42. martes... pintar el oceano

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Pintar el Océano Claudia miró detenidamente desde la puerta del aula. Había salido antes del almuerzo para encontrarse con los miembros de su equipo. ¿Ya estarán aquí? —Hola, Claudia —gritó un chico desde una mesa. —Hola, Pedro —dijo Claudia. Caminó hacia la mesa y se sentó junto a él. —¿Ya estás listo para trabajar en nuestra bandera para el Día de la Tierra? —Por supuesto que sí —dijo Pedro—. Tengo muchísimas ideas geniales. —Yo también —dijo Claudia—. ¿Dónde está Octavio? Es parte de nuestro equipo. No podemos empezar sin él. —¿Por qué no? —dijo Pedro—. Probablemente se sentará y no hará nada, como hace en clase.

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Pintar el Océano Claudia miró detenidamente desde la puerta del

aula. Había salido antes del almuerzo para encontrarse con los miembros de su equipo. ¿Ya estarán aquí?

—Hola, Claudia —gritó un chico desde una mesa.—Hola, Pedro —dijo Claudia. Caminó hacia la mesa y se

sentó junto a él. —¿Ya estás listo para trabajar en nuestra bandera para el Día de la Tierra?

—Por supuesto que sí —dijo Pedro—. Tengo muchísimas ideas geniales.

—Yo también —dijo Claudia—. ¿Dónde está Octavio? Es parte de nuestro equipo. No podemos empezar sin él.

—¿Por qué no? —dijo Pedro—. Probablemente se sentará y no hará nada, como hace en clase.

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Después de eso, Pedro comenzó extender un largo rollo de tela. Cada grupo debía decorar la pancarta con algo relacionado con la protección del medio ambiente. Luego, marcharían con ella en el desfile local del Día de la Tierra.—Tienes razón —asintió Claudia—. ¿Quién necesita a Octavio? ¡Manos a la obra!En ese momento, entró Octavio y se sentó en la mesa. Claudia observó que tenía los dedos llenos de pintura. “Qué sucio”, pensó Claudia. —Hola, Octavio —dijo ella—. Bueno, pensé que podíamos dibujar animales en peligro de extinción en una selva. Tengo un libro de la biblioteca con imágenes.—¡De ninguna manera! —dijo Pedro sorprendido—. Quiero pintar un basurero.

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—¿Un basurero? ¡Qué asco! —exclamó Claudia. —¡Esa es la idea! —insistió Pedro—. Un basurero no es bueno para el medio ambiente. Es por eso que deberíamos pintarlo.—Las personas no van a mirar nuestra pancarta si muestra un basurero —contestó Claudia. Claudia y Pedro continuaron discutiendo, mientras Octavio estaba sentado muy tranquilo observándolos.—¿Y tú qué piensas, Octavio? —preguntó Claudia. Octavio se sobresaltó. —¿Qué? Disculpa —dijo—. No estaba escuchando.—¡Qué raro! —dijo Pedro con una risita—.Octavio, ¿no crees que sería más divertido pintar un basurero que una selva?Octavio no contestó. En cambio, se levantó y tomó algunos pinceles y pinturas del escritorio donde se guardaban las cosas para pintar.

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—Bueno, ¿qué piensas? —Claudia le preguntóotra vez cuando Octavio se sentó.Octavio se encogió de hombros. Tomó un pincel y comenzó a frotarlo con los dedos. Claudia puso los ojos en blanco. ¡No había caso!—Vamos, Pedro. Será mucho más divertido pintar una selva —insistió Claudia—. Piensa en todos los hermosos colores que podremos utilizar.—Un basurero también sería divertido —dijo Pedro—. Incluso podemos mostrar cosas babosas por todas partes. Pedro no vio el tarro de pintura azul que Octavio había puesto sobre la mesa. Se inclinó sobre la mesa para tomar el libro de la biblioteca de Claudia, mientras decía:—Puedes devolver este libro a la biblioteca.—¡Cuidado! —gritó Claudia. Pero era demasiado tarde.

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Pedro volcó el tarro de pintura azul con el brazo. La pintura se extendió como un río sobre un lado de la pancarta.—¡Mira lo que has hecho! —gritó Claudia—. ¡Arruinaste nuestra pancarta!—Lo siento, pero yo... —Pedro comenzó a disculparse. Trató de limpiar la pintura. —¿Qué hacemos? —preguntó Claudia—. Nuestra pancarta se dañó. —dijo. Estaba colorada por el enojo y parecía que se iba a poner a llorar. —No, claro que no —dijo Octavio de repente. Claudia y Pedro lo miraron sorprendidos.Octavio había empezado a pintar. —Podemos pintar toda la pancarta de azul para que parezca el mar —explicó—. El océano está lleno de contaminación y muchas especies en peligro de extinción viven allí.

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Claudia y Pedro se miraron. —Creo que podemos hacerlo —dijo Claudia.—Claro, ¿por qué no? —asintió Pedro. El equipo extendió la pintura azul para cubrir la pancarta. Cuando se secó la pintura azul, Octavio tomó pintura verde. Su pincel volaba sobre la tela.—¿Qué estás pintando? —preguntó Pedro.—Una tortuga marina —dijo Octavio sin levantar la vista. Después de unos segundos, había terminado. Claudia dio un grito ahogado. —Octavio, ¡es hermosa! —exclamó. Parecía tan real. Claudia buscó en su libro de la biblioteca.—Yo pintaré un delfín —dijo.—Está bien —dijo Octavio—. Pedro, ¿qué quieres dibujar?—Una ballena, creo —contestó Pedro.

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—Me parece bien —dijo Claudia—. Mientras tanto, escribiré las letras en la parte de arriba de la pancarta. ¿Qué les parece “Salvemos nuestros hermosos océanos”?—Bárbaro —dijo Pedro. Octavio sonrió. Poco tiempo después, sonó la campana y era hora de ir a la clase siguiente.—¡Nuestra pancarta es genial! —dijo Pedro—. Octavio, ¿dónde aprendiste a dibujar así?—Me enseña mi tío —dijo Octavio tímidamente—. Siempre me gustó dibujar.—Bueno, esta pancarta es una prueba de que realmente tienes talento —dijo Claudia. —Fue bueno que estuvieras en nuestro grupo —Pedro dijo a Octavio.—Sí. Pedro y yo no podíamos trabajar juntos —Claudia asintió riendo.

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Octavio sonrió tímidamente. —Solo tomamos una idea y luego cada uno hizo su parte.—¡Para mí, eso es un equipo ganador! —dijo Claudia orgullosa.