Campo y Nación

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CAMPO Y NACIÓN Arturo Vierheller (h.) Ideas para repensar nuestra identidad

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Los valores son la esencia de lo que el Campo ha aportado y puede seguir aportando a la Nación Argentina. Este libro, escrito por un reconocido pensador en materia del Campo Argentino, desarrolla esta relación que está en la historia y la esencia de nuestro País.

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CAMPOY

NACIÓN

…Tantos dueños y peones, mayordomos, capatacesdomadores, tractoristas, contratistas, mecánicos,

veterinarios, ingenieros, maestros, sus familias… su pasado y su futuro…

Tantos sueños, tantas ilusionestanto riesgo, tanto entusiasmo y tanta frustración…

Tantas frentes blancas bajo boinas y sombreros y manos curtidas de vientos, sogas y fierros…

Tantas heladas, noches de cosecha, tantos arreos con lluvia y temporales, tantas sequías e inundaciones, y tanto apretar los

dientes…

Señores, son nuestros trigales y nuestros maizales!Nuestros caballos criollos y nuestros jinetes,

Nuestro himno y nuestra bandera,La fuerza del quebracho y del ñandubay!

Son nuestras zambas, chacareras y chamamés,Señores, es nuestro campo… es nuestro orgullo!

Son nuestros hijos…Señores, somos nosotros!

Que viva la Patria!!

Fragmento del artículo del autor “El campo y la Independencia” publicado en la tapa del suplemento Campo del Diario La Nación

el 8 de Julio de 1995.

Arturo Vierheller (h.) es productor agropecuario desde 1982, y en 1991 fundó Argenetics S.A., una empresa dedicada a desarrollos genéticos ga-naderos.

Durante casi 20 años trabajó en grandes empresas cerealeras como Sasetru S.A., Alfred C. Toepfer, Olea-ginosa Moreno y Nidera S.A.

Entre 1995 y 2002 sirvió como asesor de dos Secretarios de Agricul-tura de la Nación, como subsecreta-rio de Alimentación y Mercados de la Nación y como asesor de la Vice-presidencia de la Comisión de Agri-cultura de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Participó de la delegación argentina que con-currió al lanzamiento de la Ronda “Doha” de la Organización Mundial del Comercio. Fue disertante invita-do por el Departamento de Agricul-tura de los Estados Unidos (USDA) al Agricultural Outlook Forum de 1999, en Washington D.C.

Se recibió de bachiller en el colegio Champagnat. Estudió Ciencias Eco-nómicas en la Universidad de Buenos Aires y cursó la Maestría de Agronegocios de la Universidad de Buenos Aires. Fue distinguido por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos con una beca Co-chrane para realizar un curso de Biotecnología en la universidad Mi-chigan State University. Fue profesor invitado de la Univer-sidad Católica Argentina.

Desde 1994 ha sido columnista y co-laborador del suplemento Campo del diario La Nación, realizador del suplemento BAE Rural y colaborador

de diversas publicaciones entre las que se destaca el diario El Cronista.

En Campo y Nación el autor ha queri-do presentar algunas ideas con la in-tención de repensar nuestra identi-dad desde los valores y principios que el campo tiene para ofrecer a la sociedad de hoy.En medio de una visible crisis de valores que afecta a la sociedad ar-gentina, agobiada por una catarata de indicadores económicos que sig-nifican muy poco, y jaqueada por la debilidad de nuestras institucio-nes, esta obra intenta acercar una visión positiva y constructiva foca-lizada en el hombre de campo y su vida de virtud.Los valores de la familia, la vocación al trabajo, al esfuerzo fecundo y co-tidiano, a la presencia omnipotente de Dios en el centro de su vida y en la naturaleza que comparte cada minuto de su día… ¡la vida del campo es un canto al orden, al tra-bajo, a la familia y a la alegría!Durante más de veinte años de su vida, el autor ha estado en contacto directo con gente de campo en dis-tintas provincias, con distintos per-files y de todo tipo de explotaciones y ha podido vivir muchas de las cos-tumbres del día a día de la vida de nuestro campo. Conocer su gente, sus costumbres, sus ideales, sus gustos y sus enojos… su gentileza, su sencillez, su vida de familia y ese sentimiento que domina toda su ac-tividad: la profunda religiosidad que se respira en el campo, ¡aunque alguna gente ni pase por las iglesias!

Arturo Vierheller (h.)

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CAMPO Y NACIÓNIdeas para repensar nuestra identidad

ARTURO VIERHELLER h.

EDITORIAL DUNKENBuenos Aires

2008

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Hecho el depósito que prevé la ley 11. 723Impreso en la Argentina© 2008 Arturo Vierheller (h.)E-mail: [email protected] en trámite

Impreso por Editorial DunkenAyacucho 357 (C1025AAG) - Capital FederalTel/fax: 4954-7700 / 4954-7300E-mail: [email protected]ágina web: www.dunken.com.ar

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AGRADECIMIENTOS

Doy gracias a Dios por haber permitido que me diera este gusto.

Al Pbro. Dr. Daniel Gamarra que me ayudó a darle forma a este desafío que hoy llega a vuestras manos.

A Teddy Amadori que generosamente me abrió las puertas al mundo de G. K. Chesterton, un verdadero genio y fuente de inagotable refl exión e inspiración.

A todos los integrantes del Ateneo Ceres de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, quienes me han enriquecido en tantos debates que hemos tenido durante estos años abor-dando temas que tocan muy de cerca la esencia misma de nuestras vidas y la de nuestras familias.

A todos los hombres de campo que he conocido, y que me han enseñado algunos de los sentimientos más íntimos de nuestra Patria.

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INTRODUCCIÓN

En estos tiempos en que ciudadanía, gobierno y el propio sector agropecuario protagonizamos un debate profundo, en el que en cierto modo se discute el modelo de país que queremos en el marco de un nuevo orden mundial globalizado, es preciso tener presentes y no perder de vista nuestras raíces y nuestra historia. De alguna forma es hasta razonable que nos preguntemos ¿Somos los dueños de lo que producimos, o producimos alimentos para el mundo?

El reciente enfrentamiento entre el gobierno y el cam-po, ha generado apoyo hacia el campo en el interior pero también incomprensión en ciertas franjas urbanas. En estos ámbitos hay mucha gente a quienes no solamente les resulta complicado entender la problemática económica que disparó la protesta, sino que en la mayoría de los casos desconoce la forma de vida rural.

He creído entonces oportuno escribir algunas refl exio-nes a modo de contribución con el objeto de destacar a mis

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compatriotas los valores que el campo conserva y ofrece a la sociedad toda, como una de las más importantes reser-vas morales de la Nación.

Veo que desde distintos lugares se juzga con mucha ligereza y también que, con el paso del tiempo y el dinero que cambia de manos, han accedido a la tierra muchas personas que, siendo productores agropecuarios, tienen poco o nada de “hombres de campo”.

No tengo nada contra ellos, simplemente hago la aclaración para que se entienda con claridad que no hablo necesariamente de quienes tienen campo sino de aquellos que han sido educados o comparten este particular y pri-vilegiado universo.

El mundo de la sencillez, del esfuerzo fecundo y co-tidiano, del cumplir con la palabra, del gesto amable, del respeto por los silencios… del trabajo con alegría, de la de-fensa de la familia, de la tradición y del amor a la Patria.

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EL PRIVILEGIO DE CULTIVAR LA TIERRA

Como sociedad, hemos vivido dando la espalda al campo.

Esta es una realidad que no entiendo, que por un lado duele, y por el otro me pregunto ¿porqué tantas personas en nuestro país siguen negando encontrar en esta, nuestra actividad más competitiva pero además más sentida, una fuente de orgullo y privilegio por la envergadura y calidad de la misión que se nos ha encomendado?

Entonces me pregunto cuántos pueblos de la tierra quisieran tener las riquezas y los recursos que Dios nos ha dado a los argentinos… ¡cuánta responsabilidad! Y nosotros ¿…somos buenos administradores? o ¿estamos enterrando el denario en la tierra para entregarlo cuando llegue la hora? o ¿será que hasta quizá hayamos perdido el denario? Algo para pensar…

Cuando uno mira alrededor ve otros países progresar y usar toda la tecnología que nos ofrece la modernidad para producir más y entonces mejorar las condiciones de vida de su

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gente… no es eso lo que queremos nosotros y también lo que debiéramos dejar de herencia a las generaciones que vienen?

Desde la época de los romanos, cultivar la tierra ha sido visto ciertamente como un privilegio:

Comenta Cicerón: “…entre todos los ofi cios por los cuales se pueden adquirir cosas, ninguno es mejor, ni más abundante, ni más dulce, ni más digno para el hombre que la agricultura”.(1)

“Nada es más digno de un Rey que cuidar del cultivo del campo”.

“…Pero tampoco duda el labrador, aunque viejo, en responder cuando le preguntan para quién siembra: para los dioses inmortales, que no sólo quisieron que yo here-dara esto de mis antepasados, sino que aproveche también a mi descendiente”.(2)

En una cita de GK Chesterton, en la que hace refe-rencia al enfrentamiento entre Roma y Cartago, señala al hablar que todos los romanos “… tenían un ideal común.

1 J. Vergara del Carril, Conferencia “Roma y Cartago”, Buenos Aires, 2007, p. 82 Íbidem.

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Este ideal sólo puede llamarse el ideal de Cincinato, pasan-do del senado al arado”.(3)

Para rematar, dirá Virgilio “Sería demasiado feliz el habitante de los campos si conociera su felicidad”.(4)

La generosidad de la tierra. Saber que se siembra y que habrá una día de cosecha. Palpitar junto a ella la fortuna o las difi cultades del clima… y sentir la plenitud y el regocijo cuando efectivamente llega ese día de la recolección. No es solamente un negocio… es mucho más que eso. Claro, para eso hay que estar en el campo, hay que vivir todos los días. Levantarse con frío, con calor, con viento, o lo que toque. Es una vida de privilegio… pero no es para cualquiera.

Tal vez esta experiencia de los romanos que hemos ape-nas tan siquiera esbozado, y que nos muestra que cuando cultivaban la tierra, de alguna manera se sentían interme-

3 Chesterton, El Hombre Eterno, Madrid 2007, p. 171. “Lucio Quintio Cincinato (519-438 a.C.), general y político romano, cónsul en 460 a.C.; dictador en 459 y en 439. Labraba su campo cuando llegó la embajada del Senado para comunicarle que le había sido concedido el poder dictatorial en la lucha contra los enemigos. Cuando éstos fueron vencidos, volvió a empuñar de nuevo el arado.”

4 Georgias II, p. 458-459

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diarios de los dioses, nos pueda ayudar a entender que por algo tenemos en nuestras manos estos recursos que Dios nos ha dado.

Esto es tan real y tan cierto como los silos que llena-mos con nuestra producción y los vapores que con ellos enviamos al mundo entero, o los bifes que alegremente comemos como si no hubiera otro alimento en el planeta.

¡No reneguemos, demos gracias a Dios y meditemos sobre la responsabilidad que tenemos por haber recibido tanto!

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EL RELATIVO VALOR DE LA ECONOMÍA

A veces me preocupa ver que en nuestro país sólo se habla de economía. Parecería que solamente nos importa lo que pasa con la billetera, y si bien creo que como sociedad nos hemos ido sumergiendo en esta visión tan limitada de nuestra vida, seguramente siempre hay tiempo para corre-gir el rumbo y descubrir y enfrentar otros temas que son esenciales para nuestra vida como sociedad y que poco y nada tienen que ver con la economía.

Muchas veces he escuchado ese comentario de un político norteamericano que traducido sería “…es la eco-nomía, estúpido” como tratando de enfatizar que lo único importante es la economía. Trato de entender porqué se usa tanto esa frase, que fue dicha en el marco de una cam-paña política, pero que parece haber dado de lleno como una expresión netamente “marketinera”. Finalmente he llegado a la conclusión que en el país del norte puede ser válido porque tienen una fenomenal estabilidad institucio-nal, algo que a nosotros visiblemente nos falta, y entonces

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pueden mirar la economía como algo que, sobre todo en una coyuntura política de campaña, puede hacer una di-ferencia. ¡Pero esto no signifi ca, en mi visión, que pueda usarse en todos lados y en forma casi universal, tal como mucha gente la usa en nuestro país!

No solamente los discursos de las autoridades hacen en forma reiterativa mención a todo tipo de índices, indi-cadores y porcentajes, sino que la población entera, parece responder a estos estímulos! En nuestro país la corrupción es generalizada. Lo vemos en los ranking de países de las instituciones que miden estos fenómenos. La cosa llega hasta tal punto que hasta se comenta que para que la gente asista a algunos actos políticos les pagan un dinero y les dan un choripan! También se habla de votos comprados en las elecciones. Me resisto a creerlo, pero es ciertamente posible: de hecho he visto con mis propios ojos en tiempo de elecciones, operativos donde remiseros llevan y traen gente febrilmente –sobre todo en los pueblos– para votar… me pregunto qué pasaría si el voto no fuera obligatorio mientras se mantengan las listas sábana!

“Poderoso caballero es Don Dinero”.

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Me preocupa ver que no se hable de otros temas que son mucho más importantes que la economía, como las instituciones, y el rumbo político que lleva el país. En nuestra Argentina las cosas en el área institucional están débiles. ¡Los distintos poderes del estado se anulan o su-perponen unos con otros, y en algunos sentidos hasta se cuestiona el cumplimiento de la Constitución!

Entonces uno se pregunta de qué sirve que la economía eventualmente “ande bien” si hay temas de fondo mucho más esenciales para nuestra primitiva democracia, que ni se debaten.

¡La economía no puede ser un fi n en sí mismo!

Un gobierno no puede tomar decisiones intempestivas sin consultar con la comunidad. ¡Todos formamos parte de la sociedad! “El establecimiento de un determinado orden económico constituye una decisión común y política”, de la que los ciudadanos somos responsables y no visitas. “Esto tanto más cuanto mayor sea la participación ciudadana en la confi guración y actualización de ese orden, mediante su

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intervención en la actividad política y económica”.(1) Esta es una tarea de todos!!

La economía debe estar ordenada al ámbito político que a su vez está dirigido a la consecución de bienes co-lectivos. ¿Qué bienes colectivos? los que decidamos entre todos!

Un ejemplo de lo que hubiera valido no pensar con la billetera, fue cuando se volvieron a instaurar las famosas “retenciones” al campo en 2002. El dólar triplicó su valor, igualmente aumentaron los precios de los granos… se pe-sifi caron las deudas y el gobierno de entonces –y luego de grandes turbulencias políticas– pidió a cambio “solamente” una retención del 10% que rápidamente se convirtió en el doble. Se pensó con la billetera… y se aceptó. ¡Total… era un buen negocio! Negociamos con el diablo. No lo digo por el gobierno, lo digo por el concepto.

Pero entonces como dice un amigo mío: el diablo, que es sagaz y puntual, ahora se presentó a cobrar: esta vez, se le piden al campo retenciones del 44% y móviles!, Creo

1 Alfredo Cruz Prados, Ethos y Polis, Pamplona, p. 324.

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que el tema va a ser resuelto en forma inteligente. Espero. Pero lo interesante es que sirve como refl exión para en-tender, por ejemplo, el valor de las palabras. No todas las cosas son los mismo. No era lo mismo la retención que el impuesto. Lo que era igual era el monto al pagar. Pero era muy distinto una vía que la otra. Pero entonces, cuando se piensa con la billetera, a veces la cosa sale mal. Este es un caso.

Encontraremos la salida, pero mientras tanto hemos golpeado nuestras instituciones –a nosotros mismos– en forma innecesaria.

¡Cómo nos cuesta pensar y decidir desde la institucio-nalidad, y desde la Constitución!

¿Ley de convertibilidad? No importa, una ley anula otra ley. Y entonces dale que va. ¡Y así nos fue!

No lo dudemos más… que se cumpla la Constitución!, para eso está.

En realidad la gravedad de darle un valor tan exagerado a la economía y a la billetera, y que sean las posibles im-plicancias económicas las que motiven fundamentalmente

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nuestras decisiones, me mueve a apelar al extraordinario trabajo de Chesterton sobre Roma y Cartago.(2) Es aquí donde el formidable genio inglés de la fi losofía y las letras nos retrata con una claridad admirable lo que estaba en jue-go en aquella famosa e histórica contienda: la lucha de los dioses contra los demonios. La guerra total era inevitable, peleaban dos culturas opuestas, dos atmósferas morales. “Cuando el aire que uno respira es un veneno para el otro, no hay reconciliación posible, no se puede negociar con la peste”.(3) Roma, con su campesinado peleando por la gloria del imperio y Cartago, con sus riquezas, poder, corrup-ción… el falso dios que ponía en marcha los negocios se llamaba Baal o Moloch. Pedían fortuna a los dioses sacrifi -cando a sus niños en la pira…(4) Parecía que eran exitosos!

Y así avanzó Aníbal atravesando y arrollando Europa con su cabalgata furiosa de demonios incendiando las mieses de Italia y devastando sus viñas y vergeles, llegando hasta las puertas mismas de Roma. era el fi nal!… fueron horas de verguenza y agonía. Los dioses muertos y Roma con sus legiones rotas y sus águilas prisioneras. Roma lo

3 Juan Vergara del Carril, Conferencia “Roma y Cartago”, cit.4 Íbidem

2 Cfr. Chesterton, GK, El Hombre Eterno, cit.

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había perdido todo… menos el honor y el frío coraje de su desesperación. Quién hubiera dicho que los romanos espe-raban contra toda esperanza? o que hubiera hombres que despreciaran el miedo y no se sometieran a la fuerza?

Así fue como Roma renació entre sus cenizas y Cartago cayó como un relámpago, como sólo antes que ella había caído Satán.

“Delenda est Carthago” (Destruída ha de ser, Car-tago)(5)

Digo entonces algo que todos hemos escuchado: no se puede servir a dos señores. O tenemos a Dios en el centro de nuestras vidas, o tenemos a Baal o Moloch. No hay otras opciones. No es una cuestión de izquierda, de derecha, de progresismo, o de liberalismo. O se está de un lado… o se está del otro. Hay sólo dos clases de personas.

Pero los católicos tenemos una gran ventaja: ¡Ya cono-cemos el fi nal!

5 Juan Vergara del Carril, Conferencia “Roma y Cartago”, cit.

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EL HOMBRE DE CAMPO: UNA VIDA DE VIRTUD

¡Desde chico me gustó la vida del campo y me sentí atraído por sus personas que en verdad tenían para mí, en-tonces mucho más de héroes que de personas! El dominio del caballo es algo que a todo chico lo desvela. Quién no ha pasado de joven por los nervios durante la noche de sa-ber que al alumbrar el día había que trabajar en una yerra o hacer un aparte… y casi ni se dormía!!

A medida que pasaron los años fui entendiendo y par-ticipando de la vida del campo. Por 1982 tuve la fortuna de poder comprar La Candelaria, en Durazno, Entre Ríos, y desde entonces trabé relación con quien hasta hoy es mi encargado. En Corrientes lo llamarían Secretario y yo digo, sencillamente mi mano derecha. Junto a su familia y la gente con quienes hemos ido construyendo nuestra historia ganadera, he aprendido el núcleo de lo que sé de la gente de campo.

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También he aprendido a conocer la gente de Corrien-tes, donde se respira algo muy especial, sobre todo en la relación de los patrones con su gente… ¡he visto estancias donde percibo que los paisanos hasta jugarían la vida por su patrón! Uno lo ve… especialmente cuando conocen a quienes los mandan desde chicos… ¡muchos los han visto nacer!

Siempre he pensado que a la gente de campo uno la ve por la forma en que se relaciona en ese medio. Y la forma en que es tratado por el medio. El patrón impone un cierto respeto, pero quiere a su gente, y se ocupa de ellos. De ellos y de sus hijos y de sus familias y de su salud. Recíproca-mente, cuando existe este trato del patrón hacia su gente encuentra una respuesta generosa. En seguida se ve cuando uno llega a un campo y ve al dueño y a su gente la forma en que está planteada la cosa. Hay respeto, hay orden y hay buenos modos… o la cosa viene por el lado de: estoy acá porque todavía no tengo otra cosa… Recuerdo una vez alguien me preguntó si era una buena idea comprar un campo y dedicarse a explotarlo… me quedé pensando… y entonces se me ocurrió decirle: ¿Alguna vez se te ocurriría

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comprarte un sillón de dentista, un consultorio, ponerte un delantal y empezar a sacar muelas? Porqué será que en nuestro país hay tanta gente que cree que la producción del campo es cosa fácil… ¿casi para cualquiera?

Alguien a quien admiro por sus vivencias campestres, el famoso hacendado correntino, José Antonio Ansola nos cuenta cómo, en su juventud solía madrugar para ganarle al Lucero “En verano, si uno le ganaba, apenas tomaba mate, salía. En diciembre y en enero a las tres. A las cuatro y media en primavera. Si yo le ganaba la veía aparecer en el horizonte, colorada y chiquita como un palito de fósforo. Después iba subiendo al cielo, brilladora como un inmen-so diamante” y luego, ya en el fi nal de su vida y haciendo gala de una gran humildad. “Yo me sonrío ante los que se atribuyen éxitos en los que mi cabeza profundamente reli-giosa no ve sino una mano que, cual si fuéramos piezas de ajedrez… nos mueve. Creo sinceramente que somos piezas movidas por invisibles manos…”.(1)

Qué vida plena de vivencias del campo correntino… de aventuras… de haciendas, de caballos… de paisanos.

1 M. Capurro, Che patrón, L.O.L.A., p. 83.

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De una cosa estoy seguro: ¡Ansola estuvo todo el tiempo cerca del cielo!

Andando se ven cosas impresionantes… otra que me llamó la atención fue el remate de La Leonor en el Chaco el año pasado… que paisanada… y todos bien empilcha-dos, igualitos, con tacuara en mano con una banderita argentina triangular en la punta… sin rebenque… en montados de un solo pelo, unos tostados que daba gusto verlos! El patrón, al frente del evento: ¡Himno Nacional antes de empezar… eso es gente de campo! Orgullo de nuestras tradiciones, respeto y honor a la Patria. Hay que ver cómo lo quiere su gente. Ojala hubiera muchos como él… ¡el país sería otro!

En la Provincia de Buenos Aires veo con cierta nostal-gia cómo se va perdiendo este apego por las cosas gauchas, aunque por suerte no es general. ¡Las comodidades, la te-levisión de cable y la cercanía de las ciudades, le juegan en contra a la gente de campo… son muchas las tentaciones! Por otra parte se ve más el negocio, lo cual es inevitable… avanza la soja y retrocede la ganadería… hay menos paisa-

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nada en las estancias… y más tractoristas. Se ven ir y venir carritos, tolvas, casillas… y menos arreos… y menos gente de a caballo.

Pero no importa, todos son parte del campo, y el cam-po es por defi nición, una vida de sacrifi cio.

Escribí el 8 Julio de 1995 en una nota “El campo y la Independencia” publicada en el suplemento Campo de La Nación el siguiente párrafo:

“Tantos sueños, tantas ilusiones, tanto riesgo y tanta frustración…

Tantas frentes blancas bajo boinas y sombreros y ma-nos curtidas de vientos, sogas y fi erros…

Tantas heladas, noches de cosecha, tantos arreos con lluvia y temporales, tantas sequías e inundaciones… y tan-to apretar los dientes…”.

No hay nada que hacer, la vida del campo es sacrifi cio. Y pensar que a veces los de la ciudad hablan del campo como si fuera dormir la siesta!

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Pero el sacrifi cio viene de la mano de un puñado de virtudes que engrandecen la tarea del hombre de campo. El amor al trabajo, el gusto, el cuidado en los detalles… desde la ensillada a la madrugada cuando va clareando el día, hasta la forma de mover la hacienda parida o de mirar con paciencia durante buenos ratos para sacar celo o para ver si tal o cual vaca va a parir hoy o mañana… trabajos de cuidado. Pero se hacen, y para esto no se conoce el apuro.

Recuerdo cuando empecé a ir al campo –viajaba los fi nes de semana porque trabajaba en las cerealeras– yo organizaba las cosas para que eventualmente pasaran du-rante mis breves horas en el campo… ¡cuánta ignorancia! Y bueno… por suerte se va aprendiendo.

Amor al trabajo… un paisano ya de viejo lo chuzaba a otro cuando lo veía: Trabajar… trabajar… trabajar… lo cargaba porque en décadas salió una sola vez de vacaciones. No le gustaba… cuando su hijo mayor, vio a los mucha-chos de la ciudad con aritos, gritando por la calle de Con-cepción del Uruguay con una cerveza en la mano, pidió de volver al campo a trabajar… de tal palo, tal astilla.

Pero hay algo que me da más gusto y es que el hombre de campo no trabaja así nomás. No trabaja por un hora-

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rio… ni siquiera por una paga. ¡Trabaja porque es lo suyo y además se da el mayor de los gustos: lo hace con alegría!

La alegría de sentirse en un lugar en el mundo y que tiene su papel cada día. Un día planeado, con sentido, con una misión concreta… un trabajo en el que se ve el resul-tado. Un trabajo, “como Dios manda!”. Todos queremos los pesos, pero hay cosas que valen más que la plata… al menos en el campo. Lo veo todos los días con mis propios ojos: la gente trabaja contenta. ¡Algo que en las ciudades… se ve medio pocon!

El apego a las tradiciones, toda una veta que le da al campo una visión, una perspectiva casi única, en el sentido que van pasando de generación en generación estos valo-res del respeto por las costumbres, las fi estas patrias, las religiosas, los animales… el cariño por el caballo, de tener las pilchas prolijas, el recado de desfi le, un juego de sogas bien trenzadas en cuero blanco, las botas y el sombrero “dominguero”… alguna rastrita medio “enchapada” un cuchillo medio buenon con cabo de alpaca o plata en la cintura… cuántas pequeñas cosas y qué grandes son cada

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una de ellas! En todas se ve un poquito de argentinidad, de orgullo por los antepasados.

G. K. Chesterton escribió, haciendo referencia al enor-me valor de respetar las tradiciones, que ellas “permiten votar a los muertos”. Sin duda una expresión para medi-tar… pensar que ya van quedando pocas de las tradiciones de antes…

Todavía en el campo se va a las escuelas en la propia fecha del feriado patrio. Hay que ver cuánto esmero de las autoridades y docentes… cuánto respeto por los símbolos patrios… los bailes folclóricos típicos nacionales… los chi-cos y las chicas recitando versos y fl oreos… y luego el asa-do… pero primero fue la patria y las tradiciones. “Como Dios manda”.

Tengo para mí que el hombre de campo es profun-damente religioso, aunque a las pocas misas de campaña suelen ir solamente las mujeres. Si va algún paisano, suele quedarse al fondo de la capilla, medio como para disparar ni bien termine…

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Nos decía Ansola en su libro “che patrón” haciendo gala de la humildad de los grandes, y hablando de este sentir religioso: “Mi rezo es de rodillas, de silencio, de res-peto y cabeza gacha. Mi presencia jamás taconeraría altiva por las naves para demostrar a todos que con frecuencia comulgo. Soy el peor de todos”.(2)

Pero en el campo Dios está presente de una manera imponente. En el clima, en los animales, en las cosechas, en todo lo que va pasando… se siente… por algo dicen los ingleses “en ningún lado se está mas cerca de Dios que en el jardín”.

En Argentina bien podríamos decir que es en el campo!

En el campo se percibe con toda claridad la relación causal de las cosas: si le doy buena comida a la lechera me dará tantos litros de leche… en la ciudad se ha perdido esta dimensión de entender la causa-efecto de las cosas: de golpe nos preguntamos, cómo es posible que haya tanta inseguridad? O que haya tanta pobreza? Y pocos lo pueden explicar… a un hombre de campo nunca le pasaría esto… en su simpleza y vital inteligencia entiende –todos, los

2 M. Capurro, Che patrón, p.86, cit.

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padres y los hijos– que, como dijo Fierro “andar parejo y despierto es la base del acierto”.

Llevo muchos años observando que la gente del campo disfruta más la vida de familia y de las pequeñas cosas que se permite cuando tiene unos pesos extra para gastar. Esto es viejo como el mundo: Sócrates consideraba, ciertamente que “el placer es un bien, pero pensaba que el verdadero placer y la felicidad duradera los consigue el hombre moral más que el inmoral y que la felicidad no consiste en poseer abundantes bienes materiales”.(3)

Las cosas no pasan porque sí. De alguna manera las hacemos pasar. Una familia no se forma para un rato. Un trabajo no se hace así nomás. Una vida no se vive “en balde”.

Las cosas tienen su orden… el “orden natural”, y Dios es el creador y está en el centro de ese orden natural. La libertad se debe ordenar a la naturaleza de las cosas, tal como lo ha dispuesto Dios.

3 Frederick Copleston, Sócrates y Platón, Vida, pensamiento y obra. Barcelona, 2007, P. 47.

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No hace falta haber ido a la universidad ni haber he-cho un master para entender esto. El hombre de campo lo sabe.

Pero hace falta mucho coraje, disciplina y exigencia con uno mismo para vivirlo.

“¡Qué lindo sería afl ojarse a todas las tentaciones! Pero no; hay cosas prohibidas y aceptarlas, mejora. Hay que andar en serio con las cosas importantes de la vida, porque uno hace que lo hagan dichoso o no respetando lo prohi-bido por más deseado que sea”.(4)

Y claro, uno trata aunque a veces no les salga... remata Ansola diciendo “Y trato, claro, porque siempre digo que ya sé todo lo que hay que hacer para ser perfecto... pero no puedo”.(5)

Esta es la vida del campo, una vida de esfuerzo y vir-tud, de trabajo, orden, respeto, sacrifi cio y alegría.

Una vida con mayúscula.

4 M. Capurro, Che patrón, p. 715 Íbidem.

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LA FAMILIA DEL CAMPO

Acostumbrado a la difícil vida de una ciudad como Buenos Aires, donde los padres desayunan con sus hijos –los que se levantan temprano– y luego normalmente no se ven hasta la noche –los que cenan todos juntos–, no deja de sorprenderme qué distinta es la vida de familia en el campo.

Los hijos se levantan con sus padres, van a las escuelas llevados por ellos o a veces si van a caballo, les ensillan el caballo o preparan el sulky, luego para las 12 ya están de regreso para almorzar. Por la tarde estudio, deberes, ayuda en alguna cosita del campo y por la tardecita y noche ya se matea todos juntos, o se picotea algo, un fi ambre unos mates dulces… y a dormir para arrancar temprano a la mañana siguiente.

Una vida intensa familiar. Todo el día juntos excepto unas pocas horas en las que cada uno hace lo suyo. La ventaja es entonces en que no hay posibilidades de que se

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escapen cosas… todo se ve… todo se vive en conjunto y de todo se conversa. La televisión? sí, pero siempre en familia, y por esto es menos dañina. Todos miran la misma tele, y los padres comentan y colocan sus “bocaditos” cuando hace falta…

¿Las fi estas y los bailes? sí, pero siempre en familia. Claro para los adolescentes de Buenos Aires esto puede parecer ridículo!… pero no lo es. Nadie deja de divertirse y de disfrutar inclusive los bailes de 15 años, hoy en día una institución del interior. Novios, novias, familia… todos juntos divirtiéndose.

Un párrafo aparte merece el respeto. Nunca he visto levantar la voz en una reunión familiar del campo. Los hijos e hijas obedecen en silencio… Nunca una frase alti-sonante. Un almuerzo en voz baja… qué remanso de paz y serenidad… Basta una mirada del padre y los chicos rebo-tan como de un resorte a hacerle caso. Que no es actitud autoritaria. De hecho, cuando los chicos revolotean con preguntas o dudas sobre una tarea de la escuela o con una cuestión cualquiera, el padre siempre tiene una sonrisa a

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mano y un comentario en voz baja. Siempre de buen modo y con un gesto cariñoso.

Un tiempito atrás estaba en un campo en Gualeguay, Entre Ríos, conversando con el dueño y entró su hijo, un muchachito de unos doce años y en voz bajita le preguntó: papá puedo comer una tostadita con dulce de leche?… “como no”, contestó el padre con una sonrisa… y allí salió el muchacho disparando a la cocina…

Qué sencillez, cuánto respeto… cuánto tenemos para aprender de la familia del campo!

En las grandes ciudades los jóvenes creen que pueden salir de noche casi prematuramente desde los 13 ó 14 años, y en verdad no están preparados para ello. Por eso aparecen los “grupos”. Una especie de autodefensa para poder hacer algo para lo que cada uno individualmente no está pre-parado. Y los padres que con tal de no tener que discutir todos los días con los hijos terminan diciendo que sí, aún a programas de los cuales no están convencidos. Por suerte en el campo no hay boliches… tienen un problema menos, por lo menos hasta los 18.

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Uno no se da cuenta de cómo se va “cediendo” en los principios por eso de que “no se puede cambiar el mundo” o “no se puede ir contra la corriente”… “si todos lo hacen, cómo yo no lo voy a hacer…” o “si todos/todas van… por-qué yo no puedo ir??”.

Entonces la familia, como institución y núcleo de la sociedad va perdiendo terreno. Hace falta mucho coraje y convicción… y que los dos padres tiren parejo del carro… eso a veces es lo más difícil!

Bien es cierto que hay gobiernos –y sociedades– que fl aco favor le hacen a la familia, impulsando políticas completamente contra la misma –no solo en nuestro país–, como por ejemplo la no defensa de la vida desde la concepción, el facilismo de repartir gratuitamente píldoras anticonceptivas o preservativos bajo excusas que en verdad no tiene sustento alguno y que buscan siempre un atajo a lo único que hay que hacer y que es educar a nuestra gente en los valores que dignifi can a las personas y no al revés!

No hablemos de la despenalización del aborto o de la tenencia de drogas para el consumo… difícil imaginarse ataques más fuertes contra la familia–, sin entender que

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es ella la institución fundacional y verdadero núcleo de nuestra sociedad. Boliches, alcohol, drogas… y luego nos asombramos de la violencia de los jóvenes o de los crímenes de menores…

Pero al mismo tiempo sé y me consta de tantísimos jóvenes que se dedican al deporte, a la vida sana, al estu-dio, al trabajo y la vida de familia, que en general no son noticia.

Creo que son la inmensa mayoría, pero esto no debe impedir que veamos con claridad la gravedad del avance de la droga –y todo lo que viene con ella– a edades cada vez más tempranas. Esta es también una parte de nuestra realidad.

Atacar a la familia es atacarnos a nosotros mismos intentando desdibujar nuestra propia dignidad. “Tú crees que me matas… yo creo que te suicidas…”. Pero en verdad tampoco esto es un consuelo.

No debemos permitirlo!! Quiero mencionar en este punto ese antiguo aforismo latino que dice: “Si quieres la paz… preparate para la guerra…”. Hay que saber defender los valores y los principios que defi nen nuestra familia y

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nuestra sociedad. No podemos quedarnos mirando cómo se nos quiere arrebatar nuestra identidad… nuestra propia esencia… A favor de los padres digo que nunca fue fácil educar a los hijos, pero en éstas épocas parece particular-mente difícil con tanta cosa en contra que viene en oleadas, desde fuera de casa.

Que el campo nos sirva de guía, sin desanimarnos… a veces –casi siempre– es más fácil afl ojar y decir que “si” que tener la convicción y decir que “no”. Pero debemos encontrar esa fortaleza, estar presentes y actuar en todos los ámbitos.

Es la familia lo que debemos defender… no el superávit fi scal!

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TRABAJO Y DIGNIDAD

En los últimos años hemos asistido los argentinos a un fenómeno nuevo: primero vino la difi cultad para con-seguir trabajo, algo que mi generación recién conocimos ahora de grandes. Parece que es la globalización… y será nomás. Cuando era chico, recuerdo que mi padre, cuan-do cumplí 18 años y me recibí de Bachiller, me “sugirió” que a partir de entonces tenía que empezar a trabajar para mantener mis gastos. Entonces uno buscaba y conseguía su trabajo en cuestión de unas pocas semanas. Nunca me voy a olvidar la enorme satisfacción de ganar mis primeros pesos! Por entonces se acostumbraba a hacer un regalo a la madre con el primer sueldo… no sé si todavía se hace. Con el paso de los años las cosas fueron cambiando. Lo primero fue que a personas de 40 o de 50 años de edad ya no les era factible conseguir un trabajo si perdían el suyo. Luego se fue agravando. Durante los años 90 el fenómeno tomó más fuerza y fi nalmente apareció lo que yo llamo el segundo de los problemas: los planes para no trabajar.

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Soy consciente de lo que signifi ca perder un trabajo y de que esa situación puede llegar hasta a arrastrar una familia a situaciones muy complejas de desunión, etc., pero estas soluciones de planes sin una contrapartida me han parecido siempre contrarias al sentido común, y me mueven a presentar las siguientes refl exiones.

¿Qué es un trabajo para una persona, y cómo aparece en nuestras vidas?

El trabajo en verdad aparece como participación en la obra creadora de Dios, que, al crear al hombre lo bendijo diciéndole “Procread y multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en todo animal que se mueva sobre la tierra.(1)

“Desde ese momento entonces el trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre la tierra. El tra-bajo en sí no es una pena ni una maldición ni un castigo.

El trabajo es un don de Dios, y todo trabajo es testi-monio de la dignidad del hombre y de su dominio sobre la creación”.(2)

1 Génesis 1,282 San José María Escriva de Balaguer, Es Cristo que pasa, Madrid, p. 112.

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Es por esto y me detengo en este punto para decir que la responsabilidad de quienes dirigen los países es de suma gravedad en el sentido que deben priorizar la generación de empleo genuino, aunque sea simple para no quitarle a la persona su dignidad.

Con un plan donde no se trabaja se atenta contra la dignidad del individuo. En cuántos lugares de nuestro interior no se consigue gente para tareas por día mientras tanto, los boliches del pueblo están llenos a la tarde, para no hablar del pésimo ejemplo que dan esos padres a sus hijos, que se acostumbran a verlos sin trabajar. Es mucho mejor hacer un trabajo, por sencillo que sea que la otra so-lución. “El trabajo humilde no descalifi ca: no debiéramos dividir a los hombres en distintas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más dignas que otras. Todos los trabajos dignifi can, y esto es lo esencial!”(3)

Y esto es lo que ocurre en el campo. El mejor ejemplo son los días de “yerra” donde en los campos de cría, todavía se junta la paisanada a modo de celebración para trabajar en la nueva safra de terneros. La mayoría son especialistas

3 San José María Escriva de Balaguer, Es Cristo que pasa, cit.

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en una tarea: están los que marcan, los que señalan, los que pialan y todas estas destrezas gauchescas. También los que se ocupan del fuego, otros hacen el asado, otros simple-mente ayudan o aprenden… y son todos iguales! La alegría de la jornada es compartida por igual entre todos los que participan, los que colaboran y los que, por qué no, miran. O cuando se carnea, o cuando se trabaja en los corrales o en la manga, los vacunadores, los que encierran, los veteri-narios que palpan una vaca o que revisan un toro… todos son trabajos, todos son dignos… ¡ni hablar! ¡Esto es algo que el campo también tiene para mostrarle a la sociedad: no hay trabajos mejores! ¿Los peones? hoy en día trabajan con los patrones y con sus hijos de igual a igual! Se acabó aquella época en que el peón podía verse como un trabajo inferior… y ni hablar domadores, sogueros, artesanos, hasta se han ido formando actividades que son mejor pagas que tener un campito! Todas estas habilidades y artesanías se han revalorizado en las últimas décadas. Hay algunos paisanos especialistas en hacer vaquillas con cuero que los vienen a buscar de todos los pagos, y para poder contar con ellos para un asado hay que reservar la fecha con meses de anticipación!

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Cuántas tareas se hacen en el campo, cuántas habilida-des diferentes… todas importantes y todas parte de toda esa tradición que une la naturaleza, la dignidad del trabajo, y la alegría.

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REFLEXIONES SOBRE EL BIEN COMÚN

Estamos en una República cuya expresión institucional se ha debilitado formidablemente. Y este debilitamiento que atraviesa “transversalmente” todas las instituciones de la República a todos los niveles –incluyendo los tres poderes del Estado– encuentra una de sus causas funda-mentales en la carencia de un mandato concreto, escrito y debidamente debatido por y con la sociedad.

El mandato que da el pueblo a sus gobernantes no es un trámite ni puede ser reemplazado por algunos discur-sos de campaña. El mandato es un compromiso de dos partes, y debe ser explícito. Los representantes llevarán adelante un determinado proyecto que ha sido explicitado –e idealmente, ampliamente debatido– a la sociedad o a los representados. Y ellos se comprometen a aceptar y apoyar esa gestión una vez comprendido el alcance del proyecto propuesto.

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Por supuesto que el proceso es dinámico y el proyecto debe ser ajustado; La sociedad es natural porque el hombre es un ser social. Pero además precisa de un contrato o un acuerdo entre los hombres que les permita elegir el modo de funcionamiento de la misma.

Este concepto del “armado” de cada sociedad está ín-timamente relacionado con la comunidad: “en cada una de ellas, la moral comprende aquello que afecta al objetivo de esa comunidad, y la moralidad de cada individuo, su perfección moral, comprende todo aquello que afecta a los objetivos de las comunidades a las que pertenece”.(1)

La tarea consiste en defi nir “una identidad común, confi gurada en comunidad, que es realizada singularmente en plenitud”.(1) Esta identidad común, defi nida como ese grupo de valores, ideales y principios será el “núcleo duro” del contrato social, que naturalmente será permanente en el tiempo: lo que va cambiando y es parte de ese proceso dinámico son aquellos relacionados con la coyuntura y el cambio de las circunstancias dentro y fuera de la sociedad.

1 Alfredo Cruz Prados, Ethos y Polis, Pamplona, cit.

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Aquí estamos hoy en nuestra Argentina, tratando de entender si lo que tenemos es lo que querríamos tener. Si los valores y principios que se derivan de la “foto” de nues-tra comunidad hoy, son los que queremos para nuestros hijos y nietos.

En defi nitiva, ¿cómo defi nir lo que se denomina “El Bien Común” y qué conforma ese conjunto de valores comunes qué nos identifi can? Me pregunto: ¿es un bien co-mún de nuestra sociedad la agresividad y el enfrentamiento permanente entre conciudadanos? ¿Enfrentar el campo con la ciudad, o los que más tienen con los que menos? ¿O los civiles con los militares, o a la población laica con la Iglesia? ¿O a los judíos con los cristianos? ¿Lo es hurgar el pasado para seguir destruyendo las fuerzas armadas, enri-quecidas hoy con jóvenes que no vivieron aquellos tristes años, con la excusa de hacer justicia?

Admiro a Chile y su gente que, en este sentido, han sabido maduramente dejar atrás ese doloroso pasado y lo demuestran cuando cada año celebran “El Día de la Independencia y las Glorias del Ejército de Chile”. Todos queremos justicia, pero

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también queremos fuerzas armadas con la frente bien alta, y que sean orgullo de todos nosotros. Nunca olvidemos que fueron ellos los que muriendo en tantos combates, fundaron la patria en la que hoy vivimos y gozamos todos.

En la misma nota que escribí para el suplemento Campo del diario La Nación de aquel 8 de Julio de 1995, menciona-ba: «Desde este campo quiero recordar las palabras del tribu-no de la República, Don Nicolás Avellaneda, al decir: “Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos, mientras que aquellos que se apoyan en sus tumbas gloriosas son los que mejor preparan el porvenir”.

Desde ese campo quiero homenajear a tantos preclaros hombres que conformaron nuestra nacionalidad, civiles y militares entre los que quisiera mencionar a San Martín, Bel-grano, Pueyrredón, Rondeau, al general gaucho don Martín M. de Guemes, José maría Paz, Brandsen, Necochea, Mitre, Alvear, Roca, Rosas y Urquiza. Alberdi, Moreno Larrea, Sarmiento y tantos otros que la memoria no alcanza.

Desde este campo quiero recordar hechos gloriosos como San Lorenzo, Maipú, Chacabuco, Tucumán Salta,

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Suipacha y Sipe-Sipe, donde se peleó para encontrar la independencia y la unidad nacional».

Releyendo este artículo, veo que omití incluir Malvinas…

También debemos reconocer las tareas pendientes en otras instituciones de la República, por ejemplo en las enti-dades del agro. En países como Estados Unidos, el gremia-lismo del campo trabaja de otra manera, mejor organizado. Ellos tienen un manual de políticas del campo donde, para comenzar, se detalla desde al apoyo a la Constitución, a los símbolos patrios, la creencia en Dios, la defensa de la familia y los valores fundamentales. Recién después de estos valores considerados esenciales, se comienza con el detalle de las cosas específi cas de cada sub-sector. Están expresamente detalladas las acciones que apoyarán y las que rechazarán. Todos en el campo saben –se ajusta cada año– qué accio-nes van a impulsar sus dirigentes, y cual es la posición del campo respecto de cada tema. Las cuestiones se estudian en profundidad desde el nivel de regiones o distritos, pasando a las provincias, para luego llegar al nivel nacional.

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Este documento, es el mandato del campo a sus diri-gentes y el compromiso de sus dirigentes a los productores de todo el país.

El hecho de que aparezcan protestas de la población, como ha sido recientemente el caso del campo y del inte-rior en general apoyándolo, debiera ser muy atentamente evaluado por los gobernantes, pero también con un gran sentido autocrítico por la ciudadanía.

Me pregunto cuál es el motivo de fondo de una pro-testa como la que presenta el interior profundo de nuestro país. ¿Es un tema económico? ¿Es acaso una disputa por la renta del campo por la fenomenal suba de los precios de los granos y las carnes?, o ¿quizá sobre si se coparticipan o no las retenciones o si acaso son constitucionales?

Obviamente todas estas cosas son atendibles e importan-tes, pero no son el fondo. El fondo es que quienes han asumi-do el gobierno lo han hecho sin presentar ninguna propuesta de trabajo al sector del campo… ni siquiera un simple deba-te… y lo peor es que la gente ha votado sin contrato! Ése es el nudo del problema! Ojalá sirva de enseñanza para el futuro.

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IDENTIDAD NACIONAL

Es evidente que en muchos aspectos reconocemos esta debilidad institucional que aqueja a nuestra República y uno permanentemente se pregunta desde dónde se puede empezar a corregir este tema.

En eso estaba cuando hace unos pocos meses, leyendo un ejemplar de una interesantísima publicación inglesa “Prospect” me enteré que los mismos ingleses estaban re-planteando su propia identidad.

Me llamó la atención el documento por cuanto –pen-sé– si hay una nación de la que yo no dudaría tuviera en claro su identidad es del Reino Unido. Sin embargo, no es así. Por distintos motivos, y a pedido del Ministerio de justicia, se ha elevado al parlamento un documento que re-cibió el nombre de “Th e governance of Britain”. En dicho documento, se analiza, entre otros, el tema de la identidad nacional, y las próximas dos frases me dieron la clave de la idea:

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“Nuestra identidad nacional está fundada en los valores que tenemos en común, y que se manifi estan a través de la historia y de nuestras instituciones.” Sigue: “…nuestras instituciones deben refl ejar esos valores”.

Este es un tema clave: las instituciones no deben ser vistas como los “edifi cios”. Por momentos pareciera como si las viéramos de esa manera, por cómo las tratamos, olvidándonos que las instituciones “somos nosotros”! No puede haber instituciones republicanas si no funcionamos valorizando los principios republicanos. No puede haber instituciones efi caces si quienes las representan y confor-man no actúan en consecuencia.

Y pensando en la situación actual de los tres poderes del Estado no podemos pedir menos que una mayor inde-pendencia. Hay indicaciones que tanto el poder judicial como el legislativo en ocasiones están infl uenciados por el ejecutivo, y esto entorpece los principios republicanos. Tampoco se pide algo tan exquisito! No se pide llegar en el Congreso a un refi namiento político tal, que priorice la racionalidad política –el mecanismo mediante el cual

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a través de la deliberación política se pueda defi nir una auténtica voluntad popular– por sobre el actual y en cierto modo precario mecanismo de cómputo de votos… se pide que el Congreso sesione y que no delegue sus facultades!

Entonces aquí estamos. Nuevamente los valores ocu-pan el centro de la escena. Un pequeño párrafo dedicado a los gobernantes: “La prudencia es la virtud suprema y es la virtud propia del gobernante: es la excelencia en la actividad que versa directa y comprehensivamente sobre el bien común. Para actuar prudentemente, son necesarias la templanza y la fortaleza –la moderación y el valor–, pero también lo es la justicia, en cuanto que ésta consiste en amar verdaderamente el bien común, es decir, en amar ese bien en cuanto participable por los demás”.(1) ¡Qué impor-tante la prudencia… cuántos dolores de cabeza ahorra!

Recientemente me sorprendieron declaraciones de altos representantes del poder ejecutivo y del legislativo expresando: “…el Sr. XX debe probar que es inocente…” “…nosotros los legisladores somos los representantes de

1 Alfredo Cruz Prados, Ethos y Polis, p. 185, cit.

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la soberanía popular… a los jueces no los votó nadie…” Yo pensaba que en nuestro país nuestra constitución nos otorga el derecho a ser considerados inocentes hasta que se demuestre lo contrario… y que los jueces de la Corte Su-prema son quienes indudablemente constituyen la última interpretación de la constitución!

Chesterton refl exiona: “cuando se permite discutir todo, lo primero que se pone en duda es la razón.”

En mi paso por la función pública –serví durante siete años en distintas áreas de la Secretaría de Agricultura de la Nación y en la Comisión de Agricultura de la Cámara de Diputados– he podido ver con qué naturalidad algunos políticos en ocasiones anteponen sus intereses personales a los intereses del sector y de la Nación… Aunque en verdad no hace falta haber sido funcionario para ver o hablar de cosas como honrar los compromisos… ¿hasta cuándo va-mos a seguir “defaulteando”? ¿Qué pensamos, que el mun-do está lleno de personas e instituciones a quienes uno les dice: no te pago… y no pasa nada? hicimos creo, el default más grande de la historia… una verdadera vergüenza.

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Pero nuestra debilidad institucional no se limita a la esfera del Estado. No ver esto sería cargar las tintas solo sobre uno de los actores de la vida nacional. También en instituciones intermedias de orden civil he observado que no pocas personas, una vez nombradas, se aferran a los cargos para sacar alguna ventaja para su empresa… o sim-plemente para “disfrutar” el cargo en el tiempo. Entonces se empecinan en mantenerse en el mismo, o se hacen los distraídos sin dejar que la propia institución se enriquezca con el recambio de dirigentes. O a veces –lamentablemen-te con bastante frecuencia– ponen a sus amigos “a dedo”. ¡Lo mismo que les critican a los políticos, lo hacen ellos en nuestras instituciones civiles! Demasiadas actitudes intere-sadas… poca generosidad… poca grandeza.

Debemos centrar el accionar de toda nuestra sociedad en la Constitución. Decía Alberdi: “La política no puede tener miras diferentes que las miras de la constitución. Ella no es sino el arte de conducir las cosas de modo que se cumplan los fi nes previstos por la constitución”.

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El rumbo es claro y está señalado hace mucho tiempo. Se acerca la conmemoración del bicentenario... y como toda gran fi esta no solamente merece ser festejada sino que amerita un balance y nuevas metas para mejorar el país.

Hago votos para que, aprovechando tan valiosa y emo-tiva oportunidad repensemos nuestra identidad desde los valores que el campo nos ofrece a todos los argentinos, y no nos quedemos en la superfi cialidad de los temas econó-micos o materialistas.

Con serenidad, institucionalidad e inteligencia... con respeto por todos, sin cortes de ruta. Tengamos presente áquel dicho inglés que dice “Two wrongs don t make one right” o sea, dos desaciertos no producen un acierto.

Tengo la certeza que, volviendo nuestra mirada hacia el hombre de campo y su familia, nos descubriremos mejores de lo que pensamos que somos.

¡El campo somos nosotros!

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A modo de despedida presento el preámbulo de nuestra constitución tan rica en los valores sobre

los cuales hemos meditado.

Constitución de la Nación Argentina

PREÁMBULO

Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina,reunidos en Congreso General Constituyente

por voluntad y elección de las provincias que la componen,en cumplimiento de pactos preexistentes,

con el objeto de constituir la unión nacional,afi anzar la justicia,

consolidar la paz interior,proveer a la defensa común,

promover el bienestar general,y asegurar los benefi cios de la libertad,para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo

que quieran habitar en el suelo argentino;invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia:

ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución para la Nación Argentina

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ÍNDICE

Agradecimientos ............................................................9Introducción................................................................ 11El privilegio de cultivar la tierra ...................................13El relativo valor de la economía ................................... 17El hombre de campo: una vida de virtud .....................25La familia del campo ...................................................37Trabajo y Dignidad .....................................................43Refl exiones sobre el Bien Común .................................49Identidad Nacional ...................................................... 55Constitución de la Nación Argentina ........................... 61

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CAMPOY

NACIÓN

…Tantos dueños y peones, mayordomos, capatacesdomadores, tractoristas, contratistas, mecánicos,

veterinarios, ingenieros, maestros, sus familias… su pasado y su futuro…

Tantos sueños, tantas ilusionestanto riesgo, tanto entusiasmo y tanta frustración…

Tantas frentes blancas bajo boinas y sombreros y manos curtidas de vientos, sogas y fierros…

Tantas heladas, noches de cosecha, tantos arreos con lluvia y temporales, tantas sequías e inundaciones, y tanto apretar los

dientes…

Señores, son nuestros trigales y nuestros maizales!Nuestros caballos criollos y nuestros jinetes,

Nuestro himno y nuestra bandera,La fuerza del quebracho y del ñandubay!

Son nuestras zambas, chacareras y chamamés,Señores, es nuestro campo… es nuestro orgullo!

Son nuestros hijos…Señores, somos nosotros!

Que viva la Patria!!

Fragmento del artículo del autor “El campo y la Independencia” publicado en la tapa del suplemento Campo del Diario La Nación

el 8 de Julio de 1995.

Arturo Vierheller (h.) es productor agropecuario desde 1982, y en 1991 fundó Argenetics S.A., una empresa dedicada a desarrollos genéticos ga-naderos.

Durante casi 20 años trabajó en grandes empresas cerealeras como Sasetru S.A., Alfred C. Toepfer, Olea-ginosa Moreno y Nidera S.A.

Entre 1995 y 2002 sirvió como asesor de dos Secretarios de Agricul-tura de la Nación, como subsecreta-rio de Alimentación y Mercados de la Nación y como asesor de la Vice-presidencia de la Comisión de Agri-cultura de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Participó de la delegación argentina que con-currió al lanzamiento de la Ronda “Doha” de la Organización Mundial del Comercio. Fue disertante invita-do por el Departamento de Agricul-tura de los Estados Unidos (USDA) al Agricultural Outlook Forum de 1999, en Washington D.C.

Se recibió de bachiller en el colegio Champagnat. Estudió Ciencias Eco-nómicas en la Universidad de Buenos Aires y cursó la Maestría de Agronegocios de la Universidad de Buenos Aires. Fue distinguido por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos con una beca Co-chrane para realizar un curso de Biotecnología en la universidad Mi-chigan State University. Fue profesor invitado de la Univer-sidad Católica Argentina.

Desde 1994 ha sido columnista y co-laborador del suplemento Campo del diario La Nación, realizador del suplemento BAE Rural y colaborador

de diversas publicaciones entre las que se destaca el diario El Cronista.

En Campo y Nación el autor ha queri-do presentar algunas ideas con la in-tención de repensar nuestra identi-dad desde los valores y principios que el campo tiene para ofrecer a la sociedad de hoy.En medio de una visible crisis de valores que afecta a la sociedad ar-gentina, agobiada por una catarata de indicadores económicos que sig-nifican muy poco, y jaqueada por la debilidad de nuestras institucio-nes, esta obra intenta acercar una visión positiva y constructiva foca-lizada en el hombre de campo y su vida de virtud.Los valores de la familia, la vocación al trabajo, al esfuerzo fecundo y co-tidiano, a la presencia omnipotente de Dios en el centro de su vida y en la naturaleza que comparte cada minuto de su día… ¡la vida del campo es un canto al orden, al tra-bajo, a la familia y a la alegría!Durante más de veinte años de su vida, el autor ha estado en contacto directo con gente de campo en dis-tintas provincias, con distintos per-files y de todo tipo de explotaciones y ha podido vivir muchas de las cos-tumbres del día a día de la vida de nuestro campo. Conocer su gente, sus costumbres, sus ideales, sus gustos y sus enojos… su gentileza, su sencillez, su vida de familia y ese sentimiento que domina toda su ac-tividad: la profunda religiosidad que se respira en el campo, ¡aunque alguna gente ni pase por las iglesias!

Arturo Vierheller (h.)

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Ideas para repensar nuestra identidad