Vida y Espiritualidad

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Revista de reflexión y testimonio cristianoenero-abril de 2014, año 30, n. 87

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DirectorP. Jorge Olaechea Catter

Director EditorialKenneth Pierce Balbuena

Consejo EditorialGustavo Sánchez RojasAlfredo García QuesadaJosé Ambrozic Velezmoro Juan Carlos Len ÁlvarezIgnacio Blanco EguiluzOscar Tokumura TokumuraDaniel Calderón Oliveros Sebastián Correa EhlersLiliana Casuso Ferrand Hna. Carmen Cárdenas Cervantes, S.P.D.

EditaCentro Cultural de Investigación y Publicaciones Vida y Espiritualidad, VE(Asociación civil sin fines de lucro)

DirecciónCalle 2 No. 553, Urb. Monterrico Norte, Lima 41, PerúApdo. Postal 33-032 http://www.vidayespiritualidad.com E-mail: [email protected]

ImpresiónImpresso Gráfica S.A.Av. Mariscal La Mar 585, Lima 18

ISSN 2225-51923Depósito legal 2014-09123

Imagen de la carátula:James Tissot, San PedroAcuarela

Las opiniones vertidas en los artículos son responsabilidad de sus respectivos autores. Queda prohibida la reproducción total o parcial de la revista por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, sin la autorización escrita de VE.

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Hay eventos eclesiales que nos llenan de profunda alegría. No sólo a nosotros —la Iglesia peregrina en esta tierra—, sino a toda la Iglesia, que exulta como Madre al ver confirmado el triunfo de sus hijos, y con mayor razón si se trata del triunfo de la santidad. Si esto es así, no podemos imaginar la alegría en el Cielo en el día histórico que fue testigo de la proclamación solemne de la santidad de dos grandes Pontífices: Juan XXIII, el Papa Bueno, el que convocó y dio el primer impulso al Vaticano II, y Juan Pablo II, cuyo pontificado fue una fiel aplicación del Concilio y mar-có para siempre la historia de la Iglesia al cruzar bajo su guía el tercer milenio de la fe.

La revista «VE» quiere dedicar este número a quien toda una generación ha considerado por muchos años “su Papa” y que ahora podemos llamar San Juan Pablo II. Sobre la importancia de su pontifi-cado, el tercero más largo de la historia, y sobre la riqueza de su magisterio y pensamiento, se ha escrito abundantemente. Creemos importante no olvidar, al respecto, que quien ha sido canonizado es el sujeto de esas acciones y de ese pensamiento: el hombre .DURO�:RMW\ãD��TXLHQ�OOHJDUtD�D�VHU�HO������6XFHVRU�GH�San Pedro.

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San Juan Pablo II, el Papa del hombre

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.DURO� :RMW\ãD� IXH�� SDUD� GHFLUOR� FRQ� XQ� FRQFHSWR�central en su pensamiento y en su acción, una gran “persona”. Marcado hondamente por el espíritu cató-lico de su tierra natal y con una conciencia firme de tener que incidir sobre la realidad cultural y social que lo rodeaba, dedicó parte de su juventud al estudio y al arte, especialmente al teatro. Ya desde esa época sus obras teatrales —como también su obra poética— transparentan una capacidad de entrar en el corazón humano, en sus grandezas y pequeñeces, en su dra-ma de caída y redención, capacidad que acompañará para siempre al sacerdote, al obispo y al Pontífice.

El futuro Vicario de Cristo forjó su personalidad en tiempos duros. En plena guerra mundial y bajo la ocu-pación nazi de Polonia, tomó la decisión más impor-tante de su vida: dejar ciertos proyectos particulares para responder al llamado que el Señor Jesús le hacía a seguirlo como sacerdote. La respuesta a su vocación —al mismo tiempo “un don y un misterio”, como es-cribiría posteriormente— se convierte entonces para el joven Karol en un camino concreto de santidad, donde no estarán ausentes las dificultades y en el cual vemos crecer, madurar y fructificar su persona.

Podemos decir que el rumbo en su vida se mantuvo siempre en una dirección: mostrarle al ser humano quién es el ser humano. En su obra artística, en su meditación filosófica, en su labor apostólica como sacerdote, en su ministerio pastoral como obispo, en su largo y fecundo pontificado, el sentido nunca fue otro. Había que recordarle al hombre una y otra vez quién es el hombre, qué significa ser hombre. Y para eso había que poner ante los ojos de todos a Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre. De ahí la

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inspirada convocatoria del Santo Padre a una nueva evangelización que hiciese audible el Evangelio con nuevos métodos, nuevas expresiones, renovado ardor.

Quizá se podría resumir así la misión de este gran santo: anunciar a todas las personas que el sentido de la existencia se encuentra en el Señor Jesús. «Vale la pena ser hombre —dirá emblemáticamente dirigién-dose a Cristo— porque Tú te has hecho hombre»1.

Su reflexión en torno al ser personal del hombre y a su realización en el amor —que se plasmará más ade-lante en obras de la talla de Amor y responsabilidad

�������\�Persona y acción�������³�HQFXHQWUD�VX�VDYLD�vital en esa centralidad del misterio de Jesucristo, el Verbo Encarnado, verdadero Dios y verdadero hom-bre. Será este mismo ideal el que animará al joven Obispo auxiliar y luego Arzobispo de Cracovia en su participación en el Concilio Vaticano II, en el que tuvo un papel muy relevante.

Si un pasaje de los textos conciliares fue repetido, meditado, comentado e interpretado por Juan Pablo II innumerables veces, éste es el número 22 de la Constitución Gaudium et spes, donde la Iglesia recuerda a sus hijos la íntima relación entre la verdad del ser humano y la verdad de Cristo, quien «mani-fiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»2.

1. San Juan Pablo II, Homilía durante la Misa el Domingo de

Ramos en el Jubileo de los Jóvenes, 15/4/1984, 3. 2. Gaudium et spes, 22.

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/D� YLGD� GH� .DURO� :RMW\ãD� ³GH� RUDFLyQ� SURIXQGD��de encuentro con el Señor en primera persona, de caridad intensa, de servicio abnegado a Dios y al pró-jimo— estuvo orientada, como obispo y como Papa, a la proclamación y plasmación de esta verdad. Ello ex-plica su dedicación perseverante a aplicar el Concilio Vaticano II en su arquidiócesis con diversas iniciativas, como por ejemplo un Sínodo que dirigió personal-mente por siete años, consciente de su deber como pastor de guiar en la asimilación de los documentos conciliares y de su espíritu. Ello explica también su incansable recorrido por toda la geografía del planeta como Vicario de Cristo, visitando y dirigiéndose a todo tipo de auditorios, desde la Asamblea de las Naciones Unidas hasta la última persona sufriente en un lecho de hospital. Había que hacer cercano a Cristo a cada persona, había que compartir la verdad sobre el ser humano con todo prójimo, sin importar su edad, na-cionalidad, condición ni religión. El Papa santo había aprendido, como hijo de la Iglesia, que «el Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre»3. ¡Cómo no hacer llegar al mundo entero esta Buena Nueva!

Desde el primer momento en que proclamó ese re-cordado «No tengan miedo», San Juan Pablo II vivió mostrando con su enseñanza y con sus actos lo que significa ser hombre a plenitud, a imagen de Cristo: buscar con constancia y rectitud; creer con firmeza y dar razón de ello con convicción, inteligencia y elo-cuencia; actuar sin miedo, proponiendo el Evangelio con magnanimidad, luchando con decisión y auda-cia, y asumiendo la responsabilidad por los errores

3. Lug. cit.

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y aciertos. Verlo desplegarse liderando a la Iglesia renovó la esperanza y alentó a millones de creyentes al compromiso con una vida plena expresada en la alegría de la santidad y el apostolado, algunos de ellos como sacerdotes y consagrados. Y con esa fuerza de espíritu que mantuvo incluso en medio de los sufrimientos del dolor y de la enferme-dad que lo aquejaron por tantos años, este Papa santo hizo cruzar a la Iglesia el umbral del tercer milenio de la fe. Como se puede leer en la primera página de su encíclica programática —Redemptor hominis—, él era consciente desde el inicio de su pontificado del signi-ficado de esta misión de conducir a la Iglesia hacia la celebración de los dos mil años de la Encarnación del Verbo. San Juan Pablo II no se ahorró ningún esfuerzo para hacer llegar a los cinco continentes el anuncio de este Misterio tan cercano a su corazón, llamando a todos a casa, a Roma, para celebrar con Pedro el Jubileo del Año 2000.

Su retorno a la casa del Padre, la víspera del Domingo de la Divina Misericordia, dejó un testimonio de san-tidad tan vivo y cercano a esos hombres y mujeres a los que quiso siempre llegar con su palabra y su obra, que del pueblo no podía sino brotar esa certeza que hoy la Iglesia confirma con su autoridad: “¡santo ya!”.

En una reciente entrevista publicada con ocasión de la canonización de Juan Pablo II, le preguntaban a Benedicto XVI qué motivos lo habían llevado a permi-tir que se abriera anticipadamente el proceso de bea-tificación y hacía cuánto tiempo estaba convencido de su santidad. Su respuesta fue: «Que Juan Pablo II fuese santo me parecía cada vez más claro ya en los

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años en que colaboré con él. Ante todo se ha de tener presente su intensa relación con Dios, su modo de estar inmerso en la comunión con el Señor... De ahí provenía su alegría en medio de las grandes fatigas que debió soportar, así como el coraje con el cual asu-mió su misión en un tiempo verdaderamente difícil... El coraje de la verdad es a mi parecer un criterio de primer orden acerca de la santidad»4.

Y en la Misa de canonización, el Papa Francisco recor-dó que uno de los aportes del nuevo santo fue comu-nicar la verdad de la familia como consecuencia de la verdad sobre el ser humano revelada en Jesucristo, que fue el centro de su pontificado. «Me gusta su-brayarlo ahora —añadió el Papa Francisco— que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene»5.

Por todo ello podemos afirmar que San Juan Pablo II fue el Papa del hombre, y decirle confiados: ¡sigue intercediendo por nosotros!

4. Benedicto XVI, Mi è divenuto sempre più chiaro che

Giovanni Paolo II fosse un santo, en Wlodzimierz Redzioch, Accanto a Giovanni Paolo II. Gli amici & i collaboratori rac-

contano, Ares, Milán 2014, pp. 22-23. 5. Francisco, Homilía en la canonización de los beatos

Juan XXIII y Juan Pablo II, 27/4/2014.

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�a la antropología filosófica

y teológica

P. Massimo Serretti

Premisa

En los años en los cuales la filosofía de la praxis de sello marxista estaba muy extendida en Europa y era materia de enseñanza obligatoria en las escuelas de todos los países satélite de la Unión 6RYLpWLFD��.DURO�:RMW\ãD�HODERUDED�XQD�ILORVRItD�GHO�KRPEUH�HQ�la que la dimensión práctica del actuar ocupaba un puesto relevante.(O� WUDEDMR� ILORVyILFR� GH� .DURO�:RMW\ãD� GHVDUUROODGR� HQ� ORV�

DxRV� ·���·��� KD� FRQVWLWXLGR� SRVWHULRUPHQWH� XQD� SUHPLVD� LP-SRUWDQWH�GH�DOJXQDV�SiJLQDV�TXH�KDQ�PDUFDGR�OD�DQWURSRORJtD�del Concilio Ecuménico Vaticano II, mientras que sus escritos posteriores al Concilio y anteriores a su elección a la Cátedra de Pedro (1965-1978) contienen una recapitulación y un desarro-llo de esos temas a partir de los nuevos aportes de los cuales el &RQFLOLR�KD�VLGR�SRUWDGRU��

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Los casi veintisiete años GH� VX� SRQWLILFDGR� KDQ� VLGR�testigos del florecimiento de XQD� OLWHUDWXUD�TXH�KD� WHPDWL-zado el trabajo filosófico de :RMW\ãD�HQ�YLVWDV�D�XQD�PHMRU�comprensión de su magisterio petrino. Nuestro trabajo está orientado a la búsqueda y a la presentación de dos claves de lectura que regulan, desde el interior, toda la antropología GH�.DURO�:RMW\ãD��\�WDPELpQ�D�mostrar tanto algunas vías de posibles desarrollos, como su im-plicancia con algunos problemas que aquejan el pensamiento y la mentalidad actual.

1. Persona: acción y relación

Todos los comentadores reconocen unánimemente que Persona y acción (1969)1�HV�OD�REUD�ILORVyILFD�HQ�OD�TXH�:RMW\ãD�KD�SUR-digado su más completo esfuerzo de carácter antropológico. En ella se considera el acto en cuanto revelador del ser personal. /D�SHUVRQD�KXPDQD�HVWi�HQ�HO�FHQWUR�GH�DWHQFLyQ�GH�:RMW\ãD�

Precisamente en referencia a la realidad de la persona, QR�WRGD�WLSRORJtD�GHO�DFWXDU�KXPDQR�\�QR�WRGD�GLPHQVLyQ�GHO�mismo poseen igual potencial revelador. Cuanto más se va al corazón de la experiencia del actuar, más se desvelan aspectos centrales del ser personal.

En una obra que antecede cerca de diez años a Persona y acción, titulada Amor y responsabilidad���������:RMW\ãD�DSXQWD�

��� .DURO�:RMW\ãD��Persona y acción, Palabra, Madrid 2011, 432 pp. (tra-ducción del polaco de Rafael Mora y prólogo de Juan Manuel Burgos).

La persona humana está en el centro GH�OD�UHIOH[LyQ�GHO�3DSD�:RMW\ãD�

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

en la primera parte uno de estos centros que será posteriormen-te retomado y confirmado en un esbozo de una obra de ética bajo el título de El hombre y la responsabilidad, compuesto unos años más tarde (1972)2 que su obra maestra Persona y acción. Se trata del tema de los «actos que tienen a otro como objeto»3.(Q�XQ�SULPHU�PRPHQWR�SDUHFH�TXH�:RMW\ãD�HVWi�H[DPLQDQ-

do una variedad particular de actos: aquellos que se dirigen directamente a las otras personas, distinguiéndolos de aquellos que están, en cambio, orientados al mundo de los objetos y por tanto a las cosas, a la materia.

El actuar de un sujeto personal dirigido a un término no ob-jetual, sino personal, para adecuarse a la naturaleza del otro no puede estar orientado y normado simplemente por criterios de mera utilidad o de simple autoexpresividad y autorrealización. El actuar orientado al otro exige que el otro mismo entre en la definición del acto. Pero no es posible de modo extrínseco o SRU�FRUUHODFLyQ�VRODPHQWH��(O�FDVR�TXH�:RMW\ãD� WRPD�DTXt�HQ�

��� .DURO�:RMW\ãD��El hombre y la responsabilidad, en El hombre y su des-tino, Palabra, Madrid 1998, pp. 219-295.

��� .DURO�:RMW\ãD��Amor y responsabilidad, Razón y Fe, Madrid 1969, S������GH�DKRUD�HQ�DGHODQWH�AyR).

El tema de la responsabilidad es recurrente en los escritos filosóficos GH�:RMW\ãD��(OOR�UHPLWH�D�XQ�SHTXHxR�OLEUR�GH�5RPDQ�,QJDUGHQ��Sulla responsabilità. I suoi fondamenti ontici, tr. it., Bologna 1982). La po-VLFLyQ� GH� ,QJDUGHQ�� FRPR� SHUWHQHFLHQWH� DO� FtUFXOR� KXVVHUOLDQR�PiV�HVWUHFKR��QR�GHEH�SDVDUVH�SRU�DOWR�VL�VH�TXLHUH�FRPSUHQGHU�HO�URO�TXH�OD�IHQRPHQRORJtD�DVXPH�HQ�ORV�HVFULWRV�ILORVyILFRV�GH�:RMW\ãD��(Q�SDU-ticular, se debe tener presente la diferenciación que Ingarden expresó respecto a Husserl en relación al tema metodológicamente central de la «reducción trascendental», que él nunca aceptó. Se pueden ver al respecto sus lecciones en Oslo durante 1967, publicadas en «Analecta Husserliana» 4 (1976), pp. 1-71 y también la correspondencia entre DPERV��7DPSRFR�HQ�:RMW\ãD��FRPR�HQ�,QJDUGHQ��VH�HQFXHQWUDQ�UDV-tros del método marcado por la «reducción trascendental».

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consideración no debe confundirse con el que aborda en la cuarta parte de Persona y acción bajo el título de «Participación». $OOt�VH�FRQVLGHUD�HO�DVSHFWR�GHO�DFWXDU�KXPDQR�TXH�SXHGH�VHU�OODPDGR�´VRFLDOµ��(O�KRPEUH�©DFW~D�MXQWR�FRQ�RWURVª�KRPEUHV��En el actuar orientado al otro que se manifiesta de manera pa-UDGLJPiWLFD�HQ�OD�UHODFLyQ�KRPEUH�PXMHU�VH�YD�PXFKR�PiV�DOOi�de la simple concomitancia y la dimensión que, en el ensayo La persona: sujeto y comunidad��:RMW\ãD� OODPD� OD�GLPHQVLyQ�GHO�“nosotros” distinguiéndola cuidadosamente del “yo-tú”.

La otra persona posee una finalidad propia, es autoteleoló-gica por naturaleza y tiende actualmente a un fin y a un bien. Por lo tanto, para que se pueda verificar un actuar según verdad por parte de un sujeto personal frente a otro, será necesario, en primer lugar, que la otra persona «conozca el fin nuestro», en segundo lugar, «que lo reconozca como un bien» y, en ter-cer lugar, que «lo adopte»4. El conocer se convierte en factor de unión en cuanto el conocimiento pone en primer lugar el verum. El reconocer es el acto espiritual del juicio sobre aquello D�OR�FXDO�HO�FRQRFLPLHQWR�KD�DELHUWR�REMHWLYDPHQWH�HO�DFFHVR��/D�DGKHVLyQ�HV�HO�DFWR�GH�OD�OLEHUWDG��KHFKR�SRVLEOH�SRU�HO�FRQR-cimiento y por el juicio y que debe ser solicitado cada vez que se trate de algo que pertenece a la esfera de la persona y por tanto, con mayor razón, a la de la interpersonalidad.

Cuando se dan estas condiciones en el actuar entre las per-sonas, «se crea un vínculo particular que nos une: el vínculo del bien y, por tanto, del fin común»5. Observemos, por el mo-mento, que el acto de la persona dirigido a la persona interpela inmediatamente la cualidad de la vinculación entre las mismas personas. La rectitud de la persona singular, adecuándose a la QDWXUDOH]D�SHUVRQDO�GH�OD�RWUD�SHUVRQD��KDFH�VXUJLU��HQ�HO�RUGHQ�de la existencia que señala la ontología, una rectitud específica

4. AyR, pp. 22-23. 5. AyR, p. 23.

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

del vínculo o de la unidad de los dos. Aparece ya implícita-mente evidente que entre la naturaleza del actuar orientado KDFLD�RWUR�\�OD�QDWXUDOH]D�GH�OD�FRPXQLyQ�GH�ODV�SHUVRQDV�GHEH�verificarse un nexo no extrínseco.©(VWD�YLQFXODFLyQ�³VLJXH�:RMW\ãD³�QR�VH�OLPLWD�DO�KHFKR�GH�

que dos seres tienden juntamente a un bien común, sino que une igualmente “desde el interior” a las personas actuantes, y así es como constituye el núcleo de todo amor»6. La vinculación «que une desde el interior» no es principalmente sentimental o afectiva, no es tampoco el resultado de una «simple tenden-cia teleológica de la naturaleza»7. El vínculo espiritual tiene su sustancialidad en el dato elemental de que se trata de personas y de una relación entre personas. Pero, si bien es más fácil entender la sustancialidad de la persona individual, no lo es el entender la unidad de las personas mismas. La relación se nos presenta todavía, después de dos milenios de cristianismo, como tenuissimae entitatis [de una entidad muy tenue], como presque rien, casi nada8. Pero volvamos aún a la dinámica de los «actos que tienen a otro como objeto»9.©(VWD� HOHFFLyQ� FRQVFLHQWH�� KHFKD� FRQMXQWDPHQWH� SRU� GRV�

personas distintas, las coloca en un pie de igualdad y... estarán igualmente y en la misma medida subordinadas a ese bien»10. La elección consciente, libre y común corresponde a la paridad de las personas. Esto vale para la elección de un bien que ad-quiere con ella el efecto existencial de bien común, pero vale a fortiori SDUD�OD�HOHFFLyQ�TXH�ODV�SHUVRQDV�KDFHQ�OD�XQD�GH�OD�otra, como veremos más adelante. Mientras tanto, se puede

6. Lug. cit.7. AyR, p. 76. 8. Ver Massimo Serretti, Naturaleza de la comunión. Ensayo sobre la re-

lación, Universidad Católica San Pablo, Arequipa 2011, 198 pp.9. AyR, p. 17.

10. AyR, p. 23.

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notar que la paridad y la distinción son condiciones exigidas por la verdad de la relación interpersonal, y por tanto por la verdad GHO�DFWXDU�TXH�WLHQH�DO�RWUR�FRPR�WpUPLQR��'LFKR� OR�DQWHULRU��se sostiene que la paridad bien entendida no excluye en modo alguno un orden en la relación./D�VHJXQGD�QRWD�TXH�:RMW\ãD�DxDGH�D�OD�GH�OD�SDULGDG�HQ�

cuanto sujetos de elección es la de la común subordinación al bien en relación al cual se ejerce la preferencia y la decisión. (OOR� VH� GHEH� DO� KHFKR� GH� TXH� HO�bonum, en cuanto trascen-dental del ser, tiene una consistencia propia y en cuanto tal es UHFRQRFLGR�\�UHVSHWDGR��'H�HVWH�PRGR�HO�KRPEUH�VH�DEUH�D�OD�Fuente del ser y esta apertura se convierte, también ella, en un factor ulterior de concordancia con todos los que acceden al bien. Si esto vale para cada bien particular, en mayor medida vale para aquellos bienes particulares que son las personas y, de forma también diferenciada, para el “bien común” como bien específico, distinto y distinguible de todos los otros bienes11. La determinación del bien específico e irreductible que debe darse en las diversas y diferentes modalidades de relación y de comunión interpersonal es de una importancia capital para OD�FRPSUHQVLyQ�GHO�DFWXDU�RULHQWDGR�KDFLD�HO�RWUR��3RVHH�XQD�objetividad y una cualidad propia.

Siempre a propósito de la común subordinación al bien, :RMW\ãD�PXHVWUD�FyPR�HOOD�LPSLGH�OD�PDOLJQD�VXPLVLyQ�UHFtSUR-ca que, como tentación, está siempre presente en las relaciones interpersonales. Sin esta trascendencia del bien, la reciprocidad SXUDPHQWH�KRUL]RQWDO�VH�YH�FRQWLQXDPHQWH�H[SXHVWD�DO�DEXVR��y esto vale tanto en el nexo “yo-tú”, como al nivel social del “nosotros”.

11. Ver Paolo Savarese, Il “bene comune” come luogo di espansione della persona umana. La libertà nell’intersezione tra storicità e socialità, en ©*UHJRULDQXPª��������������SS�����������

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

La pregunta se centra, en estos momentos, sobre la naturaleza GHO�ELHQ�\�GHO�ILQ��(Q�HO�WH[WR�TXH�HVWDPRV�FRQVLGHUDQGR��:RMW\ãD�H[DPLQD�HQ�SDUWLFXODU�OD�XQLGDG�HVSHFtILFD�GHO�KRPEUH�\�GH�OD�mujer. Sin duda ella constituye como un arquetipo privilegiado del actuar orientado al otro. Son diversos los bienes y los fines PHQFLRQDGRV�SRU�:RMW\ãD�TXH�HVWiQ�SUHVHQWHV�HQ�HVWD�XQLGDG�estable de personas: la procreación, la descendencia, la familia, el crecimiento de la relación de los dos. Todos estos bienes, asu-midos como fines, resultan imperfectos y no verdaderamente SHUVHJXLEOHV�KDVWD�TXH�QR�HQWUD�HQ�MXHJR�©HO�YDORU�GH�OD�SHUVRQD�KXPDQDª��OD�SHUVRQD�HQ�FXDQWR�WDO��/DV�ILQDOLGDGHV�REMHWLYDV�GH�OD�XQLGDG�GHO�KRPEUH�\�GH�OD�PXMHU�FLWDGDV�PiV�DUULED�VRQ�FRQ-VLGHUDGDV� SRU�:RMW\ãD� VXILFLHQWHV� SDUD� HOLPLQDU� OD� GLVSRVLFLyQ�utilitarista y por sí mismas «excluyen la posibilidad de tratar a la persona como un medio y como un objeto»12, y sin embargo «la mera indicación de la finalidad objetiva del matrimonio no da una solución adecuada del problema»13. Lo que falta es la afirmación de la otra persona en cuanto tal. Sin esta “dirección” no falta solamente una parte en un conjunto compuesto, sino una dimensión que atraviesa cualitativamente todas las partes.

En un actuar que está orientado a la persona es necesario que este término de la acción sea tratado indefectiblemente según las exigencias de su propia naturaleza14.(O�FRPSUHQGHU�DO�RWUR�HQ�HO�DFWXDU��HO�WHQGHU�KDFLD�HO�RWUR�

como bien en sí, requiere tomar seriamente en consideración su naturaleza personal. La otra persona, en efecto, es un bien “en sí”, pero no es un bien “por sí” y ni siquiera sólo un bien “conmigo” o “con los otros”. Es decir, la otra persona es un bien absoluto en sí misma en cuanto puesta por el Creador y en UHODFLyQ�FRQ�eO��3RU�WDQWR��QLQJXQD�SHUVRQD�KXPDQD�UHSUHVHQWD�

12. AyR, p. 25. 13. Lug. cit. 14. Ver AyR, p. 41.

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XQ�ELHQ�SHUIHFWR�\�HQ�Vt�FRPSOHWR�SDUD�OD�RWUD�SHUVRQD�KXPDQD�separadamente de Dios. La naturaleza trascendente de la per-VRQD�KXPDQD�KDFH�TXH�QR�VH�SXHGD�DILUPDUOD�\�HOHJLUOD�FRPR�un bien si no se tiene presente su origen y su destino.

A esta naturaleza de la persona como “bien en sí”, en sen-tido no monádico, sino comunional, corresponde también una especificación del bien común que se instaura en las diversas formas de interpersonalidad como no objetual, ni siquiera se-gún el orden de los bienes espirituales. Se trataría de una cierta impersonalidad que, expulsada por la puerta, regresaría por la ventana. Aquí se debe ir necesariamente más allá de la doctrina de los trascendentales o, mejor, reinterpretarla y comprenderla de nuevo15.(V�pVWH�HO�PRWLYR�SURIXQGR�TXH�LPSXOVy�D�:RMW\ãD�D�UHFX-

perar en primer lugar la “norma personalista”, y más adelante a elaborar la categoría de “communio personarum”. A partir de HVWH�RUGHQ�GH�OD�UHDOLGDG��OD�UHFXSHUDFLyQ�UHDOL]DGD�SRU�:RMW\ãD�del segundo imperativo kantiano sobre la persona como fin UHSUHVHQWD�VyOR�XQ�SDVR�HQ�VX�ILORVRItD�GHO�KRPEUH��SHUR�FLHUWD-mente no el último.

Para asumir al otro como fin de la propia acción orientada a él es necesario corresponder a la esencia de su naturaleza personal. Es ésta la naturaleza del bien y del fin al cual está RULHQWDGD� HVWD� GLPHQVLyQ� GHO� DFWXDU� KXPDQR� TXH� HVWDPRV�estudiando. Está claro que la atención está puesta en la per-VRQD��HQ�HO�PLVWHULR�GHO�KRPEUH�HQ�FXDQWR�SHUVRQD��:RMW\ãD�

15.� 8QD�FLHUWD�UHOHFWXUD�GH�ORV�WUDVFHQGHQWDOHV�HQ�FODYH�SHUVRQDO�FRPX-QLRQDO�OD�HQFRQWUDPRV�HQ�OD�REUD�GH�)HUGLQDQG�8OULFK�D�SDUWLU�GH�VX�UHFRPSUHQVLyQ� GHO� DPRU� FRPR�EDVH� GHO� VHU�� 9HU� )HUGLQDQG�8OULFK��Homo abyssus. Das Wagnis der Seinsfrage, Einsiedeln 1961. Para una SUHVHQWDFLyQ� GH� OD� REUD� GH�8OULFK� SXHGH� YHUVH� -DFTXHV� 6HUYDLV�� Le grandi linee della filosofia di Ferdinand Ulrich, en «Il Nuovo Areopago» 2-3 (2000), pp. 159-176.

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

VH�KD�HPSHxDGR�HQ�HVWH�IUHQWH��FRPR�YHUHPRV�HQ�HO�VLJXLHQWH�párrafo.

/D�QRYHGDG�GHO�DSRUWH�GH�:RMW\ãD�VREUH�HVWH�WHPD�QR�DSDUHFH�FODUDPHQWH�KDVWD�TXH�QR�VH�SDVD�D�FRQVLGHUDU�PiV�GH�FHUFD�QR�sólo el bien irreductible que la otra persona es, sino también el modo como se va a su encuentro. La cualidad del ser personal impone una cualidad de la relacionalidad. El modo de la rela-ción exigida es por lo tanto también revelador de la naturaleza del ser personal. La unicidad y la singularidad de las realidades que se encuentran en este ámbito reclaman una precisión cate-gorial y terminológica que no traicione sus propiedades.

La modalidad apropiada del actuar dirigido a otra persona es la “directa” que entiende exacta y precisamente a la otra persona en cuanto persona. Es un actuar que va de la persona

El trabajo filosófico de Karol

:RMW\ãD�GHVDUUROODGR�HQ�ORV�

años ’50-’60 ha constituido

posteriormente una premisa

importante de algunas

páginas que han marcado

la antropología del Concilio

Ecuménico Vaticano II.

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a la persona, un actuar que «atañe directamente» a las perso-nas16, que se dirige a la persona y a nada más que a ella17. Tal modalidad del actuar es llamada “amor” y concierne exclusi-vamente a la relación entre personas. Es la substantia del amor y por lo tanto no puede ser entendido como simple afecto o sentimiento, y tampoco como pura inclinación natural, como \D�KHPRV�YLVWR18��3RGHPRV�GHFLU�TXH�:RMW\ãD�LQGLYLGXD�HO�ODGR�VXVWDQFLDO�GHO�DPRU��OR�TXH�DOJXQRV�KDQ�OODPDGR��FRQ�GLIHUHQWHV�significados, amor substantialis.7RGRV�ORV�SDVDMHV�GHO�WH[WR�HQ�ORV�TXH�:RMW\ãD�VH�DSDUWD�GH�

XQD� FRQFHSFLyQ� XWLOLWDULVWD� R� HVTXHPiWLFDPHQWH� VXEMHWLYLVWD�objetivista y se mueve en dirección de lo que es propiamente personal e interpersonal, son alimentados por una profunda SHUFHSFLyQ�GHO�PLVWHULR�GH� OD�SHUVRQD�KXPDQD�\� VRQ� VXVFHS-tibles de ulteriores y fecundos desarrollos tanto sobre el plano GH�OD�ILORVRItD�GHO�KRPEUH�FRPR�VREUH�HO�GH�OD�ILORVRItD�PRUDO�\�la ética.

En la presentación de este actuar que tiene como punto de partida y como término las personas y que llama trans-fenome-nológico o metafísico (a causa del analogon)19��:RMW\ãD�OOHJD�D�XQ�SXQWR�FUXFLDO�SDUD�HO�FRQMXQWR�GH�OD�WHRUtD�GHO�DFWXDU�KXPDQR��(OOR�FRQWLQ~D�VLHQGR�XQ�FXOPHQ�TXH�SHUGXUDUi�KDVWD�OD�UHGDF-ción de Persona y acción y más allá, si bien en Persona y acción, IDOWDQGR� OD� UHIHUHQFLD�SULYLOHJLDGD�D� OD� UHODFLyQ�KRPEUH�PXMHU�dominante en Amor y responsabilidad, el punto de vista tiende a situarse en las dinámicas internas más que en el sujeto per-sonal singular como un primum asumido metodológicamente;

16. AyR, p. 39.17. Ver AyR, p. 82. 18. Ver AyR, p. 76. 19. Ver AyR, p. 75.

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excepto que posteriormente resurge en la cuarta parte como UHDOLGDG��DKRUD�VHJXQGD��GH�OD�SDUWLFLSDFLyQ20.

El actuar que tiene a la otra persona como término es el acto más perfecto, y el amor, en cuanto acto de esta especie, realiza y «explaya más completamente la existencia de la persona»21. La perfección del acto, en cuanto actus personae, ya sea en el sentido de que supone a la persona, ya sea en el sentido de que la actualiza y la realiza, es también perfección, siempre in fieri, de la persona misma. «Es el amor que perfecciona al máximo a su sujeto y que logra realizar en el modo más perfecto, tanto OD�H[LVWHQFLD�GHO� VXMHWR��FXDQWR� OD�GH� OD�SHUVRQD�KDFLD� OD�FXDO�está orientado»22. Esto significa que la persona se realiza en la relación con la persona, pero, desde el momento que el que se realiza es la persona, entre ésta y el intercambio relacional no sucede sólo un paso expresivo o moralmente oblativo, sino también una actuación del ser, según el ser que es propio de las personas. Concluyendo, esta doctrina de la perfección del actuar que va de la persona a la persona nos remite a una ontología comunional23 que determina a las personas desde dentro, antes incluso de manifestarse en la acumulación de los fenómenos perceptibles al ojo espiritual. También aquí sigue VLHQGR� YiOLGR� HO� DGDJLR� WDQWDV� YHFHV� UHSHWLGR�SRU�:RMW\ãD� HQ�sus escritos: «operari sequitur esse», por lo cual en la acción se manifiesta pero también se realiza el ser de la persona.

20. La temática retomará cuerpo en el volumen publicado bajo el títu-lo de Hombre y mujer los creó: el amor humano en el plan divino, Cristiandad, Madrid 2000.

21. AyR, p. 86. 22.� .DURO�:RMW\ãD��Amore e responsabilità. Morale sessuale e vita interper-

sonale, tr. it., Milán 31980, p. 61. 23. Un bosquejo de ontología comunional afín al que atraviesa los textos

GH�.DURO�:RMW\ãD�VH�HQFXHQWUD�HQ�/XLJL�*LXVVDQL��«Tu» (o dell’amicizia), Milán 1997, en particular en la sección sobre la naturaleza de la amistad.

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En cuanto acto más perfecto, el vínculo objetivo (vinculum substantiale) de las personas entre sí constituye también el alma GH�WRGR�DFWR�TXH�HO�KRPEUH�FXPSOH��\�DWUDYLHVD�\�DQLPD�GHVGH�HO�LQWHULRU�WRGD�OD�HVIHUD�GHO�DFWXDU�KXPDQR��KDFLpQGROR�SUHFL-VDPHQWH�KXPDQR��DO�KDFHUOR�DGHFXDGR�D�OD�QDWXUDOH]D�SHUVRQDO�GHO�KRPEUH24��:RMW\ãD�PLVPR�PXHVWUD�FyPR�´actus personae” afirma algo distinto a la expresión “actus humanus” (que a su vez Santo Tomás distinguía del “actus hominis”).7RGR�DFWR�GHO�KRPEUH�HV�WDQWR�PiV�KXPDQR�\�KXPDQL]DQWH�

cuanto más entrelazado está a la persona y a las personas, así como el acto más evidente, separado y privado del vinculum personae ad personam (s) quedaría en sí mismo exánime y vano, QR�SHUVRQDOL]DUtD�D�ODV�SHUVRQDV��(O�JUDGR�GH�KXPDQL]DFLyQ�HV�proporcional al grado de personalización. Por esto quien sigue a Cristo «magis homo fitª�\�VH�FRQYLHUWH�HQ�©PiV�KRPEUHª��huma-nior). En Él, en efecto, está presente la perfección de la Persona GLYLQD�\�VX�DFFLyQ�KDFLD�QRVRWURV�HVWi�VXVWDQFLDGD�GH�DPRU�TXH�no es siquiera primariamente su amor, sino el del Padre: «Tanto amó el Padre al mundo» (Jn 3,16).

Por este motivo una ética que no sea concebida como comunional en sus presupuestos, no lo podrá ser verdadera y plenamente ni siquiera en sus consecuencias y en sus resulta-dos. Aquí se comprende cómo, si no se parte del amor como vínculo sustancial, no se podrá siquiera alcanzarlo, y esta im-posibilidad está ligada a otra, aquella por la cual, en el caso de XQD�FRQVLGHUDFLyQ�GH�OD�UHDOLGDG�GHO�KRPEUH��VL�QR�VH�SDUWH�GHO�GDWR�SRU�HO�FXDO�HO�KRPEUH�HV�SHUVRQD��QXQFD�VH�OOHJDUi�D�pO��QR�es algo deducible). Está claro que cuando se dice “persona” no se puede no entender simultáneamente el conjunto real de la

24. Trasponemos al plano de la realidad de las personas la terminología TXH�KD�FDUDFWHUL]DGR�HO�GHEDWH�VREUH�XQ�SODQR�GLYHUVR��FRPR�UHVXOWD�del estudio de Marc Leclerc, L’union substantielle. I. Blondel et Leibniz, Namur 1991.

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realísima comunión de las personas fuera de la cual ninguna SHUVRQD�UHDO��GLYLQD�R�KXPDQD��KD�H[LVWLGR�QL�H[LVWLUi�

En el escrito programático terminado en 1972 pero publicado recién en 1991 en Lublín con el título de El hombre y la respon-sabilidad. Estudio sobre el tema de la concepción y de la meto-dología ética��:RMW\ãD�VH�H[SUHVD�DVt��©/D�QRUPD�SHUVRQDOLVWD�HV�HO�SULQFLSLR�VXSUHPR�GH�ORV�DFWRV�KXPDQRV��VHJ~Q�HO�FXDO�WRGR�HO�DFWXDU�GHO�KRPEUH�HQ�FXDOTXLHU�FDPSR�GHEH�VHU�adecuado a la relación con la persona��TXH�HV�IXQGDPHQWDO�HQ�HO�DFWXDU�KX-mano». A esta primera afirmación de importancia metodológica inigualable, sigue una lacónica motivación de contenido que FRLQFLGH�SHUIHFWDPHQWH�FRQ�ODV�GHGXFFLRQHV�TXH�KHPRV�VDFDGR�de Amor y responsabilidad, escrito doce años antes. «Esta rela-FLyQ�>FRQ�OD�SHUVRQD@�³HVFULEH�:RMW\ãD³�HVWi�UHDOPHQWH�FRQWH-QLGD�HQ�WRGD�DFFLyQ�GHO�KRPEUH��SUHVFLQGLHQGR�GH�FXDQWR�HQ�VX�contenido objetivo este actuar pueda parecer “cosificado”»25. La dimensión interpersonal, en cuanto omnipresente y además sobredeterminante, posee un grado de realidad superior a las otras objetividades y “datidades” en cuestión.

No se nos separa, por lo tanto, del plano de la naturaleza y de la ley de la naturaleza, «es más, la norma personalista desig-na una penetración más profunda en el mundo de la naturaleza con vistas a una adquicisión más completa sobre el terreno QRUPDWLYR�GH�OD�´QDWXUDOH]D�KXPDQDµ��TXH�HV�SHUVRQD�SRU�QD-turaleza. En sustancia, la ley natural exige la formulación de un principio o de principios que correspondan plenamente a esta realidad»26. La norma personalista amplificada27 por el llamado

25.� .DURO�:RMW\ãD��El hombre y la responsabilidad, en El hombre y su des-tino, ob. cit., p. 291.

26. Allí mismo, p. 290.27. AyR, pp. 36ss.

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©PDQGDPLHQWR�GHO�DPRUª�HYDQJpOLFR�FLWDGR�SRU�:RMW\ãD�FRUUHV-ponde a esta exigencia./D�UHIHUHQFLD�GH�:RMW\ãD�DO�(YDQJHOLR28 tiene un significado

filosófico extraordinario justamente en orden a la compresión de la realidad de la persona, como veremos. No es costumbre en nuestro autor, en efecto, citar en este tipo de escritos las fuentes de la Revelación, sino allí donde lo exige el mismo re-corrido filosófico del discurso.

a. Reciprocidad

El ser del amor «es interpersonal»29, por ello el amor en acto reclama por sí mismo la reciprocidad: en cierto modo un solo ser en el que dos personas están comprometidas30.

¿Cómo entender la reciprocidad? ¿Cuál es la verdad de la reciprocidad personal? El tema es de gran relevancia en orden D�OD�ILORVRItD�GHO�KRPEUH��5HWRPDPRV�DOJXQDV�OtQHDV�TXH�VH�QRV�RIUHFHQ�HQ� ORV� WH[WRV�GH�:RMW\ãD�\�EXVFDPRV�PRVWUDU�DOJXQRV�posibles desarrollos.

Ante todo, la verdad de la relación de las personas reclama reciprocidad porque la implicación con la voluntad de amor del otro reclama libertad. El fin de la libertad consiste propiamente HQ� OD� DGKHVLyQ� \� HQ� OD� VXERUGLQDFLyQ� D� OD� OyJLFD� GHO� DPRU31. Hasta que no se dé una implicación de la voluntad y de la liber-

28.� 9HU�.DURO�:RMW\ãD��El hombre y la responsabilidad, en El hombre y su destino, ob. cit., p. 290, y varios pasajes en AyR.

29. AyR, p. 89.30. Ver AyR, p. 88. 31.� 9HU� .DURO�:RMW\ãD��Raggi di paternità (escrito en 1964), en Tutte le

opere letterarie, tr. it., Bompiani, Milán 2001, p. 931: «El amor, en HIHFWR��QR�GHMD�OLEHUWDG�GH�TXHUHU�QL�DO�TXH�DPD�QL�DO�TXH�HV�DPDGR���pero al mismo tiempo el amor es liberación de la libertad, porque una OLEHUWDG�VyOR�SDUD�XQR�PLVPR�VHUtD�KRUULEOHª�

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WDG�QR�VH�SXHGH�QL�VLTXLHUD�DILUPDU�TXH�KD\D�LPSOLFDFLyQ�GH�OD�persona con otra persona. A la expresión de una voluntad y de una libertad debe corresponder y se puede corresponder sólo a partir de la puesta en cuestión de la propia libertad. Aquí se puede atisbar la reciprocidad.:RMW\ãD�H[SOLFD�GH�PRGR�FRQYLQFHQWH�FyPR�GHVGH�HO�SXQWR�

GH�YLVWD�GH�TXLHQ�VH�GLULJH�KDFLD�RWUD�SHUVRQD�FRQ�XQ�LQWHQWR�de afirmación del otro y por tanto de una relación verdadera (amor), el deseo de reciprocidad no excluye el carácter desin-teresado del amor, siendo un deseo de que el otro entre en la relación en cualidad de co-creador del amor mismo32.

Antes de pasar a la cuestión de fondo, propuesta por :RMW\ãD�� VREUH� HO� IXQGDPHQWR� GH� OD� UHFLSURFLGDG�� TXLVLHUD�detenerme sobre la afirmación general («algo que existe entre ellos»33) y sobre el escenario que configura.

¿Qué significa que la voluntad está dirigida a la persona del otro? A la persona y no a un atributo suyo, por más excelente TXH�VHD��8QD�GH�ODV�GHILQLFLRQHV�FOiVLFDV�KDEOD�GH�OD�XQLyQ�GH�amistad como «idem velle et idem nolle» [«querer lo mismo \�UHFKD]DU� OR�PLVPRª@34. Pero aquí, más allá de la unidad del TXHUHU�\�GHO�UHFKD]DU��H[LVWH�XQD�GLUHFFLRQDOLGDG�TXH�HVWi�GLUL-gida propiamente a la persona: las personas “se quieren” entre ellas. Existe una pureza de reciprocidad, existe una especie de absolutidad de reciprocidad. ¿Cómo se explica esto? ¿Se pue-GH�H[SOLFDU�KDFLHQGR�XVR�GH� OD� VREUHFDWHJRUtD�GHO�bonum? Si predefiniéramos el bien y lo aplicásemos a nuestro “caso”, creo que la realidad de la unidad de las personas permanecería gran-demente descubierta. ¿Dónde podríamos, en efecto, encontrar un nivel de realidad adecuado para cubrir ese dato que se encuentra en el ápice de la realidad creada? Parece, entonces,

32. Ver AyR, p. 90. 33. AyR, p. 88.34. Sallustio, De coniuratione Catilinae, 20, 10-11.

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que se debería proceder más bien al revés. Parece que el bien, aquello que nosotros llamamos “bien”, debe ser explicado a partir de este fenómeno originario, por lo que se puede afirmar lícitamente que aquello que corresponde y se adecua al amor, el vínculo sustancial, es el bien.

A partir de esta revolución, no se debería definir el bien sino partiendo de este dato originario. «Jesús, fijando en él su mirada, lo amó» (Mc 10,21). Por otra parte, ya en la doctrina clásica el bonum aparece como el ser en referencia a otro35.

Todo esto no conduce a la instauración de una absolutización de la reciprocidad, como la encontramos por ejemplo en Ludwig )HXHUEDFK�R��mutatis mutandis��HQ�.DUO�%DUWK��1R�VH�GD�FDELGD�DO�HVTXHPD��©£(O�KRPEUH�� OD�PXMHU�� OD�GLYLQLGDG�ª36. Hay una REMHWLYLGDG�GHO�ELHQ�EHOOR�GHO�YtQFXOR�GH�DPRU�TXH�WUDVFLHQGH�a los sujetos personales y los ilumina como desde arriba. Es la imago Trinitatis que vuelve a brillar (ver 2Cor 4,6; 3,18).

La sustancialidad de las relaciones de las personas es la sus-tancialidad indiscutible de la obra de la creación y de la nueva creación (redención)37. El amor tiene estatuto de ser y no es un sub-especie o un casi-ser. Así lo entiende Pablo cuando escribe: ©(O�DPRU�KD�VLGR�GHUUDPDGR�HQ�QXHVWURV�FRUD]RQHVª��Rom 5,5). Así lo entiende Juan cuando escribe que quien no está en el amor está privado de la vida, es decir, está muerto (ver Ap 3,1).

Volviendo a la cuestión de la reciprocidad propuesta por :RMW\ãD�� SRGHPRV� GHFLU� TXH� QR� KD\� VLPSOH� UHFLSURFLGDG��pura reciprocidad; si bien en la experiencia de la verdadera

35. Santo Tomás de Aquino, De veritate, 1, 1. 36.� 9HU�/XGZLJ�)HXHUEDFK��Principi della filosofia dell’avvenire, §§ 59-63,

WU��LW���%DUL�������SS�����������.DUO�%DUWK�HQ�VX�Kirchliche Dogmatik �,,,����SS�����������LGHQWLILFD�OD�FUHDFLyQ�´D�LPDJHQ�\�VHPHMDQ]Dµ�FRQ�OD�UHFLSURFLGDG�KRPEUH�PXMHU��

37. Esto encontrará amplio desarrollo en el magisterio de Juan Pablo II.

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reciprocidad están presentes una simplicidad, una pureza y una absolutidad innegables.

b. Ser y amor

(Q�FXDQWR�DO�QH[R�HQWUH�HO�DPRU�\�HO�VHU��:RMW\ãD�HVWi�PDQLILHV-tamente interesado en evidenciar el aspecto de ser del amor, el amor como amor essentialis./D�DFWXDOLGDG�GHO�DPRU�UHFODPD��VHJ~Q�:RMW\ãD��UHFLSURFL-

dad y co-pertenencia. Los «dos amores... se unen y crean un todo objetivo, en cierto modo un solo ser» en el que están comprometidas dos personas38. Considerando de cerca estas realidades relativas a la relación interpersonal, nuestro autor concluye: «El amor arranca la persona a esa intangibilidad na-WXUDO�\�D�HVD�LQDOLHQDELOLGDG��SRUTXH�KDFH�TXH�OD�SHUVRQD�TXLHUD�darse a otra»39. En este enunciado está contenida una verdad VREUH� OD� QDWXUDOH]D� FRPXQLRQDO� GH� OD� SHUVRQD� KXPDQD� TXH�está filosóficamente en grado de incluir el postulado expresado como una declaración de toma de posición al final de la obra mayor Persona y acción40.

38. AyR, p. 88. 39. AyR, p. 136. 40.� .DURO�:RMW\ãD��Persona y acción, ob. cit., pp. 423-424 (conclusión):

«Además, podría surgir la pregunta de si la experiencia de actuar “junto con otros” no es una experiencia fundamental y, por lo tan-to, esta concepción de la comunidad y de la relación no tendríamos que incluirla previamente en la elaboración de una concepción de la persona. Pienso que una interpretación de la comunidad y de la relación de las personas no puede ser correctamente fundamentada si no se apoya antes de algún modo en la concepción de la persona y GH�OD�DFFLyQ��\��DGHPiV��GH�PRGR�TXH�HQ�OD�H[SHULHQFLD�´HO�KRPEUH�actúa” resulte adecuadamente dibujado el cuadro de la trascenden-cia de la persona en la acción. En caso contrario, fácilmente podría suceder que, en la interpretación de la comunidad y de la relación

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El ingreso de la persona a la rea-lidad del ofrecimiento de sí a otra persona no puede ser entendido o explicado de manera situacional o circunstancial. También este actuar supone el ser y por lo tanto es en el ser de la persona que se descubre la trascendencia en dirección al otro PHQFLRQDGD� SRU� :RMW\ãD�� (Q� DTXHO�acto la persona no se desborda de su ser, sino que lo perfecciona y lo cum-ple. Por lo tanto es reconsiderado el ser personal mismo, propiamente a SDUWLU� GH� DTXHO� DFWR�� $TXt� :RMW\ãD�SDUHFH�KDEHU�LGR��XQD�YH]�PiV��PX-FKR�PiV�DOOi�GH�OD�LQWHUPRQDGLFLGDG�de las Meditaciones cartesianas de Husserl.

La última pregunta que retomamos GH�ODV�FRQVLGHUDFLRQHV�RIUHFLGDV�SRU�:RMW\ãD�VREUH�HO�WHPD�TXH�estamos tratando dice así: ¿Cuál es el bien sobre el que se fun-da la reciprocidad? La cualidad del bien determina, en efecto, OD�QDWXUDOH]D�GHO� YtQFXOR��&RPR�KD\�XQD� WUDVFHQGHQFLD�GH� OD�SHUVRQD��KD\�XQD�WUDVFHQGHQFLD�GH�OD�communio personarum. El

interpersonal, no se manifestara todo lo que es constitutivo de la per-sona, y la condiciona sustancialmente, a la vez que define la comuni-dad y la relación precisamente en cuanto comunidad y relación entre las personas. Por tanto, parece que tanto metodológica como sus-tancialmente es adecuada una solución que, a la vez que prioriza la concepción de la persona y de la acción, busca, sobre la base de esta concepción, una interpretación adecuada de la comunidad y de la relación interpersonal en toda su riqueza y su diferenciación».

Quien ama realmente sale de sí mismo para entregarse a al otro. Jesús curando un enfermo.

Grabado de Gustave Doré (1832-1883).

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fundamento de la reciprocidad interpersonal no es inmanente D�HOOD��(O�IXQGDPHQWR�GHO�ELHQ�KXPDQR�VREUH�HO�FXDO�VH�PLGHQ�todos los bienes es ciertamente el Bien divino. A esto alude :RMW\ãD�FXDQGR�DILUPD�TXH�©HQ�HO�GHVHR�GHO�ELHQ�LQILQLWR�SDUD�el otro “yo”, está el germen de todo el ímpetu creador, del ver-dadero amor... Éste es el rasgo “divino” del amor»41.

Un vez más aparece una llamativa conjugación del misterio GH�'LRV�FRQ�HO�PLVWHULR�GHO�KRPEUH��DXQTXH�VRWHUUDGDPHQWH��DWUDYLHVD�WRGD�OD�REUD�GH�.DURO�:RMW\ãD�

c. Acción y generación

([LVWH�XQ�DFWR�DO�FXDO�HVWi�OLJDGR�HO�VHU�GH�WRGR�KRPEUH��OD�JHQH-ración. El acto de la generación de alguna manera constituye el YpUWLFH�GHO�DFWXDU�KXPDQR�TXH�WLHQH�FRPR�ILQ�D�OD�RWUD�SHUVRQD��tanto así, que se produce al interior del acto que informa la verdad de todo el actuar: el amor. La meditación sobre la re-ODFLyQ�GH�JHQHUDFLyQ�FRPSUXHED�HO�URO�TXH�:RMW\ãD�DVLJQD�D�OD�SHUIHFFLyQ�GHO�DFWXDU�GLULJLGR�KDFLD�OD�RWUD�SHUVRQD��/RV�WH[WRV�fundamentales los encontramos en el drama (Mysterium) La irra-diación de la paternidad (1964)42 y en el volumen magisterial Hombre y mujer los creó (1984)43.(O�PLVWHULR�GH�OD�JHQHUDFLyQ�HV�DERUGDGR�SRU�:RMW\ãD�WDQ-

WR� GHVGH� HO� SXQWR� GH� YLVWD� GHO� KDEHU� VLGR� JHQHUDGRV�� FRPR�desde el del ingreso en la relación y en el acto que genera transitivamente.

41. AyR, p. 151. «Cuando el amor alcanza su verdadera grandeza, confie-UH�D�ODV�UHODFLRQHV�HQWUH�HO�KRPEUH�\�OD�PXMHU��QR�VRODPHQWH�XQ�FOLPD�específico, sino también una conciencia de absoluto» (AyR, p. 152).

42. Ver más arriba, nota 31. 43. Juan Pablo II, Hombre y mujer los creó: el amor humano en el plano

divino, Cristiandad, Madrid 2000.

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7RGR�KRPEUH�HV�XQ�©QDFLGR�GH�PXMHUª�\��SRU�OR�WDQWR��SRU�naturaleza (naturaleza viene de nascor�� KLMR�� $O� SULQFLSLR� GH�WRGD�QXHVWUD�DFWXRVLGDG�KD\�XQ�KDEHU�VLGR�SXHVWRV�SRU�XQ�DFWR�de otro. Ello es en sí un acto que procede de dos personas, GH�XQ�KRPEUH�\�GH�XQD�PXMHU��GH�XQ�SDGUH�\�GH�XQD�PDGUH44 \�� VHJ~Q� OD�5HYHODFLyQ�KHEUHR�FULVWLDQD��GH�XQ�DFWR�GLYLQR�GH�creación. El inicio es decisivo para la verdad de lo que sigue. 7RGR�HO�DFWXDU�GHO�KRPEUH�HQ�FXDQWR�KLMR�VHUi�XQ�DFWXDU�VHJ~Q�la verdad en la medida de la adecuación al acto que origina-ULDPHQWH� OR�KD�SXHVWR� HQ�HO� VHU��&XDQGR�HO� DFWXDU�GHO� VXMHWR�personal se coloca en la línea de prosecución del primer acto, VX�FDXVDOLGDG�VHUi�FRQVWUXFWLYD�SDUD�VX�KXPDQLGDG�\�OD�GH�ORV�demás, y viceversa, cuando la acción contradiga el principio, ésta desintegrará tendencialmente al sujeto en cuestión.(O� WtWXOR�GH� OD�~OWLPD�REUD�WHDWUDO�GH�.DURO�:RMW\ãD�FRQWLH-

ne un término que indica una acción en curso: la irradiación (promieniowanie), la irradiación de la paternidad. El actuar que edifica y “personaliza” es justamente el que se pone bajo los ra-yos de la paternidad y se autoconcibe como filial. Secundando HO� RULJHQ�� HO� KRPEUH� DFW~D� YHUGDGHUDPHQWH� \� OOHJD� DO� YpUWLFH�de su actualidad que es a su vez el generar, sin dejar de ser KLMR��(V�LOXVWUDWLYD�D�HVWH�SURSyVLWR�OD�VHQFLOOD�H[SUHVLyQ��©7RGR�se desenvuelve en la irradiación de la paternidad»45. (O�KRPEUH�TXLHUH�DTXHOOR�TXH�HV�\�SXHGH�HMHUFLWDU�HO�TXHUHU�

VHJ~Q�OD�YHUGDG�GH�VX�VHU�KLMR��SHUR�pO�HV�SRUTXH�KD�VLGR�TXHULGR��en primer lugar, por su Creador. Su mismo ser es sustanciado, entonces, de un querer (Ap 4,11; ver Heb 1,3) que es amor, es decir, comunión, amor substantialis.

44. No tocamos aquí las deformaciones que se están produciendo en las VRFLHGDGHV� RFFLGHQWDOHV� TXH� KDQ�GHVILJXUDGR� \� WDPELpQ�SHUYHUWLGR�este vínculo natural con consecuencias gravísimas para los neonatos.

45.� .DURO�:RMW\ãD��Raggi di paternità, ob. cit., p. 901.

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

El rol que juega la voluntad y por lo tanto el amor en la generación revela su componente espiritual y señala como ac-ción mentirosa aquella en la cual tal dimensión está ausente o, más aún, es negada positivamente. En definitiva, en toda acción VX\D�HO�KRPEUH�HVWi�SXHVWR�IUHQWH�D�XQD�GLV\XQWLYD��R�DFRJH�VX�origen filial y entra a su vez en el misterio de la generación, o lo FRQWUDGLFH�\�OR�UHFKD]D�DXWRFRQGHQiQGRVH�D�OD�HVWHULOLGDG�\�SRU�lo tanto a la infecundidad.(O� WUDEDMR�HV�XQD�GH� ODV�PRGDOLGDGHV�GHO� DFWXDU�KXPDQR��

/DV� VRFLHGDGHV�RFFLGHQWDOHV� VXIUHQ�KR\�XQD�JUDQ�FDQWLGDG�GH�patologías del trabajo, tanto por exceso como por defecto. Los GRFXPHQWRV�GHO�PDJLVWHULR�VREUH�GRFWULQD�VRFLDO�KDQ�VHxDODGR�DOJXQDV�GH�HOODV��OD�FHQWUDOLGDG�GHO�FDSLWDO�UHVSHFWR�DO�KRPEUH�como sujeto, la identificación de trabajo y salario, la decadencia de las funciones socialmente reconocidas, la desocupación, la falta de reglamentación jurídica, etc. Todas ellas se deben a un desequilibrio antropológico que las determina desde el fondo: la pérdida del nexo vital entre acción y generación. Esto se ve-ULILFD�HQ�HO�KHFKR�GH�TXH�HQ�ODV�PLVPDV�VRFLHGDGHV�HQ�ODV�TXH�estas enfermedades de la acción laboral proliferan epidémica-PHQWH�QR�QDFHQ�PiV�KLMRV��/D�HVWHULOLGDG�VH�HVWi�FRQYLUWLHQGR��si no lo es ya, en uno de los rasgos espirituales característicos de nuestra sociedad y de nuestra época. Signo llamativo de ello HV�HO�DEDQGHUDPLHQWR�LGHROyJLFR�GH�OD�KRPRVH[XDOLGDG�TXH��HQ�estas sociedades, asume el rol de un manifiesto identitario. En VX�DXVHQFLD�QR�VH�HV�XQR�PLVPR��3HUR�HO�HORJLR�GH�OD�KRPRVH-xualidad es necesariamente el elogio de la esterilidad. Es signi-ILFDWLYR�TXH�KR\�pVWD�QR�VyOR�VHD�YLYLGD�VLQR�WDPELpQ�LPSXHVWD�FRPR� GHUHFKR� \� FRPR� SURJUHVR�� SHUR� KDFLD� OD� GHVDSDULFLyQ��KDFLD�HO�QR�VHU46. Los teóricos de ésta, que es ya una línea de

46. La fragmentación y la inestabilidad de los núcleos familiares crean una labilidad en los procesos de autoidentificación que, con el apoyo de una ideología ampliamente difundida, según la cual no existe una

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pensamiento, son conscientes de ello y la afirman como la últi-ma oportunidad, como la verdadera oportunidad.

Unas palabras sobre la paternidad. El ingreso en la pater-QLGDG��DVt�FRPR�:RMW\ãD�QRV�OR�SUHVHQWD�HQ�VX�JHQLDO�Misterio, reclama un reconocimiento de la apertura religiosa del propio VHU��XQ�UHFRQRFLPLHQWR�GHO�KHFKR�GH�TXH�OD�VROHGDG�QR�HV�HQ�última instancia determinante47.

A partir de este reconocimiento, que modifica el sentido de Vt�\�SRU�WDQWR�OD�GLPHQVLyQ�GH�OD�DXWRSRVHVLyQ��HO�KRPEUH�SXH-de asumir la presencia de lo femenino como correspondiente a su naturaleza espiritual que tiene en la sexualidad su evidencia existencialmente relevantísima. El reconocimiento de la mujer y su acogida en el propio “mundo” y en la propia interioridad significa, en este punto, el asentimiento libre y consciente al dato de naturaleza, a la filiación entendida como no soledad originaria48. Aquello que en la génesis y en la constitución del KRPEUH�HUD�SULPHUR�XQ�GDWR�GHSRVLWDGR�\�FRQVLJQDGR�VLQ�SUH-YLR�DVHQWLPLHQWR�HQ� VX� VHU�\�HQ� VX� LGHQWLGDG��DKRUD�GHEH� VHU�activamente apropiado (“mío”) y obedecido de manera vivaz y activa.

En este recorrido que desde la filiación conduce a la pater-QLGDG�VH�UHYHOD�WRGD�OD�YHUGDG�VREUH�HO�DFWXDU�KXPDQR�\�VREUH�OD�SHUIHFFLyQ�GH� OD�SHUVRQD�D� OD�TXH�HO�KRPEUH�HVWi� OODPDGR��$KRUD�HO�KRPEUH�GHEH�KDFHU�´VX\Rµ�DTXHOOR�TXH�HO�3DGUH�©GH�

QDWXUDOH]D�KXPDQD�� VLQR�XQD�SODVPDELOLGDG� LQGHILQLGD��SURGXFH�XQ�LQFUHPHQWR�LQDXGLWR�GH�KRPRVH[XDOHV��9HU�*HUDUG�YDQ�GHQ�$DUGZHJ��Omosessualità e speranza, Milán 1995; Una strada per il domani, Roma 2004.

47.� .DURO�:RMW\ãD��Raggi di paternità, ob. cit., p. 895. 48. Ver Juan Pablo II, Hombre y mujer los creó, ob. cit., pp. 78-86. Aquí

-XDQ�3DEOR�,,�KDEOD�GH�XQD�VROHGDG�RULJLQDULD�TXH�WLHQH�HO�VLJQLILFD-do de una relación originaria con el Creador y abre a la «comunión originaria».

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

quien procede toda paternidad» (Ef�������KD�TXHULGR��3DUD�HO�KRP-bre la verdad del acto consiste HQ�©KDFHU�OD�YROXQWDG�GHO�3DGUHª��De este modo él entra a su vez en la paternidad y su paterni-GDG� VHUi� KHFKD� YHUGDGHUD�� QR�presuntiva o presuntuosamente como alternativa a la paternidad divina, sino exactamente «en la irradiación» de ésta. La verdad GH�OD�DFFLyQ�GHO�KRPEUH�FRQVLVWH�en actuar dentro de la acción de 'LRV�� (O� KRPEUH� GHEH� TXHUHU�� \�Adán, el protagonista del drama

Irradiación de la paternidad, afirma que se necesita optar más para generar que para crear, pero la potencia y la adecuación GHO�TXHUHU�GHO�KRPEUH�FRQVLVWH�HQ�GHVHDU�OD�YROXQWDG�GHO�©3DGUH�TXH�HVWi�HQ�ORV�&LHORVª��<�HVWR�QR�HVWi�QXQFD�FRQWUD�HO�KRPEUH��no disminuye en nada la nobleza y la dignidad de la persona KXPDQD�� $O� FRQWUDULR�� QR� KD\� XQ� TXHUHU� KXPDQR�PiV� IXHUWH�TXH�HO�GHO�KRPEUH�TXH�GHVHD�OD�YROXQWDG�GHO�3DGUH��SRU�HO�KH-FKR�GH�TXH�QR�KD\�XQ�DPRU�PiV�JUDQGH�TXH�HO�DPRU�GH�'LRV�\�HO�TXHUHU�HV�GDGR�DO�KRPEUH�SDUD�DPDU�\�SDUD�OD�IHFXQGLGDG�generativa que por gracia brota del amor. Para “regalarse” a sí mismo en la generación se necesita consignar en un acto toda la libertad y toda la voluntad. La autoposesión, el autogobierno y la autodeterminación no son, en efecto, fines en sí mismos, sino que tienen como fin la autodonación, la ofrenda de sí mismo.

Todos los fenómenos de despotismo arbitrario y de deses-tructuración del “yo” que pululan en nuestras sociedades son también patologías de la voluntad que ya no conocen la pa-ternidad, ni la que está en el Cielo, ni la que, vinculada a ésta, HVWi�HQ�OD�WLHUUD��/D�YROXQWDG�KXPDQD��HQ�HIHFWR��VH�HVWUXFWXUD�HQ�OD�EXHQD�UHODFLyQ�FRQ�HO�SULQFLSLR�GHO�TXH�KD�VLGR�D�VX�YH]�

Todo el actuar del hombre

en cuanto hijo será un

actuar según la verdad en

la medida de la adecuación

al acto que originariamente

lo ha puesto en el ser.

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querida y con el fin al que está llamada, con la generación de la TXH�KD�VLGR�JHQHUDGD�\�FRQ�OD�JHQHUDFLyQ�TXH�KD�VLGR�SUHVFULWD�a actuar.

2. El hombre es persona

La filosofía y la teología de la generación contenidas en la obra GH�.DURO�:RMW\ãD�VRQ�GH�XQD�H[WUDRUGLQDULD�ULTXH]D�\�PHUHFHQ�un estudio en sí mismo. Naturalmente, toda reflexión sobre este tema, también en referencia al actuar, está acompañada y abra-zada de la reflexión sobre el actuar de Dios en sí mismo y ad extra��/RV�HVFULWRV�GH�:RMW\ãD�VREUH�HVWH�WHPD��FRPR�VREUH�RWURV�WHPDV�IXQGDPHQWDOHV�SDUD�OD�FRPSUHQVLyQ�GH�OR�KXPDQR�HQ�HO�KRPEUH��VH�PXHYHQ�VREUH�XQD�OtQHD�ULJXURVDPHQWH�DQDOyJLFD��(O�actuar de Dios en Dios mismo es principalmente, en la comu-nión del Padre y del Hijo, la generación eterna activa y pasiva. La obra de la creación, que es también una obra del amor, se da sobre la base y dentro del soporte constituido por la generación, al punto de que todo lo creado no es sólo creado «en el Hijo y por medio de Él», sino también «en vistas a Él».'H� HVWH� IDVFLQDQWH�PLVWHULR� GLYLQR�:RMW\ãD� WRPD� OX]� SDUD�

LOXPLQDU�HO�PLVWHULR�KXPDQR��<�HVWR�QR�YDOH�VyOR�SDUD�HO�DFWXDU��sino más aún para la realidad de la persona que actúa. Por otra SDUWH��WRGR�HO�WUDEDMR�VREUH�HO�DFWXDU��HQ�OD�ILORVRItD�GH�:RMW\ãD��tiene en la mira a la persona. Queremos entonces dirigir la PLUDGD�D� VX�SHQVDPLHQWR� VREUH� OD�SHUVRQD�KXPDQD��7DPELpQ�aquí será metodológicamente imposible separar la antropología filosófica de la teológica, aunque nuestro autor esté muy atento en sus escritos filosóficos, mas no en los literarios, a distinguir categorial y lingüísticamente los ámbitos49.

49. Ver Emmanuel Lévinas, Note sul pensiero filosofico del Cardinale :RMW\ãD, en «Communio» 54 (1980), p. 99.

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

a. Irreductibilidad del hombre en cuanto persona

8QD� FRQWULEXFLyQ�GH� LQGLVFXWLEOH� YDORU� TXH�QRV� KD� GHMDGR� HO�SHQVDPLHQWR�GH�:RMW\ãD�HV�HO�GH�OD�GRFWULQD�GH�OD�SHUVRQD��eVWD�representa una cara de la respuesta que él formula al pensamien-to moderno en sus diversas variantes. La otra cara la constituye OD�WHPDWL]DFLyQ�GH�OD�FRPXQLGDG�communio50 interpersonal. El enunciado que compendia las dos caras de su esfuerzo filosófico \�WHROyJLFR�VREUH�HVWH�SXQWR�KD�VLGR�H[SUHVDGR�ODSLGDULDPHQWH�por él mismo de este modo: «perfecta subjetividad de cada uno y una nueva, perfecta intersubjetividad de todos»51.

Para lo que atañe a la primera parte de su contribución es de fundamental importancia la recuperación de lo irreductible HQ� HO� KRPEUH52��:RMW\ãD�� HQ� OD� HVWHOD� GH� XQ� IXHUWH� \� DQWLJXR�KXPDQLVPR�KHEUHR�\�FULVWLDQR��QR�DFHSWD�OD�UHGXFFLyQ��SULPHUR�SDJDQD�� GHVSXpV�PRGHUQD�� GHO� KRPEUH� D� XQ� HOHPHQWR� LQWUD�cósmico y por lo tanto a un factor supremamente diferenciado de la physis��QDWXUD���(O�KRPEUH��HQ�FXDQWR�SHUVRQD��QR�HV�UHGX-cible ni siquiera a un individuo de la especie./D�ILORVRItD�GHO�KRPEUH�GH�:RMW\ãD�VH�RSRQH�DELHUWDPHQWH�

a toda forma de naturalismo, también a aquellas ideal o ideo-lógicamente camufladas. Desde este punto de vista él se coloca sobre una línea subterránea del pensamiento filosófico que del siglo XIV y XV por momentos reemerge y por momentos parece GHVDSDUHFHU�GH�QXHYR�\�TXH�KD�UHWRPDGR�FLHUWD�YLVLELOLGDG�HQ�el curso del siglo XX53.

50.� 1R�HV� UDUR�TXH�:RMW\ãD� VH�YHD�REOLJDGR�D�XWLOL]DU�HO� WpUPLQR� ODWLQR�“communio” ante la ausencia de un equivalente en la lengua polaca.

51. Juan Pablo II, Catequesis durante la audiencia general����������������52.� 9HU�.DURO�:RMW\ãD��La subjetividad y lo irreductible en el hombre, en El

hombre y su destino, ob. cit., pp. 25-39. 53. Ver Augusto del Noce, Riforma cattolica e filosofia moderna, Bologna

1965; L’epoca della secolarizzazione, Milán 1970. Nos referimos en

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/D�LUUHGXFWLELOLGDG�GHO�KRPEUH�HQ�cuanto persona dicta la necesidad de la recuperación de un método apropia-do de conocimiento. No es suficiente la metafísica clásica del ser, tampoco la filosofía de la conciencia en su versión IHQRPHQROyJLFD��VH�QHFHVLWD�DKRUD�XQD�metafísica de la persona, una metafí-sica de la comunión de las personas, una transfenomenología54��(O�KHFKR�GH�que algunas formas de pensamiento pensado no sean consideradas apro-piadas para dar claridad al misterio del

KRPEUH��QR� VLJQLILFD�TXH� VHDQ� UHFKD]DGDV�R�TXH� UHVXOWHQ�GHO�WRGR�LQXWLOL]DEOHV��$O�FRQWUDULR��:RMW\ãD�FRQWLQ~D�YDOLpQGRVH�GH�las mallas conceptuales aportadas por la filosofía del ser y por la metafísica clásica en la versión aristotélico-tomista.$O� WHPD� GH� OD� LUUHGXFWLELOLGDG�� TXH� UHVWDEOHFH� DO� KRPEUH�

entre la realidad del mundo y la de Dios, con su estatuto pro-prio, que no es reducible, se añade el de la trascendencia de OD�SHUVRQD�KXPDQD��/D�OLWHUDWXUD�VREUH�HVWH�WHPD��WDQ�TXHULGR�SDUD�:RMW\ãD��HV�PX\�YDVWD�\�DTXt�SRGHPRV�FRQWHQWDUQRV�FRQ�una mención breve.+D\�XQD�WUDVFHQGHQFLD�GHO�KRPEUH�HQ�Vt�PLVPR�SRU�OD�FXDO�

él no es exactamente idéntico e identificable con la suma de sus facultades, ni siquiera las superiores, espirituales, ni tampoco

particular al perfil trazado por Rocco Buttiglione, Augusto del Noce. Biografia di un pensiero, Casale Monferrato 1991.

54.� 9HU�.DURO�:RMW\ãD��La persona: sujeto y comunidad, en El hombre y su destino, ob. cit., p. 58: «La realidad de la persona no es “extrafe-noménica” sino sólo “transfenoménica”. En otros términos: debemos SHQHWUDU�D� IRQGR�\�FRPSOHWDPHQWH�HQ�HO�´IHQyPHQRµ�KRPEUH�SDUD�comprenderlo y objetivarlo plenamente».

(O�WUDEDMR�ILORVyILFR�GH�:RMW\ãD� gira en torno a la antropología

explicitada en el Concilio Vaticano II.

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

con sus operaciones. La persona, en efecto, puede verdadera-mente actuar precisamente porque retro-determina sus actos, mientras que se realiza dinámicamente en ellos. El misterio de la identidad personal se manifiesta de modo fenomenoló-JLFDPHQWH�LQGLYLGXDEOH�\�SHUPDQHFH�WUDVFHQGHQWH��:RMW\ãD�VH�dedicó, con una gran cantidad de estudios analíticos, a recoger y dar un nuevo sentido a los fenómenos y las experiencias en ORV�TXH�VH�PDQLILHVWD� OD�WUDVFHQGHQFLD�GH� OD�SHUVRQD�KXPDQD��En cierta medida, para nuestro autor este trabajo es el trabajo filosófico tout court.(O�HQRUPH�HVIXHU]R�TXH�:RMW\ãD�GHGLFy�D�H[DPLQDU�\�RUGH-

QDU�ORV�GDWRV�TXH�KDEODQ�GH�OD�WUDVFHQGHQFLD�GH�OD�SHUVRQD�HQ�cuanto ser sui iuris y por lo tanto propter seipsam adfirmandam recibieron un fuerte empuje motivacional de una trascendencia de la persona en sí que es posibilitada ontológica y existen-cialmente por una trascendencia de la persona más allá de sí, es decir, por una concepción analógica de la persona misma. 'HVGH�HVWH�SXQWR�GH�YLVWD��WRGR�HO�WUDEDMR�ILORVyILFR�GH�:RMW\ãD�gira en torno a la antropología explicitada en los documentos del Concilio Vaticano II, sobre todo en Gaudium et spes y en Dignitatis humanae personae.(O� ILOyVRIR�:RMW\ãD�FRQRFH�SHUIHFWDPHQWH� OD� LPSRVLELOLGDG�

de una fundación puramente filosófica de la afirmación según OD�FXDO�HO�KRPEUH�HV�SHUVRQD��eO�QR�FHGH�QXQFD�WHUUHQR�D�OD�FRQ-FHSFLyQ�GXDOLVWD�QDWXUDO�VREUHQDWXUDO��HQ� VXV�P~OWLSOHV� IRUPDV�desarmadas y magistralmente destituidas por su amigo Henri de Lubac55. Su separación rigurosa de los ámbitos, en ese sentido,

55. Ver Henri de Lubac, El misterio de lo sobrenatural, Encuentro, Madrid 1992, 546 pp. De Lubac escribe la introducción a la edición fran-FHVD� GH� OD� REUD� GH� .DURO� :RMW\ãD�� Amour et responsabilité, París 1965, pp. 7-9. Para la relación entre los dos, puede verse Henri de Lubac, Memoria en torno a mis escritos, Encuentro, Madrid 2000, pp. 423-425.

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no debe llevar a engaño. La proposición central que sostiene y HOHYD� WRGR� HO� KXPDQLVPR� SHUVRQDOLVWD� TXH� HVWDPRV� WRPDQGR�en consideración es ésta: «La razón más alta [eximia ratio] de OD�GLJQLGDG�KXPDQD�FRQVLVWH� HQ� OD� YRFDFLyQ�GHO�KRPEUH�D� OD�comunión con Dios»56. Allí donde «la vocación a la comunión FRQ�'LRVª��OHMRV�GH�VHU�XQ�VLPSOH�DQKHOR�R�XQD�LQVSLUDFLyQ�FRQ-fusa, es más bien el dato real sobre el que se constituye toda OD�VXEMHWLYLGDG�KXPDQD�\�WDPELpQ�VX�PLVPD�SHUVRQDOLGDG��©/DV�VLPSOHV�SRVLELOLGDGHV�KXPDQDV�QR�VRQ�FDSDFHV�GH�DVHJXUDU�DO�KRPEUH�HO�TXH�SXHGD�QDFHU��H[LVWLU�\�DFWXDU�FRPR�~QLFR�H�LUUH-SHWLEOH��WRGR�HVR�VH�OR�DVHJXUD�'LRV��3RU�eO�\�DQWH�eO��HO�KRPEUH�es único e irrepetible; alguien eternamente ideado y eterna-mente elegido; alguien llamado y denominado por su propio QRPEUH��/R�PLVPR�TXH�HO�SULPHU�KRPEUH��$GiQ��\�OR�PLVPR�que el nuevo Adán, que nace de la Virgen María en la gruta de Belén: “a quien pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,31)»57.(O�KHFKR�GH�TXH�WRGDV�ODV�IDFXOWDGHV�HVSLULWXDOHV�GHO�KRPEUH�

(conocimiento, voluntad, conciencia, libertad, racionalidad, memoria) se estructuren, tomen forma y consistencia de ser a partir del desiderium naturae, que es el deseo natural de Dios que tiene origen en la convivencia continua del Espíritu de Dios HQ�HO�HVStULWX�GHO�KRPEUH58��\�HO�KHFKR�GH�TXH�OD�PLVPD�LGHQ-tidad personal sea un dato principalmente comunional, mues-tran que nuestro autor, en su trabajo filosófico, teniendo bien firme estas verdades, está en grado de mantener la distinción entre las facultades propias de la subjetividad y la identidad de la persona. Este distintivo está presente y activo en todas ODV�SDUWHV�GH�WRGD�OD�REUD�ILORVyILFD�GH�:RMW\ãD�VL�ELHQ�QR�HVWi�metodológicamente tematizado, al menos en lo que me consta.

56. Gaudium et spes, 19. 57. Juan Pablo II, Mensaje Urbi et Orbi�����������������58. Ver Santo Tomás de Aquino, In I Sent., d. 3, q. 4, a. 5; De veritate, 10, 8;

Summa Theologiae, I, q. 87.

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

La ventaja que proviene de mantener la distinción de sub-jetividad y personalidad a partir de la fundación teológica de esta última, se extiende a todas las realidades consideradas, no quedando ninguna excluida. La confusión de estos dos planos o su separación según la modalidad dualista arriba citada, KDQ�FRQGXFLGR�D�XQ�JUDQ�Q~PHUR�GH�SHQVDGRUHV�PRGHUQRV�\�contemporáneos, por un lado, al abandono de la realidad, y, en consecuencia, también de la noción de “persona”, y por el otro, a una crisis antropológica debida ya sea al exceso de peso que se ponía sobre las facultades superiores, ya sea a su debi-litamiento por la pérdida del centro que las instituye y vivifica desde dentro.

Ni la filosofía del ser, ni la filosofía de la conciencia son ya DGHFXDGDV� SDUD� XQD� EXHQD� ILORVRItD� GHO� KRPEUH� HQ� DXVHQFLD�del fundamento teológico o, más precisamente, cristológico, de la persona. Tanto las filosofías del ser, como también las de la conciencia, pueden ser retomadas e reintegradas ya sea en algunas líneas metódicas, ya sea en algunas líneas de contenido, siempre y cuando se readquiera la normatividad noética de la ©UD]yQ�PiV�DOWD�GH�OD�GLJQLGDG�GHO�KRPEUHª�<D�DO�ILQDO�GH�ORV�DxRV�·���:RMW\ãD�SRGtD�HVFULELU��©/D�SHUVRQD�

es precisamente un [ser] objetivo tal que, en cuanto sujeto defi-QLGR��VH�FRPXQLFD�HVWUHFKDPHQWH�FRQ�HO�PXQGR��H[WHULRU��\�VH�introduce en él radicalmente gracias a su interioridad y a su vida espiritual. Es necesario añadir que así se comunica, no sólo con el mundo visible, sino también con el invisible, y sobre todo con Dios»59. La solidez metodológica de esta proposición consiste HQ�HO�KHFKR�GH�TXH� OD� VXEMHWLYLGDG�KXPDQD�QR� VH�DOFDQ]D�DO�ILQDO�GH�FRPXQLFDUVH�FRQ�'LRV��VLQR�TXH��KDELHQGR�VLGR�SXHVWD�en el ser por Dios mismo, todo su movimiento se explica sólo a SDUWLU�GH�eO��:RMW\ãD�KDFH�VX\D�OD�DSXHVWD�GH�UHFREUDU�DO�KRPEUH�

59. AyR, pp. 15-16.

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D�SDUWLU�GH�'LRV�\��SDUD�GHFLUOR�FRQ�9RQ�%DOWKDVDU��GH�©UHFREUDU�la filosofía a partir de la teología»60.

b. El principio de la comunión de las personas

/D�UHDILUPDFLyQ�GHO�KRPEUH�FRPR�SHUVRQD�SRVHH��HQ�HO�SHQVD-PLHQWR�GH�:RMW\ãD�� XQ� FODUR� VLJQLILFDGR�DQWL�WRWDOLWDULR�� VHJ~Q�KD�PRVWUDGR�XQ�REVHUYDGRU�DWHQWR�FRPR�(PPDQXHO�/pYLQDV61. ©(Q�QLQJ~Q�PRPHQWR�HQ�HO�HVWXGLR�GHO�KRPEUH�TXH�DFW~D����VH�SURGXFH�HO�GHVSOD]DPLHQWR�GHO� FHQWUR�GH� JUDYHGDG�GHO�KRP-EUH� KDFLD� OR� VRFLDO� R� VRFLROyJLFR���� /D� SHUVRQD� HVWi� HQ� JUDGR�GH�SHUPDQHFHU� VLHQGR��KDVWD� HO� ILQDO�� SULQFLSLR� \� FDXVD�GH� OD�acción»62. Esto no quita que la noción misma de “persona” sea UHFXSHUDGD�SRU�:RMW\ãD�GHQWUR�GH�XQ�QH[R�FRPXQLRQDO��VL�ELHQ�QR�VRODPHQWH�LQWUD�KXPDQR��'H�DKt�GHULYD�HO�KHFKR�GH�TXH�OD�UHVSXHVWD�SOHQD�D�ODV�GLVWRUVLRQHV�SRWHQFLDOPHQWH�WRWDOLWDULDV�\�R�LQGLYLGXDOLVWDV�KDEUtD�UHTXHULGR�HO�HVER]R�GH�XQD�WHRUtD�GH� OD�sociedad. ¿Cómo puede la persona tomar parte de la vida social y no alienarse? Responde Lévinas, resumiendo el pensamiento GH�:RMW\ãD��©/D�SDUWLFLSDFLyQ�GH�OD�SHUVRQD�HQ�XQD�YLGD�FRP~Q�reposa ya sobre una estructura interna de la participación: la posibilidad de no alienarse en la actuación de una tarea común cuando ésta lleva a un bien común; el posible acuerdo entre un bien común objetivo y la vocación subjetiva de cada uno»63.(Q� OD�SURGXFFLyQ�GH�:RMW\ãD�VH�SXHGHQ�UHVDOWDU�GRV� OtQHDV�

TXH�KDVWD�FLHUWR�SXQWR�SURFHGHQ�GH�PRGR�FDVL�LQGHSHQGLHQWH��Una es la de la reflexión sobre el sujeto personal y sobre sus

60.� +DQV�8UV�YRQ�%DOWKDVDU��Regagner une philosophie à partir de la théo-logie, en AA.VV., Pour une philosophie chrétienne, Namur 1983, pp. 175-187.

61. Ver Emmanuel Lévinas, ob. cit., p. 100. 62. Lug. cit. 63. Lug. cit.

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

dinámicas interiores vincu-ladas al actuar, la otra es la que sigue la singular unión GHO�KRPEUH�\�GH�OD�PXMHU��(Q�la primera tiende a dominar el aspecto de la distinción, en la segunda, la de la comunión.

En el ensayo citado La persona: sujeto y comuni-dad (1976) las dos líneas se encuentran y nuestro autor propone una forma de uni-

dad interpersonal en sí misma y claramente distinguible de las agregaciones sociales de diversa naturaleza. Una vez distinguida la dimensión auténticamente interpersonal de la colectiva y so-FLDO��:RMW\ãD�QR�GXGD�HQ�DGPLWLU�OD�SULPHUD�FRPR�IXQGDPHQWR�de la sociedad misma.

La noción de “communio”, como diría él mismo en calidad de Obispo de Roma, fue central en el Concilio Vaticano II64, y su SHQVDPLHQWR�HQFRQWUy�HO�HMH�HQ�GLFKR�HYHQWR�

La reflexión sobre la communio personarum��FRPR�:RMW\ãD�la llama, no disponiendo el polaco de un término que permita la especificación entre comunión y comunidad, representa el complemento necesario de toda filosofía y teología de la persona KXPDQD��&RPR�in divinis WDPELpQ�HQ�HO�KRPEUH�´SHUVRQDµ�\�´FR-munión de personas” se pertenecen una a otra. Ciertamente este ODGR�GHO�PLVWHULR�GHO�KRPEUH�UHFODPD�XQD�FRQWLQXLGDG��DXQTXH�en el magisterio petrino de Juan Pablo II se puede fácilmente encontrar su peculiar continuación y su ulterior desarrollo.

64.� .DURO�:RMW\ãD��La dottrina sociale della Chiesa (entrevista realizada por Vittorio Possenti en 1978), en «Il Nuovo Areopago» 1 (1991); Juan Pablo II, Discurso en el encuentro con el clero romano�����������

(Q�OD�DQWURSRORJtD�GH�:RMW\ãD� se encuentra la preocupación

por entender el misterio del hombre y su identidad como única e irrepetible.

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P. Massimo Serretti

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Conclusión

Al término de este breve itinerario resumamos los dos puntos sobre los cuales a nuestro juicio el aporte de la antropología de .DURO�:RMW\ãD�VH�FXDOLILFD�\�VH�FDUDFWHUL]D��(O�SULPHUR�FRQFLHUQH�a la interpersonalidad, y el segundo a la distinción crucial entre “sujeto espiritual” y persona.

Con respecto al primer punto, en síntesis, podemos afirmar TXH�HO�SHQVDPLHQWR�GH�:RMW\ãD�DOFDQ]D�\�VREUHSDVD�HO�XPEUDO�de la verdadera interpersonalidad, yendo más allá de la inter-subjetividad entendida fenomenológicamente, el monismo subjetivista, el dialogismo y también el personalismo solitario. La comunión está presente en el principio y no sólo al final como resultado del encuentro. No existe persona fuera de la comunión sino como mera abstracción. La comunidad y las diversas comunidades se crean siempre sobre la base de una comunión originaria (trinitaria) que las precede. Y, por último, la comunión es un concepto al mismo tiempo antropológico y teológico.

Con respecto al segundo punto, sintetizamos así su apor-te: en su pensamiento, el misterio de la persona permanece a salvo del fatal intercambio con sus atributos y sus propiedades (razón, voluntad, autoposesión). Él interpreta sistemáticamen-te los atributos y las propiedades “espirituales” de la persona FRPR�PDQLIHVWDFLRQHV�GH�HOOD�\�QR�FRPR�FRLQFLGHQWHV�GH�KHFKR�con ella, como se ve en buena parte de la filosofía moderna y contemporánea. Ello es posible porque mantiene la noción teo-lógica de “persona”. De este modo puede proceder a “salvar los IHQyPHQRVµ�GH�OD�SHUVRQD�KXPDQD�PLVPD�\��VLPXOWiQHDPHQWH��mantener el lenguaje en su decisivo registro analógico fuera del FXDO�WRGR�\�FXDOTXLHU�GLVFXUVR�VREUH�HO�KRPEUH�HVWi�GHVWLQDGR�a expirar entre dos infinitos que lo anulan. Además, para su necesaria relación con el primer punto, la comunión interviene para definir desde dentro a la persona sin convertirse en una dimensión de la interioridad, pero tampoco sin reducirse a una

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/D�FRQWULEXFLyQ�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�DQWURSRORJtD�ILORVyILFD�\�WHROyJLFD

exterioridad suplementaria. En fin, sobre la base de la relaciona-lidad originaria, se perfila la dinámica de la personificación que HV�SRVWHULRUPHQWH�HO�DOPD�GH�WRGR�DFWXDU�KXPDQR�\�SHUVRQDO�&RQ� HVWRV� GRV� DSRUWHV�:RMW\ãD� VH� VLW~D� HQ� HO� FRUD]yQ� GH�

todo el pensamiento occidental recogiendo su legado y lanzán-dolo más allá de sus “crisis”, sus involuciones y sus regresiones.

El p. Massimo Serretti, sacerdote italiano, es profesor de teología dogmática en la Pontificia Universidad

Lateranense (Roma) y miembro del Instituto de Investigación de Filosofía del Hombre (Urbino).

Especialista en el pensamiento del Papa Juan Pablo II, entre sus principales publicaciones se encuentran:

Naturaleza de la comunión. Ensayo sobre la relación; Conoscenza di sé e trascendenza. Introduzione

DOOD�ILORVRILD�GHOO·XRPR�DWWUDYHUVR�+XVVHUO��6FKHOHU��,QJDUGHQ��:RMW\ãD��,O�PLVWHUR�GHOOD�HWHUQD�JHQHUD]LRQH�del Figlio; Il discernimento di Dio; L’uomo è persona.

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43enero-abril de 2014, año 30, n. 87

San Juan Pablo II y la cultura

Alfredo García Quesada

Resulta difícil capturar en los límites de la conciencia individual y más aún sintetizar en breves líneas la real dimensión del in-menso aporte de San Juan Pablo II a la cultura. Comenzando por sus hondas e incisivas reflexiones filosóficas y teológicas sobre la idea misma de cultura hasta sus acciones a favor de la promoción de bienes tangibles del patrimonio cultural de la humanidad, sería necesario elaborar una lista enorme de las fecundas iniciativas que muestran que el nombre de este gran Pontífice resulta indisociable de la variedad y amplitud de “re-giones de la expresión humana” que el término cultura busca englobar y significar de un modo analógico.

Pero al afirmar el carácter indisociable entre Juan Pablo II y la cultura no se hace referencia tan sólo al vínculo que puede existir entre un hombre y un conjunto de acciones y hechos que acostumbramos reunir bajo el término “cultura”. Lo que se pretende es decir también, y sobre todo, que Juan Pablo II comprendió la relevancia de la temática de la cultura en un sentido tan vivo y existencial que el dinamismo de la cultura terminó trasluciéndose en su propia persona.

Esta afirmación puede parecer extraña, exagerada o retóri-ca, sobre todo si se maneja un concepto de cultura de matriz

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exclusivamente sociológica o etnológica. Pero si recordamos que la idea de cultura enfatizada por el Papa, desde el inicio de su pontificado, tiene una raíz fundamentalmente antropo-lógica y ética, entonces se comprende mejor el sentido de tal afirmación. Para San Juan Pablo II, la cultura era, fundamental-mente, «una característica de la vida humana como tal» o «un modo específico del “existir” y del “ser” del hombre»1. En ese sentido —bajo la inspiración de Aristóteles y Santo Tomas de Aquino— mediante la palabra “cultura” buscaba designar, en primer término, el dinamismo de los actos humanos; dinamis-mo que comprende no sólo los actos propios de la voluntad —la acción y la producción—, sino también los actos que son propios del intelecto, del corazón y, en general, todos los actos humanos propios de la persona integralmente considerada2. Así, la cultura era comprendida, ante todo, como un dinamismo de humanización, como «aquello a través de lo cual el hombre se hace más hombre, “es” más, accede más al “ser”»3.

Si ésta es la concepción esencial de cultura no debe, pues, sorprender que el Papa haya subrayado que «no hay duda de que el hecho cultural primero y fundamental es el hombre espi-ritualmente maduro»4. Y, así, desde esta comprensión fundante de la cultura —que revela la impronta no sólo “humanista”

1. San Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, París, 2/6/1980, 6. 2. «Para una adecuada formación de la cultura se requiere la partici-

pación directa de todo el hombre, el cual desarrolla en ella su crea-tividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y de los demás hombres. A ella dedica también su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de solidaridad y disponibilidad para promover el bien común. Por esto, la primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a cons-truir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino» (San Juan Pablo II, Centesimus annus, 51).

3. San Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, París, 2/6/1980, 7.4. Allí mismo, 12.

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sino sobre todo, “personalista” de su magisterio pontificio— es como se puede sustentar aún mejor la apreciación que fue an-teriormente propuesta: en San Juan Pablo II su persona dejaba traslucir aquel dinamismo de humanización, aquel conjunto de actos específicamente humanos que la palabra “cultura” busca designar; más aún, en la persona del Papa Wojtyla se encon-traba aquella dimensión del “hombre espiritualmente maduro” que es afirmada como hecho cultural esencial. Esto no es sino señalar que en San Juan Pablo II encontrábamos a un hombre “culto”, es decir, un hombre que había cultivado en sí mismo amplias dimensiones de la naturaleza humana; un hombre que había desplegado en su propia persona el dinamismo de la cultura, esto es, aquel conjunto de actos humanos que lo orientaron a la propia humanización, mediante la comunión con Dios, en un grado verdaderamente ejemplar, y esto, desde la fe cristiana, se torna coincidente con la afirmación de que Juan Pablo II era un hombre “santo”, como lo ha confirmado la Iglesia recientemente.

Si se recurre a la filosofía de la cultura de Max Scheler, se puede ver que su noción de cultura está íntimamente ligada a la idea de persona y al modelo del santo como persona ple-namente configurada. Para Scheler, la cultura es, fundamen-talmente, «la configuración del ser humano como un todo»5. De este proceso deviene paulatinamente la constitución de un “ethos”, es decir, de una “disposición” (Gesinnung) sedimenta-da en la persona que, orientada a un conjunto determinado de “valores”, dirige los actos humanos subsiguientes en un sentido específico. Cuando una persona encarna en sí valores de una forma particularmente diferenciada y fecunda, surge lo que Scheler llama un “modelo” (Vorbild). Y entre los modelos que el filósofo alemán analiza — con base en la jerarquía de valores que propone— el “santo”, como persona que encarna honda,

5. Max Scheler, El saber y la cultura, La Pléyade, Buenos Aires 1972, p. 19.

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ejemplar y atractivamente los valores religiosos, aparece como una figura superior. Tales modelos, dice Scheler, y, de modo particular el “santo”, son los principales canales para la forma-ción y transfiguración de la cultura y del mundo.

Recordar la teoría scheleriana de la cultura y de los modelos con relación al presente tema parece oportuno por lo menos por dos razones. La primera es que el propio Karol Wojtyla le dedicó particular valor y atención en su tesis de habilitación titu-lada Valorización sobre la posibilidad de una ética cristiana sobre la base del sistema de Max Scheler y, en ese sentido, salvando la diferencia que existe entre la tesis académica del sacerdote Karol Wojtyla y el magisterio pontificio de Juan Pablo II, no se puede desconocer que hay en el segundo evidentes ecos del primero. Pero la segunda razón es más importante, pues esta sugerente teoría scheleriana permite afirmar desde la perspec-tiva filosófica —y no sólo desde la perspectiva teológica— que Juan Pablo II fue no sólo un notable impulsor de la cultura, sino que él mismo, en su persona, en el anuncio “en primera persona” de Jesucristo —valor sobre el cual no hay valor ma-yor— terminó apareciendo como un fecundísimo “modelo” de santidad y de humanidad y, por lo tanto, como un “modelo de cultura”6.

6. Resulta igualmente oportuno recordar que, desde la intelectualidad católica latinoamericana, este vínculo entre persona, santidad y cultu-ra también ha sido contemplado después de los importantes aportes de la III Conferencia Episcopal Latinoamericana realizada en Puebla en 1979. Al respecto se puede citar a uno de estos pensadores la-tinoamericanos: «Puebla afirma que lo más radical de la cultura es religioso, es la relación con Dios o, si se prefiere, con el sentido total, incondicionado, de la existencia, con el Absoluto... La cultura es hu-mana, pero lo radical de lo humano se expresa en la religión. Religión es relación humana con el sentido absoluto. La religión es cultura y la gracia, la fe cristiana, que trasciende a las culturas se inserta en las culturas a través y transfigurando el sentido religioso. De ahí que el

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San Juan Pablo II y la cultura

1. La cultura: cultivo del hombre

Lo anteriormente señalado parece exigir una breve referencia acerca del modo diverso como la palabra “cultura” ha sido comprendida en los ámbitos académicos y en el mismo mundo cotidiano Ello parece revelar la riqueza de un término que,

buscando designar una dimen-sión amplísima de la realidad humana, admite diversas formas de expresión, de un modo seme-jante al término “ser” que, como recordaba Aristóteles —a partir del principio de analogía—, se «puede expresar de diversas maneras». Sin embargo, muchas veces el término “cultura” ha terminado siendo reducido a tan sólo uno de los elementos de su amplio significado. Así, es usual verificar la reducción de la

cultura, por ejemplo, al ámbito de las bellas artes, al cultivo de un saber enciclopédico, al refinamiento de las costumbres o al “sistema” de valores de un pueblo.

En esa línea, no hay duda de que la antropología, la socio-logía y la etnología que se desarrollaron a lo largo del siglo XX contribuyeron a difundir el término “cultura”. Pero al hacerlo también impusieron, de alguna manera, una idea de cultura. Ésta fue la idea de cultura como “ambiente”, externo a la per-sona, o como “sistema objetivizado”. Así, Tylor, considerado el fundador de la antropología, definía la cultura como «un

hombre “culto”, en las categorías de Puebla, es ante todo el hombre auténticamente religioso» (Alberto Methol Ferré, en AA.VV., Puebla: evangelización y cultura, CELAM, Bogotá 1980, p. 58).

La cultura tiene su origen en la persona y existe para promover a la persona.

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conjunto de productos»7, o Malinowski como un «conjunto de funciones»8. Se puede decir que estas concepciones tienen sus antecedentes filosóficos en la comprensión que Hegel ofreció de la cultura como «espíritu objetivo» y no «subjetivo», que se prolongará, posteriormente, en el concepto de cultura como «superestructura» de Marx, como «estructura» de Levi-Strauss9 o como «sistema» de Niklas Luhmann10.

El problema en estos modos de comprender la cultura —como señala el sociólogo Pedro Morandé— es que describen el ambiente o el «escenario de la acción», pero no la «acción en sí misma»11. Ahora bien, la acción tiene siempre un “sujeto” que, como sabemos, es la persona. Al prescindir del dinamismo de la acción en el modo de comprender la cultura, se corre el riesgo de prescindir de la persona no sólo en el concepto mismo de cultura sino también prácticamente, es decir, en el proceso de configuración concreta de la cultura.

Sin dejar de considerar los aportes de las ciencias humanas y sociales, Juan Pablo II quiso destacar —como se ha observado antes— que la cultura es ante todo un “dinamismo” que tiene su origen en la persona y existe para promover a la persona. En su memorable discurso a la UNESCO, el Papa subrayaba: «El

7. Ver Edward Burnett Tylor, Primitive Culture, Boston 1871, citado por Alfred Kroeber y Clyde Kluckhon, Culture: A Critical Review of Concepts and Definitions, Vintage Books, Nueva York 1963, p. 81.

8. Ver Bronislaw Malinowski, Una teoría científica de la cultura y otros ensayos, Sudamericana, Buenos Aires 1970, p. 175.

9. Ver Claude Levi-Strauss, Antropología estructural, Paidós, Buenos Aires 1987, pp. 33-34 y 301-304.

10. Ver Niklas Luhmann, Social Systems, Stanford University Press, Stanford 1995, pp. 157 y 163.

11. Ver Pedro Morandé, Consideraciones acerca del concepto de cultura en Puebla desde la perspectiva de la sociología de la cultura de Alfred Weber, en AA.VV., Religión y cultura, CELAM, Bogotá 1981, p. 183.

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hombre, que en el mundo visible es el único sujeto óntico de la cultura, es también su único objeto y su fin»12.

De esta manera, la concepción de cultura que San Juan Pablo II propuso no era aquella que correspondería a un simple ambiente objetivo, estático, externo o alienado de la persona humana, sino que la cultura era comprendida como un dina-mismo de humanización, esto es, como un proceso dinámico mediante el cual el hombre procura su propia configuración en cuanto hombre. En un importante discurso en Río de Janeiro ante eminentes representantes del mundo de la cultura, se oyó al Papa decir: «La verdadera cultura es humanización, en cuan-to que la no-cultura y las falsas culturas son deshumanizantes. Por eso en la afirmación de la cultura el hombre compromete su destino... La humanización, o sea, el desarrollo del hombre, se realiza en todos los campos de la realidad en los cuales el hombre está situado: en su espiritualidad y corporeidad, en el universo, en la sociedad humana y divina... La cultura no se refiere únicamente al cuerpo ni únicamente a la individualidad o a la sociabilidad»13.

No se puede dejar de mencionar que este modo de com-prender la cultura ha estado presente en la mente de algunos fi-lósofos contemporáneos e incluso en el pensamiento y la lengua

12. San Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, París, 2/6/1980, 7. Esta idea estaba anunciada, aunque no con la misma precisión, en do-cumentos eclesiales anteriores como, por ejemplo, en Gaudium et spes: «El hombre no llega a un nivel verdadera y plenamente humano sino por la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores naturales» (n. 53); o también en el documento conclusivo de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano: «La cultura es una actividad crea-dora del hombre con la que responde a la vocación de Dios que le pide perfeccionar toda la creación y en ella sus propias capacidades y cualidades espirituales y corporales» (Puebla, 391).

13. San Juan Pablo II, Discurso ante personalidades del mundo de la cul-tura, Río de Janeiro, 1/7/1980, 1.

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de pueblos enteros. Así, el pueblo alemán tiene dos términos para referirse a la cultura: Kultur y Bildung. El último —que ha sido difundido por filósofos como Max Scheler y Hans-Georg Gadamer14—, se refiere a la cultura como proceso de “confi-guración o formación humana” que coincide, en gran medida, con el concepto propuesto por Juan Pablo II. Sin embargo, el Papa quiso rescatar el sentido originario o etimológico de la cultura tal como fue acuñado por la lengua latina. Así, en su an-teriormente citado discurso en Río de Janeiro, decía: «Todas las diversas formas de promoción cultural se enraízan en la cultura animi, según la expresión de Cicerón, es decir, la cultura del pensar y del amar, por la cual el hombre se eleva a su suprema dignidad en su más sublime donación que es el amor», y, más adelante, terminaba definiendo a la cultura como «cultivo del hombre»15.

Lo que resulta importante en esta definición es que la cul-tura es comprendida —como se ha enfatizado antes— como un dinamismo, esto es, como un “acto de cultivar” y no como un mero ambiente inerte separado del dinamismo activo de la persona humana. Pero, por otro lado, esta misma expresión —“cultivo del hombre”— muestra toda su riqueza en la medida en que permite acoger en sí cuatro sentidos del término “cultu-ra” —incluyendo aquel de las ciencias humanas y sociales— y que aparecen articulados en torno a un fundamento: el hombre en cuanto hombre.

Los dos primeros sentidos vienen sugeridos por el uso del genitivo en la definición de la cultura como “cultivo del hom-bre”. Así, en esta definición, el “cultivo” puede ser entendido en cuanto referido al hombre como su “sujeto”, pero también

14. Ver Hans-Georg Gadamer, Verdad y método, Sígueme, Salamanca 1977, pp. 39-40.

15. San Juan Pablo II, Discurso ante personalidades del mundo de la cul-tura, Río de Janeiro, 1/7/1980, 3.

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al hombre como su “objeto”, es decir la cultura como expresión del hombre y la cultura como destinada a la promoción del pro-pio hombre. Ello se verificará en textos posteriores como aquel de Ex corde Ecclesiae en donde se afirma: «No hay, en efecto, sino una cultura: la humana, la del hombre y para el hombre»16.

Pero hay otros dos sentidos de la cultura, contenidos en la expresión “cultivo del hombre”, que vienen dados por el hecho de que el término “cultivo” admite que sea comprendido como “acto de cultivar” o como “efecto del cultivar”. De ese modo, la cultura vendría a ser un acto o un dinamismo —como ya se ha resaltado antes—, pero es también una sedimentación, es decir, una consecuencia de la acción, un efecto del dinamismo, esto es, una “concreción humana” que se revela en la forma de objetos, de disposiciones humanas —como, por ejemplo, las virtudes— o también al modo de espacios colectivos, ámbitos comunitarios, tradiciones o “moradas” que —también según los sentidos del genitivo— se originan en el ser humano y se ofrecen como concreciones o “hábitats” apropiados para el ser humano. Esta acepción del término “cultura” también se verificará posteriormente en textos de Juan Pablo II como el siguiente: «Cada hombre está inmerso en una cultura, de ella depende y sobre ella influye. Él es, al mismo tiempo, hijo y padre de la cultura a la que pertenece»17.

Así, en la comprensión que San Juan Pablo II tenía de la cultura, no desaparece el sentido sociológico del término, pero queda clara su fundamentación en la antropología filosófica. Por ejemplo, en su discurso en la Universidad de Coimbra reto-ma con claridad este sentido sociológico, aunque dentro de un horizonte humanista más amplio, con palabras que recuerdan términos de Gaudium et spes recogidos también en el docu-mento de Puebla: «La cultura, en su realidad más profunda, no

16. San Juan Pablo II, Ex corde Ecclesiae, 3. Las cursivas son nuestras.17. San Juan Pablo II, Fides et ratio, 71.

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es sino el modo particular que tiene un pueblo de cultivar las propias relaciones con la naturaleza, entre sus miembros y con Dios, de modo que se pueda alcanzar un nivel de vida verdade-ramente humano; [la cultura] es el “estilo de vida común” que caracteriza a un determinado pueblo»18. Y añadía más adelante, con palabras que pueden operar como síntesis conclusiva del presente apartado: «En sus dos acepciones fundamentales, como formación del individuo y como forma espiritual de la sociedad, la cultura tiene en vista la realización de la persona en todas sus dimensiones, con todas sus capacidades. El obje-tivo primario de la cultura es desarrollar al hombre en cuanto hombre, al hombre en cuanto persona, o sea, cada hombre en cuanto ejemplar único e irrepetible de la familia humana»19.

2. El dinamismo cultural de la fe cristiana

Esta comprensión fundamentalmente humanista de la cultura deviene de la perspectiva de fe que animaba la mirada de San Juan Pablo II sobre el mundo. Efectivamente, la fe cristiana por-ta un contenido esencialmente referido al ser humano y, en ese sentido, el despliegue humanizante de la fe tiene un sentido profundamente cultural. Pero, para comprender el dinamismo cultural de la fe cristiana, el Papa subrayaba, en repetidas oca-siones, que resulta indispensable tener la convicción primera y fundamental de que el Evangelio está dirigido al hombre como respuesta a sus más profundas inquietudes. No era otra la razón por la que Juan Pablo II citaba tan frecuentemente aquel pasaje central de la Constitución Gaudium et spes en cuya redacción colaboró cuando siendo obispo de Cracovia participó junto con connotados teólogos en las sesiones del Concilio Vaticano II: «En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio

18. San Juan Pablo II, Discurso en la Universidad de Coimbra, 15/5/1982, 2.19. Allí mismo, 3.

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del Verbo encarnado... Cristo revela plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»20.

En ese sentido, la fe que abre puertas y que es acogida de Jesucristo, Redemptor hominis, no podría sino promover y redimensionar el dina-mismo de la cultura mediante el cual el hombre expresa y configura su humanidad. En su constitución apos-tólica Ex corde Ecclesiae, el Papa lo expresaba con las siguiente palabras: «El hombre, en efecto, vive una vida digna gracias a la cultura y, si encuentra su plenitud en Cristo, no hay duda de que el Evangelio, abarcándolo y renovándolo en todas sus dimensiones, es fecundo también para la cultura, de la que el hombre mismo vive»21. La fe católica, lejos, pues, de “entrometerse” en el ámbito de la cultura, aparece como un au-téntico servicio que se ofrece a las diversas formas mediante las cuales el hombre busca su propio cultivo. En nuestras tierras, en su recordado Mensaje al mundo de la cultura y a los empresarios precisaba el compromiso de la Iglesia con la cultura, diciendo: «El interés por la cultura es, en primer lugar, un interés por el hombre y por el sentido de su existencia... La cultura debe ser el espacio y el vehículo para que la vida humana sea cada vez más humana. Una cultura que no está al servicio de la persona no es verdadera cultura. La Iglesia hace, pues, una opción radical por el hombre al plantearse la evangelización de la cultura»22.

20. Gaudium et spes, 22. 21. San Juan Pablo II, Ex corde Ecclesiae, 6. 22. San Juan Pablo II, Mensaje al mundo de la cultura y a los empresarios,

Lima, 15/5/1988, 3.

La cultura debe estar al servicio de la persona

o no es verdadera cultura.

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Pero no es sólo que la fe sea ampliamente benéfica con relación a la cultura y a las culturas, es decir, con relación al proceso de humanización que el hombre busca a partir de su libertad y con relación a los diversos procesos, tradiciones y ámbitos que conocemos como las “culturas socio-históricas”. En realidad, la fe en sí misma porta un dinamismo cultural par-ticularmente fecundo e incomparable.

En un edificante artículo titulado Pensamientos sobre la relación existente entre el cristianismo y la cultura, Romano Guardini recuerda que la Revelación de Dios en la persona de Jesucristo, que acogemos mediante la fe, es un acontecimiento absolutamente inédito que el hombre nunca habría podido imaginar desde su condición natural. Se trata de un aconte-cimiento que no sólo esclarece lo que el hombre es, sino que hace que el hombre ingrese en un dinamismo absolutamente nuevo, el dinamismo de la gracia y del amor de Dios, en donde todas sus acciones adquieren un nuevo sentido23. Así, a partir de la Encarnación del Verbo, ser plenamente cristiano significa ser hombre en el sentido integral de la palabra. Esto es lo que muchos no creyentes e, incluso, cristianos no parecen haber terminado de comprender. Lo que se da en Jesucristo es una renovación de la existencia humana desde sus raíces. No es que la fe aparezca como un simple horizonte o como una promesa de salvación, que deja intacta en el hombre —como creía Lutero— su esclavizante “estructura de pecado” y que simplemente sugiere que se viva confiando en una salvación futura. Según la fe católica, lo que ocurre en la Encarnación del Verbo es una “nueva creación” que posibilita que el hombre sea realmente un “hombre nuevo” porque ontológicamente se transforma en “hijo de Dios”.

23. Ver Romano Guardini, Pensamientos sobre la relación existente en-tre el cristianismo y la cultura, en Cristianismo y sociedad, Sígueme, Salamanca 1982, pp. 127-160.

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¿Cómo es que esto no podría verse como la raíz de un fe-cundo dinamismo cultural? La novedad que trae la fe cristiana con relación a la cultura no está, pues, en el hecho de ser un ingrediente más que “condimenta” lo que el hombre ya sabría realizar por cuenta propia. Lo que la fe muestra es, en realidad, el sentido que ha de tener la actividad humana y, por lo tanto, muestra, desde sus raíces, el sentido mismo de la cultura. Si la fe fuese sólo un factor que mejora lo que el hombre es y sabe hacer —por más que lo mejore en un grado altísimo—, enton-ces la fe sería tan sólo un valor cultural más y no el canal para la Vida Plena que, como exhorta San Pablo, se debe anunciar “a tiempo y a destiempo” a todos los hombres y a todas las culturas que tienen el derecho de conocer y adherirse a esa Nueva Vida.

Cuando era Cardenal, San Juan Pablo II planteaba una convicción antropológica que expresa el modo absolutamente realista como se ha de acoger el contenido y el sentido de la fe católica: «La fe tiene su propio significado antropológico y una indispensable importancia en la vida y en la autoafirmación del hombre, así como también en la vida y en la cultura de toda sociedad. La fe no es alienante para el espíritu humano; la fe permite al hombre definirse gracias a la comunión con Dios. No se puede tener una verdadera cultura sin una rela-ción con Dios»24.

Esta convicción fue enfatizada, posteriormente, por Juan Pablo II a lo largo de su pontificado en sus riquísimas reflexiones sobre el dinamismo cultural de la fe. Así, en su ya recordado discurso a la UNESCO, decía el Papa: «Este vínculo [el vínculo fundamental del Evangelio, es decir, del mensaje de Cristo y de la Iglesia con el hombre en su humanidad misma] es efectiva-mente creador de cultura en su propio fundamento. Para crear

24. Card. Karol Wojtyla, Relación en el Sínodo de los Obispos, 8/10/1974, citado por el Card. Paul Poupard en Iglesia y culturas. Orientación para una pastoral de la inteligencia, Edicep, Valencia 1985, p. 142.

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cultura hay que considerar íntegramente, y hasta sus últimas consecuencias, al hombre... Hay que afirmar al hombre por él mismo y no por ningún otro motivo o razón... El conjunto de las afirmaciones que se refieren al hombre pertenece a la sustancia misma del mensaje de Cristo y de la misión de la Iglesia, a pesar de todo lo que los espíritus críticos hayan podido declarar sobre este punto y a pesar de todo lo que hayan podido hacer las diversas corrientes opuestas a la religión en general y al cristia-nismo en particular»25.

Entendiendo la cultura como “cultivo del hombre”, es decir como un amplio proceso de humanización que se despliega socialmente e históricamente configurando grupos y ambientes particulares, no sería imaginable cómo se podría prescindir de una fe que humaniza, es decir, de una fe que porta en sí un fecundo dinamismo cultural. Así, San Juan Pablo II exhortaba a los católicos a no mirar a la cultura desde fuera, para buscar, luego, ensayar algún tipo de estrategia para “adaptar” la fe a las culturas particulares. De lo que se trataba, más bien, era de expresar y desplegar la fe en el modo como cada uno se cultiva, es decir, en el modo como cada hombre y cada grupo de personas configuran un “estilo de vida”, esto es, una cultura particular. Ello no es otra cosa que simplemente comprender y vivir de manera coherente la transformación que la fe cristiana opera en el hombre y, consecuentemente, encarnar un esen-cial dinamismo vivificante en la cultura. Es por ello que en la carta de constitución del Consejo Pontificio de la Cultura, el Papa subrayaba: «La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura sino también de la fe. Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida»26.

25. San Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, París, 2/6/1980, 10. 26. San Juan Pablo II, Carta de constitución del Consejo Pontificio de la

Cultura, 20/5/1982.

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San Juan Pablo II y la cultura

3. Ante los desafíos del tercer milenio

El 6 de enero de 2001, al iniciarse un nuevo siglo y un nuevo milenio, San Juan Pablo II firmaba su carta apostólica Novo mi-llennio ineunte. Con el realismo que es propio del hombre de fe, el Papa describía los problemas y desafíos que comporta un nuevo, complejo e incierto horizonte cultural, pero desde esa misma fe, convocaba, con la esperanza que también emana de la fe, a «remar mar adentro», es decir, a navegar, sin miedo y con mayor ardor, buscando animar las nuevas configuracio-nes culturales de un nuevo siglo que —en palabras de André Malraux que el Papa citaba en su libro Cruzando el umbral de la esperanza— «será el siglo de la religión o no será en absoluto»27. «Ha pasado ya —decía el Papa— incluso en los países de an-tigua evangelización, la situación de una “sociedad cristiana”, la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afron-tar con valentía una situación que cada vez es más variada y compleja, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la “llamada” a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, de-jándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés»28.

El sentido de este texto se encuentra en el hecho de que el Papa santo constataba —con la mirada amplia y aguda que le daban tanto la fe como el encuentro personal que deseó tener con millones de hombres de las más diversas culturas— que la ruptura entre la cultura y la fe —denunciada por Pablo VI en

27. San Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janés, Barcelona 1999, p. 222.

28. San Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 40.

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Evangelii nuntiandi— es el ma-yor drama de nuestro tiempo. «¿Cómo callar —decía antes en Tertio millennio adveniente— ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de la coherencia?»29.

El hecho de que no pocos “estilos de vida”, es decir, cultu-ras, se encuentren afectados por este fenómeno del secularismo era visto por San Juan Pablo II

como una real amenaza para la dignidad y destino del hombre y, así, para las mismas culturas. El secularismo de nuestro tiem-po era calificado como consecuencia de un “error antropológi-co”, es decir, de no haber considerado suficientemente que sin Dios el hombre muere. Es ésta una verdad que ya había sido advertida por Dostoyevski cuando, con relación a la proclama de Nietzsche, afirmaba: «Se ha dicho que Dios ha muerto, pero tal vez el hombre haya muerto también». Una verdad expresa-da también por la aguda pluma de Chesterton en el siguiente aforismo: «Quitad lo sobrenatural y sólo nos quedará lo que no es natural». Y, así también, en la perspectiva de San Juan Pablo II, la duda que el hombre actual manifiesta sobre capacidades suyas que antes parecían incuestionables —como, por ejemplo, la capacidad que la razón tiene para conocer la verdad30 o la

29. San Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, 36. 30. Ver San Juan Pablo II, Fides et ratio, 6.

El secularismo de nuestro

tiempo era calificado como

consecuencia de un “error

antropológico”, es decir,

de no haber considerado

suficientemente que sin Dios

el hombre muere.

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capacidad de la voluntad de alcanzar su propio bien31— era síntoma, precisamente, de cómo el hombre se estaba deses-tructurando interiormente al perder el vínculo con Dios.

Así, el vacío existencial, la desesperanza, el tedio, aquella pérdida del “gusto por la vida” que los grandes maestros espiri-tuales denominaron “acedia”, no serían sino desdoblamientos de un secularismo que, manifestándose hoy más agudamen-te en la forma del nihilismo, estaría generando un dramático “eclipse de lo humano”: «En la interpretación nihilista —decía el Papa en Fides et ratio— la existencia es sólo una oportunidad para sensaciones y experiencias en las que tiene la primacía lo efímero. El nihilismo está en el origen de la difundida men-talidad según la cual no se debe asumir ningún compromiso definitivo, ya que todo es fugaz y provisional... El nihilismo, aun antes de estar en contraste con las exigencias y los contenidos de la palabra de Dios, niega la humanidad del hombre y su misma identidad»32.

Sin embargo, aún frente a este panorama sombrío, el Papa santo no dudaba en manifestar enérgicamente su confianza en la naturaleza humana y citaba el célebre aforismo de Pascal: «El hombre supera infinitamente el propio hombre». «El hombre —afirmaba— no puede vivir indefinidamente en el vacío espi-ritual, en la incertidumbre moral, en la duda metafísica, ni en la ignorancia religiosa»33. Ahora bien, tal confianza en el ser huma-no sólo podía provenir de quien contemplaba la realidad, para usar la célebre expresión de Spinoza, «sub specie eternitatis», es decir, desde la perspectiva de Dios mismo que la fe ofrece. El hondo humanismo de Juan Pablo II tenía, pues, su fundamento en Aquel que sustenta la misma existencia humana: Dios. Era

31. Ver San Juan Pablo II, Veritatis splendor, 1-2. 32. San Juan Pablo II, Fides et ratio, 46 y 90. 33. San Juan Pablo II, Discurso en la Asamblea plenaria del Consejo

Pontificio para el Diálogo con los No Creyentes, 22/3/1985, 3.

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en esa línea que el Papa exclamaba ante los jóvenes: «Vale la pena ser hombre porque Tú te has hecho hombre»34.

Desde esta profunda certeza y desde esta honda esperanza, San Juan Pablo II aparecía como un faro que en altamar, en medio de no po-cas turbulencias, buscaba iluminar, con la luz de la fe, las más diversas realidades humanas, esto es, las cul-turas que se configuraban entre dos milenios: «No debemos tener miedo del futuro. No debemos tener miedo

del hombre... —afirmaba enfáticamente— Tenemos en noso-tros la capacidad de sabiduría y de virtud. Con estos dones, y con la ayuda de la gracia de Dios, podemos construir en el siglo que está por llegar y para el próximo milenio una civilización digna de la persona humana, una verdadera cultura de la li-bertad. ¡Podemos y debemos hacerlo! Y haciéndolo, podremos darnos cuenta de que las lágrimas de este siglo han preparado el terreno para una nueva primavera del espíritu humano»35.

En ese sentido, ante las adhesiones incondicionales o las condenas absolutas al germinal fenómeno de la globalización, el Papa proponía una visión serena, afirmada en la libertad y responsabilidad de la persona humana, en la centralidad de las culturas, así como en la conciencia de que la Iglesia es portadora de una experiencia histórica de encuentro con las más diversas culturas que fue decisiva para superar los eventuales conflictos

34. San Juan Pablo II, Homilía durante la Misa del Domingo de Ramos en el Jubileo de los Jóvenes, 15/4/1984, 3.

35. San Juan Pablo II, Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, 5/10/1995, 18.

Las universidades deben convertirse en focos de pensamiento

y así colaborar en la construcción de culturas auténticas.

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entre las mismas culturas y favorecer la configuración de nue-vas síntesis culturales. «La globalización —decía en uno de sus discursos a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales— no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella. Ningún sistema es un fin en sí mismo, y es necesario insistir en que la globalización, como cualquier otro sistema, debe estar al servicio de la persona humana, de la solidaridad y del bien común... La globalización no debe ser un nuevo tipo de colo-nialismo. Debe respetar la diversidad de las culturas que, en el ámbito de la armonía universal de los pueblos, son las claves de interpretación de la vida... Las normas de la vida social deben buscarse en el hombre como tal, en la humanidad universal nacida de la mano del Creador. Esta búsqueda es indispensable para evitar que la globalización sea sólo un nuevo nombre de la relativización absoluta de los valores y de la homogeneización de los estilos de vida y de las culturas. En todas las diferentes formas culturales existen valores humanos universales, los cuales deben manifestarse y destacarse como la fuerza que guíe todo desarrollo y progreso»36.

La importancia que el Papa otorgaba a las culturas históri-camente sedimentadas en la forma de pueblos o naciones es decir, a las tradiciones culturales, parecía, pues, responder a la percepción de que los vertiginosos cambios de fines del milenio pasado no habían sido —y aún no han sido— suficientemente discernidos y asimilados por la humanidad. En ese sentido, tales cambios requerirían pasar por el tamiz del patrimonio cultural de cada pueblo, que no es fruto de cambios o modas ocurridos en un corto lapso de tiempo, sino que es fruto del esfuerzo y legado de sucesivas generaciones, ofreciéndose como una “morada” concreta en la cual las personas se descubren a sí mis-mas en su forma de vivir “lo humano” de un modo específico.

36. San Juan Pablo II, Discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, 27/4/2001, 2-4.

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En el caso del Perú, nuestro patrimonio cultural forjado al calor de la fe cristiana fue particularmente apreciado y admirado por San Juan Pablo II en su segunda visita a nuestras tierras, lo que le llevó a aconsejar: «Frente a las concepciones incoherentes con vuestra tradicional cultura cristiana, quiero repetiros ahora a vosotros la exhortación que formulé en Santo Domingo a todos los pueblos de América Latina: permaneciendo siempre fieles a los valores de la dignidad personal y hermandad solidaria que el pueblo peruano lleva en su corazón, como imperativos reci-bidos del Evangelio, resistid a la tentación de quienes quieren que olvidéis vuestra innegable vocación cristiana»37.

Así, las concreciones culturales en donde la fe se ha en-carnado eran vistas por el Papa como una riqueza particular que debe ser compartida solidariamente con otras culturas que estuvieron animadas por la fe cristiana, pero que se encuentran tentadas de alejarse de su sentido originario: «Estamos entrando en un milenio que se presenta caracterizado por un profundo entramado de culturas y religiones incluso en países de antigua cristianización. En muchas regiones los cristianos son, o lo están siendo, un “pequeño rebaño” (Lc 12,32). Esto los pone ante el reto de testimoniar con mayor fuerza, a menudo en condiciones de soledad y dificultad, los aspectos específicos de su propia identidad»38. Y en Tertio millenio adveniente decía: «Hoy son muchos los “areópagos”, y bastante diversos: son los grandes campos de la civilización contemporánea y de la cultura, de la política y de la economía. Cuanto más se aleja Occidente de sus raíces cristianas, más se convierte en terreno de misión, en la forma de variados “areópagos”»39.

37. San Juan Pablo II, Mensaje al mundo de la cultura y a los empresarios, Lima, 15/5/1988, 2.

38. San Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 51. 39. San Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, 57.

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La constante analogía que el Papa santo proponía entre nuestra época y los primeros tiempos de la predicación cristia-na resulta hoy altamente sugerente para comprender el modo como los actuales desafíos culturales han de interpelar a la con-ciencia cristiana y, por otro lado, intensificar el sentido heroico, confiado y esperanzado que ha de tener el estilo de vida cris-tiana en este inicio del tercer milenio. Como se ha ocupado de mostrar el historiador inglés Christopher Dawson, los cristianos, en épocas turbulentas, han estado siempre llamados a “mirar hacia delante” y, advertidos por las enseñanzas evangélicas, a no dejar el arado para volver la vista atrás; ello animó en los primeros tiempos del cristianismo el despliegue de un vigoroso impulso cultural de inmensas repercusiones históricas que de-bería reeditarse en una época como la nuestra, tan problemáti-ca y compleja, pero también tan cargada de dones y promesas.

La relevancia histórica que este servicio evangélico tiene para las culturas es lo que llevó a San Juan Pablo II a consumir su vida en el afán por hacer que el Pueblo de Dios ingrese a un nuevo milenio sin pasos vacilantes. Con relación a los diversos cambios y fenómenos culturales que aún hoy no terminamos de sopesar y comprender, el Papa invocaba a que, sin miedo, los cristianos nos insertemos en ellos para animarlos en sus posibili-dades de humanización. Así, con respecto a los diversos medios de nuestra cultura “audio-visual” y “digital”, se expresaba con las siguientes palabras: «Lo que dije en otra ocasión a propósito de Internet vale también para todos los medios de comuni-cación social: son “un nuevo ‘foro’, entendido en el antiguo sentido romano de lugar público... muy concurrido y animado, que no sólo reflejaba la cultura del ambiente, sino que también creaba una cultura propia”... Si la Iglesia se aleja de la cultura, el Evangelio queda silenciado. Por tanto, no debemos temer cruzar el umbral cultural de las comunicaciones y de la revo-lución de la información que está teniendo lugar ahora. Como en las nuevas fronteras de otros tiempos, ésta entraña también peligros y promesas, con el mismo sentido de aventura que

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caracterizó otros grandes períodos de cambio. Para la Iglesia, el reto consiste en hacer que la verdad de Cristo se difunda en este nuevo mundo, con todas sus promesas, inquietudes e in-terrogantes. Esto requerirá especialmente la promoción de una ética auténticamente humana, que suscite comunión más que alienación entre las personas, y solidaridad más que enemistad entre los pueblos»40.

Pronunciaba la misma exhortación con respecto a la presen-cia de los cristianos en los centros académicos y universitarios, apreciados como valiosísimos “focos de cultura”. Sin embargo, el Papa Wojtyla no se refería tan sólo a los centros universi-tarios católicos llamados a ser «signo vivo y prometedor de la fecundidad de la inteligencia cristiana en el corazón de cada cultura»41, sino que invitaba a todos los ámbitos universitarios, en general —en la medida en que se ocupan, precisamente, de la formación integral del ser humano— a colaborar activamente en la configuración de culturas cada vez más conformes con la dignidad de la persona humana: «La Iglesia y la universidad desean servir al hombre de manera desinteresada, intentando responder a sus más profundas inquietudes intelectuales y morales. La Iglesia enseña que la persona humana, creada a imagen de Dios, posee una dignidad única que es indispensable defender frente a tendencias que, hoy, amenazan destruir al hombre en su ser físico y moral, individual y colectivo. La Iglesia se dirige muy particularmente a los universitarios para decir: busquemos defender juntos al hombre en sí mismo, cuya honra y dignidad están seriamente amenazadas. La universidad que, por su propia vocación, es una institución desinteresada y libre, se presenta como una de las pocas instituciones de la sociedad moderna capaces de defender al hombre por sí mismo, sin

40. San Juan Pablo II, Discurso al Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, 1/3/2002, 3-4.

41. San Juan Pablo II, Ex corde Ecclesiae, 2.

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subterfugios, sin pretextos o motivos diversos a la simple razón de que el hombre posee una dignidad única que lo torna merecedor de ser respetado por sí mismo. Es éste el humanismo que la Iglesia propone... Sea permitido —continuaba diciendo— que exhorte a las universidades de todo el mundo a recorrer todos los caminos que estén a su alcance: la enseñanza, la investi-gación, la información, el diálogo con la opinión pública, para poder llevar adelante esta misión humanista, que posibilite la configuración de una ci-vilización del amor, la única capaz de evitar que el hombre se torne enemi-go del hombre»42.

Es mucho más lo que se podría decir sobre la inmensa contribución de este gran Pontífice, el Papa Magno, hoy San Juan Pablo II, al diálogo entre la Iglesia y las culturas, pero, tal vez la gratitud que más le debemos se refiere al hecho de que él mismo haya irrumpido como un fe-cundo “modelo de santidad”, como un “modelo de cultura”, es decir, como modelo de un renovado humanismo cristiano para nuestro tiempo. Aquel «no tengan miedo» que resonó hace más de treinta y cinco años en la Plaza de San Pedro opera aún hoy como un llamado a desplegar este sentido humanizante y fecundo de la fe cristiana en las nacientes configuraciones culturales del nuevo milenio: «¡Caminemos con esperanza! —nos decía—. Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como

42. San Juan Pablo II, Mensaje al mundo universitario, 7/3/1983, 6.

Tal vez la gratitud que

más le debemos se

refiere al hecho de que

él mismo haya irrumpido

como un fecundo

“modelo de santidad”,

como un “modelo de

cultura”, es decir, como

modelo de un renovado

humanismo cristiano

para nuestro tiempo.

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un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumen-tos... El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza “que no defrau-da” (Rom 5,5)»43.

Alfredo García Quesada, filósofo peruano y Consultor del Consejo Pontificio de la Cultura, es Profesor

Principal adscrito al «Centro de Estudios de la Persona y la Cultura» de la Universidad Católica San Pablo

y miembro del Consejo Editorial de la revista «VE», de la revista «Persona y Cultura» y del Consejo

Internacional de la revista «Humanitas». Entre sus varias publicaciones sobre la Iglesia y la cultura

se puede mencionar el libro: La fe y la cultura en el pensamiento católico latinoamericano.

43. San Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 58.

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67enero-abril de 2014, año 30, n. 87

EntrEvista

Testigos de una vida santaDialogando con dos colaboradores

de San Juan Pablo II

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(IHFWLYDPHQWH��QR�H[LVWH�XQD�FDWHJRUtD�GH�SHUVRQDV�FRQ�OD�TXH�-XDQ�3DEOR�,,�QR�KD\D�HQWUDGR�HQ�FRQWDFWR��5HFRUGiEDPRV�OD�

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Page 72: Vida y Espiritualidad

71

Testigos de una vida santa

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6LQ�GXGD�KD�VLGR�HO�3DSD�GH�OD�GHIHQVD�GH�OD�YLGD��$EVROXWDPHQWH��7DPELpQ�HO�3DSD�GH�OD�IDPLOLD��(O�3DSD�TXH�SUHVWy�VX�YR]�D�ORV�SREUHV��D�ODV�QDFLRQHV�VREUH�WRGR�GHO�7HUFHU�0XQGR��¢3RU�TXp�YLDMDED�D�ORV�SDtVHV�GHO�7HUFHU�0XQGR"�3DUD�HOHYDU�OD�YR]�\�FOD-PDU�D�ORV�ULFRV��´'HEHQ�D\XGDU�D�ORV�SREUHV��GH�RWUR�PRGR�VH�OOHJDUi�QXHYDPHQWH�D�XQ�FRQIOLFWR�PXQGLDOµ�

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1R�OR�Vp��QR�OR�Vp��&LHUWDPHQWH�SDUD�Pt�HV�XQD�FRVD�H[FHSFLRQDO�SHQVDU�TXH�GH�DKRUD�HQ�DGHODQWH�OR�OODPDUp�´VDQWRµ�

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(PLQHQFLD�� SRU� ��� DxRV� XVWHG� WXYR�� HQ� FDOLGDG� GH� 9LFDULR�*HQHUDO�GH�OD�'LyFHVLV�GH�5RPD��HVWUHFKR�FRQWDFWR�FRQ�HO�3DSD�:RMW\ãD��¢&yPR�YH�OD�SUy[LPD�FHUHPRQLD�GH�FDQRQL]DFLyQ"

(V�XQ�HYHQWR�GH�LPSRUWDQFLD�VLQJXODU��QR�VyOR�SRUTXH�VHUiQ�GRV�ORV�3DSDV�FDQRQL]DGRV�³-XDQ�3DEOR�,,�\�-XDQ�;;,,,��DPERV�PX\�TXHULGRV�SRU�ORV�LWDOLDQRV��SRU�WRGRV�ORV�FDWyOLFRV�GHO�PXQGR�\�WDPELpQ�SRU�PXFKRV�QR�FDWyOLFRV³��VLQR�WDPELpQ�SRU�HO�KHFKR�GH�TXH�HVWD�FDQRQL]DFLyQ�VH�GD�PX\�SRFR�GHVSXpV�GH�OD�PXHUWH�GH�-XDQ�3DEOR�,,��£+DQ�SDVDGR�VyOR�QXHYH�DxRV�

-XVWDPHQWH�D�FDXVD�GH�OD�UDSLGH]�GHO�SURFHVR�GH�FDQRQL]DFLyQ��WRGRV� WHQHPRV� YLYRV� ORV� UHFXHUGRV� GH� HVWH� 3DSD�� +DEODU�GH� pO� VLJQLILFD� KDEODU� GH� ´KR\µ�� 5HFRUGDPRV� DTXHO� OHPD��«¡Santo subito!ª�� 8VWHG� KDFH� XQ� WLHPSR� FRQWy� FyPR� HQ� HO�

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Paolo Ondarza

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FyQFODYH�TXH�SUHFHGLy�D�OD�HOHFFLyQ�GH�%HQHGLFWR�;9,�KXER�XQ�pronunciamiento de los Cardenales...

8QD�UHFROHFFLyQ�GH�ILUPDV��3RFR�DQWHV�GHO�FyQFODYH��HO�&DUGHQDO�7RPNR� UHFRJLy� ILUPDV� GH� ORV� &DUGHQDOHV� ³UHFRJLy� PXFKtVL-PDV³�\�OXHJR�GH�OD�HOHFFLyQ�GH�%HQHGLFWR�;9,�PH�ODV�HQWUHJy�³HUD�\R�HQWRQFHV�HO�&DUGHQDO�9LFDULR�GH�5RPD³�SDUD�TXH�ODV�OOHYH�DO�QXHYR�3DSD�HQ�OD�SULPHUD�DXGLHQFLD�TXH�WXYLHVH�FRQ�pO�

3UHFLVDPHQWH�SRUTXH�HV�XQ�3DSD�GH�QXHVWURV�GtDV��SRGHPRV�GHFLU�TXH�VX�PHQVDMH�SHUPDQHFH�WRGDYtD�DFWXDO�

(V�PX\�DFWXDO�� WDQWR� VX�PHQVDMH�GH�QR� WHQHU�PLHGR�GH� DEULU�D�&ULVWR�WRGDV� ODV�SXHUWDV�³GH�OD�FXOWXUD��GH�OD�SROtWLFD��GH�OD�YLGD�SHUVRQDO�DQWH�WRGR��GH�OD�HFRQRPtD³��FRPR�WDPELpQ�HV�DFWXDO�VX�FRQILDQ]D�HQ�HO� IXWXUR�GHO�FULVWLDQLVPR��5HFRUGHPRV�DVLPLVPR�TXH�HO�SURJUDPD�GH�HYDQJHOL]DFLyQ��ODQ]DGR�FRQ�WDQWD�IXHU]D�KR\�SRU�HO�3DSD�)UDQFLVFR��HV�HQ�VXVWDQFLD�HO�PLVPR�SUR-JUDPD�TXH�KDEtD�\D�LQVSLUDGR�WRGD�OD�DFWLYLGDG�GH�-XDQ�3DEOR�,,�

(O�3DSD�-XDQ�3DEOR�,,�PRVWUy�D�OD�KXPDQLGDG�HQ�YHUGDG�HO�URVWUR�KXPDQR�GH�'LRV��HO�URVWUR�GH�&ULVWR���

&LHUWDPHQWH��-XDQ�3DEOR�,,�HUD�PX\�FHUFDQR�D�OD�JHQWH��\�VREUH�WRGR�OXHJR��HQ�HO�SHUtRGR�GH�VX�HQIHUPHGDG��OD�JHQWH�YLR�YHUGD-GHUDPHQWH�HQ�pO�D�XQ�VDQWR��5HFXHUGR��YLVLWDQGR�ODV�SDUURTXLDV�GH�5RPD��FyPR�OD�JHQWH�VH�FRQPRYtD�FXDQGR�VH�HQFRQWUDEDQ�FRQ�pO�

$�SURSyVLWR�GH�ODV�SDUURTXLDV��VRQ�WDQWRV�ORV�WHVWLPRQLRV�GH�TXLHQHV�SXGLHURQ�YHUOR��SXGLHURQ�GDUOH�XQ�DSUHWyQ�GH�PDQRV�R�KDEODU�FRQ�pO��SUHFLVDPHQWH�SRUTXH� -XDQ�3DEOR� ,,�EXVFDED�HO�HQFXHQWUR��EXVFDED�OD�UHODFLyQ�GLUHFWD�FRQ�ODV�SHUVRQDV��<�XVWHG�KD�VLGR�WHVWLJR�GH�HVWR��FRPR�9LFDULR�GH�OD�'LyFHVLV�GH�5RPD�SRU����DxRV���

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Testigos de una vida santa

6t��IXL�WHVWLJR��$O�SULQFLSLR��FXDQGR�VH�HQFRQWUDED�ELHQ�GH�VDOXG��LED�SRU�WRGRV�ODGRV��VH�HQFRQWUDED�FRQ�WRGRV����/XHJR��FXDQGR�ODV� IXHU]DV� OH�GLVPLQX\HURQ�GUDPiWLFDPHQWH��FXDQGR�PRYHUVH�OH�FRVWDED�XQ�JUDQ�GRORU� ItVLFR��EXVFDED� LJXDOPHQWH�³LQFOXVR�DUUDVWUiQGRVH³�XQD�UHODFLyQ�GLUHFWD�FRQ� OD�JHQWH��GH�PDQHUD�HVSHFLDO�FRQ�ORV�HQIHUPRV�

([LVWH�XQ�HSLVRGLR�VLJQLILFDWLYR��TXH�XVWHG�KD�FRQWDGR��FXDQGR�HO�&DUGHQDO�']LZLV]��HQWRQFHV�VHFUHWDULR�GH�-XDQ�3DEOR�,,�� OH�GLMR�DO�3DSD��TXH�\D�HVWDED�HQIHUPR��TXH�VH�TXHGH�WUDQTXLOR��TXH� VHUtD� XVWHG�� HO� &DUGHQDO� 5XLQL�� TXLHQ� LUtD� D� YLVLWDU� ODV�SDUURTXLDV�HQ�VX�OXJDU���

<�HO�3DSD�UHVSRQGLy��©£3HUR�HO�2ELVSR�GH�5RPD�VR\�\R�ª��(VWDV�SDODEUDV��HVWD�UHVSXHVWD�DO�KR\�&DUGHQDO�']LZLV]��WXYLHURQ�OXJDU�HQ�HQHUR�GH�������SRU�WDQWR��VyOR�FXDWUR�PHVHV�DQWHV�GH�PRULU�

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Paolo Ondarza

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6HJ~Q�XVWHG��¢TXp�DVSHFWR�GH�OD�VDQWLGDG�GH�-XDQ�3DEOR�,,�VH�FRQRFH�PHQRV�KR\"

6LQ�GXGD�HO�PiV�SURIXQGR�HV�OD�RUDFLyQ��SHUR�OR�FRQRFHQ�WRGRV��-XDQ�3DEOR�,,��GHVGH�PXFKDFKR��HUD�XQ�KRPEUH�GH�SURIXQGtVLPD�RUDFLyQ��WDQWR�DVt�TXH�VREUH� OD�SXHUWD�GH�VX�KDELWDFLyQ��HQ�HO�VHPLQDULR�GH�&UDFRYLD��VXV�FRPSDxHURV�KDEtDQ�HVFULWR��©)XWXUR�VDQWRª��0H�LPSDFWy�PXFKR�HO�KHFKR�GH�TXH�WRGDV�ODV�GHFLVLRQHV�GH�VX�YLGD�FRQFUHWD�ODV�WRPDUD�D�OD�OX]�GH�VX�UHODFLyQ�FRQ�'LRV��\�HVWD�UHODFLyQ�OH�GDED�XQD�FRQILDQ]D�\�XQD�YDOHQWtD�HQRUPHV�

/D�UHODFLyQ�GH�-XDQ�3DEOR�,,�FRQ�5RPD���

5HFRUGDPRV� VLHPSUH� OD� IUDVH� SURJUDPiWLFD� TXH� SURQXQFLy� DO�LQLFLR�GH�VX�SRQWLILFDGR��©6R\�3DSD�GH�OD�,JOHVLD�XQLYHUVDO�SRU-TXH� VR\�2ELVSR�GH�5RPDª��9HtD� OD� YRFDFLyQ�GH�5RPD�FRPR�XQD� YRFDFLyQ� XQLYHUVDO� \� VH� GLYHUWtD� MXJDQGR� FRQ� OD� SDODEUD�´5RPDµ� TXH�� OH\pQGROD� DO� UHYpV�� VH� WUDQVIRUPD� HQ� ´DPRUµ�� \�GHFtD��©eVWD�HV�OD�PLVLyQ�GH�5RPD��VHU�WHVWLJR�GHO�DPRU�GH�'LRV�SRU�HO�PXQGR�HQWHURª�

8Q�3DSD�GH�QXHVWURV�GtDV�TXH�VH�FRQYLHUWH�HQ�VDQWR��3DUHFLHUD�TXH�XQD�YH]�PiV�-XDQ�3DEOR�,,�QRV�GLFH��OD�VDQWLGDG�QR�HV�XQD�PHWD�LQDFFHVLEOH��HV�DOJR�DO�DOFDQFH�GH�WRGRV��D�OD�TXH�WRGRV�estamos llamados.

&LHUWR�� -XDQ� 3DEOR� ,,� HVWDED� SURIXQGDPHQWH� FRQYHQFLGR� GH�DTXHOOR�TXH�HO�&RQFLOLR�9DWLFDQR� ,,� KD�GHILQLGR� FRPR� ©OD� OOD-PDGD�XQLYHUVDO�D�OD�VDQWLGDGª��6LQ�GXGD�HV�QHFHVDULR�UHVSRQGHU�D�HVWD� OODPDGD��1R�EDVWD� OD� OODPDGD�� VH�QHFHVLWD� OD� UHVSXHVWD��<� -XDQ�3DEOR� ,,� OD� KD� GDGR� FRQ� WRWDO� HQWUHJD�� 3HUR� pVWH� HV� HO�PHQVDMH��HQ�HO�IRQGR��TXH�QRV�YLHQH�GH�WRGRV�ORV�VDQWRV��TXH�QR� VH� FRQVLGHUDQ� D� Vt�PLVPRV� FRPR� SHUVRQDV� H[FHSFLRQDOHV��VLQR�FRPR�SHUVRQDV�TXH�VHQFLOODPHQWH�EXVFDQ�UHVSRQGHU�D� OD�OODPDGD�GH�'LRV�

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Testigos de una vida santa

3RU� WDQWR� OD� VDQWLGDG� HV� VHJXUDPHQWH� XQD� PHWD� DOWD�� GLItFLO�GH� DOFDQ]DU�� SHUR� -XDQ� 3DEOR� ,,�� FRQ� VX� KHURLFR� HMHPSOR� GH�VDQWLGDG� HQ� OD� HQIHUPHGDG� ³DXQTXH� QR� VyOR³� QRV� OD� KD�indicado como meta a la que todos estamos llamados...

6t�� HV� XQD� PHWD� TXH� FDGD� XQR� GH� QRVRWURV� GHEH� FRQVLGHUDU�FRPR�SRVLEOH�

(PLQHQFLD��¢KD\�DOJ~Q�SHQVDPLHQWR�HQ�SDUWLFXODU�FRQ�HO�TXH�GHVHH�FRQFOXLU�QXHVWUD�FRQYHUVDFLyQ"

9LYLPRV�HQ�WLHPSRV�FLHUWDPHQWH�GLItFLOHV��$TXHOOD�LQYLWDFLyQ�D�OD�FRQILDQ]D��D�OD�HVSHUDQ]D��D�OD�YDOHQWtD�SDUD�DIURQWDU�ODV�GLILFXO-WDGHV�TXH�QRV�YLHQH�GH�-XDQ�3DEOR�,,�HV�PX\�DFWXDO��QR�VyOR�HQ�HO�SODQR�UHOLJLRVR��VLQR�WDPELpQ�HQ�HO�SODQR�FLYLO�\�VRFLDO��<�TXLVLHUD�WDPELpQ�SHGLU�DO�6HxRU�TXH�OD�RFDVLyQ�GH�OD�FDQRQL]DFLyQ�VHD�XQD�LQ\HFFLyQ�GH�FRQILDQ]D�SDUD�QXHVWUR�SDtV�\�SDUD�HO�PXQGR�entero.

©(O�SURJUDPD�GH�HYDQJHOL]DFLyQ��

ODQ]DGR�FRQ�WDQWD�IXHU]D�KR\�

SRU�HO�3DSD�)UDQFLVFR��HV�HQ�

VXVWDQFLD�HO�PLVPR�SURJUDPD�

TXH�KDEtD�\D�LQVSLUDGR�WRGD�OD�

DFWLYLGDG�GH�-XDQ�3DEOR�,,ª�

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77enero-abril de 2014, año 30, n. 87

El hombre visto en la poesía

GH�.DURO�:RMW\ãD

P. Alfred Marek Wierzbicki

1. «Peregrino del absoluto»

Haciendo el intento, o mejor dicho los intentos, de leer la

DQWURSRORJtD�HYRFDGD�SRU�OD�SRHVtD�GH�.DURO�:RMW\ãD��XQR�FDH�HQ� OD� FXHQWD�GH�TXH�pO� HUD�HQ� LJXDO�PHGLGD�SRHWD�� ILOyVRIR�\�WHyORJR��(Q�OR�VXVWDQFLDO�QR�LPSRUWD�D�FXiO�GH�HVWRV�WUHV�iPELWRV�OH�GHGLFy�PiV� WLHPSR��SXHV�GHVDUUROOy�FDGD�XQR�GH�HOORV�FRQ�ULWPR� SURSLR�� D� YHFHV�PiV� DFHOHUDGR� H� LQWHQVR�� D� YHFHV�PiV�OHQWR�\�DWHQXDGR��<�QR�VH�SXHGH�SUHVFLQGLU�GH�OR�GXUDEOH�TXH�VH�UHYHOy�OD�OtQHD�SRpWLFD�FXDQGR��OXHJR�GH�YHLQWLFLQFR�DxRV�GH�SRQWLILFDGR��FRURQDED�VX�FUHDFLyQ�FRQ�Tríptico romano.

(O�DXWRU�GH�Persona y acción, de Rayos de paternidad y de

la Redemptor hominis�VH�HQFXHQWUD�HQWUH�DTXHOORV�KRPEUHV�H[-FHSFLRQDOHV�TXH�KDQ�UHFLELGR�HO�GRQ�GH�XQD�P~OWLSOH�DFWLYLGDG�HVSLULWXDO��RIUHFLHQGR�XQD�FRQWULEXFLyQ�RULJLQDO�HQ�FDGD�XQR�GH�ORV� FDPSRV� FXOWLYDGRV�� 6X� SRHVtD� \� VX� SHQVDPLHQWR� ILORVyILFR�VH�GHVDUUROODURQ�HQ�UHFtSURFD�RVPRVLV��VLQ�TXH�VLQ�HPEDUJR�VH�ERUUDVHQ� ORV� QHFHVDULRV� FRQILQHV� HQWUH� XQD� \� RWUR�� GH� PRGR�

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P. Alfred Marek Wierzbicki

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TXH�OD�SRHVtD�VLJXH�ODV�OH\HV�GHO�DUWH��PLHQWUDV�HO�SHQVDPLHQWR�ILORVyILFR�UHVSHWD�ODV�ULJXURVDV�FRQGLFLRQHV�GH�ODV�LQGDJDFLRQHV�racionales.

*LRYDQQL�5HDOH�GHILQLy�D�.DURO�:RMW\ãD�FRPR�XQ�©SHUHJULQR�GHO�DEVROXWRª1��$�WUDYpV�GH�WUHV�FDPLQRV�³OD�SRHVtD��OD�ILORVRItD�\�OD�WHRORJtD³�WHQGLy�DO�FXOPHQ��\�DO�PLVPR�WLHPSR�D�OD�IXHQWH��GH�OD�UHDOLGDG��/D�E~VTXHGD�GH�OD�IXHQWH�\�OD�FRQWHPSODFLyQ�GHO�URVWUR�GH�'LRV�TXH�VH�KD�KHFKR�KRPEUH�FRQVWLWX\HQ�ORV�PRWLYRV�IXQGDPHQWDOHV�GH�OD�SRHVtD�\�GHO�SHQVDPLHQWR�GH�.DURO�:RMW\ãD�\�GHO�PDJLVWHULR�GHO�3DSD�-XDQ�3DEOR�,,��5HDOH�KDFH�QRWDU�TXH�HVWD�PXOWLSOLFLGDG�GH�YtDV�GH�E~VTXHGD�GHO�DEVROXWR�SRU�SDUWH�del Papa de Cracovia corresponde a las vías de desarrollo de

OD� FXOWXUD� HXURSHD�� HV�PiV�� FRQVWLWX\H� OD� QXHYD� VtQWHVLV� HQ� OD�pSRFD�SRVWPRGHUQD��HQ�OD�TXH�VH�QLHJDQ�WDQWR�HO�SULPDGR�GHO�HOHPHQWR�HVSLULWXDO�FRPR�ORV�YDORUHV�DEVROXWRV�TXH�HO�KRPEUH�HQFXHQWUD�HQ�VX�H[SHULHQFLD�KLVWyULFD�/D�SRHVtD�QR�HV�XQD�FXHVWLyQ�PDUJLQDO�HQ�HO�GHVDUUROOR�GH�

OD� LQGDJDFLyQ� GH� .DURO�:RMW\ãD� HQ� FXDQWR� TXH� DFRPSDxD� VX�SHQVDPLHQWR� ILORVyILFR�\�� HQ�FLHUWR� JUDGR�� LQFOXVR� OR�SUHFHGH��(OOD�VH�VLW~D�HQ�OD�FRUULHQWH�GH�OD�SRHVtD�LQWHOHFWXDO��HQ�GRQGH�VH�UHYHOD�VX�DILQLGDG�FRQ�OD�REUD�GH�'DQWH��+|OGHUOLQ��1RUZLG��(OLRW�\�0LORV]��6X�SDUWLFXODULGDG�HVWi�GRWDGD��DGHPiV��GH�XQD�IXHUWH�WUDPD�PtVWLFD�TXH�OD�FRORFD�HQ�OD�WUDGLFLyQ�GH�OD�SRHVtD�GH�6DQ�-XDQ�GH�OD�&UX]��/D�SRHVtD�\�OD�ILORVRItD�GH�.DURO�:RMW\ãD�EURWDQ�GH�OD�PLVPD�IXHQWH��TXH�HV�OD�IDVFLQDFLyQ�SRU�HO�KRPEUH�\�VX�VHU�SHUVRQDO��6H�WUDWD�GH�XQD�SRHVtD�PHWDItVLFD�HQ�HO�VHQWL-GR�PiV�SURSLDPHQWH�SHUVRQDOLVWD��TXH�DVSLUD�PDUFDGDPHQWH�D�OHHU�©OD�LQVFULSFLyQ�PiV�SURIXQGD�GHO�VHU�>KXPDQR@ª2��/D�OHFWXUD�GH� OD� LQVFULSFLyQ�PiV�SURIXQGD�GHO�VHU��HVWR�HV�GH�VX�PLVWHULR�

1. Giovanni Reale, .DURO�:RMW\ãD��8Q�SHOOHJULQR�GHOO·DVVROXWR, Bompiani,

0LOiQ���������� .DURO�:RMW\ãD��0HGLWD]LRQH� VXOOD�PRUWH, en 7XWWH� OH�RSHUH� OHWWHUDULH, %RPSLDQL��0LOiQ�������S�������

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79

(O�KRPEUH�YLVWR�HQ�OD�SRHVtD�GH�.DURO�:RMW\ãD

~OWLPR��VH�KDFH�SRVLEOH�JUDFLDV�D�TXH�SHUPDQHFH�HQ�HO�FDPSR�GH�OD�H[SHULHQFLD��\�HQ�QLQJXQD�SDUWH�HO�KRPEUH�H[SHULPHQWD�WDQ�GLUHFWDPHQWH� HO� VHU� FRPR�HQ� Vt�PLVPR�� /D� YLVLyQ�SRpWLFD�SUHVHUYD�GH�OD�GLVSHUVLyQ�\�GHO�ROYLGR�GH�OD�H[SHULHQFLD�IRQWDO�del ser en la persona.

6HJ~Q�-XDQ�3DEOR�,,��OD�SRHVtD��FRPR�WRGR�DUWH��FRQVWLWX\H�OD�E~VTXHGD�GH�OD�´HSLIDQtDµ�GH�OR�EHOOR��,QGLYLGXDOL]D�HO�OXJDU�HVSHFtILFR�GHO�DUWLVWD�HQ�OD�H[SHULHQFLD�HVSLULWXDO�GH�OD�KXPDQL-GDG��3DUHFH�LQFOXVR�DILUPDU�TXH�VLQ�HO�DUWH�QR�SRGUtD�UHYHODUVH�SOHQDPHQWH� OD� HVSLULWXDOLGDG� GHO� KRPEUH�� VX� VHPHMDQ]D� FRQ�Dios. Recordemos el inicio de la Carta a los artistas�� ©1DGLH�PHMRU�TXH�YRVRWURV��DUWLVWDV��JHQLDOHV�FRQVWUXFWRUHV�GH�EHOOH]D��SXHGH�LQWXLU�DOJR�GHO�pathos�FRQ�HO�TXH�'LRV��HQ�HO�DOED�GH�OD�FUHDFLyQ��FRQWHPSOy� OD�REUD�GH� VXV�PDQRV��8Q�HFR�GH�DTXHO�VHQWLPLHQWR�VH�KD�UHIOHMDGR�LQILQLWDV�YHFHV�HQ�OD�PLUDGD�FRQ�TXH�YRVRWURV��DO�LJXDO�TXH�ORV�DUWLVWDV�GH�WRGRV�ORV�WLHPSRV��DWUDtGRV�por el asombro del ancestral poder de los sonidos y de las pala-

EUDV��GH�ORV�FRORUHV�\�GH�ODV�IRUPDV��KDEpLV�DGPLUDGR�OD�REUD�GH�YXHVWUD�LQVSLUDFLyQ��GHVFXEULHQGR�HQ�HOOD�FRPR�OD�UHVRQDQFLD�GH�DTXHO�PLVWHULR�GH�OD�FUHDFLyQ�D�OD�TXH�'LRV��~QLFR�FUHDGRU�GH�

/D�E~VTXHGD�GH�OD�IXHQWH�\�

la contemplación del rostro

GH�'LRV�TXH�VH�KD�KHFKR�

KRPEUH�FRQVWLWX\HQ�ORV�PRWLYRV�

IXQGDPHQWDOHV�GH�OD�SRHVtD�\�GHO�

SHQVDPLHQWR�GH�.DURO�:RMW\ãD�

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WRGDV�ODV�FRVDV��KD�TXHULGR�HQ�FLHUWR�PRGR�DVRFLDURVª3��6REUH�OD� LPSRUWDQFLD�GH� OD� YLVLyQ�DUWtVWLFD�SDUD� OD� YLGD�HVSLULWXDO�GHO�KRPEUH�-XDQ�3DEOR�,,�WDPELpQ�PHGLWD�HQ�Tríptico romano.

3DUD�.DURO�:RMW\ãD�\� -XDQ�3DEOR� ,,� OD�YLVLyQ�DUWtVWLFD�QR�HV�VyOR�FUHDFLyQ��HOOD�H[WUDH�VX�IXHU]D�GH�OD�DWHQFLyQ�D�OD�UHDOLGDG��(OOD� JDUDQWL]D��PHGLDGD� OD� H[SHULHQFLD� GHO� DUWLVWD�� HO� FRQWDFWR�GLUHFWR�FRQ�HO�PLVWHULR��1R�HV�FDVXDOLGDG�TXH�WDQWR�OD�SRHVtD�GH�.DURO�:RMW\ãD�FRPR�VX�SHQVDPLHQWR�DQWURSROyJLFR�QD]FDQ�GHO�HVWXSRU��/D�SRHVtD��JUDFLDV�D�VX�SDUWLFXODU�OHQJXDMH��SHUPLWH�SHU-PDQHFHU�HQ�HVWH�HVWXSRU�IRQWDO�SRU�PiV�WLHPSR�GHO�TXH�SHUPLWH�OD� WHRUtD��TXH�GHVFXEUH� LQGXGDEOHPHQWH� ORV�QLYHOHV�KHWHURJp-QHRV�\�OD�SURIXQGLGDG�GH�OD�H[SHULHQFLD��SHUR�DO�PLVPR�WLHPSR��D�WUDYpV�GH�OD�JHQHUDOL]DFLyQ��ORV�VHSDUD�GH�OD�FRQFUHFLyQ�GH�OD�TXH�OD�H[SHULHQFLD�PLVPD�SDOSLWD�(Q� HIHFWR�� .DURO� :RMW\ãD�� SRHWD�� ILOyVRIR� \� SHQVDGRU� UH-

OLJLRVR�� HV� XQ� SHUHJULQR� GHO� DEVROXWR�� (VWH� SHUHJULQDU� SRUWD�FRQVLJR� OD� H[SHULHQFLD� GH� OD� KXPDQLGDG� TXH� UHSHUFXWH� FRQ�ULFDV�UHIOH[LRQHV�HQ�VXV�SRHVtDV�\�HQ�VXV�GUDPDV��\�VRVWLHQH�OD�HODERUDFLyQ� WHyULFD� HQ� HO� SHQVDPLHQWR� ILORVyILFR�� 6L� ELHQ� HV�SHUFHSWLEOH�OD�FRUUHVSRQGHQFLD�HQWUH�ODV�WUDPDV�DQWURSROyJLFDV�SUHVHQWHV�HQ�OD�SRHVtD�\�OD�ILORVRItD�GH�.DURO�:RMW\ãD��FRQYLHQH�VLQ�HPEDUJR�VHU�SUXGHQWHV�D�ILQ�GH�QR�H[DJHUDU�OD�WUDGXFFLyQ�GH�OD�YLVLyQ�SRpWLFD�HQ�FDWHJRUtDV�ILORVyILFDV��6L�WDO�WUDGXFFLyQ�HV�MXVWLILFDGD��HV�EXHQR�UHFRUGDU�TXH�OD�YLVLyQ�SRpWLFD�GHVHPSHxD�HQ�UHODFLyQ�D�OD�WHRUtD�HQ�FLHUWR�PRGR�HO�SDSHO�GHO�©SULQFLSLR�GH� WRGRV� ORV� SULQFLSLRVª�� FRPR� +XVVHUO� GHILQtD� OD� YLVLELOLGDG�TXH� VH� DXWRSUHVHQWDED�� VH� PDQLIHVWDED� HQ� OD� LQWXLFLyQ� IRQ-WDO� HQ� VX� UHDOLGDG�PDWHULDO�� HV� GHFLU� FRQFUHWD�� $XQTXH� .DURO�:RMW\ãD� KD\D� KHFKR� REMHWR� D�PXFKDV� H[SHULHQFLDV� HYRFDGDV�HQ�VX�SRHVtD�³HQ�SDUWLFXODU�ODV�GHO�SULPHU�SHUtRGR�GH�ORV�DxRV�FLQFXHQWD³�GH�DQiOLVLV�ILORVyILFRV��HQ�HVSHFLDO�HQ�VX�SULQFLSDO�REUD� ILORVyILFD�� Persona y acción�� DXQ� DVt� GLFKDV� SRHVtDV� QR�

��� -XDQ�3DEOR�,,��Carta a los artistas, 4/4/1999, 1.

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(O�KRPEUH�YLVWR�HQ�OD�SRHVtD�GH�.DURO�:RMW\ãD

SXHGHQ� VHU� FRQVLGHUDGDV� ~QLFDPHQWH� FRPR� XQD� VXHUWH� GH�HMHUFLFLR�SURSHGpXWLFR�DO�HVWXGLR�ILORVyILFR��/D�SRHVtD��FRQ�VX�DSUR[LPDFLyQ�HPRFLRQDO�\�OLQJ�tVWLFD�D�OR�FRQFUHWR��SRVHH�XQ�YDORU�DXWyQRPR��(V�PiV��OD�SUHVHQFLD�PLVPD�GH�OD�SRHVtD�HQ�HO�SDWULPRQLR� FUHDWLYR�GH�.DURO�:RMW\ãD� SDUHFH� FRQILUPDU� OD� \D�FLHUWD�SURSRVLFLyQ�TXH�SURYLHQH�GHO�FDPSR�GH�OD�DQWURSRORJtD�\�TXH�SHUPLWH�PLUDU�\�FRPSUHQGHU�DO�KRPEUH�FRPR�XQ�VHU�GR-

WDGR�GH�XQD�UD]yQ�SRpWLFD�JUDFLDV�D�OD�FXDO�PDQLILHVWD�\�FXHQWD�VX�SURSLD�H[SHULHQFLD�$VRPEUD� OD� SURIXQGLGDG�GH� OD� YLVLyQ� SRpWLFD� GHO� KRPEUH�

HQ�ODV�SULPHUDV�SRHVtDV�GH�.DURO�:RMW\ãD��Pensamiento, extraño espacio���������La cantera��������\�Perfiles del Cireneo ��������&XDQGR�.DURO�:RMW\ãD�FRPHQ]y�D�SXEOLFDU�VXV�SULPHUDV�REUDV�GH�pWLFD�\�DQWURSRORJtD��HUD�\D�DXWRU�GH�PDGXUDV�\�RULJLQDOHV�FUHDFLRQHV�SRpWLFDV�HQ�ODV�TXH�KDEtD�H[SUHVDGR�VXV�SURSLDV�LQ-WXLFLRQHV�IXQGDPHQWDOHV��/D�LQWHUSUHWDFLyQ�GH�HVWDV�WUHV�SRHVtDV�GH�.DURO�:RMW\ãD�D�OD�OX]�GH�DOJXQDV�GH�ODV�HODERUDFLRQHV�ILOR-

VyILFDV�HQ�VXV�REUDV�WHyULFDV�SRVWHULRUHV�SHUPLWH�OHHU�HQ�FLHUWR�PRGR�VX�SULPHUD�©VXPPD�DQWURSROyJLFDª�

2. Interioridad y trascendencia

/DV�WUHV�FUHDFLRQHV�SRpWLFDV�GH�.DURO�:RMW\ãD�TXH�PH�GLVSRQJR�D�LQWHUSUHWDU�SRVHHQ�XQ�WUDWDPLHQWR�IRUPDO�FRP~Q��6RQ�SRHVtDV�TXH�VH�FRPSRQHQ�GH�PXFKDV�SDUWHV��1R�HV�GLItFLO�QRWDU�XQ�VXMH-WR�OtULFR�LGHQWLILFDGR�FRQ�HO�DXWRU�TXH�KDEOD�HQ�SULPHUD�SHUVRQD�VLQJXODU��eVWH�VH�SUHVHQWD�FRPR�OD�SHUVRQD�GHO�SHQVDGRU��3HUR�:RMW\ãD�QR�VH�VLUYH�GH�XQD�VROD�YR]��\� OD�HVWUXFWXUD�FRPSOHMD��DUWLFXODGD�HQ�YDULDV�SDUWHV��GH�OD�SRHVtD�VH�XQH�D�VX�́ PXOWLYRFDOL-GDGµ�\�D�OD�DGRSFLyQ�GH�PXFKRV�SXQWRV�GH�YLVWD��/RV�SRHPDV�GH�:RMW\ãD�SRVHHQ�HO�FDUiFWHU�GH�XQD�PHGLWDFLyQ�UHDOL]DGD�MXQWR�con otros.

Así lo vemos en la poesía Pensamiento, extraño espacio��<D�VX�SULPHU�YHUVR�³©3DVD�D�YHFHV�HQ�XQD�FRQYHUVDFLyQ��7RSDPRV�FRQ�OD�YHUGDG���\��VLQ�HPEDUJR��QRV�IDOWDQ�ODV�SDODEUDV��QR�YHPRV�

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HO�JHVWR��OD�VHxDOª4³�LQWURGXFH�HO�WHPD�GHO�GLiORJR�TXH�YXHOYH�FRPR�WtWXOR�GH�OD�VLJXLHQWH�SDUWH��©([WUDLJR�GHO�UHFXHUGR�GH�XQD�DQWLJXD�FRQYHUVDFLyQ�DOJXQDV�IUDVHVª���)LQDOPHQWH��OD�~OWLPD�SDU-WH�GH�OD�SRHVtD��WLWXODGD�©$�ORV�FRPSDxHURV�GH�UXWDª��WUD]D�XQD�DPSOLD�SHUVSHFWLYD�FRPXQLWDULD�GHO�HVSDFLR�GHO�SHQVDPLHQWR��(O�

conocimiento de sí no se alcanza

HQ�HO�DLVODPLHQWR��HQ�XQD�VXHUWH�GH�LVOD�GHVLHUWD��VLQR�TXH�HO�KRPEUH�VH�conoce a sí mismo como ser pen-

VDQWH�TXH�H[LVWH�\�REUD�MXQWR�D�RWURV�VHUHV�SHQVDQWHV��/D�VXVWDQFLDO�FRQ-GLFLyQ�FRPXQLWDULD�GH�OD�H[LVWHQFLD�KXPDQD� VH� HYLGHQFLD� WDPELpQ� HQ�OD�LPDJHQ�GHO�FDPLQR�TXH�DSDUHFH�dos veces en el poema y siempre

SRUWD� XQD� SURYRFDFLyQ�� HO� ULHVJR�GHO�HUURU��GH� OD�VXERUGLQDFLyQ�D� OD�YROXQWDG�FROHFWLYD�R�D�OD�GLFWDGXUD�TXH�HPSXMD�D�ORV�KRPEUHV�DO�FDPL-QR� GH� IDYRUHFHUOD� FLHJDPHQWH�� /D�poesía Pensamiento, extraño espa-cio�FRQWLHQH�XQD�WHQVLyQ�GLDOpFWLFD��

SRU�XQD�SDUWH��VX�SHUVRQD�SHQVDGRU�HVWi�DELHUWD�DO�SHQVDPLHQWR�MXQWR�D�ORV�GHPiV��SRU�RWUD��HQIUHQWD�OD�GLVSXWD�FRQ�ORV�GHPiV��\�WDO�GLVSXWD�VH�UHILHUH�DO�SXHVWR�GHO�LQGLYLGXR�HQ�OD�FRPXQLGDG��¢1R�KD\�DTXt�\D�XQD�PXHVWUD�GH�ORV�FRPSRUWDPLHQWRV�DXWpQWL-FRV�\�QR�DXWpQWLFRV�DFHUFD�GH�ORV�FXDOHV�KDEODUi�HQ�Persona y acción?

(O�WHUUHQR�SURSLR�GHO�DXWRUUHYHODUVH�HV�OD�LQWHULRULGDG�KXPD-QD�HQ�OD�TXH�HO�KRPEUH�VH�XQH�FRQ�HO�PXQGR�\�FRQVLJR�PLVPR��

��� .DURO�:RMW\ãD��Poesías, BAC, Madrid 31982, p. 41.

��� $OOt�PLVPR��S������

/D�GLPHQVLyQ�FRPXQLWDULD� es elemento común de las SRHVtDV�GH�.DURO�:RMW\ãD�

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(O�KRPEUH�YLVWR�HQ�OD�SRHVtD�GH�.DURO�:RMW\ãD

©1LQJXQD�SDODEUD��JHVWR��VHxDO�DEDUFD�OD�LPDJHQ�HQWHUD�HQ�OD�TXH�WHQHPRV�TXH�HQWUDU�VRORVSDUD�OXFKDU�FRPR�KL]R�-DFREª�.

(O�KpURH�GHO�SRHPD�HV�HO�EtEOLFR�-DFRE��TXLHQ�WXYR�TXH�OXFKDU�HQ�OD�QRFKH�FRQ�XQ�iQJHO��(Q�HVWD�ILJXUD�HO�SRHWD�:RMW\ãD�YH�HO�DUTXHWLSR�GHO�KRPEUH�TXH�OXFKD�SRU�GDU�IRUPD�\�FRQWHQLGR�D�OD�SURSLD�LQWHULRULGDG��'HWHQJiPRQRV��VLQ�HPEDUJR��HQ�HO�PRWLYR�GH�OD�VROHGDG�TXH��FRPR�VH�VDEH��FRQVWLWX\H�HO�WySLFR�FODYH�GHO�SHQVDPLHQWR�GH�QXHVWUR�DXWRU�DFHUFD�GH�OD�VLWXDFLyQ�H[LVWHQFLDO�GHO� KRPEUH��'H� OD� VROHGDG� GH�$GiQ� VH� KDEODUi� HQ�Rayos de paternidad�\�HQ�-XDQ�3DEOR�,,�HQ�OD�PHGLWDFLyQ�+RPEUH�\�PXMHU�los creó�GHGLFDGD�D� OD� WHRORJtD�GHO�FXHUSR��/D� VROHGDG� UHYHOD�OD�VXEMHWLYLGDG��OD�LUUHSHWLELOLGDG�\�OD�H[FHSFLRQDOLGDG�GH�FDGD�LQGLYLGXR��(OOD�HV��WDPELpQ��OD�HVIHUD�GHO�VXIULPLHQWR�HQ�OD�TXH�VH�IRUPD�OD�JUDQGH]D�GHO�KRPEUH��(O�VXIULPLHQWR�VXUJH�SRU�GLYHUVRV�PRWLYRV��WDQWR�H[WHUQRV�FRPR�DO�LQWHULRU�GHO�KRPEUH�PLVPR��$O�GLVFXUVR�VREUH�HO�VXIULPLHQWR�VH�DxDGH�OD�DILUPDFLyQ��©(O�PD\RU�VXIULPLHQWR�OH�YLHQH�DO�KRPEUH�SRU�VX�IDOWD�GH�YLVLyQª7��/D�´YL-VLyQµ� QR� HV� VyOR� OD� SHUFHSFLyQ� VXSHUILFLDO�� IHQRPpQLFD�GH� ODV�LPiJHQHV�� VLQR� HO� GHVFXEULPLHQWR� GHO� VHQWLGR� TXH� SHUPLWH� DO�KRPEUH�YROYHUVH�PiV�SOHQDPHQWH�pO�PLVPR��/D�YLVLyQ�HQWUD�HQ�OD�HVIHUD�GH�OD�FRQFLHQFLD�\�OD�PXHYH��KDFLHQGR�DO�KRPEUH�DXWRU�\� QR�~QLFDPHQWH� HVSHFWDGRU� GH� VX� YLGD�� ¢4Xp�GHEH� VXFHGHU�HQWUH�HO�VXIULPLHQWR�SRU�OD�IDOWD�GH�YLVLyQ�\�HO�DFWR�SRU�HO�FXDO�XQR�VH�UHDOL]D�D�Vt�PLVPR"�(VWD�SUHJXQWD�DEUH�HO�SRHPD�MXYHQLO�GH�:RMW\ãD�D�XOWHULRUHV�LQGDJDFLRQHV��/D�FRQFLHQFLD�GHO�SRGHU�PRUDO� GH� OD� YHUGDG� VHUi� H[SUHVDGD� H[SOtFLWDPHQWH� VyOR� HQ� OD�SRHVtD�VXFHVLYD�El nacimiento de los confesores.

��� $OOt�PLVPR��S������7. Allí mismo, p. 42.

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©6L�HVWi�HQ�Pt�OD�YHUGDG��GHEH�IXOJLU�1R�OD�SXHGR�HVFRQGHU��DO�HVFRQGHUODRFXOWDUtD�PL�SHUVRQDª8.

(O� ILOyVRIR�:RMW\ãD�� QR� REVWDQWH�� GHVDUUROOD� OD� WHRUtD� GH� OD�IXHU]D�QRUPDWLYD�GH�OD�YHUGDG��(Q�OD�SRHVtD�Pensamiento, extraño espacio�VH�HYRFD�VREUH�WRGR�OD�OXFKD�LQWHULRU�VREUH�TXLHQ�OOHJD�D�VHU�HO�KRPEUH�GHVFXEULHQGR�OD�SURSLD�DOWHULGDG�\�SHUVRQDOLGDG�HQ�HO�PXQGR��2EVHUYDQGR�OD�OXFKD�GH�-DFRE�FRQ�HO�iQJHO�VRPRV�WHVWLJRV�GHO�GUDPD�GH�YROYHUVH�XQR�PLVPR��GH�IRUPDUVH�D�IXHU]D�GH�XQD�´YLVLyQµ�DFFHVLEOH�/D� VROHGDG� GH� -DFRE� QR� VHUi� YHQFLGD� MDPiV�� DFRPSDxDUi�

VLHPSUH�VX�H[SHULHQFLD�GHO�DELVPR��(OOD�VH�WUDQVIRUPD��VLQ�HP-

EDUJR��FXDQGR�OOHJD�DO�HQFXHQWUR��HQ�UHDOLGDG�XQ�GHVHQFXHQWUR��XQD�OXFKD��FRPR�HQ�HO�FDVR�GHO�HQFXHQWUR�FRQ�HO�H[WUDxR�KXpV-SHG�TXH�YLVLWD�D�-DFRE�HQ�VXHxRV�

©-DFRE��FRQ�VX�URFD�GH�VDELGXUtD��VH�VLQWLy�VROR\�QRWy�TXH�DOJXLHQ�OR�DEUD]DEDy no podía moverse.

$OJXLHQ�³DTXHO�VHU�PLVPR³�SHQHWUy�KDVWD�HO�IRQGR�GH�VX�conciencia,

XQ�SRFR�FRPR�VL�HQWUDUD�HQ�XQ�QLxR��HQ�XQD�RYHMD�VLQ�TXHUHUORV�KXPLOODU�QL�DSODVWDU��VyOR�DEUD]DUPLHQWUDV�WHPEODEDQ��GHVFXEULHQGRVX�PLHGR�LQWHULRUª9.

/D�E~VTXHGD�GH�OD�´YLVLyQµ�VLQ�OD�FXDO�HO�KRPEUH�VXIUH��VLQ�OD�FXDO�SHUPDQHFH�VLHQGR�XQ�LQYiOLGR��QR�VH�GHWLHQH�HQ�HO�FRQR-

FLPLHQWR�TXH�REMHWLYL]D�ODV�FRVDV�\�ODV�RUGHQD�HQ�UHODFLyQ�D�ODV�QHFHVLGDGHV�FRWLGLDQDV�GHO�KRPEUH��-DFRE�HV�XQ�SDVWRU�TXH�©QR�

8. Allí mismo, p. 84.

9. Allí mismo, p. 43.

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(O�KRPEUH�YLVWR�HQ�OD�SRHVtD�GH�.DURO�:RMW\ãD

VH�VHQWtD�QXQFD�H[WUDxR�HQ�PHGLR�GH�ORV�SRGHUHV�WHUUHVWUHVª10.

6X�VHxRUtR�VREUH�HO�PXQGR�HV�\D�XQD�GH�VXV�FDUDFWHUtVWLFDV��SHUR�QR�HV�VXILFLHQWH�SDUD�KDFHU�XQ�DXWRUUHWUDWR��(O�SDUDQJyQ�HQWUH�VX�VDELGXUtD�SUiFWLFD�\�OD�URFD�LQPyYLO�IRUPD��HQ�OD�YLVLyQ�SRpWLFD��PiV�ELHQ�SDUWH�GHO�SDLVDMH��-DFRE�FRPLHQ]D�D�H[LVWLU�FRPR�HQWL-GDG�PiV�ULFD�FXDQGR�HV�KHFKR�SDUWtFLSH�GH�XQ�DFRQWHFLPLHQWR�FX\D� LQLFLDWLYD� QR� YLHQH� GH� pO�PLVPR�� 6X� SDUWLFLSDFLyQ� D� HVH�DFRQWHFLPLHQWR��VLQ�HPEDUJR��QR�VXSHUD�VXV�IXHU]DV��¢4Xp�FRVD�HV�OD�OXFKD�GH�-DFRE�FRQ�HO�iQJHO�HQ�OD�SRHVtD�GH�:RMW\ãD��OD�H[-periencia mística, el ingreso sobre la vía de la teología negativa

R�LQFOXVR�DOJR�GLVWLQWR"�'LItFLO�GDU�XQD�UHVSXHVWD�XQtYRFD�D�HVWD�SUHJXQWD��/D�SRHVtD�HV�VyOR�XQD�SRHVtD��FRQWLHQH�YDULDV�VtQWHVLV��HV�DSHQDV�XQ�GHVWHOOR��(O�HQFXHQWUR�FRQ�'LRV�VH�GD�GHQWUR�GH�ORV�FRQILQHV�GH�OD�H[SHULHQFLD�KXPDQD��QRV�FRPXQLFD�HO�SRHWD��(O�KRPEUH��TXH�HQ�Vt�HV�PLVWHULR��HV�DIHUUDGR�SRU�HO�PLVWHULR�D~Q�PiV�JUDQGH�GH�'LRV�(O� LQJUHVR�HQ� OD�SURSLD� LQWHULRULGDG�QR� FLHUUD� DO� VXMHWR�HQ�

Vt�PLVPR�� SXHVWR� TXH� HV� XQD� LQWHULRULGDG� DELHUWD�� (O� KRPEUH�VH�FRQRFH�D�Vt�PLVPR�FRPR�XQ�SDVDMH�HVSHFtILFR�HQWUH�pO�\�HO�PXQGR��HQWUH�pO�\�'LRV�

©3RFDV�YHFHV�KDEOR�GH�WRGR�HVWR��SHUR�PXFKDV�SLHQVR�HQ�HO�SHVR�HVSHFtILFR�GHO�PXQGR�\�HQ�PL�SURSLD�SURIXQGLGDGª11.

/D�LQWHULRULGDG�GHO�VHU�KXPDQR�WUDGXFH�OD�WUDVFHQGHQFLD�GHO�KRPEUH� FRQ� UHVSHFWR� DO�PXQGR�� (O� FRQRFLPLHQWR� GHO� SURSLR�SHVR� HVSHFtILFR� UHSUHVHQWD�� GH� KHFKR�� OD� SURIXQGLGDG� TXH� HO�KRPEUH�GHVFXEUH�HQ�Vt��$�FDXVD�GH�HVWD�SURIXQGLGDG�pO�HV�SDUD�Vt�XQ�SUREOHPD��\�SRU�HVWH�PRWLYR�-DFRE�HV�SXHVWR�D�SUXHED�SRU�HO�iQJHO�TXH�OR�GHVDItD�D�PHGLUVH�FRQ�DTXHOOR�TXH�OR�VXSHUD��TXH�HV�HWHUQR�\�DEVROXWR�

10.� /XJ��FLW��11.� $OOt�PLVPR��S������

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3. Participación

©3DUWLFLSDFLyQª�HV�HO�WtWXOR�GH�OD�WHUFHUD�SDUWH�GH�OD�SRHVtD�La cantera��(O�WpUPLQR�HV�EDVWDQWH�DEVWUDFWR��\�SXHGH�LQFOXVR�VRU-SUHQGHU�VX�SUHVHQFLD�HQ�OD�SRHVtD��(O�PLVPR�YRFDEOR�DSDUHFH�WDPELpQ�HQ�Persona y acción como la principal categoría de

OD� ILORVRItD� VRFLDO� GH� .DURO�:RMW\ãD�� (OOR� OH� DxDGH� XQ� QXHYR�VLJQLILFDGR�HQ�UHODFLyQ�FRQ� OD�FDWHJRUtD�PHWDItVLFD�GH� OD�SDU-WLFLSDFLyQ��VH�WUDWD��HQ�SULPHU�OXJDU��GH�OD�SDUWLFLSDFLyQ�HQ�OD�KXPDQLGDG� GH� ODV� GHPiV� SHUVRQDV� \�� HQ� VHJXQGR� OXJDU�� GHO�FXPSOLPLHQWR�GH�Vt�FRPR�SHUVRQD�HQ�ODV�REUDV�UHDOL]DGDV�MXQWR�a otros.

En la poesía La cantera�� OD� UHIOH[LyQ� VREUH�HO� WHPD�GH� OD�SDUWLFLSDFLyQ� VH� WUDVOXFH�DSHQDV�HQ�DOJXQRV�GHVWHOORV��SRU� OR�GHPiV�H[WUDRUGLQDULDPHQWH�SHQHWUDQWHV��GH�ODV�LPiJHQHV�TXH�FRQVWLWX\HQ�OD�PDWHULD�SRpWLFD�GH�OD�REUD��'RPLQD�OD�LPDJHQ�GH�OD�FDQWHUD�GH�SLHGUD��HQ�OD�TXH�HO�KRPEUH��DUPDGR�GH�ORV�PRGHUQRV� LQVWUXPHQWRV� GH� OD� WpFQLFD� FRPR� ODV� PiTXLQDV� \�OD� FRUULHQWH�HOpFWULFD��GHVWUX\H� OD� URFD�� (O�SDLVDMH�H[WHULRU� VH�WUDQVILHUH�D�OD�YLVLyQ�GH�OD�LQWHULRULGDG�D�WUDYpV�GHO�LQWHUPHGLD-ULR�GH�ODV�PDQRV�GH�ORV�KRPEUHV��©/DV�PDQRV�VRQ�SDLVDMHV�GHO�FRUD]yQª12��(VWDV�LPiJHQHV�UHFXHUGDQ�H[SHULHQFLDV�SHUVRQDOHV�GH�.DURO�:RMW\ãD��FXDQGR�pO�PLVPR�HUD�REUHUR�HQ�XQD�FDQWHUD�GXUDQWH�OD�JXHUUD��(QFRQWUDPRV�WDPELpQ�HO�UHODWR�GH�OD�PXHU-WH�GH�XQ�REUHUR�GHILQLGR�FRPR�©FRPSDxHUR�GH� WUDEDMRª��(Q�realidad, La cantera�HV�XQD�SRHVtD�VREUH�HO�WUDEDMR��6H�LQVHUWD�HQ�OD�WUDGLFLyQ�GHO�Promethidion�GH�1RUZLG�TXH�KDEtD� LGHQ-

WLILFDGR� OD�GLJQLGDG�GHO� WUDEDMR�KXPDQR�FRQ� OD�GLJQLGDG�GHO�VXMHWR�GHO�WUDEDMR��(VWH�SHQVDPLHQWR�VH�FRQYLHUWH�WDPELpQ�HQ�la trama de La cantera��©7RGD�OD�JUDQGH]D�GHO�WUDEDMR�HVWi�HQ�HO�

12. Allí mismo, p. 48.

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87

(O�KRPEUH�YLVWR�HQ�OD�SRHVtD�GH�.DURO�:RMW\ãD

KRPEUHª13��1R�SRGHPRV�QR�GDUQRV�FXHQ-

ta de la complejidad del pensamiento

sobre el sentido personalista del trabajo

HYRFDGR�HQ�OD�SRHVtD�GH�.DURO�:RMW\ãD�\�GHVDUUROODGR� HQ� HO� PDJLVWHULR� SRQWLILFLR�GH�-XDQ�3DEOR�,,��(Q�OD�HQFtFOLFD�Laborem exercens� HVFULELy� TXH� ©HO� WUDEDMR� FRQV-WLWX\H� XQD� GLPHQVLyQ� IXQGDPHQWDO� GH�OD� H[LVWHQFLD� KXPDQDª14. En La cantera

:RMW\ãD� KD� FUHDGR� XQD� YLVLyQ� H[WUDRU-GLQDULDPHQWH� GLQiPLFD� GHO� WUDEDMR� GHO�hombre.

©$GHPiV�GH�ODV�PDQRV�GRQGH�HO�PDUWLOOR�SHVD�DGHPiV�GH�ORV�P~VFXORV�TXH�HVWLOL]DQ�HO�WRUVR�el pensamiento mismo ahonda en el trabajo

\�GHMD�KXHOOD�\�VXUFR�HQ�OD�IUHQWH�TXH�DUUXJD�<�DVt�SRU�XQ�PRPHQWR�HV�JyWLFR�HGLILFLRGH�YHUWLFDO�SORPDGD�TXH�SDVD�HQWUH�ORV�RMRV�<D�QR�VyOR�HV�ILJXUD�HQWUH�'LRV�\�OD�SLHGUD�VHQWHQFLDGD�D�JUDQGH]D�\�VXMHWD�DO�HUURUª��.

5HFRUGHPRV� TXH� OD� SRHVtD� GH�:RMW\ãD� IXH� FRPSXHVWD� HQ�XQD�pSRFD�HQ� OD�TXH�D~Q�HVWDED�HQ�YLJRU�HO� IXQHVWR� UHDOLVPR�VRFLDOLVWD� TXH� LPSRQtD� D� ORV� HVFULWRUHV� LQWHUHVDUVH� SRU� OD� SUR-

EOHPiWLFD�GHO�WUDEDMR�KXPDQR��:RMW\ãD��REYLDPHQWH��QR�WLHQH�QDGD�HQ�FRP~Q�FRQ�HO�UHDOLVPR�VRFLDOLVWD��QL�HQ�HO�SODQR�GH�ODV�LGHDV�QL� HQ�HO� HVWLOR�� 6X�SRHVtD�� VLHQGR�XQD� UDGLFDO� FRQWUDSR-

VLFLyQ�DO� UHDOLVPR� VRFLDOLVWD�� VH� UHYHOD� DO�PLVPR� WLHPSR�FRPR�XQD�LQHVSHUDGD�VDOYDFLyQ�\�GHVFXEULPLHQWR�GH�DTXHO�DWLVER�GH�

13.� .DURO�:RMW\ãD��/D�FDYD�GL�SLHWUD, en 7XWWH�OH�RSHUH�OHWWHUDULH, ob. cit., p. 193.

14.� -XDQ�3DEOR�,,��Laborem exercens, 4.

���� .DURO�:RMW\ãD��Poesías, ob. cit., pp. 48-49.

La poesía “La cantera” UHIOHMD�VX�GRORU�FRPR�REUHUR�

GXUDQWH�OD�JXHUUD�

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YHUGDG�TXH�SHUPDQHFH�HQ�HO�pQIDVLV�FRQ�HO�TXH�HO�FRPXQLVPR�VH�UHODFLRQDED�FRQ�HO�WUDEDMR�KXPDQR��:RMW\ãD��HQ�FRQWUDSRVL-FLyQ�DO�PDU[LVPR��QR�UHGXFH�HO�WUDEDMR�D�ODV�GLPHQVLRQHV�KRUL-]RQWDOHV�\�SXUDPHQWH�VRFLDOHV��0LUDQGR�DO�KRPEUH�TXH�WUDEDMD��YH�DQWH�WRGR�OD�GLPHQVLyQ�YHUWLFDO�GHO�WUDEDMR�TXH�VH�GHVDUUROOD�D�WUDYpV�GH�OD�LQWHULRULGDG�GHO�KRPEUH��GH�VX�SHQVDPLHQWR��GH�VX�YROXQWDG��*UDFLDV�DO�SURSLR�WUDEDMR�HO�KRPEUH�QR�VyOR�WUDQV-IRUPD�HO�PXQGR�H[WHUQR��QR�VyOR�FUHD�REMHWRV��VLQR�TXH�IRUPD�OD�SURSLD�KXPDQLGDG��HO�WUDEDMR�WLHQH�GH�KHFKR�XQ�SURIXQGR�VHQ-WLGR�PRUDO��/D�YLVLyQ�GHO�WUDEDMR�FRPR�FDWHGUDO�HYRFD�OD�LGHD�GH�TXH�HO�WUDEDMR�FRQVWLWX\H�OD�HSLIDQtD�GH�OD�VDFUDOLGDG��(O�REUHUR�presentado en La cantera�HV�SHQVDGRU�\�VDFHUGRWH��(O�HVIXHU]R�ItVLFR��HO�SHQVDPLHQWR�\� OD�RIUHQGD�HVSLULWXDO� VRQ�DFWRV�HQ� ORV�TXH�VH�UHDOL]D�HO�VXMHWR�PLVPR��\�SRU�WDQWR�HO�WUDEDMR�KXPDQR�WLHQH�XQD�UHODFLyQ�LQGLVSHQVDEOH�FRQ�HO�PXQGR�GH�ORV�YDORUHV��(V�SUHJXQWD�VREUH� OD�YHUGDG�� VREUH�HO�ELHQ�� VREUH� OD�EHOOH]D�\�sobre la santidad.

)XHUWHV�WHQVLRQHV�HPRFLRQDOHV�UHFRUUHQ�OD�SRHVtD�GH�.DURO�:RMW\ãD�GH�������6XV�GRV�SRORV�VRQ�HO�DPRU�\�HO�RGLR��/D�WHQVLyQ�QDFH�VLQ�GXGD�GHO�WUiJLFR�LQFLGHQWH�GH�OD�PXHUWH�GHO�REUHUR�HQ�OD� FDQWHUD�� /D� ~OWLPD� SDUWH� GH� OD� SRHVtD� HV� XQ� FDQWR� I~QHEUH�SRU�HO�FRPSDxHUR�PXHUWR��6L�VH�WLHQH�HQ�FXHQWD�OD�IHFKD�GH�OD�SRHVtD��������VH�OD�SXHGH�OHHU�WDPELpQ�D�OD�OX]�GH�ORV�VXFHVRV�VRFLR�SROtWLFRV�GH�DTXHOORV�WLHPSRV��/D�LPDJHQ�GH�OD�H[SORVLyQ�GH�OD�FDQWHUD�VH�YXHOYH�XQD�PHWiIRUD�GH�XQ�KHFKR�KLVWyULFR��(Q������WXYR�OXJDU�HQ�3R]QDQ�OD�UHYXHOWD�GH�ORV�REUHURV�FRQWUD�HO�SRGHU�FRPXQLVWD��TXH�UHVSRQGLy�FRQ�YLROHQFLD��QR�GXGDQGR�HQ�GLVSDUDU�VREUH�OD�PDVD��(Q�VX�SRHVtD�:RMW\ãD�HYRFD�OD�VROLGDUL-GDG�FRQ�FDGD�VHU�KXPDQR�HQ�UD]yQ�GH�VX�KXPDQLGDG��HV�GHFLU��HQ�UD]yQ�GH�OD�QR�VXEHVWLPDEOH�YHUGDG�GH�OD�GLJQLGDG�HVSLULWXDO�GHO�KRPEUH��©<�WRGRV�ORV�FDPLQRV�DSXQWDQ�GLUHFWDPHQWH�D�PL�FRUD]yQª�� (O� SHQVDPLHQWR� GH� TXH� KHULGR� HO� ©KRPEUH� OOHYRVH�OD� HVWUXFWXUD�GHO�PXQGRª�� HQXQFLDGR�DO� ILQDO�GH� OD�SRHVtD�� VH�FRQYLHUWH�HQ�OD�FODYH�SDUD�YDORUDU�OD�KLVWRULD�GHVGH�HO�SXQWR�GH�YLVWD�GH�DTXHO�YDORU�LUUHSHWLEOH�H�LUUHGXFWLEOH�TXH�HV�OD�SHUVRQD��

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89

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4. Ante la alienación

(O�KRPEUH�HV�XQD�HQWLGDG�KLVWyULFD��WLHQH�XQD�JpQHVLV��XQD�KLVWR-

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Q~PHUR� GH� HVWDV� VLWXDFLRQHV� HV�DSXQWDGR�SRU�:RMW\ãD�HQ�OD�SRH-sía Perfiles del Cireneo. La miseria

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©¢&XiQWRV�FUHFLHURQ�D�WUDYpV�PtR�alrededor de mí, a partir de mí?

+H�OOHJDGR�D�VHU�HO�FDXFH�GH�XQ�WRUUHQWHllamado hombre.

0LUDQGR�DO�KRPEUH�TXH�

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trabajo... Gracias al propio

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externo, no sólo crea

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P. Alfred Marek Wierzbicki

90

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XQRV�UHVSHFWR�D�RWURV��$FHUFD�GHO�VHQWLGR�GH�HVWD�GHSHQGHQFLD�SUHJXQWD�HO�REUHUR�GH�OD�IiEULFD�GH�DXWRPyYLOHV�

©0L�DOPD�HVWi�DELHUWD��<R�TXLHUR�VDEHUFRQ�TXLpQ�FRPEDWR��SDUD�TXp�H[LVWR�3HQVDPLHQWRV�PiV�IXHUWHV�TXH�ODV�SDODEUDV��<�VLQ�UHVSXHVWD�1R�SODQWHDU�HVWDV�SUHJXQWDV�HQ�YR]�GHPDVLDGR�DOWD��6LPSOHPHQWH�ILFKDU�HQ�HO�WUDEDMR�D�ODV�VHLV�GH�OD�PDxDQD�¢4Xp�HV�OR�TXH�WH�KDFH�SHQVDU�TXH�HQ�OD�EDODQ]D�GHO�PXQGRHV�HO�KRPEUH�TXLHQ�YHQFH"ª17.

La certeza del primado de la persona sobre las cosas es con-

ILUPDGD�SRU�HO� LQQDWR�GHVHR�GHO�KRPEUH�GH�FRPSUHQGHU��TXH�FRQVWLWX\H� HO� IXQGDPHQWR� WDQWR�GH� OD� DXWRQRPtD�GHO� KRPEUH�como de la trascendencia.

3HUR�HO�KRPEUH�QR�HV�VyOR�XQ�VHU�TXH�HQWLHQGH��FDSD]�GH�FRPSUHQGHU� OD�SURSLD�VLWXDFLyQ��TXH�DFHSWD� OD�QHFHVLGDG�TXH�OH�HV�LPSXHVWD��HV�WDPELpQ�XQ�VHU�OLEUH��FDSD]�GH�UHEHODUVH��/D�UHEHOLyQ�HV�OD�H[SUHVLyQ�GHO�DXWRGHILQLUVH�HQ�XQD�VLWXDFLyQ�GH�SURIXQGD� KXPLOODFLyQ� \� GRORU�� OOHYD� OD� SURPHVD� GH� OD� OLEHUD-FLyQ��(O�SHQVDPLHQWR�PRGHUQR�DWULEXtD�DO�KRPEUH�FRPSUHQGL-GR� FRPR� HVSHFLH� ODV� SUHUURJDWLYDV� GHO� VDOYDGRU��'DGR�TXH� HO�

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91

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P. Alfred Marek Wierzbicki

92

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El p. Alfred Marek Wierzbicki, filósofo polaco, DFWXDOPHQWH�HQFDEH]D�OD�FiWHGUD�GH�eWLFD�

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93enero-abril de 2014, año 30, n. 87

San Juan XXIII: respondiendo a la vocación

universal a la santidad

Al reflexionar sobre la vida del Papa San Juan XXIII (1881-1963), surgen con facilidad muchos aspectos de su vida susceptibles de ser destacados para nuestra edificación: su sencillez, su hon-dura espiritual, su vida de piedad, su capacidad para congregar y unir, su deseo de mostrar en todo momento, a quienes se acercaban a él, el rostro bondadoso de Dios, incluso su fino sentido del humor. El camino que tuvo que recorrer para alcan-zar todas estas virtudes, sin embargo, no fue fácil. Así consta en su Diario, en el que desde los 14 años fue anotando su lucha espiritual. En medio de los desafíos de cada día, Angelo Roncalli no perdió nunca de vista la meta que se había propuesto. Dios —escribiría a los 21 años, mientras estaba en el seminario de Bérgamo— «me quiere santo sin restricción en el término. De ello debo estar bien convencido. Y yo santo debo ser cueste lo que cueste»1.

1. Giovanni XXIII, Il giornale dell’anima e altri scritti di pietà, San Paolo, Milán 1989, p. 181.

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San Juan XXIII: respondiendo a la vocación universal a la santidad

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Su vida transcurrió por sen-deros insospechados y buena parte de ella en tierras que casi se podrían considerar “de misión”. Capellán en el ejército durante la Primera Guerra Mundial, Visitador Apostólico en Bulgaria —donde los católicos apenas bordeaban las 40 mil personas—, Delegado Apostólico en Turquía y Grecia, fueron sólo algunas de las eta-pas de su vida al servicio de la Iglesia. Más adelante sería Nuncio en París, y luego Arzobispo de Venecia, ciudad en la que final-mente se le abría un horizonte de

servicio pastoral directo, como probablemente había soñado desde el inicio de su ministerio sacerdotal. «En los pocos años que me quedan de vida —anotaría por aquel entonces en su Diario—, quiero ser un santo pastor en la plenitud del término»2.

Poco sospechaba, probablemente, que en 1958, a los 76 años de edad, sería elegido para ser pastor de la Iglesia univer-sal, sucediendo en la Sede de Pedro a Pío XII, quien había con-ducido a la Iglesia por los difíciles años de la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de la post guerra. Como era de esperar, durante los años de su pontificado lo acompañó el mis-mo deseo de alcanzar la santidad: «Estoy bien lejos de poseerla de hecho, pero el deseo y la voluntad de alcanzarla están bien vivos y decididos»3, escribiría en 1961.

De entre las muchas iniciativas que se pueden resaltar de la vida de San Juan XXIII ciertamente una de las más importantes

2. Allí mismo, p. 514. 3. Allí mismo, p. 566.

El padre Angelo Roncalli, futuro

Papa San Juan XXIII.

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95

San Juan XXIII: respondiendo a la vocación universal a la santidad

es la convocatoria del Concilio Vaticano II. Difícil vislumbrar, en aquel enero de 1959, el impacto, la profundidad y la cla-rividencia que las enseñanzas del Concilio arrojarían sobre la vida y misión de la Iglesia de cara a los tiempos futuros. La feliz intuición, bajo el soplo del Espíritu, a sólo tres meses de su elección, desembocaría en el evento más importante para la Iglesia en el siglo XX. «El Concilio —escribió en su Diario— debe ser un nuevo Pentecostés de fe, de apostolado, de gracias extraordinarias, para la prosperidad de los hombres, para la paz en el mundo entero»4.

En el momento de su elección a la Cátedra de Pedro —escribiría en 1962— «se difundió la convicción de que sería un Papa de provisoria transición. En cambio aquí me encuentro, en las vís-peras de mi cuarto año de pontificado, y con la visión de un robusto programa para desarrollar de cara al mundo que nos observa y nos espera»5. Es digno de destacar cómo no separaba su propia misión al servicio de la Iglesia de su em-peño por la santidad, pues pocas líneas más abajo anotaba en su Diario: «En el umbral de mi octogésimo año debo es-tar listo: para morir o para vivir. Sea en un caso o en el otro, para proveer a mi santificación. Así como se me llama por todos lados, como primera denomina-ción, “Santo Padre”, así debo y quiero ser de verdad»6.

4. Allí mismo, p. 605. 5. Allí mismo, p. 566. 6. Lug. cit.

Mons. Roncalli

en su consagración episcopal,

el 19 de marzo de 1925.

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San Juan XXIII: respondiendo a la vocación universal a la santidad

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Alentados por su testimonio de vida y su ardiente anhelo de santidad que se manifestó en una constante acogida de la gracia para responder en todo momento a los designios que Dios le tenía preparado, ofrecemos a continuación dos textos que con-sideramos revelan la grandeza espiritual de San Juan XXIII. En primer lugar, el discurso en la apertura del Concilio Vaticano II que el Santo Padre ofreció el jueves 11 de octubre de 1962. Y en segundo lugar, su testamento espiritual, redactado primero cuando era Arzobispo de Venecia, y luego retocado en los años de su pontificado. Ambos textos —entre los muchos que se podrían haber escogido— nos ofrecen una ventana privilegiada para adentrarnos en el alma de uno de los grandes santos de nuestro tiempo.

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Textos

Discurso en la solemne apertura

del Concilio Vaticano II

11 de octubre de 1962

Venerables hermanos:Gócese hoy la Santa Madre Iglesia porque, gracias a un regalo singular de la Providencia Divina, ha alboreado ya el día tan deseado en que el Concilio Ecuménico Vaticano II se inaugura solemnemente aquí, junto al sepulcro de San Pedro, bajo la protección de la Virgen Santísima cuya Maternidad Divina se celebra litúrgicamente en este mismo día.

Los Concilios Ecuménicos en la Iglesia

La sucesión de los diversos Concilios hasta ahora celebrados —tanto los veinte Concilios Ecuménicos como los innumerables concilios provinciales y regionales, también importantes— pro-claman claramente la vitalidad de la Iglesia católica y se desta-can como hitos luminosos a lo largo de su historia.

El gesto del más reciente y humilde sucesor de San Pedro, que os habla, al convocar esta solemnísima asamblea, se ha propuesto afirmar, una vez más, la continuidad del Magisterio Eclesiástico, para presentarlo en forma excepcional a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las circunstancias de la edad contemporánea.

Es muy natural que, al iniciarse el Concilio universal, Nos sea grato mirar a lo pasado, como para recoger sus voces, cuyo eco alentador queremos escuchar de nuevo, unido al recuerdo y méritos de nuestros predecesores más antiguos o más recientes, los Romanos Pontífices: voces solemnes y vene-rables, a través del Oriente y del Occidente, desde el siglo IV al Medievo y de aquí hasta la época moderna, las cuales han transmitido el testimonio de aquellos Concilios; voces que proclaman con perenne fervor el triunfo de la institución,

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divina y humana: la Iglesia de Cristo, que de Él toma nombre, gracia y poder.

Junto a los motivos de gozo espiritual, es cierto, sin embargo, que por encima de esta historia se extiende también, durante más de diecinueve siglos, una nube de tristeza y de pruebas. No sin razón el anciano Simeón dijo a María, la Madre de Jesús, aquella profecía que ha sido y sigue siendo verdadera: «Este Niño será puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel y como señal de contradicción»7. Y el mismo Jesús, ya adulto, fijó muy claramente las distintas actitudes del mundo frente a su persona, a lo largo de los siglos, en aquellas miste-riosas palabras: «Quien a vosotros escucha a mí me escucha»8; y con aquellas otras, citadas por el mismo Evangelista: «Quien no está conmigo, está contra mí; quien no recoge conmigo, desparrama»9.

El gran problema planteado al mundo, desde hace casi dos mil años, subsiste inmutable. Cristo, radiante siempre en el cen-tro de la historia y de la vida; los hombres, o están con Él y con su Iglesia, y en tal caso gozan de la luz, de la bondad, del orden y de la paz, o bien están sin Él o contra Él, y deliberadamente contra su Iglesia: se tornan motivos de confusión, causando asperezas en las relaciones humanas, y persistentes peligros de guerras fratricidas.

Los Concilios Ecuménicos, siempre que se reúnen, son ce-lebración solemne de la unión de Cristo y de su Iglesia y por ende conducen a una universal irradiación de la verdad, a la recta dirección de la vida individual, familiar y social, al robus-tecimiento de las energías espirituales, en incesante elevación sobre los bienes verdaderos y eternos.

7. Lc 2,34. 8. Lc 10,16. 9. Lc 11,23.

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Textos

Ante nosotros están, en el sucederse de las diversas épocas de los primeros veinte siglos de la historia cristiana, los testimo-nios de este Magisterio extraordinario de la Iglesia, recogidos en numerosos e imponentes volúmenes, patrimonio sagrado en los archivos eclesiásticos aquí en Roma, pero también en las más célebres bibliotecas del mundo entero.

Origen y causa del Concilio Ecuménico Vaticano II

Cuanto a la iniciativa del gran acontecimiento que hoy nos congrega aquí, baste, a simple título de orientación histórica, reafirmar una vez más nuestro humilde pero personal testimo-nio de aquel primer momento en que, de improviso, brotó en nuestro corazón y en nuestros labios la simple palabra Concilio

Ecuménico. Palabra pronunciada ante el Sacro Colegio de los Cardenales en aquel faustísimo día 25 de enero de 1959, fiesta de la conversión de San Pablo, en su basílica de Roma. Fue un toque inesperado, un rayo de luz de lo alto, una gran dulzura en los ojos y en el corazón; pero, al mismo tiempo, un fervor, un gran fervor que se despertó repentinamente por todo el mundo, en espera de la celebración del Concilio.

Tres años de laboriosa preparación, consagrados al examen más amplio y profundo de las modernas condiciones de fe y de práctica religiosa, de vitalidad cristiana y católica especialmen-te, Nos han aparecido como una primera señal y un primer don de gracias celestiales.

Iluminada la Iglesia por la luz de este Concilio —tal es Nuestra firme esperanza— crecerá en espirituales riquezas y, al sacar de ellas fuerza para nuevas energías, mirará intrépida a lo futuro. En efecto, con oportunas “actualizaciones” y con un prudente ordenamiento de mutua colaboración, la Iglesia hará que los hombres, las familias, los pueblos vuelvan realmente su espíritu hacia las cosas celestiales.

Así es como el Concilio se convierte en motivo de singular obligación de gran gratitud al Supremo Dador de todo bien,

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celebrando con jubiloso cántico la gloria de Cristo Señor, Rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos.

Oportunidad de la celebración del Concilio

Hay, además, otro argumento, venerables hermanos, que con-viene confiar a vuestra consideración. Para aumentar, pues, más aún Nuestro santo gozo, queremos proponer —ante esta gran asamblea— el consolador examen de las felices circunstancias en que comienza el Concilio Ecuménico.

En el cotidiano ejercicio de Nuestro ministerio pastoral lle-gan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia.

Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados en anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nue-vo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inespe-rados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia.

Fácil es descubrir esta realidad, cuando se considera aten-tamente el mundo moderno, tan ocupado en la política y en las disputas de orden económico que ya no encuentra tiempo para atender a las cuestiones del orden espiritual, de las que se ocupa el magisterio de la Santa Iglesia. Modo semejante de

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obrar no va bien, y con razón ha de ser desaprobado; mas no se puede negar que estas nuevas condiciones de la vida moderna tienen siquiera la ventaja de haber hecho desaparecer todos aquellos innumerables obstáculos, con que en otros tiempos los hijos del mundo impedían la libre acción de la Iglesia. En efecto, basta recorrer, aun fugazmente, la historia eclesiástica, para comprobar claramente cómo aun los mismos Concilios Ecuménicos, cuyas gestas están consignadas con áureos ca-racteres en los fastos de la Iglesia católica, frecuentemente se celebraron entre gravísimas dificultades y amarguras, por la in-debida injerencia de los poderes civiles. Verdad es que a veces los Príncipes seculares se proponían proteger sinceramente a la Iglesia; pero, con mayor frecuencia, ello sucedía no sin daño y peligro espiritual, porque se dejaban llevar por cálculos de su actuación política, interesada y peligrosa.

A este propósito, os confesamos el muy vivo dolor que experimentamos por la ausencia, aquí y en este momento, de tantos Pastores de almas para Nos queridísimos, porque sufren prisión por su fidelidad a Cristo o se hallan impedidos por otros obstáculos, y cuyo recuerdo Nos mueve a elevar por ellos ar-dientes plegarias a Dios.

Pero no sin una gran esperanza y un gran consuelo vemos hoy cómo la Iglesia, libre finalmente de tantas trabas de orden profano, tan frecuentes en otros tiempos, puede, desde esta Basílica Vaticana, como desde un segundo Cenáculo Apostólico, hacer sentir a través de vosotros su voz, llena de majestad y de grandeza.

Objetivo principal del Concilio: defensa y revalorización

de la verdad

El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Doctrina que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, pe-

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regrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la pa-tria celestial. Esto demuestra cómo ha de ordenarse nues-tra vida mortal de suerte que cumplamos nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, y así consigamos el fin establecido por Dios.

Significa esto que todos los hombres, considerados tanto individual como socialmente, tienen el deber de tender sin tregua, durante toda su vida, a la consecución de los bienes celestiales; y el de usar, llevados por ese fin, todos los bienes terrenales, sin que su empleo sirva de perjuicio a la felicidad eterna.

Ha dicho el Señor: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia»10. Palabra ésta “primero” que expresa en qué dirección han de moverse nuestros pensamientos y nuestras fuerzas; mas sin olvidar las otras palabras del precepto del Señor: «...y todo lo demás se os dará por añadidura»11. En realidad, siempre ha habido en la Iglesia, y hay todavía, quienes, caminando con todas sus energías hacia la perfección evangélica, no se olvidan de rendir una gran utilidad a la sociedad. Así es como por sus nobles ejemplos de vida constantemente practicados, y por sus iniciativas de caridad, recibe vigor e incremento cuanto hay de más alto y noble en la humana sociedad.

Mas para que tal doctrina alcance a las múltiples estructu-ras de la actividad humana, que atañen a los individuos, a las familias y a la vida social, ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los

10. Mt 6,33. 11. Lug. cit.

El Concilio Vaticano II fue convocado

por el Papa San Juan XXIII, quien lo anunció

el 25 de enero de 1959.

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Textos

padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mun-do actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico.

Por esta razón la Iglesia no ha asistido indiferente al ad-mirable progreso de los descubrimientos del ingenio humano, y nunca ha dejado de significar su justa estimación: mas, aun siguiendo estos desarrollos, no deja de amonestar a los hombres para que, por encima de las cosas sensibles, vuelvan sus ojos a Dios, fuente de toda sabiduría y de toda belleza; y les recuerda que, así como se les dijo «poblad la tierra y dominadla»12, nunca olviden que a ellos mismos les fue dado el gravísimo precepto: «Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás»13, no sea que suceda que la fascinadora atracción de las cosas visibles impida el verdadero progreso.

Modalidad actual en la difusión de la doctrina sagrada

Después de esto, ya está claro lo que se espera del Concilio, en todo cuanto a la doctrina se refiere. Es decir, el Concilio Ecuménico XXI —que se beneficiará de la eficaz e importante suma de experiencias jurídicas, litúrgicas, apostólicas y admi-nistrativas— quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha convertido en patrimonio co-mún de los hombres; patrimonio que, si no ha sido recibido de buen grado por todos, constituye una riqueza abierta a todos los hombres de buena voluntad.

Deber nuestro no es sólo estudiar ese precioso tesoro, como si únicamente nos preocupara su antigüedad, sino dedicarnos también, con diligencia y sin temor, a la labor que exige nuestro

12. Gén 1,28. 13. Mt 4,10; Lc 4,8.

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tiempo, prosiguiendo el camino que desde hace veinte siglos recorre la Iglesia.

La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina fundamental de

la Iglesia, repitiendo difusa-mente la enseñanza de los Padres y Teólogos antiguos y modernos, que os es muy bien conocida y con la que estáis tan familiarizados.

Para eso no era ne-cesario un Concilio. Sin embargo, de la adhesión re-novada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplan-decen principalmente en las

actas conciliares de Trento y del Vaticano I, el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las concien-cias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del “depositum fidei”, y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.

Al iniciarse el Concilio Ecuménico Vaticano II, es evidente como nunca que la verdad del Señor permanece para siempre. Vemos, en efecto, al pasar de un tiempo a otro, cómo las opi-niones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y cómo los errores, luego de nacer, se desvanecen como la niebla ante el sol.

Al iniciarse

el Concilio Ecuménico Vaticano II,

es evidente como nunca que la verdad

del Señor permanece para siempre.

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Cómo reprimir los errores

Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al en-cuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas. No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan per-niciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los pro-gresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. Cada día se convencen más de que la dignidad de la persona humana, así como su perfección y las consiguientes obligaciones, es asunto de suma importancia. Lo que mayor importancia tiene es la experiencia, que les ha enseñado cómo la violencia causada a otros, el poder de las armas y el predominio político de nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que les afligen.

En tal estado de cosas, la Iglesia católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella. Así como Pedro un día, al pobre que le pedía limosna, dice ahora ella al género humano oprimido por tantas dificultades: «No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo. En nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda»14. La Iglesia, pues, no ofrece riquezas caducas a los hombres de hoy, ni les promete una felicidad sólo terrenal; los hace participantes de

14. Hch 3,6.

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la gracia divina que, elevando a los hombres a la dignidad de hijos de Dios, se convierte en poderosísima tutela y ayuda para una vida más humana; abre la fuente de su doctrina vivificadora que permite a los hombres, iluminados por la luz de Cristo, comprender bien lo que son realmente, su excelsa dignidad, su fin. Además de que ella, valiéndose de sus hijos, extiende por doquier la amplitud de la caridad cristiana, que más que ninguna otra cosa contribuye a arrancar los gérmenes de la dis-cordia y, con mayor eficacia que otro medio alguno, fomenta la concordia, la justa paz y la unión fraternal de todos.

Debe promoverse la unidad de la familia cristiana y humana

La solicitud de la Iglesia en promover y defender la verdad se deriva del hecho de que —según el designio de Dios «que quie-re que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»15— no pueden los hombres, sin la ayuda de toda la doctrina revelada, conseguir una completa y firme unidad de ánimos, a la que van unidas la verdadera paz y la eterna salvación. Desgraciadamente, la familia humana todavía no ha conseguido, en su plenitud, esta visible unidad en la verdad.

La Iglesia católica estima, por lo tanto, como un deber suyo el trabajar con toda actividad para que se realice el gran misterio de aquella unidad que con ardiente plegaria invocó Jesús al Padre celestial, estando inminente su sacrificio. Goza ella de suave paz, pues tiene conciencia de su unión íntima con dicha plegaria; y se alegra luego grandemente cuando ve que tal invocación aumenta su eficacia con saludables frutos, hasta entre quienes se hallan fuera de su seno. Y aún más; si se con-sidera esta misma unidad, impetrada por Cristo para su Iglesia, parece como refulgir con un triple rayo de luz benéfica y celes-tial: la unidad de los católicos entre sí, que ha de conservarse

15. 1Tim 2,4.

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ejemplarmente firmísima; la unidad de oraciones y ar-dientes deseos, con que los cristianos separados de esta Sede Apostólica aspiran a estar unidos con nosotros; y, finalmente, la unidad en la es-tima y respeto hacia la Iglesia católica por parte de quienes siguen religiones todavía no cristianas. En este punto, es motivo de dolor el considerar que la mayor parte del género humano —a pesar de que los hombres todos han sido redimi-dos por la Sangre de Cristo— no participan aún de esa fuente de gracias divinas que se hallan en la Iglesia católica. A este propósito, cuadran bien a la Iglesia, cuya luz todo lo ilumina, cuya fuerza de unidad sobrenatural redunda en beneficio de la humanidad entera, aquellas palabras de San Cipriano: «La Iglesia, envuelta en luz divina, extiende sus rayos sobre el mun-do entero y, con todo, constituye una sola luz que se difunde por doquier sin que su unidad sufra división. Extiende sus ramas por toda la tierra, para fecundarla, a la vez que multiplica, con mayor largueza, sus arroyos; pero siempre es única la cabeza, único el origen, ella es madre única copiosamente fecunda: de ella hemos nacido todos, nos hemos nutrido de su leche, vivimos de su espíritu»16.

Esto se propone el Concilio Ecuménico Vaticano II, el cual, mientras reúne juntamente las mejores energías de la Iglesia y se esfuerza por que los hombres acojan cada vez más favora-blemente el anuncio de la salvación, prepara en cierto modo y consolida el camino hacia aquella unidad del género humano,

16. San Cipriano, De catholicae Ecclesiae unitate, 5.

San Juan XXIII en el Vaticano durante

una audiencia a la delegación apache.

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que constituye el fundamento necesario para que la Ciudad terrenal se organice a semejanza de la celestial «en la que reina la verdad, es ley la caridad y la extensión es la eternidad», según San Agustín17.

Conclusión

Ahora «nuestra voz se dirige a vosotros»18, Venerables Hermanos en el Episcopado. Henos ya reunidos aquí, en esta Basílica Vaticana, centro de la historia de la Iglesia; donde Cielo y tierra se unen estrechamente, aquí, junto al sepulcro de Pedro, junto a tantas tumbas de Santos Predecesores Nuestros, cuyas cenizas, en esta solemne hora, parecen estremecerse con arcana alegría.

El Concilio que comienza aparece en la Iglesia como un día prometedor de luz resplandeciente. Apenas si es la aurora; pero ya el primer anuncio del día que surge ¡con cuánta suavidad llena nuestro corazón! Todo aquí respira santidad, todo suscita júbilo. Pues contemplamos las estrellas, que con su claridad aumentan la majestad de este templo; estrellas que, según el testimonio del Apóstol San Juan19, sois vosotros mismos; y con vosotros vemos resplandecer en torno al sepulcro del Príncipe de los Apóstoles20 los áureos candelabros de las Iglesias que os están confiadas.

Al mismo tiempo vemos las dignísimas personalidades, aquí presentes, en actitud de gran respeto y de cordial expectación, llegadas a Roma desde los cinco continentes, representando a las naciones del mundo.

Cielo y tierra, puede decirse, se unen en la celebración del Concilio: los Santos del Cielo, para proteger nuestro trabajo;

17. San Agustín, Ep. 138, 3. 18. 2Cor 6,11. 19. Ver Ap 1,20. 20. Ver lug. cit.

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los fieles de la tierra, continuando en su oración al Señor; y vosotros, secundando las inspiraciones del Espíritu Santo, para lograr que el común trabajo corresponda a las actuales aspira-ciones y necesidades de los diversos pueblos. Todo esto pide de vosotros serenidad de ánimo, concordia fraternal, moderación en los proyectos, dignidad en las discusiones y prudencia en las deliberaciones.

Quiera el Cielo que todos vuestros esfuerzos y vuestros trabajos, en los que están centrados no sólo los ojos de todos los pueblos, sino también las esperanzas del mundo entero, satisfagan abundantemente las comunes esperanzas.

¡Oh Dios Omnipotente! En Ti ponemos toda nuestra con-fianza, desconfiando de nuestras fuerzas. Mira benigno a estos Pastores de tu Iglesia. Que la luz de tu gracia celestial nos ayude, así al tomar las decisiones como al formular las leyes; y escucha clemente las oraciones que te elevamos con unanimidad de fe, de palabra y de espíritu.

¡Oh María, auxilio de los cristianos, auxilio de los obispos, de cuyo amor recientemente hemos tenido peculiar prueba en tu templo de Loreto, donde quisimos venerar el misterio de la Encarnación! Dispón todas las cosas hacia un éxito feliz y prós-pero y, junto con tu esposo San José, con los santos Apóstoles Pedro y Pablo, con los santos Juan, el Bautista y el Evangelista, intercede por todos nosotros ante Dios.

A Jesucristo, nuestro adorable Redentor, Rey inmortal de los pueblos y de los siglos, sea el amor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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Testamento espiritual

Venecia, 29 de junio de 1954

En el momento de presentarme ante el Señor Uno y Trino que me creó, me redimió, me quiso sacerdote y obispo suyo, me colmó de gracias sin fin, encomiendo mi pobre alma a su mi-sericordia, le pido humildemente perdón de mis pecados y mis deficiencias, le ofrezco lo poco bueno que con su ayuda he sido capaz de hacer, aunque imperfecto y mezquino, para gloria suya, servicio de la santa Iglesia, edificación de mis hermanos, suplicándole finalmente que me acoja, como Padre bueno y piadoso, con sus santos, en la bienaventurada eternidad.

Amo profesar, una vez más, toda entera mi fe cristiana y cató-lica, y mi pertenencia y sujeción a la santa Iglesia Apostólica y Romana, y mi perfecta devoción y obediencia a su Augusto Jefe, el Sumo Pontífice, al que tuve el gran honor de representar durante largos años en diversas regiones de Oriente y de Occidente, que me quiso finalmente en Venecia como Cardenal y Patriarca, y a quien he seguido siempre con afecto sincero, más allá y por enci-ma de cualquier dignidad que me confiriese. El sentimiento de mi poquedad y de mi nada me ha sido siempre buena compañía manteniéndome humilde y sereno, y concediéndome la alegría de emplearme lo mejor posible en el ejercicio continuo de obe-diencia y de caridad por las almas y por los intereses del reino de Jesús, mi Señor y mi Todo. A Él toda la gloria; para mí, y como mérito mío, su misericordia. Meritum meum miseratio Domini.

Domine, tu omnia nosci: tu scis quia amo te. Esto sólo me basta.

Reliquias de San Juan XXIII,

el “Papa Bueno”.

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Textos

Pido perdón a quienes hubiera ofendido inconscientemen-te; a cuantos no hubiese sido causa de edificación. Siento que no tengo que perdonar nada a nadie, porque en cuantos me conocieron y se han relacionado conmigo —incluso si me hu-biesen ofendido o despreciado o tenido, y con justicia, en poca estima, o me hubiesen sido motivo de aflicción— sólo reconoz-co hermanos y bienhechores, a quienes estoy agradecido y por quienes rezo y rezaré siempre.

Nacido pobre, pero de gente honrada y humilde, me ale-gra particularmente morir pobre, habiendo distribuido según las diversas exigencias y circunstancias de mi vida sencilla y modesta, al servicio de los pobres y de la santa Iglesia que me ha nutrido, cuanto tuve entre las manos —en medida bastante limitada por cierto— durante los años de mi sacerdocio y de mi episcopado. Apariencias de desahogo velaron a menudo ocul-tas espinas de congojosa pobreza y me impidieron dar siempre con la largueza que hubiera deseado. Agradezco a Dios esta gracia de la pobreza de que hice voto en mi juventud, pobreza de espíritu, como sacerdote del Sagrado Corazón, y pobreza real; y que me sostuvo para no pedir nunca nada, ni puestos, ni dinero, ni favores, jamás, ni para mí ni para mis parientes o amigos.

A mi querida familia secundum sanguinem —de la que no he recibido ninguna riqueza material— sólo puedo dejar una grande y especialísima bendición, con la invitación a conservar ese temor a Dios que me la hizo siempre tan amada, aunque sencilla y modesta, sin sentir jamás sonrojarme. Ése es su verda-dero título de nobleza. A veces la he socorrido en sus necesida-des más graves, como pobre con los pobres, pero sin sustraerla de su pobreza honrada y dichosa. Ruego y rogaré siempre por su prosperidad, contento como lo estoy de constatar también en los nuevos y vigorosos retoños la firmeza y fidelidad a la tra-dición religiosa de los padres, que será siempre su fortuna. Mi más ardiente deseo es que ninguno de mis parientes y allegados falte al gozo de la reunión final y eterna.

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Al partir, como espero, camino del Cielo, saludo, agradezco y bendigo a todos los que compusieron sucesivamente mi fami-lia espiritual en Bérgamo, en Roma, en Oriente, en Francia, en Venecia, y que fueron para mí conciudadanos, benefactores, colegas, alumnos, colaboradores, amigos y conocidos, sacerdo-tes y laicos, religiosos y religiosas, y para quienes, por disposición de la Providencia, aunque indigno, fui hermano, padre o pastor.

La bondad de que mi pobre persona fue hecha objeto por parte de cuantos encontré en mi camino hizo serena mi vida. Recuerdo bien, de cara a la muerte, a todos y a cada uno, a los que me precedieron en el último paso, a los que sobrevivirán y me seguirán. Recen por mí. Les daré su recompensa desde el purgatorio o desde el paraíso, donde espero ser acogido, lo vuelvo a repetir, no por mis méritos, sino por la misericordia de mi Señor.

A todos recuerdo y por todos rogaré. Pero en señal de admiración, de gratitud, de ternura del todo singular, quiero nombrar aquí particularmente a mis queridos hijos de Venecia, los últimos que el Señor puso en torno mío, para extremo con-suelo y gozo de mi vida sacerdotal. Abrazo en espíritu a todos, a todos, del clero y del laicado, sin distinción, como sin distinción los amé por pertenecer a una misma familia, objeto de una misma solicitud y responsabilidad paternal y sacerdotal. «Pater

sancte, serva eos in nomine tuo quos dedisti mihi: ut sint unum

sicut et nos» (Jn 17,11).En la hora del adiós, o mejor, del hasta pronto, evoco tam-

bién para todos lo que más vale en la vida: Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, y en el Evangelio, sobre todo el Padrenuestro, en el espíritu y en el corazón de Jesús y del Evangelio, la verdad y la bondad, la bondad mansa y benigna, activa y paciente, invicta y victoriosa.

Hijos míos, hermanos míos, hasta pronto. En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. En el nombre de Jesús, nuestro amor; de María, dulcísima Madre suya y nuestra; de San José, mi primer y predilecto protector. En el nombre de

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Textos

San Juan Bautista, de San Pedro y de San Marcos; de San Lorenzo Justiniano y de San Pío X. Así sea.

Card. Ang. Gius. Roncalli patriarca

Mi testamento

Castelgandolfo, 12 de septiembre de 1961

Bajo el auspicio querido y confidente de María, mi madre celes-tial, a cuyo nombre está consagrada la liturgia de este día, y del año LXXX de mi edad, depongo aquí y renuevo mi testamento, anulando cualquier otra declaración sobre mis voluntades, he-cha o escrita precedentemente, en diversas ocasiones.

Espero y acogeré sencilla y alegremente la llegada de la hermana muerte según todas las circunstancias con las que le parezca bien al Señor enviármela.

Ante todo pido perdón al Padre de las misericordias «pro

innumerabilibus peccatis, offensionibus et negligentiis meis» como tantas y tantas veces dije y repetí en el ofrecimiento de mi sacrificio cotidiano.

Para esta primera gracia del perdón de Jesús sobre todas mis culpas y de la introducción de mi alma en el bienaventurado y eterno paraíso, me encomiendo a las plegarias sufragantes de cuantos me han seguido, conocido durante toda mi vida de sacerdote, de obispo, y de humildísimo e indigno siervo de los siervos del Señor.

Luego exulta mi corazón al renovar íntegra y fervorosa mi profesión de fe católica, apostólica y romana. Entre las varias formas y símbolos con los que la fe suele expresarse, prefiero el Credo de la misa sacerdotal y pontifical, de una elevación más amplia y melodiosa, como en unión con la Iglesia universal de todo rito, de todo siglo, de toda región: desde el «Credo in unum

Deum patrem omnipotentem» al «Et vitam venturi saeculi».

Io[annes] XXIII

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La imagen del Buen PastorUn fecundo encuentro

entre fe y cultura

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Una exigencia intrínseca de la fe es hacerse vida. Se trata de una característica que brota del mensaje mismo comunicado por Jesucristo con su palabra y con su propio testimonio. La dinámica misma de la Encarnación del Verbo sella desde la raíz la forma como el cristiano está llamado a configurarse con Cristo en su vida cotidiana. Parafraseando al poeta latino Publio Terencio, se puede afirmar que nada de lo humano es ajeno a la Iglesia, y que por tanto nada de la cultura es ajeno a la iluminación que porta la Revelación.

Si bien el concepto de “inculturación” es bastante reciente, no así la realidad que ella explica. Como recordaba San Juan Pablo II, «la Iglesia, desde sus inicios, afrontó de manera direc-ta» el problema de la relación entre la fe y la cultura. «Desde el comienzo de la Patrística ya se plantea dramáticamente la cuestión de la compatibilidad de un tipo de cultura con el cristianismo y, en consecuencia, la pregunta sobre cuál sería el elemento determinante de la nueva síntesis que se formaría

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con tal encuentro»1. Este encuen-tro entre la naciente fe y la cultura de la época se plasmó no sólo en las reflexiones de los Padres de la Iglesia —como puede verse en sus homilías y escritos—, sino también en la vida misma de los cristianos, en sus costumbres y en las manifestaciones culturales de la comunidad cristiana.

A pesar de la distancia tempo-ral, ha llegado hasta nosotros un valiosísimo testimonio de la pri-mera época post-apostólica como son las catacumbas cristianas de

Roma. El material epigráfico y artístico presente en dichos espa-cios cementeriales permite conocer muchos aspectos de la fe y de la vida de aquella generación de cristianos que hizo frente al gran reto de vivir cristianamente en el contexto de la cultura greco-romana2.

Dada la amplitud del tema, nos centraremos sólo en una imagen que recorre muchas de las paredes, cubículos y sarcófa-gos de las catacumbas y que representa un particular punto de madurez del arte cristiano en sus primeros pasos: la figura del Buen Pastor. Pretendemos así dar algunas luces que permitan

1. Juan Pablo II, Discurso a los intelectuales europeos venidos a Roma con ocasión del Año Santo, 15/12/1983, 2.

2. Conviene notar que la mayoría de los cementerios cristianos estuvie-ron enterrados durante siglos y fueron recuperados paulatinamente desde el siglo XV en adelante, por lo que han conservado para no-sotros un testimonio fiel de la fe cristiana en los primeros siglos. Los expertos suelen atribuir las partes más antiguas de las catacumbas ro-manas a la segunda mitad del siglo II.

Imagen 1 Buen Pastor, Catacumbas

de Marcelino y Pedro.

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profundizar en el significado de esta rica imagen y en cómo ésta, a su vez, es un testimonio privilegiado del fecundo diálogo entre la fe y la cultura en el primer desafío a gran escala que se le presentó al cristianismo: el mundo cultural del Imperio romano.

La imagen del Buen Pastor en la fe de la Iglesia

En este primer acápite repasaremos de forma sintética algunos elementos fundamentales que están presentes en la Tradición de la Iglesia en relación con la figura del Buen Pastor. Ello nos permitirá entender por qué esta imagen tuvo tanta suerte entre las representaciones cristianas de los primeros siglos.

Empecemos con una sencilla aproximación a la Sagrada Escritura a la luz de los Padres de la Iglesia. La utilización de imágenes tomadas de la vida cotidiana ha sido desde siempre un medio común para expresar la propia fe. Ya desde el Antiguo Testamento las imágenes pastoriles son un recurso usual. Recordemos que Abraham mismo fue un pastor. El pueblo de Israel, en su experiencia de fe, se percibe a sí mismo como un rebaño guiado por el Señor. «Él es nuestro Dios y nosotros el pueblo de su pasto, el rebaño de su mano», afirma el salmista (Sal 95,7). Israel, además, sabe que sus propios líderes deben tener la misma actitud del Divino Pastor: «Él reprende, adoc-trina y enseña, y hace volver, como un pastor, a su rebaño» (Eclo 18,13). Éste fue el caso de Moisés y especialmente el de David: «Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel» (2Sam 7,8).

La figura del pastor es, además, una imagen profética. Dios mismo, por medio de los profetas, anuncia que Israel tendrá jefes malos que serán como un pastor «que no hará caso de la oveja perdida, ni buscará la extraviada, ni curará a la heri-da» (Zac 11,16). Sin embargo, los profetas no sólo denuncian los pecados del pueblo y de sus líderes. Jeremías anuncia que vendrá Dios mismo y reunirá a su rebaño, al pueblo de Israel, y

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hará surgir un hijo de David que será rey justo y prudente, un auténtico Buen Pastor (ver Jer 23,3-5).

No pretendemos hacer un elenco de las innumerables citas del Antiguo Testamento que usan esta figura, sino sólo recordar cuán elocuentes eran para Israel la imagen del pastor y del reba-ño así como la relación entre cada oveja y su pastor. Es a la luz de la historia del pueblo de Israel, de la autorrevelación de Dios y sus promesas, que podemos entender con mayor hondura el sentido de la figura del pastor en el Nuevo Testamento.

Dios mismo es el Divino Pastor de su pueblo y ha prometido que enviará a un descendiente de David, modelo de gobernan-te y de pastor, y que será el Buen Pastor, el Mesías esperado. Por eso Jesús es presentado como el Pastor que viene hacia «las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10,6). En efecto, cuando Jesús dice «yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,14), no sólo está usando una metáfora entre otras posibles para expresar las cualidades de una guía segura, de un líder confiable, que ama a sus discípulos al punto de dar su propia vida por ellos (ver Jn 10,11) y al cual vale la pena seguir. Es eso, pero es más que eso. Está diciendo “yo soy el Mesías esperado”, el Supremo Pastor que anunciaron los profetas.

Sentado esto, cabe recordar que estamos describiendo una imagen recurrente en las catacumbas, es decir, en los ce-menterios cristianos de los primeros siglos. ¿Por qué se repite tanto? ¿Y por qué precisamente en cementerios? Resulta que la imagen del Buen Pastor está sumamente ligada a la fe en la resurrección y en la vida eterna, elementos centrales de nuestra fe. Para ahondar en este aspecto tomaremos aquí una parábola del Nuevo Testamento que puede iluminar la com-prensión de las palabras ya citadas de Jesús en el Evangelio de Juan: la parábola de la oveja perdida. La encontramos en dos citas paralelas: Mt 18,12ss y Lc 15,3ss. Al comparar ambos textos saltan a la vista dos diferencias interesantes: mientras que Lucas ubica la escena en el desierto, Mateo lo hace en un monte (un lugar alto). Y sólo Lucas afirma que el pastor,

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La imagen del Buen Pastor

al encontrar la oveja perdida, la pone sobre sus hombros. La “memoria creyente” ha fundido espontáneamente ambas na-rraciones, por lo cual encontramos a menudo representaciones y escritos que hacen referencia a la narración de Mateo (en un monte), pero con la imagen del Buen Pastor cargando la oveja. En los comentarios de los Padres de la Iglesia es más común encontrar alusiones a la imagen de Mateo, probablemente por el valor simbólico atribuido a la montaña, que representa el mundo superior, de donde ha bajado el Hijo del hombre para vivir entre los hombres. Así, autores como San Ireneo o San Ambrosio describen a Adán y la situación del hombre después del pecado original como la oveja perdida que Cristo viene a rescatar. Oveja que, como dice San Jerónimo, andaba errante en los lugares inferiores3. Vemos que el descenso del pastor representa en algunos Padres la Encarnación del Hijo de Dios para la salvación de los hombres.

El “descenso” y el “ascenso” son metáforas familiares al Evangelio de Juan que recuerdan la Encarnación y la Resurrección (ver Jn 6,38; 6,51; 13,3; 11,55; 20,17). Orígenes explica la Encarnación como un “extraordinario descenso”, a causa de un exceso de amor por los hombres, para reconducir a las ovejas perdidas de la casa de Israel que bajaron del monte4. Baja el Buen Pastor al valle, nuestro valle de lágrimas, busca a la oveja perdida, la encuentra y la pone sobre sus hombros5. Gregorio de Nisa, por su parte, declara que al cargar la oveja, el Pastor se ha convertido en uno con ella; la oveja cargada sobre la espalda del Pastor, es decir la divinidad del Señor, se convierte en una sola con Él porque la ha cargado sobre sí mismo6.

3. Ver San Jerónimo, Contra Juan de Jerusalén, 34. 4. Ver Orígenes, Contra Celso, 4,17. 5. Ver Orígenes, Homilía sobre los Números, 19,4.5. 6. Ver Gregorio de Nisa, Contra Apolinar, 16.

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Este “descenso” del Buen Pastor es entendido por los Padres de la Iglesia no sólo como imagen de su Encarnación, sino que se prolonga en su propia muerte, con la cual llega hasta lo más hondo del drama del pecado para rescatar a la oveja perdida. En este sentido la Carta a los Hebreos afirma que Dios «suscitó (DQDJDJZQ: levantó, hizo subir) de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas» (Heb 13,20).

Si bien la parábola de la oveja perdida no habla explícita-mente del retorno del pastor al rebaño dejado en el monte, esta subida-regreso a lo alto es destacada por muchos autores ecle-siásticos, para los cuales el Pastor que lleva a la oveja sobre la espalda representa ciertamente a Cristo que asciende al Padre luego de haber cumplido el misterio de la reconciliación del ser humano. San Ambrosio, por ejemplo, revisando las parábolas de la misericordia presentes en el Evangelio de Lucas, comenta en un hermoso pasaje: «Alegrémonos pues, porque la oveja que se había perdido en Adán es elevada en Cristo. Los hombros de Cristo son los brazos de la Cruz; aquí he clavado mis pecados, aquí, en el abrazo de este patíbulo he descansado»7.

Teodoreto de Ciro, en un denso párrafo, logra integrar los diversos elementos que hemos mencionado hasta el momento: «Todos errábamos como ovejas; por esto, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Y, del mismo modo que el pastor, cuando ve a sus ovejas dispersas, toma a una de ellas y la conduce donde quiere, arrastrando así a las demás en pos de ella, así también la Palabra de Dios, viendo al género humano descarriado, tomó la naturaleza de esclavo, uniéndose a ella, y, de esta manera, hizo que volviesen a Él todos los hombres y condujo a los pastos divinos a los que andaban por lugares peligrosos, expuestos a la rapacidad de los lobos. Por esto, nuestro Salvador asumió la naturaleza humana; por esto, Cristo, el Señor, aceptó la pasión

7. San Ambrosio, Sobre el Evangelio de Lucas, 7, 208-209.

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La imagen del Buen Pastor

salvadora, se entregó a la muerte y fue sepultado; para sacarnos de aquella antigua tiranía y darnos la promesa de la incorrup-ción, a nosotros, que estábamos sujetos a la corrupción. En efecto, al restaurar, por su resurrección, el templo destruido de su cuerpo, manifestó a los muertos y a los que esperaban su resurrección la veracidad y firmeza de sus promesas»8.

Como podemos ver, en esta parábola la Tradición de la Iglesia ha encontrado desde los primeros siglos una hermosa fi-gura que “grafica” el entero misterio pascual de la Encarnación, Muerte y Resurrección del Señor, por la que venció al pecado y reconcilió al hombre con Dios, abriéndole de nuevo las puertas del Cielo, de la comunión eterna con Él. He aquí por qué nos encontramos tantas veces con la imagen del Buen Pastor en las catacumbas cristianas. ¿Qué lugar más apto para expresar, a través de una simple representación, riquísima de elementos, la fe del cristiano en la resurrección y en la comunión eterna con Dios amor, quien es más fuerte que la muerte?

Queremos resaltar un último elemento. Al Buen Pastor lo encontramos representado no sólo en las catacumbas, lugar donde se recuerda la muerte de los seres queridos y se expresa con una particular fuerza la esperanza del creyente de que la vida no acaba en este mundo. Imágenes pastoriles se encuentran también en diversos baptisterios paleocristianos, lugar donde “empieza” la vida en Cristo9. Y es que «la “inmersión” en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él (ver Rom 6,3-4; Col 2,12) como “nueva criatura” (2Cor 5,17; Gál 6,15)»10. Es claro el paralelo entre este sentido de la acción bautismal y la

8. Teodoreto de Ciro, Tratado sobre la Encarnación, 28. 9. Baste citar el ejemplo de la representación del Buen Pastor en el bap-

tisterio de la domus ecclesiae en Dura Europos (actual Siria). Este bap-tisterio es el más antiguo que se conoce (segunda mitad del siglo III).

10. Catecismo de la Iglesia Católica, 1214.

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imagen del Buen Pastor que baja a buscar a la oveja perdida, la toma sobre sus hombros y sube nue-vamente a lo alto del monte. Por el Bautismo, participamos de los frutos de la Encarnación, Muerte y Resurrección de Jesucristo, y nacemos a una vida nueva.

Así, pues, la imagen del Buen Pastor ofrece una síntesis de la presencia del Señor, quien acom-paña toda la vida del creyente en este mundo, desde el comienzo

hasta su fin, como camino hacia el encuentro definitivo con Dios, como reza confiadamente San Agustín en sus Confesiones: «Erré como oveja perdida, mas espero ser transportado a Ti en los hombros de mi pastor»11.

Luces para la evangelización de la cultura

Abordemos ahora la segunda parte de nuestro tema. ¿Qué relación existe entre esta famosa imagen y la evangelización de la cultura? Veamos algunos elementos que pueden iluminar nuestra reflexión.

El Evangelio está llamado a hacerse vida en cada cultura y en cada tiempo. Naturalmente toda comunidad cristiana a lo largo de la historia ha sentido la necesidad de expresar su fe y sus propios valores de forma concreta en palabras, signos, símbolos o acciones, y lo ha puesto en práctica desde sus capa-cidades y posibilidades, las cuales están en íntima relación con el propio ambiente, lenguaje y cultura.

11. San Agustín, Confesiones, 12,15,21.

Imagen 2 Buen Pastor, principios del siglo IV d.C., Museos Vaticanos, Museo Pío Cristiano,

inv. 28590.

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La imagen del Buen Pastor

Junto a esa necesidad personal y comunitaria de vivir y expresar la fe, existe también el natural ardor por anunciar y compartir el don recibido, ardor que ha impulsado a los cristia-nos de cada época a afrontar el desafío de presentar al Señor Jesús de forma comprensible en cada ambiente, siendo fieles, al mismo tiempo, a la pureza del mensaje recibido. Este delicado equilibrio entre evangelización de la cultura e inculturación del Evangelio —por formularlo en categorías actuales— recorre por cierto toda la historia de la Iglesia. ¿Cómo categorizar y expresar la fe católica, cómo anunciar y presentar al Señor de forma cer-cana y comprensible en la Roma del siglo II o III? Es ése el reto que tuvieron los cristianos de aquella época, y la imagen del Buen Pastor es un fruto y un testimonio concreto de respuesta a dicho desafío, que sigue siendo actual.

Como hemos visto en la primera parte de este artículo, la famosa iconografía del Buen Pastor es una imagen íntima, característicamente cristiana, que recorre no sólo las Sagradas Escrituras sino prácticamente toda la historia de la Iglesia desde sus inicios, decorando cementerios, baptisterios, iglesias, Biblias y Misales, por mencionar sólo algunos lugares. Y ciertamente, en cuanto figura presente en la Palabra de Dios, es un legado judeo-cristiano. Ahora bien, si nos referimos concretamente a su representación física con determinados rasgos que se repiten constantemente en el arte de la época (en pinturas, grabados y esculturas), convie-ne preguntarnos: ¿De dónde viene? ¿Es posible rastrear sus orígenes?

El arte de decorar las tum-bas de los seres queridos con pinturas, dedicatorias o bajo-rrelieves no es ciertamente una

Imagen 3 Buen Pastor, catacumbas de Priscila.

Mediados del s. III d.C.

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invención cristiana, sino que lo hallamos desde los primeros vestigios humanos en todas las culturas. Sólo tomando como ejemplo Roma, encontramos numerosos testimonios de arte en las necrópolis paganas12. Es en este contexto que debemos ubicar el origen de muchas de las imágenes que los cristianos usarán para expresar la propia fe. Así, la iconografía del Buen Pastor y otras figuras paleocristianas son fruto, en buena parte, de la herencia del imaginario cultural y religioso del mundo antiguo. Veamos algunos elementos fundamentales al respecto.

Las imágenes pastoriles o bucólicas fueron de uso común en la antigüedad greco-romana en el contexto funerario y buscaban representar un ambiente idílico, de paz y felicidad, de ocio en su sentido positivo. Es preciso tener en cuenta que «en el mundo greco-romano urbanizado, en el seno del cual se desarrolló el cristianismo, la vida pastoril es idealizada, hasta el punto de convertirse en la imagen de la vida paradisíaca de los difuntos en el más allá»13. En las Bucólicas de Virgilio14, por ejemplo, los pastores suelen dedicarse a hacer concursos de poesía (de acuerdo al imaginario colectivo greco-romano, la poesía, la música y el arte en general eran también símbolos de ese ambiente idílico). Este mundo ideal y paradisíaco, de-seado a los difuntos en el más allá, es representado en muchas pinturas y sarcófagos a través de imágenes de campos, viñedos

12. Por ejemplo, la necrópolis de Porto, en la zona llamada “Isola Sacra” en Ostia, y el hipogeo de los flavios, donde posteriormente se ubicará el cementerio cristiano de Domitila. Recordemos también que San Pedro fue enterrado en una necrópolis pagana, muy cerca del circo de Gaio y Nerón, donde fue martirizado, en la zona denominada ager vaticanus. Igualmente Pablo fue enterrado en una necrópolis pagana, ubicada en la vía Ostiensis.

13. Martine Dulaey, Bosques de símbolos. La iniciación cristiana y la Biblia (siglos I-IV), Cristiandad, Madrid 2003, p. 80.

14. Ver Égloga IV, 18-25.

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La imagen del Buen Pastor

y con la presencia de pastores tocando diversos instrumentos, particularmente la flauta.

Este vínculo del más allá con el mundo pastoril no es tam-poco ajeno al cristianismo y su herencia veterotestamentaria. Recordemos que Israel es un pueblo de pastores. Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y David fueron pastores. De aquí el recurso a fi-guras y metáforas relacionadas a este ámbito tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En concreto, en el contexto de las catacumbas, fue natural recordar el horizonte escatológico de las promesas de Yahvé, quien ofreció a los patriarcas y al pueblo de Israel una tierra «don-de mana leche y miel» (Esd 3,8); promesa que está destinada a cumplirse a plenitud sólo en el paraíso escatológico, donde «las colinas fluirán leche» (Joel 4,18). Herederos de dicho augurio, los cristianos confían en las promesas del Señor Jesús, el Buen Pastor: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino» (Lc 12,32). Es así que para los cristianos del siglo III, quienes en su gran mayoría nacieron y vivieron en territorios dependientes política y culturalmente del Imperio romano, fue natural hacer uso de estas representaciones que tan bien se amoldaban a su propia fe.

Sin embargo, no es el sentido metafórico apenas menciona-do el único que explica la iconografía pastoril en las necrópolis paganas. Una imagen muy presente en pinturas y sarcófagos es la del “pastor crióforo”, es decir la imagen de un pastor que carga sobre sus hombros un cordero (o en ocasiones una oveja). El “crióforo” representa en el imaginario griego, heredado pos-teriormente por los romanos, la personificación de la virtud de

Imagen 4 Detalle del sarcófago “de la via Salaria”,

c. 275-300 d.C., Museos Vaticanos, Museo Pío Cristiano, inv. 31540.

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la philanthropia (traducida en latín con el término hu-manitas). El gesto de portar sobre el pecho o sobre los hombros un cordero o una oveja mostraba un signo de particular afecto hacia los miembros más débiles del redil. Esta virtud del amor y la apertura hacia el género humano, de bondad, com-prensión y afabilidad hacia los demás, representada en

el contexto de una necrópolis, era evocada como recuerdo y celebración de una característica presente (al menos idealmen-te) en la vida de la persona fallecida.

La imagen del “pastor crióforo” en el arte funerario tenía además otras connotaciones relacionadas con la mitología grie-ga que enriquecen aún más su sentido. Siempre en relación con la virtud de la philanthropia, el Dios griego Hermes15 (traducido como Mercurio en la mitología romana) y el héroe Hércules16 eran los encargados de cargar piadosamente sobre los hombros el alma de los difuntos para conducirlos al más allá17. De aquí

15. Hermes, hijo de Zeus, según la mitología griega, se convirtió en pastor al robarle parte del rebaño al Dios Apolo.

16. El héroe griego Hércules, famoso por su fuerza, castigado por su pa-dre Zeus, fue mandado al monte Citerón a custodiar un rebaño. Era además considerado el héroe salvador por excelencia. En efecto, en la mitología griega, Hércules, como agradecimiento por el hospedaje recibido, bajó a los infiernos, sacó a Alceste y se la devolvió a su ma-rido Admeto.

17. Esta misión de algunas divinidades griegas es reconocida con el adjeti-vo “psicopompo”, del griego psychè (alma) y pompos (aquel que guía o conduce).

Imagen 5 Estatua de Hermes Kriophoros,

inv. MB 83. Roma, Museo Barraco.

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La imagen del Buen Pastor

que se encuentren imágenes suyas en tumbas y necrópolis pre-cristianas, muchas veces en forma de un pastor que carga una oveja (ver imagen 5). Venía así reconocida en una divinidad una forma muy concreta de vivir esta virtud de la “bondad hacia el género humano” en un trance tan difícil como la muerte18. ¿Qué mayor amor por el género humano, qué mayor entrega, pensaron los cristianos de la época, que la donación que el Señor Jesús hizo por nosotros, al encarnarse y entregarse a la muerte por nuestra salvación? El mismo Jesucristo lo recordó: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13). La philantropia-humanitas, representada figurativa-mente con la imagen del “pastor crióforo”, fue acogida en la comunidad cristiana e interpretada a la luz de Cristo, modelo y plenitud de dicha virtud.

Un último elemento que vale la pena mencionar de esta he-rencia greco-romana en la iconografía cristiana del Buen Pastor se encuentra en su rostro. Muchas de las representaciones de esta famosa imagen encontradas en ambientes funerarios cató-licos tienen las mismas características faciales: el rostro joven e imberbe del Buen Pastor es nada menos que el de Apolo, el Dios griego de la belleza y de la elocuencia (podríamos decir, de la palabra)19. Este mismo rostro lo encontraremos no sólo en la figura del Buen Pastor, sino también en diversos sarcófagos paleocristianos, en los que un arte de una comunidad cristiana más madura y consolidada en el Imperio comienza a ilustrar pa-sajes bíblicos. El rostro de Jesús en muchas de estas escenas del Nuevo Testamento se repite con las mismas características. Es en cierto sentido sorprendente encontrar a una comunidad cristia-

18. Ver Umberto Utro, Kalòs Poimén. L’arte cristiana nel secolo di Agata, en Agata santa. Storia, arte, devozione, catalogo della mostra (Catania, 29.I - 4.V.2008), Milán-Florencia 2008, pp. 196-197.

19. Era Apolo el Dios de la poesía, el Dios al que se dirigían los poetas en búsqueda de inspiración.

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na que usa en el arte propio el rostro de una divinidad pagana, más aún para representar a Jesucristo. ¿Por qué esta opción? La respuesta se encuentra en el Evangelio de San Juan. Al leer el pasaje donde el Señor dice «yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11), si se hace una traducción literal del original griego, en realidad el Señor dice «yo soy el Pastor bello». .DOȩ9, en griego, signi-fica “bello, hermoso”. Pero su significado va más allá de la sola belleza física. Hace referencia a una belleza interior, y también a una belleza moral. Así, los conceptos de belleza y bondad están en este término íntimamente relacionados. El origen del rostro “apolíneo” del Buen Pastor se explica en esta reflexión de la comunidad cristiana en su búsqueda por representar la propia fe, una vez más, en diálogo con el mundo que conocían y en el que muchos se habían educado. En una propuesta que podríamos llamar audaz, hacen “uso” del Dios greco-romano de la palabra y de la belleza para representar al Verbo encarna-do, al auténtico Pastor “bello-bueno”, a Jesucristo. Una imagen bíblica del Antiguo Testamento referida al Mesías reconfirma la bondad de esta analogía: «Eres hermoso, el más hermoso de los

Detalle del Apolo del Belvedere (s. II). Museos Vaticanos.

Museo Pío Cristiano, inv. 28590.

Detalle del rostro del Buen Pastor

de las catacumbas de San Calixto.

Jesús sanando al ciego de nacimiento. Detalle de

Sarcófago, c. 325-350 d.C., Museos Vaticanos, Museo Pío Cristiano, inv. 31594.

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hijos de Adán, la gracia está derramada en tus labios. Por eso Dios te bendijo para siempre» (Sal 45,3).

El testimonio concreto expresado en el arte encuentra un respaldo intelectual en la reflexión de los grandes pensadores cristianos de la época y en particular en alguien de la talla de San Justino, importante filósofo griego de mitad del siglo II con-verso al cristianismo. Justino supo ver detrás de cada cultura la presencia de Dios, creador del hombre y del mundo. Así, todo lo que hay de bueno, bello y verdadero entre los seres humanos y las culturas que no han conocido la fe católica, forma parte en realidad del cristianismo. Los gérmenes de verdad esparcidos en el mundo, en cuanto éste fue creado a través del Logos, son en realidad «semillas del Verbo»20. San Clemente de Alejandría continuará y profundizará esta misma reflexión, particularmen-te en su Protéptico. En esta obra busca mostrar la superioridad del cristianismo en relación al culto y la filosofía del mundo pagano, aunque al mismo tiempo elogia los aciertos que tuvie-ron algunos de los filósofos en su búsqueda de la verdad. Dicha verdad, recuerda el autor, se encuentra en plenitud en el Logos divino. Dios concedió la filosofía a los no creyentes como un camino propedéutico hacia la salvación, que sólo se encuentra en Cristo, el Verbo encarnado.

Conclusión

El sintético recorrido por la historia de la representación del Buen Pastor que hemos realizado nos permite ver un ejemplo concreto de cómo se gestó, ya desde los primeros siglos, el en-cuentro entre Evangelio y cultura. Naturalmente los cristianos percibieron la necesidad de expresar su propia fe, y lo hicieron usando los medios que tenían a su alcance, lo cual no implica que haya sido una opción sencilla y sin dificultades. Sabemos

20. Sobre el tema habla en particular en su segunda Apología.

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que la relación con el mundo y los valores de la época fue un tema complejo y discutido, como lo sigue siendo en la actua-lidad. Este necesario discernimiento ha estado presente desde los orígenes de la Iglesia y acompaña siempre a la comunidad creyente en su peregrinar terreno. Audacia apostólica, reflexión y fidelidad al mensaje evangélico son ayer como hoy ingredien-tes de la evangelización de la cultura a la que el Señor convoca a los creyentes a lo largo de la historia. Permanecen como ho-rizonte siempre actual las palabras de San Juan Pablo II: «Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida»21.

Axel Alt, historiador argentino, es miembro del Sodalicio de Vida Cristiana. Estudió teología en la Pontificia

Universidad Gregoriana, en Roma, obteniendo luego la Licenciatura en Historia de la Iglesia en la misma

universidad. Actualmente cursa la especialización en arqueología cristiana en el Instituto Pontificio de

Arqueología Cristiana de Roma.

21. Juan Pablo II, Discurso a los representantes de las reales academias, del mundo de la universidad, de la investigación, de la ciencia y de la cultura de España, 3/11/1982.

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Se puede decir que nos encontramos en vísperas de la canonización del beato Juan Pablo II. Todos llevamos en el corazón a este gran pastor que, en todas las etapas de su misión —como sacerdote, obispo y Papa—, nos dio un ejemplo luminoso de abandono total a Dios y a su Madre, y de dedicación completa a la Iglesia y al hombre. Nos acompaña desde el cielo y nos recuerda cuán importante es la comunión espiritual y pastoral entre los obispos.

Discurso a los obispos de la Conferencia Episcopal de Polonia

en visita ad Limina, 7/2/2014.

En toda la Iglesia es el tiempo de la misericordia. Ésta fue una intuición del Beato Juan Pablo II. Él tuvo el «olfato» de que éste era el tiempo de la misericordia. Pensemos en la beatificación y canonización de sor Faustina Kowalska; luego introdujo la fiesta de la Divina Misericordia. Despacito fue avanzando, siguió adelante con esto.

Discurso en el encuentro con los sacerdotes

de la diócesis de Roma, 6/3/2014.

La entrega de la cruz [de las Jornadas Mundiales de la Juventud] a los jóvenes la realizó hace treinta años el beato Juan Pablo II: él les pidió que la llevasen por todo el mundo como signo del amor de Cristo a la humanidad. El próximo 27 de abril tendremos todos la alegría de celebrar la canonización de este Papa, junto con Juan XXIII. Juan Pablo II, que fue el iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud, se convertirá en su gran patrono; en la comunión de los santos seguirá siendo un padre y un amigo para los jóvenes del mundo. Pidamos al Señor que la Cruz, junto con el icono de Maria Salus Populi

Romani, sean signos de esperanza para todos revelando al mundo el amor invencible de Cristo.

Meditación a la hora del Ángelus, 13/4/2014.

Magisterio Pontificio

San Juan Pablo II

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Estoy agradecido a Juan Pablo II, como todos los miembros del pueblo de Dios, por su incansable servicio, su guía espiritual, por haber introducido a la Iglesia en el tercer milenio de la fe y por su extraordinario testimonio de santidad... Todos sabemos que, DQWHV�GH�UHFRUUHU�ORV�FDPLQRV�GHO�PXQGR��.DURO�:RMW\ãD�FUHFLy� en el servicio a Cristo y a la Iglesia en su patria, Polonia. Allí se formó su corazón, corazón que luego se dilató a la dimensión universal, primero participando en el Concilio Vaticano II, y sobre todo después del 16 de octubre de 1978, para que en él encontrasen sitio todas las naciones, lenguas y culturas. Juan Pablo II se hizo todo para todos. Doy las gracias al pueblo polaco y a la Iglesia en Polonia por el don de Juan Pablo II. Todos hemos sido enriquecidos por este don. Juan Pablo II sigue inspirándonos. Nos inspiran sus palabras, sus escritos, sus gestos, su estilo de servicio. Nos inspira su sufrimiento vivido con esperanza heroica. Nos inspira su total confianza en Cristo, Redentor del hombre, y en la Madre de Dios.

Videomensaje a los polacos con motivo

de la canonización del Beato Juan Pablo II, 25/4/2014.

En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

Homilía en la canonización

de los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, 28/4/2014.

Magisterio Pontificio

San Juan Pablo II

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133enero-abril de 2014, año 30, n. 87

Homilía de S.S. Francisco

en la canonización de los beatos

Juan XXIII y Juan Pablo II

En el centro de este Domingo, con el que se termina la Octava de Pascua, y que san Juan Pablo II qui-so dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo

resucitado.Él ya las enseñó la primera vez

que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la Resurrección. Pero Tomás aquella tarde, como hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio

Documentos

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios

intercedan por la Iglesia

de los discípulos: Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar per-sonalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).

Las llagas de Jesús son un escán-

dalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, perma-necen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispen-

sables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericor-

dia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1Pe 2,24; ver Is 53,5).

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S.S. Francisco

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San Juan XXIII y san Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heri-

das de Jesús, de tocar sus manos

llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de Él, de su cruz; no se avergonza-ron de la carne del hermano (ver Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y die-ron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

Fueron sacerdotes y obispos y Papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la miseri-cordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte, la cercanía materna de María.

En estos dos hombres contem-plativos de las llagas de Cristo y tes-tigos de su misericordia había «una

esperanza viva», junto a un «gozo

inefable y radiante» (1Pe 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo re-sucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pas-

cual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los

dos Papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de Él un reconocimiento eterno.

Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad

de los creyentes, en Jerusalén, de la que hablan los Hechos de los Apóstoles (ver 2,42-47), como hemos escuchado en la segunda Lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.

Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia

según su fisionomía originaria, la fi-sionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convoca-toria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad

al Espíritu Santo, se dejó condu-cir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado por el Espíritu. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad

al Espíritu Santo.En este servicio al Pueblo de

Dios, san Juan Pablo II fue el Papa

de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la

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Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia

familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino

sinodal sobre la familia y con las

familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios in-tercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo

en el servicio pastoral a la fami-lia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el miste-rio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.

Plaza de San Pedro,27 de abril de 2014.

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137enero-abril de 2014, año 30, n. 87

Homilía de S.S. Benedicto XVI

en la beatificación

del Siervo de Dios Juan Pablo II

Queridos hermanos y hermanas:Hace seis años nos encontrába-

mos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo en-tero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su san-tidad, y el Pueblo de Dios manifes-tó de muchas maneras su venera-ción hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de

Documentos

El hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo

es el camino del hombre

su beatificación procediera con ra-zonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llega-do pronto, porque así lo ha queri-do el Señor: Juan Pablo II es beato.

Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en número tan grande, desde todo el mundo, ha-béis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a los señores carde-nales, a los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, hermanos en el episcopado y el sacerdocio, de-legaciones oficiales, embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendo a todos los que se unen a nosotros a través de la radio y la televisión.

Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi

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S.S. Benedicto XVI

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Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es tam-bién la memoria de san José obre-ro. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferen-te es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el Cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.

«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20,29). En el evan-gelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventu-ranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque esta-mos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y gene-rosa, apostólica. E inmediatamen-te recordamos otra bienaventu-ranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16,17). ¿Qué es lo que el Padre

celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventu-ranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.

Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II ten-ga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus suceso-res, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió

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El hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre

cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo parti-cular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que prece-den a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narra-ción de la muerte de Jesús, don-de María aparece al pie de la cruz (ver Jn 19,25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los dis-cípulos reunidos en oración en el cenáculo (ver Hch 1,14).

También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es preci-samente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, in-dicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indi-cativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vues-tra fe: vuestra propia salvación» (1Pe 1,6.8-9). Todo está en indi-cativo porque hay una nueva rea-lidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha he-cho —dice el Salmo (118, 23)— ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe.

Queridos hermanos y herma-nas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pon-tificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santi-dad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen

gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios —obispos, sacer-dotes, diáconos, fieles laicos, re-ligiosos, religiosas— estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y GH�OD�,JOHVLD��.DURO�:RMW\ãD��SULPH-ro como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, par-ticipó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el últi-mo capítulo del Documento so-bre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia en-tera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evan-gelio de Juan (19,25-27) y que

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S.S. Benedicto XVI

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quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal GH�.DURO�:RMW\ãD��XQD�FUX]�GH�RUR��una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que correspon-de a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, HQ� OD�TXH�.DURO�:RMW\ãD�HQFRQWUy�un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et om-

nia mea tua sunt. Accipio Te in

mea omnia. Praebe mihi cor tuum,

Maria - Soy todo tuyo y todo cuan-to tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción

a la Santísima Virgen, n. 266).El nuevo Beato escribió en su

testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, car-denal Stefan Wyszyŷski, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”». Y añadía: «Deseo expre-sar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy con-vencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generacio-nes podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran

patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado». ¿Y cuál es esta «cau-sa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solem-ne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gi-gante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran huma-nidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristia-nos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayu-dó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor

hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás..DURO�:RMW\ãD�VXELy�DO�6ROLR�GH�

Pedro llevando consigo la profunda

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El hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre

reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianis-mo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «ti-monel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el um-bral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo lla-mar «umbral de la esperanza». Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al cristianismo una renova-da orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente res-pecto a la historia, pero que inci-de también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la rei-vindicó legítimamente para el cris-tianismo, restituyéndole la fisono-mía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de jus-ticia y de paz.

Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de co-nocerlo y de estimarlo, pero desde

1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la ri-queza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su ora-ción siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en me-dio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lenta-mente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le per-mitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminu-yendo. Así, él realizó de modo ex-traordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Iglesia.

¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te ro-gamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Desde el Palacio nos has bendecido muchas veces en esta Plaza. Hoy te rogamos: Santo Padre: bendícenos. Amén.

Plaza de San Pedro, 1° de mayo de 2011.

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Extracto de la homilía del Papa Juan Pablo II en la beatificación

del Papa Juan XXIII

«Tú eres bueno y dispuesto al

perdón» (Antífona de entrada).

Contemplamos hoy en la gloria

del Señor a otro Pontífice, Juan

XXIII, el Papa que conmovió al

mundo por la afabilidad de su

trato, que reflejaba la singular

bondad de su corazón… Ha que-

dado en el recuerdo de todos la

imagen del rostro sonriente del

Papa Juan y de sus brazos abier-

tos para abrazar al mundo ente-

ro. ¡Cuántas personas han sido

conquistadas por la sencillez de

su corazón, unida a una amplia

experiencia de hombres y cosas!

Documentos

El Concilio, intuición profética

del Papa Juan XXIII

Ciertamente la ráfaga de novedad

que aportó no se refería a la doc-

trina, sino más bien al modo de

exponerla; era nuevo su modo

de hablar y actuar, y era nueva la

simpatía con que se acercaba a las

personas comunes y a los podero-

sos de la tierra. Con ese espíritu

convocó el Concilio ecuménico

Vaticano II, con el que inició una

nueva página en la historia de la

Iglesia: los cristianos se sintieron

llamados a anunciar el Evangelio

con renovada valentía y con ma-

yor atención a los “signos” de los

tiempos. Realmente, el Concilio

fue una intuición profética de

este anciano Pontífice, que inau-

guró, entre muchas dificultades,

un tiempo de esperanza para los

cristianos y para la humanidad. En

los últimos momentos de su exis-

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S.S. Juan Pablo II

tencia terrena, confió a la Iglesia

su testamento: «Lo que más vale

en la vida es Jesucristo bendito,

su santa Iglesia, su Evangelio, la

verdad y la bondad». También

nosotros queremos recoger hoy

este testamento, a la vez que da-

mos gracias a Dios por habérnoslo

dado como Pastor.

Plaza de San Pedro,

3 de septiembre de 2000.

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145enero-abril de 2014, año 30, n. 87

Catequesis de S.S. Juan Pablo II durante la audiencia general

en el 40° aniversario de la muerte del Papa Juan XXIII

Amadísimos hermanos y hermanas: 1. Hace cuarenta años moría el

amado y venerado Papa Juan XXIII, al que tuve la alegría de proclamar beato, juntamente con el Papa Pío IX, el 3 de septiembre del año 2000. El pensamiento vuelve es-pontáneamente al lunes 3 de junio de 1963: aquella tarde, cuando mi-les de fieles de Roma y peregrinos acudieron a la plaza de San Pedro para estar lo más cerca posible de su amado Padre y Pastor, el cual, después de una larga y dolorosa enfermedad, dejaba este mundo.

A las siete de la tarde, en el atrio de la basílica vaticana, el Cardenal

Documentos

Para ser centellas de luz es preciso vivir en contacto

permanente con Dios

Luigi Traglia, provicario de Roma, iniciaba la santa Misa, mientras él, en su lecho convertido en altar, consumaba su sacrificio espiritual, el sacrificio de toda su vida.

Desde la plaza de San Pedro, abarrotada de gente, se elevaba unánime hacia el cielo la oración de la Iglesia. Nos parece revivir aque-llos momentos de intensa emoción: las miradas de la humanidad entera se dirigían hacia la ventana del ter-cer piso del palacio apostólico. El final de aquella Misa coincidió con la muerte del Papa bueno.

2. «Este lecho es un altar; el al-tar exige una víctima: ¡heme aquí! Ofrezco mi vida por la Iglesia, por la continuación del Concilio ecu-ménico, por la paz del mundo y por la unión de los cristianos» (Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, V, p. 618).

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S.S. Juan Pablo II

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«Ecce adsum!», ¡Heme aquí! El pensamiento sereno de la muerte había acompañado durante toda su vida al Papa Juan, el cual, en la hora del adiós, proyectaba su mi-rada al futuro y a las expectativas del pueblo de Dios y del mundo. Con tono emocionado, afirmaba que el secreto de su sacerdocio radicaba en el Crucifijo, siempre conservado celosamente frente a su lecho. «En las largas y frecuentes conversaciones nocturnas —afir-maba— el pensamiento de la re-dención del mundo me ha pareci-do más urgente que nunca». «Esos brazos abiertos —añadía— dicen que ha muerto por todos, por to-dos; nadie queda excluido de su amor, de su perdón» (ib.).

No es difícil captar en estas breves palabras el sentido de su ministerio sacerdotal, totalmente dedicado a hacer que se conocie-ra y amara «lo que más vale en la vida: Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio» (ib., 612). Hasta el final latió en él este an-helo. «Mi jornada terrena —con-cluía el Beato Juan XXIII— se acaba; pero Cristo vive y la Iglesia continúa su misión; las almas, las almas: ut unum sint, ut unum sint...» (ib., 619).

3. Menos de dos meses antes, el 11 de abril, Juan XXIII había publicado el documento más céle-bre de su magisterio: la encíclica Pacem in terris, que he recorda-do varias veces durante este año.

Toda la vida de este inolvidable Pontífice fue un testimonio de paz. Su pontificado fue una altísima profecía de paz, que encontró en la Pacem in terris su plena manifes-tación, casi un testamento público y universal.

«Es sobremanera necesario —escribió— que en la sociedad contemporánea todos los cris-tianos sin excepción sean como centellas de luz, viveros de amor y levadura para toda la masa. Efecto que será tanto mayor cuanto más estrecha sea la unión de cada alma con Dios. Porque la paz no pue-de darse en la sociedad humana si primero no se da en el interior de cada hombre» (Parte V: AAS 55 [1963] 302).

Para ser centellas de luz es pre-ciso vivir en contacto permanente con Dios. Este venerado predece-sor mío, que dejó su impronta en la historia, recuerda también a los hombres del tercer milenio que el secreto de la paz y de la alegría está en la profunda y constante co-munión con Dios. El Corazón del Redentor es el manantial del amor y de la paz, de la esperanza y de la alegría.

Nuestro recuerdo del amado Papa Juan se transforma así en ora-ción: Que interceda desde el cielo para que también nosotros, como él, podamos confesar al final de nuestra existencia que únicamen-te hemos buscado a Cristo y su Evangelio.

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Para ser centellas de luz es preciso vivir en contacto permanente con Dios

María —a la que solía invocar con la hermosa jaculatoria Mater mea, fiducia mea!— nos ayude a perseverar con la palabra y con el ejemplo en el compromiso de testimoniar la paz para contribuir

a la edificación de la civilización del amor.

Plaza de San Pedro,4 de junio de 2003.

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Libros

Uno de los aspectos más destacados del pontificado de San Juan Pablo II fue su interés por los jóvenes. Su inquietud por la juventud, acompañada al mismo tiempo de una gran esperanza en ella, estaba presente ya mucho antes de ser elevado a la Cátedra de Pedro, pero sin duda cobró una irradiación especial desde el primer día de su pontificado. Como se puede recordar, en sus viajes y visitas pastorales siempre procuró sostener algún encuentro con los jóvenes, y en sus palabras a ellos se percibe aún el profundo vínculo que los unía. Momentos especialmente intensos de esta relación han sido sobre todo las Jornadas Mundiales de la Juventud por él iniciadas, cuyo fruto en la evangelización de los jóvenes sigue hoy creciendo, seguramente, bajo su intercesión.

Júlio Egrejas ha logrado en La aventura de la vida cristiana un magnífi-co compendio de las enseñanzas del Papa Juan Pablo II a los jóvenes. De hecho la presente obra recoge las principales enseñanzas del Santo Padre a los jóvenes a lo largo de sus casi 27 años de pontificado, tarea nada fácil, considerando el gran número de ocasiones en las que el querido Pontífice tuvo la oportunidad de dirigirse a quienes atraviesan esta etapa de la vida.

Dos elementos queremos destacar en la obra. En primer lugar, se per-cibe de modo patente no sólo el pensamiento del Santo Padre en relación a la juventud, sino también el ejemplar modo de comunicarse con ellos. Se nos ofrece así una auténtica lección de sintonía con la juventud, como también de claro anuncio del Señor y de las exigencias de la vida cristiana.

En segundo lugar, las palabras del Papa se encuentran concatena-das con breves comentarios y palabras del autor, muchas veces a modo de diálogo entre un joven y el Santo Padre. Cabe resaltar que en estas

La aventura de la vida cristiana Juan Pablo II a los jóvenes

Júlio EgrejasVida y Espiritualidad, Lima 2014, 261 pp.

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Libros

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“intervenciones” de los jóvenes el autor ha sabido recoger las principales inquietudes, miedos y desafíos de los chicos y chicas de nuestro tiempo, logrando evidenciar así la gran profundidad y fina sensibilidad de las en-señanzas de San Juan Pablo. De este modo, como señala en el prólogo el Card. Stanislaw Rylko —quien acompañó de cerca a San Juan Pablo II en su preocupación por los jóvenes—, en esta obra «aparece así viva la figura del recordado Pontífice, hablando sobre todo a los jóvenes, pero también a todos aquellos que perciben la grandeza del llamado a una vida con Cristo» (p. 8).

De hecho, aunque el libro se encuentra principalmente dirigido a los jóvenes, resulta claro que las palabras del Santo Padre trascienden los límites de esta etapa cronológica de la vida. Al tocar aquellos aspectos que más caracterizan a la juventud, San Juan Pablo II fue capaz —como bien lo transmite esta obra— de dirigirse de igual modo a todo hombre y mujer, incluso a quienes se encuentran ya lejanos a esta etapa de la existencia, lo que hace de este libro una lectura provechosa también para personas de toda edad.

Uno de los aportes más valiosos del volumen, que no debe ser pasado por alto, es la estructura en la que se han ordenado los distintos capítulos. Se va presentando al lector un itinerario de encuentro consigo mismo, a partir de esa nostalgia de infinito que lleva al encuentro con Dios, y luego a un compromiso con la Iglesia y con la evangelización. Los temas, además, son al mismo tiempo atractivos y cuestionadores —como lo fue siempre el Papa Juan Pablo II al dirigirse a los jóvenes—, invitándolos a un compromiso cada vez mayor con Cristo y la Iglesia.

El valor evangelizador de esta obra es indudable. La reciente cano-nización de Juan Pablo II nos invita a poner por obra sus enseñanzas y aprender de su ejemplo, al mismo tiempo que es un aliciente en la her-mosa aventura de la vida cristiana.

Kenneth Pierce B.

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La reciente celebración del Año de la Fe ha sido una excelente ocasión para reafirmar nuestra identidad católica, fundada en lo que creemos y proclamamos. La identidad es lo que nos hace ser nosotros mismos, lo que nos diferencia de otros y nos da ese carácter tan particular que permite decir: «¡He allí un católico!». Y entre estos elementos identitarios de nuestra fe, las verdades sobre el purgatorio y la Santísima Virgen María constituyen aspectos fundamentales, que precisamente por ser cuestio-nados y discutidos adquieren una relevancia particular. Así pues, movido por las necesidades de los fieles, el p. Carlos Rosell presenta este escrito, ciertamente breve pero con hondura y densidad teológicas.

El autor, actual Rector de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, es al mismo tiempo profesor de Escatología, de allí su cercanía con la temática. El p. Rosell divide su libro en tres capítulos, establecien-do una secuencia teológica progresiva entre los mismos. El primero de ellos, «¿Existe el purgatorio?», expone con buenos argumentos la realidad de esta verdad de fe, destacando la metodología usada, que no es sola-mente la indicación de los loci que permitirían mostrar la existencia del purgatorio —método que obviamente también emplea el autor—, sino el señalar verdades de fe que “evidencian” —y se podría decir que “exi-gen”— la purificación ultraterrena. Aparece armoniosamente entrelazada la argumentación positiva (Escritura, Padres, liturgia) con la especulación teológica, teniendo como referencia y guía constante la enseñanza del magisterio de la Iglesia.

El segundo capítulo, «La comunión de los santos», profundiza en esta verdad de fe confesada en el Símbolo pero no siempre tomada en cuenta, y muestra su vinculación con la doctrina del purgatorio: «Debemos insistir en esta verdad: el purgatorio es un estado de la Iglesia donde gracias a la comunión que tiene con los santos que ven a Dios y los vivos que viven en la tierra, hay una comunicación de bienes espirituales que brotan de Cristo, cabeza de la Iglesia. Por ello, la doctrina del purgatorio nos condu-ce directamente a la verdad de la comunión de los santos» (pp. 45-46).

La Santísima Virgen María y el purgatorio Una relación cristocéntrica y eclesial

P. Carlos Rosell de AlmeidaPaulinas, Lima 2013, 111 pp.

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Comunión de los santos fundada en la eclesiología de comunión puesta de relieve por el Concilio Vaticano II y que el p. Rosell analiza siguiendo de cerca las magníficas enseñanzas de San Agustín y el testimonio de la liturgia.

El tema de la comunión es como el eje que vincula la doctrina sobre el purgatorio con la enseñanza católica acerca de María y su influjo sobre los fieles que pasan por la purificación después de la muerte. Ése es, en efecto, el tema del capítulo III, «María y el purgatorio». A la consabida objeción —de claro tono protestante— que argumenta que de María y su papel intercesor sobre los que están en el purgatorio no se dice nada en la Escritura, el p. Rosell va evidenciando cómo la Biblia muestra el papel de María como concreción de su peculiar relación con Jesucristo. Concretamente, la intercesión de María se sigue de su maternidad divina y de su maternidad espiritual, ambas realidades señaladas con claridad en Gál 4,4ss; Lc 1,43ss; Jn 19,25-27 y otros textos neotestamentarios. Si por expreso deseo de Cristo, María intercede por todos los hermanos de Jesús en la fe, entonces también intercede por aquellos que, terminada su peregrinación en este mundo, requieren de la purificación que culmine su existencia en el Cielo. En este capítulo es muy interesante y valioso el testimonio de los santos, que con sus enseñanzas constatan que la doctrina de María intercesora de quienes están en el purgatorio pertenece a la fe de la Iglesia. Así, San Pedro Damián, San Bernardo de Claraval, San Vicente Ferrer, San Alfonso María de Ligorio y muchos otros patentizan lo que afirma el autor, a lo que añade un atinado análisis de una de las prácticas devocionales más extendidas en la Iglesia, cual es la del uso del escapulario de la Virgen del Carmen.

El texto está escrito en un lenguaje sencillo y al mismo tiempo profun-do. Sin ser un libro de piedad, ofrece la necesaria fundamentación teoló-gica que es el mejor alimento para una piedad sólida, sobria y eclesial, en última instancia, para una auténtica piedad católica. Al mismo tiempo, es una magnífica invitación a tomar conciencia de las verdades de nuestra fe, y también a amar más y mejor a nuestra Madre, la Santísima Virgen María.

Gustavo Sánchez R.

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La así llamada New Age (Nueva Era) es uno de los fe-nómenos más complejos de nuestro tiempo. Complejo porque resulta difícil calificarla, a tal punto que no se sabe bien si debe denominársele “religiosidad”, “mís-tica” o “tendencia espiritual”. Y complejo, además, porque aparece como un desafío para la Iglesia católica debido al influjo y fascinación que ejerce entre no pocos de sus hijos. Ampliamente difun-dida y “propagandeada” por la música, el cine, la literatura y los medios de comunicación, que la presentan como una especie de solución a los problemas que el ser humano experimenta en el presente, la New Age invita a ser analizada y comprendida para dar cuenta de su naturaleza y contenidos, y de ese modo responder a los problemas que suscita.

Éste es el reto que asume el libro que reseñamos. Su autor, el p. Gonzalo Len, conocido estudioso de esta corriente, resalta que «la New Age es un fenómeno que se presenta como la alternativa global para los problemas y desafíos de nuestro tiempo, a los cuales —dicen sus partidarios— no han sabido dar respuesta ni el modelo racionalista ilustrado ni las religiones tradicionales (sobre todo el cristianismo)» (pp. 19-20). Constituye, pues, no sólo una crítica a la fe cristiana, sino además un intento de remplazarla, partiendo de la supuesta inutilidad del cristianismo para responder a los problemas espirituales de hoy. Todo lo anterior exige profundizar en lo pe-culiar de la New Age y, como decía San Ireneo, «desenmascarar y refutar» esta alternativa no sólo en lo que tiene de falso, sino también en el daño que puede hacer —y de hecho hace— a las personas.

El libro está dividido en tres capítulos. Previa a ellos, la Introducción nos sitúa ante el problema que significa la New Age y traza el recorrido que el autor va a seguir en el desarrollo de su obra. El primer capítulo, «Qué es la New Age», el más amplio de todo el libro, se adentra en el intrincado problema de dar una definición de esta corriente, cosa que el p. Len zanja presentando más bien las características que permiten identificarla. Luego de un somero recorrido histórico que nos informa sobre sus orígenes y representantes más destacados, tanto personas como

New Age El desafío

P. Gonzalo LenBarcelona, Stella Maris 2014, 223 pp.

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instituciones, el p. Len ofrece una serie de rasgos propios de esta co-rriente: milenarismo, relativismo, ecologismo, misticismo y egocentrismo, elementos que reflejan el nuevo paradigma encarnado por la New Age. Entre los fundamentos que muestra (y que con dudas podrían llamarse “religiosos”) están el gnosticismo —más como actitud que como conteni-do—, el recurso a las prácticas orientales, la psicología “transpersonal” y el nuevo modo de entender lo que es persona, las terapias alternativas, la meditación, la reencarnación, etc.

En el segundo capítulo, «Una mirada crítica a la New Age», el autor realiza un cuestionamiento desde la fe cristiana a las supuestas “bondades” de lo que propone este fenómeno, concluyendo que sus contenidos no tienen nada —o en el mejor de los casos, poquísimo— de cristiano, y más bien «hay una radical incompatibilidad entre la New Age y la fe de la Iglesia. No es posible ser cristiano y newager» (p. 140, cursivas en el original).

Finalmente, el capítulo tercero, «Los desafíos que presenta la New Age», responde a cuestiones que podrían verse como objeciones favora-bles a esta corriente, como por ejemplo: si es algo negativo, ¿por qué atrae tanto? En realidad, en el hombre hay un anhelo de Dios, una nostalgia de Infinito que busca ser saciada, y en ese sentido la New Age no es más que un sucedáneo del Agua viva que es la única que puede saciar la sed del ser humano, es decir, Jesús nuestro Señor. Y como sucedáneo que es —dice el p. Len— no es más que una mentira (ver p. 161). A lo que se añade, además, que es anticatólica, aunque aparezca y parezca muy respetuosa de otras religiones.

Dos cuestiones metodológicas son muy de alabar en este libro. La primera es que el desarrollo de los capítulos es encabezado por una serie de preguntas, que facilitan la lectura proponiendo una especie de diálogo con el lector, y ello hace la exposición muy fluida. La segunda cuestión es el glosario presentado al final de la obra con los términos más usados por la New Age y que es una gran ayuda, porque permite comprender con-cretamente lo que estos grupos proponen y por qué en muchos casos sus terapias y doctrinas son no sólo malas, sino incluso ridículas. En resumen, se trata de un libro muy valioso y una oportuna ayuda para responder a uno de los desafíos más urgentes de la nueva evangelización a la que somos convocados.

Gustavo Sánchez R.

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Como lo señala el título y el autor recalca, esta obra contiene un aporte invaluable no por su originalidad, sino por ser una especie de gran “apunte” filosófico que acerca al lector elementos fundamentales respecto al tema polémico de la equiparación entre el matrimonio y la unión legal entre personas del mismo sexo. En ese sentido, enfrenta el desafío de no sólo ir contra la corriente, sino además intentar demostrar lo evidente. Evidencia que, lamentablemente, hoy en día es cada vez más oscura por las ideologías de moda.

Así pues, con una explicitada caridad y misericordia, tal como lo exige el Evangelio, el profesor Levermann aborda con agudeza, valiosa capacidad sintética y riqueza de diversidad, los ángulos más significativos del debate en cuestión.

La obra consta de dos partes. La primera sintetiza los principales argumentos a favor de la definición del matrimonio como institución natural, como son: 1) el dato revelado de la creación del hombre como “varón y mujer”, fruto de la sabiduría de Dios; 2) un dato antropológico fundamental: el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es decir, es persona. Tanto el hombre como la mujer conservan su unicidad y en ese sentido se complementan como tales; 3) la superioridad del alma sobre el cuerpo, dato solidario a la defensa de la institución na-tural del matrimonio, concluyendo que es una aberración pretender que la sexualidad es una “construcción cultural”; 4) la esterilidad en la relación homosexual como muestra de la pérdida de sentido de las referencias fundamentales; 5) la pareja y la familia se basan en la diferencia sexual, cuya polaridad complementaria resulta esencial; 6) la pretensión de la unión homosexual es marcadamente dualista, pues la dimensión biológica no encuentra correlato en la anímica y viceversa; 7) «el matrimonio es una institución natural en la que el hombre ingresa libremente aunque no puede determinar libremente la naturaleza de esa sociedad conyugal que le es preexistente»; 8) la unión de dos personas del mismo sexo es una

Apuntes en defensa del matrimonio Crítica de los fundamentos de la unión legal entre personas del mismo sexo

Juan Andrés LevermannAntiprattein Libros, Buenos Aires 2012, 204 pp.

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grave falta moral, sobre todo a la luz de la naturaleza genuina del auténtico matrimonio; 9) la vida matrimonial supone la madurez sexual y personal de ambas personas, siendo la condición de varón y mujer de naturaleza constitutiva en el ser humano y por lo tanto no puede reemplazarse por una “actuación”; 10) «los hijos tienen derecho a tener padre y madre y que ellos sean varón y mujer»; 11) el rol indispensable del matrimonio en la supervivencia de la especie humana; 12) desarma el argumento de pretendida “discriminación” frente a los homosexuales; 13) la falacia de buscar un argumento “definitivo” de la validez de la posición tradicional por parte de los que pretenden el supuesto “matrimonio” homosexual, pues no se trata de una cuestión matemática exacta, sino más bien de una cuestión humana y, por tanto, misteriosa; 14) cuando se etiqueta como “medievales” o “prehistóricos” a quienes defienden la verdadera institu-ción del matrimonio, se trasluce una visión ideológica de la modernidad y del progresismo, como si la demolición de lo bueno de la tradición fuera parte del estar “actualizado”; 15) por último, lo que la Iglesia defiende no es sólo el matrimonio sacramental, sino también el matrimonio como institución natural.

La segunda parte, más extensa por cierto, abarca once capítulos en los que desarrolla aspectos filosóficos y sociológicos de la cuestión, presenta algunos fundamentos psiquiátricos y psicológicos para rechazar el matri-monio homosexual y ofrece un análisis crítico del Kinsey Report. Allí tam-bién reúne algunos textos bíblicos relativos a la homosexualidad, aborda el tema del sexo y la desacralización, hace una breve referencia histórica al amor en Grecia y llama la atención sobre la exclusión de la religión en el debate de la ley. En esta misma sección revisa el celibato, preguntándose si puede ser considerado tan antinatural como la homosexualidad.

Por último el libro cuenta con un breve anexo en el que se recoge un texto clave de Hegel en el que se resalta el concepto de “inversión” de los valores y el consecuente caos tanto a nivel filosófico y político como incluso teológico. Bajo esta influencia funesta el orden natural se ha visto erosionado y si hoy «se pueden hacer planteos de inversión radical del matrimonio y de la realidad sexual» —afirma el autor—, «ello es posible porque preexistía un humus propicio» que debe ser buscado en el pensa-miento hegeliano.

Sin duda, la obra de Juan Andrés Levermann es un excelente aporte para el debate serio y alturado de una problemática que toca las fibras más sensibles de la visión del ser humano y de la realidad que lo circunda, como es el matrimonio y la familia, núcleo básico de la sociedad.

Oscar Tokumura T.

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Para nadie es noticia que el deporte viene siendo una de las actividades más difundidas de nuestro tiempo. Muchísimas personas se dedican día a día a practicar su deporte favorito y otras tantas pasan su tiempo ya sea asistiendo a eventos deportivos, ya sea siguiéndo-los por televisión o Internet. La actividad física se está transformando para muchos en un medio de relaja-ción, de alcanzar salud, de entretenimiento y de buscar una paz interior. Lo que sí puede ser noticia, sin embargo, es que el deporte está relacio-nado con la vida cristiana y que la Iglesia tiene mucho que decir sobre él.

Es eso precisamente lo que pretende el libro Esporte e compromisso cristão (Deporte y compromiso cristiano) —publicado ahora en portugués, pero aparecido en una primera versión en castellano en las páginas de esta revista («VE» n. 70)—, en el que el teólogo y pedagogo brasileño Alexandre Borges de Magalhães da cuenta de la relación que existe entre el deporte y el compromiso cristiano. Como el mismo autor explica, con esta obra busca tres objetivos: exponer el aporte de la fe cristiana a la prác-tica deportiva; mostrar la necesidad de generar más instancias pastorales ligadas al deporte; y dar a conocer sus reflexiones personales fruto de su experiencia deportiva y como conferencista.

En el primer capítulo sustenta de manera general el interés que tiene la Iglesia por la práctica deportiva, destacando que —en palabras de San Juan Pablo II— es «uno de los puntos neurálgicos de la cultura contem-poránea y frontera de la nueva evangelización». Y es que «la Iglesia se interesa por la práctica deportiva porque antes que nada se interesa por el bienestar físico y espiritual del ser humano, porque lo concibe como una unidad bio-psico-espiritual» (p. 40). La vocación propia de la Iglesia consiste en transmitir la Buena Nueva del Evangelio, por lo que el deporte debe ser un campo de apostolado muy significativo hoy en día, debido a su importancia en la cultura actual.

El siguiente capítulo ilumina el deporte a partir de la Sagrada Escritura. Lugar destacado ocupan las cartas del Apóstol San Pablo, donde exhorta a los cristianos a correr como los atletas, quienes «se privan de todo; y eso

Esporte e compromisso cristão

Alexandre Borges de MagalhãesSantuário, Aparecida 2013, 80 pp.

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¡por una corona incorruptible! Nosotros, en cambio, por una incorrupti-ble» (1Cor 9,25), y donde recuerda que el cuerpo es templo del Espíritu (ver 1Cor 6,19). Así, «el cuerpo, lejos de ser un obstáculo para que el ser humano llegue a su máxima realización y plenitud, debe convertirse en un medio para ello, pues está llamado a ser ámbito de gloria divina» (p. 45). Finalmente, señala el autor que el Señor Jesús es presentado en el Evangelio como una persona fuerte, de una excelente condición física, puesto que pudo soportar las exigencias de su ministerio.

Más adelante, en el tercer capítulo, se pasa revista a las principa-les enseñanzas del Magisterio sobre el deporte, desde San Pío X hasta nuestros días. Se evidencia así la aproximación positiva que han tenido y tienen los Papas frente al deporte y su capacidad de educar en virtudes y valores.

Con estos presupuestos, Alexandre Borges propone algunas analogías del deporte con la vida cristiana. En primer lugar, invita a reflexionar en cómo la práctica deportiva puede ayudar al hombre contemporáneo a vencer la falta de capacidad de sacrificio mediante el esfuerzo y la dis-ciplina. Destaca también que el deporte, al tener reglas objetivas, educa a la persona que quiere aprender a seguir el Plan de Dios, pero que no es ajena al subjetivismo imperante que pone al sujeto como dueño de la verdad. La última analogía que formula es que en los deportes colectivos es fundamental trabajar en equipo. Del mismo modo, en la Iglesia somos todos un Cuerpo; cada uno ocupa un lugar diferente, pero cada cual es importante y debe cumplir con su misión para triunfar.

En el quinto capítulo el autor presenta una serie de peligros y amena-zas a la práctica deportiva que hoy, lamentablemente, están muy difundi-dos. Entre ellos señala: el exceso de comercialización, el culto al cuerpo, la relegación del Domingo como día del Señor y la violencia.

El libro termina con una serie de conclusiones y recomendaciones pastorales. Además de señalar que es necesario dar a conocer la riqueza que tiene la Iglesia en relación con el deporte, propone que es necesario que las personas que están llevando a cabo iniciativas de pastoral depor-tiva compartan más sus experiencias. Por otro lado, considera oportuno que se formen nuevos agentes pastorales. En este marco, sugiere que la participación de los laicos en este ámbito apostólico es fundamental, pues-to que es un campo que les es propio. Finalmente, el autor sostiene que las capellanías en las instituciones deportivas son un medio muy importante para llegar a los deportistas. Para ello, tiene que haber sacerdotes bien for-mados y que los mismos deportistas y personas ligadas a las instituciones evangelicen a sus pares.

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Se trata, pues, de un librito muy sugerente con valiosos aportes para entender la práctica deportiva en clave de fe, buscando evangelizar la cultura del mundo actual. Propone una visión eminentemente positiva del deporte, aunque sin ocultar los peligros que entraña.

Juan Andrés Zenteno

Rezar no es algo fácil. Si bien todo cristiano sabe que la oración es esencial para mantener una relación fe-cunda con Dios, ciertamente a lo largo de su vida ha ido descubriendo las dificultades que se experimentan para que la oración sea realmente un encuentro con el Señor. «La oración no se debe dar por descontada; hace falta aprender a orar, casi adquiriendo siempre de nuevo ese arte; incluso quienes van muy adelantados en la vida espiritual sienten siempre la necesidad de entrar en la escuela de Jesús, para aprender a orar con autenticidad», nos enseñaba el Papa Benedicto XVI (Catequesis, 4/5/2011).

El sacerdote sodálite Jaime Baertl, tras largos años de consejería espiri-tual y experiencia pastoral, ha constatado que en la oración, «tan importante o más que compartirle a Dios nuestras alegrías y dolores, nuestras preocu-paciones y anhelos, es aprender a escuchar lo que Él nos quiere decir» (p. 6). Pero eso no es sencillo a causa del bullicio y el ruido en el que vivimos hoy en día. Además, nos dice el autor, «en nuestro deseo de escuchar al Señor que sale a nuestro encuentro no siempre tenemos la seguridad de que los pensamientos o experiencias interiores que nos vienen a la mente y al corazón provienen de Él» (p. 6). Muchas veces el orante no encuentra las palabras adecuadas, y la oración se vuelve ardua, subjetiva o simplemente fría. Ante esa situación, el p. Baertl ha publicado esta pequeña obra, que permitirá al lector no sólo escuchar al Señor en la oración, sino también rezar con las palabras adecuadas, previamente elegidas en la Sagrada Escritura.

No se trata, sin embargo, de una simple selección de textos de la Biblia. Viene a ser, antes bien, un libro de oraciones que reproducen la

«Estoy a la puerta... Escúchame» Oraciones para el encuentro con el Señor

P. Jaime BaertlVida y Espiritualidad, Lima 2014, 159 pp.

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voz de Dios mismo. En efecto, la Palabra divina viene a ser el mejor medio por el cual el hombre y la mujer orantes son introducidos en el coloquio con el Señor. «Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él» (Benedicto XVI, Verbum Domini, 24). Basta pensar en los Salmos y en los diversos himnos transmitidos en la Sagrada Escritura. En ellos, las palabras que los hombres han dirigido a Dios se han vuelto también Palabra de Dios. Y como la Palabra divina se ha revelado plenamente en la perso-na del Verbo Encarnado, se percibe en la obra del p. Baertl la unidad de la Sagrada Escritura en torno al Señor Jesús. Es decir, que si bien los textos citados en cada capítulo son de diversos libros de la Biblia, todos ellos guardan una profunda unidad y sintonía puesto que son realidad en Cristo, que invita al lector a que viva iluminado por Él, la Palabra Viva.

Escuchar la Palabra es escuchar a Jesucristo. El Papa Francisco advierte que «cuando no rezamos, lo que hacemos es cerrar la puerta al Señor. Y no rezar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que no pueda hacer nada. En cambio, la oración, ante un problema, una situación difícil, una calamidad, es abrir la puerta al Señor para que venga... para que pueda hacer algo» (Homilía, 8/10/2013).

Todo cristiano debe rezar, y en toda circunstancia. La selección de pasajes bíblicos de esta obra abarca más de sesenta temas, todos ellos muy existenciales, de modo que ante muchas situaciones el lector podrá encontrar un medio para abrir la puerta de su corazón al Señor en la oración y escuchar lo que Él le quiere decir.

Por el estilo de la redacción, que se vale de la paráfrasis cuando el texto no es citado literalmente, el lector experimenta siempre la voz de Dios mismo que le habla en primera persona, como en un diálogo cercano y familiar. Además, el formato pequeño de la presente edición favorece ese propósito: el libro puede ser llevado fácilmente, y ser utilizado tanto en el hogar como en el trabajo, tanto en las visitas al Santísimo Sacramento como en un posible viaje.

«Estoy a la puerta… Escúchame» constituye un valioso instrumento para la vida espiritual de todo cristiano que se quiere dejar interpelar por la Palabra divina. Al lector no le toca más que abrir el oído y el cora-zón, ejercitarse en la escucha y en la acogida de lo que Dios le quiere comunicar, y como Santa María, guardar y meditar sobre las profundas experiencias vividas con su Hijo (ver Lc 2,19.51). Escuchando la voz del Buen Pastor, el cristiano descubre sus divinos pensamientos y planes, se abre a su amor, y se deja conducir al gozo y a la paz que sólo Él puede dar.

Ricardo Braz

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