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¿Rousseau y la economía política? Ésta es quizá la primerapregunta que se formule todo lector al toparse con este texto.Si, !además, la curiosidad lograra retenerlo con el fin dehojear ciertas páginas, probablemente la siguiente preguntafue'se: ¿L'Encyclopédie y la economía política? Habría, enton-.ces, indicios más que suficientes para indagar y demorarseen este hito. Ésta es precisamente su relevancia: ser punto deinflexión. De ahí que el valor de su gesto resida en medir yponer de manifiesto la madurez histórico-conceptual del tér-mino «economía». Como se advertirá, la distinción se pre-senta para Rousseau como tarea inexorable y, por eUo, obvia.He. aquí el legado. Lo que tenemos después es, por un lado,«edonomÍa doméstica» y, por otro, «economía política». Elde~tino de este discurso se encuentra así cifrado en la manio-brt¡ de tener que dividir y adjetivar algo que hasta entonceser~ uno y simple. Es decir: el punto de partida para Rousseau.

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La:efectividad de este discurso sobre la economía políticaentuentra hoy día un entorno ideal. Se percibe tanto mejoralgo obvio cuando este algo obvio está dejando de ser.

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INTRODUCCIÓ~EN BUSCA

DE LA ECONOMÍA POLÍTICA PERDIDA

por Fabio Vélez

Antes de que la expresión «economía política» llegasea cristalizar, es decir, con anterioridad a la delimitaciónformal de la disciplina y, por ende, a que la fuerza delliso la volviese locus communis en cierta tradición teó-rica, el trazado de su historia puede alumbrar razonesque expliquen su monumentalización venidera. Eltexto de Rousseau que nos ocupa, Discurso sobre laeconomía política (Discours sur l'économie politique),se encuentra estrategicamente enraizado en la retros-pectiva referida.

Responder a la pregunta inicial de por qué y cómoes que Rousseau escribe este texto, nos puede de algunamanera cercar un ámbito de estudio nada arbitrario. Laprimera pista que acaso debiera seguirse entonces es lade la lengua en la que se encuentra escrito y, así tam-bién, la vinculación que lo enmarca consecuentementeen una determinada tradición. De este modo, el hecho \de que la primera lengua vehicular sea la francesa -y nola inglesa, como en principio pudiera parecer- no ten-dría que aceptarse como algo neutral. Tampoco, a esterespecto, que sea Francia quien siente las bases delestado centralizador del futuro. O que, en este inci-piente contexto ultramarino; el «entre» del Canal de la

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€FABIO VÉlEl

INTRODUCCiÓN7

desconexión, contribuyendo así al entorpecimiento deuna filiación conceptual desde la misma partida. Ahorabien, que se dé un vaCÍo tan prolongado a la par queunas afinidades bilaterales, y que, con posterioridad aestas fechas, la expresión se popularice en lo que llama-remos la literatura económica de la época (yno sólo enlengua francesa), es muestra tan sólo del carácter limi-tado de las condiciones iniciales. Sólo así podría enten-

. clerse su peculiar modo de aparecer, es decir, desde laprecariedad inicial que marca tanto a la expresióncomo a la realidad de la que entonces se nutre.

Acerquémonos, pues, al pretendido arraigo de lahipótesis apuntada. Rousseau comenzaba el Discursoenunciando la necesidad de distinguir entre la «econo-Imía doméstica o particular» y la «economía general opolítica», es decir, la distinta administraclOn de la fam[::TIay el ~o. (Resulta evidente, aunque tal vez n~oe más remarcarlo, que la familia que está en disputa noes precisamente la nuestra). Allí se aludía igualmente ala existencia de autores que ya habían de algún mododado cuenta, aunque insatisfactoriamente, de posiblesrelaciones y concordancias. Esta referencia vaga a otrosautores -que se supone, tuvieron que ante cederle-unido a la necesidad de distinguir, pese a las relacionesmanifiestas, un desigual gobierno entre la familia y elestado, nos entronca directamente con la mentada tra-dición. Lo cual nos obliga, por de pronto, a volvernossobre Montchrestien. Efectivamente, que en un pasaje

: del Traicté se denuncie la desmembración violenta e. injustm;;;:-da de la «economía» (ciconomíe, es decir, la

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A1ancha constituya un determinante caldo de cultivo.En todo caso, seguir algunas huellas de la naciente eco-

.nomía política no podría descuidar estos y otroshechos. Reconstruir, por tanto, aunque sea parcial-mente, lo que podríamos denominar la filogénesis de laexpresión hasta la definición estandarizada y corrienteque pudo encabezar Smith en el capítulo IV de TheWealth ofNations, pasaría necesariamente -o al menosen parte de manera ineludible- por seguir algunoshitos de una historia y de una tradición intelectualescrita en lengua francesa.

Entre la primera aparición de la expresión, en el

[Traicté de l'cEconomie politique de Montchrestien(1615), y la segunda, en el Discurso de Rousseau (~,transcurre aproximadamente un siglo y medip. Cifra ydato nada desdeñables que dan naturalmente que pen-sar y justifican parte del protagonismo del texto queahora nos incumbe. Las afinidades compartidas -sinprobada influencia directa- se podrían aderezar aúnmás si se tomase en consideración la especial presénciade la expresión en sendos textos. En este sentido, cobravalor la anécdota editorial que acompaña en origen aambos, a saber, la que recoge el devenir singular de sustítulos: Montchrestien nombrándolo inicialmente

/Traictéceconomique du tra(ic, y Rousseau respon-

. diendopon la voz Économie a una encomienda de Dide-rot para L'Encyclopédie.Si, en esta estela, 'se indagase nosin asombro la pobre presencia de la expresión en elinterior de uno y otro texto, parece evidente que esteConjunto de hechos podría ahondar en una Suerte de

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INTRODUCCiÓN9

FABIOVtlGla expresión «economía política» pretende señalar ahíel o vido de una disociación, a saber, a eficacia que elgobierno y administración de la familia podría des,em- J'peñar en lo público, en el estado. No obstante, estereclamo, que surge y se impulsa desde lo doméstico,está incidiendo en ciertas carencias de orden «econó-mico» que se están dando precisamente en su seno, yque a la vez se presentan irresolubles' desde el mismo.Que haya entonces que buscar la (<felicidad»fuera delmismo, y que esta búsqueda tenga-que ensayarse porotros medios, es un problema -si no el problema- quevertebrará todo el Discurso.

Es posible asimismo que tales carencias ya estén asu vez también inclinando el peso que en principiopodrían jugar ambas «economías» en la balanza, asaber, aquello de que el reclamo por una quizá ya estédelatando la débil presencia de la otra. En lo concer-niente al caso, relegada a un segundo plano, el únicopapel posible y representable para la economía domés-tica en una sociedad civil moderna tiene que restrin-girse a una provisionalidad natwal. Subordinada, pues,a ser mero acicate, no puede sino aceptar que sus hijos-los individuos- devengan inexorablemente hijos de laqsociedad civil. No en balde, esta mayoría de edad exigepara ser ser propiamente. Pero retomemos lo dicho. La~...•estrategia pasa, por tanto, por ensalzar la ejemplaridadde la economía doméstica con vistas a su posiblimplantación más allá de su ámbito privado. El hechoen consecuencia, de que Rousseau inicie el textonegando esta posible correlación no puede ni debe elu-

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I economía doméstica) Y lo político (police) en función de

\üñtódo orgánico~Y se acuda de igual for~a a las flgur~s

e eno ante y Aristóteles para desacredItar su auton-dad en esta materia, no debería pasar en vano a un lec-tor atento de Bodin. Bastaría aSomarse a Les Six Livresde la Répubtr(Jl&e(ÍE0 para toparse literalmente conü"npasaje idéntico (cap.1I, Libro 1).Asimismo, tampocoparece baladí que Bodin utilice en general el términomesnagerie para designar la economía o administración

oméstica, mientras que a su vez Montchrestien sesirva de la expresión mesnagerie publiqye para ocuparsede la economía polít}Sa.Este paso atrás motivado porun «calco»,este tener que remontarnos incluso a la pre-via la aparición de la expresión, puede dotar a la preten-dida filiación de mayor sentido. En cualquier casO,sienta un precedente nada casual. .

por el momento, es claro que el término economíatiene que escindirse Y geminarse para dar cuenta dealgo nuevo. A este respecto, no deja de ser cierto que ladistinción obliga a que el término originario tenga queadjetivarse -por partida doble- para, ahora, referir dosrealidades. Pues bien, que esta división pueda adver-tirse en B,.g.din,Y de un modo conceptual más depuradoy compacto 'en Montchre~tien, lo único que comportaes la distinción Y dependencia de dos ámbitos hastaentonces no enfrentados. podría afirmarse, por tanto,que Rousseau se inserta en una herencia que ha nom-brado y distinguido la economía política, pero en la queesta se encuentra todavía subordinada a la economíadomésticaYigámoslo de esta manera: la aparición de

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10fABIO VtlEZ •

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Abordemos ahora la cosa desde el otro reverso: la IeConomía política pone de manifiesto la naciente«sociedad civil». Probablemente, la filiación disconti-nua atestiguada al inicio tenga alguna relación al res-pecto. Que la tradición que hemos seguido esté escritaen francés, y que este hecho se vinculara al nacimientodel estado, no es algo que debiera tomarse a la ligera eneste contexto. Es más, puede precisamente que seencuentren en más estrecha cercanía de 10que en prin-cipio pudiera parecer. El que, por otro lado, algo obvioesté dejando de ser, a saber, las formas SOcialesfeuda-les, sólo puede entreverse precisamente en el creci-miento solapado de nuevas formas productivas yCOmerciales. Esto tendría que darnos nuevas pistaspara pensar la economía política de otro modo. Locual, quizá, pasaría por encararla no como una meraampliación o rebasamiento de los límites domésticos. ,SIno como siendo el producto del juego de fuerzas eintereses que en la época vendría a representar lasociedad civil y,más en concreto, el COmerciomundial.Dicho esto, que el estado se haga explícito, que tenganecesariamente que hacerse para y por su SUperviven_cia, está directamente relacionado con que la delimita-ción sea nota tanto de sU:límite como de su limitación.Ello no entra, empero, en contradicción con los plante-~mientos vistos anteriormente donde el punto de par-tIda es, y la elaboración se construye, desde la familia y10doméstico. Decir que la «economía política» surge'como consecuencia de la distinción entre la «adminis-tración doméstica» (oeeonomie) y la «pública» (Poliee),

INTROOUCCIÚN

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dirse. Supone, en efecto, un paso más en la génesis einstauración conceptual de la expresión, un distancia-miento. Recordemos sus palabras: «Aunque entre el

I estado y la familia se den tantas relaciones como pre-tenden algunos autores, no se puede inferir que unasmismas reglas de gobierno pudieran compartirse». Laimposibilidad de tal extrapolación se confirma igua1-

Imente en la crítica que elDiscurso dirige a.Filmer (y suobra Patriareha). A tenor de 10cual, al negarse cua1-

o quier atisbo de «patriarcalismo político», Rousseau sereafirma en 10expuesto y muestra de nuevo su desave-nencia respecto de la tradición precedente. La simpatía

') que además ~omparte p~r las refutaciones q~e.0'dneyI y Locke dedIcaron a dIcha obra, puede aun aIi.adirlinformación valiosa. Así, por ejemplo, la coptraposi-ción que en el Second Treatise se expone entre la«sociedad entre padres e hijos» y la «sociedad civil» escondición necesaria para que Rosseau pueda correla-cionar «e•.conomía pública» (otra expresión para desig-

c. nar la economía pollfiCá) y «voluntad general». Esteparentesco económico-polític~ se encuadra nueva-mente en la tradición indicada. Ciertamente no quedalejos la distinción establecida por Montesquieu en Del'Esprit des lois (1748) a propósito de la diferencia entrela «economía de comercio» y la «economía de lujo».No es momento, sin embargo, para detenernos en lasimportantes secuelas que supone esta advertencia. Entodo caso, se asemeja notablemente a la catalogaciónperfilada por Rousseau entre una economía pública«popular» y otra «tiránica».

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1 G. W. F. Hegel, Principios de la Filosofía del derecho, trad. j. L.Yerma!. Edhasa, Barcelona, 1999, ~ 245.

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caría tanto el protagonismo que la economía políticapodría desempeñar en la salva uarda del es o (y,porende, lo domésticO), como el carácter comunitaristaque con especial impronta en sus orígenes impregna suempresa. Habida cuenta del recorrido sobrevolado, dosejempíos pite den servir de testimonio: así, acompañaren el 7]:aicté de Montchrestien el asedio traumático queejerce la figura fantasmal de lo extranLero (esto es: lamercancía y el comercio exterior) y, en respuest;-;;IñÜsmo, notar la incidencia un tanto tozuda (aunque nosólo) en la implantación de medidas proteccionistaspara refrenarlo, es otra forma de abordar la misma pre-ocupación que invadía a un contemporáneo de Rous-seau, Cantillqn, en su Essai sur la Nature du Commerceen Général (1755), al estudiar con cierta compulsión labalanza comercial negativa y el carácter impositivo deuna competitividad internacional.

La unión de puntos dispares a base de trazos sóloha servido para el esbozo de un plano inacabado.Seguir con el asentamiento de la expresión y su poste-rior Kritik, requerirían dar cuenta de otro tiempo yotros textoS. Al menos esperamos haber facilitado lacomprensión del vuelco, aunque tínüdo efectivamente,que sienta el texto del Discurso. A partir de entonces se.11

impone otro pleonasmo: economía es ya, para ellos,economía política. Rousseau y su tradición promovie- .ron con la adición del adjetivo el cambio. Qué reste delá primera economía es cosa que quedaría por ver en latradición intelectual ulterior y tampoco es hora paradetenernos en ella. No son fortuitos, sin embanro, los

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13INTRODUCCiÓN

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en función de la apelación que desde la primera se acO-mete como modelo para la segunda, puede ser indicioque dé cuenta de una desatención improrrogable, y porellohasta entonces incuestionada, en la administraciónde esta última. Algo está ocurriendo Yobrando más alláde la familia -pero con consecuencias materiales enella- que está requiriendo precisamente por su ausen-cia la necesidad de la «gran familia». Pues bien, paraque esta demanda tome forma, y e~stado pueda verseproblematizado, este acontecer que nada sabe de vín-culos o fronteras tiene que darse desde fuera y a propó-sito de la necesaria interdependencia multilateral queimpone la sociedad civil.Por consiguiente, es la «socie-dad civil» en su condición de ilimitada, Yno la familia,la que precisamente está haciendo relevantes los lími-tes (materiales) del estado (verbigracia, en la «gran ciu-dad del mundo» del Discurso). En suma: el tomar con-siencia dellími~~<:.ilimitado (y de lo ilimitado er;;llímite) constituye la raison d'etre de la naciente econo-~Rolítiea. -"F Semejante traslapamiento evoca y enlaza directa-mente con aquello que Hegel supo tan bien sintetizar, arsaber, que «en medio del exceso de riqueza la sociedadtcivil no es suficientemente rica»! . Encrucijada estructu-

ral a la que sólo cabe hacer frente saliendo de sí, de loslímites propios, es decir, en la búsqueda exterior deconsumidores. La defensa ante esta exterioridad expli-

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NOTA DE EDICIÓN Y TRADUCCIÓN

La entrada «Economía» fue publicada en.@porencomienda de Diderot, para el volumen V de L'Ency-clopédie.Posteriormente, e~ se realizó en Ginebrade la mano de Jacob Vernes una edición independientecon el nuevo título: Discurso sobre la economíapolítica. }!

Nos hemos servido fundamentalmente de la edi-ción crítica francesa a cargo de Bruno Bernardi, Vrin,2002, Se ha tenido muy en cuenta la traducción previarealizada por José E. Candela para la editorial Tecnos,de la que se han importado pertinentes hallazgos detraducción. Tengo que agradecer igualmente las lectu-ras que hicieron distintos amigos contribuyendo a sumejora. Así: David Martínez de Antón, Irene Gonzá1ezCalvo, Ferran Lloret Cabot y, especialmente, al panóp-tico filológico: Carlota Fernández-Jáuregui.

Last but not least; a Diego. Guerrero por la con-fianza mostrada.

II

FABID ViLEZ

BERLíN, 13 DE ABRIL DEL 2010

(Co'nste en acta la deuda contraída conel ~23B de la obra ya citada de Hege1.)

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Ipasajes en los que Marx, a propósito de la legislación I

fabril en Inglaterra, reconsidera la patria potestas en IDas J(apital (sección sexta, Libro 1). Por otra parte, ¡'tampoco debería descuidarse el hecho sin~omático deque tengamos que servirnos hoy de expresIOnes como I«economía» o «economía internacional», y que esta

nueva obliteraci~/adjetiVatCiÓn ~od.edstéd.yat'tatmbEilé10nj"señalando, para nosotros, o ra per 1 a lS In a.conllevaría el retomar eso que ya se ha señalado a pro-pósito del carácter ilimitado de la «sociedad civil» y .~elfinito papel (y poder material) del estado, La cuestlOnacaso pase por preguntarse precisamente cuándoempezó a ocurrir 10 contrario, es decir, «que ningúnpoder territoria1mente limitado pueda ser 10 bastantepotente para tener -ni siquiera «dentro» de «su» terri-torio- el descrito carácter de poder al que n:rdie estáen condiciones de enfrentarse» 2, Pero esto ya sería otrahistoria, ¿o no?

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2 F. Martínez Marzoa, El concepto de lo civil, Ediciones metalespesados, Santiago de Chile, 200B, p. 65.

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JEAN-JACQ1JES ROUSSEAU

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ECONOMÍA u CECONOMÍA (Moral y Política).Esta palabra proviene de OíKOS;, casa, y de vó¡.ws;, ley,y en origen significa el gobierno sabio y legítimo dela casa en provecho del bien común de toda la fami-lia. El sentido de este término se amplió posterior-mente al gobierno de la gran familia, es decir, alestado. Para poder distinguir entre ambas acepcio-.nes, se habla de economía doméstica o particular yde economía general o política, respectivamente. Enel presente artículo nos ocuparemos tan solo de estaúltima. Sobre la economía doméstica, véase PADREDE FAMILIA.

Aunque entre el estado y la familia se den tantasrelaciones como pretenden algunos autores, no .sepuede inferir que unas mismas reglas de gobiernopudieran compartirse: la desigual magnitud imposi-bilita que puedan ser administradas de la misma~manera. Siempre existirá, pues, una diferencia insal-vable. entre el gobierno doméstico, donde el padre Jpuede contemplar todo por sí mismo, y el gobiernocivil, donde el dirigente contempla casi todo ~on ojos \ajenos. Para que las cosas a este respecto fuesen igua- )l~s, sería necesario que el talento, la fuerza y todas las

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facultades del padre aumentasen en conformidadcon el volumen de dicha familia, y que el alma de unpoderoso monarca conviniese a la de un hombreordinario, como la extensión de su imperio a laherencia de un particular., t Desde este planteamiento, ¿cómo podría aseme-jarse entonces, desde fundamentos tan dispares, elgobierno del estado al de la familia? Puesto que elpadre es fisicamente más fuerte que sus hijos, almenos tanto tiempo como requiere su cuidado, elpoder paterno parece, Y con razón, dispuesto pornatural~za. En la gran familia, donde todos losmiemb~os son naturalmente iguales, la autoridadpolítica" puramente arbitraria en lo referente a su ins-titucióri, solo puede fundarse en convenciones; heaquí el motivo por el que un alto dignatario no puedaimponerse al margen de la ley.Por su parte, los debe-res paternos son dictados por sentimientos naturalesy con un tono que raramente se presta a la desobe-diencia. Los dirigentes carecen de una regla pareciday solo están obligados con el pueblo en lo compro-metido y en su posterior ejecución. Otra diferenciaaún:más importante estriba en que al padre le perte-nece, o emana de él, precisamente por cargar con loshijos, todo el derecho sobre su propiedad. En la granfamilia, por el contrario, la administración general seestablece únicamente con el objeto de asegurar la

íProPiedad particular preexis.tente. Por ello, si larazón de todos los trabajos de la casa es la de conser-var y acrecentar el patrimonio del padre para que

es:e pueda un día r~partirlo en:re sus.hijos y evitarles 1aSl la pobreza, la nqueza del fIsco, por el contrario,solo es un medio, a menudo mal comprendido, paramantener la paz y la opulencia de los particulares. Ensuma, mientras la pequeña familia está destinada aextinguirse y a fraccionarse un día en varias familiassemejantes, el caso de la grande es distinto, al estarhecha para persistir en la misma forma. Por tanto, espreciso que la primera aumente para multiplicarse, yno basta con que la otra se conserve ya que, comopuede comprobarse, cada aumento le resulta másperjudicial que útil.

Por varias razones derivadas dela naturaleza delas cosas, el padre debe mandar en la familia. En pri-l émer lugar, la autoridad entre el padre y la madre nodebe ser la misma, aunque es necesario que haya unúnico gobierno y que ante opiniones discrepante shaya una voz preponderante que tome decisiones. En '2~do, por muy futiles que consideremos las inco-modidades propias de la mujer, al implicar siempreun periodo de inactividad, suponen razón suficientepara excluirla de la primacía del oder. Y como suele {'decirse: una nimie ad basta para inclinar la balanza.El marido debe controlar además la conducta de sumujer, pues le interesa tener por seguro que los hijos,a los que tiene la obligación de reconocer y alimentar,le pertenecen. La mujer, que a este respecto no tienenada que temer, no posee los mismos derechos. En ,;,tercer lugar, los hijos deben obedecer al padre, pri-mero por necesidad y después por reconocimiento,

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JEAN- JACaUES ROUSSEAU

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DISCURSO SOBRE LA ECONOMIA POLiTICA 21

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cabo de manera muy distinta. La discriminación desu deber y sus derechos hace que no sea posible con-fundirlos sin formarse falsas ideas acerca de las leyesfundamentales de la sociedad, y sin caer en erroresnefastos para el género humano. En efecto, si la vozde la naturaleza es el mejor consejo que puede escu~Char un padre para cumplir correctamente con sus'deberes, para el alto dignatario es solo una falsa guíaque pugna por apartarlo continuamente de sus obli-gaciones, y que tarde o temprano, si no se interponeuna virtud sublime, lo terminará arrastrando a su 1perdición y a la del estado. La única precaución queel padre de familia necesita consiste en guardarse dela depravación e impedir que las.inclinaciones natu-rales le corrompan; siendo precisamente estas, porotro lado, las que corrompen al alto dignatario.Mientras al primero para obrar bien le basta la vozdel corazón, el segundo se hace traidor al escucharla,de ahí que este deba sospechar de su razón privada yno obedecer otra regla que la razón publica, es decir,la ley. La naturaleza ha creado asimismo multitud debuenos padres de familia, pero es dudoso que la sabi-duría humana, desde que el mundo existe, hayapodido modelar a diez hombres capaces de gobernara sus semejantes.

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De todo lo que acabo de exponer se infiere quehay razones suficientes para distinguir la eco~míapública de la economía partícu!g.r. Así, el estado y lafamilia, aunqu,e coinciden en la obligación común deprocurar la felicidad para los suyos, difieren en sus

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JEAN- JI,CQUES ROUSSEAU

al haber encontrado satisfechas a lo largo de mediavida todas sus necesidades; de ahí que tambiéndeban consagrar la mitad restante a devolver los mis-mos cuidados al padre. En cuarto y último lugar, l~ssirvientes están igualmente obligados a prestar serVI-cios al padre, siempre y cuando no rompan el.tr~to, acambio de la manutención que este les suminIstra.

1Nada diré de la esclavitud, pue.s es co~traria a lanaturaleza y ningún derecho puede autoflzarla.í Ahora bien, la sociedad política n~da tie~e q~eLver con lo expuesto. Con independencIa del Inte.r~snatural que el dirigente pueda mostrar por la fehcI- .dad de los particulares, no es extraño que aquel bus-que su propio interés en la miseria de estos. :uandola magistratura es hereditaria, con frecuencia es unniño quien manda sobre los hombre~ y, cua~do eselectiva, las elecciones presentan multItud de Incon-venientes; pero en ambos casos, efectivamente, sepierden las ventajas de la paternidad. Así, si disponéis

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de un solo dirigente, dependeréis de la voluntad deun amo que carece de razones para amaros; si tenéisvarios, soportaréis al tiempo su tiranía y sus divisio-nes. En definitiva, los abusos se tornan inevitables yfunestas sus consecuencias cUllndo en toda sociedadel interés público y las leyes se encuentran privadasde fuerza natural y Son incesantamente atacadas porel interés personal y las pasiones del dirigente ydemás miembros. .

Aunque las funciones del padre de familia y delalto dignatario deben tender al mismo fin, se llevan a

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reglas de gobierno. He creído que estas pocas líneasserían suficientes para cuestionar el odioso sistemaque el caballer,'Z::~~:ha procurado sentar en unaobra titulada Patriarcha, y a la que dos hombres ilus-tres han replicado homosamente con sendas refuta-ciones. Por lo demás, el error viene de lejos, ya elmismo Aristóteles estimó oportuno combatirlo conrazones que pueden encontrarse en el primer librode la política.

Ruego a mis lectores que atiendan a una distin-ción más, a saber, la que se establece entre la eco-n£..míapública, que denomino g!2bi~ y la autori-dad suprema, que denomino soberanía; mientras que~una posee el derecho legislativo y obliga en ciertoscasos al cuerpo mismo de la nación, la otrq, pose-yendo el poder ejecutor, únicamente puede obligar alos particulares. Véase POLÍTICA Y SOBERANÍA.

Permítaseme por un momento utilizar una com-paración común aunque inexacta, pero apropiadapara éxplicarme mejor.

El cuerpo político, tomado individualmente,puede asemejarse al de un cuerpo humano, organi~zado y vivo. El poder soberano representa la cabeza;las leyes y costumbres son-el cerebro, origen de losnervios y sede del entendimiento, de la voluntad y delos sentidos y cuyos órganos son los jueces y altosdignatarios; el comercio, la industria y la agriculturason la boca y el estómago responsables de la comúnsubsistencia; las finanzas públicas son la sangre deuna sabia economía que, desempeñando las funcio-

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nes del corazón, distribuye por todo el cuerpo el ali-m~nto y la vida; los ciudadanos son el cuerpo y losmIembros que hacen que la máquina se mueva, vivay trabaje. Así, siendo buena la salud del animal, cual-~uier l~sión.que la,máquina sufriera sería seguida deinmedIato por una impresión dolorosa en el cerebro.

A ambos corresponde la vida que es el yo comúna: t~do, la sensibilidad recíproca y la corresponden-CIaInt~rna.:ntre todas las partes. Si cesa semejantecomum~a:lOn, se deshace la unidad formal y las par-t:~ contiguas solo se relacionan por mera yuxtaposi-ClOn; entonces, el hombre muere o el estado sedisuelve.

Por consiguiente, el cuerpo político es tambiénun ser moral dotado de una voluntad. Esa voluntadgeneral, encaminándose constantemente a la conser-va:ión y bienestar del todo y de cada parte, siendoon.g:n de las leyes, constituye la regla de lo justo y delo Injusto para todos los miembros del estado, inclu-yéndose él mismo. Esta verdad muestra, dicho sea depaso, con cuánto sentido muchos escritores conside-raron un robo la sutileza prescrita a los hijos de Lace-d.emonia en la obtención de su frugal alimento, comoSI~odo lo que la ley ordenase pudiese no ser legítimo.Vease, en DERECHO, la articulación fundamental deeste excelso e iluminador principio ..

Es importante señalar que esa regla de justicia,segura en relación con todos los ciudadanos, puederes~tar eq~ívoca en relación con los extranjeros, y larazon es eVIdente: aunque la voluntad del estado sea

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el resto de la sociedad, se trata de una voluntad parti-cular. Se entiende así que pueda ser considerada a unmismo tiempo, recta o viciosa, según se la mire.Cualquiera puede prestarse a ser un devoto, unvaliente soldado o un practicante diligente y un malciudadano. Semejante determinación puede ser ven-tajosa para la pequeña comunidad y, al tiempo, resul-tar muy perniciosa a la grande. Al estar las socieda-des particulares subordinadas a aquellas que lasincluyen, se debe respertar el orden de inclusión: así,los deberes del ciudadano preceden a los del senadory los del hombre a los del ciudadano. Pero, desafortu-nadamente, el interés personal se encuentra siempreen razón inversa respecto al deber, y aumenta amedida que la asociación se torna más estrecha y elcompromiso menos sagrado. Todo ello pruebainequívocamente que la voluntad más general essiempre la más justa, y que la voz del pueblo es, efec-tivamente, la voz de Dios.

Ello no comporta que las deliberaciones públicas'sean siempre equitativas. Pueden no serlo cuando'concierne a asuntos extranjeros, como ya he mencio-nado. En efecto, no es imposible que una repúblicabien gobernada llegue a orquestrar una guerrainjusta; tampoco lo es que el consejo de una demo-cracia apruebe decretos injustos o condene a ino-centes. Ahora bien, para que esto no suceda es nece-sario evitar la seducción que, gracias al prestigio y laelocuencia, ejercen ciertos hombres a propósito deintereses particulares que hacen pasar por los del

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general para sus miembros, no lo es para otros esta-d l.para sus miembros respectivos. Para estos, aos ni' d'diferencia, resulta ser una voluntad particu ar e m 1-

vidual cuya regla de justicia deriva de la ley de natu-raleza contemplada dentro del principi~ antesexpuesto. La gran ciudad del mundo se conVIerte enel cuerpo político, la voluntad general en ley ~e natu-raleza, y los estados y pueblos diversos en mIembrosindividuales.

De estas mismas distiilciones aplicadas a cadasociedad política y a sus miembro.s se derivan lasreglas más firmes y universales para Juzgar a un bueno mal gobierno y, en general, la moralidad de todoslos actos humanos.

Cada sociedad política se compone d: ot.rassociedades más pequeñas y de diferentes especies,cada una con sus intereses y sus máximas. Pero estasCl'edades que todos pueden percibir en virtud deso, 1 ,.

su forma exterior y autorizada, no son as umcas ~~eexisten realmente en el estado. Para su fortnaclOnbasta con que cierto número de particulares se agru-pen bajo un interés común, temporal o perrr:ane~te-mente, con una fuerza real a pesar de su apanenCIa, .ycuyas relaciones constituyan el verdadero conOCI-miento de las costumbres. Son, pues, todas estas aso-ciaciones tácitas o formales, las que modifican demodo tan diverso, desde su influencia, los sembla.n-tes de la voluntad pública. La voluntad de ~stas SOCle-dades' muestra siempre dos tipos de relaClOnes: parasus propios miembros es una voluntad general; para

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JEAN- JACaUES ROUSSEAU DISCURSO SOBRE LA ECONOMIA POllTICA ~9

pueblo. Por lo tanto, no hay que confundir la delibe-ración pública y la voluntad general. Vana es laréplica que se construya desde la ejemplaridad de lademocracia ateniense, pues Atenas no era en rea-lidad una democracia sino Una aristocracia, clara-mente tiránica, gobernada por sabios y oradores.Examinad con cuidado lo que ocurre en una delibe-ración y comprobaréis que la voluntad general seinclina siempre por el bien común. No obstante, muya menudo existe una escisión secreta, una confedera- .ción tácita que, promoviendo la particularidad, eludela disposición natural de la asamblea. Así, el cuerposocial se divide efectivamente en otros tantos cuyosmiembros adoptan una voluntad general, buena yjusta para ellos, pero injusta y mala respecto d~l tododel que se desvinculan.

Vemos con qué facilidad se explican, gracias aestos principios, las aparentes contradicciones visi-bles en muchos hombres henchidos de honor yescrúpulos en ciertos aspectos, aunque trampososy granujas en otros, al eludir los deberes más sagra-dos y ser fieles hasta la sepultura a compromisos nor-malmente ilegítimos. Así es como los hombres máscorruptos rinden siempre una suerte de homenaje ala confianza pública y los bandidos (como se señalaen el artículo DERECHO), enemigos de la virtud en lagran sociedad, estiman el simulacro en sus cavernas.

Al establecer la voluntad general como primerprincipio de la 'economía públicay como regla funda-mental del gobierno, he optado por no examinar

seriamente si los altos dignatarios pert~necen al pue-blo o el pueblo a los altos dignatarios, ni si en losasuntos públicos se debe consultar el bien del estadoo el de los dirigentes. Hace ya tiempo que la prácticay la razón tomaron partido de forma distinta en estacuestión, de modo que en general sería una granlocura esperar que aquellos que efectivamente sonlos amos buscasen un interés distinto al propio. Pare-cería adecuado, entonces, dividir asimismo la econo-mía pública en popular y tiránica. La primera se dacuando en el estado impera una unidad de interés yvoluntad entre el pueblo y los dirigentes; la otra; exis-. tirá necesariamente allí donde el gobierno y el pueblotengan intereses diferentes y, por consiguiente,voluntades opuestas. Las máximas de esta última hansido recogidas en los archivos a lo largo de la historiay en las sátiras de Maquiavelo. Las otras solo seencuentran en los escritos de los filósofos que tienenla osadía de reclamar los derechos de la humanidad.

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La primera y más importante máxima del gobiernolegítimo y popular, es decir. del que tiene por objetoel bien del pueblo, es, pues, como ya he dicho, la deguiarse absolutamente parla voluntad general. Perop:¡.ra cumplirla es necesario conocerla y sobre tododistinguirla correctamente de la voluntad particular,y comenzando por uno mismo; distinción siemprependiente y para la cual solo la más sublime virtudpuede proporcionar la lucidez necesaria. Como paraquerer hace falta ser libre. otra dificultad no menorconsiste en asegurar tanto la libertad pública como laautoridad del gobierno. Buscad los motivos que lle- .varan a los hombres, vinculados por sus mutuas'necesidades en la gran sociedad, a unirse mediantesociedades civiles y no encontraréis otrós que los deasegurar los bienes. la vida 'y la libertad de cadamiembro en la protección de todos. Ahora bien,¿cómo forzar a los hombres a defender la libertad deuno de los suyos sin atentar contra la de los demás?¿y cómo hacer frente a las necesidades públicas sinalterar la propiedad p¡;¡rticular de los que están obli-gados a intervenir contribuyendo? Si, a pesar delsofisma, mi libertad termina cuando otro puede limi-tarla, entonces, ni soy libre ni-puedo ya disponer demis bienes. Esta dificultad que debería parecer insu-perable, se salvó gracias a la más sublime de todas las

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plimiento de las leyes sobre las cuales se funda todasu autoridad y su cargo. Si debe imprimir este debera otros, con mucha más razón deberá cumplirlas élmismo, que goza de todos sus favores. Pues su ejem-plo, en efecto, tiene tal fuerza que, aun cuando elpueblo aceptase tolerar que el dirigente se liberasedel yugo de la ley, este debería guardarse de aprove-char tan peligrosa prerrogativa que otros trataríaninmediatamente de usurparle, y a menudo en su per-juicio. En el fondo, como todos los compromisos dela sociedad son recíprocos por su naturaleza, no esposible saltarse la ley sin renunciar a sus ventajas,puesto que nadie debe nada a quien pretende nodeber nada a nadie. Por la misma razón, ningunaexención de la ley será jamás consentida por títuloalguno en un gobierno disciplinado. Incluso los ciu-dadanos meritorios deberán ser recompensados conhonores y nunca con privilegios, pues la república seprecipita hacia la ruina apenas se comience a pensarque puede resultar ventajoso desobedecer las leyes.Pero si la nobleza o el ejército, o cualquier otro esta-mento del estado, adoptase una máxima semejante,la perdición total ya no encontraría remedio alguno.

El poder de las leyes depende más de su propiasabiduría que de la severidad de sus ministros y elpeso de la voluntad pública procede precisamente dela razón que la dicta. De ahí que Platón concibacomo una precaución importante encabezar los edic-tos con un preámbulo razonado que muestre su jus-ticia y utilidad. Y, en efecto, la primera leyes justa-

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instituciones humanas; o, tal vez, por la inspiraciónceleste de los decretos inmutables de la divinidad..Qué arte inconcebible pudo encontrar el medio de~ubyugar a los hombres para hacerlos libres y ponerasí al servicio del estado, los bienes, los brazos yha~ta la vida de sus miembros sin constreñirles nipedirles consentimiento? ¿Qué permitió encaden~rvoluntad y confesión, haciendo valet el consentI-miento contra los rechazos y confinándolos así alauto-castigo cuando no actuaban conforme a lodeseado? ¿Cómo es posible que obedezcan sin quenadie mande o que sirvan sin tener amo, siendo efec-tivamente más libres en la medida en que, bajo apa-rente sujeción, solo se pierde la libertad si esta puedeperjudicar a la de otro? Estos p.r~digios.son o.brade laley. De ahí que le deban la justiCIay la hbert~d. Es esesaludable órgano de la voluntad de todos qUien resta-blece, en el derecho, la igualdad natural de los hom-bres. Es esa voz celeste quien dictaa cada ciudadanolos preceptos de la razón pública, y le e~s~ñ~,. a suvez, a obrar según las máximas de su propIo JUICIOYano entrar en contradicción consigo mismo. Es, pues,a ella a quien los dirigentes únicamente deben dejarhablar cuando gobiernan, ya que tan pronto como u~hombre pretende someter a otro a su voluntad pn-vada sale del estado civil para enfrentarse al puro, .estado de naturaleza donde la obediencia es prescntaúnicamente por la necesidad.

El interés más apremiante del dirigente, al igualque su deber más indispensable, es velar por el cum-

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mente la de respetar las leyes. La inflexibilidad de loscastigos solo es un vano recurso imaginado por espí-ritus mediocres para sustituir por el terror el respetoque no pueden alcanzar de otro modo. Es sabidodesde siempre que aquellos países en donde lossuplicios son más terribles, son precisamente en losque estos ocurren con más frecuencia, de suerte quela crueldad de las penas no significa otra cosa que laprofusión de infractores, y que si se castiga todo conla misma dureza se obliga a los culpables a cometercrímenes para escapar al castigo de sus faltas.Aunque el gobierno no sea el dueño de la ley,

tiene bastante con ser su garante y estatuir múltiplesrecursos a fin de procurar su honra. En esto consisteprecisamente el talento para reinar. Sembrar elmiedo cuando se dispone de la fuerza no cómportaningún arte; lejos queda también el poder ganarse elfavor de los corazones, pues hace ya mucho tiempoque el pueblo sabe por experiencia apreciar a susdirigentes por el mal que evitan y, por tanto, adorar-les cuando no hay razones para lo contrario. Cual-quiera, incluso el idiota sumiso, sabe castiga.r los crí-menes, pero el verdadero hombre de estado sabeademás prevenirlos: su respetable imperio conquistalas voluntades más que las acciones. Si este pudieselograr que todo el mundo hiciese el bien, no tendríaya nada que hacer y la obra maestra de sus designiossería la de poder permanecer ocioso. Cierto es,cuanto menos, que el mayor talento de los dirigentesconsiste en enmascarar su poder para hacerlo menos

odioso, y en conducir el estado de forma tan apacibleque parezca no tener necesidad de conductores.Concluyo, por tanto, que, así como el primer

deber del legislador consiste en conformar las leyes ala voluntad general, la primera regla de la economíapública es la de administrar conforme a las leyes. Deeste modo, para obtener un buen gobierno del estadobastará con que el legislador haya provisto todas lasexigencias relativas al lugar, el clima, el suelo, las cos-tumbres y la proximidad, así como las circunstanciasparticulares del pueblo a instituir. Aún quedaráempero una plétora de detalles, de orden policial yeconómico, confiados al amparo del gobierno. Siem-pre se dan, no obstante, dos reglas infalibles paraconducirse con acierto en tales circunstancias: una,cuando el espíritu de la ley se aplica a los casos porella previstos; la otra, cuando la voluntad general,origen y suplemento de toda ley, debe ser consultada..en su defecto. ¿Cómo conocer, entonces, la voluntadgeneral cuando no ha sido explicitada? ¿Habrá que'reunir a toda la nación ante cada acontecimientoimprevisible? Cuanto más seguro esté el gobierno deque su decisión expresa la voluntad general, menosnecesidad habrá de contemplar dicha posibilidad.Asimismo es innecesaria en la medida en que es unmedio impracticable en un gran pueblo, y rara vez serequiere cuando el gobierno es bienintencionado.Los dirigentes saben sobradamente que la voluntadgeneral está siempre de lado del partido propicio alinterés público, es decir, el más equitativo, aquel al

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producto de los gobiernos. Sus miembros pueden serguerreros, ciudadanos u hombres si el gobierno así loestima; o bien, populacho y canalla cuando le plazca,'y todo príncipe que desprecie a sus súbditos se des-honra a si mismo al mostrar su incapacidad parahacérselos estimables. Si queréis mandar sobre unhombre, formadlo antes, y si pretendéis que las leyesse obedezcan, hacedlas estimables, de forma que pa-ra cumplirlas baste con pensar en ellas. Este era elgran arte de los antiguos gobiernos en aquellos tiem-pos en que los filósofos daban leyes al pueblo y solohacían uso de su autoridad para hacerlo sabio y afor-tunado; de tal modo que no descuidaban las leyessuntuarias, los reglamentos de costumbres o lasmáximas públicas. Los tiranos tampoco olvidabantan importante factor en la administración; así,mientras los altos dignatarios trataban de corregir lascostumbres de sus ciudadanos, aquellos se dedicabana corromper las de sus esclavos. Por su parte, nues-tros gobiernos modernos, que creen haberlo conse-guido todocon la riqueza, son incapaces de pensar oimaginar más allá de sus límites.

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que le basta ser justo para asegurarse el curripli-miento de la voluntad general. Cuando se la atacafrontalmente, la voluntad general se hace notar apesar d~1terrible freno de la autoridad pública. Bus-caré algunos ejemplos afines. En China, el príncipetiene por máxima quitarle constantemente la razón asus oficiales cuando surge un altercado entre estos yel pueblo. Si en una provincia sube el precio del pan,la cárcel espera al intendente; si en otra estalla unmotín, el gobernador es c,esadoy los mandarines res-ponden con su vida a todo mal que bcurra en su ju-risdicción. No se examina de inmedi¡¡.to el caso en unproceso regular, pues la experiencia' enseña a preve-nir un juicio en tales circunstancias. Raramente hayuna injusticia que reparar por esta causa, y el empe-rador, persuadido de que el clamor público' jamás seeleva sin motivo, sabe distinguir y enderezar las que-jas justas entre los gritos sediciosos que castiga.

Ya es mucho lograr que reine el orden y la paz entoda la república; también 16es que el estado perma-nezca sereno y la ley sea respetada; pero, si única-mente se emprende, todo ello será más aparienciaque realidad y al gobierno le será difícil hacerse obe-decer si se limita tan sólo al seguimiento de la obe-diencia. Si es recomendable saber emplear a loshom-bres tal como son, mucho mejor es tomarlos,tal ycomo es necesario que sean. La autoridad más abso-luta es aquella que penetra hasta el interior del hom-bre y ejerce su propio peso má~ en la voluntad que enlas acciones. A la larga, por tanto, los pueblos son el

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Segunda regla esencial de la economía pública, nomenos importante que la primera: ¿queréis que secUD:lplala voluntad general? Pues conseguid que todaslas voluntades particulares se correspondan con ella.Y, por decirlo brevemente de algún modo, como lavirtud no es sino la conformidad de la voluntad par-ticular con la general, haced que reine la virtud.

Si la ambición no cegase tanto a los políticos,advertirían la imposibilidad de liderar cualquierasentamiento, siguiendo el espíritu de su institución,sin la ley del deber. Apreciarían que la mayor fuerzade la autoridad pública se encuentra en el corazón delos ciudadanos y que las costumbres se vuelvenirremplazables en el mantenimiento del gobierno. Ensuma, no se trata únicamente de la correcta adminis-tración de las leyes, sino de la honradez necesariapara obedecerlas. Quien al fin desafía a los remordi-mientos, no tardará en hacerlo con los suplicios; cas-tigo menos estricto, menos continuo y del que, almenos, cabría la esperanza de escapar. Y por muchasprecauciones que se tomen, a quien le aguarda lainlpunidad tras una mala acción, siempre encuentramedios para eludir la ley o para librarse de la pena.De este modo, cuando todos los intereses particula-res se afanan en contra del interés general, que ya no.es el de la persona, los vicios públicos tienen la fuerza

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suficiente para enervar las leyes. Finalmente, lacorrupción del pueblo y de los dirigentes alcanza algobierno por muy sabio que este pueda ser. El peorde todos los abusos consiste entonces en obedeceraparentemente las leyes para poder infringirlas dehecho con mayor seguridad. Las mejores leyes luegose convierten en las más funestas y más valdría queno existieran: constituirían el último recurso al queacudir. En situación semejante, se promulgan inútil-mente edictos y reglamentos, y estos solo sirven paraañadir, en vez de corregir, nuevos abusos. Cuantomás multipliquéis las leyes tanto más despreciableslas volveréis, y todos los vigilantes que instituyáis noserán más que nuevoS infractores destinados a repar-tirse el pillaje con los anteriores o hacerse c~n el suyopropio. El precio de la virtud pasa a ser, ahora, el delbandidaje: los hombres más viles son los más acredi-tados y, cuanto más ilustres son, tanto más despreciomerecen. Así, la infamia quebranta su dignidad y loshonores los deshonran; compran el sufragio de losdirigentes o la protección de las mujeres Y venden lajusticia, el deber y el estado; y el pueblo, que noadvierte que sus propios vicios son la causa primerade sus desgracias, murmura y clama gimiendo:«Todos mis males vienen de los mismos a quienespago para que me protejan dellos».

Es entonces cuando los dirigentes substituyen lavoz del deber, que ya no habla en sus corazones, porel grito del terror o la ilusión de un interés aparentecon el que engañan a sus criaturas: es hora de recu-

rrir a todas las pequeñas y miserabl~s astucias queellos llaman máximas de estado y misterios de gabi-nete. Todo el vigor restante que aún les queda a losmiembros del gobierno, lo emplean en perjudicarse ysuplantarse entre sí, mientras se abandonan los asun-tos o se resuelven solo interesadamente y segúnquien los lleve. En definitiva, toda la habilidad deesos grandes políticos estriba en fascinar a todos losque necesitan, de tal modo que, a su vez, estos creantrabajar por su propio interés cuando en realidad lohacen para el de ellos.Y digo el de ellos, por cuanto elverdadero interés de los dirigentes sea el de aniquilaral pueblo para someterlo y arruinar así su bien, ensuma, para poder asegurarse su posesión.

Ahora bien, cuando los ciudadanos aman eldeber y los depositarios de la autoridad pública seaplican sinceramente en nutrir ese amor con suejemplo y sus cuidados, todas las dificultades se des-vanecen y la administración deja de ser un escollo;queda, entonces, dispensada de ese arte tenebrosocuyo misterio es la perfidia. Esos insignes espíritus,tan peligrosos como admirados; todos esos grandesministros cuya gloria se confunde con las desgraciasdel pueblo, son prescindibles; las costumbres públi-cas suplen al genio de los dirigentes y, al aumentar elreino de la virtud, los talentos parecen menos nece-sarios. La propia ambición es atendida, entonces,más por deber que por usurpación: el pueblo, con-vencido de que sus dirigentes trabajan solo en aras desu felicidad, les dispensa por deferencia de trabajar

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para consolidar su poder, y así la historia nos muestraen multitud de ocasiones que la autoridad que elpueblo otorga a aquellos que ama y por los que esamado, es cien veces más absoluta que toda la tiraníade los usurpadores. Esto no significa que el gobiernodeba tener miedo a la hora de usar su poder, sino quedebe hacerlo de fOJ;ma legítima. Encontraríamosmultitud de ejemplos en la historia de dirigentespusilánimes o ambiciosos, vencidos por desidia o pororgullo, pero ninguno que haya acabado mal por serjusto. Pero no debemos confundir moderación ynegligencia, ni dulzura con debilidad. Para ser justoes preciso ser severo: soportar la maldad que sepuede reprimir con el derecho es como ser malvadocon uno mismo. .

No basta con decir a los ciudadanos: «sed bue-nos». Hay que enseñarles a serlo, y el ejemplo, que esla primera lección en este caso, no es el único medioposible. El amor a la patria es el más eficaz; pues,como ya he dicho, el hombre es virtuoso cuando suvoluntad particular es absolutamente conforme a lavoluntad general y quiere lo mismo que quieren lasgentes que él ama.

Parece que el sentimiento humano se evapora ydebilita al extenderse por toda la tierra; así, lascalamidades que pudieran ocurrir en Tartaria o enJapón nos afectarían menos que si lo hiciesen en unpueblo europeo. En cierta forma, es preciso limitar yreducir el interés y laconmisetación para poder acti-varlos. Ahora bien, como parece solo útil para los que

conviven con nosotros, es bueno que la humanidadconcentrada entre conciudadanos saque de ellos unafuerza renovada gracias al hábito de verse y al interéscomún que los reúne. Es cierto que los mayores pra-

I digios de la virtud han sido realizados por amor a laI . . patria. Este sentimiento dulce y vivo que une la fuerza

del amor propio a toda la belleza de la virtud, le dotade una energía que, sin desfigurada, la convierte en lapasión más heroica. He ahí el origen de tantas haza-ñas inmortales, cuyo resplandor deslumbra a nues-tros débiles ojos, y de tantos grandes hombres, cuyasantiguas virtudes parecen fábula cuando el amor a lapatria se vuelve insignificante. Que no nos extrañe: elfuror de los corazones tiernos parece una quimera aquien jamás lo sintió, yel amor a la patria, cien vecesmás vivo y delicioso que el de la amante, no sepuedesentir si no se experimenta. Así con todo, tanto en loscorazones que inflama como en las hazañas que ins-pira, es fácil notar ese ardor efervescente y sublime,que aún requiere de la más pura virtud para relucir.Atrevámonos a comparar al propio Sócrates conCatón: el primero era más filósofo, el segundo másciudadano. Cuando Atenas ya estaba perdida, lapatria de Sócrates no era sino el mundo entero;~atón, que vivió para ella y que no pudo sobrevivida,SIempre la llevó en su corazón. La virtud de Sócrateses la del más sabio de los hombres pero, entre César yPompeyo, Catón parece un dios entre mortales. Elprimero instruyó á algunos particulares, combatió alos sofistas y murió por la verdad; el segundo, defen-

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+5o OISCURSO SOBRE LA ECONQMiA POLiTICA, rr

modo, no cabe esperar que trágicam~nte un hombreen su sano juicio se saque los ojos. La seguridad par-ticular está ligada a la confederación pública' de talmodo que, por poco que se estime la debilidadhumana, dicha convención quedaría disuelta por elderecho: bastaría con que un solo ciudadano delestado pereciese por falta de auxilio, o fuese retenidoen prisión sin causa, o perdiese un proceso por unainjusticia evidente. Por lo tanto, cuando se infringenlas convenciones fundamentales no se ve qué de-recho o interés pueda seguir manteniendo la uniónsocial del pueblo, a no ser que todavía lo contenga lamisma fuerza causante de la propia disolución delestado civil.

En efecto, ¿no consiste el compromiso del cuerpode la nación en proveer con el mismo cuidado la con-servación de todos y cada uno de sus miembros?¿Acaso es menor causa común la salvación de un ciu-dadano que la de todo el estado? Si se nos dijera quees justo que alguien perezca por todos, estaría dis-puesto a admitir semejante sentencia a condición deque fuese defendida por un patriota, digno y noble,que consagrase su muerte, voluntariamente y pordeber, a la salvación de su país. Ahora bien, si seoyese que se le permite al gobierno sacrificar a uninocente para salvar a la multitud, tomaría esta

•• 00 máxima como una de las más execrables que jamáse.' haya inventado la tiranía, como la más falsa y peli-

grosa que pudiera proponerse y la más claramenteopuesta a las leyes de la sociedad. LejOs de que uno

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JEAN-JACQUES ROUSSEAU

dió el estado, la libertad y las leyes contra los conquis-tadores del mundo y finalmente murió cuando no viomás patria a la que servir. Un digno discípulo deSócrates sería el más virtuoso de sus contemporá-neos; un digno émulo de Catón sería, de entre ellos, elmás grande. La felicidad del primero sería su virütd,mientras que el segundo buscaría la suya en la detodos. Nosotros seríamos instruidos por uno y guiacdos por el otro, lo cual sería suficiente para decidir lapreferencia, pues aunque nunca hubo un pueblo desabios no es imposible lograr que un pueblo sea feliz.

¿Queremos que los pueblos sean virtuosos?Empecemos, pues, por hacerles amar la patria. Pero,¿cómo amarla si para ellos la patria no se distingue alos ojos de un extranjero y solo les da lo qu~a nadiepuede negársele? Sería aún peor si el pueblo nisiquiera pudiera disfrutar de la seguridad civil, o lefuera imposible o no permitido atreverse a reclamarlas leyes, quedando sus bienes, su vida o su libertad adiscreción de los poderosos. Sometido, entOnces, alos deberes propios del estado civil, privado inclusode los derechos del estado de naturaleza, y sin poderemplear la fuerza para defenderse, el pueblo seencontraría en la peor condición en la que un ham-

o bre libre pudiera verse, y la palabra patria solo ten-dría para él un sentido odioso y ridículo. No hay quecreer que sea posible ofender o cortar un brazo y queel dolor no se traslade a la cabeza, ni tampoco que lavoluntad general consienta que un miembro cual-quiera del estado hiera o destruya a otro; del mismo

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JEAN-JACQUES ROUSS[AU DISCURSD SDBRE LA ECDNDMIA PDlITICA, 11 47•

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pudiese perecer por todos, todos deberían compro-meter sus bienes y sus vidas en la defensa de todos,con el fin de que la debilidad particular estuviesesiempre protegida por la fuerza pública y cada miem-bro por todo el estado. Si sospecháis algún tipo deexclusión, exigidles a los partidarios de tal máximaque expliquen mejor lo que entienden por cuerpo delestado y podréis comprobar cómo al final lo reducena un pequeño número de hombres: los oficiales. Yaunque estos mismos oficiales, aun habiéndose com-prometido por juramento particular a perecer ellosmismos por la salvación de todo pueblo, no buscaránmás que implicar al pueblo en su propia salvación.

Si queremos encontrar ejemplos de la protecciónque el estado le debe a sus miembros y d~l respetoque le otorga a sus personas, tenemos que buscarlasen las más ilustres y valientes naciones de la tierra,pues es normalmente en los pueblos libres donde seconoce el valor de un hombre. Tenemos noticias dela perplejidad que se instalaba en la república deEsparta cuando había que castigar a un ciudadanoculpable. En Macedonia, la vida de un hombre reci-bía tal importancia que su poderoso monarca Alejan-dro, con toda su grandeza, no hubiera tenido la sufi-ciente sangre fría como para ordenar la muerte de uncriminal sin que antes hubiese comparecido y sidocondenado por sus conciudadanos. Pero fueron losromanos quienes, al mirar su gobierno por el bien desus particulares y velar escrupulosamente por losderechos inviolables de todos sus miembros, se dis-

tinguieron por encima de todos los l;'ueblos de la tie-rra. Nada había tan sagrado como la vida del ciuda-dano. Se necesitaba la asamblea de todo el pueblopara condenar a alguien; ni el senado ni los cónsules,con toda su majestad, ostentaban tal derecho. Sucarácter apacible, superior en la tierra, hacía que elcrimen y la pena de un ciudadano constituyesen unadesolación pública. Tan duro era verter la sangre deun ciudadano a causa de un crimen, que la leyParciaconmutó la pena de muerte por el exilio a los queprefiriesen sobrevivir alejados de la dulce patria. EnRoma y en sus ejércitos se respiraba ese amor entreconciudadanos y ese respeto hacia el nombreromano que elevaba el coraje y alentaba la virtud dequien tenía.el honor de portarlo. El sombrero de unciudadano liberado de la esclavitud y la corona CÍvicadel que había salvado la vida de otro, era lo que másse admiraba en la pompa de los triunfos. No en vanode las coronas que honraban las bellas hazañas de laguerra, solo la cíviea y la de los triunfadores eran dehierba y de hojas, el resto de oro. Así es como R~mafue virtuosa y se convirtió en la dueña del mundo.¡Dirigentes ambiciosos! El pastor también gobierna asus perros y a sus rebaños y no es más que el último-de los hombres. La belleza de gobernar depende deque quienes nos obedecen puedan honrarnos. Por lotanto, respetad a vuestros conciudadanos y os haréisrespetables; respetad la libertad y aumentará vuestropoder día a día; no sobrepaséis vuestros derechos yestos se harán ilimitados.

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JEAN- JACOUES ROUSSEAU

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Que la patria se muestre como una madre para.los ciudadanos, que se haga!).valorar sus oportunida-des y ventajas, que el gobierno les permita tomarparte en la administración pública haciéndoles sentircomo en casa, que solo puedan finalmente contem-plar las leyes como garantes de su libertad, son dere-chos que, por magníficos que puedan parecer, perte-necen a todos los hombres. Sin embargo, la malavoluntad de los dirigentes los anula con facilidad sinla apariencia de atacarlos directamente. La ley de laque abusa el poderoso la convierte tanto en armaofensiva como en escudo contra el débil, y el bien.público termina siendo siempre un pretexto Yunaplaga peligrosa para el pueblo. Lo más necesario yquizá lo más difícil del gobierno sea encontrar una, .integridad con la capacidad y severidad suficientescomo para repartir justicia a todos, protegiendosobre todo al pobre de la tiranía del rico. Pero elmayor mal está ya hecho cuando existen pobres quedefender y ricos que refrenar. La fuerza de las leyes seimpone con mediocridad, pues es igual de impotenteante los tesoros del rico y ante la miseria del pobre: elprimero las elude y el segundo escapa de ellas; unorasga el velo y el otro lo atraviesa. .

Así, pues, uno de los más importantes asuntosdel gobierno consiste en prevenir la extrema des-igualdad de las fortunas: no incrementando los teso-ros de los que ya tienen, sino impidiendo por todoslos medios su acumulación; o dicho de otro modo,no construyendo hospitales para pobres, sino garan-

tizando un posible futuro a los ciudadanos. Tambiénes preciso atender otras variantes: lá desigual distri-bución de los hombres en el territorio, con satura-ción en un lugar y despoblación en otro; la promo-ción de las artes placenteras y mañosas a expensas delos oficios útiles y trabajosos; el hecho de que la agri-cultura se encuentre sacrificada en manos del comer-cio; las necesidades del publicano fruto de la malaadministración de las rentas del estado; en fin, lavenalidad llevada hasta el punto de medir el respetocon los doblones y comprar la virtud con dinero: heahí las causas más notables de la opulencia y la mise-ria, de la sustitución del interés público por el parti-cular, del odio mutuo entre ciudadanos, de suindife-rencia por la causa común, de la corrupción delpueblo y del debilitamiento de todos los recursos del. gobierno. Males, consecuentemente, difíciles desanar cuando aparecen, pero que una buena adminis-tración debería precaver por el bien de las buenascostumbres, el respeto a las leyes, el amor a la patriay el vigor de la voluntad general.

Ahora bien, todas estas preocupaciones seráninsuficientes si no se las abarca desde más lejos.Acabo, pues, este punto de la economía pública pordonde hubiera debido comenzar. La patria no puedesubsistir sin libertad, ni la libertad sin virtud, ni lavirtud sin ciudadanos. Esto podría lograrse si se for-masen ciudadanos, de lo contrario, se dispondrá tansólo de malos esclavos, comenzando por los mismosdirigentes del estado. Ahora bien, formar ciudadanos

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5° JEAN-JACQUES ROUSSEAU DISCURSO SOBRE LA ECDNDMiAPOLiTICA, JI•

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no es tarea que pueda realizarse en un día, y paraconseguirlo es preciso comenzar la instrucción desdeniños. Si se me dijera que quien tiene hombres a sumando no debe buscar fuera de sus naturalezas unaperfección de la que no son capaces, quena debedesear destruir sus pasiones y que la ejecución de unproyecto parecido no es ni deseable ni posible, notendría nada que objetar, y más si c,abe, si se tiene encuenta que un hombre sin pasiones es ciertamenteun mal ciudadano. No obstante, es preciso tambiénreconocer que si se enseña a los hombres a amaralguna cosa, no es imposible enseñarles a amar algúnobjeto antes que a otro, y a discernir lo bello de lodeforme. Si, por ejemplo, se les ejercita desde tem-prana edad a no considerar su propia individualidadsino en sus relaciones con el cuerpo del estado, asícomo a percibir, por así decir, su propia existenciacomo parte de este, se podrá lograr finalmente unaidentificación con ese todo superior, esto es, el sen-tirse miembros de la patria, amarla con ese exquisitosentimiento que el hombre aislado sólo consigue porsí mismo, elevar perpetuamente su alma hacia esegran objeto y, de este modo, transformar en virtudsublime esa peligrosa disposición origen de todos losvicios. La Filosofía muestra, aunque no exclusiva-mente, la posibilidad de esas nuevas orientaciones.La Historia también proporciona multitud de ilumi-nadores ejemplos. Si los ciudadanos son tan escasosentre nosotros es porque nadie tiene interés en quelos haya y porque se considera aún menos la posibili-

dad de formarlos. No es posible cambiar nuestrasinclinaciones naturales una vez que "estas han ini-ciado su curso y el hábito se ha unido al amor propio;tampoco lo es salir fuera de nosotros mismos una vezque, habiéndose concentrado el yo humano en nues-tro corazón, se procura esa maliciosa actividad queabsorbe toda virtud y moldea la vida de las almasinsignificantes. ¿Cómo podría germinar el amor a lapatria entre la sofocación de tantas otras pasiones?¿Qué les queda a los ciudadanos de un corazón divi-dido entre la avaricia, la amante y la vanidad?

.Desde el primer momento hay que aprender amerecer la vida, y como desde el nacimiento se dis-fruta de los derechos de los ciudadanos, también lotendrá que ser de los deberes. Si existen leyes en laedad adulta, también en la infancia deben existirunas leyes que enseñen a obedecer a los otros, ycomo la razón de cada hombre no es el único árbitrode sus deberes, tanto menos se debe confiar la educa-ción de los hijos únicamente a los padres. 'Podríadecirse que se trata, más que de un problema fami-liar, de un asunto de estado. Pues, según el cursonatural, la muerte del padre le arrebata a menudo losúltimos frutos de esa educación, y la patria terminaresintiéndose tarde o temprano de estos efectos. Ensuma: el estado permanece aunque la familia se des-haga. La autoridad púbÜca, al substituir a los padresy ocuparse de tan eminente empresa, adquiere estosderechos tras cumplir con sus deberes. No teniendomotivos por los que quejarse, los padres se limitan

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JEAN-JACQUES RQUSSEAU

1DISCURSO SOBRE LA ECONOMIA PoLlrrCA, rr 53

propiamente a cambiar de nombre, de modo quebajo el nombre de ciudadanos dispondrán de lamisma autoridad sobre sus hijos que la que ejercíanseparadamente bajo el nombre de padres, y en nadacambiará la obediencia porque hablen en nombre dela ley y no de la naturaleza. La educación públicasupone, bajo las reglas prescritas por el gobierno ylos altos dignatarios nombrados por el soberano, unade las máximas fundamentales del gobierno popularo legítimo. Si los niños son educados en comÍínsegún el principio de la igualdad, lo serántambién enlas leyes del estado y en las máximas de la voluntadgeneral. Si, además, se les instruye para que las respe-ten por encima de todo, se verán rodeados de ejem-plos y objetos que constantemente confirr~arán elcariño ~ el amor de la madre que los alimenta, susinestimables bienes y la compensación que a su vez ledeben. No cabe duda alguna de que aprenderán aamarse mutuamente como hermanos, no deseandosino lo que la sociedad desee. Así, llegará un día enque, substituyendo el balbuceo vano y estéril de lossofistas por las gestas de hombres y ciudadanos, seconviertan en defensores y padres de un,a patria en laque durante mucho tiempo fueron hijos.

Nada diré acerca de los altos dignatarios destina-dos a presidir esta educación que toca, en efecto, elasunto más importante del estado. Natable es que sise llegasen a acordar tímidamente semejantes señalesde confianza pública y si esa .función sublime nosupusiese, para aquellos que hubiesen cumplido dig-

namente con su trabajo, el honorable y dulce reposoen su vejez y la culminación de tod~s los honores,entonces toda la empresa sería inútil: la educaciónfracasaría. Ciertamente, cuando la lección no estásostenida por la autoridad y el precepto por el ejem-plo,la instrucción resulta infructuosa y la misma vir-tud pierde su crédito en boca de quien no la practica.Pero cuántos ilustres guerreros encorvados por elpeso de los laureles predican el valor; cuántos altosdignatarios íntegros, purificados con púrpura,implantan justicia; unos y otros formarán así virtuo-sos sucesores y transmitirán a las siguientes genera-ciones la experiencia y el talento de los dirigentes, elcoraje y la virtud de los ciudadanos, y la emulacióncomún para vivir y morir por la patria.

Solo sé de tres pueblos que en otro tiempo hayanpracticado la educación pública, a saber: los creten-ses, los lacedemonios y los antiguos persas. En todosellos tuvo gran éxito y en los dos últimos logró gran-des prodigios. Cuando el mundo quedó dividido ennaciones demasiado extensas como para poder sergobernadas, la educación pública dejó de ser practi-cable. Por razones que el lector puede intuir fácil-mente, su ensayo se ha impedido en los pueblosmodernos. Notable y digno de atención es que losromanos pudieran prescindir de la educaciónpública, aunque, ciertamente, Roma fue durante qui-

" nientos años un continuo milagro, ahora irrepetible.La virtud de los romanos, fruto del horror a los crí-menes de la tiranía y por un amor innato a la patria,

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convirtió las casas en escuelas de ciudadanos. Hastael punto de que el poder ilimitado de los padres sobrelos hijos impulsó de tal modo la vigilancia y la severi-dad, que el padre desde el tribunal doméstico, mástemido que los altos dignatarios, se imponía comocensor de costumbres y vengador de las leyes.

Es así como un gobierno atento y bienintencio-nado, velando constantemente por mantener orecordar al pueblo el amor a la patria y las buenascostumbres, previene con mucho los males que laindiferencia de los ciudadanos traería, tarde otemprano, para el destino de la república. Asimismo,al mantener en estrechos límites el interés ped;onal,aislando a los particulares, el estado se debilita antesu potencia y nada puede esperar ya de s.ubuenavoluntad. Dondequiera que un pueblo ame a su país,respete las leyes y viva con sencillez, pocas cosas fal-tan para hacerle feliz, y en la administración pública,donde la fortuna tiene menos peso que la suerte delos particulares, la sabiduría está tan cerca de la feli-cidad que ambas terminan confundiéndose.

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III

No basta con tener ciudadanos y con protegerlos,hay que pensar además en su subsistencia. Atender,pues, a la satisfacción de las necesidades públicas esun corolario natural de la voluntad general: se tratadel tercer deber esencial del gobierno. Este deber notiene por objeto, como pudiera parecer, el rellenar losgraneros de los particulares y dispensarles del trabajosino, más bien, mantener la abundancia a un alcancetal que para su adquisició'n el trabajo sea siemprenecesaJ;'Íoy jamás inútil. Este mismo deber tambiénincumbe a todas las operaciones que co~ciernen al. mantenimiento del fisco y a los gastos de la adminis-tración pública. Así, después de haber tratadola eco-nomía general en relación con el gobierno de las per-sonas, nos queda por considerarla en relación con laadministración de los bienes.

Este asunto no ofrece menos dificultades queresolver o contradicciones por superar que el prece-dente. Es sabido que el derecho de propiedad es elmás sagrado de todos los derechos de los ciudadanos

. y, en ciertos aspectos, más importante incluso que lapropia libertad. Su respeto debe primar por encimade todo: tanto porque vela por la conservación de lavida, como por su indefensión desigual frente a laspersonas o su facilidad para ser violado. A fin decuentas, la propiedad es el verdadero fundamento de

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•JEAN-JACQUES RQUSSEAU DISCURSQ SOBRE LA ECONOMiA POLiTICA, 11I 57

la sociedad civil, garante a su vez de los compromisoscon los ciudadanos: si los bienes no respondiesen delas personas, nada sería tan fácil como eludir losdeberes y burlarse de las leyes. Por otro lado, no dejade ser también cierto que el sostenimiento del estadoy del gobierno exige unos gastos, y, como el queacepta el fin no puede eludir los medios, son los pro-pios miembros quienes consecuentemente debensufragar este mantenimiento con sus bienes. Asi-mismo, es difícil asegurar la propiedad de los parti-culares sin atacarla, y no es posible que los reglamen-tos que regulan el orden sucesorio, los testamentos ylos contratos, no estorben en ciertos aspectos elpoder de que disponen los ciudadanos sobre sus pro-pios bienes; en definitiva: su derecho de propiedad.

Pero además de lo que acabo de decir sobre elacuerdo existente entre la autoridad de la ley y la li-bertad del ciudadano, conviene hacer una importante

"observación sobre la disposición de los:bienes paradespejar posibles equívocos. Como ha señaladoPufendorf, en virtud de la naturaleza del derecho depropiedad, estos no pueden continuarse más allá de lavida del propietario, pues una vez fallecido sus bienesdejarían de pertenecerle. Así dispuesto, el prescribirlas condiciones bajo las cuales podría disponer de él,supondría alterar su derecho en apariencia.

Aunque, por regla general, corresponde al sobe-rano la institución de las leyes que regulan el poderde los particulares sobre sus propios bienes y algobierno su seguimiento, el espíritu de esas mismas

leyes aconseja que los bienes familiares, en su trans-misión natural, se enajenen o salgan lo ~enos posiblede la propia familia. Se debe a una estimable razónpor el bien de los hijos: el derecho de propiedad seríairrelevante si el padre no les dejara nada, y más aúncuando por haber contribuido con su trabajo en laadquisición de los bienes del padre, quedasen asocia-dos al derecho de su dirigente. Otra razón más indi-recta y no menos importante, es que nada hay tan

"1 funesto para las costumbres y la república como loscontinuos cambios de estado y de fortuna entre los

j ciudadanos; cambios que prueban y originan milI " desórdenes que lo revuelven y confunden todo, y por1" cuya causa, los que han sido educados para una 'cosaI "son destinadosa otra distinta, y quienes suben o des-

I cienden no pueden adquirirlas nuevas máximas y" luces que convienen a su nuevo estado, ni muchoI menos' cumplir con sus nuevos deberes. Pasaré ahora1 a ocuparme del objeto de las finanzas públicas.

1, Si el pueblo se gobern?-se a sí mismo y no hubiese

""1 intermediarios entre la administración del estado ylos ciudadanos, estos se limitarían a cotizar en pro-

! porción a las necesidades públicas y a las facultades:" de los particulares. Así, como nadie descuidaría

jamás la recaudación o el empleo de los mismos, nohabría lugar ni al fraude ni al abuso. El estado no severía nunca constreñido por las deudas ni el pueblocargado de impuestos, o, al menos, la seguridad de'suempleo compensaría el peso de la tasa. Pero las cosasno pueden funcionar de este modo, y por limitado

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que sea un estado, el tamai'io de la sociedad civilsiempre impedirá que pueda llegar a ser gobernadopor todos sus miembros. Se hace necesario que losfondos públicos pasen necesariamente por las manosde los dirigentes, los cuales, con independencia de suinterés por el estado, tienen el suyo particular, que nosuele ser el último en ser atendido. El pueblo, por suparte, al percibir la avidez de los dirigentes y susexorbitantes gastos antes que las necesidades pú-blicas, protesta ante la posibilidad de verse despojadode lo necesario en beneficio de lo superfluo y ajeno, ycuando tales hechos atizan su enojo, el restableci-miento de la confianza se torna imposible. En estesentido, si las contribuciones son voluntarias no pro-ducen nada y, si son obligatorias¡ son ilegítimas; enesta cruel disyuntiva entre dejar que el estadoperezca o profanar el derecho sagrado de propiedad,se juega la dificultad de una justa y sabia economía.

La primera tarea del fundador de la república,tras la promulgación de las leyes, consiste en encon-trar fondos suficientes para el mantenimiento de losaltos dignatarios y demás oficiales, además de paratodos los gastos públicos. Dichos fondos reciben elnombre de aerarium o)lsco si es dinero, y demanio sison tierras, siendo este último preferible por razonesevidentes. Cualquiera que reflexione sufidentementesobre esta materia no podrá sino concordar conBodin, al considerar el demanio como el instrumentomás honesto y seguro para satisfacer las necesidadesdel estado. Fue Rómulo, por ejemplo, quien dividió

las tierras para destinar un tercio a ~sta empresa.Confieso ya la posibilidad de que una mala adminis-tración termine por no producir nada, ahora bien, notenemos necesariamente que suponerla.

Previamente a todo empleo, estos fondos debenser asignados o aceptados por la asamblea del puebloo por los estados del país, que posteriormente de-

I terminarán su uso. Tras semejante solemnidad, que! hace inalienables a los fondos, estos cambian, por asíI decir, de naturaleza, y sus rentas son entonces tanj sagradas que la mínima desviación constituye noI solo el más infame de los robos sino también un cri-1 men de lesa majestad. Para Roma supone una gran

,1 deshonra el tener que conciliar la importancia conce-, dida a una figura como la del recaudador Catón yI que un emperador tuviese que justificar la proceden-'\ cia particular de unas monedas dadas en agradeci-'1 miento al talento mostrado por un cantor. Pero. si

existieron pocos Galbas, ¿dónde buscar algún Catón?y si llega un día en que el vicio ya no produzca des-honra, ¿dónde encontraremos a dirigentes lo sufi-cientemente honrados como para abstenerse demeter mano en las rentas públicas confiadas a ,suarbitrio y no imponérselas de inmediato a ellos mis-mos, confundiendo sus vanas y escandalosas disipa-ciones con la gloria del estado, y el engrandecimientode su autoridad con el aumento de poder? En estadelicada parte de la administración la virtud es elúnico instrumento eficaz y,.la integridad del alto dig-natario, el único freno capaz de contener su avaricia.

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Los libros y las cuentas de los regidores sirven menospara revelar su infidelidad que para encubrirla, ylaprudencia nunca está tan pronta a imaginar nuevasprecauciones como la picaresca a eludirlas. Dejaos,pues, de registros y papeles y depositad las finanzasen manos fieles, pues es el único modo de que seadministren con fidelidad.

Una vez establecidos los fondos públicos, losdirigentes del estado son, de hecho, sus administra-dores. Esta administración es una parte esencial delgobierno, aunque no siempre del mismo modo: suinfluencia aumenta a medida que disminuyen otrosrecursos. Podemos decir al respecto que un gobiernoalcanza su grado máximo de corrupción cuando suúnica nervadura es el dinero. Ahora bien, como enesto el gobierno suele tender al relajamiento, pode-mos decir que la pervivencia del estado dependerá deque sus ingresos aumenten progresivamente.

El primer signo de la necesidad de dicho aumentoes también el primer signo del desorden interior en elestado. El buen administrador, en consecuencia,cuando piensa en buscar dinero para afrontar unanecesidad presente, no oblitera el origen de esa nuevanecesidad; a semejanza del marino que, previendo lainundación del barco, no olvida buscar y taponar lafuga mientras pone en marcha las bombas.

De esta regla deriva la máxima más importantede la administración de las finanzas: trabajar conmiras a la prevención de las necesidades más que alincremento de los ingresos. Por mucha diligencia que

pueda empl~arse, el auxilio que solo acude tras el maly lent~mente, deja al estado en suspenso: mientras sepiensa cómo remediar un inconveniente, otro dis-tinto se deja ya sentir, generando así los propiosrecursos nuevos inconvenientes, de modo que al finalla ~ación se endeuda, el pueblo es oprimido y elgobIerno, al perder su poder incluso siendo rico,pierde todo su vigor. Creo que del correcto estableci-miento de esta máxima se deducen los prodigios delos antiguos gobiernos, los cuales hicieron más usode la parsimonia que de los tesoros. Tal vez de ahíderive la acepción vulgar de la palabra economía, quese refiere no tanto a los medios necesarios paraadquirir lo que falta, como al sabio cuidado de lo quese tiene.

Con independencia del demanio, que mitre alestado en proporción a la probidad de quienes lorigen, si conociésemos adecuadamente la fuerza de laadministración general, sobre todo cuando se limitaa los medios legítimos, nos sorprenderíamos detodos los recursos de que disponen los dirigentespara prevenir todas las necesidades públicas sin tenerque tocar los bienes de los particulares. Como sonlos amos de todo el comercio estatal, nada les resultamás fácil que dirigirlo hacia el aprovisionamientogeneral sin la apariencia de tomar parte en él. El ver-dadero secreto de lilSfinanzas consiste en la distribu-ción justa y proporcionada de los productos agríco-las, del dinero y de las mercancías, tomando enconsideración el tiempo y el lugar. La fuente de esta

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riqueza depende siempre de que los administradoressean capaces de altas miras, admitiendo en casos unapérdida aparente e inmediata a cambio de obtener enun futuro inmensos beneficios. Al observar que enaños de abundancia el gobierno paga, en vez de reci-bir, derechos por la salida del trigo, yen años de esca-sez lo hace por su entrada, tEmemos que acudir a losmismos hechos para aceptar y creer esta realidad; esmás, si tales hechos hubiesen ocurrido en el pasado,bien los tomaríamos por el relato de una novela.Supongamos que para prevenir las hambrunas deaños negros se propusiese la creación de almacenespúblicos, ¿en cuántos países no serviría de pretextopara la creación de nuevos impuestos? En Ginebra,dichos graneros, creados y conservados gracias a unasabia administración, garantizan un recurso públicopara años de carestía, además de la principal rentadel estado en cualquier época. Alit et ditat, es la bellainscripción que puede leerse en la fachada de un edi-ficio. Para exponer aquí el sistema económico de unbuen gobierno; me he detenido fundamentalmenteen esta república, con la dicha de encontrar en mipatria el ejemplo de sabiduría y felicidad que desearíaver reinando en todos los países.

Al examinar cómo crecen las necesidades delestado, encontraremos que algo semejante suele ocu-rrir entre los particulares: no tanto por verdaderanecesidad como por el incremento de superfluosdeseos. Normalmente, el gasto sólo aumenta comopretexto para aumentar la recaudación, de suerte que

DISCURSO SOBRE LA [CONOMiA PoLlnCA, 111 63

el estado ganaría en ocasiones con independencia deacrecentar su riqueza, pues esa riqueza aparente esn:ás costosa que la pobreza misma. Cabe esperar,CIertamente, mantener a los pueblos en más estrechadependencia si se les da lo que por otro se les quita,co~o ya hiciera José con los egipcios. SemejantesofIsma resulta tanto más funesto para el estado si eldinero no retorna a las manos de las que salió; deesta forma lo único que se consigue, desde estasmáximas, es enriquecer a los ociosos con el despojode los útiles. .

El gusto por las conquistas es una de las causasmás notables y peligrosas de dicho aumento. Estegusto, normalmente motivado por una ambición dis-tinta a la manifestapa, ni es siempre lo que parece serni suele tene:: tampoco como su verdadero objeto eldeseo aparente de ~ngrandecer la nación. Por el con-trario, resulta del deseo oculto de aumentar desdedentro la autoridad de los dirigentes mediante elaumento de tropas y de la diversión provocada porlas gestas guerreras en el espíritu de los ciudadanos.

Sin duda, nada hay tan retorcido y miserable co-mo los pueblos conquistadores, cuyos éxitos nohacen sino aumentar sus miserias. Y aunque la histo-ria no diese cuenta de ello, bastaría la razón parademostrar que cuanto más grande es un estado, másfuertes y onerosos se tornan proporcionalmente susdispendios, ya que todas las provincias suministrancontingentes para los gastos de la administracióncentral, tanto como si fueran independientes. Añá-

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das e a esto que toda fortuna se emprende en un sitioy se consume en otro, lo cual termina rompiendo elequilibrio entre producto y consumo, y' empobre-ciendo a muchos países para enriquecer a una solaciudad.

Existe otra causa del aumento de las necesidadespúblicas que se deriva de la anterior. Puede que llegueun tiempo en que los ciudadanos, habiendo perdidoel interés por la causa común, dejen de ser defensoresde la patria, y en el que los altos dignatg,rios prefierancapitanear a mercenarios antes que a hombres libres,aunque no sea más que para someter mejor a estos.Este fue el caso de Roma hacia finales de la repúblicay bajo los sucesivos emperadores. Todas las victoriasde los primeros romanos, al igual que1as de Alejan-dro, fueron logradas por valientes ciudadanos que,llegado el caso, eran capaces de dar, pero nunca ven-der, su sangre por la patria. Mario fue el primero que,en la guerra de Yugurta, deshonró a las legionesincorporando a libertos, vagabundos y mercenarios.Convertidos en enemigos de los pueblos, aunqueencargados de su felicidad, los tiranos se ocuparon deformar unas tropas con el objeto de contener a losextranjeros aunque, fínalmenfey de hecho, las termi-naran padeciendo los propios compatriotas. Para for-mar tales tropas hubo que tomar las tierras a los agri-cultores, hecho por el cual disminuyó la calidad delos productos y para cuyo mantenimiento se crearonimpuestos que aumentaron su precio. Este primerdesorden provocó las protestas del pueblo y para

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DISCURSO SOBRE LA ECONOMIA POLlTICA, 11I 65

reprimirlas fue necesario aumentar las tropas con lacO,nsecuente miseria. Cuanto mayor' era el abati-~Iento, más difícil era incrementarlo a fin de preve-mr sus efecto~. Por otro lado, esos mercenarios, cuyovalor se medIa el'lclinero, y con un orgullo alimen-tado por la vileza y por el robo a sus hermanos frentea las leyes protectoras, se creyeron más honrados porser satélites del César que defensores de Roma. Des-c.arriados por una obediencia .ciega, y creyendo confIrmeza que el estado era un puñal alzado sobre susconciudadanos, esperaban prestos al toque a degüe-llo. No sería difícil demostrar que esta fue una de lasprincipales causas de la ruina del imperio romano,

La invención de la artillería y las fortificaciQnesha exigido, hoy día, el restablecimiento del uso detropas regulares para proteger los dominios de lossoberanos europeos. No obstante, y con motivos~ás que legítimos, se teme que su efecto pueda serIgualmente funesto. Ciertamente, se hará precisodespo?l,ar los campos a fin de formar ejércitos yg~armclOnes, y para mantenerlos será preciso asi-mIsmo abusar de los pueblos. Estos peligrosos orde-namientos, de un tiempo a esta parte, crecen con talrapidez en nuestros países que todo parece apuntar auna próxima despoblación de Europa y a la ruina,antes o después, de sus pueblos.

En cualquier caso, hay que reconocer que talesinstituciones perturban forzosamente el verdaderos~stema.económico, responsable de recaudar los prin-CIpales mgresos estatales del demanio, dejando tan

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66 JEAN- JACaUES ROUSSEAU DISCURSO SOBRE LA ECDNOMIA POLlTICA, 111 67•

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sólo el fastidioso recurso de los subsidios e impuestosde los que ahora me ocuparé.

Conviene recordar aquí que el fundamento delpacto social es la propiedad y, su primera condición,la de que todos sean resguardados en el pacífico dis-frute de sus pertenencias. Es cierto que, por estemismo tratado, cada cual se obliga, al menos tácita-mente, a cotizar por las necesidades públicas. Ahorabien, como dicho compromiso no puede perjudicar ala ley fundamental y presupone que los contribuyen-tes reconocen la evidencia de la necesidad, adverti-mos que para ser legítima la cotización tiene que servoluntaria. Y no precisamente desde una voluntadparticular, como si se necesitara del consentimientode cada ciudadano y cuya suma a aportar fuese sus-ceptible de pacto a título particular. Este módelo iríadirectamente en contra del espíritu de la confedera-ción. Habría que acudir, más bien, a la voluntad gene-ral, es decir, a la pluralidad de votos y a una tarifa pro-porcional que descarte la imposición arbitraria.

La afirmación de que los impuestos no puedenser establecidos de forma legítima sin el consenti-miento del pueblo o de sus representantes, ha sidoen general réconocida por todos los filósofos y juris-consultos que se han labrado cierta reputación enmateria de derecho político, incluido el propioBodin. Si alguno de estos autores elaboró máximasaparentemente contrarias, con independencia de lainfluencia detectable que los motivos particularespudieran ejercer, añadieron tantas condiciones y res-

tricciones que al final la cosa quedaba exactamentecomo estaba. Por lo que respecta al dérecho, resultaindiferente que el pueblo pueda negarse o que elsoberano pueda no exigir y, si solo es cuestión defuerza, es completamente inútil examinar qué es yqué no es legítimo.

Las contribuciones implantadas son de dostipos: las reales, que se perciben por las cosas, y laspersonales, que se pagan por cabeza. Se las deno-mina impuestos o subsidios, respectivamente. Cuan-do es el pueblo quien fija la suma acordada, se hablade subsidio; cuando lo que se acuerda es el productototal de una tasa, se trata de un impuesto. En El espí-ritu de las leyes puede leerse que la imposición porcabeza es más propicia al fomento de la servidum-bre, mientras que la tasa real conviene más a la liber-tad. Esto sería indiscutible si los contingentes porcabeza fuesen iguales, pues en ese caso nada sería

.; más desproporcionado que una tasa parecidateniendo en cuenta que el espíritu de libertad con-siste fundamentalmente en la justa observancia delas proporciones. Sin embargo, la tasa por cabeza esexactamente proporcionada a los medios de los par-ticulares. Este podría ser el caso en Francia conladenominada capitación que, siendo al tiempo tasareal y personal, es la más equitativa y, por consi-guiente, la más conveniente a los hombres libres. Enprincipio, parece fácil controlar dichas proporcio-nes, puesto que, por referirse a la situación que cadacual tiene en el mundo, las indicaciones son siempre

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•68 JEAN-JACaUES ROUSSEAU DISCURSO SOBRE LA ECONDMIA POLiTICA, 111 69

públicas. Sin emba~go, y sin' contar con que la avari-cia, el crédito y el fraude suelen eludir esta eviden-cia, es difícil que en estos cálculos se tomen encuenta todos los elementos que debieran contar. Enprimer lugar, hay que considerar la relación de canti-dades por la cual, siendo todas las cosas iguales,quien posea diez veces más deberá pagar diez vec~smás. En segundo lugar, la relación de usos, es deClr,la distinción entre lo necesario y lo superfluo. Quiensimplemente posee lo necesario no deberá pagarnada; la tasa del que tiene algo superfluo puedeigualarse a la suma total de lo que exceda de susbienes necesarios. Ante esto podría replicarse que,dado su rango, lo que es superfluo para un hombreinferior resulta necesario para él; pero esto es men-tira, porque un «grande» tiene dos piernas como.tiene un vaquerizo, y como él, tan solo un vientre.Además, esa supuesta necesidad es tan poco necesa-ria para su rango que, si supiese renu~ciar a ella paraun fin,loable, merecería todo el respeto, El pueblo sepostr~ría ante un ministro que acudi~se al consejo a'pie trías vender sus carrozas ante una necesidadurgente del estado. La ley, al fin y al cabo, a nadieprescribe la magnificencia, y la decencia nunca esuna rjlZón contra el derecho. .

Una tercera relación, que nunca se tiene encuenta y que debería anteceder a todas, es la de lasutilidades que cada uno obtiene de la confederaciónsocial. La cual parece encargada de proteger lasinmensas propiedades del rico, aunque descuidando

el miserable disfrute de la choza del pobre. ¿No estándestinadas todas las ventajas de la sociedad para lospoderosos? ¿Acaso no ocupan todos los empleoslucrativos? ¿No les son reservados todos los indultosy eximentes? ¿No tienen la autoridad pública a sufavor? Y cuando un hombre bien considerado roba asus acreedores o comete otros pillajes, ¿no tiene ase-gurada la impunidad? Los bastonazos que propina,las violencias que comete y hasta las muertes yasesi-natos en los que se declara culpable, ¿no son otrostantos asuntos que se acallan y se olvidan a los seismeses? Ahora bien, basta que ese mismo hombre searobado para que la policía actúe de inmediato ydesde meras sospechas. ¿Que atraviesa una zonapeligrosa? no le falta escolta en el campo; ¿que serompe el eje de su silla? todos acuden en su auxilio;¿si hay bullicio ante su puerta? una palabra suya ins-taura el silencio; ¿que está siendo molestado por elgentío? un gesto y todo se arregla; ¿un carreteroentorpece el camino? sus gentes se aprestan amolerle a palos, y antes se atropella a cincuent~ hon-rados peatones camino de sus asuntos que a un hom-bre ocioso y vanidoso atrasado con su séquito. Todosestos miramientos no le acarrean ningún gasto, sonel derecho del hombre rico más que el precio de la ri-queza. ¡Qué distinto se muestra el cuadro del pobre!Cuanto más le debe la humanidad, más le niega lasociedad .. Se le cierran todas las puertas inclusocuando tiene el derecho a que se le abran, y si en oca-siones obtiene justicia, es con mayor pena quecon la

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que el otro obtiene gracia. Si hay que hacer un tra-bajo fatigoso o reclutar milicia, se le da preferencia.Además de la suya, soporta la carga eximida a suvecino rico; al menor accidente todos se alejan de él;si vuelca su mísero carruaje, en lugar de que alguienle ayude, puede darse por satisfecho si evita al pasarlos agravios que pudiera dedicarle la corte de unjoven duque. En suma: cualquier asistencia gratuitase le niega en caso de necesidad precisamente por-que no tiene con qué pagarla y, si además tiene ladesgracia de ser honesto y tener una hija amable o unvecino poderoso, hay que darlo por perdido.

Existe otra consideración no menos importante .que debe ser atendida. Las pérdidas de los pobressuelen ser más difíciles de reparar que las del rico ylas dificultades para adquirir bienes creceri siempreen proporción a la necesidad. Nada se hace con nada;esto es cierto tanto en los negocios como en la física.El dinero es simiente de dinero y el primer doblón enocasiones es más difícil de ganar que el segundomillón. Es más, todo lo que el pobre paga está yasiempre perdido al quedar o volver a las manos delrico. Ycomo el producto de los impuestos va a parar,tarde o temprano, a los miembros del gobierno o asus allegados, aunque paguen su contingente, tienenun claro interés en aumentarlos. . .

Resumamos en unas pocas palabras el pactosocial en los estados: Vosotros tenéis necesidad demí, pues yo soy rico y vosotros sois pobres. Llegue-mos, pues, a un acuerdo: permitiré que tengáis el

honor de servirme a condición de que me deis lopocoque os queda y a cambio de la pena que me supon-drá mandaros.

Si combinamos con cuidado todos estos elemen-tos, encontraremos que para repartir las tasas demanera equitativa y verdaderamente proporcional, laimposición no debe hacerse solo en razón de losbienes .. de los contribuyentes, sino tomando encuenta la razón compuesta de la diferencia entre suscondiciones y el superfluo de sus bienes. Esta opera-ción importante y difícil que cada día realizan multi-tud de honestos empleados con conocimientos dearitmética, Platón o Montesquieu por ejemplo, porfalta de osadía, jamás la hubieran realizado sin temery sin pedir al cielo integridad y lucidez. .

Otro inconveniente de la tasa personal es laintensidad con que se hace sentir y su prolongada.duración, lo cual no impide la existencia de impagos,pues en los registros y procesos es más fácil ocultar lacabeza que las posesiones.

i Del resto de imposiciones, el censo sobre tierras1. o talla real siempre se consideró como la más venta-1,1.josa en aquellos países enlos que se antepone la can-

tidad del producto y la seguridad de la recaudación alI hecho de que pudiera originarse un mínimo conflicto! en el pueblo. Se llegó a la osadía de decir que habíal. que gravar al campesino para despertarle de suI pereza, que nada haría si no tuviera algo que pagar,

Pero en todos los pueblos del mundo, la experienciadesmiente esta ridícula máxima. En Holanda e Ingla-

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70 JEAN-JACOUES ROUSSEAU DISCURSO SOBRE LA ECONOMIA POlIIICA, 11I 71 •

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terra, donde el c~ltivador contribuye con muy poco, 'y sobre todo en China, donde no paga nada" es dondela tierra se cultiva mejor. No ocurre esto alh donde ellabrador se ve gravado en proporción al producto desu tierra, en cuyo caso la deja baldía o se y.mita arecolectar lo que necesita únicamente p~ra VIVIr.Paraquien pierde el fruto de su esfuerzo, el no hacer na~asignifica ganar, y exponer el trabajo a multa no dejade ser un medio singular de eliminar la pereza.

, La tasa sobre las tierras o sobre el trigo, y más sies excesiva, da lugar a dos inconvenientes tan nefa~J'tos que a la larga terminan despoblando y arrUl-nando el país donde se instaura. •

El primero proviene de la escasa c~rculaci.ón enespecie, ya que el comercio y la industria acopian enla capital el dinero del campo. Al desbaratarse la pro-porción del impuesto que aún podía darse entre lasnecesidades del labrador y el precio del trigo, eldinero sale continuamente y no regresa jamás:cuanto más rica es la ciudad tanto más miserable esel campo. El producto de las tallas pasa de manos delpríncipe o del financiero' a manos de artesa~os ycomerciantes, y el cultivador, que sólo perCIbe lamenor parte, se desgasta al tener que paga~ lo ~~smopara recibir siempre menos. ¿Cómo podna VIVIrun ,hombre que únicamente tuviese venas pero no arte-rias, o cuyas arterias transportasen la sangre a solocuatro dedos del corazón? Chardin dice que en Per-sia, los derechos del rey sobre los productos agrícolasse pagan con los mismos productos. Esta costumbre,

que el testimonio de Heródoto prueba. haberse prac-ticado hasta los tiempos de Daría, puede prevenir elmal que acabo de referir. Pero, a menos que en Persialos intendentes, directores, empleados y guarda:lma-cenes sean distintos a otros países, me costaría creerque pudiese llegar al rey una parte mínima de dichosproductos, que el trigo no se estropease en los grane-ros o que el fuego no arrasara con la mayor parte dealmacenes.

El segundo inconveniente procede de una ventajaaparente que agrava los males antes de que p~edanadvertirse. El trigo es un producto no encarecido porimpuestos en los países productores, y, a pesar de serabsolutamente necesario, disminuye la cantidad sinaumentar su precio. He aquí la causa por la quemucha gente muere de hambre a pesar de que eltrigo siga siendo barato, así como que el labrador seael único que carga con el impuesto que no pudo des-falcar del precio de venta. No hay que descuidar elhecho de que no se deba razonar del mismo modocuando se trate de la talla real y de aquellos derechossobre mercancías que provocan la subida de sus pre-cios, al fin y al cabo son los compradores, y nq loscomerciantes, quienes los pagan. Estos derechos nodejan de ser voluntarios por fuertes que puedan mos-

, trarse, de modo que el comerciante los paga en pro-porción a las mercancías que adquiere, y como nocompra más que en proporción a su débito, es élquien fija la ley al particular. Ahora bien, el labrador,venda o no su cosecha, está obligado a pagar a plazo

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72 JEAN-JACQUES ROUSSEAU

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DISCURSO SOBRE LA ECONOMiA pOliTICA, 111 73

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•74 JEAN- JACOUES IIOUSSEAU DISCURSO SOBRE LA ECONOMíA POÚTICA, JII 75

fijo por el terreno que cultiva. ¿Acaso no debería cien veces mayor cuando ese impuesto tiene que serpoder poner el precio de su producto a su antojo? Sin pagado por el agricultor? ¿No está así siendo atacadaembargo se ve forzado a vender siempre sea para su la subsistencia del estado en su misma fuente? ¿Nopropio sustento o para hacer frente a la talla, de tal estamos contribuyendo directamente a la despobla-suerte que a veces es la desproporcionalidad de la ción del país ya su propia ruina a la larga? No hayimposición lo que justifica la vileza de los precios. peor enemigo para una nación que la propia carestía.

¡. Notad asimismo que los productos del comercio Solo a un verdadero hombre de estado corres-L y la industria, lejos de hacer la talla más soportable ponde otear la base tributaria de los impuestos con lai,,

iL por la abundancia de dinero, solo la vuelven más mira puesta más allá del objeto de las finanzas, trans-¡i:onerosa. Nada insistiré sobre algo tan evidente; pero formar las cargas onerosas en útiles ordenamientos y,.

l.:,-saber si la mayor o menor cantidad de dinero de un hacer dudar al pueblo de si tales imposiciones no tie-

,.,I" estado puede lograr mayor o menor crédito en el netl por finalidad el bien de la nación antes que el¡",

I exterior, no cambia en absoluto la fortuna real de los producto de las tasas.

11ciudadanos, ni les facilita la vida. Haré, no obstante, Los derechos sobre la importación de las mer-

\' estas dos observaciones importantes: -eJ1primer candas extranjeras que codician ciertos habitanteslugar, a menos de que el estado disponga de produc- pero que el país no necesita, la exportación de las del!~;',. tos superfluos y que la abundancia de dinero no pro-_ propio país cuando estas escasean y sin las cuales novenga de su endeudamiento en el extranjero, las ciu- pueden pasar los extranjeros, la producción de artesdades en las que hay comercio se encontrarán solas inútiles y en exceso lucrativas, la entrada en lasen esta abundancia y el campesino se empobrecerá ciudades de las productos superfluos y, en general,progresivamente. En segundo lugar, cuando la emi-. todos los objetos de lujo, realizan ese doble objetivo.sión de dinero produzca la subida de precios, tam- Por medio de tales impuestos, que dispensan a los

; bién es necesario que suban los impuestos propor- pobres y cargan a los ricos, se previene el aumentocionalmente, de modo que el labrador no sea más continuo de la desigualdad de fortunas, la esclavitudgravado sin contar con más recursos. de una multitud de trabajadores y de servidores

Cierto es que la talla sobre las tierras es un verda- inútiles, la multiplicación de gente ociosa en las ciu-.:! dero impuesto sobre el producto. Sin embargo, es i dades y el éxodo de los campos..- sabido por todos que nada hay tan peligroso como i Entre el precio de las cosas y los derechos que las,.

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'l:: un impuesto sobre el trigo pagado por el comprador. I gravan, es preciso establecer una proporción tal quei)

" Entonces, ¿cómo no darse cuenta de que el mal es I la codicia de los particulares no impulse, en virtudn"l' I;';!

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de las pasibles beneficias, el fraude. Además, hayque prevenir la facilidad del cantrabanda, dandapreferencia a las mercanCÍas más difíciles de escan-der. Canviene, par tanta, que el impuesta sea pagadapar aquel que emplea la casa tasada y na par quienla vende, pues para este, la cantidad de derechas canlas q~ese vería gravada aumentaría la tentación alfraude. En China, el país can las impuestas másfuertes y mejar pagadas del mundo, ha derivado encostumbre. Allí, el comerciante no paga nada, eincluso siendo el comprador el único pagador dederechas no ha lugar a quejas o sediciones. Al que-dar los productos necesarios para la vida, como elarroz o el trigo, libres de impuestos; el pueblo selibera de la explotación y el impuesto rec~e única-mente sobre la gente acomodada. Es más, todas esasprecauciones deben ser dictadas, más que por temoral contrabando, por el cuidada que el gobierno ha deponer en guardar a los productores de la tentaciónde beneficios ilegítimos que, transformándolos en 'malas ciudadanos, no tardaría en volverlos gentesdeshonestas.

Establézcanse fuertes tasas por libreas, servi-dumbre, espejos, arañas y muebles, sobre los tejidosy doradas, patios y jardines de palacetes, espectácu-los de t.oda especie, profesiones ociosas, como faran-duleros, cantores, histriones; en una palabra, sobretoda esa caterva de objetas de lujo, diversión y ocio-sidad que a todos maravillan y que no pueden ocul-tarse so pena de valverse sin sentido, siendo su único

77usa el mostrarse y ser vistos. No hay que temer, pues,que tales impuestos sean arbitrarios por ceñirsesobre productos que no son de absaluta necesidad.Desconoce, a los hombres quien crea que podríanrenunciar al lujo una vez seducidos por él; antesrenunciarán claramente a lo necesario y preferiránmorir de hambre que de vergüenza. El aumento delgasto sólo será una nueva razón para mantenerlocuando la vanidad de la opulencia saque beneficiodel precio de la cosa y de los gastos de la tasa. Mien-tras haya ricos, estos siempre querrán distinguirse delos pobres y el estado no podría atesorar una rentamenos onerosa ni más segura que la que se deriva deesta distinción.

Por la misma razón, la industria podría cierta-mente tolerar un orden económico que enriquecieralas Finanzas, reanimase la Agricultura aliviando allabrador, y acercase progresivamente todas las fortu-nas a ese justo medio que constituye la verdaderafuerza de un estado. Confieso que podría ser ciertoque los impuestos contribuyesen acelerando el discu-rrir de ciertas modas, pero sería tan solo para susti-tuirlas por otras, con las que' el obrero ganaría sinque el fisco tu¥iera nada que perder. En resumen, sisuponemos que el espíritu constante del gobierno esel de implantar tasas en proporción a la riquezasuperflua, podría suceder una de estas dos cosas: olos ricos renunciarían a sus gastos superfluos para norealizar más que gastos útiles, los cuales retornaríany redundarían en beneficio del estado, con lo que: la

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parece correcto que todo lo que no e.stáproscrito porla ley, ni atenta contra las costumbres y puede serdefendido por el gobierno, pueda permitirse porderecho. Si, por ejemplo, el gobierno puede prohibirel uso de carrozas, con mayor razón podrá imponeruna tasa sobre carrozas, medio prudente y útil decensurar su uso sin acabar con él. De este modo,podemos considerar la tasa como una especie demulta que recompensa por el abuso que castiga.

Alguien me objetará tal vez que los impostores, esdecir, aquellos que -al decir de Bodin- imponen oinventan las tasas, por pertenecer a la clase rica, seguardarán de ahorrar o de gravarse a sí mismos paraaliviar a los pobres. Hay que rechazar, empero, seme-jantes ideas. Si en cada nación, los designados por elsoberano para la tarea del gobierno fueran los pro-pios enemigos del estado, apenas tendría sentido unestudio como el presente.

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JEAN-JACQUES ROUSSEAU

evasión de los impuestos habría producido el efectode las mejores leyes suntuarias, los gastos del estadodisminuirían notablemente con los de los particula-res y así el fisco recibiría lo que de otra manerahubiese desembolsado; o bien, si los ricos no dismi-nuyen nada sus profusiones, el fisco obtendría de losimpuestos los recursos que buscaba para satisfacerlas necesidades reales del estado. En el primer caso,el fisco se enriquece mediante el gasto que se evita;en el segundo, se enriquece mediante el gasto inútilde los particulares.

Añadamos a todo esto una importante distinciónen materia de derecho político. Materia, a su vez, quelos gobiernos celosos de su independencia no debe-rían descuidar. He dicho que las tasas pers.onales ylos impuestos sobre bienes de absoluta necesidad, alatacar directamente el derecho de propiedad y, portanto, el verdadero fundamento de la sociedad polí-tica, se encuentran siempre sujetos a peligrosas con-secuencias si no se establecen con expreso consenti~miento del pueblo o de sus representantes. No es esteel caso en los derechos sobre los productos suscepti-bles de prohibición, puesto, que, como en este caso elparticular no está en absoluto obligado a pagar, sucontribución puede tomarse por voluntaria, desuerte que el consentimiento particular de cada con-tribuyente sustituya al consentimiento. general yhasta lo suponga en cierto modo. Pues, ¿por qué.razón habría de oponerse el pueblo a una imposiciónque solo recaiga sobre el voluntarioso pagador? Me

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EPÍLOGOpor Ferran Lloret Cabot

Aunque se niegue en el mismo texto, y tal vez precisa-mente por ello, la economía doméstica juega en todo élun papel principal. No sólo porque el primer movi-miento que se percibe a lo largo del mismo sea el"del,por llamarle así, nacimiento de lo público, por agrega-ción o acumulación desde lo particular o familiar,.sinoporque como veremos con sus constantes y a la veznegadas equiparaciones entre las dos esferas, ese remi-tirse del uno al otro polo, marca al texto de una vacila-ción y provisionalidad internas que sin duda debere-mos encarar. El texto arranca ya con una pri~eraequiparación entre los ámbitos, el doméstico, familiar,particular o privado, con el común, general, público opopular. Ambos ámbitos quedan equiparados precisa-mente desde la noción de economía, que no es otra quela de gobernar, administrar, gestionar y en su caso Mre-centar aquello que ya se tiene, aquello con lo qUf se

) puede contar. Asimismo, se destaca, ese gobierno yadministración de lo que ya se tiene debe encaminarse,debe estar guiado, tanto en el ámbito privado como en.1

, el público hacia algo que a la vez pueden compartir! ambos lados llamado felicidad. Que precisamente1 aquello que debe compartirse sea un fin, de entrada1 pone de manifiesto que el mismo no tiene porqué rea-I lizarse, yno sólo en el sentido de que ello no se l~gre1,

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FERRAN LLOREl CAsor

alcanzar sino, mucho más importante, en el sentido deque pueda no ser aceptado, en el sentido que puedaoptarse por otro; no otra cosa se sigue de las constantesadvertencias a lo largo del texto, de ese tener que ser, dela finalidad constantemente subrayada a la que se debetender, etc. Bien. Que pueda optarse por ello, esto es,que pueda aceptarse o no el mismo, y ello, recordemos,en ambos lados, en ambas esferas, comporta que puedaaparecer la confrontación. Es precisamente ese ser y noser dos, ese lábil límite, esa necesaria intersección laque configura esa confrontación esencial. Será precisa-mente esta tensión latente, silenciada, tapada, conte-nida por diversos métodos (elmás usual de ellos será launificación bajo un solo ideal: no en vano se hahablado de una comunidad de santos) la qu.evertebre(o desgaje) todo el texto, confiriéndole, precisamente,esa forma final de una retahíla de diques vacilantes,recetas, más o menos ocurrentes para ir conteniendolas fuerzas que pugnan por aflorar. Son precisamenteesas grietas las que hacen del texto su virtud principal,la contención irrefrenable, sólo contenida momentáne-amente por lo que no puede sino ser visto como razo-nes tácticas, instrumentales, y, por lo tanto, ad hoc, loQuea la vez confiere a todo ello un elocuente estado de"provisionalidad.

Decíamos que el texto silencia un conflicto y que elmismo pugna constantemente por. salir a la luz. Veá-moslo un poco más de cerca. A tenor del texto, elámbito público se distingue principalmente del privadoo familiar, por su desigual magnitud, la cual dificulta

EPiLOGO

enormemente acometer desde el mismo su cometido.Una dificultad, se nos dice, constit~yente. Lo que nodeja de añadir provisionalidad a la argumentación. Amayor magnitud, mayor dificultad. Ahora bien, ¿qué eslo que hace del mayor número algomás difícil? La difi-cultad en ponerse de acuerdo crece según el tamaño.Cierto, pero repárese en que en el ámbito familiar nohay acuerdo, manda el padre, un interés particular, ycon ello basta. La noción de acuerdo parece que sólodebe regir en el ámbito público o colectivo, pues esentre iguales dónde puede tener sentido. Precisamente,y de ello se da cumplido énfasis en el texto, se advierteque si dentro del ámbito público rigieran las manerasfamiliares, las maneras de un buen padre de familia,esto es, si el mando es impuesto sin consentimiento, silos intereses de alguno prevalecen sobre los de losdemás, se consideraría dicho proceder corrupto, arbi-. trario. Entonces, sin posibilidad ninguna de legitima-ción, se consideraría aniquilado lo público. Pero siga-mos, porque por lo hasta ahora dicho, el ámbito privadoforma parte necesariamente del público con el consi-guiente aumento de conflicto potencial, la intersecciónse hace más plena, pues el padre es, a la vez, cabeza defamilia y ciudadano, con el subsiguiente potencial con-flicto de intereses: aquellos que pueda tener comopadre de familia o bien aquellos, tal vez otros, quepueda tener como miembro de la comunidad. Se debe alos suyos, el problema es la delimitación de ese suyos. Elproblema aparece explícitamente referido a la nociónde extranjero, mientras que a nivel nacional, verdadera

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FERRAN LLORE! CABOr

delimitación de los iguales, aparece de soslayo al tra-tarse los grupos de influencia o sociedades particula-res. Se resuelve de un plumazo el latente conflicto conel decreto de una jerarquía basada en una relación deinclusión: prevalece lo más inclusivo, lo más general. Sise quiere en un lenguaje más actual: primero se es ciu-dadano, luego todo lo demás: segoviano, padre defamilia, tornero y representante sindical. Nada se dicede si puede o no puede haber límite alguno a dichageneralidad. Otro dique de contención.

La desigualdad entre los dos ámbitos, de entradasigamos concretándola en el mayor numero de miem-bros en uno de ellos, es especialmente grave cuando seencara con lo que el texto llama economía política, estoes, el gobierno, gestión y administración de aquello queya se tiene, de aquello con lo que se puede contar.Acción, la de gobierno, que debe procurar, recordé-moslo, la felicidad para todos sus miembros. Lo cual,otra vez, apaga la problemática eminentemente conflic-tiva asumiéndose que todo el mundo quiere lo mismo,la felicidad.Ese querer lo mismo, repárese, en contra delo que pudiera parecer, es pura exterioridad, en elmejor de los casos se tratará de una pura coincidencia.Por lo tanto, si se quiere ásegurar ese querer lo mismose tendrá, a su vez, que construir, conformar. Se diceque viene de fuera, que es heterónomo, pues no haymaner~ de poderlo generar internamente bajo alguna~oción de autonomía individual. Relacionado muydirectamente con ello aparece asociado con la multitudun problema que, formulado toscamente, es el de cómo

1

EPíLOGO

se gobierna si se asume que ese. gobierno es ungobierno entre iguales. La figura que para esalegitimi-dad se ve apuntada en el texto es la de que sólo nossometemos a aquello que hemos acordado someternosentre todos. Podría.vislumbrarse la república democrá-tica, pero aún sin perfilar. El acuerdo es la ley y deberegir para todos; puesto que expresa nuestra propiavoluntad, la voluntad general no puede no ser aceptadaa nivel de cada cual. Otra vez se escamotea el posibledisenso. Preocupa, con todo, y a lo largo del texto seencuentran muchas advertencias al respecto, elcómodel proceso, las garantías que este puede ofrecer.

Interesa ahora fijarnos en la gravísima problemá-tica, verdadero nervio que atraviesa el texto, relacio-nada con aquello sobre lo que se decide o se puededecidir, o sea, CO):1 aquello sobre lo que podemos legis-lar. Siendo lo público aquello común, parece que muypoco, si algo, quedaría fuera de lo que podría algunavez considerarse atendible en aras a proveer nuestrafelicidad, ya sea esta entendida como nuestro interéscomún, ya sea porque lo quiera nuestra voluntad, lageneral. Al proceso de gobierno se le exigen ga,rantías:que el gobierno sea justo, esto es, que obedezca en todoa la ley, que es expresión de la voluntad general; por lotanto, ya queda claro que es básico para todo el asuntodeterminar, o sea, conocer la voluntad general; no sóloconocer aquello que decidimos que sea objeto de leysino ~ambién como decidimos que sea ley. Asimismo,se pueden exigir y se exigen garantías al proceso deacuerdo, de decisión popular, son la participación y

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deliberación, las libertades informativas, de expresión yreunión. Pero no parece que con ello se restrinja nin-gún contenido posible a la decisión colectiva, al contra-rio, parece que cualquier restricción en esa direcciónpudiera ser tomada como un flagrante escamoteo, uncoto vedado, sin otra justificación que el interés parti-cular. Cualquier garantía o determinación que pudiesepensarse, no puede, o no parece poder, so pena de servista desde lo común como claramente arbitraria, limi-tar aquello sobre lo que alguna vez pudiese ser conside-rado de interés general. Así las cosas, ante una caracte-rización tal, nada hay que pueda delimitarse de entradacomo aquello sobre lo cual no cupiese decidir, o sealegislar, nada hay en principio que pueda escapar alescrutinio público, a la deliberación; repárese. en que elsimple hecho de tener que decidir ante cualquier posi-ble contenido de decisión, el si el mismo es o no es deinterés general, convierte a cualquier posible objeto dedecisión en susceptible de escrutinio común. Llame-mos a esta voracidad, la voracidad común-totalitaria;con ella necesariamente, lo público, lo común, la volun-

. tad general, pretende -en aras siempre al interés gene-ral- ocupar t9dos los.ríncones de cualquier lugar. Todopuede y debe ser objeto de decisión colectiva, nada hayque no pueda ser objeto de la voluntad general: Es evi-dente que formulada así,la voracidad común-totalita-

. ria dispara ciertas alertas y no sólo en lo referente a exi-gir las máximas garantías en todo el procedimiento,pues queda claro que cualquier concepto de privaci-dad, de decisión personal, de autonomía individual, el

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86 fERRAN LLORE! CABOl EPiLOGO

otro polo de lo público, quedaría sie¡npre subsumido,condicionado, sino aniquilado, por la voluntad general.Es sintomático que el propio Rousseau ante el conceptode propiedad no pueda sino calificarlo de sagrado, unamanera harto elocuente de nombrar aquello que debeser excluido, vetado a escrutinio público. Las razonesque da para ello no pueden sino parecernos simplesexcusas de interés particular. Es el punto de vista de lavoracidad. Se pide disolución, un punto de vista imper-sonal, máxima garantía de justicia, de trato igual, deltodo incompatible con el arraigo y el limite; cualquierdistinción que pretenda hacerse valer no puede sinodeslegitimarse por ser marcadamente individual, parti-cular. Que sea precisamente dentro de ese proceso dedisolución dónde lo propio, aquello con lo que secuenta, la propiedad, adquiera para Su posible uso elcarácter de privación, no puede dejar de resultar harto.significativo. La resistencia a la voracidad se marca conlo negativo, con la exclusión. Ni que decir tiene queuno de los episodios centrales en esta defensa ante locomún ha sido la noción de propiedad, la d~ privaciónante los demás, la de exclusividad, son esas las marcasdel pleno dominio, sin que nada de lo que pueda serdicho en su defensa parezca poder conferirle mayorlegitimidad que aquella que arguye el que defiende loparticular frente a lo general: la arbitraria justificaciónde cualquier exclusión, de cualquier intento para salva-guardar ciertos ámbitos a la mentada voracidad, una~ez se hace patente que dichas reticencias, dichasexclusiones, no son sino un estorbo, un impedimento

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,\ \'•88 FERRAN lLORET CABOT EPiLOGO

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89

momentáneo para conseguir que la voluntad pueda lle-gar a ser efectivamente general. No parece posible lle-gar a ningún equílíbrio que no sea fáctico, fruto de ladeterminada composición de fuerzas o razones delmomento, nunca general, o sea, particular, contingente.Será algo contingente, con sus razones particulares,tácticas, estratégicas, cuando no una simple cuestiónde fuerza, lo que más o menos determine el diámetro ycantidad de las esferas constitutivas del ámbito pri-vado. Tal como ha sido expuesta hasta aquí, la mentadatensión entre lo público y lo privado se configura entorno a aquello que puede y no puede ser coaccionadopor el estado, o sea, hasta dónde puede llegar a legislarla ley,el qué puede ser objeto de legislación. En puridadteórica, nos autolegislamos para ser libre1¡,para nosometernos más que a nosotros mismos. Es para serlibres que nos dotamos de la ley.La paradoja, como seha visto, es que para evitar los abusos y arbitrariedadesque podrían suceder en algún ámbito que' hasta elmomento ha sido opaco a la ley,un coto vedado dóndesólo rige el interés individual, es menester que locomún se vaya cada vez extendiendo, sea cada vez másy más amplío, tenga más alcance, sin límite conceptualalguno, con lo que se'llegaalá imposibílídad de cual-quier ámbito privado, y con ello la desaparición mismadel individuo; luego la de cualquier noción de autono-mía individual que era el motivo por el cual, según elteclado mítico, nos dotábamos de ley. Esta tensión, seha dicho, no se resuelve, se deja al concreto estado defuerzas de cada momento (si se quiere, serán las razo-

n:s instrumentales de cada momento, las qJe pugna-ran por ello). Cabe añadir, que si formulamós'la men-tada tensión d: la manera en que la formulamqs, a partede para advertIr claramente cierta dificultad irifrínseca ala determinación de lo común, es para dar cueilta preci-same~~e de qu: ~~conformación de lo priva40 es puranegaclOn,Oposlclon, rechazo, privación. Puede resultarde interés relacionar la problemática comentada con 1£ ' , uya amos as declaraciones de derechos (hum~nos, fun-damentales, etc.). Con ellas se pretende una exclusión ala ley,la creaciój:lde un coto vedado. Que se de~iare quetodo hombre na~~libre e igual, sin duda esunpríncipioque p~e~e permItIr sostener que nadie goza de;riingunasupenondad moral (léase legitimidad) para decir o dic-tami.nar cómo se debe vivir (repárese en el sutirdespla-zarmento ~acia lo privado, pero dentro del mi~tpo con-~ept~ de hb~rtad ~~mo no sometimiento), qq¡;¡en eseambIt~, el como VIVIr,el determinar qué es valido parau~o n:lsmo,.queda reservado a cada cual, a su propiocnteno partIcular; esfera esta que pertenece al indivi-d~o y de manera irrenunciable, pues no pued'e impo-nersele so pena de vulnerar su libertad. Independiente-mente del alcance que pueda llegar a tener eSe cómovivir, se percibe ya la tensión latente, pues qued¡t claroque hay intersección entre lo que puede resultar deinterés público (piénsese, por ejemplo, en la educaciónobligatoria) y interés privado (quiero educar en casa a

.' "~is hijos); cabe recordar que conceptos como el deIdentidad, intimidad, propiedad y autonomía cobranespecial relevancia a la luz de esta problemáti~a. De

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hecho, podría decirse que palabras como individuo,persona, intimidad, se conforman por oposición y resis-tencia ante lo público y común. En otras palabras, locomún, lo público disuelve la identidad; es la pura ysimple liquidación de toda privacidad, volviéndolo todoimpersonal, abstracto, nihílico.

Como ha intentado mostrarse, no sólo por el altí-simo grado de abuso que puede cometerse amparán-dose en.conceptos como el de la voluntad general, si noporque la misma voracidad común-totalitaria no tieneningún freno conceptual que no sea arbitrario, se com-prende que ante las marcas de pura nihilidad, de purotrato impersonal, lo común siga provocado un altísimopánico, por lo que podría llegar a comprenderse losreparos fácticos que se le han ido interponiendo. Sinduda esa voraz corriente impersonal. tiene, como se hadicho y no podía ser de otra manera, una presenciarelevante en el texto aunque a modo de su contención.Las grietas de las qúe se ha hablado. Es la elocuenciaapagada que recorre el texto, aquello que late cuandonos enfrentamos al problema ineludible de la confor-mación del ciudadano ¿queréis que se cumpla la volun-tad general? Pues conseguid que todas las voluntadesparticulares se correspondan con ella. En otras palabrasdel propio texto: como la virtud no es sino conformidadde la voluntad particular con la general, haced quereine la virtud.

ÍNDICE ANALÍTICO

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Hegel, Georg Wilhelm Friedrich14, 16Heródoto 75Impuestos 64, 66, 68-9, 72, 74-80,85¡enofonte 10Macedonia 48Maquiavelo, Nicolás 31Mario, Cayo 66Marx, Karl16Montchrestian, Antoine de 8-10,15Montesquieu, Carles Louis deSecondat (Barón de) 12, 73Patria 44-6, 49-56, 64, 66Persía 74-5Platón 35, 73Pompeyo, Cneo 45Propiedad 22, 33, 57..60, 68, 70,80,89,91Roma 48-9, 55, 61, 66-7Smith, Adam 8Soberanía 26Sócrates 45-6 'Voluntad general 12, 27-8, 30, 37-8,41,44,46,51,54,57,68,87-9,92Yugurta 66

Aristóteles 10, 26Atenas 30, 45Bodin, lean 10, 60, 68, 81Cantillon, Richard 15Catón, Marco Porcio 45-6, 61César, lulio 45, 67Chardin, lean-Baptiste Siméon74China 38, 74, 78Darío I (rey de Persia) 75Diderot, Denis 8, 17Economía:doméstica o particular 9-11,21,25,83general o política 7-8, 9-15,17,21,57,86pública 12, 25, 30-1, 37, 41, 51popular 12, 31tiránica 12, 30-1

Esparta 48Europa 67Filmer, Robert 12, 26Francia 7, 69Galba, Servio Sulpicio 61Ginebra 17, 64Gobierno 9,11-2,21-3,26,28,30-1, 33, 36-9, 41-4, 47-8, 50-1, 54,56-8,62-4,72,78,80-1,83,86-7

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ÍNDICE

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N,OTA DE EDICIÓN Y TRADUCc"IÓN

..~:¡;.Jean-Jacques Rousseau ':: 'mSCURSOSOBRELAECONOMÍAPOLÍTICÁ, .... '7

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ÍNDICE ANALÍTICO " . . .. 91

INTRODUCCláN, par Fobia Vélez. .,' ;. ¡

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EPíLOGO,parFerra~LlaretCabot .

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1 21 'ticOTROS TÍTULOS, PUBLICADOS EN LA COLECCIÓN ~

CLAVES PARA COMPRENDER lA ECONOM[A . t3,

~- c:rlh';OIl

DIEGO GUERREROSERNARD GUERRIEN . UN RESUMEN CLAUDIO KATZ ,SOPHIE .IALLAIS RÉMY HERRERA

MICRO-COSTAS LAPAVITSAS LA ECONOMIA SüIII AMIN.El.M1RALTVATER

nCAPITAUSMO COMPLETOfMN;OJ5 MORIN.Pmil GOWAN ESTADO Y, MARXISTA CRISISRNANCIEM

ECONOMIA F1NANCIARlZADO DE EL CAPITAL¡CONPMICA

CRECIMIENTOSISHMICAEXPANSiÓN y CRISIS

DE MARXsm DESATES HúRlcns HOY

UNA PRESENTACiÓN cNlnCAtlIHIRA u tl¡;HtlA (mero!!) KIIlCl.i.srt.t

~!'!:'c.??_it;';-- ~ ~ ~~ ~

IANWAR,SHAIKH .JESÚS

nORIAS DEl ALBARRACiN .JACQUES

EcoNoMrAPOLíncA1WTII;ÍJII,.lIII'IISI:IIlC1ll~l(umAlll!la GOUVERNEUR DIEGO GUIERP.EIIO

ESTRP.LA TRINCADO A2:NAJ1 LA CRISIS llE iA1éüÑOMíACOMERCIO, CniTICADEl SISMONDi,;;¡ .: DElIMPERIAl\SMO LA [CONOMIA ' PRECURSOR DE

¡j, INTER- UTILITARISMO CAPITALISTACONTEMPORANEO DE MERCADO MARXNACIONAL'

011U1l111 m(JfT[ A REAlIDAIl PRESENTE , UNAIfIlJIODUCCIÓNALAIlALlSIS reoNúMICO MARXISTA

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ROLANDO ASTARJTA JEAN-JACQUES SIMONDEDE

nORIA DE LA ' MICHEL HUSSON MONOPOLIO, ROUSSEAU SISMONDI PAUL LAFARCUE

CAPITALISMO DISCURSO SOBRtU SOBRE- , EL DERECHO A LA1', ¡ji,\ fN~mt~m~t~ IMPERIALISMO !CONOMIA PRODUCCION y PERElAI!_ .,i¡~,:: PURO E INTERCAMBIO" "'\":; ." \t\{1 POLITICL ••••.•• ' SUBCONSUMOYEN MAlIX DESIGUAL/ H'[

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(Silflich.l-:.eit) como con el concepto hobbesiano de autopreserva-ción personal (el estado de naturaleza). El fragmento final, elcrucial "fi"agmcnto 22" (partes del cual están tac,hadas y rescritas.)' almenas una p;igina está perdieb), comienza- con una discusión'sobre la""néce-sidad absolma"' del "reconocimiento mutuo": losclailos a la propiedad deben ser castigados "llegado a un límite.con la muerte" (Hegel;jeYIaf"( S:ystelJlenflll"úje, ed. Klaus Düsing)'Hcinz Kimmcrle, 3 vals. (Hamburg, 1986]; 1..:218n). Hahlandodel propietario, padre de [unilia, escribe Hegel: "si se aniesga aser herido. sin poner en riesgo su rida", entonces "se convierte enesclavo del otro [e-rw¡r~l dcrSldm' des ande-rn]" (p. 221). La palabranormal en alemán es Sldave; nótese que aquí, y a lo largo de suobra, Hegel usa ambos términos, Knecht (siervo) y Sldav((~),en ladialéctica del reconocimiento I1lHtl.lO.¿Pero qué ocurre si la "pro-piedad" misma es el agresor, con el esclavo que rectifica la agre-sión a su jJUS07W afirmando Slt propia libertad sin compensación?Hegel no plantea esta pregunta, pero se desplaza hacía una dis-cusión de las "costumbres" del "pueblo" (das HJl1i) y el "trab~o"común. Esto l? lleva en una llamativa di~-ección no-hobbesiana, auna crítica del trab'Üo repetiti\"o )' enajenante de la fábricA 11:0-derna (la división del trabajo. ejemplificada por la fábrica de al-fileres de Smith); véanse pp. 227~22S. Hegel describe entoncescríticamente la "ciega" e incontrolada interdependencia de los.trab<üadores en la economía global, el "bürgerliche Gesellschaft"del interc~Ullbio del mercado que forma un "n~onstrHoso siste-ma" (ltugeheueres Systnn) de mutua "dependencia" (Abhangig!wi/.) )'

que "como una bestia sal,,<~e necesita ser domado" (pp. 220-230). El fragmento 22 termina (¡en 18041) justo en el mOly!~llt..()

donde la discusión ele Hegel de la "pose~¡ón" (Besitz.), como. laforma en que la generalidad eh.-"la cosa" (das Diúg) es "reconoci-da" (auedwnllt), 10 hubiera conducido a enfrentarse con"1a con~tradicción de glle la ley de la propiedad 'privada trata al esclavo

.- ';{--~~--"-----.-.~-._~----,- -:....-~-------;......,~ :'m,""',,-,~.'

79 Para hacerjustida con las variaciones de los textos de .lena.iy de ahí con el desarrollo de la idea de Hegel de la dialéctica!amo-esclavo dentro del contexto histórico de la Reyolllción Hai-:tiana, haría falta un texto en sí mismo. 0.'0 puedo intentar aquíluna auténtica investigación. Sólp puedo s~lgerir como hipótesis'que la lectura de Adam Smith por parte de Hegel en 1803 COI1S-

:tituye t~n punto de inflexión. En el primer ,~)'stemeJltwii:l.fe de Jena(1803-1804), Hegel tematiza la "lucha por el reconocimi~nlo" de

\m modo que rompe L1.ntocon el concepto clásico de comunidad

,I Consideremos en forma más detallada la dialéctica he-ige!iana del amo y e! esclavo, concentrándonos en las ca-racterísticas más salientes de esta relación, (Tomaré en¡cuenta no sólo pasajes relevantes de Fenomenología del esj,í- .¡ritusino también los textos deJena que la preceden, 1803-'1806.)'" Hegel entiend~ la posición de! amo en términos

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Susan Buck-Morss

políticos y económicos. En System der Sittlich1<eit (1803)señala: "El amo está en posesión de unasuperabun-dancia de necesidades físicas en general, y el otro [el es-clavo], carece de ellas".'" En una primera consideración,

(cuyo experiencia no es sino la del trab~o) icomo una cosa! Elesclavo es una mercancía (mica, en tanto la libertad de propie-dad y la libertad de la persona se hallan en él en directa contra-dicción. ¿Por esta razón el manusClito de Hegel se intelTIImpeinesperadamente? La revuelta de esclavos en Santo Domingo,en este contexto, salvó a Hegel de la mala infinitud (el "mons-tnlOso sistema") del contrato recíproco al proveer el eslabón(por medio de un cambio de énfasis del intercambio por el tru-b<tio) entre un sistema económico (el sistema infinito de necesi-dades) a la política: la fundación, a través de la lucha a muerte,del estado constitllci?nal.

80 Hegel, System der Siltlichkeit, ed. Georg Lasson (1893; Ham-burgo, 1967), p. 35; de aquí en adelante SS; citado en Henry S.Hanis, "The Concept of Recognition in Hegel's lena Manus-cripts", en HegelStudien/Beiheft 20: Hegel in leila, ed. Dieter Hen-rich y Klaus Düsing (Bonn, 1990), p. 234; de aquí en adelante"CR". Comenta Harris:

"El concepto de personalidad jurídica emerge mano a manocon la institución 'del dinero Como lo 'indiferenciado' de (esdecir, la expresión universal de) la propiedad. Este mundo dereconocimiento formal se diferencia en lances en amos y es-clavos de acuerdo n.s'lls.posesiones (es decil~en última instancia,en términos de dinero)" ["CR", p. 233].

Es el S)'stem der SiUlich"eit el que primero ,registra la lectura deHegel de Adam Smith, tanto como la relación desigual del señor(He".) y el siervo (KlIecht) que "se establece junto con la desigual-dad en su poder vital" (SS, p. 34), aunque estos dos tcm~s todavía

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Hegel y Haití

la situación del amo es "independiente ( ... ) tiene poresencia el ser para sí"; mientras "el otro", la posición delesclavo, "es dependiente, [y su) esencia es la vida o el serpara otro"." El esclavo es caracterizado por la falta de

no van juntos. Hegel se ocupa del int.ercambio de "excedente"como un "sistema de necesidades" que resulta "empíricamentesin fin", este "ilimitado" comercio que "disuelve" al pneblo (estoes, ¿retorno a un "estado de naturaleza?) (SS, pp. 82, 84-85). Elhecho de que en el intercambio de propiedad privada "unas co-sas equivalen a otras" se vuelve la base del derecho legal, pero só-lo a través de un contrato como "término medio obligatorio".Acerca de la vida, es imposible decir que sea una "posesión" delindÍ\'Íduo como puede decirse de otra cosa; de aquí que la cone-xión entre el "señorío" (Herrschaft) y la "servidumbre" (Knecf¡[s-c1laft) sea "no relacional"; véase SS, pp. 32-37. Hegel nota que "enmuchos pueblos los padres ceden a la m1tier;pero esto no puedeser la base de un contrato matrimonial entre hombre y rntuer"(SS, p. 37). (¿Pero qué ocurre con su propia cultura europea,donde los esclavos eran comprados y vendidos?) "Tampoco haycontrato con un siervo (Knecht), pero puede haber un contratocon alguien más que un siervo o una rnttier" (SS, p ...37). Así ".lasituación de los esclavos (Sklavenstaná) no es la de una cIase sa-cial (Stallá), pues sólo formalmente es universal. El esclavo (derSklave) se relaciona como una singularidad (Einzelnes) con suamo" (SS, p. 63). La clase manuscrita a partir de la que se com-puso .el System da Siulichkeit degeneró en "mera histona", deacuerdo con Haym (Rudolf, Ha}m, Hegel und seine Zeit [Berlin,1857J; citado en "CR", p. 164); sería interesante saber a qilé serefiere esta "mera-historia".

81 Hegel, Fenomenología del espíritu, trad. Wenccslao Roces(México, 1987), p. 1l7.

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.6usan Buck-Morss

reconocimiento que recibe. Es percibido como "una co-sa"; la "coseidad" es la esencia de la conciencia del escla-vo, tal como lo era la esencia de su estatus legal bajo el

, Code Noir (PM, p. 235). Pero a medida que la dialécticase desarrolla, la dominación aparente del amo se invier-te con la conciencia de que él es, de hecho, totalmentedependientt: del esclavo. Sólo hay que colectiviiar la fi-gura del ainó para ver la pertinencia descriptiva del aná-lisisde Hegel: la claseposeedora de esclavos es totalmen-te dependiente de la institución de la esclavitud para la

'''superabundancia'' que constituye su riqueza. Esta clasees entonces incapaz de ser agente de progreso históricosin aniquilar su propia existencia;" Pero entonces los es-clavos (otra vez, colectivizando su figura) alcanzan la au-toconciencia ;¡¡ demostrar que no son cosas, no son ob-jetos, sino sujetos que transforman la naturaleza mate-rial." A punto de alcanzar esta conclusión, el texto de

82 La agencia histórica pasa entonces al esclavo, quien "inven-tará la,historia,:pero sólo después de que el amo haya' hecho lahumanidad posIble" ("N", p. 270).

83 El acento. sobre la idea de trabajo es intrigante. El esclavomaterializa su propia subjetividad a través del trabajo. Hegel pa-rece privilegiar la artesanía o el trabajo agrícola (como AdamSmith, dados los efectos deshumanizan te de la fábrica). Pero vol-viendo a leer las lecciones de Hegel sobre filosofia'de la historia(dis~utidas más ab'!Íoh~sta actitud hacia el trabajo describe latransformación de lacóficiendade! esclavo de un primitivo espí-ritu "africano" de ver la naturaleza en sí misma como subjetivi.dad, a un espíritu ~odemo, en el que trabajar lá naturaleza esexpresión de la propia subjetividad.

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Hegel y Haití

Hegel se vuelve oscuro y se calia." Pero dado los aconte-cimientos históricos que proveen el contexto de Fenome-nología del espíritu, la inferencia es clara. Aquellos que al-gun'a vez se sometieron a la esclavitud demuestran su hu-manidá(Icüando se arriesgan a morir voluntariamentea'~'tes que permanecer subyugados." La ley (¡el Code

84 El texto afirma: "Pero a través del tr.abajo, [el siervo] llegaa la conciencia de sí" positivamente, como conciencia que "seconvierte. como puro ser para s~ en lo que es", y, negativamente,como conciencia objetivada:

"En la fonnación de la cosa, la propia negatividad, su ser pa-ra sÍ, s610 se convierte para ella [su conciencia] en objeto, entanto que supera la forma contrapuesta que es. Pero este algo'objetivamente negatit10 es precisamente ia esencia extraña an-te la que temblaba. Pero, ahora desu'Uye este algo negativo yextraño, se pone en cuanto tal en el elemento de 10 penna-nente, y se convierte de este modo en algo para sí mismo, en al-go que es para sí "(FE, p. 120).

El marxismo ha interpretado el acceso a la autoconcienciadel esclavo como una metáfora de la supresión d~ .la falsa con.ciencia en la lucha de clases: la clase-en-sí se vuelve para-sí. Pe-ro critica a Hegel por no haber dado el próximo paso hacia unapráctica revolucionaria. Lo que U"atode demostrar es que los es- .clavos de Santo Domingo, tal Como lo comprendió Hegel, die-ron ese paso por él.

85 Sugiero que los argumentos de vados especialistas ".:grosque creen oponerse a Hegel, están de hecho cerca der 'intentooriginal de Hegel. Véase, por ejemplo, Paul Gilroy; '\uien lee aFrecteri~k Douglass (embajador norteamericano en, Haití en1899) como una alternativa a lo que entiende como la "alego-ría" de Hegel del amo y el esclavo: "La versión de Douglass eS

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NoiJi) que. los reconoce meramente como "una cosa" ya110 puede ser considerada como válida,"; aunque ante-riormente, de acuerdo eón Hegel, era el propio esclavoquien era responsable de su falta de libertad por elegirinicialmente la vida por sobre la libertad, la mera auto-

muy difereI\te. Para él, el esclavo prefiere activamente la posibi-,lidad de modr a la continua condición de inhumanidad de laque depende el trabajo en la plantación" (Paul Gilroy, TheBlackAI/anlic: i\![odernity and Double Consciousness [Cambddge, Mass.,1993]. p. 63). Véase también Orlando Patterson, quien afirmaque la "muene social" que caractedza a la esclavitud exige co-mo negación de la negación no el trabajo (que ve como el sen-tido que le da Hegel) sino la liberación, aunque Patterson (co-

mo Hegel, finalmente) ve esto posible a través de un procesoinscitucional más que revolucionaIÍo; véase Orlando Patterson,Slm>eryantl Social Deat/¡:A Comparalive SIl/dy (Cambridge, Mass.,1982), pp. 98-101.

86 Compárese con la afirmación de Hegel en 1798: "Las insti-tuciones. consq.tuciones y leyes que dejan de estar en almoníacon la opinión de los hombres y de las que el espíritu ha partido,no pueden ser~mantenidas con vida arúficialmentett (citado enG.P.Gooch, Get:nlOnyand IheFrenchRevoll/lion [Nueva York, 1920],p. 297). Nótese que el intento de Napoleón de reestablecer el ob-soleto Codt }"roi1' no sería precisamente un acto histórico; en esemomento, era Haití el que estaba del lado de la histOlia del mun-do, no la Francia napoleónica. Igualmente, en el caso de Alema-nia: "Así, fue en la gtien<lCon la República francesa que Alemaniasupo por su propia expeIiencia que ya no era un estado", que laconciencia sólo pudo alcanzarse a. través de la lucha de resisten-cia contra el ejército francés im'asor (citado en Williams, Heg,l~Elhics oJRecog¡iition,p. 346) .•

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Hegel y Haití

preservación." En. Fenomenología del espírilll, Hegel in-siste en que la libertad no puede garantizársele al es-clavo desde arriba. Es necesaria la autoliberación del

. esclavo a través de "un duelo a muerte": "Solamentea,rriesgando la vida se mantiene la libertad ... El indivi_duo que no ha arriesgado la vida puede sin duda serreconocido como jJersona [¡la agenda de los abolicio_nistas!]; pero no ha alcanzado-la verdad de .este reco-nocimiento como autoconciencia independiente"(FE, p. 116). La meta de esta liberación, sin esclavitud,no puede ser a su turno el sometimiento del amo, locual sería una mera repetición del "impasse existen-cial" del amo," sino más bien la completa eliminaciónde la esclavi tud.

Dada la facilidad con la que esta dialéctica del amo y elesclavo conduce a tal lectura, uno se pregunta por qué el

87 Hegel insiste sobre la responsabilidad del esclavo. En Filo-sofía delDe,.cho (1821): "Pero que algttien sea esclavo radica en supropia voluntad, así como radica en la voluntad de un pueblo elque sea subyugado. No hay, por lo tanto, sólo injusticia de partedel que esclaviza o subyuga, sino también del esclavizado o sub-yugado" (Hegel, Principios de laFílosofíll delDerecho,trad. Juan LuisVerna! [Buenos Aires, 1975], p. 92, agregado a ~57).

88 Término que pertenece a Alexandre Kojeve,[ntroduction loIhe Readíng oJHegel: úClu"s on .PhenornenologyoJSpirit", trad. Ja-mes H. Nichols,Jr., ed. Ra}1nondQueneau yAllan Bloom_Othaca,NY,1969). Queneau reunió las notas del curso y las"publicó enfran,cés en 1947.Hay t1<1duccióna! espaliol, La dial{cticlldel mnoy .el ese/mio en Hegel, trad. Juan José Sebrelli (Buenos,Aires, FaustoEdiciones, 1999).

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tópico Hegel y Haití ha sido ignorado durante tanto tiem-po. No sólo los especialistasen Hegel han fracasado enresponder a esta pregunta. sino que han fracasado, en losúltimos doscientos años, incluso en plantearla."

. 89 Tanto como sé, Tavares es la única excepción, aunque mu-chos esclitores sobre la ~sc1avitud en África han recunido a la clia-lécúca de Hegel del amo y el esclavo para sostener sus propios inte-reses, Véase. por ejemplo. la conclusión a PSAR, p, 560,.que sugiereque "demos un poco de rienda suelta a nuestra fantasía" interpre-tando la dialéctica de Hegel del amo y el, esclavo a través un diálo-go imaginario entre Napoleón y Toussaint-Louverture. Véanse losnum~rosos trabajos acei:ca de los escritos sobre escla~itudde W. E.B. Du Bois que interpretan estos textos a través de Hegel; porejemplo. véanse Joel Williamson. T"e GmciUe 01Race: Black-Vi"iteRelations in the American South since EmancijJation (Nueva York,1984); Shamoon Zamir. Dad, Voice<:WE.B. Du Bois a.nd America.nT"oug"t, 1888-1903 (Chicago. 1995); y David Leveling Lewis, in-troducción a W. E. B, UU Bois, WE.B. Du Bois: A Readel; ed. Lewis(Nueva York, 1995). Véase también Frantz Fanon, The 'vVretehed01t/¡eEart/¡. u-ad. Constante Farrington (Nueva York, 1968). que usala filosofia europea como un a11na contra la .hegemonía (blanca)europea, interpretand~ 1a~ialécticadel amo y el esclavo tanto so-cial (usando a i\1alX) como psicoanalíticamente (usando a Freud)para teorizar la necesidad de la lucha violenta de la,naciones delTercer 'Mundo a fin de supIi"illir su eSÜl.t~ls colonial y rechazar elhipócrita humanismo eUf?pCO, alcanzando un igual ~'econoci-miento en términos de sus propios valores culturales. Tal vez elmartinicense Fanan haya si,po el que estuvo más cerca de ver la co-nexión entre Hegel y Haití, pero no era su interés.

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Una razón de peso para esta omisión ha sido segura-mente la apropiación marxista de una interpretación so-cial de la dialéctica hegeliana. Desde 1840, con los eSCli-tos iniciales de Karl Marx, la lucha del amo y el esclavofue abstraída de cualquier referencia concreta y leída unavez más como metáfora -esta vez,'de la lucha de cIases-.En el siglo xx, esta interpretación hegeliano-marxista tu-vo poderosos defensores, incluyendo a Georg Lukács y aHerbert Marcuse, tanto como a Alexandre Kojeve, cuyaslecciones sobre la Fenomenología del espíritu fueron unabrillante ,relectura de los textos de Hegel a través..deuna lente marxista.~)El probl~ma es que entre todos los

90 La lectura de Kojeve de Hegel es fenomenológ;ca en unsentido (heideggeriano) que la aparta de los marxistas mencio-nados, porque aborda la dialéctica del recdnocimiento co~o

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