbres

que describía las leyes de las asociaciones humanas y permitía regular la política.

Apenas necesita decirse a quién favorecía esta concepción filosófica. Su filiación

clasista no tiene mayor sombra de duda. Hay que señalar, en cambio, que el

positivismo es el hijo pródigo del siglo de los absolutos, y nace en Europa,

concretamente en Francia, que experimenta importantes movimientos sociopolíti-

cos. No es el caso de México, que adopta sin más la doctrina comteana como

dirección ideológica de una sociedad sumida en una pobreza material y un atraso

espiritual digno de siglos muy anteriores.

Al presidente Díaz poco le importó este desfase, había que meter a México en el

rumbo correcto de la historia, y el positivismo ofrecía, a las claras, el soporte

espiritual para llevar a cabo dicha conversión. Ni los pobres desarrapados muertos

de hambre, ni el resentimiento de la iglesia católica, que acababa de lidiar con

unas Leyes de Reforma poco proclives a sus piadosos intereses, detuvieron al

mandatario en su propósito más bien espurio, de llevar a una nación casi

analfabeta al paraíso representado por el estadio positivo. Y para este fin contó

con la colaboración de personalidades cuyo sitio de privilegio en la sociedad

mexicana garantizaba un buen derrotero.

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En torno a Manuel Romero Rubio, suegro del Primer Mandatario y ministro de

Hacienda, se agruparon los fieles propagandistas de la doctrina positivista.

Se da el nombre de científicos a los capitanes de la sociedad mexicana en el ocaso del XIX y la aurora del XX. Algunos se inclinan por reservar la denominación sólo para los amigos de Limantour, pues ellos se autollamaron así. Hay quien prefiere el apodo de “cien tísicos”, a sabiendas que es hechura de la mala leche del vulgo. La cifra de cien es correcta, corresponde al número de notables que orquestó el atardecer de la época liberal mexicana. El nombre de tísico lo usaron los griegos y lo usa la gente humilde de habla española para señalar al que se extingue, al decadente, al flacucho, al tosijoso, al ya reclamado por la tierra. Y ese fue el caso de los prohombres del otoño del porfiriato. A ellos les tocó representar la decadencia del estilo de vida romántico y liberal. Ellos fueron la tisis del antiguo régimen.61

Para el positivismo, la historia es el camino hacia el bienestar y felicidad generales

con arreglo a la intervención cada vez mayor de los avances científicos y

tecnológicos, lo cual es explicable si consideramos que esta expresión filosófica

tiene en la primera mitad del siglo XIX el imprimátur de sus grandes obras: Curso

de filosofía positiva (1830), Discurso sobre el espíritu positivo (1844) y Sistema de

política positiva o Tratado de sociología que instituye la religión de la humanidad

(1851-1854),62 de Augusto Comte.

La época de paz necesitaba una filosofía de orden. Los intelectuales de la época

la encontraron en el positivismo de Comte, con su ley de los tres estados y, más

tarde, en el de Spencer y en el evolucionismo de Darwin. El primitivo, abstracto y

revolucionario principio de la igualdad de todos los hombres deja de regir las

conciencias, sustituido por la teoría de la lucha por la vida y la supervivencia del

más apto. El positivismo ofrece una nueva justificación de las jerarquías sociales.

Pero ya no son la sangre, ni Dios, quienes explican las desigualdades, sino la

Ciencia.

61. Luis González, op. cit., p 37. El grupo denominado los “científicos” o “cientísicos”, como despectivamente los llamó la prensa, tuvo en José Yves Limantour a uno de sus principales portavoces. Ver, Yolanda Baché Cortés y Margarita Bosque Lastra, Escenario del Duque Job, México, UNAM, 2001, p. 21.

62. Respecto de las etapas (o estados) de la humanidad que marca el positivismo comteano, a saber: teológico, metafísico y positivo, la inteligencia porfiriana ubica a México en el estado metafísico, a medio caballo entre la razón y la creencia, ejemplarizado en la constitución de 1857.

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Y es que el positivismo en general y el porfirismo en particular no tratan de

cuestionar la existencia de las clases dominantes, ni sus escandalosos privilegios

frente a las clases desposeídas. Buscan únicamente dar a la sociedad una

dirección que la lleve a niveles superiores, dotar a las acciones particulares de un

orden que le diera sentido en esa gran suma de esfuerzos por hacer del México

decimonónico una nación moderna.

El disfraz positivista no estaba destinado a engañar al pueblo, sino a ocultar la desnudez moral del régimen a sus mismos usufructuarios. Pues esas ideas no justificaban las jerarquías sociales ante los desheredados (a quienes la religión católica reservaba un sitio de elección en el más allá y el liberalismo otorgaba la dignidad de hombres). La nueva filosofía no tenía nada que ofrecer a los pobres; su función consistía en justificar la conciencia —la mauvaise consciente— de la burguesía europea.63

Una de las figuras más importantes del “círculo científico” en este renglón fue

Gabino Barreda (1808-1881), quien tomara clases directamente con Augusto

Comte entre 1849 y 1851; a él se debe la fundación de la Escuela Nacional

Preparatoria y la ley de Reforma de la Instrucción Pública de 1867.

Este grupo de intelectuales creía aplicable a la realidad mexicana la doctrina

positivista de los tres estadios o etapas de la humanidad; la teológica, la

metafísica y la positiva. México, país ‘religioso’ en su origen y ‘metafísico’ en

tiempos de la Reforma liberal, podía acceder a una etapa ‘positiva’ a costa de

sacrificar el fanatismo religioso y la libertad abstracta por la triada de valores que,

a la postre, serían la divisa de don Porfirio: orden, paz, progreso.

Uno de los escritores sinaloenses más celebrados en su entorno, Francisco

Gómez Flores, expresa con meridiana claridad, su ferviente apuesta por la

ideología positivista64 que asume el porfiriato como dirección espiritual de la

63. Octavio Paz, op. cit., pp. 142-144. 64. Sobre el uso de los términos ideología positivista, dirección espiritual, intelectualidad, me remito a la concepción

gramsciana que considera a la ideología como una concepción del mundo y asigna a los intelectuales un papel de mediadores entre lo que él denomina sociedad civil y sociedad política. Gramsci es acaso el primer marxista en advertir la debilidad teórica del marxismo clásico que restaba importancia a la dimensión super estructural en beneficio de los factores económicos. Ver sus Cuadernos de la cárcel, sobre todo aquellos que se agrupan en Literatura y vida nacional. Sobre la primacía de “lo” económico en la historia y el posterior estudio de los fenómenos históricos que la explican, así como de las herramientas conceptuales requeridas para este propósito, E. P. Thompson, también desde el marxismo, nos muestra las ventajas de abandonar los enfoques deterministas que no se corresponden con el carácter circular que

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sociedad a la cual representa en tanto gobierno. Llamo la atención sobre este

punto para ilustrar cómo se inserta la intelectualidad de provincia a los dictados del

centro de país; resaltar la capacidad de apropiarse y reproducir un discurso de

poder coherente y sólido desde una perspectiva local; señalar cómo el positivismo

es el sistema doctrinario que cohesiona las diversas prácticas y lecturas del

mundo.

La Escuela es el taller de la inteligencia, como alguien ha dicho, y la enseñanza primaria, la semilla de la civilización; pero debe tenerse presente que la inteligencia no es una fuerza aislada en la máquina humana, sino la resultante de las energías todas del individuo. Por lo tanto, según Herbert Spencer, debe educarse el cuerpo al mismo tiempo que el espíritu. Mens sana in corpore sano, tal debe ser el ideal pedagógico. Puede decirse que la moral es la salud del alma, como la higiene es la salud del cuerpo; y de aquí la necesidad de una instrucción sólida, sana, viril, que forme hombres virtuosos para la familia y ciudadanos útiles para la patria.65

La alusión expresa a Hebert Spencer66 y la definición del hombre como “máquina

Humana” , ponen a Gómez Flores en la tesitura de una concepción mecanicista de

la sociedad, que parece no casar del todo con las aspiraciones espirituales que

como hombre de letras suscribe en otras partes de su obra.

Ya antes el grupo ideológico pionero conformado por los autores de un efímero

periódico liberal, cuyo nombre es por demás redundante y paradójico (La libertad),

había manifestado: “Declaramos no comprender la libertad si no es realizada

dentro del orden, y somos por eso conservadores; ni el orden si no es el impulso

normal hacia el progreso, y somos por tanto liberales”. Este periódico convocaba

las plumas de Justo y Santiago Sierra, Francisco G. Cosme, Telésforo García y

Jorge Hammeken.

se da entre las diversos estratos de la sociedad. Su clásico Historia de la clase obrera en Inglaterra es referencia obligada en su producción, pero en Miseria del historicismo es donde argumenta de manera más sistemática al respecto. Adscribo también, la problemática planteada por Roger Chartier, en el sentido el mundo es una construcción que éste se hace de sí mismo, mediante la producción, consumo y reproducción de representaciones, y su propuesta de leer el mundo desde la perspectiva cultural.

65. Francisco Gómez Flores, Narraciones y caprichos, México, Tipografía de Ignacio M. Gastélum, 1889. 66. Para Spencer la materia tiene dos formas: inorgánica y orgánica. Se interesa básicamente por la orgánica, a la que

divide en biológica y social. Ambas participan de una primera ley: tienen capacidad para crecer. La segunda ley nos indica que ese crecimiento se resuelve en un complejo de estructuras y funciones (no hay estructuras sin funciones y viceversa). La sociología se ocupa del estudio de la estructura y funciones de la sociedad, concebida ésta como un conglomerado de individuos sometidos a constantes transformaciones que van de lo incoherente a lo coherente y de lo homogéneo a lo heterogéneo.

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Pero donde mejor se palpa la matriz ideológica del porfiriato es en el terreno

historiográfico: en efecto, la monumental obra de Vicente Riva Palacio confirma en

el pasado mexicano una vocación teleológica del devenir histórico.

Vicente Riva Palacio, el destacado político, periodista, novelista y defensor armado de la patria (…) fue el primero en diseñar una gran empresa historiadora que le brindara unidad y coherencia a los distintos pasados del país que entonces contendían uno contra el otro. Riva Palacio imaginó un libro que contara las diversas historias de la nación bajo un hilo conductor unitario. En esa búsqueda encontró que las doctrinas entonces en boga de augusto Comte, Hebert Spencer y Charles Darwin podrían servir a ese propósito, pues sus obras sostenían la tesis de la evolución continua de la naturaleza y las sociedades humanas.67

Como se deja ver, la influencia positivista marcó el rumbo material y espiritual del

país. Un rumbo que no admitía reparos de ninguna índole, pues el fin supremo

justifica todos los medios, reduce las atrocidades a meros accidentes, a meras

eventualidades insignificantes o, simplemente, a hechos naturales, irrevocables.

Como observa Leopoldo Zea, uno de los estudiosos más destacados del tema:

El ideal de un nuevo orden social en el cual los intereses de sus clases quedaran justificados. A la idea revolucionaria de una libertad sin límites, opuso la idea de una libertad ordenada, de una libertad que sólo sirviera al orden. A la idea de la igualdad opuso la idea de una jerarquía social. Ningún hombre es igual a otro; todos los hombres tienen un determinado puesto social. Este puesto social no podía ser determinado a la manera como lo hacía el antiguo orden, es decir, por la gracia de Dios o de la sangre, sino por el trabajo […] En este nuevo orden todos los hombres reconocerían lo justo de su puesto en la sociedad, porque este puesto dependería de las capacidades de cada uno.68

Para el positivismo porfiriano el rol de los individuos en la sociedad quedaba

reducido a meros portadores del orden natural, de modo que los intelectuales que

daban sustento a esta concepción del mundo eran considerados engranajes de

una maquinaria estatal que se reproducía a sí misma: más que Leviatán el estado

era, como dice Octavio Paz, un ogro filantrópico. Los “científicos” porfirianos

67. Enrique Florescano, Imágenes de la patria, México, Taurus, 2005, p. 205. La gran empresa historiográfica que representó México a través de los siglos fue dirigida por Vicente Riva Palacio, y se anunciaba una obra única en su género, por tratarse, según publicidad de la época de “una Historia general y completa del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México desde la antigüedad más remota hasta la época actual”. La obra se dividió en cinco tomos: Tomo I: Historia antigua y de la conquista (desde la antigüedad hasta 1521) por Alfredo Chavero; t. II: Historia del Virreinato (1521-1807) por Vicente Riva Palacio; t. III: La Guerra de Independencia (1808-1821) por Julio Zárate; Tomo IV: México independiente (1821-1855) por Juan de Dios Arias, quien murió mientras lo escribía, y fue continuado por Enrique de Olavaria y Ferrari; Tomo V: La Reforma (1855-1867) por José María Vigil. Posteriormente la obra se editaría en diez tomos, para hacer más fácil su consulta, o su comercialización; o ambas cosas.

68. Leopoldo Zea, El positivismo en México, México, FCE, 1968, p. 43.

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encarnaban a la perfección la idea del intelectual orgánico estudiada por Gramsci,

pues dotaban a las decisiones estatales de una dirección ética, justificando (y

diseñando) todas las acciones de gobierno.

Comte considera que es necesario que haya en la sociedad hombres que dirijan y trabajadores que obedezcan. Superiores e inferiores deben estar subordinados a la sociedad. La sociedad debe estar por encima de los derechos de los individuos. En ella los filósofos y los sabios bien preparados deberán dirigirla dentro del orden más estricto, conduciéndola hacia el progreso más alto.69

Bajo estas premisas, la instauración de una elite iluminada, que diera sentido y

conducción a la práctica ciega de las grandes masa de trabajadores, era vista

como una condición necesaria para el desarrollo del país.

Es en este sentido que uno de los más lúcidos opositores porfiristas, Antonio Díaz

Soto y Gama, considera que los científicos representan el ala más conservadora

de la inteligencia porfiriana, enclavada en puestos para favorecer intereses

espúreos y beneficiarse económicamente a cambio de sus buenos oficios. Por ello

el intelectual más destacado del zapatismo los considera “ex lerdistas, protegidos

por el ministro de Gobernación”, interesados en implantar un régimen plutocrático;

era este grupo, según sus consideraciones, el poder detrás del poder:

[Eran] colaboradores en torno del porfirismo, extraídos los unos de las clases acaudaladas, y procedentes los otros de la juventud intelectual que, influida por las corrientes ideológicas de la época, se aprestaba a servir de elemento orientador de la plutocracia mexicana en su camino hacia la conquista del poder.70

Por su parte, el novelista José López Portillo y Rojas, al que no se le puede tachar

de malediciente, pero que tampoco acusa ingenuidad en los juicios que emite

sobre su tiempo y sus contemporáneos, retrata este aspecto de la política

porfirista, usufructuada por lo “científicos” de la siguiente manera:

69. Ibid, p. 44. 70. Antonio Díaz Gama y Soto, Historia del agrarismo en México, Rescate, prólogo y estudio biográfico por Pedro Castro,

México, Ediciones Era-Conaculta-UAM Iztapalapa, p. 476.

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Estrechamente ligados con Limantour, que tenía las llaves del tesoro y que dominaba prácticamente a los demás ministros, eran los hombres de la situación y en sus manos estaba la suerte de todas las empresas […] Eran apoderados de fuertes compañías extranjeras, principalmente inglesas, americanas y francesas; arreglaban concesiones de bancos locales, de minas ricas, de explotaciones petrolíferas y de toda clase de empresas opulentas. Los clientes, tanto nacionales como extranjeros, sabedores de que aquellos personajes podían llevar a buen término todos sus asuntos, ocurrían a ellos en masa, y andaban solicitando su patrimonio como cosa preciosa e indispensable. Las antesalas de los ‘científicos’ veíanse pobladas día a día de grandes empresarios, ricos terratenientes, capitalistas deseosos de invertir sus caudales, y de toda especie de peso y valer, que procuraba asegurar o agrandar su fortuna. Y por aquel medio establecíase una corriente constante de dinero, que iba de los bolsillos de los particulares a las cajas de los abogados y negociantes de la mentada filiación. Y así, las anualidades de éstos eran de cantidades fabulosas; de tal suerte que ni los ministros ni el presidente mismo, tenían entradas más considerables que las suyas.71

Como se ve, el presidente Díaz acapara para sí el poder político, pero deja en

manos de los científicos los destinos económicos del país, auspiciando de esta

manera a una camarilla facciosa cuyo poder se extendía en los diversos órdenes y

regiones del México decimonónico. Este grupo de intelectuales, mal vistos y mal

queridos por el resto de la población, dominó por completo la realidad y el

imaginario nacional.

Ya en pleno declive del porfiriato, surgió otro grupo de jóvenes brillantes, en

verdad talentosos; Alfonso Reyes, hijo del general Bernardo Reyes, primero aliado

y posteriormente rival de Porfirio Díaz; José Vasconcelos, que al igual que Reyes

fue candidato a presidente de la república; Pedro Henríquez Ureña entre otros. A

este grupo se le conoció como el Ateneo de la Juventud y a él perteneció (ya

entrado en canas) el poeta Enrique González Martínez, al poco tiempo de

abandonar definitivamente el solar sinaloense.

71. José López Portillo y Rojas, Apud, Antonio Díaz Gama y Soto, op. cit., p. 483. Por su parte Luis González nos dice en La ronda de las generaciones, que: “En el orden económico, los científicos formaron una élite de mercaderes e industriosos como nunca se había visto antes: numerosa, sin ningunas aficiones por la agricultura señorial y consuntiva, poco inclinada al lucro agrícola, proclive a la industria, maniática de la minería ya no solo de metales preciosos, adicta a los ferrocarriles, la banca, la construcción, el comercio de exportaciones e importaciones, verdaderamente empresarial...”, p. 44. “En los últimos años de la dictadura, el deleite supremo del general Díaz —un deleite mayor que todo deleite humano y divino— era escuchar calumnias sobre los científicos. Se les echaba en cara en los mentideros de la clase media, su desmedido amor al mando, su afán de lucro, sus crecientes concesiones a los extranjeros, su ciencia sosa, su insensibilidad para el misterio y la religión, su monotonía solemne y aburrida, su alarde de mármoles, maderas finas, escudos y joyas. Las acusaciones de monarquismo, capitalismo, extranjerismo, positivismo, ateísmo, aburrimiento, orgullo y malgusto se hacían principalmente a los limanturistas”, p. 49.

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Siguiendo los preceptos de sus consejeros áulicos el viejo general tiende las redes

físicas y mentales para que la sociedad mexicana arribe, entre tímida,

sorprendida, a la tan ansiada modernidad. Los cambios son vertiginosos, si

echamos cuentas de la lentitud con que éstos se sucedían en el recién

defenestrado régimen. Había una especie de voluntad de cambio que trataba, sin

embargo, de mantener sin alteración la estructura político económica. Se

cambiaba para no cambiar.

Porfirio Díaz según Octavio Paz:

Organiza el país, pero prolonga un feudalismo anacrónico e impío, que nada suavizaba (las Leyes de Indias contenían preceptos que protegían a los indios). Estimula el comercio, construye ferrocarriles, limpia de deudas la Hacienda Pública y crea las primeras industrias modernas, pero abre las puertas al capitalismo angloamericano.72

En efecto, la apertura económica que México experimentó frente al capital

norteamericano se dio en diferentes niveles: concesiones en la explotación

minera, tendido de vías férreas, cableado telegráfico y telefónico, la explotación

petrolera, etcétera, lo que no significó, sin embargo una entrega total hacia el

vecino del norte. Se trataba de un impulso que buscaba remediar el retraso

secular del país a partir de fuerzas externas, fuerzas que inyectasen en la

economía mexicana una suerte de vacuna contra la pobreza atávica que parecía

marcar el destino, primero de un pueblo y ahora de una nación.

Pero con todo y el enorme poderío económico que los Estados Unidos

adquirieron, en el terreno espiritual fue Europa el referente obligado para calibrar

el grado de modernidad al que aspiraba. Y sobre todo Francia, cuyo resplandor

encandilaba a la nueva aristocracia mexicana.

Mirarse en el espejo de Europa exigía a esta nueva élite, bautizada por

Vasconcelos como “la aristocracia pulquera”, una actitud mimética, casi

camaleónica: no bastaba con copiar, había que reproducir los gestos, las

72. Octavio Paz, op. cit., p. 141.

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actitudes, las maneras; había que asimilar el concepto del mundo con el que los

europeos manejaban sus vidas, había que gozar su arte y embelesarse con su

arquitectura, participar de su ciencia, arrebolarse con su música, regodearse en su

teatro a fuerza de bostezos e incomprensiones de todo tipo. Había que

mundializarse y, si Francia era “la capital mundial del siglo XIX” (la expresión es de

Walter Benjamín), había que afrancesarse.

Las construcciones coloniales fueron parcialmente sustituidas por una ville francesa donde destacaron las grandes mansiones convertidas en hôteles, esto es, en casa de muchas habitaciones edificadas en el “genuino” estilo neorrenacentista y hasta con mansardas que, debido a las condiciones climatológicas de la ciudad, extrañamente recibieron la nieve.73

Por eso, si al periodo que va de la jura de la Constitución del 57, pasa por la

Guerra de Reforma y finalmente desemboca en la Intervención francesa, se le

conoce como la Gran Década Nacional, al periodo que arranca el lunes 1 de

diciembre de 1884, fecha que toma posesión como presidente de México hasta el

25 de mayo de 1911 que renuncia al cargo, habría que llamarle la Belle époque

mexicana. Durante ese lapso el país se cundió de edificaciones de los más

diversos estilos arquitectónicos: Clásicos (palacio de Minería), Neoclásicos

(fabrica de cigarros “La moderna”), Neorrománica (Iglesia de San Felipe de

Jesús), Art Noveau (Gran Hotel de México), Neobarroca (Casa Boker), Ecléctica

(edificio de Correos).

Es en este aspecto que cobra sentido el arribo a México de una serie de

arquitectos, entre los que sobresalen Adamo Boari (el Teatro Nacional, hoy

Palacio de Bellas Artes), Silvio Contri (Palacio de Comunicaciones y Obras

Públicas), Luis Long (Palacio de Gobierno de Guanajuato, Gto.), Emilie Benard

(sede de la Cámara de Diputados), Ernest Brunel (Mercado Hidalgo de

Guanajuato, Gto.), todos ellos con una gran trayectoria. A esta figuras hay que

agregar la incorporación de arquitectos mexicanos que regresaban de sus

estudios en el extranjero, o de otros que colaboraron estrechamente con los

primeros y de esa manera se convirtieron en sus discípulos. Tal es el caso de

73. Yolanda Bache Cortés y Margarita Bosque Lastra, Escenario del Duque Job, México, UNAM, pp. 21-22.

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Manuel Ortiz Monasterio, Bernardo Calderón, Ignacio Marquina y Federico

Mariscal, que se formaron de la mano de Adamo Boari. Por último, arquitectos

mexicanos con una trayectoria propia: Mauricio Campos (Asamblea de

representantes), Miguel Ángel de Quevedo (Templo del Buen Tono), a quien se

debe la realización del vivero de Coyoacán, verdadero pulmón de una urbe que a

la sazón era considerada “la región más transparente del aire”, y Leopoldo Batres,

representante de un movimiento pro nacionalista que surgió a raíz de los hallazgos

arqueológicos que parecían brotar de las excavaciones de cimentación que tales

construcciones exigían. Se trataba de verdaderso geyseres de la historia.

En vista de la vigencia del Clasicismo a lo largo del siglo XIX, todavía le alcanza

para ganar el concurso internacional para la edificación del Palacio Legislativo en

1899, cuyo autor fue Emile Bénard.

La importancia del comercio generó una concepción arquitectónica acorde con los

requerimientos de funcionalidad que exigían las novedosas tiendas departamen-

tales hechas a imagen y semejanza de sus similares europeas. El comercio de

ropa cobró un auge impresionante; esto se puede corroborar por medio de la

consulta de publicaciones especializadas en moda y sociedad, vgr. Diversiones o

algunos de los muchos suplementos “culturales” que aparecían preferentemente

los fines de semana en los diarios de la época.

La modernidad porfiriana trajo consigo una serie de cambios en la producción y

reproducción de la cotidianidad mexicana, lo cual puede medirse en la

administración del tiempo libre y los usos del ocio. Es cierto que el tiempo “libre”

puede parecer un término confuso si no se lo delimita socialmente, esto es, si no

se establecen los requerimientos de carácter fisiológico que la fuerza de trabajo

necesita para reponerse y poder estar en condición de ofertarse para una jornada

más.74

74. Carlos Marx, El Capital, Buenos Aires, 1974, particularmente los capítulos VI “Compra y venta de la fuerza de trabajo” y X “La jornada de trabajo”, t. I.

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Como es conocido, hasta la segunda década del siglo XX se establece en México

la jornada laboral de ocho horas (y no en todos los giros), lo que coloca al

trabajador de la época porfirista al arbitrio de los intereses del patrón, y con nulas

posibilidades de defenderse en este terreno. De este modo, el tiempo libre, la

diversión, el ocio, no corren parejos para la sociedad en su conjunto: a la sociedad

baja le correspondía la pulquerías y los mercados; a la high society los salones de

lujo y el Jockey Club recién estrenado en la “casa de los azulejos”. Este último

contaba con salones para recepción y salas de juego, biblioteca, sala para

esgrima y restaurante. Desapareció en 1914, lo que arroja una existencia de más

de tres décadas.

El 23 de abril de 1882 se inauguró el Hipódromo de Peralvillo, fundado (al igual

que el Jockey Club) por Pedro Rincón Gallardo en un predio de 600 000 metros

cuadrados, con un costo de 30 000 pesos. Las carreras de caballos, desde

siempre, y casi por definición, son un entretenimiento para las clases

acomodadas. Con la construcción de este inmueble, sin embargo la brecha

pareció abrirse más pues las carreras de taste adquirirían desde entonces y para

siempre un color pueblerino frente a las aristocráticas carreras bajo techo. Otros

sitios de esparcimiento fueron el Tívoli de San Cosme, cuyos jardines,

restaurantes, kioskos, boliches, salones de baile eran centro de reunión de fiestas

y banquetes de la aristocracia porfiriana.

El empresario Robert E. Evans abrió una escuela de patinaje en el Callejón de

Santa Clara, un skating ring como le llamaba la publicidad a ese “sport” de la high

society:

Los patines ¿esa es la gran preocupación […]. El salón de skating debía llamarse el salón de las mil y una caídas. Un joven amigo mío dice todas las noches al entrar: —Deme usted seis reales de porrazos. Y —¡cosa rara!— el pollo que se avergonzaría de tropezar en una calle, cae sentado o de espaldas, sin avergonzarse, ante numerosísimo concurso.75

75. El Duque Job, La Libertad, año VI, núm. 84, 15 de abril de 1883.

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Con todo, el pueblo tenía sus diversiones y entretenimientos “familiares”: el

célebre payaso Ricardo Bell, los circos (Jordán y Magnolia, entre muchos otros) y

carpas que presentaban a la mujer mosca; a la mujer araña “—¿por qué está

usted así?, —Por desobedecer a mis padres”; la niña Sanzón; La señora

Yamamoto, que escalaba filosos peldaños sin rasgarse las medias; los fakires,

verdaderos artistas del hambre, como el del relato kafkiano, y más, mucho más.

Otras fuentes de diversión eran las disputas (diversas y perversas, pero altamente

cohesionantes): hombres contra hombres (box amateur o callejero), hombres

contra animales (en 1887 se legalizaron las corridas de toros que antes habían

sido suspendidas),76 animales contra animales (peleas de gallos, pero también

toros de Santín contra leones; en 1887 en la plaza de San Rafael disputaron un

toro y un elefante: contra todas las expectativas, ganó el elefante; es decir, salvó

su vida, y si bien no salió en hombros del respetable, tampoco lo sacaron a rastras

como al ya nunca más invicto astado: ¡Torito!

En la ciudad de México se ejerció la tauromaquia hasta que la ley de “dotación del

Fondo Municipal” del 28 de noviembre de 1867, en su parte relativa a diversiones,

estableció que las corridas no se consideraban entre las diversiones públicas

permitidas y por los mismo, decía, “no se podrá dar licencia para ellas, ni por los

ayuntamientos, ni por el gobernador del Distrito Federal, en ningún lugar del

mismo”.77 La prohibición de las corridas taurinas en la capital de la república sólo

logró que durante dos décadas el “efecto cucaracha” trasladara públicos, diestros

y astados a Cuautitlán, Texcoco, Toluca, Puebla y puntos intermedios. Esto, por sí

sólo nos habla del anclaje profundo de esta práctica cultural en esta sangrante

época. Su propio carácter masivo, para utilizar una expresión posmoderna,

suponía un venero de larga duración.

76. Op. cit. 77. María del Carmen Vázquez, “Charros contra Gentlemen. Un episodio de identidad en la historia de la tauromaquia

mexicana ‘moderna’, 1886-1905”, en Claudia Agostioni y Elisa Speckman, Editoras, Modernidad, tradición y alteridad. La ciudad de México en el cambio de siglo (XIX-XX), México, UNAM, 2001, p. 161.

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Un año después de levantarse la prohibición de la tauromaquia, las publicaciones

periódicas sobre el tema se multiplicaron: El arte de la lidia, El Monosabio, La

Muleta, La Banderilla, El Arte del Toro, El Toreo, El Correo de los Toros, El Torero

y La Gaceta de los Toros.78

Pese a su filón altamente popular, las corridas de toros eran arropadas por las

elites: en El Imparcial, por ejemplo, se hablaba “de los toros como un sport que, a

diferencia del football y del pugilato, era el único que la gente había aprendido a

amar por sus colores vivos, por sus notas brillantes, sus oros, sus elegancias, sus

manifestaciones varoniles”.79

Un capítulo especial sobre las corridas de toros lo constituye, qué duda cabe, la

polémica alimentada por dos figuras de la época: Ponciano Díaz y Luis Mazzantini,

pues en ella se juega el jaloneo que implica la triada tradición-asimilación-ruptura.

Se trata de un proceso de hibridación, de un proceso de registro-recreación de un

ritual secularizado hasta la ignominia. Todo esto con una alta dosis de

manipulación y demagogia.

En la capital de la República aparecieron grandes tiendas y almacenes, a

semejanza de los que se publicitaban en los rotativos europeos y estadunidenses

que circulaban entre las clases altas: El Palacio de Hierro, Mosler, Pellandini,

Sombreros Tardán, Zapatería Excelsior, etcétera. Los periódicos de la época

retratan con nitidez el vuelco comercial que la sociedad mexicana experimentaba

en esos días (sobre todo a partir de la supresión de las alcabalas y la invención de

una naciente clase media moderna y pujante),80 tan sólo abrir sus páginas y pasar

la mirada sobre la publicidad nos percatamos cómo el consumo se diversifica y se

restringe al mismo tiempo: Procter & Gamble anuncia sopas enlatadas; Dermo

78. Moisés González Navarro, Historia moderna de México, México, Hermes, 1970, p. 132. 79. María del Carmen Vazquez, op. cit., p. 165. 80. En Los grandes problemas nacionales Andrés Molina Enríquez “la persona que conoció con mayor detalle la realidad

mexicana, por lo menos de una región bastante significativa”, (Álvaro Matute), plantea el asunto de la clase media en los siguientes términos: “…no existen en nuestro país las clases medias propiamente dichas, es decir, las clases medias propietarias, pues los mestizos directores, profesionistas, empleados y ejército, no son en suma, sino clases que viven de las trabajadoras, y por lo mismo, privilegiadas también.” Fuente: Andrés Molina Enríquez, “Los grandes problemas nacionales”, México, A. Carranza e hijos, 1909, p. 213-221, en Álvaro Matute, México en el siglo XIX. Fuentes e interpretaciones históricas, México, UNAM, tercera edición, 1981.

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Prada una solución contra las verrugas; Droguerías Grisi perfumería inglesa y

francesa; Restaurante Asturias, gastronomía española; Johnnie Walker (“nacido

10 años antes que Don Porfirio” como reza la publicidad aparecida en la edición

de Clío) wisky escocés; High Life, sastrería masculina de etiqueta; Banco de

Londres y México, “servicios bancarios de primera línea para el progreso de

México y los mexicanos”; y un largo etcétera.

Cosas grandes y maravillosas se vieron en la antigua ciudad de los palacios de los

primeros tiempos del reinado porfiriano. Los charcos hediondos, los callejones

sucios y oscuros, desaparecieron del mapa. En su lugar aparecieron calles rectas

y pavimentadas, alumbrado público, agua potable. Las luces de hidrógeno

pasaron a la historia. Las sustituyeron en 1898, los elegantes postes eléctricos

tendidos por la compañía Siemens y Halske. El centenario problema de las

inundaciones, con su cauda de insalubridad, se atenuó, gracias a los colectores

ideados en 1898 por los ingenieros José María Velázquez y Roberto Gayol, y al

largo canal subterráneo de desalojo de aguas negras construido por la compañía

consentida de aquellos tiempos y de aquel presidente: S. Pearson and Son. La

ingeniería de la ciudad venía de Londres, pero la estética, como siempre, de

París.81

Para las generaciones del siglo XVIII el concepto de nación y el pasado indígena se

implican mutuamente, al grado tal que uno no podría siquiera pensarse al margen

del otro. Ignacio Ramírez el “nigromante” e Ignacio Manuel Altamirano son dos de

las figuras más destacadas en este empeño. El problema de la identidad nacional

corre al parejo con la reivindicación de las raíces precolombinas. Se trata de un

problema sociocultural de primer orden.

Por lo que hace al patrimonio material, la integración física del país se da gracias

al incremento en la red ferroviaria que pasa de 680 Km. de vías férreas en 1876 a

19 280 Km. en 1910, dicha integración trae aparejado el crecimiento comercial al

81. Ver Enrique Krauze y Fausto Zerón-Medina, “Porfirio. El poder (1884-1900)”, México, Clío, 1993.

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interior del país y con el extranjero. La comunicación se hace cada vez más

expedita y cómoda; el telégrafo por su parte pasaban de 9 000 Km. en 1877 a

70 000 Km. en 1900 y el servicio postal cubría 90 000 Km. hacia 1910.

En 1910 México era el quinto productor mundial de oro; primero y segundo en

plata y cobre respectivamente, un país rico cundido de pobres; de los cuales será

el reino de los cielos.

Respecto a la relación que el presidente Díaz mantuvo con la iglesia,

particularmente la católica, hay que decir que fue una relación de estira y afloja; en

efecto, el anciano dictador era diestro en el arte de estirar la cuerda lo más

posible, sin que se ésta rompa.

Si el gobernador de Oaxaca, Félix Díaz, “el Chato”,82 organizó una expedición

punitiva a Juchitán, entró a caballo en la iglesia y extrajo de ella la imagen del

Santo patrono, San Vicente Ferre, la cual devolvió mutilada, el presidente Díaz

ensayó desde el principio una política de conciliación con la iglesia, que bien

pronto tuvo resultados favorables para la paz del país. De esta manera se daba un

giro de ciento ochenta grados respecto a los gobiernos emanados de la Reforma.

De las autoridades eclesiásticas mexicanas dos son claves en la sana cercanía

que el presidente Díaz mantuvo con la iglesia: el arzobispo de México, Pelagio

Antonio de Labastida y Dávalos y el primer arzobispo de Oaxaca Eulogio Gillow. El

primero de ellos había sido regente del Imperio, y era famosa y parecía no

perjudicarle en lo absoluto, su marcada inclinación por la Intervención francesa. El

otro era un sacerdote educado en Inglaterra; hijo de hacendados poblanos, Gillow

82. Cuatro años después del asesinato del ex gobernador de Oaxaca, Félix el “Chato” Díaz, don Porfirio, en su calidad de jefe del ejército constitucionalista, asume el poder ejecutivo de la Unión el 28 de noviembre de 1876. De ese mismo año data la siguiente composición:

Canción de Félix Díaz (1876) ¡Ay general Félix Díaz, quien a ti te lo dijera, que tú pusiste la hamaca para que otro se meciera!

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propiciaría un verdadero armisticio entre Estado e Iglesia. Ambos prelados

tomaron parte de sendos ritos sacramentales del general Días: Labastida y

Dávalos habría de casarlo en articulo de muerte con Delfina Ortega el 8 de abril de

1880, no sin antes certificar por escrito que su religión era la católica, que juró la

Constitución del 57 porque consideraba que no contravenía los dogmas católicos,

que no poseía bienes expropiados a la iglesia y que su pasado masónico era sólo

eso, cosa del pasado; Eulogio Gillow por su parte bendice el matrimonio de Díaz

con Carmelita Romero Rubio, hija de Manuel Romero Rubio, Constituyente del 57

y ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Lerdo de Tejada. Ambos

enlaces matrimoniales serán más adelante bien recompensados: primero le toca a

Gillow: debido a sus buenos oficios con el gobierno de Díaz es nombrado en 1887

primer arzobispo de Oaxaca. Para tal ocasión el presidente le regala un anillo

pastoral con senda esmeralda rodeada de brillantes. Al arzobispo Pelagio le ayuda

en la edificación de la iglesia de san Felipe de Jesús, la cual fue inaugurada el 3

de febrero de 1897. En uno de los altares laterales se podía observar la escultura

de Plancarte y Labastida, obra del escultor Ponzaneli.83

La relación del Estado con la iglesia católica, sin embargo, no impidió a Díaz

presidir importantes ceremonias masónicas, ni mantener óptimas relaciones con el

ministro protestante Butler; por lo demás, es en el auge del porfiriato cuando se

funda en México la Young Men´s Christian Asociation (YMCA por sus siglas en

inglés, mejor conocida como la GUAY), de origen anglosajón.84 Tensar la cuerda y

no romperla, como se dijo más arriba, tal era la virtud de Díaz en su relación con la

Iglesia.

Como se ha visto hasta aquí, el porfiriato representa una parte de la historia

nacional que no puede admitir valoraciones maniqueas, pues lo suyo es el matiz.

Ni blanco ni negro: multicolor; se trata de un periodo plagado de agravios, pero

83. De Plancarte y Labastida, Gutiérrez Nájera (a quien casara el 2 de octubre de 1888 con Cecilia Mallefert), en una de sus “Cartas de Junius”, comenta: “Hay en su rostro como los reflejos y vislumbres de una hermosa puesta de sol. Es un hombre que se aproxima a los ochenta años. Todavía sonría a la naturaleza, a la juventud, a la desgracia, y lo último que de ese rostro ha de irse es la sonrisa”, en Yolanda Bache Cortés y Margarita Bosque Lastra, op. cit., p. 34.

84. No es mi propósito discutir la estrecha relación entre la Iglesia (particularmente la protestante) y el nuevo régimen (capitalista), pero sin duda alguna el tema reclama un estudio detallado, de largo aliento.

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pródigo en consuelos, así se trate de meros paliativos que más tarde habrán de

significar nuevos agravios. Si bien es cierto que Díaz fue el “chillón de Huicamole”,

no lo es menos que en julio del 87, fue quien entregó la ciudad de México a su

paisano Benito Juárez. Si al final de su vida se lo ve bordeando las pirámides de

Egipto en burro, y más que evocar a Napoleón sugiere un hipotético Sancho

Panza huichol, durante sus días de gloria monto caballos (y yeguas) de gran

alzada. En fin, un historiador como don Luis González lo dice mejor, y con mayor

conocimiento:

Con todo, la pléyade porfírica, o segunda promoción liberal y romántica, no se merece el purgatorio en que vive postmórtem. No cabe duda que instauró en su madurez la dictadura del machete, pero como remate de una juventud muy patriótica. Es cierto que fue genocida, que mató a muchos gringos, franchutes y paisanos, pero obtuvo que la gente dejara de matarse, impuso tras el desorden el orden, suprimió a los eternos simpatizantes de asonadas y pronunciamientos, instituyó la paz después de hacer la guerra. Conforme en que no fue tan liberal, pura y jacobina como la pléyade de la Reforma, pues no tuvo filósofos y era de modestos niveles cogitantes, pero en cuanto a dinamismo ninguna la superó.85

2.2 El Cañedismo: modelo a escala

“Juntos luchamos, juntos subimos”, dijo el general Díaz a Francisco Cañedo

Belmonte al triunfo del movimiento tuxtepecano, y lo hizo gobernador del estado

de Sinaloa el 1 de junio de 1877, cargo que ostentaría hasta su muerte, acaecida

el 5 de junio de 1909 (“es un catarrito”, habría dicho a su familia un par de días

antes sobre lo que terminó siendo una pulmonía fulminante. Le falló el énfasis.).

Lo cierto es que la dilatada etapa que representa el porfiriato y que en Sinaloa se

conoce como Cañedismo, está llena de acontecimientos que bien valen la pena

revisar, sobre todo aquéllos que se enmarcan en el horizonte de expectativa que

produjo la modernidad (polvo de aquellos lodos) y que bien pueden arrojar luz

sobre los espacios de experiencia en que se finca eso que Hegel denominó como

“la prosa del mundo” o “el estado mundial de la prosa”, aspectos que la polvareda

revolucionaria eclipsó durante muchas décadas. A ese respecto, el estudio de las

85. Luis González, op. cit., p. 36.

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cosas menudas, y menudo es el arte frente a la economía o la política, es el tema

de estas líneas. Y no todo el arte: apenas aquél que se materializa bajo la forma

de revistas culturales, subsidiarias de la literatura, la historia, la música, el teatro,

las tertulias, y todo aquello que va cincelando el perfil espiritual de una época, el

zeitgeist porfirano-cañedista para decirlo con los hermenéutas.86

Población por distritos (número de habitantes) _______________________________________________________________________________ Distrito 1881 1886 1895 1900 1910 _______________________________________________________________________________ El Fuerte 27 927 31 453 31 570 45 530 50 490 Sinaloa 27 746 17 719 41 147 43 432 44 923 Mocorito 17 030 17 030 20 819 28 628 29 839 Badiraguato — 16 278 17 594 16 923 19 961 Culiacán 38 340 35 652 37 803 44 344 52 349 Cosalá 18 378 17 349 18 217 21 399 21 751 San Ignacio 10 370 17 489 11 846 13 283 13 865 Concordia 12 929 16 551 17 940 17 817 19 159 Mazatlán 30 630 30 015 33 807 38 298 43 385 El Rosario 18 563 24 148 28 122 27 047 29 231 Total 201 918 223 684 258 865 296 701 324 323 _______________________________________________________________________________ Fuente: Martínez de Castro, Memoria General de la Administración Pública del Estado,

representada a la H. Legislatura por el Gobernador Constitucional C. Ingeniero…, el 15 de septiembre de 1881, Tipografía de Retes y Díaz, Culiacán, 1881. Cañedo Francisco, Memoria General de la Administración Pública del Estado, presentada a la H. Legislatura del mismo, por el Gobernador Constitucional C. General…, Culiacán, imprenta Esteriotipada de Tomás Ramírez, 1886; Memoria General de la Administración Pública del Estado, presentada a la 20º Legislatura por el Gobernador Constitucional C. General…, Mazatlán, 2 vols. M. Retes, 1905.

La intelligencia cañedista

El 5 de mayo de 1872 se crea en Mazatlán el Liceo Rosales. Su principal

promotor: el gobernador en turno (y en apuros) licenciado Eustaquio Buelna

Pérez. Dicha institución educativa era la primera en ofrecer estudios de nivel

superior en la entidad y aparecía precisamente en la ciudad más cosmopolita de

86. Para los conceptos horizonte de expectativa y espacio de experiencia hay que retomar la tradición hermenéutico-ontológica que se remonta a Heidegger atraviesa el discurso gadameriano y, finalmente, ancla en Reinhart Kosselleck. De este último ver sobre todo: Futuro pasado: para una semántica de los tiempos pasados, Buenos aires, Paidós, 1993 e Historia y hermenéutica, Paidós, Buenos Aires, 2001. Sobre la prosa del mundo o estado mundial de la prosa que Hegel abordó primero en su Estética y más tarde en las Lecciones sobre filosofía del derecho, ver el maravilloso libro de Rafael Gutiérrez Girardot, Modernismo. Supuestos históricos y culturales, FCE, México, tercera edición, 2004. Prólogo de José Emilio Pacheco.

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Sinaloa, lo que no es sino un accidente pues el 4 de diciembre el Congreso del

Estado, siendo presidente de la República Lerdo de Tejada, sesionó en el citado

puerto que de esta manera se erigía (en la práctica) en capital de la entidad. El 23

de enero de 1873 Buelna acordó con el congreso local la declaración de Culiacán

como capital del estado, movimiento que arrastró consigo a la institución educativa

transformándose el 4 de marzo de 1874 en “Colegio Rosales” y teniendo como su

primer director al ingeniero Luis G. Orozco. Esta jugada política es asunto que los

mazatlecos aún guardan como tristemente célebre, aunque en su momento no

hicieron mucho por corregirla.

En un trabajo presentado en el X Congreso de Historia de la UAS, Arturo

Santamaría Gómez hilvana una serie de reflexiones sobre cuatro aspectos

nodales en el desarrollo de las sociedades modernas, como es el caso de la

sociedad sinaloense previa al Plan de la Noria: educación, representada sobre

todo por el Colegio Rosales; asentamiento del poder político, encarnado en el

gobierno estatal —esto se verá más claramente a partir del primer nombramiento

de Cañedo en 1877; formación de las clases hegemónicas, en este caso ausencia

de una burguesía nativa consolidada; y, finalmente, el desarrollo económico de la

entidad, mediante el impulso de una tecnología autóctona. Acaso el autor no lo

plantee de esa manera, pero mi lectura de su texto me lleva a estas conclusiones.

Dice Arturo Santamaría que:

El traslado del Liceo Rosales de Mazatlán a Culiacán no obedeció a ningún criterio de tipo académico ni económico, sino al estrictamente político: al mudarse la capital del estado a Culiacán, Eustaquio Buelna se lleva el Liceo Rosales. En ese tiempo, al menos en México, no había un pensamiento académico tan elaborado que hablase de la necesaria vinculación entre la educación superior y las necesidades productivas del país. Se hablaba más bien de elevar mediante la educación la moral pública del pueblo mexicano. Así pues, la ausencia de un proyecto de desarrollo regional a largo plazo, con visión histórica y apegado a las raíces locales que no impulsaron las elites sociales extranjeras que dominaban en Mazatlán… dejó al más importante puerto comercial del Pacífico mexicano y a la principal ciudad mexicana del noroeste de la época porfiriana, sin educación superior y sin eje de la cultura y la educación general.87

87. Arturo Santamaría Gómez, “Historia de un despojo cultural”, en Jorge Verdugo Quintero y Víctor A. Miguel Vélez, Historia y región, Memoria del X Congreso de Historia Regional, Culiacán, UAS, 1996, p. 135.

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En efecto, Mazatlán era con mucho la ciudad que mejor cuadraba para alojar a la

máxima casa de estudios de la época, en virtud de los elementos económicos y

socioculturales que sustentaba. En ocasión de del deceso de Ángela Peralta,

ocurrido el 30 de agosto de 1883 víctima de la fiebre amarilla que cundió en el

puerto, Francisco Gómez Flores se refirió así, tangencialmente, a la ciudad de

Mazatlán:

La espléndida solemnidad verificada ayer en honor de la gran artista mexicana que fatalmente vino a perder la existencia en esta hermosa cuanto cultísima ciudad [...] el pueblo de Mazatlán ha dado una prueba elocuente de su cultura y su patriotismo, acudiendo en masa, sin distinción de clases sociales, a la significativa y patriótica ceremonia.88

La verdad es que a fin de cuentas sucedió lo que vendrá a ser una constante en la

vida político-administrativa de los estados de la república: la capital estatal y su

máxima casa de estudios coinciden espacialmente en sus inicios, y

paulatinamente la universidad estatal, o como se le designe en cada caso, cubre

el resto del territorio, según características geográficas y poblacionales propias de

las entidades o la región en que éstas se enclaven.

Como ya se señaló más arriba, el puerto de Mazatlán era punta de lanza en una

serie de actividades socioculturales, que lo ponían a la vanguardia de las ciudades

del noroeste de aquella época: el teatro y el periodismo son dos de las más

destacadas, pero no las únicas.

Respecto al teatro, hay que decir que en el puerto se realizaban funciones

profesionales y de aficionados desde la inauguración del Teatro Rubio en 1874.

Dicho inmueble fue mandado a construir por el rico empresario duranguense

Manuel Rubio, quien solicitó el permiso correspondiente al ayuntamiento del

puerto el 31 de agosto de 1869. El encargado de la construcción fue el ingeniero

Andrés Librado Tapia. Respecto al estilo arquitectónico, Librado Tapia aclara:

“...me he visto precisado en el proyecto a adoptar la forma que señala las plantas

y el orden dórico romano sin columnas empotradas para la fachada” y agregaba a

88. Francisco Gómez Flores, Narraciones y caprichos, Culiacán, Tipografía de Ignacio M. Gastélum, 1889, p. 82.

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manera de excusa “...este orden es el que se acerca más al de la casa contigua ya

construida y al ancho de la calle en que debe dar frente”.

Durante los cinco años transcurridos entre el otorgamiento del permiso para su

edificación y la inauguración del Teatro Rubio, don Manuel Rubio falleció en un

viaje a San Francisco, de modo que fue su viuda, doña Vicenta Unzueta quien

habría de concluirlo; para venderlo sólo tres años más tarde a Juan Bautista

Hernández, quien junto con Manuel Mendía lo remodeló, convirtiéndolo en un

recinto fastuoso, digno de las compañías que a partir de entonces se presentaron,

e hicieron la delicia de los mazatlecos. Numerosos programas de elevada calidad

desfilaron por los escenarios del Teatro Rubio.

En 1883 arribó a Mazatlán Ángela Peralta el “ruiseñor mexicano”, como parte de

una gira profesional. No llegó a cantar, ni a fatigar el proscenio del teatro, pues

enfermó de fiebre amarilla a bordo del barco que la llevó como moderno caronte a

su última morada.

Para esas fechas, Ángela Peralta goza de una enorme popularidad y de

reconocimiento internacional, pues su registro sonoro y el profesionalismo que la

caracterizan, hacen de su arte un portento que raya en la perfección interpretativa.

En Cádiz se le bautiza de ruiseñor mexicano; el maestro Lampewrti en Milán la llama angélica di voce e di nome, y un hijo de Donizetti en Bérgamo, conmovido hasta las lágrimas con la ejecución de Lucia, la califica de la mejor intérprete de la divina opera de su padre.89

La muerte de Angela Peralta, cuyo nombre completo era María de los Angeles

Manuela Tranquiliza Cirila Efrena Peralta Castera, está signada por el dramatismo

y marca, pone una seña de oprobio a la moral decimonónica tan llena de prejuicios

y absurdos, tan falsa y timorata, que no duda en flagelar a la mujer por conductas

que a su juicio ensucian las buenas costumbres. A la cantante no se le perdonaba

89. Francisco Gómez Flores, op. cit., p. 87.

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su relación amorosa con su primo, el empresario de espectáculos Eugenio

Castera, con quien se casó en artículo de muerte.

En 1943, en ocasión de los festejos del carnaval mazatleco (que bien merece un

estudio que nos explique, entre otras cosas cómo es que pasó de ser una

manifestación popular vindicativa, para convertirse en esa comparsa mercadotéc-

nica cuya máxima expresión es el consumo desmesurado de alcohol y

adyacentes), el teatro Rubio cambió su nombre por el de Ángela Peralta, honrando

así a la soprano que llegó al puerto a encontrarse con la muerte.

Otro de los teatros sinaloenses que dieron fama a la entidad fue el Apolo, de

tristes recuerdos; que fue derribado por el ingeniero Constantino Haza en 1848 por

favorecer así a los intereses, económicos, se entiende, de la poderosa familia

Clouthier, y que hoy se ostenta (parcialmente) como un escueto estacionamiento.

El teatro Apolo tiene una importancia en la historia de Sinaloa, particularmente de

Culiacán, en vista de que su construcción obligó al gobernador Martínez de Castro

a traer a estas tierras al arquitecto Luis F. Molina, quien más tarde se convertiría

en el “arquitecto de Culiacán”, pomposo título nobiliario (casi inmobiliario), que no

es respaldado por la nomenclatura de las calles de la ciudad, de la cual él se hizo

cargo en su momento.90

Se acercaba el final de la década de los ochenta cuando el gobernador Mariano

Martínez de Castro propuso la construcción de un teatro en la ciudad de Culiacán.

Más tarde (octubre de 1889) se trasladó a la capital de la República donde se

entrevistó en un prestigiado hotel de la ciudad de México con el joven arquitecto

Luis F. Molina con el propósito de contratarlo para la construcción de la obra.91

90. Hará cosa de diez años el arquitecto Molina alcanzó calle: un boulevard que da a la colonia polular “Los Huizaches”, ostenta su nombre.

91. Martín Sandoval, Luis F. Molina y la arquitectura porfirista en la ciudad de Culiacán, México, Difocur, 2002, p. 132.

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En su “memoria hológrafa” el propio Molina nos ofrece interesantes bocetos del

escarpado itinerario que tuvo que cumplirse para llevar a buen fin la empresa:

El señor Martínez de Castro me dijo que tenía interés en hacer un teatro en la capital de su estado y que con las referencias que le había dado su maigo el señor (nombre) Rubio, me invitaba para que me hiciera cargo de esta obra, de suyo interesante. Mi contestación inmediata fue la siguiente, poco más o menos: Señor Gobernador, hace un año el señor ingeniero Manuel Calderón me hizo este ofrecimiento, que no acepté por razones personales y que yo consideraba perjudiciales al porvenir que ofrecía mi profesión, si me alejaba de esta capital (la ciudad de México, se entiende), y por tal motivo sentía yo no poder aceptar dicho ofrecimiento, dándole las gracias más cumplidas por ello.92

No obstante el comedido y fino rechazo, el gobernador Martínez de Castro insistió.

Por ello, y a instancias de su padre, Molina tuvo que pedir consejo a algunas

personas, entre ellas el Lic. Ignacio L. Vallarta, Manuel María Contreras y al

ingeniero Manuel Calderón, este último intermediario entre el gobernador

sinaloense y el joven arquitecto. El licenciado Vallarta se expresó como sigue:

Yo creo que como usted es joven y ya que tiene la oportunidad de que le ofrezcan un buen trabajo, debe usted aceptarlo, con el propósito de que una vez terminado, se regrese a esta ciudad, en ejercicio de su profesión. Es más, el señor Martínez de Castro es una persona caballerosa y digna de tenerle confianza, no así se tratara del General Cañedo, quien también había sido gobernador, del que nada bueno se podía esperar.93

Finalmente el acuerdo se concretó y una calurosa tarde el arquitecto Molina se

hospedaba en el hotel Ferrocarril, que más tarde se llamaría hotel Rosales, por

tener sitio en la calle del mismo nombre. El anhelado Apolo irrumpía en la historia

sinaloense:

Molina inicia en 1892 esta obra apoyada por la rica burguesía porfirista, encabezada por Amado Andrade y Severiano Tamayo, formándose una directiva presidida por Angel Urrea, quien bautizó el inmueble con el nombre de Apolo. La obra se terminó en 1894 con un costo de 68 mil pesos.94

92. Luis F. Molina. El mundo de Molina. Memoria hológrafa de Luis F. Molina, el arquitecto de la ciudad de Culiacán, Culiacán, Gobierno del Estado de Sinaloa, 2003, p. 56.

93. Op. cit., p. 57. 94. Diccionario de la cultura sinaloense, Culiacán, Gobierno de Estado de Sinaloa, 2002, p. 234.

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Pero la obra arquitectónica de Molina no concluye con este desaparecido

inmueble: su trabajo posterior es arduo y múltiple. El mismo arquitecto Molina nos

brinda un resumen que da cuenta de la importante contribución de su trabajo

profesional en la configuración del paisaje arquitectónico de la ciudad, tanto de

edificaciones y espacios públicos, como de construcciones de carácter privado:

Resumen de las obras que hice en Culiacán En el tiempo que permanecí en Culiacán hice las siguientes obras, tanto del Estado como de Ayuntamiento, habiendo desempeñado puestos de responsabilidad, unos con sueldos y otros sin él en las administraciones de que fueron gobernadores los señores Mariano Martínez de Castro, el General Francisco Cañedo y dos Diego Redo. Del Estado hice las siguientes obras: Teatro Apolo, Puente Cañedo en lo que está hecho de mampostería, Cuartel Rosales, Escuela Correccional, Colegio Civil Rosales, Plaza Rosales, monumentos a Corona y a Rosales, Monumento a Juárez, kiosco de la plaza Rosales (ya desaparecido), Cárcel Municipal y oficinas de los juzgados, reforma al Palacio de Gobierno, Cuartel. Del Ayuntamiento hice las siguientes obras: Nomenclatura de las calles y numeración de las casas, Escuela Benito Juárez, calle Dos de abril, Palacio Municipal, ampliación y alineamiento de muchas calles, Parque Rosales y juegos para niños, vivero de árboles de ornato, Escuela de Bachigualato. De particulares hice las siguientes obras: Casa del General Cañedo, casa del licenciado Eriberto Zazueta, en la calle Rosales; casa del señor Martínez de Castro, esquina de las calles Rosales y Donato Guerra; casa de comercio de los señores Luis y Francisco Diez Martínez; casa del licenciado Alejandro Buelna, contigua a su casa habitación; casa de renta del señor Felipe Gómez y proyecto de una escuela para Navolato que me encomendó el señor Jorge E. Almada. En los distritos hice el proyecto del Palacio de Gobierno para El Fuerte; proyecto de escuela para Mocorito; reforma al proyecto de mercado para Mazatlán, cuyo proyecto lo presentó el señor Loubet, entonces gerente de la función de Mazatlán.95

Por el Apolo desfilaron figuras destacadas del teatro y el canto, pero también de la

poesía y de la política. Allí actuaron el tenor David Silva, doña Virginia Fábregas,

José Luis Jiménez, Fanny Schiller, Virginia Pozos, Celia Montalbán, Dorita

Ceprano, el famoso trío femenino compuesto por Julia Garnica, Blanca y Ofelia

Ascencio; y haciendo pininos artísticos en 1932 una jovencita que bailó el jarabe

95. Luis Felipe Molina Rodríguez, El mundo de Molina. Memoria hológrafa de Luis F. Molina. El arquitecto de Culiacán. manuscrito autobiográfico proporcionado por su sobrino nieto, arquitecto Ignacio Medina Roiz, México, Difocur, 2003, p. 85.

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tapatío, quien con los años se convirtió en la actriz más rutilante de México: María

Félix.96

El teatro era uno de los mejores de México y está arreglado de tal manera, que

pueden Quitarse los asientos y demás muebles del patio y arreglarse para baile.

Allá es donde tenían lugar muchos de los grandes bailes que los hijos de Culiacán,

famosos para este arte, celebraban a menudo.

Aparte del teatro los culiacanenses de finales del XIX contaban con una serie de

diversiones, que rompía la monótona vida provinciana de una de las ciudades más

septentrionales del país.

Entre otras diversiones de la época destacan los paseos en bicicleta, aparato que

era una auténtica novedad en Sinaloa y uno de los preferidos de la elite cañedista:

la Compañía Ciclista de Earl J. Griswold “…tiene establecido un servicio especial

para arrendar bicicletas por hora, día o semana”.97

Los bailes y las tertulias de la aristocracia local tenían lugar en sus mansiones

particulares, y el teatro Apolo; para el pueblo raso estaba la plaza de armas. De

los espectáculos compartidos: las carreras de caballos, las peleas de gallos y las

corridas de toros eran las más concurridas. Sin embargo, a iniciativa del

gobernador Cañedo, la Cámara de Diputados prohibió en Sinaloa las corridas de

toros, por considerarlas de extrema violencia contra los animales y de mal gusto:

“a don Francisco no le gustaba ver correr la sangre de los astados. Se le

enchinaba el cuero”.98

96. José María Figueroa Díaz y Gilberto López Alanís (coordinadores), Encuentros con la historia. Culiacán, t. III, Culiacán, Archivo Histórico del Estado de Sinaloa, 2000, p. 41.

97. John Reginald Southworth, Sinaloa ilustrado. El estado de Sinaloa, sus industrias comerciales, mineras y manufactureras, EEUU, San Francisco California, 1898, (reedición publicada por el Gobierno del Estado de Sinaloa en 1980, bajo el cuidado de Adrián García Cortés), p. 70.

98. José María Figueroa Díaz, op. cit., p. 41.

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Antes de cerrar este capítulo con la muerte del General Cañedo, se impone

abordar, así sea de forma rápida, el asunto referente al bandolerismo social:99

Manuel Lozada, Jesús Malverde, Heraclio Bernal, son tres figuras que reclaman

un lugar en la lista de bandoleros o rebeldes de esta parte del trópico. El primero

pertenece por derecho de piso al estado de Nayarit, que en esa época era el

séptimo Cantón de Jalisco: imperialista, Maximiliano lo hizo emperador y Napoleón

III le concedió la Legión de Honor. Abanderando los intereses indígenas, el “tigre

da Alica”, como era conocido, asoló buena parte del noroeste de la república,

sembrando el terror entre sus pobladores y movilizando al ejército federal en su

búsqueda.100

La memoria popular consigna estos versos, que en su momento formaron parte de

un verdadero himno de combate:

No quiero paz (1867) No quiero paz No quiero paz, no quiero unión; no quiero nada; lo que quiero son balazos lo que quiero son balazos ¡viva la revolución! con el general Lozada.

Remontado la sierra, se le presentaron allí Don Carlos Rivas y Don Fernando

García de la Cadena, éste con grado de General quien le extendió un

nombramiento de Teniente Coronel. Luego llamó Lozada a los indios a los que

reconocía valor y astucia y comenzó su campaña dando grados militares y

municionando gentes.101

99. El concepto de bandolerismo social es de obligada discusión. No es este el lugar ni el momento. En el caso particular de Heraclio Bernal la tesis de maestría de Jorge Verdugo Quintero es de interés para abordar el asunto.

100. Dominó el sur de Sinaloa: Plácido Vega se refugió en sus dominios en 1870 después de ser llamado a cuentas por el gobierno federal, pues no regresó con las armas que fue a comprar a San Francisco, con dinero de la Aduana de Mazatlán. Tras ser derrotado por el general José Ceballos, Lozada fue fusilado en Loma de los Metates, Tepic, el 18 de julio de 1873.

101. Enrique Hernández Zavala, Historia política de Nayarit (1918-1945), México, Universidad Autónoma de Nayarit, 1984, pp. 14 y 17.

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A bandoleros que habían conquistado a pulso una modesta celebridad, en las barrancas de Río Frío, en el Monte de las Cruces, en las llanuras sinaloenses y en muchos otros muchos sitios, les fue impuesta una lucha que dejó sin sus mejores asesinos y cacos a muchas comarcas del país, deshizo a un ladrón tan dicho como Chucho el Roto y apagó para siempre al Rayo de Sinaloa, el célebre Heraclio Bernal.102

Sobre Jesús Malverde pesa (y mucho) la aureola de santidad, con todo y capilla y

ardua feligresía, que la actualidad le dispensa. Mito, leyenda, historia, se

entrelazan en las correrías de este bandido, que ha sido objeto del cine y la

dramaturgia, de la poesía y el cuento. Sus corridos no son pocos. Adorado por los

narcos, goza de adeptos entre las más diversas capas sociales, que le ofrendan

tributos en su sagrado recinto, no menos que entre sus calurosos corazones.103

En el caso de Heraclio Bernal, existen versiones que no terminan de poner orden

sobre el significado de su irrupción en la historia de Sinaloa. Aunque sus correrías

son registradas por prestigiosas plumas, no deja de percibirse en éstas un tono de

pasaje épico que lo vuelve sospechoso de complicidades unilaterales. Si bien

carece de la investidura que gozan Emiliano Zapata, el “Atila del Sur” y Francisco

Villa, el “Centauro del Norte”, Eraclio Bernal, el “Rayo de Sinaloa” bien puede ser

considerado un precursor de éstos, tal como apunta Nicole Giron en su libro, que

es considerado un clásico del tema.104

Al igual que sus dos antecesores, Heraclio Bernal es celebrado por el corrido, ese

ensayo popular decantado por el uso de sus actantes, de manera tal que Nicole

Giron dedica parte de su texto a tratar el tema.

Año de mil ochocientos ochenta y ocho al contado, Muerte de Heraclio Bernal, de un amigo traicionado. Estado de Sinaloa, gobierno de Culiacán, Ofrecieron diez mil pesos por la vida de Bernal

102. Luis González, op. cit., p. 31. 103. Remito a los trabajos de Oscar Liera, Oscar Blancarte, Jesús Mazzo Nájar, Antonio García, los más conocidos. 104. Nicole Giron, Heraclio Bernal, ¿bandido, cacique o precursor de la Revolución, México, INAH, 1976..

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¿Ah que Crispín tan traidor, nadie lo hubiera creído! Cuando él se manifestaba como un amigo querido Heraclio Bernal decía, cuando estaba muy enfermo: ¿Máteme usté, compadrito, pa´que le pague el gobierno!105

El historiador sinaloense José C. Valadés, refiere un episodio de las muchas

correrías de Bernal; el problema con este tipo de textos es deslindar dónde

termina la anécdota y comienza la historia:

Prefirió don Remigio conservar el recuerdo del solitario y caballeroso episodio con Bernal; pues si es verdad que tal hazaña fue bien sabida, mi abuelo sólo la refirió una vez: aunque el propio Heraclio, quien encantaba si no por sus audacias y atropellamientos si por su ingenuidad, se encargó de divulgar el gracioso encuentro con mi abuelo. […] Pues bien: en una de esas noches siempre tranquilas y perfumadas de Cosalá, estaba don Remigio ensimismado cuando sintió una mano irreverente sobre su hombro, al tiempo que escuchaba estas o parecidas palabras dichas casi al oído: Don Remigio, usted es el único cosalteco que no ha contribuido para la causa; y no me iré sin su contribución.

105. “Corrido de Heraclio Bernal (1888)”, en Gabriel Zaid, Ómnibus de poesía mexicana, México, Siglo XXI Editores, vigesimoséptima edición, 2008, pp. 209-210. En el caso del corrido como registro y narración de hechos del pasado, existen acuerdos y diferencias que tornan difícil la elección de un texto, toda vez que éste se va modificando al paso del tiempo multiplicando las versiones que, muchas veces, pueden resultar contradictorias. Si la “autoridad” de la tradición oral (y que otra cosa es el corrido sino tradición oral cantada: cuento y canto), si su testimonio es visto con recelo por muchos científicos sociales y algunos historiadores académicos por lo que hace al sujeto del enunciado, qué decir cuando lo que aparece como contradictorio es el enunciado mismo. No creo que ninguna respuesta pueda ser del todo satisfactoria. Me limito a citar las “referencias textuales” que Gabriel Zaid consigna al final de su libro, en el apartado Referencias e Índices: “Se toman de Vicente T. Mendoza, Lírica narrativa de México; el corrido, UNAM, 1964, obra que rehace una parte de El romance español y el corrido mexicano, UNAM, 1939, y elimina prácticamente El corrido mexicano, FCE, 1954”. En Lecturas sinaloenses, Alejandro Hernández Tiller ofrece una versión diferente de la que antologa Zaíd: Corrido de Heraclio Bernal.// Año de mil ochocientos./Ochenta y ocho al contado,/Heraclio Bernal murió/ por el gobierno pagado.// Estado de Sinaloa,/Gobierno de Culiacán,/ofrecieron diez mil pesos/por la vida de Bernal// La tragedia de Bernal/en Guadalupe empezó,/por unas barras de plata/que dicen que se robó.// ¡Qué dices, Cuca!/¡Qué dices, pues!/ya están los caminos libres;/¡vámonos pa´San andrés! // Heraclio Bernal gritaba/que era hombre y no se rajaba;/que subiéndose a la sierra/peleaba con la Acordada. //¿Qué es aquello que relumbra/por todo el camino real?/Son las armas del dieciocho/que trae a Heraclio Bernal.// Heraclio Bernal decía:/—Yo no ando de roba-bueyes,/pues tengo plata sellada/en Guadalupe de los Reyes.// Heraclio Bernal gritaba/en su caballo alazán:/no pierdo las esperanzas/de pasearme en Culiacán/ Heraclio Bernal decía:/ sin plata no puedo estar;/vamos arriba muchachos,/a Guadalupe a rayar// Heraclio Bernal decía/cuando estaba muy enfermo:/máteme usté, compadrito/ pa’ que le pague el gobierno.//Decía Crispín García,/muy enfadado de andar:/—Si me dan los diez mil pesos,/yo les entrego a Bernal. //Le dieron los diez mil pesos,/Los recontó en su mascada./y le dijo al comandante:/—Alísteme una acordada.// Vuela, vuela, palomita,/vuela, vuela hasta el nogal;/ya están los caminos solos,/¡Ya mataron a Bernal! Otrosí: Hernández Tyler abona sobre la muerte del “Rayo de Sinaloa” a favor de Crispín García: “La tradición popular nos cuenta que Heraclio Bernal murió en una gruta del Cerro Pelón, en el municipio de Cosalá. Minado por una enfermedad contraída durante sus audaces correrías. Se repetían las palabras de Bernal: —¡Esto ya se acabó! Cuando muera, compadre, dispare su carabina contra mí. Así podrá cobrar al Gobierno los diez mil pesos que ha ofrecido por mi cabeza…” Ambos textos en Alejandro Hernández Tyler, Lecturas sinaloenses, México, UAS, 2007. Fausto Marín Tamayo reproduce el corrido de Bernal “que Hernández Tyler recogió, de niño, en Cosalá, alrededor de los años 1907-1910”.

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Mi abuelo reconoció al punto al reclamante. Era Heraclio Bernal, quien alzado en armas y perseguido inalcanzable, pero infructuosamente por las fuerzas del gobierno, entraba a menudo a Cosalá haciendo de su valor, astucia y audacia prendas sin igual, para “imponer préstamos forzosos” a comerciantes, mineros y agricultores y poder seguir sus novelescas correrías. —¿Cómo estás Heraclio?— le preguntó dos Remigio, quien sin alterarse y sin titubeos, sólo ordenó: ¡Sígueme! Abrió mi abuelo la puerta de la trastienda. Dio luz con un mechero, encaminándose luego hacia el mostrador del almacén. Tras él iba Bernal. Al llegar al mostrador, don Remigio se inclinó y volviéndose resuelto y violentamente al asaltante con una pistola en cada mano, djjo sin exagerar voz ni acción: Heraclio, podría ponerte en manos del prefecto; pero las malas las pago con buenas. Te llevaré nuevamente a donde me amenazaste; pero de allí emprende carrera porque dispararé las armas e irán tras de ti los guachos. Y diciendo y haciendo, don Remigio hizo retroceder al sorprendido Heraclio: y lo que había advertido lo cumplió; pues cuando comprendió que el célebre y armado guerrillero podía ponerse a salvo, disparó las armas, con lo cual puso en movimiento al vecindario. Explicó don Remigio a las autoridades lo sucedido, y nunca más volvió a hablar del suceso.106

Con la muerte de cañedo Sinaloa cierra un capítulo de su historia, pues meses

más tarde iniciaría la Revolución Mexicana, proceso sobre el que se ha escrito

profusamente, sin por ello tener claro de lo que se está hablando.107

El 6 de junio de 1909 el presidente Díaz manda un telegrama al licenciado Eriberto

Zazueta, gobernador interino del Estado, en el que le instruye para que se haga

cargo de las exequias de uno de los hombres que le ayudaron a forjar su propia

historia, la historia de los vencedores, la historia de los herederos de la Reforma,

de los héroes de bronce cuyas efigies derribarían las futuras generaciones.

Al Sr. Gobernador interino Lic. Eriberto Zazueta, Culiacán. Con profunda pena acabo de recibir telegrama de Ud. en que me participa el fallecimiento del señor gobernador general Francisco Cañedo. Haga usted que se le tributen los honores que corresponden a su alta jerarquía. Porfirio Díaz.

106. José C. Valadés, Memorias de un joven rebelde, México, UAS, 1985, pp. 12-13. 107. Los estudios sobre la Revolución a más de abundantes, someten este proceso a los más diversos enfoques,

obteniendo por ello, también, los más diversos resultados: sólo en apariencia se habla de lo mismo. Sin embargo, al igual que la rusa, aunque por distintas razones, la mexicana no se considera una guerra civil, sino precisamente una Revolución (sí, con mayúscula). Es claro que hay puntos en común, aunque en ello juegue un papel más destacado el prejuicio que el análisis, la doxa que la episteme.

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Obediente a los requerimientos del anciano presidente, el gobernador interino se

sirvió enderezar los siguientes ordenamientos para honrrar los funerales del

gobernador Cañedo:

Art. 1º. Se declara benemérito del Estado al Sr. Gral. D. Francisco Cañedo por los meritorios servicios que prestó a la paz y al progreso de Sinaloa. Art. 2º. Se declara el duelo para el estado, por parte del Congreso del Estado los días seis, siete y ocho del actual, durante los cuales han de celebrarse las honras fúnebres del Benemérito Gral Cañedo. Art. 3º. El ejecutivo dispondrá que se coloquen placas conmemorativas en todos los edificios públicos construidos bajo la administración del Gral. Cañedo. Art. 4º. Se autoriza al ejecutivo para erogar los gastos de los funerales del ilustre gobernante, así como los que sean necesarios para erigir un monumento en el lugar en que sean inhumados los restos del señor general Cañedo.108

“Muerto el perro se acabó la rabia”, reza el refrán. Pero en este caso el difunto

Cañedo no representaba al animal sino a la rabia. Habría de sucederle Diego

Redo, prolongando el porfiriato sinaloense unos momentos más: como si se

tratase de un obligado encore, o de los últimos estertores exhalados por el ronco

pecho de una dictadura que (ahora sí) llegaba a su fin.

108. Proyecto de ley presentado por los diputados Julio G. Arce e Ignacio M. Gastélum. Cfr. José María Figueroa, op. cit., pp. 45-46.

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Capítulo III

La Bohemia Sinaloense: la vindicación del modernismo

La Bohemia Sinaloense

En 1898 aparece en San Francisco, California, un libro que se propone dar cuenta

del estado de cosas que guarda Sinaloa en todos los terrenos: económico,

político, cultural, social, etcétera; se trata de Sinaloa Ilustrado, de John Reginald

Southworth. Se trata de una publicación con acusados motivos promocionales,

que, sin embargo, retrata en instantáneas “de estudio” algunos rasgos del Sinaloa

de fin de siglo. Ahí se lee:

Entre las publicaciones periódicas con que cuenta Sinaloa, La Bohemia Sinaloense es sin duda una de las más importantes. Es una revista literaria, única en su género en casi toda la costa occidental de la República; su impresión es limpia y correcta, contiene artículos y poesías selectos, y su redacción y colaboración está formada por los escritores más distinguidos del Estado. La Bohemia fue fundad el 15 de septiembre de 1897, y es el primer periódico de su índole aparecido en Sinaloa. El director de la publicación es el joven Julio G. Arce, y secundan eficazmente al señor Arce los jóvenes Manuel Bonilla, Herlindo y Manuel Elenes Gaxiola, Bernardo Gastélum, Francisco Medina, Francisco Verdugo Fálquez, Florentino Arciniega Ledesma, y algunos más, También cuenta la Bohemia con una notable escritora, la inteligente Sra. Haydée E. de Félix Díaz, quien firma sus producciones con el pseudónimo de Cecila Zadi.109

La revista literaria La Bohemia Sinaloense aparece en Culiacán el 15 de

septiembre de 1897. En ese primer número podemos encontrar una serie de

señales de identidad que bien vale la pena apuntar.

En el “proemio” que aparece en el frente de la publicación, firmado por Julio Arce,

se puede leer:

Aquí está la “Bohemia”, donde un grupo de soñadores viene a desplegar sus energías, a cultivar su inteligencia, con el estudio y el ejemplo y a recibir con la aprobación del público ilustrado, nuevos bríos y entusiasmos nuevos.

109. Southworth, op.cit., p. 70.

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[...] Los directores de esta publicación —lo digo al menos por mí— abandonaríamos esta empresa, si no contáramos con todos los que, al ofrecernos su valioso contingente, vienen llenos de entusiasmos y de anhelos: entusiasmos por la lucha, anhelos por el triunfo.110

La “cultura” se convirtió con esta publicación en un estilo refinado de vida y, como

tal, en una forma de ganar status. Como vehículo para acceder a la modernidad;

exactamente igual que la arquitectura y jardinería aristocratizante, la literatura no

fue más que escenario en que autor y lector desempeñaron el mismo papel de

figurines.

Revista Bohemia (Revista Literaria)

Culiacán Sinaloa, 16 de enero de 1899,

N° 24, Tomo I. Índice A Artalejo del Avellano (G.) Jiras de alma. Arenas López (Donato) Rimas Locas. Aguilar Sáenz (Manuel) Esos viejos…, 149. Aguirre (Lic. Severo I.) La duda, 142. Aranda y Contreras (Alfonso) El hombre en estado de naturaleza caída, 143. Artemisa (Srita. Dolores Lizárraga) Ensayo Literario, 49; Entre el amor y el deber, 130, 137. Andrade (Jesús G.) Al Humaya, 47; A mi amada, 69; Lira fatalista, 76; Un miserable, 123. Arce (Julio G.) Proemio, 1; Un predestinado, 13; A una violeta, 19; La última conferencia, 28; Boceto, 38;

Los bohemios, 1; Cecilia Zadí, 41; Ángel Beltrán, 58; III Esteban Flores, presentación, 54; Claro-oscuro, 65; Acuarela, 74; Un salvamento, 89; “Místicas”, 102; El último imperio mexicano, 107; Alocución, 108; Fantaseos, 119; Una entrevista con el héroe de Querétaro, 121; La última trova, 133; Un crímen, 146; Reverie, 154; Rosas rojas, 154; Aniversario, 161; Cuadro, 172; El día de prueba, 172.

Arciniega Ledesma (Florentino) Fraternidad, 22; Matinal, 43; Para su álbum, 86; A ti, 139.

110. La Bohemia Sinaloense (en adelante LBS), núm. 1, Culiacán, Sinaloa, septiembre 15 de 1897. En este texto llama la atención que cuando Arce se refiere a los directivos, añada inmediatamente “lo digo al menos por mí”, como si Manuel Bonilla no participara de tan obsequiosa gala de presentación.

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B Beltrán (Ángel) A…, 2; Semper idem, 19; Al General Rosales, 187; Prisionero, 178. Barrera (Honorato) Sur la breche, 162. Buelna (Lic. Eustaquio) El cuarto centenario del descubrimiento de América, 17. Bonilla (Manuel) 22 de diciembre, 55. C Carvajal (Martiniano) Epístola, 12. Conde (José) Esbozos, 184. Cuén (Jesús M.) Invocación, 76. Correa (Lic. Eduardo J.) Último ruego, 103; Anhelo, 132; Al dolor, 158; Líquenes, 159; Claro-obscuro, 163; En

noviembre, 186. Ceballos (Ciro B.) Instantánea, 148. Carricarte (Ricardo) A Juan de Dios Peza, 153; Lo que pasó y lo que pasa, 157; Al General Escobedo, 163; A

Ricardo Domínguez, 167; Hero y Leandro, 167; Recuerdo, 194. D Domínguez (Ing. Norberto) En la distribución de premios a los expositores de Chicago, 170. E Elenes Gaxiola (Herlindo) El espía Republicano, 54; La institución del culto a Huitzilopochtli, 25; ¡Primero es la

Patria!, 51; Cómo murió el General Rosales, 69; La espada de un Republicano, 115. Elenes Gaxiola (Manuel) Unas flores, 84; Biodeta, 126. F Flores (Esteban) Croquis, 2; Toque, 23; Ante el mar, 98; Heces, 118; Incoherencias, 145; Alegría, 172; En la

brecha, 182; Sanguínea, 187. Flores (José) Gemas, 159. Ferrel (José) La estatua del condado.

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G Gutiérrez (Francisco B.) Glorias nacionales, 6; La crítica, 21. González Martínez (Enrique) Trova, 11; De “Mis Odas”, 39; Fons illimis, 59; Oh belleza, 74; En un álbum, 118; El cuervo,

163. Gómez Flores (Francisco) Vade retro, 11. Guzmán (Rafael C.) Fragmento, 47; Invernal, 62. González (David) Te perdono, 50; En vela, 59; A Cristobal Colón, 75. Gaxiola (F. Javier) Heroísmos olvidados, 53; Una proclama de Rosales, 17; Sepúlveda, 134. Gastélum (Ignacio M.) Cómo murió el General Rosales, 60; El Cachora, 81. Gaxiola (J. Antonio) Para un álbum, 144. H Híjar (Samuel) Pinceladas, 3; Grecia, 20; El último prior de la gran Cartuja, 33; El baile, 54; A través de

1897, 61. M Medina (Francisco) La última cita, 3; Cuadro, 11; Sueño, 23; Ave negra, 27; Un epílogo, 36; De “Campestres”,

50; Resurrección, 63; Tragedia de vecindad, 71; Crimen en la sombra, 71; Juventud lóbrega, 140; Lola, 92; La cita vespertina, 103 y 113; En días de lucha, 147; Vespertina, 166; De viaje, 188.

Monroy (Luis H.) Adúltera, 7; Efímera, 37; Fugitivas, 167. Moreno (Antonio) Uno de tantos, 45; En un álbum, 59. Moreno (Esteban) En un álbum de la Srita. Emilia Rivas. N Nervo (Amado) Guerrero y fraile, 25; En flor, 27; Canción, 39; Incoherencias, 63; La natividad de la pastora,

68; De “Místicas”, 84; La increpación, 87; El coscorrón, 98; De “Perlas negras”, 135; El viejo sátiro, 178.

O Obregón (Srita. Rosa) Omega, Si alguna vez…, 187. Obregón (Srita. Cenobia) Estela, La primera nube, 97; Una mañana en el bosque, 122. O’ryan (Adolfo) La fe, la esperanza y la caridad, 179.

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P Pavia, (Lázaro) Junto a la cuna, 175. Peláez (Gabriel F.) Soneto, 153. Pérez Arce (Daniel) Rimas, 39; Recuerdos, 181. R Retes (Benjamín) Miniaturas, 50 y 125. Rodríguez (L.F.) Agua con azucarillos, 140. Rocha y Chambre (Manuel) Tedio, 100; Al crayón, 125; De “Cantares y rondeles” acuarela al natural, 126; En la

heredad, 158; Historia vulgar, 162. Rodríguez (Rosendo R.) Remembre, 69; En el jardín, 100. T Terrazas (Sivestre) ¡Infeliz!, 173. U Ulica (Jorge) Esbozos, 8, 16, 24, 32, 40 48, 56, 64, 72, 80, 88, 96, 104, 112, 120, 128, 136, 144, 152,

160, 168 y 176. V Victoria (Pedro) En un álbum, 11. Vázquez (Bernardo) Confidencia, 11. Vega (Francisco de P.) “Es pobre, es pobre”, 14; De musa errante y campechana, 39. Verdugo Fálquez (Francisco) Un experimento, 31; La víspera del día de Reyes, 66; Manuel Gutiérrez Nájera, 73; El Sr.

Mariano Escobedo, 109; Crucifixión, 114; Una historia, 154. Villaseñor (Juan B.) A mi Dolores, 94; Dos sonetos, 125. Villa (Teresa) Crepúsculo, 131; Insomnio, 139. W Wilhelmy (Jorge A.) Caprichos, 100.

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Z Zadí (Cecilia) Bohemia, 9; La oración, 38; Mensajero, 39; Numa ante Hersilia, 42; Soldalis, 42; Al héroe

de San Pedro, 57; A Luz y Fanny Cañedo, 65; De noche, 82; Para ti solo, 82; ¡Hossana!, 106; Desaliento, 127; Amor, 143; Noche Buena, 158; Estrofas, 164; Rimas, 167; La mujer avara y egoísta, 177; Cartas a un ángel, 185; Voces, 187.

Zavala (Pedro R.) Deseos, 37; Rondel, 39; Ninón, 75; Triolets, 95; Peregrinación, 158; La tienda de los

bohemios, 186. Zuloaga (Jorge Alberto) De “Cuentos de Méndez”, Hidalguía, 117, X y Z, Pensamientos, 111. A riesgo de parecer esquemático o doctrinario, propongo dos (o tres) preguntas. Ni

que decir que se trata de preguntas preliminares y que sus eventuales respuestas

no constituyen sino un primer acercamiento, con todo lo que ello implica.

Preguntas-guía para interrogar sobre los modos en que La Bohemia Sinaloense se

inscribió en el imaginario social cañedista finisecular, y que nolens volens habría

de repercutir en sus derivados de principios de siglo.

¿Qué papel desempeñó La Bohemia Sinaloense en la construcción del imaginario

sinaloense de finales del siglo XIX y principios del siglo XX?, ¿puede considerársele

una huella significativa para el estudio de la “visión de mundo” (Gramsci) de la

modernidad cañedista?

¿Cuál es la relación que guardaban los textos publicados en la revista de marras

respecto de los que aparecían en la capital de país, y qué papel representó en su

evolución, si la hubo?

¿Cómo se implican comunidades de lectores y tradiciones de lectura en el gusto

de las élites locales, y cómo influyen las publicaciones aledañas en la

conformación de un tipo de escritor y una sociedad de lectores?

Como ya se ha visto en el capítulo anterior, Sinaloa es una sociedad de marcados

contrastes, lo cual la pone en sintonía con el resto de las ciudades de la provincia

mexicana; y lo mismo puede decirse de la capital, aunque ciertamente el

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centralismo atávico termine por otorgar a ésta un estatuto de mayor jerarquía.

Como en su momento diría la güera Rodríguez: “después de Cuautitlán todo es

provincia”.

Se trata de una sociedad que corre a medio caballo entre una modernidad que

cada vez con más insistencia, reclama de los sujetos que la transitan una mayor

toma de conciencia, y una tradición que no parece acomodarse en su nuevo papel

de resabio moral. Una sociedad demediada, como sugiere Ronaldo González

Valdés.111

La sociedad porfiriana sinaloense se nos presenta como un manojo de prácticas y

figuras del mundo en pleno proceso de ensamblaje, por no decir de desface. La

construcción de canales y la edificación de fincas señoriales, comparten créditos

con el retraso en materia educativa, que si bien no es privativo de la entidad, si

opaca los brillos del cristal cortado y la ostentosa joyería que puebla las tertulias

de la elite cañedista.

Educación Escuelas según nivel educativo

____________________________________________________________________________ Año Total Año Total ____________________________________________________________________________ 1893 4 876 1901 9 595 1894 4 888 1902 8 340 1895 4 056 1903 9 417 1896 5 852 1904 9 479 1897 6 141 1905 9 639 1898 6 738 1906 8 981 1899 6 319 1907 9 736 1900 9 464 ____________________________________________________________________________ Fuente: Estadísticas Históricas de México, t. II, INEGI, 1985.

111. Ronaldo González Valdés, Sinaloa: una sociedad demediada, México, Juan Pablos editores/H. Ayuntamiento de Culiacán, 2007. Ni que decir que se trata de un periodo distinto al estudiado en este trabajo; por ello, no vale la pena excederse en analogías, ni afanarse por buscar puntos de encuentro (o desencuentro) entre ambos momentos. Señalo, solamente, la pertinencia de una conceptualización en ciernes.

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Es natural que una sociedad con alto porcentaje de alfabetización dedique a su

sistema educativo mayor atención que aquellas sociedades donde el

analfabetismo compite a las parejeras con la sobreexplotación infantil y la

consecuente baja en el nivel escolar. Lo que no resulta tan claro es que las cosas

se presenten sin más con ese tono de inevitabilidad que no permite matices. Si, en

efecto, nos encontramos con una sociedad con alto índice de analfabetismo,

expresado por lo menos en las estadísticas sobre materia educativa, no es menos

cierto, que la sinaloense es una sociedad lectora. Eso lo prueba la cantidad de

publicaciones, periódicas unas fugaces otras, que pueblan el firmamento

escriturario sinaloense.

Y no se trata únicamente de publicaciones eclesiásticas u oficiales, que las hay:

existen también periodiquitos y gacetillas cuyo objetivo es más mundano: crear

opinión, participar en el comercio de ideas que hará posible un concepto del

mundo diverso, acorde con el zeitgeist en el que se inserta. Todo ello reclama

nuevas prácticas tendientes a una nueva forma de apropiación del mundo. Ya no

se leerá de oídas solamente en la iglesia, ya no serán los evangelios los únicos

textos que se compartirán entre letrados y analfabetas; la lectura en voz alta

abandonará el púlpito y el catecismo y se instalará en adelante y durante largo

tiempo, en espacios non sanctos: la plazuela, el club mutualista, las cantinas, las

propias tertulias aristocráticas, aunque en este caso el histrionismo le lleve las

riendas a la comunicación, etcétera. Los textos también se diversificarán:

periódicos, revistas, gacetillas, poemas sueltos, canciones, algunos libros, de esos

que en la tradición francesa se conocen como de la Biblioteca Azul, entre otros.112

Por ello es que las revistas literarias que surgen en esa época no pueden ser

tratadas como de consumo exclusivo de las clases cultas cañedistas. Es cierto

112. Roger Chartier ha dedicado un número de páginas más que considerable al estudio de este fenómeno de edición de obras de consumo popular y lectura en voz alta. Ver El Mundo como representación. Habría que destacar sobre este mismo asunto, la asunción de la prensa sinaloense de lo que es un patrón prácticamente mundial: la inserción de novelas por entregas, modalidad que concita la reunión paulatina de un público cautivo, presa de una mercancía y una práctica, por un lado y, por otro, usuario de un espacio público que antes no existía.

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que el grueso de los consumidores locales,113 pertenece, casi por definición, a

esta élite. Más aún: los escritores que publican en estas revistas buscan un

diálogo entre iguales, donde el pueblo raso y llano no es interpelado sino como

elemento decorativo.

Por ello, El Proemio que abre La Bohemia Sinaloense, su director, Julio G. Arce,

expresa:

Aquí está la “Bohemia”, donde un grupo de soñadores, viene a desplegar sus energías, a cultivar su inteligencia, con el estudio y el ejemplo y a recibir con la aprobación del público ilustrado, nuevos bríos, entusiasmos nuevos. Hemos traído a nuestro lado, a todos los que en Sinaloa brillan o han brillado por sus talentos, los unos para que nos ayuden, los otros para que con las luces de su experiencia nos marquen el mejor derrotero. Queremos que nuestra “Bohemia”, sea un lazo de unión entre los escritores sinaloenses que, sin rencillas, sin odios, sin orgullo, luchen por la misma causa: el adelanto intelectual de Sinaloa.

Esto, sin embargo, no es óbice para que la escritura que se ejerza en este tipo de

publicaciones, tenga elementos que abonen en prácticas cada vez más

democráticas, pese a la filiación ideológica de la inmensa mayoría de sus

integrantes. Más tarde veremos en detalle de que están hechos estos paladines

del verbo, y cuál es su papel en el quiebre de la paz cañedista en 1909. Por lo

pronto, hay que dejar claro el papel formativo de estas publicaciones en el

imaginario sinaloense.

Junto al análisis ideológico que necesariamente tendré que realizar en mi

investigación, destaca por su importancia e historicidad la valoración propiamente

estética de la producción literaria sinaloense. Es por ello que en el entramado de

las corrientes artísticas que se expresaban a finales del porfiriato, el modernismo

113. Como casi todas las revistas literarias, la Bohemia aspiraba a ser la expresión más fina y acabada de su sociedad, sin por ello circunscribir sus afanes a tan estrecho espacio. Se buscaba, por supuesto, un diálogo con otras publicaciones de provincia, y también de la capital del país, cuya perspectiva no dejaba nunca de dibujarse en la mirada de directivos y colaboradores. Las revistas eran vehículos para transitar por la senda de las letras nacionales.

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jugará un papel relevante en la configuración del gusto sinaloense, del zeitgeist

cañedista.

Así, el núm. 11 de la revista, Jorge Ulica, anagrama del director Julio G. Arce, nos

advierte:

Victoriano Salado Álvarez y Amado Nervo, han entablado discusión sobre el modernismo, con motivo de la publicación de Oro y Negro, poesías decadentistas de Francisco M. Olaguibel. La discusión, sostenida dentro de los límites de la caballerosidad y de la decencia, ha servido para que ambos contendientes derrochen sus talentos. Por mí yo creo que la belleza debe buscarse en todas las fuentes. No soy de los que piensan que la poesía del porvenir deba vaciarse exclusivamente en los moldes del decadentismo; pero tampoco creo que deban proscribirse de nuestro credo literario las ideas de Baudelaire y de Paul Verlaine; ni rechazo con horror las rimas triunfales de Rubén Darío ó las harmoniosas estrofas de Nervo, Olaguibel y Tablada.114

Esta apertura respecto a las corrientes ajenas al credo modernista, lo que esto

signifique, establece una relación de diálogo entre pasado y presente, entre

tradición y modernidad; aunque la apuesta (que la hay, y no se pretende

escamotearla ni mucho menos) se incline efusivamente por esta última. Así, siete

meses más tarde, y en entusiasta saludo a la aparición de la revista capitalina

Arte, el autor de la columna fija Esbozos, escribe:

Los partidarios del modernismo, los que en México van a la cabeza del nuevo movimiento literario; los inspirados que vacían sus estrofas en magníficos moldes; se han reunido en artística fraternidad para dar a luz, una hermosa revista de Arte. Ciro Cevallos, Bernardo Cuoto y Castillo, José Juan Tablada, Amado Nervo, y otros escritores de tan alta nombradía como éstos, empuñarán en ‘Revista Moderna’ el estandarte de la nueva escuela literaria.115

Por lo que hace a La Bohemia Sinaloense, es significativa, por lo demás, la

presencia de dos grandes figuras de la cantera modernista entre sus páginas:

Enrique González Martínez y Amado Nervo, el primero a partir del núm. 2, y el

otro, finalmente más asiduo, desde el núm. 4.

114. LBS, p. 83. 115. LBS, p. 152.

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El caso de Amado Nervo es por demás curioso y hasta cierto punto representativo.

Su trayectoria en la poesía sinaloense tiene lugar en las páginas de un diario

mazatleco de reconocida prosapia: El Correo de la Tarde. Pero su relación con el

mundo cultural culiacanense no va más allá de la que estableció con La Bohemia

Sinaloense, aunque, hay que decirlo, era ésta una relación de enconado respeto y

acérrima admiración. Esto se traduce en las diez ocasiones que sus escritos

(nueve poemas y un cuento) aparecieron en la revista, y en los comentarios de

Jorge Ulica sobre sus libros y otras hazañas:

Amado Nervo desfloró en el Correo aquellas pálidas azucenas, gérmenes de sus Místicas. [...] Ya publicó Amado Nervo, el segundo volumen de sus versos., La nueva colección se llama Perlas Negras y a juzgar por lo que la Prensa metropolitana dice, el libro de Nervo, es magnífico. [...] “Perlas Negras”, tienen estrofas esculpidas con magníficas cinceles sobre mármoles blancos; palpitan allí los entusiasmos del amor; la dulce Erato ha derramado sobre ala soñadora frente del poeta, torrentes de inspiración y de ternura. [...] A reserva de ocuparnos de la extensión debida del último libro de Nervo, reproducimos algunos de los cantos más hermosos, de ese libro, de cuyas páginas palpitan caricias y ternura. [...] En toda la República se nota un inusitado movimiento literario. La publicación de numerosos libros y de espléndidas revistas de Arte, revelan, sin dudad, una época de florecimiento. Pronto circulará “Líquenes”, de Eduardo J. Correa. Benjamín Retes dará a luz próximamente sus “Miniaturas”. Amado Nervo tiene ya en prensa su “Antifonario” y su “Electa” y Bernardo Coto, Olaguíbel y otros más publicarán sus producciones próximamente. Numerosos anuncios de la aparición de Revistas literarias, llegan también hasta nosotros.

Diez años más tarde, González Martínez dirigirá en Mocorito, con la colaboración

de Sixto Osuna en la subdirección y de Sabás de la Mora como editor, la revista

Arte, cuya trascendencia en las letras nacionales es ampliamente reconocida.

Antes de llegar a Mocorito, González Martínez, pasó dos años en Culiacán, donde

trabó amistad con los notables del lugar. Por lo demás, no se conoce mayor

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influencia en las actividades culturales de la capital del estado por parte del poeta.

El lugar de éste habría de ser Mocorito. No obstante lo palmario de dicha

apreciación, justo es recordar que en La Bohemia Sinaloense se publicó

(corregida, diferente a la que apareció algunos años antes en Guadalajara) su

traducción de El Cuervo (The Raven) de Edgar Allan Poe, cuya distinguida factura

permite que una de sus versiones aparezca en la antología Más de dos siglos de

poesía Norteamericana, editada en 1994, en edición bilingüe por la Universidad

Autónoma de México. Así lo consigna Ulica:

Enrique González Martínez, nos envió su preciosa traducción de “El Cuervo” de Edgar Poe, una de las producciones más celebradas de nuestro inteligente amigo. Hace ya tiempo que ésta traducción fue publicada en la prensa de Jalisco; pero no con las correcciones que su autor le hizo últimamente. Recomendamos a nuestros lectores tan preciosa producción.

(Dicho sea entre paréntesis: una de las tareas que me propongo, así sea como

mera curiosidad, es recuperar la versión que González Martínez publica en Jalisco

y cotejarla con la aparecida la UNAM (que se supone es la misma) y la de La

Bohemia Sinaloense.)

Es claro que las preguntas plantadas no buscan una respuesta puntual, mucho

menos definitiva: se trata de ensayar respuestas que configuren una narrativa (una

descriptiva) que articule los momentos significativos de un discurso sobre las

prácticas culturales, toda vez que en esta tesis se habla desde la perspectiva de

una historia cultural.

En este sentido, la expresión literaria conocida bajo el concepto de modernismo,

ofrece a los escritores sinaloenses la oportunidad de insertarse en el concierto de

las letras nacionales (e internacionales, como se ha mostrado en el primer

capítulo); primero como espectadores de un debate que no asimilan del todo, y

más tarde como partícipes directos en la reyerta literaria más importante de finales

del siglo XIX y principios del XX.

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Un acontecimiento especial de la revista es el que se refiere al ingreso de Chuy

Andrade como colaborador de la misma. El asunto es que el autor de Al Humaya

era, a la sazón, un poeta de sólo 17 años, que apenas si había visto sus poemas

en letra impresa, cuando una revista tapatía, Flor de Lis, publica el poema de

marras. Las felicitaciones de los Bohemios no demoran casi nada y pronto el joven

bardo tendrá un lugar entre las páginas de sus parientes de alcurnia. Así lo

consigna Jorge Ulica:

En Flor de Lis, importante revista jalisciense, donde los más cultivadores de la gaya ciencia, rinden culto al Arte, hemos leído una magnífica composición de Jesús G. Andrade. La cuna del joven Andrade ha sido arrullada por las ondas rientes del Humaya, ¡aquí ha nacido a la vida de la idea: aquí toman formas sus primeras concepciones literarias! ¡Cuántas veces al leer sus versos, tuvimos el presentimiento de que en la frente de aquel niño entusiasta, resplandecía la aureola de poeta. No nos hemos equivocado! Al Humaya, así se llama su última composición, reboza dulzura y sentimiento. La Bohemia tiene la satisfacción de saludar al nuevo paladín y de ofrecerle estas humildes columnas.116

La verdad es que las diferencias entre los “Bohemios” y Chuy Andrade no son sólo

de edad: los “Bohemios” son eso: bohemios, con todo lo que ello implica; mientras

que Andrade es un alcohólico romántico: no es el enfant terrible de la revista, es el

niño perdido, el niño de la calle de la poesía sinaloense, y el que le regalara a

Culiacán su mejor composición. Por cierto, no deja de ser incómodo que el poema

Culiacán haya sido confeccionado a pedido de parte: eso se usaba y en este caso

en particular, Andrade no tuvo alternativa, pues lo metieron tras las rejas para tal

propósito. Lo que incomoda es, en todo caso, la estrofa que el poeta se negaba a

escribir de puro orgullo:

¡Oh, emperatriz augusta que amaron mis mayores! ¡Un adalid contempla tu sueño entre las flores, ya se acerca a tu lado con cauteloso afán para robarte un beso don Nuño de Guzmán!

116. LBS, p. 47.

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Con razón se la pasaba hasta atrás el muchacho.

Como se ve, Sinaloa tiene presencia significativa en las huestes modernista

(Nervo y González Martínez, los más encumbrados), pues sus páginas albergan

textos y autores que aparecen en las más destacadas publicaciones que

reivindican dicho movimiento: autores como Julio G. Arce, Ángel Beltrán, Eduardo

Correa, Samuel Híjar, Francisco Gómez Flores, Cecilia Zadi, Esteban Flores entre

otros “Bohemios” se barajan en las Revista Moderna, Gil Blas cómico, La Estrella

Occidental, La Revista Azul (sobre todo la segunda), entre otras. Es cierto que la

lejanía del estado respecto de la capital, hace difícil la inserción de los escritores

sinaloenses; no es menos cierto que muchos de ellos no pasaron de cometer una

docena de versos bien escritos, y el resto pertenece con justeza a los dominios del

olvido; pero lo mismo podría decirse de medio centenar de bates y divas que

pueblan los índices modernistas, o de cualquier otro movimiento, escuela o credo.

La situación geográfica de Sinaloa es sin duda de ninguna clase un obstáculo para

consolidar una carrera literaria; así lo demuestran Gómez Flores, González

Martínez, Amado Nervo, Genaro Estrada, y más tarde González Rojo, Gilberto

Owen e Inés Arredondo. Antes de la llegada del ferrocarril a estas tierras el asunto

era peor. Aventurarse por estas tierras era cosa de pensarse: ni siquiera

Guadalajara, la tierra de González Martínez y Julio G. Arce, podía pasar por una

ciudad cercana; tampoco Tepic, el séptimo cantón de Jalisco, estaba cerca de

Culiacán.

No puede decirse, sin embargo, que el desarrollo del modernismo mexicano, cuyo

principal asentamiento se ubica en la capital del país, observe una trayectoria

asintótica respecto del que se practicaba en el septentrión mexicano. Si bien sus

itinerarios no corren paralelos, tienen puntos de intersección entre sí. Que si se

influyen es cosa que hay que dar por cierta: cómo y en qué proporción lo hacen,

ameritan un estudio del que no me ocuparé en esta ocasión, pero que sin duda

vale la pena emprender.

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Como se puede apreciar en el caso Andrade, la relación de La Bohemia

Sinaloense con otras publicaciones literarias, acarreaba colaboradores y abría las

puertas de otros cenáculos literarios a los escritores de este lado del trópico. Por

ello es digno de destacar el papel de Arce-Ulica en la trascendencia de la única

columna fija de la publicación: Esbozos. De este hecho se puede inferir también la

condición de timonel del escritor jalisciense, y el papel discreto (de compañía) que

como codirector desempeñó Manuel Bonilla. En realidad el peso de Bonilla en lo

que se refiere a producción y conducción de la revista fue más bien opaco,

limitándose a colaborar con un texto en el núm. 7, un poema en honor del Gral.

Antonio Rosales, titulado 22 de diciembre, fecha clave en la biografía del “soldado-

poeta”.

A propósito de este episodio bien vale destacar dos aspectos que previamente ya

se habían apuntado: por una parte la coexistencia de diversas corrientes o

escuelas poéticas al interior de la Bohemia: Parnasianos, simbolistas, decadentes,

románticos, modernistas, lo que supone una voluntad de apertura propia de las

revistas de provincia, que no alimentaban los enconos que se cultivaban en la

ciudad de México, capital de la república de las letras nacionales, es decir territorio

reservado a los más aptos, a los especimenes mejor dotados, según rezaba la

doctrina en boga. Por otro lado, aunque en plena correspondencia con la primera:

no se podía hacer carrera literaria en Sinaloa, carrera exitosa, duradera, se

entiende. Por eso Jesús Andrade sale de Culiacán y se instala en Guadalajara,

tratando de conseguir que la fortuna le cobijara en tierras extrañas. Nadie es

profeta en su tierra, pudo haber pensado; pues conocía el pasaje de sobra. Pero

más que Cristo era el poeta un Moisés en busca de la tierra prometida, y

Guadalajara no lo era, no podía serlo. Por eso salieron de allí los directores de la

Bohemia sinaloense y Arte, porque no era ahí donde se disputaba el torneo de las

letras patrias. Y el poeta, como en el hijo pródigo, regreso a su tierra con el

fracaso a cuestas.

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Así consignaba Esbozos la relación de los Bohemios con otras publicaciones del

interior del país:

La prensa tapatía anuncia la aparición de una nueva publicación; La estrella Occidental, semanario ilustrado, que dirige el talentoso escritor Manuel Caballero. Deseamos a la nueva revista artístico-literaria, todo género de prosperidades.117 [...] El nuevo paladín se llama El Correo de Sonora y es la pluma de Sareh, nuestro estimado colaborador, la que llena de amenidad, el importante diario sonorense. [...] Hemos hecho otras brillantes adquisiciones un escrito distinguido, cultivador ardiente de las letras, poeta de alta jerarquía, y bohemio de corazón, el Lic. Eduardo J. Correa, de Aguascalientes, ingresa también a nuestras filas. Su primer número pertrechado de artículos selectos, producción de los más galanos de nuestros escritores, ha causado agradabilísima impresión. Un magnífico fotograbado representando al príncipe de los poetas mexicanos, Díaz Mirón ocupa la primera página. [...] Al fin tuvimos el placer de recibir La Estrella Occidental, interesante publicación tapatía, editada y dirigida por Manuel Caballero, uno de los más inteligentes periodistas mexicanos. En la Redacción de La Estrella figura prominencias en todas las bellas artes. La Bohemia saluda a la nueva publicación.118

3.1 Entre tirios y troyanos

La coexistencia de dos figuras que históricamente habrán de pasar lista en bandos

encontrados luego de la muerte de Cañedo, habla del necesario, inevitable

concurso que las diferentes inteligencias locales. Tal es el caso de Julio G. Arce y

Manuel Bonilla: el primero se aferra a la elite gobernante al apoyar la candidatura

de Diego Redo, mientras que el otro se opone fervorosamente a la misma.

Es cierto: para que esto suceda tendría que transcurrir toda una década y, por lo

pronto, Manuel Bonilla no rompía lanzas con el statu quo. Pero la coexistencia de

bandos que más tarde habrán de enfrentarse está ya incubada. Por lo demás, en

117. LBS, p. 11. 118. LBS, p. 12.

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el núm. 4 de la revista aparece “La estatua del condenado”, de José Ferrel. En la

misma entrega Ulica anuncia la recepción de:

Un ejemplar de Cuentos Mexicanos, preciosa colección de novelitas cortas, editadas por El Nacional. Es una joya de sin igual valor, que recomendamos a los amantes de las letras. […] La estatua del condenado, excelente historieta de José Ferrel —que hoy publica La Bohemia—, forma parte de los Cuentos Mexicanos.

Diez años más tarde Ferrel sería candidato a suceder al difunto Cañedo y Julio G.

Arce propagandista de Diego Redo, el candidato oficial, el representante de la

continuidad.

Julio G. Arce

Hijo del médico español Fortunato González de Arce, de quien tomara la herencia

de reducir su primer apellido a la inicial “G”, Julio G. Arce nació en Guadalajara en

1870. Al igual que su hermano, el destacado tribuno Alberto G. Arce, cursó sus

estudios en el Liceo de Varones de la ciudad de Guadalajara, Jalisco.

Farmacéutico de profesión, su vida en realidad giró alrededor de la prensa escrita.

A su llegada a Sinaloa, trabaja como redactor de El Correo de la Tarde de

Mazatlán, periódico que se caracteriza por tener en este puesto a grandes figuras

del periodismo sinaloense (Ferrel, Nervo, Bonilla, Valadés, et alter). Ya en

Culiacán, fundó La Bohemia Sinaloense donde publicó durante dos años la

columna “Esbozos”, bajo el anagrama de Jorge Ulica; además de 24

colaboraciones entre poesía y prosa.

Además de periodista Arce tuvo una fuerte inclinación por la política y el

magisterio. En la primera actividad su participación comulga con la mayor parte de

la intelectualidad sinaloense de su tiempo: un acendrado y hasta reprobable

porfirismo (que se traduce en una adscripción soez a los designios del gobernador

Cañedo) marcará sus primeros años en tierras del noroeste. A cambio de ello es

nombrado alcalde suplente durante la presidencia municipal de Manuel Clouthier,

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el 25 de febrero de 1897, en sesión ordinaria del Cabildo, y más tarde se ostentará

repetidamente ya como alcalde 1° y como miembro de la junta patriótica: todo esto

con cargo al erario municipal.119

Sobre la percepción política que sus opositores tenían de Arce, destaca la de José

C. Valadés:

“Para justificar a la nación nuestra conducta futura, no creo de importancia el fallo del congreso cuya honorabilidad está al nivel de la de Julio Arce (uno de los propagandistas del redismo), es decir, un poco más baja que la de cualquier salteador de caminos....”, escribió mi padre a José Ferrel.120

Por lo que hace al magisterio, Arce se incorpora como maestro de farmacología y

gramática al Colegio Rosales, donde tiene problemas con Rafael Buelna tenorio,

estudiante del mismo, por discrepancias políticas. Las desaveniencias entre

mentor y discípulo derivaron en descalificaciones mutuas que algunos

historiadores han querido ver como una polémica, aunque en realidad se trata más

bien de una escaramuza editorial.

De sus tiempos de catedrático del Colegio es la siguiente anécdota que refiere

Carlos Filio:

Julio G. Arce no fue tan admirado en el Colegio Rosales por sus amplios conocimientos gramaticales y farmacéuticos, con ser bastantes, como lo fue querido por su ingenio y agilidad de traviesas condiciones. Por su saber era todo un catedrático, pero por su inquietud se recordaba más al escritor bromista, al periodista con un gracejo que casi presidía todos sus actos. De una de sus bromas hizo víctima al fotógrafo americano Alberto Long, publicando en su Mefistófeles la noticia de que había sido aprehendido por ratero un individuo que llevaba su mismo nombre. La lectura de la gacetilla molestó al fotógrafo, y como tenía por vecino a Julio Arce, recurrió a él en busca de consejo. Discutido el hecho, con la seriedad que sabía poner en casos semejantes, Arce le aconsejó: —Déjate de hacer aclaraciones que nadie lee. Al cabo tú eres bien conocido en Culiacán. Pero para evitar futuras confusiones ponte una letra intermedia. El americano, que no entendía los retruécanos de nuestro idioma y fiado en la seriedad de su amigo, candorosamente le pidió le sugiriera una letra intermediaria que lo diferenciara de su homónimo. —Muy sencillo, ponte una “Q”.

119. AHMC, S.A., ver Actas de Cabildo del Ayuntamiento de Culiacán, año 1897, Fs. 1-32. 120. José C. Valadés, op. cit., p. 21.

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El fotógrafo encontró correcto el remedio, y días después el rótulo de su establecimiento aparecía redactado en los siguientes términos: Alberto Q. Long, Fotógrafo.121

A la muerte de Cañedo, Arce apoyó a Diego Redo contra el candidato opositor

José Ferrel, en la disputa por el gobierno del estado, en una contienda que para

muchos era considerada como el laboratorio rumbo a la sucesión presidencial, que

el veterano presidente Díaz había anunciado en entrevista con Crelman pocos

meses antes. Ganó Redo y Ferrel y sus seguidores protestaron Fraude. El

gobierno se impuso y Redo tomó protesta como gobernador el FECHA de 1909;

poco tiempo después ventarrones revolucionarios lo obligaron a deponer su

mandato.122

Acaecido el cañedismo y su secuela redista, Julio G, Arce regresa a su natal

Guadalajara en 1912, donde trabaja en La Gaceta de Guadalajara, primero como

redactor en jefe y un mes más tarde asumiendo las tareas de director. En Julio de

1914 regresa a Culiacán, pero las turbulencias revolucionarias lo levan a San

Francisco, California donde dirige un semanario en español: La Crónica; ahí

publica sus “Crónicas diabólicas”, que le otorgan un sitio en la opinión y el gusto

californianos. En 1919 compra el periódico y le cambia el nombre a Hispano

América; durante esos años publica asiduamente en los periódicos El Mosquito y

El Tucsonense.

Ya se dijo que a más de poeta era farmacéutico y compró una farmacia, se

entiende, pues, que siendo periodista haya comprado más de un periódico.

“Arce fincó en Culiacán una regular fortuna, accedió al secreto del poder culiacanense, y con Miguel Ponce de León adquirieron la Botica Alemana en diciembre de 1891, con un costo de 5 500 pesos, botica que les vendió Federico Koerdell.”123

De su producción en la Bohemia podemos destacar, en poesía: “Reverie”, “Rosas

rojas”, “La última trova”, “Cuadro” y “En días de prueba”, aparecido en LBS, p. 172,

aquí se reproduce:

121. Carlos Filio, Estampas de Occidente, Culiacán, Colegio de Bachilleres del Estado de Sinaloa, 1994, p. 71. 122. Sobre el proceso electoral de 1909, Rumbo a la democracia, de Azalia López González, nos ofrece un detallado

estudio y, en este aspecto, su consulta resulta obligada. 123. José María Figueroa y Gilberto López Alanís, op. cit., p. 38.

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En días de prueba Me aborrecen… ¡No importa! ¡Calla! ¡Calla! No importa. Cese tupesar. ¡Espera! La lucha es necesaria. Ya fulgura No domarán mi orgullo ni mis bríos entre la sombra de mi noche oscura el rufu despecho o la calumnia artera. el vivo resplandor de la batalla. ¡Desprecio los mundanos poderíos El odio ruge, la venganza estalla y si los odios brotan, por doquiera en explosiones de pasión impura; encontrarán también los odios míos! en nuestro derreror todo es pavura y encapotado el horizonte se halla

Julio G. Arce muere en Culiacán en 1926. Carlos Filio lo recuerda así:

“En las rutas pasadas encontramos a Julio G. Arce dejado de toda gracia masculina: corpachón obeso y patizambo, moviéndolo a pasos cansinos como el de una bestia paleontológica; ojos estrábicos, cabello entrecano y pelado al rape; un guardarropa descuidado, de constante color oscuro, y con su bastón en la diestra y el sombrero de amplias alas, resultaba un tipo inolvidable e inconfundible. Este hombre, tan semejante a un Cuasimodo en auge, tuvo recursos perspicuos en el manejo del idioma...”.124

Manuel Bonilla

Nació en San Ignacio, Sinaloa, el 9 de febrero de 1867. Estudió para ingeniero

topógrafo en los Estados Unidos. A su regreso a Sinaloa, se establece en

Culiacán, donde desempeña diversos cargos públicos entre los que se cuentan:

regidor del ayuntamiento, director del Periódico Oficial del Gobierno del Estado,

miembro supernumerario del Supremo Tribunal de Justicia. Trabajó también con la

familia Redo (con quienes más tarde rompería lanzas a propósito de la sucesión

gubernamental de 1909), como administrador general de la fábrica textil “El

Coloso”, y en la Compañía Naviera del Pacífico.

Su función como trabajador a las órdenes de la oligarquía cañedista-redista,

otorgan a Bonilla un aire de solvencia moral y de talante negociador, que no lo

abandonará ni en los momentos de mayor infortunio (como cuando estuvo preso

durante seis meses en 1910, y a punto de ser trasladado a San Juan de Ulúa), ni

en la refriega en la que finalmente fuera quemada la fábrica “El Coloso”, por las

124. Filio, op. cit., p. 48.

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tropas del General Juan M. Banderas, que ostentaba la Jefatura Revolucionaria de

Sinaloa, y más tarde habría de ser fugaz gobernador del estado.

Al asumir el gobierno provisional de ciudad Juárez, y en reconocimiento a que

desde enero de 1910 Bonilla había formado en Mazatlán el Club

Antirreeleccionista de Sinaloa , Madero lo nombra ministro de comunicaciones,

cargo que le respeta Francisco León de la Barra al ratificarlo en marzo de 1911.

Ya con Madero en el Ejecutivo Federal, ocupó la misma cartera del 6 de

noviembre de 1911 al 27 de noviembre de 1912. Al momento de la Decena

Trágica, Bonilla ocupaba la Secretaría de Fomento.

Acérrimo de Huerta no pudo, sin embargo, coincidir en lo sustantivo de sus ideales

con Carranza, por lo que a poco de incorporarse al constitucionalismo rompió con

éste exiliándose en El Paso, Texas. Volvió en 1914, para engrosar las filas de

Pancho Villa y, derrotado que fue, se exilió de nueva cuenta en los Estados

Unidos. En 1929 el vasconcelismo tentó nuevamente sus fibras políticas, por lo

que embarcó una vez más rumbo a esa Itaca social a la que jamás arribaría.

Fueron sus últimas elecciones.

Como se ve, entre Julio G. Arce y Manuel Bonilla hay una distancia infranqueable

y, sin embargo, ambos coincidieron (como director y subdirector, respectivamente)

en la conducción de una revista literaria que, se quiera o no, formaba parte del

espíritu cañedista. Lo cierto es que ambos escritores sabían que sus plumas eran

útiles al sistema, pues una revista que no critica termina por refrendar el statu quo.

También es cierto que a la sazón ambos profesionistas encuentran en la sociedad

decimonónica sinaloense un espacio propicio para el potencial desarrollo de sus

haberes. Pero no es menos cierto que la literatura que irrumpe en el gusto de la

época, cuando habla de compromiso lo hace en términos de exclusión, es decir,

los parámetros para juzgar el arte no pasan sino por el arte mismo. Y finalmente

hay que señalar que al general Cañedo le faltaba una larga década para padecer,

con los resultados que ya se conocen, el mentado catarrito.

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Otro elemento que permite explicar la extraña coincidencia de Arce y Bonilla en

una publicación, ambos como dirigentes, es el desapego que éste último tenía

para con la misma: es cierto, la pluma de Marcial, que así se firmaba el autor de

Espinas y amapolas, únicamente asoma en las páginas de la Bohemia en el núm.

7, correspondiente a diciembre de 1897, con un poema dedicado al general

Antonio Rosales, “22 de diciembre”, escrito, según aparece al pie del texto, en

1893. Un refrito inédito, salvando el oximoro.

Si a la reticencia de Bonilla a publicar en la revista, agregamos que el único crédito

que aparece en ésta es el de la empresa tipográfica, ¿con qué credenciales se

podría amparar este desdeñoso escritor para ser considerado por sus

contemporáneos como codirector de la publicación de marras? Pueden ser

muchas y de variada índole; eventualmente, propongo dos de estricto apego a la

literatura.

Primera: El Correo de la Tarde, Había publicado algunos adelantos de un libro en

ciernes de Bonilla que había despertado notable aceptación entre los lectores. El

mismo Jorge Ulica, lo consigna en sus Esbozos:

Una novela sinaloense —obra de nuestro ilustrado compañero Manuel Bonilla—, se dará próximamente a la luz. Aún no se sabe el nombre que llevará la nueva producción de Marcial; pero presentimos que el autor de Espinas y amapolas, obtendrá nuevos triunfos. Estamos en plena actividad literaria. Limpian sus galanas plumas, los viejos campeones del periodismo sinaloense, que ahitos de triunfos descansaban perezosos de las fatigas; la juventud se agita entusiasta y viril; donde quiera brotan cantos y estrofas y todo demuestra que se inicia en nuestro estado una época de florecimiento literario.125

La segunda explicación que aventuro tiene que ver con la calidad de la pieza

publicada y el motivo, la fecha: diciembre de 1897, es decir: el mes en que se

conmemora la batalla de San pedro, de tanto festejo en Sinaloa, y que la Bohemia

celebraba con un concurso literario que otorgaría “...dos premios: uno para el

125. LBS, núm. 2, 1º de octubre de 1897, p. 16.

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mejor soneto dedicado a Rosales, y el otro para la mejor composición en prosa,

dedicada al mismo héroe. Esta no deberá ser muy extensa”.126

El poema de Bonilla bien vale la pena reproducirlo completo:

La ciudad está de gala vertida por los intrépidos dispuesta a regocijarse defensores de estos lares! como las niñas bonitas que celebran sus natales: De pronto se ve un jinete repiques, dianas, cohetes, a toda rienda acercarse; ensordeciendo los aires; rápido llega y al pueblo banderas, flores y risas que ansioso llena las calles, en las plazas y en las calles, anuncia el triunfo increíble hacen visos las aceras de las tropas liberales: por la confusión de trajes, después entre el regocijo y como espuma de neutle y el asombro populares, sube y ufano se esparce desfilan los vencedores el contento de las almas que entre sus columnas traen en los alegres semblantes. al ejército enemigo rendido en su mayor parte, Gratos rumores se escuchan y con su Estado Mayor perfume, luz y donaire la persona interesante embargan nuestros sentidos del héroe de la jornada, en éxtasis agradables. el magnánimo Rosales. Hace hoy veintinueve años Rosales, sí, cuyo porte que los buenos habitantes a la vez serio y afable, de Culiacán, esperaban revela el genio que anima con ansiedad palpitante a los hijos inmortales un grave acontecimiento, de la gloria, en la mirada una derrota... quién sabe! triste, soñadora, grave, como buscando lo ignoto Porque oían, como suelen de los cielos eternales. a lo lejos escucharse los sordos ecos del rayo, Es el soldado-poeta el rumor de los combates, es el sabio gobernante y temían con justicia de cuyo plectro inspirado los patriotas liberales cantos patrióticos nacen saber muy pronto las nueva que libérrimas ideas del presagiado desastre lanza al mundo en cada frase. del improvisado grupo que mandado por Rosales, El que dedicó a la Patria salió a contener al campo, desde pequeño su sangre: del invasor los avances. genio cual Netzahualcoyotl, Cuauhtémoc en lo indomable, ¡En tanto los fraticidas, prudente como Tenoch los ilusos imperiales, pero más que todo grande seguros de la victoria porque a sus dotes reúne impacientes por menguarse otra de mayor realce preparaban las coronas la de saber perdonar, y los lauros que adornasen, ¡la virtud más admirable! del francés las rubias sienes ceñidas de noble sangre 1893.

126. LBS, núm. 3, 15 de octubre de 1897, p. 22.

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Hay que decir que la lectura del poema permite precisar que, efectivamente, éste

habría sido concebido en 1893, ya que en esa fecha se cumplieron 29 años de la

Batalla de Sanpedro, que tuvo lugar en 1864. Hay que agregar también que en el

concurso de homenaje a Rosales Cecilia Zadi se llevó el primer lugar, con una

composición titulada “Al héroe de San Pedro”, cuyo último verso tiene gran

parecido con el final del poema de Bonilla: “...y la piedad augusta que perdona!”.

Sobre su participación en El Correo de la Tarde de Mazatlán, Héctor R. Olea nos

dice:

El editor Retes vendió El Correo de la Tarde a su consocio capitalista Andrés Avendaño, que se ofreció a hacer la campaña política del periodista José Ferrel y el diario quedó bajo la dirección del popular novelista Heriberto Frías, distinguiéndose en esa época los escritores: José Rentería y el ingeniero Manuel Bonilla, después ministro en el gabinete del presidente Francisco I. Madero.127

Más tarde Bonilla dirigiría El Correo de la Tarde engrosando así la afamada

nómina del rotativo.

Pieza importante en la campaña de José Ferrel por la gubernatura del Estado en

1909, Marcial, que así se firmaba, abrazó más tarde la lucha maderista en contra

de Porfirio Díaz, porque efectivamente el laboratorio de la democracia había

inoculado en su sangre el virus de la libertad y el honor.

Obras: Espinas y amapolas; De Aztlán a México; Peregrinación de los nahoas y

Estudios de petroglifos sinaloenses.

Faustino Díaz

Del editor de la revista poco se sabe. Su biografía apenas si registra algunos

méritos y escasos reconocimientos. Se sabe que fungió como edil de Culiacán por

acuerdo de cabildo en el año 1900, que era un hombre de amplia cultura y hasta

obstinado por acrecentar sus bienes, que fue obteniendo de manera paulatina, a lo

largo de toda su vida.

127. Héctor R. Olea, La imprenta y el periodismo en Sinaloa, 1826/1950, Culiacán, UAS/Difocur, 1995, p. 107.

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Carlos Filio lo retrata con estas pinceladas, que no quieren ocultar su

condescendencia:

El editor de El Monitor Sinaloense, don Faustino Díaz, era la antítesis de Arce en lo tocante a disciplinas, pues en su imprenta reinaba conservadora quietud que era el reflejo del decoro y comedimiento de sus actos. Don Faustino era impar en el trabajo, fue subiendo por derechos de conquista desde la categoría de empleado mínimo en El Correo de la Tarde, de Miguel Retes, hasta escalar la justa jerarquía del patronato, y en donde una muerte absurda le encontró en posición de lucha.128

Sobre la muerte del editor de la Bohemia se ha instalado una suerte de halo

misterioso que agrega con tinte sombrío a suya de por sí desdichado final, pues su

cuerpo, según se sabe, nunca fue localizado.

3.1.1 Los “Bohemios”

Miembros de la selecta elite porfiriana (cañedista, en este caso), los “Bohemios”

representan el buen gusto, el refinamiento de una sociedad donde el

analfabetismo y la pobreza de las clases bajas constituía una afrenta para la

sociedad progresista, sin embargo, no se les puede echar a todos en una bolsa,

pues su especificidad no es asunto menor. De ahí la necesaria oportunidad de un

registro mínimo de ellos.

3.1.1.1 Poetas y prosistas

Si bien es cierto que muchos de los colaboradores de la “Bohemia” publicaron en

sus páginas textos de ambos géneros, y que algunos de ellos se movían con

soltura y sobriedad ya escribieran un poema o ensayaran un cuento, una reseña,

un comentario, una crítica, lo que fuera, lo cierto es que cada uno sienta sus

reales en un territorio literario específico, lo cual si bien restringe su espectro

escritural, nos permite una clasificación manejable, exenta de matices que

redundan más en la confusión que en la confirmación de una pretendida poligrafía.

128. Filio, op. cit., p. 50.

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Poetas

Jesús G. Andrade

Al momento de aparecer La Bohemia Sinaloense, Chuy Andrade contaba con

dieciocho años y radicaba en Guadalajara, donde cursaba la preparatoria. Su

incorporación a la Bohemia data de entonces. Colaborador fugaz o efímero:

apenas un puñado de poemas, cuatro para ser exactos, más bien refriteados.

Carlos Filio se lamenta de la suerte corrida por Andrade, poeta que las dos

publicaciones más importantes de su tiempo apenas si tomaron en cuenta: si la

Bohemia lo refriteó, Arte de plano ni lo imaginó en su sartén.

“Mi pobre Chuy Andrade, sin tiempo para perfeccionar su mensaje estético, para decir su verdad lírica, quedó, por exceso de dosificación etílica, abrumado, aplanado, ante el porvenir poético que pudo haber sido suyo.”129

Las palabras anteriores pertenecen a Carlos Filio, que si bien no se ocupa

demasiado del poeta, sí logra en los pocos párrafos dedicados a éste, retratar al

bohemio que pese a ser admirado por buena parte de sus contemporáneos no

logró nunca dejar a un lado esa tristeza que asoma en muchos de sus versos,

ncluso cuando éstos van dirigidos a la mujer que ama y de quien espera le lleve

de la mano hacia la muerte, como si se tratase del lecho conyugal.

A mi amada Te contemplé y mi pecho estremecido Es preciso llorar ya que la suerte se llenó de tristeza y de quebranto; me condena a sufrir en este mundo, tú bien comprendes que te adoro tanto sin la dicha dulcísima de verte... que hasta mi ardiente fe, por ti he perdido. mi pecho airado, exclama gemebundo: ¡Oh, divina mujer dame la muerte ¿Qué no me ves ante tus pies rendido para que calme mi dolor profundo! derramando de amor, acerbo llanto? ¿Por qué me has sepultado, dulce encanto, en las profundas nieblas del olvido?

129. Carlos Filio, op. cit., p. 57.

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Como la vida no concede atajos, Chuy Andrade murió como buen romántico: a

consecuencia de la constante embriaguez, con más penas que glorias.

A la hora de su muerte fueron muy pocos sus amigos. El licenciado Francisco Verdugo Fálquez fue quien más se preocupó porque Chuy bajara a la tumba con el honor que se mereció siempre y con el calor de sus amigos de todos los tiempos. Ante la tumba hablaron don Samuel Híjar —a don Samuel le temblaba la voz: era el que le seguiría— el licenciado Francisco Verdugo Fálquez y el poeta vanguardista Alejandro Hernández Tyler. Santa —María Valle— su novia, arrojó, de rodillas, tremante, los primeros puñados de tierra. Alfonso Leyzaola regía los destinos de Culiacán. Todo estaba en paz.130

Eduardo J. Correa

A este poeta le corresponde la gloria de haber sido editor de Ramón López

Velarde. Su cercanía al poeta jerezano, tiende un velo de desaire para con su

propia vida. Su participación en la Bohemia, de todas formas, es puntualmente

festejada por Ulica:

Hemos hecho otras brillantes adquisiciones. Un escritor distinguido, cultivador ardiente de las rimas, poeta de alta jerarquía, y bohemio de corazón, el Lic. Eduardo Correa, de Aguascalientes, ingresa también a nuestras filas.131

Aunque no participó como colaborador de Arte, en la sección que esta revista

dedicaba a las novedades literarias se consigna ampliamente la aparición del

último libro que Correa publicaba en 1908. Se supone que el texto habría sido

redactado por Sixto Osuna, quien regularmente se ocupaba de la sección; por ello

es de preguntarse por qué la “conciencia literaria de Enrique González Martínez,

no lo convenció de publicar al poeta hidrocálido.

Al dolor

A Francisco Medina

Impuesto el corazón a estar contigo tu larga ausencia con razón extraña; vuelve y encontrarás de mi cabaña franca la puerta a generoso abrigo.

130. Enrique Félix Castro, Evolución tardía de la provincia, Culiacán, UAS, 1985. 131. LBS, núm. 13, t. I, 15 de marzo de 1898.

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No eres de mis ensueños enemigo ni a mis cariños tu amargura daña, por eso al irte siempre te acompaña un adiós melancólico de amigo. Enluta mi horizonte con tus velos y turba de mi amor la dulce calma con las iras soberbias de tus duelos, que logras sólo con tu angustia cruenta hacer que al despedirte quede mi alma como el cielo después de la tormenta.

En el núm. 17 de la Bohemia, Ulica saluda con entusiasmo la próxima aparición de

Líquenes, poemario editado en Aguascalientes, patria chica del poeta. Con todo y

que Correa es para estas fechas reconocido y publicado en diversas revistas del

país, la diferencia que éste tiene para con la revista culiacanense es por demás

rentable, como lo demuestra su poema “Al dolor”, dedicado a uno de los

colaboradores más asiduos de la publicación de marras.

‘Oropeles’ es el nombre de un libro de versos que de Aguascalientes nos ha llegado hace poco y cuyo autor el Licenciado don Eduardo J. Correa, es ya bastante conocido y apreciado en los círculos literarios de la República. Viene el libro gallardamente impreso en los talleres tipográficos del autor y es una nueva muestra no sólo de una inspiración fácil y bella, sino de una infatigable laboriosidad. Eduardo Correa lleva ya publicados cuatro ó cinco libros, prepara otros varios y es sin duda alguna uno de los más ardientes trabajadores por el arte en Provincia. A vindicarla del mal concepto que tiene en la metrópoli ha consagrado el poeta de Aguascalientes muchos años de labor, y su revista literaria ‘La Provincia’ ha dado albergue a muchas ricas muestras de que la literatura provinciana no merece el desdén con que algunos la miran. Felicitamos al que siga dando pruebas de su inspirado numen. Y con toda franqueza diremos, ya que a escritores de la talla de Correa se les debe la verdad, que con un poco más de apego a la forma y un poco más de escrúpulo en la selección de sus obras, para lo cual le perjudican quizás su facilidad y fecunda vena, mucho ganaría su bien sentada fama de poeta.132

Prosistas

Eustaquio Buelna

A Eustaquio Buelna se le recuerda como el fundador, en 1873, del Liceo Rosales,

primera institución de educación superior del Sinaloa, con asentamiento en el

puerto de Mazatlán, a la sazón residencia de los poderes estatales y la ciudad con

mayor desarrollo económico y cultural de la entidad. Un año más tarde, al declarar

132. Arte, núm. 2, t. II, 29 de febrero de 1908.

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a Culiacán como la capital sinaloense, trasladó también a dicho instituto con el

nombre de “Colegio Rosales”, configurando de esta manera la geografía política (y

educativa) del estado.

Obras: Compendio histórico, geográfico y estadístico de Sinaloa (1877); Breves

apuntes para la historia de la intervención francesa en Sinaloa (1884);

Peregrinación de los aztecas y nombres geográficos indígenas de Sinaloa; La

Atlántida y la última Tule (1895); y Arte de la lengua cahíta, de la cual se dice que

se trata de una obra cuya autoría es de un misionero jesuita, por el rescatada.

Su acérrima relación con el general Cañedo puede servir de parámetro para juzgar

el grado de independencia de la Bohemia respecto a los designios del poder.

José Ferrel

Dos actividades marcarían la vida de José Ferrel. Por un lado tenemos al hombre

de letras (periodista, traductor, poeta, novelista), cuyo prestigio le llevaría a los

cenáculos instaurados por la elite porfiriana y le otorgarían un nombre (y un lugar)

que más tarde habría de llevarlo a la arena política, donde no corrió con mayor

suerte, pues su máximo logro fue ser secretario particular de Victoriano Huerta.

Sonorense de nacimiento (Hermosillo, 1865), pasó gran parte de su vida en

Sinaloa, particularmente en el puerto de Mazatlán donde destacó como redactor

de El Correo de la Tarde.

Sobre la actividad política de Ferrel en la sucesión de 1909 ya se han anotado

algunas cosas, por lo que no me detendré en el particular.

Hay que destacar, en cambio, su poco valorada labor como traductor: su

“Temporada en el infierno” de Rimbaud fue leida con fruición a principios del siglo;

y aunque menos célebre su traducción de Lautreamont es aún apreciada.

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Antes de su incursión en la traducción, publica la novela “Reproducciones”, en

1895, editada por el periódico El Demócrata de Mazatlán. En la Bohemia apareció

“La estatua del condenado”, en el núm. 4. No volvió a publicar en esta revista.

Herlindo Elenes Gaxiola

Nació en Mocorito en 1883. Egresado del Colegio Civil Rosales que fundara

Eustaquio Buelna diez años antes, el futuro periodista político habría de seguir las

huellas de su maestro y oponerse abiertamente a los dictados de Porfirio Díaz y

Francisco Cañedo. En El Monitor Sinaloense endereza corrosivos artículos en

contra de la pareja de futuros dictadores. Cuando este último se hace de la

prefectura de Culiacán, Elenes Gaxiola se ve obligado a abandonar el estado y

radicarse en la ciudad de México donde trabaja en el bufete del licenciado Emilio

Vázquez Gómez figura prominente de Partido Antirreeleccionista.

Cuenta con cinco colaboraciones en la Bohemia, convirtiéndose de esta manera

en uno de los prosistas más publicados de la revista, sólo por debajo de Julio G.

Arce y Francisco Verdugo Fálquez. Los temas que trata Elenes Gaxiola son de

suyo interesantes: Huitzilopochtli, el general Antonio Rosales, Ramón Corona, las

vicisitudes republicanas, entre otros.

3.1.1.2 Las féminas

El papel que los bohemios reservan a la mujer, se deja leer en el mismísimo

“Proemio”, texto que abre la primera entrega de la revista:

“Ya el rojo cortinaje, el elegante portier se ha descorrido. En el regio salón os esperan, ansiosas de aplaudiros, las rubias beldades, inspiradoras de vuestros cantos.”

La mujer sinaloense como musa inspiradora que tanto ponderan los “Bohemios”,

aparece retratada en una postal que Carlos Filio dedica al carnaval que a finales

del siglo XIX se efectuaba en la ciudad de Culiacán, organizado por los muchachos

“bien” (como los llama Filio), Marcelino Almada Güereña, Juan N. Tamayo, Jesús

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de la Vega, Enrique Roiz, Juan L. Paliza, Fernando Cuén, los Lucanitos, Gustavo

y Lucano de la Vega y el “patriciado femenino de provincia”: Dolores Salido de

Almada, Elisa Praslow de la Vega, María Urrea de Valadés, Francisca Gallardo de

Barrantes, Rosario Lasceter de la Vega, Manuel Urrea de Escobar, Matilde Acosta

de Thomalen, es decir, la creme de la creme cañedista:

“...unas tenían el cuerpo de lirio gravitando sobre la paradoja de un pie diminuto; y éstas tenían labios modelados en la curva del arco de Cupido, y aquellas un temblor de luceros en los ojos... Las lindas muchachas se llamaban Martínez de Castro, De la Vega, Rojo, Andrade, Zazueta, Cañedo, Izábal, Gastélum, Tellache, Almada, Irízar, Gaxiola, Amescua, Tamayo, Salazar, Pérez, Espinosa Praslow...”133

Cecilia Zadi (Haydée Escovar de Félix)

Pero esa visión de la mujer, como portadora del cáliz que debe escanciar el poeta,

se ve cuestionado a partir del núm. 2 de la revista con: la aparición de un texto (sin

título) de Cecilia Zadi.

Cuando aparecieron en la prensa (i.e. La Bohemia Sinaloense), los primeros trabajos de Cecilia Zadi todos tratábamos de adivinar, la personalidad que se ocultaba tras aquel seudónimo. Cecilia Zadi, es una dama distinguida. Al calor de su hogar, entre las risas infantiles de sus hijos, toman forma sus ideas. Por eso se expresa con tal ternura. Por eso canta de tal manera. ¿Su nombre? Lo diré, sí lo diré. Perdonad señora, que ofenda vuestra modestia; pero es preciso! Quien lleva sobre sus sienes la aureola luminosa del genio, quien con su ilustración y su talento da honra y prez a las letras sinaloenses, quien es el ornamento principal de nuestra Bohemia, bien merece que su nombre sea conocido en todas partes. Pues bien, esa distinguida poetisa, esa escritora sentida habita en la hermosa Perla del Pacífico: arrullan su hogar las olas rumorosas que van a besar la mansa playa. Su nombre es Haydée Escovar de Félix Díaz. Descubríos!134

Ahora bien, lo cierto es que la Bohemia no fue la primera publicación en que

participa esta poeta, que en 1909 sería galardonada en los primeros juegos

florales de Mazatlán; de ella nos informa Agustín Velázquez:

133. Filio, p. 44. 134. La Bohemia, núm. 22, 1º de noviembre de 1898, p. 5.

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Ama de casa que había decidido publicar sus escritos en 1894, poco tiempo después de la muerte de su hijo, quien la inspiró y la llevó amorosamente a la búsqueda de la democracia. Ella provenía de una familia acaudalada, empresarios del transporte de Mazatlán y comerciantes de papel.135

Obtuvo el premio de poesía al que convocó la Bohemia Sinaloense el 1 de enero

de 1898 (núm. 8), para festejar la Batalla de San Pedro, con el poema:

Al héroe de San Pedro ¡Épicos genios, héroes inmortales que admiró el mundo y deificó la historia, y nimbados de luces siderales dormís en el regazo de la gloria: escuchad nuestros cantos, los triunfales cantos que, eternizando la memoria de nuestro egregio paladín Rosales, consagra reverente la victoria! ¡No Grecia antigua, mas fulgente brillo guerrero unir a la virtud sublime logra, cual muestra el vencedor caudillo que une al laurel con que su sien corona la floreciente oliva que redime y la piedad augusta que perdona!

Cecilia Zadi fue, después de Julio G. Arce, naturalmente, quien más publicó en la

Bohemia: quince poemas y cinco textos en prosa. De los primeros llama la

atención el publicado en el núm. 21, considerado de aniversario (así lo anuncia la

portada de la revista). Su título: Estrofa. Se trata de una composición con métrica

irregular compuesta de ¡quince! décimas, algunas de ellas bien cinceladas.

Respecto a la prosa: en “La mujer egoista y avara”, aparecida en el núm. 23,

Cecilia Zadi, arremete contra las mujeres que no practican la caridad. Sus

palabras son duras:

Si el hombre egoísta y avaro es duro y despreciable, aún más lo parecerá la mujer si estas dos miserables pasiones la dominan; porque en ella más que en el hombre resaltan y repugnan los vicios y los malos instintos. La naturaleza blanda y débil de la mujer, rechaza instintivamente cuanto no sea bondad, sensibilidad y dulzura, porque ella ha sido hecha para amar aún más que para ser amada. Y cuando falta a esa ley que Dios ha querido imponerle

135. Agustín Velásquez Soto, El corazón del espíritu. Patriotismo liberal en la literatura sinaloense, Culiacán, Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa/UAS, 2006, p. 157.

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hasta en su organización, la mujer desciende en la escala del sentimiento, que es la escala superior de los seres. […] Las mujeres egoístas son generalmente beatas, pero en sus almas sórdidas no penetra jamás la grandeza de la religión de Cristo, que siendo toda caridad, se funda en las santas palabras: ‘amaos los unos a los otros’. […] ¡Pobres mujeres egoístas!, ¡pobres avaras! Si sufrís, a nadie apesará vuestra pena; y, cuando a semejanza de una lámpara inútil se extingue vuestra vida, todos los tesoros que habéis ocultado y negado a la caridad, no podrán, ¡ay!, compraros una lágrima de gratitud que suba al cielo en defensa vuestra.

El otro texto se titula “Cartas de un ángel”, cuyo plural supone que la autora

pretendía continuar con otras entregas, lo cual no fue posible pues el texto

apareció en el núm. 24, esto es: el último que publicara la Bohemia. El texto va

dirigido al hijo que perdiera antes de convertirse en escritora.

Los poemas de Cecilia Zadi fueron recogidos en las antologías de Ernesto Higuera

(Antología sinaloense) y de Leo Eduardo Mendoza (Sinaloa, lengua de tierra). De

su prosa nadie se acuerda.

Artemisa (Srita. Dolores Lizárraga), Ensayista

Con tres intervenciones en la revista, los tres subtitulados “ensayos literarios”, esta

señorita rosarense bien puede considerarse desde la perspectiva de lo que

Rigoberto Rodríguez Benítez denomina “formación del imaginario sinaloense”. En

efecto, se trata de una lectora que de manera súbita (una suerte de “palomazo”

literario), emprende la tarea de reproducir los valores éticos y estéticos de una

práctica social reservada a una élite ilustrada, en la cual las mujeres jugaban un

papel meramente decorativo.

En el primer texto, “Grata vida del hogar”, la escritora nos pone al día sobre la

condición humana: “La familia es el oasis que Dios ha puesto al hombre en su

peregrinación por el desierto de la existencia”.

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Precisemos: el “hombre” es el hombre (del sexo —no del género— masculino),

“dueño y señor de la tierra”, ese miembro de la sociedad (la buena sociedad), cuya

“existencia es una brega infinita, siendo uno de sus principales capítulos la lucha

por la vida...”, ese hombre cuya imponente silueta dominaba (casi) todas las

prácticas socialmente aceptadas, glorificadas del fin de siglo.

Y luego la familia. Y por supuesto la esposa, la mujer que “con su amor infinito,

sus adivinaciones sublimes hace de sí misma para su marido su ángel bueno y de

la guarda, porque nunca lo abandona, siempre con él y para él...”.

En los números 17 (junio) y 18 (julio), aparece “Entre el amor y el deber”, que se

anuncian como “Ensayos literarios”. No son tal cosa: se trata más bien de un

cuento (romántico) sobre el rol “natural” que la mujer jugaba en la sociedad

cañedista todavía decimonónica. Hay que decir de entrada que se trata de un

cuento inconcluso (o quizá de una noveleta, sabrá Dios), cuyo final, si bien

múltiple, tenía que ser, por definición, edificante.

La Trama: una muchacha (Amalia), de buena familia y buen ver, huérfana, que

vive con su abuelo, al cual parece querer más que a su propia vida, conoce a un

galán (Ricardo) al término de una “misa mayor”. Esta simple constatación de ser

algo más que un compromiso familiar, trastoca el mundo (la representación del

mundo), que la nieta-mujer está llamada a ejercer. Un verdadero conflicto ya que

“desde aquel momento desapareció para Amalia la quietud en su corazón”.

Ya no volvió a publicar, dejando el suspenso en el aire.

Cenobia y Rosa Obregón

Estela y Omega. Se trata de las hermanas del futuro Presidente de la República,

el general Álvaro Obregón, quien en sus mocedades se empleara en Navolato, en

la hacienda de la familia Almada. Del parentesco no se puede inferir que haya

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influido en su aceptación como escritoras: faltaban dos décadas para que el

manco de Celaya se hiciera del poder.

Estela se llamaba Cenobia y, Omega, Rosa. Ambas publican en el núm. 13 de la

revista (en la portada), ambos anuncian sus poemas como “exclusiva” para la

Bohemia. De Omega es su única aparición; Estela, en cambio, vuelve a aparecer

en el núm. 16 con el poema “Una mañana en el bosque”.

La primera nube (fragmento) Inesperada tempestad, y fiera, Desde entonces me enoja de las flores que barrió con mi pobre primavera. el secreto vaiven, el canto de los tiernos ruiseñores La borrasca pasó… con ansia loca me hace sufrir también, busqué iris de paz, y sólo soy feliz en la espesura un risco, aquí miraba… allá otra roca, cuando contemplo alguna nube oscura. pero el iris jamás… jamás apareció; terrible calma dejó la tempestad dentro de mi alma. Estela Si alguna vez (fragmento) Si alguna vez la vista alzas al cielo, como es éste que llevo aquí en el pecho,

demandando piedad, sin poderlo arrancar, y a dios preguntas con afán profundo entonces, no te canses, en la tierra

dónde la dicha está; la dicha no hallarás si sufres un dolor sin esperanza hasta que duermas en la tumba fría

tan negro, tan tenaz sin despertar jamás. Omega

Aquí me detengo. Es cierto que los textos y los autores de la Bohemia, dan para

más, ¡para mucho más!, pero las exigencias apremian. La revista decimonónica

cañedista es para las letras sinaloenses como un espejo frente a un ciego que de

pronto, por un momento recupera la vista, y se ve a sí mismo, y se reconoce en

esos razgos, en esos ojos que lo miran desde la superficie plana: y es lo reflejado

y es el reflejo.

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Capítulo IV

Arte: de la seducción al olvido

La revista Arte, dirigida de principio a fin por Enrique González Martínez, nos

permite asomarnos a un fenómeno literario de la mayor importancia: el de la

recepción de la literatura universal. No se trata de una publicación que apueste por

el descubrimiento de nuevas voces, como es el caso de la gran mayoría de las

revistas literaria de provincia que a la sazón se publican (el Verbo Rojo, Flor de

Lis, por ejemplo), y cumplen por ello un papel fundamental en el impulso de las

literaturas locales, lo cual representa su fuerza y su debilidad al mismo tiempo: por

un lado, se convierten en la condición de posibilidad del surgimiento de nuevos

escritores, pero por otro, contribuyen a la proliferación de glorias locales, cuyos

textos de escasa o nula calidad ahogan a los de verdadera importancia. Las

revistas literarias de este tipo cumplen con el adagio shakesperiano: mucho ruido

y pocas nueces. El caso de Arte es completamente distinto.

Índice A Alba, Rafael de “María”, de Jorge Isaacs, 41; Amor, 84; “Rumores de mi huerto”, 89. Amador, Severo El genio, 152; Ritornello primaveral, 168. Amicis, Edmundo de Garibaldi, 38; Arenales, Ricardo Poemas breves, 140; Nocturno VI, 166. Argûello, Santiago Era, 98. Azuela, Mariano Nostalgias, 176. B Baroja, Pío

El vago, 148; ¡Triste país!, 150. Brisson, Adolfo Catule Mendés Id., 177.

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C Campo, Ángel de Las tres faltas de Mendieta, 25. D Delgado, Juan B.

En marzo, febrero loco, 85. Darío, Rubén En la muerte de Rafael Nuñez, 100. Dávalos, Balbino

La fragua (Richepín), 129. Diez Cañedo, Enrique

La Moza de cántaro, 174; De vuelta del pinar, 174. F Fabra, Nilo Carlos IV y María Luisa, 70. Fernández Ledesma, Enrique

En el sendero desolado, 97; De “Cartas sueltas”, 137. Flores, Esteban Nocturno, 5. France, Anatole De “El jardín de Epicuro”, 15; El pastel de lenguas, 172. Ferrero, Guillermo

César y Lúculo, 169. G Gamio, Rodrigo

Noche del trópico, 84. Gómez Carrillo, Enrique

Cielo del Ática, 161. González Martínez, Enrique A vuelo, 1; Vésper, 13; En voz baja, 14; El éxtasis del silencio, 46; Soledad, 78;

Peregrinando, 95; Nocturno, 167; Balada, 173. J Jaimes Freire, Ricardo País de ensueño, 122. Junco de la Vega, Celedonio

Hojas y corazones, 159. L Lemaitre, Jules La virgen de los ángeles, 123. Lugones, Leopoldo

Mapa-mundi, 120.

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M Machado, Antonio

Las moscas, 19; Elegía de un madrigal, 20; Recuerdo Infantil, 127. Machado, Manuel

La voz que dice, 6; Retablo, 131; Oliveretto de Fermo, 131. Marc, Twain La señora Mac Williams y el relámpago, 47. Marquina, Eduardo

Égloga, 23. Mata, Andrés A.

Pentélica, 54. Medina, Francisco Sanguínea, 173. Mora, José Sabás de la Santa Claus, 7; El ladrón, 101; Cuento de navidad, 153. O Obligado, Rafael Madrigal, 33. Olabíguel, Francisco M. de Rondel, 130. Osuna, Sixto Reverie, 37; Edmundo de Amicis, 39; La lluvia, 73; In pace, 104; “El amor de las sirenas”,

105. P Pichardo, Manuel S. Sueño (Ada Negri), 158. R Rebolledo, Efrén De los sátiros traidores, 31. Redacción Anatole France, 21; Notas bibliográficas, 24; Notas bibliográficas, 110; Stephan Mallarmé,

132; Libros recibidos, 160; “Visiones”, 182. Répide, Pedro de La canción del carro negro, 61; Modernismo, 86. Rueda, Salvador

El sueño de la estatua, 182. S Salado Álvarez, Victoriano

Mandas a los pobres, 80. Silva, José Asunción

Un poema, 55. Swientochowski, Alejandro Los dos filósofos, 64.

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T Tablada, José Juan De “Sonetos de la hiedra”, 122. U Urueta, Jesús Dura Ley, 34; Colibrí, 72. V Valencia, Guillermo Aparición, 99. Valenzuela, Jesús E. A Elha, 79. Valle Inclán, Ramón del Un cabecilla, 57. Velasco, José

Horas, 83. Verdugo Fálquez, Francisco De “Naufragio”, 114. Villaespesa, Francisco Autorretrato, Al volver de la aldea, 62; Hastío, de “Oaristos”, 63; Liberación, Vorrei morire,

128; De “Eglogas campestres”, de “Sinceridades”, 175.

Tomo II, núm. 9, marzo de 1909. El índice que aparece más arriba corresponde a los dos primeros tomos de la

revista, misma que habría de publicar dos entregas más. No se insertaron los

textos el índice citado para mantener el registro llevado por los editores.

F France, Anatole Amycus y Celestino, 305. G González Martínez, Enrique Yo voy alegremente…, 303. I Iberri, Alfonso Una guapa mujer, 301. L Loti, Pierre

Media noche de invierno ante la Gran Esfinge, 313.

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M Mendés, Catulle

La novicia, 321. R Rodenbach, G. La campana, 327. V Valenzuela, Jesús E. Al señor Enrique González Martínez, 326. Z Zaragoza, Antonio

La serenata del arlequín, 316. Zozaya, Antonio

El Huerto de Epicteto, 295.

Uno podría suponer que las cosas no son como se dicen más arriba, apenas abrir

el volumen que contiene los diecisiete números que aparecieron entre el 1 de julio

de 1907 y el 31 de mayo de 1909. Y es que ya en la primera página de Arte,

misma que funciona como portada y página legal, aparece “Un caso de

espiritismo. Relato fantástico”, de la autoría de José Sabás de la Mora, editor

propietario de la revista. Uno esperaría que le siguieran en tropel autores que por

primera (y acaso única) vez en su vida, vieran sus escritos en letra de molde. No

es así. Junto al texto de De la mora aparecen “Felipe IV” de Manuel Machado,

“Silenter” de González Martínez, “La última visita del gentilhombre enfermo” de

Giovanni Papini, “Pax” de Leopoldo Lugones, “La emoción de las flores” de Rafael

López, “La parisiense” de Anatole France, “Un padre nuestro por el alma del Rey

Luis de Baviera en el lugar de su tránsito” de Amado Nervo, la sección Bibliografía,

que en este caso comenta el libro de poesía Lirismos de González Martínez

recientemente publicado en Sinaloa, y una nota intitulada “Giovanni Papini” donde

se comenta la trayectoria de “este joven escritor italiano (veinticinco años) que

está llamando poderosamente la atención en su patria por sus tendencias

revolucionarias en arte y por su manera de escribir fuerte y personal”.

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Treinta y cinco años después de desaparecida la revista, Enrique González

Martínez relata su génesis en El hombre del búho. Eran los tiempos modernistas

del poeta, presa entonces de un “parnasianismo inconfesable” que se traducía

nítidamente en Lirismos y Preludios, publicados precisamente en el solar

sinaloense:

El ambiente modernista de la poesía mexicana de entonces no me conquistó, pero conturbó mi espíritu profundamente y despertó en mí un ansia de renovación.

Según el poeta, el retiro sinaloense habría de abonar a su favor la lejanía de

“influencias y cenáculos”, pero implicaba también una dolorosa soledad respecto

de su obra, soledad que sólo una publicación como Arte podía tornar menos

profunda, más llevadera. Aprovechando la amistad del gobernador Cañedo, que lo

había nombrado recientemente prefecto de Mocorito, logra que Sixto Osuna sea

contratado como secretario de la prefectura, puesto que antes ocupara José

Sabás de la Mora, dueño del periódico semanal Voz del Norte.

Para descargarme de labores de oficina, a las cuales no podía consagrar mi tiempo, había llamado al que fuera por algún tiempo maestro de la escuela: José Sabás de la Mora. Era este amigo mío inteligente, hombre de buena voluntad, ambicioso en el buen sentido de la palabra, de mediana cultura y de una lealtad a toda prueba. En el puesto de secretario de la prefectura, me sirvió con actividad y eficacia, y como redactaba un semanario La Voz del Norte, me ofreció su imprenta para la publicación de una revista. Con pena, le pedía el puesto que ocupaba para ofrecérselo a Sixto Osuna, y él, aunque un poco dolido de mi preferencia, lo cedió en beneficio de mi amigo.

Respecto a La Voz del Norte hay que señalar, de inicio, que se trata de una

empresa eminentemente electoral, aunque su director y administrador, José

Sabás de la Mora, no aceptara dicho aserto, ya que consideraba a su publicación

como un “Semanario dedicado a promover el progreso del distrito”, tal como

rezaba su lema.

La Voz del Norte vio la luz el 4 de julio de 1903, aparecía los sábados y constaba

de cuatro páginas; se imprimía en la imprenta propiedad del Sabás de la Mora,

ubicada en la calle Porfirio Díaz, su precio mensual era de veinticinco centavos y

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la edición del día costaba cinco centavos. Sus colaboradores eran: Enrique

González Martínez, Antonio Echeverría, Adolfo Avilés, Manuel J. Esquer y Luis

Monzón. Los anuncios que aparecían en sus páginas eran: Echeverría, Esquer y

Cía, comerciantes y comisionistas; Botica económica Gabriel Valdés y Cía.; 2 de

abril. Abarrotes, cantina, billar. Medardo Lugo y Castro; Inzunza Sucesores.

Banqueros de “La Mutua”, depósito de granos, petróleo, oro, plata, pieles;

Hacienda Tres Hermanos. Fabrica de azúcar y alcohol.

Para esas fechas era prefecto político don Antonio Echeverría, prominente

comerciante de la localidad, y activo del semanario según se anuncia en la

primera página. Por lo demás, los colaboradores que aparecen enlistados casi no

participan con escritos de autoría expresa, excepto González Martínez que en el

núm. 3 del 18 de julio de 1903 publica su poema:

Juárez Sin que le manche la mundana escoria Luchador incansable del derecho se eleva altivo, inquebrantable y fuerte, jamás penetra en su cerrado pecho impasible y sereno ante la muerte, duda fatal o femenil desmayo. sereno e impasible en la victoria. ¡Roca que se alza hasta el cenit ilesa No codicia los lauros de la gloria lo mismo cuando el céfiro la besa ni solicita dones de la suerte que si la hiere fulminante el rayo! y en héroe legendario se convierte ante el fallo solemne de la historia.

Se trata de la primera publicación literaria del semanario mocoritense, que de esta

manera abriría las puertas a otros textos similares: en el núm. 4 aparecería

“Holocausto” del gran poeta modernista y proletario Leopoldo Lugones y en el

núm. 5, “Poemas”, de José Becerra, colaborador de la revista tapatía Flor de Lis;

hasta que por fin en el núm. 29 del 9 de enero de 1904, como regalo a sus

lectores publica Amado Nervo su:

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Año Nuevo (1903-1904) ¡Otro año más! Las misteriosas puertas Mas para ti, falange de veinte años abre de nuevo el porvenir sombrío; que no sabes de penas ni de engaños, tal vez para el placer y el poderío, y que sin miedo al porvenir te lanzas. tal vez para el dolor están abiertas. Para ti, juventud, la triunfadora, Para los que cruzamos los desiertos, en su seno de luz mansiones del pesar y del hastío. traerá la aurora ¡Otro año más de desencanto y frío, más vida, más amor, más esperanza. de sueños idos y de dichas muertas!

Sobre los propósitos electorales que alentaron la aparición del semanario,

tenemos que para el núm. 2, correspondiente al 11 del mismo año, aparece en

primera plana:

La Voz del Norte postula para Presidente de la República Mexicana en el próximo periodo constitucional de 1904 a 1908 al señor General de División Porfirio Díaz.

Apenas pasada una semana, entonces, el periódico descubrió su vocación

democrática, sin duda para promover el progreso del distrito.

Periódicos aparecidos durante el cañedismo:

Primera etapa del cañedismo (1877-1885) La Voz de Tuxtepec Culiacán 1877 El Crepúsculo Culiacán 1879 Juan Sin Miedo Mazatlán 1879 La Tarántula Mazatlán 1879 La Verdad Culiacán 1879 El Tornillo Mazatlán 1879 El Progresista El Rosario Culiacán 1879 El Monitor del Pacífico Culiacán 1879 El Correo del Lunes Mazatlán 1880 El Globo Mazatlán 1880 El Correo de Occidente Culiacán 1882 El Occidental Culiacán 1883 La Voz de Mazatlán Mazatlán 1883 El Correo de la Tarde Mazatlán 1885 El Mundo Moral Mazatlán 1885

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Segunda etapa del cañedismo (1885-1909) El Combate Mazatlán 1886 Veritas Mazatlán 1886 El Eco de El Fuerte El Fuerte 1886 El Alacrán Mazatlán 1886 El Municipio de Mazatlán Mazatlán 1887 El Sinaloense Culiacán 1887 El Toro Mazatlán 1887 El Fantasma Mazatlán 1887 El Pacífico Mazatlán 1887 El Estudiante Culiacán 1887 El Colegio Independencia Mazatlán 1887 Campanone Mazatlán 1887 El Eco Juvenil Culiacán 1887 La Espada de Damocles Mazatlán 1887 El Eco Popular Mazatlán 1887 La Gaceta Sinaloense Mazatlán 1887 El Grillo Mazatlán 1887 El Occidente Mazatlán 1887 La Opinión Culiacán 1887 El Pato Mazatlán 1887 La Prensa Mazatlán 1887 El Pensamiento Mazatlán 1887 El Correo de Occidente Culiacán 1888 La Opinión Culiacán 1888 El Pacífico Culiacán 1888 The Credit Foncier of Sinaloa Topolobampo 1888 El Sur de Sinaloa El Rosario 1888 El Tábano El Rosario 1888 Prisma Guadalupe de los Reyes 1888 Buscapiés Político El Rosario 1889 La Cotorra El Rosario 1889 El Minero Sinaloense Mazatlán 1889 Mazatlán Mazatlán 1889 El Pacífico Mazatlán 1889 El Progreso Culiacán 1889 La Sardina Mazatlán 1889 El Anunciador Mercantil El Rosario 1890 El Bisemanal Mazatlán 1890 El Combate Mazatlán 1890 Iris Mocorito 1890 El Imparcial El Rosario 1890 El Clavel Culiacán 1890 El Golfo de Cortés El Rosario 1890 La Píldora Mazatlán 1890 El Relámpago Culiacán 1890 El Eco de El Fuerte El Fuerte 1891 El Monitor Lancasteriano Mazatlán 1891 La Salamanquesa Culiacán 1891 El Día El Fuerte 1892 El Occidental Culiacán 1892 La Voz de El Rosario El Rosario 1892 El Mutualista Mazatlán 1892 El Regenerador Culiacán 1892

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El Gladiador Culiacán 1892 La Voz de la Juventud Culiacán 1893 El Malcriado Mazatlán 1895 La Revista Mazatlán 1896 La Bohemia Sinaloense Culiacán 1897 El Noticioso Culiacán 1897 Diamante Culiacán 1898 El Monitor Sinaloense Culiacán 1898 La Regeneración de Sinaloa Culiacán 1898 La Voz de Mazatlán Mazatlán 1900 La Lidia Mazatlán 1901 El Toreo Mazatlán 1901 La Tribuna Mazatlán 1901 Our Hatcher El Fuerte 1902 El Gazetero Informativo Topolobampo 1903 La Voz del Norte Mocorito 1903 Sancho Panza Mazatlán 1903 El Demócrata Mazatlán 1904 El Occidente Mazatlán 1904 Boletín Eclasiástico de la Diócesis de Sinaloa Culiacán 1905 El Distrito de Mazatlán Mazatlán 1905 Edición Álbum Mazatlán 1906 Mefistófeles Mazatlán 1908 El Baluarte El Rosario 1909 El Clarín Político Culiacán 1909 El Correo del Comercio Político Mazatlán 1909 El Correo de Occidente 1909 El Progreso de Sinaloa Mazatlán 1909 El Gladiador Mazatlán 1909 El Occidente Mazatlán 1909 El Principio El Fuerte 1909 El Eco Religioso Culiacán 1909 El Eco Rosarense El Rosario 1909 El Reportero El Fuerte 1909 La Escuela Popular Culiacán 1909 Maestros y Padres Mocorito 1909 Mazatlán Escolar Mazatlán 1909 El Paladín El Fuerte 1909 Diario del Pacífico de Mazatlán Mazatlán 1910 El Gallo de Tía Petrona 1910 El Nuevo Paladín Político El Fuerte 1910 Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Sinaloa Culiacán 1910 El Eco de El Fuerte El Fuerte 1910 La Aplanadora Mazatlán 1911 El Hijo del Alacrán Mazatlán 1911 La Justicia Informativa Culiacán 1911 El Liberal Culiacán 1911 La Reforma El Rosario 1911 El Regenerador Culiacán 1911 Rumbos Nuevos Culiacán 1911 El Sentimiento Público El Fuerte 1911 _______________________________________________________________________________ Relación basada en Héctor R. Olea, La imprenta y el periodismo en Sinaloa (1826-1950), UAS, Difocur, 1995.

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4.1 Pluscuamprefecto y su gavilla

La revista Arte nace dos años previos a la muerte de Cañedo, ocurrida el 5 de

junio de 1909, y se extingue para siempre cinco días antes que el general

porfirista, habida cuenta que el último número de la publicación está fechado el 31

de mayo del mismo año. El deceso de la publicación contrastará en fulgor frente a

las exequias del gobernante, pues apenas unos cuantos se percataron de que

Sinaloa perdía uno de los tesoros culturales que luego han presumido más de tres

mocoritenses. Perdido el juguete se acaba el juego: González Martínez, el director

de la revista, el prefecto político, no tardará en abandonar definitivamente

Mocorito, la tierra del chilorio y de esa matriz paridora de héroes de guerra que un

día se llamó Agustina Ramírez y que el tiempo, con su manto de justicia que todo

lo cubre, ha convertido en meritoria medalla. Dios sabe lo que hace.

Como nada surge de la nada (eso ya lo sabían lo griegos y lo confirmaría el

molinero Menocchio), tenemos que anclar la aparición de la revista mocoritense a

una serie de personas y sucedidos. Las personas: Enrique González Martínez,

Sixto Osuna y José Sabás de la Mora que fueron quienes se encargaron de hacer

la revista; y algunas más: el gobernador Cañedo que nombró prefecto político a

González Martínez; el anterior prefecto, Antonio Echavarría, que “había

renunciado a su cargo por enfermedad” según relata el propio director de la revista

en su célebre libro de memorias El hombre del búho; y Julio G. Arce otro

jalisciense radicado en Sinaloa, que diez años antes publicara poemas sueltos de

González Martínez en la revista culiacanense La Bohemia Sinaloense (dicho sea

entre paréntesis, ningún texto de Julio G. Arce fue jamás publicado en Arte.) Los

sucedidos: El fracaso del autor de Preludios, poemario aparecido en Mazatlán en

1903, en su intento por radicar en la Ciudad de México justo a la mitad de la

primera década del siglo; la aparición el 4 de julio de 1903 del semanario La Voz

del Norte, propiedad de José Sabás de la Mora, que contaba entre sus

colaboradores al prefecto Antonio Echavarría y al propio González Martínez, y que

para su segunda entrega postulara “para presidente de la república mexicana en

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el próximo periodo constitucional de 1904 a 1908, al Sr. General de División

Porfirio Díaz”; el revés de Sixto Osuna en su intento por conquistar la metrópoli, y

su posterior refugio en Guadalajara como redactor de Flor de Lis, acaso la revista

de provincia más importante del momento.

Según el “Índice” publicado en el núm. 9 del tomo II, correspondiente a marzo de

1909, la revista publicó a cincuenta autores y ochenta textos, más diez elementos

por rubro que aparecen en los números 1 y 2 del tomo III, tenemos un total de

sesenta autores y noventa textos; las recensiones no están contabilizadas. De

este universo se puede obtener una serie de variables que aquí nos limitaremos

sólo a señalar: por autores: internacionales, nacionales, regionales; por sexo, con

obra publicada, vivos, consuetudinarios, etcétera; por textos: poesía, cuento,

ensayo, de temática amorosa, patriótica, religiosa, educativa, filosófica, etcétera.

Las variables pueden aumentar, sin embargo, habría que establecer claramente la

pertinencia de las mismas y no ponerlas en acto sin más. Una respuesta sin

embargo si puede adelantarse: en Arte, las féminas aparecen en los textos pero

no firman ninguno, ostentando así una mezquindad de género tan mal vista en

nuestros días, y por lo mismo tan entrañable.

4.1.1 Enrique González Martínez

Nacido en Guadalajara, Jalisco, el 13 de abril de 1871, González Martínez hizo

carrera política en Sinaloa, misma que sobrellevó con su incipiente y promisoria

carrera literaria. De talante conservador, el jalisciense imprimirá ese signo en sus

prácticas artística y política: por un lado, si bien ancla inicialmente en el

modernismo, pronto lo abandonará, exigido por su rechazo a los excesos

preciosistas del movimiento; por otro, su perfecto acomodo en la elite cañedista, le

lleva a ocupar puestos que rebasan la disponibilidad administrativa, por decir lo

menos, del bisoño político porfirista que era. Evolucionó, sí, aunque no hay que

dar por sentado que lo hizo para bien.

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Los prefectos, por su parte, de Rosario, Concordia, San Ignacio, Cosalá, Badiraguato, Mocorito, Sinaloa y El Fuerte, percibían 5.00 pesos diarios; el de Mazatlán 10 y el de Culiacán 7 pesos, y vivían bien, alcanzándoles el dinero para comer, vestir y una que otra francachela.136

“Médico rural en Sinaloa”, así comienza José Emilio Pacheco la ficha de

presentación de González Martínez para su poesía mexicana;137 lo cierto es que la

literatura y la política son los ejes sobre los que giran las preocupaciones de este

médico recién egresado como cirujano partero, según nos recuerda Herberto

Sinagawa.138

En una apretada síntesis de su vida política, Sinagawa Montoya refiere lo

siguiente:

“Su nieto Enrique González Rojo Arthur, dice que su abuelo le dijo a don josé Vasconcelos: —Mira Pepe, tú empezaste como revolucionario y ahora eres un cochino reaccionario; en cambio yo empecé al revés: de cochino reaccionario me convertí en revolucionario.”

Con todo y que la anécdota tenga de cierto, no deja de parecer desproporcionada

la comparación entre el Secretario de Gobierno de Diego Redo y el Secretario de

Educación obregonista. La de González Martínez es una carrera política marcada

por el desdoro, que traicionó las legítimas aspiraciones democráticas de su

tiempo, enmarcado éste, como ya se ha dicho anteriormente, en una modernidad

que reclamaba la incorporación social de ciudadanos libres.

En Sinaloa, por lo demás, la participación política de González Martínez se limita a

reuniones y componendas menores, para apuntalar a un gobierno estatal que ya

advertía el fatal desenlace de una dictadura que no terminaba por llegar a su fin.

136. José María Figueroa Díaz, “El general Cañedo. Gobernador de Sinaloa (1877-1909)”, en José María Figueroa Díaz y Gilberto López Alanís, op. cit., p. 42.

137. José Emilio Pacheco, op. cit., p. 296. A propósito de la labor médica del jalisciense, Jorge Cuesta gustaba de decir que la única intervención quirúrgica que había realizado González Martínez era precisamente torcerle el cuello al cisne. “Médico rural”: después del relato kafkiano que lleva ese título, no se puede emplearlo sin más, como en este caso, sin que suene a choteo.

138. Herberto Sinagawa Montoya, Sinaloa, historia y destino, Culiacán, Editorial Cahita, 1986, p. 192.

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En el caso de la campaña para suceder a Cañedo, es cierto que apuesta por

Diego Redo, pero sus participaciones en La Voz del Norte, periódico mocoritense

orientado a favor de la campaña de Redo hasta la ignominia, brillan por su

ausencia: apenas si aparece su firma en textos colectivos que proclamaban su

adhesión al candidato de la oligarquía sinaloense.

En ocasiones, corresponde a su mujer una participación política de mayor calado,

por ejemplo, la kermesse para reunir fondos de campaña por la presidencia a

favor de Porfirio Díaz, realizada el 14 de septiembre de 2003. La señora Luisa R.

de González Martínez participó vendiendo “pollo a la Tuxtepec”, que recaudó la

cantidad de 56.95 pesos, quedando en cuarto lugar en cuanto a ganancias se

refiere: sólo por debajo de lo recaudado por la cantina (176.45 pesos), la venta de

helados (91.10 pesos) y las “multas” (61.20 pesos).139 En la misma nota se aclara

que la cantina tuvo que invertir 110.40 pesos, que hay que restar a la cantidad

antes referida, y que la señora de González Martínez habría corrido con los gastos

de los insumos del heroico platillo, por lo que los 56.95 ingresaban íntegros a la

coperacha presidencial.

No sucedió lo mismo en su posterior actividad periodística, durante los

acontecimientos que desembocarían en la tristemente célebre Decena Trágica:

como editorialista de El imparcial: González Martínez emprende una campaña

decisiva para derrocar al presidente Madero y condenarlo a una muerte más que

anunciada. De esta, ahora sí, destacada participación política sale ungido como

subsecretario de Instrucción Pública en el gobierno de Huerta. Derrocado el

gobierno golpista por las fuerzas constitucionalistas comandadas por Carranza el

otrora “médico rural” no sufre el exilio, como la mayoría de sus correligionarios: se

queda en la capital y oficia como figura intelectual acrática, colocando de esta

manera los cimientos que más tarde sostendrán una carrera diplomática de gran

aliento: ministro mexicano en Chile, Argentina, Portugal y España, no conoce

139. La Voz del Norte, núm. 12, 20 de septiembre de 1903 (suplemento).

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obstáculos porque no los hay, o los libra fácilmente gracias a sus encantadoras

maneras de conducirse socialmente.

Fue el último poeta modernista mexicano, impulsor de una lírica refinada, exenta

(o casi) del preciosismo y la bisutería que plagan los textos de sus antecesores.

En su juventud fue devoto lector de los parnasianos y simbolistas franceses, lo

cual se respira en sus libros Lirismos (1903) y Preludios (1907), ambos publicados

en Sinaloa, y ambos agrupados por él mismo bajo el lastimoso título de La hora

inútil. En estas dos primeras obras González Martínez acusa el influjo de Heredia

y Leconte de Lisle: “Fuente oculta”, “Ruinas”, “Pagana”, “La fuga del centauro”, “El

rústico indolente”, resuenan como murmullo de fondo entre sus textos. Sin

abandonar los mismos elementos temáticos publica (también en Sinaloa) Silenter

(1909), echando mano por primera vez del verso tripentálico tan caro a Pedro

Antonio González y también el de diecisiete sílabas, que no reclamaba paternidad

única, decididamente mostrenco.

González Martínez ama su arte con veneración; cuida y acicala su Musa y la pone cada día más en alto al alcance solamente de la “élite” intelectual. El artista moderno no puede aspirar a la popularidad que, hoy por hoy, se confunde con la vulgaridad. Federico Nietzsche decía que se contentaba con dos lectores a quienes tuviera su gran estima. Es demasiado orgullo quizás; pero con todo esto da la medida del público a que debe aspirar un artista verdadero. ¡Oh tu quietud vibrante, tu magnánima calma sonora, la que enraiza en el hondo corazón de la tierra bendita, y tus hojas que fingen, en un rapto de sed infinita, tu visión insaciada, la púpila que todo lo explora! “Al espíritu de árbol”140

Silenter representa el punto de inflexión en lo poesía de González Martínez, que

apuesta por una actitud meditativa y honda frente a la vida, una suerte de

sabiduría precoz (el poeta tiene 38 años) que lo hace aparecer con ese aire de

gravedad que otorga el medio siglo de vida. Con este libro se anuncia ya su

ruptura con el modernismo, que tardará sólo dos años en fraguarse.

140. Arte, núm. 1, t. I, 1° de julio de 1907.

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Busca en todas las cosas un alma y un sentido oculto; no te ciñas a la apariencia vana; husmea, sigue el rastro de la verdad arcana, escudriñante el ojo y agusado el oído.141

Es en Los senderos ocultos donde rompe lanzas con el modernismo y su

tendencia hipocondríaca al mal del siglo, oponiendo a la inquietud y la angustia del

vivir contemporáneo la contemplación profunda y la búsqueda de lo esencial. El

poeta se transmuta en filósofo. En el soneto “Tuércele el cuello al cisne…”, esta

nueva actitud encontró su expresión más clara y quizá la que más acercó al poeta

al reconocimiento popular, como si de un pacto de pobres se tratara.142

Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje Mira el sapiente búho cómo tiende las alas que da su nota blanca al azul de la fuente; desde el Olimpo, el pasea su gracia no más, pero no siente deja el regazo de Palas el alma de las cosas ni la voz del paisaje. y posa en aquel árbol. Huye de toda forma y de todo lenguaje Él no tiene la gracia del cisne, que no vayan acordes con el ritmo latente más su inquieta pupila que se clava de la vida profunda… y adora intensamente en la sombra interpreta la vida, y que la vida comprenda tu homenaje. el misteriosos liro del silencio nocturno.

La importancia de González Martínez para las letras nacionales, corre al parejo de

la que tuvo para la conformación de la vida literaria en Sinaloa, donde ejerció de

médico, prefecto político, consejero aúlico del gobernador Cañedo y entusiasta

promotor de la última reelección de Porfirio Díaz a la presidencia del país. Es de

destacarse que su hijo, Enrique González Rojo, perteneciente al grupo de los

Contemporáneos fue un reconocido académico de la Universidad de Sinaloa,

donde desempeñó diversos puestos de importancia, llegando a considerársele

como buen prospecto para el cargo de rector. Su prematura muerte causó gran

pena a su padre, que ni sus estériles nominaciones al premio nobel lograron

nunca disipar.

141. Al respecto, Rigoberto Rodríguez Benitez ha señalado en un trabajo titulado “Enrique González Martínez en la formación del imaginario sinaloense en la década prerrevolucionaria“, el periplo seguido por el poeta desde la aparición de sus primeros libros en tierras sinaloense, hasta su abandono definitivo del estado, que coincide con las estaciones poéticas del autor de Silenter.

142. “La idea de torcerle el cuello al cisne como símbolo de elegancia inútil es semejante a otra expresada por Verlaine: Prends l’élocuence et tords lui le cou (Art poétique). En el fondo, ambas expresiones tienden a lo mismo, son de pareja índole.”, Max Henríquez Hureña, op. cit., p. 495.

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Para cerrar este apartado, hay que decir (pese a la importancia de la labor editorial

de González Martínez, desplegada sobre todo en Arte) que no favoreció

mayormente a los escritores locales, pero que su participación en la prensa (El

Correo de la Tarde, La voz del Norte, El Monitor Sinaloense, etcétera) sí

contribuyó significativamente para la conformación del imaginario sinaloense. Es

cosa que no se puede sicatear.143

Enrique González Martínez murió en 1952 a los ochenta años, en la Ciudad de

México. Era febrero. Seguramente hacía frío, sobre todo a media noche.

4.1.2 Sixto Osuna

Nació en Villa Unión el 28 de marzo de 1871. Enrique González Martínez lo

presenta como el filósofo del grupo que el futuro prefecto mocoritense frecuentara

en su juventud tapatía:

era Sixto Osuna un espíritu lógico y de alta comprensión, de modo que su pericia me ayudaba a salvar los obstáculos que provenían de mi poco gusto, o más bien dicho, de mi natural incapacidad. Nos metimos en la prosa pesada de Comte, leímos con más facilidad a Spencer, a Boutroux, a Guyay; con deleite a Bergson, y en pocos meses pasamos los ojos (los de mi amigo, ávidos, los míos distraídos) por las páginas de pensadores, psicólogos y moralistas. Sixto afianzó en todo aquello su seria y vasta cultura filosófica; yo, quedé con muchas lagunas de ignorancia que no desaparecieron jamás.144

Fue también el prologuista de Silenter, libro al que consideró definitivo en la obra

del poeta; y no hay que olvidar que Enrique González Martínez le llama “mi hosca

e intransigente conciencia literaria”:

Volcó Osuna en el prólogo su buen decir, su cariño y su amistad. No anduvo parco en los elogios. Aseguró que había yo franqueado el periodo de la imitación a que se sujeta la imaginación constructiva, especialmente la imaginación estética, al principio de su desarrollo.

143. En diversos trabajos presentados en foros académico (y que a la fecha permanecen inéditos), Rigoberto Rodríguez Benítez aborda con mayor detalle el significado de la labor literaria y cultural de González Martínez, por lo que hay que esperar su pronta publicación.

144. Enrique González Martínez, El Hombre del Buho, México, Departamento de Bellas Artes del Estado de Jalisco, 1973.

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De 1920 a 1923 fue director de El Correo de la Tarde en el puerto de Mazatlán.

Según Herberto Sinagawa Montoya,145 Sixto Osuna colaboró en La Bohemia

Sinaloense, sólo que hasta donde yo alcancé a hurgar no encontré rastros

(escritos) que corroboren tal aserto; debo admitir, en su descargo, que según me

informó el estudioso de la época Agustín Velázquez Soto, existió una segunda

época de La Bohemia Sinaloense que yo no he podido localizar. Celia del Palacio,

por su parte, supone que esta segunda época tiene lugar en 1904, pero confiesa

no haber tenido tampoco acceso a la misma.146 Mario Martini, sin mencionar la

posible existencia de una segunda Bohemia, también lo menciona entre los

colaboradores de esta publicación.147

Pero una cosa si es incontrovertible: Sixto Osuna fue todo un poeta de su tiempo, de valor universal, de calidad suprema, reconocido por los críticos más exigentes de nuestra patria y de los círculos intelectuales de españa, que desfilan en sus cartas con toda prestancia, provocando a su modestia radical y a la soledad de su espíritu que vivía en la geografía mínima de Villa Unión, del placer de la caza y de la lumbre tierna de los cielos de Sinaloa. Su amor por la provincia se conservó intacto. Su cariño al campesino y al hombre de ambiente popular fue perfecto y eterno. Y sobre todo, su alma de niño, su alma abrasada hasta la muerte con el verde esmeralda de los montes extraordinarios que le dieron la esencia de su fantasía interminable. Fue un personaje enraizado en su breve pueblo natal —Villa Unión— en donde pasó lo mejor de su vida leyendo, trabajando, escribiendo.148

A la muerte de Osuna su archivo personal pasa a manos de Enrique Pérez Arce, y

no tuvo la fortuna de una recopilación que la salvara del olvido; si aún existe, no se

sabe: sólo una pequeña parte, como ya se dijo, se encuentra dispersa en

periódicos y revistas de la época. La Universidad Autónoma de Sinaloa le publicó

en 1967 un folleto con diez y siete poemas prologado por Enrique Félix. Francisco

Higuera recogió en su Antología los poemas “La tarde apacible” y “La dolorosa”.149

145. La profusa información de Herberto Sinagawa, Sinaloa, historia y destino, Editorial Cahita, Culiacán, 1986, contrasta en muchos aspectos con la certeza de sus datos. No obstante, su libro nos permite reconstruir, así sea a brincos y tumbos, diversos aspectos de la historia de Sinaloa, que otros investigaciones del mismo corte no aciertan a cubrir.

146. Ver Celia del Palacio, “Julio G. Arce: un periodista Jalisciense en Sinaloa”. 147. Ver La patria íntima/Todos somos Sinaloa, en la dirección electrónica http://174.133.249.226/publicaciones.php?

1d=485748. 148. Mario Martini, ibid. 149. Ernesto Higuera López, Antología sinaloense, Culiacán, Ediciones Culturales del Gobierno del Estado de Sinaloa, vol.

I, 1958, pp.112-113.

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Yo soy un provinciano Yo soy un provinciano devoto del celaje, amigo de los campos y de la soledad. Mi espíritu es hermano del rústico paisaje y siente un instintivo desdén por la ciudad. Amo infinitamente los crepúsculos graves de los soles que expiran en un rojo martirio, y las albas amorosas de blancura de lirio ungidas por el coro de cristal de las aves. Departo con los árboles del bosque rumoroso; son buenos camaradas que comparten mi amor. Envidio al rey lunático que al árbol más hermoso puso un collar de oro y una guardia de honor. Hay huellas todavía del pasado de los dioses por selvas mlenarias. A veces imagino que Apolo pronunciara su verso sibilino y fueran tras las ninfas los sátiros veloces. Alguna vez mi sueño me finge minotauros o faunos que en ladanza recreándose van. Atruenan la llanura tropeles de centauros y es un raudal divino la flauta del dios Pan.150

Sus poemas aparecieron en El Correo de la Tarde, la Revista Moderna, Flor de

Lis, El Verbo Rojo, y algunas otras publicaciones, no muchas, porque en realidad

publicó muy poco: la mayor parte de su obra permaneció inédita mientras vivía y

hoy se encuentra extraviada.

4.1.3 José Sabás de la Mora

José Sabás de la Mora nació en Lagos de Moreno el 5 de diciembre de 1882. En

la ciudad de Tepic, antiguo cantón de Jalisco, cursó la primaria y estudios de

normalista, lo que le permitió acceder a un empleo educativo en Mazatlán, para de

ahí obtener el puesto de director de la Escuela de Varones de Mocorito. Su

vocación de maestro nunca le abandonaría, por lo que el periódico del cual era

director y editor-propietario se ocupaba frecuentemente de temas educativos,

además de preparar para los alumnos del tercer grado una Geografía de Sinaloa y

150. Mario Martini, ibid.

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un texto de Apuntes cívicos y, por si ello no fuera suficiente, el 29 de enero de

1904 aparece en un recuadro de La Voz del Norte la siguiente nota:

Sabás de la Mora da clases particulares de VI año y de contabilidad mercantil. Levanta planos de minas, de casas para obtener seguro contra y de solares para verificar denuncio de baldíos. Se encarga de pedir toda clase de libros, papel timbrado, tarjetas etcétera, etcétera. Admite en pupilaje niños que recibirán instrucción hasta V año, gratuitamente, en el establecimiento a su cargo.

Fue maestro de uno de los personajes revolucionarios que más mérito han

desplegado a los ojos de la historiografía regional: Rafael Buelna Tenorio, “el

Granito de Oro”, del que lo distanciaría para siempre la disputa Diego Redo-José

Ferrel para suceder a Cañedo. Así las cosas, en el núm. 580 de Voz del Norte se

lee:

“El niño héroe” Nos dicen, que huyendo de la cárcel, salió del estado el niño héroe Rafael Buelna. ¡Ya vendrá!

Apenas necesito decir que al lado de esta pequeña nota proliferan los denuestos

contra José Ferrel, Bernardo Reyes, Francisco I. Madero, Sánchez Azcona, y todo

lo que oliera a democracia o que cuestionara la reelección.

De su muerte se sabe que fue trágica: emisario del gobernador Redo para

negociar su rendición fue asesinado sin que mediara juicio alguno por Melquíades

Melendes y Antonio Franco, ambos rebeldes, ambos de trágico final. Al enterarse

de su muerte, González Martínez organizó una velada en su honor en la ciudad de

México, también le dedicó un poema que apareció en la primera edición de Los

senderos ocultos y que se omitió “por un descuido tipográfico” en sus Obras

Completas. Para hacer justicia (mínima extemporánea) se reproduce entero.

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En la muerte de mi amigo José Sabás de la Mora, editor de este libro:

Una mancha de sangre la blancura Por sobre el pardo velo de estas cándidas hojas empurpura de sucio polvo que lo cubre ahora y da su nota de dolor y muerte... ha de alzarse la mano imprecadora demandando justicia a tierra y cielo... Vida segada en flor, columna fuerte no por el prócer tiempo derruída, El sol le bañará con el consuelo mas por la vil piqueta... Grácil vida de sus vislumbrantes cálidas... Las gotas que era como un laurel... No reverente de la llovizna mojarán las rotas mano la deshojó para la frente y holladas hierbas... Le dará la amable de altivo triunfador, sino la noche femenil primavera su caricia... mandíbula del asno hincóle el diente. Mas la mano crispada e implacable ¡Qué destino! ...Ser roble dirá en su muda expectación: ¡Justicia!... y no caer al rayo y la tormenta, sino al hacha violenta ¡Justicia!... Y es en vano de zafio leñador... ¡Oh, santa ira! que el egoísmo humano diga: descansa en paz bajo la mansa Dicen: descansa en paz bajo la mansa ternura de la tierra... ternura de la tierra... ¡No, mentira!... Este muerto rebelde no descansa... ¡No descansa!

Sobre la aparición de Arte, el editorial de La Voz del Norte del 3 de julio de 1907,

es decir dos meses antes de que apareciera el primer numero, anunciaba de esta

manera su oferta cultural:

Hemos hecho práctico el pensamiento de manifestar de una manera incontestable que correspondemos nuestros afanes a la protección que se nos imparte y nuestro ofrecimiento de mejoría van materializados en una revista mensual, que se recibirá gratuitamente; en la repartición como regalo de año nuevo, de un bonito cromo con exfoliador para 1908, y en la distribución de una buena obra, probablemente la segunda edición del hermoso libro de versos “Preludios”, del conocido poeta Enrique González Martínez, primorosamente impreso y cuyo precio ínfimo será de $1.50 pesos.151

4.2 Los autores

La nómina es amplia. La revista Arte en su corta vida publicó a más de medio

centenar de autores, la mayoría de las ocasiones de gran calidad, aunque pocas

veces en exclusiva; contradictio in terminus: las elites de entones eran más bien

democráticas en sus derechos reservados. Cosas del capitalismo incipiente,

bondades de la libre concurrencia.

151. La Voz del Norte, 3 de Julio de 1907.

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Sobre el lugar de las mujeres en Arte, no hay mucho que decir: su ausencia es

escandalosa si se la compara con La Bohemia, aunque muy coherente si se trae a

colación a la revista tapatía Flor de Lis, en la cual colaboró asiduamente González

Martínez y en la que figura como directivo Sixto Osuna. A la mujer se le tenía

reservado el papel de musa y, en el mejor de los casos, en lectora de los versos

que había inspirado y que se le ofrecían como tributo.

El editorial de La Voz del Norte del 6 de julio de 1907, intitulado “El feminismo es

un absurdo”, ilustra a las claras sobre este asunto:

La mujer mexicana, dado su carácter, su idiosincracia, no debe lanzarse a las luchas periodísticas, a las carreras propias del hombre, etc. Sí debe ser instruida convenientemente en las reglas generales de la ciencia, en la literatura, en la pintura, en la música, etcétera.

Y cita a Juana de Arco, Madame Stael, la Corregidora Domínguez, Emilia Pardo

Bazán, “Jorge” Sand, y otras, considerándolas “como fenómenos aislados”.

Que el encasillamiento de las mujeres a meros adornos, a motivos de inspiracion

“divina y seductora” era parte de la visión del mundo que cincelaba los afanes

estéticos de los adláteres de Arte, se constata con la polémica que se desató con

motivo de la premiación de una obra dramática en un concurso literario. El texto

que “representa” el sentir de La Voz del Norte aparece firmado por René D´Oruz y

va enderezado en contra de Luis G. Urbina, que había fungido como jurado en el

certamen. Después de presentar a la ganadora (una señora de apellido Farías) “el

respeto que merece toda dama, especialmente si atesora —como ella—

envidiables dotes de cultura”, el crítico literario señala las deficiencias del drama

“que no merecía el premio”. Argumento, caracteres, lenguaje, medio, técnica

escénica, tesis, todo le parece mal resuelto en la obra premiada, de modo que

fustiga a quienes tuvieron la mala ocurrencia de dictaminar a favor.

Se me asegura que el señor Luis G. Urbina, quien ha escrito la defensa ridícula que “El Imparcial” hace del drama de la señora Farías, diciendo que el jurado tenía el encargo de premiar la menos mala de las obras que se enviaron al concurso, y no una obra de mérito positivo. No, señor Urbina, si usted hubiera viajado un poco, o si se hubiera tomado la pena

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de estar al tanto del movimiento intelectual del mundo, sabría que a cada paso se declaran desiertos en todas partes los primeros premios de los certámenes oficiales, para dejar a cubierto la dignidad del intelectualismo nacional.152

4.2.1 Locales

Entiendo que la división entre colaboradores locales, nacionales y extranjeros no

es, ni con mucho, un criterio que arroje mucha luz sobre la diversidad de los

escritores que aparecieron en esta publicación. Nos sirve, en cambio, para

establecer una división mínima, con arreglo a clasificarlos y dotarlos de una

afectación particular, misma que otorga el espacio desde donde se ejerce la

actividad escritural.

Esteban Flores

Nacido en Chametla en 1870, Esteba Flores fue colaborador de diversas

publicaciones del estado, sobre todo de las localidades de Culiacán, Mazatlán y

Mocorito. Sus primeros poemas aparecieron en El Correo de la Tarde, durante la

época en que Amado Nervo fungía como redactor, puesto que ocuparía el

chametlense cuando este último se marcho a probar fortuna a la capital del país.

Fue director de El Correo durante una década (1895-1905).

Su impronta cañedista lo llevó a ocupar diferentes puestos en la administración

pública: director de Educación Pública del Estado, regidor y presidente municipal

de Culiacán, jefe de la Sección de Estadística e Instrucción pública y diputado

local (suplente); en el Colegio Civil Rosales tuvo a su cargo las cátedras de

historia, matemáticas y literatura.

Murió asesinado en Loma Colorada, poblado cercano al puerto de Mazatlán, a

donde le había llevado una visita rutinaria en su calidad de inspector de Alcoholes

de la Secretaría de Hacienda. De Esteban Flores, se expresó así González

Martínez:

152. La Voz del Norte, 8 de agosto de 1907.

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Joven, alto y recio, con mucho de nuestro indio norteño; moreno y ceñudo; parco en palabras con mezcla de orgullo y timidez. Certero en sus juicios, incapaz de amistosas complacencias, para lo mediocre. Amaba la perfección y quería lograrla. ¡Noble ejemplo para audacias primerizas y vanidades impacientes! ¿A dónde habrías llegado —oh, poeta, oh, amigo— si vientos favorables hubieran henchido las velas de tu barco? Yo, que fui depositario de tus ansias y tus sueños, dejo sobre este monumento trunco que hoy erigen los que más te amaron, la ofrenda de mis palabras, en memoria de nuestro diálogo de poesía, que interrumpió el signo imperioso de la muerte.

Publicaciones en las que participó Esteban Flores: El Correo de la Tarde, El

Monitor Sinaloense, La Bohemia Sinaloense, Arte (estatales), El Porvenir, La

Nación, El Imparcial, Argos, Pegaso, El Mundo (nacionales). Como se ve, su paso

por la prensa escrita fue relevante no sólo a nivel local sino en el concierto

periodístico nacional.

Francisco Medina

Francisco Roberto Medina Buelna nació en Culiacán en 1875. Su participación en

Arte se reduce a una sola entrega: “Sanguínea”, pues, como se ha dicho ya, Arte

casi no se ocupó de incentivar la literatura sinaloense. Sin embargo, una nota

aparecida en La Voz del Norte anuncia la aparición de un libro del poeta.

Visiones De la imprenta editora de La Voz del Norte acaba de salir a la publicidad un volumen de versos del inspirado poeta sinaloense Francisco Medina. Es el primero de una serie que el Sr. José Sabás de la Mora se propone publicar siguiendo un programa que expone en las primeras páginas del libro. “Visiones” es la obra seleccionada de un poeta original, ardiente y de altos vuelos. Compleja en sus manifestaciones, varía en el ritmo y las ideas que despierta, está muy lejos de esas obrillas de un solo color como los campos eriazos o de una sola melodía como los organillos callejeros. Vayan a nuestros aplausos al inspirado portalira y… también a su editor, que en estos tiempos de mercantilismo a ultranza ha realizado una obra de inaudita generosidad.153

153. Arte, núm. 9, t. II, abril de 1909.

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El poema que presenta Arte forma parte de un libro que Medina preparaba antes

de suicidarse en 1912. Ejerció la crítica literaria y teatral con soltura y desenfado;

sus seudónimos: Juan Montanés, Juan Cuerdas y el Arcipestre de Joan.

Sanguínea Es el vasto silencio vespertino. a trechos el camino ostenta floración, árido a trechos; alzase en los repechos hierba hostil a los pies del peregrino. Mécese en la pradera con ritmo acompasado y soñoliento, como cuello gentil, una palmera cuya lírica y glauca cabellera, como verde pendón, agita el viento. Tosca grupo se mueve a flor de un vergelillo de verdura: una tigresa ensaya su bravura con un cordero de vellón de nieve.

(Del libro Visiones)

4.2.2 Nacionales

Amado Nervo (1870-1919)

Nació en Tepic el 27 de agosto de 1870.154 A finales de 1891, el joven Nervo tuvo

que abandonar sus estudios de teología en Zamora al perderse en un incendio el

negocio familiar que les daba sustento, pasando primero por la “dependencia” de

una tienda tepiquense y después por el vespertino mazatleco El Correo de la

Tarde. Esta época nerviana está llena de leyendas, de supuestos, de anécdotas,

que “enriquecen” ad nauseum la vida del poeta, como si en verdad hiciera falta. Se

puede documentar, sí, que en septiembre de 1892 Nervo ingresa a El Correo en

sustitución de José Ferrel, quien en 1909, a la muerte del Gral. Francisco Cañedo

154. Como no se ha encontrado por ninguna parte el acta de registro civil, y sí una fe de bautismo de la catedral de Tepic, no es disparatado suponer que sus padres no lo registraron civilmente dado el conservadurismo de la familia, que no veía con buenos ojos el triunfo de la República Restaurada de Juárez. Tepic era en ese entonces el séptimo cantón de Jalisco, para convertirse catorce años más tarde en territorio federal. Tal situación dio pie a que durante muchos años Jalisco y Nayarit se disputaran el ombligo de Nervo, quien por otra parte había afirmado, en carta a Alberto Santoscoy que: “merced a la no retroactividad de las leyes” era hijo de Jalisco. La polémica es baladí, sin embargo vale la pena consignar que todavía en 1970 Gabriel Agráz García reciclaba el asunto en “Amado Nervo, jalisciense y no nayarita”, justo en el centenario de su nacimiento.

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Belmonte, como ya se dijo, disputaría la gubernatura del estado de Sinaloa

encabezando a las fuerzas antirreeleccionistas.155

Para 1894 Nervo se encuentra ya en la capital del país y muy pronto se hace

presente en las tertulias que se realizaban en El Universal y El Partido liberal,

donde oficiaba El Duque Job. Luis G. Urbina nos brinda un boceto casi elegante

del poeta:

y luego sus silencios de recogimiento, sus actitudes distraídas, y de pronto, como contraste, el manantial inagotable de su verbo, el aluvión de su discurso, que en determinados momentos confinaba con la elocuencia; la cálida recitación de sus versos, hecha con un especial dejo provinciano; su mutismo de secreto, al que seguía su charla de confidencia; su espíritu aniñado, encogido a ratos, a ratos expansivo.156

En menos de seis años Nervo se reputó como uno de los más consolidados y

profesionales de los escritores mexicanos. Su participación en el periodismo de la

época era copiosa y, no obstante su diversidad, era también exclusiva: en efecto

Reyes Espíndola era quien distribuía el manantial nerviano en columnas como

“Pimientos dulces”, “La semana” “Fuegos fatuos”, “Crónicas teatrales”, “Teatro

mínimo”, “Crónica de la semana”, “Crónica de la moda”. Así dice Nervo de Reyes

Espíndola: “Yo le acompañé por seis años, lo más granado de mi juventud, y dejé

ahí mi salud, mi vigor, mucha sabia de mi vida, que no recobro aún”.

Todos los méritos que Nervo desplegó durante esos seis años le valieron para

asistir a la Exposición Universal de París celebrada en 1900, como corresponsal

del diario El Imparcial. A su llega a la Ciudad Luz lo primero que pidió fue hacerse

llegar a Notre Dame, de tanta resonancia romántica.

El primer libro de Amado Nervo fue una novela El Bachiller (1895) cuyo tema

pareció incomodar al escaso y moderado público lector decimonónico; a éste

siguieron los libros de poesía: Místicas (1897), Perlas negras (1898), Poemas

155. Ver Azalia López González, Rumbo a la democracia 1909, Sinaloa, Cobaes, 2000. 156. Luis G. Urbina, La vida literaria de México y la literatura mexicana durante la guerra de Independencia, México,

Editorial Porrúa, 1965.

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(1901), Lira heróica (1902), El éxodo y las flores del camino (1902). Como se deja

ver, Nervo fue constante en su producción poética.

Respecto al misticismo que desde el primer momento se quiso encontrar (y se

encontró) en los versos de Nervo, hay que señalar que no sólo el título de su

primer libo de poesía abona en el calificativo: sus versos agobian con títulos,

temas, elementos, personajes que avalan dicha lectura: Kempis, predestinación,

Zarathustra, etcétera.157

En sus primeros libros Nervo es un ser torturado por la duda, un hombre al borde

del vacío, un infectado más del mal del siglo. Pero, ¿no está acaso la vida misma

del poeta nayarita (o jalisciense), marcada por la incertidumbre y las penurias? Es

cierto que murió como ministro plenipotenciario, pero en 1914 fue declarado

cesante como todos los diplomáticos mexicanos que a la sazón estaban en

funciones. El diputado y escritor español Luis Antón de Olmet propuso a las Cortes

ayudar pecuniariamente a Nervo, a lo que éste se opuso de manera firme: “No

aceptaré la ayuda; porque aún cuando mi situación pecuniaria es sobrado

modesta, yo, como Azorín, soy un ‘pequeño filósofo’, los pequeños filósofos

vivimos con muy poco”. Dos años tuvieron que pasar para que fuera reintegrado

su puesto, en 1916.

Pero esta no era su primera fase de depresión económica (para usar un

tecnicismo asaz profiláctico): ya en su viaje a París, cuya estancia se alargó dos

años y que le obligaron a flanear (de flaneur), es decir a mendigar, en una carta a

Luis Quintanilla le confía:

157. Sobre el particular, Enrique Díez-Canedo comentó: “Se equivocó al dar el nombre de Místicas a uno de sus libros; en él triunfaba y se exaltaba a la liturgia, o sea, la mística reducida a símbolos y fórmulas, el preciosismo de la mística. Seguía entonces corrientes muy francesas: Verlaine, Huysmans… (“Carne, carne maldita que me aparta del cielo…”). Pero ahí está su camino de Damasco: pronto desaparecerá todo el décor de los misales, incensarios, cirios, reclinatorios, cúpulas, y quedará un anhelo vivo de amor; todavía es necesario que el dolor del hombre, reflejado en los versos a “la amada inmóvil” del libro Serenidad, venga a libertarle. Después de Serenidad, sus libros llevan nombres significativos: uno de versos, Elevación; otro de prosa, Plenitud.” Apud, Max Henríquez Ureña, op. cit., pp 473-474.

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Llevo ya algunos meses de miseria, de sacrificio inmenso, de dolor, y, sobre todo, óyelo bien, es muy vulgar pero muy exacto, muy brutal pero muy expresivo, de gorrear a todo el mundo, utilizando las simpatías que despierto, el teatro, el coche, hasta el pan amargo que me llevo a los labios. Yo vivía en México pobre, pero dignamente […] ¿para qué vine si ahora es fuerza que me vaya?

Pese a esta queja, a Nervo se le recuerda, sobre todo por parte del pueblo bajo y

sencillo, como el poeta que se despide de la vida sin reclamo alguno, obediente a

los designios del destino:

En paz Artifex vitae, artifex sut. Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, porque nunca me dista ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida. Porque veo, al final de mi rudo camino, que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, fue porque en ella puse hiel o mieles sabrosas: cuando plante rosales, coseché siempre rosas. ...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! Halle sin duda largas las noches de mis penas; mas no me prometiste tú sólo noches buenas; y en cambio, tuve algunas santamente serenas... Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

José Juan Tablada (1871-1945)

Según José Emilio Pacheco, Tablada es un enlace entre el modernismo y el

movimiento vanguardista posterior, por lo que su lugar en la literatura mexicana

merece un estudio aparte.158 Entre sus contemporáneos gozó de reconocimiento y

buen trato: Gutiérrez Nájera elogió el talento que asomaba ya en sus primeros

158. ”Singular destino el de Tablada (1871-1945): inició el modernismo en 1894 y la vanguardia en 1919”, José Emilio Pacheco, Antología del modernismo, t. II, p. 32; y: “Es el más ‘fin de siglo’ de nuestros poetas […] con Un día y Li Po se convierte en el iniciador de la vanguardia mexicana, cuando los jóvenes poetas aún son epígonos del modernismo, y no para allí su evolución pues tiene una última etapa ultramexicanista. Lo asombroso es que en cada una de ellas logra poemas excelentes. Es el reverso exacto de González Martínez, que nació diez días más tarde y estuvo sujeto a las mismas influencias. En uno todo es seriedad y fijeza. En el otro todo es cambio, colorido, bufonería”. José Emilio Pacheco, Poesía mexicana I (1810-1914), México, Promexa Editores, 1979, p. 325.

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poemas, cuando Tablada era casi un adolescente; Nervo lo reconoce como el

introductor del modernismo en México; Luis G. Urbina elogia su temprano

despertar a la poesía francesa y señala que introdujo la nota bodeleriana en las

letras nacionales; Jesús E. Valenzuela, por su parte, lo desliga de los poetas

españoles de la época (la generación del 98 y los modernistas conversos), para

derivarlo directamente de los nuevos poetas franceses: Baudelaire, Banville, los

Goncourt, Huysmans.

Para Raymundo Lazo, Tablada es un modernista que abandonaría el barco hacia

1919, inclinándose en adelante hacia nuevas técnicas y variados desarrollos del

exotismo francés (los epigramas al puro estilo de Apollinaire) y de tradiciones

orientales milenarias (el cultivo del hai-kú, por ejemplo).

Como bien recuerda José Joaquín Blanco, la conversión del demonio concluye en

el nacimiento de un gran santo. En el caso de Tablada dicha conversión supone

una serie de cambios sucesivos: se casó con una sobrina de Justo Sierra y se

dedicó al comercio de vinos y licores; cantó las glorias de Porfirio Díaz (el “mátalos

en caliente” se trasformó en sus manos en “¡el reguero de luz que va dejando/ tu

espada victoriosa!”); atacó a Madero pues no lo veía diferente a las huestes

zapatistas que destruyeron su casa japonesa en Coyoacán; apoyó a Victoriano

Huerta y, derrotado éste, se puso del lado de Carranza.

En 1909 escribió en El Imparcial buena parte de sus sátiras políticas, las cuales

recogió el mismo año en un volumen y estaban dirigidos a atacar y desprestigiar la

campaña de Bernardo Reyes a la vicepresidencia de la República, y a favorecer,

de ese modo, la del candidato oficial Ramón Corral, en la última reelección del

dictador. Escribió también un libelo en contra de Madero, cuyo título ya presagia

su acidez (Madero Chantecler), que, si bien circuló en forma anónima, le fue

desde un principio atribuido.

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Gastón García Cantú incluyó el Madero Chantecler y un fragmento de La Historia

de la campaña de la División del Norte, es un grueso volumen en que recoge

textos denotativos de El pensamiento de la reacción mexicana. Ahora bien, si

hemos de tomar al pie de la letra el título del libro, los escritos de Tablada no se

encuadran perfectamente.

Tablada nos brinda, con mucho, el más amplio registro literario de su tiempo;

contemporáneo de sí mismo participa de los “ismos” pasados y futuros. Decía

Jesús Valenzuela: Con José Juan Tablada la pedrería derramóse en estuches y

escaparates, aludiendo a los poemas que Tablada había añadido a su primer libro

El florilegio (1899), poemas que había escrito en una breve estancia en Japón,

realizada ex profeso. Y es que este poeta nació modernista y su evolución estuvo

signada siempre por la experimentación, por la novedad, por la ruptura con la

tradición de lengua española. De esta manera incorporó el Hai-ku y la

epigramática en la poesía mexicana.

El saúz Los sapos Tierno saúz Trozos de barro Casi oro, casi ámbar, por la senda en penumbra Casi luz… saltan los sapos Un mono Sandía El pequeño mono me mira… Del verano, roja y fría ¡Quisiera decirme carcajada, algo que se le olvida! rebanada de sandía!

Mariano Azuela (1973-1952)

El fenómeno literario conocido bajo el altisonante nombre de “novela de la

Revolución”, tiene como cabeza de grupo a Mariano Azuela. Su novela Los de

abajo, de renombre universal, publicada por el periódico Paso del Norte, aborda

con sencillez narrativa las vicisitudes de la lucha armada conocida como

Revolución Mexicana, episodio central en la historia moderna de México.

En Arte, Azuela participa con el relato “Nostalgías”.

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Por cierto que tuvimos la suerte de hacer descubrimientos literarios. Mariano Azuela nos envió su primera novela María Luisa, que fue saludada por nosotros, sin exageraciones ni aspavientos, como la obra de un verdadero novelista.159

Es cierto, en el núm. 5 del tomo I aparece una “nota bibliográfica” que comenta

“haber recibido una novelita con el nombre de María Luisa publicada en Lagos de

Moreno por el señor don Mariano Azuela”. Se trata de una resención de apenas

tres párrafos, que despacha sin mucho entusiasmo las cualidades de la obra y que

en las últimas líneas concluye así:

Desearíamos que tan brillantes cualidades no estuvieran un tanto opacadas por muchos descuidos de lenguaje y algo también porque el relato no deja a veces en el ánimo esa impresión de sucesión o de tiempo que producen los acontecimientos en la vida real, o como si dijéramos, trasladando la cuestión a otro terreno, falta de perspectiva en un cuadro cuyas figuras se mueven a diferentes distancias del ojo que las observa.

Si se cotejan los dos comentarios arriba expuestos, la impresión es que a toro

pasado cualquiera asesta chicuelinas virtuales, o virtuosas.

Francisco Olaguibel

De Francisco Olaguibel hay que decir que su participación en las revistas

nacionales contemporáneas de harto es profusa: ¡casi todas le publican sus

versos! La razón: fue a propósito del libro Oro y negro que Valenzuela y Tablada

se enfrentaron a Victoriano Salado Álvarez, en una polémica cuyo telón de fondo

eran los versos de Olaguibel verdadero capris emisarius del modernismo.

Rondel Entre un áureo repique de cascabeles, No me llaméis entonces: la amada mía la adorada a buscarme vendrá algún día me llevará a las filas de sus tropeles y tenderá a sus plantas mi poesía y mi mano en la suya, pálida y fría, las enfermizas flores de mis rondeles. iremos por la inmensa ruta sombría entre un áureo repique de cascabeles.160 Se ahuyentará la negra melancolía y alumbrado del tedio las sombras crueles, Francisco M. de Olaguibel entre un áureo repique de cascabeles la adorada a buscarme vendrá algún día.

159. Enrique González Martínez, El hombre del búho. El misterio de una vocación, México, Ediciones Cuadernos Americanos, pp. 203-207 y 208, en Arte, Mocorito, t. I, núm. 1, 19 de junio de 1907; t. III, núm. 2, 31 de mayo de 1909.

160. Arte, núm. 7. t. II, noviembre de 1908.

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Victoriano Salado Álvarez

Tapatío al igual que González Martinez, Victoriano Salado Álvarez nació en

Teocaltiche en 1867. Ejerció el periodismo desde muy joven, primero en

Guadalajara y más tarde en la ciudad de México, siendo considerada su pluma

como una de las de mayor brillo y contundencia; dueño de un estilo exquisito y

punzante al mismo tiempo. El hombre sabía argumentar.

Sus primeros libros fueron publicados en Guadalajara. De mi cosecha (1899) es

una colección de estudios críticos en la que se recoge la polémica que sostuvo

con Jesús E. Valenzuela y Amado Nervo, es decir con la famosa Revista Moderna

a propósito del modernismo, movimiento que Salado Álvarez denostaba por

considerarlo contrario a la tradición nacionalista que habría recorrido buen trecho

de siglo XIX y, según el jalisciense, dotado (con los polígrafos de México a través

de los siglos a la cabeza) de identidad a los mexicanos. Descreía, pues, de que

las innovaciones y el refinamiento modernistas estuvieran destinados a armar a la

literatura nacional de nuevos valores universales que desplazaran a los ya

consolidados. Dicha polémica se desató a propósito de la publicación del libro de

Francisco Olaguibel, Oro y negro. Así lo consigna Jorge Ulica en sus Esbozos:

Vitoriano Salado Álvarez y Amado Nervo, han entablado una discusión sobre el modernismo, con motivo de la publicación de Oro y negro, poesías decadentistas de Francisco Olaguibel. La discusión, sostenida dentro de los límites de la caballerosidad y de la decencia, ha servido para que ambos contendientes derrochen sus talentos. Por mí yo creo que la belleza debe buscarse en todas las fuentes. No soy de los que piensan que la poesía del porvenir debe vaciarse exclusivamente en los moldes del decadentismo; pero tampoco creo que deban proscribirse de nuestro credo literario las ideas de Baudelaire y Paul Verlaine; ni rechazarse con horror las rimas triunfales de Rubén Darío o las armoniosas estrofas de Nervo, Olaguibel, Tablada.161

A partir de 1900 se avecindó en la ciudad de México donde escribió para un

número considerable de periódicos y revistas y ejerció el magisterio en la Escuela

Nacional Preparatoria impartiendo clases de lengua castellana. Por derecho propio

fue integrante de las academias mexicanas de la Lengua e Historia. Entre 1907 y

161. LBS, núm. 17, 15 de febrero de 1898, p. 140.

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1915 se desempeñó como diplomático: era ministro de Brasil este último año,

cuando fue retirado del puesto al ser considerado adversario de la Revolución

Mexicana.

Las academias y los salones abrieron sus puertas a don Tertuliano, digo, a don Victoriano, solamente que acechante y sin cometer un solo error, seguía sus pasos y muy de cerca la palida mors, aequeo pulsat pede, regumque turres pauperum tabernas; pero, ni los carranclanes, ni los callistas, ni la misma muerte pudieron matar la vida, que don Victoriano Salado Álvarez diera como dio a nuestra lengua castellana.162

Jesús E. Valenzuela (1856-1911)

Se trata de un poeta menor, si se refiere uno sólo a los versos que el vate

plasmara en tres libros: Almas y Cármenes (1904), Lira libre (1906) y Manojo de

rimas (1907); pero su estatura aumenta si se toma en consideración que

Valenzuela era un gran animador del arte y la poesía: fue mecenas y correa de

transmisión entre las nuevas tendencias de la época. Su gran obra fue sin duda la

creación de la Revista Moderna, pues supo interpretar, primero, el espíritu de su

época al recoger la estafeta que había dejado dos años antes el Duque Job y su

Revista Azul, y, después, al invitar a Nervo, el más puro de los modernistas a

incorporarse a la dirección conjunta de la publicación. Respecto de esta gran

empresa literaria Adela Pineda Franco nos dice: “La crítica ubica a la Revista

Moderna dentro de tres momentos estelares de la literatura mexicana

decimonónica, testimoniados por el Renacimiento (1869) de Ignacio Manuel

Altamirano, órgano conciliatorio de liberalismo, y la Revista Azul (1894-1896) de

Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo”.163 Murió a los cincuenta y cinco

años con “la alforja vacía y el organismo hecho una ruina”, según refiere Max

Henríquez Ureña, “…los millones habían desaparecido en la vorágine del pródigo

derroche, pero le quedaba la íntima satisfacción de haber pasado por el mundo,

según su propia y poética expresión.

162. Juan López, “Prólogo” a la correspondencia de Victoriano Salado Álvarez, en Obra completa, México, Gobierno del Estado de Jalisco, 1980, p. 12.

163. Adela Pineda Franco, “El Cosmopolitismo de la Revista Moderna (1898-1911): una vocación porfiriana”, en Belem Clark de Lara y Elisa Guerra, op. cit., p. 223.

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Haciendo el bien entre la pobre gente Sin táctica, sin armas, sin escudo.”

Así recuerda Justo Sierra a Valenzuela en una carta dirigida a los amigos “que

proyectaban una velada en su honor”:

No sé si alguien lo quería como yo. Nos quisimos mucho desde el día en que con una petulancia y una gallardía soberanas me sujetó a exaemen, yo en la cátedra de profesor y él en su banco de estudiante. El doctor Barreda me decía: “Tolere usted a este muchacho sus impertinencias, porque va a morir muy pronto; su palidez de cera, sus constantes estremecimientos febriles, están diciendo su enfermedad”. Valenzuela sobrevivió treinta y tres años a este pronóstico. […] ¡Qué derrochador, Dios mío! Derrochaba ingenio, talento, dinero y simpatía; todo con un donaire gentil de gracia y elegancia realmente único; jamás he visto un poeta menos egoísta; un voluptuoso con el corazón menos seco; rarísimas cosas éstas. Amaba el goce con verdadera pasión y eso era la cuerda de oro de su lira. Pero su voluptuosidad superior era unir a un infortunio su mano, su corazón, su bolsa; y todo ello con ademán de efebo ateniense, con un gesto instintivamente estético.164

Jesús E. Valenzuela, fundador y director de la Revista Moderna (México 1898-

1911), nació en Guanacevi, Durango, el 24 de diciembre de 1856 y murió en

México el 20 de mayo de 1911. José Emilio Pacheco no lo incluye en su Antología

de la poesía mexicana.

4.2.3 Extranjeros

Catule Mendés

Descendiente de judíos portugueses, Catule Méndez nació en Burdeos el 22 de

mayo de 1841. Su adolescencia la pasó en Toulouse y llegó a París en 1859,

ciudad que lo vio nacer como poeta, llevado de la mano de Téophile Gautier, a

quien en 1866 haría su suegro al casarse con su hija Judith. Esta relación tripartita

no duraría mucho: a los tres años Mendés trabó relación con la compositora

Augusta Holmés, que en cosa de tres lustros le procreó cinco vástagos, antes de

164. Justo Sierra, Obras Completas III, Crítica y artículo, México, UNAM, edición y notas de José Luis Martínez, 1984, p. 471.

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separarse en 1886. Su última esposa fue la poeta Jeanne Ente, quien le

sobreviviría y sería la encargada de administrar la publicación de su obra póstuma.

En 1860 fundó la Revue fantaisiste, que publicó, entre otros, a Villiers de L´isle-

Adam, uno de los cuentistas más influyentes del momento. Su primer poemario,

Philoméla, apareció en 1863. Junto con Louis-Xavier de Ricard creó el Parnasse

Contemporain, publicación que diera nombre a un grupo de poetas, como Leconte

de Lisle, José-María de Heredia, Théodore de Banville y Francois Coppée: La

Légende du Parnasse Contemporain (1884), de su autoría se considera pieza

fundamental para el estudio de la literatura del Fin de sicle francés.

La posteridad reserva para Catule Mendés un lugar secundario en la constelación

conformada por parnasianos, simbolistas y decadentistas, corrientes cuya

simultaneidad las amalgama y termina por confundirlas. En todo caso, ya no se lo

lee como a muchos de sus contemporáneos, algunos de ellos referencia obligada

para la literatura universal.

Lo cierto es que en México gozó de gran aceptación en las publicaciones de la

época (sobre todo en provincia: La Bohemia Sinaloense, Arte, Flor de Lis, El

Verbo Rojo).165

No hubo género que se le negara: Philoméla, Contes Éroiques, Poésies, Les

Braises du Cendrier (poesía); La Vie et la mort d´un clown, L´Homme tout nu, La

Femme-Enfant (novela); La petite servante, Regards perdus, L´armure, Les deux

marguerites, Le miracle (cuento); La Part du roi, Le Capitane Fracasse, Médée, La

Vierge d´Avila (Sainte Thérése), Scarron (teatro); Richard Wagner, L´Art au

Théatre, Rapport sur le mouvement poétique francaise de 1867 á 1900 (ensayo), y

ejerció todos ellos con soltura.

165. Ver: Índice de La Bohemia Sinaloense, en el capítulo III.

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Se suicidó en febrero de 1909 arrojándose de un vagón de ferrocarril en un tunel,

donde se encontró su cuerpo el 7 de febrero. La ciudad que eligió para este

propósito fue Saint-Germain-on-Laye.

Jules Lemaitre

Nació en Vennecy en 1853 y murió en París en 1914. Su actividad académica fue

constante: se doctoró en 1882 con una tesis intitulada La comédie aprés Moliere et

le théatre de Dancourt y enseñó en Le Havre y Argel (segunda enseñanza) y en

Besan con y Grenoble (estudios universitarios).

Les Médaillons (1880) y Petites orientales (1885), le dieron fama entre los

parnasianos; también fue nodal en su encumbramiento sus textos críticos

publicados en la Revue Bleue y la publicación de Impresiones de teatro (1888-

1898).166

Publicó en Arte, núm. 7, tomo II, noviembre de 1908, “La virgen de los ángeles. (Al

margen de los evangelios)”, texto tomado de En marge des vieux livres, segunda

serie.

Este texto en el que María se enfada con una legión de pequeños ángeles que

quieren ayudar con sus tareas, se parece en intención a los textos que muchos

años más tarde Karel Capek publicara bajo el título de apócrifos.

Antonio Machado

La figura de Antonio Machado (1875-1939) supera con mucho el ámbito idiomático

y generacional; integrante de la Generación del 98, el poeta español gozaba de un

amplio reconocimiento internacional y sus poemas eran reproducidos en las

publicaciones más recóditas de América; tal es el caso de Sinaloa, donde El

Correo de la Tarde, La Voz del Norte, Mefistófeles, y, por supuesto, Arte,

ofrecieron a sus lectores versos del poeta sevillano.

166. Si bien el impresionismo en pintura (que es el que canoniza el término) es finalmente revalorado y adquiere carta de ciudadanía artística, en la crítica literaria carece de tales credenciales.

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La inclusión de Antonio Machado en las páginas de Arte, muestra a las claras que

la relación entre Modernismo y Generación del 98 no es de exclusión, sino que se

implicaron mutuamente a través de un vehículo cultural que no reconocía la

superioridad de un “ismo” sobre otro, ni la prevalencia de las generaciones: la

poesía.167

Las moscas es una de las composiciones más conocidas del poeta español; forma

parte del libro Soledades, galerías, otros poemas, y apareció en Arte, núm. 1,

tomo II, 1º de enero de 1908.

Las moscas Vosotras las familiares, De siempre.... Moscas vulgares inevitables, golosas, que de puro familiares no tendeis digno cantor; vosotras, moscas vulgares, yo sé que os habéis posado me evocais todas las cosas. sobre el juguete encantado, sobre el librote cerrado, ¡Oh viejas moscas voraces sobre la carta de amor, como abejas en abril, sobre los párpados yertos viejas moscas pertinaces de los muertos sobre mi calva infantil! moscas de todas las horas. Y en la aborrecida escuela Inevitables golosas raudas moscas divertidas que ni labrais como abejas, perseguidas ni brilláis cual mariposas; por amor de lo que vuela. pequeñitas revoltosas, vosotras, amigas viejas, Que todo es volar ....Sonoras me evocáis todas las cosas. rebotando en los cristales en los días otoñales... moscas de todas las horas. De infancias y adolescencia, de mi juventud dorada; de esta segunda inocencia que da no creer en nada.

Con este poema de Machado cerramos el capítulo sobre Arte, revista sinaloense

que acompañó a la tumba al general Cañedo. Y con el capítulo sobre Arte se

cierra el presente trabajo.

167. Arte publicó también tres poemas de Manuel Machado, hermano mayor del autor de Campos de Castilla: “Felipe IV”, Arte, núm. 1, tomo I, 1º de ,julio de 1907; “Castilla”, “La corte”, Arte, núm. 4, tomo I, 1º de octubre de 1907; “La voz que dice”, Arte, núm. 1, tomo II, enero de 1908; “Oliveretto de Fermo”, Arte, núm. 7, tomo II, noviembre de 1908.

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A manera de conclusión

Conclusivo es algo que no admite lo que no es sino su propia finitud. Significa, por

definición, abandono, olvido.

Entiendo que las obligadas conclusiones remiten a las preguntas y

cuestionamientos que recorren mi narrativa, misma que se traduce en

determinadas figuras del mundo que, entre otras muchas, orientan el sentido y

desarrollo de mi texto.

Estudiar a una sociedad mediante sus representaciones obliga a interrogar a los

objetos en los cuales se materializa, y que se erigen como patrimonio cultural:

desde las fiestas populares hasta los rituales cívicos, pasando por la educación

pública y las convenciones religiosas, la cultura toma la forma de un discurso,

mismo que legitima las prácticas sociales, que más tarde o más temprano se

institucionalizan.

El horizonte de expectativa del Sinaloa decimonónico se entrelaza con las

aspiraciones que un grupo de intelectuales de cuño liberal disemina, mediante una

práctica escrituraria febril, en los periódicos locales, primero, y más tarde en

publicaciones de corte literario.

Los doce años que van del primer número de La Bohemia Sinaloense al último de

Arte corresponden al ocaso de un régimen que parecía no tener fin. Que la muerte

del general Cañedo y la falta de legitimidad de su sucesor hayan precipitado el

derrumbe del porfiriato sinaloense es apenas una circunstancia fortuita. Lo cierto

es que en Sinaloa y en todo el país se incubaban las condiciones para arribar a

una sociedad más compleja, donde la democracia ha de jugar un papel de primer

orden.

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Sobre la contribución que La Bohemia y Arte tuvieron en la conformación del

imaginario sinaloense, es cosa que puede observarse con tan sólo revisar la

influencia que éstas tuvieron en la élite cañedista. La inserción de los

colaboradores de estas revistas en los espacios públicos es más que notable. Los

escritores eran también maestros, políticos, militares, periodistas que con su

quehacer moldeaban las prácticas sociales y las representaciones del mundo. Por

lo demás, la elite cañedista desplegó su visión del mundo mediante dos vehículos

de fundamental significación: la prensa y la educación.

La filiación porfirista de ambas publicaciones no cancela, ni mucho menos, la

diversidad de intereses que las anima. La Bohemia representa en este sentido una

pluralidad que no es ajena al momento histórico que se vive. El modernismo, un

tanto tímido, que recorre las páginas de la Bohemia adquiere así una connotación

política que otras publicaciones filiales no ostentan, por ejemplo, la Revista Azul

del Duque Job, que muchos investigadores definen como acrática. La revista Arte,

por su parte, muestra cómo un diario de provincia aspira a crear opinión en todos

los órdenes de la vida de una comunidad, en este caso la literatura, al incluir en

sus páginas textos de escritores nacionales y extranjeros de primera línea.

A lo largo de este trabajo he intentado discutir sobre algunos aspectos, relativos al

mundo de la lectura y, consecuentemente, a la práctica escritural, que según mi

entender, la acompaña. La revisión de La Bohemia y Arte, ofrece las ventajas de

insertarse en un momento en la República de las Letras atraviesa por un momento

de una fecundidad, sobre todo en poesía, que no había tenido a lo largo del siglo

XIX.

En el panorama mundial las cosas iban por el mismo camino, el modernismo se

abría paso entre las nuevas propuestas estéticas, irrumpiendo desde América:

partiendo de Managua, pasa por Culiacán y arriba majestuoso a Mocorito.

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