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Doxa y Heterodoxias en la novela de la regeneración en Colombia (1880-1898) Catalina Castro Gaitán Trabajo de grado presentado como requisito para optar por el título de Profesional en Estudios Literarios Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Literatura Carrera de Estudios Literarios Bogotá, Agosto 2011

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Doxa y Heterodoxias en la novela de la regeneración en Colombia

(1880-1898)

Catalina Castro Gaitán

Trabajo de grado presentado como requisito para optar por el título de Profesional en

Estudios Literarios

Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Literatura

Carrera de Estudios Literarios

Bogotá, Agosto 2011

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Doxa y Heterodoxias en la novela de la regeneración en Colombia

(1880-1898)

Trabajo de grado presentado como requisito para optar por el título de Profesional en

Estudios Literarios

Trabajo de grado presentado como requisito para optar por el título de Profesional en

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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Ciencias Sociales

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Bogotá, Agosto 2011

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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Ciencias Sociales

Rector de la Universidad

Joaquín Sánchez García S. J.

Decano Académico

Luis Alfonso Castellanos Ramírez S. J.

Director del Departamento de Literatura

Cristo Rafael Figueroa Sánchez

Director de la Carrera de Literatura

Liliana Ramírez Gómez

Directora del Trabajo de Grado

Diana Paola Guzmán

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Artículo 23 de la Resolución No. 23 de Julio de 1946

―La Universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus alumnos en sus

trabajos de tesis, sólo velará porque no se publique nada contrario al Dogma y la Moral Católica,

y porque las tesis no contengan ataques o polémicas puramente personales, antes bien se vea en

ellas el anhelo de buscar la verdad y la justicia‖

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Índice

Agradecimientos 1

Introducción 2

Capítulo I – La Regeneración: Estructuras fundacionales del campo 7

1.1. Génesis del campo 7

1.2. Tradicionalismo e ilustración española: principios estructurales de la

regeneración

10

1.3. La lengua: habitus e ilussio del discurso literario de la Regeneración 13

Capítulo II – El debate en torno a la novela: terreno de discusión ideológico 23

2.1. Función didáctica y moralizante de la literatura 27

2.2. Caro y la novela 30

2.3. Discurso anti hegemónico 32

Capítulo III – Dos novelas de la regeneración: dinámicas del campo y otros

agentes partícipes

40

3.1. El debate en torno a la novela y la recepción en las historias literarias 41

3.2. Entre enseñanza y denuncia 43

3.3. El paradigma del buen hablar y buen pensar 49

3.4. El espacio social: paisaje e identidad narrativa 51

3.5. Ortodoxia: Defensa del proyecto regenerador en la prensa 54

Conclusiones 60

Bibliografía 63

Anexo I 67

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1

Agradecimientos

A Diana, por brindarme su tiempo, su asesoría y confianza. Sin ella este trabajo no habría sido

posible. Gracias por aceptar ser mi Directora de tesis, darme la oportunidad de aprender y

trabajar con una persona tan especial. Siempre estaré agradecida.

A mi madre, por su apoyo constante.

A mis abuelas por su interés y confianza infinita.

A mis amigas, Laura y Alexa, por escucharme.

A Carolina por su constante presencia, por prestarme su ayuda en todos los aspectos.

A Sergio, por estar ahí, por brindarme la fuerzas y el ánimo cuando desfallecía, por su consejos y

amorosa compañía en este proceso.

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2

Introducción

Repensar una nación a partir de principios conservadores, para un país que se

encontraba envuelto en una serie de guerras civiles que muchos atribuyeron al sistema federalista

consagrado por la Constitución Política de Rionegro de 1863, se convirtió en un reto para los

letrados pertenecientes al partido conservador. El esfuerzo devino en el llamado proyecto

regenerador que, en términos políticos, propendió a la unificación del país mediante el

fortalecimiento del Estado con base en la centralización del poder, el proteccionismo y la

unificación ideológica a través de la religión. Pero este período histórico fue más allá; su

característica principal, determinante de su desenvolvimiento en la historia, consistió en el

interés de sus fundadores por la filología, las competencias gramaticales y la literatura,

inclinación que no se limitó a un simple pasatiempo, convirtiéndose en una de las armas

principales dentro de las estrategias de los regeneradores.1

Fue así que la literatura funcionó como corpus, capital simbólico e ideológico, de este

proyecto de nación conservadora. A través de la atribución de una función didáctica para la

escritura, los letrados partícipes de la Regeneración promovieron el lema fundacional del plan

regenerador: ―Una nación, una raza, un Dios‖. La premisa que partía del ideal de homogenizar al

pueblo colombiano a fin de disipar las ―fragmentaciones‖ resultantes de los planteamientos

liberales, se fundamentó en el fortalecimiento de la lengua española como legado de una

tradición heredada de nuestra madre patria, España, junto con la imposición de la religión

católica dentro de la formación de buenos ciudadanos.

Dentro de este ambiente, surgió un debate en torno a la novela como género literario,

dado que para algunos letrados de este período histórico, la novela carecía de los elementos

esenciales para poder instruir a la sociedad, especialmente en aspectos morales. La discusión fue

enmarcada en teorías que habían adquirido los hombres de letras de nuestro país por medio de la

lectura de autores ilustrados; por ejemplo, del español Gaspar Melchor de Jovellanos. Algunos

letrados, como Miguel Antonio Caro y Rufino Cuervo, veían en la novela un género menor que

1 La Regeneración fue un periodo histórico colombiano, realizado por Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, que dio

inicio a la Hegemonía Conservadora, durante el cual se promulgó la Constitución de 1886, una de las normas

superiores más duradera en la historia colombiana.

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3

no cumplía la función de la literatura. Otros, como José María Samper y Salvador Camacho

Roldán, defendían este género promulgando sus virtudes, augurando su prosperidad. El objetivo

de este trabajo es ofrecer un acercamiento a este debate entre los regeneradores y sus opositores.

Para establecer la génesis del debate en torno a la novela y sus estructuras fundacionales,

partimos del estudio de la conformación de lo que el sociólogo Pierre Bourdieu ha denominado

―campo‖, regido por una normatividad (doxa) que determina las dinámicas entre sus agentes

partícipes, estableciendo su posición y apuestas por las propuestas dominantes. Frente a la doxa

siempre surge simultáneamente la heterodoxia, encargada de cuestionar las imposiciones de la

doxa vigente. 2

Para evidenciar dichas dinámicas, escogimos dos novelas escritas durante la

Regeneración: Amores y Leyes, de José Manuel Marroquín y Tierra Virgen, de Eduardo Zuleta.

Teniendo en cuenta nuestro interés por demostrar cómo se reflejan las relaciones integrantes del

campo, el acercamiento que hicimos a las obras partió de un enfoque sociocrítico, con el cual

buscamos determinar la presencia del medio social sin limitarnos a un análisis hermenéutico

exclusivo. Así mismo, en este estudio tomamos elementos propios de la forma composicional de

las obras; en este caso, el cronotopo (tiempo y espacio), propuesto por Mijail Bajtín, para

demostrar el influjo de las dinámicas del campo en los textos escogidos, es decir, la presencia del

mundo de los hombres en los escritos. Por esta razón, a lo largo del texto se hará una

comparación del contenido de las obras, la posición de los autores expresada a través de ellas, lo

que sucede en el contexto, y finalmente la recepción de las obras; cuatro dimensiones que

describen las dinámicas del campo.

El primer capítulo, tiene como finalidad determinar las estructuras fundacionales del

campo literario que se produjo durante la época de la Regeneración. Partiremos de la

recopilación de las teorías filosóficas que sirvieron de fundamento en la construcción del

pensamiento regenerador. Para ello, como base teórica recurrimos a los conceptos expuestos por

el sociólogo, Pierre Bourdieu, con la introducción de términos como el habitus, la ilusio y el

2 Entendemos Canón literario como el resultado de la normatividad (Doxa) impuesta por una élite dominante.

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poder simbólico, la doxa y la heterodoxia. En este sentido se describirán las influencias que

conformaron el campo estético, político y hegemónico durante la Regeneración, el mismo que se

reflejó directamente en la concepción de la escritura literaria. Por último, estudiaremos cómo

estos influjos determinaron las dinámicas sociales constitutivas de un campo literario en

Colombia durante la Regeneración.

En el segundo capítulo, se aplicarán las categorías filosóficas planteadas en el primero

para enmarcar el debate que se suscitó alrededor de la novela como género literario. Aquí se

analizarán las posiciones que tomaron los regeneradores, en cabeza de Miguel Antonio Caro,

para promover el cultivo de la poesía y atacar el género más desautorizado durante esta época.

En contraposición, se analizará el discurso contestatario a las propuestas estéticas planteadas por

el proyecto regenerador.

Finalmente, en el tercer capítulo vamos a examinar la influencia de los discursos literarios

de los regeneradores y sus opositores dentro de tres espacios: el primero, el académico,

representado por las historias literarias, en donde se estudiará la evolución de las dinámicas del

campo y su influencia en el canon literario. El segundo, la producción creativa de la época, en

donde se compararán dos novelas que ejemplifican la doxa y la heterodoxia: Amores y Leyes, de

José Manuel Marroquín y Tierra Virgen, de Eduardo Zuleta. Como ya lo mencionamos antes, las

obras escogidas serán analizadas a partir de dos conceptos teóricos: el campo, de Pierre

Bouerdieu y el cronotopo, de Mijaíl Bajtín. El tercero, está dedicado a la exposición de la

ortodoxia en la prensa del siglo XIX y mediados del siglo XX.

Para llevar a cabo este trabajo, se recopilaron los principales textos del ilustrado español

Gaspar Melchor de Jovellanos, en los que se refleja la concepción de escritura a partir de una

función didáctica, que posteriormente sería acogida por los regeneradores y aplicada al espacio

literario para fundamentar las bases de su proyecto de nación conservadora. Así mismo, con base

en esta bibliografía, se estudiaron los fundamentos conceptuales que utilizaron los letrados

pertenecientes a la Regeneración, en la construcción de sus discursos contra el género de la

novela. También se seleccionaron algunos documentos de la obra de Miguel Antonio Caro, una

de las figuras más representativas del proyecto regenerador, y detractor de la novela.

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Igualmente, se hizo un reconocimiento del debate dentro de la prensa y revistas literarias

del siglo XIX y mediados del XX. El surgimiento de diarios o revistas de corte netamente

literario obedeció a la necesidad de romper la dependencia entre el arte y la política, el deseo dar

voz a aquellos que no estaban de acuerdo con las propuestas artísticas de los regeneradores. Las

referencias como ―algunos opinan‖, ―otros escriben‖ se generalizaron en las reseñas literarias

que se transmitían en las revistas nacionales. Otras pugnas eran más directas y señalaban con

nombres propios las posiciones que consideraban equivocadas sobre el asunto poético, estas

posiciones trascendieron al punto de generar repudio social o la excomunión de los escritores

considerados ―herejes‖.

Dentro de este corpus, la selección de las novelas obedeció a la importancia de sus

autores dentro del mundo político y literario. José Manuel Marroquín fue uno de los participantes

de la Regeneración reconocido por su amor ferviente hacia la filología y la aplicación de los

principios morales a la vida diaria. Este hombre pasó a ser recordado en la historia por la pérdida

del canal Panamá durante su Presidencia (1900-1904); aunque resultó un hecho bastante

―deshonroso‖ para los hombres letrados de la época, lo cierto es que Marroquín es uno de los

regeneradores más importantes, representantes de las propuestas estéticas de este proyecto

conservador.

Por su parte, Eduardo Zuleta, médico de profesión y escritor de espíritu, fue rector de la

Universidad de Antioquia y de la Escuela de Minas de Medellín. Hizo carrera diplomática,

ejerciendo cargos como diputado de la Asamblea de Antioquia y fue representante a la Cámara.

También fue miembro de las academias de Historia y de la Lengua. Su vida literaria fue bastante

activa, escribió en varias revistas literarias, entre ellas El montañés y la Miscelánea de Medellín.

Sus escritos están llenos de críticas sociales contra la situación política, económica y literaria del

país. Se ha especulado también sobre el posible seudónimo ―Julio Torres‖ que utilizaría Zuleta

para atacar a los literatos de la época.

Nuestra intención fue analizar las dinámicas de los procesos estéticos, acompasados con

los sociales, pensar en la novela como un género en donde se llevó a cabo una disputa que

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reflejaba la ideología política de los hombres de letras durante la Regeneración. El resultado nos

permitió concluir cómo las dinámicas del campo construido entre 1880 a 1898, configuraron una

concepción literaria fundamentada en una función didáctica, que permitió que la literatura

adquiriera la categoría de poder simbólico. Así mismo, pudimos evidenciar el comportamiento

del campo a partir de varios frentes que demostraron la participación de agentes dominantes y

dominados, acompañada también de otros integrantes, como lo es, por ejemplo, la prensa.

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CAPITULO I

La Regeneración: Estructuras fundacionales del campo

La dinámica del capital ideológico y simbólico que se produjo durante la Regeneración

(1880-1898), período histórico de Colombia, se constituyó por una élite de letrados, amantes de

la filología, discípulos del pensamiento ilustrado y el Tradicionalismo Francés, principalmente.

Es por ello que este primer capítulo tiene la intención, siguiendo la propuesta del sociólogo

Pierre Bourdieu (1930-2002), de analizar las relaciones sociales que permitieron la emergencia

del campo literario que surgió en Colombia entre 1880-1898.

Esta exposición está dividida en tres partes; en la primera describiremos la concepción

del campo a partir de las teorías de Pierre Bourdieu, e introduciremos conceptos como el habitus,

la ilusio y el poder simbólico. En la segunda, haremos referencia a las dinámicas de la

conformación del campo literario que se produjo en Colombia entre 1880 y 1898, para ello

describiremos las influencias que conformaron ese campo estético, político y hegemónico, el

mismo que se reflejó directamente en la concepción de la escritura literaria. Finalmente, en el

tercer apartado, estudiaremos cómo estos influjos determinaron las dinámicas sociales

constitutivas de un campo literario en Colombia durante la Regeneración.

1. 1. Génesis del campo

La literatura, el arte, la lengua y la religión, como Pierre Bourdieu lo expone, son poderes

o capitales simbólicos, instrumentos de conocimiento y de comunicación: «El poder simbólico es

un poder de construcción de la realidad que tiende a establecer un orden gnoseológico: el sentido

inmediato del mundo (y, en particular, del mundo social)» (Bourdieu, 2000, p. 2) Visto de este

modo, la literatura juega un papel importante en las dinámicas que pueden presentarse dentro de

la sociedad, teniendo en cuenta que desde la producción literaria se pueden determinar

estructuras sociales.

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El capital simbólico se enmarca dentro de lo que Bourdieu bautizó como campo, éste

puede definirse como un espacio invisible compuesto por reglas que guían las relaciones de sus

participantes.

(…) es una red de relaciones objetivas entre posiciones objetivamente definidas –en su

existencia y en las determinaciones que ellas imponen a sus ocupantes– por su situación (situs)

actual y potencial en la estructura de las distribuciones de las especies de capital (o de poder)

cuya posición impone la obtención de beneficios específicos puestos en juego en el campo y, a

la vez, por su relación objetiva con las otras posiciones. (Bourdieu, 1995, p. 350)

Dentro de este espacio imaginario, se traba un juego entre sus partícipes, en donde la

meta será la adquisición de una posición de poder que permita la sumisión de los demás

contendores. Para ello, los jugadores tienen a su disposición una serie de recursos, como lo son,

por ejemplo, los bienes simbólicos. La obra de arte como capital simbólico se erige en una

herramienta de dominación en la medida en que cumpla con los lineamientos que ha establecido

el campo, la producción literaria que se oponga a esos preceptos será excluida. Esta dinámica o

juego que se traba entre los agentes dominantes y dominados, permite a los primeros controlar la

entrada y la salida del campo a través de reglas específicas, mientras que sus opositores tan solo

permanecen al margen.

El bien simbólico, a diferencia del capital económico, ejerce una fuerza intangible dentro

del campo, que a pesar de no poder ser percibida físicamente por los partícipes del juego, es

determinante al momento de establecer sus reglas:

El capital simbólico es una propiedad cualquiera, fuerza física, valor guerrero, que, percibida

por unos agentes sociales dotados de las categorías de percepción y de valoración que permiten

percibirla, conocerla y reconocerla, se vuelve simbólicamente eficiente, como una verdadera

fuerza mágica: una propiedad que, porque responde a unas ―expectativas colectivas‖,

socialmente constituidas, a unas creencias, ejerce una especie de acción a distancia, sin

contacto físico (Bourdieu, 1995, p. 171-172)

En este status quo, tanto dominantes como dominados asumen actitudes diferentes

en relación con las dinámicas que se desarrollan en el campo, un modo de ser que los

identifica y los ubica dentro de este espacio, y que Bourdieu llama habitus:

El habitus cumple una función que, en otra filosofía, se confía a la conciencia trascendente: es

un cuerpo socializado, un cuerpo estructurado, un cuerpo que se ha incorporado a las

estructuras inmanentes de un mundo o de un sector particular de este mundo, de un campo, y

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que estructura la percepción de este mundo y también la acción en este mundo (Bourdieu,

1995, p. 350)

Ahora bien, para procurar su permanencia en el tiempo, el campo depende de una ilusión

o illusio, consistente en una creencia o espejismo de estar en el juego, muchas veces, sin estarlo,

y jugarlo conforme a sus reglas. Los jugadores hacen apuestas en ese juego, es decir, invierten en

él para lograr una posición de dominio dentro del campo. La illusio influye sobre las perspectivas

y las acciones de los agentes:

Cada campo produce su forma específica de illusio, en el sentido de inversión en el juego que

saca los agentes de su indiferencia y los inclina y los dispone a efectuar las distinciones

pertinentes desde el punto de vista de la lógica del campo, a distinguir lo que es importante (lo

que me importa, interesa, por oposición a lo que me da igual, in-dife-rente) (Bourdieu, 1995, p.

400)

Como todo juego, existen ganadores y perdedores, el triunfo lo obtendrán aquellos que

tengan las ―habilidades‖ para competir en la contienda, ciertas características que les permiten

ser vencedores, lo cual será fundamental al momento de dictar un canon literario, es por ello que

esta génesis de la que habla Bourdieu, es importante dentro del presente estudio.

En nuestro caso, el campo en cuestión es el que se produjo en Colombia durante el

período conocido como La Regeneración (1880-1898). En este campo se posicionaron como

agentes dominantes los letrados conservadores, hombres que pertenecieron a una élite

caracterizada por su formación filológica e interés por el estudio de las letras. Esto resultó en una

estrecha relación entre el proyecto fundacional de nación conservadora y la proposición de un

canon literario en función de la construcción de esa nación conservadora bajo el lema: ―Una

nación, una raza, un Dios‖3 que funciona como illusio, y a la vez, como doxa.

El habitus fue conformado a partir de la situación política, social, económica y cultural en

la que se encontraba Colombia. Los regeneradores afirmaban que la situación de decadencia que

vivía el país radicaba en la adopción de constituciones de corte federal que estructuraban al

Estado a partir de instituciones protestantes, ajenas a un pueblo mayoritariamente católico. Estas

3 La idea de la regeneración y la acuñación de la palabra tienen su origen en las letras plasmadas por Rafael Núñez

en un documento de defensa sobre la desamortización de bienes de la Iglesia. Dicho discurso fue pronunciado por

Núñez cuando este fue Ministro del Tesoro durante el gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera, y es considerado

como el texto fundacional de la Regeneración.

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constituciones, en especial la de Rionegro (1863), promovían –según los regeneradores– una

violencia a la historia propia y un atentado contra la identidad nacional.4 Por esta razón, y como

lo habíamos enunciado anteriormente, describiremos a continuación las influencias que

conformaron la génesis del campo y sustentaron el habitus para determinar las dinámicas de la

literatura durante la Regeneración.

1.2. Tradicionalismo e ilustración española: principios estructurales de la regeneración

Junto a Rafael Núñez Moledo (1825-1894), entre los hombres letrados más destacados

dentro del movimiento de la Regeneración estaban Miguel Antonio Caro (1843-1909), José

María Samper Agudelo (1828-1888) y Carlos Holguín Mallarino (1832-1894), entre otros.5

Todos ellos compartieron una formación de corte religioso en el Seminario Mayor de San

Bartolomé, donde conocieron los nombres de Gaspar Melchor de Jovellanos (1744 - 1811)6,

Jaime Balmes (1810 - 1848)7 y Benito Jerónimo Feijoo (1676 - 1764)

8, tres pensadores de la

Ilustración Española cuyas ideas fueron uno de los influjos principales en la construcción del

proyecto de la Regeneración. Desde el siglo XVII, ya era Jovellanos un autor común en las

bibliotecas de los ilustrados, y sus planteamientos sobre la educación fueron los que mayor eco

tuvieron en la construcción del pensamiento conservador de la época, y por ende en los cimientos

del proyecto regenerador.

4 La constitución de Rionegro permitió la existencia de Estados independientes, autónomamente administrativos,

consagró todas las libertades en absoluto, como la libertad de locomoción de palabra y prensa, de cultos, entre otras.

Caro escribirá sobre esta constitución: ―Acaso no ha habido una nación más sistemáticamente anarquizada que

Colombia bajo el régimen de la Constitución de Rionegro. Aquel código impío y absurdo, después de negar la

suprema autoridad divina, pulverizó la soberanía nacional, creando tres soberanos absolutos, la nación, la provincia,

el individuo. De aquí nacieron las disensiones civiles, y aquel estado social, más deplorable que la tiranía y la

revolución material, en que los signos de la legitimidad se borran, y se pierde el respeto a la autoridad por los

mismos que en principio la proclaman y en hecho no aciertan a descubrirla.‖ (Caro, Miguel Antonio. ―Los

fundamentos constitucionales y jurídicos del Estado‖. En: Antología del pensamiento político colombiano. Bogotá:

Banco de la República, 1970. pp. 155-156.) 5 Entre otros nombres que figuran dentro del proyecto de La Regeneración se encuentran: José María Campo

Serrano (1832-1915), Eliseo Payán (1886-1887), Carlos Holguín (1888-92) y Manuel Antonio Sanclemente (1898-

1900). 6 Gaspar Melchor de Jovellanos perteneció al movimiento de la Ilustración española, participó en política y llegó a

ejercer varios cargos públicos, fue reconocido por su interés en temas pedagógicos. 7 Jaime Balmes perteneció al movimiento de la Ilustración española, teólogo, discípulo de la ideas de Santo Tomás

de Aquino, defendió los principios católicos. 8 Benito Jerónimo Feijoo perteneció al movimiento de la Ilustración española, miembro de la orden benedictina.

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Jovellanos veía en la educación el recurso principal de la prosperidad de toda sociedad,

que no se limitaba al progreso material sino a la evolución espiritual, a un perfeccionamiento

moral:

Para Jovellanos, la virtud y el valor deben contarse entre los elementos más destacados de la

prosperidad social. El medio privilegiado para alcanzarlos será también aquí la instrucción,

pues la ignorancia es el origen de todos los males que corrompen la sociedad. La ignorancia

moral, sin embargo, es pésima, porque no expresa un defecto del entendimiento, sino del

corazón. (Carrillo, 1999, p.5)

Para alcanzar este estado, la herramienta más adecuada era la instrucción, que «es no solo

la primera, sino también la más general fuente de la prosperidad de los pueblos» (Jovellanos,

1847, p. 222). La idea de progresión distinta a la ética, sería fuertemente atacada por letrados

como Caro, para quienes la búsqueda de lo nuevo, las ideas extrañas y ajenas a la tradición,

como el utilitarismo, no constituían un avance sino un retraso de la sociedad. Según los

conservadores, la adopción de los planteamientos utilitaristas dentro de las políticas educativas

lesionaba moral y materialmente al país, haciendo necesario, como medida de combate que la

educación fuera controlada por el Estado a través de la Iglesia. Así, una de las políticas

principales de la Regeneración consistió en propender por el fortalecimiento del papel de la

religión como cimiento de la sociedad. Esta visión católica fue rescatada por los regeneradores

del Tradicionalismo que «fue un movimiento filosófico propugnado por católicos, ejemplares

algunos, que más que nadie estaban obligados a respetar lo que de más oficialmente aceptado

tiene la especulación católica» (Valderrama, 1961, p. 47)

El catolicismo había perdido autoridad en Colombia con la llegada del Utilitarismo de

Jeremy Bentham (1748-1832). Caro, uno de los principales detractores de las teorías del

fundador de esta corriente filosófica, consideraba que la divulgación del pensamiento utilitarista

era, como lo explica Santiago Gómez Castro (2010), «una infiltración foránea y dañina, que

corrompe las mentes de la juventud y les impide alimentarse de la savia vitalicia transmitida por

su propia cultura hispano-católica» Las ideas de Bentham llegaron a este país por primera vez

con Francisco de Paula Santander, y fueron adoptadas como modelo dentro de los planes

educativos, lo cual para Caro, constituyó la principal causa de deformación moral de los jóvenes

colombianos: «Bentham fue en su tiempo lo que en el suyo Epicuro, y la reaparición de aquél

puede compararse a la de este en Colombia; signo seguro de la decadencia moral e intelectual»

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(Caro, 1962, p. 41).9 Era claro, entonces, que para los letrados conservadores, Colombia se

encontraba en una situación decadente como consecuencia de los conceptos de Bentham,

situación que inclusive algunos historiadores relatan así:

La miseria material y moral de la clase obrera, la disolución de los lazos familiares, la

delincuencia, la prostitución, la impiedad, el suicidio, el socialismo (…)‖ daban pie al

cuestionamiento del modelo educativo laico, y a nuevas propuestas para políticas educativas,

donde la iglesia sería la principal rectora de la instrucción. (Martínez, 2001, p. 453)

Para conjurar esta crisis, sería necesario, acudir a los planteamientos de Jovellanos sobre

una educación de carácter eminentemente religioso y moral. Es por ello que, teniendo en cuenta

el contexto católico de Jovellanos, los letrados conservadores adoptaron sus teorías como

herramienta principal para reconstruir el modelo educativo que tanto ―laceraba‖ a la nación

colombiana. Regeneradores como Caro, acogieron de manera íntegra la propuesta pedagógica de

Jovellanos. Para este autor, el hombre es educable porque es un ser racional por excelencia: ―Es

cierto, así lo reconoce el mismo Jovellanos, que existe una relación íntima entre educación y

razón, de tal modo que puede afirmarse que el hombre es el único ser educable por el hecho

mismo de ser el único dotado de razón y que por la tanto, educar al hombre no es otra cosa que

ilustrar su razón‖ (Flechas, 1990, p. 106) Con esta premisa, Jovellanos abandona el imaginario

de la razón divina planteado por los escolásticos, para afirmar que el hombre que es educado en

la facultad de razonar, es un hombre capaz de conocer a Dios y cumplir con su voluntad.

Caro, al igual que Jovellanos, ve en el hombre un ser racional por antonomasia. Este

letrado parte de la teoría de las ideas innatas, propuesta por el Tradicionalismo, que expone que

Dios ha dotado al hombre de ideas preexistentes; la razón es el instrumento para su

conocimiento: ―Y la razón ilustrada sobrenaturalmente confirma estas enseñanzas cuando nos

manda a buscar la justicia antes que los bienes temporales y obedecer a Dios antes que a los

hombres‖ (Caro, 1962, p. 55) Existen, entonces, dos tipos de ideas, las innatas y las resultantes

de la experiencia, las primeras son las más importantes porque han sido otorgadas al hombre por

Dios:

9 Jeremy Bentham, filósofo inglés, fundó el movimiento del Utilitarismo, ideología que se fundamenta en la premisa

de que todo lo bueno es lo útil. Sus ideas generaron uno de los mayores debates de la época.

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Ahora bien: como todos los fenómenos intelectuales son conocidos bajo el nombre genérico de

ideas, y como estas predisposiciones nuestras intelectuales, que no representaciones, supuesto

que nada individual, nada adventicio, nada percibido reproducen, son naturales en el

entendimiento, no es de extrañar que se las reconozca bajo el nombre de ideas innatas. (Caro,

1962, p. 38)

Caro explicará que la razón se divide en dos estamentos, la razón sobrenatural y la

natural, ambas facultades asignadas exclusivamente al hombre: « (…) hay que reconocer que hay

un doble orden racional, superior el uno, inferior el otro, con criterios y métodos de percepción y

demostración peculiares» (Caro, 1962, p 45) El estamento racional superior presupone la idea

innata de Dios, y es por ello que a través de este tipo de razonamiento se conoce al Creador. En

este punto, es importante tener en cuenta que el conocimiento de la verdad y lo divino solo es

posible por intermedio de la fe y el lenguaje, pues tal como lo expone el Tradicionalismo, «las

fuentes primeras y únicas del conocimiento son la revelación, la tradición y el lenguaje».

(Valderrama, 1961; p. 330). En este aspecto, Caro sigue los planteamientos de Jovellanos

mencionados con anterioridad:

La moral tiene sin duda su fuente en la razón. Ella contiene, por decirlo así, los acuerdos de la

razón universal de todos los pueblos cultos. Los ignorantes y los sabios, los filósofos y los

políticos, los han reconocido igualmente, y este común acuerdo prueba el origen de la moral:

está en aquella razón divina con que el Criador alumbró la razón humana. (Jovellanos, 1847,

p.369)

En su artículo titulado ―Estudio sobre el utilitarismo‖ (1869), Caro complementará su teoría

afirmando que la razón humana debe llegar a la razón divina y cooperar con ella: «Prescíndase

de la razón humana como cooperadora de la razón divina, y en vano se buscará quién establezca

el orden en las sociedades humanas. No acierta a establecerlo el despotismo, ni la libertad, ni el

acaso. Es necesario apelar a la razón humana intérprete de la divina, es decir, a la religión».

(Caro, 1962, p. 47). Así pues, la razón por sí misma no se opone a la revelación divina, que es la

dadora de la verdad, con mediación de la fe. Para Caro, por ejemplo, como lo expone Carlos

Valderrama (1961): «la fe natural es la base de la verdad de la gran mayoría. El género humano

en su más amplia proporción se encuentra ante síntesis logradas ya por la ciencia. No tiene más

que acatar con su fe natural estas verdades transmitidas por la enseñanza y la tradición» (p. 340)

En este sentido, al ser la razón humana colaboradora de la razón sobrenatural, sólo a

través de esta es posible el conocimiento de la norma divina, que es la correcta, la verdadera y la

Page 19: Doxa y Heterodoxias en la novela de la regeneración en ...

14

única; sin ella el hombre es incapaz de desarrollarse como sujeto social. Por lo tanto, el papel del

educador debe consistir en fortalecer el razonamiento de sus estudiantes para evitar que ―sus

delirios o extravíos‖ los lleven a ―desconocer las verdades reveladas y aún ciertas verdades

naturales‖. Dentro de esta normativa de carácter divino, se encuentran las reglas morales cuyo

cultivo, por supuesto, constituye la columna vertebral para el funcionamiento de una sociedad

próspera:

Se deben pues enseñar a los jóvenes los principios de la metafísica, esto es, de la naturaleza de

los entes; y como el primero de todos, y el que los abraza y contiene en sí, es el supremo Autor

de cuanto existe, es visto que en esta enseñanza de la metafísica debe entrar la teología natural,

esto es, la enseñanza y demostración de la existencia de Dios con aquellos grandes atributos

que inseparables de ella; esto es, su omnipotencia, su sabiduría y su bondad. (Jovellanos, 1858,

p. 101)

Es indiscutible que para los letrados conservadores, los principios morales eran los

dictados por la religión católica, la cual se restableció como religión oficial del país en la

Constitución Política de 1886: «La religión católica, apostólica, romana, es la de la nación: los

poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada como esencial elemento del orden

social». Las reglas de conducta de otras creencias, junto con la ―falacia‖ utilitarista de ―el placer

es un bien; el dolor, un mal‖ producían un estado de barbarie. Para Caro, por ejemplo, la

civilización se produce cuando se aplica el cristianismo, solo existe un pueblo civilizado en la

medida que sea moralmente noble:

(…) la religión de Colombia, no sólo porque los colombianos la profesan, sino por ser una

religión benemérita de la Patria y elemento histórico de la nacionalidad, y también porque no

puede ser sustituida por otra. La Religión católica fue la que trajo la civilización a nuestro

suelo, educó la raza criolla, y acompañó a nuestro pueblo como maestra y amiga en todos los

tiempos, en próspera y adversa fortuna. Por otra parte, la Religión católica es hoy la única que

tiene fuerza expansiva en el mundo, signo visible de la verdad que encierra, demostrado por la

experiencia y principalmente por la estadística religiosa de los Estados Unidos. Si Colombia

dejase de ser católica, no sería para adoptar otra Religión, sino para caer en la incredulidad,

para volver a la vida salvaje. La Religión católica fue la religión de nuestros padres, es la

nuestra, y será la única posible religión de nuestros hijos (Caro, 1986, p. 433-434)

Hasta aquí vimos el influjo de Jovellanos y de algunos preceptos del Tradicionalismo en

el pensamiento regenerador.

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15

1.3. La lengua: habitus e ilussio del discurso literario de la Regeneración

Tras la independencia de España, América había quedado culturalmente huérfana, sin un

vínculo que unificara a sus habitantes, no obstante algunos americanos veían cualquier

acercamiento a la península como un atentado contra la emancipación política que tanta sangre

les había costado, por ello trataron de romper toda conexión con la nación opresora, inclusive en

el tema cultural. Para Caro, esta percepción de España era totalmente errada: «Una de las causas,

tal vez la más influente, del mal que señalo, es nuestro odio insensato hacia la madre España,

prolongado ya indefinidamente» (Caro, 1955, p. 4) por lo cual se dedicó a enaltecer la labor de la

conquista española en términos de alfabetización y evangelización. Para Caro, la existencia de

múltiples razas, dialectos y creencias amparados por las nuevas constituciones de corte federal

que consignaban libertades absolutas en igualdad de condiciones, alejaban al pueblo de la

tradición.

Unificar al país para evitar su desmembramiento, entonces, constituyó una de las

principales políticas del movimiento regenerador. La fórmula de letrados, como Caro, para

cultivar en el ciudadano colombiano un sentimiento de patriotismo que consolidara al pueblo,

consistió en retomar el valor de la tradición española que nos había heredado la lengua y la

religión:

Religión, lengua, costumbres y tradiciones: nada de esto lo hemos creado; todo esto lo hemos

recibido habiéndonos venido de generación en generación, y de mano en mano, por decirlo así,

desde la época de la Conquista y del propio modo pasará a nuestros hijos y nietos como

precioso depósito y rico patrimonio de razas civilizadas. (Caro, 1955, p. 102)

―¡La lengua es patria!‖, dice Caro en su artículo El uso del lenguaje y sus relaciones (1932), y

explica que la lengua tiene una relevancia especial a la hora de analizar el legado de una

civilización, puesto que «es indubitable que la lengua es a lo menos una segunda patria, una

madre que nunca nos abandona, que nos acompaña en la desgracia y en el destierro,

alimentándonos siempre con sagrados recuerdos, y halagando nuestros oídos con acentos de

inefable dulzura» (Caro, 1955, p. 80) En concordancia con este sentimiento, Cuervo (1939) dirá

que el lenguaje es símbolo de toda patria: «Nada, en nuestro sentir, simboliza tan cumplidamente

a la patria como la lengua (…)» (p.10) Este interés de los letrados conservadores en la lengua,

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16

como lo anota Malcom Deas (1993), residía en «que la lengua permitía la conexión con el

pasado español, lo que definía la clase de república que estos humanistas querían» (p. 47)

La lengua española como la religión católica, para Caro, son elementos de autorreconocimiento

que permiten la identificación del otro, la comunicación de sus ideas y la fundación de proyectos

comunes que beneficien a la colectividad. En palabras de Caro, «a un tiempo de la unidad

religiosa y de la unidad lingüística vive y se alimenta el sentimiento de fraternidad de los pueblos

hispanoamericanos, que si la religión se dividiese en sectas y la lengua en dialectos, no nos

conoceríamos unos a otros» (Caro, 1952, p. 98)

Todas estas características que Caro le atribuyó a lengua, permitieron que ésta, además,

adquiriera una doble función: por un lado, se convirtió en una herramienta para acceder al poder

político, y por otro, sirvió a los agentes dominantes como herramienta de exclusión. En efecto, el

uso correcto de la lengua o el buen hablar y buen pensar expuesto por Jovellanos pasó a ser, en

Colombia, la característica principal de las gentes cultas merecedoras del poder y protectoras del

legado español, signo de la pureza racial. Al respecto, Rufino Cuervo escribe:

Es el bien hablar una de las más claras señales de la gente culta y bien nacida y condición

indispensable de cuantos aspiren á utilizaren pro de sus semejantes, ora sea hablando, ora

escribiendo, los talentos con que la naturaleza los ha favorecido: de ahí el empeño con que se

recomienda el estudio de la gramática (Cuervo, 1955, p.5)

Ahora bien, el contacto de la lengua madre con otros dialectos, inclusive con lenguas

extranjeras, estaba produciendo –según los regeneradores– un fenómeno de vulgarización del

castellano, contra lo cual era necesario adoptar una política de purificación que permitiera el

rescate de la lengua. Como ya lo había proclamado Jovellanos, el arte del buen hablar se

perfecciona a través de la adopción de una buena gramática, que no es otra cosa que «el arte de

hablarla correctamente, esto es conforme al bueno uso, que es el de la gente educada (...) porque

es el más uniforme en las varias provincias y pueblos que hablan una misma lengua, y por lo

tanto el que hace que más fácil y generalmente se entienda lo que se dice...» (Bello, Cuervo,

1946; p.1) Este afán de los regeneradores por purificar la lengua permitió el florecimiento de

tratados y manuales dedicados a la gramática: Diccionario ortográfico (1888); Lecciones

elementales de retórica y poética (1882); Tratado de Ortología y Ortografía Castellana (1887),

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17

de José Manuel Marroquín; Apuntaciones Críticas sobre el Lenguaje Bogotano (1867), y

Diccionario de Galicismos, (1895) de Rufino José Cuervo. Estos textos legitimaron las voces de

los letrados dentro de la sociedad, dándoles reconocimiento como autoridades en el tema, así

como la creación del imaginario sobre la necesidad de poseer competencias filológicas para

gobernar una nación de manera correcta:

La importancia de las competencias gramaticales llegaba al punto que los presidentes civiles de

finales del siglo XIX, como Miguel Antonio Caro y José Manuel Marroquín,

significativamente fundadores de la Academia de la Lengua, comenzaron su trayectoria pública

en las letras: descollando Caro como traductor de Virgilio, y Marroquín como redactor de un

popular manual de ortografía del español. (Gordillo, 2003, p.2)

Es así como, por ejemplo, Caro recordará las lecciones que le impartió el Quijote a

Sancho cuando este iba a asumir el cargo de Gobernante de la isla en Barataria:

Quién de vosotros no recuerda la severidad y dureza con el que el héroe manchego corregía el

hablar revesado de Sancho, motejándole de ―prevaricador de lenguaje (…) Con saludables

consejos previno el mismísimo don Quijote a Sancho, para el buen desempeño de la

gobernación de la ínsula, y fue uno de ellos que hable con decoro, por lo cual le amonesta que

en vez de cierto vocablos soeces se valga de oros no comunes, de institución latina‖ (Caro,

1955, p. 45)

La disciplina y precisión que debía implantarse en los modelos educativos, había sido

heredada de Jovellanos, quien, por ejemplo, diseñó un plan de estudios para la formación de

ciudadanos modelos, que se basaba en el desarrollo de las facultades físicas y literarias. Su

Tratado teórico práctico de la enseñanza (1847), por ejemplo, tiene como finalidad primordial

brindar a los estudiantes un manual que suponga ―una perfecta inteligencia del arte de leer y

escribir, esto es, de las primeras letras.‖ (Jovellanos, 1847, p. 270) Dentro de sus estudios, el

joven recibiría clases de retórica para el desarrollo de su elocuencia; poética para el ejercicio de

la composición; lenguas para el acceso a diferentes doctrinas en las ramas del conocimiento;

lógica para el fomento de la capacidad de interrelacionar ideas correctamente; ética para el

cultivo del espíritu, y finalmente lecciones de gramática, una de las materias más trascendentales

a la cual Jovellanos dedicó gran parte de sus escritos.10

Para este autor, el conocimiento de la

10 Algunas de las obras de Jovellanos dedicadas al estudio de la enseñanza del lenguaje y que influyeron en el campo

colombiano: Curso de Humanidades Castellanas, Discurso sobre la necesidad del estudio de la lengua para

comprender el espíritu de la legislación, Tratado del análisis del discurso, Curso de humanidades castellanas,

Rudimentos de gramática francesa, Rudimentos de gramática inglesa.

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18

sintaxis es fundamental para la construcción de un ciudadano que sea capaz de articular de

manera ordenada sus ideas y discursos:

A esto se dirige el estudio de la gramática, y esto es lo que más se recomienda; hablar con

facilidad una lengua es lo que todos aprenden por uso e imitación; hablarla con pureza y

propiedad, expresar con claridad y exactitud sus ideas, solo es dado a aquellas que por medio

de la observación y el análisis han penetrado su índole y artificio. Si pues, este talento no solo

es necesario para comunicar sus pensamientos, sino también formarlos y ordenarlos

rectamente, ¡cómo se podrá decir bien educado el que no lo alcanzaré? (Jovellanos, 1847, p.

90)

Ya Balmes había destacado con anterioridad la importancia de incluir la gramática dentro

de cualquier plan de estudios al escribir que:

La utilidad de la gramática general es mayor de lo que comúnmente se cree, á juzgar por el breve

espacio que se le asigna en la enseñanza. Estudiar el lenguaje es estudiar el pensamiento; el

adelanto en un ramo es un adelanto en el otro: así lo trae consigo la íntima relación de la idea con

la palabra (Balmes, 1926, p. 242)

Caro, al igual que Jovellanos, dedicará gran parte de su vida al estudio lingüístico, que

comenzó, como lo anota Diana Guzmán (2008), con su libro Un rebusco gramatical (1860). Así,

detrás de esta obra vendrían Plural de los apellidos (s.f); Tratado del participio; Fundación de la

Real Academia (1874); Americanismo en el Lenguaje (1864); Del uso en sus relaciones con el

lenguaje (1881); la edición anotada de la Ortología y métrica, de Andrés Bello (1962); Los

Provincialismos, de García Icazbalceta; Voces nuevas de la lengua castellana, de Baldomero

Rivodó (1889). Dichos escritos, como lo explica esta autora, «están dedicados a la normativa del

castellano como instrumento civilizador e identitario y a los estudios latinistas», (Guzmán, 2008,

p.12) pero no cabe duda de que la preocupación de Caro se centrara en el establecimiento de

reglas que permitieran la edificación del arte del buen hablar. En sus estudios sobre gramática,

por ejemplo, afirma que la existencia del lenguaje está sometida a la proposición.

La finalidad del lenguaje es la de reflejar la relación armónica que existe entre el orden

divino y el humano: «Para Caro, el funcionamiento de la proposición es el reflejo de las

operaciones intelectuales y refleja el juicio, el entendimiento y, en consecuencia, el orden

armónico.» (Guzmán, 2008; p. 5). Ese orden se encuentra en la proposición, que para Caro es

requisito fundamental en la estructura del funcionamiento del lenguaje. Él explica que las

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palabras, como vocablos separados, pueden ser asimiladas inclusive por los animales, que por

naturaleza carecen de razón. Así, cuando se le dice al animal ―Ven‖ y éste obedece, no significa

que comprenda el habla o la composición de las palabras en la frase:

…para fijar claramente las notas suprasensibles de la palabra, podemos partir de este hecho: por

más que el animal estime las voces, y de aquí equivocadamente pueda presumirse que entiende las

palabras, lo que no deja duda es que él no entiende la combinación de las palabras: el animal no

comprende la proposición. La sintaxis es lo que caracteriza el lenguaje, y el estudio de la sintaxis

se resume en el estudio de la proposición. (Caro, 1962, p 589)

El animal y el hombre pueden captar los sonidos, pero el animal, en palabras de Caro,

estima el sonido en su sentido material, mientras que el hombre lo estima material y

espiritualmente. El ser humano siente y expresa lo que siente (sentido material), pero además

lleva a cabo un proceso mental adicional que es el de interpretar el mundo que lo rodea (sentido

espiritual). La proposición es un acto del entendimiento, como lo es la capacidad de

interpretación, ambos han sido dados por Dios:

Toda interpretación supone leyes de interpretación, juez que interpreta, y materia que ha de

interpretarse. La materia son los datos de la sensibilidad; juez, el entendimiento. Estas leyes, estos

principios son los mismos que unos llaman formas de la razón y otros ideas trascendentales. Son

la luz que tiene todo hombre que viene a este mundo: luz sobrenatural, participación de la divina

luz. (Caro, 1962, p 592)

El estudio de la proposición, su estructura y las reglas que rigen su funcionamiento son

los elementos primordiales dentro del estudio de cualquier gramática. Para Caro, el estudiante

deberá dedicarse juiciosamente a entender y aprender las normas que rigen el uso correcto del

habla. En este sentido, este letrado se preocupó por crear una institución que dictara la

normatividad lingüística, y en 1872 participó como uno de los principales precursores en la

creación de la Academia de la Lengua Española, cuyo papel en este contexto será:

El de ayudar a la Academia madre en esta tarea provechosa, cooperando con sus hermanas,

fundadas ya o por fundar, a que conserve su hermosa unidad, la lengua española en ambos

continentes. Propónese, por tanto nuestra academia estudiar el establecimiento y las vicisitudes

del idioma en la nación colombiana, y honrar la memoria de los varones insignes que en ella lo

cultivaron con decoro en épocas pasadas, ya fuesen venidos de la península, ya nacidos en el país,

redimiendo a un ingrato olvido las noticias concernientes a sus vidas, que sea dable adquirir, no

menos que sus principales obras. Hasta donde alcancen sus facultades, ella desea ilustrar la

historia de la literatura patria, y cooperar a la formación de la biblioteca completa de nuestros

escritores ilustres. (Caro, 1952, p.52)

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20

Las academias jugaron una función muy importante en la preservación de la pureza de la

lengua y la conservación del legado español. Una institución oficial con una doble función: por

un lado, estaría encargada de dictar los cánones lingüísticos que debían seguirse para el uso

correcto del idioma, y por otro, debía evitar la vulgarización del habla. La decadencia del idioma

era atribuida por los letrados conservadores a la presencia extranjera que introducía

modificaciones que violentaban la pureza de la lengua.

En el origen de la lengua está en Dios. La tarea de hacer etimologías y definiciones es "de

moral interés, de mérito científico y de literaria erudición y tino." Y son de moral interés

"porque las lenguas son cuerpos vivientes que respiran las ideas con que se connaturalizan. De

aquí lo sagrada que es el habla humana. (Caro, 1952, p.60)

Es importante tener en cuenta que, para Caro, guardasalvar la lengua es casi una tarea

celestial dado el carácter divino de la palabra. Caro, en sus escritos, distingue entre la palabra

divina y la palabra como don divino. La primera contiene la tradición inmutable, universal y

eterna, mientras que la segunda permite la evolución intelectual y moral del hombre, esto es el

leguaje articulado:

Además de textos que enseñaran a los estudiantes el uso de las reglas gramaticales,

muchos letrados, afirmaban que para la adquisición del arte del buen hablar, era también

necesario el estudio del idioma en los clásicos españoles. José Manuel Marroquín Ricaurte

(1827-1908) escribirá: «Los que no han de dedicarse a tales estudios y aspiren a hablar y escribir

correctamente, mejor que en estudiar el análisis filosófico del lenguaje, emplearán su tiempo en

leer y releer los autores españoles que pueden servir de tradición en materia de lenguaje.»

(Marroquín, 1929; Pg 95) Caro también promoverá la lectura de los clásicos: «Con ella (España)

hemos cortado toda clase de relaciones, no leemos sus escritores clásicos, no respetamos la

autoridad de su Academia, ni aún su ortografía seguimos…¿ qué digo seguimos? No la

conocemos» (Caro, 1955, p. 4)

Estás dinámicas del campo determinaron que las competencias filológicas se convirtieran,

finalmente, en un medio de exclusión. Malcom Deas en su libro Del poder y la gramática y otros

ensayos sobre la historia política y literatura colombianas (1993), para ejemplificar cómo dichas

aptitudes actuaban como agente de exclusión, cuenta cómo Rafael Uribe Uribe tomó clases de

latín para poder participar en los debates que se llevaban a cabo dentro del congreso de

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21

Colombia, en donde letrados como Caro, recurrían a latín en sus discursos de defensa de

proyectos de leyes. Sin duda, estas competencias permitían a los agentes dominantes determinar

quién estaba dentro de juego, lo cual era bastante fácil ya que el dominio de la palabra y de los

idiomas no lo tenían todos:

El hecho de que solo unos pocos tengan acceso a las disquisiciones gramaticales opera

eficazmente como instrumento de exclusión. La erudición que despliega en todo momento, y

que suele distraer del curso de las argumentaciones, confunde y a la vez avala. Difícil

enfrentarse a tanto conocimiento de los clásicos latinos, de los gramáticos contemporáneos, a

tanta regla y norma, a tanta explicación y disquisición. (Uribe, 1997, s.p)

En efecto, fue el dominio filológico el que permitió la permanencia de la hegemonía

conservadora, la continuación del campo: «La gramática, el dominio de las leyes y los misterios

de la lengua, eran componentes muy importantes de la hegemonía conservadora que duró de

1885 hasta 1930 y cuyos efectos persistieron hasta tiempos muy recientes» (Deas, 1993, p. 28)

Ese mismo campo que en su conformación fue exclusivo como lo expone Erna von der Walde

Uribe (1997):

El grupo de los gramáticos es pequeño y cerrado. Apenas supera el número de los académicos

de la lengua. Es propio de la cultura bogotana, aunque no todos sean en sentido estricto de

Bogotá, (Deas 34) y tiene muy poco o nada que ver con las demás culturas de Colombia. La

república humanista que querían era ante todo un proyecto en el orden de las ideas. (Uribe,

1997, s.p)

Como lo anota María Cristina Rojas, en su artículo La economía política de la

civilización, en este proceso de exclusión los principales cargos públicos durante el período de la

Regeneración fueron ocupados por hombres de letras, gramáticos y filólogos, como por ejemplo,

Jorge Isaacs, autor de María, quien fue diputado y presidente de las provincias del Cauca y

Antioquia.

Una de las herramientas de exclusión utilizadas por los letrados conservadores, consistió

en controlar la producción de obras literarias seleccionándolas a partir del estudio de su

redacción e inquisición de sus significados. Así, se comenzaron a dictar normas que ―protegían‖

a la sociedad de ―publicaciones subversivas‖, Rafael Núñez, a través del Decreto No. 151 de

1883, estableció requisitos y sanciones para limitar el derecho de libertad de imprenta, y más

adelante promulgó la Ley 61 de 1888 o Estatuto de Seguridad también conocido como "La ley de

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los Caballos", que autorizaba al Presidente para reprimir delitos y culpas contra el Estado a

través de documentos escritos. Esta ley mereció varios artículos de opinión en los periódicos de

oposición, Fidel Cano en El Espectador habla de la Ley de los Caballos así:

―Es el caso que el Señor Juan de Dios Ulloa, Gobernador del Cauca, avisó al Señor Ministro

de Gobierno, por medio de un telegrama fechado el 7 de mayo de 1888, que en Palmira y

Pradera estaban apareciendo hacia días caballerías mayores degolladas. El Señor Ministro

Olguín puso el caso en conocimiento del Consejo Nacional Legislativo. Este designó a los

honorables delegatorios Roldán y Roa para que estudiasen el punto. La respetable Comisión

opinó que el hecho era gravísimo y trascendental, que indudablemente tenía por causa el odio

de los liberales a la Constitución y que necesitaba como remedio o correctivo nada menos que

un acto de carácter legislativo. Los Honorable delegatarios presentaron el correspondiente

proyecto de la ley sobre autorizaciones del Presidente de la República y el Consejo lo adoptó

con sustanciales enmiendas‖ (s.d.; 1888)

La génesis del campo de la Regeneración que reconstruimos en este capítulo nos permitió

evidenciar cómo el poder simbólico de las letras estuvo conformado por una élite de letrados

conservadores, quienes a partir de las teorías del español ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos

construyeron un discurso político en defensa de su ideología. Desde su posición, los agentes

dominantes lograron que la lengua adquiera un carácter dicotómico que les permitió establecer

las reglas de acceso y exclusión de dicho campo. Todo ello será la base fundamental para

determinar la dinámica del debate que giró alrededor de la novela como género, debate que se

tratará en el capítulo siguiente.

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23

CAPITULO II

El debate en torno a la novela: terreno de discusión ideológico

A partir de las teorías del Ilustrado español Gaspar Melchor de Jovellanos, durante la

Regeneración, la literatura como capital simbólico adquirió una función didáctica y moralizante

que buscaba formar ciudadanos ideales. Esta concepción de la escritura promovió un debate en

torno a la novela como género literario, dado que para algunos letrados de este período histórico,

la novela carecía de los elementos esenciales para poder instruir a la sociedad. De hecho, como

lo anota Raymond Leslie Williams, hasta la aparición de Gabriel García Márquez la novela en

Colombia fue considerada como un género menor:

En Colombia la novela siempre ha sido considerada un género menor. La élite dominante de

hombres letrados ha cultivado históricamente la poesía y el ensayo como géneros ideales.

Hasta la década de 1960 no había, virtualmente, ninguna industria para la producción,

mercadeo y venta de novelas, como sí ha existido en el Occidente industrializado desde el siglo

XIX. (Williams, 1991; p. 41)

El presente capítulo está dedicado al estudio de los discursos pronunciados en torno a ese

debate por la élite de letrados perteneciente a la Regeneración. En este sentido, hemos decidido

dividir esta exposición en cuatro partes; en la primera, describiremos cómo la génesis del campo

construyó un habitus que determinó la finalidad pedagógica de la literatura para el

establecimiento de un canon literario, cuyo fin último debía ser moralizar al pueblo colombiano;

en la segunda, estudiaremos la construcción de la retórica de los regeneradores, en cabeza de

Miguel Antonio Caro, quienes defendieron la poesía como género fundacional de una nación

conservadora, y atacaron la novela por considerar que no cumplía con la función de la literatura;

en la tercera parte, analizaremos la dialéctica argumentativa de la oposición, encabezada por

hombres liberales, principalmente, que disentían en cuanto al papel de la novela dentro de la

edificación de un proyecto nacional. Entre estos hombres, se encuentran por ejemplo, José María

Samper Agudelo (1828-1888) y Salvador Camacho Roldán (1827-1900), quienes patrocinaron el

cultivo de la narrativa porque veían en ese género una fuente de prosperidad cultural.11

En este

último apartado, haremos una breve referencia a Tomás Carrasquilla (1853-1940), quien a pesar

11

José María Samper militó inicialmente en el partido liberal, optando después por las ideas conservadoras. Después

de su viaje a Europa, llegó a la conclusión de que lo ideal para el país era la unificación de ambos planteamientos

políticos.

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24

de no ser miembro activo de la Regeneración, fue uno de los principales detractores de la

concepción literaria que introdujeron los regeneradores. Finalmente, haremos una breve alusión a

los enfrentamientos entre los letrados, publicados en periódicos y revistas, producto de la

polémica sobre la narrativa.

Hasta 1880, hubo una gran proliferación de novelas en Colombia, y a pesar de su

numerosidad, su popularidad fue poca12

. De hecho, en la primera Historia de la literatura en la

Nueva Granada (1867), de José María Vergara Vergara (1831-1872), no se reseña ninguna

novela; sin embargo, hay que tener en cuenta que esta historia literaria comprende un periplo

temporal que va desde 1538 hasta 1810, su autor prometerá una segunda parte en donde se hable

del género de la novela porque considera que es «en la novela donde al fin se alcanza a

vislumbrar una expresión propia, una escuela nacional». (Vergara, 1905; p. 219) En efecto, José

María Vergara Vergara proclamará a la Manuela de Eugenio Díaz como la nueva ―novela

nacional‖, que «De una reunión de hechos históricos pero aislados i (sic) magistralmente unidos

para ponerlos al servicio de una idea, ha hecho la novela» (Vergara, 1858; p. 34). Gustavo Otero

Muñoz, en su Historia de la literatura colombiana (1867), afirmó que María Dolores o la

Historia de mi casamiento (1836), de José Joaquín Ortiz, era la primera novela en Colombia; en

la Evolución de la novela en Colombia (1957), Antonio Curcio Altamar (1920-1953), rebatirá la

posición de Otero al decir que: «María Dolores, más que novela, es el cuento lírico de unos

amores domésticos» (Curcio, 1975; p. 15), y señalará como primer novelista al Señor Juan José

Nieto, mientras que Roberto Cortázar (1884-1969), escribirá: «Con el Doctor Temis se inicia, en

cierto sentido la era de la novela colombiana, y aun cuando no podamos dar a su autor el título de

novelista en el sentido estricto del vocablo, merece especial mención como iniciador de las

novelas de costumbres» (Cortázar, 2003; p 51).

El origen de la novela en Colombia, entonces, no fue pacífico; recientemente, se ha

llegado a un consenso al señalar a El Desierto Prodigioso o prodigio del desierto (1650), de

Pedro de Solís y Valenzuela, como la primera novela escrita en el país, aunque es un debate sin

resolver. Lo cierto es que después de María Dolores o la Historia de mi casamiento y del Doctor

12

Presentamos en el Anexo I, una tentativa de listado de las novelas publicadas en Colombia, durante el período de

la Regeneración. Vale la pena aclarar que muchos de los títulos allí enunciados son cuadros de costumbres, esta

clasificación que elaboramos responde a la definición de novela de la época.

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25

Temis (1851), aparecen: María (1867), de Jorge Isaacs, Ingermina (1844), de Juan José Nieto, y

Manuela (1858), de Eugenio Díaz, entres otras. Algunos autores, como Raymond Williams,

afirman que las novelas publicadas entre 1844 y 1858 son estéticamente menores en relación con

las novelas extranjeras, un punto sin embargo bastante discutible:

En resumen, las novelas publicadas entre los años de Ingermina y Manuela figuran entre las

obras menores del siglo diecinueve colombiano. Suelen revelar un vago concepto del género de

novela por parte de sus respectivos autores aunque éstos sí muestran un conocimiento de la

romántica y costumbrista (Williams, 1989, p 593.)

El panorama durante la Regeneración en relación con la novela no fue muy diferente al

de años precedentes; durante este período la élite de letrados conservadores hizo una apología a

la poesía como género ideal, condenando la producción de novelas en Colombia:

…la verdadera poesía no es obra de la nación, que supo poner en ella la estampa de su propia

índole; eco de sentimientos que tal vez se desvanecen con el desenvolvimiento de la

civilización: rumor vago y melancólico que participa de la religión de lo pasado… (Caro, 1951,

p. 373)

Esto se dio gracias al habitus que se venía formando en relación con la función literaria y

las formas literarias que debían cultivarse para llevar a cabo el lema de la Regeneración, ―Una

nación, una raza, un Dios‖. El habitus, estructura social generada a partir de la percepción del

mundo, determinante de las acciones de los agentes dentro del campo, establecería la doxa de las

novelas: narrativas que tuvieran propósitos educativos en el campo moral, promotoras del

patriotismo, purificadoras de la lengua y vinculantes con el pasado español; todo lo demás sería

excluido del canon literario.13

El habitus en Colombia durante 1880 y 1900 se produjo a partir de la ideología de

Jovellanos, que enseñó a los regeneradores el camino para conseguir su proyecto de nación.

Como vimos en el primer capítulo, la prosperidad para este autor consistía en el desarrollo moral

del ciudadano a través de la educación. La idea de progreso material que había traído consigo la

Ilustración, había sido adoptada por algunos hombres de letras en Colombia a partir de una

visión ecléctica que pretendía vincular la utilidad económica con la social. La edificación moral

de la sociedad es producto de su instrucción, la función didáctica debía implementarse en las

13

Segú Bourdieu, la doxa es la normativa constituida por la primera tradición, admitida de hecho por los agentes del

campo.

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políticas educativas, pero también debía introducirse en la literatura nacional de los pueblos,

contenedora de su idiosincrasia: «Es por lo mismo necesario sustituir a estos dramas otros

capaces de deleitar e instruir, presentando ejemplos y documentos que perfeccionen el espíritu y

el corazón de aquella clase de personas que más frecuentará el teatro.» (Jovellanos, 1935; p. 24)

De este modo, era claro que la literatura tenía la capacidad de modificar la conducta de los

ciudadanos, como lo anota Renán Silva (2005) en La ilustración en el virreinato de la Nueva

Granada, Estudios de la historia social:

Estas modificaciones en las prácticas de la lectura (que entrañarán casi al mismo tiempo entre

los hombres de letras un cambio en las prácticas de la escritura: el inicio moderado de la

descomposición del barroco en el orden de lo escrito y la introducción de los ideales de

simpleza y claridad) resultan acordes con el ideal de la extensión del saber que desearon los

miembros de la nueva elite cultural. (p. 41)

El proyecto regenerador fue más ambicioso aún, y no se limitó a reproducir a la sociedad

colombiana tal como era, sino que se esmeró por construir una literatura purista del hombre en

relación con sus costumbres y su lengua, convirtiendo finalmente sus obras en una normativa

sobre el arte del buen hablar, pensar y actuar. Claro está, las letras concebidas de esta manera no

podían ser escritas por cualquier persona, como tampoco podían ser arbitrarias en cuanto a los

temas y sus formas. En efecto, como Caro lo planteaba, la lengua es la receptora del orden

divino al que debe aspirar el hombre, expresada a través de obras que sean capaces de contener

ese ordenamiento, y a su vez, que sean aptas para la instrucción de los principios de la fe

cristiana. En este sentido, los regeneradores estaban de acuerdo con el contenido moral y

religioso que debía tener la literatura para educar al pueblo, no obstante disentían en cuanto a los

géneros literarios que debían desarrollarse para llevar a cabo esta tarea. Para letrados como

Caro, la escritura nacional tenía que consistir, principalmente, en poemas exaltantes del espíritu

patriótico de los ciudadanos, mientras que para otros como Samper y Camacho Roldán, la

novela era la forma literaria que mayor futuro tenía en Colombia por su capacidad de reflejar la

realidad cultural: «(…) en este país, decimos, la novela está llamada por los hechos a hacer más

importante papel literario que las obras dramáticas, que los poemas liricos y que la historia

misma.» (Samper, 1971, p. 573).

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27

2.1. Función didáctica y moralizante de la literatura

La literatura educa al ciudadano virtuoso, mientras que las ciencias lo forman como

hombre sabio, esta es la premisa principal del pensamiento regenerador en torno a la escritura.

En una sociedad en formación como lo era la colombiana en la época de la Regeneración, con la

entrada de la Ilustración, las ciencias habían adoptado un papel importante para el desarrollo

económico; no obstante, para los hombres letrados aferrados a las enseñanzas católicas, la

invasión de un pragmatismo podía afectar el crecimiento moral del pueblo. Por ello muchos de

los letrados acogieron las teorías de Jovellanos para equilibrar la ecuación entre conocimiento y

virtud:

Porque ¿qué son las ciencias sin su auxilio? Si las ciencias esclarecen el espíritu, la literatura le

adorna; si aquellas le enriquecen, ésta pule y avalora sus tesoros; las ciencias rectifican el juicio

y le dan exactitud y firmeza; la literatura le da discernimiento y gusto, y le hermosea y

perfecciona" (Jovellanos, 1945, p. 110)

En efecto, «la literatura es el vehículo directo entre la tradición, la moral y la religión, la

lengua es una suerte de conexión racional con la divinidad y el orden inherente de cualquier

actividad humana» (Guzmán, 2009 p. 123). Las ciencias no cultivan en el hombre los principios

morales de la fe cristiana, necesarios para la formación de una sociedad noble, están exentas de

consideraciones sobre la belleza, y de la capacidad de enaltecer el espíritu humano, mientras que

la literatura se presenta como: «(…) el mas (sic) alto oficio de la literatura, á quien fue dado el

arte poderoso de atraer y mover los corazones, de encenderlos, de encantarlos y sujetarlos á (sic)

su imperio» (Jovellanos, 1933; p. 394). Si bien es cierto que el pilar de toda sociedad es la

sabiduría de sus ciudadanos, esta no es suficiente para crear una estructura social bondadosa,

debido a lo cual dentro del sistema social deben existir modelos de conducta; para los letrados

conservadores la literatura era per sé un ejemplo de vida para sus lectores, por lo tanto cada

personaje de las obras debía comportarse conforme a un código moral que pudiera servir de guía

para sus receptores:

En este sentido, la presentación biográfica, tan común en este tipo de publicaciones, no sólo

tenía un función didáctica de enseñar, a través de la vida de los ejemplares, valores que debían

ser replicados por el público lector, sino que evidenciaba una unidad orgánica coherente entre

el accionar del héroe (escritor) y el argumento de la vida colectiva que debía representar.

(Guzmán, 2009, p.126)

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28

Además de atribuirle a la escritura el carácter de código de conducta, los regeneradores

identificaban la literatura con la triada de belleza-verdad-bondad, la cual podía ser conocida

gracias a la razón humana, como lo expone Guzmán, « los principios fundamentales enunciados

por el pensador español (Jovellanos): verdad-bondad y belleza como evidencia de la presencia

divina en una razón perfectible, camino seguro a la virtud cristiana.» (Guzmán, 2009, p.123) Esta

correspondencia entre lo bueno, lo bello y lo verdadero está inmersa dentro de la lengua, pero no

dentro del lenguaje vulgar e imperfecto que utilizan las gentes comunes sino en aquel que ha sido

concebido dentro de las normas gramaticales. Por lo tanto, la obra que posea el arte del buen

hablar, necesariamente va ser merecedora de estas tres características. La literatura busca la

expresión de lo bello, con lo cual «se ama el bien y la verdad, halagando la sensibilidad»

(Marroquín, 1933, p.18). José Manuel Marroquín, en sus Escritos varios, prosa literaria,

explica:

Lo limitado del entendimiento humano no nos hace contemplar la perfección, que es aquello a

que siempre y en todo aspira nuestra naturaleza, por tres aspectos o formas diferentes. De ahí

viene que se nos presenten como separadas las nociones de lo verdadero, lo bueno y lo bello;

pero éstas, que parecen tres cosas, son una sola y una misma cosa (Marroquín; 1933 p. 18)

Ahora bien, para los regeneradores, la belleza puede ser aprehensible por el hombre, y

cuando éste es capaz de reconocer lo bello es cuando conoce también lo verdadero. Este

concepto estético se diferencia de la concepción escolástica, que percibe lo hermoso dentro de un

halo místico que solo puede alcanzarse por gracia divina. Los regeneradores, siguiendo las

teorías de Jovellanos, creían que del mismo modo en que era posible llegar al conocimiento de

Dios a través de la razón, también era viable llegar a conocer lo bello: «Lo bello empezaba a

verse como algo susceptible de ser racionalizado y develado por medio del análisis» (Gordillo,

2000, p. 24).

La belleza vista desde esta perspectiva racionalista implica que su construcción no sea un

asunto que pueda dejarse simplemente al genio del artista; para crear algo bello debe utilizarse

un método que permita disponer de los objetos o de las palabras de una manera organizada, a fin

de conseguir una armonía entre los elementos constituyentes de la obra: «La virtud del artista

radicaba ahora en su capacidad de representar las cosas aproximándolas a su pureza ideal y de

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29

saber componer, de acuerdo a (sic) la regla y proporción que demandaba la belleza, un orden

placentero.» (Gordillo, 2000, p. 25)

Para Jovellanos en particular, la belleza del arte radicaba en su orden racional, los

aspectos morales e instructivos hacían parte de la unidad de la obra; sin embargo, el elemento

estético no podía faltar, dado que aquella composición que carece de belleza será simplemente

una trama bien ejecutada: «Pero el principal objeto de la poesía es agradar y conmover, aunque

secundaria ó indirectamente puede y debe tener la mira de instruir y de corregir» (Jovellanos,

1858, p. 137) En este sentido, la poesía debía evitar la exageración o la fantasía desbordada; así,

para Jovellanos las obras literarias deben obedecer a la sencillez, utilizando el arte del buen

hablar

Casi se puede decir que estos bellos días anochecieron. Los Góngoras, los Vegas, los

Palavicinos, siguiendo el impulso de su sola imaginación, se extraviaron del buen sendero que

habían seguido sus mayores. La novedad, y más que todo, la reputación de estos

corrompedores del buen gusto, arrastró tras de sí á los demás poetas de aquel tiempo, y poco á

poco se fue subrogando, en lugar de la grave, sencilla y majestuosa poesía, una poesía hinchada

y escabrosa llena de artificio y extravagancias (Jovellanos, 1970, p. 65)

La imaginación también fue fuertemente censurada por los regeneradores, causante,

según éstos, de la pérdida de los hombres en el buen camino, por su falta a la verdad era una

característica propia del género novelesco. Paradójicamente, es un autor de novelas el primero en

reconocer la capacidad de engaño de este tipo de obras. Marco Antonio Jaramillo, autor de

Mercedes (1900), dedicada a sus hijas, en el prólogo de su obra hace la siguiente advertencia

sobre este género:

Cuando os he negado el permiso de leer alguna novela, a pesar de que ilustradas personas

mayores os autorizaban para ello, era porque pensaba, como pienso ahora, que esos libros por

inocentes que parecen, engañan a las jóvenes pintándoles una vida que no es la vida real; una

existencia sin tropiezos, o cuando más, con algunos obstáculos que se apartan fácilmente y que

sólo sirven para hacer contraste con la suprema dicha que retratan. Era porque creía, como

ahora creo, que las jóvenes, al estudiar los héroes de las novelas se ven arrastradas a creer que

como ellos son los hombres, y ese suele ser un fatal engaño (Jaramillo, 1954 p. 8)

Hemos visto cómo los parámetros dictados por Jovellanos sobre la función didáctica de la

literatura determinaron el canon literario durante la Regeneración, lo cual influyó fuertemente en

la forma en que las obras de la época fueron escritas, como lo veremos a continuación en la

construcción de los discursos hegemónicos y contra-hegemónicos.

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2.2. Caro y la novela

En Colombia, desde el siglo XIX, se levantaron varias voces en contra de la novela, sus

principales detractores fueron José Eusebio Caro y, luego, Miguel Antonio Caro. Tachaban a este

género de ser contrario a la verdad y a la belleza, asociándolo con el romanticismo, para

finalmente declarar que este tipo de obras podía llegar a ser la fuente principal de decadencia de

cualquier sociedad. La peligrosidad de esta forma literaria radicaba, principalmente, en la ficción

y la imaginación que envolvían las historias contadas. A estos letrados les parecía que «bajo la

influencia nociva de los románticos europeos, la ficción se estaba apoderando de la literatura y

sustituyendo la verdad por la imaginación, disolviendo de esta manera los lazos –para ellos

naturales– que existían entre verdad y belleza» (Jiménez, 2002; p.72). Camacho Roldán, aunque

fue de los letrados que defendió la novela, también consideraba que las obras literarias de este

género, provenientes de Europa, eran una mala influencia para el pueblo colombiano:

No siguió estos ejemplos la novela europea, consagrada hasta hace comparativamente pocos

años, a la narración de las historias ficticias, fantásticas casi siempre, absurdas a veces y

obscenas en no pocas; de suerte que su lectura no era de desear, sino que era peligrosa para la

moral pública, en gran número de ocasiones. Su objeto era puramente el de divertir, distraer el

pensamiento de la vida real, como de un tema enojoso, más bien que ejercitarlo en ideas,

sentimientos y costumbres de existencia común (Camacho, s.f.,p. 71)

José Eusebio Caro repudiada el género narrativo de la novela al punto de afirmar que:

«La literatura de pura ficción tengo para mí que es en su esencia mala (…) Tengo la convicción

profunda de que si se desterrase del mundo toda la novela (…) el género humano haría una

ganancia incalculable» (Caro, 1951, p.461). Para este Caro, como lo será para su hijo, la poesía

era la forma que debía promoverse, contenedora por antonomasia de la verdad, omite cualquier

invento y permite al poeta cantar lo que siente, mientras que el novelista es un simple ―fabricador

de cuentos‖

Eso no sería desterrar la poesía; porque no es la ficción sino la verdad lo que la constituye.

Desterrada la ficción, quedaría la poesía verdadera, la poesía de los sentimientos y de la

historia; quedarían las glorias de la virtud y las armonías de la naturaleza. Esas glorias y

armonías nunca faltarían, ni un corazón que las sintiese, ni una voz que las cantase. La poesía

así quedaría reducida a su elemento esencial, que es la poesía lirica, la oda. (Caro, 1951,

p.461).

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31

Otros autores también expresaron su descontento en relación con esta forma literaria,

algunos consideraban que afectaba especialmente la formación de las mujeres, quienes eran el

principal público de este tipo de obras, «si exceptúan las Viacrucis, Ordinario de la misa i (sic)

demás libros de devoción, las novelas son la lectura favorita de las mujeres granadinas; las

afamadas por sus lances demasiados libres o por sus autores llamados impíos, herejes, son las

únicas que, a no ser a hurtadillas, dejan de ser leídas» (Jaramillo, 1849, p. 6). El efecto nocivo

que podía llegar a tener este género literario en las ―personas muy impresionables‖, como lo eran

las mujeres para los hombres de la época, es relatado por Jaramillo:

¿ Conviene leer novelas?...No hay duda de que las novelas distraen y pulen el gusto y las

costumbres; pero siempre diremos nosotros que en general disipa el ánimo, estraga la

sensibilidad, excita las pasiones, y ejerce malas influencias sobre las personas muy

impresionables, en especial sobre las mujeres (Jaramillo, 1849, p.8)

Para los Caro, la poesía era el género literario que debía cultivarse, la lírica contiene fines

más elevados que cualquier otra forma literaria. Para Miguel Antonio Caro, la mayor expresión

del arte era la poética enaltecedora del espíritu de los hombres. David Jiménez, en su artículo

―Miguel Antonio Caro: Bellas letras y literatura moderna‖, expone cómo para este regenerador la

poesía contiene la verdad, y por ende la poética es bella per se. El elemento esencial del arte es,

para Caro, la verdad ideal, que implica lo bello y lo razonable: «La poesía siempre había sido lo

contrario: lejos de inventar, cantaba y celebraba la verdad. Esta contraposición va a ser una de las

claves para la crítica de la modernidad en la literatura colombiana» (Jiménez, 1994, p.10)

Ahora bien, en este punto es importante aclarar que el concepto de verdad no es

equivalente a lo real. La verdad para Caro está inmersa dentro de la idea innata de este concepto,

que es dada a su vez por Dios. En este sentido, el arte propone siempre una realidad superior a la

de la experiencia, vivencia que está directa o indirectamente relacionada con lo religioso. Es por

ello que el cultivo de la poesía como manifestación de experiencias religiosas y de la verdad, se

expresa mediante el lenguaje metafórico pues su función no es representar la realidad de los

hombres, sino simbolizar el orden divino a través de las revelaciones de la fe:

Los asuntos no son la poesía, pero los asuntos altos y nobles ayudan la poesía; y la costumbre de no

buscar a Dios en el fondo de la cosas, la desviación sistemática de los temas religiosos, la

superficialidad de las ideas, opuesta a la contemplación religiosa, anuncian un ánimo apocado y

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frívolo, destituido de aquella profundidad, sin la cual se pierde y se evapora la literatura. (Caro, 1951,

p.383)

Admirador de la literatura española, en defensa de su discurso contra la prosa Caro

llegará a afirmar inclusive que El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de

Cervantes, es un poema, y lo define así argumentado:

Un poema propiamente dicho es un libro que moralmente pertenece a la humanidad;

históricamente, a una nación: literalmente, a un escritor; él ha de ser, además, obra de arte, es

decir, uno por el pensamiento y hermoso de la ejecución. Todo esto es en mi concepto El

Quijote (Caro, 1914, p.302)

Todo este razonamiento explica la aversión que Caro sentía hacia el género de la novela,

como hacia el romanticismo. Las novelas que se producían en la época eran una fiel

reproducción de lo que acontecía, y cuando no era así plasmaban una realidad, deseada o soñada.

La ficción era una amenaza que ponía en peligro la verdad: «Miguel Antonio Caro, por el

contrario avizoraba en este género una puerta de entrada para la fantasía desbordada, la literatura

de mera diversión sin ideas, la derrota definitiva del clasicismo y el triunfo fe la modernidad»

(Jiménez, 1994, p. 248)

2.3. Discurso anti hegemónico

Samper y Camacho Roldán veían en la novela el género llamado a consolidar la literatura

nacional. A diferencia de Caro, estos letrados consideraban que la prosa era capaz de desarrollar

en el hombre principios morales, y más aún, era idónea para promover el patriotismo, ya que

mostraba con mayor profundidad el espíritu colombiano. José Manuel Marroquín, conservador,

participante proactivo de la Regeneración, exalta el papel de la novela en los siguientes términos:

«La novela debe su importancia a que por medio de ella pueden los escritores inculcar

determinadas máximas; acreditar opiniones; defender o atacar instituciones o principios y

popularizar conocimientos.» (Marroquín, 1933, p.150) Dentro de los regeneradores defensores

del género, este autor es el más cercano a la ideología de Caro. Cree que la obra de arte debe ser

bella porque contiene la verdad para educar hombres virtuosos; con su novela Amores y Leyes

(1898), objeto de estudio del próximo capítulo, propone pautas educativas para enseñar a la

sociedad los principios morales de la fe cristiana, y en efecto fue Marroquín un docente, creador

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33

de obras de contenido esencialmente instructivo, como lo señala Cortázar (2003) «En las obras

del Sr. Marroquín se ve la intención de corregir o educar »(p. 76)

Por otra parte, encontramos los nombres de José María Samper y Salvador Camacho

Roldán; estos letrados, en relación con los planteamientos de Miguel Antonio Caro, presentan

ciertos matices pero no se alejan mucho de las creencias del regenerador. La diferencia

tangencial consistía en que Samper y Camacho, a diferencia de Caro, sostenían que la diversidad

de razas debía ser respetada permitiendo que cada cultura conservara sus propias tradiciones:

«Por ejemplo, Samper, adoptando el típico discurso del nacionalismo liberal, culpa al régimen

que se heredó de la colonia por la poca integración económica y cultural de los indígenas y afro-

americanos.» (Escobar, 2009, p.112). Es importante tener en cuenta que Camacho Roldán fundó

la Librería Colombiana, empresa dedicada a la importación y publicación de libros. Esta tarea

editorial permitirá la entrada de:

La fundación, en 1882, de la Librería Colombiana de Salvador Camacho Roldán y Joaquín

Emilio Tamayo logró, como lo ha recordado Laureano García Ortiz, que la ilustración dejara

de ser patrimonio de quienes poseían buenas bibliotecas privadas. Importando libros y

publicando algunos de los trabajos de los contertulios de la librería, estos hombres

compaginaban (y desequilibraban, de seguro, económicamente) el negocio de vender libros con

el gusto de hacer sus propios libros. (Borda, 1990)

Dentro de los letrados conservadores, Samper era el defensor más apasionado de la

novela, y soñaba con su surgimiento, asegurando que este género más que cualquier otro podría

tener un papel literario más importante. Pero pese a su deseo, como él mismo lo afirma, en la

Nueva Granada la novela no era una forma literaria próspera, en el sentido estético regenerador.

Tanto Samper como Camacho estaban interesados en el subgénero de las costumbres, el cual

puede decirse que fue el más prolijo de la época. Consideraban que este tipo de literatura

fortalecía el patriotismo de los ciudadanos al mostrar a la sociedad su propia identidad:

La novela no puede ser de sumo interés para quien quiera que desee conocernos y darse cuenta

del modo particular con que nuestra sociedad se desarrolla, al propio tiempo inspirada por

ideas nuevas, aguijoneada por la necesidad de crearse nuevos intereses y obligada a contar con

los rudimentarios o dificultosos elementos que la rodean.(Samper, 1886, p.391)

Para Samper, la novela como género va a permitir que el país en regeneración acceda al

conocimiento del hombre y del medio geográfico, de la sociedad y la historia, por ello la novela

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debe pertenecer fiel a la verdad de los hechos. Estará especialmente de acuerdo con Caro en

afirmar que las novelas de la época eran lejanas de la realidad. La realidad en Samper se traduce

en la descripción de acontecimientos correctamente morales, expresados a través del buen hablar,

por ello también está de acuerdo con Caro en relación con la función moralizante que debía tener

la literatura. En su análisis de la novela colombiana Tránsito (1886), de Luis Segundo de

Silvestre (1838-1887), sostiene que:

Para que la novela tenga estas buenas condiciones, es necesario, ante todo, que sea noble en sus

fines y sus formas; que alíe y armonice la verdad de los hechos humanos, tales como son,

atenta y lealmente observados, con la verdad ideal, esto es con la verdad necesaria que

solicitan y persiguen las almas honradas; que sea una obra de imaginación y arte, y al mismo

tiempo una obra de razón; que contenga la imagen fiel de las pasiones y los caracteres, en la

medida de lo honesto, y sin apartarse un punto de los propósitos morales. (Samper, 1886, p.

389)

A diferencia de Caro, que ve en la novela un objeto de entretenimiento vacío y destructor

del espíritu humano, Samper cree que este género, además de distraer al lector, tiene la capacidad

de educar y engrandecer al hombre: «Seguramente ninguna de las formas del arte en la literatura

es más simpática ni seductiva que la novela: ella despierta vivísimos recuerdos de felices días;

levanta la imaginación hacia las alturas de un ideal; entretiene y alivia el espíritu.» (Samper,

1886; p. 389). En efecto, la novela debía ejercitar las ideas y no servir de mero divertimiento:

«Su objeto (el de la novela europea) era puramente divertir, distraer el pensamiento de la vida

real, como de un tema enojoso, más bien que ejercitarlo en ideas, sentimientos, y costumbres de

la existencia común» (Camacho, s.f., p. 71).

Otros de los tantos atractivos de la prosa, para los letrados simpatizantes del género,

consistía en que esta forma literaria no era excluyente ni exclusiva sino era accesible para el

pueblo, lo que hacía más factible que este tipo de obras educaran a este sector de la sociedad en

cuestiones morales, a diferencia de la poesía, cuyo conocimiento estaba inmerso sólo para la élite

de letrados.

…deja huellas más profundas que el poema y la historia, la tragedia, la comedia y el drama,

porque es más simpática, impresiona más vivamente, reúne en sí sola gran parte de todos los

tipos de las demás formas literarias, y a la par entretiene y encanta, educa y moraliza. (Samper,

1887, p.390)

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Pese a las constantes manifestaciones públicas argumentando los beneficios de de la

novela, y de los múltiples intentos por introducir en el canon literario este género como forma

literaria edificante de una sociedad moralmente correcta, a este tipo de escritura nunca se le dio

la importancia que realmente tenía, entonces la tarea fue más difícil aún, teniendo en cuenta que

tanto la imaginación como la representación fiel de la sociedad eran características propias de

muchas de las novelas de la época vetadas por los letrados:

En lugares cortos –y cortos son para el efecto todas la poblaciones de Colombia, Bogotá

inclusive– no puede el novelista retratar personas determinadas; no puede introducir acciones

sucedidas en la vida real, sin faltar a la caridad, y muchas veces, sin pretenderlo a la justicia.

Por eso, en muchos años, no se lograrán buenas novelas realistas sino las que tienen por asunto

las costumbres de las clases populares (Cortázar, 2003, p. 194)

Manuela, por ejemplo, fue una novela prácticamente excluida del canon literario durante

la Regeneración, pese a ser anterior a María, de Isaacs; muchos escritores de la época reconocían

el mérito de esta última, desconociendo la obra de Díaz. En efecto, Manuela, novela de corte

costumbrista, escapaba a la Doxa impuesta por los regeneradores ya que su lenguaje regionalista,

por ello Díaz fue criticado por sus contemporáneos quienes tacharon sus «descuidos

idiomáticos», la «falta de pulcritud de su estilo», su «lenguaje incorrecto», «su estilo vulgar y

desaliñado», y su «filosofía barata». La publicación de su novela en El Mosaico, fue previamente

editada por José María Vergara Vergara, José Manuel Marroquín y Ricardo Carrasquilla, lo que

precisamente llevó a que el mismo Vergara Vergara, en el prólogo a la obra de Díaz, afirmara:

«que perdonen el lenguaje incorrecto del autor de Manuela teniendo en cuenta su falta de

recursos sociales y económicos» (Camacho, 1858). Sin embargo, Vergara Vergara reconocerá el

mérito de Manuela, al igual que Camacho Roldan:

A este género de novelas pertenece Manuela. Estrictamente, no se distingue por las galas del

estilo ni tal vez por la pureza del lenguaje, ni menos por las creaciones de la fantasía: su mérito

estriba en la verdad de las descripciones. (Camacho, s.f., p. 75)

Finalmente, entre los letrados que defendieron con mayor fervor el género de la novela,

se encuentra Tomás Carrasquilla. A diferencia de Camacho Roldan y Samper, las propuestas de

Carrasquilla eran diametralmente opuestas a las de Miguel Antonio Caro y sus seguidores. Para

este autor paisa, la belleza literaria no radicaba únicamente en la verdad o en la exactitud

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gramatical de las obras: «Hoy por hoy no se reconoce la belleza literaria sino en la verdad»

(Carrasquilla, 1978, p.13). David Jiménez expone esta creencia de Carrasquilla al escribir:

Carrasquilla proclama, sin restricciones, que la fidelidad del escritor a la verdad no depende de

su filiación religiosa o política sino de su libertad para relativizarlo todo, excepto la verdad

subjetiva de la experiencia. Un auténtico escritor debería estar dispuesto, según él, a pisotear

los códigos de la moral y de la gramática, por ser fiel a aquella otra deidad, la vida, que es la

única verdad para el artista. (Jiménez, 1994; p.18)

En 1897, Carrasquilla escribe el prólogo titulado Herejías para la novela Tierra Virgen

(1897), de Eduardo Zuleta. Allí describe la novela como ―la manifestación suprema de la

facultad humana‖ (p.11), y defiende el género como la ―aplicación de conocimientos y de

sensaciones al hombre y a cuanto lo rodea, combinada en forma narrativa.‖ (p.12) En efecto, la

novela ―es un pedazo de la vida‖ (p.12), por lo cual no puede pretenderse que refleje una

sociedad idealizada inexistente; el papel del autor es mostrar lo que realmente acontece a su

alrededor. En el caso de la gramática, específicamente, este autor criticará el afán de sus

contemporáneos por escribir obras cuya sintaxis sea correcta, y su lenguaje culto y elegante «

(…) no siempre lo pulido, lo culto, lo correcto, es hermoso.» (p. 25) Para este escritor la novela

se constituye en la expresión de lo regional a través del lenguaje, como afirmación de lo propio.

La novela Frutos de mi tierra (1896), contestataria por antonomasia del discurso de la

Regeneración, formó parte de la narrativa de la periferia que generó polémicas entre los letrados

de la época «¿Será pesimista Carrasquilla? ¿Tendrá sus ribetes de naturalista? Así para dejarlo

entrever el hecho de que para su mejor producción (Frutos de mi tierra) haya escogido un tipo

desesperante de la sociedad: a veces se recrea con lo feo, con lo ridículo o doloroso de cosas y

personas; a veces hiere con los certeros golpes de la sátira mordaz» (Cortázar, 2003, p.133). Esta

obra que describe la naturaleza del pueblo colombiano, distinta a la de la élite dominante,

muestra el comportamiento social de la clase proletaria, su forma de pensar y hablar, pero

también deja relucir que las ideas no son necesariamente correctas cuando están bien escritas;

aunque el código lingüístico sea diferente, algunas veces ―gramaticalmente erróneo‖ no significa

que, como lo proclamaba Jovellanos, y sus receptores en Colombia, el pensamiento esté viciado:

A esto se dirige el estudio de la gramática, y esto es lo que más se recomienda; hablar con

facilidad una lengua es lo que todos aprenden por uso e imitación; hablarla con pureza y

propiedad, expresar con claridad y exactitud sus ideas, sólo es dado a aquellas que por medio

de la observación y el análisis han penetrado su índole y artificio. (Jovellanos, 1847, p.274)

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37

Como lo expone Álvaro Pineda Botero, en su artículo ―Habla e identidad regional en

Carrasquilla‖, el autor de Frutos de mi Tierra analiza sistemáticamente el habla de los habitantes

de la capital, «los bogotanos parecen más cultos de lo que son», haciendo una alusión irónica a

una de la autoridades gramaticales más importantes de la época, José Rufino Cuervo: «de nuevo

se refiere a ―don Rufino José‖ por sus Apuntaciones críticas (Pineda Botero).» Esta novela fue

objeto de varios artículos publicados en revistas y periódicos; Mariano Montoya escribió una

carta al diario Montañés, en la que manifestaba su preocupación sobre el tema escogido por

Carrasquilla: «nos describe su autor otra escena aun más horripilante y tal vez más deshonrosa»

(Montoya, 1898, p. 340), y deja relucir lo inocuo de los asuntos de esta forma literaria:

Pero ¿qué han hecho nuestros modernos novelistas y escritores (con honrosas excepciones) en

presencia de esta exuberante poesía, llena de encantos y ataviada con sólo los prístinos adornos

de una naturaleza virgen? Pues se han vendado intencionalmente, para no ofuscarse con la

fulgurante luz; han abandonado el rico y aurífero filón que la naturaleza pródiga les brinda,

fácil de explotar á tajo abierto, para meterse en busca de bajos metales, refractarios á toda

aligación. (Montoya, 1898, p. 399)

El debate sobre la novela como género se convirtió en tema de discusión en los

periódicos del país, estos enfrenamientos fueron resultado del habitus. Ya José Eusebio Caro, en

la carta que le escribe a Julio Arboleda en 1852 titulada Frivolidad, anticiparía el inicio de la

polémica que se daría entre los letrados del período de la Regeneración sobre el futuro de un

género poco popular entre la élite dominante14

:

El que lee muchas novelas y mucha literatura, apenas lee otra cosa: lo primero porque el

tiempo del hombre es limitado; lo segundo porque el gusto viciado por lecturas excitantes,

quita el gusto de las lecturas calmantes y sanas. Así el exceso de las lecturas frívolas por una

parte, y la falta de lecturas serias por otra, han contribuido de un modo prodigioso a hacer

frívola la vida, frívola la conducta, frívolos los sentimientos y frívolas ideas. (Caro, 1951,

p.458-459)

En efecto, hablar de la novela implicaba introducir en la literatura el discurso político de

construcción de nación del proyecto regenerador, este medio podía llegar a ser bastante eficaz en

la instrucción de ideas a la sociedad, como también un canal publicitario de la ideas de la

Regeneración.

14

Explica José Eusebio Caro que lo que ha impedido fundar la libertad en Francia es lo mismo que lo ha hecho en

América del Sur: la frivolidad.

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38

Hablar de ella (la novela) conllevaba la posibilidad de polemizar y exponer los problemas a los

que a los que se veía enfrentada dicha sociedad. La novela se cambió, entonces, por buena

parte de la prensa de mitad siglo, como un objeto al cual debían cuartársele sus posibilidades y

por lo tanto, se impuso de manera reiterada señalar sus riesgos (Acosta, 2008, p 205.)

De hecho, el surgimiento de diarios o revistas de corte netamente literario, obedeció a la

necesidad de romper la dependencia entre el arte y la política, el deseo dar voz a aquellos que no

estaban de acuerdo con las propuestas artísticas del proyecto regenerador.

La tertulia del Mosaico apareció en Bogotá el segundo semestre de 1858, con el objeto de

llenar un doble vacío. Por una parte, el que representaba la ausencia de instituciones orientadas

al fomento de las artes y de la literatura en el país. Por otra, el que correspondía a la impresión

vivida por la elite cultural de un decaimiento de la vida social, manifiesto en un embotamiento

de la vida asociativa del que únicamente se salía de cuando con las fiestas cívicas religiosas, así

como con algunos eventos sociales excepcionales que rompían la rutina diaria con matrimonios

y entierros. (Gordillo, 2003, p. 7)

Las referencias del tipo ―algunos opinan‖ u ―otros escriben‖ se generalizaron en las

reseñas literarias que se publicaban en revistas. Otras pugnas eran más directas y señalaban con

nombres propios las posiciones que consideraban equivocadas sobre el asunto literario. Salomón

Ponce Aguilar (1868-1945), por ejemplo, escribiría, en su artículo titulado ―Algo sobre la novela

colombiana‖, un comentario sobre el artículo ―De las novelas colombianas‖ del colombiano

Isidoro Laverde Amaya (1893):

Dijo el Sr. García Merou, entre cosas que se refieren al movimiento literario entre nosotros,

que ―la novela hizo su primera y única aparición notable en María, permanecer muda, como

agotada por el rudo esfuerzo;‖ lo cual ha dado lugar á (sic) que el Sr. D. Isidoro Laverde

Amaya, Director de la mencionada Revista, replique al escritor argentino en un largo artículo

que, por el asunto y el estilo, es una curiosidad. (p. 352)

Este enfrentamiento no se dio en el campo ―político‖ únicamente; la ―inmoralidad‖ en las

novelas de la época también llevó incluso a ―la excomunión, en Santander, del escritor

Nepomuceno Serrano a causa de una novela. La obra titulada Paulina o los dos Plebeyos, de

este autor, fue recogida y quemada, y el repudio fue tal ―que en el hotel donde se le vendía

alimentación se le apartaban los platos, para que nadie más comiera en ellos‖ (España, 2000;

p.12).

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39

La discusión sobre las bondades o vicios de las novelas servirían de pretexto para educar

socialmente al pueblo colombiano; para los amigos de Caro, sería formar en los lineamientos

expuestos por Jovellanos; para sus opositores, sería deja ser a cada habitante del territorio

colombiano según su propia idiosincrasia, dentro de los parámetros de la moralidad. Estas

percepciones sobre la finalidad de la literatura, determinadas por las dinámicas del campo,

devinieron en el establecimiento del canon literario, y en la definición de novela en el siglo XIX

colombiano como aquél género literario cuya característica específica era su conexión con la

ficción. Debido a esto, quienes se dedicaron a escribir novelas durante la Regeneración, se

ocuparon por crear cuadros costumbristas con un alto grado aleccionador en los principios

cristianos.

Esta concepción literaria determinó cuáles novelas debían entrar dentro del canon y cuáles

debían ser excluidas por ser contradictorias a los lineamientos establecidos por la doxa. En el

siguiente capítulo, analizaremos cómo las dinámicas del campo que predeterminaron el debate

en torno al género literario de la novela para sustentar el proyecto de nación conservadora, se

reflejan en dos novelas escritas durante la Regeneración: Amores y leyes, de José Manuel

Marroquín, y Tierra virgen, de Eduardo Zuleta.

Page 45: Doxa y Heterodoxias en la novela de la regeneración en ...

40

CAPITULO III

Dos novelas de la regeneración: dinámicas del campo

y otros agentes partícipes

Hemos escogido dos novelas que representan los discursos de la doxa y la heterodoxia

entre 1880 y 189815

. Las dinámicas entre doxa y heterodoxia generan un movimiento en donde

se evidencia, inicialmente, el surgimiento de la ortodoxia como defensa de la doxa, para al final

producir un desplazamiento que posiciona una nueva doxa, repitiendo así indefinidamente las

dinámicas del campo.

La doxa producida durante la Regeneración, a partir de las teorías del ilustrado

Jovellanos, determinaron la función de la literatura, así como el contenido de las apreciaciones

de los críticos sobre las novelas publicadas en este período. Su influencia fue tan fuerte que logró

pervivir en el tiempo hasta 1910, cuando el Jesuita Pablo Ladrón de Guevara escribió una lista

negra que tituló ―Novelistas buenos y malos‖ (1910); allí reseñó las novelas que podían ser

leídas por su contenido moral, y las que no, por su capacidad de corromper el espíritu. Su obra

estaba dirigida a los miembros de su comunidad y buscaba:

El fin inmediato que nos hemos propuesto en ella [su obra] ha sido el de ayudar a nuestros

compañeros en el ministerio de dirigir a los fieles... Hemos pretendido llamar la atención,

poner en guardia por lo menos, para que no sigamos proclamando como buenas tántas (sic)

novelas que están lejos de serlo, y que no han sido juzgadas sino por los anuncios laudatorios

de los editores y libreros interesados...(1998, p.22)

En nuestro caso en particular, encontramos un ejemplo de la doxa en Amores y leyes

(1898) de José Manuel Marroquín, una novela que muestra el proyecto de nación de los

conservadores a partir de los ideales cristianos y las virtudes ilustradas.16

La heterodoxia se ve

reflejada en Tierra virgen (1897) de Eduardo Zuleta, una propuesta narrativa generada desde la

periferia, es decir, alejada de los presupuestos impuestos por la doxa, totalmente opuesta a los

15

La herejía, la heterodoxia, como ruptura crítica, que está a menudo ligada a la crisis, junto con la doxa, es la que

obliga a los dominantes a salir de su silencio y les impone la obligación de producir el discurso defensivo de la

ortodoxia, un pensamiento derecho y de derechas que trata de restaurar un equivalente de la adhesión silenciosa de

la Doxa. (Bourdieu, 2002 ;p 120) 16

Amores y Leyes, ha tenido una única edición. Se publicó en Bogotá por la imprenta G.R. Calderón.

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41

lineamientos establecidos por el canon literario de la época, y por lo tanto condenada a fuertes

críticas.17

El resultado final de la dinámica de nuestro campo de estudio se verá reflejado

posteriormente en el reconocimiento de las novelas consideradas ―herejes‖, entre ellas Tierra

virgen, como la nueva doxa de la literatura colombiana. En efecto, Amores y leyes recientemente

no ha sido analizada, como tampoco ha sido reeditada, y para su lectura es necesario acudir a la

biblioteca virtual de la Biblioteca Luis Ángel Arango.

La finalidad de este capítulo es mostrar por qué una novela como Amores y leyes fue

canonizada por los letrados durante la Regeneración, mientras que una obra como Tierra virgen

resultó marginada. En Amores y leyes aflora el modelo de literatura didáctica, cuyo propósito

principal es formar al ciudadano en principios morales, una muestra de la posición dominante de

los letrados encabezada por Miguel Antonio Caro, defensor de la Iglesia, de la pureza del idioma

y de la tradición hispanófila. Por el contrario, Tierra virgen es la muestra de la idiosincrasia del

pueblo antioqueño, de la presencia de múltiples razas, libre de la idealización propia de la época.

En este sentido, hemos decidido dividir esta exposición en cuatro partes: en la primera, haremos

un seguimiento de las principales historias literarias escritas en Colombia, en las que se

evidencia la recepción de las novelas escogidas; en la segunda, describiremos cómo cada autor

diseñó su novela conforme a la función pedagógica impuesta por los principios de la

Regeneración, y la tercera está dedicada a la descripción del espacio social resultante de las

dinámicas del campo, que se evidencia en las obras. Finalmente, haremos una breve alusión a los

enfrentamientos entre los letrados sobre Amores y leyes y Tierra virgen, publicados en periódicos

y revistas.

3.1. El debate en torno a la novela y la recepción en las historias literarias

Marroquín, dentro de las primeras historias de la literatura, fue considerado como uno de

los grandes escritores de la época, esto se debe a que estas historias literarias obedecían a los

criterios estéticos planteados por los regeneradores, en los que la función de la literatura era

17

Tierra virgen fue editada dos veces, la primera edición la hizo la Imprenta Departamental de Medellín en 1897. En

el presente trabajo utilizaremos la segunda edición que recoge el prólogo ―Herejías‖ escrito por Tomás Carrasquilla.

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42

principalmente educativa.18

De las novelas de José Manuel Marroquín, la de mayor impacto, y

que hoy en día continúa siendo catalogada como una obra maestra, es “El Moro”, la historia de

un caballo, la cual mereció una opinión irónica de Miguel Antonio Caro: «Tratándose de la

historia de un caballo, Marroquín hace muy bien en hablar en primera persona». (Pérez, 2008)

Sus otras tres novelas no recibieron tantos halagos, entre ellas Amores y leyes, pero los letrados

de la Regeneración siempre defendieron la pulcritud del lenguaje y los fines morales en las obras

de Marroquín:

La aparición de una obra literaria del Señor Marroquín ha sido siempre motivo de regocijo

entre los que gozan con las observaciones de un espíritu delicado y penetrante, hechas en

lenguaje que cuyas palabras han sido, una por una escogidas y dispuestas por modo que cada

una de ellas diga todo lo que tiene que decir y se presente ahí donde tenga que presentarse para

brillar con luz propia y hacer valer las voces anteriores y siguientes (J.R.G, 1895, p. 361)19

El primer trabajo que incluyó un estudio centrado exclusivamente en este género fue ―La

novela en Colombia‖, tesis doctoral de Roberto Cortázar, en 1908, quien sostuvo que la función

de la novela consistía en enseñar a la sociedad «sus propios defectos y cualidades, para que

viendo fielmente retratada la imagen de lo que hace y de lo que a su alrededor acontece, sepa

mejorar éstas y corregir aquellas» (Cortázar, 2003, p. 51). Cortázar rescata las descripciones de

Marroquín y su constante interés por educar moralmente a sus lectores. Sobre Amores y leyes,

afirma que es la obra menos impactante de Marroquín, una historia que retrata a los famosos

―tinterillos‖, muy similar a la novela de Ángel Gaitán, Doctor Temis (1897). Resalta de la

personalidad de Marroquín su parquedad y amor por la familia, dos características que ayudarían

a este autor en la producción de sus obras literarias dentro de la doxa, ausentes de pasiones

desenfrenadas y cuadros fantásticos. Por otra parte, Cortázar dedica un capítulo entero a la

novela antioqueña y critica la ―vulgaridad insufrible‖ de algunos autores de la región; de

Carrasquilla lamenta la falta de virtudes morales en sus personajes, no obstante reconoce que

Frutos de mi tierra será «una obra que vivirá, porque a la par que corrige las costumbres, es a

18

Las historias literarias que hemos escogido para este trabajo son: La novela en Colombia (1908), de Roberto

Cortázar; La literatura colombiana (1926) e Historia de la literatura colombiana (1935), de José J. Ortega Torres;

Literatura colombiana. Sinopsis y comentarios de autores representativos (1952), de José Arístides Núñez Segura;

Evolución de la novela en Colombia (1955), de Antonio Curcio Altamar; Letras colombianas (1944), de Baldomero

Sanín Cano, y La fábula y el desastre. Estudios críticos sobre la novela colombiana 1650-1911 (1999), de Álvaro

Pineda Botero. 19

Con cierta seguridad pesamos que se trata de José María Rivas Groot.

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43

veces una alabanza a la raza antioqueña (…)» (Cortázar, 2003. p. 136) Al tratar la novela de

Zuleta, Tierra Virgen, afirma que:

…son verdaderamente fatigosos los primero cuatro y cinco capítulos de la novela, donde una

compacta muchedumbre de personajes se lanza a la escena al hacer alarde de ridiculeces, a

mostrar pasiones triviales que a nadie interesan y que pronto caen bajo la indiferencia y

antipatía de los lectores. Capítulos éstos que contrastan admirablemente con algunos de los

subsiguientes, llenos de vida y colorido, aunque allí hay escenas que horrorizan de que más

bien deberíamos avergonzarnos porque tienen por teatro colombiano (…)‖ (Cortázar, 2003, p.

149)

Posteriormente, el jurado de la tesis de Cortázar, Antonio Gómez Restrepo, en La

literatura colombiana (1926), incluye a Marroquín afirmando de éste que fue: «Formado en

buena escuela literaria, conocedor de los clásicos castellanos, discípulo en gramática de Bello,

fue Marroquín, escritor correcto y atildado, como pocos lo han sido en Colombia» (Restrepo,

1952, p.101); y más delante hace una breve referencia a Zuleta Eduardo Zuleta, «elegante

escritor académico y periodista intencionado, también cultivó este género, en Tierra Virgen, que

obtuvo igualmente lisonjera aprobación de Pereda.» (Restrepo, 1952; p.101)

En la Historia de la literatura colombiana (1935) de José J. Ortega Torres, con prólogos de

Antonio Gómez Restrepo y Daniel Samper Ortega, se reseñan 568 trozos de 180 autores, entre

los cuales figura José Manuel Marroquín, del cual afirman que se atrevió a empresas más

importantes y publicó tres novelas: «Blas Gil, Entre Primos y Amores y leyes, y un libro el moro

que puede calificarse de la novela de un caballo, para emplear un título de Tolstoi» (Ortega,

1935, p. 255). El nombre de Zuleta no aparece en esa historia literaria.

En 1952, José Arístides Núñez Segura, escribe Literatura colombiana. Sinopsis y

comentarios de autores representativos, en donde dedica un capítulo al tema de la novela en

nuestro país. Afirma, como muchos otros autores, que «la novela no ha tenido desarrollo en

Colombia» (1967, p 607.). Ubica entre 1830 a 1950, el inicio del género «por moda cultural, o

por tanteo experimental, o por esporádico impulso comunicativo y especialmente por influencia

de escuelas literarias (…)» (1967, p. 607). Núñez ubica a Marroquín dentro de un ―movimiento

de transición‖ que define como «un movimiento de reacción hacia los sentimientos moderados y

hacia la realidad de las cosas, en literatura y en la vida» (1967; p.195). Incluye las cuatro novelas

escritas por este autor, y califica de ―humorismo sano‖ a Amores y leyes. Tierra Virgen aparece

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44

dentro de un listado de novelas catalogadas como género social, sin hacer mayor énfasis en su

contenido, o a su autor, lo cual hace que fácilmente puede ser ignorada su referencia por un

lector desprevenido (1967, p. 608).

Dentro de las historias literarias publicadas en Colombia, el único autor que se atreve a

ubicar las obras de Zuleta y Marroquín en un mismo capítulo es Antonio Curcio Altamar, quien

incluye a ambos autores dentro del género ―realista‖20

. En su Evolución de la novela en

Colombia (1955), no obstante, destaca con mayor ahínco la tarea de Marroquín, al señalar que:

Ya en su ancianidad, de 1896 a 1898, publicó Marroquín cuatro novelas: Blas Gil, Entre

primos, El Moro y Amores y leyes; las cuales quedan engarzadas en una característica propia:

la excelencia estilística con que están escritas. Al decir que la riqueza lingüística de las novelas

de Marroquín es sólo comparable al dominio que de la lengua castellana tuvieron en nuestra

patria Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, queda entendido que en lo referente a

conocimiento y empleo de los recursos lingüísticos, Marroquín es excepcional en la prosa

narrativa de Colombia (Curcio, 1975, p.135)

El criterio estético sobre la literatura como medio para plasmar valores perennes, cambia

a mediados del siglo XX, con la publicación de Letras colombianas (1944), de Baldomero Sanín

Cano para quien: La literatura era una actividad autónoma, diferente de la arenga política, el

propósito didáctico o el aleccionamiento moral» (Trujillo, 2007, p. 69). Sanín Cano afirma que,

de las novelas de Marroquín «merecen recuerdo, si bien su lectura va cayendo en desuso, El

moro y Blas Gil» (1984, p.116); también, resalta el cuidado de la lengua, pero reconoce que «a

la narración en general, le falta el calor vital, el entusiasmo indispensable para mantener viva la

atención del lector« (1984, p.117). No incluye en su obra a Zuleta, lo cual llama la atención si se

tiene en cuenta el significado de la obra de Sanín Cano frente a la ruptura del canon literario

impuesto por la Regeneración.

Finalmente, dentro de las obras recientes que recogen la dinámica de la novela,

encontramos la de Álvaro Pineda Botero. En su obra La fábula y el desastre. Estudios críticos

sobre la novela colombiana 1650-1911 (1999), el autor hace un acercamiento a este género en

20

La alusión a la obra de Zuleta como novela realista se puede leer en las historias literarias que recogen su nombre;

sin embargo, en dichas historias se le asigna una categoría propia a la novela antioqueña, lo que da a entender que la

producción literaria de esta región es perfectamente separable de las otras del país, y deja claro la calidad periférica

de estas obras.

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45

Colombia, y desde una posición de ―novelista‖, como el mismo autor lo refiere, reseña las

principales novelas escritas entre 1650 y 1911, incluyendo El Moro y Entre Primos de

Marroquín, sin mencionar Amores y leyes. Sobre la obra de Zuleta escribe:

Logra profundidad crítica al poner en juego un vasto arsenal de conceptos científicos

(observaciones sobre la cultura y la lengua, y teorías sobre el determinismo, la sociología y la

psicología), logrando superar la visión idílica, ingenua y superficial de los costumbristas que le

antecedieron. (p. 345)

Este breve repaso de algunas de las historias literarias escritas en nuestro país, muestra

las dinámicas del campo en cuanto al posicionamiento de una doxa y su desplazamiento por la

heterodoxia. Si bien es cierto que la novela de Marroquín Amores y leyes no fue ni ha sido la

más aplaudida entre el público, la ideología detrás de esta tuvo gran influencia durante la

Regeneración. No ocurrió lo mismo con Tierra virgen para ese entonces, pero posteriormente

fue adquiriendo un lugar dentro del campo.

3.2. Entre enseñanza y denuncia

La novela Amores y leyes, de Marroquín, responde a los principios ilustrados de

Jovellanos y a los ideales propuestos por la Regeneración como proyecto político. Su intención

es construir una sociedad ideal a partir de la descripción de situaciones ―reales‖ que ayuden a

edificar la moral del lector. Su finalidad y lenguaje castizo se evidencian desde el comienzo de

su obra:

Santafé, la Santafé de Quesada, de los virreyes, de los oidores, de los conventos, de la

capellanías, de la vida exenta de afanes, en que no se había empezado á hablar de la lucha por

la vida, al ser barrida por el viento de las revoluciones y de la moderna civilización, se refugió

en el barrio de Las Nieves. En él existieron hasta hace poco, y tal vez existen aún en algunos de

sus rincones, gentes habituadas á comer á hora fija y poco después del medio día, y á tomar

chocolate antes de las oraciones; gentes que no han viajado sino cuando más hasta

Chiquinquirá; que madrugan y se recogen temprano, y que consumen velas de sebo.

(Marroquín, 1898, Capítulo I)

A diferencia de la novela de Marroquín, que se desenvuelve en la ―Santafé, la Santafé de

Quesada, de los virreyes, de los oidores, de los conventos, de la capellanías‖, la narración de

Tierra Virgen, contestataria al canon literario de los regeneradores, se desarrolla en Remedios,

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un pueblo antioqueño cuya principal actividad económica es la minería. Entonces, la puesta en

escena donde se cuentan las dos historias es el punto de partida que establece desde un principio

las diferencias entre ambas novelas. Bogotá, la ―Atenas suramericana‖, cuna de los letrados,

sirve de escenario para cuadros refinados, mientras que Antioquia, región dedicada a negocios e

intercambios comerciales, será etiquetada por su falta de cultura, sentenciada por Miguel

Antonio Caro a la ausencia de producción literaria, sentido en el cual pronunciará su famosa

afirmación de que «las únicas letras en Antioquia son letras de cambio». (Restrepo, 1897, p 237.)

No obstante, fueron precisamente los escritores antioqueños los principales cultivadores de la

novela. La estigmatización de sus expresiones auténticas en el campo cultural, produjeron la

reacción que afloró en la proliferación de uno de los géneros más discutidos de la época. Esta

necesidad de resaltar lo regional la describe Raymond Williams como

A comienzos del siglo, la escuela antioqueña, de características tradicionales y realistas, estaba en

oposición a la modernista que alentaban los intelectuales bogotanos. Al mismo tiempo, los escritores

costumbristas exaltaban los valores regionales. (1991, p.39)

En contraposición al regionalismo de Zuleta, la novela de Marroquín está destinada a

tener un carácter más universal y homogeneizador, acorde con el proyecto nacional de la

Regeneración, por ello entre sus personajes no existen diferencias raciales marcadas o la

utilización de dialectos que desvirtúen la naturaleza patriótica de la lengua española. No ocurre

lo mismo en Tierra virgen, donde claramente el autor busca revelar la esencia de un pueblo

construido por distintas etnias. La cuestión sobre el significado del concepto de patria puede

leerse en las palabras de Simón Arenales: « ¡La patria! Eso es una cosa relativa. Patria para

nosotros es la familia, es el barrio, el Departamento, la Nación, el Continente y la raza misma,

según el lugar y el tiempo en que nos hallemos.» (Zuleta, 1978, p. 340). Para Zuleta, la patria no

es una cuestión de conveniencia política, es su pueblo, su familia; lo ―feo‖ que se retrata de

Colombia sólo puede remediarse a través de la ilustración de las masas, especialmente de las

personas humildes.

Uno de los puntos de encuentro entre los dos autores es la escogencia del matrimonio

como trama de sus novelas. Ven en la familia el componente principal de toda sociedad, en su

seno se construyen los ciudadanos que conforman una estructura social cimentada en la bondad

o en el vicio. Dentro del núcleo familiar, para Marroquín, se enseñan los principios morales, por

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ello toda obra sirve «para inspirar buenos sentimientos y probar conocimientos que pueden

hacer mejor a la sociedad o los individuos» (Marroquín, 1933, p 159.). Dentro de la teoría

estética, el elemento esencial de toda obra debe ser el sentido moralizante:

En la historia ficticia, así como en el drama, en la comedia y en toda obra de imaginación ha de

reinar la moral. Esta moralidad ha de consistir, ya en el fin general de toda la composición, ya

en la elección de los hechos que hayan de referirse y en modo de pintarlos. (Marroquín, 1933,

p. 145)

Pese a la posición reaccionaria de Zuleta, Tierra virgen también guarda al interior de sus

páginas elementos moralizantes, esto se debe a que su autor perteneció al partidor conservador.

Pero a diferencia de Marroquín, podría decirse que Zuleta no es cuidadoso en la elección de los

hechos narrados y en el modo de describirlos. Esta característica se justifica en la misma

naturaleza de la obra, que no pretende ser un manual de conducta sino un manuscrito de

denuncia, y es precisamente por esta razón que su novela recibirá fuertes críticas.

Ahora bien, Amores y leyes cuenta la historia de un par de jóvenes que contraen

matrimonio católico, ambos de sentimientos nobles y modales correctos, que se ven expuestos a

la miseria por la falta de reconocimiento de efectos civiles a la institución católica. Las leyes de

corte liberal del 20 de junio de 1853 y del 8 de abril de 1858, no reconocieron efectos jurídicos al

sacramento religioso; la ley del 53 estableció la producción de efectos civiles únicamente para

los matrimonios celebrados ante un juez, en presencia de dos testigos; más tarde, la ley del 58

reconoció como válido, para los efectos civiles, el matrimonio católico, siempre y cuando,

después de su celebración, los contrayentes expresaran ante un notario o un juez su libre

consentimiento en la unión.21 Esta normatividad afectó a los hijos de matrimonios católicos, por

cuanto a la muerte de sus padres les era imposible heredar. En este sentido, bajo esta legislación,

los hijos de un matrimonio católico eran equiparados a ―hijos naturales‖ o ―bastardos‖. En

efecto, los protagonistas de la historia de Marroquín sufren la ―injusticia‖ de estas normas: «La

21

El radicalismo de los liberales irritaba a los conservadores, quienes se indignaron particularmente con el

tratamiento que le dieron los liberales a la institución eclesiástica. El presidente José Hilario López adelantó, en

efecto, una política anticlerical: expulsión de los jesuitas, afirmación de la enseñanza laica no controlada por las

comunidades religiosas, nominación de los curas por parte de los alcaldes y establecimiento de una total separación

de la Iglesia y del Estado.

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48

de un tribunal declaraba que Honorio Delvalle no era hábil para heredar á sus padres, porque el

matrimonio de éstos había sitio contraído en el año de 1853 conforme al rito católico y sin

intervención de la autoridad civil» (Marroquín, 1898, Capítulo V).

Con la Constitución del 1886 se buscó ―remediar‖ los errores cometidos por los

federalistas, quienes en su afán de instaurar una libertad de cultos y de garantizar otras libertades

absolutas, condenaron a la religión católica a la marginación. Bajo la vigencia de la Constitución

unitaria sancionada el 5 de agosto de 1886, propuesta por Miguel Antonio Caro, se dictó la Ley

57 del 15 de abril de 1887 que concedió nuevamente efectos civiles a los matrimonios católicos:

ARTICULO 19. La disposición contenida en el artículo 12 tendrá efecto retroactivo. Los matrimonios

católicos, celebrados en cualquier, tiempo, surtirán todos los efectos civiles y políticos desde la

promulgación de la presente Ley.

La mujer que al tiempo de la expedición de esta Ley se halle casada católica más no civilmente, podrá

conservar la administración de sus bienes, y celebrar con el marido, dentro del término de un año,

capitulaciones matrimoniales.

Narra Marroquín este hecho político con beneplácito, cerrando felizmente su obra.

Matilde y Honorio han obtenido justicia después de verse expuestos a tantas dificultades, y a

pesar de los obstáculos presentados logran salir airosos de toda adversidad. El artículo 19 de la

ley 57, atrás transcrito, se aplicaría retroactivamente, es decir, tendría efectos a partir de su

promulgación y hacia atrás en el tiempo, cobijando como herederos a los protagonistas de la

novela de Marroquín:

— De manera que todo, todo lo de mi padre y lo de D. Salvador

— ¿Todo? Tal vez no. El señor D. Dimas habrá dado cuenta de los haberes muebles; pero ahí

están las haciendas y las casas. Esas no se las habrá comido; y si se las hubiera comido, se las

haríamos vomitar, aunque tuviéramos que meterle la mano hasta las agallas.

Matilde y Honorio lloraban.

La primera tenía arracimados á (sic) sus hijitos entre sus brazos, y decía: (Marroquín, 1898;

Capítulo XII)

Tierra Virgen, también la historia de un matrimonio, sirve a su autor como pretexto para

narrar distintas circunstancias que giran en torno a la pareja. Manuel, que se dirige a Bogotá a

realizar sus estudios como abogado, decide establecerse en Remedios para poder contraer

nupcias con Elena, la mujer más bella y codiciada del pueblo. Así, deja a un lado las

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aspiraciones de su madre de llegar a ser un gran jurista en la capital para convertirse en un

comerciante de Antioquia. La vida en el pueblo es diferente, una multiplicidad de personajes de

distintas razas y creencias evidencian la heterogeneidad que integra la nación llamada Colombia.

La diversidad de razas, en especial la presencia de personajes negros en las novelas, será

una de las causas de censura, como lo anota Carrasquilla en sus ―Herejías‖: «A muchísimas

personas tenidas por ilustradas, les hemos oído decir que la novela choca mucho porque es la

defensa de los negros (…)» (1978, p. 30), lo cual está netamente ligado al sentir de los

regeneradores sobre la coexistencia de razas; la raza, como la nación y la iglesia deben ser una.

La exaltación de una raza, la presencia de sus costumbres y modo de vida, implica por lo tanto

una protección a la conservación de lo propio que degenera en ―anarquía y desorden‖.

Zuleta dedica un capítulo entero a describir la vida de Liberato, un negro que se distingue

en el pueblo: «Si él no estaba al frente de la mina, todo iba mal, porque a los peones les hacía

falta el ejemplo de ese gigante» (Zuleta, 1978, p. 216). Así, este autor describe a esta raza como

gente buena y trabajadora, dándoles la libertad de hablar en su obra, lo cual constituye una

nueva afrenta para el proyecto regenerador:

Hombre, pregúntale a mi a mi compae. Lótroria se agrraron do que ni gallo, y la marditaj

levantaba la mitáa er cuerpo, y se rejaban iii …. y se se abrazaban, y no se oía maáa que pri,

práa, práa… dando con la cola en el suelo. La culebraj son que ni el hombre ni la mujer. Y er

que viera vée lo que jembra cuira a lo hijo, tírela con una piedra a la mae cuan ejté con la

criatura y verá cómo se la traga,pa ejcapa er goorpe. (Zuleta, 1978; p. 220)

3.3. El paradigma del buen hablar y buen pensar

Junto con Miguel Antonio Caro, José Manuel Marroquín fue uno de los filólogos más

importantes del país, escribió múltiples tratados de gramática y fue cofundador de la Academia

Colombiana de la Lengua. En Amores y leyes, introduce digresiones sobre el correcto hablar, la

elegancia, el buen decir, el español castizo, son las características principales de su obra:

Cosa de medio siglo hará que se inventó el adjetivo nieblino ó niebluno para baldonar lo que

parecía cursi, anticuado y retrógrado. Hoy ya el adjetivo mismo se ha anticuado y es obsoleto.

Injusticia sería ahora que la cultura del centro ha trascendido al barrio de Las Nieves, atribuír

(sic) á (sic) éste mayor atraso ó (sic) menores medras que á las demás partes de la

población.(Marroquín, 1898, Capítulo I)

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50

Esa utopía fundacional de Caro a través de la pureza y corrección de la lengua se

desdibuja completamente en los diálogos de los habitantes de Remedios, donde cada personaje

tiene voz propia, se expresa conforme a su cultura y tradiciones. Tierra virgen representa una

estética en donde lo provinciano es sinónimo de lo patriótico. Lo provinciano que tiene que ver

con la idea del localismo; surge, como lo señala José Carlos Mainer en su artículo De localismo

a lo pintoresco, pasando por lo romántico (Breves notas sobre una nomenclatura estética),

cuando los sujetos son conscientes de que hay otra forma de existencia social diferente a la

homogenizante universalidad. En efecto, esa nueva conciencia es la productora del

costumbrismo, la cual hizo una fuerte presencia en la región antioqueña, y que se traduce en las

palabras de Carlos E. Restrepo sobre la novela de Zuleta, cuando afirma que: «Este libro escrito

para Antioquia tenía que ser alimento casto para las antioqueñas castísimas». (Restrepo, 237; p.)

La moralidad y el uso de refranes y dichos populares se configuran en una violación al

arte del buen hablar. De este modo, en el capítulo titulado ―El baile‖, Zuleta introduce una de las

expresiones más autóctonas de la tierra antioqueña, muestra de la oralidad: los llamados

fandanguillos, que se acompañan de coplas:

Con todas me divierto-,

Las miro y hablo.

Menos a la que adoro;

La miro y callo. (Zuleta, 1978, p 50)

El arte del buen hablar, en Marroquín no solamente se refleja en el uso adecuado de la sintaxis

en las frases que emplea en sus diálogos, también se demuestra en la descripción de los hechos

narrados, que a pesar de ser desoladores, muchas veces visualmente desagradables, son

retratados con elegancia por este autor:

La noticia del espantoso suceso vuela á (sic) Bogotá, y se divulga y llega á oídos de Honorio.

Honorio corre desalado al teatro del crimen; pero no encuentra allí el cadáver de su padre. El

cadáver está en el pueblo, y se está verificando el reconocimiento de peritos. (Marroquín, 1898,

Capítulo VIII.)

No ocurre lo mismo con Zuleta, quien no se preocupa por la estética verbal, y para

escenas descarnadas, utiliza descripciones crudas que desafían los preceptos de refinamiento

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promulgados por los regeneradores, preocupados siempre en describir lo que debía ser y no lo

que realmente acontecía. Por ello, para los regeneradores, la introducción de una escena en

donde las ―tripas‖ de un recién herido saltan a la vista, tan sólo será la muestra de la falta de

―civilización‖ de nuestro pueblo. Pero para Zuleta, médico de profesión, dibujar un

acontecimiento fiel a su propia realidad era más importante:

Los muertos estaban tendidos en unas tarimas, con las caras ensangrentadas; los cabellos caían

-en desorden- sobre sus frenes y los vestidos estaban llenos de manchas de sangre, ya negras y

secas. Los peritos metían los dedos en las heridas que tenían unos en el pecho, otros en la

cabeza y algunos en el estómago. (Zuleta, 1978 p.195)

No cabe duda de que el lenguaje utilizado por Marroquín es más delicado que el de

Zuleta, probablemente hasta el punto de llegar a descontextualizar las acciones narradas de su

propia realidad. Resulta entonces casi evidente que palabras como coloquio para referirse a una

conversación, difícilmente podrían haber sido usadas en cualquier contexto social, salvo dentro

de las élites letradas. Por el contrario, sentimos más cercanos los diálogos escritos por el autor

antioqueño, quien utiliza palabras más auténticas como lo es, por ejemplo, la expresión

ñapangos, empleada para referirse de manera denigrante a los mestizos.

3.4. El espacio social: paisaje e identidad narrativa

El espacio social resultante de las dinámicas del campo de la Regeneración, en las obras

escogidas, será analizado a partir de una visión sociocrítica que abarca estructuras históricas

relacionadas con la sociedad, y que reproducen la función literaria y sus implicaciones. Este

apartado no pretende realizar un estudio hermenéutico de las novelas, en el sentido de que el

presente trabajo no se limita a realizar una interpretación de las obras desde sí mismas, sino a

partir de su relación con el medio histórico y social en donde se produjeron: en este caso, la

Regeneración, en conexión por supuesto con el debate sobre un género literario.

Las novelas que hemos escogido para este trabajo se caracterizan por el enlace entre

espacio y tiempo dentro de la narración, lo cual genera un paisaje identitario propio en cada

obra, tanto físico como social. El crítico ruso Mijail Bajtín (1895-1975), ha introducido al

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52

respecto la noción de «cronotopo»: ―La conexión esencial de relaciones temporales y espaciales

asimiladas artísticamente en la literatura‖, que se define como

…la unión de elementos espaciales y temporales en un todo inteligible y concreto. El tiempo

se condensa aquí, se comprime, se convierte en visible desde el punto de vista artístico, y el

espacio a su vez se intensifica, penetra el movimiento del tiempo, del argumento y de la

historia. (Bajtín, 1989, p. 237-138)

La sociedad descrita en Tierra Virgen es una sociedad como cualquier otra, en donde las

aspiraciones de los personajes giran en torno a la riqueza y la consecución de una posición social

notable. Remedios es una región habitada por una diversidad de razas; de negros, mulatos,

mestizos y blancos, éstos últimos gozan siempre de la atracción y del mejor trato; es por ejemplo

el caso de Elena, la protagonista de la historia:

Pero es raro esto. Parece como si aquí no hubieran visto mujeres. ¿Ha visto Usted gente más

novelera? ¿Pero qué es lo que tiene esa muchacha? Vamos a ver. Que es blanca, que tiene ojos

azules, que es algo elegante, y eso que se ha vuelto una sola contorsión porque aquí ya la tienen

perdida. (Zuleta, 1978, p. 37)

En contraposición a esa estructura social determinada por el interés económico, la

sociedad de Amores y leyes está compuesta por un grupo de personajes de origen noble, cuyas

características raciales son omitidas a lo largo de la obra, salvo algunas pequeñas referencias.

Esto se debe a la importancia que el autor le brinda a la caracterización moral de los integrantes

de su obra. Hasta los personajes más humildes de la novela, gozan de origen castizo:

Una de las inquilinas era una viuda anciana, D.ª Pascuala Ríos, que no permitía que se la

llamase así, sino D. María Pascuala Inguanzo de los Ríos. Teníase por noble, y en efecto,

descendía de familia distinguida; pero, con la miseria á que desde luengas navidades había

venido, había olvidado muchísimo de lo que, en materia de modos y de lenguaje, había

aprendido ó debido aprender en tiempos mejores. (Marroquín, 1886, Capítulo X)

Los cronotopos de Amores y leyes y Tierra virgen están íntimamente ligados con las

dinámicas del campo de la Regeneración. En Amores y leyes, el cronotopo presente es el

idílico22

. Como habíamos mencionado anteriormente, la novela se lleva a cabo en la ―la Santafé

de Quesada‖, que Marroquín caracteriza por ser un lugar de oidores, virreyes y conventos, dos

aspectos que simbolizan el vínculo español y la religión, elementos que a su vez son pilares del

22

El cronotopo idílico es aquél que es un elemento heredado de la estética tradicional o folclórica.

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53

proyecto regenerador. La vida idílica de los personajes se desarrolla en este lugar: allí contraen

matrimonio católico, base fundamental constituyente de la sociedad ideal que espera construir

Marroquín.

Ahora bien, como existe la necesidad de preservar un orden primigenio y cerrado,

Marroquín introduce el tema jurídico, a partir del cual se dedica a reprochar el estado

establecido por los liberales. Por ello, hace una defensa de las normas que modificaron la

legislación que regía los efectos civiles a favor de los hijos de matrimonios católicos, lo cual

asimila a un triunfo divino, y por ende de las propuestas de los regeneradores: ―A mí nada se me

debe‖ (Marroquín, 1978, Capítulo XIII), dice el Doctor Zaldívar a Honorio cuando le agradece,

y agrega ―A Dios es á quien ustedes deben bendecir.‖(Marroquín, 1978, Capítulo XIII),

Por otra parte, encontramos el cronotopo carnavalesco23

, caracterizado por el

rompimiento con las leyes de convivencia aceptadas socialmente, que impone un nuevo statu

quo y quiebra el estado de normalidad. El carnaval es un espacio y un tiempo al revés, donde los

principios se invierten. En Tierra Virgen, impera entonces un ambiente carnavalesco, donde la

diversidad de razas se eleva a lo alto, la etiqueta en el buen hablar y pensar se diluye para dar

paso a lo oral.

Inicialmente, nos cuenta Carlos Restrepo en su artículo Tierra Virgen, la obra de Zuleta

iba a llevar como título El negro Liberato, personaje que en la vida de los protagonistas juega un

papel muy importante. Liberato, que es un negro libre gracias a la ley de ―libertad de vientres‖,

se encargará de sostener económicamente a la familia de Honorio cuando entran en desgracia, y

representará un apoyo incondicional para los personajes principales, disolviendo así las

jerarquías existentes.24

23

El cronotopo carnavalesco consiste la unión espacio y tiempo de excepción. 24

Eduardo Zuleta fue defensor de la libertad de la raza negra y apoyó el movimiento contra la esclavitud en

Colombia; precisamente fue la República de Antioquia en 1814, con el nombre de ―libertad de partos‖, donde por

primera vez se garantizó la libertad de los hijos de padres esclavos. En su artículo ―Movimiento antiesclavista en

Antioquia‖, publicado en el Boletín de Historia y Antigüedades en 1911, reconoció la labor de Lorenzo Agudelo,

primer hombre en dicho departamento en dar libertad a sus esclavos.

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54

Lo carnavalesco está en cada uno de los personajes de la novela de Zuleta, desde la

aparición de un hombre amanerado dentro un ambiente netamente masculino, como es el de los

trabajadores de una mina, un gaitero de preferencias pecaminosas «(…) un hombre que anda

meneándose con las manos en la cintura y que al pararse saca las caderas hacia un lado y dobla

la cabeza hacia el otro» (Zuleta, 1978, p.133), hasta la caricaturización de las mujeres del pueblo

que se ven envueltas en el chisme y las habladurías.

La corporeidad degradada y sus descripciones descarnadas, también hacen parte del

carnaval en Tierra Virgen. Así describe Zuleta el cáncer de Manuel con una detallada

exposición de los efectos de la enfermedad en su cuerpo: «En pocos meses le comió la carne del

cuello, y se veían ahí las arterias de tubos resistentes, las venas azules, casi negras, los blancos

hilos de los nervios (…)» (Zuleta, 1978, p. 252). Con esta clase de imágenes la pretensión del

autor consiste en desvirtuar el sentido idealista de los regeneradores, y devolver a la palabra el

sentido de la realidad.

3.5. Ortodoxia: Defensa del proyecto regenerador en la prensa

La prensa en el siglo XIX y a mediados del siglo XX, se caracterizó por ser un espacio

dominado y dirigido por los letrados de la época. Cada artículo publicado simbolizaba la

ortodoxia del pensamiento político imperante, así fuera en el campo literario. Los

enfrentamientos entorno al debate sobre lo que debía ser considerado como buena o mala

literatura no se circunscribieron únicamente al ámbito netamente artístico, eran también una

defensa de los planteamientos afines al proyecto regenerador, o un ataque contra aquellas ideas

contestatarias al propósito político que buscaba la integración de un país bajo ―Una nación, una

raza, un Dios‖. Ejemplo de ello son las críticas producidas alrededor de las novelas objeto de

estudio, reseñas que finalmente retratan las dinámicas del campo y representan la toma de

posición de sus agentes participantes.

En este contexto, Tierra Virgen recibió críticas bastantes desalentadoras. Irónicamente,

el crítico antioqueño Tulio Ospina Vásquez (1857-1921) fue el encargado de producir uno de los

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55

más fuertes ataques contra esta novela.25

Ello probablemente se debe a que Ospina perteneció al

partidor conservador y fue miembro de una de las familias políticas más reconocidas en el país.

En ―La lucha entre razas‖, publicada en la revista de literatura El montañés, muestra su interés

por señalar los defectos de la obra de Zuleta:

Conteste cualquier hombre imparcial que conozca el verdadero carácter de la gente blanca que

forma la inmensa mayoría de la población antioqueña; y que haya sabido apreciar el espíritu

tolerante y democrático de nuestras costumbres patriarcales. (Ospina, 1899, p.75)

En Bogotá, la ―Atenas Suramericana‖, fue Lorenzo Marroquín, hijo de José Manuel

Marroquín y también miembro del partido conservador, el encargado de desacreditar la novela

de Zuleta. Afirmó que Tierra Virgen se trataba de una obra carente de interés especial para el

lector por la inclusión de una multiplicidad de personajes que desdibujaban la historia por

completo, incapacitando a su autor la producción de una ―acción única‖:

La novela del Señor Zuleta, refiere a la vida de de una familia, pero sin que la historia de ella,

ni de otros muchos personajes que figuran, ofrezca interés especial, ni están enlazados para

formar una acción única. (Marroquín, 1898, p.217)

La mayor importancia de la reseña de Marroquín recae en la reproducción del discurso

regenerador sobre la utilización correcta del idioma, el significado del paradigma del buen

hablar y el buen pensar aplicado a la sociedad. Para este autor, «la corrección del lenguaje y la

brillantez del estilo son el ropaje de toda buena novela», y por ello al final de su artículo copia

textualmente algunas de las frases de Zuleta, señalando que se trata de algunos «deslices,

locuciones poco castizas e impropias»; así, por ejemplo, Marroquín escribe:

―Todo mundo‖ Todo el mundo.

―Había que vencer obstáculos para ascender escalas en las gradas sociales‖. Se suben las gradas

de las escalas, pero no las escalas de las gradas.

―En compañía de dos tipos‖ por individuos es una vulgaridad que probablemente ha venido de

Bogotá y que desearíamos no ver impresa.

25

Hijo de Mariano Ospina Rodríguez, fundador del partido conservador y hermano de Pedro Nel Ospina, quien

también fue miembro desatacado del partido conservador. Estudió matemáticas, literatura y ciencias naturales en la

Universidad de Antioquia. Fue rector de la Facultad de Minas en 1888. Fundador de la Academia Colombiana de

Historia durante la presidencia de la República a su cargo (1904-1918).

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56

―Muchos de los que dragonean de valientes.‖ Dragonear no es castizo, puede emplearse

alardear, preferentemente. (Marroquín, 1897; p. 221)

Frente a estas fuertes críticas, puede rescatarse la visión de Tierra Virgen propuesta por

Max Thein, quien en su artículo ―Otra obra nacional‖, defendió la novela de Zuleta y exaltó el

estilo sencillo utilizado por este autor, reprochando solamente el último capítulo de Tierra

Virgen26

. Llama la atención que este crítico haya destacado ―la dicción pura y castiza‖ de la obra

al escribir que:

Los admiradores de antiguas escuelas literarias que lean la obra que acaba de publicar en

Medellín D. Eduardo Zuleta, dirán con razón que es ella una verdadera novela; los que sigan el

impulso nuevo en literatura, la apellidarán novela, y muy á lo moderno. (Thein, 1897, p.300)

Como se puede leer en esta reseña, Thein cataloga a Eduardo Zuleta como ―modernista‖,

resultante interesante esta apreciación del crítico, porque la discusión generada alrededor de su

novela, en términos generales, se redujo al enfrentamiento entre ―clásicos y modernos‖. Cabe

recordar en este punto que los regeneradores, entre ellos Marroquín, eran acérrimos defensores

de la lectura de los ―clásicos‖, pues con ella se promovía el cultivo del buen hablar, por tanto lo

llamado a ser ―moderno‖ sería, por antonomasia, la afrenta a ese correcto uso de la palabra

inculcado por la obras canonizadas.

Tal vez, encasillar al autor antioqueño dentro del movimiento modernista no sea

completamente acertado. No cabe duda de que existen ciertas voces conservadoras en su obra,

especialmente en el tema religioso, lo cual de un modo u otro lo acerca a la visión del proyecto

regenerador. Lo que sí nos queda claro es que para los escritores de la época, reseñistas en

revistas literarias, alcanza a notarse una asimilación entre lo moderno –con el regionalismo– y el

rompimiento del canon literario impuesto por los regenerados. También, podemos agregar a esta

cuestión el hecho de que Zuleta fuera muy amigo de José Asunción Silva, representante del

modernismo en Colombia, probablemente caracterizado en Tierra Virgen por Simón Arenales,

un hombre decadentista y crítico de su entorno que termina por suicidarse.

26

No hemos podido encontrar mayor información relacionada con este crítico colombiano. Creemos que el nombre

Max Thein se trata de un seudónimo; sólo hemos podido rastrear otra de sus reseñas literarias también publicada en

el Repertorio Colombiano, titulada ―Otra novela nacional‖, sobre la obra de Abraham Zacarias López, Camila

Sánchez (1897)

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57

No ocurre lo mismo con Amores y Leyes; como ya lo habíamos señalado, esta obra no se

encuentra dentro de las novelas más populares de Marroquín, sin embargo no se puede afirmar

que haya recibido críticas negativas por parte de los letrados de la época. En el Repertorio

Colombiano, Carlos Martínez Silva27

escribió:

Mas no por ello ha de creerse que el Señor Marroquín escribe sólo para entretener á sus

lectores con frívolas narraciones; su propósito es más elevado, y más noble el uso que hace de

sus dotes de cuentista ameno y regocijado. En todas sus obras persigue un fin moral, que no es

otro que el de corregir vicios o malas costumbres nuéstras (sic), usando de la sátira maleante,

sin amargura, sin exageraciones caricaturescas y sin salirse de un punto de la verdad. En este

sentido es el autor del que tratamos eminentemente realista, en el buen sentido de la

palabra.(Silva, 1899, p. 214- 225)

Aparte de esta reseña literaria, no hemos encontrado otras críticas de la novela de

Marroquín, aunque su nombre aparecería en múltiples artículos de revistas literarias. Rafael

Pombo, en la Revista Ilustrada, afirma que: « La prosa del Señor Marroquín aventaja mucho á

(sic) sus versos» (1898; p 54.), y describe su obra como:

Aparte de su objeto de varia enseñanza, cuanto sale de su pluma es ejemplar por el lenguaje,

por el ingenio, por el buen gusto, y por la discreción, el chiste inocente y limpio y la

delicadeza, que son sin necesidad de firma, su marca de fábrica. (Pombo, 1898, p. 54)

En 1979, aparece un artículo de Enrique Santos Molano, titulado ―La gracia de

Marroquín‖, publicado en el Boletín Cultural y Bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel

Arango, en donde el crítico señala que: «De no mediar ―La Perilla‖, Marroquín estaría hoy

irremisible y absolutamente olvidado» (Santos, 1979; p.), afirmación con la que no estamos de

acuerdo si se tiene en cuenta que hoy día existen obras de Marroquín, como El Moro, que aún

continúan siendo leídas y son objeto de estudio. No obstante, frente a la novela Amores y leyes,

tendríamos que decir que el autor tiene toda la razón, la obra pasó al olvido por completo,

síntoma irremediable de las propias dinámicas del campo.

Como sucedió con el caso de la recepción en las historias literarias, en la prensa también

se evidenció el cambio de las dinámicas del campo, vimos cómo Marroquín progresivamente

27

Ideólogo del partido conservador colombiano, participante activo en política, parlamentario, educador y escritor

santandereano.

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58

perdió su posición dentro del canon literario, y cómo Zuleta adquirió un lugar dentro de ese

canon. Podría afirmarse que en temas políticos la situación no fue muy diferente.

El resultado de este capítulo es la comprobación de la movilidad del canon literario, en el

tiempo y en el espacio, como consecuencia de las dinámicas del campo en el que se desarrolla.

El posicionamiento de la doxa regeneradora devino en la escritura caracterizada por su alto nivel

didáctico, su defensa de principios morales y de la ideología propuesta por los letrados

partícipes del proyecto regenerador. No debe sorprender entonces por qué una novela como la

de Marroquín fue posicionada tácitamente dentro del corpus ―ideal‖ de los hombres de letras sin

ser una obra popular entre ellos, y afirmamos esto tras ver las pocas reseñas o alusiones al

respecto encontradas durante esta investigación. Probablemente, cualquier lector que se acerque

de manera desprevenida a la novela Amores y leyes abandonará su lectura en un primer intento,

teniendo en cuenta su alta protocolización en el habla y su trama poco interesante. Creemos, sin

embargo, que no ocurriría lo mismo con Tierra Virgen, la cual finalmente termino

posicionándose dentro de una nueva doxa.

La novela de José Manuel Marroquín, Amores y leyes, representó para la sociedad letrada

conservadora –y en especial para los regeneradores– la realización de sus ideales al ser una obra

emblemática del cronotopo idílico, cuya finalidad pretendía representar la permanencia en el

tiempo de los prototipos impuestos por los precursores del proyecto regenerador, por ejemplo el

paradigma del buen hablar y el buen pensar junto con la aplicación de principios morales. No

cabe duda de que la meta trazada por los regeneradores alcanzó a tener ciertos efectos en el

tiempo, como se puede verificar en los comentarios del Padre Guevara en su obra Novelistas

buenos y malos.

Sin embargo, el sueño de los letrados regeneradores de un canon inquebrantable no fue

logrado, y la obra de Zuleta es una de las muestras de las primeras fisuras que comenzaron a

derrumbar los muros de aquella doxa. Tierra Virgen, representante del cronotopo carnavalesco,

símbolo de la ruptura con el canon literario que pretendía ser inamovible pero que demostró su

naturaleza ambivalente e inestable, superó en críticas a la novela de Marroquín, esa recepción

devino de una nueva forma de leer y escribir la identidad fragmentada y heterogénea de la

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59

región. La resignificación de una nación, en un mapa internacional múltiple que rescata la

individualidad y trae así en sus páginas la defensa de la oralidad del pueblo, libre de toda

aspiración a la perfección en la sintaxis, y la expresión de lo auténtico como definición de una

nueva identidad nacional donde la heterogeneidad es lo reinante.

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60

Conclusiones

La concepción de la novela durante el período histórico de la Regeneración determinó en

muchos sentidos el devenir del género en nuestro país. Una visión particular en la cual la

narrativa estaba definida a partir del concepto negativo de la ficción produjo el debate en torno a

la novela. No se trató de una discusión caprichosa o sin fundamentos, sino de una manera de

interpretar la función de la literatura, en donde la novela se convirtió en el terreno propicio para

la discusión entre las ideologías políticas de la época. En efecto, los regeneradores, discípulos del

pensamiento del Ilustrado español Gaspar Melchor de Jovellanos, concebían la escritura desde

un aspecto meramente didáctico. Su planteamiento político consistió en educar al pueblo a través

de las letras, en pro de la consecución del lema ―Una nación, una raza, un Dios‖. En este sentido,

la literatura operó como capital simbólico de la Regeneración.

Este posicionamiento de la literatura como poder simbólico se desarrolló dentro de un

campo, en donde los agentes dominantes determinaron la normatividad estética. El resultado fue

un canon literario que estableció el modo de composición de las obras publicadas durante la

Regeneración, caracterizadas por reproducir los preceptos que habían reclamado los

regeneradores para construir una nación conservadora, a partir de una concepción purista de la

lengua española y de la religión como base estructural de una sociedad ideal.

Vimos que lo que realmente entraba en disputa era un campo ideológico, que los

regeneradores buscaron soportar en la literatura como capital simbólico adoctrinante. Si bien la

descripción del debate entre los letrados arrojó que la Regeneración tuvo voces enfrentadas,

también pudo comprobarse que no siempre fueron disidentes, en el trayecto muchas veces

tuvieron puntos de encuentro. Ello evidencia que la Regeneración no era tan hegemónica como

se pensaba, dado que siempre existieron fuerzas en conflicto que, pese a la expectativa

regeneradora de imponer un orden único y homogenizante, rescataban lo propio a partir de lo

regional como parte integrante de un todo llamado nación. De esta manera, fue la literatura el

terreno que mejor pudo evidenciar esta dinámica.

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61

Los discursos de los agentes dominantes del campo, encabezados por Miguel Antonio

Caro, generaron una definición propia de la novela, asimilada directamente con la ficción, y el

género se convirtió, para estos letrados, en uno de los principales elementos de corrupción de la

sociedad. Las obras enmarcadas en esta tipología faltaban a la verdad, alejando a su lector de la

realidad, disolviendo la relación existente entre lo verdadero y lo bello.

Por el contrario, las voces contestarías, entre ellas José María Samper y Salvador

Camacho Roldán, vieron en la novela un recurso a partir del cual el pueblo podría construir su

propia conciencia cultural y salvaguardar la idiosincrasia de cada raza. Para estos hombres de

letras, la prosa era capaz de desarrollar en el hombre principios morales, y más aún, era idónea

porque mostraba con mayor profundidad el espíritu colombiano, promoviendo el patriotismo que

concebían como una identidad nacional constituida desde la multiplicidad.

No obstante la novela representó, para los letrados detractores de este género, uno de los

peligros más contundentes para su proyecto de reconstrucción del país. Para algunos hombres de

letras partidarios de la Regeneración, como Marroquín, la novela solo simbolizaba un riesgo en

la medida en que la narrativa fuera opuesta a la clase hegemónica. En este sentido, este autor

concibió la novela como instrumento adoctrinante válido para la edificación del proyecto de la

nación conservadora. De ello se concluye que la novela es un campo diverso, en la medida en

que para la oposición resulta igual de útil que para los regeneradores.

El planteamiento estético de la Regeneración comenzó a transformarse paulatinamente, la

aceptación progresiva de la introducción de novelas que cumplían las exigencias de la doxa

imperante, abrieron las puertas a otro tipo de prosa que fue censurada por su espíritu

revolucionario. Las estructuras del campo se transforman para configurar nuevas dinámicas. El

canon literario impuesto por los regeneradores, inamovible durante muchos años, fue desplazado

como consecuencia de los discursos que se generaban desde la oposición. Este desplazamiento

se hizo visible en dos frentes, el primero, que hemos llamado académico, constituido por las

principales historias literarias que se produjeron durante la Regeneración hasta nuestros tiempos.

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62

El segundo, representado en la producción literaria, donde se encuentran las novelas que

estudiamos: Amores y Leyes, de José Manuel Marroquín, y Tierra virgen, de Eduardo Zuleta.

La comparación del contenido de estas obras manifestó la posición de los autores frente a

las propuestas estéticas del proyecto regenerador, mostrando la relación existente entre doxa y

heterodoxia, y su efecto en la movilidad del canon literario. Del mismo modo, se pudo

evidenciar lo que sucedía en el contexto, lo cual permitió fortalecer la idea sobre una relación

directa entre lo social y las obras seleccionadas. Finalmente, en la recepción de las obras se pudo

comprobar que es importante tener en cuenta otros agentes que construyen el poder simbólico,

en este caso la prensa.

Hoy, el concepto de novela es muy diferente, y su futuro está alejado de lo que letrados

como Caro vaticinaron para este género, legitimando en su lugar los designios de sus contrarios.

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Bibliografía

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27. Williams, Raymond Leslie (1889, septiembre-diciembre), ―Los orígenes de la novela

colombiana: desde Ingermina (1844) hasta Manuela (1858)‖ en Thesaurus vol. 44, num. 3,

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29. Vergara José María, Historia de la literatura en la Nueva Granada, desde la conquista hasta

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Bogotá : Lib. Americana, 1905.

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ANEXO I

AUTOR TITULO

RAIMUNDO BERNAL

ORJUELA

Viene por mí i carga con usted: travesuras histórico-novelesca de un curioso

desocupado (1858) Una historia dolorosa : contada con alegría (1860)

JOSE JOAQUIN ORTIZ María Dolores

JUAN JOSE NIETO Yngermina (1844) ; Los moriscos (1845); Rosina o la prisión del Castillo Chagres

(1850) El oidor cortés de mesa (1845)

ANTONIO JOSÉ DE ISARRI EL Cristiano errante (1846)

JOSE MARIA ANGEL

GAITAN

El Doctor Temis (1851)

PEDRO A CAMACHO

PADILLA

Una de tantas historias (1851)

EUSTASIO SANTAMARIA Las confidencias del cura de mi pueblo (1855)

JUAN FRANSISCO ORTIZ Carolina bella (1856)

FELIPE PEREZ Athaulpa, Huayna Capac (1856) Los Pizarros (1857) El caballero de la barba

negra (1858) Los Gigantes (1875) Carlota Corday (1881) Sara (1883) El caballero

de Rausan (1887)

EUGENIO DIAZ Manuela (1858), Una ronda de Don Ventura Aumada (1858), María Tricince

(1860) Pioquinta (1864) Los aguinaldos en Chapinero (1873), El rejo de enlazar

(1873) Bruna la carbonera (1878)

MANUAL MARIA

MADIEDO

La maldición (1859)

DANIEL MANTILLA Una tarde de verano (1860)

PEDRO PABLO

CERVANTES

Recuerdos del hospital militar (1861)

JESUS SILVESTRE ROZO El último rey de los muiscas (1864)

JOSE MARÍA SAMPER Los cláveles de Julia (1864), Viajes y aventuras de dos cigarros (1864) Martín

Flores (1866) Florencio Conde (1875) Clemencia (1879) Criolano (1879) El poeta

soldado (1880) Lucas Vargas (1899)

TEMISTOCLES AVELLA Los tres pedros, Anacaona (1865)

PROSPERO PEREIRA

GAMBA

Amores de estudiante (1865)

NEPUMUCENO J

NAVARRO

El camarada (1866)

El zapatero (1871), La estrella del destino, El Gamonal (1871)

JOSÉ I. NEIRA ACEVEDO El sereno de Bogotá (1867)

JORGE ISAACS María (1867)

AUTOR TITULO

JUAN CLIMACO

ARVELAEZ

Adelaida Helver (1867)

JOSE MARIA VERGARA Y

VERGARA

Olivos aceitunos todos son unos (1868)

MEDARDO RIVAS Dolores (1869) Las dos hermanas (1883) Historia de una rosa ()

SOLEDAD ACOSTA DE

SAMPER

El corazón de la mujer (1869) Una holandesa en América (1876) Las dos reinas de

Chipre (1878) La juventud de Andrés (1879) La familia del tío Andrés (1880) Una

familia patriota (1884) Los piratas de Cartagena (1886) Episodios novelescos de la

historia patria (1887) Gil Bayle-Hidalgo de Zamora (1898)

MERCEDES HURTADO DE

ALVAREZ

Alfonso (1870)

JOSE JOAQUIN BORDA Koralia (1871)

CANDELARIO OBESO La familia Pigamlión (1871) Las cosas del mundo (1871)

ADRIANO SCARPETTA Eva, novela caucana (1873)

JESUS SILVESTRE ROZO Las travesura de un Tunante (1873)

BERNARDINO TORRES

TORRENTE

El anjel del bosque (1876)

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JOSE DAVID GUARIN Las tres semanas (1885)

EMILIO A ESCOBAR La novia del Zipa (1882) El trabajo (1884) La luz de la noche (1892)

WALDINA DE PONCE DE

LEON

La muleta (1892)

HERMINIA GOMEZ JAIME

DE ABADIA

Dos religiones (1885) Del colegio al hogar (1894)

LUIS SEGUNDO

SILVESTRE

Tránsito (1886)

EUSTAQUIO PALACIOS El Alférez Real (1886)

ARTURO G RUIZ Un mundo sin sol (1887)

LUCIANO RIVERA Y

GARRIDO

Dónde empieza y cómo acaba (1888)

JOSE MARIA VARGAS

VILA

Aurora o las violeta (1889) Ibis (1900) Flor de Fango (1900)