VIYI
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Nikolai gogol
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Esta leyenda es la que les contar ahora tal como la he odo, intentando hasta donde me
sea posible no cambiar nada de la ingenua sencillez con que la escuch contar.
Cuando por las maanas tocaba la sonora campana que colgaba sobre la puerta cochera
del seminario de Kiev, todos los estudiantes y los seminaristas acudan en tropel desde
los distintos barrios de la ciudad. Aquel monasterio tena alumnos de todas las clases:
gramticos, retricos, filsofos y telogos, llamados as segn el nombre del curso en
que estaban. Todos llevaban libros y cuadernos. Los gramticos, que correspondan a
las clases elementales, eran en su mayor parte chiquillos; siempre entraban corriendo,
dndose empujones, y gritando con sus voces atipladas. Iban muy mal vestidos, y en los
bolsillos de sus muy harapientos trajes llevaban todo tipo de frusleras, como silbatos de
pluma hechos por ellos mismos, huesos de cordero con las que jugaban muy a menudo
a la taba, restos de empanadas o de cualquier otro alimento, y algn infeliz gorrin que
muchas veces, de manera inesperada, rompa con su piar el silencio de la clase, siendo la
causa de que su dueo recibiera un severo castigo, ya en forma de palmetazos, o de
unos buenos azotes con una vara de cerezo.
Los retricos eran un poco mayores que los gramticos, y vestan de un modo ms
decente, puesto que llevaban trajes en mejor estado y a veces muy limpios. Sin
embargo, sus rostros no carecan de adornos en forma de smbolo victorioso, ya fuera
un ojo morado, algunos araazos o algunos hinchazones de la misma procedencia. Las
voces de los retricos eran ya ms de tenores.
Por lo que respecta a los filsofos, hablaban con voz de bajo. En sus bolsillos
solamente se poda encontrar tabaco, pues no solan guardar restos de alimentos, ya que
se los coman vidamente en cuanto los tenan a su alcance. De ellos emanaba un olor
caracterstico a pipa y aguardiente; era un olor que se notaba desde tal distancia que los
artesanos, cuando se cruzaban con ellos, olfateaban de igual modo que los perros de
caza. En aquella hora tan temprana comenzaban a abrirse las puertas del mercado, y las
vendedoras de buuelos, de panecillos y toda clase de golosinas, jalaban a los
estudiantes del vestido; como es de suponer, importunaban ms a los que iban mejor
vestidos.
Seoritos, seoritos, vengan aqu! Vean qu ricos buuelos, qu tortas, qu pasteles!
Son de miel! Una delicia! Yo misma los he hecho! pregonaba una de aquellas
vendedoras.
Aqu estn los buenos caramelos! exclamaba otra, ofreciendo algo parecido a lo que
pregonaba.
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No le haga caso, seorito intervena una tercera. No le compre nada a esa
mujerzuela. Fjese usted en sus manos sucias y en su nariz manchada. Venga aqu,
seorito!
Claro que estas bravatas slo las dirigan a los ms pequeos. No se atrevan con los
filsofos ni con los telogos, que slo se acercaban a probar" la mercanca, lo que por
cierto lo hacan a manos llenas, sin el menor escrpulo. Al entrar en el seminario cada
uno se diriga a su saln de clase. Eran aulas amplias, de techo bajo, pequeas ventanas,
grandes puertas y bancos llenos de manchas y marcas. En seguida se animaban con un
extrao murmullo, y los estudiantes de aos superiores comenzaban a preguntar a los
alumnos. Por un lado, algunas vidrieras vibraban por la voz de tiple de un gramtico;
por otra, vibraban por la voz de bajo de un filsofo o de un telogo que llenaba la clase
con su montono "bu, bu, bu...", al mismo tiempo que el cuidador, escuchando con
indolencia la tarea, miraba de reojo para ver si algo asomaba por debajo de la mesa del
bolsillo del alumno; un pedazo de buuelo, de empanadilla, o de un simple panecillo.
En las ocasiones en que todo aquel ilustre alumnado llegaba a las clases ante que sus
maestros o saba que comparecan ms tarde de lo normal, se entablaba en las aulas un
combate general en el que intervenan no slo la totalidad de los estudiantes, sino
tambin los mismos cuidadores, a los que se supona encargados de garantizar en el
seminario el orden y la moral de los estudiantes. Casi siempre eran dos telogos los que
se dedicaban a organizar los combates, resolviendo si cada clase peleaba por su cuenta o
s el combate se hara en dos grupos: los mayores contra los menores, los colegiales
contra los seminaristas.
Los gramticos eran siempre los que iniciaban la lucha, pero apenas entraban en accin
los retricos, abandonaban el campo y se limitaban a seguir la pelea como simples
espectadores desde algn sitio elevado. Despus entraban a la batalla los filsofos, en
cuyos rostros apuntaba ya la barba, y finalmente los telogos, de cuellos fuertes y
musculosos como los de un toro, que llevaban pantaln bombacho. Por regla general el
combate conclua con la derrota de los filsofos, quienes abandonaban el campo
frotndose sus adoloridas espaldas, para ir a refugiarse en su saln y sentarse en sus
bancos a reponer fuerzas.
Cuando entraba el maestro, que en su juventud tambin haba participado en iguales
peleas, en seguida deduca por las caras de los alumnos que el combate haba sido
tremebundo, y de inmediato proceda a castigarlos dndoles a los filsofos palmetazos
en los dedos, mientras en otro saln un colega golpeaba a los retricos en la palma de
las manos. A los telogos se les daba un tratamiento diferente: reciban una buena
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racin de guisantes, que as llamaban a los ltigos que en la punta tenan bolitas de
cuero.
Los das festivos casi todos los estudiantes los pasaban en distintos antros de la ciudad,
divirtiendo al pblico con representaciones no siempre muy convenientes, en las que
aparecan personajes como Herodas o Pentefra, la virtuosa esposa de algn faran.
Por esos trabajos reciban un saco de mijo, medio ganso asado o unos cuantos metros
de tela. Toda aquella docta gente, tanto los del colegio como los del seminario, que
convivan en un tradicional ambiente de implacable antagonismo, era tan pobre que
careca de medios para alimentarse como es debido, y, en cambio, posea un hambre
feroz, no siendo posible, por lo tanto, calcular la cantidad de panecillos, buuelos, o
cualquier otra clase de alimento que seran capaces de comerse en un slo da. De ah
que muchas veces la generosidad de algunos mecenas no fuera suficiente para evitar
que soportaran un hambre canina.
Cuando se encontraban en tal apuro se reuna el senado, compuesto de telogos y
filsofos, y decidan enviar varios grupos de retricos y gramticos, capitaneados por
un filsofo y provistos todos de sus correspondientes bolsas, a hacer una incursin por
los huertos prximos, y cuando regresaban, abundaban los pepinos, las calabazas y
otras muchas hortalizas. Los senadores se hinchaban hasta tal punto de melones y
sandas, que los profesores notaban ruidos anormales al da siguiente, los que provenan
de las saturadas panzas de aquellos senadores. Tanto los busarcos como los
seminaristas usaban unas levitas tan largas que al caminar casi se las pisaban. No
obstante, lo ms curioso de la vida de los discpulos eran las vacaciones, es decir, el
tiempo que transcurre desde el mes de junio hasta el final del verano. Al llegar estas
fechas los seminaristas regresaban a sus casas y los caminos se llenaban de telogos,
filsofos, retricos y gramticos. Los que no tenan familia se las arreglaban para pasar
el verano en la casa de alguno de sus compaeros. Los telogos y los filsofos, cuyos
procedimientos e instruccin eran ms elevados, se valan de ello para pasar las
vacaciones como preceptores en la casa de alguna familia adinerada, recibiendo como
remuneracin final un par de zapatos o una levita nueva.
Todos salan juntos del seminario en tumultuoso tropel; coman y dorman en pleno
campo y llevaban un saco como todo equipaje; dentro de l haba una camisa y unos
cuantos pares de calcetines. Los telogos economizaban ms que sus compaeros, por
lo que andaban descalzos y con las botas al hombro, sobre todo si el camino era
pantanoso; en este caso se suban los pantalones hasta las rodillas y caminaban as a
travs de los caminos llenos de lodo. Si durante su larga caminata encontraban alguna
finca, iban hasta ella, se situaban debajo de las ventanas y entonaban una cancin.
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Generalmente el propietario, que por lo comn era un cosaco o un terrateniente, los
escuchaba conmovido y despus le deca a su esposa:
Oye, mujer, no tengo la menor duda de que eso que han cantado debe ser algo muy
sabio. Dales algo de comer.
Los sacos de los seminaristas se llenaban entonces de tocino, empanadas, incluso pollos
asados, sin tener en cuenta que en los sacos haba camisas y calcetines. Reforzados as
de provisiones, reanudaban su camino. El tropel iba disminuyendo poco a poco, hasta
que slo quedaban los estudiantes cuyos hogares estaban ms lejos. En una de estas
ocasiones, durante una peregrinacin de este tipo, tres busarcos se extraviaron al salirse
de la carretera principal, y despus de una larga caminata encontraron una apartada
finca, a donde se dirigieron en busca de alimentos. Los sacos los tenan totalmente
vacos, y desde haca bastante tiempo no probaban bocado. Los tres compaeros eran
el telogo Khaliava, el filsofo Jom Brut y el retrico Tiberi Gorobez.
El telogo era un muchacho de anchos hombros, fuerte, y con una costumbre bastante
extraa; le era imposible ver cualquier cosa que tuviera al alcance de su mano sin
metrsela al bolsillo. Se mostraba siempre taciturno y hurao, en especial cuando beba
ms de la cuenta: entonces se esconda entre los matorrales, y era casi imposible que sus
compaeros lo encontrasen. Jom Brut, por el contrario, tena un carcter alegre y
afable. Le gustaba mucho fumar en pipa, y cuando se emborrachaba invitaba a los
msicos y se pona a bailar. En el seminario perteneca al grupo que probaba a menudo
una buena racin de guisantes, pero lo soportaba estoicamente, diciendo que nadie
puede evitar lo que tiene predestinado.
El retrico Tiberi Gorobez todava no alcanzaba el permiso para beber aguardiente,
fumar en pipa y tener bigote. An llevaba el oseledez (una trenza en medio de la cabeza
afeitada) y se consideraba que su carcter no estaba formado, a pesar de que por los
cardenales y moretones con que apareca en las clases, prometa ser un buen cosaco. El
telogo Khaliava y el filsofo Jom Brut le daban frecuentemente unas buenas palizas
como prueba de su proteccin, y lo utilizaban como mensajero. Comenzaba a oscurecer
cuando los tres estudiantes se alejaron de la carretera principal. El sol haba
desaparecido en el horizonte y el aire conservaba todava su calor estival. El telogo y el
filsofo fumaban sus pipas y Tiberi se dedicaba a tronchar con el bastn las flores que
bordeaban el sendero, el cual serpenteaba entre los nogales y los robles que cubran la
llanura y su monotona solo era rota por alguna colina redonda como las cpulas de las
iglesias. Algunos terrenos sembrados de trigo indicaban que en las cercanas haba
alguna aldea o por lo menos una hacienda.
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Pero ya llevaban ms de media hora caminando sin ver seales de algn pueblo.
Entretanto, la noche haba avanzado con tal rapidez que nicamente se vea en la lejana
una estrecha franja de cielo iluminada por una dbil luz crepuscular.
Qu extrao es todo esto! dijo el filsofo Jom Brut. Me imagin que estbamos
cerca de una finca o de una aldea, pero no se ve nada que se lo parezca.
El telogo, al escuchar a su compaero, mir hacia el horizonte, y sigui fumando
tranquilamente.
Al rato el filsofo sentenci:
Jurara por todos los demonios que no hay nada a la vista que parezca una aldea.
Ahora el telogo respondi secamente sin quitarse la pipa de la boca:
Si seguimos caminando, a algn sitio llegaremos.
La noche haba cerrado ya por completo; debe decirse que era una de las ms oscuras, y
las nubes, apiadas en el cielo, no daban la menor esperanza de que brillara la luna o las
estrellas. Slo en ese momento los tres compaeros reconocieron haber perdido el
camino y estar totalmente perdidos. El filsofo, despus de mirar detenidamente
alrededor, dijo:
No logro ver el camino.
Al cabo de un rato, como si lo hubiera estado pensando, el telogo repuso:
Es muy fcil perderlo en una noche tan oscura como esta.
El retrico subi a una pequea cuesta con el fin de encontrarlo, pero a pesar de que se
puso a gatas buscando con mucho cuidado, sus manos slo tropezaban con
madrigueras de zorros o con arbustos. Se hallaban en medio de la inmensa estepa, por
donde pareca que jams hubiera pasado alguien. Cansados, caminaron otras leguas
ms, sin encontrar las huellas del camino. El filsofo comenz a lanzar gritos, pero su
voz se perda en la inmensa llanura. Al cabo de un rato oyeron un lejano gemido muy
parecido al aullido de un lobo.
Qu vamos a hacer ahora? pregunt el filsofo.
Qu otra cosa podemos hacer si no es pasar la noche en medio del campo? contest
el telogo, volviendo a encender su pipa.
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Pero su decisin no fue del agrado del filosofo, acostumbrado a comer cuando menos
un buen pedazo de tocino y medio kilo de pan antes de acostarse; ahora tena el
estmago terriblemente vaco y haciendo toda clase de ruidos. Por otra parte, a pesar de
su carcter alegre, estaba aterrado por su miedo a los lobos.
No, amigo Khaliavna; eso no es posible repuso. No estoy de acuerdo en que nos
tumbemos en el suelo como si furamos perros sin comer algo antes. Sigamos un poco
ms y tal vez encontremos alguna finca en la que podamos beber un vaso de vino antes
de dormirnos.
Al or la palabra vino, el telogo, escupiendo, dijo:
Por supuesto, eso es lo que necesitamos. Resulta muy despreciable pasar la noche en
medio del campo.
Y los tres siguieron andando. Por suerte para ellos, no transcurri mucho tiempo antes
de que oyeran el lejano ladrido de unos perros, y dirigindose hacia all no tardaron en
ver unas luces.
Una finca, les juro que es una finca! grit el filsofo.
Y lo era. Ante ellos haba una finca de slo dos casitas, rodeada toda ella por una cerca.
Las ventanas tenan luz y frente a ellas haba una docena de melocotoneros y un patio
lleno de carros, que los tres viajeros miraron a travs de las estacas de la cerca. Mientras
tanto, el cielo se haba despejado un poco y se vean brillar algunas estrellas.
Tenemos que avivarnos, compaeros, y sea como sea conseguir un lugar donde pasar
la noche orden el filsofo.
Acto seguido los doctos varones llamaron a la puerta, golpendola con todas sus
fuerzas.
Eh, abran, abran!
Al abrirse la puerta de una de las casitas, vieron parada en el umbral una vieja envuelta
en un grueso abrigo.
Quin anda ah? pregunt tosiendo.
-Somos tres caminantes que en esta noche tan oscura no hemos perdido. Djenos
entrar. Slo queremos pasar aqu la noche.
Pero quines son? volvi a preguntar la anciana.
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Gente de paz y honrada: el telogo Khaliava, el filsofo Brut y el retrico Gorobez;
No, no es posible refunfu la vieja; el patio est lleno de gente y todos los rincones
de la casa estn ocupados. No me queda sitio donde se puedan meter, y al ser los tres
tan grandes podran derrumbarme la casa. Adems s que todos los colegiales son unos
borrachos y no quiero recibir a esa clase de gente. De modo que fuera de aqu!
Por Dios, abuelita, ten piedad de nosotros. No dejes morir a unos buenos cristianos
libres de toda culpa. Que nos castigue Dios si hacemos algo malo.
La anciana pareci conmoverse un poco, y despus de un rato les dijo:
Bueno, est bien, los dejar entrar. Pero que conste que los separar y los pondr en
distintos sitios para as estar ms tranquila.
Haz lo que creas mejor. T mandas y nosotros te obedecemos.
Les abri el portn del cerco y los tres colegiales entraron en el patio.
Escucha, abuela dijo el filsofo desde atrs de la anciana; no s cmo explicarlo, pero
sucede que a nuestros estmagos les ocurre algo muy raro. Desde ayer no hemos
probado el menor bocado, y ellos se han dedicado a hacer ruidos y parecen estar
completamente vacos...
Eso ya es mucho pedir gru la vieja. No hay nada preparado y no me voy a poner a
estas horas a prender el horno.
Nosotros te lo pagaramos maana en dinero constante y sonante dijo el filsofo,
aadiendo en voz baja: "Te juro que nada recibirs, vieja del cuerno.
Est bien, est bien, pasen, pero confrmense con lo que se les da y despus que el
diablo se los lleve.
Sus palabras entristecieron al filsofo Jom, pero de repente se anim grandemente
pues su fino olfato haba percibido olor a pescado salado. Inquieto mir por todos
lados y de pronto vio salir la cola de un pescado por uno de los bolsillos del anchsimo
pantaln del telogo. Al astuto Khaliava le habra sobrado tiempo y ocasin para
extraer de un carro del patio una magnfica parca. Y como eso lo haba hecho siguiendo
su inveterada costumbre, se olvid de l y se puso a buscar algo que poder meterse al
otro bolsillo, aunque slo fuese un trozo de rueda abandonada. Y conociendo esa
distraccin, el filsofo Jom pudo sacarle el pescado del bolsillo sin el menor
remordimiento y tan fcil como si hubiera sido unos de sus propios bolsillos. La vieja
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fue enseando a cada uno su lugar; al ms joven lo meti en una casucha; al telogo en
una despensa, y al filsofo, llevndolo al corral, en uno de los establos.
Apenas qued solo, el filosofo se trag con un gran gusto la parca, revis casi en
oscuras las paredes del establo y le dio una patada a un cerdo que se haba despertado y
que andaba perezosamente. El muchacho se haba echado ya sobre la paja tratando de
dormir, cuando se abri la puerta y apareci la vieja.
Tolsti, aunque incluy El Viyi en las lecturas recomendables entre los 14 y los 20 aos,
lo calific como uno de esos textos que causan una impresin enorme. Muchos aos
despus, el crtico norteamericano Edmund Wilson, calific a Ggol como el ms
grande escritor de cuentos que son a la vez de horror y de problemas psquicos o
morales (comparndolo con Poe, Hawthorne y Melville), y calific a El Viyi como un
cuento de vampiros, uno de los ms terrorficos especmenes de su clase jams escrito.
Qu buscas, abuelita? le pregunt sorprendido el filsofo.
Como nica respuesta, la vieja, abriendo los brazos se acerc a l con claras intenciones
con un ademn que descubra claramente sus intenciones sexuales.
yeme, abuelita dijo el filsofo rechazndola, estamos en la Santa Cuaresma, y,
aunque me entregaran mil monedas de oro, no sera capaz de cometer un pecado.
Pero el brillo de los ojos de aquella vieja demostraba que su explicacin no la detendra.
El filsofo sinti miedo.
Mrchate! grit. Vete de aqu y djame en paz!
Y al decir esto se levant de un salto a fin de escapar del establo, pero la vieja le cerraba
el paso. Intent atropellarla con su carrera, y de pronto sinti aterrorizado pues ni sus
brazos ni sus pies le obedecan; incluso la voz se le ahogaba en la garganta. El corazn
le lata con tal fuerza que pareca a punto de estallarle dentro del pecho.
Se qued asombrado y en el acto vio que la vieja coga una escoba a manera de ltigo;
despus le salt a los hombros y lo oblig a llevarla como si fuese un caballo. Todo esto
ocurri con la rapidez del rayo. El filsofo se sujet las rodillas intentando detener sus
piernas, pero result intil: no le obedecan, y comenzaron a saltar y a correr a la misma
velocidad que el mejor caballo circasiano. En menos tiempo del que se tarda en decirlo,
se hallaron en el exterior de la finca; despus galoparon a campo abierto y luego por un
bosque tan negro como el carbn. Slo entonces entendi lo que le suceda: estaba en
poder de una bruja!
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Apareci la luna, y con su plateada y misteriosa luz comenz a iluminar la campia,
apareciendo ante sus ojos los bosques, el campo, las colinas, como paisajes de sueos.
Las sombras que los arbustos y los rboles proyectaban parecan colas de negros
cometas abalanzndose sobre la tierra. Pero lo ms sorprendente era que el filsofo no
notaba el azote del viento, como habra sido lgico sentirlo dada su fuerza. La noche
era clida, casi asfixiante. Jom Brut, al soportar sobre sus espaldas el peso de tan
extrao jinete, experimentaba un agobio desconocido hasta entonces y una rara
sensacin de languidez. Si miraba a sus pies, vea la hierba totalmente cubierta por una
capa de roco de una maravillosa transparencia, co- mo si la tierra fuera el fondo del
mar; su tersa superficie reflejaba la imagen del filsofo con la bruja sobre sus hombros.
En aquella lmpida superficie apareca tambin reflejado el luminoso disco de la luna, e
incluso crea or sonidos emitidos por las silvestres campanillas azules al agitarse.
Finalmente vio deslizndose sobre las aguas a una esbelta y hermossima ondina, de
cuerpo marmreo, como si estuviera formado por los rayos de la luna. La ondina lo
miraba con ojos brillantes y profundos, con una mirada que penetraba en su corazn
como un finsimo dardo, y otra ondina tambin se deslizaba por la superficie, cantando,
y otra se alejaba sonrindole.
Era sueo lo que sus ojos contemplaban o era realidad? Una dulce y extraa meloda,
penetrante como un silbido, lle- gaba hasta sus odos.
"Pero qu me est ocurriendo?", se preguntaba el filsofo sin dejar de galopar.
Jom Brut sudaba y al mismo tiempo senta un indecible placer. Su corazn lata con
inusitada violencia, que l intentaba mitigar apretndose el pecho con las manos.
Despus tuvo miedo. Comenz a recordar las oraciones que haba aprendido, y procur
escoger las que crea ms eficaces para alejar a los demonios. Despus de haberlas
recitado sinti un gran alivio, como si un reconfortable frescor le hubiera recorrido
todo el cuerpo. Le pareca que sus piernas se movan con menos agilidad y que la vieja
estaba menos segura sentada sobre sus hombros. La misma tierra iba aproximndose, y
al igual que la luna y las estrellas, recobraba su aspecto natural. "Espera, maldita vieja,
vas a ver ahora", se dijo el filsofo comenzando a recitar una plegaria.
Gracias a esto, y aprovechando el momento ms conveniente, consigui liberarse de la
vieja y, sin perder tiempo, saltar sobre su espalda. Y ahora le toc a la vieja galopar con
tanta velocidad que al filsofo le costaba mucho sujetarse, y respiraba con gran
dificultad. La tierra corra bajo sus pies, pero todo con aspecto bien visible y natural,
como si la tuviera en la palma de la mano. Cabalgando sin detenerse sobre la bruja,
agarr un leo que vio en el camino y golpe a la vieja con todas sus fuerzas. Ella lanz
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horrendos gritos, furiosos y amenazadores; despus se convirtieron en gemidos ms
dbiles, ms amables, mas puros, y finalmente calmados, apenas audibles, que
paulatinamente se fueron convirtiendo en una meloda que ablandaba el alma, con
extraas notas, como entremezcladas con argentinos sonidos de campanillas de plata.
Al filsofo le pareca imposible que una voz como aquella pudiera salir de la garganta
de una vieja.
Oh, ya no aguanto ms! exclam al fin, y cay rendida al suelo.
Los primeros rayos de la aurora empezaban a aparecer y all a lo lejos se oa el taido
de las campanas de la iglesia de Kiev, la de doradas cpulas. El filsofo se incorpor y
al buscar con la vista para tratar de saber dnde se encontraba, se dio cuenta, con
extraordinaria sorpresa, de que a sus pies, en el suelo, yaca una hermosa joven con los
exuberantes cabellos en desorden; de bellos y grandes ojos con pestaas tan largas
como flechas. La joven gema de un modo apenas perceptible, y tendi hacia l sus
blancos y torneados brazos, y lo miraba con los ojos arrasados en llanto. Jom Brut
comenz a temblar y a hablar sin saber lo que deca, y se sinti invadido por una
extraa emocin y timidez que nunca haba sentido. Despus tuvo miedo y el impulso a
alejarse con rapidez de ah. Como loco, corri velozmente, con toda la rapidez que
deban sus piernas, hacia la ciudad de Kiev, que vea a lo lejos, y en pocos minutos ya
estaba en ella. Su corazn lata como loco y l no poda explicarse el nuevo sentimiento
que lo haba embargado. En la ciudad no quedaba un solo estudiante, todos se haban
marchado, dispersndose por las granjas y las aldeas vecinas, puesto que en ellas podan
encontrar siempre, y sin que les costar un centavo, alimentos de toda clase: pasteles,
empanadas, queso, mantequilla... En cambio, en el viejo seminario, tambin vaco de
estudiantes, el filsofo no consigui ni un msero mendrugo, ni un pedazo de tocino, ni
nada que poder llevarse a la boca, a pesar de que busc y rebusc por todas partes,
hasta en los ms ocultos rincones, all donde los estudiantes solan esconder sus
provisiones.
Saba que no poda perder ni un segundo, y que le era necesario espabilarse. Jom Brut,
sin pensarlo dos veces, se dirigi de inmediato al mercado, donde comenz a pasear y
despus a dar vueltas en torno a una joven viuda a la que haca guios y bromas. La
viuda venda perdigones, plvora, ruedecillas, cintas... Nuestro joven filsofo se vio
aquel mismo da ante una mesa muy bien provista de pollo, empanadillas y cuanto
poda imaginar. Gracias a la amabilidad de la amable viuda que lo atenda en un jardn
rodeado de cerezos. Al anochecer lo vieron en la taberna. Echado sobre un banco,
descansaba fumando en su pipa como de costumbre, y ante la mirada de todos los
presentes le pago al viejo judo dueo de la bodega, con una moneda de oro. Antes se
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haba bebido el buen filsofo una botella del mejor vino y contemplaba alegremente a
los que entraban y salan. Al parecer haba olvidado por completo la aventura que
acababa de vivir.
Mientras tanto, por la ciudad haba comenzado a circular el comentario de que la joven
hija del centurin ms rico de la comarca, que tena su finca a cincuenta leguas de Kiev,
haba regresado de un paseo por el campo totalmente golpeada, destrozada a golpes; no
se saba quin la haba maltratado de esa manera. La joven slo logr reunir fuerzas a
fin de regresar a su casa para morir en ella. Cuando ya sospechaba que la muerte se
acercaba, la pobre muchacha tuvo tiempo de expresar su ltima voluntad: quera que
cuando muriese, durante tres das y tres noches seguidas rezara ante su atad un
seminarista de Kiev llamado Jom Brut.
Fue el mismo rector del seminario quien se interes en informar del caso al filsofo; lo
mand llamar y despus de recibirlo en sus oficinas, le orden que sin prdida de
tiempo se pusiera a las rdenes del centurin, quien lo llamaba con urgencia a su casa y
ya haba enviado a buscarlo a unos criados y un coche. El filsofo lanz un profundo
suspiro; tena un fatal presentimiento, aunque le habra sido imposible explicarlo, y
contest que se negaba rotundamente a ir.
Esccheme, dmine Jom dijo el rector, que a veces trataba a sus alumnos con mucha
amabilidad: aqu nadie le est preguntando si quiere o no quiere ir. El caso es que si no
obedece en el acto le har dar una paliza con una vara verde de abedul como para que
no se levante en una semana.
Cuando escuch estas palabras, el filsofo baj la cabeza sin decir una palabra y
confiando en la velocidad de sus piernas por si encontraba una oportunidad para
escaparse del problema en que se encontraba. Baj las escaleras cabizbajo y
meditabundo, y al llegar al patio, bordeado de grandes lamos, se detuvo bajo las
ventanas de la oficina del rector al or las ltimas rdenes que ste daba a su secretario y
a uno de los emisarios enviados por el centurin:
Dele las gracias de mi parte por los huevos y la harina, y dgale que los libros que me
ha pedido se los enviar cuando mis escribientes hayan terminado de copiarlos. Dgale
tambin que he sabido que por su finca pasa un ro en el que se pescan muy buenos
peces, abundando el sabroso esturin. Que me enve alguno pues los que venden en el
mercado son muy malos y caros... Entonces, espero... Y t, Evtuj, invita a los emisarios
del centurin unas cuantas copas de aguardiente. Ah, y no se olviden de amarrar muy
bien al filsofo, que a la menor oportunidad tratar de escaparse.
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Diablos pens Jom Brut, este viejo no tiene un pelo de tonto!
En seguida vio el carro que le esperaba: era tan grande que lo compar con un
cobertizo sobre ruedas, pues tena aproximadamente las dimensiones de un horno de
cocer ladrillos. Sin embargo, aquel tipo de carro era muy comn entre los judos que en
grupos de cincuenta llegaban de Cracovia en busca de ferias donde vender sus
mercancas. Al lado del carromato estaban seis o siete corpulentos cosacos. Por sus
vestimentas dejaban saber que su amo era un hombre muy rico. Las singulares cicatrices
que tenan en la cara probaban que haban participado en algn combate, y seguramente
de forma gloriosa.
"Bueno, qu le vamos a hacer? Lo que est escrito tiene que cumplirse, se resign el
filsofo. Despus se encamin a donde estaban los cosacos:
Buenos das, compaeros.
Buenos das, seor filsofo.
De modo que haremos el viaje juntos? Este es un magnifico coche; aqu dentro cabra
una banda de msica, y hasta hay sitio para ponerse a bailar coment el filsofo
mientras se sentaba.
S, es cierto le contest uno de los cosacos, sentndose en el pescante, al lado del
cochero, quien, al sobrarle el tiempo para empear su sombrero en la taberna, se cubra
la cabeza con un trapo. Los otros cosacos se sentaron al lado del filsofo,
acomodndose encima de los sacos llenos de las mercancas compradas en el mercado.
Sera interesante saber trat de conversar el joven filsofo cuntos caballos son
necesarios para tirar de un carro como ste, cargado, por ejemplo, de sal o de clavos.
Supongo que varios contest uno de los cosacos despus de pensar un poco y
suponer que con su respuesta ya no tendra ninguna obligacin de hablar con el filsofo
a lo largo de todo el camino.
Lo que quera el filsofo era que le diesen detalles sobre la personalidad del centurin
hacia cuya casa se dirigan. Quera saber sobre su carcter, sus costumbres y, sobre
todo, algunos detalles de aquella hija que agonizaba despus de regresar toda golpeada
de un paseo por el campo y con cuya vida y muerte se entrecruzaba ahora su destino.
Pero ningn cosaco se tom la molestia de responderle, callados como piedras, con la
pipa en la boca y durmiendo a ratos.
Slo uno de ellos le habl a gritos al cochero:
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Oye, Overko, no te vayas a olvidar de parar y despertarnos a todos cuando lleguemos a
esa taberna que hay en el camino.
Y apenas acababa de decir esto cuando sus ronquidos retumbaron en todo el coche.
Pero no haba la menor necesidad de hacer esta advertencia, pues unos metros antes de
llegar frente a la taberna, todos despertaron y gritaron a coro:
Alto!
Pero hasta los mismos caballos estaban ya tan acostumbrados que sin que tuvieran que
ordenrselo se paraban en cuanto olfateaban que estaban frente a una taberna. Este era
un da del mes de julio y caa un sol a plomo, pero ninguno de los cosacos floje en el
momento de saltar del carro para entrar en el pequeo y msero tabernucho, cuyo
dueo, un viejo judo, se puso muy contento al verlos, pues ya los conoca de anteriores
visitas. De inmediato les sirvi en una de las mesas unas enormes salchichas, y
desapareci en el acto por evitar presenciar la manera en que se coman la carne de
cerdo, prohibida rigurosamente por el Talmud. Cuando todos estuvieron sentados, les
pusieron delante grandes vasos de aguardiente y comenz la gran fiesta, a la que ni
tonto ni perezoso se agreg tambin el filsofo. Y siguiendo la costumbre ucraniana de
llorar, besar y abrazarse unos a otros al beber, lleg un momento en que pareca que las
cuatro paredes de la taberna lloraban y beban con ellos.
Oye, Spirid, ven aqu, que quiero darte un beso.
Ven ac, Doroch, que tengo ganas de abrazarte.
Y uno de los cosacos, el de ms edad, un individuo con mucha barba y un bigote gris
muy espeso, se llev los brazos a la cabeza y empez a llorar desesperadamente porque
era hurfano y no tena a nadie en el mundo. El compaero que tena al lado lo
consolaba dicindole:
No llores, camarada; qu le vamos a hacer! Slo Dios sabe lo que nos conviene.
Jom Brut tena al lado al cosaco llamado Doroch, que como era muy pero muy
curioso, empez a hacerle preguntas, demostrando un especial inters por la filosofa.
Me gustara saber qu les ensean en el seminario y si es lo mismo a lo que el sacristn
nos lee siempre en la iglesia.
No me hagas esas preguntas le respondi el filsofo. nicamente Dios lo sabe todo,
y siempre sucede lo que Dios quiere.
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No, no espera. Quiero saber lo que dicen esos libros que ustedes estudian. Quiz no
sea igual a lo que nos leen el sacristn y el dicono.
Por Dios, djame tranquilo. Qu necesidad tenemos de hablar de todo esto, si ya te
digo que es imposible que podamos cambiar algo? Siempre suceder lo que tenga que
suceder.
Pues yo quiero saberlo. Y adems quiero ingresar en el seminario. Qu te parece?
Crees que me ensearn todo?
Djalo tranquilo de una vez le dijo el cosaco que tena cerca, mientras dejaba caer la
cabeza pues ya no se poda sostener sobre los hombros-Es que no entiendes lo que te
dicen?
Los dems cosacos estaban ya ms que borrachos y discutan entre ellos, criticaban a
sus amos, y cada uno expona sus razones sobre el brillo y el caminar de la luna.
Al darse cuenta de cul era la situacin y del estado en que se encontraban sus
custodios, el filsofo empez a preparar su fuga. Lo primero que hizo fue hablar con el
viejo cosaco que lloraba porque era hurfano y estaba solo en el mundo:
Qu necesidad hay de llorar, amigo? Tambin yo soy hurfano, los dos somos igual de
desdichados. Djame que me vaya. Para qu me quieren aqu?
Por supuesto contestaron los otros. Dejemos que el muchacho se vaya a donde
quiera.
Ya tena el permiso de los cosacos para escaparse e incluso queran acompaarlo un
trecho del camino, cuando el cosaco interesado en la filosofa se opuso rotundamente a
que se vaya, dicindole a sus amigos:
De ninguna manera. Tengo mucho de que hablar con l sobre el seminario; quiero ir a
estudiar.
De todas maneras le hubiera sido imposible huir al filosofo, an si no se hubiera
opuesto el cosaco que quera estudiar en el seminario, pues le pareca que la taberna
tena tantas puertas que hubiera sido incapaz de elegir la correcta por donde salir. Slo
cuando anocheci se dieron cuenta aquellas buenas gentes de que deban continuar su
camino. Subieron al carro y mientras el cochero trataba de ir con la mxima velocidad,
los cosacos se pusieron a cantar sin que hubiera manera de saber qu es lo que
cantaban. Durante horas tuvieron que empearse en reencontrar el camino, pues a
pesar de que lo conocan como si fuera la palma de su mano, se perdieron. Al
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encontrarlo, despus de bajar por una acentuada pendiente, entraron a un valle. El
filsofo vio entonces una larga empalizada a ambos lados del camino y dentro de la
cerca, algo tapadas por los rboles, los techos de un buen nmero de casas. Era la aldea
propiedad del centurin.
Muy avanzada ya la noche, en el cielo se predominaban las nubes, y slo en algunos
claros se vea el brillo de las estrellas. En ninguna de las casas haba luz. Al entrar en un
gran patio rodeado de casitas y pajares, fueron recibidos por los ensordecedores
ladridos de una manada de perros. En el centro, justo al frente mismo de una gran
puerta cochera, y de mejor apariencia y tamao que las dems, haba una casa que deba
de ser la del centurin. El carro se detuvo frente a una casucha medio desmoronada
que quiz fuese un granero o un pajar. Los cosacos, cada uno por su lado, se fueron a
dormir. El filsofo quiso recorrerlo todo, ir por los alrededores y examinar la casa
seorial, pero su estado de nimo le hizo desistir. Tena la sensacin de que la casa era
un enorme oso, y el humo negro que sala de la chimenea le recordaba al rector del
seminario. Haciendo un gesto de fastidio, decidi irse tambin a dormir en el lugar que
le haban sealado. Al da siguiente, al despertarse, vio un inusitado movimiento de
gente: durante la noche, la hija del centurin haba fallecido.
Los criados corran abrumados de trabajo de un lado a otro del pueblo, y fuera de la
cerca se apiaban los curiosos que queran enterarse de lo que estaba ocurriendo. El
filsofo se dedic a ver cmo era y qu haba en la propiedad donde haba pasado la
noche. Primero examin la casa del dueo, no muy grande e igual a las que en otros
tiempos se construan en Ucrania. El tejado tena un sobretecho de paja y en lo alto de
la fachada haba una ventana; varias enredaderas con flores de colores muy vivos suban
por las paredes. Los cimientos de la casa estaban construidos con troncos de roble. Y
unos peldaos suban hasta la puerta, la cual tena un banco a cada lado.
Algo ms lejos se levantaban unos cobertizos y delante de la casa, un peral, cuya
sombra llegaba hasta la entrada. Desde la casa hasta las cocheras haba graneros y
cobertizos donde se guardaban los instrumentos de labranza. En una pared estaba
pintado un cosaco bebiendo a caballo, con un letrero que deca: "Yo slo me lo beber
todo". En las paredes restantes se haban pintado pipas, tambores, caballos y diversas
frases alusivas al vino y a los cosacos. "El vino es la alegra de los cosacos.
Junto a las puertas cocheras, dos viejos caones montaban la guardia. Segn todos los
indicios, el propietario era muy amante de las juergas, y el patio se llenaba con
frecuencia de grandes bebedores. En el exterior del patio, dos molinos tendan sus
aspas al cielo. Al otro lado de la casa haba un jardn, y ms all de los rboles
seguramente varias casitas, por el humo de chimeneas que se vea elevar en el
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horizonte. El poblado estaba en la falda de una colina hasta cuyo pie llegaba el lmite de
la finca del centurin. En una ladera de la colina haba dos casitas, una de ellas casi
oculta por las ramas de un manzano, cuyos frutos, cuando caan, rodaban hasta el patio
del centurin. Un estrecho sendero que pasaba por la finca serpenteaba desde la
cumbre hasta la casa. Y ahora, al examinar en pleno da el angosto y abrupto camino
por donde haban llegado, el filsofo se dijo que los caballos del dueo deban ser muy
inteligentes o los cosacos que lo llevaron tendran el cerebro de hierro para no tener
miedo de romprselo en un viaje tan peligroso como el que hicieron, y todos borrachos
al mximo, y pasando por lugares muy propicios para que un carro se despease con
todos sus ocupantes dentro.
Al mirar en direccin contraria, un risueo paisaje tuvo ante l. Desde donde estaba se
vea casi todo el poblado, que an pareca estar durmiendo a pesar de que el sol lo
acariciaba ya, y poda distinguir en la lejana varias fincas y alguna aldea, dando la
impresin de que se encontraban muy cerca unas de otras, a pesar de que entre ellas
mediaban leguas de estepa. Una colina descenda hasta el Dniper, cuya tersa y
refulgente superficie se destacaba en la lejana como si fuera una faja de plata.
"Qu sitio tan agradable pensaba el filsofo mientras contemplaba aquel panorama.
Cmo me gustara vivir aqu, pasar el tiempo pescando en el ro o en esos estanques y
lagos tan azules, o cazando en el bosque vecino o en la pradera, donde es probable que
abunden las perdices. Qu bonitos huertos! Cmo disfrutara dedicndome a recoger
frutos, secarlos y preparar aguardiente, pues no tengo dudas de que sera muchsimo
mejor que el que venden en las tabernas... Y sin embargo tengo la obligacin de hacer
lo imposible para escaparme de aqu cuanto antes..."
Mientras se entretena con estos pensamientos, su mirada se fijo en un sendero que
haba ms all de la cerca, escondido entre los matorrales que la rodeaban. Se dirigi
hasta all con mucha cautela, salt la cerca y empez a andar como si fuese de paseo,
pero con el propsito de llegar hasta las primeras casas del poblado. Y slo dio unos
pocos cuando sinti que caa sobre sus hombros una pesada mano; al volverse vio que
era el viejo cosaco que haba llorado en la taberna porque era hurfano.
Ests en un gran error, seor filsofo, si piensas que vas a poder huir de aqu.
Nosotros nos encargaremos de impedirlo. Adems todos los caminos estn vigilados.
Regresa a la casa y anda a saludar a nuestro amo, que te est esperando.
De acuerdo contest Jom Brut resignado. Llvame all y con mucho gusto lo
saludar.
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Acompaado por el cosaco, entr en una estancia en cuyo centro haba una tosca mesa
y varias sillas. All estaba sentado el centurin, con los codos sobre la mesa y la cabeza
apoyada en las manos. Se le vea muy triste y abatido. Tendra alrededor de cincuenta
aos, pero se habra podido calcular muchos ms; la profunda tristeza que reflejaba su
palidez era un claro anuncio que para l se haban acabado las diversiones. Cuando los
dos visitantes entraron en la habitacin, el centurin alz la cabeza, se levant y
correspondi con un breve saludo a las corteses reverencias del filsofo y del cosaco.
Quin eres t, de dnde vienes, cul es tu profesin, buen hombre? pregunt con
amabilidad el centurin.
Soy un seminarista de Kiev y me llamo Jom Brut.
Quin es tu padre?
No lo s, excelentsimo seor.
Y tu madre?
Tambin lo ignoro, excelencia; tampoco s su nombre aunque lgicamente tendra que
llamarse de algn modo.
El viejo centurin se qued un momento pensativo, y despus pregunt:
Dnde y cundo conociste a mi hija?
No la conozco, no habl nunca con ella, ni con ninguna de esta aldea, y si he de decirle
la verdad, y sin intencin de ofenderle, le aseguro que tampoco est entre mis deseos
conocerla.
Entonces, qu explicacin puede haber para que mi hija, antes que a cualquier otro, te
nombrara precisamente a ti para rezar ante su atad?
No existe la ms mnima explicacin contest el joven filsofo encogindose de
hombros. Sin embargo, tengo entendido que es normal que las personas de elevada
alcurnia sean bastante caprichosas y que algunos de sus deseos sean a veces tan difciles
de explicar. El proverbio dice: "A tus amos les debes obediencia", y yo estoy dispuesto
a obedecer sin ms comentarios ni explicaciones.
Seor filsofo dijo el centurin levantando la voz, creo que no dices la verdad.
Le juro, excelencia, que no miento.
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Ah, si mi hija no hubiera muerto tan pronto...! Con tiempo ella podra haberme
explicado todo, pero no tuvo tiempo. Slo pudo decirme con apagada voz de
agonizante: "Haz que busquen en Kiev a un seminarista llamado Jom Brut. l es quien
debe rezar ante mi atad durante tres das y tres noches y rogar por el eterno descanso
de mi alma." Y agreg: "l es el nico que conoce mi pecado." Y acto seguido mi
querida palomita dej de existir. Esta es la causa de que no pueda hasta ahora entender
lo que me quiso decir con esas sus ltimas palabras. Ser, acaso, buen hombre, que t
eres famoso por tus buenas obras y por tu piedad, y ella las conoca?
Quin? Yo? exclam sorprendido el seminarista. Yo, un santo? Si precisamente
hace pocas horas he cometido un gran pecado al comer dulces en las vsperas del
Jueves Santo. Slo soy un miserable pecador...
Pues an lo comprendo menos Pero sea como sea, debers cumplir al pie de la letra
la ltima voluntad de mi pobre hija. Preprate para cumplir tu tarea y satisfacerla.
Excelencia, si me lo permite, voy a hacer una objecin repuso el filsofo. Es evidente
de que cualquiera que sepa leer es capaz de cumplir fielmente esos deseos. Pero pienso
que sera ms conveniente que esta misin la llevase a cabo un sacerdote, o al menos un
dicono, pero no un simple seminarista como yo. Ellos estn preparados para cumplir
con esos oficios. Adems, por otra parte, yo tengo muy mala voz y mi aspecto...
Podrs decir lo que quieras y hasta es posible que tengas razn, pero es obligatorio que
cumplas la ltima voluntad de mi desdichada hija. Si la cumples exacta y
escrupulosamente, te dar una esplndida recompensa, pero si te lo haces mal o con
desgana, tendrs que sufrir las consecuencias de tus actos. Te aconsejo que no me
desobedezcas.
Estas ltimas palabras las dijo en un tono que el infeliz seminarista comprendi muy
bien.
Vamos! exclam el centurin.
Entraron en la cmara mortuoria, pero antes, Jom Brut se detuvo un momento para
sonarse con su colorido pauelo, y despus sigui adelante con firme resolucin. El
aposento estaba bellamente adornado con un tapiz chino de color carmes. Debajo de
los iconos, en un rincn, estaba el cadver, cubierto con terciopelo azul bordado de
oro. Cuatro antorchas cuya luz se confunda con la del sol alumbraban su rostro. Al
principio el joven filsofo no logr ver su cara porque el padre estaba inclinado sobre
ella. El viejo centurin, como si su hija pudiera orle, le dijo:
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Por mucho que sienta tu muerte, mi querida palomita, ms doloroso me resulta no
saber quin ha sido el culpable, quin es el que ha truncado tu vida justo en el momento
en que deberas comenzar a disfrutar de tu juventud y conocer las delicias que tendras.
Si supiera quin es el autor de tan miserable villana, te aseguro que nunca ms volvera
a ver a sus padres ni a sus hijos: ordenara su muerte y hara arrojar su cadver en medio
del campo para que se lo comieran los buitres y los perros. Cmo me duele y me
atormenta pensar que mientras yo soportar lo que me queda de vida llorando con
desesperacin hasta perder la vista, mi enemigo disfrutar de la vida y se burlar de mi
infortunio!
Luego call, ahogndose su voz en conmovedores sollozos que enternecan a los que lo
rodeaban. Despus de un largo silencio, el filosofo tosi como pre- parando la voz, y el
viejo centurin le indic el sitio en el debera estar, en la cabecera del tmulo, donde ya
estaba instalado un atril con varios libros.
"Bueno pens el filsofo, resignndose, tres das pasarn en seguida, y quiz recibir
unas cuantas monedas de oro."
Volvi a toser, y situndose frente al atril, comenz la lectura sagrada sin preocuparse
de lo que pudiera suceder en torno suyo y menos an de la difunta. Al poco tiempo el
padre sali del aposento, y el filsofo aprovech el momento para dejar el libro y mirar
el rostro de la muerta.
Una horrible impresin le estremeci: delante de l yaca una mujer de una
deslumbrante belleza, una belleza como nunca habra podido imaginar que existiera. La
muchacha yaca como si estuviera viva. La muerte no haba desfigurado los finos trazos
de su rostro. Su cutis era lozano y blanco como la nieve, y sus cejas, negras como la
noche, estaban suavemente delineadas sobre sus ojos cerrados. Sus finas y largas
pestaas se inclinaban sobre sus pmulos y se hubiese dicho que ocultaban indefinibles
anhelos. Incluso sus labios conservaban todava el color del rub; pareca que quisieran
sonrer, que prometiesen una inefable felicidad.
Sin embargo, algo extrao e inexplicable se notaba en aquel rostro. Era algo que
atravesaba el corazn como una flecha, algo que hera en lo ms profundo del alma,
que produca la misma sensacin que si de repente alguien entonara en una alegre fiesta
un canto fnebre. De repente crey reconocer a esa mujer tan bella; pero, dnde y
cundo la haba visto?
Ah!... casi grito el filsofo, palideciendo. Es la bruja!
Y temblando de pies a cabeza empez a recitar sus oraciones.
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Ya no le caba la menor duda. Tena ante l a la bruja, y adems fue l quien la mat al
golpearla tan fuerte con el leo. Al atardecer se llevaron el cadver a la iglesia. El
filsofo tuvo que agregarse al cortejo fnebre, siendo de los que llevaban a hombros el
atad cubierto de terciopelo y con cintas negras. Delante de l iba el centurin, quien
tambin ayudaba a llevar a su querida hija a su ltima morada. La iglesia, toda de
madera, se vea en un estado ruinoso, a pesar de que para esta ocasin la haban
recubierto de musgo y ramas verdes; el triste edificio estaba en las afueras del poblado y
elevaba haca el cielo sus tres cpulas. Debido a su total abandono, haca ya mucho
tiempo que no se oficiaba en ella, pero ahora todos los altares estaban alumbrados con
cirios. El fretro fue colocado en el centro de la nave, delante del altar mayor. El
centurin se arrodill devotamente y durante un tiempo estuvo rezando; luego bes la
fra frente de su hija y sali del templo con toda la servidumbre, habiendo previamente
encargado al mayordomo que el filsofo fuera bien atendido y que despus de la cena
se le volviera a llevar al lado del fretro.
Al llegar a la casa, todos los criados pusieron las manos sobre la estufa, siguiendo la
antigua tradicin de los ucranianos cuando han visto a un muerto. El feroz apetito que
tena el filsofo le permiti olvidar durante un largo tiempo todo lo referente al
entierro, incluso la insoslayable obligacin de tener que pa- sar tres noches seguidas en
la iglesia. La servidumbre no tard en reunirse en la cocina, que en la casa del centurin
era como si fuese el aposento principal, como un centro en el que sobre todo a la hora
de comer se reunan todos los habitantes de la finca, incluyendo incluso a los perros,
que iban a la caza de huesos y mendrugos. Siempre que un nuevo personaje entraba o
sala de la finca, no poda faltar la obligada visita a la cocina, pues era el sitio ms
adecuado para conversar un rato, enterarse de alguna novedad, fumar una pipa y
descansar en un banco. Los criados solteros, la mayora de ellos cosacos, pasaban en la
cocina todo el tiempo que podan, ya fuera echados sobre los bancos, y a veces tambin
debajo, o en cualquier otro sitio en donde pudieran dormir a pierna suelta sin que nadie
los molestara.
Todos eran muy despreocupados y solan olvidar algo en la cocina: el gorro, el ltigo, o
bien el perro que les segua. Pero cuando la cocina estaba ms concurrida era a la hora
de la cena. Entonces aparecan, adems de los habituales, todos los que debido a sus
ocupaciones, como cocheros, pastores, etc., no podan acudir durante el da a
conversar. Era en esas reuniones cuando ms se soltaban los nimos, e incluso los ms
serios y taciturnos se mostraban locuaces y comunicativos. Casi siempre el tema giraba
sobre lo ms trivial de la vida: el abrigo que se haba comprado Fulano, el gorro que
haba perdido Mengano, y otros chismes similares. Pero tambin alguna vez les daba
por temas de ms serios, como, por ejemplo, sobre lo que hay debajo de la tierra, o
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sobre la temporada en la que aparecen los lobos, etc. Todas las conversaciones eran
alegradas con bromas y juegos de palabras, a las que la lengua ucraniana se presta de un
modo tan admirable.
Jom Brut se sent con los dems alrededor de la mesa que, por ser verano, la haban
situado al aire libre, enfrente de la puerta de la cocina. Al rato lleg una mujer con la
cabeza cubierta con un pauelo rojo, llevando una enorme cazuela que la puso en
medio de la mesa. De inmediato, por turno, cada quien sacaba del bolsillo una cuchara
de madera o unos palillos, y se serva lo que se le antojaba. Satisfecho el hambre,
comenz la conversacin de todas las noches, que esta vez como es de suponer, se
dedic a la difunta hija del amo.
Pero, es verdad que la seorita se relacionaba con el mismsimo diablo en persona?
pregunt un pastor que llevaba un camisn tan profusamente adornado con medallas y
botones que pareca un tenderete de chucheras.
De quin hablas? Ah, de la hija del amo! dijo Doroch, un cosaco ya conocido por el
filsofo. Pues s, era una bruja de carne y hueso, puedo jurarlo.
Vamos, hombre; no te pongas a decir tonteras contest un cosaco que acostumbraba
suavizar las situaciones tirantes. Adems, este no es un asunto nuestro y no debemos
meternos en lo que no nos importa.
Pero Doroch tena ganas de hablar y no quiso darse por vencido, sobre todo por haber
estado en la bodega, acompaando al que tena las llaves, y haber probado el contenido
de varias cubas.
Cmo van a ser tonteras si yo mismo le serv de cabalgadura en muchas ocasiones.
Juro que es cierto!
Dime volvi a preguntar el pastor, que estaba muy interesado en el tema, hay
alguna seal que permita saber si alguien es o no es una bruja?
Ninguna, y cualquier cosa que se haga es intil; ni las oraciones sirven.
Ests equivocado, amigo mo dijo el que siempre quera calmar los nimos. Hay
ciertos sabios, a quienes Dios les ha concebido especiales dotes de inteligencia, que han
dicho que las brujas se distinguen porque tienen un pequeo rabo.
Para m, todas las mujeres viejas son brujas dijo un cosaco.
Idiota! grit la vieja que en aquel momento pona otra cazuela sobre la mesa.
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El viejo cosaco llamado Yavtuj y apodado Plica, sonri satisfecho al ver que haba
herido la vanidad de aquella mujer. El pastor, celebrando la broma, solt una carcajada
tan estruendosa que pareci el mugido de cualquiera de sus vacas.
La conversacin le interes a Jom Brut, y le pregunt al cosaco que tena al lado:
Me gustara saber por qu sospechan que la seorita era una bruja. Alguna vez le hizo
dao a alguien?
De todo hubo en su vida le contest uno que tena la cara tan aplastada que pareca
una pala. Nadie se ha olvidado de lo que le ocurri al pobre Mikita.
Qu le ocurri? pregunt el filsofo.
Espera, yo te lo contar exclam Doroch.
No, no, lo contar yo intervino uno que se llamaba Spirid.
Bien, bien, que sea Spirid el encargado de contarlo! aprobaron todos.
T, seor filsofo comenz diciendo Spirid.-, probablemente no has conocido a
nuestro Mikita. Qu hombre era Mikita! Era el encargado de cuidar los perros de caza.
En eso era un maestro; conoca a sus perros mejor que a su mismo padre. El que
despus ocup su puesto, Nicols, ese que est all sentado, no vale absolutamente nada
comparado con l. S, es verdad que algo sabe, pero no le llega a Mikita ni a la suela de
sus zapatos.
Empiezas bien, Spirid interrumpi Doroch, aprobando con la cabeza.
Mikita continu Spirid, descubra a las liebres en menos tiempo que el necesario para
encender una pipa. Lanzaba al caballo y gritando eh, "Valiente! o aqu, "Veloz"!, las
alcanzaba siempre en un instante.
Y qu buen bebedor era! Se beba una cubeta de un solo trago.
Pero en un da comenz a mirar a la seorita de una manera especial. No se sabe si l
fue quien de forma natural se enamor de ella, o si fue ella la que lo embruj valindose
de diablicas artes. Lo cierto es que de un da para otro, Mikita slo viva para ella, slo
pensaba en ella, y estaba tan loco que daba pena.
Y qu pas? pregunt Doroch, impaciente.
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Esprate, hombre continu Spirid. Siempre que la seorita le miraba, pareca un
verdadero pelele. Las riendas de los caballos se le caan de la mano, se equivocaba de
nombre al llamar a los perros, y ya ni poda montar bien a caballo. Un da que estaba en
la cuadra limando los cascos de los caballos, la seorita se le acerc y le dijo:
Mikita, permteme poner mi piececito sobre tu cabeza.
No slo un pie, seorita le respondi feliz y an arrodillado-, si se sube sobre mis
hombros ser el hombres ms feliz del mundo.
Entonces ella se le subi a los hombros, y apenas l pudo ver sus pies, pequeitos, bien
torneados y blancos, ya estaba embrujado.
Con cada mano agarr las piernas desnudas de la joven, se levant y de inmediato se
sinti transformado en caballo. Sin poder hacer nada por evitarlo, sali corriendo al
campo y tard bastante tiempo en regresar. Nadie sabe dnde estuvieron ni qu
hicieron, y ni el mismo Mikita pudo explicarlo. Lo nico que se sabe es que volvi
cansadsimo y con los nimos por los suelos. Desde entonces comenz a adelgazar y
qued como una esptula. Un da entraron en el establo varios de nuestros compaeros
buscndolo, y no lo encontraron. En lugar del desgraciado Mikita, encontraron un
montn de cenizas y un cubo de agua. As desapareci el pobre... Y qu hombre que
era! Al terminar Spirid la historia, todos se pusieron a comentar el suceso y pusieron a
Mikita por las nubes, alabando cada uno de sus mritos.
Y no has odo hablar de lo que le pas a una tal Chepchija? le pregunt Doroch a
Jom Brut.
No, nunca.
Ya veo que en el seminario no les ensean gran cosa. Bueno, te lo contar yo. En
nuestra aldea vive un cosaco llamado Cheptun; es un buen cosaco, a pesar de que tiene
la mala costumbre de robar y de mentir sin razn alguna. Vive muy cerca de aqu. Bien,
pues una vez nuestro buen cosaco se sent a cenar con su mujer, la Chepchija, como la
llamaban todos. Al terminar fueron a acostarse, pero como era en pleno verano y haca
mucho calor, ella se qued a dormir en el patio, y l se tumb en un banco, dentro de la
casa... No, no; fue al revs: ella en la casa y l en el patio.
Tampoco fue as dijo entonces la cocinera. Chepchija no se acost en un banco; se
acost en el suelo.
Y al decir esto se par, mirndolos con aire triunfal a todos.
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Doroch le dirigi una despectiva mirada, y le dijo:
No seguirs en esta postura cuando te levante las faldas para darte unos buenos azotes.
Su amenaza surti efecto, pues la vieja no volvi a abrir la boca en toda la noche,
dejando a Doroch seguir con su re- lato.
En la cuna que colgaba en el centro de la habitacin haba un nio de un ao. No s si
era un nio o una nia, pero eso es lo de menos. La Chepchija se despert a
medianoche y crey escuchar algo como si fueran los aullidos de un perro y tambin
como si rascara con las uas la puerta de la casa. Se asust mucho, pues era tonta de
remate, como todas las mujeres, pero se arm de valor y dijo: "Me levantar, abrir la
puerta y le pegar un palazo..." Y cogi un palo, abri la puerta y ya le iba a arrear un
golpe al perro, cuando ste la esquiv y d un salto se meti dentro de la cuna. Al darse
la vuelta, Chepchija se qued ms plida que un muerto. En lugar del perro, vio delante
de ella a la seorita. Y no habra sido tan horrible si la seorita se le hubiera presentado
en su forma natural, tal como nosotros la veamos. Su rostro era de un color azulado,
casi negro, y sus ojos despedan chispas. De inmediato se lanz sobre el nio, lo sac
de la cuna, le clav sus dientes de loba en la garganta, y se puso a chuparle la sangre
Chepchija lanz un grito desgarrador y quiso huir para pedir auxilio, pero la puerta
estaba cerrada. A la pobre no se le ocurri otra cosa que subir las escaleras hasta la
buhardilla, y se encerr all, llorando a mares. Poco despus la bruja entr en la
buhardilla y empez a morderla y araarla. Cuando clare el da, el marido regres y la
encontr totalmente desangrada, y en qu estado se hallara que al da siguiente muri.
Ya ves, seor filsofo, qu cosas pasan en nuestro pueblo. No est bien que te
contemos estas cosas de nuestros amos, pero tampoco estara bien que callramos la
verdad.
Y sonriendo, mir orgulloso a todos y encendi con parsimonia su pipa.
Sin perder un segundo, todos comenzaron a hablar del suceso, cambiando detalles y
aadiendo otras; uno aseguraba haber visto a la bruja acercndose a su casa y
esconderse convertida en un haz de heno; otro que deca que un da le rob una pipa o
un gorro; otro que juraba que saba de muchos casos en que la bruja les haba cortado
las trenzas a las muchachas, o les chup la sangre hasta dejarlas medio muertas.
Despus de tanto hablar, alguno coment que ya era muy tarde y todos comprendieron
que haba llegado la hora de acostarse y dormir. Unos se acomodaron en la cocina,
otros en el granero o en el patio...
Nosotros, seor filsofo, tenemos que acompaarte hasta la iglesia.
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Nikolai Gogol fue hijo de cosacos, almas impertinentes, libres, altivas... La
confrontacin de extremos, tan propia del carcter ruso. El cosaco es el hombre noble,
valeroso, pero tambin el hombre conquistador y alcohlico... En las grandes estepas,
las canciones suenan, sobre timbres de terciopelo y notas suaves, pero tambin con la
voz del ebrio, sobre la sangre de un campo de batalla.
Y los cuatro, es decir, el cosaco interesado en las brujas, Doroch, Spirid y el seminarista,
salieron rumbo a la iglesia, y en el camino tuvieron que asustar a muchos perros que
intentaron atacarles.
Jom Brut, a pesar de sentirse ligeramente animado gracias a unos cuantos tragos de
aguardiente que haba tomado, notaba que aumentaba su nerviosismo a medida que se
acercaban a la iglesia, por cuyas ventanas se lograba ver la dbil luz de los cirios. Los
relatos que haba escuchado durante la cena lo pusieron an ms nervioso y estaba
ahora muerto de miedo. No tardaron en llegar a un paraje en que el bosque era ms
claro, y detrs de la empalizada se vea a la vieja iglesia completa. Jom Brut se despidi
de los cosacos, quienes le preguntaron si la cena no le haba resultado muy pesada, le
desearon buenas noches y se fueron despus de revisar que las puertas de la iglesia
quedaran bien cerradas, tal como se les haba ordenado. Cuando el filsofo se vio solo,
lo primero que hizo fue bostezar, despus toser y, antes de empezar el compromiso que
le haban impuesto, repas otra vez el interior de la iglesia.
En el centro estaba el fretro, cubierto de paos negros; al lado haba unos cirios que
iluminaban tenuemente los iconos cercanos y dejaban al resto de la nave en la ms
completa oscuridad. Las ennegrecidas paredes demostraban claramente la vejez del
templo. Los marcos de los altares y de las hornacinas de los iconos estaban rotos o
agrietados, y ya no tenan el primitivo brillo. Tambin las imgenes estaban
desfiguradas, y pareca que miraban con tristeza la ruina que haba a su alrededor.
"Nada de lo que hay aqu es capaz de aterrorizarme se dijo el filsofo, intentando
vencer el susto y darse nimos. De afuera nadie puede venir a molestarme, pues las
puertas estn cerradas de forma totalmente segura, y en cuanto a los espritus, me
defender de ellos con oraciones que les ahuyentarn si tratan de hacerme algn dao."
Al acercarse al fretro vio que en una mesita lateral haba muchos cirios.
"Me vendrn muy bien -pens. Los encender, y as me quedar an ms tranquilo. Lo
nico que siento es que en la iglesia no se pueda fumar."
Encendi los cirios y los distribuy por todos los rincones y en especial junto a las
imgenes sagradas; en un dos por tres, la iglesia qued totalmente iluminada. Sin
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embargo, en la parte alta, en vez de disminuir la oscuridad, se senta ms densa, y daba
la impresin de que los santos mirasen con ms gravedad desde sus viejas hornacinas.
Una vez ms se acerc al atad para contemplar el rostro de la difunta, pero retrocedi
y cerr los ojos pues aquella hermosura le fascinaba. Pero una fuerza misteriosa le
oblig a abrirlos y, venciendo sus temores, volver a contemplar aquel rostro de
sobrenatural belleza. Un nuevo estremecimiento, esta vez ms profundo, volvi a
recorrer su cuerpo. En aquel rostro no se vea nada que fuera propio de un cadver: ni
la ms pequea mancha, ni la ms leve deformacin. Y aunque tuviera los ojos
cerrados, daba la impresin de que lo estaban mirando... Por un instante se imagin ver
que una lgrima brillando en el ojo izquierdo, detenida por las largas pestaas. Y, en
efecto, era una lgrima, que despus, al deslizrsele por la mejilla, se transform en una
gota de sangre.
Aterrorizado, retrocedi unos pasos, agarr rpidamente el libro de plegarias y
comenz a leer en voz muy alta, casi gritando. El eco de las sagradas palabras era lo
nico que resonaba en aquel recinto en el que durante tanto tiempo haba reinado el
silencio. Su propia voz le sorprenda. Al mismo tiempo pensaba, intentando darse
nimos:
"Por qu razn debo tener miedo? A ella le es imposible levantarse, puesto que los
textos sagrados que recito se lo impiden. Descanse en paz. Y luego, no soy yo tambin
un cosaco? Sin duda esas extraas cosas que se me presentan se deben a que he bebido
ms de la cuenta."
Ya ms tranquilo, lleg a la conclusin de que si estaba prohibido fumar en la iglesia, no
lo estaba disfrutar del rap. "Qu buen tabaco es ste -se dijo tras un estornudo. Y
sigui leyendo pero sin lograr tranquilizarse del todo. Algunas veces miraba de soslayo
el fretro pensando, por sus temerosos presentimientos, que la muerta no solo era
capaz de levantarse, sino hasta de salir del atad. Pero el silencio era total, la difunta
segua inmvil y los cirios iluminaban la iglesia. A pesar de todo, no poda liberarse de
aquel misterioso temor.
Para tranquilizarse empez a cantar en voz alta los textos sagrados, pero sin dejar de
mirar alguna que otra vez el fretro, como si se preguntase cundo iba a suceder lo que
tema, y pensando en la forma en que podra defenderse. Algunas veces interrumpa el
rezo y quedaba todo en silencio, pero no haba el menor ruido que turbase el silencio.
No se escuchaba el correr de las ratas, ni cantaban los grillos, ni el roer de la carcoma
en la madera. Lo nico que se oa era el continuo gotear de la cera cayendo de los cirios.
"Pero estoy seguro que se levantar..." -pens Jom Brut.
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Y en ese mismo instante vio horrorizado cmo la muerta levantaba la cabeza. Al
seminarista los ojos se le salan de las rbitas, se los restreg, despus se los limpi con
un pauelo, pero la visin, en lugar de desvanecerse, era cada vez ms terriblemente
real. Acto seguido, la muerta se incorpor del todo, salto del atad y con rgida
solemnidad se puso a caminar con los brazos abiertos, como si fuera a agarrar a alguna
persona invisible. Un instante despus comenz a dirigirse hacia l...
El seminarista, temblando de puro miedo, traz con los dedos un gran crculo sobre el
polvo y empez a decir oraciones que le haba enseado un monje que durante toda su
vida estuvo dedicado a ahuyentar espritus malignos y derrotar a brujas. La difunta lleg
hasta el borde del crculo pero, para alivio del seminarista, le resultaba imposible
traspasarlo. Por ms intentos que realizaba, era evidente que sus esfuerzos eran intiles.
Incluso Joma tuvo la impresin de que con sus intentos de agarrarlo, el rostro de la
difunta se oscureca, y empezaba a adquirir la apariencia de que llevaba ya muchos das
muerta. Su aspecto era cada vez ms horrible; abri desmesuradamente la boca,
enseando sus espantosos dientes, y luego movi los ojos, pero resultaba evidente que
sus ojos no vean, que estaban muertos, y finalmente, despus de amenazarlo con un
dedo, regres al fretro y se tendi en l. Apenas el filsofo haba logrado
tranquilizarse, cuando vio que el atad se elevaba por s solo y, con un espantoso
silbido, de puso a volar a lo largo y ancho de la iglesia, produciendo un viento
huracanado. Varias veces se dirigi ha- cia l como un blido, pero siempre se detena
al llegar al crculo sagrado con que Jom Brut estaba protegido. Sabindose seguro, el
filsofo sigui rezando.
Despus de dar algunas vueltas ms, el atad regres a su lugar; ahora el rostro de la
muerta tena una extremada lividez y haba adquirido un repugnante tinte verdoso. Y en
ese momento se oy el lejano canto de un gallo, y el pao negro cay violentamente
sobre aquel cuerpo diablico, cubrindolo en su totalidad. El corazn de Jom Brut
lata con fuerza y un fro sudor caa de su frente; sin embargo, el canto del gallo le dio
nimos, y decidi continuar rezando hasta que amaneciera totalmente. Cuando
asomaron los primeros rayos de la aurora, se abrieron las puertas de la iglesia y entraron
a reemplazarle el sacristn y su ayudante, el viejo Javtuj.
Ya en la finca, el filsofo se tendi sobre una cama, pero le cost mucho conciliar el
sueo. Sin embargo, rendido de cansancio y nervios, se durmi hasta la hora de comer,
quedndose con la impresin de que todo lo que haba visto durante la noche no haba
sido ms que una terrible pesadilla. Para ayudarlo a recobrar totalmente sus fuerzas, le
sirvieron un vaso de aguardiente, y al sentarse a la mesa tena tan grande apetito que se
comi casi un lechn entero. A pesar de que varias veces los cosacos le hicieron
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preguntas sobre cmo haba pasado la noche, no dijo una palabra de cuanto haba
sucedido y solo con medias palabras les revel que haba advertido algo raro. El
seminarista era uno de esos individuos que cuando tienen el estmago lleno se
muestran de lo ms eufricos y optimistas. Se haba quedado cmodamente recostado
en el banco de la cocina, fumando su pipa y escupiendo a menudo sobre el suelo.
Despus se fue a dar un paseo por la aldea, y se hizo amigo del primero que encontr, y
tanta era su euforia, que de una casa tuvieron que echarlo y en otra una muchacha le dio
unas buenas bofetadas por haber insistido en exceso en saber la calidad de la tela de la
blusa. Pero a medida que la noche se iba acercando, el optimismo y la euforia de Jom
Brut aumentaba a galope tendido. Antes de la hora de cenar, la servidumbre sola
reunirse en el patio trasero y distraerse con varios juegos, uno de los cuales consista en
que despus de competir arrojando palos, el vencedor, el que los lanzaba ms lejos,
montaba sobre los hombros del vencido, quien deba llevarlo a cuestas como si fuera
un caballo.
Este juego era muy divertido, sobre todo para los espectadores, y an ms divertido
cuando le tocaba al gordinfln del cochero cabalgar sobre el flaqusimo pastor, quien
apenas poda sostener a su voluminoso jinete. Otras veces era Doroch quien se suba a
los hombros del gordinfln, y pareca un buey. Los criados de ms campanillas
contemplaban el espectculo desde la puerta de la cocina y se mostraban impasibles
cuando todos los espectadores se rean a mandbula suelta por haberse cado alguien al
suelo, o por haber soltado Spirid una de sus palabrotas. El filsofo se neg
terminantemente a participar en aquel juego. Un solo pensamiento le obsesionaba y, sin
que pudiera hacer nada por evitarlo, no dejaba de torturarle. Ni siquiera en el transcurso
de la cena logr vencer o reducir el creciente temor, y la preocupacin lo iba invadiendo
a medida que la noche segua su curso.
Bueno le dijo al fin un cosaco, ya comienza a ser hora de irnos. Doroch y yo iremos
contigo a la iglesia.
Acompaaron al seminarista hasta la iglesia, y lo encerraron como en la noche anterior.
Cuando se sinti solo, un espantoso terror se apoder de l. Examin todo lo que ya
antes haba visto; el fretro en el centro de la iglesia, las tristes imgenes de los santos,
los oscuros rincones sumidos en un silencio profundo y sepulcral...
"Bien pensaba, tratando de tranquilizarse, como todo esto ya lo he visto una vez,
supongo que la segunda me sorprender menos que la primera. Es muy posible que a
fuerza de acostumbrarse llegue uno a perder el miedo."
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Abri el libro y se puso a leer, no sin antes encerrarse en el crculo mgico para
protegerse del poder de las tinieblas. Estaba decidido a continuar rezando, sin prestar
atencin a cuanto pudiera suceder en torno suyo. Durante una hora entera fue lo nico
que hizo. Despus comenz a sentirse cansado. Constantemente tosa para aclararse la
voz. Queriendo agarrar un poco de rap, se sac la tabaquera del bolsillo y, sin darse
cuenta, mir hacia el atad. En ese instante su cuerpo fue baado por un fro sudor, y
su corazn casi dej de latir. El cadver estaba ya frente al crculo mgico y lo estaba
mirando con sus ojos vidriosos. No atrevindose a moverse, el joven filsofo volvi la
vista al libro y reanud la sagrada lectura recitando al mismo tiempo varias oraciones
contra las brujas. Mientras rezaba, oa el ruido que hacan los dientes del infernal
monstruo al temblar de rabia, y se imaginaba los movimientos que estara haciendo para
atraparlo. Pero al mirarle de refiln, se calm al comprobar que la muerta lo buscaba
por otro sitio, ya que el crculo mgico lo converta en invisible para la bruja...
El cadver, enfurecido, ruga sin cesar y grua palabras ininteligibles que producan un
ruido como el del alquitrn en ebullicin. A pesar de no poder comprender el
significado exacto de las palabras, saba que contenan amenazas terribles y que la bruja
invocaba a seres extraos. En seguida, como resultado de aquellas palabras, la iglesia
fue invadida por un gran torbellino, parecido al que causara una bandada de aves
persiguindose. Jom Brut vio cmo muchos de aquellos diablicos monstruos
chocaban contra los cristales de las ventanas, mientras otros araaban las paredes
queriendo entrar en la iglesia, pero hasta ese momento no lo haban logrado. El filsofo
cerr los ojos y continuo rezando sin detenerse, hasta que oy en la lejana el aleteo de
un gallo y al poco rato su sonoro canto matutino. Jom Brut interrumpi sus rezos y
dio un suspiro de alivio.
Los que fueron a buscarle aquella maana lo encontraron medio muerto, apoyado
contra un muro y la mirada llena de miedo. Lo levantaron y agarrndolo por las axilas lo
ayudaron a caminar pues apenas lograba mantenerse en pie. Al llegar a la finca pidi
una copa de aguardiente, se lo bebi de un trago y despus de arreglarse con la mano el
cabello en desorden, mir a todos y dijo:
Es horrible que en nuestra tierra sucedan este tipo de cosas. Hasta es posible que... y
haciendo una mueca de desesperacin dej la frase sin concluir.
Todos los que lo rodeaban lo miraban sorprendidos y escuchaban sus palabras con
temor. Incluso un infeliz muchacho a quien los cosacos lo mandaban a realizar toda
clase de faenas para ahorrarse ellos la molestia de hacerlas, lo miraba atnito.
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Pas entonces cerca de ellos una mujer an joven que siempre iba vestida con unas
ropas tan ceidas y una falda tan estrecha que eran una constante provocacin para
todos. Empeosamente coqueta, sola adornarse los cabellos con los adornos ms
extravagantes, a veces, incluso, hasta se colocaba papelitos pintados en varios colores.
Era la ayudante de la cocinera.
Buenos das, Jom le dijo al filsofo, con una amable sonrisa, pero despus, con una
mueca de terror, le dijo: Pero, qu te ha ocurrido? Tienes los cabellos completamente
blancos.
Pues es verdad! repitieron todos los presentes-. Cmo es posible que no nos
hubiramos dado cuenta antes? Si tienes la cabeza igual a la del viejo Javtuj.
Al escuchar estos comentarios, el seminarista corri a la cocina, donde haba visto un
espejo muy sucio y manchado por las moscas, pero adornado con una guirnalda de
flores, demostracin de que era el utilizado por la coqueta ayudante de la cocinera.
Al lograr verse en el destartalado espejo, se horroriz al verse con los cabellos tan
blancos como los de un anciano. Jom Brut anonadado pens: "Hasta aqu hemos
llegado! Ahora mismo voy donde el centurin para decirle toda la verdad, y
comunicarle que me niego rotundamente a continuar los rezos en la iglesia y que me
enve en ese mismo instante a Kiev." Y, sin volver a pensarlo, se dirigi casi a las
carreras a la casa del centurin.
Lo encontr, igual que la vez anterior, sentado frente a la mesa, con la cabeza hundida
entre las manos. Su aspecto era mucho ms triste y deprimido, y estaba tan demacrado
y plido (sin duda por no comer nada durante aquellos das) que el seminarista se qued
muy impresionado.
Buenos das, seor filsofo le dijo el centurin al verle aparecer y detenerse en la
puerta con el gorro en la mano. Cmo te va tu trabajo? Supongo que lo cumples al
pie de la letra.
No s cmo podra decirlo, excelencia, pero he visto all tantas cosas..., cosas
diablicas..., que poco ha faltado para agarrar el gorro y salir corriendo de la iglesia.
Qu ests diciendo?
Es la pura verdad, seor. La hija de su excelencia era una... Por supuesto que
analizando las cosas con lgica es preciso tener en cuenta que era de noble estirpe. Sin
embargo...
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Termina de una vez! Qu pretendes decirme?
Pues por lo visto, resulta que tena tratos con el mismsimo diablo... Y sta es la razn
de que se produzcan tan extraos fenmenos cuando leo ante su fretro los textos
sagrados.
Esto es un motivo ms para que contines leyendo. Ahora comprendo mejor porque
mi querida palomita tena tanta preocupacin por la salvacin de su alma.
Como quiera su excelencia, pero yo ya no puedo aguantar ms.
Qu dices? T continuaras con la lectura tal como te lo he ordenado. Adems, piensa
en que ya slo te queda una noche, y al rezar y leer los textos sagrados ests cumpliendo
con tu deber de buen cristiano, y adems recuerda que sers esplndidamente
recompensado.
Aunque me prometiera montaas de oro contest el seminarista en tono firme, me
negara rotundamente a seguir leyendo y rezando en la iglesia.
Al or esta respuesta el centurin contesto con mayor severidad:
Mira, seor filsofo, jams tolero que alguien me hable as. En el seminario quiz te
estn permitidas estas faltas de respeto, pero aqu no. Puedes tener la seguridad de que
si resuelvo castigarte lo har mil veces mejor que el rector. Conoces un ltigo que tiene
unas bolitas de cuero?
Lo conozco seor, y s que en grandes dosis no tiene nada de agradable.
Lo que no sabes es que ese ltigo lo manejan muchsimo mejor mis servidores que los
del seminario concluy el centurin, con voz enfurecida. Cuando mi gente lo emplea,
despus de una buena tanda recurren al aguardiente, y si el azotado an se resiste,
reanudan el trabajo hasta cantar victoria. Conque ve con Dios y acaba de cumplir con
tu deber. Si no lo haces as, te aseguro que en tu vida volvers a dar un paso. Pero si
cumples tu deber como es de ley, te dar mil monedas de oro.
"Esto s que es hablar claro pens el seminarista al salir. Est visto que este hombre
no admite bromas. Pero yo no soy menos listo que l. Mis piernas corrern ms que las
de sus perros."
Jom Brut estaba decidido a huir, costase lo que costase. Para llevar a cabo sus planes,
escogi la hora de la siesta, cuando los trabajadores y los criados estn en el pajar o en
las eras durmiendo a pierna suelta y roncando estruendosamente.
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Cuando lleg la tan esperada hora, incluso el reverendo Javtuj se hallaba tumbado en un
rincn y roncaba con igual entusiasmo que los dems. El seminarista aprovech la
ocasin para salir al jardn, pues saba que desde all le sera mucho ms fcil escapar
hacia el campo sin que nadie le viera. El jardn se hallaba en el abandono total. Lo
cruzaba un nico sendero que llegaba hasta un pajar y ms all empezaba una tupida
vegetacin con algunos rboles frutales, plantas de cereales de varias clases y plantas
trepadoras que protegan con una especie de techo verde lo que llamaban el "jardn".
Este se encontraba rodeado por una empalizada y tras ella haban unos matorrales que
nunca se haban molestado en levantar y ya no haba guadaa que pudiera con ellos.
Cuando Jom Brut se vio fuera de la empalizada, sinti que el corazn le lata con
fuerza; temblaba y respiraba como una liebre que se ve libre del acoso de los perros.
Adems tena la sensacin de que las matas se le prendan de sus largos faldones
impidindole todo movimiento. Cuando comenzaba a respirar con cierto sosiego, oy
que alguien le gritaba:
Eh, t! Adnde vas?
El seminarista se escondi entre los matojos y despus ech a correr, tropezando con
las plantas o con las races de los rboles, cayendo y levantndose y asustando en su
huida a topos y a ms de una alimaa.
Pasando los matorrales haba un bosque en el que Jom Brut crey que estara seguro.
Segn sus clculos, al otro lado del bosque estara el camino que lo llevara a Kiev. Con
esa idea se intern en el bosque, donde abundaban las plantas espinosas, en las que fue
dejando trozos de sus ropas como demostracin de su osada. Despus lleg a un
barranco de fondo arenoso por el que se deslizaba un arroyo de transparentes aguas, en
cuyas orillas se baaban las races de los lamos y de los sauces crecidos a los bordes.
Agotado, se arrodill al borde del cauce y bebi largamente. "Qu agua tan buena. Aqu
descansar un rato."
Pero de inmediato desech su propsito por considerarlo imprudente. "Es mejor que
siga corriendo."
Sin embargo, apenas se puso de pie vio frente a l al impasible Javtuj. "Vaya con este
diablo; siempre me he de tropezar con l. Si pudiera te arreara unas cuantas trompadas
y te tirara al agua, viejo maldito, pens, pero no se atrevi.
Has dado un gran rodeo, seor filsofo le dijo Javtuj. Hubiera resultado mejor para ti
venir por el camino por donde he venido yo para alcanzarte. Es mucho ms corto y
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ms cmodo, y no te habras roto el vestido. Mira. Qu lstima de pantalones... Y
seguro que son de buen pao. Cunto pagaste por ellos?
Y sin esperar respuesta, prosigui:
Bueno, ya has dado un buen paseo. Ahora volvamos a casa.
Jom Brut lo sigui rascndose la cabeza, pensativo, y muy contrariado, se dijo para sus
adentros: "Ahora la maldita bruja querr vengarse de mi -pero en el acto se
envalenton- Pero, acaso no soy cosaco? Si he pasado dos noches all tambin me ser
posible pasar otra. Dios me ayudar. Pero seguro que esta maldita bruja ha maquinado
mucho para tener a fuerzas diablicas con ella."
Aturdido por estos pensamientos, lleg al patio tras Javtuj. All encontr a Doroch, que
por ser amigo del ama de llaves tena fcil acceso a la bodega. El filsofo le pidi un
poco de aguardiente, Doroch no se neg, y poco despus, a la sombra de un almiar,
haban bebido como beben los buenos cosacos.
Los efectos no se hicieron esperar. Jom Brut se levant y empez a gritar:
Eh, que vengan aqu los msicos! Quiero que me traigan msicos!
Y sin esperar a que llegasen se puso a bailar y a saltar. Y continu bailando hasta la hora
de almorzar y todos los servidores acuden a la cocina. Al principio lo miraron
sorprendidos, pero finalmente se cansaron de sus cabriolas y lo dejaron solo. Jom Brut
termin cayndose al suelo y durmiendo hasta la hora de la cena, momento en que lo
despertaron arrojndole a la cabeza un cubo de agua fra. Durante la cena reincidi en
la verborrea de antes, explicndoles a sus oyentes acerca de las cualidades de que debe
estar dotado un buen cosaco, y sobre todo encomi su valor, que no debe ceder ante
nada ni ante nadie.
Bueno, bueno dijo, interrumpindolo, Javtuj, ya est bien. Levantmonos, de la
mesa, seor filsofo, que ha llegado la hora de volver a la iglesia.
"Ojal reventaras, maldito viejo!", pens el seminarista. Pero se levant dispuesto a
seguirle.
Est bien, vamos pues.
Sali del patio con Javtuj y Doroch. Durante el camino le consuma la inquietud, y trat
de involucrarlos en una conversacin, pero no le contestaban, o le decan unas veces
que s y otras que no, y la mayora de veces ni s ni no.
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La noche era muy oscura. Se oa a lo lejos el aullar de los lobos, y el ladrido de los
perros pareca ms lgubre que nunca; signo de mal agero.
No creo que esos aullidos sean de lobo; parecen de seres extraos dijo Doroch.
Javtuj sigui callado y el seminarista no supo qu contestar.
Pronto llegaron a la iglesia, cuyas agrietadas bvedas de madera demostraban lo poco
que se haba preocupado por la religin el propietario de la aldea. Como las dos noches
anteriores, los dos cosacos se fueron, despus de revisar las puertas, dejando solo al
filsofo.
Dentro de la iglesia todo continuaba con el mismo aspecto lgubre y misterioso,
amenazador. Jom Brut se detuvo un momento ante el atad del cadver de la horrible
bruja.
Juro por Dios que esta vez no conseguirs asustarme le dijo el seminarista en voz
alta.
Y en cuanto hubo trazado el crculo mgico, como en las noches anteriores, empez a
recordar todas las oraciones que conoca para ahuyentar a los malos espritus.
Reinaba un silencio sepulcral. Los cirios iluminaban la iglesia con tenue y temblorosa
luz. Jom Brut abri el libro, y despus de hojear varias pginas, inici la lectura. Pero
poco despus advirti horrorizado que lo que lea no era lo mismo que deca el libro.
Lleno