Autoritarismo Militar en El Salvador

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SEGUNDA FASE DEL AUTORITARISMO MILITAR EN EL SALVADORB) SEGUNDA FASE: EL AUTORITARISMO DE REFORMA ESTRUCTURAL MODERNIZANTE.GOBIERNO DEL GENERAL FIDEL SÁNCHEZ HERNÁNDEZLa principal estrategia del candidato Sánchez Hernández del PCN fue presentarse como el protector del país contra el comunismo, concentrándose en el candidato del PAR., Fabio Castillo. La prensa reforzó la estrategia del PCN al presentar a Fabio Castillo como comunista y transmitir reportajes especiales del levantamiento campesino de 1932, en los que se enfatizaba la manipulación de los campesinos por parte de los comunistas. Con esta estrategia, los militares se presentaron como los salvadores del país y paladines de la democracia, amenazada por el “comunismo internacional”. Sánchez ganó las elecciones con una amplia ventaja. La estrategia electoral del PCN comenzó a fracasar en las elecciones municipales y legislativas de 1968. El PDC ganó 78 alcaldías y logró un número importante de escaños en la Asamblea Legislativa. Esto incrementó las presiones derechistas contra Sánchez Hernández, particularmente cuando éste declaró en la inauguración del congreso sobre reforma agraria de 1970, que esta reforma era una necesidad. Como contrapeso a su retórica reformista, Sánchez realizó acciones que mostraban su identificación con los intereses oligárquicos: nombró al coronel José Alberto Medrano como comandante de la Guardia Nacional, el puesto de comando más poderoso dentro del sistema de seguridad y la posición más involucrada en la represión cotidiana de las organizaciones populares campesinas. A finales de 1967, el presidente Sánchez y el coronel Medrano presionaron a la elite agraria a financiar la expansión de ORDEN, aludiendo que era necesario para combatir al comunismo y como algo consistente con la propia experiencia histórica de El Salvador, una afirmación que era, en ese contexto, una referencia a los eventos de 1932. El nuevo partido oficial, la constitución política de 1962 que ligeramente modificó la de 1950, la ley de representación proporcional que posibilitó el crecimiento de los partidos de oposición y su participación en la Asamblea Legislativa, la elección presidencial de 1967, la autonomía universitaria y el desarrollo del sindicalismo urbano, indican, para todo el período que estamos analizando una liberalización del régimen autoritario y un incremento de la participación política. Por otra parte, el aumento en el valor de las exportaciones, el crecimiento industrial, la Alianza para el Progreso, el desarrollo del Mercado Común Centroamericano y el crecimiento económico hicieron posible una respuesta relativamente suficiente a las demandas de distribución de la época. En 1967 y 1968 estallaron, sin embargo, algunas huelgas importantes. El régimen resultante del golpe de 1961, conducido por el coronel Rivera hasta 1967 y posteriormente por el entonces coronel Sánchez Hernández, continuó el modelo establecido por Osorio, consiguiendo estabilidad mediante la adopción de una política flexible de cambiante grado y forma de represión y concesiones económicas según las exigencias políticas del momento. Se permitió una considerable mayor libertad de actividad política en formas que se consideraban inocuas mientras el proselitismo de izquierdas en el campo se reprimió rígidamente y violentamente. En esta etapa, los procedimientos e instituciones de gobierno evolucionaron en la dirección de permitir mayor pluralismo y participación. La base social del régimen político cambió al incorporarse al sistema las clases medias. Sin embargo, la incorporación de las clases medias no significó una disminución correspondiente del poder de la oligarquía cafetalera. La oligarquía cafetalera dejando de ser casi exclusivamente cafetalera para modernizarse con las posibilidades ofrecidas por el Mercado Común Centroamericano se convirtió en gran burguesía rural-industrial-financiera, y ella también incrementó su poder. Este incremento burgués hegemónico unido al de las clases medias proporcionó al régimen una base social más amplia. El gobierno del general Fidel Sánchez Hernández tuvo problemas de orden social, debido a los desajustes y a las tensiones que estaban incubándose. Su íntimo amigo y Ministro de Educación Walter Béneke, puso en práctica una reforma educativa, que fue muy combatida. A mediados del período presidencial de Sánchez Hernández, el Mercado Común centroamericano hizo crisis.

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Honduras alegaba que no había tenido beneficios proporcionales en las ventajas de intercambio. Por otra parte, en ese país se ensayaba una reforma agraria que en su desarrollo encontró una manera fácil de favorecer al campesino nacido en honduras: despojó a los salvadoreños que tenían hasta 40 años o más de poseer esas parcelas. Algunos de tal despojos tuvieron caracteres violentos. Los medios de comunicación social salvadoreños, aumentaron la magnitud de la tragedia. Todo el pueblo salvadoreño ardía en deseos de ir a socorrer a sus hermanos. El ejército estaba al lado del pueblo y ambos presionaron al presidente Sánchez Hernández, que hacía los mayores esfuerzos para resistir dichas presiones, creyendo que tenía capacidad para evitar el conflicto armado. Las presiones lo arrollaron y tuvieron que ir a la guerra, el 14 de julio de 1969. Al comienzo de la década de los 70’, El Salvador, era un país agrario, pobre, y con profundas desigualdades en la distribución de la riqueza. Su economía estaba basada en el cultivo y exportación de café, algodón y caña, y el proceso de industrialización incipiente padecía crecientes dificultades a consecuencia de la ruptura del Mercado común Centroamericano, crecimiento demográfico, vivienda, educación, salud y desempleo eran agudos problemas sociales. Además, desde 1969, la movilización popular posibilitada por la liberalización precedente, el crecimiento de los partidos políticos de oposición, el desarrollo de los sindicatos obreros industriales, los movimientos de maestros y estudiantes, el surgimiento de las organizaciones populares campesinas de masas y la concientización social de un sector de la iglesia católica coincidieron con la crisis económica, agudizada por la guerra contra Honduras, y la mocionada ruptura del Mercado común Centroamericano al que El Salvador exportaba bienes industriales y fuerza de trabajo. Ante esta situación, el gobierno militar y la fuerza armada concibieron una estrategia político-económica, que algunos académicos bautizaron como “modernización capitalista en el marco de la seguridad nacional”. La estrategia del régimen se orientó, en definitiva, a dar una alternativa económica reformista, congelando la crisis política mediante el autoritarismo. Esta estrategia se reflejó en los últimos años de la presidencia de Sánchez Hernández. En 1970, Sánchez convocó el primer congreso de reforma agraria. En la apertura de la sesión de la nueva asamblea legislativa en ese mismo año, anunció planes para impulsar leyes agrarias que redistribuirían las tierras ociosas. La primera medida específica en esta línea fue la ley de avenamiento y riego, la cual facultaba al estado utilizar terrenos privados en aras del interés público. Miembros airados de la elite agraria respondieron que el gobierno estaba retrocediendo y estaba sirviendo a la “causa comunista”. Incluso hubo rumores de golpe de estado para bloquear la aplicación de la ley. Numerosas acciones de izquierda a finales de 1970 y en 1971 reforzaron la percepción de la elite agraria de que el gobierno estaba abandonando sus funciones anticomunistas. La concurrida marcha en el funeral del líder del Partido Comunista de El Salvador (PCS), Raúl Castellanos Figueroa, mostró el amplio apoyo popular que tenía la izquierda organizada, a pesar del hecho que el PCS estaba excluido legalmente de la política. En enero de 197, el industrial Ernesto Regalado Dueñas, heredero de dos de las familias más poderosas del país, fue secuestrado y asesinado. Los secuestradores, miembros de una célula de lo que llegó a ser el Ejército revolucionario del Pueblo (ERP), pidieron un millón de dólares por el rescate, pero fueron incapaces de recolectarlo. Las frustraciones y el descontento de la extrema derecha se incrementaron cuando, en julio de 1971, la asociación magisterial ANDES llevó a cabo una huelga, apoyada por masivas manifestaciones de miembros de los sectores medios, campesinos, estudiantes y pobladores de tugurios de San Salvador. Muchas de las manifestaciones se tornaron violentas y ocasionaron serios daños a edificios públicos y comerciales. A pesar de que PRDEN y las fuerzas de seguridad respondieron con violencia, la impresión que quedó fue la de u gobierno que no tenía el control total de la situación. El descontento de la oligarquía cafetalera tomó forma electoral en 1972, cuando el nuevo Frente Unido Democrático Independiente (FUDI) postuló al general Medrano como su candidato presidencial. Medrano fue el candidato del sistema en 1932, u oficial que entendía, al

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igual que Martínez en el momento de la insurrección campesina, el rol apropiado para las fuerzas armadas y el Estado. El apoyo lectoral de Medrano no sólo provino de la oligarquía. Por lo menos la mitad de ORDEN apoyó a Medrano. Otro opositor electoral de los militares fue el PDC, que se había unido al Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y al comunista Unión democrática Nacionalista (UDN), formando la coalición Unión Nacional opositora (UNO. La coalición postuló al Ing. José Napoleón Duarte como candidato a la presidencia y a Guillermo Manuel Ungo como vicepresidente. La UNO ganó probablemente con una considerable mayoría de votos. Los reportes de las áreas rurales mostraban al PCN al frente de la votación, pero en las áreas urbanas la mayoría de votos los acaparaba la UNO. El CCE bajo la presidencia del abogado José Vicente Vilanova, suspendió el recuento de votos y declaró ganador al candidato Arturo Armando Molina del PCN, al día siguiente de las elecciones. El ex capitán del ejército Francisco Emilio MENA Sandoval afirma que una reunión tuvo lugar en el cuartel de la Tercera Brigada tan pronto se supo que la UNO estaba ganando en el ámbito nacional. En la reunión se puso en marcha un plan para modificar las papeletas de votación y asegurar que el candidato oficial ganara en el recuento oficial de votos. El fraude electoral significó para muchos la bancarrota del gobierno militar y del PCN. De hecho, el fraude, vino a frustrar las aspiraciones de las fuerzas opositoras progresistas, de posibilitar el cambio social a través de medios pacíficos y democráticos. El sistema de partidos se deslegitimó y se crearon condiciones para el surgimiento y el desarrollo de organizaciones populares y movimientos insurgentes que desde ese momento buscaban la transformación del país fuera de los marcos institucionales y legales, privilegiando la vía armada para lograr sus objetivos de justicia y democracia. GOBIERNO DEL CORONEL ARTURO ARMANDO MOLINA Durante la administración de Molina, los dilemas inherentes al modelo de 1948 llegaron a ser especialmente agudos. Al igual que Osorio y Rivera, Molina buscó unir sus acciones y posturas anticomunistas con una expansión del rol del Estado en la economía, con especial énfasis en la modernización y estabilización del capitalismo en El Salvador, promoviendo la industrialización y el mejoramiento de las condiciones sociales de vida de la población. El Plan de Desarrollo Económico y Social, 1973-1977, de Molina, proponía ejercer un mayor control sobre los productos de agro-exportación y hacia la pequeña y mediana empresa. El plan incluía la expansión de “zonas francas” para las industrias maquiladoras, préstamos internacionales para inversiones productivas, incremento de la industrialización por sustitución de importaciones, restricciones a las importaciones del Mercado Común Centroamericano (MCCA), promoción del turismo y regulación de la inversión extranjera con el fin de evitar su penetración en los sectores estratégicos de la economía. Algunos componentes del plan iban dirigidos hacia la corrección de los problemas de distribución del ingreso: el gobierno proponía usar la política fiscal, leyes de salario mínimo, seguridad social y reforma agraria para incrementar los ingresos y el bienestar de las clases pobres. Molina creó el Consejo Nacional de Planificación (CONAPLAN), bajo la dependencia directa de la presidencia, para implementar estas medidas. CONAPLAN fue transformado posteriormente en Ministerio de Planificación. El gobierno incrementó su control sobre la economía a través de la expansión de las regulaciones estatales del mercado del café y la creación de una Junta Monetaria para regular el flujo de dinero. El gobierno realizó prestamos para invertir en nuevos sectores de la agricultura, cooperativas, pequeños y medianos negocios y otras empresas. Estas medidas fueron acompañadas por u incremento del control militar de agencias estatales que previamente habían sido controladas por civiles, tales como el Instituto Salvadoreño de Fomento Industrial (INSAFI), el Banco Central de Reserva (BCR), la Compañía Salvadoreña de Café, La Comisión Hidroeléctrica del Río Lempa (CEL) y varias otras. Estas nuevas agencias controladas por militares llevaron a que se incrementara la corrupción en el gobierno. Algunos de los directores llegaron a ser millonarios en poco tiempo y comenzaron a adquirir mayores cuotas de poder, grandes mansiones y autos lujosos. En 1972 CONAPLAN produjo un plan de desarrollo agrícola que proponía una

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redistribución de las tierras con el fin de aumentar los ingresos de las familias campesinas. Contenía medidas para estabilizar el limitado acceso a la tierra a la vez que estipulaba una mayor asistencia técnica para apoyar el desarrollo empresarial de pequeños y medianos agricultores. El gobierno publicó anuncios en los periódicos para buscar apoyo a estas iniciativas y convocó a un seminario sobre reforma agraria en 1973 para miembros del ejército, y en el cual prominentes expertos internacionales harían presentaciones. En julio y agosto de 1973, los diputados de la asamblea legislativa viajaron a Perú para evaluar la experiencia de la reforma agraria en ese país. La Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) respondió negativamente a esta propuesta y publicó una contrapropuesta para incrementar y normalizar la disponibilidad de créditos para los agricultores, lo cual en teoría haría posible aumentar la utilización y productividad de tierras ociosas. La propuesta de ANEP incluía la no realización de una reforma agraria y acusó al Estado por la incoherencia de liderazgo y por intervenir en el mercado. Molina cedió rápidamente a esta y otras objeciones del sector privado y de las fuerzas armadas. A finales de 1973, la mayoría de oficiales responsables de la planificación de la reforma renunciaron abruptamente y fueron remplazados por individuos estrechamente identificados con los intereses más conservadores de la elite agraria. El problema principal de Molina para realizar las transformaciones que se había propuesto, era la ausencia de aliados en el sector privado que las apoyaran. En realidad dos factores conspiraron contra la intervención estatal para corregir el problema agrario del país: el aumento de poder de las fracciones conservadoras dentro de la Fuerza Armada y el fracaso de dos décadas de política industrial para crear una elite industrial y comercial frente e independientemente de la oligarquía agraria. Además de la ausencia de aliados en el sector privado, Molina enfrentó a una cada vez más poderosa y autónoma tendencia de línea dura dentro del ejército, reforzada por el sistema interno de seguridad que había sido creado con asistencia norteamericana durante los 60’ y 70’. Con el apoyo de esta tendencia, las elites empresariales lograron bloquear, en 1976, el segundo intento de Molina para realizar una transformación agraria. En junio de 1975, fue creado el Instituto Salvadoreño de Transformación Agraria (ISTA), como organismo ejecutor de la reforma. A mediados de 1976, el gobierno decidió ejecutar un primer Proyecto de Transformación Agraria. Esta reforma concebida y promocionada como un seguro de vida para la burguesía oligárquica y principio de liberación económico-social para las mayorías pobres, chocó contra la resistencia de las organizaciones corporativas de la empresa privada, que percibieron un intervencionismo estatal, que afectaba el régimen de propiedad agraria, como amenaza e injerencia intolerable. Se declaró así un agudo conflicto entre el gobierno militar y las gremiales empresariales.c) Tercera fase: el autoritarismo conservador de estructura modernizante. GOBIERNO DEL GENERAL CARLOS HUMBERTO ROMEROLa llegada al poder del general Carlos Humberto Romero (1977 – 1979) significó el establecimiento de un proyecto puramente represivo, abandonando ya todo intento reformista. En su discurso inaugural, el general Romero reafirmó su voluntad de establecer “el orden, la paz y la seguridad”, como fundamento para cualquier tipo de programa o reforma. Su lema propagandístico “bienestar para todos”, representaba una fachada. Los civiles conservadores esperaban del general Romero que neutralizara rápidamente a la oposición de izquierda y suspendiera definitivamente los intentos reformistas de sus predecesores. La campaña presidencial de Romero recibió grandes cantidades de dinero de las organizaciones conservadoras del sector privado, incluyendo a la ANEP y el Frente Agropecuario de la Región Oriental (FARO), que había conducido la oposición contra la reforma agraria de Molina. El sector privado había pagado literalmente la presidencia de Romero y esperaba que él actuara de acuerdo a sus deseos. Los hechos históricos prueban que Romero llenó esas expectativas y realizó una extensa e intensa represión. Una terrible violencia estatal se desató bajo la presidencia de Romero, a pesar de que hubo breves períodos en los que la intensidad de la

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violencia disminuyó. Romero permitió significativas aperturas políticas entre agosto y noviembre de 1977, inmediatamente después de su toma de posesión, y otra vez de enero a marzo de 1979, en un período de intensa vigilancia internacional por el respeto a los derechos humanos. Además, a pesar de las presiones de la elite social conservadora para impulsar una guerra sucia contra la izquierda, Romero no dio cartas blancas a las fuerzas de seguridad para tal acción. Irónicamente, las fuerzas de seguridad tuvieron que esperar a que Romero fuera derrocado por un golpe de estado realizado por jóvenes oficiales reformistas para realizar el baño de sangre que la derecha civil y los oficiales de línea dura creían que era necesario para alcanzar la estabilidad política. El período comprendido entre su elección y la toma de posesión, probó ser extremadamente peligroso para sus oponentes. Ocho días después de las elecciones fraudulentas del 20 de febrero de 1977, fuerzas gubernamentales dispararon contra un vigilia de protesta realizada en el centro de San Salvador. La protesta había iniciado el 21 de febrero con una marcha encabezada por el coronel Claramount, el candidato de la Unión Nacional Opositora (UNO). Entre 40 mil y 60 mil personas asistieron a la marcha; posteriormente, una vigilia fue organizada en la Plaza Libertad. Alrededor de la media noche del 28 de febrero, efectivos de la Guardia Nacional, el ejército y la Policía de Hacienda rodearon la plaza y ordenaron a las 6 mil personas congregadas en el lugar, que se dispersaran. Claramount, pidió a los 2 mil manifestantes restantes que permanecieran reunidos juntos, alrededor de la iglesia El Rosario, cantando el Himno Nacional. Las Fuerzas gubernamentales, inmutables, abrieron fuego. Lo que sucedió después es todavía confuso, cientos de los que intentaron escapar por la única calle que no estaba bloqueada por los efectivos militares, fueron capturados y, aparentemente algunos de ellos fueron asesinados. Testigos vieron alrededor de 160 cadáveres ser colocados en camiones y trasladados fuera de la plaza; por lo menos 15 personas que intentaron escapar fueron asesinadas, y testimonios de segunda mano refieren haber visto 100 cadáveres en los hospitales públicos de la ciudad. Algunos reportes dicen que las fuerzas de seguridad dispararon por más de cuatro horas. Estación fue una clara y sangrienta señal a la oposición política de que la era de competencia electoral y apertura política estaba concluida. La reacción inmediata del movimiento popular frente a la masacre, fueron demostraciones espontáneas de protesta en San Salvador y Santa Ana. Las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), uno de los grupos guerrilleros, se autocriticaron por no haber coordinado mejor la respuesta popular; las organizaciones guerrilleras y sus organizaciones populares asociadas se beneficiaron de la bancarrota del sistema electoral y del sistema de partidos en la medida que una gran cantidad de personas abandonó los partidos políticos convencionales y se unió al movimiento popular y guerrillero, en los meses siguientes. Un alto nivel de represión y violencia se produjo en el período comprendido entre la masacre del 28 de febrero y la toma de posesión de Romero. El jesuita y párroco de Aguijares, Rutilio Grande, fue emboscado y asesinado junto con un anciano y un joven catequista. Entre el 20 de febrero y comienzos de abril, cerca de 300 personas fueron arrestadas y 130 desaparecidos en lo que pareció ser un plan de exterminio de figuras claves de la oposición, la mayoría asociadas a la UNO. El 1° de mayo fue ametrallada la marcha organizada por los trabajadores para conmemorar el día del trabajo. El 11 de mayo, otro sacerdote, Alfonso Navarro Oviedo, junto con un joven de 15 años, fue ametrallado en su parroquia, en San Salvador. La Unión Guerrera Blanca (UGB), que era el nombre del escuadrón de la muerte utilizado por la Guardia Nacional y la Agencia Nacional de Seguridad de El Salvador (ANSESAL), se responsabilizó por el asesinato. Los asesinatos de San Salvador fueron seguidos por la ocupación militar de la ciudad de Aguijares, en la cual 50 personas fueron asesinadas y tres sacerdotes extranjeros fueron arrestados y deportados. El 20 de junio, cuando aún Romero no había tomado posesión, la Unión Guerrera Blanca ordenó a los 50 jesuitas que trabajaban en El Salvador, a abandonar el país o ser ejecutados inmediata y sistemáticamente. Los miembros de la oligarquía odiaban a los jesuitas por haber “traicionado” a las clases altas. Tanto la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas

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(UCA) como el Colegio Externado San José, administrados por jesuitas y donde se habían educado los hijos de las familias ricas, habían jugado un papel prominente en la promoción de la teología de la liberación, la educación popular y la reforma agraria. El trabajo pastoral y organizativo que los jesuitas habían desarrollado en el área de Aguijares había fortalecido ala Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños (FECCAS) y posteriormente al Bloque Popular Revolucionario (BPR). La UCA había sufrido daños en su infraestructura por bombas colocadas por fuerzas de seguridad en 1976, pero las amenazas a muerte representaban una escalada mayor. El aumento de la represión provocó respuestas por parte de la izquierda. Antes de las elecciones de febrero, el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP) había secuestrado al presidente del Instituto Salvadoreño de Turismo (ISTU), Roberto Poma, y demandó la liberación de presos políticos y un rescate por 6 millones de colones, condiciones que el gobierno aceptó. En abril, las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) secuestraron al ministro de relaciones exteriores, Mauricio Borgonovo Pohl, y demanda la liberación de 37 activistas (7 de ellos miembros del FPL) que habían sido capturados por los militares. La familia Borgonovo, una de las más ricas del país, negoció con los secuestradores y ofreció a las FPL, un rescate, que de acuerdo a un excombatiente de la guerrilla, “podría haber financiado la guerra por tres años más”. Al final, las FPL, rechazaron el rescate y volvieron a su demanda original de liberación de prisioneros políticos. Cuando el gobierno rechazó la propuesta, la guerrilla ejecutó a Borgonovo. Tanto Borgonovo como Poma representan el tipo de capitalistas modernizantes que habrían apoyado medidas reformistas. Sus asesinatos contribuyeron a cerrar la posibilidad de que una fracción moderada fuerte pudiera emerger y consolidarse hegemónicamente dentro del sector privado. Una vez que Romero tomó posesión el 1° de julio de 1977, la intensidad de la violencia cambió abruptamente. Las formas más brutales de violencia estatal disminuyeron en las áreas urbanas y permanecieron en niveles bajos por cerca de 4 meses, a pesar de que la guerrilla, en septiembre, aumentó los asesinatos, secuestros, ataques a puestos gubernamentales y actividades de propaganda. Nadie seriamente podría haber afirmado que la disminución de la violencia represiva obedecía a un compromiso de Romero para reducir la violencia del Estado. Por el contrario, la disminución obedecía a presiones internacionales. Sin embargo, en las áreas rurales la violencia gubernamental continuó como antes. Ataques similares a los de Aguilares, ocurrieron en diversas áreas de Chalatenango, Morazán, San Vicente y Cabañas, con reportes de detenciones, desapariciones y asesinatos después de estas operaciones. Las presiones internacionales estaban dirigidas hacia los puestos de alto nivel del gobierno, y primariamente a la cabeza del Estado. La reducción de la represión, que va desde la elección de Romero hasta su toma de posesión, permitió a la izquierda incrementar sus actividades de protesta. El Bloque Popular Revolucionario (BPR) realizó una marcha el 30 de julio para conmemorar la masacre de estudiantes en 1975. Hasta finales de año, el BPR y el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU) habían realizado 13 manifestaciones callejeras y 11 huelgas en varias partes del país. Las huelgas afectaron al sistema de generación eléctrica del río Lempa, así como a fábricas de textiles, de ropa, embotelladoras, minas y la construcción del nuevo aeropuerto en Comalapa. Ante esta situación el gobierno anunció la Ley de Defensa y Garantía del Orden Público el 25 de noviembre de 1977. La ley suspendía las garantías constitucionales y facultaba a las fuerzas de seguridad para realizar arrestos arbitrios y les daba poderes para detener a manifestantes, sindicalistas y otros sospechosos de ser “subversivos”. La ley permaneció en vigencia durante un año, proporcionando cobertura legal a las acciones arbitrarias de los cuerpos de seguridad. En lugar de centrarse en las organizaciones guerrilleras, las fuerzas de seguridad arrestaron y en muchos casos desaparecieron a sindicalistas, estudiantes, maestros y activistas de partidos de oposición, sin considerar si los capturados o desaparecidos pudieran ser considerados razonablemente como una amenaza para el Estado. Esta situación de alguna manera abonó a favor de las organizaciones guerrilleras de la izquierda, ya que la represión gubernamental hizo

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que muchos miembros de las organizaciones populares y de los sindicatos optaran por la lucha armada, fortaleciendo a los grupos insurgentes. Las organizaciones populares respondieron a la represión estatal a través del vandalismo y el sabotaje económico. Sus miembros comenzaron a portar armas, en un proceso llamado “pistolización”, que representó la primera etapa en la formación de las milicias, las cuales estuvieron dedicadas inicialmente a la autodefensa de los manifestantes y de las organizaciones populares, pero que rápidamente se convirtieron en instrumento auxiliar de los operativos guerrilleros. En los trece meses que estuvo vigente la Ley del Orden Público se incrementaron los secuestros de prominentes empresarios. El 14 de mayo de 1978, Ernesto Sol Meza y Luis Méndez Novoa fueron secuestrados por las FPL. Sol Meza fue rescatado por 4 millones de dólares y Méndez Novoa por 100 mil. El 17 de mayo, la Resistencia Nacional (RN) secuestró al industrial japonés Fugio Matsumoto y demandó la liberación de presos políticos por su rescate. Fue encontrado muerto en octubre. En agosto la Resistencia Nacional secuestró a Schel Bjork, ejecutivo sueco, demandando, entre otras cosas, la publicación de un manifiesto en periódicos de Suecia, Japón, Panamá y Costa Rica. En noviembre y diciembre fueron secuestrados un ejecutivo de la Phillips, dos banqueros británicos y un empresario japonés, pidiendo por su rescate la publicación de manifiestos políticos y la liberación de presos políticos. En enero de 1979, fue secuestrado Ernesto Liebes, presidente la más grande firma exportadora de café. Su familia no pudo rescatarlo antes de la fecha límite para entregar el dinero exigido por los secuestradores. Fue encontrado muerto en marzo. En febrero el caficultor Jorge Álvarez fue secuestrado, constituyéndose en la vigésimo segunda persona victima secuestrada en menos de 20 meses. La estrategia de los secuestradores fue enormemente remunerativa para las guerrillas. La Resistencia Nacional informó haber captado 36 millones de dólares en rescate, hasta principios de 1979. Los secuestros tuvieron un efecto devastador en la elite económica del país y de la comunidad internacional de negocios. Varios prominentes capitalistas y ejecutivos abandonaron el país, y muchas embajadas extranjeras retiraron a su personal. La vulnerabilidad de la elite salvadoreña a los secuestros y asesinatos, incrementó la vehemencia con la que las clases altas demandaban a la Fuerza Armada que controlara la situación. Las acciones de la izquierda y el evidente fracaso de la Ley del Orden Público dividieron al sector empresarial. A finales de 1978, algunos dirigentes industriales y comerciales empezaron abrigar dudas sobre la eficacia de la campaña represiva de los militares, aunado a su preocupación de sus costos, en términos de ayuda internacional e inversión, y su resentimiento por la posición privilegiada que tenían los representantes de los intereses agrarios dentro del Estado. Desde 1978 hasta la caída de Romero, empresarios, principalmente de la Asociación Salvadoreña de Industriales (ASI), sostuvieron reuniones con el clero, incluyendo a los jesuitas de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) y el arzobispo Oscar Arnulfo Romero; con políticos del Partido Demócrata Cristiano y del socialdemócrata Movimiento Nacional Revolucionario (MNR); y con oficiales del ejército, entre los que se encontraban capitanes reformistas y coroneles descontentos con la situación. En las reuniones se discutían reformas políticas y económicas para superar la crisis. Mientras líderes empresariales moderados sostenían estas reuniones furtivas para discutir propuestas de reformas y de salida a la crisis, las fracciones agrarias conservadoras estaban tomando medidas para asegurar que se elevara la cuota de represión. Miembros de la elite agraria organizaron actividades de escuadrones de la muerte en sus áreas locales, con personal proveniente de las fuerzas de seguridad, reforzadas por mercenarios privados. El Escuadrón de la Banda del Carro Rojo operó en Berlín bajo el mando de un civil llamado Fredy Portillo; otro escuadrón operó en los alrededores de la ciudad de Usulután bajo el mando del comandante de la Sexta Brigada, Coronel Elmer González Araujo; y otro operó en Santiago de María bajo el mando del dentista Héctor Regalado. Actividades similares tuvieron lugar en San Miguel y Santa Ana. Una intensa colaboración se desarrolló entre civiles y comandantes militares que actuaban como padrinos de

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escuadrones de la muerte. Representantes de varias familias agrarias conservadoras se acercaron al presidente Romero con el propósito de organizar y fundar una red secreta que operara en el ámbito nacional para llevar a cabo una guerra sucia de amplia escala contra la izquierda, similar a la que se realizó en Argentina durante los setenta. Proponían específicamente que el mayor Roberto D’Abuisson de ANSESAL, comandara la operación. D’Abuisson era ampliamente conocido como un protegido del general José Alberto Medrano, exhombre fuerte de la Guardia Nacional y quien había organizado ORDEN y suprimido la organización sindical a finales de los sesenta, Romero rechazó el ofrecimiento. También miembros de la oligarquía comenzaron a cultivar el apoyo entre los jóvenes oficiales del ejército. Mientras en el pasado las familias poderosas habían dependido de sus vínculos con oficiales de alto rango de la Fuerza Armada, entre 1977 y 1978 empezaron a sostener reuniones con oficiales jóvenes en las que les ofrecían oportunidades lucrativas. Estos oficiales eran vulnerables a tales ofrecimientos porque la mayoría de ellos provenía de familias pobres y recibían bajos salarios. Esta estrategia de la derecha conservadora sólo en parte fue exitosa y mostró las dificultades que esta fracción tenía en establecer vínculos con oficiales jóvenes, a los que no podía comprar de la misma forma como lo había hecho con los coroneles. En este contexto de inestabilidad y violencia, se desarrollaron los planes para realizar un golpe de Estado. En uno de los complots estaban vinculados ultraderechistas que respondían a la opinión predominante dentro del sector privado y las fuerzas de seguridad de que Romero era muy “suave” y sin capacidad para controlar la situación. En esta conspiración estaban involucrados el excomandante de la Guardia Nacional, Ramón Alvarenga, el viceministro de defensa, Eduardo Iraheta, y un grupo de civiles ultraderechistas. Las familias Hill y Regalado estaban involucradas, así como un grupo de jóvenes empresarios que habían organizado un grupo de extrema derecha llamado Movimiento Nacional Salvadoreño (MNS). En el otro plan golpista estaban involucrados los coroneles de las tandas de 1956, 1957 y 1958, dirigidos por Carlos Eugenio Vides Casanova y Guillermo García. Este plan estaba motivado principalmente por intereses generacionales, reforzado por la preocupación sobre la capacidad de Romero para mantener el orden. Los conspiradores habían estado asociados con el régimen de Molina, a pesar de que todos ellos se habían distanciado de sus propósitos de reforma agraria. Ninguno de estos movimientos golpistas fue exitoso. El teniente coronel René Guerra y Guerra empezó a reclutar oficiales reformistas en noviembre de 1978. Hacia marzo o abril de 1979, los jóvenes oficiales decidieron formar un movimiento para planear y ejecutar un golpe de Estado. En su agenda acordaron que las fuerzas de seguridad deberían ser desmanteladas después del golpe, o por lo menos, ser separadas de la fuerza armada en función de romper la espiral de represión y asesinatos, se acordó enjuiciarlos y castigarlos. El principal problema del general Romero era que su gobierno no tenía legitimidad política. No había sido electo legítimamente y estaba claro que no era un líder prominente dentro de las fuerzas armadas. El PCN casi estaba completamente desarticulado, especialmente en las áreas rurales, donde había sido ampliamente desplazado por los elementos paramilitares ORDEN y las patrullas cantorales. Lo mejor que pudo hacer Romero para posponer su derrocamiento fue aminorar las criticas de los sectores que él pensaba representaban la mayor amenaza a su gobierno. La intensificación de la represión durante 1978 no sólo fracasó en eliminar a las organizaciones guerrilleras, sino que las potenció numéricamente, al radicalizar a muchos miembros de las organizaciones populares y propiciar así su opción por la lucha armada. Las aperturas políticas a finales de 1977 y principios de 1979, en ausencia de otras medidas para ganar legitimidad política, sólo propiciaron las acciones de huelgas y ocupaciones de edificios públicos por parte de las organizaciones populares y el incremento de los ataques de la guerrilla contra los grandes empresarios y las fuerzas de seguridad. El 18 de mayo de 1979, en un último esfuerzo por conseguir apoyo político, Romero convocó a los partidos políticos, a los estudiantes, a la iglesia a los trabajadores, a los profesionales y a otros grupos “legalmente reconocidos”, a unirse al

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gobierno en un Foro Nacional para discutir los principales temas políticos y sociales y buscar salidas a la crisis nacional. La propuesta se derrumbó cuando la mayor parte de la oposición legal rechazó participar, formando en su lugar un Foro Popular que incluía a los demócratas cristianos, al Movimiento Nacional Revolucionario y la Confederación Unitaria de Trabajadores Salvadoreños (CUTS). En julio de 1979, la dinastía de Somoza en Nicaragua colapsó, agudizando la preocupación de los oficiales del ejército salvadoreño y de la elite empresarial sobre la posibilidad de que el gobierno de Romero pudiera caer por una revolución popular. El fracaso de un Foro Nacional, además del creciente aislamiento internacional, creó los paralelos obvios con el declive de Somoza. A principios de septiembre, Romero intentó otra línea de acción, al anunciar que al anunciar que su sucesor como presidente sería un civil. Esta idea, que fue bien recibida por la embajada de los EE.UU. no fue bien vista en los círculos militares. Las altas esferas de los cuerpos de oficiales estaban todavía firmemente comprometidas con el régimen militar, además de que las tandas que estaban en los rangos altos esperaban tener la oportunidad de gobernar en el futuro. Los oficiales también se preocuparon de que el presidente civil podría nombrar a un civil como ministro de defensa.