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Primera edición: marzo 2021Depósito legal: AL 651-2021

ISBN: 978-84-18151-38-5Impresión y encuadernación: Editorial Guante Blanco.

© Del texto: Raúl Ferrrero Martínez© Del prólogo: Jesús Callejo Cabo© Maquetación: Editorial Guante Blanco.© Diseño: Editorial Guante Blanco.© Imagen de cubierta: Miguel Zorita

Editorial Guante Blancowww.editorialguanteblanco.cominfo@editorialguanteblanco.com

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El papel utilizado para imprimir este libro es 100% libre de cloro y, por tanto, ecológico.

Impreso en España - Printed in Spain.

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AGRADECIMIENTOS

Cuando empecé a escribir el libro jamás imaginé la cantidad de gente que, de forma desinteresada, me prestaría su ayuda para esta tarea tan ardua. A todos ellos les quiero dar las GRACIAS, ya que sin su colaboración, el libro que ahora tiene en sus manos difícilmente hubiera visto la luz.

GRACIAS a JESUS CALLEJO CABO, por su prólogo, su ayuda, sus correcciones, mejoras y consejos, de forma altruista, para perfilar la obra. Es un maestro, y el placer de poder contar con él hace aún más grande su persona. Él me enseñó el camino del misterio, de la España Mágica, del folklore español y a él le debo este libro. Necesitamos más personas en este mundo como tú, Jesús.

GRACIAS a MIGUEL ZORITA BAYON, por prestarse a ilustrar el libro, para mí uno de los mejores ilustradores del pano-rama actual. Sus dibujos desprenden fuerza, emotividad y ener-gía, y saben transmitir aquello que el escritor plasma. Además es una excelente persona, siempre dispuesto a tenderte una mano si es necesario.

GRACIAS a JAIME REGIDOR MARTINEZ, por ilustrar la portada del libro e infundir, con su arte, la belleza y el sentimien-to que desprenden sus trazos.

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GRACIAS a ANGEL BEITIA OLIVARES, quién con sus pa-seos misteriosos me ayudó a descubrir la Valencia Mágica que sirvió de inspiración para este libro, excelente persona.

GRACIAS a MARIA ESTRELLA MARTIN ACIRON, quién desde el primer momento se prestó a leer mi manuscrito y darme ánimos y energía para terminar la labor, te lo agradezco de corazón. ¡Qué sabios consejos me diste!

GRACIAS a ISRAEL J. ESPINO, por sus aportaciones y reco-mendaciones para que el libro sea mejor, es una extremeña amiga y la mejor conocedora del mundo brujeril. Una mujer «sabia» ne-cesaria en este mundo de hechizos, conjuros y sabiduría ancestral.

GRACIAS a LAURA Y PAULA, mis dos brujas particulares, quienes me dan fuerza y energía cada día para luchar. Sin ellas, este libro nunca hubiera existido, desde el primer momento me apoyaron para continuar y terminarlo. Os quiero porque estáis llenas de luz. ¡Sois mi ALMA!

GRACIAS a VICENT FERRERO, profesor de historia y, por encima de todo, mi hermano. Sin su colaboración y ayuda, la parte relativa a la persecución de las brujas, no hubiera sido posible.

GRACIAS a mis PADRES, por darme la vida y vivirla con pasión. Todo lo que soy, es por ellos.

GRACIAS a toda la gente que me quiere y me aprecia, y a la que no, también, porque en parte han servido de inspiración para escribir el libro ya que la maldad que reside en ellos siempre es fruto de conocimiento e inspiración, y puede reflejarse en el libro. De tus enemigos puedes obtener mucha sabiduría.

Y por último, y como no podía ser de otra manera, GRACIAS a mi ABUELA MATERNA MARIA, de apodo «la pollera», por su trabajo como carnicera en el mercado municipal de mi ciudad natal. Sin su luz, su energía, su fuerza y su espiritualidad estoy seguro que las brujas no existirían. Allí donde estés, que estoy seguro que es más cerca de lo que pensamos, sigue infundiendo la luz que en vida me dabas.

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PRÓLOGO

Recuerdo cuando estrenaron la película Las brujas de Zugarra-murdi fui ilusionado a verla, aunque sabía que era una historia paródica con tintes de humor negro, al estilo de otros films de Álex de la Iglesia. Y pronto me percaté de que el titulo nada tenía que ver con el Auto de Fe de Logroño, un proceso en el que fue-ron acusadas unas cuantas personas de practicar la brujería y cuyo foco principal estaba en esta localidad del pirineo navarro a prin-cipios del siglo xvii. Vamos, que la película era una versión muy libre (Pedro Muñoz Seca diría que se trataba de una astracanada).

Tuve una sensación agridulce porque si bien muchos espec-tadores oían por vez primera el nombre de «brujas de Zugarra-murdi» y las colocaban en el mapa de España, por otra parte, al utilizar este título por una mera cuestión de marketing, acabaron «quemando» (y nunca mejor dicho) un argumento histórico que algún día se podría haber realizado con mejores medios sobre lo que realmente ocurrió, se fabuló o se exageró. Al final, aquel Auto de Fe de 1610 por el que dieciocho personas fueron reconciliadas y seis quemadas vivas, constituyó uno de los episodios más desta-cables de la historia de la infamia.

Las consecuencias que se derivaron fueron de enorme impor-tancia en cuanto a la postura que adoptó la Inquisición españo-la ante la brujería, estableciéndose claramente dos tendencias: la

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de quienes abiertamente negaban la existencia de brujas y brujos (Alonso de Salazar y otros se dieron cuenta de que la mayoría de las declaraciones y acusaciones eran producto de la imaginación) y la de quienes se aferraban machaconamente a su realidad.

Hace años escribí y publiqué un libro, Breve historia de la bru-jería se titulaba, en el que intenté desbrozar lo que había de real o fabulado, de típico y de tópico en este mundo tan fascinante y supersticioso de la brujería. Leí mucho sobre el asunto y me di cuenta, hablando con amigos y familiares, de que aún había ciertos malentendidos al mezclar brujas con hechiceras o diablos con duendes, muchas veces sin ton ni son, lo que generaba más confusión a un tema que me parece de suma trascendencia. No en vano, esa llamada «caza de brujas» que asoló Europa nada más terminar la Edad Media y que duró la friolera de tres siglos, los acusadores e ideólogos eran las mentes más lúcidas y supuesta-mente mejor preparadas y más brillantes de cada país. Cómo se-rían las demás…

Y me preguntaba cómo se pudo caer en esa locura. Estaba claro que había un cóctel perfecto de fanatismo, prejuicios, su-perstición y misoginia.

De ahí que sean tan importantes artículos y libros que acla-ren dudas, datos, conceptos, ideas, procesos, estadísticas y relatos, como hace esta magnífica obra de Raúl Ferrero, sin duda una valiosa aportación y muy bien documentada. Es preciso saber quiénes eran esos brujos tan perseguidos y odiados, conocer el agobiante ambiente rural que les tocó vivir. Y, sobre todo, para distinguir a las brujas maléficas de otro tipo de actividades o pro-fesiones, como las hechiceras, curanderas o adivinadoras que, tal como se afirma en el libro, «ni utilizaron la magia negra ni pacta-ron con el Maligno».

Nada tiene que ver la bruja satánica perseguida con saña por la Inquisición europea con la brujita de los cuentos infantiles o relatos folclóricos, a la que casi siempre se la representa como una

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mujer mayor, fea y malvada, con verruga en medio de la nariz y volando montada en una escoba.

En definitiva, saber quién es quién, antaño y hogaño, en este mundo brujeril, herético y heterodoxo donde el tufillo a azufre y a leña quemada siempre ha sido una constante.

Y en el concienzudo análisis que hace Raúl no deja ningún ad-minículo ni utensilio por observar y diseccionar, desde los grimo-rios que servían para hacer invocaciones a espíritus y demonios, hasta los elementos más necesarios para hacer un ungüento aluci-nógeno o ir camino a un aquelarre «como Dios manda», aunque en este caso como el macho cabrío ordenase.

Y todo ello dentro de un contexto histórico que es necesario analizar, entender y valorar, hasta que por fin en el siglo xviii las mentes pensantes y ejecutoras de edictos y autos de fe se dieron cuenta de que eso de acusar alegremente a ciertas personas for-maba parte más de la inquina, la venganza y la ignorancia que de supuestos pactos, implícitos e explicitos, con Satán. Y la perspec-tiva fue cambiando.

La brujería ha sufrido una metamorfosis a lo largo de estos siglos. Es más que evidente. Ya no hay brujas que se transformen en alimañas para chupar la sangre de los bebés ni tienen diablillos familiares metidos en la alacena para que las asesoren sobre los ingredientes de sus calderos mágicos.

Ahora sigue habiendo «brujas» (eso dicen ellas) que se dejan ver en canales de televisión locales a horas intempestivas contes-tando preguntas peregrinas sobre la salud, el dinero y el amor. Echan las cartas del tarot o hacen predicciones astrológicas sobre un futuro de manera tan ambigua que un niño también sería capaz de hacerlo jugando al «veo, veo».

Pero también hay personas —hombres y mujeres— que in-tentan volver a la auténtica brujería y que nada tiene que ver con magia negra, ni con rituales sanguinolentos, ni con pactos satá-nicos, ni ordalías, ni marcas de la bruja. Intentan ser herederas

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de tradiciones de las religiones ancestrales, del culto a la diosa y a conectarse con el lenguaje de la naturaleza sagrada en fechas sols-ticiales, prácticas que han sido perseguidas y desvirtuadas durante siglos. O, como dice una amiga mía que practica estos rituales, «hacer que coexista la vida mágica con la vida muggle».

No olvidemos que la palabra bruja en inglés, witch, tiene orí-genes celtas y significa «mujer sabia» (wise woman), puesto que en ciertos ámbitos fue muy respetada al poseer un profundo cono-cimiento sobre los secretos de la naturaleza (como ocurre con las meigas gallegas).

Gracias, Raúl, por esta visión objetiva e histórica que nos muestra un fenómeno muy real, pero a la vez tan complejo y poliédrico como fue y sigue siendo la brujería desde sus inicios (cuando no se llamaban brujas) hasta el día de hoy, en pleno siglo xxi, donde en ciertos lugares del mundo, como Papúa Nueva Guinea o en la India, se sigue persiguiendo y asesinando a perso-nas acusadas de brujería.

Es necesario empaparse de libros como el que ahora tiene en-tre sus manos, que además es la «ópera prima» de Raúl Ferrero, al que deseo, al igual que a su hijo literario un poco brujeril, los me-jores auspicios, augurios, hechizos, conjuros y talismanes posibles para que las verdades contenidas en sus páginas disipen algunas de las tinieblas que forja la desinformación.

Jesús Callejo Cabo

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INTRODUCCIÓN

Quiero que haga un pequeño ejercicio conmigo, no se preocupe, es sencillo y no requiere de mucho tiempo. Póngase cómodo, en silencio y cierre los ojos, e imagine por un momento que se en-cuentra en plena Edad Media, rodeado de miseria por las calles, ruido y bullicio de gentío, cabalgaduras de caballos que trotan por el suelo adoquinado y un cielo neblinoso que cubre la ciudad. Una vez ambientado, imagine la figura de una bruja, en su choza, junto al fuego.

Perfecto, ya ha terminado. Abra los ojos. Seguro que la imagen de bruja que le ha venido a la mente es la de un ser vestido de negro, una mujer vieja, fea, y haciendo sus brebajes en un caldero junto a la lumbre. Esa es la figura que nuestro subconsciente tiene de las brujas, y créame, nos engaña, porque no todas eran así.

La brujería y las brujas son tan antiguas como la propia hu-manidad. De hecho, ya en Babilonia y en Sumeria, ya se hace referencia a las brujas, teniendo una mala reputación siendo con-sideradas como las servidoras del mal. Siempre han existido y nunca han tenido el carácter maléfico que se les confirió en la Edad Media, donde, principalmente en Europa, su caza y ani-quilamiento fue atroz. Siempre se las ha representado vestidas de negro, ancianas, enjutas de piel, encorvadas, con nariz aguileña prominente y verrugas. Nada más lejos de la realidad. Esa imagen

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de bruja es la que se nos ha trasladado a lo largo de la historia por-que así las presentaba la Iglesia, porque interesaba que su imagen fuera oscura y funesta, ya que el origen de sus persecuciones fue la relación con el demonio, y a este se le identificaba con el color negro de sus ropajes, su imagen horrenda, y su fealdad; pero las hubieron jóvenes, bellas y sabias, vestidas con ropas de color y que cuidaban de su imagen, como hoy en día lo siguen haciendo.

La brujería, tal y como la define el historiador Miguel José Rodríguez Álvarez, es «un conjunto de tradiciones locales, conti-nuas, que creen en la existencia de algunas personas —individuos marginados como ancianas solitarias, viudas o mendigos— con poderes maléficos, pero que carecen de una cobertura mitológica de importancia y en el que el pacto con el demonio no es nece-sario». Es curioso pero esta fue la realidad de la brujería, es decir, mujeres analfabetas en su mayoría, que ni hicieron pacto demo-niaco ni nada parecido. Por ello las mujeres que eran acusadas de brujería eran mayoritariamente curanderas, vendedoras, mar-ginadas, mentalmente desequilibradas o con alguna enfermedad psíquica, prostitutas, comadronas, etc. a quienes era fácilmente localizable alguna marca del «diablo» en el cuerpo, como luego veremos, que las hacía identificarlas como brujas. Hay que tener en cuenta, que en la época a la que nos referimos, la soltería esta-ba mal vista y suponía un problema, ya que la mentalidad de la sociedad era patriarcal, donde la figura del hombre era necesaria y la mujer debía dedicarse a cuidar del hogar, de sus hijos y servir al marido. Por tanto, el elemento puramente reproductor de la mujer era el único fin de su existencia, y fue por ello por lo que fueron objeto de persecución. Hay que tener en cuenta que el motivo de que hubiera un elevado número de mujeres solteras o viudas, también hay que encontrarlo en las epidemias y gue-rras que asolaron Europa en tales fechas, lo que provocó que en el siglo xv el número de fallecimientos masculinos fuera mucho mayor que el de mujeres. No fue, por tanto, una circunstancia

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que quedara a elección del sexo femenino. Esto, unido al alto grado de misoginia que existía en aquella sociedad y en la Iglesia en particular, provocó que fueran objeto de persecución.

Lamentablemente en la actualidad sigue no aceptándose la condición de soltería, aunque con matices, pero quién no ha es-cuchado la expresión a la gente más vieja del lugar: «¿Qué, tu hija no sirve para tener hijos?» O «¿Se va a quedar para vestir santos?» «¡Que se apresure o se le pasa el arroz!» «¿Aún no se ha casado? A ver si no le gustan los hombres», y así muchas expresiones más.

Sin embargo, en nuestro país, la cacería de brujas no fue tan sangrienta como en el resto de Europa, donde la Santa Inqui-sición se preocupó más en perseguir a falsos conversos y judíos que a las propias brujas, quienes no fueron condenadas por sus fechorías sino más bien por sus relaciones con el Maligno, sien-do consideradas como herejes y en contra de la Iglesia Católica, que era el poder establecido. De hecho, se consideró a la brujería como una superstición.

La brujería ya se mencionaba en la Biblia, libro sagrado de la religión cristiana, donde hay numerosas citas y condenas. De esta forma encontramos «la bruja de Endor» en el primer libro de Samuel 28, 13-14, que convocada por el rey Saúl, hace aparecer al espectro de Samuel.

También hay otra referencia, muy citada en libros sobre bruje-ría, la encontramos en el Éxodo, 22, 18-28, donde «a la bruja no la dejarás con vida»

Por tanto, la brujería, magia y hechicería ha estado presente en multitud de religiones y épocas a lo largo de la historia, e incluso en algunas civilizaciones tenía un carácter marcadamente bene-factor en la cura de enfermedades, alivio de males, o alejamiento de espantos. Sin embargo, es a partir del siglo xii aproximada-mente, con la creación del Tribunal de la Inquisición en Roma, donde se puede establecer el inicio de la caza y persecución, no solo de la brujería, sino de toda aquella actitud que tuviera una

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confrontación con la Iglesia y conllevara ir en contra del cris-tianismo. De esta forma, en el año 1184 en Languedoc, centro del catarismo, empieza a perseguirse toda actividad cátara, donde tuvo una actividad frenética el inquisidor Bernardo de Gui.

Posteriormente, a principios del siglo xiv, se inicia la perse-cución de los templarios, o caballeros de la Orden del Temple, acusados, entre otros delitos, de herejía, blasfema y adoración del diablo (Baphomet).

El 22 de agosto de 1320, durante el papado de Juan XXII, se dicta una bula por la cual se daba poder a la Inquisición a proce-sar a todos aquellos que adorasen a los demonios o pactaran con ellos. Es a partir de esta fecha cuando se puede considerar que se inicia la persecución de la brujería.

Concretamente en España, la Santa Inquisición se crea en el año 1478, bajo el control de los Reyes Católicos, sin embargo, como he indicado anteriormente, la persecución no fue tan salva-je como en el resto de Europa.

Llegados a este punto, la finalidad del libro que tiene entre sus manos, no pretende ser un estudio profundo de la historia de las brujas sino dar a conocer cuáles eran sus vidas, de qué plantas se servían, qué amuletos se utilizaban contra ellas, qué animales las simbolizaban, de qué utensilios se servían, un resumen humilde de lo que es el mundo brujeril y dar un contexto de la injusticia que se hizo con ellas, porque no todo fueron brujas «malas» o «satánicas», de hecho fueron las menos, ya que las que predo-minaron y fueron ajusticiadas, de igual forma que las satánicas, fueron las hechiceras, curanderas, comadronas, enfermeras, her-boristeras, todas ellas con conocimientos innatos de las plantas y hierbas de la naturaleza, que utilizaron para aliviar enfermedades.

Fueron mujeres (me refiero en término femenino porque exis-tieron pocos brujos, casi anecdóticos) que intentaron ayudar con su sabiduría a mejorar la vida de aquellas personas a las que la medicina no les daba solución.

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A todas ellas se las castigó por igual y la Inquisición vio en ellas la personificación de su enemigo número uno, el diablo.

Pero ¿por qué se acusó a estas mujeres de brujas, de gente mala que pactaba con el Maligno? La respuesta es sencilla, por envidia del pueblo en el que vivían, de hecho, así se inicia el proceso más famoso en la historia de la brujería en nuestro país, el de Zuga-rramurdi.

Una disputa con un vecino, una riña con un campesino, un coqueteo con la mujer o el marido ajeno, envidias o disputas te-rritoriales conllevaba que se acusara de bruja a quien se le quería hacer daño y se denunciaba ante el párroco del lugar. De esta forma, si se conseguía solucionar de forma pacífica, cada uno se iba a su casa y se les daba una pequeña penitencia o reprimenda y asunto resuelto, pero si la solución no era fácil, se ponía en conocimiento de la Santa Inquisición, y esto ya era otro cantar.

En ocasiones también se ha condenado por brujería, aún sin ser brujas, por temas políticos, como fue el caso de Juana de Arco, quien fue quemada en la hoguera por hereje relapsa, o lo que es lo mismo, por reafirmarse en sus opiniones y no arrepentirse de nada. Recordemos que Juana de Arco luchó junto a los franceses en la Guerra de los Cien Años, entre Inglaterra y Francia, siendo capturada por los ingleses e inhibiéndose el rey de Francia de su rescate.

Por todo ello, y según actas del proceso que se siguió contra ella se indicaba lo siguiente, nada más lejos de la realidad y con el fin de justificar su condena a las llamas:

Existen vehementes sospechas contra ella… Ha sido denunciada por hechicera, bruja, adivina, seudoprofetisa, invocadora de es-píritus malignos, conjuradora, supersticiosa, dedicada a las artes de la magia, que duda de la fe católica, cismática, que blasfema contra Dios y los santos.Cuenta la leyenda, que cuando Juana de Arco fue ajusticiada,

las gárgolas de la catedral de Notre Dame cobraron vida y bajaron

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de las alturas para estrangular a todos aquellos que estuvieron a favor de la condena. Al día siguiente, París despertó repleta de cadáveres por las calles.

Como se puede observar, la injusticia reinaba contra las mu-jeres, entre otros motivos porque empezaban a tener un papel predominante en la sociedad, eran independientes, gozaban de cierta libertad, no estaban atadas a las órdenes del hombre, y esa situación no gustaba a la Iglesia.

Es por ello que me gustaría romper una lanza en favor de es-tas mujeres, que durante la Edad Media principalmente, tuvie-ron que luchar contra toda suerte de elementos, terrenales todos, pero que mantuvieron sus principios e ideales y no hicieron tanto daño como nos quiere hacer creer la Iglesia.

Es curioso pero de todos los procesos que se siguieron contra ellas, ninguno hace referencia a los casos de asesinatos, violaciones, torturas, humillaciones, y más atrocidades infames que la Iglesia y sus representantes en la tierra les causaron a ellas. ¿Cuántas mu-jeres quedaron embarazadas de clérigos y miembros de la Iglesia, teniendo que abandonar a sus hijos por temor a acabar en la ho-guera? ¿Cuántos curas y monjes acudieron a las hechiceras y brujas para curar sus enfermedades y males porque la medicina no les daba solución? De todo ello no se habla porque no interesa que la imagen de la santa Iglesia católica quede empañada. De hecho, en la actualidad se siguen cometiendo atrocidades saliendo a la luz cantidad de casos de pederastia y abuso de menores por parte de la Iglesia que hacen estremecer, y es por ello por lo que me pregunto: ¿Quién cometió más delitos en esta guerra contra las brujas y sigue cometiendo? Evidentemente no todos los miembros de la Iglesia son iguales, ni se puede generalizar, como tampoco debía haberse hecho con las brujas, sin embargo se hizo. Cabe reflexionar sobre ello y extraer nuestras propias conclusiones.

Lo cierto y la verdadera realidad es que las «malas» fueron ellas, pero ¿lo fueron realmente?

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En una ocasión me contó una bruja —y sí, digo bien, porque haberlas las hay—, que la brujería no es un juego, la bruja es ser una mujer sabia porque jamás deja de aprender, y vive analizando sus pócimas, sus rituales, tiene conocimiento de las propiedades de las hierbas, las piedras, la energía que emana de la naturaleza, utiliza su conocimiento y energía para crear y modificar lo que debe hacer. No se puede jugar a ser bruja, a utilizar mal la energía, a canalizarla de forma equivocada, a cometer actos indebidos por-que toda acción tiene una reacción, y lo que no queremos para nosotros no lo esperemos de los demás. La energía no es estática, está en movimiento, es cambiante, y según las acciones que reali-ces vivirás más feliz contigo mismo y con una gran paz espiritual. Hay que saber manejar la magia y si no entendemos esto, es po-sible que termines peor de lo que estás. Desconfía de la gente que va anunciando por ahí que es «bruja», que tiene «poderes», que ve «muertos», porque la magia y la hechicería van más allá de todo eso. La gente que alardea de ser bruja es porque tiene carestía de luz interior, quien realmente es sensitivo ni lo comunica a los cuatro vientos ni presume de ello. Como he dicho, la brujería no es un juego, y no todo el mundo desprende la misma luz, por ello los «iluminadores» son los que tienen que enseñar a encontrar el camino a toda esa gente que se cree bruja. Como veremos luego, la bruja nace o se hereda, no se aprende por leerse un manual ni por hacer un curso «on line». Si tenemos luz interior y estamos en paz con nosotros mismos a nivel espiritual, sabremos canalizar la energía negativa que en ocasiones nos quieren para mal. Como afirma el profesor Henningsen: «La brujería no es un arte o técni-ca mágica que se pueda aprender, sino un poder natural innato o adquirido mediante trato con un ser sobrenatural».

Las brujas no pueden cambiar una mente podrida, ni pueden rescatar almas negras. Son intuitivas, y captan la buena intención de quién acude a ellas. Por ello, hay que alejarse de energías ne-gativas. Debemos entender que las personas felices no pierden el

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tiempo haciendo el mal a los demás porque la maldad es para la gente infeliz, frustrada y envidiosa que no supo encontrar su luz.

Espero que este libro ayude al lector a disipar algunas dudas respecto a ellas, y desde un punto de vista objetivo, sepa compren-der que la maldad puede estar dentro de cada uno de nosotros, sin necesidad de ser brujos ni brujas, utilicemos nuestra intuición y luz espiritual para poder distinguir la maldad en aquellos que se nos acerquen.

Raúl FerreroValencia, 7 de agosto de 2020

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PARTE PRIMERA

«Hace mucho tiempo en un país lejano ella era la única nieta que su abuela sabia educó para que puntada a puntada y palabra a pa-labra descubriera los hilos ancestrales que tejen la memoria e hi-lan la vida; para que susurrara las verdades al alma de las mujeres despistadas y sus palabras devolvieran las fuerzas y ganas de vivir».

La Tejedora de vidas. Cuentos para sanar el alma femenina. Elena García Quevedo

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