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De A-paseo a la vida y al teatro En Apaseo, Guanajuato, inconscientemente empezó a nacer mi amor por el teatro. Mis hermanas hacían representaciones teatrales para la acción católica y a veces llegaba por allí la compañía de Cómicos de la Legua. Iba a verlos con toda la familia hasta que tuve seis años, tenía esa edad cuando nos mudamos al DF. Quedé muy impresionado. Entonces no pensaba de- dicarme a este arte, pero allí empezó todo. Ya en la Ciudad de México mi padre siguió con la costumbre de llevarme a ver funciones; poco a poco me fui aficionando. Tenía dieciséis años cuando asis- timos a la presentación, en Bellas Artes, de Un tran- vía llamado deseo (1948) de Tennessee Williams bajo la dirección de Seki Sano. Mi padre salió horroriza- do, le pareció “¡de una inmoralidad!”, pero yo salí convencido de que quería dedicarme al teatro, decisión que desaprobó terriblemen- te. Entonces empecé a ir solo y siempre buscaba represen- taciones modernas. Fue hasta el estreno de Las cosas simples —cuando vio al público entusiasmado, blan- diendo pañuelos— que mi padre aceptó que entrara a estudiar a la Facultad de Fi- losofía y Letras de la UNAM. Pocos años después ingresé a la escuela teatral del INBA. La doble vida de Héctor Mendoza Todo esto iba acompañado de la escritura. Llegué al teatro realmente por medio de la escritura, escribía cuentos que mandaba a las revistas y como no exigía ningún pago se me publicaban. Leía, escribía, y salió Las cosas simples. Después del enorme éxito de esa obra me retiré de ese oficio. Siempre pensaba: uhh… voy a meter la pata. Gracias a Las cosas simples, el Centro Mexicano de Escritores me dio mi primera beca (1953-1954). En ese tiempo escribí dos obras pésimas que afortunada- mente nunca aparecieron —las desaparecí. Eso me dio más miedo todavía. Sin embargo, casi inmediata- mente después vino Poesía en Voz Alta (1956) y en- contré que me encantaba dirigir, así que me inicié en la dirección escénica. Luego me fui a Estados Unidos con una beca de la Fundación Rockefeller (1957-1958) y no fue sino hasta que regre- sé que empecé a dar clases en la universidad. Me casé, tenía 29 años. Después llega- ron un par de hijos y había que mantenerlos, entonces comencé a escribir artículos sobre teatro en Excélsior. Me los pagaban, colaboré con una buena cantidad. 9 EstePaís cultura Vida, teatro y dramaturgia Charla con Héctor Mendoza OLGA GARCÍA

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De A-paseo a la vida y al teatroEn Apaseo, Guanajuato, inconscientemente empezóa nacer mi amor por el teatro. Mis hermanas hacíanrepresentaciones teatrales para la acción católica y aveces llegaba por allí la compañía de Cómicos de laLegua. Iba a verlos con toda la familia hasta que tuveseis años, tenía esa edad cuando nos mudamos al DF.Quedé muy impresionado. Entonces no pensaba de-dicarme a este arte, pero allí empezó todo.

Ya en la Ciudad de México mi padre siguió con lacostumbre de llevarme a ver funciones; poco a pocome fui aficionando. Tenía dieciséis años cuando asis-timos a la presentación, en Bellas Artes, de Un tran-vía llamado deseo (1948) de Tennessee Williams bajola dirección de Seki Sano. Mi padre salió horroriza-do, le pareció “¡de una inmoralidad!”, pero yo salíconvencido de que queríadedicarme al teatro, decisiónque desaprobó terriblemen-te. Entonces empecé a ir soloy siempre buscaba represen-taciones modernas.

Fue hasta el estreno de Lascosas simples —cuando vio alpúblico entusiasmado, blan-diendo pañuelos— que mipadre aceptó que entrara aestudiar a la Facultad de Fi-losofía y Letras de la UNAM.Pocos años después ingresé ala escuela teatral del INBA.

La doble vida de Héctor MendozaTodo esto iba acompañado de la escritura. Llegué alteatro realmente por medio de la escritura, escribíacuentos que mandaba a las revistas y como no exigíaningún pago se me publicaban.

Leía, escribía, y salió Las cosas simples. Después delenorme éxito de esa obra me retiré de ese oficio.Siempre pensaba: uhh… voy a meter la pata.

Gracias a Las cosas simples, el Centro Mexicano deEscritores me dio mi primera beca (1953-1954). Enese tiempo escribí dos obras pésimas que afortunada-mente nunca aparecieron —las desaparecí. Eso medio más miedo todavía. Sin embargo, casi inmediata-mente después vino Poesía en Voz Alta (1956) y en-contré que me encantaba dirigir, así que me inicié en

la dirección escénica. Luegome fui a Estados Unidos conuna beca de la FundaciónRockefeller (1957-1958) yno fue sino hasta que regre-sé que empecé a dar clasesen la universidad. Me casé,tenía 29 años. Después llega-ron un par de hijos y habíaque mantenerlos, entoncescomencé a escribir artículossobre teatro en Excélsior.Me los pagaban, colaborécon una buena cantidad.

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La siguiente obra que escribí, Las entretelas del co-razón, no la dirigí yo. Me la pidió Miguel Córcega, lapuso en escena y no me gustó. Ahora la acaba de pu-blicar ediciones El Milagro en un tomo en el que reú-no mis obras para actores jóvenes: Las entretelas delcorazón, Las cosas simples y Bolero. Entonces me pre-gunté: si ya soy director, ¿qué hago? Pues escribo unaobra y la pongo en escena. Y así empezó la doble vidade Héctor Mendoza.

De mis obras la que tuvo más éxito, la que recuer-do en medio de aplausos, fue Las cosas simples: notiene comparación… Tal vez hubo otra… Don Gil delas calzas verdes (se estrenó en 1966) de Tirso de Mo-lina, ésta sólo la dirigí. Fue bien recibida por el públi-co. Aunque yo no busco su aprobación, los aplausosme hacen sentir bien. Otro momento maravilloso fuecon In Memoriam (1975). El texto y dirección eranmías. La presenté en el teatro del Ballet Folklórico deMéxico en 1975, la aceptación absoluta me fue muygrata.

La no relación, el públicoEl público es anónimo. No sabemos a quién le esta-mos dando algo, si lo quieren recibir o no; hay incer-tidumbre. El de hoy rechaza lo que le ofreces, pero elde mañana no. Ni cuando aplaude muchísimo se sabequé pasa con él: lo hace porque ha penetrado la obra,se ha dejado penetrar por ella, o simplemente porqueeres tal o cual persona. Es como una no-relación laque se tiene con el público. Sin embargo, se dependemucho de la recepción que le den al trabajo de uno.

Los maestros, el maestro, la amistadDe quien aprendí muchísimo, de veras, fue de Fer-nando Wagner. Quien más me ayudó en la vida, Sal-vador Novo. También Rodolfo Usigli y FernandoTorre Lapham. Fueron muy generosos, ellos cuatrofueron mis grandes maestros. Nada más.

Mi relación con Fernando Wagner fue sólo demaestro-alumno y de adjunto en su clase en la Uni-versidad. Vínculo personal no hubo, ni siquiera conSalvador Novo. Con quien más acercamiento tuve fuecon Usigli y con Torre Lapham. Ellos me apoyaronsin esperar nada.

De Fernando Wagner aprendí su conocimientosólido y funcional del teatro. Lo recibí como los de-más alumnos. Fui su adjunto por sugerencia dequien era la secretaria del profesorado en ese mo-mento. Él dijo: “Necesito a alguien que se encarguede la clase cuando yo no pueda estar”, y ahí estuveyo, me aceptó. De Salvador Novo recibí inmensosfavores, él era un señor sumamente importante.Cuando hice Poesía en Voz Alta todo el mundo mevituperaba y salió en mi defensa. Me tenía un cariñototalmente desinteresado. Eventualmente le echabauna llamada, le comentaba tal o cual problema y élme aconsejaba.

Con Usigli… siendo Usigli una gente tan rechazan-te, me aceptó muy bien. Claro, la primera vez que mepresenté en su clase en la Facultad de Filosofía y Le-tras yo aún estaba en preparatoria. Fui a hablar con élporque me dijeron que estaba dando una clase decomposición dramática y me dijo: “No, no, no, estásdemasiado joven, un dramaturgo no puede ser tan jo-ven, ponte a leer, lee teatro”. Eso hice, me devoré lasobras de teatro que pude. En esa época se publicabany se distribuían en las librerías, hoy en día no, sólo eninglés y francés. Lo cierto es que me puse a leer mu-chísimo y escribí Las cosas simples. Además, coinci-díamos en la misma peluquería y allí hablábamos yhablábamos… tanto que Jorge Ibargüengoitia, que secreía su alumno preferido, me tenía celos. Creo queUsigli me tenía cierto afecto, yo lo sentía, aunque élno lo demostraba abiertamente.

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Fernando Torre Lapham sí era muycálido. Hubo otras gentes que tam-bién me impulsaron: Luis G. Basurto,gracias a él se presentó y fue el éxitoque fue Las cosas simples; CelestinoGorostiza, quien la dirigió con enor-me cariño, y Rafael Solana, pero nofueron mis maestros, me topaba conellos en el teatro y me colaboraronenormemente.

En la relación maestro-alumno hayayuda mutua. Es algo preestablecido,un plan de vida diario, se espera ge-nerosidad. Yo doy con gusto y sientogratificación por ello.

Es distinto cuando se trata de laamistad. Lo que he observado a lolargo de mi vida… miro hacia atrás,

veo los amigos que he tenido, y en-cuentro que soñé con una relaciónverdadera, honesta, desinteresada,que no terminara cuando acabara elinterés: va a hacer algo por mí, mepuede echar la mano y ayudarme aascender en mi carrera. Tengo unapostura escéptica, tal vez un poco cí-nica, lo que no quiere decir que laopción sea convertirse en anacoreta.

Éste fue el tema de Resonancias(2010), mi última puesta en escena.Se estrenó en febrero de este año enel auditorio Santa Catarina. De miprimera obra a ésta han pasado variosaños… Las cosas simples se presentóen 1953 en el teatro Ideal, que ya noexiste —lo demolieron—, es que soyun hombre milenario…

El actor, el IdealEn el Ideal, aquel mismo año me to-pé varias veces con María TeresaMontoya. Nunca trabajamos juntos,simplemente compartimos el teatroporque ella estaba haciendo El niñoy la niebla, de Rodolfo Usigli, mien-tras yo asistía a los ensayos de Las co-sas simples.

Era una actriz extraordinaria cuan-do le daba la gana, así son los actorestemperamentales. Diderot pone en es-cena este fenómeno en La paradoja delcomediante. Todavía se me pone lacarne de gallina cuando la recuerdoen el estreno de Los padres terribles deJean Cocteau. Estaba la señora abso-lutamente excepcional, impresionan-te, era un gran talento; pero nosiempre hacía las cosas bien, de pron-to le salían regular o mal. Cuando ellaquería era la gran, gran actriz. El ac-tor temperamental se ha hecho a símismo sobre las tablas, en la práctica;en la academia se aprende la discipli-na. Para el actor hecho en la escuelaesto no puede ser, si algo sale mal esporque se siente enfermo y aun asíquiso hacer la función, es decir, que apesar de su esfuerzo le sale mal.

En México —que con Argentina yBrasil son los países más fuertes enteatro de Latinoamérica— de prontose hacen cosas a un nivel universal,de gran calidad; pero también unas…

Margulles era sorprendente, a ve-ces; están todavía Luis de Tavira y Jo-sé Caballero. Hemos hecho cosas quevalen muchísimo la pena, pero esta-mos todos que de pronto hacemosunas porquerías… ¡espantosas! ~

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