X Edición Cuentos y Relatos

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X Edición Cuentos y Relatos del colegio Cruz de Piedra, entrega de premios Abril 2007

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EDUCACIÓN INFANTIL

5 Años. ÁNGELO J. CALLE CUNACHI:

“El sueño de las maravillas”

EDUCACIÓN PRIMARIA

1º Curso. YÉSSICA JAQUELINE CARCHI RAMÓN:

“Ismahane y sus perros”

2º Curso. JUANA Mª ZARAGOZA TORRES:

“Laura y el kimono”

3º Curso. CHRISTIAN ZHINGRI PIEDRA:

“El niño huérfano y los tres niños encantados”

4º Curso. VICTORIA GONZÁLEZ GUARDIOLA:

“El pueblo de la Navidad”

5º Curso. LORENA IBÁÑEZ MONREAL:

“Buen guardián”

6º Curso. ALBA MORCILLO MARTÍNEZ:

“La niña malcriada y maleducada”

EDUCACIÓN SECUNDARIA

1º Curso. ZAIDA PÉREZ RODRÍGUEZ:

“El Parque”

2º Curso. SERGIO LÓPEZ BERNAL:

“Toni, el torpe”

3º Curso. ANTONIO LÓPEZ PALAZÓN:

“Paquita y la muñeca”

4º Curso. ISABEL PÉREZ FÉREZ:

“Imposible olvidar”

RELACIÓN DE GANADORES

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Había una vez dos niños que eran amigos.

Cuando salían a jugar se paraban en la calle viendo los camiones y cuando se hicieron mayores ahorraron para comprar un camión y volvieron a ahorrar más y se compraron otros dos y muchos más.

Pasaron unos años y uno de los amigos se fue al cielo. El otro escribió “Maravillas” en los camiones para que al verlos todos se fijaran y recordaran a su amigo.

Autor: Ángelo J. Calle Cunachi

Educación Infantil 5 años

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Érase una vez hace mucho tiempo, una preciosa niña llamada Ismahane que tenía ocho perros.

Un día, se le perdió un perro e Ismahane buscándolo se perdió también y no encontraba su casa.

Su mamá estaba muy triste y todos los vecinos ayudaron a buscarla.

Pasó la noche e Ismahane no aparecía. Al día siguiente,

sus amigos la encontraron y a su mamá se le saltaban las lágrimas de alegría.

Organizaron una gran fiesta a la que

todos fueron invitados.

Aquí un delfín, aquí un pescado y este cuento ya se ha acabado.

Autora: Yéssica Jaqueline Carchi Ramón 1º Curso de Primaria

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En un pueblo muy lejano, vivía una chinita que se

llamaba Laura.

Laura tenía solamente cinco años y se quería comprar un kimono, pero ella era una niña pobre que se había quedado sin padres.

Estaba muy triste porque sabía que no podía ir a la tienda a comprar el kimono pues no podía pagarlo.

Laura se fue a la cueva donde estaba viviendo y muy pocos de sus familiares sabía donde estaba.

Un día, un familiar de Laura pasó cerca de la cueva y entró para ver si encontraba a Laura, y se alegró muchísimo cuando se la vio durmiendo.

Este hombre se la llevó y la acostó en una de las habitaciones de sus hijas. Cuando Laura se despertó,

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se llevó una gran sorpresa ya que se encontraba en una cama y tenía preparada comida caliente.

Laura se quedó muy sorprendida cuando vio a su nueva familia y esta le regaló el kimono que ella tanto deseaba.

Autora: Juana Mª Zaragoza Torres 2º Curso de Primaria

Había una vez un niño huérfano que vivía en la calle. Tenía el pelo de color amarillo y los ojos azules. En un bosque cercano habitaban tres animales que tenían el mismo problema, pues tampoco tenían familia.

La ardilla se llamaba Rachi, el gato Nico y el burro Busno. Un día los tres animales fueron en busca de comida, recorriendo todos los caminos del bosque. El niño también estaba hambriento y decidió ir al bosque a buscar algo que llevarse a la boca.

El niño encontró una manzana en un árbol, pero al subir a por ella cayó y se chocó con los animales. Estos empezaron a quejarse y el niño se sorprendió mucho.

- Pero, ¿cómo podéis hablar? - Verás, nosotros en realidad no somos animales. Éramos

unos niños como tú – le contestó Rochi. Y tú, ¿qué haces aquí niño?

- Es que soy huérfano y tenía hambre.

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- Yo me llamo Nico, y tú ¿cómo te llamas? - Yo Carlos – contestó con voz varonil. - Tengo una idea – dijo Busno. Podríamos buscar unos

padres para que lo adopten y nosotros a un hada para que nos ayude a convertirnos otra vez en niños normales. ¿Os parece buena idea?

- Si!!!!. – contestaron todos al unísono. Pongámonos en camino. Mientras iban caminando se encontraron a un oso muy

grande, muy grande y todos se asustaron, pero Carlos estaba muy acostumbrado a estas cosas y pensó un plan.

- Primero tenemos que coger unas cuantas hojas y colocarlas encima de arenas movedizas. El oso vendrá y al querer comer se hundirá en ellas y nos libraremos de él.

El oso cayó en la trampa y todos los amigos siguieron su camino. Después de andar un rato sintieron hambre y decidieron ir a buscar comida. Encontraron un árbol lleno de

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frutas: plátanos, manzanas, peras, sandías, etc. Y todos empezaron a comer sin parar hasta que la barriga se les hinchó de tanto comer en la cueva. Llegó la noche y decidieron acampar en esa cueva. Encendieron una hoguera y todos fueron a coger hojas y ramitas para hacerse una cama y dormir plácidamente.

Al día siguiente Carlos fue el más madrugador y despertó a los demás para que vieran el día tan precioso que hacía. Al verlo todos exclamaron a la vez:

- Ohh!, este es un buen día para ir a nuestro destino - poniéndose en marcha rápidamente.

En el camino encontraron una casa muy grande. Dentro vieron un montón de muñecas de guerra y escucharon el ruido de una escopeta disparando y de un hombre cantando una canción. Todos los amigos fueron a ver qué era y comprobaron que en la casa todo estaba destrozado. En ese instante apareció el hombre y les dijo que estaba destrozando todas sus cosas porque su casa estaba llena de trastos y de suciedad.

Carlos le dijo que no era necesario romperlo todo y que tendría que venderlo y así poder sacar dinero. El hombre le contestó que a él le gustaba disparar porque fue jefe de soldados y todos le obedecían, sobre todo el coronel Márquez.

Los amigos pensaron que el coronel podría darles información sobre la bruja Maruja y le preguntaron.

- Sí – dijo él. Vive por aquellas montañas en una casa con manchas de sangre en la pared y las ventanas un poco torcidas.

- Vale, dijo Rocky. Y todos los amigos fueron en busca de aquella casa tan extraña.

Por el camino los árboles empezaron a moverse como si fueran personas y los amigos empezaron a tener escalofríos. Rocky encontró unas llaves encima de un árbol y siguieron su camino con las llaves encontradas. Al rato vieron unas huellas de león, siguieron su rastro y encontraron al león señalándoles una cueva. Los amigos se sentían cansados y decidieron pasar la noche allí. Cuando amaneció todos siguieron el camino hasta llegar a la casa que les habían dicho el coronel.

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Entraron con la llave que habían encontrado y la bruja se enfadó muchísimo cuando los pilló dentro. Los animales le explicaron que sólo querían que los transformara de nuevo en niños y que le diera unos padres a su amigo Carlos.

Aunque la bruja en sus buenos tiempos había sido muy malvada, ahora estaba ya bastante vieja y su corazón se había ablandado. Estuvo pensando durante un rato y al final decidió volver a todos los niños a su estado normal y a Carlos lo llevó por arte de magia a un lugar estupendo con unos padres maravillosos.

Y colorín colorete, con padres, amigos y juguetes hemos acabado este relatete.

Autor: Christian Zhingri Piedra 3º Curso de Primaria

Hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano había un pequeño pero precioso pueblo con muchos colores, aunque su color preferido era el rojo.

Los habitantes del pueblo estaban muy nerviosos porque era la Noche de Reyes, y en aquel pueblo siempre era Navidad.

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Un día, una bruja se apoderó del pueblo y secuestró a la princesa ya que sólo ella podría desembrujar al pueblo.

Pasaron largos años y el pueblo se cubrió de maleza y espinas hasta que ya no se veía nada del antiguo pueblo de la Navidad.

Un príncipe pasó un día por allí. Era feo, moreno, con los ojos marrones y la nariz grande, aunque también era muy alto. Le preguntó a un campesino qué era esa montaña envuelta de matorrales y espinas; este le contestó que era el antiguo pueblo de la Navidad.

El príncipe quiso saber lo que se escondía tras la maleza, así que entró y vio solo a la bruja que era muy hermosa, ya que se había tragado a la princesa. Esta tenía el pelo rubio, los ojos azules y era alta y delgada.

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El príncipe desenvainó su espada y luchó contra la bruja. En un momento la pilló desprevenida y la mató.

En ese mismo instante, la habitación se llenó de un color plateado que poco a poco se fue convirtiendo en dorado y apareció una hermosa princesa. Sus padres, muy contentos, quisieron casarla con el príncipe pero ella no quiso a causa de su fealdad.

Un hada buena lo transformó en guapo y apuesto y la princesa quiso entonces casarse con él. Cuando acabó la boda, el príncipe se transformó de nuevo como había sido hasta entonces. La princesa se asustó pero pronto comprendió que la belleza no importa, sino el buen corazón.

Autora: Victoria González Guardiola 4º Curso de Primaria

Érase una vez una perrita que nació en una granja en una

camada de cuatro hermanos. El hijo del granjero le puso un nombre a cada cachorro: Leonor, Spaik, Tambo y Potato. Sus padres cuidaban del rebaño de los granjeros, así que, cuando Leonor fue creciendo, le enseñaron, al igual que a sus hermanos, a cuidar de las ovejas.

Cuando cumplieron seis meses, el granjero decidió deshacerse de los cuatro perritos y mandó a su hijo a que

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los llevara a una tienda de animales. Al chico le daba mucha pena dejar a los cachorros, sobre todo a Leonor, pues hubiera querido quedarse con ella. Cuando dejó la caja con los cuatro animalitos dentro, Leonor le dio un lametón en la cara como diciéndole:

-¡No quiero quedarme aquí!, ¡quiero irme con papá y mamá a cuidar de las ovejas!

Un vecino del granjero entró en ese momento en la tienda y le dijo al chico:

- ¿Son tuyos?

A lo que el chico respondió:

- Sí, pero voy a dejarlos aquí, porque no puedo cuidar de ellos.

El hombre le volvió a preguntar:

- ¿Saben cuidar del rebaño?

- Sí, -contestó el muchacho, - les han enseñado sus padres.

- La perrita es una monada- dijo el granjero vecino, -me quedaré con ella.

El hombre la cogió en brazos y salió de la tienda. La montó en la parte trasera de su camioneta y se alejó. Su granja no quedaba muy lejos.

La granja era muy grande, tenía un gallinero y un corral para las ovejas. También había un establo con dos caballos. Leonor se hizo amiga enseguida de todos los animales, pues era muy simpática y pensó que allí iba a vivir muy feliz.

Pero pronto descubrió que aquélla no era la granja de sus sueños, pues el dueño tenía muy mal genio. Le hacía trabajar desde muy temprano. Llevaban a pastar a las ovejas y cuando Leonor cometía algún error, le daba con una vara en el lomo.

Cuando volvían a la granja, le echaba un poco de pan mojado para comer. Por la noche la ataba con una cadena a un poste que había cerca del gallinero, pues debía cuidar de

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las gallinas para que no las atacaran los lobos. Y así un día y otro día. Leonor se sentía débil y cansada.

Una noche, la perrita se quedó durmiendo y desapareció una gallina. Cuando el dueño se dio cuenta, se puso muy furioso y empezó a golpearla sin descanso. Leonor aullaba y aullaba, pero nadie la escuchaba. Cuando el amo se cansó de golpearla, ella se quedó tendida en el suelo, tan malherida, que no podía ni levantarse.

A la mañana siguiente, el chico acudió a la granja de su vecino, pues quería saber cómo estaba Leonor y qué tal cuidaba de las ovejas.

Cuando le preguntó al granjero, éste le contestó que se había escapado y se había llevado una de sus gallinas.

- ¡Es una desagradecida!-dijo el hombre.- Yo he cuidado bien de ella y ella me lo paga así.

El muchacho no creyó nada de lo que decía su vecino, pero no dijo nada y se despidió de él. Cuando iba a cruzar la valla para irse escuchó un gruñido. Se acercó al lugar de donde procedía y se encontró con Leonor tendida en el suelo.

- ¡Oh, Dios mío, está malherida!- dijo el chico.- ¡Pobrecita!, ¿quién te ha hecho esto? Ha sido el granjero ¿verdad? Es un salvaje.

Intentó liberarla, pero no podía soltar la cadena. Entonces pensó en pedir ayuda a su padre.

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- No te preocupes, -le dijo a la perrita. –Volveré enseguida. Yo te curaré y cuidaré de ti. No pienso dejarte más tiempo con este animal.

No tardó casi nada en volver con su padre el cual le pidió una explicación al granjero

El hombre contestó que como era “su perro” él podía tratarlo como quisiera.

- Te denunciaremos a la Sociedad Protectora de Animales, - le dijeron el chico y su padre.

El granjero frunció el ceño y le dijo:

- Puedes llevártelo si quieres, pues a mí ya no me sirve para nada.

El muchacho la cogió en brazos y él y su padre se fueron a su granja. Allí Leonor se recuperó de sus heridas, con el cariño de sus padres y de sus dueños, y fue muy feliz siendo perro pastor.

Autora: Lorena Ibáñez Monreal

5º Curso de Primaria

Érase una vez una niña muy bonita, pero al mismo tiempo, muy maleducada y también muy malcriada. Se llamaba Lila. Sus padres eran muy sencillos, su mamá trabajaba de limpiadora y su papá de albañil, pero ella era muy caprichosa. Tenía un hermano que era totalmente opuesto a ella, él era educado, trabajador y muy responsable. Se llamaba Esteban.

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Todas las mañanas su mamá les hacía el bocadillo y se lo llevaban al colegio, pero Lila siempre le pedía a su mamá más dinero y ella se lo daba. En cambio, su hermano Esteban le decía a su mamá que a él no le diera dinero, que lo guardara para otras cosas más necesarias.

Lila no hacia nada en clase y, cuando salía al recreo, tiraba el bocadillo a la papelera y con el dinero que le daba su madre se compraba cosas del kiosco. En fin, que su comportamiento no era nada ejemplar.

Cuando llegaba a casa, su madre siempre le preguntaba:

- ¿Tienes deberes, Lila?

- No, mamá. –respondía siempre ella.

En cambio, Esteban siempre decía que sí, que él tenía muchos deberes, pues ocurría que tenía que hacer todos los días sus tareas y las de su hermana, ya que Lila amenazaba con pegarle si no lo hacía así.

Así que Esteban se levantaba todos los días agotado, porque todas las noches se tenía que acostar muy tarde. Pero eso a Lila no le importaba y cada vez era más maleducada, cada vez le pegaba más a su hermano y le contestaba a sus padres más a menudo.

Fue pasando el tiempo y cada día era peor. Sus padres tuvieron que tomar medidas: la castigaron sin salir a jugar a la calle, sin caprichos y no le dejaban ir con sus amigas al parque. A ella le daba igual, seguía haciendo travesuras, e incluso, se escapaba de su casa por una ventana que daba a la calle de atrás. Cuando sus padres se dieron cuenta de esto, pusieron rejas en todas las ventanas. Pero a Lila le seguía dando todo igual, chantajeaba a su hermano para poder escaparse de la casa diciéndole que entretuviera a su mamá mientras ella salía de la casa o, de lo contrario, le pegaría.

Esteban la siguió encubriendo pues tenía miedo de lo que pudiera hacerle su hermana, hasta que un día el niño no pudo distraer a su madre para que Lila saliera de la casa y entonces ésta le pegó. Justo en ese momento los sorprendió su madre:

- Lila ¿qué haces? –dijo la madre.

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Esteban iba a contar toda la verdad, cuando Lila le pellizcó y le miró con cara amenazadora. Entonces el chico contestó:

- Yo le había pegado antes, mamá.

A su madre le extrañó mucho aquel comportamiento, pues sabía que Esteban era muy generoso y nunca se peleaba por nada.

A partir de ese día, siempre que Lila hacía algo malo le echaba la culpa a su hermano y entonces sus padres le reñían a él. Desde ese momento, a los ojos de sus padres, Lila era siempre la buena y Esteban el malo. Cada vez que el chico intentaba hablar con sus padres para contarles toda la verdad, estos le decían:

- ¡Cállate, Esteban! No podemos creer que tu comportamiento haya cambiado tanto. Antes te comportabas mejor.

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Y así, un día tras otro, Lila pegaba cada vez más a su hermano y lo hacía culpable de todas sus maldades.

Hasta que llegó un día en que Esteban ya no pudo más y le contó toda la verdad a sus padres. Ellos al principio no le creyeron, pero luego comprobaron que decía la verdad. Los padres llamaron a Lila:

- ¿Es verdad todo lo que nos ha contado tu hermano? –le dijeron.

- Sí, es verdad, -contestó ella. – Pero me da igual lo que me podáis decir o hacer.

Sus padres decidieron que había llegado el momento de poner fin a toda aquella historia y tomaron una decisión.

- Lila, -le dijeron, - has estado portándote muy mal con nosotros y también con tu hermano, y tú sabes que es cierto, así que debes recibir un buen escarmiento. En adelante irás interna a un colegio donde te enseñarán disciplina.

Lila no quería ir de ninguna manera, pero sus padres no se dejaron convencer con sus ruegos. Se mantenían firmes en su decisión.

Entonces Esteban se compadeció de su hermana y rogó a sus padres que no la llevaran al internado, que le dieran otra oportunidad, y que, seguramente, hablando con ella de todo lo que había pasado, ella se arrepentiría y mejoraría su comportamiento.

Y así fue, los padres y el hermano hablaron con Lila y le hicieron comprender que no iba por buen camino y que tenía que cambiar su actitud.

Lila recapacitó y desde ese momento empezó a portarse bien, a sacar buenas notas en el colegio y a volverse más responsable y menos caprichosa y, desde entonces, sus padres estuvieron muy orgullosos, porque tenían dos hijos maravillosos.

Autora: Alba Morcillo Martínez

6º Curso de Primaria

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En un pequeño pueblo situado en medio de un valle,

vivía una familia muy desagradable. Todos los miembros de la familia eran así, excepto una niña de nueve años que era muy buena y simpática, y diariamente sufría los gritos y las burlas de todos ellos.

Un frío día de invierno, harta de soportar las crueles humillaciones de su familia, cogió su abrigo que estaba en la percha, una manta para arroparse por la noche, un poco de comida y abandonó su casa.

Sus padres no tomaron en serio la huída y pensaron que la oscuridad de la noche la asustaría y pronto regresaría a casa.

La niña con lágrimas en los ojos, levantó la cabeza con gran esfuerzo, miró por última vez su casa y cogió su camino hacia el norte.

Después de una larga caminata, descansó y contempló desde lo alto de la colina la belleza del paisaje. Inesperadamente, un fuerte soplo de aire fue a parar a su cara, ella no pudo mantenerse y cayó colina abajo rodando. Cuando por fin paró de voltear, la niña quedó tirada en el suelo.

Al abrir los ojos, vio que ya era de noche y pensó que había tenido que estar inconsciente bastante tiempo. Como no veía nada, entonces fue tocando con sus manos el terreno y notó como había hierba húmeda y limpia. Pensó que este sería un lugar cómodo para pasar la noche, así que se envolvió en su manta, cerró los ojos y durmió.

A la mañana siguiente, cuando la niña se despertó, vio un paisaje totalmente distinto al de noche anterior. Se encontraba junto a un árbol en un precioso parque y

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rodeada por centenares de mariposas que volaban alrededor del árbol. Ella pensó que no podía ser realidad, que enseguida despertaría de ese maravilloso sueño.

Se levantó y se dio cuenta que un montón de personas diminutas la miraban extrañadas pero con gesto amable y simpático. Ella se sorprendió tanto, que no podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Un enano se acercó a ella y le ofreció una bandeja llena de frutas. Ella sonrió y le dijo:

- Gracias, soy Carol ¿Y tú?

El enano la miró y le respondió:

- Yo soy Pop. Me alegro de que te hayas despertado. Si no te importa, me gustaría saber cómo llegaste hasta nuestro “Parque”.

La niña no sabía realmente lo que había sucedido, de modo que le contó su historia:

- Bueno, pues… me escapé de casa porque mi familia me trataba con desprecio e ingratitud, siempre se reían de mí y nadie me quería. En la escapada, una fuerte ráfaga de viento me hizo caer por una colina, perdí el conocimiento y cuando desperté, ya estaba en este lugar de ensueño.

- Este lugar es especial, aquí solo pueden entrar personas que sean sinceras, valientes y generosas como tú lo eres. Ven te enseñaré “El Parque”.

El enano llamó a unas niñas un poco más mayores que ella, que llevaban unos preciosos vestidos de color oro.

Pop dijo a Carol:

- Yo me tengo que ir. Te dejo con estas tres niñas para que te muestren El Parque y podáis divertiros. Espero que lo pases bien.

Las niñas llevaron a Carol a un río con una catarata muy bonita. Allí le pusieron un traje como los suyos y se sentaron en una hoja grandísima que las paseó a lo largo del río.

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- Este lugar es maravilloso- dijo Carol, e incluso se atrevió a preguntarles cómo habían llegado hasta el parque.

- Nosotras somos hermanas. Estábamos de vacaciones con nuestros padres en una casa cerca de la colina. Un día estábamos jugando, cuando vimos una mariposa muy bonita; corrimos tras ella y caímos cerca de un cerezo. Cuando despertamos, vimos a Pop y nos mostró El Parque. Seguimos aquí porque nos dijeron que si queríamos volver a salir, nunca más recordaríamos este lugar y si nos quedábamos, veríamos lo que pasa en el mundo a través de una bola de cristal.

Carol se sorprendió y preguntó:

- ¿Me pasará a mí lo mismo que a vosotras?

- Me temo que sí- respondió una de ellas.

- No sé, es que esto es preciso y además puedo ver lo que le ocurre a mi familia.

- Bueno, eso ya lo eliges tú. Nosotros echamos mucho de menos a nuestros padres- contestó la más pequeña.

- ¿Y por qué no vais con ellos?- Porque no podemos. Una vez que elegimos, ya no se puede dar marcha atrás.

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Después del paseo por el río, Pop fue al encuentro de Carol y la llevó a una cabaña; allí le hizo una serie de preguntas sobre su familia, su pueblo y sobre ella misma. Finalmente terminó diciendo:

- Verás, quiero decirte algo. Este lugar es especial y mágico y si realmente quieres vivir aquí, solo podrás ver el mundo exterior a través de una bola de cristal. Si decides irte, no recordarás absolutamente nada del parque. Tú decides.

- Carol lo pensó un poco y le preguntó:

- ¿Qué te parecería si en vez de irme yo se van las tres hermanas?

El enano miró hacia la ventana de la cabaña y dijo:

- Te propongo una cosa, si llegas a coger esa piedra…

- Esa de colorines- interrumpió Carol.

- Sí, esa misma. Si la coges os dejaré salir a las cuatro.

Carol miró hacia la piedra y vio un gran árbol, altísimo y con muchas ramas y hojas.

- Vale -respondió Carol firmemente.

Cuando salió de la cabaña, empezó a subir por el árbol pero no podía trepar, se escurría demasiado. En ese momento, recordó las palabras que Pop le había dicho cuando llegó, le dijo que era valiente, sincera y generosa. Sincera, porque había dicho honestamente lo que pensaba sobre El Parque y generosa, al rechazar su vida en el mundo exterior a cambio de que pudiesen salir las otras niñas, así es que solo le faltaba ser valiente.

Entonces, puso un pie en una rama, el otro firme en otra y así sucesivamente hasta que se encontró con una rama con muchísimas hojas; de ellas salieron mariposas que le indicaron dónde estaba la piedra. Cuando la cogió, saltó y cayó a un cerezo y se la entregó a Pop. Pop sonrió y dijo:

- “Poneos donde caísteis y volved de donde vinisteis”.

Inmediatamente, la niña se vio otra vez en la colina contemplando el pueblo y dijo:

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- ¿Pero qué hago yo aquí?

Carol volvió al pueblo con su familia que ahora era buena y amable con todo el mundo. Al mismo tiempo, las tres hermanas se encontraron de nuevo con sus padres de vacaciones.

Fue como si no hubiese pasado ni un segundo, claro que ahora no se acordaba de nada. Pero, ¿existirá realmente El Parque o será solo un sueño?

El caso es que Carol guardaba una piedra de colorines debajo de la almohada.

Autora: Zaida Pérez Rodríguez

1º Curso de Secundaria

Me llamo Antonio, pero desde pequeño todo el mundo me

llama Toni. Mi familia procede de Alcobendas, un pequeño pueblo de Madrid, y mi padre se trasladó a Barcelona para ejercer la medicina.

Pasé mi primera infancia y adolescencia en la calle Cervantes, en el barrio de Vistahermosa.

Vivía en una calle nueva y ancha, que fue creciendo al mismo tiempo que todos los niños del barrio.

Allí no vivía gente de dinero, sino gente modesta, obreros, carpinteros y otros profesionales como mi padre, que era médico. La calle Cervantes, mi calle, parecía un jardín, porque en ella teníamos todo lo que cualquier niño necesita para jugar.

Para todos esos juegos de calle yo era un poco torpe, y aunque se me daba muy bien correr, no me dejaban jugar al fútbol de lo mal que lo hacía.

El que yo fuera torpe para jugar al fútbol viene de lo que me pasó a los siete años en el colegio. Nos pusieron a todos los

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de la clase en fila en el patio para que chutásemos cada vez uno hacia el portero. Cuando me tocó chutar a mí, estuve tan dudoso que no sabía para donde chutar, pero tenía muchas ganas de meter un gol. Entonces el profesor de gimnasia le hizo una señal al que mejor jugaba de la clase, que se llamaba Fredy. Él chutó por mí y metió el gol. Todos los niños y el profesor se rieron de mí sin saber cuál era mi complejo.

Tampoco me gustaba mucho estudiar, siempre era el último de la clase; lo único que me gustaba era jugar en la calle con los demás niños.

Mis padres me dejaban porque no había ningún tipo de peligro, incluso ni pasaban apenas coches. Lo malo era que el juego preferido de todos los niños era el fútbol, y tenían que contar con un buen equipo para jugar contra los de la calle Goya.

El que mejor jugaba era un tal Fede, que con catorce años era el mayor de todos, de ahí que fuera el capitán.

A mí siempre me solía regañar diciendo:

- ¡Chuta bien Toni! Siempre se te va la pelota.

Yo no le replicaba porque tenía razón y porque era mayor que yo. Solíamos jugar con pelotas de trapo, pocas veces teníamos una de goma; cuando yo les daba con la punta de mi bota, nunca iban donde yo quería.

- ¡A mí, a mí! Me gritaba uno de los niños, cuando por casualidad la pelota llegaba a mis pies. Yo miraba bien al que me pedía la pelota, apuntaba, disparaba…y la pelota se iba hacia otro lado, normalmente a los pies de un jugador del equipo contrario.

- ¡Chuta bien Toni! ¡Chuta bien! -chillaba el capitán Fede.

En aquellos partidos, podían jugar 14 contra 18, y los resultados solían ser 20 a 7, y algo por el estilo. A cualquiera le podía venir la pelota, bien sola, o bien rodeada de 10 o 20 piernas; otras veces, podías encontrarte a dos metros de la portería con el portero tirado en el suelo.

Así me encontré yo una vez, y chuté, pero la pelota no se fue hacia la portería del portero derribado, sino hacia la portería del número 5 de la calle Goya.

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-¡Torpe, más que torpe!, oí que me decía alguien con voz chillona. Cuando jugábamos entre los compañeros del colegio, siempre me elegía uno de los capitanes, aunque siempre fuera el último; pero cuando jugábamos contra otro colegio, siempre me quedaba fuera. Yo siempre le pedía jugar y algunos de mis mejores amigos intercedían por mí.

- Puedes ponerlo, Fede. Si los otros son malísimos, les vamos a dar una buena.

- ¡No puedo ponerle! Es imposible, no sabe jugar. Prefiero poner a un niño de tres años.

Yo sabía que el fútbol consistía en apoderarse de la pelota con los pies, regatear a los que te la querían quitar, llegar cerca de la portería, chutar y ¡GOOOL! Pero si no me salía ¿qué iba a hacer yo?

Quizás parezca, por mi manera de contar esta historia, que todos los chicos me despreciaban, pero no era así, todo lo contrario, me respetaban porque era hijo de un médico y porque aunque era un poco torpe, no tenía mala leche.

Aún con lo malo que era, se esforzaban por encontrarme un puesto en el equipo. Un día, sentados en el borde de la acera, Fede estudiaba la situación:

- ¡No vale para nada! Portero no puede ser porque es bajito.

- Algo regatea, pero en cuanto le viene dos, uno seguro le

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quita la pelota.

- En la delantera no puedo ponerlo porque no sabe chutar bien.

Aquel día estaba lloviendo, la calle estaba llena de barro, pero hubo partido. La pelota venía a mis pies. ¡Pasa, pasa!, me gritó Fran que estaba frente al portero contrario y yo, claro, como siempre la dejé pasar.

Otra vez, todos enfadados conmigo. Empezaba a preocuparme el no estar integrado con los demás chicos del barrio. Entonces, se me ocurrió la idea de comprar un balón de reglamento para ver si así me aceptaban mis compañeros. A partir de ahí, me dejaban jugar porque era el dueño del balón, aunque seguía chutando casi igual de mal.

Ahora ya soy mayor, tengo mi propia empresa, todo me va muy bien, y he comprendido que esta vida no es solo fútbol, sino que hay cosas mucho más importantes.

Autor: Sergio López Bernal

2º Curso de Secundaria

Érase una viejecita que vendía globos por un pueblo donde la mayoría

de la gente era pobre, pero paseándose por las calles encontró una hermosa casa, con un bello jardín delante y una valla de color blanco que la rodeaba. En ella apoyó los globos que vendía para atarse el zapato y de pronto oyó el sonido de uno de sus globos que le habían explotado.

- ¿Qué haces niña? -dijo la anciana.

- Te he roto el globo porque los has dejado en mi valla -dijo una niña que se encontraba junto a los globos.

- Eres muy bonita niña, pero muy mal educada -le contestó la anciana. María, que así se llamaba la niña, era muy bonita, rubia, con el pelo

rizado y unos ojos azules como el cielo. Era tan bonita como testaruda y caprichosa. Vivía en aquella casa tan hermosa y tan grande de las que había pocas por aquel lugar.

- ¿Cómo te llamas niña? -preguntó la viejecita.

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- Me llamo María y vivo en esta casa.

- Ahora me vas a pagar el globo que has roto, pues yo vendo mis globos para poder comer -dijo la anciana muy enfadada.

- No voy a pagarle nada -contestó María muy testaruda, tirando la muñeca que llevaba en sus manos y dirigiéndose hacia su casa.

- María, se te ha caído la muñeca -le gritó la viejecita.

- No la quiero, tengo muchas y a esa le falta un brazo y tiene el vestido roto -gritó la niña.

De pronto apareció otra niña morena con el pelo corto. Rápidamente se agachó a cogerla y se puso muy contenta.

La anciana se escondió detrás de un árbol mientras observaba a Paquita, que así se llamaba la niña.

- ¡Qué muñeca tan linda! -dijo Paquita. Le arreglaré el brazo y yo

misma le haré un vestido nuevo.

Cuando María entró a su casa oyó la voz de su madre que le preguntaba:

- María, ¿dónde está la muñeca que te regaló la abuela por tu cumpleaños?

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- Se me ha perdido -contestó la niña.

- Pues ahora mismo vas a buscarla y no vuelvas hasta que la encuentres -le gritó su madre muy enfadada.

Paquita había arreglado la muñeca y le había hecho un vestido nuevo con unas telas que encontró en su casa de sobras de un vestido que le había hecho su madre a ella.

De pronto, se cruzaron por la calle María y Paquita, quien llevaba la muñeca entre sus brazos.

- Dame esa muñeca, niña. Es mía -dijo María.

Paquita se quedó muy extrañada y le contestó:

- No te la voy a dar. ¡Es mía!

- Tú eres una niña pobre, hija de la cocinera de mi casa y tu mamá no tiene dinero para comprarte una muñeca de seda -le dijo María burlonamente.

- Yo la encontré. Estaba rota y yo la he arreglado. Ahora es mía -contestó Paquita.

- Pues ahora voy a entrar en mi casa y le diré a mi mamá que me la has quitado y no me la quieres devolver -dijo María.

La ancianita, que lo estaba viendo todo, salió de detrás del árbol en el que estaba escondida y les dijo:

- ¿Qué está pasando aquí?

- Esta niña me ha quitado mi muñeca -dijo María.

- Eso es mentira -contestó Paquita llorando.

Entonces, a la viejecita se le ocurrió una cosa para ver quién se quedaba con la muñeca. Tenían que tirar cada una de un brazo de la muñeca y la que más pudiera se la llevaría.

Paquita no quiso tirar y la muñeca fue para María.

- ¿Por qué no has tirado de la muñeca, Paquita? –preguntó la anciana.

- Porque si las dos tiramos se romperá. –contestó muy triste Paquita.

Entonces la anciana se dio cuenta de que la muñeca tenía que ser para Paquita, y así fue.

Autor: Antonio López Palazón 3º Curso de Secundaria

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Rebeca era una niña de 14 años, morena y muy tímida.

No le faltaba de nada. Tenía una familia que la quería y muchos amigos. Vivía la vida muy feliz: no tenía ningún problema que le pudiera aturdir, que no le dejara vivir.

Sin embargo, un 26 de febrero de 2006, su vida sufrió un cambio. Eran las 6:30 de la madrugada cuando escuchó un helicóptero al que ella no le dio importancia alguna, pero su móvil sonó. Era su tía Josefa. Le daba una mala noticia: su amigo Jose moría en un accidente de coche cuando venía de Valencia. En esos momentos se podían observar las lágrimas de dolor e impotencia en su rostro. ¿Qué he pasado? -se preguntaba. No se lo acababa de creer.

Rebeca se puso lo primero que pilló y se fue a casa de su amiga María Jesús a contarle la trágica noticia. Ambas amigas rompieron en llanto y se abrazaron, no querían separarse la una de la otra. Rebeca no sabía qué hacer. Esos días fueron de amargura, tristeza... Necesitaba, más que nada, estar rodeada de los suyos.

Las semanas pasaban y ella no tenía ganas de salir. No comía, no dormía. Su vida, en ese momento, era un calvario del que creía que no iba a poder salir. Ella se preguntaba el porqué le pasaba eso a la gente buena, como lo era su amigo. ¿Por qué se iba él y no las personas que hacían sufrir a los demás?

Por fin decidió ir a visitar a la madre de Jose, que se llamaba Rosario. Juntas pasaban las horas ayudándose mutuamente. Miraban las fotos de él y pensaban que en

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algún momento iba a cruzar la puerta de su casa como todos los días, pero no era así, sus llaves nunca sonaban en la manivela de la cerradura.

Rebeca y Rosario se daban las fuerzas necesarias para salir adelante, para salir de ese pozo negro en el que estaban metidas. Rosario era una mujer valiente a la que no le faltaban fuerzas para asimilar todo lo que había pasado, pero Rebeca no era así. Ella necesitaba las palabras de consuelo y aliento que le ayudaban a la lucha constante

de todos los días. Rebeca pensaba en Jose diariamente, recordaba los momentos buenos que habían pasado juntos, pero cuando parecía ponerse una sonrisa en su boca le venía a la cabeza la idea de que eso ya no volvería a pasar. Pensaba en la habitación de Jose, lo solitaria que estaba, en su ropa colgada en el armario y que nadie volvería a usar.

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Las amigas de Rebeca estaban muy preocupadas por ella. Había sido un palo muy gordo y ellas creían que Rebeca se encontraba mejor, pero estaban equivocadas. No sabían qué hacer, ya que lo que había pasado no tenía solución ninguna, pero también sabían que Rebeca, tarde o temprano, tenía que darse cuenta que la vida seguía y que tenía que vivirla pasara lo que pasara. Ellas le prometieron que no se iban a separar ningún momento de ella, que siempre iban a estar juntas, que nada ni nadie las iba a destruir.

Le decían a Rebeca constantemente que su amistad les iba a ayudar, que no la iban a destruir ni un instante.

Rebeca disimulaba su tristeza delante de ellas, aunque por dentro nadie sabía el dolor que llevaba. Pensaba que la vida no tenía sentido, que siempre acabaría estropeándolo todo, por lo que Rebeca no conseguía pensar en positivo.

Decía muchas veces a sus amigas que qué es lo que la vida te puede dar. Sus amigas no le contestaban, pero ella siempre decía que lo único que hay en la vida es el sufrimiento. Ellas no daban crédito a sus palabras y le decían que por favor pensara en todo lo que tenía, que había gente que la quería y que necesitaban mucho de ella, que, aunque Jose no estuviera físicamente con ella, él iba a estar siempre en su corazón y en su mente. Que estuviera donde estuviera, siempre iba a estar junto a ella apoyándola, protegiéndola y guiándola por el buen camino. Que sonriera por él, ya que él la quería ver así, no de otra forma.

Rebeca pensó que sus amigas tenían razón, que por él iba a luchar y que no caería en ninguna trampa del destino, ya que él estaría junto a ella para decirle lo que estaba bien y lo que estaba mal, que lo podría escuchar en lo más profundo de su corazón y que algún día ella

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pensaría junto a él y que podrían retomar el camino que, por desgracia, dejaron a medio.

Dicho y hecho, Rebeca hizo eso. Gracias a sus amigas se dio cuenta de que la vida es muy dura en ocasiones, pero también muy corta y que desgracias como ésta te abrían los ojos, te hacían recapacitar de que las cosas materiales no son tan importantes, sino las personas y los valores de cada una de ellas, que son a las que no damos importancia porque pensamos que no les va a pasar nada, porque siempre las tenemos ahí y no vemos más allá, por lo que debemos decirles lo mucho que las queremos, ya que habrá un día en el que ya no estén con nosotras y nos arrepintamos de no haber hecho juntos muchas cosas, al igual que no decirles lo que sentimos cuando estamos con ellas. Por eso no hay que desaprovechar el tiempo en cosas que no tienen ningún futuro sobre nosotros más que destrucción y el malgasto de la vida.

Rebeca, hoy día sigue su camino sin olvidarse de su amigo Jose, ya que él está presente todos los días en ella y lo que hace, lo hace con ayuda de él para que pueda sentirse orgulloso de lo que está haciendo con su vida esté donde esté y que, gracias a él, se ha dado cuenta de lo maravillosa que es la vida junto a las personas a las que quieres y a las que siempre te hacen falta, tanto en los buenos como en los malos momentos, que son los verdaderos amigos y también tu familia de los que nunca prescindirás, al igual que ellos contigo, ya que son los que siempre te querrán tal y como eres, con tus virtudes y defectos.

Autora: Isabel Pérez Férez 4º Curso de Secundaria

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