VIYI

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1 Nikolai gogol

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Cuento gótico

Transcript of VIYI

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    Nikolai gogol

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    Esta leyenda es la que les contar ahora tal como la he odo, intentando hasta donde me

    sea posible no cambiar nada de la ingenua sencillez con que la escuch contar.

    Cuando por las maanas tocaba la sonora campana que colgaba sobre la puerta cochera

    del seminario de Kiev, todos los estudiantes y los seminaristas acudan en tropel desde

    los distintos barrios de la ciudad. Aquel monasterio tena alumnos de todas las clases:

    gramticos, retricos, filsofos y telogos, llamados as segn el nombre del curso en

    que estaban. Todos llevaban libros y cuadernos. Los gramticos, que correspondan a

    las clases elementales, eran en su mayor parte chiquillos; siempre entraban corriendo,

    dndose empujones, y gritando con sus voces atipladas. Iban muy mal vestidos, y en los

    bolsillos de sus muy harapientos trajes llevaban todo tipo de frusleras, como silbatos de

    pluma hechos por ellos mismos, huesos de cordero con las que jugaban muy a menudo

    a la taba, restos de empanadas o de cualquier otro alimento, y algn infeliz gorrin que

    muchas veces, de manera inesperada, rompa con su piar el silencio de la clase, siendo la

    causa de que su dueo recibiera un severo castigo, ya en forma de palmetazos, o de

    unos buenos azotes con una vara de cerezo.

    Los retricos eran un poco mayores que los gramticos, y vestan de un modo ms

    decente, puesto que llevaban trajes en mejor estado y a veces muy limpios. Sin

    embargo, sus rostros no carecan de adornos en forma de smbolo victorioso, ya fuera

    un ojo morado, algunos araazos o algunos hinchazones de la misma procedencia. Las

    voces de los retricos eran ya ms de tenores.

    Por lo que respecta a los filsofos, hablaban con voz de bajo. En sus bolsillos

    solamente se poda encontrar tabaco, pues no solan guardar restos de alimentos, ya que

    se los coman vidamente en cuanto los tenan a su alcance. De ellos emanaba un olor

    caracterstico a pipa y aguardiente; era un olor que se notaba desde tal distancia que los

    artesanos, cuando se cruzaban con ellos, olfateaban de igual modo que los perros de

    caza. En aquella hora tan temprana comenzaban a abrirse las puertas del mercado, y las

    vendedoras de buuelos, de panecillos y toda clase de golosinas, jalaban a los

    estudiantes del vestido; como es de suponer, importunaban ms a los que iban mejor

    vestidos.

    Seoritos, seoritos, vengan aqu! Vean qu ricos buuelos, qu tortas, qu pasteles!

    Son de miel! Una delicia! Yo misma los he hecho! pregonaba una de aquellas

    vendedoras.

    Aqu estn los buenos caramelos! exclamaba otra, ofreciendo algo parecido a lo que

    pregonaba.

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    No le haga caso, seorito intervena una tercera. No le compre nada a esa

    mujerzuela. Fjese usted en sus manos sucias y en su nariz manchada. Venga aqu,

    seorito!

    Claro que estas bravatas slo las dirigan a los ms pequeos. No se atrevan con los

    filsofos ni con los telogos, que slo se acercaban a probar" la mercanca, lo que por

    cierto lo hacan a manos llenas, sin el menor escrpulo. Al entrar en el seminario cada

    uno se diriga a su saln de clase. Eran aulas amplias, de techo bajo, pequeas ventanas,

    grandes puertas y bancos llenos de manchas y marcas. En seguida se animaban con un

    extrao murmullo, y los estudiantes de aos superiores comenzaban a preguntar a los

    alumnos. Por un lado, algunas vidrieras vibraban por la voz de tiple de un gramtico;

    por otra, vibraban por la voz de bajo de un filsofo o de un telogo que llenaba la clase

    con su montono "bu, bu, bu...", al mismo tiempo que el cuidador, escuchando con

    indolencia la tarea, miraba de reojo para ver si algo asomaba por debajo de la mesa del

    bolsillo del alumno; un pedazo de buuelo, de empanadilla, o de un simple panecillo.

    En las ocasiones en que todo aquel ilustre alumnado llegaba a las clases ante que sus

    maestros o saba que comparecan ms tarde de lo normal, se entablaba en las aulas un

    combate general en el que intervenan no slo la totalidad de los estudiantes, sino

    tambin los mismos cuidadores, a los que se supona encargados de garantizar en el

    seminario el orden y la moral de los estudiantes. Casi siempre eran dos telogos los que

    se dedicaban a organizar los combates, resolviendo si cada clase peleaba por su cuenta o

    s el combate se hara en dos grupos: los mayores contra los menores, los colegiales

    contra los seminaristas.

    Los gramticos eran siempre los que iniciaban la lucha, pero apenas entraban en accin

    los retricos, abandonaban el campo y se limitaban a seguir la pelea como simples

    espectadores desde algn sitio elevado. Despus entraban a la batalla los filsofos, en

    cuyos rostros apuntaba ya la barba, y finalmente los telogos, de cuellos fuertes y

    musculosos como los de un toro, que llevaban pantaln bombacho. Por regla general el

    combate conclua con la derrota de los filsofos, quienes abandonaban el campo

    frotndose sus adoloridas espaldas, para ir a refugiarse en su saln y sentarse en sus

    bancos a reponer fuerzas.

    Cuando entraba el maestro, que en su juventud tambin haba participado en iguales

    peleas, en seguida deduca por las caras de los alumnos que el combate haba sido

    tremebundo, y de inmediato proceda a castigarlos dndoles a los filsofos palmetazos

    en los dedos, mientras en otro saln un colega golpeaba a los retricos en la palma de

    las manos. A los telogos se les daba un tratamiento diferente: reciban una buena

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    racin de guisantes, que as llamaban a los ltigos que en la punta tenan bolitas de

    cuero.

    Los das festivos casi todos los estudiantes los pasaban en distintos antros de la ciudad,

    divirtiendo al pblico con representaciones no siempre muy convenientes, en las que

    aparecan personajes como Herodas o Pentefra, la virtuosa esposa de algn faran.

    Por esos trabajos reciban un saco de mijo, medio ganso asado o unos cuantos metros

    de tela. Toda aquella docta gente, tanto los del colegio como los del seminario, que

    convivan en un tradicional ambiente de implacable antagonismo, era tan pobre que

    careca de medios para alimentarse como es debido, y, en cambio, posea un hambre

    feroz, no siendo posible, por lo tanto, calcular la cantidad de panecillos, buuelos, o

    cualquier otra clase de alimento que seran capaces de comerse en un slo da. De ah

    que muchas veces la generosidad de algunos mecenas no fuera suficiente para evitar

    que soportaran un hambre canina.

    Cuando se encontraban en tal apuro se reuna el senado, compuesto de telogos y

    filsofos, y decidan enviar varios grupos de retricos y gramticos, capitaneados por

    un filsofo y provistos todos de sus correspondientes bolsas, a hacer una incursin por

    los huertos prximos, y cuando regresaban, abundaban los pepinos, las calabazas y

    otras muchas hortalizas. Los senadores se hinchaban hasta tal punto de melones y

    sandas, que los profesores notaban ruidos anormales al da siguiente, los que provenan

    de las saturadas panzas de aquellos senadores. Tanto los busarcos como los

    seminaristas usaban unas levitas tan largas que al caminar casi se las pisaban. No

    obstante, lo ms curioso de la vida de los discpulos eran las vacaciones, es decir, el

    tiempo que transcurre desde el mes de junio hasta el final del verano. Al llegar estas

    fechas los seminaristas regresaban a sus casas y los caminos se llenaban de telogos,

    filsofos, retricos y gramticos. Los que no tenan familia se las arreglaban para pasar

    el verano en la casa de alguno de sus compaeros. Los telogos y los filsofos, cuyos

    procedimientos e instruccin eran ms elevados, se valan de ello para pasar las

    vacaciones como preceptores en la casa de alguna familia adinerada, recibiendo como

    remuneracin final un par de zapatos o una levita nueva.

    Todos salan juntos del seminario en tumultuoso tropel; coman y dorman en pleno

    campo y llevaban un saco como todo equipaje; dentro de l haba una camisa y unos

    cuantos pares de calcetines. Los telogos economizaban ms que sus compaeros, por

    lo que andaban descalzos y con las botas al hombro, sobre todo si el camino era

    pantanoso; en este caso se suban los pantalones hasta las rodillas y caminaban as a

    travs de los caminos llenos de lodo. Si durante su larga caminata encontraban alguna

    finca, iban hasta ella, se situaban debajo de las ventanas y entonaban una cancin.

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    Generalmente el propietario, que por lo comn era un cosaco o un terrateniente, los

    escuchaba conmovido y despus le deca a su esposa:

    Oye, mujer, no tengo la menor duda de que eso que han cantado debe ser algo muy

    sabio. Dales algo de comer.

    Los sacos de los seminaristas se llenaban entonces de tocino, empanadas, incluso pollos

    asados, sin tener en cuenta que en los sacos haba camisas y calcetines. Reforzados as

    de provisiones, reanudaban su camino. El tropel iba disminuyendo poco a poco, hasta

    que slo quedaban los estudiantes cuyos hogares estaban ms lejos. En una de estas

    ocasiones, durante una peregrinacin de este tipo, tres busarcos se extraviaron al salirse

    de la carretera principal, y despus de una larga caminata encontraron una apartada

    finca, a donde se dirigieron en busca de alimentos. Los sacos los tenan totalmente

    vacos, y desde haca bastante tiempo no probaban bocado. Los tres compaeros eran

    el telogo Khaliava, el filsofo Jom Brut y el retrico Tiberi Gorobez.

    El telogo era un muchacho de anchos hombros, fuerte, y con una costumbre bastante

    extraa; le era imposible ver cualquier cosa que tuviera al alcance de su mano sin

    metrsela al bolsillo. Se mostraba siempre taciturno y hurao, en especial cuando beba

    ms de la cuenta: entonces se esconda entre los matorrales, y era casi imposible que sus

    compaeros lo encontrasen. Jom Brut, por el contrario, tena un carcter alegre y

    afable. Le gustaba mucho fumar en pipa, y cuando se emborrachaba invitaba a los

    msicos y se pona a bailar. En el seminario perteneca al grupo que probaba a menudo

    una buena racin de guisantes, pero lo soportaba estoicamente, diciendo que nadie

    puede evitar lo que tiene predestinado.

    El retrico Tiberi Gorobez todava no alcanzaba el permiso para beber aguardiente,

    fumar en pipa y tener bigote. An llevaba el oseledez (una trenza en medio de la cabeza

    afeitada) y se consideraba que su carcter no estaba formado, a pesar de que por los

    cardenales y moretones con que apareca en las clases, prometa ser un buen cosaco. El

    telogo Khaliava y el filsofo Jom Brut le daban frecuentemente unas buenas palizas

    como prueba de su proteccin, y lo utilizaban como mensajero. Comenzaba a oscurecer

    cuando los tres estudiantes se alejaron de la carretera principal. El sol haba

    desaparecido en el horizonte y el aire conservaba todava su calor estival. El telogo y el

    filsofo fumaban sus pipas y Tiberi se dedicaba a tronchar con el bastn las flores que

    bordeaban el sendero, el cual serpenteaba entre los nogales y los robles que cubran la

    llanura y su monotona solo era rota por alguna colina redonda como las cpulas de las

    iglesias. Algunos terrenos sembrados de trigo indicaban que en las cercanas haba

    alguna aldea o por lo menos una hacienda.

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    Pero ya llevaban ms de media hora caminando sin ver seales de algn pueblo.

    Entretanto, la noche haba avanzado con tal rapidez que nicamente se vea en la lejana

    una estrecha franja de cielo iluminada por una dbil luz crepuscular.

    Qu extrao es todo esto! dijo el filsofo Jom Brut. Me imagin que estbamos

    cerca de una finca o de una aldea, pero no se ve nada que se lo parezca.

    El telogo, al escuchar a su compaero, mir hacia el horizonte, y sigui fumando

    tranquilamente.

    Al rato el filsofo sentenci:

    Jurara por todos los demonios que no hay nada a la vista que parezca una aldea.

    Ahora el telogo respondi secamente sin quitarse la pipa de la boca:

    Si seguimos caminando, a algn sitio llegaremos.

    La noche haba cerrado ya por completo; debe decirse que era una de las ms oscuras, y

    las nubes, apiadas en el cielo, no daban la menor esperanza de que brillara la luna o las

    estrellas. Slo en ese momento los tres compaeros reconocieron haber perdido el

    camino y estar totalmente perdidos. El filsofo, despus de mirar detenidamente

    alrededor, dijo:

    No logro ver el camino.

    Al cabo de un rato, como si lo hubiera estado pensando, el telogo repuso:

    Es muy fcil perderlo en una noche tan oscura como esta.

    El retrico subi a una pequea cuesta con el fin de encontrarlo, pero a pesar de que se

    puso a gatas buscando con mucho cuidado, sus manos slo tropezaban con

    madrigueras de zorros o con arbustos. Se hallaban en medio de la inmensa estepa, por

    donde pareca que jams hubiera pasado alguien. Cansados, caminaron otras leguas

    ms, sin encontrar las huellas del camino. El filsofo comenz a lanzar gritos, pero su

    voz se perda en la inmensa llanura. Al cabo de un rato oyeron un lejano gemido muy

    parecido al aullido de un lobo.

    Qu vamos a hacer ahora? pregunt el filsofo.

    Qu otra cosa podemos hacer si no es pasar la noche en medio del campo? contest

    el telogo, volviendo a encender su pipa.

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    Pero su decisin no fue del agrado del filosofo, acostumbrado a comer cuando menos

    un buen pedazo de tocino y medio kilo de pan antes de acostarse; ahora tena el

    estmago terriblemente vaco y haciendo toda clase de ruidos. Por otra parte, a pesar de

    su carcter alegre, estaba aterrado por su miedo a los lobos.

    No, amigo Khaliavna; eso no es posible repuso. No estoy de acuerdo en que nos

    tumbemos en el suelo como si furamos perros sin comer algo antes. Sigamos un poco

    ms y tal vez encontremos alguna finca en la que podamos beber un vaso de vino antes

    de dormirnos.

    Al or la palabra vino, el telogo, escupiendo, dijo:

    Por supuesto, eso es lo que necesitamos. Resulta muy despreciable pasar la noche en

    medio del campo.

    Y los tres siguieron andando. Por suerte para ellos, no transcurri mucho tiempo antes

    de que oyeran el lejano ladrido de unos perros, y dirigindose hacia all no tardaron en

    ver unas luces.

    Una finca, les juro que es una finca! grit el filsofo.

    Y lo era. Ante ellos haba una finca de slo dos casitas, rodeada toda ella por una cerca.

    Las ventanas tenan luz y frente a ellas haba una docena de melocotoneros y un patio

    lleno de carros, que los tres viajeros miraron a travs de las estacas de la cerca. Mientras

    tanto, el cielo se haba despejado un poco y se vean brillar algunas estrellas.

    Tenemos que avivarnos, compaeros, y sea como sea conseguir un lugar donde pasar

    la noche orden el filsofo.

    Acto seguido los doctos varones llamaron a la puerta, golpendola con todas sus

    fuerzas.

    Eh, abran, abran!

    Al abrirse la puerta de una de las casitas, vieron parada en el umbral una vieja envuelta

    en un grueso abrigo.

    Quin anda ah? pregunt tosiendo.

    -Somos tres caminantes que en esta noche tan oscura no hemos perdido. Djenos

    entrar. Slo queremos pasar aqu la noche.

    Pero quines son? volvi a preguntar la anciana.

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    Gente de paz y honrada: el telogo Khaliava, el filsofo Brut y el retrico Gorobez;

    No, no es posible refunfu la vieja; el patio est lleno de gente y todos los rincones

    de la casa estn ocupados. No me queda sitio donde se puedan meter, y al ser los tres

    tan grandes podran derrumbarme la casa. Adems s que todos los colegiales son unos

    borrachos y no quiero recibir a esa clase de gente. De modo que fuera de aqu!

    Por Dios, abuelita, ten piedad de nosotros. No dejes morir a unos buenos cristianos

    libres de toda culpa. Que nos castigue Dios si hacemos algo malo.

    La anciana pareci conmoverse un poco, y despus de un rato les dijo:

    Bueno, est bien, los dejar entrar. Pero que conste que los separar y los pondr en

    distintos sitios para as estar ms tranquila.

    Haz lo que creas mejor. T mandas y nosotros te obedecemos.

    Les abri el portn del cerco y los tres colegiales entraron en el patio.

    Escucha, abuela dijo el filsofo desde atrs de la anciana; no s cmo explicarlo, pero

    sucede que a nuestros estmagos les ocurre algo muy raro. Desde ayer no hemos

    probado el menor bocado, y ellos se han dedicado a hacer ruidos y parecen estar

    completamente vacos...

    Eso ya es mucho pedir gru la vieja. No hay nada preparado y no me voy a poner a

    estas horas a prender el horno.

    Nosotros te lo pagaramos maana en dinero constante y sonante dijo el filsofo,

    aadiendo en voz baja: "Te juro que nada recibirs, vieja del cuerno.

    Est bien, est bien, pasen, pero confrmense con lo que se les da y despus que el

    diablo se los lleve.

    Sus palabras entristecieron al filsofo Jom, pero de repente se anim grandemente

    pues su fino olfato haba percibido olor a pescado salado. Inquieto mir por todos

    lados y de pronto vio salir la cola de un pescado por uno de los bolsillos del anchsimo

    pantaln del telogo. Al astuto Khaliava le habra sobrado tiempo y ocasin para

    extraer de un carro del patio una magnfica parca. Y como eso lo haba hecho siguiendo

    su inveterada costumbre, se olvid de l y se puso a buscar algo que poder meterse al

    otro bolsillo, aunque slo fuese un trozo de rueda abandonada. Y conociendo esa

    distraccin, el filsofo Jom pudo sacarle el pescado del bolsillo sin el menor

    remordimiento y tan fcil como si hubiera sido unos de sus propios bolsillos. La vieja

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    fue enseando a cada uno su lugar; al ms joven lo meti en una casucha; al telogo en

    una despensa, y al filsofo, llevndolo al corral, en uno de los establos.

    Apenas qued solo, el filosofo se trag con un gran gusto la parca, revis casi en

    oscuras las paredes del establo y le dio una patada a un cerdo que se haba despertado y

    que andaba perezosamente. El muchacho se haba echado ya sobre la paja tratando de

    dormir, cuando se abri la puerta y apareci la vieja.

    Tolsti, aunque incluy El Viyi en las lecturas recomendables entre los 14 y los 20 aos,

    lo calific como uno de esos textos que causan una impresin enorme. Muchos aos

    despus, el crtico norteamericano Edmund Wilson, calific a Ggol como el ms

    grande escritor de cuentos que son a la vez de horror y de problemas psquicos o

    morales (comparndolo con Poe, Hawthorne y Melville), y calific a El Viyi como un

    cuento de vampiros, uno de los ms terrorficos especmenes de su clase jams escrito.

    Qu buscas, abuelita? le pregunt sorprendido el filsofo.

    Como nica respuesta, la vieja, abriendo los brazos se acerc a l con claras intenciones

    con un ademn que descubra claramente sus intenciones sexuales.

    yeme, abuelita dijo el filsofo rechazndola, estamos en la Santa Cuaresma, y,

    aunque me entregaran mil monedas de oro, no sera capaz de cometer un pecado.

    Pero el brillo de los ojos de aquella vieja demostraba que su explicacin no la detendra.

    El filsofo sinti miedo.

    Mrchate! grit. Vete de aqu y djame en paz!

    Y al decir esto se levant de un salto a fin de escapar del establo, pero la vieja le cerraba

    el paso. Intent atropellarla con su carrera, y de pronto sinti aterrorizado pues ni sus

    brazos ni sus pies le obedecan; incluso la voz se le ahogaba en la garganta. El corazn

    le lata con tal fuerza que pareca a punto de estallarle dentro del pecho.

    Se qued asombrado y en el acto vio que la vieja coga una escoba a manera de ltigo;

    despus le salt a los hombros y lo oblig a llevarla como si fuese un caballo. Todo esto

    ocurri con la rapidez del rayo. El filsofo se sujet las rodillas intentando detener sus

    piernas, pero result intil: no le obedecan, y comenzaron a saltar y a correr a la misma

    velocidad que el mejor caballo circasiano. En menos tiempo del que se tarda en decirlo,

    se hallaron en el exterior de la finca; despus galoparon a campo abierto y luego por un

    bosque tan negro como el carbn. Slo entonces entendi lo que le suceda: estaba en

    poder de una bruja!

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    Apareci la luna, y con su plateada y misteriosa luz comenz a iluminar la campia,

    apareciendo ante sus ojos los bosques, el campo, las colinas, como paisajes de sueos.

    Las sombras que los arbustos y los rboles proyectaban parecan colas de negros

    cometas abalanzndose sobre la tierra. Pero lo ms sorprendente era que el filsofo no

    notaba el azote del viento, como habra sido lgico sentirlo dada su fuerza. La noche

    era clida, casi asfixiante. Jom Brut, al soportar sobre sus espaldas el peso de tan

    extrao jinete, experimentaba un agobio desconocido hasta entonces y una rara

    sensacin de languidez. Si miraba a sus pies, vea la hierba totalmente cubierta por una

    capa de roco de una maravillosa transparencia, co- mo si la tierra fuera el fondo del

    mar; su tersa superficie reflejaba la imagen del filsofo con la bruja sobre sus hombros.

    En aquella lmpida superficie apareca tambin reflejado el luminoso disco de la luna, e

    incluso crea or sonidos emitidos por las silvestres campanillas azules al agitarse.

    Finalmente vio deslizndose sobre las aguas a una esbelta y hermossima ondina, de

    cuerpo marmreo, como si estuviera formado por los rayos de la luna. La ondina lo

    miraba con ojos brillantes y profundos, con una mirada que penetraba en su corazn

    como un finsimo dardo, y otra ondina tambin se deslizaba por la superficie, cantando,

    y otra se alejaba sonrindole.

    Era sueo lo que sus ojos contemplaban o era realidad? Una dulce y extraa meloda,

    penetrante como un silbido, lle- gaba hasta sus odos.

    "Pero qu me est ocurriendo?", se preguntaba el filsofo sin dejar de galopar.

    Jom Brut sudaba y al mismo tiempo senta un indecible placer. Su corazn lata con

    inusitada violencia, que l intentaba mitigar apretndose el pecho con las manos.

    Despus tuvo miedo. Comenz a recordar las oraciones que haba aprendido, y procur

    escoger las que crea ms eficaces para alejar a los demonios. Despus de haberlas

    recitado sinti un gran alivio, como si un reconfortable frescor le hubiera recorrido

    todo el cuerpo. Le pareca que sus piernas se movan con menos agilidad y que la vieja

    estaba menos segura sentada sobre sus hombros. La misma tierra iba aproximndose, y

    al igual que la luna y las estrellas, recobraba su aspecto natural. "Espera, maldita vieja,

    vas a ver ahora", se dijo el filsofo comenzando a recitar una plegaria.

    Gracias a esto, y aprovechando el momento ms conveniente, consigui liberarse de la

    vieja y, sin perder tiempo, saltar sobre su espalda. Y ahora le toc a la vieja galopar con

    tanta velocidad que al filsofo le costaba mucho sujetarse, y respiraba con gran

    dificultad. La tierra corra bajo sus pies, pero todo con aspecto bien visible y natural,

    como si la tuviera en la palma de la mano. Cabalgando sin detenerse sobre la bruja,

    agarr un leo que vio en el camino y golpe a la vieja con todas sus fuerzas. Ella lanz

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    horrendos gritos, furiosos y amenazadores; despus se convirtieron en gemidos ms

    dbiles, ms amables, mas puros, y finalmente calmados, apenas audibles, que

    paulatinamente se fueron convirtiendo en una meloda que ablandaba el alma, con

    extraas notas, como entremezcladas con argentinos sonidos de campanillas de plata.

    Al filsofo le pareca imposible que una voz como aquella pudiera salir de la garganta

    de una vieja.

    Oh, ya no aguanto ms! exclam al fin, y cay rendida al suelo.

    Los primeros rayos de la aurora empezaban a aparecer y all a lo lejos se oa el taido

    de las campanas de la iglesia de Kiev, la de doradas cpulas. El filsofo se incorpor y

    al buscar con la vista para tratar de saber dnde se encontraba, se dio cuenta, con

    extraordinaria sorpresa, de que a sus pies, en el suelo, yaca una hermosa joven con los

    exuberantes cabellos en desorden; de bellos y grandes ojos con pestaas tan largas

    como flechas. La joven gema de un modo apenas perceptible, y tendi hacia l sus

    blancos y torneados brazos, y lo miraba con los ojos arrasados en llanto. Jom Brut

    comenz a temblar y a hablar sin saber lo que deca, y se sinti invadido por una

    extraa emocin y timidez que nunca haba sentido. Despus tuvo miedo y el impulso a

    alejarse con rapidez de ah. Como loco, corri velozmente, con toda la rapidez que

    deban sus piernas, hacia la ciudad de Kiev, que vea a lo lejos, y en pocos minutos ya

    estaba en ella. Su corazn lata como loco y l no poda explicarse el nuevo sentimiento

    que lo haba embargado. En la ciudad no quedaba un solo estudiante, todos se haban

    marchado, dispersndose por las granjas y las aldeas vecinas, puesto que en ellas podan

    encontrar siempre, y sin que les costar un centavo, alimentos de toda clase: pasteles,

    empanadas, queso, mantequilla... En cambio, en el viejo seminario, tambin vaco de

    estudiantes, el filsofo no consigui ni un msero mendrugo, ni un pedazo de tocino, ni

    nada que poder llevarse a la boca, a pesar de que busc y rebusc por todas partes,

    hasta en los ms ocultos rincones, all donde los estudiantes solan esconder sus

    provisiones.

    Saba que no poda perder ni un segundo, y que le era necesario espabilarse. Jom Brut,

    sin pensarlo dos veces, se dirigi de inmediato al mercado, donde comenz a pasear y

    despus a dar vueltas en torno a una joven viuda a la que haca guios y bromas. La

    viuda venda perdigones, plvora, ruedecillas, cintas... Nuestro joven filsofo se vio

    aquel mismo da ante una mesa muy bien provista de pollo, empanadillas y cuanto

    poda imaginar. Gracias a la amabilidad de la amable viuda que lo atenda en un jardn

    rodeado de cerezos. Al anochecer lo vieron en la taberna. Echado sobre un banco,

    descansaba fumando en su pipa como de costumbre, y ante la mirada de todos los

    presentes le pago al viejo judo dueo de la bodega, con una moneda de oro. Antes se

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    haba bebido el buen filsofo una botella del mejor vino y contemplaba alegremente a

    los que entraban y salan. Al parecer haba olvidado por completo la aventura que

    acababa de vivir.

    Mientras tanto, por la ciudad haba comenzado a circular el comentario de que la joven

    hija del centurin ms rico de la comarca, que tena su finca a cincuenta leguas de Kiev,

    haba regresado de un paseo por el campo totalmente golpeada, destrozada a golpes; no

    se saba quin la haba maltratado de esa manera. La joven slo logr reunir fuerzas a

    fin de regresar a su casa para morir en ella. Cuando ya sospechaba que la muerte se

    acercaba, la pobre muchacha tuvo tiempo de expresar su ltima voluntad: quera que

    cuando muriese, durante tres das y tres noches seguidas rezara ante su atad un

    seminarista de Kiev llamado Jom Brut.

    Fue el mismo rector del seminario quien se interes en informar del caso al filsofo; lo

    mand llamar y despus de recibirlo en sus oficinas, le orden que sin prdida de

    tiempo se pusiera a las rdenes del centurin, quien lo llamaba con urgencia a su casa y

    ya haba enviado a buscarlo a unos criados y un coche. El filsofo lanz un profundo

    suspiro; tena un fatal presentimiento, aunque le habra sido imposible explicarlo, y

    contest que se negaba rotundamente a ir.

    Esccheme, dmine Jom dijo el rector, que a veces trataba a sus alumnos con mucha

    amabilidad: aqu nadie le est preguntando si quiere o no quiere ir. El caso es que si no

    obedece en el acto le har dar una paliza con una vara verde de abedul como para que

    no se levante en una semana.

    Cuando escuch estas palabras, el filsofo baj la cabeza sin decir una palabra y

    confiando en la velocidad de sus piernas por si encontraba una oportunidad para

    escaparse del problema en que se encontraba. Baj las escaleras cabizbajo y

    meditabundo, y al llegar al patio, bordeado de grandes lamos, se detuvo bajo las

    ventanas de la oficina del rector al or las ltimas rdenes que ste daba a su secretario y

    a uno de los emisarios enviados por el centurin:

    Dele las gracias de mi parte por los huevos y la harina, y dgale que los libros que me

    ha pedido se los enviar cuando mis escribientes hayan terminado de copiarlos. Dgale

    tambin que he sabido que por su finca pasa un ro en el que se pescan muy buenos

    peces, abundando el sabroso esturin. Que me enve alguno pues los que venden en el

    mercado son muy malos y caros... Entonces, espero... Y t, Evtuj, invita a los emisarios

    del centurin unas cuantas copas de aguardiente. Ah, y no se olviden de amarrar muy

    bien al filsofo, que a la menor oportunidad tratar de escaparse.

  • 13

    Diablos pens Jom Brut, este viejo no tiene un pelo de tonto!

    En seguida vio el carro que le esperaba: era tan grande que lo compar con un

    cobertizo sobre ruedas, pues tena aproximadamente las dimensiones de un horno de

    cocer ladrillos. Sin embargo, aquel tipo de carro era muy comn entre los judos que en

    grupos de cincuenta llegaban de Cracovia en busca de ferias donde vender sus

    mercancas. Al lado del carromato estaban seis o siete corpulentos cosacos. Por sus

    vestimentas dejaban saber que su amo era un hombre muy rico. Las singulares cicatrices

    que tenan en la cara probaban que haban participado en algn combate, y seguramente

    de forma gloriosa.

    "Bueno, qu le vamos a hacer? Lo que est escrito tiene que cumplirse, se resign el

    filsofo. Despus se encamin a donde estaban los cosacos:

    Buenos das, compaeros.

    Buenos das, seor filsofo.

    De modo que haremos el viaje juntos? Este es un magnifico coche; aqu dentro cabra

    una banda de msica, y hasta hay sitio para ponerse a bailar coment el filsofo

    mientras se sentaba.

    S, es cierto le contest uno de los cosacos, sentndose en el pescante, al lado del

    cochero, quien, al sobrarle el tiempo para empear su sombrero en la taberna, se cubra

    la cabeza con un trapo. Los otros cosacos se sentaron al lado del filsofo,

    acomodndose encima de los sacos llenos de las mercancas compradas en el mercado.

    Sera interesante saber trat de conversar el joven filsofo cuntos caballos son

    necesarios para tirar de un carro como ste, cargado, por ejemplo, de sal o de clavos.

    Supongo que varios contest uno de los cosacos despus de pensar un poco y

    suponer que con su respuesta ya no tendra ninguna obligacin de hablar con el filsofo

    a lo largo de todo el camino.

    Lo que quera el filsofo era que le diesen detalles sobre la personalidad del centurin

    hacia cuya casa se dirigan. Quera saber sobre su carcter, sus costumbres y, sobre

    todo, algunos detalles de aquella hija que agonizaba despus de regresar toda golpeada

    de un paseo por el campo y con cuya vida y muerte se entrecruzaba ahora su destino.

    Pero ningn cosaco se tom la molestia de responderle, callados como piedras, con la

    pipa en la boca y durmiendo a ratos.

    Slo uno de ellos le habl a gritos al cochero:

  • 14

    Oye, Overko, no te vayas a olvidar de parar y despertarnos a todos cuando lleguemos a

    esa taberna que hay en el camino.

    Y apenas acababa de decir esto cuando sus ronquidos retumbaron en todo el coche.

    Pero no haba la menor necesidad de hacer esta advertencia, pues unos metros antes de

    llegar frente a la taberna, todos despertaron y gritaron a coro:

    Alto!

    Pero hasta los mismos caballos estaban ya tan acostumbrados que sin que tuvieran que

    ordenrselo se paraban en cuanto olfateaban que estaban frente a una taberna. Este era

    un da del mes de julio y caa un sol a plomo, pero ninguno de los cosacos floje en el

    momento de saltar del carro para entrar en el pequeo y msero tabernucho, cuyo

    dueo, un viejo judo, se puso muy contento al verlos, pues ya los conoca de anteriores

    visitas. De inmediato les sirvi en una de las mesas unas enormes salchichas, y

    desapareci en el acto por evitar presenciar la manera en que se coman la carne de

    cerdo, prohibida rigurosamente por el Talmud. Cuando todos estuvieron sentados, les

    pusieron delante grandes vasos de aguardiente y comenz la gran fiesta, a la que ni

    tonto ni perezoso se agreg tambin el filsofo. Y siguiendo la costumbre ucraniana de

    llorar, besar y abrazarse unos a otros al beber, lleg un momento en que pareca que las

    cuatro paredes de la taberna lloraban y beban con ellos.

    Oye, Spirid, ven aqu, que quiero darte un beso.

    Ven ac, Doroch, que tengo ganas de abrazarte.

    Y uno de los cosacos, el de ms edad, un individuo con mucha barba y un bigote gris

    muy espeso, se llev los brazos a la cabeza y empez a llorar desesperadamente porque

    era hurfano y no tena a nadie en el mundo. El compaero que tena al lado lo

    consolaba dicindole:

    No llores, camarada; qu le vamos a hacer! Slo Dios sabe lo que nos conviene.

    Jom Brut tena al lado al cosaco llamado Doroch, que como era muy pero muy

    curioso, empez a hacerle preguntas, demostrando un especial inters por la filosofa.

    Me gustara saber qu les ensean en el seminario y si es lo mismo a lo que el sacristn

    nos lee siempre en la iglesia.

    No me hagas esas preguntas le respondi el filsofo. nicamente Dios lo sabe todo,

    y siempre sucede lo que Dios quiere.

  • 15

    No, no espera. Quiero saber lo que dicen esos libros que ustedes estudian. Quiz no

    sea igual a lo que nos leen el sacristn y el dicono.

    Por Dios, djame tranquilo. Qu necesidad tenemos de hablar de todo esto, si ya te

    digo que es imposible que podamos cambiar algo? Siempre suceder lo que tenga que

    suceder.

    Pues yo quiero saberlo. Y adems quiero ingresar en el seminario. Qu te parece?

    Crees que me ensearn todo?

    Djalo tranquilo de una vez le dijo el cosaco que tena cerca, mientras dejaba caer la

    cabeza pues ya no se poda sostener sobre los hombros-Es que no entiendes lo que te

    dicen?

    Los dems cosacos estaban ya ms que borrachos y discutan entre ellos, criticaban a

    sus amos, y cada uno expona sus razones sobre el brillo y el caminar de la luna.

    Al darse cuenta de cul era la situacin y del estado en que se encontraban sus

    custodios, el filsofo empez a preparar su fuga. Lo primero que hizo fue hablar con el

    viejo cosaco que lloraba porque era hurfano y estaba solo en el mundo:

    Qu necesidad hay de llorar, amigo? Tambin yo soy hurfano, los dos somos igual de

    desdichados. Djame que me vaya. Para qu me quieren aqu?

    Por supuesto contestaron los otros. Dejemos que el muchacho se vaya a donde

    quiera.

    Ya tena el permiso de los cosacos para escaparse e incluso queran acompaarlo un

    trecho del camino, cuando el cosaco interesado en la filosofa se opuso rotundamente a

    que se vaya, dicindole a sus amigos:

    De ninguna manera. Tengo mucho de que hablar con l sobre el seminario; quiero ir a

    estudiar.

    De todas maneras le hubiera sido imposible huir al filosofo, an si no se hubiera

    opuesto el cosaco que quera estudiar en el seminario, pues le pareca que la taberna

    tena tantas puertas que hubiera sido incapaz de elegir la correcta por donde salir. Slo

    cuando anocheci se dieron cuenta aquellas buenas gentes de que deban continuar su

    camino. Subieron al carro y mientras el cochero trataba de ir con la mxima velocidad,

    los cosacos se pusieron a cantar sin que hubiera manera de saber qu es lo que

    cantaban. Durante horas tuvieron que empearse en reencontrar el camino, pues a

    pesar de que lo conocan como si fuera la palma de su mano, se perdieron. Al

  • 16

    encontrarlo, despus de bajar por una acentuada pendiente, entraron a un valle. El

    filsofo vio entonces una larga empalizada a ambos lados del camino y dentro de la

    cerca, algo tapadas por los rboles, los techos de un buen nmero de casas. Era la aldea

    propiedad del centurin.

    Muy avanzada ya la noche, en el cielo se predominaban las nubes, y slo en algunos

    claros se vea el brillo de las estrellas. En ninguna de las casas haba luz. Al entrar en un

    gran patio rodeado de casitas y pajares, fueron recibidos por los ensordecedores

    ladridos de una manada de perros. En el centro, justo al frente mismo de una gran

    puerta cochera, y de mejor apariencia y tamao que las dems, haba una casa que deba

    de ser la del centurin. El carro se detuvo frente a una casucha medio desmoronada

    que quiz fuese un granero o un pajar. Los cosacos, cada uno por su lado, se fueron a

    dormir. El filsofo quiso recorrerlo todo, ir por los alrededores y examinar la casa

    seorial, pero su estado de nimo le hizo desistir. Tena la sensacin de que la casa era

    un enorme oso, y el humo negro que sala de la chimenea le recordaba al rector del

    seminario. Haciendo un gesto de fastidio, decidi irse tambin a dormir en el lugar que

    le haban sealado. Al da siguiente, al despertarse, vio un inusitado movimiento de

    gente: durante la noche, la hija del centurin haba fallecido.

    Los criados corran abrumados de trabajo de un lado a otro del pueblo, y fuera de la

    cerca se apiaban los curiosos que queran enterarse de lo que estaba ocurriendo. El

    filsofo se dedic a ver cmo era y qu haba en la propiedad donde haba pasado la

    noche. Primero examin la casa del dueo, no muy grande e igual a las que en otros

    tiempos se construan en Ucrania. El tejado tena un sobretecho de paja y en lo alto de

    la fachada haba una ventana; varias enredaderas con flores de colores muy vivos suban

    por las paredes. Los cimientos de la casa estaban construidos con troncos de roble. Y

    unos peldaos suban hasta la puerta, la cual tena un banco a cada lado.

    Algo ms lejos se levantaban unos cobertizos y delante de la casa, un peral, cuya

    sombra llegaba hasta la entrada. Desde la casa hasta las cocheras haba graneros y

    cobertizos donde se guardaban los instrumentos de labranza. En una pared estaba

    pintado un cosaco bebiendo a caballo, con un letrero que deca: "Yo slo me lo beber

    todo". En las paredes restantes se haban pintado pipas, tambores, caballos y diversas

    frases alusivas al vino y a los cosacos. "El vino es la alegra de los cosacos.

    Junto a las puertas cocheras, dos viejos caones montaban la guardia. Segn todos los

    indicios, el propietario era muy amante de las juergas, y el patio se llenaba con

    frecuencia de grandes bebedores. En el exterior del patio, dos molinos tendan sus

    aspas al cielo. Al otro lado de la casa haba un jardn, y ms all de los rboles

    seguramente varias casitas, por el humo de chimeneas que se vea elevar en el

  • 17

    horizonte. El poblado estaba en la falda de una colina hasta cuyo pie llegaba el lmite de

    la finca del centurin. En una ladera de la colina haba dos casitas, una de ellas casi

    oculta por las ramas de un manzano, cuyos frutos, cuando caan, rodaban hasta el patio

    del centurin. Un estrecho sendero que pasaba por la finca serpenteaba desde la

    cumbre hasta la casa. Y ahora, al examinar en pleno da el angosto y abrupto camino

    por donde haban llegado, el filsofo se dijo que los caballos del dueo deban ser muy

    inteligentes o los cosacos que lo llevaron tendran el cerebro de hierro para no tener

    miedo de romprselo en un viaje tan peligroso como el que hicieron, y todos borrachos

    al mximo, y pasando por lugares muy propicios para que un carro se despease con

    todos sus ocupantes dentro.

    Al mirar en direccin contraria, un risueo paisaje tuvo ante l. Desde donde estaba se

    vea casi todo el poblado, que an pareca estar durmiendo a pesar de que el sol lo

    acariciaba ya, y poda distinguir en la lejana varias fincas y alguna aldea, dando la

    impresin de que se encontraban muy cerca unas de otras, a pesar de que entre ellas

    mediaban leguas de estepa. Una colina descenda hasta el Dniper, cuya tersa y

    refulgente superficie se destacaba en la lejana como si fuera una faja de plata.

    "Qu sitio tan agradable pensaba el filsofo mientras contemplaba aquel panorama.

    Cmo me gustara vivir aqu, pasar el tiempo pescando en el ro o en esos estanques y

    lagos tan azules, o cazando en el bosque vecino o en la pradera, donde es probable que

    abunden las perdices. Qu bonitos huertos! Cmo disfrutara dedicndome a recoger

    frutos, secarlos y preparar aguardiente, pues no tengo dudas de que sera muchsimo

    mejor que el que venden en las tabernas... Y sin embargo tengo la obligacin de hacer

    lo imposible para escaparme de aqu cuanto antes..."

    Mientras se entretena con estos pensamientos, su mirada se fijo en un sendero que

    haba ms all de la cerca, escondido entre los matorrales que la rodeaban. Se dirigi

    hasta all con mucha cautela, salt la cerca y empez a andar como si fuese de paseo,

    pero con el propsito de llegar hasta las primeras casas del poblado. Y slo dio unos

    pocos cuando sinti que caa sobre sus hombros una pesada mano; al volverse vio que

    era el viejo cosaco que haba llorado en la taberna porque era hurfano.

    Ests en un gran error, seor filsofo, si piensas que vas a poder huir de aqu.

    Nosotros nos encargaremos de impedirlo. Adems todos los caminos estn vigilados.

    Regresa a la casa y anda a saludar a nuestro amo, que te est esperando.

    De acuerdo contest Jom Brut resignado. Llvame all y con mucho gusto lo

    saludar.

  • 18

    Acompaado por el cosaco, entr en una estancia en cuyo centro haba una tosca mesa

    y varias sillas. All estaba sentado el centurin, con los codos sobre la mesa y la cabeza

    apoyada en las manos. Se le vea muy triste y abatido. Tendra alrededor de cincuenta

    aos, pero se habra podido calcular muchos ms; la profunda tristeza que reflejaba su

    palidez era un claro anuncio que para l se haban acabado las diversiones. Cuando los

    dos visitantes entraron en la habitacin, el centurin alz la cabeza, se levant y

    correspondi con un breve saludo a las corteses reverencias del filsofo y del cosaco.

    Quin eres t, de dnde vienes, cul es tu profesin, buen hombre? pregunt con

    amabilidad el centurin.

    Soy un seminarista de Kiev y me llamo Jom Brut.

    Quin es tu padre?

    No lo s, excelentsimo seor.

    Y tu madre?

    Tambin lo ignoro, excelencia; tampoco s su nombre aunque lgicamente tendra que

    llamarse de algn modo.

    El viejo centurin se qued un momento pensativo, y despus pregunt:

    Dnde y cundo conociste a mi hija?

    No la conozco, no habl nunca con ella, ni con ninguna de esta aldea, y si he de decirle

    la verdad, y sin intencin de ofenderle, le aseguro que tampoco est entre mis deseos

    conocerla.

    Entonces, qu explicacin puede haber para que mi hija, antes que a cualquier otro, te

    nombrara precisamente a ti para rezar ante su atad?

    No existe la ms mnima explicacin contest el joven filsofo encogindose de

    hombros. Sin embargo, tengo entendido que es normal que las personas de elevada

    alcurnia sean bastante caprichosas y que algunos de sus deseos sean a veces tan difciles

    de explicar. El proverbio dice: "A tus amos les debes obediencia", y yo estoy dispuesto

    a obedecer sin ms comentarios ni explicaciones.

    Seor filsofo dijo el centurin levantando la voz, creo que no dices la verdad.

    Le juro, excelencia, que no miento.

  • 19

    Ah, si mi hija no hubiera muerto tan pronto...! Con tiempo ella podra haberme

    explicado todo, pero no tuvo tiempo. Slo pudo decirme con apagada voz de

    agonizante: "Haz que busquen en Kiev a un seminarista llamado Jom Brut. l es quien

    debe rezar ante mi atad durante tres das y tres noches y rogar por el eterno descanso

    de mi alma." Y agreg: "l es el nico que conoce mi pecado." Y acto seguido mi

    querida palomita dej de existir. Esta es la causa de que no pueda hasta ahora entender

    lo que me quiso decir con esas sus ltimas palabras. Ser, acaso, buen hombre, que t

    eres famoso por tus buenas obras y por tu piedad, y ella las conoca?

    Quin? Yo? exclam sorprendido el seminarista. Yo, un santo? Si precisamente

    hace pocas horas he cometido un gran pecado al comer dulces en las vsperas del

    Jueves Santo. Slo soy un miserable pecador...

    Pues an lo comprendo menos Pero sea como sea, debers cumplir al pie de la letra

    la ltima voluntad de mi pobre hija. Preprate para cumplir tu tarea y satisfacerla.

    Excelencia, si me lo permite, voy a hacer una objecin repuso el filsofo. Es evidente

    de que cualquiera que sepa leer es capaz de cumplir fielmente esos deseos. Pero pienso

    que sera ms conveniente que esta misin la llevase a cabo un sacerdote, o al menos un

    dicono, pero no un simple seminarista como yo. Ellos estn preparados para cumplir

    con esos oficios. Adems, por otra parte, yo tengo muy mala voz y mi aspecto...

    Podrs decir lo que quieras y hasta es posible que tengas razn, pero es obligatorio que

    cumplas la ltima voluntad de mi desdichada hija. Si la cumples exacta y

    escrupulosamente, te dar una esplndida recompensa, pero si te lo haces mal o con

    desgana, tendrs que sufrir las consecuencias de tus actos. Te aconsejo que no me

    desobedezcas.

    Estas ltimas palabras las dijo en un tono que el infeliz seminarista comprendi muy

    bien.

    Vamos! exclam el centurin.

    Entraron en la cmara mortuoria, pero antes, Jom Brut se detuvo un momento para

    sonarse con su colorido pauelo, y despus sigui adelante con firme resolucin. El

    aposento estaba bellamente adornado con un tapiz chino de color carmes. Debajo de

    los iconos, en un rincn, estaba el cadver, cubierto con terciopelo azul bordado de

    oro. Cuatro antorchas cuya luz se confunda con la del sol alumbraban su rostro. Al

    principio el joven filsofo no logr ver su cara porque el padre estaba inclinado sobre

    ella. El viejo centurin, como si su hija pudiera orle, le dijo:

  • 20

    Por mucho que sienta tu muerte, mi querida palomita, ms doloroso me resulta no

    saber quin ha sido el culpable, quin es el que ha truncado tu vida justo en el momento

    en que deberas comenzar a disfrutar de tu juventud y conocer las delicias que tendras.

    Si supiera quin es el autor de tan miserable villana, te aseguro que nunca ms volvera

    a ver a sus padres ni a sus hijos: ordenara su muerte y hara arrojar su cadver en medio

    del campo para que se lo comieran los buitres y los perros. Cmo me duele y me

    atormenta pensar que mientras yo soportar lo que me queda de vida llorando con

    desesperacin hasta perder la vista, mi enemigo disfrutar de la vida y se burlar de mi

    infortunio!

    Luego call, ahogndose su voz en conmovedores sollozos que enternecan a los que lo

    rodeaban. Despus de un largo silencio, el filosofo tosi como pre- parando la voz, y el

    viejo centurin le indic el sitio en el debera estar, en la cabecera del tmulo, donde ya

    estaba instalado un atril con varios libros.

    "Bueno pens el filsofo, resignndose, tres das pasarn en seguida, y quiz recibir

    unas cuantas monedas de oro."

    Volvi a toser, y situndose frente al atril, comenz la lectura sagrada sin preocuparse

    de lo que pudiera suceder en torno suyo y menos an de la difunta. Al poco tiempo el

    padre sali del aposento, y el filsofo aprovech el momento para dejar el libro y mirar

    el rostro de la muerta.

    Una horrible impresin le estremeci: delante de l yaca una mujer de una

    deslumbrante belleza, una belleza como nunca habra podido imaginar que existiera. La

    muchacha yaca como si estuviera viva. La muerte no haba desfigurado los finos trazos

    de su rostro. Su cutis era lozano y blanco como la nieve, y sus cejas, negras como la

    noche, estaban suavemente delineadas sobre sus ojos cerrados. Sus finas y largas

    pestaas se inclinaban sobre sus pmulos y se hubiese dicho que ocultaban indefinibles

    anhelos. Incluso sus labios conservaban todava el color del rub; pareca que quisieran

    sonrer, que prometiesen una inefable felicidad.

    Sin embargo, algo extrao e inexplicable se notaba en aquel rostro. Era algo que

    atravesaba el corazn como una flecha, algo que hera en lo ms profundo del alma,

    que produca la misma sensacin que si de repente alguien entonara en una alegre fiesta

    un canto fnebre. De repente crey reconocer a esa mujer tan bella; pero, dnde y

    cundo la haba visto?

    Ah!... casi grito el filsofo, palideciendo. Es la bruja!

    Y temblando de pies a cabeza empez a recitar sus oraciones.

  • 21

    Ya no le caba la menor duda. Tena ante l a la bruja, y adems fue l quien la mat al

    golpearla tan fuerte con el leo. Al atardecer se llevaron el cadver a la iglesia. El

    filsofo tuvo que agregarse al cortejo fnebre, siendo de los que llevaban a hombros el

    atad cubierto de terciopelo y con cintas negras. Delante de l iba el centurin, quien

    tambin ayudaba a llevar a su querida hija a su ltima morada. La iglesia, toda de

    madera, se vea en un estado ruinoso, a pesar de que para esta ocasin la haban

    recubierto de musgo y ramas verdes; el triste edificio estaba en las afueras del poblado y

    elevaba haca el cielo sus tres cpulas. Debido a su total abandono, haca ya mucho

    tiempo que no se oficiaba en ella, pero ahora todos los altares estaban alumbrados con

    cirios. El fretro fue colocado en el centro de la nave, delante del altar mayor. El

    centurin se arrodill devotamente y durante un tiempo estuvo rezando; luego bes la

    fra frente de su hija y sali del templo con toda la servidumbre, habiendo previamente

    encargado al mayordomo que el filsofo fuera bien atendido y que despus de la cena

    se le volviera a llevar al lado del fretro.

    Al llegar a la casa, todos los criados pusieron las manos sobre la estufa, siguiendo la

    antigua tradicin de los ucranianos cuando han visto a un muerto. El feroz apetito que

    tena el filsofo le permiti olvidar durante un largo tiempo todo lo referente al

    entierro, incluso la insoslayable obligacin de tener que pa- sar tres noches seguidas en

    la iglesia. La servidumbre no tard en reunirse en la cocina, que en la casa del centurin

    era como si fuese el aposento principal, como un centro en el que sobre todo a la hora

    de comer se reunan todos los habitantes de la finca, incluyendo incluso a los perros,

    que iban a la caza de huesos y mendrugos. Siempre que un nuevo personaje entraba o

    sala de la finca, no poda faltar la obligada visita a la cocina, pues era el sitio ms

    adecuado para conversar un rato, enterarse de alguna novedad, fumar una pipa y

    descansar en un banco. Los criados solteros, la mayora de ellos cosacos, pasaban en la

    cocina todo el tiempo que podan, ya fuera echados sobre los bancos, y a veces tambin

    debajo, o en cualquier otro sitio en donde pudieran dormir a pierna suelta sin que nadie

    los molestara.

    Todos eran muy despreocupados y solan olvidar algo en la cocina: el gorro, el ltigo, o

    bien el perro que les segua. Pero cuando la cocina estaba ms concurrida era a la hora

    de la cena. Entonces aparecan, adems de los habituales, todos los que debido a sus

    ocupaciones, como cocheros, pastores, etc., no podan acudir durante el da a

    conversar. Era en esas reuniones cuando ms se soltaban los nimos, e incluso los ms

    serios y taciturnos se mostraban locuaces y comunicativos. Casi siempre el tema giraba

    sobre lo ms trivial de la vida: el abrigo que se haba comprado Fulano, el gorro que

    haba perdido Mengano, y otros chismes similares. Pero tambin alguna vez les daba

    por temas de ms serios, como, por ejemplo, sobre lo que hay debajo de la tierra, o

  • 22

    sobre la temporada en la que aparecen los lobos, etc. Todas las conversaciones eran

    alegradas con bromas y juegos de palabras, a las que la lengua ucraniana se presta de un

    modo tan admirable.

    Jom Brut se sent con los dems alrededor de la mesa que, por ser verano, la haban

    situado al aire libre, enfrente de la puerta de la cocina. Al rato lleg una mujer con la

    cabeza cubierta con un pauelo rojo, llevando una enorme cazuela que la puso en

    medio de la mesa. De inmediato, por turno, cada quien sacaba del bolsillo una cuchara

    de madera o unos palillos, y se serva lo que se le antojaba. Satisfecho el hambre,

    comenz la conversacin de todas las noches, que esta vez como es de suponer, se

    dedic a la difunta hija del amo.

    Pero, es verdad que la seorita se relacionaba con el mismsimo diablo en persona?

    pregunt un pastor que llevaba un camisn tan profusamente adornado con medallas y

    botones que pareca un tenderete de chucheras.

    De quin hablas? Ah, de la hija del amo! dijo Doroch, un cosaco ya conocido por el

    filsofo. Pues s, era una bruja de carne y hueso, puedo jurarlo.

    Vamos, hombre; no te pongas a decir tonteras contest un cosaco que acostumbraba

    suavizar las situaciones tirantes. Adems, este no es un asunto nuestro y no debemos

    meternos en lo que no nos importa.

    Pero Doroch tena ganas de hablar y no quiso darse por vencido, sobre todo por haber

    estado en la bodega, acompaando al que tena las llaves, y haber probado el contenido

    de varias cubas.

    Cmo van a ser tonteras si yo mismo le serv de cabalgadura en muchas ocasiones.

    Juro que es cierto!

    Dime volvi a preguntar el pastor, que estaba muy interesado en el tema, hay

    alguna seal que permita saber si alguien es o no es una bruja?

    Ninguna, y cualquier cosa que se haga es intil; ni las oraciones sirven.

    Ests equivocado, amigo mo dijo el que siempre quera calmar los nimos. Hay

    ciertos sabios, a quienes Dios les ha concebido especiales dotes de inteligencia, que han

    dicho que las brujas se distinguen porque tienen un pequeo rabo.

    Para m, todas las mujeres viejas son brujas dijo un cosaco.

    Idiota! grit la vieja que en aquel momento pona otra cazuela sobre la mesa.

  • 23

    El viejo cosaco llamado Yavtuj y apodado Plica, sonri satisfecho al ver que haba

    herido la vanidad de aquella mujer. El pastor, celebrando la broma, solt una carcajada

    tan estruendosa que pareci el mugido de cualquiera de sus vacas.

    La conversacin le interes a Jom Brut, y le pregunt al cosaco que tena al lado:

    Me gustara saber por qu sospechan que la seorita era una bruja. Alguna vez le hizo

    dao a alguien?

    De todo hubo en su vida le contest uno que tena la cara tan aplastada que pareca

    una pala. Nadie se ha olvidado de lo que le ocurri al pobre Mikita.

    Qu le ocurri? pregunt el filsofo.

    Espera, yo te lo contar exclam Doroch.

    No, no, lo contar yo intervino uno que se llamaba Spirid.

    Bien, bien, que sea Spirid el encargado de contarlo! aprobaron todos.

    T, seor filsofo comenz diciendo Spirid.-, probablemente no has conocido a

    nuestro Mikita. Qu hombre era Mikita! Era el encargado de cuidar los perros de caza.

    En eso era un maestro; conoca a sus perros mejor que a su mismo padre. El que

    despus ocup su puesto, Nicols, ese que est all sentado, no vale absolutamente nada

    comparado con l. S, es verdad que algo sabe, pero no le llega a Mikita ni a la suela de

    sus zapatos.

    Empiezas bien, Spirid interrumpi Doroch, aprobando con la cabeza.

    Mikita continu Spirid, descubra a las liebres en menos tiempo que el necesario para

    encender una pipa. Lanzaba al caballo y gritando eh, "Valiente! o aqu, "Veloz"!, las

    alcanzaba siempre en un instante.

    Y qu buen bebedor era! Se beba una cubeta de un solo trago.

    Pero en un da comenz a mirar a la seorita de una manera especial. No se sabe si l

    fue quien de forma natural se enamor de ella, o si fue ella la que lo embruj valindose

    de diablicas artes. Lo cierto es que de un da para otro, Mikita slo viva para ella, slo

    pensaba en ella, y estaba tan loco que daba pena.

    Y qu pas? pregunt Doroch, impaciente.

  • 24

    Esprate, hombre continu Spirid. Siempre que la seorita le miraba, pareca un

    verdadero pelele. Las riendas de los caballos se le caan de la mano, se equivocaba de

    nombre al llamar a los perros, y ya ni poda montar bien a caballo. Un da que estaba en

    la cuadra limando los cascos de los caballos, la seorita se le acerc y le dijo:

    Mikita, permteme poner mi piececito sobre tu cabeza.

    No slo un pie, seorita le respondi feliz y an arrodillado-, si se sube sobre mis

    hombros ser el hombres ms feliz del mundo.

    Entonces ella se le subi a los hombros, y apenas l pudo ver sus pies, pequeitos, bien

    torneados y blancos, ya estaba embrujado.

    Con cada mano agarr las piernas desnudas de la joven, se levant y de inmediato se

    sinti transformado en caballo. Sin poder hacer nada por evitarlo, sali corriendo al

    campo y tard bastante tiempo en regresar. Nadie sabe dnde estuvieron ni qu

    hicieron, y ni el mismo Mikita pudo explicarlo. Lo nico que se sabe es que volvi

    cansadsimo y con los nimos por los suelos. Desde entonces comenz a adelgazar y

    qued como una esptula. Un da entraron en el establo varios de nuestros compaeros

    buscndolo, y no lo encontraron. En lugar del desgraciado Mikita, encontraron un

    montn de cenizas y un cubo de agua. As desapareci el pobre... Y qu hombre que

    era! Al terminar Spirid la historia, todos se pusieron a comentar el suceso y pusieron a

    Mikita por las nubes, alabando cada uno de sus mritos.

    Y no has odo hablar de lo que le pas a una tal Chepchija? le pregunt Doroch a

    Jom Brut.

    No, nunca.

    Ya veo que en el seminario no les ensean gran cosa. Bueno, te lo contar yo. En

    nuestra aldea vive un cosaco llamado Cheptun; es un buen cosaco, a pesar de que tiene

    la mala costumbre de robar y de mentir sin razn alguna. Vive muy cerca de aqu. Bien,

    pues una vez nuestro buen cosaco se sent a cenar con su mujer, la Chepchija, como la

    llamaban todos. Al terminar fueron a acostarse, pero como era en pleno verano y haca

    mucho calor, ella se qued a dormir en el patio, y l se tumb en un banco, dentro de la

    casa... No, no; fue al revs: ella en la casa y l en el patio.

    Tampoco fue as dijo entonces la cocinera. Chepchija no se acost en un banco; se

    acost en el suelo.

    Y al decir esto se par, mirndolos con aire triunfal a todos.

  • 25

    Doroch le dirigi una despectiva mirada, y le dijo:

    No seguirs en esta postura cuando te levante las faldas para darte unos buenos azotes.

    Su amenaza surti efecto, pues la vieja no volvi a abrir la boca en toda la noche,

    dejando a Doroch seguir con su re- lato.

    En la cuna que colgaba en el centro de la habitacin haba un nio de un ao. No s si

    era un nio o una nia, pero eso es lo de menos. La Chepchija se despert a

    medianoche y crey escuchar algo como si fueran los aullidos de un perro y tambin

    como si rascara con las uas la puerta de la casa. Se asust mucho, pues era tonta de

    remate, como todas las mujeres, pero se arm de valor y dijo: "Me levantar, abrir la

    puerta y le pegar un palazo..." Y cogi un palo, abri la puerta y ya le iba a arrear un

    golpe al perro, cuando ste la esquiv y d un salto se meti dentro de la cuna. Al darse

    la vuelta, Chepchija se qued ms plida que un muerto. En lugar del perro, vio delante

    de ella a la seorita. Y no habra sido tan horrible si la seorita se le hubiera presentado

    en su forma natural, tal como nosotros la veamos. Su rostro era de un color azulado,

    casi negro, y sus ojos despedan chispas. De inmediato se lanz sobre el nio, lo sac

    de la cuna, le clav sus dientes de loba en la garganta, y se puso a chuparle la sangre

    Chepchija lanz un grito desgarrador y quiso huir para pedir auxilio, pero la puerta

    estaba cerrada. A la pobre no se le ocurri otra cosa que subir las escaleras hasta la

    buhardilla, y se encerr all, llorando a mares. Poco despus la bruja entr en la

    buhardilla y empez a morderla y araarla. Cuando clare el da, el marido regres y la

    encontr totalmente desangrada, y en qu estado se hallara que al da siguiente muri.

    Ya ves, seor filsofo, qu cosas pasan en nuestro pueblo. No est bien que te

    contemos estas cosas de nuestros amos, pero tampoco estara bien que callramos la

    verdad.

    Y sonriendo, mir orgulloso a todos y encendi con parsimonia su pipa.

    Sin perder un segundo, todos comenzaron a hablar del suceso, cambiando detalles y

    aadiendo otras; uno aseguraba haber visto a la bruja acercndose a su casa y

    esconderse convertida en un haz de heno; otro que deca que un da le rob una pipa o

    un gorro; otro que juraba que saba de muchos casos en que la bruja les haba cortado

    las trenzas a las muchachas, o les chup la sangre hasta dejarlas medio muertas.

    Despus de tanto hablar, alguno coment que ya era muy tarde y todos comprendieron

    que haba llegado la hora de acostarse y dormir. Unos se acomodaron en la cocina,

    otros en el granero o en el patio...

    Nosotros, seor filsofo, tenemos que acompaarte hasta la iglesia.

  • 26

    Nikolai Gogol fue hijo de cosacos, almas impertinentes, libres, altivas... La

    confrontacin de extremos, tan propia del carcter ruso. El cosaco es el hombre noble,

    valeroso, pero tambin el hombre conquistador y alcohlico... En las grandes estepas,

    las canciones suenan, sobre timbres de terciopelo y notas suaves, pero tambin con la

    voz del ebrio, sobre la sangre de un campo de batalla.

    Y los cuatro, es decir, el cosaco interesado en las brujas, Doroch, Spirid y el seminarista,

    salieron rumbo a la iglesia, y en el camino tuvieron que asustar a muchos perros que

    intentaron atacarles.

    Jom Brut, a pesar de sentirse ligeramente animado gracias a unos cuantos tragos de

    aguardiente que haba tomado, notaba que aumentaba su nerviosismo a medida que se

    acercaban a la iglesia, por cuyas ventanas se lograba ver la dbil luz de los cirios. Los

    relatos que haba escuchado durante la cena lo pusieron an ms nervioso y estaba

    ahora muerto de miedo. No tardaron en llegar a un paraje en que el bosque era ms

    claro, y detrs de la empalizada se vea a la vieja iglesia completa. Jom Brut se despidi

    de los cosacos, quienes le preguntaron si la cena no le haba resultado muy pesada, le

    desearon buenas noches y se fueron despus de revisar que las puertas de la iglesia

    quedaran bien cerradas, tal como se les haba ordenado. Cuando el filsofo se vio solo,

    lo primero que hizo fue bostezar, despus toser y, antes de empezar el compromiso que

    le haban impuesto, repas otra vez el interior de la iglesia.

    En el centro estaba el fretro, cubierto de paos negros; al lado haba unos cirios que

    iluminaban tenuemente los iconos cercanos y dejaban al resto de la nave en la ms

    completa oscuridad. Las ennegrecidas paredes demostraban claramente la vejez del

    templo. Los marcos de los altares y de las hornacinas de los iconos estaban rotos o

    agrietados, y ya no tenan el primitivo brillo. Tambin las imgenes estaban

    desfiguradas, y pareca que miraban con tristeza la ruina que haba a su alrededor.

    "Nada de lo que hay aqu es capaz de aterrorizarme se dijo el filsofo, intentando

    vencer el susto y darse nimos. De afuera nadie puede venir a molestarme, pues las

    puertas estn cerradas de forma totalmente segura, y en cuanto a los espritus, me

    defender de ellos con oraciones que les ahuyentarn si tratan de hacerme algn dao."

    Al acercarse al fretro vio que en una mesita lateral haba muchos cirios.

    "Me vendrn muy bien -pens. Los encender, y as me quedar an ms tranquilo. Lo

    nico que siento es que en la iglesia no se pueda fumar."

    Encendi los cirios y los distribuy por todos los rincones y en especial junto a las

    imgenes sagradas; en un dos por tres, la iglesia qued totalmente iluminada. Sin

  • 27

    embargo, en la parte alta, en vez de disminuir la oscuridad, se senta ms densa, y daba

    la impresin de que los santos mirasen con ms gravedad desde sus viejas hornacinas.

    Una vez ms se acerc al atad para contemplar el rostro de la difunta, pero retrocedi

    y cerr los ojos pues aquella hermosura le fascinaba. Pero una fuerza misteriosa le

    oblig a abrirlos y, venciendo sus temores, volver a contemplar aquel rostro de

    sobrenatural belleza. Un nuevo estremecimiento, esta vez ms profundo, volvi a

    recorrer su cuerpo. En aquel rostro no se vea nada que fuera propio de un cadver: ni

    la ms pequea mancha, ni la ms leve deformacin. Y aunque tuviera los ojos

    cerrados, daba la impresin de que lo estaban mirando... Por un instante se imagin ver

    que una lgrima brillando en el ojo izquierdo, detenida por las largas pestaas. Y, en

    efecto, era una lgrima, que despus, al deslizrsele por la mejilla, se transform en una

    gota de sangre.

    Aterrorizado, retrocedi unos pasos, agarr rpidamente el libro de plegarias y

    comenz a leer en voz muy alta, casi gritando. El eco de las sagradas palabras era lo

    nico que resonaba en aquel recinto en el que durante tanto tiempo haba reinado el

    silencio. Su propia voz le sorprenda. Al mismo tiempo pensaba, intentando darse

    nimos:

    "Por qu razn debo tener miedo? A ella le es imposible levantarse, puesto que los

    textos sagrados que recito se lo impiden. Descanse en paz. Y luego, no soy yo tambin

    un cosaco? Sin duda esas extraas cosas que se me presentan se deben a que he bebido

    ms de la cuenta."

    Ya ms tranquilo, lleg a la conclusin de que si estaba prohibido fumar en la iglesia, no

    lo estaba disfrutar del rap. "Qu buen tabaco es ste -se dijo tras un estornudo. Y

    sigui leyendo pero sin lograr tranquilizarse del todo. Algunas veces miraba de soslayo

    el fretro pensando, por sus temerosos presentimientos, que la muerta no solo era

    capaz de levantarse, sino hasta de salir del atad. Pero el silencio era total, la difunta

    segua inmvil y los cirios iluminaban la iglesia. A pesar de todo, no poda liberarse de

    aquel misterioso temor.

    Para tranquilizarse empez a cantar en voz alta los textos sagrados, pero sin dejar de

    mirar alguna que otra vez el fretro, como si se preguntase cundo iba a suceder lo que

    tema, y pensando en la forma en que podra defenderse. Algunas veces interrumpa el

    rezo y quedaba todo en silencio, pero no haba el menor ruido que turbase el silencio.

    No se escuchaba el correr de las ratas, ni cantaban los grillos, ni el roer de la carcoma

    en la madera. Lo nico que se oa era el continuo gotear de la cera cayendo de los cirios.

    "Pero estoy seguro que se levantar..." -pens Jom Brut.

  • 28

    Y en ese mismo instante vio horrorizado cmo la muerta levantaba la cabeza. Al

    seminarista los ojos se le salan de las rbitas, se los restreg, despus se los limpi con

    un pauelo, pero la visin, en lugar de desvanecerse, era cada vez ms terriblemente

    real. Acto seguido, la muerta se incorpor del todo, salto del atad y con rgida

    solemnidad se puso a caminar con los brazos abiertos, como si fuera a agarrar a alguna

    persona invisible. Un instante despus comenz a dirigirse hacia l...

    El seminarista, temblando de puro miedo, traz con los dedos un gran crculo sobre el

    polvo y empez a decir oraciones que le haba enseado un monje que durante toda su

    vida estuvo dedicado a ahuyentar espritus malignos y derrotar a brujas. La difunta lleg

    hasta el borde del crculo pero, para alivio del seminarista, le resultaba imposible

    traspasarlo. Por ms intentos que realizaba, era evidente que sus esfuerzos eran intiles.

    Incluso Joma tuvo la impresin de que con sus intentos de agarrarlo, el rostro de la

    difunta se oscureca, y empezaba a adquirir la apariencia de que llevaba ya muchos das

    muerta. Su aspecto era cada vez ms horrible; abri desmesuradamente la boca,

    enseando sus espantosos dientes, y luego movi los ojos, pero resultaba evidente que

    sus ojos no vean, que estaban muertos, y finalmente, despus de amenazarlo con un

    dedo, regres al fretro y se tendi en l. Apenas el filsofo haba logrado

    tranquilizarse, cuando vio que el atad se elevaba por s solo y, con un espantoso

    silbido, de puso a volar a lo largo y ancho de la iglesia, produciendo un viento

    huracanado. Varias veces se dirigi ha- cia l como un blido, pero siempre se detena

    al llegar al crculo sagrado con que Jom Brut estaba protegido. Sabindose seguro, el

    filsofo sigui rezando.

    Despus de dar algunas vueltas ms, el atad regres a su lugar; ahora el rostro de la

    muerta tena una extremada lividez y haba adquirido un repugnante tinte verdoso. Y en

    ese momento se oy el lejano canto de un gallo, y el pao negro cay violentamente

    sobre aquel cuerpo diablico, cubrindolo en su totalidad. El corazn de Jom Brut

    lata con fuerza y un fro sudor caa de su frente; sin embargo, el canto del gallo le dio

    nimos, y decidi continuar rezando hasta que amaneciera totalmente. Cuando

    asomaron los primeros rayos de la aurora, se abrieron las puertas de la iglesia y entraron

    a reemplazarle el sacristn y su ayudante, el viejo Javtuj.

    Ya en la finca, el filsofo se tendi sobre una cama, pero le cost mucho conciliar el

    sueo. Sin embargo, rendido de cansancio y nervios, se durmi hasta la hora de comer,

    quedndose con la impresin de que todo lo que haba visto durante la noche no haba

    sido ms que una terrible pesadilla. Para ayudarlo a recobrar totalmente sus fuerzas, le

    sirvieron un vaso de aguardiente, y al sentarse a la mesa tena tan grande apetito que se

    comi casi un lechn entero. A pesar de que varias veces los cosacos le hicieron

  • 29

    preguntas sobre cmo haba pasado la noche, no dijo una palabra de cuanto haba

    sucedido y solo con medias palabras les revel que haba advertido algo raro. El

    seminarista era uno de esos individuos que cuando tienen el estmago lleno se

    muestran de lo ms eufricos y optimistas. Se haba quedado cmodamente recostado

    en el banco de la cocina, fumando su pipa y escupiendo a menudo sobre el suelo.

    Despus se fue a dar un paseo por la aldea, y se hizo amigo del primero que encontr, y

    tanta era su euforia, que de una casa tuvieron que echarlo y en otra una muchacha le dio

    unas buenas bofetadas por haber insistido en exceso en saber la calidad de la tela de la

    blusa. Pero a medida que la noche se iba acercando, el optimismo y la euforia de Jom

    Brut aumentaba a galope tendido. Antes de la hora de cenar, la servidumbre sola

    reunirse en el patio trasero y distraerse con varios juegos, uno de los cuales consista en

    que despus de competir arrojando palos, el vencedor, el que los lanzaba ms lejos,

    montaba sobre los hombros del vencido, quien deba llevarlo a cuestas como si fuera

    un caballo.

    Este juego era muy divertido, sobre todo para los espectadores, y an ms divertido

    cuando le tocaba al gordinfln del cochero cabalgar sobre el flaqusimo pastor, quien

    apenas poda sostener a su voluminoso jinete. Otras veces era Doroch quien se suba a

    los hombros del gordinfln, y pareca un buey. Los criados de ms campanillas

    contemplaban el espectculo desde la puerta de la cocina y se mostraban impasibles

    cuando todos los espectadores se rean a mandbula suelta por haberse cado alguien al

    suelo, o por haber soltado Spirid una de sus palabrotas. El filsofo se neg

    terminantemente a participar en aquel juego. Un solo pensamiento le obsesionaba y, sin

    que pudiera hacer nada por evitarlo, no dejaba de torturarle. Ni siquiera en el transcurso

    de la cena logr vencer o reducir el creciente temor, y la preocupacin lo iba invadiendo

    a medida que la noche segua su curso.

    Bueno le dijo al fin un cosaco, ya comienza a ser hora de irnos. Doroch y yo iremos

    contigo a la iglesia.

    Acompaaron al seminarista hasta la iglesia, y lo encerraron como en la noche anterior.

    Cuando se sinti solo, un espantoso terror se apoder de l. Examin todo lo que ya

    antes haba visto; el fretro en el centro de la iglesia, las tristes imgenes de los santos,

    los oscuros rincones sumidos en un silencio profundo y sepulcral...

    "Bien pensaba, tratando de tranquilizarse, como todo esto ya lo he visto una vez,

    supongo que la segunda me sorprender menos que la primera. Es muy posible que a

    fuerza de acostumbrarse llegue uno a perder el miedo."

  • 30

    Abri el libro y se puso a leer, no sin antes encerrarse en el crculo mgico para

    protegerse del poder de las tinieblas. Estaba decidido a continuar rezando, sin prestar

    atencin a cuanto pudiera suceder en torno suyo. Durante una hora entera fue lo nico

    que hizo. Despus comenz a sentirse cansado. Constantemente tosa para aclararse la

    voz. Queriendo agarrar un poco de rap, se sac la tabaquera del bolsillo y, sin darse

    cuenta, mir hacia el atad. En ese instante su cuerpo fue baado por un fro sudor, y

    su corazn casi dej de latir. El cadver estaba ya frente al crculo mgico y lo estaba

    mirando con sus ojos vidriosos. No atrevindose a moverse, el joven filsofo volvi la

    vista al libro y reanud la sagrada lectura recitando al mismo tiempo varias oraciones

    contra las brujas. Mientras rezaba, oa el ruido que hacan los dientes del infernal

    monstruo al temblar de rabia, y se imaginaba los movimientos que estara haciendo para

    atraparlo. Pero al mirarle de refiln, se calm al comprobar que la muerta lo buscaba

    por otro sitio, ya que el crculo mgico lo converta en invisible para la bruja...

    El cadver, enfurecido, ruga sin cesar y grua palabras ininteligibles que producan un

    ruido como el del alquitrn en ebullicin. A pesar de no poder comprender el

    significado exacto de las palabras, saba que contenan amenazas terribles y que la bruja

    invocaba a seres extraos. En seguida, como resultado de aquellas palabras, la iglesia

    fue invadida por un gran torbellino, parecido al que causara una bandada de aves

    persiguindose. Jom Brut vio cmo muchos de aquellos diablicos monstruos

    chocaban contra los cristales de las ventanas, mientras otros araaban las paredes

    queriendo entrar en la iglesia, pero hasta ese momento no lo haban logrado. El filsofo

    cerr los ojos y continuo rezando sin detenerse, hasta que oy en la lejana el aleteo de

    un gallo y al poco rato su sonoro canto matutino. Jom Brut interrumpi sus rezos y

    dio un suspiro de alivio.

    Los que fueron a buscarle aquella maana lo encontraron medio muerto, apoyado

    contra un muro y la mirada llena de miedo. Lo levantaron y agarrndolo por las axilas lo

    ayudaron a caminar pues apenas lograba mantenerse en pie. Al llegar a la finca pidi

    una copa de aguardiente, se lo bebi de un trago y despus de arreglarse con la mano el

    cabello en desorden, mir a todos y dijo:

    Es horrible que en nuestra tierra sucedan este tipo de cosas. Hasta es posible que... y

    haciendo una mueca de desesperacin dej la frase sin concluir.

    Todos los que lo rodeaban lo miraban sorprendidos y escuchaban sus palabras con

    temor. Incluso un infeliz muchacho a quien los cosacos lo mandaban a realizar toda

    clase de faenas para ahorrarse ellos la molestia de hacerlas, lo miraba atnito.

  • 31

    Pas entonces cerca de ellos una mujer an joven que siempre iba vestida con unas

    ropas tan ceidas y una falda tan estrecha que eran una constante provocacin para

    todos. Empeosamente coqueta, sola adornarse los cabellos con los adornos ms

    extravagantes, a veces, incluso, hasta se colocaba papelitos pintados en varios colores.

    Era la ayudante de la cocinera.

    Buenos das, Jom le dijo al filsofo, con una amable sonrisa, pero despus, con una

    mueca de terror, le dijo: Pero, qu te ha ocurrido? Tienes los cabellos completamente

    blancos.

    Pues es verdad! repitieron todos los presentes-. Cmo es posible que no nos

    hubiramos dado cuenta antes? Si tienes la cabeza igual a la del viejo Javtuj.

    Al escuchar estos comentarios, el seminarista corri a la cocina, donde haba visto un

    espejo muy sucio y manchado por las moscas, pero adornado con una guirnalda de

    flores, demostracin de que era el utilizado por la coqueta ayudante de la cocinera.

    Al lograr verse en el destartalado espejo, se horroriz al verse con los cabellos tan

    blancos como los de un anciano. Jom Brut anonadado pens: "Hasta aqu hemos

    llegado! Ahora mismo voy donde el centurin para decirle toda la verdad, y

    comunicarle que me niego rotundamente a continuar los rezos en la iglesia y que me

    enve en ese mismo instante a Kiev." Y, sin volver a pensarlo, se dirigi casi a las

    carreras a la casa del centurin.

    Lo encontr, igual que la vez anterior, sentado frente a la mesa, con la cabeza hundida

    entre las manos. Su aspecto era mucho ms triste y deprimido, y estaba tan demacrado

    y plido (sin duda por no comer nada durante aquellos das) que el seminarista se qued

    muy impresionado.

    Buenos das, seor filsofo le dijo el centurin al verle aparecer y detenerse en la

    puerta con el gorro en la mano. Cmo te va tu trabajo? Supongo que lo cumples al

    pie de la letra.

    No s cmo podra decirlo, excelencia, pero he visto all tantas cosas..., cosas

    diablicas..., que poco ha faltado para agarrar el gorro y salir corriendo de la iglesia.

    Qu ests diciendo?

    Es la pura verdad, seor. La hija de su excelencia era una... Por supuesto que

    analizando las cosas con lgica es preciso tener en cuenta que era de noble estirpe. Sin

    embargo...

  • 32

    Termina de una vez! Qu pretendes decirme?

    Pues por lo visto, resulta que tena tratos con el mismsimo diablo... Y sta es la razn

    de que se produzcan tan extraos fenmenos cuando leo ante su fretro los textos

    sagrados.

    Esto es un motivo ms para que contines leyendo. Ahora comprendo mejor porque

    mi querida palomita tena tanta preocupacin por la salvacin de su alma.

    Como quiera su excelencia, pero yo ya no puedo aguantar ms.

    Qu dices? T continuaras con la lectura tal como te lo he ordenado. Adems, piensa

    en que ya slo te queda una noche, y al rezar y leer los textos sagrados ests cumpliendo

    con tu deber de buen cristiano, y adems recuerda que sers esplndidamente

    recompensado.

    Aunque me prometiera montaas de oro contest el seminarista en tono firme, me

    negara rotundamente a seguir leyendo y rezando en la iglesia.

    Al or esta respuesta el centurin contesto con mayor severidad:

    Mira, seor filsofo, jams tolero que alguien me hable as. En el seminario quiz te

    estn permitidas estas faltas de respeto, pero aqu no. Puedes tener la seguridad de que

    si resuelvo castigarte lo har mil veces mejor que el rector. Conoces un ltigo que tiene

    unas bolitas de cuero?

    Lo conozco seor, y s que en grandes dosis no tiene nada de agradable.

    Lo que no sabes es que ese ltigo lo manejan muchsimo mejor mis servidores que los

    del seminario concluy el centurin, con voz enfurecida. Cuando mi gente lo emplea,

    despus de una buena tanda recurren al aguardiente, y si el azotado an se resiste,

    reanudan el trabajo hasta cantar victoria. Conque ve con Dios y acaba de cumplir con

    tu deber. Si no lo haces as, te aseguro que en tu vida volvers a dar un paso. Pero si

    cumples tu deber como es de ley, te dar mil monedas de oro.

    "Esto s que es hablar claro pens el seminarista al salir. Est visto que este hombre

    no admite bromas. Pero yo no soy menos listo que l. Mis piernas corrern ms que las

    de sus perros."

    Jom Brut estaba decidido a huir, costase lo que costase. Para llevar a cabo sus planes,

    escogi la hora de la siesta, cuando los trabajadores y los criados estn en el pajar o en

    las eras durmiendo a pierna suelta y roncando estruendosamente.

  • 33

    Cuando lleg la tan esperada hora, incluso el reverendo Javtuj se hallaba tumbado en un

    rincn y roncaba con igual entusiasmo que los dems. El seminarista aprovech la

    ocasin para salir al jardn, pues saba que desde all le sera mucho ms fcil escapar

    hacia el campo sin que nadie le viera. El jardn se hallaba en el abandono total. Lo

    cruzaba un nico sendero que llegaba hasta un pajar y ms all empezaba una tupida

    vegetacin con algunos rboles frutales, plantas de cereales de varias clases y plantas

    trepadoras que protegan con una especie de techo verde lo que llamaban el "jardn".

    Este se encontraba rodeado por una empalizada y tras ella haban unos matorrales que

    nunca se haban molestado en levantar y ya no haba guadaa que pudiera con ellos.

    Cuando Jom Brut se vio fuera de la empalizada, sinti que el corazn le lata con

    fuerza; temblaba y respiraba como una liebre que se ve libre del acoso de los perros.

    Adems tena la sensacin de que las matas se le prendan de sus largos faldones

    impidindole todo movimiento. Cuando comenzaba a respirar con cierto sosiego, oy

    que alguien le gritaba:

    Eh, t! Adnde vas?

    El seminarista se escondi entre los matojos y despus ech a correr, tropezando con

    las plantas o con las races de los rboles, cayendo y levantndose y asustando en su

    huida a topos y a ms de una alimaa.

    Pasando los matorrales haba un bosque en el que Jom Brut crey que estara seguro.

    Segn sus clculos, al otro lado del bosque estara el camino que lo llevara a Kiev. Con

    esa idea se intern en el bosque, donde abundaban las plantas espinosas, en las que fue

    dejando trozos de sus ropas como demostracin de su osada. Despus lleg a un

    barranco de fondo arenoso por el que se deslizaba un arroyo de transparentes aguas, en

    cuyas orillas se baaban las races de los lamos y de los sauces crecidos a los bordes.

    Agotado, se arrodill al borde del cauce y bebi largamente. "Qu agua tan buena. Aqu

    descansar un rato."

    Pero de inmediato desech su propsito por considerarlo imprudente. "Es mejor que

    siga corriendo."

    Sin embargo, apenas se puso de pie vio frente a l al impasible Javtuj. "Vaya con este

    diablo; siempre me he de tropezar con l. Si pudiera te arreara unas cuantas trompadas

    y te tirara al agua, viejo maldito, pens, pero no se atrevi.

    Has dado un gran rodeo, seor filsofo le dijo Javtuj. Hubiera resultado mejor para ti

    venir por el camino por donde he venido yo para alcanzarte. Es mucho ms corto y

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    ms cmodo, y no te habras roto el vestido. Mira. Qu lstima de pantalones... Y

    seguro que son de buen pao. Cunto pagaste por ellos?

    Y sin esperar respuesta, prosigui:

    Bueno, ya has dado un buen paseo. Ahora volvamos a casa.

    Jom Brut lo sigui rascndose la cabeza, pensativo, y muy contrariado, se dijo para sus

    adentros: "Ahora la maldita bruja querr vengarse de mi -pero en el acto se

    envalenton- Pero, acaso no soy cosaco? Si he pasado dos noches all tambin me ser

    posible pasar otra. Dios me ayudar. Pero seguro que esta maldita bruja ha maquinado

    mucho para tener a fuerzas diablicas con ella."

    Aturdido por estos pensamientos, lleg al patio tras Javtuj. All encontr a Doroch, que

    por ser amigo del ama de llaves tena fcil acceso a la bodega. El filsofo le pidi un

    poco de aguardiente, Doroch no se neg, y poco despus, a la sombra de un almiar,

    haban bebido como beben los buenos cosacos.

    Los efectos no se hicieron esperar. Jom Brut se levant y empez a gritar:

    Eh, que vengan aqu los msicos! Quiero que me traigan msicos!

    Y sin esperar a que llegasen se puso a bailar y a saltar. Y continu bailando hasta la hora

    de almorzar y todos los servidores acuden a la cocina. Al principio lo miraron

    sorprendidos, pero finalmente se cansaron de sus cabriolas y lo dejaron solo. Jom Brut

    termin cayndose al suelo y durmiendo hasta la hora de la cena, momento en que lo

    despertaron arrojndole a la cabeza un cubo de agua fra. Durante la cena reincidi en

    la verborrea de antes, explicndoles a sus oyentes acerca de las cualidades de que debe

    estar dotado un buen cosaco, y sobre todo encomi su valor, que no debe ceder ante

    nada ni ante nadie.

    Bueno, bueno dijo, interrumpindolo, Javtuj, ya est bien. Levantmonos, de la

    mesa, seor filsofo, que ha llegado la hora de volver a la iglesia.

    "Ojal reventaras, maldito viejo!", pens el seminarista. Pero se levant dispuesto a

    seguirle.

    Est bien, vamos pues.

    Sali del patio con Javtuj y Doroch. Durante el camino le consuma la inquietud, y trat

    de involucrarlos en una conversacin, pero no le contestaban, o le decan unas veces

    que s y otras que no, y la mayora de veces ni s ni no.

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    La noche era muy oscura. Se oa a lo lejos el aullar de los lobos, y el ladrido de los

    perros pareca ms lgubre que nunca; signo de mal agero.

    No creo que esos aullidos sean de lobo; parecen de seres extraos dijo Doroch.

    Javtuj sigui callado y el seminarista no supo qu contestar.

    Pronto llegaron a la iglesia, cuyas agrietadas bvedas de madera demostraban lo poco

    que se haba preocupado por la religin el propietario de la aldea. Como las dos noches

    anteriores, los dos cosacos se fueron, despus de revisar las puertas, dejando solo al

    filsofo.

    Dentro de la iglesia todo continuaba con el mismo aspecto lgubre y misterioso,

    amenazador. Jom Brut se detuvo un momento ante el atad del cadver de la horrible

    bruja.

    Juro por Dios que esta vez no conseguirs asustarme le dijo el seminarista en voz

    alta.

    Y en cuanto hubo trazado el crculo mgico, como en las noches anteriores, empez a

    recordar todas las oraciones que conoca para ahuyentar a los malos espritus.

    Reinaba un silencio sepulcral. Los cirios iluminaban la iglesia con tenue y temblorosa

    luz. Jom Brut abri el libro, y despus de hojear varias pginas, inici la lectura. Pero

    poco despus advirti horrorizado que lo que lea no era lo mismo que deca el libro.

    Lleno