Antonio Fernández García - Ideologías totalitarias

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LAS IDEOLOGÍAS TOTALITARIAS 65 LAS IDEOLOGÍAS TOTALITARIAS Antonio Fernández García Catedrático de Historia Contemporánea, Universidad Compluten- se de Madrid. INTRODUCCIÓN En el tránsito de siglo ha arraigado la opinión de que esta centuria que cierra un milenio ha sido espe- cialmente violenta. Isaiah Berlin lo ha considerado "el siglo más terrible de la historia occidental" y William Golding no ha dudado en extender este calificativo a escala planetaria: "ha sido el siglo más violento en la historia humana". En tal notación negativa han coinci- dido historiadores de renombre; Hobsbawm ("Historia del siglo XX") califica la violencia de experiencia crucial de la centuria, Jackson ("Civilización y barbarie en la Europa del siglo xx") la presenta como uno de los fe- nómenos recurrentes. En un balance ponderado del no- vecientos habría que incluir, obviamente, grandes avan-

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    LAS IDEOLOGAS TOTALITARIAS

    Antonio Fernndez Garca Catedrtico de Historia Contempornea, Universidad Compluten-se de Madrid.

    INTRODUCCIN

    En el trnsito de siglo ha arraigado la opinin de que esta centuria que cierra un milenio ha sido espe-cialmente violenta. Isaiah Berlin lo ha considerado "el siglo ms terrible de la historia occidental" y William Golding no ha dudado en extender este calificativo a escala planetaria: "ha sido el siglo ms violento en la historia humana". En tal notacin negativa han coinci-dido historiadores de renombre; Hobsbawm ("Historia del siglo XX") califica la violencia de experiencia crucial de la centuria, Jackson ("Civilizacin y barbarie en la Europa del siglo xx") la presenta como uno de los fe-nmenos recurrentes. En un balance ponderado del no-vecientos habra que incluir, obviamente, grandes avan-

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    ees y conquistas, pero los episodios oscuros presentan trazos tan negros que surgen dudas sobre el rumbo de la aventura humana.

    Una de las claves de la violencia de este siglo estri-ba en la irrupcin de la ideologa totalitaria. En varios pases europeos se difundi una filosofa poltica que antepone la omnipotencia estatal a los derechos de los ciudadanos. En esta ideologa se ubica el fascismo; "la esencia del fascismo es el totalitarismo" (Kogon). Y, si a la praxis por aplicar el mtodo de Marx nos re-mitimos, debemos situar en el mismo estro ideolgico del totalitarismo las diferentes versiones del comunis-mo (remitimos, aunque no todos los captulos resulten igualmente convincentes, a "El libro negro del comunis-mo").

    Conviene definir el trmino del que hablamos: el to-talitarismo es la sumisin de todos los aspectos de la vida humana y de la sociedad, incluso las vertientes in-telectuales, cientficas y artsticas, a la intervencin del Estado.

    Un ingrediente sustantivo de esta ideologa es la vio-lencia. El totalitarismo implica, inexorablemente, vio-lencia; hacia el exterior los regmenes totalitarios han provocado conflictos internacionales, hacia el interior han coincidido todos en la prctica de la represin de minoras y disidentes cuando no del conjunto de la ciu-dadana.

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    Es el totalitarismo un credo poltico del siglo XX. El contraste con las ideologas del siglo XIX resulta palma-rio. Las ideologas polticas del XIX se proponan la sal-vaguardia de los derechos de los ciudadanos (liberalis-mo, democracia); frente a ellas el totalitarismo subordina el individuo al Estado y niega tales derechos o los anega en el magma de los intereses de la nacin (fascismos) o de la clase (comunismo). Aunque fascismos y comu-nismo parezcan ubicados en polos opuestos del espec-tro poltico, la relacin ideolgica entre ellos es percep-tible. El fascismo combin el nacionalismo radical con un pretendido socialismo antimarxista; el comunismo intent conjugar dos elementos aparentemente inconci-liables, internacionalismo y nacionalismo de ah los ejemplos de lderes ex comunistas rabiosamente nacio-nalistas o el fenmeno de sindicatos comunistas insoli-darios con otros trabajadores europeos y de un ex-preso socialismo marxista. En un diagrama de elementos ideolgicos de fascismos y comunismo los cruces seran innumerables, aunque no es en el campo de la ideologa sino en el de la prctica poltica donde las confluencias aparecen ms ntidas.

    El punto de partida de estas ideologas ha de bus-carse en la Revolucin Francesa. Los fascismos son los continuadores en el siglo XX de las fuerzas polticas que desde 1789 se opusieron al parlamentarismo. El proyecto ilustrado-liberal de una sociedad de hombres libres gobernados por la luz de la razn fue rechazado por algunos pensadores y grupos sociales del siglo XIX,

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    actitud de repulsa que se intensific en el fascismo y de manera ms disimulada en el comunismo.

    La triloga de las revoluciones liberales "libertad, igualdad, fraternidad" es la raz de los principales idea-rios contemporneos. El principio de la libertad nutri las corrientes del liberalismo y la democracia, la igual-dad inspir los socialismos de diferente signo, la frater-nidad un concepto ms moral que poltico pareci dejarse a la responsabilidad de las utopas religiosas. Frente a estos valores el totalitarismo ha enarbolado otra triloga, que en nuestra opinin podra resumirse en autoridad (frente a libertad), desigualdad (frente a igualdad) y disciplina (frente a fraternidad). En algunos tratados se resume la triloga totalitaria en "autoridad, orden y justicia". Pero vemos poco fundamentado que se incluya el trmino Justicia incluso metafricamen-te empleado en sistemas en los que se niegan los principios del derecho occidental (basta leer las "ins-trucciones al uso del juez alemn" de Hans Franck, mi-nistro de Justicia nazi en Baviera, o el libro de Vichins-k i : "Teora de la prueba judicial en el derecho sovitico" (1941), premio Stalin, y escritos de su etapa de rector de la Universidad de Mosc). La libertad es rechazada abiertamente por la ideologa totalitaria. La igualdad fue negada por el fascismo en el plano terico y por el comunismo en el plano real de la poltica, al estructurar en la Unin Sovitica una sociedad fuerte-mente jerarquizada, con los niveles de la nomenclatura, miembros del partido y ciudadanos corrientes escalafo-nados de forma estricta.

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    Aunque los movimientos totalitarios nacieron con un lenguaje revolucionario se trat en todos los casos de movimientos involutivos. Aparecieron con vocacin de derribo y de construccin de una nueva arquitectura social y moral, pero todo se qued subsumido en el lenguaje de la propaganda. R. Knhl interpreta que l i -beralismo y fascismo fueron dos instrumentos de domi-nio burgus; el liberalismo sirvi para desplazar de los puestos dirigentes a las aristocracias histricas, el fas-cismo para frenar el ascenso de la clase obrera. Frente a la tesis de la continuidad otros tratadistas sealan la ruptura. El liberalismo supuso una revolucin; el fascis-mo por el contrario fue una involucin. Rocco, el mi-nistro de Justicia de la Italia fascista lo reconoca con un crucigrama semntico cuando hablaba de "revolu-cin conservadora". El comunismo, que exhibi en al-gunos momentos la bandera de la revolucin perma-nente, cataliz pronto en un modelo burocrt ico esencialmente conservador, interpretado como una for-ma de capitalismo de Estado (C. Taibo).

    I . APARICIN DEL TRMINO "TOTALITARISMO"

    Aunque el trmino fue fletado por sus mentores Mussolini el que lo emple con ms insistencia, en Espaa se introdujo en los puntos de la Falange no se extendi antes de finales de los aos treinta, cuando ya era larga la experiencia fascista italiana, haba cu-bierto muchos captulos el rgimen nazi, y en la Unin

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    Sovitica se haba alcanzado lo que Bialer denomina "stalinismo maduro", estadio ltimo en la evolucin ha-cia el totalitarismo. La "Enciclopedia de las Ciencias Sociales" (1930-1935) no inclua ninguna entrada. A pesar de ello se utilizaba espordicamente. El primer artculo de cierta extensin apareci en el "Oxford English Dic-tionary" de 1933, si bien parte del material se tomaba de otro artculo poco conocido de la "Contemporary Review" (abril de 1928). En un artculo del limes lon-dinense (noviembre de 1929) se defina la ideologa en auge como "una reaccin contra el parlamentarismo... en favor de un Estado totalitario o unitario, ya sea fas-cista o comunista". Es claro que el redactor lo conside-raba encasillable entre los modelos de extrema derecha y de extrema izquierda.

    Habra que preguntarse el por qu del nuevo trmi-no y si no caba dentro del concepto tradicional de dic-tadura. Desde los aos treinta fue contemplado el tota-litarismo como un fenmeno distinto al de la dictadura clsica. No es el lugar para desarrollar las diferencias, pero apuntemos alguna fundamental. Las dictaduras autoritarias y el totalitarismo aparecen en la historia europea como dos credos de la revancha, mas son dife-rentes sus apoyos sociales. La dictadura autoritaria se apoy en las clases dirigentes tradicionales, mientras el fascismo naci como un ideario interclasista y el comu-nismo como la dictadura de una clase histricamente apartada del poder. Las dictaduras pretendan restaurar la sociedad, amenazada por ciertos peligros, y el totali-tarismo pretenda edificar una sociedad nueva. Las die-

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    taduras mantuvieron a las masas alejadas de la poltica, los totalitarios las movilizaron para conquistar el poder y las instrumentalizaron posteriormente. Por lt imo frente al modelo estatal inhibicionista de la dictadura, salvo en el aspecto del control poltico, el totalitarismo irrumpi con una concepcin maximalista del Estado, de cuyo mbito no se sustrae ningn mbito de la vida de los ciudadanos.

    Desde el primer momento se ech en cuenta en los regmenes totalitarios una serie de notas nuevas: uni-versalismo, participacin forzosa de los ciudadanos, su-presin de asociaciones, objetivo nico hegemona ra-cial, dictadura del proletariado frente al plural de las democracias.

    Su instrumento fue la violencia, tanto en el plano terico como en sus tcticas y comportamientos socia-les. No parece necesario acreditar que fascismo y vio-lencia van estrechamente unidos. Ms discutido ha sido el caso sovitico. Los problemas surgen cuando se in-tenta distinguir el leninismo y el stalinismo, dilucidan-do si se trat de una continuidad o de una ruptura. Sin entrar en la cuestin es fcil comprobar en los es-critos de Lenn la apologa de la violencia: "Los marxis-tas no hemos olvidado nunca que la violencia acompa-ar inevitablemente a la bancarrota del capitalismo en toda su amplitud y al nacimiento de la sociedad socia-lista". Con este criterio se model un Estado dotado de un fuerte componente de asiaticidad, de despotismo.

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    sin los contrapesos ni garantas que las filosofas polti-cas imperantes en Europa occidental haban fabricado desde el siglo XIX. Partimos del supuesto de elementos comunes entre los tres modelos clsicos: fascismo, na-zismo, stalinismo. La apologa de la violencia aparece como un primer nexo.

    I I . LAS RACES LEJANAS

    Se ha considerado la guerra del 14 como el contex-to en el que surge el totalitarismo, tanto el sovitico como el italiano y el alemn. Pero la cronologa no de-be ser tomada de forma tan literal. Hubo fenmenos de fondo a lo largo del XIX y alguno incipiente en el trnsito de siglo que contribuyeron a su maduracin. Vemoslo de forma poco ms que enunciativa.

    En el XIX, un siglo de nacionalismos, se consolid una corriente ideolgica de exaltacin del papel del Es-tado, que tuvo su pensador ms lcido en Hegel. El fi-lsofo a lemn no se propuso en ningn momento orientarse hacia cotas de anulacin del individuo, pero lo entenderan de otra forma algunos intrpretes. La dialctica hegeliana le servira a Marx para analizar las contradicciones del capitalismo y su inevitable fracaso. La trascendencia del Estado sera magnificada por al-gunos de los pensadores germanos prenazis (el novelis-ta Dahn, Dhring, Spengler, Van der Bruck).

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    Por detrs de las ideas sobre los modelos de organi-zacin social ha de escudriarse un fenmeno demo-grfico de fondo, la explosin censal de las naciones europeas, a la que se dieron tres respuestas: emigra-cin, imperialismo, autoritarismo. La espita de la emi-gracin fue una salida, caso de la joven Italia; la pro-yeccin imperial fue la vlvula para Gran Bretaa; en otras naciones se acus con ms fuerza el autoritaris-mo, como ocurri en la Rusia zarista. El fenmeno de la proyeccin exterior aparece en la mayora de las grandes naciones europeas; el del autoritarismo para gobernar sociedades ms complejas, ms numerosas, con creciente importancia de la urbanizacin, slo en algunas. En otro sentido la denominada explosin blan-ca ofrece relaciones de fondo, poco explcitas, con las primeras formulaciones de la doctrina del espacio vital.

    El nmero de por s exige sistemas de organizacin poltica ms complejos. Pero ms decisivo result otro fenmeno, la irrupcin de las masas en la historia. To-dos los estudios coinciden en relacionar masas-totalita-rismo. Desde 1880 la extensin de la educacin, la apertura del inmvil mundo rural por la red ferroviaria y la universalizacin del servicio militar contribuyeron a abrir las puertas de la historia a las capas populares. Estas masas no representaban simplemente un censo sino un ingrediente de creciente importancia en la vida poltica por la confluencia de tres fenmenos. En pri-mer lugar el sufragio universal masculino, implantado en Francia en 1871, en Espaa en 1891 con su ante-cedente de 1868 y en Italia en 1912. En segundo lu-

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    gar la articulacin del sindicalismo, que deriv en el arma de la huelga general, debatida en los Congresos obreros. En respuesta, como tercer fenmeno, la apari-cin de partidos de masas en vez de partidos de nota-bles. Se trataba por tanto de masas activas, que preten-dan un papel.

    De ellas hablan mltiples pensadores. Ortega en "La rebelin de las masas" profundiz en la psicologa del hombre masa. Con gran finura intelectual, Maran distingui entre masa catica y masa organizada, aun-que quizs no acierte en el adjetivo porque al decir catica se refera simplemente a la muchedumbre en su acepcin pasiva. "Otra cosa es la masa organizada, la del gesto, en la que lo caracterstico es la prdida absoluta de la individualidad de los hombres que la componen. En esta masa organizada, cuyo arquetipo es el ejrcito, el individuo deja de actuar como tal indivi-duo" ("Ensayos liberales"). Y apunta una observacin de gran inters para comprender la psicologa de la masa gobernada por el lder totalitario, la colaboracin emocional, el poder de fascinacin que el lder ejerce sobre la masa y que no podra ejercer sobre el indivi-duo aislado.

    En opinin del historiador alemn Gerhard Ritter la voluntad popular se expresa en Asambleas, pero cuan-do el nmero es grande se recurre a transferir la vo-luntad popular a un hombre. Hanna Arendt en "Los orgenes del totalitarismo" subraya la presencia de las

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    masas como factor fundamental en el fascismo. La pro-paganda totalitaria las impele a actuar, les crea un mundo imaginario, presidido por la devocin ciega al jefe, concluyendo que "los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados".

    El imperialismo decimonnico es considerado como otro proceso antecedente en versiones que incluso de-tectan algn rasgo pretotalitario en manifestaciones del nacionalismo. Meinecke lo seal en Alemania, Namier en algunos intelectuales del 48, Bertrand Russell y Khon en el Risorgimento, Valsechi en el abate Gioberti, Mac Smith y Gramsci desde posiciones distintas la del historiador profesional y la del politlogo en va-rias fases de la Italia contempornea. Hanna Arendt de-dic una de las partes de su estudio clsico sobre los orgenes del totalitarismo a examinar el imperialismo, donde considera antecedentes algunas manifestaciones justificatorias de la colonizacin alemana, inglesa y francesa, entre ellas el orgullo racial perceptible en textos de Kipling. El precedente ms claro viene tra-zado por las doctrinas racistas (Chamberlain, Gobineau) y por los movimientos "pan" que proliferaron en los dos ltimos decenios del XIX.

    Debe considerarse la transformacin experimentada por el capitalismo en el ltimo cuarto del siglo XIX. Con la fusin del capital industrial y bancario y la apa-ricin de crtels y konzern se modific profundamente

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    la naturaleza de las relaciones sociales. Al capitalismo de fbrica y concurrencia sucedi el capitalismo raono-polstico, uno de los impulsores del fenmeno del im-perialismo, examinado con pticas opuestas por Lenin y Rostow. Esta transformacin produjo un intenso xo-do rural hacia las ciudades y hacia otros continentes de nueva explotacin. En el plano social una parte de las clases medias se aprovech de los beneficios de la segunda revolucin industrial; otros sectores, por el contrario, se vieron amenazados por una nueva ola de proletarizacin. Fue el caso de artesanos, pequeos co-merciantes, intelectuales, modestos industriales. Entre los vencidos por la industrializacin se extendi un cla-mor de rechazo que proporcion seguidores al anar-quismo, al sindicalismo violento y al primer fascismo. Si la primera revolucin industrial haba articulado los grupos obreros en que predic su evangelio redentor el socialismo, la segunda delimit sectores de clases me-dias en alianza con grupos campesinos, artesanos e in-telectuales prestos seguir la bandera iconoclasta del fascismo. Y si el socialismo haba surgido como una ideologa de clase, el fascismo, por la diversidad de sus soportes sociales, aparecera como un ideario vagamen-te interclasista.

    Finalmente, en el trnsito de siglo, irrumpe en el campo de la cultura, incluso en la ciencia, el irraciona-lismo. Las pginas de Bergson o de Nietzsche hicieron trizas el pensamiento lgico. Los "Principia Mathematica" de Whitehead y Russell afectaron los axiomas in-conmovibles de la ciencia de los nmeros, con la mis-

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    ma fuerza que Freud conmovi los cimientos de las ciencias mdicas. En la lnea de existencia de campos que escapan al anlisis racional e incluso de rechazo de lo racional se inscribieron movimientos artsticos. No sin fundamento se considera el Manifiesto de Mari-netti (1909) sobre el futurismo como un arsenal de principios identificados con el fascismo: "Queremos glorificar la guerra, nica higiene del mundo", encabe-za sentencias que podran firmar Mussolini o Hitler.

    I I I . LAS RACES INMEDIATAS

    Hemos aludido a la primera guerra mundial como contexto en el que se inscribe el nacimiento del totali-tarismo. La guerra aparece relacionada con los tres modelos clsicos en cuanto que cuarte algunos edifi-cios polticos. En Rusia Trotski valor lo que significa-ba la existencia de varios millones de soldados humilla-dos y derrotados, y los sufrimientos de sus familias, como el elemento clave desintegrador del zarismo. A pesar de ello se opuso posteriormente a la paz por se-parado, impuesta por Lenin al entender que la guerra que haba acabado con el zarismo podra ser tambin la tumba de la revolucin bolchevique. En los otros dos casos hay que referirse a las ondas del conflicto, la paz perdida de Italia y la humillacin de Versalles en Ale-mania, tan tenazmente explotada por los nacionalistas y, por supuesto, por Hitler y el nazismo. En todos los

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    casos aparecen guerra y posguerra como fenmenos de-sencadenantes.

    Otto Bauer estim que el fascismo italiano fue el re-sultado de tres procesos sociales ntimamente relacio-nados: guerra, crisis econmica de postguerra con sus tensiones sociales y merma de beneficios de la clase ca-pitalista. Los primeros ncleos fascistas estuvieron for-mados por oficiales de la reserva desmovilizados, que constituan un grupo social nostlgico de 160.000 indi-viduos, de los que escribi Togliatti: "Le han tomado gusto al hecho de ser jefes, no saben ni quieren renun-ciar a ello". Las primeras clulas fascistas fueron tropas de choque de la guerra, orgullosas de sus condecoracio-nes, resentidas porque la patria no les haba compensa-do y deseosas de vestir uniforme y de dar y recibir r-denes. No slo los soldados, tambin los civiles haban sufrido y se sentan decepcionados por los escasos be-neficios de la paz y prestos a or las llamadas de los demagogos. En la biografa de Mussolini la guerra cubre un captulo clave, como lo cubre en la de Hitier, aunque en este caso mitificada como una referencia sacral que dio sentido a la lucha contra el enemigo interior.

    La segunda raz que se debe examinar es la crisis de la democracia, en la medida en que el totalitarismo es desafo y negacin de la democracia. Aparentemente 1919 seal el triunfo de las democracias. Haban ga-nado la contienda y demostrado su capacidad para la movilizacin de todas las energas nacionales. Un infor-

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    me de la Fundacin Carnegie en 1919 comprob la complejidad de la movilizacin y la flexibilidad de la respuesta en las sociedades democrticas. Pero para quien escrutara fenmenos de fondo no pasaban desa-percibidos ciertos procesos que sugeran la crisis del modelo. En la guerra se haban concentrado las deci-siones en el ejecutivo y podra deducirse que en los momentos cruciales los parlamentos constituyen una rmora, que es preferible la unanimidad y las decisio-nes instantneas. El concepto mismo de guerra equiva-le a derrota del ms dbil. De ah se dedujo que el mo-delo parlamentario configuraba un modelo de preguerra.

    A la crisis de la democracia contribuyeron errores funcionales, sealados certeramente por Duverger. La aplicacin de la proporcionalidad pura de las consultas electorales desemboc en modelos inestables en los ca-sos en que ningn partido dispona de la mayora sufi-ciente para gobernar. Duverger seala adems el "parla-mentarismo racionalizado", el modelo en que una reglamentacin estricta favoreca el bloqueo del debate. En un continente inestable, sacudido por las ondas del conflicto, la democracia pareca a muchos una reliquia decimonnica. Sorel con su estilo directo dedic prra-fos desdeosos al "charco democrtico". El odio a la democracia fue confesado por Maurras como su pa-sin: "nuestro odio por la democracia y por el princi-pio, absolutamente falso, del nmero".

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    La debilidad de la democracia emerge en todos los casos como elemento determinante del triunfo de la ideologa totalitaria. En Rusia la falta de apoyos a Kerenski provoc su derrota. Los gobiernos italianos de posguerra se caracterizaron por una inestabilidad que parece haberse convertido en endmica en la Italia con-tempornea. En el triunfo del nazismo ha sealado Bracher los mismos errores funcionales y la debilidad de la Repblica de Weimar como determinantes.

    En esos aos de incertidumbre ha de anotarse otra raz de naturaleza social, la fascinacin de la muche-dumbre. Hanna Arendt ha dedicado sugeridoras pgi-nas a desarrollar el concepto de fascinacin, en las cuales se describe a la muchedumbre que se deja fana-tizar por una personalidad atractiva. Se trata de reac-ciones psicolgicas colectivas conocidas de forma intui-tiva por los demagogos. La fascinacin como fenmeno social fue explotada por Hitler, sabedor de que en de-terminadas circunstancias la masa se deja contagiar por la personalidad del comunicante, al margen de la autenticidad de los valores que predica.

    Menos claro en el caso sovitico, hbrido de expe-riencias asiticas, en los fascismos occidentales se dio en gran escala la explotacin de las angustias del hom-bre europeo: desempleo, explotacin, deshumanizacin de la vida urbana, aoranzas del mundo rural, aplasta-miento de los individuos por la burocracia, descrdito de la poltica. El fascismo, y en general el totalitaris-

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    mo, pretenda tener soluciones para todo, aunque lo nico que verdaderamente solucion, en el caso del na-zismo, fue el paro, procediendo en los dems temas a sustituir la libertad por la fe.

    IV. UNA OJEADA A LAS VERSIONES

    Por la complejidad y trascendencia del fenmeno se han aproximado a los totalitarismos tanto historiadores y politlogos como socilogos y psiclogos.

    Mientras el modelo sovitico permaneca aislado, en la penumbra de su situacin perifrica, los contempor-neos examinaron con avidez el ascenso del fascismo. Se hablaba de enfermedad de Europa y de experiencias-pa-rntesis. Fascismo y bolchevismo seran producto de minoras audaces que escalaron el poder pero carecan de arraigo en la tradicin europea de amor a la liber-tad. La hiptesis del fascismo como crisis de civiliza-cin, y como tal crisis pasajera, fue defendida por Benedetto Croce, y completada luego por sucesivas generaciones de historiadores germanos (Meinecke en los aos treinta, Ritter en los cincuenta, Golo Mann en los sesenta).

    Los autores marxistas han interpretado el fascismo en trminos de lucha de clases, considerndolo instru-mento de defensa del gran capital. En diferentes fechas Angelo Tasca y Daniel Guerin desarrollaron esta ver-

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    sin. Aceptada por los dirigentes polticos de la I I I In-ternacional la versin del fascismo como contrarrevolu-cin facilitaron fatalmente su expansin, pues durante bastantes aos los partidos comunistas y en ocasiones los socialistas propugnaron la lucha conjunta contra to-dos los partidos burgueses. La variante bonapartista, la conjuncin de gran capital y un hombre providencial, aparece en uno de los estudios ms importantes, el de Otto Bauer, y con otros postulados en los anlisis de Gramsci. Otto Bauer analiz el lenguaje camalenico del fascismo, variable segn su auditorio estuviera for-mada por el pueblo, con discursos contra la burguesa, los capitalistas, a quienes se adverta de la amenaza obrera, o los intelectuales, a los que se les reiteraba la amenaza del enemigo exterior.

    La ms destacada sociloga que se ha ocupado del totalitarismo, Hanna Arendt, la ha enmarcado dentro de fenmenos de media duracin, que desmontan la tesis del "mal sueo" de Croce. Otros socilogos (Friedrich y Brzezinski) han enumerado los rasgos del fascismo. Por otra parte debemos a psiclogos la formulacin de de-terminadas versiones psicosociales, que hunden su an-lisis en la caracterizacin tipolgica de la personalidad autoritaria (Adorno) o en ciertas desviaciones de la psi-cologa colectiva, "el miedo a la libertad" (Erich Fromm), o en determinados fenmenos psicopticos (Wilhelm Reich, 1946).

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    Gaetano Salvemini en sus lecciones de Harvard pre-sent la tesis de la contrarrevolucin preventiva, que tanto se ha aplicado en mltiples casos histricos. La amenaza de la revolucin proletaria lanz al gran capi-tal en manos de un salvador, un dictador. Nos parece que esta versin ofrece un paralelismo con la de Marx sobre el 48 y Napolen I I I .

    Si Payne ha escrito sobre la diversidad e intensidad de los fascismos intentando una taxonoma, otros auto-res han insistido en la variedad de modelos totalitarios. La versin extensiva de Barrington Mocre quizs peque de imprecisa. De mayor inters para los historiadores es la obra de De Felice, a quien debemos el ms acaba-do estudio de la Italia de Mussolini y un Diccionario que sirve de gua en la selva de fenmenos emparenta-dos con el fascismo. Como sntesis nos parece sugesti-vo el anlisis de Milza, con la aplicacin de criterios espaciales y temporales. Milza seala cuatro etapas en la aparicin y desarrollo del fascismo, y slo en la cuarta, ya consolidado en el poder, aparece como un modelo totalitario.

    Polmico aunque fecundo ha sido el estudio de Sternhell. Su caracterizacin del fascismo como un mo-vimiento antiburgus en vez de antiproletario lo que creemos que sera ms aplicable a los populismos lati-noamericanos y su tesis de que el laboratorio doctri-nal fue Francia y no Alemania o Italia ha provocado rplicas.

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    V. EL ENTRAMADO IDEOLGICO

    Las ideologas totalitarias no aparecen como un sis-tema coherente de ideas. As se ha sealado repetidas veces. Friedrich y Brzezinski enunciaron sus rasgos co-munes en cuanto mtodos de conquista y de ejercicio del poder, pero no creen se trate de una nueva filosofa poltica. Duverger apunt: "No existe filosofa fascista ni doctrina fascista; existen mitos". Esta carencia de ar-ticulacin ha sido proclamada con orgullo por sus figu-ras histricas. "Nosotros, los fascistas, no tenemos una doctrina preformulada, nuestra doctrina es la accin", pontific Mussolini en 1919. El totalitarismo no ha te-nido un Locke, o un Rousseau, o un Bentham. Los l i -bros sagrados de los tres modelos, "El Estado y la Re-volucin" de Lenin, "Mein Kampff" de Hitler y "El Estado fascista" de Mussolini aparecen antes como bi-blias de la revolucin que como tratados tericos acer-ca del modelo de Estado que proyectaban. En cual-quier caso la falta de encadenamiento lgico no nos exime de sealar algunas de las ideas motrices.

    1) Omnipotencia del Estado

    Seguramente sea ste el distintivo esencial del totali-tarismo. "Todo en el Estado, nada fuera del Estado", pontific Mussolini. Los individuos se encuentran total-mente subordinados al Estado y en consecuencia no existe una legislacin amparadora de sus derechos, que

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    quedan subsumidos en categoras abstractas: Patria, Nacin, Estado. En oposicin a los democrticos, el Estado totalitario no tolera la separacin de los pode-res; en el orden poltico se aniquila toda oposicin; en el intelectual, el Estado disfruta del monopolio de la propaganda y la verdad. Si nos atuviramos a los tex-tos legales tan slo, en la Unin Sovitica garantizaron las sucesivas Constituciones (1918, 1924, 1936) la de-fensa de una serie de derechos, pero su ejercicio se su-bordinaba a los intereses generales, lo que dejaba en manos de la autoridad el juego del derecho y la arbi-trariedad. La Constitucin de 1977 insista: "El ejercicio de los derechos y libertades es inseparable de la ejecu-cin de sus obligaciones por el ciudadano". Para cono-cer en qu se convirtieron los derechos individuales en el seno de un poder absorbente bastara leer "La inso-portable levedad del ser", la extraordinaria novela de Miln Kundera. O recordar "1984" de Orwell, la gran radiografa literaria del totalitarismo.

    2) Exaltacin de las emociones violentas

    Creemos que esta nota debe limitarse a los regme-nes fascistas y resulta de difcil aplicacin al sovitico. En este aspecto el rgimen comunista aparece ms identificado con las dictaduras autoritarias clsicas, que procuraron la desmovilizacin de la multitud. Salvo en el perodo de la "gran guerra patria" contra los alema-nes, la imagen tpica y seguramente exacta del "homo

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    sovieticus" es la del individuo alejado de la poltica, su-mido en una ignorancia total de la realidad por falta de informacin y por la presin paralizadora del poder.

    En contraste la muchedumbre fanatizada, vociferante, centra la imagen emblemtica de los regmenes fascistas. El credo totalitario rechaza la razn como orientadora de la conducta y prima los sentimientos aptos para arrastrar a las masas. De este principio emana la des-confianza hacia intelectuales, filsofos y profesores, en general reticentes a dejarse arrastrar por el torbellino de las emociones primarias, en las que se considera obliga-cin cvica el valor irracional y se canta a la muerte.

    3) Culto al hombre providencial

    Se trata de la palingnesis de una idea ancestral, el culto al caudillo, al jefe de la tribu; en parte supone la exhumacin de un sentimiento religioso, el mito del Salvador, una forma de latra laica en la que se reem-plaza la divinidad por un hombre divinizado. En esta divinizacin coincidieron los tres modelos: Mussolini, Hitler y Stalin fueron envueltos en una liturgia similar. El totalitarismo fabrica pieza por pieza la personalidad carismtica, la que en la orwelliana "1984" recibe el nombre irnico de "Gran Hermano".

    El culto ms conocido, quizs por la verbosidad ita-liana, es el tributado al Duce. La propaganda invent el

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    lema "Mussolini siempre tiene razn". En "El vuelo del guila" se sugiere casi una relacin sexual lder-pueblo: "Jvenes, viejos, hombres, mujeres, estn literalmente posedos, compenetrados con l". En las escuelas de Italia se enseaba un credo que parafraseaba el texto religioso transfiriendo el culto al solo lder verdadero en la persona de Mussolini. Y se remachaba el ritual escolar con rtulos de este tenor: "Bendita sea tu hora que conduce a la grandeza de Italia". En Alemania el culto al Fhrer se convirti no slo en el eje de la pol-tica, como ha sealado Kershaw, sino incluso en el centro de la cultura nazi, como ha acreditado Mosse. Saludos, juegos, deportes, obras pblicas, climatologa ("el tiempo del Fuhrer" era sinnimo de soleado), acti-vidad laboral, todo se coloc bajo la invocacin del gran conductor. El sintagma "Heil Hitler" deba cerrar todos los comunicados y cartas, aunque, en un ltimo esfuerzo por no perder el sentido del ridculo, se excep-tuaron de la obligacin las cartas de despido de las empresas. En la Unin Sovitica el culto a Stalin, aun-que nos resulte menos conocido por el hermetismo del rgimen, se caracteriz por las mismas toneladas de in-cienso adulatorio. "Dirigente, maestro y amigo", se titu-la un cuadro de Shegel de 1937, que resume los diti-rambos aunque falte el ms repetido y cordial de "el Padrecito". Esta deificacin autopromovida hara escue-la en los otros regmenes comunistas, donde otros "pa-drecitos" igualmente severos recibiran la liturgia oficial del reconocimiento de su infalibilidad.

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    4) Desigualdad de los seres humanos

    Frente a la democracia, que predica la igualdad esencial de los seres humanos, el totalitarismo se apoya en la desigualdad, lo que deriva en la afirmacin elitis-ta del gobierno de la minora, sea sta el partido o la nomenclatura. Si dentro exista una minora a la que corresponda gobernar, hacia el exterior se pregon la superioridad del propio pueblo o la raza, premisa que tendra graves repercusiones internacionales. Ebenstein ha sintetizado con claridad el diagrama de jerarquas en los regmenes totalitarios: los soldados son superio-res a los civiles, los miembros del partido a quienes no pertenecen a l, la nacin propia a las restantes nacio-nes, los fuertes a los dbiles, los varones a las mujeres. En ste ltimo punto, segn el cdigo fascista, las mu-jeres deben reducir sus funciones a las tres kas (kinder, kche, kirche nios, cocina, iglesia), asignacin que supone, una vez ms en lo que al fascismo se refiere, una involucin, una orientacin inversa a la de la mar-cha de la historia. Aunque ms dramticas consecuen-cias tuvo el dogma de la desigualdad de las razas hu-manas, lo que fundament tericamente los crmenes de la persecucin racial.

    5) Hipemacionalismo

    Si ciertas expresiones del nacionalismo parecieron a Hanna Arendt precursoras del totalitarismo, la cristali-

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    zacin de la ideologa totalitaria no prescindi del in-grediente nacionalista elevado a su mxima expresin. "El fascismo practica la religin de la patria", anot con orgullo Gorgolini, y en la misma lnea declar Mussolini en vsperas de la Marcha sobre Roma: "Nuestro mito es la nacin. Nuestra misin es la gran-deza de la nacin". Esta exaltacin asumi caracteres de culto religioso: "Italia divina". En el nacionalsocialis-mo se fundieron msticamente caudillo y nacin. "Adolf Hitler es Alemania y Alemania es Adolf Hitler".

    No podra predicarse la grandeza de la nacin sino apoyada sobre la fuerza militar. El militarismo surge como otro rasgo totalitario y las fuerzas armadas se erigen en modelo organizativo de la sociedad poltica. Y, en consecuencia lgica, se exalta la guerra. "Slo la guerra eleva todas las energas al mximo de tensin e imprime el sello de la nobleza a los pueblos", sentencia en la voz "fascismo" la "Enciclopedia Italiana" redacta-da durante el rgimen. El nacionalismo exultante tuvo su horizonte en la forja de un imperio, imperio medite-rrneo para Mussolini, ungido por las nostalgias de la Roma Antigua. El concepto poltico de I I I Reich con su pretensin milenarista respondi a la misma pulsin, y Hitler alumbrara la doctrina del espacio-vital, que pro-porcion una apariencia de necesidad a la proclama-cin de los ideales imperiales.

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    6) Mstica de la juventud

    Encontramos en la consideracin de la juventud otra nota distintiva entre los fascismos y el comunis-mo. En la Unin Sovitica el proceso de burocratiza-cin desemboc en una gerontocracia, sin otra renova-cin de la clase poltica que la que Stalin decida aplicar por el mtodo quirrgico de la depuracin. Es ms, la larga dictadLira stalinista contribuy a la no in-tegracin de las generaciones jvenes; el asesinato de Kirov en 1934, probablemente instigado por Stalin, fue una prueba del recelo que despertaban los alevines en las trincheras de los revolucionarios de primera hora. Caso diferente sera el de otras experiencias de cuyo anlisis prescindimos en este momento, como la revo-lucin cultural maosta o los jemeres rojos camboya-nos. Por contra los regmenes fascistas insertaron en sus proclamas la nocin del relevo biolgico; a un nue-vo rgimen correspondera un nuevo tipo humano. Y se procedi a movilizar y encuadrar a adolescentes y jve-nes, a quienes se predic poticamente una vida al aire libre, plena de sacrificios y renuncias. Goebbels lleg a decir que en Alemania gobernaba la juventud.

    7) Violencia y vctima propiciatoria

    Un cdigo de conducta basado en la violencia nu-tri la tctica de la conquista del poder tanto en el ca-so de los bolcheviques como en el de los fascistas y na-

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    zis, artistas consumados en los mtodos del escuadris-mo. La imagen dual y simplificada del mundo que ela-boraron en todos los casos los movimientos totalitarios justificara el recurso a la fuerza. Tambin aqu se pro-dujo la palingnesis de mitos ancestrales, que sitan al enemigo fuera, o ms simplemente se considera que to-do lo de fuera, allende el partido o allende las fronteras nacionales, es enemigo. La violencia contra las mino-ras y disidentes ofreca la ventaja de la cohesin polti-ca de los verdugos, como ha subrayado Knhl. El stalinismo alcanz cotas ms altas en la represin, pero las investigaciones ms recientes, basadas en la documen-tacin consultable tras la apertura limitada de los ar-chivos soviticos, permiten comprobar que las expresio-nes de Lenin de "aplastar a los opresores" retrataban un poder concebido como aplastamiento, que termina-ra por considerar "opresores" a un grupo impreciso y cada vez ms amplio de disidentes y sospechosos.

    VI . EL ESTADO TOTALITARIO

    Examinados los principios tericos, se indican a continuacin los que informaron la prctica del poder una vez conquistado, puesto que fue la accin lo que verdaderamente defini el totalitarismo en su sentido pleno.

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    1) La propaganda argamasa social

    Violencia y propaganda constituan dos caras de la misma moneda en los modelos totalitarios, como soste-na el terico nazi Eugen Hamadowski. El adoctrina-miento continuo se convirti en expresin de la activi-dad del poder. Como se anota en los "Hitlers Tischgesprche", los cuadernos que recogen sus conver-saciones, Hitler estaba convencido de que una idea mil veces repetida terminaba convirtindose en verdad en el sentido social de la palabra, porque se converta en idea asumida por la comunidad. En "Mein Kampf sos-tuvo que la capacidad de la masa es limitada y por tanto el adoctrinamiento habra de reducirse a nocio-nes muy simples, para que "el ltimo de los oyentes pueda captar la idea".

    Frente a la desconfianza que despertaban libros y escritores, el totalitarismo exalta y cree en el poder de la palabra hablada, menos propicia a la reflexin. Los smbolos, como la cruz gamada, los estandartes, la ves-timenta uniformada, se convirtieron en otros recursos identificatorios. Para que palabra y smbolos asumieran en toda su plenitud sus potencialidades de cohesin de la masa social desempearon una funcin insustituible los grandes escenarios. En Munich la Koenigsplatz, flanqueada por los prticos neoclsicos, o la vastedad de los espacios de Nuremberg, o el gran estadio olmpi-co de Berlin, fueron lugares idneos para la comunin del pueblo con el lder, como lo fue la Plaza Venezia en

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    Roma. En contraste, salvo en los desfiles conmemorati-vos, el totalitarismo sovitico, que desmoviliz al pue-blo, evit estos escenarios para la comunin del con-ductor y la masa de los ciudadanos.

    2) Un partido nico

    Hablar de partido dentro del modelo totalitario su-pone una paradoja semntica, porque en la realidad se trataba de un todo que monopolizaba el ejercicio del poder. En el modelo comunista el partido, vanguardia de la clase obrera, interpretaba los intereses generales, aunque Stalin lo vaci y convirti en una clase buro-crtica. En Italia termin por identificarse con el Esta-do. En Alemania se estructur un modelo dual, Estado-partido, donde ste repeta la estructura estatal y termin por ser el elemento determinante, del que fueron naciendo las S.A. en 1922, las SS en 1925 y las Waffen SS, a quienes se asignaron funciones especiales durante la guerra mundial. Una ley de julio de 1933 dispona: "En Alemania existe como nico partido pol-tico el partido nacionalsocialista alemn de los trabaja-dores". En la eliminacin de la pluralidad de partidos polticos coincidieron los tres regmenes. Seguramente se trata de otro rasgo inexcusable del totalitarismo, opuesto al debate e inclinado al dogma indiscutible.

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    3) Estado permanente de ilegalidad

    El totalitarismo sita las decisiones del poder estatal por encima y al margen de cualquier lmite y en conse-cuencia no se sometan stas al cors de la legalidad. Los nazis ni siquiera se molestaron en derogar la Cons-titucin vigente, la de Weimar. Stalin promulg la Constitucin de 1936, en la que se contemplaban cier-tas garantas para los ciudadanos, el mismo ao en que el inicio de los grandes procesos conculcaba cualquier garanta. A pesar de las discusiones que suscitaron en-tre los contemporneos, los procesos representaron la negacin del derecho y la instrumentalizacin absoluta de la justicia al servicio de un designio poltico. "El ce-ro y el infinito" de Arthur Koestler representa una de las denuncias literarias ms penetrantes del sistema de justicia totalitario.

    En los procesos de Mosc se produjo lo que Hanna Arendt denomin concepcin totalitaria del delito, "ba-sada en la anticipacin lgica de los desarrollos objeti-vos", es decir, no un hecho cometido sino una previ-sin de una posible infraccin decidida por las instancias estatales.

    4) Plenos poderes de la polica secreta

    Los nuevos jueces, los que calificaban los delitos y decidan la sancin, eran los miembros de la polica

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    del Estado, Gestapo en Alemania, N K V D en la Unin Sovitica. A sus intendentes se les confiri un poder in-controlado. Detenan, incomunicaban, castigaban, al margen de cualquier tribunal. La N K V D podra ser con-siderada una continuacin de la Okrana zarista, lo que respaldara la versin de Stalin como zar rojo, un ds-pota del siglo XIX al frente de una sociedad del siglo XX que pretenda erigirse en modelo de la sociedad fu-tura. Stalin dise un estado policial. La polica dispo-na de fuerza militar, con unidades de tanques que ga-rantizaban una intervencin inmediata en caso de emergencia, y comprenda entre sus atribuciones la vi-gilancia de fronteras, el cumplimiento de condenas de trabajos forzados, el exilio interno o externo de los ciu-dadanos molestos, el control del contraespionaje. Una vez ms un texto literario capta en toda su extensin esta institucin de mil tentculos, "Los hijos del Arbat" de Anatoli Ritakov, que tantos paralelismos ofrece, en nuestra opinin, con "Resurreccin" de Tolstoi, el gran relato en el cual se denunciaba la justicia y polica za-ristas. En cuanto a Alemania, un libro reciente y pol-mico, el de Goldhagen, "Los verdugos voluntarios de Hitler", ha pretendido aminorar la extensin de la Ges-tapo, incapaz segn el historiador de Harvard de vigilar a todos los ciudadanos, pero otros estudios sobre los archivos policiales, desde el de Jacques Delarue al de Rotert Gelatelli, no respaldan tal insuficiencia del siste-ma de vigilancia de los ciudadanos por las instituciones policiales nazis.

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    5) Terror

    Los campos de concentracin se convirtieron en un instrumento fundamental para la instauracin del Esta-do totalitario, como prob en su da el estudio clsico de Olga Wormser-Mignot sobre los campos nazis. No insistiremos en tema tan conocido, estudiado desde to-dos los puntos de vista por una bibliografa amplsima. La coincidencia de los campos nazis y de los campos stalinistas seala un denominador comn de los mode-los totalitarios. Recordemos una vez ms una versin literaria, la de Solzenitsin. No se trataba de presos cl-sicos, sino de detenidos que perdan su condicin hu-mana, "cadveres vivos" en expresin de Hanna Arendt, y que se convertan en vctimas de una concepcin mili-tarizada del conflicto social. Si bien las investigaciones recientes (Pipes, Werth, Volgokonov) han acortado la distancia entre Lenin y Stalin, sera este ltimo el capaz de implantar un reinado de la vigilancia y la descon-fianza. El terror stalinista fue denominado por Walter Laqueur un "hecho nico en la historia mundial", ms cruel y arbitrario que el de Hitler, quien focaliz el te-rror en unos grupos determinados. Las Memorias de Ivanov-Ramzunik, Margarete Buber-Neuman y Sivanie-wicz, los testimonios de dirigentes del espionaje exilia-dos, como Krivitski y Antn Ciliga, nos aproximan a es-ta geografa del terror.

    El clculo de Robert Conquest de 5 millones de detenidos hasta 1937 y otros 7 millones a partir de

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    ese ao, de ellos 1 milln de ejecutados y 2 millones de fallecidos de hambre, enfermedad y extenuacin en los campos, pareca ser el ms consistente, pero el propio Conquest lo ha revisado al alza (1990). Dallin y Breslauer han descrito "una atmsfera omnipresente de angustia", donde ningn grupo poda sentirse in-mune.

    VI I . CONCLUSIONES. DIFERENCIAS ENTRE LOS TRES ENSAYOS TOTALITARIOS CLSICOS

    Existieron mltiples coincidencias entre los tres re-gmenes totalitarios examinados, al menos en tres pun-tos: una poltica exterior expansiva, un modelo de Esta-do que antepone el poder a los derechos cvicos, el culto al lder carismtico. Con respecto a este ltimo punto no deja de ser sintomtico que el gran historia-dor britnico, Alan Bullock, que se convirti en los aos cincuenta en gran figura de la historiografa euro-pea con una biografa sobre Hitler, haya rematado su brillante trayectoria investigadora con un estudio en paralelo de Hitler y Stalin.

    Pero tambin es posible sealar diferencias, al me-nos en cuatro terrenos.

    I o . Poltica racial. En Alemania las severas leyes emitidas en Nuremberg sobre la pureza de la raza aria perseguan la mezcla con sangres inferiores. De forma

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    tan tajantemente expresada no es posible encontrar le-gislacin paralela en ningn pas europeo, incluida la Italia de Mussolini, aunque el "Manifiesto de defensa de la raza" de 1938 marca el inicio de una mimesis por Italia de las pretensiones de pureza tnica que inspira-ban a su aliado en Berln. En la Unin Sovitica el du-ro tratamiento a los pueblos algenos pareci respon-der a criterios de poltica general y no estrictamente de poltica racial. Aunque, apuntemos, la enigmtica per-sonalidad de Stalin podra deparar algunas sorpresas, puesto que en las Memorias de Svetlana Stalin se ano-ta la obsesin de su padre por los judos, reminiscencia de otros mitos familiares en tierras ms occidentales.

    2 o. Funcin del Partido. En Italia se identific con el Estado y resultaba obligatoria la inscripcin para cual-quier funcionario, profesor o magistrado. En el I I I Reich se procedi a una estructura dual, separando partido y Estado. Nos parece que el modelo sovitico se aproxim bastante ms al italiano que al nazi. Por otra parte la depuracin continua de sus elementos re-present un rasgo singular, que no tuvo paralelismo en su vastedad obsesiva con las potencias fascistas.

    3o. Economa. En respeto de sus principios no pue-de el Estado totalitario inhibirse de la economa, pero las diferencias son perceptibles. El mussolinismo procedi a un dirigismo vago con planes de denomina-cin blica: "batalla del trigo", "batalla del aceite", mien-tras respetaba la autonoma de los grandes industriales.

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    Hitler intervino de forma ms directa en los mecanis-mos de produccin mediante planes cuatrienales que tenan como objetivo la superioridad blica, en una po-ltica que ms que de respeto fue de colaboracin con las firmas industriales que le haban ayudado en su conquista del poder. Totalmente diferente result el sis-tema de planificacin central de la Unin Sovitica, con sus planes quinquenales, la abolicin de la propie-dad privada y el control absoluto de la economa por el Estado.

    4 o. Rgimen de terror. La eliminacin de los oponen-tes o de los diferentes fue prctica generalizada del to-talitarismo. Adquiri una grandeza trgica en Alemania. Pero fue ms amplio y universal el sistema de terror en la Rusia stalinista, en cuanto que afect a la poblacin en general. Evan Mandsley calcula que la colectiviza-cin agrcola provoc a partir de 1929 la deportacin de 380.000 familias, lo que equivala a 1,9 millones de individuos. Para vencer la resistencia las ejecuciones al-canzaron entre 2.000 y 3.000 diarias de 1929 a 1932. Tras esta actuacin sobre la poblacin campesina lleg el turno de la poblacin urbana. Y a continuacin, de diversos sectores: cpula del partido, industria, ejrcito, minoras nacionales. Y durante la guerra mundial el de las minoras algenas, como prueba la matanza de Katyn.

    Hemos indicado adems como una diferencia nota-ble la movilizacin compulsiva de las masas en los re-

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    gmenes fascistas y la desmovilizacin del comunismo. En este sentido la Unin Sovitica aparece ms vincu-lada al mundo de las dictaduras autoritarias clsicas. Quizs, a pasar del lenguaje redentor que pretenda fundar una humanidad nueva, en la Unin Sovitica cataliz un rgimen conservador tesis que escandali-zara a cuantos vieron en ella una nueva epifana, un evangelio, mientras Italia y Alemania representaban sendos terremotos, que no titubearon en cuartear mu-chos de los principios en que se asentaba la civiliza-cin europea.

    Dejamos abierto un ltimo punto. Habramos de plantearnos si las resurgencias de los neofascismos o neonazismos y las posibles de neocomunismos suponen las mismas respuestas a problemas similares. Aunque la historia no se repita globalmente considerada quizs se repiten, a escala local o regional, los mismos erro-res.