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E spa c i  o  La i  c a l   1  / 2014  105 La primera vez que tuve la oportunidad de ma- nosear una edición del Corán en tierras del trópi- co occidental y en nada versado en las escrituras del profeta Mahoma recordé, menos por la im- posibilidad de desprenderme de referentes habi- tuales (cotidianos si exagero), que por alguna ju- garreta inv oluntaria de mi memoria, el pasaje en que Borges en “El escritor arg entino y la tradi ción” se sirve de la tan vapulada Historia de la decli- nación y la caída del imperio romano de Edward Gibbon, para solvent ar uno de los dilemas que ha acompañado siempre a la literatura latinoameri- cana. Borges señalaba, con esa maestría retórica que nos hace confiar en sus palabras como una verdad definitiva, la procacidad y, en buena medi- da, la precariedad de una literatura que pretenda erigirse en discurso identitario de una nación a partir de la ostentación de localismos y, en el peor de los casos, de un muestrario compuest o por el kitsch y el folklore más vernáculo. De los disími- les argumentos y citas de autoridad hubo una que me resultó tan escandalosa como posteriormente falible: la ausencia del camello en el Corán, nos dice Borges, es la prueba más contundente de que es un libro auténticamente árabe. En el libro sagrado no solo hallamos la palabra camello en la famosa alegoría de su paso por el hueco de una aguja, sino además, en extensas enumeraciones logísticas y en los pasajes que norman el modo de proceder en los sacrificios. Que Borges haya mentido nos dice bien poco de la sentencia misma (una de sus tantas jocosas supercherías), pero bastante del modo retórico que descansa en las posibilidades del discurso negativo. Con ello, como en casi toda su obra, Borges preconizaba el valor de lo oculto, de la ausencia, de la voz en los espacios en blanco que luego será la piedra de toque de las teorías de la deconstrucción que estimularon buena par- te de los discursos que pueblan el pensamiento contemporáneo: género, nueva historia, poscolo- nialidad, sexismo, raza, y quién sabe cuánto por venir. Con semejantes ardides se ha podido al menos echar a andar las maquinarias epistemológicas más relevantes de las últimas décadas, ya sea que nos hayan conducido al relativismo caótico, NUNCA ANTES HABÍAS VISTO A J. El caso de José Manuel Prieto Por ROBERTO RODRÍGUEZ REYES “Los que se ocupan del lenguaje solo pueden superar la desgracia del exilio con el lenguaje” Camposanto , W.G. Sebald José Manuel Prieto

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    La primera vez que tuve la oportunidad de ma-nosear una edicin del Corn en tierras del trpi-co occidental y en nada versado en las escriturasdel profeta Mahoma record, menos por la im-posibilidad de desprenderme de referentes habi-tuales (cotidianos si exagero), que por alguna ju-garreta involuntaria de mi memoria, el pasaje enque Borges en El escritor argentino y la tradicinse sirve de la tan vapulada Historia de la decli-nacin y la cada del imperio romanode EdwardGibbon, para solventar uno de los dilemas que haacompaado siempre a la literatura latinoameri-cana. Borges sealaba, con esa maestra retrica

    que nos hace confiar en sus palabras como unaverdad definitiva, la procacidad y, en buena medi-da, la precariedad de una literatura que pretendaerigirse en discurso identitario de una nacin apartir de la ostentacin de localismos y, en el peorde los casos, de un muestrario compuesto por elkitsch y el folklore ms vernculo. De los dismi-les argumentos y citas de autoridad hubo una queme result tan escandalosa como posteriormentefalible: la ausencia del camello en el Corn, nosdice Borges, es la prueba ms contundente deque es un libro autnticamente rabe.

    En el libro sagrado no solo hallamos la palabracamelloen la famosa alegora de su paso por elhueco de una aguja, sino adems, en extensasenumeraciones logsticas y en los pasajes quenorman el modo de proceder en los sacrificios.Que Borges haya mentido nos dice bien poco dela sentencia misma (una de sus tantas jocosassupercheras), pero bastante del modo retricoque descansa en las posibilidades del discursonegativo. Con ello, como en casi toda su obra,Borges preconizaba el valor de lo oculto, de la

    ausencia, de la voz en los espacios en blanco

    que luego ser la piedra de toque de las teorasde la deconstruccin que estimularon buena par-te de los discursos que pueblan el pensamientocontemporneo: gnero, nueva historia, poscolo-nialidad, sexismo, raza, y quin sabe cunto porvenir.

    Con semejantes ardides se ha podido al menosechar a andar las maquinarias epistemolgicasms relevantes de las ltimas dcadas, ya seaque nos hayan conducido al relativismo catico,

    NUNCA ANTES HABAS VISTO A J.

    El caso de Jos Manuel Prieto

    Por ROBERTO RODRGUEZ REYES

    Los que se ocupan del lenguaje solo puedensuperar la desgracia del exilio con el lenguaje

    Camposanto, W.G. Sebald

    Jos Manuel Prieto

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    ya que hayan consagrado caminos ms sinuososhacia la verdad, sea lo que eso signifique. Peropor ms que se empee el investigador o el crti-co (aunque obstinados esfuerzos ya me desmien-

    tan), ni la falta de alusin en sus textos narrativosa un espacio identificable con algn paraje de lageografa cubana, ni la ausencia de la palabracubanoa lo largo de la novela Livadia (Monda-dori, 1999) bastar para encontrar en la obra deficcin de Jos Manuel Prieto (La Habana, 1962)los pendones de nuestra cultura nacional y mu-cho menos los tintes de esa caribeidad en es-tos das tan cara a ciertos sectores acadmicos.Rafael Rojas ha visto en Prieto el primer autorcubano que se empea en no escribir ni una solanovela sobre Cuba y al menos, en lo que llevade vida, su obra narrativa confirma esa abstinen-cia. El novelista, con una voluntad manifiesta ysin menoscabo de la calidad literaria, evade ya nosolo los lugares comunes de la imaginera de sucultura originaria cuya recurrencia permitira sinesfuerzos, y para satisfaccin de los hacedoresde diccionarios y fanticos de la historiografa y lacaracterologa nacionalista, incluirlo en el equipode figuras que, desde distintas partes del mundo,regresan una y otra vez a ondular las charcas dela realidad social como un Pedro Juan Gutirrez,

    Zoe Valds o Ronaldo Menndez, o a escrutaren los smbolos tradicionales de lo cubano yla cubanidad como Abilio Estvez, Alexis DazPimienta, Wendy Guerra, por solo mencionar losms divulgados en esa extensa nmina de auto-res (desde nclitos premios nacionales hasta ta-lleristas de noviciado) cuyas obras de jineteras,depauperacin econmica y abandono del pasminan los catlogos de las editoriales provincia-les y de los ms peregrinos proyectos extranjerosa ms de una dcada del boom de los 90 cubano.

    Para asombro de muchos, Prieto es un escri-

    tor que no escribe de Cuba aunque vive fuera deCuba. Quien no vea absolutamente nada extraor-dinario en esta correspondencia pudiera revisarla lista de autores, tanto la de aquellos que perte-necen a la as llamada primera generaciones delexilio cubano, como la ms reciente que va dejan-do de ser la oleada posterior al Maleconazo. Msall del romanticismo nacionalista y los sentimen-talismos telricos que abrasan las entraas deno pocos, buena parte de los escritores que hanabandonado el pas han llevado consigo, como

    un estigma providencial, el peso de la Isla por to-

    das partes. Ignoro si por razones thmicas, o sideba dar crdito a las potencias mgicas que lateratologa insular se ha encargado de cultivar ennuestra tierra de poetas, o si simplemente todo se

    reduce a una cuestin financiera por aquello deque el tema Cuba vale el peso de su gente en oro.Y no se piense que hablo desde una negacin adabsurdumde nuestras temticas e imaginarios in-eluctables, ni que considere pernicioso para unaliteratura la proximidad con algunas instancias dela realidad emprica (smbolos, discursos, aptitu-des). Antes bien se trata de una predisposicinante el imperio de la realidad y del realismo quede tanto ir y venir de poema en poema, de novelaen novela, provoca una suerte de asfixia temticapor la sobreabundancia de lo mismo con poco ocasi nada-nuevo-que-decir que no por-decir. Locierto es que debo confesar mi alivio y mi entu-siasmo a priori cuando le esas primeras lneasmeldicas, severas, que insinuaban tmidamentela belleza: Siete pliegos de arroz iluminados porla luz de la tarde. Las lneas azules de su apreta-da caligrafa cubran toda la hoja, y a la distanciade la mano tendida recordaban el azurado que enla herldica representa el cielo1.

    Este es el inicio de Livadia(1999), la segundanovela de una triloga que comprende adems

    Enciclopedia de una vida en Rusia(1997) y Rex(2007). Junto al inicitico Nunca antes haba vistoel rojo (Letras Cubanas, 1996), libro de cuentosmerecedor del premio Pinos Nuevos y publicadoposteriormente en Mxico con el ttulo El tartamu-do y la rusa(2002) completan el corpus de ficcinhasta el momento debido a Jos Manuel Prieto,si obviamos un pequeo cuaderno de viaje querecoge su paso por la nueva Rusia: Treinta dasen Mosc(2001).

    Adems de una evidente predileccin por losespacios y la cultura sovitica y postsovitica, las

    tres novelas tienen su gnesis en el menciona-do libro de cuentos y comparten varios motivos:en las tres el personaje protagonista que cuen-ta la historia es un aprendiz de escritor que lle-va por nombre J., J.P., o Jos, lo que, como sepodr suponer, ha tentado (yo dira abalanzado)a cuanto comentarista he conocido, a establecerconexiones con la biografa del autor y su nacio-nalidad cubana. En las tres el narrador es unasuerte de farsante o impostor que realiza activi-dades tangenciales a la literatura, e incluso a la

    ley, para ganarse el sustento, en puridad, para

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    hacer dinero: en Enciclopediaes una especiede diletante que dice estar escribiendo una no-vela mientras persigue a una mujer entre sueosy vigilias, en Livadiaun mercader transnacional

    que trafica con objetos de toda clase extradosde todo sitio bajo toda circunstancia, en Rexseinventa un curriculum de pedagogo para hacersede un trabajo y establecerse cerca del mar. En lastres el personaje principal tiene predilecciones li-terarias y sensibilidad intelectual, de lo que nosenteramos no solo porque siempre asegura serel autor de una obra en ejecucin, sino ademspor sus constantes reflexiones y su propensina intelectualizar la realidad, casi siempre evo-cando algn modelo o evento extrado de las de-masiadas lecturas mostradas y comentadas pordoquier: en Enciclopedia el narrador est enproceso de escritura de una novela que coinci-de con la que leemos y dice titularse Pan de laboca de mi alma, llamada por sus siglas PBA; enLivadiaconsume una extensa nmina de episto-larios para la redaccin de una carta en la queva a contarle a V., su amada escurridiza, todo losucedido hasta el momento de la redaccin delmanuscrito que coincide, por supuesto, con lapropia novela; en Rextiene a Proust por orculoy Aleph y redacta las doce lecciones que impar-

    te a Petia, su pupilo de once aos, hijo de unafamilia de mafiosos rusos radicada en Marbella.Y en todas hay una mujer-musa-vellocino (V., Lin-da/Anastasia), un viaje, un doble (mi otra mitad,Thelonious Monk, el mismsimo Marcel Proust),una estructura procedente de textos no propia-mente literarios (enciclopedia, epstola, cuadernode bitcora, diario ntimo, lecciones para una cla-se), la pregunta por la identidad individual que nonacional, el exilio, la lengua rusa, la vida rusa ypoco, muy poco, casi nada, de Cuba.

    Prieto destierra de sus novelas cualquier indi-

    cio geogrfico, poltico o psicolgico que sea sus-ceptible de considerarse distintivodel pas en elque naci. Como un sujeto que ha quedado sinsuelo firme y sin los atributos para considerar unespacio simblico determinado como una Patria,sus textos se abandonan a los dominios de la pa-labra, al inagotable viaje del escritor en busca deuna forma scribendi, al agn permanente con ellenguaje y los deslavazados e inciertos caminosdel estilo y la escritura. Quizs de todas las obrasla que mejor me permitira ilustrar la calidad lite-

    raria del novelista cubano sea esa en la que, sinms, se ha jugado todo por la excelencia.

    Livadia cuenta la historia de un sujeto quese dedica a trasegar por buena parte de Europacentral (en un catlogo abreviado: Helsinki, Pra-ga, Viena, Estocolmo, Berln, Cracovia, Samar-canda, Bruselas) con el objetivo reiteradamentedeclarado de hacer dinero con la venta de objetosde las ms variopintas procedencias y funciones:pieles de tigre del Amur, colmillos de mamut, ve-neno de serpientes, almizcle de los venados delAltai, gogglesnocturnos per tenecientes al Ejrci-to Rojo, cigarros que han atravesado hemisferios.Su periplo mercantil se ve reorientado cuando unmultimillonario sueco dado a la entomologa lepide hallar una especie extica de mariposa, el

    yazikus, la que, segn contaban, haba sido ca-zada por ltima vez por el zar Nicols II durantesus estancias en el palacio de Livadia, en las cer-canas de Yalta, mandado a construir por l mis-mo en 1912. A una pensin de Livadia arribar el

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    composicin de la URSS y la apertura de lo quellama membranas estatales, amenaza con llevarel argumento a debates histricos y sociolgicos.Sin embargo, no pasa de ser para J. un obstculo

    pragmtico que sortear para la consumacin delas ventas. Dice el personaje: Me interesaba mu-cho el problema de las fronteras desde un puntode vista prctico, claro est.

    Sin llegar a perfilarse en J. a un bon-vivant,ni a un heredero simblico del oblomovismo, sucondicin de comerciante, de cierta manera, loconvierte en un sujeto alejado de aspiracionesteleolgicas al que le resulta indiferente trazarseun plan que persiga algo ms que la obtencinde unos cuantos billetes. Sus anhelos rayan enla banalidad y sus empresas se antojan vanas,pues parecen de antemano estar destinadas alfracaso (pensemos en la persecucin de una ma-riposa cuya existencia es casi improbable). Susmovimientos resultan a veces inerciales, sin unacertera o fundada objetividad. De hecho el perso-naje se pregunta qu lo hizo lanzarse hasta la De-presin Cspica, hacia una de las pequeas islasen el delta del Volga, y recuerda, como una causainsignificante, como una justificacin que lo retie-ne todava del lado de la cordura, haber ledo, enuno de los manuales que se haba agenciado, de

    la presencia del yazikusen la zona. Pesa sobresus acciones una suerte de hic et nunc, accionesque resultan siempre sancionadas por la perento-riedad y las circunstancias emergentes, acciden-tales incluso, en cuyos desenlaces acta antes lacasualidad que la causalidad.

    Pero no por ello habremos de entender a J.como un simple pcaro o un comerciante de pocamonta incapaz de salir airoso en sus negociacio-nes o de persuadir hasta estafar a algn millona-rio suizo. Limitndolo a ese carcter estaramoserrados en la verdadera significacin y riqueza

    del sujeto que conforma Prieto. En J. no apareceel conflicto tico, ni la satanizacin del dinero, o eldinero como atributo que desmedra moralmenteal intelectual moderno. No vemos en el personajeal humanista que mira con desdn el gusto bur-gus por la confortable vida y su correspondientefilistesmo. Sus obsesiones monetarias no pue-den ser ms claras. Como una cancin de cunahipntica el personaje se repite mientras cae enel sueo a orillas del Volga: Cerr los ojos pla-centeramente. Cinco mil dlares? Cincuenta

    mil dlares? Cien mil dlares? Qued profunda-

    mente dormido. No en vano esa aficin por el di-nero llama tanto la atencin de Gerardo Fernn-dez Fe, a mi juicio, un ensayista deslumbrante yun estilista como pocos en la Zona, quien recono-

    ce en Prieto a uno de los mejores autores que hasabido llevar el dinero a la literatura, pero ademsla literatura al dinero, develando el homo econo-micus en el escritor que somos, desmitificandoel trillado paradigma romntico, desacralizando anuestros intelectuales incontaminables. En J. seconjugan una necesidad ineluctable por mante-ner a salvo su capital, capital que es adems elmvil para sus aventuras, y la sensibilidad de unesteta insisto que tiene una percepcin estti-ca de la realidad siempre pensada en funcin dela escritura.

    Porque ante todo, y creo ver en ello el primerprincipio tanto para la concepcin estructuralcomo para acceder a esos estratos estticos queconvierten Livadiaen una de las mejores novelascubanas de los ltimos 50 aos, en J. confluyenel pragmtico comerciante, el viajero contempla-tivo y el aprendiz de escritor que se interna en unciclo de peripecias narradas al estilo de falseadasnovelas de aventuras en busca de una maripo-sa, smbolo a su vez de la perfeccin escritural,de la imago (fase final de la metamorfosis de las

    mariposas) que haga posible acceder a ese mo-mento casi mstico en que confluyen percepcin,experiencia y forma de expresin. En el viajero dePrieto est potenciada al mximo la sensibilidaddel letrado, del sujeto que vive estticamente ytrata de traducir al lenguaje verbal todo lo quesus sentidos son capaces de captar para confor-mar la experiencia. En una resea de Prieto a lasmemorias de Hemingway, a su paso por el Parsde la primera posguerra (el famoso Pars era unafiesta), hallamos la misma idea: lo que lo hacesingular un libro de viajes no es la descripcin

    exacta de los cafs o parques, el emplazamientode algn restaurante (cualquier gua se lo propor-cionar), sino la ms fina comprensin de qupuede darte esa ciudad, la entonacin perfectapara pensarla y recordarla, una suerte de eleva-do mirador desde el cual se logra su mejor vista.Y en Livadia leemos:

    Las cartas de V. haban logrado alterar com-pletamente el decorado de fondo. Ahora, en lugarde un simple coto de caza (de una mariposa, el

    yazikus), distingua adems hayas, robles, cipre-

    ses, la hilera de latos cipreses en que terminaba

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    el suave descenso a mi izquierda y el puerto deYalta, los barcos fondeados en l, los bulevaresque descendan hasta el mar. Me llev a la boca,ensartado en un tenedor de pala ancha y dienteslargos, un trozo de pulpo que haba sido pescadoen ese mismo mar. Lo mastiqu lentamente, suespesa salsa recubriendo con una capa oleosamis papilas gustativas

    Livadia parece en su totalidad una glosa aesas palabras definitivas para la novela del sigloXX que nos legara Joyce en la voz de Stephen

    Dedalus: Quiero intentar expresarme de alguna

    manera en la vida o en el arte, y sercon la mayor libertad que pueda y paradefenderme no usar otras armas quelas que me permito usar: silencio, exi-

    lio, astucia. La propia escritura de Prietorefleja esa pugna por acceder potica-mente al punto en que verbo e imagense conjugan en un objeto de supremabelleza. Pareciera que el narrador as-pira a ese pensamiento por imgenesque Prieto encuentra y admira en las p-ginas de su maestro Vladimir Nabokov(un fantasma que recorre toda la obra)con quien comparte, entre otras tantasapetencias, la referencialidad libresca,el juego con los discursos confesiona-les (los textos epistolares y los diarios),las disquisiciones metatextuales y auto-rreflexivas, la descripcin detallada deuna escena o un paisaje detenido en elargumento gracias a la plasticidad de laimagen, las exploraciones sensorialesde la realidad, texturas, colores, curvasy formas que se proyectan en una prosaexcepcionalmente voluptuosa.

    De ah el flujo constante de metfo-ras que evoca a otro de sus padres lite-

    rarios, Marcel Proust, al que convertiren maestro y dios del joven tutor de Rex(quien llegaba a demostrar la presenciade la superproduccin de los hermanosWachowski, The Matrix, en las pginasde la recherche); de ah tambinla inmersin en pasajes onricos y lasdislocaciones que provocan en el narra-dor la entrada y salida de los sueos, alpunto de que se vea obligado a cuestio-narse por su lugar en el mundo y por laveracidad de los sucesos, de los que ni

    siquiera llega a ser del todo consciente. Es preci-samente el trnsito entre esas dos dimensiones,entre la realidad de la vigilia y la no menos, sibien engaosa, vivacidad del sueo, lo que des-orienta al narrador, incluso en mayor medida quela experiencia trashumante y transnacional delviajero mercader y contrabandista.

    La novela, a la vez que narra el viaje fsico delpersonaje, describe su proceso de formacin in-telectual y existencial. J. se nos revela desde elprimer momento como un obseso de la forma.

    Narrada a la manera de un cuaderno de viaje, el

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    texto se transmuta en ejercicio de la memoria, enreconstruccin escrita del pasado y a su vez enlaboratorio de la escritura donde J. registra todoslos acontecimientos vividos desde distintas pers-

    pectivas, con variaciones en el tono y el estilo;donde el estilista, el refinado artesano de la pala-bra ensaya hesitativo un giro o una frase (casi alfinal leemos entre signos de exclamacin: Ce-leste!, la palabra exacta que no haba usado entodo el borrador ); donde percibimos al escritorque explora discursos provenientes lo mismo dela teosofa que de la fsica (rozando a veces eldelirio con evidente intencin autopardica), dis-cursos de orientacin mstica o lepidopterolgica.Su predisposicin literaria, su vocacin biblima-na (J. se declara un lector empedernido de nove-las de espionaje), lo llevan a devorar epistolariosde diversas pocas y autores con el fin de hallarlo mismo en una carta de Amrico Vespucio quede Nietzsche, Petrarca, Henriette Vogel, MadameBlavatsky u Oscar Wilde, un modelo adecuadopara la redaccin de una carta que ser, en defi-nitiva, su magna obra. Cartas que permean y de-terminan en varios momentos la sensibilidad y lapercepcin de la realidad del joven que renuncia-ra a su propsito de convertirse en escritor para,como un Rimbaud de la segunda mitad del siglo

    XX, que es lo mismo que decir, postsovitico ode la Guerra Fra, abandonarse a la intensidad li-minal del trfico y el comercio: Yo quera llegar aconvertirme en algo ms que un novelista, llegara ser algo ms que un escritor de historias y melanc al agua fra del contrabando.

    J. parece tener una frrea disciplina en lo queconcierne a su trabajo. Evita contaminar el nego-cio con apetencias sentimentales o inclinacionesintelectuales y, cuando as sucede, le cuesta eldolor del que nace toda la novela. Confiesa man-tenerse alejado de los museos a menos que se lo

    exija el mercado: en una ocasin se ve obligadoa visitar el Museo Natural de San Petersburgo:Jams visito museos en las ciudades a las queviajo con mercanca nos dice y se nos parece aun polica sacado de un filme hollywoodense querechaza una copa con impostada prestancia (No thanks, I`m on duty), pero como todo granpolica de Hollywood, J. es un magnfico corruptoque ha tenido que sofisticar y pulir como nadie elarte de la farsa y la mscara en aras de sobre-vivir, y si fuera nuestro hipottico polica no pu-

    diera evitar beberse el trago que le ofrecen, o lo

    rechazara para luego tomarlo directamente de lapetaca que palpita en algn bolsillo interior de suabrigo. J. no visita museos, pero encara extasiadoun paisaje a orillas del Volga y no logra evitar que

    la presencia de un ave lo paralice de rodillas antela sensacin del tiempo y el espacio anulados,cuando aparece veladamente y nunca por azarel enfrentamiento con el yo y la pregunta por laverdad de la escritura:

    Las dos semanas pasadas en San Petersbur-go, el viaje en tren hasta Astrajn, la travesa enel vaporcito, parecan haberse esfumado, comosi mi aparicin en el delta del Volga con el pjarocantando en un rbol de aquella isla hubiera sidosbita e inmediata, como si no hubiera mediadotiempo alguno entre mi anterior viaje a Sueciacon los visores nocturnos y esta maana. [] Nohaba hecho ms que empezar y ya haba tenidooportunidad de verme a m mismo, desde la otraisla, de pie en la orilla escudriando el paisaje, yaquella visin me haba sorprendido y llenado deespanto.

    Aqu el cuaderno de viaje no oculta su inten-cionalidad esttica, como sucede en los propiostextos de Prieto que hacen explcitos los recur-sos, las tcnicas de su escritura. Sus narradorescon frecuencia se dirigen directamente al lector

    hacindole saber desde qu reino, desde qu do-minios se escribe, y la competencia que reclama.Prieto parece haber desterrado a Cuba de su obracomo tambin, de modo voluntario, se autodeste-rr para instalarse de una vez y por todas en losdominios del estilo, el lenguaje y la escritura:

    La bsqueda dejaba atrs, las posibles va-riantes los parntesis, los titubeos, el ir abrin-dome camino trabajosamente, que era el mtodoal que haba recurrido para escribir este largo bo-rrador, el nico que consider posible: ser redun-dante, abordar una misma idea desde mil pun-

    tos, contornearla, presentar el dibujo a travs delcual, como a travs de una delicada construccinde varillas, transparentara la historia.

    Con Livadia estamos ante una variante deldiario de un escritor que no se limita a la meracrnica, ni al catlogo de sucesos, ni al ejerciciosolipsista de la confesin a la pgina mediante laescritura, esa que simula la indiferencia literaria,que solapa la intencionalidad esttica de lo quese escribe y niega la posibilidad futura de lecto-res potenciales. Livadiaes una novela que des-

    concierta por la intensidad de la prosa, el manejo

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    Notas:1- Jos Manuel Prieto, Livadia, Mondadori, Barcelona, 1999. Todos los fragmentos de la novela citados en lo adelante han

    sido extrados de esta edicin.

    2- Glick Schiller, Nina, Linda Basch y Cristina Blanc-Szanton, eds. 1992. Towards a Transnational Perspective on Migration:Race, Class, Ethnicity, and Nationalism Reconsidered. Nueva York: New York Academy of Sciences, p. 1. Tomado de JorgeDuany, La dispora cubana desde una perspectiva transnacional, Otro lunes. Revista Hispanoamericana de Cultura, Junio,2009, no. 8. (consultado en versin on lineel 7 de mayo de 2013).

    3- Jorge Santayana. Filosofa del viaje (versin digital sin referencia editorial)

    grcil y efectivo del lenguaje, el lirismo y la volup-tuosidad de los periodos, las leves incorreccionesque fuerzan la sintaxis, los extraos y singularesmatices de su personaje, la singularidad y pericia

    con que su autor hace confluir motivos y relatosde siempre, los pocos temas infinitos. Qu msse puede pedir de una novela? Quin es Prie-to en la literatura nacional? Con autores comoPrieto, Waldo Prez Cino o el mismo FernndezFe, a qu llamamos hoy literatura cubana?

    Jos Manuel Prieto sigue escribiendo ficcio-nes mientras imparte cursos en distintas univer-sidades del mundo y desanda las libreras delNueva York donde reside. Cada cierto tiempo en-treveo al lector-Jos Manuel en algunas de lasreseas de libros que publica en la web, imagino,como parte de su contrato con Anagrama. Quienprefiera al columnista, al redactor de crnicas y

    al comentador distinto de J. o J.P. puede hallarloen esos espacios que le demandan reflexionessobre el acontecer de la vida en Cuba. Recuerdohaber simpatizado con un ensayo que remite in-

    defectiblemente al Pale Firede su imprescindiblepartnerVladimir Nabokov, en el que Prieto lee, apartir de su propia traduccin, verso por verso,el Epigrama contra Stalin que conmin a sipMandelstam al campo de trnsito Vtoraya Re-chka y, en efecto, a la muerte. Su conocimientodel ruso le ha permitido traducir, entre otros, aAnna Ajmtova, Joseph Brodsky, Andri Platnovy Vladimir Maiakovski. En algn sitio le que yaest en proceso de publicacin su prxima nove-la, intitulada Voz humana. Si esta obra tambinest prevista en Proust, consideremos entoncesla fortuna.